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SU
CORAZóN

El Rey David y La Sunamita

Teo Castillo

1
DEDICATORIA

Al amado de mi corazón, la persona más dulce, romántica, hermosa y atractiva que


conozco, mi paciente Consolador:

El Espíritu Santo de Dios,

mi fiel amigo, mi eterno confidente, el deseado de mi alma, mi todo, mi único y


amoroso Dios. Tú eres la fuente de mi inspiración y satisfacción, quien susurra mi
nombre todas las mañanas. Esta historia es tuya; tú la escribiste en mí desde muy
pequeño y yo te lo agradezco tanto, mi Señor y mi Dios. Tú eres quien inspiras tantas
historias en mí. Recibe siempre mi amor y mi gratitud por tu eterna sabiduría para
enseñarme con tanto amor y paciencia. No te canses conmigo mi Dios. Llámame a tí
todos los días. Tú eres mi fuerza y mi castillo, mi alto refugio y mi fortaleza. Amén.

Todos los derechos reservados. Copyright 2020

Fort Worth, TX, USA 2020.

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AGRADECIMIENTOS

A mis padres, Teodoro y Carmen, por su amor, dedicación, tiempo, oraciones,


palabras y esfuerzo invertido en mí durante tantos años. Les debo mucho. Espero
poder ser ese hijo de quien se sientan siempre orgullosos. ¡Los amo!

A mi hermano Gustavo y a mis hermanas Marian, Gabriela, Virginia y Carmen


Cecilia. Todas mis experiencias con ustedes desde niño me han ayudado a formar
muchas imágenes y escenas en esta historia de amor. Les agradezco su amor y su
paciencia. ¡Los amo tanto! Somos todos del Señor, desde niños cuando orábamos
arrodillados con la frente en el piso de la sala de nuestra casa y el Señor nos decía:
“Todos ustedes son míos”, ¿Recuerdan? Ya pronto estaremos todos con el Señor y
ya no lloraremos ni sufriremos más. Amén.

A mis sobrinos y sobrinas: Nataly, Genesis, David Jose, Rodny Javier, Obed y
Danna. Ustedes me inspiran a imaginarme historias de amor y aventuras. Gracias por
darme de su tiempo para jugar con ustedes siempre que podemos y muchas gracias
por mostrarme su amor genuino y sincero. El tío Teo les ama tanto.

A mi familia entera: hermanos, hermanas, abuelos, abuelas, cuñados, cuñadas,


primos, primas, tíos, tías, sobrinos, sobrinas y sus respectivas familias. Gracias por
todo su tiempo, amor, cariño, oraciones, paciencia e inversión en mi vida; ustedes
saben quiénes son: donde sea que estén, donde sea que vivan, un día no muy lejano
volveremos a encontramos delante de nuestro Dios y seremos felices por siempre.

A todos mis verdaderos amigos y amigas, pastores y pastoras, mentores, guías


espirituales, maestros, profesores, estudiantes, clientes, empleados y proveedores en
Venezuela, en los Estados Unidos y en tantos países desde mi niñez; quienes siempre
han estado en mi vida en momentos importantes y de mucho aprendizaje: les bendigo
y les amo en el amor de nuestro Señor Jesús. Gracias a todos por su amor y paciencia
a mi vida. Oro que el Señor guarde sus vidas y su lugar en Él hasta el Día de nuestro
Gran Dios y Señor Jesucristo. Espero ésta pueda ser una historia que recuerden
siempre para guardar sus corazones íntegros delante de Dios y del prójimo. Se las
dedico a ustedes también. Les agradezco tanto a todos.

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A Carla y Elisa, por su tiempo en revisar esta historia y por darme tantas sugerencias
útiles para su edición final. A mis editores, por creer en mí y por darme todo su
tiempo y dedicación en ayudarme a corregir y finalmente publicar esta historia de
amor y esperanza. Dios les bendiga siempre con toda bendición del cielo. A mi casa
publicadora, Editorial CLC: les agradezco por confiar en que esta historia de amor
pueda llegar a tantos románticos perdidos con la ayuda del Señor Jesucristo. Dios los
bendiga.

A mis queridos lectores, muchas gracias a todos por pasar página tras página y por
desear saber cómo termina cada uno de estos capítulos. Dios escribe nuestras
historias de vida también. ¡No podemos perdernos el gran final (¿ó más bien será el
gran comienzo?) que tiene preparado para todos nosotros en su pronta Segunda
Venida! ¡Sí, ven Señor Jesús! Oro para que tanto ustedes como yo podamos ser
siempre hallados en un mismo corazón con el Hermoso Espíritu Santo de Dios, que
seamos siempre hallados:

Conforme a Su Corazón.

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ÍNDICE

1. corazón de siervo: humilde, sincero y sencillo 7

2. corazón de amigo: fiel, leal y cumplidor 23

3. corazón de rey: Misericordioso, COMPASIVO y amable 40

4. corazón de hijo: obediente, disciplinado y oyente 54

5. corazón de ADORADOR: salmista, sensible y apasionado 68

6. corazón de querubín: valiente, guerrero y protector 90

7. corazón de sacerdote: Puro, limpio y transparente 112

8. Corazón de hermano: honrado, justo y respetuoso 135

9. CORAZóN quebrantado: pecador herido y arrepentido 160

10. corazón romántico: amante, soñador y esperanzado 184

5
1 Samuel 2:35 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
35
Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi
corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante
de mí ungido todos los días.

1 Samuel 13:14 Reina-Valera 1960 (RVR1960)


14
Mas ahora tu reino no será duradero. Yahweh se ha buscado
un varón conforme a su corazón, al cual Yahweh ha designado
para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has
guardado lo que Yahweh te mandó.

1 Samuel 16:7 Reina-Valera 1960 (RVR1960)


7
Y Yahweh respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo
grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Yahweh no
mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está
delante de sus ojos, pero Yahweh mira el corazón.

Hechos 13:22 Reina-Valera 1960 (RVR1960)


22
Quitado éste, les levantó por rey a David, de quien dió también
testimonio diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón
conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero.

Proverbios 4:23 Reina-Valera 1960 (RVR1960)


23
Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón, porque de él
mana la vida.

6
Capítulo 1

corazón de siervo: Humilde, sincero y sencillo

“Y buscaron una joven hermosa por toda la tierra de Israel, y hallaron a Abisag
sunamita, y la trajeron al rey. Y la joven era hermosa; y ella abrigaba al rey, y le
servía, pero el rey nunca la conoció”.

1 Reyes 1: 3-4

-Tengo frío.

El anciano lleno de días temblaba en su cama presa del frío. Sus ojos viendo a la
ventana creían estar viendo la nieve caer. No podía ver bien. Sus ojos ya casi se
cerraban para siempre, pero su viva imaginación y sus recuerdos no se acercaban en
lo más mínimo a su fin. El frío no le importaba mucho porque lo conocía muy bien.
Toda su vida desde niño la pasó más tiempo en el campo y las montañas de su país
que dentro de sus recintos. Sabía que el frío no te ataca por mucho tiempo hasta que
comienzas a respirar bien, pausadamente, y te encorvas en posición fetal para retener
el mayor calor que puedas. Él lo sabía bien. Había pasado mucho tiempo en muchas
cuevas y refugios en esa posición tratando de no enfriarse más de la cuenta, soplando
sus manos con fuerza y frotándolas para no perder calor a través ellas. Pero por más
que luchaba en su cama no conseguía por mucho ponerse en esa posición. Había
perdido fuerzas con el pasar de los años y ya no podía frotar sus manos por muchos
minutos. Le ponían guantes y lo arropaban con muchas mantas.

—Sí mi Señor, lo sé muy bien —respondió la sirvienta. Estoy haciendo lo mejor que
puedo para calentarlo.

La sirvienta era anciana también y se apuraba a arroparlo bien. Luego iba hacia la
fogata de la gran habitación donde reposaba el anciano para disponer los fogones de
manera que duraran más tiempo encendidos. El anciano comenzaba a calentarse más.
Luego la sirvienta se marchaba. Esto lo hacía siempre que entraba a atender al rey.

El rey se quedaba mirando fijamente a la gran ventana adornada con detalles en


relieve bañados en oro con motivos de olivos silvestres. Le gustaba su ventana. En
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ella pasaba largas horas orando al Señor y hablándole de sus preocupaciones
concernientes al reino. En ella también había sollozado muchas veces hasta el punto
de salírsele melodías que luego lo llevaban a escribir poemas y cantos que inspiraban
a todo el país.

- “Me pregunto si está nevando mucho” –se decía-. Me gustaría salir aunque sea una
última vez afuera y sentarme junto a mis sillones y sentir la nieve bajos mis pies
aunque sea una última vez en mi vida. No hay mejor sensación en la tierra –seguía
pensando.

La nieve le traía muchos recuerdos. Era una mañana fría y tranquila de invierno.
Algunos pajarillos que aún no migraban cantaban alegres en su jardín, y el sonido de
los fogones deshaciéndose en la fogata lo tranquilizaban. Intentaba sentarse en su
cama cuando de repente se abrió la puerta nuevamente.

- Mi rey, ¡Buenos días! –se oyó una voz gruesa en la habitación-. He venido en cuanto
he podido para avisarle que ya le hemos encontrado una nueva sierva que estará para
calentarlo a toda hora y servirle en todo lo que necesite –término diciendo.

La voz provenía de un hombre joven, alto y de buen parecer, de cabellos negros y


ojos muy expresivos. Sus ropas eran las de un siervo de la corte real. Saludaba al rey
a las ocho de la mañana con una inclinación de rodillas y de cabeza hacia adelante.

- ¡Oh! –exclamó el anciano extendiendo su mano en señal de permiso-. No creí que


se tomaran mis espasmos muy en serio. Al fin de cuentas no me moriré precisamente
de frío. Antes me moriría de pena.

- Mi señor David, no debe hablar así –continuó el joven mientras se acercaba a la


cama real-. Usted ha sido muy benévolo con todos en esta casa y es lo menos que
todos sus siervos en la corte han ordenado que hagamos para ayudarlo con sus
espasmos –dijo el joven al tiempo que recogía un poco más las cortinas de la ventana
para que entrara más luz-. Además, el Señor nuestro Dios le ha dado paz por todos
lados y de seguro debe haber aunque sea un pequeño rayo de felicidad para olvidar
todas sus penas –concluyó el muchacho sin ánimos de argumentar con el anciano-.
Sabía que el rey David era muy sabio en todo lo que decía.

- Joel, tienes razón. Pero tú eres muy joven aún. No has vivido lo suficiente para oír
todo lo que he vivido en esta vida y cómo me ha tratado el Señor debido a todos mis
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pecados. Aún tienes que conocer más de la vida y vivir muchas cosas muchacho –
dijo el rey, logrando sentarse finalmente sobre su cama.

El joven Joel se sonrió. Permaneció unos segundos pensando lo que le acababa de


decir el viejo rey preguntándose si de veras algún día podría oír todas sus historias o
al menos leerlas en alguna crónica real de los secretarios del reino. Dentro de sí dejó
escapar un suspiro y respondió:

- Bueno, de seguro oiré mas de sus andanzas algún día y recordaré precisamente estas
palabras suyas que me dice hoy mi rey.

- Tenlo por seguro Joel, así será –respondió el anciano mientras se esforzaba por
verlo más claramente al rostro.

Recordaba que el joven Joel había nacido en su casa, en su palacio. Era el octavo hijo
de una de sus criadas que se trajo de Hebrón cuando fue rey allá. Esto lo hacía aún
más especial para él porque él mismo era también el octavo hijo de su padre, Isaí de
Belén. Joel era fuerte y delgado, y su rostro había madurado más pues le había
crecido la barba. Solo tenía dieciocho años y servía al rey desde los quince. En unos
cuantos años podría llegar a ser jefe de los servidores más cercanos del rey, una gran
honra para él y su familia ya que muy pocos tenían acceso a las habitaciones privadas
de la realeza.

- Mi señora Betsabé me ordenó que me cerciorara de que usted estuviera listo para
presentarle a su nueva sierva mi rey –dijo Joel.

- Bueno, ya estoy sentado por lo menos, pero insisto que no debieron molestarse. Ya
tengo suficientes mujeres y siervas en mi casa como para desear tener más –replicó
el anciano-. Además, ya estoy anciano y ninguna joven israelita querrá tener que
cuidar de otro viejo más aparte de su propio padre –añadió.

El joven Joel no pudo evitar sonreír otra vez y pensar para sí mismo que el viejo rey
era sin duda muy humilde. Parecía que no terminaba de darse cuenta de que era señor
de todo en su reino, incluyendo todas las mujeres de Israel. Aún pensaba para sí
cuando otra vez la puerta volvió a abrirse: tres personas entraban a la recámara real
haciendo la respectiva reverencia al rey.

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- Buen día mi señor David, ¿Cómo amaneces hoy? ¿Ya estás mejor de tu reciente
resfriado? –preguntó la señora Betsabé, mujer del rey, acercándose a la cama de éste.

- Ya estoy mejor gracias a Yahweh –respondió el rey-. Oigo que están pensando traer
una joven más a mi casa para cantarme y danzar frente a mí y alegrar mis últimos
días, ¿No es así, Abiatar? -preguntó el rey extendiendo su mano a su amigo el
sacerdote de Yahweh.

- Jeje –sonrió el sacerdote-. Bueno mi rey, a la verdad ella hará todo lo que usted le
ordene hacer, pero especialmente estará para calentarlo y que descanse usted de sus
espasmos –concluyó-. He orado a Yahweh por su salud. ¿Se ha tomado todos los
remedios que le han traído sus médicos? –preguntó el sacerdote sabiendo de
antemano la respuesta.

- ¡Ahhh Abiatar!, tú me conoces. Sabes bien que no me gustan esos brebajes. Prefiero
más bien salir a pasear y el mismo frío del otoño me cura mientras hablo con
Yahweh-. Tu bien recuerdas nuestras gripes de esos días cuando salimos de esta casa
corriendo de mi hijo. Nunca desparecieron con esas pociones –dijo el rey confiado y
sin dudar.

- ¡Rey señor mío, usted no cambia! –exclamó Betsabé.

Lo dijo con ironía pero con dulce voz, algo que siempre le gustaba al rey. Betsabé ya
era una mujer entrada en años pero su belleza no desaparecía con ellos. Su rostro
apenas asomaba unas arrugas en los bordes de sus ojos, pero sus rosadas mejillas y
barbilla perfilada la hacían lucir más joven. Su hermoso color de piel dorado la
ayudaba mucho en eso también. Tenía el cabello recogido en espiral hacia arriba con
pinzas, algo propio de las esposas del rey. De su cuello colgaba un hermoso collar
de diamantes y sobre su cabeza llevaba una diadema con un asombroso rubí en el
centro. Sus ojos eran risueños y mostraban una paz que solo Yahweh daba con los
años. Su vestido real era de vivos colores en tonos azulados hasta los pies. Sus
sandalias mostraban el trabajo de los mejores artesanos de cuero del reino. Era la
favorita de las esposas del rey pero se sabía ya vieja y por eso recomendó ella misma
que se buscara a una virgen en todo el reino para acompañar al rey en sus largas y
frías noches.

- Supongo que Benaía ya sabe también de esta joven –dijo el rey-. No me gusta tener
que oírlo después preguntando quién entra y quién no a mi recámara –añadió.
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- Sí, por supuesto mi Señor –respondió Betsabé-. Él mismo convino en la búsqueda
de ella y recorrió personalmente el reino para asegurarse que le sea de su agrado –
añadió.

- De hecho, la joven se encuentra en la puerta fuera de la habitación –agregó el tercer


visitante, un hombre de avanzada edad-. Yo mismo he querido venir también a ver
al rey ya que he oído que está mejor de su resfriado –añadió el hombre de cabellos
no tan blancuzcos como los del rey.

- ¡Oh Husai, tú también has venido! Acércate para verte lo más que pueda antes de
que mis ojos se apaguen por última vez –dijo el rey extendiendo su mano
alegremente.

El hombre se acercó al rey y éste le hizo señas para que lo hiciera lo más cerca que
pudiera. Luego el rey lo tomó de su mano izquierda y lo acerco aún más hacia él para
poder tocar su rostro. Pudo verlo con cierta dificultad y distinguiendo sus líneas
faciales; además de tocar su barba, la cual no era muy larga esa mañana. Lo que si
reconoció enseguida fueron sus vivos ojos negros que siempre lo hacían suspirar.

- ¡Ahhh Husai!, te pareces…. –comenzaba a exclamar el rey.

- Sí ya lo sé mi rey –interrumpió Husai-. Me parezco tanto a tu amigo de la vida,


Jonatán. Siempre me lo dice usted –dijo Husai mirando a Betsabé, quien también lo
miraba sabiendo lo que diría el rey luego de besarlo.

- Bueno, ¿Qué opinan Abiatar y Husai de la última proposición de los Filisteos?


Parece que ahora sí quieren una paz más duradera. ¡Como que ya entendieron que no
es bueno pelear contra Jehová y su pueblo! –dijo el rey, feliz de poder compartir esa
noticia con sus amigos.

- Así es mi rey, ¡Shalom! ¡Bendito sea Yahweh tu Dios que te permite ver la paz con
los filisteos antes de que te unas a tu Señor! –respondió el sacerdote.

- ¡Por fin Abiatar! Traiga Yahweh paz duradera a su pueblo y a mi hijo que se sentara
en mi trono después de mí. Amen. No deseo para él los mismos años de guerras que
tuve que vivir yo por amor de Jehová y de su pueblo-. Ni a mi peor enemigo –añadió
el rey.

- ¿Y qué opina Joab de esta proposición? –preguntó Husai.

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- Joab no se confía. Me lo hizo saber ayer cuando vino a traerme la carta –continuó
el rey-. Pero ya tenían que buscar esto porque todos los demás pueblos han sido
derribados delante de Israel y solo quedan ellos. Si no quieren ser destruidos por
completo, esto era lo mejor que podían hacer. De cualquier modo, una propuesta de
paz no debe rechazarse nunca a menos que Yahweh disponga lo contrario –concluyó.

El rey hablaba muy pausado y con tono bastante bajo de voz debido a su vejez pero
siempre con una seguridad característica de él. Su voz era gruesa aunque se podía
notar cierta suavidad en ella y precisión en sus palabras. Al fin de cuentas era el
mejor cantor de Israel.

- Bueno, ¿Desea el rey seguir esta conversación con sus amigos o ya quiere que le
traigamos a su nueva sierva para que la conozca? –preguntó Betsabé al notar que el
rey ya comenzaba a desear su desayuno con sus característicos gestos de labios.

- Por mi quédense un rato más amigos, tanto tiempo como deseen –resolvió el
anciano.

- ¡Oh! No se preocupe mi rey. Usted debe tener asuntos que atender y debe aún
desayunar y revisar ese nuevo tratado de paz con los filisteos. Roguemos a Yahweh
que sea sincero de parte de ellos y duradero esta vez. Amén. –dijo Husai.

- Yo opino lo mismo. Lo dejaremos por el día de hoy mi rey. Ya seguiremos esta


conversación en otra ocasión cuando mande usted por nosotros –añadió Abiatar.

- En ese caso, Joel irá por la joven mientras yo ordeno que le preparen de comer mi
rey. Luego iré a mis aposentos. Nuestro hijo Salomón ha querido venir a verme hoy
desde su lugar en Belén –dijo Betsabé.

- ¿Y esta nueva joven de dónde es? ¿Quién es su padre? –preguntó el rey.

- Su nombre es Abisag bar-Josefo mi Señor –respondió Joel-. Viene de una humilde


familia ovejera de Sunem. Su padre falleció hace un par de años. Se llamaba Josefo.
Sólo le queda su madre. Es hija única –añadió.

- ¿Sunem? –preguntó el rey pareciendo sorprendido. ¿No tengo mujeres de allá o sí?
–volvió a preguntar.

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- No mi rey. Hasta donde sé, ella es su primera sierva que viene de allá –respondió
Joel.

- Está bien. Estoy listo para mi desayuno. Los veré después amigos. Yahweh les sea
propicio en todo. Betsabé ven a verme mañana para que me cuentes como te fué con
Salomón. Puedes decirle a esa joven que venga con mi desayuno Joel, por favor.
Gracias –ordenó el anciano.

- ¡Shalom rey David! –se despidió Husai poniendo a andar sus muletas.

- ¡Shalom mi rey! –dijo Abiatar acercándose a la puerta.

- ¡Shalom! No olvides Abiatar decirle a todos los sacerdotes que intercedan por mí
también ante Yahweh y por este acuerdo de paz –dijo el rey.

- Todos los días lo hacemos mi rey –respondió su amigo-.

Todos salieron de la recámara. El rey ya sentado en su cama acomodaba sus


almohadas en su espalda y pensaba en esta nueva joven que le habrían de traer. Lo
menos que deseaba era tener más mujeres. Sabía que tener muchas mujeres no era
bueno después de todo. Recordaba todas las disputas entre sus hijos con dolor y los
resultados de ser hijos de diferentes mujeres. No se sentían muy hermanos aún siendo
los príncipes del reino. Al fin y al cabo, no eran hijos todos de la misma madre. “Si
con dificultad los hijos de una misma madre se aman entre sí” –pensaba-. Sus
hermanos siempre lo trataron con desprecio cuando era joven. Nunca entendió el
odio de sus hermanos hacia él en sus años de pastor en los campos de las afueras de
Belén. Sabía también que sus esposas no se querían mucho precisamente entre sí.
Algunas albergaban más celos que otras sin que ello fuese motivo para el poder
decidir dejar a algunas o no casarse con otras. A veces pensaba que si le hubiesen
puesto a escoger, hubiese querido estar y tener una sola esposa. Pero el destino, o
dicho en otras palabras, Yahweh quiso que fuese el rey; y así tendría que tener
muchas mujeres y engendrar hijos de todas ellas. Era la costumbre esos días en todos
los reinos de la tierra. Pero ahora solamente pensaba en Sunem. Recordaba las flores
y las hermosas colinas de esa tierra donde en ocasiones tuvo que llevar a las ovejas
de su padre a pastar cuando era apenas un muchacho. No podía olvidar los días con
su hermano mayor Eliab detrás de las ovejas buscando los mejores pastos para ellas
de modo que su padre estuviera feliz al verlas regordas cuando volvían a casa. En

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ocasiones tenía que hacerlo solo llevándolas hasta Sunem, a unos cinco kilómetros
de Belén. Y éstos no eran los únicos recuerdos que tenía de esa tierra.

- Toc toc –tocaban a la puerta.

- Sí, adelante –gritó el rey.

La puerta se abrió una vez más esa mañana y entraron Joel y la joven Abisag,
llevando el desayuno del rey: huevos de codorniz, panes sin levadura y un vaso de
jugo de naranja. Su dieta había sido restringida en mucho en los últimos años.
Hicieron la reverencia respectiva y se acercaron al rey, quien les extendía su mano.

- Aquí está su desayuno mi rey. Ella es Abisag bar-Josefo. Su nueva sierva –dijo Joel,
colocando la bandeja en una pequeña mesa dispuesta sobre las piernas del rey y
animando a la joven a acercarse con un gesto de su mano.

Abisag se sentía nerviosa. Sus pensamientos pasaban rápido por su mente. Tenía
motivos. Nunca en su vida había visto al rey tan de cerca y mucho menos había
estado en aposentos tan magníficos en Israel ni Judá. No sabía que decir o responder.
Apenas pudo dar unos pasos más hacia la cama donde el rey levantaba su mirada
para apreciarla mejor debido a su avanzada pérdida de visión.

- Comeré un poco y luego te llamaré a acercarte más hija mía para poder verte mejor.
Puedes esperar ahí sentada. Gracias Joel –dijo el rey tomando el pan y un poco de
crema de leche que le traían siempre también en su desayuno.

- Estaré afuera en mi sitio mi rey –se despidió Joel inclinando su cabeza y


dirigiéndole una mirada de aprobación a Abisag, quien lo siguió con sus ojos hasta
la puerta.

El rey comía placentero. Nunca tenía mal apetito, a menos que se estuviese
disponiendo a pasar días de oración y ayuno delante de Yahweh o que algún asunto
del reino le preocupara demasiado. Su vejez no mermaba su ánimo de vivir a pesar
de todos sus dolores y sufrimientos. Abisag lo veía comer y no podía creerlo. Estar
sentada frente al mismo rey en un sillón grande de pieles y verlo comer como si ya
fuese su esposa era lo más increíble que hubiese imaginado jamás que le sucedería.
La habían entrenado durante dos semanas para estar delante del rey y para atenderlo
en todos sus asuntos y necesidades. Aún así se sentía incapaz de hacerlo bien. Tenía

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miedo. “¿Y si no le agrado al rey” –pensaba-. “¿Y si me echa de delante de su
presencia más pronto de lo que todos esperan?, ¿Qué haré? Sería una deshonra
para mi familia y para mi madre” –seguía pensando-. Se sentía indigna. Y aun así
era la doncella más hermosa del reino según los siervos del rey. “No creo que yo sea
la mujer más hermosa y digna para el rey” –pensaba para sí-. “De seguro no
buscaron bien. “Oh Señor Yahweh, ayúdame te lo ruego. No solo estoy delante del
rey en estos aposentos sino también delante de ti. Tú todo lo ves y tú estás muy cerca
de tu ungido. Sea yo digna de tí mi Señor y digna de estar con el rey y atenderlo
como se merece” –rogó al Señor.

Abisag cerró sus ojos mientras oraba en silencio. Luego al abrirlos creía estar aún
viviendo un sueño o como en un cuento de hadas. Miró hacia arriba y vió lo alto de
la recámara. Los detalles del techo labrados en relieve con motivos de paisajes de la
nación israelita la dejaron sorprendida. Se maravillaba al ver los detalles de una
habitación tan cuidadosamente diseñada para el rey. La habitación real era inmensa,
tan grande como una sala de danza para Yahweh. “Seguramente el rey danzaba aquí
para el Señor cuando era más joven” –pensó-. La habitación tenía tres ventanas
grandes. Una daba al oriente, la otra hacia el norte y la última hacia el sur. La cama
estaba posicionada mirando al oriente. Los motivos en oro de las ventanas con
detalles de olivos silvestres la dejaron perpleja. Sus cortinas eran de lino fino
edomita. La cama real estaba hecha de madera de ciprés del Líbano y era muy grande.
Cabían más de 4 ó 5 personas en ella según su apreciación. Los alabastros de la cama
estaban cubiertos en oro y los dinteles de la puerta también. Una alfombra hecha de
finos materiales con detalles de hojas de olivos cubría todo el piso de la habitación.
La chimenea era grande y estaba ubicada hacia el lado norte de la habitación. Sobre
ella se podía ver la estrella del rey de seis puntas, su escudo real, labrado en relieve
cubierto de oro sobre la pared. Solo había dos grandes pinturas sobre las paredes.
Una al lado de la ventana norte y la otra al lado de la ventana sur. La del lado norte
era un hermoso lienzo de un atardecer mirando hacia el mar que de seguro había sido
pintado para el rey hacía mucho tiempo. La pintura del lado sur era un retrato familiar
del rey con sus primeros hijos estando estos aun pequeños sobre sus piernas y de pie
alrededor y por detrás de él. Se dió cuenta también que las sábanas del rey eran
coloridas y de finas telas, las cuales semejaban a las mantas que se usan para danzar
a Yahweh en las fiestas solemnes de la pascua. Había varios sillones de pieles en
varios sitios de la habitación. De seguro el rey recibía muchas y variadas visitas.

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Recordó que tenía muchos hijos y varias esposas y concubinas. “Solo faltaba yo
también en su harén” –pensó.

Abisag buscó ver la puerta de la sala de baño y la encontró al lado derecho de la


cama. También vió varios estantes hechos de fina madera de cedro hacia el lado sur
de la habitación. Colgando de uno de ellos vió la espada del rey, la gran espada que
había traído salvación a toda la nación. Su gran mango y su longitud llamaron su
atención. Era la espada de Goliat, el gigante.

- Sé lo que estás pensando -le dijo el rey terminando de comer-. Sientes que no
deberías estar aquí –añadió.

Abisag volteó rápidamente hacia el rey y se echó en el piso con su rostro en tierra.

- He aquí la sierva del rey. Perdóneme su majestad, pero su sierva es muy pobre y
solo le ha traído de presente un pastel de uvas pasas junto con este pañuelo bordado
de parte de mi madre –dijo Abisag desde el suelo.

Abisag sacó de su bolsillo derecho un hermoso pañuelo con bordados de flores de


color violeta. Estaba doblado y ajustado con un lazo. En su interior reposaba un viejo
clavel púrpura disecado con apenas algunas pequeñas hojas que aún le quedaban. Al
mismo tiempo extendía sus manos con el pastel de pasas hacia el rey.

- Recíbalos de mi parte y de mi familia como regalo para el rey –le rogó.

- Levántate hija mía –le dijo el rey-. Déjame ver tus presentes y verte a los ojos. Ven
acá. Acércate y ayúdame a quitarme esta mesa y estos platos de encima -continuó.

Abisag se apresuró a levantarse del piso y se acercó al anciano. Puso el pastel y el


pañuelo a un lado sobre la cama, tomó la mesita con la bandeja encima con ambas
manos y las puso en otra mesa que estaba al lado de la cama. Al instante tomó el
pastel y abriéndolo se lo mostró al rey. Mientras hacía todo esto no dejaba de detallar
al rey. Recordó de repente todas las historias de grandes hazañas que se decían del
anciano desde su juventud hasta ese momento. Miraba sus cabellos blancos que
cubrían sus orejas y caían casi hasta sus hombros en lisos rulos. Su barba estaba
recientemente rasurada y tejida en clinejas. Su cara perfilada dejaba ver que en su
juventud había sido hermoso como todos decían, y en sus ojos podía ver esa mirada
inconfundible de todos los ancianos que conocían al Señor Yahweh de cerca. A pesar

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de su avanzada vejez, conservaba cierta fuerza en su hablar y en su mirada. Notó sus
arrugas en su rostro, su cuello y sus brazos. Pudo ver cicatrices en ellos,
“seguramente de todas sus batallas” –pensó-. También observó sus ropas. Una fina
bata sin costura de lino finísimo del Líbano de color blanco lo vestía esa mañana. Se
sentía más nerviosa ahora. De repente se sintió avergonzada al notar que sus manos
temblaban sosteniendo el pastel.

- Sé que te sientes nerviosa. Es normal. Es tu primera vez en este lugar. Justo como
me sentí yo al estar por primera vez ante el rey Saúl en su palacio. Huele bien ese
pastel. Déjame probarlo. Eres muy amable jovencita. Yaweh te bendiga y a tu
familia. No tenían que molestarse –le dijo el anciano tratando de mirarla a los ojos y
extendiendo su mano para tomar el pastel.

El rey introdujo su dedo índice y le dio una probada al pastel. Suspiró. Le gustó. “Un
típico pastel de uvas pasas de la región de Sunem. Tan sabroso como en mis días
con mis ovejas” –pensó-. Luego le regresó el pastel a Abisag y le dijo:

- Gracias hija, pero ya sabrás que mi dieta es bastante estricta estos días. Puedes
ponerlo ahí sobre la mesa y después lo llevas a la cocina. Me matarían mis doctores
si se enteran que me comí todo un pastel de uvas –sonrió agradecido.

- Oh mi rey, gracias por probarlo por lo menos –dijo Abisag colocándolo sobre la
mesa-. Usted comprenderá que no me hubiese gustado presentarme ante usted con
las manos vacías –añadió.

- ¿Lo hiciste tú? –preguntó el anciano.

- Sí mi Señor, anoche mientras me preparaba para estar esta mañana ante usted. ¿Le
ha gustado?

- Sí, por supuesto. Está delicioso. Los pasteles de Sunem son mis favoritos pero de
cualquier modo, ya este viejo no está para muchas batallas. Ahora déjame verte y a
ese pañuelo –dijo el rey extendiendo su mano y haciéndole señas para que se sentara
en un sillón frente a él.

Abisag se sentó a un lado de la cama frente al rey. Su corazón latía con fuerza. Sólo
esperaba serle de agrado. Sólo esperaba ganarse su corazón aunque no estaba muy
segura de poder lograrlo. El rey se irguió aún más para verla mejor a los ojos. Elevó

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su mirada. Extendió su mano derecha y tocó su rostro con la palma de sus dedos.
Pudo ver sus ojos negros y la delicada piel morena brillante de su rostro. Su cabello
era largo, liso y con ondulaciones hasta el final de su contorneada espalda. La habían
peinado durante un buen tiempo esa mañana y la habían perfumado con especias
aromáticas en baños especiales durante los dos días anteriores para tenerla lista para
el rey. La combinación del negro de sus cabellos con su morena y dorada piel la hacía
parecer una sirena de los cuentos de los marineros filisteos. Sus labios eran de un
vivo color rosa. Tenía una linda pero tímida sonrisa dibujada en su rostro mientras la
miraba el rey. Su nariz era perfilada y sus mejillas muy exuberantes. Estaba ataviada
con un vestido hasta los pies de seda moabita muy preciada de color verde con
detalles y bordajes en las mangas, típico y propio de las concubinas del rey. Su
hermosa y alta figura se dejaba ver a pesar de lo holgado del vestido. Sus sandalias
reales de color púrpura eran de fino cuero benjamita. Abisag respiró profundo
mientras el rey tocaba sus manos y se las acercaba a su nariz para olerlas. El anciano
se impresionó de tanta belleza en ella. Sus ojos y su olor le recordaron a alguien que
conoció tiempo atrás. “¿A quién te me pareces, pequeña?” –pensó.

- ¡De verdad eres hermosa hija mía, como la nieve en el invierno en los valles de
Judá! –exclamó el rey-. Toda una digna doncella de Sion. ¿De quien eres hija? –
agregó preguntándole.

Abisag inclinó su rostro delante del rey al oír sus palabras.

- Su sierva es hija de Josefo de Sunem, mi rey, quien ya partió a la presencia de


Yahweh hace dos años. Soy hija única.

- Debes ser más joven que la más joven de mis hijas. ¿Ya las conociste? La mayor
es Tamar, mi bella Tamar. Ya está casada y tiene tres hijos.

- Sólo tengo dieciocho años mi Señor. Y no, aún no conozco sus hijas.

- Pronto será. Ya habrá ocasión –continuó el rey-. Pero dime, ¿Te sientes a gusto acá
o ya extrañas a tu familia?

Abisag no esperaba tantas preguntas. No esperaba que el rey se mostrase tan


interesado en sus súbditos. Esto le pareció muy especial de parte del rey. Denotaba
que de veras le importaban las personas.

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- Sí, por supuesto mi Señor. No hay mejor lugar en todo el reino que los atrios de la
casa del rey. Su majestad es muy generoso al preguntar –añadió sin poder creer que
de veras estuviese sosteniendo una amena conversación con el anciano.

Abisag no sabía qué responder. Pensaba dos veces sus palabras antes de dirigirse al
rey. Siempre creyó que su estadía en el palacio como nueva sierva del monarca sería
tan solo para servirlo y ser su nueva mujer. Había sido entrenada por las siervas
criadas del rey en no hablar con él más de lo necesario y sólo sobre lo que él quisiera
saber. Todos los reyes de ese tiempo tenían hombres castrados que guardaban el
harén de sus amos. No así David e Israel. Las criadas ancianas enseñaban a las
mujeres del rey como debían tratarlo y como debían servirlo en sus necesidades. Le
habían enseñado que no hiciera preguntas al rey a menos que él mismo iniciara una
conversación. Le habían dicho que el rey no se casaría con ella –debido obviamente
a su vejez y su estado de salud; que tan sólo sería una sierva más y quizás, con la
ayuda de Yahweh, una de sus concubinas. Y era eso precisamente lo que más deseaba
y la asustaba al mismo tiempo porque sabía que al morir el rey, quedaría reclusa en
su harén sin poder salir del palacio por el resto de sus días. Debía abandonar todos
sus demás deseos y sueños pues, según las criadas del rey, ya el sueño de toda joven
de Israel se había cumplido para ella. Pero le prometieron que sería de las más
cercanas al rey pues dormiría con él en las noches o cuando él lo dispusiera. Ya eso
era una gran honra para ella y su familia aunque tuviera un gran costo. Ya no vería
más a su madre a menos que ella viniera a visitarla al palacio y sólo cuando el rey lo
consintiera. Su único deseo era poder hallar gracia ante los ojos del rey y serle de
agrado en todo momento; aparte del mismo deseo de poder darle hijos y ser muy
amada de éste a pesar de su vejez, si es que eso fuese posible debido a las muchas
mujeres que el rey tenía.

- Sus siervos me han tratado muy bien, mi Señor. Eso me ayuda a no extrañar tanto
a mi madre. Joel me ha hablado mucho de usted y de sus hábitos y caprichos. Me ha
dicho que es usted muy cordial y considerado con todos sus siervos en su corte. Es
mi placer y honor estar aquí para servirle, mi Señor David.

- ¡Oh!, El honor es mío Abisua. ¿Es ese tu nombre, me dijiste? –vaciló el rey.

- Abisag, mi Señor.

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- Disculpa mi mala memoria, Abisag. Ya tendrás que acostumbrarte a mis malos
chistes y falta de memoria. Ya estoy anciano y no recuerdo mucho a veces. Me
imagino como debes sentirte al tener que estar ahora en este lugar extraño para tí
atendiendo a este viejo que ya no puede valerse por sí mismo –continuó el rey-. Me
imagino que habrá sido duro también haber atendido a tu padre antes de morir.
¿Cómo fue? –preguntó el rey.

- ¡Oh mí Señor! No se disculpe por favor. Yo estaré aquí para usted en todo momento.
Puede confiar en mí que lo haré con toda la alegría para usted y para Yahweh. Soy
yo la bendecida, mi Señor. En cuanto a mi padre, debo decir que se fue bastante
rápido. No sufrió mucho. Solo convaleció de una fiebre durante dos días y ya luego
partió. Tenía casi setenta años. Fue muy doloroso para mí y mi madre que ha
enviudado ahora. Yahweh está con ella ahora que ha quedado sola por haberme
venido a vivir aquí. No está sola me dice siempre –dijo Abisag sonriendo y
recordando a su madre.

- Con todo, tu madre debe sentirse triste –dijo el rey-. Nunca es fácil separarse para
siempre de un hijo, sabes –añadió-. Eso lo sé yo muy bien –añadió tratando de
recostarse un poco sobre su almohada.

Abisag se apresuró a ayudarlo y dispuso la almohada detrás del rey de modo que la
sintiera más cómoda. Luego se sentó en el sillón de pieles que estaba al lado
izquierdo de la cama.

- Me imagino mi Señor que no lo es. Sí, por supuesto mi rey. Todos en el reino
lamentamos sus pérdidas –dijo Abisag viendo al rey fijamente a los ojos esta vez-.
Buscaba quizás ver en sus ojos la expresión de su padre que una vez también le habló
estando en su lecho antes de morir.

- Eres muy joven hija mía. Debes tener muchos amigos y personas que te aman.

- A decir verdad, solo tengo tres primas, su majestad –respondió Abisag-. Pero ya
están casadas y viven en Belén. Son mis mejores amigas. No es muy grande mi
familia, la verdad –añadió.

- Deben extrañarte ya. Me pareces que eres una buena chica. Puedo verlo en tus ojos
y en tu forma de hablar –dijo el rey sonriendo-. Qué bueno que Yaweh te trajo aquí.
Él tiene un propósito contigo aquí.

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- Amén, así lo creo mi rey. Ya quiero escribirles a mi mama y a mis primas. No lo
he hecho desde que llegué. Ya deben estar preguntándose mucho sobre mí, y sobre
usted.

- ¡Oh! ¿Le escribes a tus primas? –preguntó el rey-. Me has hecho recordar de repente
a quien fuera mi mejor amigo cuando tenía tu edad y las cartas que nos escribíamos
–añadió el anciano tosiendo con fuerza.

Abisag se irguió sobre el sillón al oírlo toser y esperó.

- Pero si quieres hablar más de tus primas ya tendremos tiempo –dijo el rey aclarando
su voz-. Ve a escribir a tu madre y a tus primas y regresa a la hora del ocaso, a menos
que te llame antes. Tengo otros asuntos que atender en este momento hija mía. Dile
a Joel que haga llamar a Joab y a Benaia y los traiga hasta acá. No me siento con
fuerzas suficientes para atenderlos en mi salón de visitas. Puedes retirarte –le dijo el
anciano.

- Sí mi Señor –respondió rápidamente la joven.

Abisag se levantó del sillón y tomó la bandeja con los restos del desayuno del rey.
Ya se disponía a marcharse cuando éste la detuvo diciéndole:

- Es hermoso el pañuelo. Gracias. Acércate por favor –le dijo el rey extendiendo su
mano hacia ella.

Abisag se acercó de nuevo al rey apenada de no haberle dado el pañuelo en sus


manos. Los nervios la habían traicionado. Se inclinó sobre la cama. El rey la tomó
por el brazo y acercando sus labios a su frente la besó suavemente diciéndole:

- Yahweh te bendiga.

- Amén –respondió ella con una sonrisa-. ¡Larga vida al rey David! –añadió con una
sincera exclamación desde su interior.

Y acto seguido se irguió y se dirigió a la puerta de lo más contenta. Al cerrarla tras


sí inclinó su rostro, cerró sus ojos y oró:

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“Mi Dios, te bendigo por siempre. Me has ayudado hoy. Da gracia a tu sierva mi
Dios. Bendice a tu ungido y dale salud. Déjame aprender cuanto pueda de él, la
lámpara de Israel. No merezco estar aquí, pero tú me has traído. Cumple tu
propósito en mí. No me dejes avergonzada. Halle el rey gracia en mí y me deje
ser una de sus concubinas conforme a tu voluntad para mí, Señor. Amén”.

Luego se dirigió a la cocina.

Entretanto, el rey observaba el pañuelo con detenimiento. Era viejo pero estaba en
buena condición. Era hecho a mano, cosido en los bordes y tenía bordados con
motivos de flores en las puntas. Era de color violeta claro. Se le hacía familiar o haber
visto uno parecido antes, hace mucho tiempo. “¿Sería posible? –pensó-. Lo dobló
con cuidado y lo guardó en su estant que estaba junto a su cama. Luego se enderezó
y oró a Yahweh:

“Yahweh mi Dios, te bendigo. Da fuerzas a tu siervo hoy y sabiduría para


atender este tratado de paz con estos incircuncisos. Si viene de ti, muéstramelo y
víalo a buen término. Amén. Bendice a esta nueva sierva que traes a mi casa,
Abisag. Amén”.

Luego se recostó a esperar a sus siervos mirando una vez más a su ventana.

Su querida ventana.

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Capítulo 2

corazón de amigo: leal, fiel y cumplidor


“…cuando Yahweh haya cortado uno por uno los enemigos de David de la tierra,
no dejes que el nombre de Jonatán sea quitado de la casa de David. Así hizo
Jonatán pacto con la casa de David, diciendo: Requiéralo Yahweh de la mano de
los enemigos de David. Y Jonatán hizo jurar a David otra vez, porque le amaba,
pues le amaba como a sí mismo”.

1 Samuel 20: 15-17.

El día transcurrió sin mucha novedad en el palacio real. Los siervos del rey hacían
sus labores como de costumbre preparando todo para la venidera asunción del nuevo
rey anunciado por Yahweh. Todos sabían que el Señor Dios de Israel estaba con el
rey y que le permitiría ver a su heredero en su trono, aunque la mayoría ignoraba aún
quien de sus hijos podría ser.

Llegó el ocaso y el rey despedía a sus siervos sentado en su sillón:

- Joab, sólo deseo que esta vez abras tu corazón y confíes en el Señor. Él ha prometido
la paz para Israel. Debes ir y reunirte con el jefe de los filisteos o con el mismo rey
si es necesario. Lleva a los valientes contigo. Los que sean necesarios. Firma ese
acuerdo. Haz la paz para mí y para mi hijo que viene después de mí. El Señor se
acuerde de su pueblo y de cuanta mortandad hemos sufrido junto con los filisteos.
Benaía y los demás valientes cuidaran tu retaguardia. Procura que sea en un sitio
neutral, quizás en la frontera. No pases a su territorio y cuida que ellos tampoco pasen
al nuestro. Hagan fiesta y celebración. Todos regocíjense en Yahweh. Haya fiesta
nacional. Bendiga Yahweh a su pueblo Israel por siempre, amén –terminó orando el
rey.
- Así lo haré, mi Señor –respondió Joab, sobrino del rey y comandante del ejército
de Israel-. No deseo yo otra cosa que ésta, lo que desea tu corazón. ¡Sea propicio
Yahweh, tu Dios, a tu oración rey David! –añadió Joab, luego de haber discutido
toda la tarde con el rey la petición de acuerdo de paz presentada por los filisteos-.

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Luego Joab se inclinó y besó la mano del rey. Acto seguido se irguió y dirigió una
mirada furtiva a Benaía, jefe de la guardia del rey, quien estaba de pie a su lado
derecho y observaba a Joab cuidadosamente en todo momento.
- Anda Benaía, prepara todo para cubrir la retaguardia de Joab y los valientes. Gracias
por venir. Yahweh te bendiga –dijo el rey.
- ¡Oh mi rey! No debe agradecerme. Es mi trabajo y mi deber –respondió Benaía,
hombre de gran altura y físico excepcional, jefe de la guardia del rey-. Luego se
inclinó, besó la mano del rey y se retiró.

El anciano intentó erguirse con bastante esfuerzo para ir hasta su cama al otro lado
de la habitación, justo en el instante en que se abrió la puerta nuevamente.

- Mi Señor, ¿Necesita algo? Déjeme ayudarlo –dijo Joel, quien entraba a la habitación
y tomaba al rey por debajo de su brazo sirviéndole de apoyo para caminar hasta su
cama-.
- Gracias Joel –dijo el rey dejándose guiar-. Al lograr sentarse en la cama suspiró y
riéndose, dijo:

- No sabía que estaba tan viejo así.

El esfuerzo de caminar le costaba cada vez más al rey. Eso se aunaba a sus constantes
gripes y ataques de tos. Él sabía que más pronto que tarde partiría con el Señor.

- ¿Desea ya tomar su baño mi Señor? –preguntó Joel-. ¿Le hago llamar a su nueva
sierva Abisag? -agregó.
- Bueno Joel, sí deseo tomar mi baño, pero tú sabes, me da pena que mis siervas me
ayuden a hacerlo. No sé de veras qué decir. Necesito que alguien me ayude –
respondió el rey.
- Mi rey, sus siervas se complacen en hacerlo para usted. No hay mayor honra para
ellas y todos nosotros que servir al ungido del Señor –replicó Joel-. Si usted
consiente, se la llamaré –añadió.
- Bueno, supongo que no podré resistirme para siempre. Así fue también con la
anterior, ¿Cómo se llamaba? –preguntó riéndose el anciano a causa de sus dolores.
- Malqui mi Señor. Se llamaba Malqui. Pero ya estaba bastante anciana para estar
con usted con todas sus fuerzas mi Señor, usted bien lo sabe –respondió Joel.

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- Bueno sí, es cierto Joel. Malqui fue muy buena conmigo, pero ¡A veces me daba la
impresión de que era más vieja que yo! –continuaba riéndose el rey, quien parecía
estar de buen humor-. Sencillamente estaba feliz. El nuevo tratado de paz con los
filisteos le daba esperanza y un gozo increíble de parte de Dios. Eran las seis de la
tarde y el rey siempre acostumbraba tomar su baño a esa hora antes de descansar.
- Bueno, ya se la llamo. Acomódese aquí y espérela paciente mi rey –dijo Joel
tomando los platos que dejaron los visitantes y retirándose con rapidez.

El rey sentía mucha vergüenza cada vez que tenía que venir alguien a ayudarlo a
tomar su baño. Preferiría él hacerlo solo pero su avanzada vejez se lo impedía. Tenía
alguien que ayudarlo a desnudarse y caminar hasta la sala de baño para acomodarlo
en la tina, a la vez que prestar atención mientras él se pasaba sus manos por su cuerpo
y se limpiaba con sus toallas. No le gustaba mucho que lo limpiaran aunque su falta
de fuerzas ya casi se lo impedirían completamente.

Estaba el rey pensando en todo eso otra vez cuando se abrió la puerta.

- Salve mi Señor el rey –era el saludo de Abisag inclinándose al entrar.


- Entra hija mía –respondió el rey extendiendo su mano.

Abisag se apresuró a acercarse a la cama y se detuvo frente al rey, quien ya estaba


listo para su baño. La joven se dió cuenta que al rey le incomodaba de cierto modo
que lo ayudasen a bañarse porque no estaba del todo apresto para dejarse ayudar a
levantarse.

- Preferiría no tener que pedirte que me ayudes a bañarme hija mía –le dijo el rey.
- Lo sé mi Señor, pero pierda cuidado; para mí es un placer hacerlo para usted –le
respondió Abisag, quien le extendía sus brazos para ayudarlo a levantarse-. No son
más que tres pasos al baño y listo –añadió sonriente, mostrándole confianza al
anciano.
- Está bien, vamos –dijo el rey levantando sus brazos y poniéndolos alrededor del
cuello de Abisag.
El rey se dió cuenta de que después de todo, le daba menos vergüenza tener que
dejarse ayudar por una joven que por una anciana. Además, Abisag se mostraba
sonriente y llena de gracia en todo momento, a lo cual el rey no podía resistirse. Sabía
de algún modo que Abisag nunca se negaría en nada para ayudarlo y que nunca le

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haría mala cara o gestos de desprecio. Esto le dió confianza y hasta se sintió muy
agradecido por ello.
- Gracias hija mía. Eres como un ángel del Señor –seguía diciendo el rey, algo
nervioso aún, apoyado en los brazos de Abisag estando de frente a la tina.
- ¿Desea que lo ayude a desvestirse mi Señor? –preguntó Abisag.
- Si eres tan amable, por favor –respondió el rey.

Abisag entonces extendió sus manos y tomó la bata de rey desde abajo. Le hizo señas
con los ojos para que levantara sus brazos, lo cual el anciano captó rápidamente.
Luego con suavidad pero con presteza, la alzó cuidadosamente por todo el cuerpo
del rey y, en menos de lo que toma un pestañeo, ya estaba desvestido. Sólo lo cubría
un sencillo interior hecho de algodón que cubría sus partes íntimas. El anciano
apenado veía hacia abajo, hacia su cuerpo. Le daba pena que la joven viera su cuerpo
arrugado, lleno de cicatrices. Su piel era bastante clara y llena de pecas en los brazos
y la espalda. Sus vellos eran rubios. Su piel le colgaba de las tetillas y por debajo de
sus brazos, y su barriga bastante abultada también mostraba el efecto de la gravedad.
Sus arrugas eran pronunciadas en su rostro, el cual mostraba el trabajo de muchas
lágrimas y sufrimientos en la vida. Intentó cubrirse su pecho con sus manos pero la
joven extendió su mano derecha y lo tomó por el brazo mientras tocaba su barbilla
con la otra, para luego alzar su rostro diciendo con su hermosa sonrisa:

- Mi Señor es hermoso.

El rey no pudo responder. Vió los ojos negros de Abisag y no pudo contener que sus
propios ojos se aguasen de repente. Las palabras de la joven causaron en él un extraño
sentimiento de quietud. De pronto se dió cuenta que ninguna de sus esposas o
concubinas había estado nunca con él en su sala de baño. Era la primera vez que una
de sus siervas o concubinas había entrado con él en su sala de baño o que alguna de
ellas intentaba desnudarlo para bañarse. Todas debían seguir el protocolo para estar
con el rey a menos que el mismo lo rompiese: estar en la intimidad con el sólo en los
espacios de su habitación. De algún modo esto era especial para él. Sonrió también.

Luego Abisag le hizo señas con sus ojos otra vez para que alzase un poco sus pies y
entrara en la tina. El rey lo hizo con cuidado pero con presteza, sentándose en la tina
que ya estaba preparada con agua tibia, como a él le gustaba. Abisag se sentó en una
silla de cuero que estaba en la sala de baño, al lado de la tina; estando siempre
26
pendiente de ayudar al rey. No quitaba sus ojos de él ni él de ella mientras él mismo
pasaba sus manos por su cuerpo con un pedazo de tela que le servía para limpiarse.
Él la observaba y pensaba: “Yo ya soy anciano y pesado. Ella es joven, llena de vida
y ligera como una pluma. Yo ya no puedo servirme por mí mismo. Ella está aquí
dispuesta a hacerlo por mí sin problemas. Yo ya no muestro ninguna belleza ni
fuerza en mí. Ella es como una sirena del mar, infinita en belleza y fuerza. Yo ya no
lucharé más en la vida ni pelearé las batallas del alma. Ella apenas empieza a soñar
y a desear en su vida, así como a pelear las batallas de su corazón. Yo ya no puedo
dar hijos por mi avanzada edad y falta de interés. Ella seguramente quiere tener
muchos hijos conmigo y ser una madre muy feliz. Yo ya casi parto a la presencia del
Señor y lo deseo más que nada en la vida. Ella apenas puede pensar que algún día
también haya de partir de este mundo al más allá. Yo soy un simple hombre en este
momento. Ella es la más hermosa de las hijas de Israel”.

De repente la toalla con que se limpiaba se le cayó en el agua dentro de la tina, ante
lo cual Abisag se levantó rápidamente para tomarla. El rey la vió a los ojos y ella le
devolvió la mirada. Luego tomando la toalla, Abisag extendió su mano y comenzó a
pasarla por el pecho del anciano, el cual prestando cierta resistencia al principio,
terminó luego dejándose limpiar todo el cuerpo y sus piernas por Abisag. Ninguno
pronunció palabra alguna mientras Abisag lo hacía. Mojaba la toalla una y otra vez
en el agua enjabonada y la pasaba por sus brazos, su rostro, su barba y su espalda. El
anciano se relajó y entendió que Abisag no se movería de su lado mientras él se
bañaba. De pronto se sintió nuevamente como un joven, lleno de fuerza y vigor como
en sus días de juventud. Esto también era primera vez que lo sentía en mucho tiempo
desde que sus fuerzas comenzaron a faltarle como resultado de sus años. Estaba
contento. Supo enseguida que no volvería a tener problemas ni sentir vergüenza para
dejarse ayudar por Abisag en sus horas de baño ni para ninguna otra necesidad.
Estaba agradecido con el Señor por la vida de su doncella.

A su vez, Abisag se sentía un poco nerviosa. Miraba al rey con ternura. Sus arrugas
y su cuerpo desgastado le recordaban a su padre antes de morir. En momentos le
dirigía la mirada al anciano como diciendo: “Tan sólo disfrute del baño mi Señor”.
En otros, veía su cabello y su cuerpo y pasaba su mano con la toalla por todas sus
cicatrices. Se detenía en cada una de ellas y las limpiaba con cuidado y suavemente.
Luego mojaba su cabello y su barba y las remojaba en el agua enjabonada. El rey
cerraba los ojos placentero. Pensaba: “Él ya está pronto a estar con el Señor. Yo me
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quedare aquí sola en su harén con todas sus mujeres. Él ha peleado todas las
batallas de Israel. Yo apenas estoy comenzando a conocer la vida y las cosas que de
verdad importan. Él de seguro ha vivido muchas cosas y tenido muchas aventuras
en su vida como soldado y como rey. Yo nunca seré su esposa y quizás nunca tenga
hijos de él. Él es muy valiente y decidido en todas sus batallas. Yo soy tímida y
pequeña. Él es muy sabio y lleno de experiencia. Yo apenas soy una niña sin mucho
que contar. Él es la lámpara de Israel. Yo soy solo una simple sierva en su casa”.
Pensando y viéndose ambos pasaba el tiempo y el anciano ya terminaba su baño.
Abisag lo ayudó a levantarse y secarse con cuidado. El anciano no dejaba de verla
agradecido. Luego lo ayudó a salir de la tina y vestirse. Entonces el rey exclamó:

- Nunca había disfrutado tanto de un baño en mis aposentos. Gracias, hija mía.

- Oh, no me agradezca mi Señor. Es un placer para mí servirle en todo – respondió


Abisag apurándose a salir del baño para tender la cama y terminar de vestirlo.

Luego de estar ya vestido y sentado sobre su cama, Abisag dio por la cena del rey:
uvas con crema de leche y pan sin levadura. Se la sirvió sobre su mesita de noche y
se sentó en su sillón de costumbre frente a la cama. Le gustaba tanto ver al rey
comiendo. El anciano saboreaba su cena lentamente pero con gran apetito. No
tardaba mucho en terminar su cena. Era ya la hora segunda de la noche y se acercaba
la hora de descansar. Abisag se levantó y tomó la bandeja con los platos. Luego
preguntó:

- ¿Se le sirve otra cosa mi Señor?


- No gracias. Estoy bien.
- Entonces ya regreso. Llevaré esto a la cocina y vendré a ayudarlo a prepararse para
su descanso. Veo que tiene frío.
- Sólo un poco –respondió el rey temblando.

Abisag se dirigió a la chimenea al otro lado de la habitación y agregó unos cuantos


maderos al fuego. Acomodó otros que ya se deshacían y juntó otros varios en la pila
que comenzaba a arder más. El frío del invierno en Israel era sobrecogedor pero el
palacio real estaba construido de gruesas paredes de piedra que lo hacían sentir más
caliente que cualquier otro lugar en la nación. La nieve se amontonaba alrededor del
palacio y sobre el tejado, y sólo al final del invierno descansaban los siervos del rey

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de tener que removerla todos los días de todas partes para poder calentarse un poco
más. Aún así los espasmos del rey iban en aumento conforme envejecía más.

Al regresar de la cocina, Abisag se dió cuenta que el anciano seguía temblando aún
cuando ya estaba arropado en su cama. La joven caminó hacia un costado de la cama
y se detuvo frente al rey. Este se quedó mirándola todavía temblando y sin decir nada.
Entonces Abisag dijo:

- Mi señor, déjeme entrar a su regazo y calentarlo acostada junto a usted.

- ¿De verdad quieres hacerlo?


- Sí. Sé que si tan solo lo arropo no se calentará lo suficiente comparado a abrazarlo
con mis brazos y piernas.
- ¿Te quedarás dormida junto a mí? Hija mía, yo ya soy viejo. Ha llegado mi tiempo
en que creo que ya no puedo dar placer a mis mujeres ni engendrarles hijos.
- ¡Oh mi rey! Deje que el Señor decida siempre sobre si querer darle más hijos o no.
Usted bien recuerda a nuestro padre Abraham. El no decidió cuando tener hijos sino
el Señor.
- ¡Oh jovencita! Veo que eres sabia e insistente. El Señor bendiga tu confianza en él.
Haz lo que quieras –terminó diciendo el rey.

Abisag entonces se dispuso a desvestirse frente al rey. Lo hizo despacio y algo


temblorosa. Estaba nerviosa, pero había sido entrenada para ello. Sabía que sería su
primera noche con el rey y que debía complacerlo en todo lo que quisiera. Estaba
ataviada con un vestido de flores de muchos colores y llevaba su larga cabellera negra
y ondulada suelta hasta la cintura. También se quitó su ropa interior de tela de
algodón y quedó desnuda frente a él. Sus senos eran hermosos y firmes, bien
delineados. Su cintura y sus posaderas muy bien contorneadas. Pero lo más hermoso
en ella eran su rostro y sus ojos, así como su largo pelo ondulado de intenso color
negro que hacia un contraste sin igual con su hermosa piel morena clara. De pronto
sintió vergüenza y pensó por un segundo taparse sus senos y sus genitales, pero había
sido entrenada para no hacer eso frente al rey, de modo que la idea fue tan solo
efímera. El anciano se quedó perplejo al contemplar su hermosura. Sabía que no
podría corresponder sus caricias ni encantos pero por lo menos tuvo placer al verla
frente a él. Entonces exclamó:

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- Sé que eres una doncella de Yahweh y hoy de seguro es tu primera vez desnuda
frente a un hombre.
- Sí mi Señor.
- No tengas temor –dijo el rey temblando-. Yo te cuidaré y te daré todo lo que
necesites en mi casa. Gracias por dejar tu parentela y tu casa para venir a la mía -
agregó.

Con un suspiro en su interior, Abisag se apresuró a entrar en la cama del rey. Levantó
las dos gruesas mantas y se acostó a su lado izquierdo a la vez que volvía a arroparse
con él. Lo abrazó con sus brazos ya sin temor. El rey llevaba puesta su bata de dormir
sin ropa interior, de fina tela de algodón que lo cubría hasta los pies. También llevaba
calcetines que cubrían sus pies y piernas hasta la mitad de sus canillas. El anciano
tan solo sentía los movimientos de ella. Deseaba poder dejar de temblar tanto. Luego
de sentir el abrazo de la joven, él también puso su brazo sobre el de ella. Se miraron
por unos segundos a la tenue luz de una vela encendida al lado derecho de la cama y
luego Abisag exclamó:

- No creí que el rey David fuese tan sexy como decían.

El anciano se echó a reír con voz seca y tosiendo. No esperaba ese comentario.
Abisag se sonrojó de repente. Luego el anciano, recuperándose de la tos, respondió:

- Bueno, ya no lo soy tanto como has visto hoy.

La joven sonrió. Sintió que su vergüenza y su temor iban desapareciendo poco a


poco. Arrecostó su cabeza en el pecho del anciano, quien comenzaba a calentarse y
dejar de temblar con el paso de los minutos. Éste a su vez inclinó su cabeza hacia la
joven en señal de protección y aprobación. Abisag lo entendió rápidamente y
agradeció tanto a Yahweh en ese momento desde su corazón. Entonces el anciano,
quien aún no sentía mucho sueño le preguntó:

- ¿Le escribiste a tus primas y a tu madre?


- Sí lo hice. Me respondieron y dicen que esperan muchas cartas más.
- ¿Cada cuánto tiempo planeas escribirles?
- Una vez al mes, pienso.
- Yo lo hacía cada dos semanas.
- ¿A su familia?
- No realmente. A mi mejor amigo, mi querido Jonatán, hijo de mi Señor Saúl.
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- ¡Oh! Sí, me imagino. Todo el mundo dice que usted lo lloró por varios años.
- Sí. Así fue. Aún recuerdo sus cartas contándome todos los pormenores en el palacio
de su padre durante los años de mi huida. Muchas cartas. Muchas lágrimas. También
recuerdo algunas que le envié yo.
- Me encantaría oír más mi señor si no tiene usted mucho sueño ya.
- Oh, bueno. No hablo mucho de mis años de juventud o de mi pasado con mucha
gente.
- Yo quisiera oír todas sus historias mi Señor. Usted no se imagina todo lo que siento
en este momento al estar con usted aquí. Tantas historias que se dicen de usted.
Tantas experiencias que usted ha vivido. De seguro me encantará mucho oír todo lo
que usted desee recordar, aunque sea para dormirnos ambos en medio de este frío
invernal.

El anciano volvió a sonreír. Sintió de repente que volvía a abrazar a Tamar, su hija
mayor que había sido violada hacía muchos atrás por Amnón, el mayor de sus hijos
varones. Sintió que volvía a conversar con su hija y que volvía a contarle sus historias
de aventuras en las batallas de Israel. Esto le hizo sentir que esta nueva joven que le
habían traído no era tan lejana o extraña a él después de todo. La sintió como su hija.
Aunque apenas podía reconocer la mayoría de los olores, pudo percibir el delicioso
olor de sus cabellos y de su piel, del cual no supo distinguir si le recordaba al olor de
su hija o al de otra persona de su juventud. Entonces, con un suspiro y sintiéndose ya
más tranquilo de sus espasmos y más cálido, dijo:

- Era mas que un hermano para mí, aún más especial. Era mi mejor amigo.

Luego, después de una pausa, agregó:

- No debes nunca abandonar ni traicionar a tus amigos, Abisag. No es bueno. Yahweh


lo ve y lo desprecia. Él nunca lo hizo con su amigo Abraham. Y ya ves, de él venimos
todos nosotros, como tú misma lo has dicho.

Con estas palabras, David comenzaba a recordar. Y Abisag a volar despierta.

31
Querido David,

Hasta ahora no debes preocuparte. Espero que te encuentres bien. La paz de


Yahweh sea con tu alma. Mi padre ha regresado de su última campaña contra los
filisteos y no oye aún dónde te encuentras. Yo he hecho preparativos para
enviarte raciones y los planes por escrito de mi padre en los próximos días de
modo que sepas todos sus pasos. Debes seguir escondiéndote. Pero te recuerdo, el
próximo rey de Israel no estará toda la vida de cueva en cueva. Así que no
desmayes mi hermano. Yahweh está contigo. Cobra ánimo y alienta a tus
hombres. No hay nada que mi padre haga que yo no lo sepa. Y si yo lo sé, tú lo
sabrás también. Aliéntese tu corazón en mis palabras. Ya no envíes tu próxima
carta con el mismo joven con que enviaste la última. Cámbialo. Y dile que la deje
en la posada del curtidor de la calle La Pedregosa. Mi padre nunca daría con ese
lugar. Yo bien lo sé, Yahweh te traerá a este palacio y serás el rey y yo después de
ti si es su voluntad. Y harás paz y misericordia con mi descendencia como me lo
has prometido. Sé que no lo olvidarás. Sigue tu escape hasta el tiempo en que
Yahweh se acuerde de dio.

Pronto será.

Te quiere y te extraña,

Tu hermano,

Jonatán.

-¡Oh, mi querido Jonatán! ¡Gracias por tu carta! Confortas mi corazón –exclamó el


fugitivo apretándola contra su pecho.

David, el soldado proscrito por el rey Saúl y sus hombres se encontraban en el fondo
de una de las cuevas de Adulam, cerca del valle de Refaim, en las praderas de Israel.
Habían estado huyendo del rey Saúl durante dos meses y su alma se angustiaba al no
saber nada de su amado Jonatán y de las noticias del palacio. De pronto y sin aviso,
recibe esa primera carta causando en él una felicidad sin descripción. Sus hombres
se acercaron y le preguntaron:
32
- Señor, ¿Qué noticias hay?
- Bueno, Yahweh nos da más tiempo para seguir huyendo por ahora. Debemos
apresurarnos y llegar a al otro lado del valle lo más pronto posible. Saúl no sabe que
estamos aquí pero seguro no tarda en enterarse. Vamos, andando amigos. Debo
responderle a Jonatán antes de seguir –les respondió.
- Señor, ¿No cree usted que es imprudente que tenga correspondencia con el hijo de
Saul? –se atrevió a preguntarle Joiada, su escudero.
- ¿Cómo te atreves a decirme eso Joiada? –le respondió Davi muy molesto-. ¡Oídme
bien todos! –prosiguió alzando la voz dentro de la cueva: Ninguno osará de ahora en
adelante cuestionar mi amistad con Jonatán, el hijo de mi señor el rey y príncipe de
Israel. Ninguno de ustedes lo conoce. Yo lo conozco. Yo sé quién es. Daría mi vida
por él mil veces para que reine él después de su padre y no yo a quien ha ungido
Yahweh. Aparte, yo le he jurado que ninguno de ustedes alzará su mano contra él y
que sus hijos por todas las generaciones serán mis hijos, como él me ha jurado a mí
hacerlo conmigo también. Si alguno desea ser amigo de David, será amigo de Jonatán
para siempre. Cuestionar mi amistad con él es cuestionar también la comida que
comen todos ustedes. No olviden que una parte de nuestras provisiones también
vienen del palacio por mano de él –concluyó.

Luego se dirigió a su tienda dentro de la cueva y tomó un pedazo de pergamino, y


con algo de tinta en su pluma, escribió:

Querido Jonatán,

No sabes cuanta alegría y esperanza me causan tus palabras. Te agradezco


mucho y todos mis hombres también todo lo que haces por nosotros. El
Señor recompense tu sacrificio con mucha vida y salud. Mi hermano
querido, mi alma se conmueve ahora y no puedo evitar llorar al escribirte.
Eres como un ángel de Yahweh para mi vida. He cobrado ánimo y
esperanza en el Señor. No te preocupes por mí. Estoy bien. Yahweh me
sostiene. En ocasiones tan sólo tomo mi arpa y comienzo a cantarle al Señor
y en seguida, sus fuerzas y su presencia vienen sobre mí. Ojalá un día no
muy lejano pueda ver tu rostro otra vez y abrazarte como ese día que nos

33
tocó decirnos adiós para no saber ya si nos veremos más. Tu amistad para
mi es tan especial, hermano. Te deseo mucha vida y salud. Quiera Yahweh
que algún día volvamos a pelear las batallas del Señor juntos y recoger el
botín para alegría de todo nuestro pueblo conforme a su voluntad. Y
reafirmo mi juramento hacia ti: Tus hijos serán mis hijos y tu descendencia
como si fuera mía. Yo cuidaré de ellos y tú cuidaras de los míos. Estás
siempre en todas mis oraciones. Así como me dijiste, así te envió esta carta.
Espero muchas más de ti. Seguro sabes siempre cómo encontrarme. Cuídate
siempre. ¡Yahweh Shalom sobre ti y los tuyos! Amén.

Tu hermano,

David.

Luego llamó al nuevo joven a quien enviaría. Enrolló la carta, la selló y se la dio con
la encomienda de que no regresara a él y de que sólo se la diera al curtidor. Mientras
el joven se alejaba de ellos saliendo de la cueva, David lo seguía con su mirada y dos
lágrimas rodaron por sus mejillas.

Los días pasaban y David se inquietaba cada vez más. La próxima campaña contra
Israel se acercaba y los filisteos se preparaban mejor que la última vez. David y sus
hombres, quienes aún huían de Saúl y se hacían pasar por fieles al rey Aquis filisteo,
le habían prometido al rey pagano que lucharían a su lado en la nueva guerra contra
los israelitas. Esto agradó a Aquis, quien mandó a decirlo a todos los demás príncipes
y reyes filisteos. Los príncipes no estuvieron de acuerdo y le dijeron a Aquis que
despidiera a David y a sus hombres. Con desgano, Aquis vino a David y le dijo:

- Los filisteos no te desean en la batalla contra Israel en Jezreel. Vuélvete, tú y tus


hombres y los dioses los lleven con bien.
- No mi señor, sino que yo y mis hombres iremos contigo a pelear –le respondió
David.

34
- David, yo sé que tú eres como un ángel de tu Dios para mí desde que te me uniste
y dejaste a Saúl. No consigo falla en ti, pero los filisteos no te dejaran venir a la
batalla. Anda, marchad. No vendrás a la batalla.
- Está bien mi Señor. Yahweh esté contigo y con los filisteos en la batalla. Yo me
regresaré a Siclag con mis hombres –resolvió David finalmente.

Esto lo decía David tan solamente adulando a su nuevo señor filisteo mientras podía
huir de Saúl. Hacía un año y cuatro meses que se había pasado a los filisteos porque
creía que algún día Saúl finalmente lo atraparía sin poder esconderse. Sin embargo,
David solo pensaba en que Jonatán no le había vuelto a escribir noticias del reino y
del palacio desde hacía un mes. Su correspondencia con Jonatán había disminuido
considerablemente debido a las constantes batallas de Israel y al aumento de espías
del rey sobre su hijo. Sin embargo, al cabo de una semana, mientras David se
encontraba en el torrente de Besor aguardando para pelear contra los amalecitas que
habían venido contra Siclag y la habían saqueado mientras todos iban a la guerra
contra Israel, le llegó una carta del hijo de Saúl. El joven que se la entregó en sus
manos le dijo:

- Saludos de parte de mi señor Jonatán. He aquí él le envía esta última carta.

Al escuchar David esas palabras, su espíritu se turbó inmediatamente y le faltaron


las fuerzas para abrirla. Se quedó mirando al joven y le preguntó:

- ¿Cómo está tu señor? ¿Y el señor Saúl?


- Ambos están en el frente de la batalla que se librará mañana o en dos días contra
los filisteos en Jezreel. El rey Saúl no está bien. Teme perder su vida en la batalla. El
señor Jonatán ha dicho que no se moverá de su lado. Y me ha dicho personalmente
que le entregue esa carta en sus manos. Me la dio 35ollozando.

David entonces se compungió en su corazón. Presentía que su gran amigo estaba en


angustia del alma por su vida y la de sus hombres. Abrió la carta con desgano y
orando a Yahweh y temblando, leyó:

35
Querido David,

Mucho me temo que no volveré a escribirte. Nos han cercado. Mi padre no


está muy bien de la cabeza. Ha consultado a una adivina y le ha bajado al profeta
Samuel. Le ha dicho que hemos de perecer en la batalla. Mi hermano, ojalá
pudiera ver tus ojos por última vez. Yahweh me da paz a pesar de la situación. Sé
que es hora de purgar las culpas de mi padre. No lo dejaré solo en la batalla.
Haga Yahweh lo que bien le parezca. Mañana marcharemos contra los filisteos y
posiblemente la batalla se extienda por varios días. Su número es incontable. He
oído que no viniste a la guerra con ellos y que te despidieron. Menos mal. De
seguro te les hubieses rebelado. Donde sea que estés en este momento recibe mi
abrazo y mi bendición. Yahweh esté contigo mi hermano. No te veré ya más. Estoy
triste. Hubiera deseado recibirte algún día en el palacio y presentarte a todos
como el nuevo gran rey de Israel. Yahweh lo ha querido de otra manera.
Esfuércese tu mano y tu corazón. No te rindas nunca. Todos los enemigos del
Señor perecerán y tú traerás la paz a Israel de una vez por todas. Júrame por
Yahweh que no te rendirás nunca. Debes hacerlo. Eres el escogido de Dios para
hacerlo. Al final sólo habrá paz y bendición para su pueblo. Amén. Adiós
hermano. Nos veremos pronto. No te molestes en responderme. Ya no estaré aquí
para leerla.

P.S.

Mi padre me ha dicho anoche que hubiera deseado que tú estuvieras hoy para
pelear juntos esta batalla contra los filisteos.

Le he dicho que tú también lo hubieras deseado.

Tu hermano,

Jonatán.

Al terminar de leer, David no hacía más que llorar como un niño sentado sobre una
piedra a la orilla del arroyo. Se había apartado de sus hombres mientras la leía. Sabía
que sus lágrimas rodarían en abundancia y no quería que sus hombres lo vieran así.
36
Habían sido más de veinte cartas que se habían escrito. Esta sería la última. Su alma
y su espíritu estaban en angustia. De pronto sintió la necesidad de decirle a sus
hombres que se volvieran de perseguir a los amalecitas y que cambiaran de dirección
para ir a la batalla contra los filisteos en Jezreel. Por más que lo pensaba, sabía que
no podrían hacerlo. El campo de Jezreel se encontraba a más de cinco días de camino
hacia el norte y no les daría tiempo de llegar. No quería que esta fuera la última carta
de su amigo Jonatán. Pero sabía que no podía hacer nada. Se levantó, y aún
sollozando oró a Yahweh:

Mi Dios, tú eres el Señor de Israel. Ten misericordia de tu hijo Saúl y de tu siervo


Jonatán. Te lo pido mi Dios, por lo que más quieras. Hágase tu voluntad en esa
batalla. Libra a Israel de sus enemigos. ¡Viva Jonatán para ver tu salvación y tu
paz para con tu pueblo! No pague él por su padre. Hágase tu voluntad. Amén.

Luego regresó a sus hombres y les dijo:

- Oremos todos hoy al Señor. Él es muy misericordioso. Mañana alcanzaremos a los


amalecitas y rescataremos al pueblo. No dejaremos ni uno vivo. Es la voluntad de
Yahweh. Tomaremos el botín y regresaremos con él a este torrente y lo repartiremos
entre todos, los que vayan y los que no vayan conmigo también. Oren también por
Saúl y Jonatán. La batalla está muy difícil. Los filisteos son muchos y los han
rodeado, y Yahweh ha dicho que el hará como quiera en esa batalla. Séanos propicio
nuestro Dios. Amén.

La batalla contra los filisteos fue recia. Mientras más avanzaban los israelitas, los
filisteos los rodeaban por todos lados. Al final tuvieron que escapar y huir de ellos,
incluyendo el rey Saúl, sus tres hijos y la guardia real. No obstante, los flecheros

37
alcanzaron a Saúl y a sus hijos, para luego masacrarlos en el Monte Gilboa. Luego
los degollaron y enviaron sus cabezas y sus cuerpos a sus templos en las ciudades de
Filistea; ahí los colgaron en el muro de Bet-Sán. Pocos días después vinieron
hombres desde Jabes de Galaad y los descolgaron, para luego llevárselos de vuelta a
Jabes y enterrarlos allá.

La noticia llegó el mismo día a David por medio de un joven que corrió toda la tierra
hasta su campamento en el sur. Luego de indagar del joven los pormenores de la
batalla, lo hizo pagar con su vida por haber relatado que había matado al rey Saúl
con su propia espada, el cual se lo había pedido al verse rodeado de sus enemigos.
Así era de valiosa la vida de Saúl ante los ojos de David. El ungido de Yahweh no
debía ser muerto por un temerario en busca de recompensa. Sin embargo, lo más
doloroso para él fue oír de la muerte de su amigo, Jonatán. Lo endechó con muchas
canciones que nunca se escribieron, entre ellas ésta:

Jonatán, Jonatán, mi querido. Ojalá no hubieses muerto hoy. Ojalá hubieses


vivido muchos años más, hermano mío. Hubiésemos recorrido toda la tierra
juntos, conquistado todos los reinos y traído la paz a Israel. Yo sé que contigo lo
hubiésemos hecho. Ojalá hubieses reinado después de tu padre. Pero Yahweh es
muy bueno y ha tenido a bien el llevarte a casa. Gracias por todo tu amor con que
me recogiste. Siempre te recordaré, siempre te recordaré. Tu amistad y cariño me
eran más dulce que el de todas las mujeres. Ahora ya estas con el Señor mi
hermano. Pronto nos veremos allá. Un día no muy lejano. Gloria a Yahweh.

¡Salva a tu pueblo Señor!

Pasaron los meses y los años, y Yahweh había vuelto el reino a David desde Dan
hasta Beerseba; todo Israel vino a él en Hebrón para hacerlo rey. Luego subió David
a Jerusalén y la tomó de los Jebuseos, haciéndola su ciudad real. Al verse establecido
como rey de su pueblo y no olvidando nunca la promesa que le hizo a su amigo

38
Jonatán, mandó a buscar a cualquier familiar de éste por todo el reino para que
viniese y habitase en el palacio real y comiese de la mesa del rey. El nunca olvidaría
todo lo que hizo su amigo por él mientras el huía por su vida. Estaba decidido a
bendecir la casa sobreviviente de su amigo aún después de muerto. Hallaron y le
trajeron el último de los hijos de Jonatán que quedó vivo después de la guerra contra
la casa de Saul: Mefi-Boset, quien era lisiado de los pies. David lo recibió en las
puertas del palacio.

- ¿Eres tu Mefi-Boset? –le preguntó el rey.


- Sí mi Señor –respondió el joven postrándose ante el rey-. Para ser uno más de los
siervos del rey he venido -agregó.
- No, sino que tú comerás a mi mesa y serás como uno más de mis hijos. ¿Eres el
único que queda de tu familia y de la descendencia de mi amigo Jonatán, tu padre?
- Sí mi Señor. Solo yo he quedado.
- Bien, yo he determinado que tú poseas todas las tierras que eran de Saúl y de tu
padre Jonatán, mi amigo. Entra, esta es tu casa y estos tus hermanos, mis hijos. De
ahora en adelante tú serás contado como hijo del rey. Tu padre salvó mi vida y yo
bendeciré la tuya, con la ayuda de Yahweh. Una promesa nunca debe olvidarse. Y
yo soy un hombre de palabra y cumplo siempre mis promesas. Ven. No tengas temor.
Esta es tu casa ahora –concluyó.

Y así, entró Mefi-Boset arrastrándose al palacio y fue uno más de los convidados a
la mesa del rey todos los días de su vida.

39
Capítulo 3

corazón de rey: misericordioso, COMPASIVO y amable


“Juzgue Yahweh entre tú y yo, y véngueme de tí Yahweh, pero mi mano no será
contra tí. Como dice el proverbio de los antiguos: De los impíos saldrá la impiedad;
así que mi mano no será contra tí”.
1 Samuel 24: 12-13.

- ¡Buenos días mi señor! – era la voz de Abisag temprano en la mañana despertando


a su rey.
- ¡Buenos días Abisag! – exclamó el anciano aún recostado en la cama.

La joven se había despertado bastante temprano ese día. El anciano rey se sentía un
poco enfermo y lento de ánimo. Abisag lo notó de inmediato y se le acercó tocándolo
en la frente.

- Mi señor, tiene usted algo de fiebre. ¿Se siente mal?


- Realmente sólo me siento algo mareado, hija mía.
- Umm, ya iré a buscarle un té caliente y unas compresas frías para aplicárselas en el
cuello y en la frente.
- Bueno, está bien.
- ¿Desea desayunar ya?
- No tengo hambre por ahora. Gracias.

Abisag corrió a la cocina del otro lado del palacio. Saludó a todos los siervos
deseándoles buenos días. Todos al verla se impresionaron que una sierva concubina
del rey, como ya era su puesto, se acercara y entrara en la cocina saludando a todos
los siervos cocineros. En ese momento entró Joel, la saludó y le preguntó:

- ¿Qué necesitas? ¿Por qué vienes aquí? No deberías alejarte del rey en ningún
momento.
- Es que el rey se siente mareado y tiene algo de fiebre. Salí a buscarte y pensé que
estarías aquí.
- Está bien. Vuelve con él. Yo llevaré todo lo que necesite.
- Ok. Gracias. Gracias a todos. ¡Gusto en conocerlos! ¡Shalom! –les gritó a todos
ondeando su mano por encima de su cabeza.
40
Todos asintieron con gestos en sus rostros. Algunos respondieron:

- Igual para usted señora ¡Shalom!

Abisag regresó apurada a la recámara real. Iba pensando que le había dado gusto ver
a los cocineros. El hecho de que la llamaran señora le causó gracia por un instante.
¡Apenas tenía dieciocho años!

Entró en la recámara real y encontró al rey arrodillado sobre su cama orando al Señor.
No quiso interrumpir. Se sentó en el sillón de pieles al otro lado de la habitación. Era
una mañana fría. Tanto el rey como ella vestían pieles no muy gruesas sobre sus
vestidos reales. El rey se había vestido como pudo y se dispuso a orar, como lo hacía
todas las mañanas. Abisag lo observaba y trataba de unirse a la oración en el sillón
sin quitar su vista del anciano. Pasados unos quince minutos, el rey levantó su mirada
y la vió sentada.

- ¡Ah! Ahí estas. No noté cuando entraste.


- Sí mi señor, aquí estoy. Ya le trae Joel las compresas, té y limonada si gusta. Pronto
le bajará la fiebre.
- Amén. Yahweh pase su mano por mí. ¿Cómo estás esta mañana hija mía?
- Muy bien mi rey, aunque preocupada por su salud.
- Ah, no es nada. Es una simple fiebre. Ya pasará. Sólo debo descansar.
- Me ha gustado mucho la historia que me contó anoche. No imaginé nunca cuánto
lo amaba usted.
- Bueno sí. Yahweh es quien pone esas personas en tu camino, sabes. Él fue como
un ángel para mí. Un día de estos conocerás a Mefi-Boset. Debe andar por ahí –
continuó el rey tratando de incorporarse para sentarse en el otro sillón al lado de
Abisag.

Abisag se levantó de prisa y corrió a ayudar al anciano a levantarse. Lo llevó de la


mano al sillón y lo ayudó a sentarse. Aun se le sentía la fiebre. En ese instante tocaron
a la puerta. Abisag corrió a abrir.

- Mi señor, aquí tiene un té de camomila, tómeselo por favor. Y aquí le traje estas
compresas. Se las pondré en la frente y por detrás del cuello. Recuéstese más por
favor – le dijo Joel amablemente.
- Gracias Joel, eres muy amable como siempre –respondió el anciano.

41
Abisag lo ayudó a recostarse mejor en su sillón. Luego se sentó en el suyo
observándolo siempre. El rey comenzaba a sentirse mejor. Hizo señas a Joel para que
se retirara sin mayor preocupación, lo cual hizo sin más.

- ¿Qué hará hoy mi señor? ¿Qué asuntos debe atender? ¿Desea que le ayude? -
preguntó la joven.
- Hoy quería ver a Betsabé y a mi hijo el príncipe Salomón, pero no sé si deba. Me
siento algo enfermo y no quiero entristecerlos con mi mala salud.
- De seguro ellos mismos querrán venir a verlo al saber que se siente usted mal. No
deben tardar en venir.

Ambos se quedaron entonces en silencio. El anciano trataba de respirar mejor


reclinado sobre su sillón. La joven se levantó y se dirigió a la chimenea a acomodar
mejor los fogones. La nieve se veía caer a través de las cortinas recogidas de una
pequeña ventanilla al otro lado de la habitación. Las ventanas estaban cerradas y sólo
alumbraba la chimenea. La luz en el cuarto era siempre tenue a menos que se abrieran
las ventanas. Luego Abisag volvió a acomodar las compresas sobre la frente del rey
y sentándose, preguntó:

- Mi rey, ¿Cómo es estar en la batalla? ¿No tenía miedo de morir en ellas?


- ¡Oh! Abisag, no te imaginas el miedo que se siente. El miedo es latente. Siempre te
acompaña. Pero sabes en todo momento que estas en la voluntad de Yahweh –
respondió el rey con dificultad pero con ánimo de hablar.
- ¿Y cómo hacía para vencerlo?
- De algún modo el miedo se va yendo de ti en la medida que te encomiendas a
Yahweh, sabiendo que él te ha dicho que la batalla es tuya. Solo el amor por tus
amigos y familiares junto con tu confianza en Dios en medio de la prueba echa fuera
el temor hija mía.
- ¿Estuvo cerca de morir varias veces en batalla?
- Sí, naturalmente. Y pude haber estado muchas veces más si mis hombres no fuesen
tan valientes y arriesgados por mí. Me salvaron muchas veces de morir. Pero mi
mayor temor no era ese Abisag.
- ¡Oh! ¿Cuál era entonces mi rey?
-Umm… -comenzaba el rey a hablar cuando la tos lo sorprendió.

42
Abisag instintivamente salto del sillón a intentar enderezar al anciano. El rey tosía
con fuerza pero no se desesperaba. Intentaba calmarse pero sabía que le tomaría
tiempo. Al final, ya después de haber tosido por un minuto más o menos, pudo
calmarse y volver a recostarse. Luego volvió a hablar:

- Bueno, como te decía, mi mayor miedo era no poder dejar de matar en medio de la
batalla, no mostrar compasión. Matar se vuelve ordinario para un soldado, Abisag, y
tristemente a algunos les complace.
- Pero mi rey, ¡Es el enemigo! No se le debería mostrar compasión. Ellos no la
mostrarían hacia nosotros sin duda alguna.
- ¡Oh Abisag! Sea el enemigo o no, la muerte no debe ser la constante en tu corazón
si amas a Dios. Yahweh es vida y no desea la muerte de los malos sino que le
conozcan a Él. Debes saber cuándo matar y cuando no, cuando mostrar misericordia
y cuando no, aún cuando la persona no la merezca a tus ojos y a tu juicio. La principal
batalla que pelearás en tu vida será la de tu corazón, hija mía. Debes asegurarte que
la ganarás. Debes cuidar tu corazón por encima de cualquier cosa porque la eternidad
de tu alma dependerá de ello.

Abisag trataba de comprender. Era la primera vez que lo veía desde ese punto de
vista. Todo Israel estaba lleno de odio contra sus enemigos, y le parecía algo increíble
que el mismo rey no sintiera igual que su pueblo. De cualquier modo, una luz se
prendió en su ser al oír estas palabras del anciano. Su sabiduría la volvió a sorprender.

En ese momento volvieron a tocar a la puerta. La doncella corrió a abrirla.

- Mi señor, he venido a verte en cuanto he sabido que te sentías mal –saludaba


Betsabé con una inclinación desde la puerta.
- Entra, pasa – le respondió el rey extendiendo su mano.

Betsabé se acercó rápidamente y le echó un vistazo al rey de arriba abajo, el cual


permanecía recostado en su sillón. Luego miró a Abisag y la saludó con una
inclinación de cabeza, la cual hizo lo mismo también.

- ¿Por qué me ves así? No estoy tan mal. Es una simple fiebre. ¿Cómo está Salomón?
–preguntó el anciano.
- Mi señor, ¿Ya desayunaste? Déjame ver qué tan caliente estás.

43
Betsabé alargó su mano hasta la frente del rey y observó que no estaba tan caliente.
Se sintió más aliviada.

- Te lo dije –prosiguió el rey.


- Estas compresas te ayudarán –exclamó Betsabé-. Tu hijo está bien. Quiso venir hoy
también a verte pero yo le dije que no se preocupara, que ya tendrás tiempo para él
cuando te sientas mejor. ¿Desea el rey que vengan sus médicos?
- No, no estoy muy caliente. Estoy bien. Es mejor así. No me gusta que me vea mucha
gente cuando no me siento muy bien.
- Todos los sacerdotes y siervos del rey se preguntan allá afuera como se siente usted.
¿Qué desea el rey que les responda?
- Jeje.. que no se alarmen, naturalmente. Que aún me tienen para rato.

La señora sonrió junto con Abisag. Ambas se vieron una vez más y notaron en sus
ojos el sincero cuidado de ambas por el rey.

- ¿Y tú? ¿Cómo te sientes acá jovencita? –preguntó Betsabé a Abisag.


- No puedo estar en mejor lugar señora. Gracias por preguntar.
- ¿Cómo te trata este anciano? ¿Se queja mucho?
- Jeje –se rió Abisag-. No señora. De veras se porta muy bien. Es muy paciente
conmigo mas bien.
- Querrás decir que tú eres paciente con él –prosiguió Betsabé-. No debes hacerle
mucho caso en ocasiones –agregó.
- ¡Oh! Realmente me complace hacerlo. Sus historias me gustan mucho y me enseñan
bastante. Hoy justamente me está contando de sus batallas.
- ¿De veras? –preguntó Betsabé mirando al anciano, quien le devolvió la mirada sin
decir nada-. ¡Qué bueno! Contadas por el mismo rey David, nadie mejor. No dejes
que te cuente mucho. Se pueden hacer interminables –agregó la señora sonriéndole-
. Veo entonces que interrumpo. No quiero quitarles mucho tiempo en todo caso. Y
aún debo ir a atender algunos asuntos. Si su majestad consiente, me retiro. Espero
que estés muy bien pronto mi señor. Yahweh pase su mano por ti. Amén –concluyó.
- Anda –dijo el anciano-. Ya después mandaré por ti.

Betsabé se despidió con el acostumbrado saludo inclinándose ante el rey y


dirigiéndose a la puerta. Abisag la acompañó, y antes de irse, la señora la tomó por
el brazo y sacándola fuera, le dijo:

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-Sus fiebres irán aumentando. Siempre es así. Debes estar siempre para él. Yahweh
te bendiga y te deje ser un refrigerio para el alma del rey en sus últimos días.

Abisag la miró y sus ojos se aguaron. Con voz susurrante respondió:

-No tengo otra intención que esa, señora. ¡Yahweh me ayude!

Luego se despidieron ambas con la usual inclinación de cabeza y Abisag volvió a


entrar.

- ¿Qué te dijo Betsabé? –preguntó el anciano.


- ¡Oh! Nada mi rey. Sólo me dijo que cuidara bien de usted. Y eso haré.

El anciano sonrió y se volvió a recostar más cómodo en su sillón. Se arropó mejor


en su manta para sentirse más caliente. Miraba de repente a su ventanilla cuando la
joven, ya sentada otra vez en su sillón, interrumpió su pensar.

- Me preguntaba, mi señor, si ha tenido usted que darle muerte a alguien a quien no


quería matar, y si alguna vez perdonó la vida de alguien que ciertamente tenía que
morir.
- Bueno… –respondió el anciano volteando a verla-. Me sorprenden tus preguntas,
hija. Nadie me había hecho preguntas así. Sí, por supuesto. Ambas situaciones me
han sucedido. Pero no creo que me sienta muy bien contándote sobre quienes han
tenido que morir por mi espada. No creo que tú tampoco te sientas bien oyendo de la
desgracia de ellos y de sus familias debido a sus muertes. Sin importar quién sea el
hombre que muere, todos son hombres y deseaban vivir. Honraré sus memorias más
bien contándote sobre los que he estimado para preservarles la vida.
- ¡Ah! Mucho mejor mi rey. Por favor, no se ahorre detalles. Tan solo deseo poder
entender cómo se puede tener compasión del enemigo cuando él no la tiene hacia
uno precisamente –agregó Abisag.
- ¡Oh! Bueno, eso nunca lo sabes. Eso dependerá de Yahweh en el momento y del
corazón de tu enemigo. Pero te puedo asegurar que el compadecido ve la luz de
Yahweh en los ojos de su victimario cuando éste le deja vivir. Y no hay nada que se
compare con eso para un soldado, Abisag –concluyó el rey viendo hacia el techo y
suspirando profundamente.

45
“Mi Dios, mira lo que estoy haciendo… Mi señor Saúl yace allá abajo con sus
hombres y yo voy camino a verle de cerca. Mi Dios guarda de mí y mi siervo que
nos dirigimos hacia él. Tan solo deseo tomar alguna prenda de él para hacerle
ver que no soy su enemigo cuando se la entregue. No extienda yo mi mano al
ungido de Jehová para dañarle. ¡Guarda mi vida de la tentación y del mal, oh
Señor Yahweh!

David oraba dentro de sí mientras se dirigía risco abajo en medio de la noche hacia
el campamento del rey Saúl. Todos los siervos del viejo rey dormían con él debido a
un sueño profundo que Yahweh les había enviado. Tenía miedo de hacer algo que no
debiese hacer. Quería mostrarse sereno pero su corazón latía cada vez más fuerte
mientras se acercaban. Su mente estaba llena de pensamientos de odio y temor pero
su oración era sincera a Yahweh. Tan sólo quería una oportunidad más de escapar
del viejo rey que perseguía su vida. A fin de cuentas el rey enemigo era parte de su
familia al ser el padre de su esposa Mical y de su hermano de la vida, Jonatán. Aún
así, su alma estaba en angustia en ese momento. No quería ser presa de sus propios
arrebatos al estar frente a su enemigo. No quería pagarle mal por mal aunque una voz
interior le decía que debía hacer algo para dejar de huir. Se encontraba luchando
dentro de sí y entonces oró a Yahweh en su mente:

“Mi Dios ten compasión de mí. Salva mi alma hoy. Líbrame de homicidios”.

- Mi señor, hemos llegado, todos duermen –le dijo su siervo Abisai quien había
descendido con él.

46
- Sí, he visto que Yahweh descendió con nosotros. Ahora, sólo toma su jarra y su
lanza y vámonos. Yahweh hará el resto –le respondió David.
- No mi señor, ¿No ves que Yahweh te lo ha entregado a ti hoy? Sólo déjame clavarlo
con su propia lanza en tierra y no le daré un segundo golpe.
- ¡No! – respondió David silenciosamente pero con una mirada fría y desafiante a
Abisai-. Nadie extenderá su mano contra el ungido de Dios y será inocente. Hazme
caso y vámonos -concluyó.

Abisai obedeció en contra de su voluntad y en el camino mientras escalaban el


peñasco, se detuvo y miró fijamente a David diciéndole:

- No entiendo. El Señor sabe que tu alma desea dejar de huir. ¿Hoy no has visto la
salvación de Dios sobre ti y sobre nosotros?
- Abisai, aún no me conoces bien. Por supuesto que quiero ser un hombre libre y sin
miedos pero no a expensas de la vida de otro hombre. Y cuando lo mate, ¿Qué me
quedará? ¿Dejarán de perseguirme sus siervos y hallaré paz? ¿Y si mañana soy yo
quien yace en un lecho y vienen hombres malos sobre mí trás de mi vida? Quizás
Yahweh halle mi vida preciosa en sus ojos y me salve de ellos para siempre como
hoy hago yo con Saúl y sus hombres. Si mañana soy yo quien necesite, ¿No querré
que otro se ponga en mi lugar y me ayude? Quitarle la vida a un hombre que es presa
de sus propias debilidades y errores no es muy digno de honra delante de Dios ni de
los hombres. El que huye no soy yo sino él. Y sólo puedo pedirle a Dios que tenga
misericordia de él así como conmigo quien soy el que huye hoy de él. Tan solo le
estoy dando tiempo, ¿No lo ves? –respondió David sin vacilar, esbozando una sonrisa
en sus labios mientras se disponía a seguir subiendo.

Abisai se quedó viéndolo alejarse. No entendía por más que se esforzaba en hacerlo.
Sólo se dió cuenta que David no pensaba como ninguno de sus hombres. Había en él
un espíritu superior al de todos sus siervos. En ese momento entendió por qué
Yahweh le había escogido para ser rey de Israel. Entonces también sonrió y siguió
escalando.

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El día era caluroso. Los campos de Judea y el valle se veían hermosamente
coloreados de muchas flores y sembradíos hasta donde se perdía la vista. El rey, su
séquito, toda su familia y sus hombres caminaban cansados después de haber pasado
el torrente de Cedrón hacia el sur en su huida del joven hijo del rey, Absalón. El
segundo hijo del rey David se había rebelado contra su padre, y venía contra él con
todo su ejército desde Hebrón hacia Jerusalén; debido a lo cual el rey y toda su
familia huyeron del palacio un día antes camino del monte de los Olivos con
intención de llegar a algún lugar más seguro antes del anochecer.

- Padre, ya me duelen los pies. No quiero seguir subiendo. ¿Por qué subes sin
sandalias padre? –le preguntaba el príncipe Salomón, de siete años, al rey.
- Hijo mío, estoy orándole a Yahweh; por eso vamos todos con nuestras cabezas
cubiertas también para ver si Yahweh se apiada de nosotros y nos hace volver al
palacio-. No te preocupes, si te cansas yo te cargaré sobre mí, pero si intentas un poco
más, al llegar arriba te daré una sorpresa –le respondió el rey tomándolo de la mano
y sonriéndole mientras seguían caminando cuesta arriba.

El rey de Israel subía la cuesta descalzo y cubierto en mantas hasta la cabeza. Todos
en el grupo lo veían incluyendo sus hijos y esposas que venían detrás de él, las cuales
comentaban entre ellas:

- Nunca antes lo había visto así –decía una.


- Yo tampoco –respondía la otra.
- ¿No es acaso el rey de Israel? ¿Por qué tenemos que huir? –se preguntaba una
tercera.
- El sabrá. Quizás Yahweh lo oiga y perdone sus pecados –volvía a decir la primera.
- Pobre Maaca, madre de Absalón. De seguro será echada del palacio si logramos
volver -comentaba la segunda.
- ¡Más vale que volvamos si no quiere perder el reino de manos de sus mismos
siervos que hoy le siguen y lo apoyan! –terminaba la tercera.

El rey no tenía tiempo para pensar en quién lo apoyaba y quién no. Poco le importaba
seguir siendo el rey si su propia sangre lo despreciaba. Su mente daba vueltas y
vueltas sin entender mucho lo que pasaba y le hacía muchas preguntas en su corazón
a Yahweh mientras se entristecía por su hijo Absalón y su rebelión. Sabía que estaba
siendo castigado por todos sus pecados. Sentía que la vida le cobraba todos sus
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errores. Se sentía abandonado por Dios, pero aún así, no quería alzar su voz para
quejarse ni renegar de él. Buscaba muy dentro de sí en sus recuerdos y se atormentaba
por todos sus pecados de joven. Dentro de sí le pedía perdón a Yahweh por todos
ellos.

De pronto, habiendo llegado a un pueblo llamado Bahurim y en medio de su


ensimismamiento, se oyó la voz de un hombre que comenzaba a gritar a la distancia:

¿Ahora porque huyes David? ¿No eres el rey de Israel? ¿Por qué huye el rey de
Israel? ¡Porque Yahweh ha visto tu pecado y hoy te da la paga de él! ¡Fuera, fuera!
¡Lárguense desterrados de Yahweh!

El rey lo escuchaba y bajaba su cabeza sin voltear a ver quién era. Con cada palabra
apretaba sus labios. De repente sentía tirarse a tierra y llorar a Yahweh pero aún no
llegaban al sitio donde descansarían. El hombre seguía vociferando sin temor alguno:

¡Eres hombre sangriento! ¡Hoy Yahweh te quita el reino y se lo da a tu hijo por


toda la sangre de Saúl y de su casa que derramaste!

David se entristecía con cada palabra. Sabía que quien gritaba era Simei, siervo de la
casa de Saúl, pero aun así no levantaba la vista. Entonces Abisai, hijo de Sarvia,
quien era hermana de David, se le acercó al rey y le dijo:

- Mi señor, no debe este perro maldecir así al rey. Pasaré ahora al otro lado y le
cortaré la cabeza si me dejas.
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- ¡No! –gritó el rey-. ¡Ustedes hijos de Sarvia no saben lo que dicen! Si el así me
maldice es por causa de Yahweh. Dejadle que lo haga. El reino es de Yahweh y él lo
da a quien quiere. No soy yo más que él hoy ni que ninguno de ustedes. Hoy un hijo
de mis entrañas busca mi vida. Hoy me deja ver el Señor que no soy mejor que
ninguno de ustedes. ¡Que viva Simei y maldiga mi vida como Yahweh se lo ha dicho!
Quizá el Señor lo vea y me dé más bien bendición por todos sus malos deseos. No
soy yo hoy mejor que mi hijo. El Señor haga conmigo como quiera.

Abisai se detuvo de caminar. Recordó de repente la misma ocasión en que subían el


peñasco cuando David y él huían del campamento de Saúl después de haber tomado
su lanza y su jarra de vino. Una vez más David perdonaba la vida de un hombre que
le odiaba a muerte. No podía comprenderlo. En realidad, el corazón de su rey era un
misterio para él.

La gran casa estaba en silencio. Todos parecían hacer sus quehaceres mientras el
señor de la casa se ocupaba de recoger frutos de sus jardines con sus criados para
preparar el banquete de esa noche a sus invitados. La señora de la casa descansaba
en su recámara esperando que le preparasen el almuerzo. Yacía sentada frente a su
ventana en su mecedora tejiendo una manta de vivos colores para su esposo. De
pronto tocaron a la puerta con fuerza.

- ¿Sí? ¿Quién es? ¿Esta lista la comida ya? –pregunto la señora.


- Soy yo mi señora Abigail, su siervo Abimelec. Le traigo un mensaje urgente –
respondió el siervo.
- Oh, pasa Abimelec por favor.

El joven Abimelec era un criado que había nacido en la casa y era muy querido por
los señores Nabal y su esposa Abigail, dueños de tierras y animales en abundancia
en la tierra de Carmel. Tenía plena confianza para entrar en la recámara de sus
señores, pero aun así, hubiese deseado no haber tenido que traer malas noticias a la
casa de sus amos.

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- Dime Abimelec, ¿Qué sucede? ¿Que te acongoja? ¿Por qué tocas a la puerta de esa
manera? –preguntó su señora.
- Mi señora, estamos en peligro de muerte. Han venido unos jóvenes de parte del
señor David, hijo de Isaí, quien huye del rey Saúl, para pedirle comida y provisiones
al señor Nabal, y éste los ha despachado sin nada y avergonzados. A mi me han dicho
nuestros pastores y esquiladores que nunca les ha faltado protección de parte de los
hombres de David todo el tiempo que ellos han estado juntos afuera en el campo. Si
usted no hace algo pronto mi señora, de seguro en menos de lo que imaginemos la
muerte vendrá sobre todos nosotros sin que siquiera nos demos cuenta –concluyó
tembloroso el joven.
- ¡Oh! ¡No puede ser! ¡Yahweh sálvanos! No será así Abimelec, ten paz. Yo saldré
ahora y hablaré con David y sus hombres y si hallare gracia delante de Dios, seremos
salvos. Amén.
- ¡Gracias señora! Apresúrese. Usted es mujer sabia y de seguro el señor David la
oirá y será movido a compasión.

Abigail se apresuró y sin avisarle a su esposo Nabal, le dijo a sus siervos que se
apresuraran a preparar provisiones de frutas, carnes, vegetales, panes y de todo lo
que hubiese en la casa para salir montados en sus asnos al encuentro de David y sus
hombres. Sus siervos lo hicieron así, y ya al salir se encomendó a Dios orando:

“Yahweh, tu eres Dios de Israel y Dios de mi casa. Permite que halle yo a David
tu siervo en el camino y hable con él y acepte él mi ofrenda para él y sus
hombres; y salve yo la vida de todos estos mis siervos y aún de mi esposo. Te pido
que tengas misericordia de mí y que enseñes toda compasión al corazón de tu
siervo. ¡Sálvanos Señor! Amén”.

Luego, sin miedos en su corazón y confiada en Yahweh, se montó en su asno y echó


a andar guiando a todos sus siervos que iban detrás de ella en los asnos y caballos
llenos de provisiones. En el camino iba pensando qué hubiese sido de ellos si Yahweh
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no hubiese dejado que sus esquiladores llegasen a su casa con el mensaje. Atrás dejó
a su esposo preparando un gran banquete sin saber que de un momento a otro podían
ser atacados. Entonces comprendió que Yahweh mismo proveyó una salida de
salvación. A lo lejos y después de una larga jornada montando, pudo divisar como
se acercaban una bandada de hombres a caballo, entre los cuales venía David. Al
acercarse a ellos, Abigail se apresuró a descender de su asno y echándose a los pies
de David, exclamó:

- ¡Oh mi señor David, ten misericordia de mí y de mis siervos que hemos salido a ti
y a tus hombres para evitar que cometas una atrocidad que no debe cometer el futuro
rey de Israel! No derrames sangre inocente. Yo soy la esposa de ese hombre insensato
Nabal de Carmel. Su nombre significa eso, insensatez. He salido a ti con provisiones
para ti y tus hombres para que coman y descansen y vuelvan a la labor que deben
hacer. Un día usted será el señor de toda la casa de Israel y ¿Por qué habría de tener
remordimientos por haber destruido a toda una casa inocente del pecado de un solo
hombre? Lejos esté de ti hacer tal locura. El día que reines sobre Israel acuérdate de
tu sierva.
- ¡Oh! ¡Mujer sabia en Israel he hallado hoy! ¡Bendito sea Yahweh mi Dios que me
ha estorbado hoy de cometer tal crimen, porque de cierto si no hubieses salido ahora
a mí y a mis hombres, te digo que no le hubiese quedado ni un varón vivo a Nabal
para esta misma noche! Por tanto, ¡Bendigo a Yahweh que te ha movido a
encontrarme en el camino y ha impedido que cometa tal derramamiento de sangre!
Y ahora soy conmovido a misericordia. ¡Líbreme Yahweh de haceros algún daño!
Vete en paz mujer. Acepto tu ofrenda y tu ayuda para mí y mis hombres.
La mujer se levantó y miró fijamente a David a los ojos. Podía reconocer en su mirada
el corazón de un hombre justo delante de Dios, un hombre que sabía cuándo matar y
cuándo tener compasión de sus enemigos. Pudo ver en sus ojos que era un hombre
que había sido librado de la muerte en muchas ocasiones y que sabía lo que era rogar
por su propia vida. Pudo ver en sus ojos a un hombre que valoraba la vida humana y
que, sobre todas las cosas, amaba al pueblo de Israel. Sus miradas no se apartaban y
David pudo también ver en los ojos de ellas el corazón de una mujer buena y llena
de sabiduría. La mujer seguía viéndolo a los ojos, como estudiando su alma y luego
de hacer una inclinación, bendijo a Yahweh y se dió la vuelta hacia sus siervos.

Al cabo de diez días, Yahweh hirió al hombre insensato de Carmel quitándole la


vida. Luego de esto, David mandó a buscar a Abigail para hacerla su mujer. Los
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siervos de David llegaron a su casa y se lo hicieron saber. Abigail, con la misma
presteza con que salvó a sus siervos, se levantó y arreglándose para irse con ellos y
sus doncellas, les dijo:

-¡He aquí la sierva del futuro rey de Israel, una que lavará los pies de los siervos de
mi señor!

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Capítulo 4

corazón de hijo: obediente, disciplinado y oyente


“Entonces David consultó a Yahweh: “¿Subiré contra los Filisteos? ¿Los
entregarás en mi mano?” Y Yahweh dijo a David: “Sube, porque ciertamente
entregaré a los Filisteos en tu mano.” Así que David fue a Baal Perazim, y allí los
derrotó; y dijo: “Yahweh ha abierto brecha entre mis enemigos delante de mí,
como brecha de aguas.”

2 Samuel 5:17-25

Los asuntos del reino eran atendidos cada vez menos por el rey. Todos comenzaban
a temer lo esperado: el anciano pronto se iría. Su salud era delicada con el pasar de
los días. Sin embargo, siempre sacaba tiempo para atender a sus hijos, en especial a
Salomón, a quien le tenía un aprecio mayor que a sus otros hijos. Le recordaba mucho
a Absalón. Sus cabellos eran negros y largos hasta sus hombros. Sus ojos azules muy
expresivos y su rostro muy hermoso, como el de ninguno entre los jóvenes príncipes
de Israel.

- Padre, ¿Cómo estas hoy? ¿Cómo te sientes? –preguntó Salomón ya sentado sobre
la cama del anciano.
- ¡Oh Salomón! ¡Has venido a verme hijo! Gracias por venir. ¿Cómo están tus criados
y terrenos? ¿Ya han parido las últimas ovejas sobre las que escuché?
- Sí padre. Las ovejas parieron todas con excepción de sólo una que se murió en el
proceso. Mis criados han quedado muy tristes. Pero no he venido a hablarte de ellas
sino a saber cómo has estado tú –concluyó el joven.
- Estoy bien hijo, tú sabes, con unos pocos achaques. Me he sentido un poco mejor
desde que trajeron a Abisag.
- ¿Abisag? ¿Tu nueva concubina?
- Bueno, ellos quisieran que yo vuelva a tener alegría en mi vida a esta edad, hijo
mío, pero ella es muy joven y no merece un anciano como yo.
- Padre, ¿Qué cosas dices? ¿Qué tan joven puede ser para complacer a su señor? Es
su deber. Ella debe cumplirte si tu así lo deseas.

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- ¡Oh Salomón! Yo ya soy anciano y no deseo tener más hijos ni mujeres. A muchas
no las conozco bien siquiera. No las he visto a todas. Y ellos han considerado que
debían traerme a una más. Pero esta jovencita es diferente. Me ha enseñado mucho
en estos pocos días.
- ¿Te ha enseñado? No entiendo padre. De seguro es ella quien ha aprendido de ti.
Seguramente ya le estáa contando todas tus historias que me contabas a mí.
- Pues, unas pocas cosas le he dicho y contado. La siento como a una más de mis
hijas, como una más de tus hermanas, Salomón. A veces me recuerda a Tamar en sus
años de jovencita. Se ha quedado sin padre. ¿La has conocido ya?
- No. Aun no sé quién es. No la he visto.
- Ya mando por ella para que la conozcas. Te pido que cuando yo ya no esté, veas
por ella y te asegures de que su familia esté bien.

El anciano rey mandó a llamar a Abisag. En cuanto la trajeron de su recámara y entró


a la recámara real, el príncipe Salomón se puso de pie. Pudo observar su belleza de
rostro y su larga cabellera negra. Pensó para sí que era muy hermosa, justo como su
padre le había dicho. Sus vestidos reales la hacían parecer más bien una más de las
princesas del reino. Pero lo que llamo más su atención fue su juventud, su hermoso
semblante lozano y brillante. Era casi una niña. En efecto comprobó Salomón lo que
sentía su anciano padre al tenerla de sierva.

- Mi señor – exclamó Abisag, entrando e inclinando su cabeza hacia adelante al


saludar al anciano y al joven príncipe.
- Abisag… –le respondió Salomón inclinando su rostro también-. Acércate. Eres muy
joven. ¿Cuántos años tienes? –le preguntó con prontitud.
- Dieciocho mi señor –respondió Abisag, acercándose más a la cama donde reposaba
el anciano.
- Umm, unos pocos menos que yo. ¿Sabes quién soy?
- Sí mi señor, por supuesto. Usted es mi señor, el príncipe Salomón. Yahweh haga
resplandecer su rostro sobre usted siempre.
- ¡Oh! Amén. Igualmente sobre ti, Abisag. ¡Bendita eres de Yahweh que has venido
a servir al rey en sus últimos años! Mi padre me ha hablado de tí. ¿Cómo te sientes
aquí en el palacio?
- ¡Muy bien mi señor! – respondió la joven volteando a ver al anciano, quien la
miraba acostado-. Mi señor ha sido muy generoso conmigo. Pensaba que si el rey
estaba dispuesto, ¡Podríamos salir a dar un paseo por los jardines del palacio!
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- ¿En este frío? Jajaja – se echó a reír el joven príncipe-. ¿De veras estabas pensando
eso Abisag?
- Sí, por supuesto. No está tan frío hoy. No ha nevado desde hace una semana. Los
lirios aún no se han ido todos este invierno y me gustaría verlos antes de que mueran.
Y al rey le haría bien salir a tomar un poco de sol y respirar algo de aire fresco. ¡El
cielo está tan hermoso hoy! –exclamó la doncella.

Salomón no lo podía creer. Pensó que la joven era precisamente eso, muy joven y
aventurera. El rey respondió diciendo:

-¡Vamos! Hoy no me siento tan mal de salud. Debo aprovechar.

Salomón se sorprendió de la reacción de su padre quien ya se disponía a levantarse


de la cama tomándolo del brazo. Abisag reaccionó rápidamente también y se
disponía a ayudar al príncipe a levantar a su padre. Mientras lo ayudaba a levantarse
y vestirse con sus mantas, le dijo al anciano:

- Bien sabía yo que no se negaría mi señor. Siempre lo veo observar sus jardines
desde la ventana en las mañanas deseando estar entre sus plantas pero siempre
dudoso de hacerlo. Hoy ya no será así. Bajaremos y las sentiremos –terminó
sonriendo.
- ¡Ahh Abisag! Si no lo hubieras dicho no me habría animado. Solo espero no
resfriarme mucho afuera.
- Padre, ¿De veras quieres hacerlo? No quiero que te resfríes más de la cuenta –
preguntó Salomón.
- Por supuesto hijo. Ven con nosotros. Quédate un rato más. Paseemos un rato en los
jardines. Hoy quiero salir a tomar algo de aire. No puedo seguir aquí encerrado –
añadió el anciano.
- Está bien padre. Hace mucho tiempo que no paseamos juntos. Está bien –respondió
el príncipe.

La orden se dió y todos los preparativos para sacar a pasear al rey se hicieron con
ligereza. Sus siervos trajeron su trono andante, un mueble muy fino adornado en
piedras preciosas y hecho en oro de Ofir. Los mismos sirvientes lo dispusieron en la
puerta de la recámara del rey para que éste montara una vez al salir de la misma. El
rey se dispuso a subir y sus siervos lo ayudaron. Estaba decidido a tomar un poco de

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aire ese día. Ya no soportaba tanto encierro en el palacio. Ya había pasado como un
mes desde que había salido la última vez. Sus médicos no se lo aconsejaban pero él
no hacía caso de muchas de esas recomendaciones. A veces pensaba que sus médicos
lo sobreprotegían mucho. Estaba agradecido con Abisag debido a su idea de salir a
pasear a pesar del frío. Bajaron por las rampas del palacio para luego tomar las
escaleras que conducían a los jardines. Sus siervos sostenían el trono andante, el cual
estaba dispuesto sobre dos varas alargadas por donde los siervos lo levantaban, una
a cada lado. Su hijo y Abisag lo seguían uno a cada lado, el resto de su séquito lo
seguían detrás, ya a la distancia lo seguían sus médicos y algunos amigos.

- ¡Buen día amigos! ¿Cómo están? ¡Shalom a sus vidas! –los saludó el rey al pasar
frente a ellos ya en el jardín.
- Buen día rey señor David –respondieron cada uno inclinando sus cabezas.
- ¡Te ves bien Benaia! ¡Mírate! ¡Nunca envejeces! – le dijo el anciano rey al jefe de
su guardia personal durante más de 30 años.
- ¡Oh mi señor! jeje, gracias. No luzco tan bien como usted pero hago lo que puedo
–le respondió el viejo soldado.
- ¡Ah! Benaía, no me mientas. No luzco muy bien. Mírame. Tengo que salir con este
monton de mantas ya sin poder caminar. Apenas puedo tomar mi espada y levantarla.
Bueno.., Yahweh me ha dejado hacerlo por mucho tiempo. Ya debo descansar de
ella.
- Así es mi señor –asintió el soldado saludándolo con su mano derecha mientras el
rey se alejaba por el jardín con Salomón y Abisag.
- Hijo mio, tú también luces bien. ¿Cuántos años tienes ya? ¡Mírate, todo un príncipe
hecho y derecho!
- ¡Oh padre! Sólo soy el resultado de tu trabajo en mi –respondió el joven príncipe.

Salomón lucía imponente esa mañana en su bata real de una sola costura de color
amarilla. Sólo tenía ventiocho años. Era muy joven y sabio. Su inteligencia
sobrepasaba a la de cualquier joven en todo el reino. Su collar y sus brazaletes reales
dorados eran los más exquisitos de todos los príncipes del reino. Se las había dado el
mismo rey. Llevaba aretes de oro también y su cabello negro bien peinado y recogido
en trenzas hacia atrás denotaba un cuidado extremo de parte sus siervos. Era alto y
fuerte, de hermosa y penetrante mirada. Sus palabras eran siempre medidas y su
deseo por conocer siempre más de la vida a través de su padre nunca se agotaba. El

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rey en su trono sentado ya bajo el techo de sus jardines colgantes tocaba sus flores y
plantas, viéndolas en su condición natural a causa del frío invernal.

- “Umm, algunas se están marchitando ya por el frío. Hay que regarlas un poco más
a ver cuánto más pueden durar” –decía el anciano para sus adentros sabiendo que el
príncipe y Abisag lo observaban atentamente.
- ¿Qué opinas padre? ¿Cómo las ves esta mañana? –preguntó el príncipe.
- Bueno, estas gardenias no se ven muy bien, pienso. Habrá que esperar en Yahweh
a ver si sobreviven el invierno. Es triste. Son las que me gustan más. Aquellas
orquídeas tampoco.
-Padre, para que estas gardenias sobrevivan el invierno sólo basta con tratarlas mejor
durante el otoño. Obviamente muchas de éstas flores no sobrevivirán este frío. Si se
cuidan mejor antes de que llegue este frío es más probable que duren por más tiempo
–añadió el príncipe.
- ¡Oh Salomón!, el frío no es lo que hace que éstas flores se marchiten antes de tiempo
–replicó el rey tratando de oler algunas de ellas.
- ¿Cómo así padre? No entiendo. Tu sabes que es así –respondió Salomón volteando
a ver a Abisag para ver si ella había entendido lo que acababa de decir el anciano.
- Confiemos en el Señor que nuestras flores llegaran a la primavera. Si es su voluntad,
así será; de lo contrario, no les debe quedar muchos días.
- ¡Oh padre! No debes adjudicar la supervivencia de estas flores a la voluntad de
Dios. Es trabajo de tus jardineros.
- ¡Oh Salomón! Ya deberías saber que sólo la palabra de Yahweh es lo que determina
el futuro. Sólo nos resta confiar en él y en su palabra en todo tiempo.
- Por lo menos aquellas carminias no se ven tan marchitas por el frío, pero de
cualquier modo es cierto también lo que dice el príncipe mi señor –añadió Abisag.
Si los jardineros hubiesen prestado más atención a su trabajo, no estarían muchas de
éstas flores tan feas.
- Bueno, es cierto lo que dicen, es posible que así sea, pero quiero decirles que no
siempre lo obvio es lo que de veras está sucediendo o va a suceder. Todo lo determina
Yahweh en su infinita sapiencia. Él ve el futuro desde el pasado y el presente desde
el futuro. Es por eso que siempre debemos confiar en él a ciegas. Por ejemplo, pienso
que si hubieses orado a Yahweh con respecto a qué hacer con tus ovejas el año pasado
cuando se enfermaron, de seguro te hubiese hablado y no hubiesen muerto tantas
como sucedió. Me enteré que pusiste tu confianza en tus médicos, pastores y

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esquiladores y no buscaste a Yahweh en oración. Finalmente, él vino en tu ayuda
cuando recordaste pedirle por tus animales, ¿Lo recuerdas Salomón?
- Padre, sí lo recuerdo. No puedo olvidarlo. Quizás tienes razón. Es cierto. Cuando
clamé a Yahweh fue que vino su respuesta a mi vida y cuando obedecí su voz y me
dispuse a alimentarlas con la mezcla de pasto y soya, fue que todas comenzaron a
sanar y dejar de morir.
- Bueno, lo mismo pasó también en mi casa con las ovejas de mi padre hace tres años
antes de morir –se anticipó Abisag antes de que el rey le respondiera a Salomón.
- ¿Qué sucedió exactamente? –le preguntó el joven príncipe ante la mirada curiosa
del rey quien también había volteado su rostro hacia la joven, deteniéndose de oler
sus flores.
- Bueno, las ovejas de mi casa se enfermaron con un tipo de parásito que mi papa no
conocía. Él se dispuso a hacer de todo para curarlas pero no pudo hasta que clamó al
Señor. Recuerdo que un día mientras oraba de rodillas en su recámara al Señor para
que las sanara, de repente sintió como vino sobre el un gran sueño que lo puso a
dormir por horas. Cuando se despertó, llamó a mi madre y le relató como creyó haber
oído la voz del Señor diciéndole lo que debía hacer para sanarlas. Según mi padre,
Yahweh le dijo que ya no las llevara a los mismos pastos a alimentarlas ahí, sino que
más bien las llevase más al norte de esas tierras, donde no había tantas moscas
producto de las guerras con los filisteos y los millares de muertos que estas dejaban
siempre. Mi padre pensó que era imposible que hubiese mejores pastos hacia el norte,
ya que él conocía muy bien esas tierras. Sin embargo, obedeció a Yahweh y se llevó
a todas, incluyendo a las enfermas, poco a poco hacia allá. Luego de casi una semana,
regresó con todas y las enfermas estaban mucho mejor y ya casi recuperadas del todo.
¿Qué les parece? – concluyó la doncella.
- No es de sorprenderse, eso mismo me pasaba a mí con mis ovejas – apuntó el rey.
Recuerdo muchas ocasiones donde no sabía dónde llevarlas a pastar por ya haber
recorrido muchos campos sin mucho pasto, hasta que venía siempre a Yahweh en
oración y él me guiaba en el camino – añadió.
- Debieron ser días muy duros para ti padre, ¿Cierto? -preguntó el joven príncipe
mirando a su padre con ojos compasivos.
- Sí, mi querido hijo, sí lo fueron -respondió el anciano rey-. Pero siempre en medio
de mi tristeza y ansiedad venía una canción a mi espíritu y a mi cítara. Entonces
sentía que el Señor me daba fuerzas y me hablaba dentro de mí diciéndome que no
perdiera esperanza y confianza en Él - añadió luego.
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- Mi rey, puedo imaginarme sus días como pastor en los campos de Judea y Benjamin
-comenzó a decir Abisag en voz muy suave y entrecortada-. Puedo imaginar su miedo
en frente del enemigo y sus ganas de salir a vencerlos -continuó-. Puedo entender
que pastorear ovejas y sentirse angustiado cuando éstas se enferman puede ser tan
desesperanzante como enfrentar al enemigo en la batalla y creer que la misma se
puede perder y ser causa de muchas muertes, ¿Cierto? –preguntó.
- ¡Oh!... mi querida jovencita -respondió el rey-. No tienes idea de cuán aterrador
puede llegar a ser el pastorear ovejas -añadió con una sonrisa-. Pero tienes razón, ir
a la batalla contra tus enemigos es otra cosa. Ahí es donde se prueba tu valentía y tu
dependencia de Dios -agregó.
- ¡Oh!, Padre mío -respondió el joven príncipe-. Aún no creo haberte oído hablar de
tu batalla más sangrienta y espeluznante, la más aterradora donde tuviste más temor.
¿Cuál habrá sido? ¿La batalla contra Goliat? ¿La batalla contra mi hermano Absalón?
Dime por favor -preguntó al final.
- Tenía mucho temor. Mis manos sudaban mucho esa mañana. Era mi primera batalla
contra los filisteos como Rey de Israel. Aún la recuerdo vívidamente. Era presa de
mis temores ya que los filisteos nos superaban en número de dos a uno. Tenían
muchos gigantes listos para esa batalla ya que habían oído que yo ya había sido
coronado como rey. Me enviaron a decir que todo mi ejército sería destruido. Eso me
aterraba más que nada. ¡Yo me estaba estrenando como Rey de esta nación y era
presa del temor! Fue entonces que Yahweh vino a mí, sólo porque decidí confiar en
Él en mi momento más oscuro, cuando llegué a creer que no íbamos a poder ganar
la batalla. Ya luego siempre tenía que venir a consultar a Yahweh cada vez que se
levantaban nuestros enemigos. Ya yo no podía ir a la batalla sin consultar antes a
Yahweh, quien es el que las pelea todas por nosotros hijo mío, recuerdalo siempre -
concluyó.
- ¡Oh padre! Cuéntame por favor, ¿Cómo fue que Yahweh te habló?
- Sí amado rey, ¡Cuéntanos! -se unió Abisag al ruego de Salomón poniéndose de
frente al rey y sonriéndoles a ambos muy entusiasmada-. Podemos pasar todo el día
aquí con usted tan solo oyendo sus historias de sus batallas -prosiguió-. ¡No me
quiero perder ninguna!
- Bueno, está bien -respondió el rey-. Tan solo que me prometas hijo mio, que algún
día escribirás de la sabiduría de Dios en esta enseñanza, para que todos los jóvenes
de Israel puedan saber que pueden confiar en Yahweh en todas sus pruebas y en todos
sus miedos; para que sepan que siempre pueden venir a Yahweh, el Señor, y
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preguntarle qué hacer y cómo hacer las cosas. Yahweh nunca se tardará en venir a
ustedes hijos mios en respuesta de sus oraciones. Nunca. Esperen su respuesta y
vendrá, no tardará. Prométanmelo -le pidió el rey viendo a su hijo a los ojos desde
su silla y con su flor de gardenia en la mano.
- Lo prometo, padre mío. Solo espero ser la mitad de sabio y tener la mitad de la
confianza que tu tenías en el Señor en esos días -añadió Salomón viéndolo de frente
a sus ojos y a su vez luego, a Abisag.

El clima de guerra se respiraba en el ambiente. Se podían oír los tambores y


trompetas sonando preparándose para la guerra. Todos en el palacio real estaban
bastante agitados con las noticias que llegaban del frente occidental. Los filisteos se
preparaban para presentar batalla en el Valle de Refaim, un lugar que el rey conocía
muy bien debido a sus muchas batallas peleadas en las cercanías en contra de los
Filisteos en tiempos de Saúl. Los capitanes de centenas se reunían diariamente con
los generales del ejército de Israel en las cercanías del palacio preparando los
pormenores de la batalla. El mismo General Joab, sobrino del rey, venía con
frecuencia al palacio en esos días a ver a David para informarle de los reportes de los
espías sobre el ejército enemigo. Nunca antes habían temido tanto a los Filisteos
como ahora. El pueblo mismo se preparaba otra vez para la guerra en cuanto a
apertrecharse de comida, insumos, frutas y suficientes verduras ya que todos sabían
que las próximas batallas podrían extenderse por varios días o meses; lo cual
significaba que tendrían que confiar mucho en Yahweh para no pasar tanta hambre
debido a los elevados costos de los alimentos durante el tiempo de guerra.

Se acercaba el invierno. Los jefes de centena estaban preocupados porque sabían que
era muy difícil ganar batallas luchando contra el frio y la nieve también. Comenzaban
a sentirse angustiados ante el gran número de soldados filisteos que ya se extendían
por el valle de Refaim. El valle era extenso y largo entre las laderas de las montañas
a la distancia en el horizonte en dirección norte-sur. Todos los generales del rey
confiaban en que el conocimiento de David de las artes bélicas y su confianza en
Yahweh los llevaría a la victoria, aunque en esta ocasión no se amedrentaron en venir
un día antes de la batalla ante Joab.

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- Señor, estamos bien apertrechados y armados. Contamos con ocho mil soldados de
infantería pero tan sólo con dos mil caballos – le dijo Amasías, jefe de millar rodeado
de todos los demás jefes de millares frente a él-. Sin embargo, usted sabe que no
podemos ganar esta batalla si Yahweh mismo no nos dice cómo. Confiamos en el
Señor y en el rey.
- Efectivamente – respondió Joab-. Si el Señor no pelea por nosotros, no hay nada
que hacer. No se angustien. Hagan todo lo que les toca hacer a ustedes y lo demás lo
hará Yahweh. Purifíquense hoy. Ninguno tome mujer. Vayan ya a sus puestos de
combate y clamen al Señor que Él nos indicará cómo pelear contra nuestros
enemigos. Yo entraré al rey y seguramente él sabrá qué hacer de parte de Yahweh -
concluyó.

Los generales se marcharon a sus puestos de combate nerviosos. Joab lo sabía y


comenzaba a ponerse nervioso él mismo también. Sabía que si Dios mismo no
aparecía en la batalla, jamás podrían ganarla. Temía por su propia vida porque sabía
que posiblemente los sobrevivientes no podrían ni escapar tampoco. Los filisteos ya
habían sufrido varias derrotas en el pasado y esta vez doblaban en número a los
israelitas, lo cual hacía pensar que si perdían esta vez, no dejarían sobrevivientes. La
situación era cada vez mas tensa. Sintiendo todo este cúmulo de emociones, aún así
se dirijió a ver al rey en su puesto de batalla dentro de su tienda militar en la
retaguardia del campamento israelita.

- ¡Señor, mi rey! – exclamó Joab al entrar a la tienda y ver a David ya en sus trajes
de guerras, sentado en su silla real echado hacia delante y cabizbajo mientras oraba,
a la vez que vió al sacerdote Abiatar.
- Espera Joab – respondió David-. Estoy hablando con Yahweh -agregó.
- Ya suenan los tambores de guerra. Ya es mediodía. Los filisteos se preparan para
atacar esta misma tarde o en la noche. Aún esperamos por sus ultimas instrucciones
mi señor. Los hombres están nerviosos y asustados. Ya usted sabe nuestra condición
para la batalla y la de ellos también - continuó Joab.
- Te dije que esperaras Joab – respondió David-. ¿Quieres oír mis instrucciones o las
del Señor? Si preguntas por las mías, mi última orden sería que nos regresemos. No
podemos ganar la batalla. Espera –añadió alzando su mano.

- Joab se apresuró a salir de la tienda. No entendía a veces como el rey podía estar
tan calmado cuando él sabía que él también estaba muy asustado. Se sentía

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desesperanzado, sin mucha fe, sin paz y sin ánimos de presentar batalla. Sabía que
muchos de sus hombres morirían y él sería de nuevo responsable por sus muertes
ante Dios, sus familias y ante el rey. Había luchado muchas batallas antes y habían
sido librados por Yahweh tantas veces, así como habían perdido varias batallas
también. Habían sido masacrados antes en ocasiones tambien. El recuerdo de esos
campos llenos de jóvenes israelitas muertos atormentaba su mente y sus sueños. A
veces no dormía y se despertaba de noche soñando pesadillas con los rostros de esos
jóvenes. Necesitaba paz. No entendía como el rey podía tenerla a pesar de la cercanía
de la muerte. Se sentó en una roca fuera de la tienda del rey a esperar, mientras el
sacerdote dentro de ella terminaba de atender al rey con el Urim y el Tumim.

- ¡Joab, entra! - llamó el rey con fuerza.


- Mi señor, ordene –respondió Joab entrando y saludando con la vista al sacerdote y
luego al rey.
- Ataque frontal, total, dentro de tres horas – añadió David sin duda y con voz firme.

Joab permaneció perplejo viendo al rey. No entendía mucho y buscaba explicaciones


en la mirada de David. El rey permaneció inmutable mientras veía como Joab fruncía
el ceño y parpadeaba. Se tardó unos segundos en articular las siguientes palabras:

- ¿Estas bien Joab?


- Sí mi rey, sólo que no entiendo la razón de un ataque frontal contra un ejército que
nos supera en número de al menos el doble. No creo que sea la mejor estrategia contra
el enemigo –respondió el general.
- Joab, recuerda que esta no es nuestra batalla. Esta batalla es del Señor. Él pelea por
tí y por mí y por Israel. Déjalo que Él pelee su batalla. Esos son sus enemigos que le
odian y que odian a su pueblo. Déjalo que Él nos defienda. Tan solo sigue sus
instrucciones estrictamente y Él se encargará de todo. Ya lo verás. Ya lo ha hecho
antes por nosotros, ¿Cierto?
- Sí mi señor, es cierto. Pero…-comenzaba a decir el general.
- Joab, Joab… no te atrevas… ¿Discutirás con el Señor sus estrategias de guerra?
Obedece a Yahweh y todo terminará mas rápido de lo que te imaginas.
- Sí mi rey. Entendido.

Joab salió de la tienda del rey más turbado de lo que se sintió al entrar. Apenas podía
entender las instrucciones del Señor. Le costaba poner su confianza en Yahweh a

63
pesar de haberlo visto actuar a favor de de Israel en tantas batallas. Entonces pensó
para sus adentros:

-¡Con razón él es el rey de Israel! Nunca discute con el Señor. Siempre le obedece.

La batalla comenzó como estaba prevista. Los filisteos notaron rápidamente que
tenían ventaja numérica. Trataron de rodear a los israelitas para atacarlos por varios
frentes y asi terminar rápidamente la batalla. El ejército de Israel se dividió en 4
grandes subejércitos comandados por Joab al frente de la vanguardia, Abisai al frente
del flanco izquierdo, Jefté al frente del flanco derecho y David liderando la
retaguardia. Los filisteos presentaron batalla con más de dieciséis hombres
fuertemente armados con espadas, lanzas, escudos de bronce y carros de guerra
halados por corceles purasangres. Los hijos de Israel solo iban a la guerra con espadas
y lanzas. Las condiciones no eran nada favorables a Israel, pero estos últimos
contaban con un ejército altamente disciplinado para la guerra y con jóvenes fuertes
y valerosos. Todos confiaban en el Señor y en David. Debido a esto lograron ver la
mano del Yahweh en la consecución de los siguientes eventos:

Joab y sus falanges iniciaron el ataque con una carga de unos quinientos hombres al
centro del ejército enemigo. Increíblemente se dieron cuenta que sus fuerzas
sobrepasaban a las de los filisteos debido a que por cada soldado israelita caído, tres
filisteos caían. A la par de estos, los soldados de Abisai lograron encerrar un
contingente de más de cinco mil soldados y acabarlos en menos de tres horas. No lo
podían creer. Lo mismo sucedió mientras Benaia y David se esforzaban peleando
costado con costado. La espada de David prevaleció milagrosamente contra sus
enemigos al final de la batalla, todos lo notaron: Israel solo tuvo dos mil bajas
mientras los filisteos fueron sencillamente dejados solos con su retaguardia,
habiendo perdido mas de ocho mil combatientes, un verdadero campo de muerte.
Asimismo, todos se dieron cuenta que Yahweh había hecho como había indicado al
rey que iba a hacer.

- ¡Rey señor mío, felicitaciones! ¡Salve Yaweh al rey siempre de sus enemigos! -
decían cada uno de los jefes de millares y centenas de David mientras entraban uno
por uno a la tienda del rey.
- Ha sido siempre la mano de Yaweh la que nos ha salvado, yo sólo sigo sus
instrucciones mis amigos -replicaba el rey cada vez que sus generales le hacían
reverencia.
64
El rey se retiró a su recámara a descansar de la larga batalla durante ese día. Pidió
que le sirvieran comida y que se alistaran todos para recoger el botín al día siguiente.
Los reportes le indicaban que los filisteos no habían sido totalmente destruidos. Eso
indicaba que podían intentar atacar al campamento israelita otra vez. Les dió
instrucciones a todos que estuvieran vigilantes y especialmente a los vigías en las
torres de vigilancia del campamento. Luego de cenar se reclinó en su cama y antes
de dormir, oró diciendo:

“Yaweh mi Dios, defiéndeme de mis enemigos otra vez, te lo ruego. Estoy seguro
que esta vez vendrán con más fuerzas y más pueblo ya que hemos sido muy duros
contra ellos hoy. Mi Dios, mira mi angustia con que vengo hoy a tí. Te doy
muchas gracias por esta gran victoria que nos diste el día de hoy. Si no hubieses
sido tú quien peleara por nosotros hoy, jamás hubiésemos podido vencerlos. Mi
Dios, mira mi temor delante de ellos si vuelven a venir. Mi pueblo y mis soldados
están muy cansados y diezmados. No tenemos ya más fuerzas para pelear. Aún
así te ruego que nos fortalezcas y permitas que podamos vencerlos totalmente si
regresan. No sé qué hacer mi Dios. No podemos volver a la ciudad hasta
terminar esta batalla en este lugar. Ahora vendrán con más furia sobre nosotros
y ya no tenemos más refuerzos. Señor, mira a tu pueblo. Dependemos de tí. A tí
vengo hoy. Oye mi voz. ¡Ven a mí, Señor!

Ya luego cayó rendido del sueño y el cansancio.

Al día siguiente temprano en la mañana, vinieron reportes a Joab de parte de los


espías del ejército en el campamento filisteo diciendo que se habían juntado muchos
más desde Filistea, haciéndose nuevamente un campamento tan grande como el
anterior. Joab no podía creerlo. Pensó que los habían vencido por completo. Tuvo
que ir a verlo con sus propios ojos. Ya luego en el camino de regreso venía pensando
como explicarle al rey que no habían logrado vencer a los filisteos el día anterior,
sino que ésta vez eran tan ó más numerosos que antes. Algunos reportes decían que
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eran más de veinte mil hombres. Joab se sentía nuevamente impotente. Israel no tenía
refuerzos. Esta nueva amenaza le hacía pensar que estaban perdidos.

- Mi señor, ¿Cómo amaneces? -preguntó Joab al entrar a la recámara del rey David
mientras saludaba con un ademán al Sacerdote Abiatar y al resto de los jefes de
millares.
- Hola Joab, amanezco bien gracias a Yaweh -respondió el rey.
- Mi señor, el ejército filisteo ha comenzado a…- comenzaba Joab a hablar.
- Sí, lo sé Joab -le interrumpió el sabio rey-. Han comenzado a reunirse otra vez para
intentar por segunda vez atacarnos. Ya me lo había dicho el Señor y ya me ha dicho
que no nos preocupemos -concluyó.
- Pero mi rey, ¿Cómo así que no nos preocupemos? Esta vez son más numerosos y
no tenemos ni un tercio en hombres de lo que ellos tienen -continuó argumentando
Joab.
- Es cierto rey, si me permite hablar –agregó Benaia; yo mismo he visto el
campamento filisteo. Sencillamente son muy superiores a nosotros esta vez – añadió.
- ¿Ya terminaron de hablar? -preguntó el joven rey-. ¿Están asustados? Los entiendo.
Pero, ¿Ustedes prestaron atención a lo que acabo de decirles? Les he dicho que
Yahweh el Señor irá delante de nosotros otra vez. Le he consultado y me ha dicho
que no temamos, que ésta vez los rodearemos por en frente de las balsameras y
vendremos a ellos por la retaguardia, y que cuando oigamos el ruido como de marcha
que viene de las copas de las balsameras, salgamos en contra de ellos que Él mismo
irá delante de nosotros peleando y venciendo -terminó de decirles.
- El rey ha hablado, muévanse -intervino Joab luego de darse cuenta de que en efecto
el rey había estado en presencia de Yahweh con los sacerdotes.

Salieron pues los Israelitas detrás de sus jefes de centenas y millares y detrás del
mismo rey, rodeando a los filisteos que se habían reunido otra vez en el Valle de
Refaim para presentar batalla. Sin embargo, los filisteos no se dieron cuenta que
Israel no había venido a ellos por el frente del valle, sino por la retaguardia, tal como
les había ordenado el Señor que hiciesen. Y cuando hubieron oído el ruido como de
marcha en medio de las copas de las balsameras, salieron todos de las trincheras
corriendo y gritando:

66
“¡Por Yahweh el Señor y por Israel!”

Y estando ya casi frente a las filas enemigas, el ejército de Israel se detuvo a observar
lo que sucedía: Los filisteos peleaban al aire, como si los soldados israelitas ya
estuvieran en medio de ellos; y cientos de ellos eran lanzados al aire como por ráfagas
de viento. Muchos volaban por los aires y nadie lograba ver quien los lanzaba o
peleaba contra ellos. Sólo luego de varios minutos de quedarse estáticos y de esperar
instrucciones de Joab, éste les dijo con voz de asombro y muy emocionado:

-¿Qué esperan? ¡Yahweh el Señor ya está en el valle y nosotros debemos unírnosle!

Y al grito de Joab, todo el ejército de Israel se lanzó en un ataque masivo frontal


contra la retaguardia enemiga solo para rematar los cuerpos que ya yacían muertos
sobre el suelo. La destrucción fue total. Todos los contingentes filisteos fueron
alcanzados desde Geba hasta Gezer; sólo un centenar de oficiales enemigos lograron
regresar a su campamento. El botín fue inmenso y se lo repartieron estando aún el
rey entre ellos, quien se acercó luego a Joab y a todos los jefes de millares y centenas
diciéndoles:

-No se atrevan nunca más a dudar de Yaweh. No le contradigan. Él sabe lo que hace
y nadie puede decirle cómo hacer las cosas. Yahweh es el Señor, nosotros sus siervos.
No es nuestra guerra, es de Él. Él libra a su pueblo de sus enemigos, pues no son
nuestros enemigos, sino que son los enemigos del Señor. Recuérdenlo, ellos son sus
enemigos. Él sabe cómo tratar con todos ellos.

Capítulo 5

67
corazón de ADORADOR: salmista, sensible y apasionado

“ Dijo: Yahweh es mi roca y mi fortaleza, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía,


en el confiaré; Mi escudo, y el fuerte de mi salvación, mi alto refugio; Salvador
mío, de violencia me libraste. Invocaré a Yahweh, quien es digno de ser alabado,
y seré salvo de mis enemigos”.

2 Samuel 22:2-4

Abisag bajó a sus aposentos personales en el palacio donde reposaba cada tarde
durante dos horas antes de subir diariamente a las cinco de la tarde a atender al rey.
Su mente era muy ágil. Pensaba muy rápido en todo lo que no tenía que hacer como
tal pero que de igual modo le nacía de corazón hacer por su rey: estar pendiente de
que sus ropas estuviesen listas y bien lavadas siempre, de que su comida estuviese
lista y bien caliente a las horas de comer, de que sus rollos de libros y crónicas así
como las noticias del reino le llegasen al rey a la hora asignada cada día; es decir, de
que el rey se sintiese muy cómodo cada día. Luego de dar su vuelta por la lavandería
y la cocina del rey, de saludar a todos y cada uno de los sirvientes e incluso a los
principes y princesas, volvía de regreso a su recámara personal cuando de pronto se
encontró en el camino con el príncipe Salomon, quien al verla se sobresaltó mucho
pues no era muy común ver a las mujeres del rey por los pasillos del palacio. El
príncipe sin más la saludó apenas se acercó a ella rápidamente:

-Abisag, ¿Tú por aquí? No sabía que bajabas a saludar a los siervos -exclamó.

Salomón se sabia emocionado al ver a Abisag. Sabía que no debía mostrar mucho
interés porque, al fin y al cabo, Abisag era mujer de su padre. No obstante, era
consciente de que la belleza de Abisag aunado a su carisma lo ponían nervioso.

-Sólo andaba por acá saludando a todos como siempre lo hago y revisando que todas
las cosas del rey estén prestas y a tiempo. ¡Sé que no es mi trabajo como tal pero aún
así quiero ayudar! -exclamó emocionada al final.

Abisag se sentía emocionada también de algún modo de ver a Salomón. Ya hacía


varios días desde que ambos habían descendido junto con el rey a los jardines del

68
palacio. Aún recordaba las palabras de Salomón cuando relataba su experiencia con
su oveja. De repente se le ocurrió preguntar:

- ¿Cómo están tus ovejas hoy?

- Muy bien. Mis pastores me informan que unas pocas ya se recuperan de la última
plaga de gusano del mes pasado. Sólo cinco se vieron realmente afectadas, pero del
resto, todas están bien gracias a Yahweh -respondió Salomón complacido por la
pregunta.

- ¡No sabes cuánto me alegra oír eso! -exclamó Abisag-. De veras me gustaría ir
contigo algún día a ver tus ovejas y revisar que estén bien –añadió.

- ¡Oh! Sí claro cuando gustes, tan sólo que le avises al rey de tu intención -dijo
Salomón seguidamente.
- Sí, por supuesto. Me imagino que tu has querido aprender a pastorear como se debe,
justo como tu padre, ¿Cierto?
- Bueno, pienso que el pastorear ovejas no es para cualquiera. Tienes que tener un
corazón de pastor para ser pastor.
- ¿A qué te refieres?
- Me refiero a que si de veras no amas estar entre las ovejas y saberte parte de ellas
como si fueras una también, nunca llegarás a ser un buen pastor. Tienes que amarlas
de verdad; de otro modo ellas no te seguirán. Ellas se dan cuenta del amor de su
pastor. Si no lo sienten, no le harán mucho caso, es decir, no serán muy obedientes.
Ellas aprenden a confiar en ti en la medida que tu les muestres confianza y
protección.
- Entiendo -dijo Abisag-. De hecho, siempre he creído que pastorear tiene más que
ver con ser oveja de Yahweh que con ser quien las lleva y las trae. Mi rey, tu padre,
es adorado en todo Israel por saberse ese pastor cantor, quien le cantaba a sus ovejas
y al Señor al mismo tiempo. Tanto que se dice de nuestro rey…a veces me cuesta
creer que sea el autor de tantas canciones que hoy por hoy cantamos en muchos
hogares en nuestro país. ¡Son tan hermosas! –exclamó al final.
- Bueno sí…es cierto -adujo Salomón-. Mi padre sencillamente adora cantar y
componer salmos a Yahweh. Yo mismo he despertado ese espíritu en mí de cantarle
a Yahweh en mi intimidad. Pero aún no llego al nivel de las letras de mi padre. No
sé sencillamente de dónde se le inspiran a él. Yahweh se las inspira me imagino -
concluyó.
69
- ¿De veras? ¿Tú también escribes canciones hermosas para el Señor? -le preguntó
Abisag perpleja y encantada ante la declaración de Salomón.

Los ojos de Abisag brillaron de repente. Pero rápidamente se deshizo de esa idea de
su mente. En ese momento supo que Salomón era igual de especial que su padre.
Había llegado al palacio con la idea que los hijos príncipes del rey eran todos
engreídos y orgullosos. Siendo ella tan joven y de tan humilde condición y familia,
temía que la familia del rey la humillaran o tuvieran a menos. Pero ante Salomón no
sentía nada de eso. Su humildad y condescendencia hacia ella eran refrescantes. Ya
empezaba a dejar ir esa idea de su mente de que todos en el palacio a excepción del
rey la juzgarían y quizás la tratarían mal. Esperaba eso por lo menos de las demás
mujeres y concubinas del rey, así como de sus hijos, pero ya Salomón comenzaba a
desilusionarla en eso. Le fascinaba ver en Salomón esos dotes musicales justo como
en su padre.

- Sí, desde pequeño lo hago. Pero no me atrevo a cantarlas a nadie aún. Me da pena.
Aún las estoy practicando con el Sacerdote Abiezer. Él es muy buen músico. Toca
varios instrumentos musicales. Algún día quizás le cante a Yahweh frente al rey.
- ¿Y no tocas ningún instrumento musical? -preguntó rápidamente Abisag.
- Sí claro, estoy aprendiendo a tocar la lira también -respondió el príncipe.
- ¿De veras? -replicó a Abisag, ya en este punto encantada con las respuestas y la
plática con Salomón.
- Sí, de veras. No sé qué te sorprende de eso. Desde pequeño oigo la mayoría de las
canciones de mi padre y sus diferentes melodías en la lira tocadas por los sacerdotes.
Ellos me han estado enseñando desde muy joven. Por supuesto aún no alcanzo a tocar
como mi padre. Él sí conoce los secretos de la lira. Él sí sabe hacerla hablar y cantar.
Lo he oído tocarla desde pequeño y no creo que haya un mejor intérprete en todo
Israel y el mundo. Mi padre de veras es único, el cantor de Israel. Yo creo que a
Yahweh le plació fluir a través de él como a través de ninguno en ese instrumento y
en esas melodías. El sacerdote Asaf es muy bueno también -terminó de decir
Salomón.
- No he oído las canciones del sacerdote Asaf -replicó Abisag-. Quisiera pronto oírlas
también -añadió.

Al momento, Abisag se quedaba admirando los ropajes de Salomón. No se había


fijado en ellos hasta ese momento. Sus ropas eran de tela muy fina traída del Líbano,

70
tejida en costuras y pliegues de hilo muy fino y costoso. La caída de sus ropas y sus
sandalias reales lo hacían verse muy presentable y atractivo. En ocasiones vestía telas
muy finas traídas del lejano oriente. Los colores que usaba generalmente eran el
negro y el azul cielo. Había compartido en varias ocasiones con él y con el rey en
diferentes lugares del palacio, pero nunca había notado su forma de hablar, ni el color
de sus ojos, ni sus ropas, ni su perfume. Mientras él hablaba, ella percibía todo esto
y…mucho más. Podía oler sus ropas y su olor natural. No había notado que Salomón
tenía una mirada muy cálida y suave. No se había dado cuenta de que sus cabellos
eran muy negros y tan largos que caían en tranzas muy bellas tejidas hasta los
hombros. Sus ojos eran como el azul del cielo. Sus labios eran hermosos. Provocaba
de repente besarlos, pensó rápidamente. Pero súbitamente, en medio de sus
pensamientos, se reprimió de todos ellos cuando volvía a oírlo hablar. No estaba
oyendo lo que él le decía. Su mente había volado muy rápido otra vez….

-….pues sí…mi padre tiene canciones muy hermosas… -seguía hablando Salomón.
- Oh sí..claro, claro… En estos días recordaba una canción de él que mi mama canta
todo el tiempo. Es una que le recuerda mucho las victorias del rey en sus años de
joven. A mi mama le fascinan las primeras canciones del rey, a las que los cantores
de Israel se refieren como las “más hermosas”, las de sus victorias de antaño -dijo
Abisag recuperándose de sus pensamientos y concentrándose nuevamente en la
conversación.
- ¿Cuál será esa canción que le encanta a tu mama? A ver…cántamela un poco por
favor…-la invito Salomón.
- Jeje…bueno…no creo que te guste mi voz, no sé cantar muy bien... -se adelantó
Abisag riéndose.
- ¡Anda vamos, cantemos juntos! ¡Quizás cantando juntos puedas aprender de mí y
al final serás una excelente cantautora del Señor! -le animó el príncipe.
- Está bien. Esta vez solo porque tú me lo pides –continuó Abisag, comenzando a
entonar una hermosa melodía.

Salomón reconoció rápidamente la canción. Era la dulce Canción de Liberación de


David, de sus primeras canciones que llegaron a oídos de todo el pueblo y que
siempre entonaba en las cuevas de Adulam con su cítara en los tiempos en que huía
de Saúl. Todos sus valientes la conocían. A David le encantaba esta canción, tanto
que todos sus guerreros y siervos la conocían de memoria. Toda madre y padre
israelita enseñaba esta canción a sus hijos en casa. Los niños la cantaban en los
71
parques, mercados y plazas. Salomón se unió en un canto en voz baja junto con
Abisag mirándola fijamente mientras ésta cerraba sus ojos y cantaba dulcemente al
Señor el melodioso poema:

Yahweh es mi roca y mi fortaleza, y mi libertador;

Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré;


Mi escudo, y el fuerte de mi salvación, mi alto refugio;
Salvador mío; de violencia me libraste.

Invocaré a Yahweh, quien es digno de ser alabado,


Y seré salvo de mis enemigos.
Me rodearon ondas de muerte,
Y torrentes de perversidad me atemorizaron.
Ligaduras del Seol me rodearon;
Tendieron sobre mí lazos de muerte.
En mi angustia invoqué a Yahweh,
Y clamé a mi Dios;
El oyó mi voz desde su templo,
Y mi clamor llegó a sus oídos.
La tierra fue conmovida, y tembló,
Y se conmovieron los cimientos de los cielos;
Se estremecieron, porque se indignó él.
Humo subió de su nariz,
Y de su boca fuego consumidor;
Carbones fueron por él encendidos.
E inclinó los cielos, y descendió;
Y había tinieblas debajo de sus pies.
Y cabalgó sobre un querubín, y voló;
Voló sobre las alas del viento.
Puso tinieblas por su escondedero alrededor de sí;
Oscuridad de aguas y densas nubes.
Por el resplandor de su presencia se encendieron carbones ardientes.
Y tronó desde los cielos Yahweh,
Y el Altísimo dió su voz;

72
Envió sus saetas, y los dispersó;
Y lanzó relámpagos, y los destruyó.
Entonces aparecieron los torrentes de las aguas,
Y quedaron al descubierto los cimientos del mundo;
A la reprensión de Yahweh,
Por el soplo del aliento de su nariz.
Envió desde lo alto y me tomó;
Me sacó de las muchas aguas.
Me libró de poderoso enemigo,
Y de los que me aborrecían, aunque eran más fuertes que yo.
Me asaltaron en el día de mi quebranto;
Mas Yahweh fue mi apoyo,
Y me sacó a lugar espacioso;
Me libró, porque se agradó de mí.
Yahweh me ha premiado conforme a mi justicia;
Conforme a la limpieza de mis manos me ha recompensado.
Porque yo he guardado los caminos de Yahweh,
Y no me aparté impíamente de mi Dios.
Pues todos sus decretos estuvieron delante de mí,
Y no me he apartado de sus estatutos.
Fui recto para con él,
Y me he guardado de mi maldad;
Por lo cual me ha recompensado Yahweh conforme a mi justicia;
Conforme a la limpieza de mis manos delante de su vista.
Con el misericordioso te mostrarás misericordioso,
Y recto para con el hombre íntegro.
Limpio te mostrarás para con el limpio,
Y rígido serás para con el perverso.
Porque tú salvas al pueblo afligido,
Mas tus ojos están sobre los altivos para abatirlos.
Tú eres mi lámpara, oh Yahweh;
Mi Dios alumbrará mis tinieblas.
Contigo desbarataré ejércitos,
Y con mi Dios asaltaré muros.
En cuanto a Dios, perfecto es su camino,
Y acrisolada la palabra de Yahweh.
Escudo es a todos los que en él esperan.
Porque ¿quién es Dios, sino sólo Yahweh?
¿Y qué roca hay fuera de nuestro Dios?

73
Dios es el que me ciñe de fuerza,
Y quien despeja mi camino;
Quien hace mis pies como de ciervas,
Y me hace estar firme sobre mis alturas;
Quien adiestra mis manos para la batalla,
De manera que se doble el arco de bronce con mis brazos.
Me diste asimismo el escudo de tu salvación,
Y tu benignidad me ha engrandecido.
Tú ensanchaste mis pasos debajo de mí,
Y mis pies no han resbalado.
Perseguiré a mis enemigos, y los destruiré,
Y no volveré hasta acabarlos.
Los consumiré y los heriré, de modo que no se levanten;
Caerán debajo de mis pies.
Pues me ceñiste de fuerzas para la pelea;
Has humillado a mis enemigos debajo de mí,
Y has hecho que mis enemigos me vuelvan las espaldas,
Para que yo destruyese a los que me aborrecen.
Clamaron, y no hubo quien los salvase;
Aun a Yahweh, mas no les oyó.
Como polvo de la tierra los molí;
Como lodo de las calles los pisé y los trituré.
Me has librado de las contiendas del pueblo;
Me guardaste para que fuese cabeza de naciones;
Pueblo que yo no conocía me servirá.
Los hijos de extraños se someterán a mí;
Al oír de mí, me obedecerán.
Los extraños se debilitarán,
Y saldrán temblando de sus encierros.
Viva Yahweh, y bendita sea mi roca,
Y engrandecido sea el Dios de mi salvación.
El Dios que venga mis agravios,
Y sujeta pueblos debajo de mí;
El que me libra de enemigos,
Y aun me exalta sobre los que se levantan contra mí;
Me libraste del varón violento.
Por tanto, yo te confesaré entre las naciones, oh Yahweh,
Y cantaré a tu nombre.

74
El salva gloriosamente a su rey,
Y usa de misericordia para con su ungido,
A David y a su descendencia para siempre.¹

Ya luego de terminar de cantar juntos, no se habían percatado que se habían tomado


de las manos estando frente a frente. Abisag las retiro rápidamente de las manos de
Salomón y se secó las lágrimas pues había estado llorando con los ojos cerrados
mientras cantaba. Salomón se apresuró a ayudarla a secarle las lágrimas con sus
manos también. Apenas Abisag enderezó su rostro hacia Salomón, sintió la suavidad
de sus manos mientras el príncipe pasaba sus dedos por su rostro. Abisag solo pudo
quedarse quieta viendo fijamente a Salomón a los ojos sin hacer nada y aún
sollozando un poco mientras él pasaba el dorso de sus manos por sus mejillas. El
príncipe tan solo miraba su rostro angelical con amor y ternura mientras enjugaba
sus lágrimas. Abisag se sintió finalmente avergonzada y dió un paso hacia atrás
diciendo:

- No sabía que cantabas tan bonito, príncipe.


- Tú cantas mucho más hermoso de lo que crees. Y has llorado también delante de
Yahweh mientras cantabas -respondió Salomón-. ¿Te sucede algo Abisag? Ésta
canción te ha tocado mucho, he podido verlo -agregó.
- Pues sí, no he podido evitar proyectarme a esos momentos de angustia en que mi
rey David decía esas palabras. De pronto he sentido su angustia y su necesidad de
respuesta de Dios en esos momentos en que pronunciaba esas palabras.
- No tengas temor, tú nunca sufriras esa angustia. Yo te protegeré y el rey también -
añadió rapidamente Salomón.
- Gracias Salomón, pero como dice esa canción, “Yahweh es mi refugio”; mi
confianza esta puesta solo en Yahweh. Ya debo irme de hecho; disculpa si te he
tomado mucho tiempo. Gracias por unirte a mi canto y hacerme sentir que canto
bonito aunque yo sé que no es verdad. Ya debo ir a estar con mi rey. Cuídate mucho.
Nos vemos por ahí -dijo Abisag, alejándose de Salomón mientras caminaba de
espaldas.

75
- ¡Adiós Abisag! Sí, por supuesto. Nos vemos pronto, ojalá más pronto que tarde.
Gracias a tí por tu tiempo -respondió Salomón mientras saludaba a Abisag
despidiéndose.

La experiencia de cantar con Salomón había dejado muy gratamente feliz a Abisag,
quien echó a correr rápidamente por los pasillos del palacio hacia la recámara del rey
mientras sonreía y pensaba para sus adentros: “Me gusta cantar con Salomon. Su voz
es tan varonil y dulce”. Ya al llegar a la recámara real, tocó a la puerta y luego entró
sin anunciarse. Encontró al rey orando de espalda a ella sentado en su cama y de
frente a su ventana. No quiso interrumpirlo. Mientras lo escuchaba orar en voz baja,
seguía pensando en Salomon. Sintió vergüenza en seguir pensando en él estando ya
con el rey, su marido, en su recámara. Esto último después le hizo gracia haberlo
pensado ya que su marido no la había desposado como tal aún. El rey todavía no la
hacia su mujer.

- Abisag, ¿Estás ahí? -preguntó el rey ya terminando de orar y volteándose hacia la


puerta.
- Sí mi Señor, aquí estoy. Perdóname por haberme tardado un poco en llegar. Tan
solo fuí a la cocina a saludar a todos y me he topado con Salomon también -respondió
Abisag.
- ¿Ah sí? ¿Con Salomón en la cocina? Ese muchacho siempre revisando la
cocina…siempre tiene hambre –bromeó el anciano.
- Jejeje...pues sí, supongo…-añadio Abisag.
- ¿Y de qué hablaban? -preguntó el rey.
- Pues hemos hablado de ti mi rey, de tus canciones…hemos cantado juntos también
una de las que más me gustan de ti –respondió Abisag.
- ¿Ah sí? ¿Cantaron juntos una de ellas? ¿Cuál habrá sido? -volvio a preguntar el rey.
- Tu Cantico de Liberación, cuando el Señor te libró de todos tus enemigos y te
coronaron en Hebrón -respondió Abisag.
- ¡Oh! sí...esa canción…-exclamó el viejo rey-. No puedo olvidar como salió de mí
y el momento en que la escribí -añadió.
- ¿Oh sí? ¿Cómo fue mi rey? ¿Es tu canción preferida? -preguntó Abisag con ojos
avivados.
- ¿La han cantado toda? ¿Cuál es la línea que más te toca de esa canción? ¿Has dado
con la línea principal de esa canción? -respondió el rey con otra pregunta.

76
- Pues no sé si es ésta la línea central de tu canción mi señor pero me gusta mucho la
parte donde dices: “!Por tanto yo te confesaré entre las naciones oh Yahweh, y
cantaré a tu nombre!” -se adelantó a responder Abisag-.
- ¡Exactamente Abisag! ¡La has identificado! -exclamó el rey emocionado tomando
las manos de Abisag, quien ya se había sentado a su lado en la cama frente a la
ventana-. Esa es una canción de agradecimiento por la liberación del Señor -
continuó-. Y el corazón de la alabanza es precisamente eso Abisag, genuino y
profundo agradecimiento…tu reconocimiento de que no eres digna de ninguno de
sus beneficios y eso te lleva necesariamente a …¡Cantar! ¡A abrir tu boca y no hacer
mas que cantar y declararlo a las naciones!...No puedes expresar agradecimiento al
Señor sin cantar…¡No es posible!…y aún mas que eso realmente. Esa es una de mis
canciones favoritas sin duda, pero creo que hay otra por ahí también…-añadió.
- ¿Cómo así mi rey? ¡Enséñame por favor! -le rogó Abisag-. Enséñame los secretos
de la alabanza y el agradecimiento te lo pido…tu los conoces…tu eres el dulce cantor
de Israel -concluyó.
- Abisag, sin duda que tu eres especial. Eres muy joven y ya tienes un corazón de
alabanza y adoración para el Señor. Ojalá todos y todas las jóvenes de Israel tuviesen
éste corazón que tú tienes para el Señor desde tan joven…un corazón que se desvive
por cantarle a Yahweh y encontrarle sentido a la vida en ello… ¿Cuántos añitos me
dijiste que tenías? -preguntó el rey, sorprendiendo a Abisag de repente con su
pregunta.
- Tengo dieciocho mi señor.
- ¡Oh! Sí, sí…dieciocho, por supuesto; casi la misma edad de Salomón. Él tiene
ventiocho, ¿Sabias? Un día muy pronto será el Rey de Israel… pero no se lo digas
aún…sólo se lo he dicho a su madre…-añadió el anciano.
- ¡Oh! Sí claro mi señor, a nadie le diré. ¡Me alegro tanto por él! ¡Muy joven y ya ha
sido escogido para reinar después de ti, mi rey! -exclamó Abisag visiblemente
emocionada.
- Así es Abisag. No es el mayor de mis hijos pero es quien tiene el corazón más puro
para Yahweh de entre ellos. Él será el rey. Además, su corazón de adorador es
también muy hermoso ¿Cierto? El rey de Yahweh debe ser siempre el que más le
cante y el más obediente a Él… Salomón es muy obediente a mis órdenes y al Señor.
¿No lo has notado? -le preguntó el rey.

77
- Pues sí, supongo que sí mi señor. Él es muy cercano a tí. Le gusta estar siempre
cerca de tí; y me he dado cuenta que siempre busca tu consejo, a diferencia de tus
otros hijos, supongo -añadió Abisag.
- Sí Abisag, así es -respondió David llevándose los dedos a los ojos para entresecarse
las lágrimas que no salían aún-. Ojalá Absalón hubiese escuchado mi consejo. Él
también tenía un corazón adorador Abisag, pero no era muy obediente. Y el secreto
de la verdadera alabanza está en la obediencia a los mandamientos del Señor, Abisag.
No se agrada Yahweh mucho de tus canciones sino en que obedezcas su ley. Eso fue
lo que Absalón olvidó. Sólo así le demuestras verdadero amor y devoción a Yahweh.
Confía en mí; yo mismo he aprendido esto que te digo con mucho dolor y lágrimas.
¡Bendito Yahweh para siempre! -culminó diciendo el anciano-. De esto le falta
mucho a la mayoría de los siervos y jóvenes de Yahweh hoy en día. Israel sufre con
la desobediendia de sus hijos e hijas, y toda la nación paga las consecuencias.
- ¡Oh mi rey! -prosiguió Abisag-. Me imagino que no fue fácil para tí seguir a
Yahweh tu Dios con tantos enemigos y con tanto sufrimiento por la desobediencia
de tus hijos -agregó.
- Yo mismo desobedecí al Señor, Abisag. Algun día te contaré. Quizás no has oído
esa parte de mi historia aún -replicó el rey-. Y ahí es donde viene la siguiente faceta
de la verdadera devoción a Yaweh, hija mía; en expresar agradecimiento en alabanza
y canción al Señor cuando eres abatido de Dios y estas cruzando un desierto en tu
alma. En esto se conocen los verdaderos hijos y adoradores de Yahweh, en la canción
de alabanza y agradecimiento, y en tener temor al Señor siempre ante todas las
tentaciones. Nunca es lo mismo cantar de agradecimiento cuando estás feliz
comparado con cantar alabanzas cuando estás triste. ¿Entiendes? Tu corazón de
adoradora se prueba cuando estás triste. Si no puedes adorar de corazón y con
agradecimiento cuando te sientes abatida en tu alma, entonces no eres una verdadera
adoradora. Los que conocemos a Yahweh sabemos que el busca adoradores
verdaderos. Si lo adoramos y le cantamos sólo cuando estamos felices, entonces sólo
somos unos interesados, solo lo adoramos por interés y conveniencia. Espero me
puedas entender. ¿Te sabes esta canción? Cántala conmigo una vez mas al Señor -le
pidió el anciano, comenzando a entonar su canción que le quedó de tantas
experiencias cercanas a la muerte:

78
Yahweh es mi pastor; nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar;
Junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma;
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;
Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi
vida,
Y en la casa de Jehová moraré por largos días.²

Al terminar de cantar, Abisag pudo ver las lágrimas caer libremente por las mejillas
del anciano rey. Pudo ver su pasión y sufrimiento que ésta canción aún le producían.
Pudo entender que dicho poema salía de lo más profundo del alma del rey. El anciano
aún no abría sus ojos y Abisag comenzó a enjugar sus lágrimas con el pañuelo que
tomó de la mano del rey, el mismo que ella le había regalado de parte de su madre
hacía unos meses atrás. El rey se dejó enjugar sus lágrimas con sus ojos cerrados
todo el rato que Abisag lo hacía, y al final de ello tomó la mano de Abisag quien aún
sostenia el pañuelo diciéndole:

-Pronto vendrá el Mashiaj de Yahweh Abisag, y así como tu enjugas mis lágrimas
hoy, Él enjugará toda lágrima de tus ojos también.

Abisag permaneció perpleja ante esas palabras. De pronto no entendió lo que el rey
quiso decirle. Había creído que el Mashiaj, el Ungido de Yahweh, era el mismo rey
quien le hablaba. Parecía que el rey le estaba hablando de otro rey.

- Mi rey, no entiendo lo que me acabas de decir. Tú eres el Ungido de Yahweh mi


señor. Tu has traído la paz a Israel -le dijo Abisag.
- Pronto lo entenderás, Abisag. Yo ya estoy por ser sacrificado y aún no termino de
traer la paz a Israel. El Ungido de Yahweh vendrá y traerá consigo la paz a todos los

79
reinos de la tierra. Su reino nunca tendrá fin. Ya el Señor me lo ha dicho. Y cuando
lo haga, ¡Cantaremos hasta más no poder! ¡Nuestras bocas se llenarán de risa, y
nuestras lenguas de alabanza! ¡Y danzaremos hasta desmayar! -gritó el rey en el tono
mas alto que pudo con su voz media ronca.
- Pero mi rey, ¿De cuál rey hablas? -preguntó Abisag curiosa.
- ¡Del Rey de Gloria Abisag! ¡Del Rey de Gloria! -exclamó el anciano levantándose
de la cama y echándose a danzar frente a Abisag junto a su cama en un vaivén frente
a su ventana y tomándola de las manos-. ¡Ven! ¡Danza conmigo Abisag! ¡Danza
conmigo! -le rogó el anciano.
- ¡Señor, mi señor, por favor, tenga cuidado! ¡Se puede caer! -exclamó Abisag
levantándose apresuradamente de la cama tratando de sostener al anciano mientras
él seguía en su vaivén llevándola de las manos.

El rey ya tenía setenta años pero aún podía danzar un vals en un hermoso vaivén.
Tomó a Abisag de las manos y comenzó a ir y venir frente a la cama como si estuviera
bailando un vals mientras tarareaba una canción de su juventud. Danzó en círculos
frente a la cama sin soltarla de las manos. De pronto, el anciano recordó a alguien
especial que conoció en su pasado. Sintió un déjàvu. No podía creerlo. También
recordó que esa niña con la que había danzado en su niñez era muy hermosa y de
sincero corazón. Danzaron durante un par de minutos más mientas él cantaba su
canción para sus adentros pero apenas tarareándola. Ella solo seguía sus pasos
tratando de llevar su ritmo y velocidad, a la par de intentar identificar la canción que
que el anciano tarareaba. Por más que buscaba en su memoria, Abisag no daba con
la melodía. Los dos se veían a los ojos y sonreían felices. Entonces el rey se detuvo.

- ¡Oh Abisag! No puedes alabar a Yahweh sin danzar delante de Él. ¡Nuestro lamento
se convertirá en baile, Abisag! ¿No lo ves? -le arengó el anciano mientras volvía a
sentarse en su cama respirando aceleradamente.
- ¡Oh mi rey! ¡Apenas puedo comprender tus palabras! –exclamó la doncella-. Hoy
lo veo muy feliz. No lo había visto nunca danzar tan alegremente -agregó.
- ¡Oh Abisag! ¡Si me vieras! ¿No me digas que tu no danzas en tu intimidad para
Yahweh? Si cantas pero no danzas delante de Yahweh, ¡Aún no has conocido el gozo
de su salvación! ¡Es como comerte un dulce pastel de uvas sin probar nunca el
exquisito vino de judea! –exclamó.

80
- Mi señor, puedo recordar que mi madre me contaba de niña como te despreció tu
esposa Mical, la hija del rey Saúl, por haberte visto danzar casi desnudo cuando traías
el Arca del Pacto de Yahweh a Jerusalén -comentó Abisag sentándose otra vez frente
al rey en la cama ya sin miedos de que el rey tropezara y se cayera.
- ¡Oh Abisag! Aún no lo ves…Mical tampoco lo entendió. Muy pocos lo entienden.
Los ángeles danzan, Abisag, delante del Señor; todos ellos danzan y baten sus alas
muy fuertes todo el tiempo delante de la presencia del Señor. ¡No puedes estar
delante de la presencia de Yahweh en júbilo sin danzar Abisag! ¡Es imposible! Y
pues, sí, tu madre tiene razón. Mical me despreció ese día que traje el Arca a la
fortaleza. Pero no me importó, Abisag. Mi Dios era mí todo ese día. No tenía cabeza
para más nada. Mi gozo dentro de mí me llenaba hasta más no poder. Sólo podía
expresárselo danzando delante de Él. ¿De qué otro modo podía expresárselo, Abisag?
¡Dímelo por favor! ¡Por fin Yahweh estaba en medio de nosotros en Jerusalén! ¡Yo
tenía que danzar! Era todo lo que sabía. ¡No sabía qué otra cosa hacer! -contestó el
anciano aun exaltado de emoción.
- ¡Oh mi rey! ¡Por favor, cuéntame esa historia! ¡Por favor! Yo también quiero sentir
el gozo que sentiste ese día… -le rogó Abisag tomándole de la mano otra vez.
- ¡Oh Abisag! Creo que no tengo una mejor historia en la vida que esa para contarte.
Ese día era mi día; era el día de mi felicidad, era mi día y el de mi Dios. ¡Nuestro día,
nuestro gran día! ¡Yo sentía que ese día me estaba casando con Yahweh, Abisag!
Aunque también fue el día que conocí de mejor manera a la mujer de mi tristeza, la
mujer de mi error. Aún no sé como pude fijarme en ella y desear casarme con ella.
No la conocía Abisag. Era la hija del rey Saúl. Supongo que yo tenía que desearla.
¡Era la mujer más deseada del reino! Aún recuerdo el día en que me fue dada por
esposa. Nunca olvidaré la felicidad de mi familia y de mis amigos ese día. ¡Yo estaba
tan feliz por tener conmigo a toda mi familia y mis amigos ese día conmigo! Nadie
sabe esto Abisag, pero la verdad es que ella nunca me amó. No era virgen cuando me
fue dada por esposa. No me esperó. Amaba desde siempre a Palti, a quien fue dada
por esposa a mis espaldas cuando yo huía de Saúl; el cual estaba casado con su mejor
amiga, la cual le traía siempre sus dos hijas al palacio pues ella las amaba mucho
desde muy pequeñas. Ya había sido su mujer desde muy joven. Me despreciaba, tal
y como su padre llegó a despreciarme también. Estaba bien lejos de ser la mujer de
mi corazón, la voluntad perfecta de Yahweh para mi vida; aunque fue la primera
mujer que creí amar de verdad. También le escribí a ella varias canciones, de entre
mis canciones más bonitas que hayan salido de mi corazón, pero sin resultado alguno
81
como ya lo sabes. Engañó a todos y a mí también haciéndole creer a todos y a mí que
era virgen y que me amaba, sólo para asegurarse el trono si la desposaban conmigo
algún día. Ya luego le descubrí todo su adulterio y no tuvo más remedio que
confesármelo. También descubrí que se acostaba con otros hombres aparte de su
querido Palti. Tristemente me había ilusionado con una mujer ligera en su vida
sexual. A los meses de casados ya era mi enemiga en mi propia cama: ni siquiera me
atendía en nuestra intimidad. Se me negaba. Hoy ya sé por qué ella lloraba siempre
después de hacerme el amor: lo hacía por remordimiento debido a sus pecados y a su
adulterio. Yo oraba por ella a Yahweh en las madrugadas e intenté rescatarla de su
error pero nunca pude. Ese día me despreció en su corazón, como siempre lo había
hecho, pues desde el principio me decía que me amaba con todo su corazón cuando
nunca fue así. Algunos dicen que su padre la acosaba sexualmente. Otros rumores
dicen que, en efecto, su padre la había violado o que ambos cometían incesto, y que
por ese motivo luego decidió dármela a ella por esposa y no así a su hermana mayor,
Merab. En todo caso, si esos rumores fuesen ciertos, ya entiendo también entonces
por qué Yahweh desechó a Saúl como rey sobre su pueblo: el adulterio, el acoso
sexual, la violación y el incesto son abominación delante de Yahweh. Después le
exigí a Abner que me la restaurase como esposa cuando finalmente me hicieron rey
aquí en Jerusalén después de la muerte de Saúl. Solamente lo hice para unir ambas
casas otra vez y demostrar mi amor por Saúl y Jonatán. Ya no la amaba en mi
corazón. Nunca más volví a estar con ella. Murió aquí en el palacio hace unos años,
enferma de su vientre y sin hijos. El día que la confronté y le expuse su primera
infidelidad, salió de nuestra recámara diciendo “Soy un asco”. Ya luego tuvo que
reconocer todas sus infidelidades y adulterios. Nunca se amó a sí misma. Nunca se
dió el valor de princesa que Dios le había dado. Nunca quiso ser realmente diferente.
Siempre fue muy hipócrita delante de Dios y de la gente. Ya luego abandonó incluso
a todas sus amigas que creían que ella era una mujer diferente. Nunca quiso cambiar
de verdad. A pesar de todo, siempre le agradeceré el haberme salvado la vida al
descolgarme de esa ventana del palacio cuando Saúl procuraba matarme. ¿Tu madre
nunca te contó cómo Mical había despreciado al rey David? Mucho pueblo supo de
mi desgracia y vergüenza -agregó David.
- ¿Mi madre? ¿Cómo iba a saberlo mi madre, mi rey? -preguntó perpleja Abisag.
- Tu madre parece conocerme bien…-respondió el anciano llevándose el pañuelo a
su nariz y oliéndolo profundamente.
- Pues no, nunca me dijo eso -contestó Abisag.
82
- Está bien, te contaré mas sobre ese día –dijo el rey-. Pero antes tienes que entender
esto sobre la alabanza y la adoración Abisag, es muy sencillo -continuó el anciano.
- Dime mi rey, ¿Qué debo entender bien?
- Debes saber que tu corazón delante de Yahweh es un sacrificio vivo; que todos los
días el Señor espera de tí tu canción y tu devoción. Tienes que cantar a Yahweh un
cántico nuevo siempre, ya que sus misericordias y maravillas son nuevas para tí cada
mañana también. No puede ser siempre la misma canción. Sería como escuchar la
misma tonada en la cítara todo el día ¡Muy aburrido! ¡El Señor es alegría Abisag!
¡El Señor es gozo! ¡Por eso debes venir siempre con una nueva canción, cada vez
más llena de alegría, gozo y acción de gracias! Por muy triste que estés en algún
momento de tu vida, nunca olvides que el Señor se conduele contigo pero se aburre
de tu tristeza y monotonía! ¿Qué esperabas? ¿No somos así también nosotros con
nuestros amigos y familia? Nos aburre siempre lo mismo.
- ¡Oh! Pues sí mi rey. No lo había visto así.
- Y también tienes que recordar, como ya te lo he dicho, que de nada sirve cantarle
mucho a Yahweh y danzar delante de Él si no obedeces todos sus mandamientos de
corazon, si no tienes temor de Él y de sus leyes. Por eso Uza cayó muerto ese día
delante del Señor -terminó de decir el anciano entristeciéndose.
- ¿Uza el hombre que Yahweh cortó por atreverse a tocar el Arca de Dios de quien
me contó mi mama en mi niñez? -preguntó Abisag rápidamente.
- Sí, hija mía, ése mismo -repondio David-. Era un hombre bueno Abisag. El dirijía
la carroza del Arca ese día. Era uno de mis siervos. Pero no era levita, no podía
siquiera pensar un instante en tocar el Arca de Dios. No le competía a él. Dios es
muy santo Abisag; por eso toda expresión de adoración debe estar sujeta a sus
órdenanzas y con corazón limpio, de otro modo Yahweh no la acepta. Entonces,
como ves, más vale el corazón humillado y obediente delante de Dios que los muchos
sacrificios y alabanzas. La alabanza a Dios siempre te va a sanar Abisag. No dejes
nunca de cantarle. En medio de la alabanza a Su Nombre, siempre hallaras liberación
y sanidad para tu cuerpo y tu alma. Israel debe aprender a cantar a Yahweh todos los
días y a cada instante, justo como lo hacen los sacerdotes del Señor en el Tabernáculo
a diario, las venticuatro horas del día, justo como se hace en el cielo también -
concluyó el rey.
- Entiendo mi señor, entiendo. Pero ahora quiero que me cuentes más de ese día, del
día en que Yahweh entró a Jerusalén y todos danzaban; del día en que todos dijeron

83
de ti: “¡Mírenlo como ama a su Dios!” ¡Por favor, cuéntame! ¡Yo no había nacido
aún el día que Yahweh vino a nosotros! – le rogó Abisag.
- Está bien, hija mía. Si me das un besito aquí en la mejilla, te cuento más -le
respondió el rey poniendo su mejilla.
- ¡Te daré dos besos enormes! ¡Uno en cada una! -le respondió Abisag saltando sobre
el anciano abrazándolo y besándolo como una niña a su padre.

Ese día todos estaban nerviosos. Ese día todos estaban felices también. Era el gran
día. El día más esperado de la nación israelita. Todos en el país, desde el más grande
hasta el más pequeño habían oído que Dios mismo, el Dios de Israel, Yahweh de los
Ejércitos, entraría en Jerusalén. No era cualquier día. Todos tenían que estar
preparados. A todos se les dijo de parte del rey que ayunaran, que se purificaran de
sus pecados, que oraran al Señor por bendición para Israel, y por sobre todo, que
cantaran alabanzas todo el día al Señor. Todos debían recibir al Señor y su Arca con
alegría y regocijo. Era la orden del rey.

Los sacerdotes Abiatar y Sadoc eran los encargados de dirigir la alabanza delante del
Arca de Dios en su entrada por la puerta principal de Jerusalén. Tenían más de 200
cantores y flautistas listos para unirse a la procesión de los demás sacerdotes. Todos
los danzores del tabernáculo estaban listos, todos los adoradores y pandereros, los
tamboreros, percusionistas y todos los shofaristas y levitas. Toda la tribu de Leví con
todos los que servían en el tabernáculo estaban del lado exterior del muro de
Jerusalén ya listos para entrar delante del Arca de Dios, con excepción de los
sacerdotes Abiatar y Sadoc que aguardaban del lado interior del muro junto a la
puerta principal. El recorrido hasta el Tabernáculo de Reunión en la Ciudadela de
David era de unos cinco kilómetros. Todos irían adorando a Yahweh, cada uno en
sus funciones y en sus puestos desde que el Arca entrara por la puerta hasta llegar al
Tabernáculo. El pueblo se uniría a los lados de la vía principal y alrededor en
expresiones de alabanza y danzas delante del Arca. El ambiente de fiesta en toda
Jerusalén era extraordinario ese día. Todas las terrazas tenían palmas y flores para
recibir al Señor. Las calles de Jerusalén estaban todas limpias y no había trabajo ese
día. Era día de fiesta nacional. Todas las ciudades de Israel estaban casi vacías pues

84
todo Israel había sido convocado a la gran fiesta de Yahweh y del rey en Jerusalén.
La ciudad estaba más adornada de lo habitual por orden del monarca, quien también
les había dicho a todos que se les uniría a la altura del pozo del Mercado Principal,
junto con todos sus hijos y esposas. Mientras esperaban que los sacerdotes entraran
por la puerta principal de la ciudad, Uz hacía muchas preguntas a los sacerdotes
Abiatar y Sadoc sobre la ruta a seguir hasta el tabernáculo. A él y a su hermano Ahío
les fue asignado dirigir la carroza sobre la que llevaban el Arca de Dios desde la
entrada del muro hasta la ciudadela. Había muchos preparativos y ambos sacerdotes
debían estar atentos a que cada una de las directrices del rey se cumpliesen.

- Señor, imagino que ya todo está listo para que los sacerdotes comiencen su
procesión hasta el tabernáculo -preguntó Uza al sacerdote Abiatar.
- Sí Uza, así es. Ya hemos cuidado de todos los detalles que nos ha encomendado el
rey. Hoy es el gran día de nuestro Dios Yahweh. Hoy es el gran día de Israel. Hoy el
Señor nos bendecirá e Israel terminará de vencer a todos sus enemigos. Ya no podrán
hacernos más la guerra. ¡Ya el Señor está en medio nuestro! -respondió Abiatar.
- ¡Alleluyah! -exclamó Uza-. Ahora si vendrá la paz a Israel. ¡Tan sólo me gustaría
salir ahí y danzar también para Yahweh! ¡Pero me ha tocado dirigir la carroza junto
con mi hermano! ¡No me parece justo! -continuó diciendo Uza, un joven rebelde y
obstinado de apenas dieciséis años.
- Pues, no te compete a ti querido Uza danzar con los danzores levitas de Israel -le
respondió Abiatar una vez más.
- Sí lo se muy bien Maestro Abiatar, lo sé muy bien -respondió Uza un poco molesto.
- Entonces, tan sólo debemos esperar que los sacerdotes entren por la Puerta
Principal. Además, no sabemos si en verdad el rey se aparecerá. Él asegura que sí lo
hará pero nos ha dicho que sus hijos y esposas irán también con el detrás del Arca -
agregó Aliel.

De pronto, el rey David se apareció ante ellos en la carpa donde conversaban del lado
interior del muro de Jerusalen, vistiendo un efod de lino blanco bastante transparente
que dejaba ver sus ropas intimas interiores. Saludándolos y bendiciéndolos les dijo:

- ¡Hola amigos! ¡Shalom! ¿Cómo están hoy en este gran día de Nuestro Gran Dios
Todopoderoso? ¡Hola Abiatar! ¡Hola Aliel! ¡Hola a todos! ¡Que bueno verlos!
- ¡Su majestad! ¡Shalom! -respondieron todos inclinando sus cabezas-. ¿Qué hace
usted por aquí sin avisarnos y con esas vestimentas? -preguntó Abiatar.

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- ¡Oh Abiatar! ¡No te preocupes! ¡He venido así para danzar delante de mi Dios el
Rey de Israel! ¡Tengo que danzar Abiatar, justo como lo he hecho siempre delante
del Señor desde mi niñez! ¡Hoy seré un remolino delante de Yahweh! Estoy muy
emocionado amigos, no encuentro palabras para describir mi emoción. Mi alma se
regocija en mi Dios y mi salvación. ¡El Señor Adonay Yahweh Eloheinou ha venido
hoy a Jerusalén! ¡Hoy nos bendecirá el Señor! ¡Hoy el Señor nos dará descanso de
todos nuestros enemigos! -exclamó David alzando la voz.
- Pero mi señor, ¿Cómo pretende el rey de Israel salir así afuera con ese ropaje tan
transparente e inusual de usted? ¡Se burlarán todos de usted, su majestad! ¿Qué dirán
los reyes de la tierra de usted? -preguntó rápidamente Aliel.
- ¡Oh Aliel! Tu no entiendes… ¡¿Qué me importa a mí lo que opinen los reyes de la
tierra de mí?! ¡¿Qué me importa a mí lo que opine Israel de mí mas allá de que vean
mi alegría por tener a mi Dios tan cerca de nosotros en este día?! ¿No lo ves Aliel?
¿No lo comprendes? ¡El Señor Dios Yahweh creador de los cielos y de la tierra viene
a vivir con nosotros ahora! ¡Dios en medio nuestro Aliel! ¡Emmanuel! ¡Ya no habrá
más muerte Aliel, ya no habrá más guerras! ¡Ahora ya no perderemos ninguna de
nuestras batallas porque el Señor las peleará todas Él mismo en medio nuestro a
través de su Arca! ¡Todos los reyes temerán a Israel porque dirán que Yahweh ahora
vive con nosotros! ¡Nadie osará hacernos la guerra de ahora en adelante! ¡No más
guerras! ¡Ven Aliel! ¡Tú deberías salir a danzar conmigo! ¡A ver, quítate esa ropa!
¡Quítense esas ropas sacerdotales y salgamos ahora mismo que el Arca ya pasa en
medio nuestro! -terminó de decir el rey quitándose la bata y quedándose frente a ellos
en ropa íntima interior.
- ¡No mi rey por favor, no nos obligues! -respondió Abiatar algo confundido por ver
al rey en ropas menores y ya a punto de salir a danzar detrás del Arca que justo ya
pasaba por enfrente de la carpa donde estaban-. Somos sacerdotes del Altisimo.
Debemos salir con nuestras vestimentas sacerdotales para ministrar al Señor. Tu eres
el rey, haz como bien te parece delante de tu Dios -agregó el anciano sacerdote.
- ¡Bendito sea Israel! -gritó el rey despidiéndose de ellos y saliendo de la carpa para
darse a danzar detrás del Arca de Dios.

David danzaba. Danzaba con todas sus fuerzas ante los ojos de todo el pueblo. Todo
el pueblo se maravilló de ver al rey tan cerca y desde tan lejos danzando como un
niño siguiendo al Arca de Yahweh. Eran miles y miles alrededor del Arca de Dios y
alrededor de David siguiendo al Arca. ¡Danzaba con poca ropa y con tanta alegría

86
que parecía que se iba a quebrar en pedazos con tantos movimientos bruscos que
hacía debido a su gozo! David estaba muy feliz. Estaba cercado por un grupo de
sacerdotes que le servían de barrera entre él y el pueblo. Su alegría y su pasión eran
notorias. Todos pudieron entender cuán feliz se sentía el rey por la llegada del Arca
de Dios a Jerusalén. Muchas mujeres lloraban de ver al Rey adorar a su Dios con tal
expresión de alabanza mediante la danza y al son de los tambores, címbalos y flautas
diciendo: “¡Mirad cómo ama a su Dios!”. Las doncellas de Israel suspiraban de ver
a David, quien era rubio, fuerte y hermoso de ojos, todas bendiciendo al Señor
Yahweh y a su ungido. Sus hijos y sus mujeres le seguían a la distancia, como a unos
cincuenta metros por detrás del Arca y del rey. David comenzó a llorar y a danzar
aún más fuerte mientras se acercaban a la Ciudad de David. Los tambores y la música
no dejaban de sonar y ninguno de los danzarines dejó nunca de danzar por mandato
del rey. De pronto, en medio de la algarabía y la alegría, se oyó un grito fuerte y la
música dejo de sonar por orden del rey con su mano y su voz:

-¡Uza! -gritó David.

Uza había caído muerto en medio de los danzarines y sacerdotes a una distancia de
unos diez metros del rey, a un costado del Arca. La procesión se detuvo y el rey se
acercó al cuerpo diciendo:

- ¡Uza! ¡Siervo mío! ¿Qué has hecho? -gritó el rey con fuerza.

- El Señor Yahweh-Kadesh lo ha herido y ha muerto mi señor. Ha tocado el Arca


para impedir que cayera al suelo cuando tropezábamos hace unos metros atrás al
pasar por el frente de la era de Nacón -respondió Abiatar llorando y sollozando
delante del rey y del pueblo.

- ¡Oh Uza! ¡Oh Señor! ¿Por qué mi Dios? ¿Por qué? -preguntaba el rey sosteniendo
a Uza en sus brazos y gritando al cielo.

- ¡Yo soy el Señor!, dice Yahweh. ¡Yo soy el Todopoderoso! ¡Yo reino sobre todos
los reyes y reinos de la Tierra! ¡Mi gloria no la comparto con nadie! -le respondió
Natán el profeta, tomado de Dios y profetizando frente a la vista de todo el pueblo.

Después de esto, David no quiso hospedar la Santísima Arca de Dios que mora entre
los querubines en su casa y en su fortaleza, toda vez que temía que Yahweh hiriera

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de muerte a su familia y a él mismo. Se decidió entonces que el Arca fuese llevada y
morara en la casa de Obed-Edom geteo, el cual fue bendito de Yahweh en todos sus
caminos desde ese día a los ojos del pueblo. El pueblo lamentó la muerte de Uza,
hijo de Abinadab, por poco tiempo debido al decreto de alegría para todo Israel de
parte del rey. La muerte de Uza le pesó mucho a David en su corazón. David
comprendió la Santidad de Yahweh ese día. Entendió que más vale delante del Señor
la obediencia a sus mandamientos que las muchas expresiones de alabanza. Entendió
que la verdadera alabanza a Dios sale del corazón obediente que observa y medita en
las leyes del Señor.

Ya acostados en la cama del rey tratando de dormir esa misma noche, Abisag yacía
desnuda con su pierna y su brazo por encima del pecho y piernas del rey mientras
éste roncaba en medio del profundo sueño, cubierto con tres gruesas cobijas y
calcetines hasta las rodillas. Pensaba que esa historia era la más terrible que había
escuchado de boca del rey hasta ese momento. Apenas el anciano terminó de
contarsela, se ladeó y se acostó. En medio de su narración se entristeció y no quiso
seguir hablando ni pensando en ese día, para luego quedarse dormido mientras
temblaba de frío. Fue entonces que Abisag corrió y se desvistió, acostándose a su
lado e intentando darle calor con su cuerpo como lo hacía noche tras noche. Sus ojos
no se cerraban. Pensaba en Uza, pensaba en los danzarines y los cantores. Pensaba
en David y su pasión por Yahweh. Pensaba en su madre y sus primas. Volvía a pensar
en el dolor del rey por Uza. Pensaba en Yahweh y su misericordia:

“Señor, tú eres Dios santo, no compartes tu gloria con nadie. Tu eres muy santo,
santo, santo. Enséñame tu santidad a mi también como se la mostraste ese día a
mi señor David. Muéstrame tu corazón y tu santidad mi Dios. No quiero seguir
viviendo si no conozco tu santidad. Hazlo en mí. Revélame el poder, la unción y la
hermosura de tu santidad. Te lo pido, amén”.

88
Pensaba en Salomón y su melodiosa voz.

¹ 2 Samuel 22

² Salmos 23

89
Capítulo 6

corazón de querubín: Valiente, guerrero y protector


“David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando
venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada; salía yo tras él, y
lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de
la quijada, y lo hería y lo mataba; fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y éste
filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del
Dios viviente”.
1 Samuel 17: 34-36

Al día siguiente, ya cuando los rayos del sol entraban por entre las rendijas de la
ventana del rey a la hora tercera, Abisag yacía todavía durmiendo en su cama real
arropada de sabanas reales y gruesas y entre almohadas grandes de ganso más suaves
que la lana de las ovejas de Sunem. Abisag despertó al sentir en su rostro los cálidos
rayos del sol. Se dió cuenta de que el rey no se encontraba en la habitación. Se sentó
sobre la cama y giró a todas partes buscando al anciano, pero no lo encontró. Se
preocupó. Se lavantó rápidamente y se vistió pues había dormido toda la noche
desnuda en el lecho del rey. Había dormido profundamente y seguía dándose cuenta
que su rey no la tocaba aún. Parecía que el anciano no la encontraba lo
suficientemente atractiva como para hacerla su mujer. Se sintió rechazada. Se sintió
menospreciada. Se volvió a sentar, giró su rostro al cielo y exclamó:

Señor Yahweh, por favor, te lo pido, otra vez, permite que halle gracia delante de
mi rey y pueda yo llegar a ser su mujer. Quita esta vergüenza de mí, permite que
pueda yo ser contada entre sus mujeres y, si es tu voluntad, poder darle alegría e
hijos antes de que él parta de este mundo.

90
Luego se levantó y salió a preguntar por el rey.

La mañana era hermosa y parecía que haría sol todo el día. El palacio parecía más
agitado de lo normal. Parecía que todos los siervos comentaban sobre algo mientras
Abisag caminaba por los pasillos. Veía que todos hablaban unos con otros sobre algo
mientras se dirigía al salón de los sirvientes para preguntar por el rey.

- El rey ha salido del palacio -le respondieron.

- Pero, ¿A dónde ha ido? ¿Qué está sucediendo? -preguntó Abisag.

- Los filisteos se preparan para una última gran batalla, después de tantos años que
no se daba ninguna -volvieron a decirle los sirvientes.

- ¿Y mi señor? ¿Con quién está? ¿A dónde ha ido? -volvió a preguntar.

- Ha salido con sus hombres a dar una “vuelta” -le respondió Jehú, uno de los
sirvientes de los príncipes y de las mujeres del rey.

- Jehú, ¿Estás seguro? -le preguntó Abisag.

- Sí señora. Quizás esté visitando el campo de batalla, aunque lo dudamos. Ya hace


mucho que él no viste sus ropas de guerras y sale a supervisar a sus tropas. Quizás
anda en otras diligencias. Sus generales están muy bien entrenados para hacer la
guerra sin necesitar del rey en ella -le volvió a responder el sirviente-. He oído que
puede andar hoy incluso cerca de su tierra, Sunem.

- ¿De veras? ¿Cerca de mi pueblo? Umm, es extraño. No me dijo nada anoche de que
iría a algún sitio hoy, y se ha levantado sin yo darme cuenta. Debe ser porque anoche
me dormí tarde y como una bebé en sus brazos. -siguió diciendo Abisag.

- Debe ser. Pero venga y desayune con nosotros en el salón de los principes señora,
¡Venga! – le arengó Jehu con su mano.

- ¡Oh! Sería buena idea. Apenas he visto a los hijos del rey y a sus esposas. Llévame
Jehú -le dijo Abisag siguiendolo.

En el camino al salón de los principes, Abisag pensaba en Salomon. Pensó que quizás
el estaría allí, hablando con sus hermanos. No se iba a sentir comoda tener que
saludarlo frente a todos sus hermanos -penso-.

91
El salón de los príncipes era inmenso y acogedor. Tenía cortinas hermosas con
detalles y adornos dorados en los cuatro grandes ventanales que daban a los jardines
del palacio. La chimenea estaba al otro lado de la entrada, y había mesas justo al lado
de cada ventanal. Las columnas y mesas en madera del Libano eran de exquisito
diseño y corte, aparte de ser muy lujosas. Estaba cubierto de alfombras en colores
vino tinto y dorado. Había cuadros y retratos a lo largo de las paredes del salón, que
dejaban ver fotos del rey y de su familia. Abisag pudo distinguir a varios príncipes
entre las fotos, desde los mayores hasta los menores. Las hijas del rey no aparecían
en los retratos, pero sí se encontraban sentadas en las alfombras en medio de grandes
almohadones. Las alfombras eran sencillamente hermosas y de colores muy alegres.
Tenían detalles de tipo importado; le pareció que las traían de Edom o Moab. El
clima era fresco ese día de primavera y todos parecían estar felices mientras comían
frutas y huevos sentados en la alfombra y sobre sus almohadones. El techo fue lo que
más impresiono a Abisag. Tenía detalles de grabaciones y surcos entre las vigas muy
hermosos que estaban cubiertas de telas también. Los arreglos, los colores y la
decoración de las telas que cubrían el techo la impresionaron de modo muy
agradable.

-¡Oh! Tú debes ser Abisag -le preguntó una de las princesas que estaban sentadas
con tres niños a su alrededor al ver a Abisag.

Abisag se dió cuenta de que la mujer que le hablaba debía ser una de las hijas del rey
debido al hermoso vestido que llevaba y al peinado que lucía.

- Mi señora Abisag, ella es Tamar, la hija mayor del rey -le dijo Jehú señalando a la
mujer sentada con los niños.

- ¡Oh! ¿Tamar? Encantada de conocerte. ¡Shalom sobre tí y tus ¿hijos?! -preguntó


Abisag visiblemente emocionada.

- Sí, soy yo. Y estos son mis hijos. Ven, siéntate con nosotros un rato aquí -le pidió
la princesa.

- ¡Oh gracias Tamar! Gracias. ¡Qué hermosos hijos tienes, nietos todos de mi señor!
-dijo Abisag extendiendo sus manos para tocar los rostros de los tres niños que
rodeaban a Tamar, dos varones y una niña, todos de edades comprendidas entre los
cinco a los diez años.

92
- Sí Abisag, éstos son mi bendición de Yahweh: Jaliel el mayor, Naruh mi niña, y
Melquisedec el menor. Saluden niños -les indicó Tamar.

- ¡Shalom Tamar! -dijeron los tres niños al unísono.

- ¡Shalom niños! ¿Cómo están? ¿Cómo se sienten? ¿Qué hacen aquí? ¿Comiendo?

- No -respondió Naruh-. ¡Estamos oyendo la historia que más nos gusta de nuestro
abuelo otra vez! -agregó.

- ¡Oh! ¡No me digan! ¡Ya sé cuál es! ¡La entrada del Arca de Yahweh a Jerusalén y
su abuelo danzando delante de Dios por supuesto! -dijo Abisag rápidamente a la
respuesta de los niños.

- ¡Oh no! -respondieron ellos.

- ¡No Abisag! ¡Por favor! ¡Esa no! -respondió melquisedec.

- Esa es bonita pero, ¡No es la más emocionante! -dijo Jaliel.

- Abisag, por favor, ¡No me digas que no te sabes la historia del abuelo cuando venció
a Goliat el gigante! -le arengó Naruh.

- ¡Oh cierto! Tienen razón, niños. Es verdad. Esa historia es muy emocionante -les
respondió Abisag sonriéndoles y volteando a ver a Tamar quien no hacía más que
reírse de ella-. Debí suponerlo -continuó Abisag-. Pero a ver, cuéntenme, ¿Qué les
ha dicho su madre de nuevo en esa historia? ¿Qué detalle nuevo de esa historia les
ha contado?

- ¡Pues mamá nos ha contado que ese día, el abuelo estaba lleno de miedo! Esa parte
no me la sabía -respondió Melquisedec.

- ¿Ah sí? ¿De veras? ¿Eso les dijo mamá? ¿Y ustedes le creen a su mama? -les
preguntó Abisag voltando a ver a Tamar nuevamente, quien repentinamente no se
reía ni tenía expresión en su rostro.

- Sí, eso nos dijo, pero yo no le creo - dijo Naruh-. Mi abuelo es muy valiente. Puede
matar a todos los gigantes juntos. Ningún gigante le da miedo. Mi abuelo nunca me
ha dicho eso, y él me ha contado esa historia muchas veces -concluyó.

93
- Pues, posiblemente tenía por lo menos un poquito de miedo, ¿No creen? -volvió a
preguntarles Abisag.

- ¡Nah! No lo creo -respondió Jaliel-. Mi abuelo es el más valiente de los guerreros


del Señor de todo el universo. Mi tío Salomón dice lo mismo también.

- ¿El tío Salomón? -preguntó Abisag rápidamente.

- Sí, mi tío Salomón dice que mi abuelo le ha contado esa historia muchas veces y
que, yo recuerde, nunca le dijo que le temía a los gigantes -respondió Jaliel
nuevamente.

- Ummm, entonces debe ser cierto. Si Salomón ó su mamá les dicen otra cosa, será
mejor preguntarle al mismo abuelo, ¿No creen? -propuso Abisag.

- Pues sí, ¡Es lo que deberíamos hacer! -respondió Naruh-. ¡Vamos chicos, apúrense!
¡Vamos a buscar al abuelo para preguntarle! ¡ó mejor vamos a jugar con nuestros
primos primero! ¡Vamos, apúrense! ¡Eres tan linda Abisag! ¡Me gusta tu cabello! -
le dijo Naruh acercándose a tocar el largo y sedoso cabello de Abisag antes de irse-.

- ¡Oh, pero a mí me fascina el tuyo! -le respondió Abisag-. ¡Tú sí eres hermosa! -
continuó.

Y acto seguido, Abisag besó en la cabeza a cada uno y se despidió de ellos, los cuales
hicieron señas y reverencia a Tamar y se fueron corriendo hacia la puerta del salón
de los príncipes. Los demás príncipes y princesas estaban también con sus hijos en
el salón así como también los príncipes menores del rey. Todos conversaban y reían
mientras comían sentados en el salón. Algunos veían de lejos a Abisag, pues no todos
la conocían aunque ya habían oído hablar de ella. Entre tanto, Abisag y Tamar se
ponían de pie.

- Jeje, ¿Qué te parece? Los niños no me creen. Esos niños no le tienen miedo a nada
hoy en día -comentó Tamar ya de pie.
- Pues sí, es así. Recuerdo a mi madre decirme lo mismo que tú les has dicho cuando
era niña; es decir, que mi señor el rey seguramente estaba aterrado cuando tuvo que
enfrentar a Goliat. Pero yo no le creía mucho. Me gustaba creer que el rey no le temía
a nada. Supongo que todos los niños prefieren creer que los valientes de David y el
mismo David no le tenían y no le tienen miedo a nada. No serían hombres normales,

94
¿Cierto? –agregó Abisag entre risas-. Mi padre me decía cuando aun vivía que jamás
oiría en mi vida una historia de valentía tan real y espeluznante, ninguna más
emocionante que la de David y Goliat. Pero después de oír las historias de valentía
de los demás valientes de mi señor, me quedo estupefacta. Me parecen increíbles. En
estos días conocí a Benaía, hijo de Joiada. No lo podía creer. No es tan fuerte ni tan
alto ahora como me lo imaginaba de joven; ya es más anciano también pero su fuerza
aún se nota en su rostro -concluyó Abisag.
- ¡Oh Abisag! ¡Tantas historias que aún no has oído! Tú eres muy joven y hermosa,
aún te falta mucho por conocer, ver y oír. Solo mantén tus ojos y oídos muy abiertos.
Nunca seas muy crédula ni tampoco muy incrédula. Nunca cierres tu corazón a creer
que como mujer, Yahweh no puede hacer cosas grandes contigo tambien. Sólo mira
a nuestras madres Sara, Rebeca, Raquel y Débora, todas mujeres llenas de Yahweh
y muy usadas por Él para bendecir a Israel. Nunca dejes que tu belleza y juventud te
envanezca. Nunca te confíes de tu hermosura para seducir al rey. El nunca te amará
debido a tu hermosura y juventud. Él ve tu corazón. El nunca amó a mi madre más
de lo que amó a ninguna de sus otras mujeres. Eso yo misma lo sé. Además, no tienes
por qué hacerlo. Eres más hermosa y joven que todas las hijas del rey y que todas sus
mujeres cuando teníamos tu edad. Eso ya lo sabemos nosotras que fuimos jóvenes y
que hoy ya te doblamos en edad. ¡Ojalá mi padre te dé hijos también, así un día
conocerás la dicha de ser madre! Es una bendición que no tiene nombre, Abisag. Sólo
podrás conocer de mejor manera el amor de Yahweh por tí y el amor de tus padres
por tí cuando al fin tengas hijos. Sé que has llegado al palacio siendo virgen. Todas
lo sabemos aquí. Todas alguna vez lo fuimos. Pero el mismo rey sabe que la
virginidad se lleva en el corazón, Abisag. Tú debes saberlo también. De nada te sirve
tu pureza sexual si ya tu corazón esta dañado y corrompido con tantas mentiras;
aunque tu rostro angelical me hace creer que eres una mujer buena y que no hay
malicia en tu corazón, ni para con el rey ni para con nosotros su familia. Nunca le
mientas al rey. Nunca intentes manipularlo ni presionarlo. Él se dará cuenta; y si no
se da cuenta, Yahweh mismo lo defenderá y se lo hará saber, tenlo por seguro. El rey
ora mucho a Yahweh, habla mucho con el Señor y el Señor le oye, lo defiende y le
responde. Siempre ha sido así desde su niñez. Aparte, también tiene sus profetas que
le hablan de parte de Yahweh, y ellos descubren cualquier mentira al rey, pues
delante de Yahweh no hay mentiras ni pretensiones de ninguno de nosotros, Abisag.
Delante de Yahweh siempre estarás desnuda. Créeme. Yo se de lo que te hablo. Así
que como ves, Abisag, sólo sé tu misma y nunca quieras ser otra. Acéptate siempre
95
a ti misma y perdónate siempre de cualquier error del pasado. Sé siempre muy sincera
delante de Yahweh y delante del rey y serás muy bendecida por el Señor y alabada
del rey y de todos -concluyó Tamar.
- ¡Oh Tamar! ¡Cuánto te agradezco tus palabras! -dijo Abisag con sus ojos aguados-
. Gracias por decirme todo esto. La verdad es que eso precisamente es todo y lo único
que quiero; ser digna de mi responsabilidad aquí en el palacio del rey así como ser
hallada en gracia por él y que me conceda hijos también. Ora al Señor por mí, por
favor. Aún el rey no me hace su mujer. No soporto más esto. Tu padre aún no me
toca. Las criadas me han instruido que posiblemente el rey puede dar más hijos, asi
como también me dijeron que mi señor ha expresado a veces no querer tener más de
nuevas mujeres. Yo también he oído lo que te sucedió a tí con tu hermano Amnón -
agregó Abisag inclinando la cabeza hacia adelante.
- ¡Oh Abisag! ¡Ya llegara tu día de amor con el rey! No temas. No desesperes. Todo
sucede en el tiempo perfecto de Yahweh. Pues, sí Abisag. Imagino que ya todo Israel
sabe mi historia. No es la más hermosa pero el Señor Yahweh me hizo justicia. Ha
sido muy duro, Abisag, haber perdido a mi hermano Absalón y casi perder a mi padre
también en esa sublevación. Absalón nunca entendio su pecado. No sólo se rebeló
contra su padre, el rey, sino también contra Yahweh. Su pecado fue doble. Mi padre
lo amaba mucho, Abisag, mucho. Todavía lo endecha a veces. Yahweh ha sido muy
fiel con nosotros y con mi padre. Mi esposo es un buen hombre. Yahweh escuchó mi
oración; me dió luego mis hijos también, a quienes ya conociste hoy. Pero, dime tú,
¿Tienes hermanos? -preguntó Tamar.
- No, nunca tuve. Soy hija única. Mi padre ya falleció y mi madre ha quedado sola
en mi hogar en Sunem -respondió Abisag.

En ese momento Jehú se acercó con un plato lleno de frutas y lo puso en la mesa
frente a las mujeres mirando a Abisag y diciendo:

- Su desayuno, mi señora.
- ¡Oh! ¡Muchas gracias Jehú! Yahweh te bendiga -respondió Abisag.

Abisag se inclinó a la mesa y tomó de las uvas frescas que le trajo a Jehú y comenzó
a comer, justo cuando notó que uno de los príncipes mayores la miraba desde el otro
lado del salón.

- Parece que le has gustado. No te quita la mirada desde que entraste al salon -le dijo
Tamar.
96
- ¡Oh! -exclamó Abisag casi atragántandose con una de las uvas al oír a Tamar-. ¿A
quién te refieres? ¿A ése de allá sentado con el niño a su lado? – le preguntó Abisag
haciéndole señas hacia el otro lado del salón mientras tosía y hablaba aún con la uva
en su boca.
- Sí, a él mismo. Mi hermano Adonías -respondió Tamar.
- ¡Oh!, pues sí…todos me miran realmente…siempre ha sido así en mi vida donde
quiera que voy; no me gusta mucho la verdad -dijo Abisag.
- Pero, yo sé por qué él te mira así, esa es la diferencia. Yo conozco a todos y cada
uno de estos jóvenes que miras hoy aquí, incluyendo a mis hermanas las princesas y
a las mujeres de mi padre. Sólo te diré que no te fíes de todos ellos, Abisag. No todos
son hombres buenos ni mujeres buenas, aquí mismo en la casa del rey y aunque te
parezca increíble. No todos son rectos delante de Yahweh. Yo mismo tuve que
vivirlo en persona con mi hermano Amnón, como ya lo sabes, a quien yo estimaba
mucho y pensaba que era un príncipe lleno del Señor. Y pues, resultó ser que no lo
era. Cuídate de manipulaciones aquí mismo en el palacio del rey. Conócelos de cerca
y básate en sus hechos y en lo que muestran en su corazón hacia Yahweh. No todos
son como el rey, de corazón puro delante de Dios. Pídele a Yahweh que te muestre
sus corazones, el de cada uno y el de cada una de las princesas y mujeres del rey. No
todas son buenas mujeres tampoco, aquí mismo en la casa del rey. Hoy aquí sólo
faltan algunos incluyendo a Salomón. -respondió Tamar-. De todos nosotros,
Salomón es especial. Mi padre le ama mucho y parece gustarle pasar más tiempo con
él que con el resto de nosotros. Debe ser también debido a toda la historia de mi padre
con su madre -concluyó Tamar.
- ¡Oh! Sí...me he dado cuenta que ambos disfrutan estar juntos y hablar mucho -
respondió Abisag-. ¿Por qué no está hoy aquí?
- Debe estar con mi padre fuera de la ciudad o visitando a su esquiladores y pastores.
Salomón ama a sus animales, especialmente sus caballos y ovejas. Tambien es hijo
único de su madre, ¿Sabías?
- ¡Oh! No, no lo sabía -respondió Abisag pensando para sus adentros que ya eran
varias cosas las que tenía en común con Salomón-. Y, ese niño hermosamente
ataviado junto a Adonías, ¿Quién es? -preguntó curiosa Abisag.
- Ese hermoso niño es Elifelet, el menor de mis hermanos, el más joven de los
príncipes del rey -respondió Tamar-. ¿Es hermoso cierto? -le preguntó Tamar.
- ¡Sí que lo es! -exclamó Abisag-. Quisiera conocerlo. -agregó.

97
- Ven conmigo, yo te le presento -le dijo Tamar tomándola de la mano y cruzando el
salón hasta donde comían Adonías y Elifelet.
- ¡Shalom Adonías! -dijo Tamar-. ¡Shalom Elifelet! -añadió. Ella es Abisag, la nueva
mujer del rey. Quiere conocerte -agregó Tamar viendo a Elifelet y luego a Adonías.

Ambos se pusieron de pie inclinando sus cabezas.

- ¡Shalom Abisag! -respondió Elifelet.


- ¡Shalom Elifelet! -respondió Abisag-. Gracias por saludarme -agregó.
- ¡Shalom Abisag! –le saludó Adonías rápidamente aún antes de que ella terminara
de saludar al niño.
- ¡Oh! ¡Shalom! –le saludó Abisag.
- Él es mi hermano Adonías, Abisag -dijo Tamar.
- ¡Shalom! -dijo Adonías otra vez viendo fijamente a Abisag a los ojos
nerviosamente.
- ¿Y tú cuantos años tienes? -preguntó Abisag a Elifelet.
- Tengo diez años, señora -respondió Elifelet.
- ¡Oh! Pensé que tenías más. Ya luces como todo un hombrecito -respondió Abisag
queriendo congraciarse con el niño.
- Yo tengo treinta -comentó rápidamente Adonías.
- ¡Oh! ¡Qué bueno! -respondió Abisag mirando a Adonías y luego a Tamar.
- Bueno, ¡Gracias por saludarnos muchachos! -respondió Tamar tomando
nuevamente a Abisag por el brazo y cruzando el salón de vuelta a la mesa de donde
comían.
- Eso fue extraño -dijo Abisag-. Me refiero al saludo tempestivo de Adonías -agregó.
- Pues sí. Cuídate de él -respondió Tamar-. Algunos siervos del palacio incluso dicen
que no trata bien siquiera a sus propias ovejas. De hecho, no creo que se atreva a
hacerte ningún mal. Eres mujer del rey. No puede tocarte, a diferencia de a sus
hermanas en este lugar. Ya puedo ver en él la misma mirada que veía en Amnón hace
muchos años en este mismo salón; la tipica mirada de pervertido sexual. Aún no
logro entender como un príncipe de Yahweh puede desear hacerle daño a sus mismas
hermanas. Era muy obvio que Amnón no me amaba, Abisag. No estaba bien que
quisiera estar conmigo, con una de sus mismas hermanas en la misma casa del rey.
Por eso Yahweh y mi hermano Absalon me vengaron y le dieron como merecía. No
debe haber pervertido sexual en la casa del rey. Todos pueden honrar a Yahweh y al
rey tomando esposa de entre las mujeres del reino. Amnón intentó manipularme
98
creyendo que yo me enamoraría de él contándome sus aventuras con otras mujeres.
Me creyó igual que todas las mujeres con las que ya había estado y se le habían dado.
No me conocía. No sabía quien era yo, toda una digna princesa de Israel. Pobre de
Amnón. No sabía ni reconocía su puesto en la casa del rey ni en el reino de Yahweh.
Él era un príncipe de Israel, nunca se dió su puesto. Nunca lo entendió. Por eso
enamoraba a otras de mis hermanas también en este mismo salón, no solamente a mí.
Gracias a Dios no logró dañar a ninguna otra. Absalón lo detuvo a tiempo. Sé que no
está bien que yo hable así, pero si Absalón no lo hubiese detenido, Amnón hubiese
violado a cualquier otra de las mujeres que hoy ves aquí con hijos e hijas. Yahweh
no quiso que fuese así. Yahweh mismo me vengó a mí y defendió a sus hijas.
¡Bendito sea Su Nombre! -concluyó Tamar notoriamente emocionada.
- ¡Oh Tamar! ¡Tú eres hermosa! Jamás iba a poder dañarte ese perverso. Tan sólo te
tocó, nada más. No logró dañar tu corazón ni llenarlo de odio hacia él ni hacia su
familia. Nunca te dañó. Puedo ver que eres hermosa de corazón, justo como habla de
tí mi señor David. Sé que Yahweh tiene bendiciones mucho más grandes para tí
porque puedo ver que has podido incluso perdonar a Amnón por el agravio que te
hizo. Ojalá pueda ser yo la mitad de lo hermosa que eres tú al seguir creciendo y al
llegar a tu edad. Ojalá Yahweh me dé hijos tan hermosos como los tuyos también.
Puedo notar que tu corazón odia toda mentira y engaño, así como toda manipulación
en el corazón de los hombres. ¡Justo como el corazón de Yahweh! Te doy gracias
por tus consejos y tu amistad. Puedes contar conmigo siempre para cuidar a tus hijos
siempre que yo pueda y me lo permitan aquí en el palacio. ¡Me gustaría compartir
más con ellos por favor! ¡Nunca tuve hermanitos con quien jugar! -le rogó Abisag.
- ¡Sí por supuesto, Abisag! Eso es seguro. Puedes visitarnos siempre que quieras y
te lo permita el rey -respondió Tamar feliz y encantada de compartir con Abisag.

El día transcurrió en medio de risas, música y comida mientras Abisag esperaba


noticias del rey para dirigirse a su recámara personal primeramente y luego a atender
al anciano, tal y como era su deber diariamente. Ya al caer la tarde justo antes de
anochecher, Betsabé entró en el salón y se dirijió hacia donde estaban ambas mujeres
comiendo y charlando aún.

- ¡Shalom Tamar! ¡Shalom Abisag! Veo que ya son amigas. ¡Qué bueno! Siento
mucho tener que interrumpir su velada, pero el rey ha llegado y ha preguntado por tí,
Abisag. Quizás debas ir ya a prepararte para ir a atenderlo -concluyó Betsabe
inclinando su cabeza y echando a caminar de regreso por donde había entrado.
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- ¡Shalom señora! ¡Sí señora, ya voy! -respondió Abisag levantándose rápidamente
mientras veía a Tamar.

- No tienes que llamarla señora, Abisag. No es tu señora ni es tampoco la reina. Es


tan igual como tú en esta casa, una más de las mujeres del rey. Ella sólo que se sabe
especial porque mi padre ama mucho a Salomón, eso es todo -le dijo Tamar.

- Bueno, sí eso ya lo sé -respondió Abisag-. Solamente le tengo respeto. Y bueno, es


la madre de Salomón, como ya lo has dicho -agregó.

- Te entiendo. Te cuento que no todas las mujeres del rey la respetan mucho aquí
realmente. Algunas dicen que ella se le metió por los ojos a mi padre mientras se
bañaba desnuda en el patio de su casa a la vista de él desde su ventana. ¡Imagínate!
¡Una mujer casada con marido! -comentó Tamar.

- Sí, eso he oído también aún antes de llegar al palacio. En mi pueblo comentan eso
también. Pero sea cierto o no, sólo lo saben ella y Yahweh, aunque todo es muy
confuso y sospechoso. Ninguna mujer se bañaría desnuda en el patio de su casa sin
techo que cubra de la vista de las terrazas aledañas, esté cerca del palacio o no. Todas
tenemos una sala de baño dentro de la casa y otro fuera de la casa también para los
baños de limpieza, ¿No? ¡Qué extraño! No quiero creer que Betsabé es una mala
mujer que quería hacerse mujer del rey sólo porque no era feliz con su marido y
porque se sabía hermosa de cuerpo y de cabellera, como es obvio a los hombres -
comentó Abisag.

- Pues algunas mujeres en el palacio dicen que su actitud la delata. Nunca comparte
mucho con las demás mujeres del rey. Nunca ha saludado a mi madre, por ejemplo.
Todas las demás mujeres del rey creen que ella es la más coqueta, vanidosa, odiosa
y altiva de ojos de entre sus mujeres. La mayoría de ellas piensan que ella se cree
más especial que todas. No tiene muchas amigas en el palacio y siempre quiere andar
dando órdenes como si fuera la reina. Algunas dicen que su madre era una mujer
frívola y adúltera que sólo se juntaba con hombres casados. ¡Triste por ella si eso era
así! Yo no sé si sea cierto, pero el dicho popular se cumple: “De tal palo, tal astilla”
¡Que vergüenza! -añadió Tamar.

- Bueno, ya debo irme Tamar. Gracias otra vez. Cuídate mucho por favor. Yahweh
te bendiga -se despidió Abisag.

100
- ¡Y a tí también, Abisag! Nos vemos pronto. ¡Shalom! -se despidió Tamar besándola
en ambas mejillas.

Abisag echó a andar hacia la entrada de la sala ante la mirada incómoda de todos, no
sin antes voltear a echar una última ojeada al retrato de Salomón.

El rey regresó casi al anochecer. Estaba bastante feliz. Parecía que la inminente
batalla contra los filisteos no le preocupaba mucho. Aguardaba por Abisag sentado
en su gran sillón real en su recámara y cenando unas frutas secas. Abisag se
apresuraba en bañarse y cenar antes de ir a atenderlo.

- ¡Shalom mi señor! ¿Cómo te fue en tu salida? -saludó Abisag al entrar en la


habitación y cerrar la puerta.

- ¡Shalom Abisag! -respondió el anciano-. Me fue muy bien gracias a Yahweh. Este
viaje me ha servido de mucho para arreglar asuntos en mi vida y en mi corazón -
agregó.

- ¿Del corazón? No entiendo mi señor. Pensé que habías ido al campo de batalla a
supervisar a las tropas y al ejército -comentó Abisag.

- Abisag, toda batalla en lo físico es una batalla primeramente en tu corazón -


respondió el anciano-. Si la pierdes en tu corazón, la perderás también fuera de él -
agregó.

- Ummm, no lo había visto así mi señor -respondió Abisag-. Pero dime mi rey, ¿Te
ha sido propicio Yahweh tu Dios? -preguntó.

- ¡Oh! Sí Abisag. Bendito sea Yahweh Dios de Israel. Me ha llevado y me ha traído.


He visto el campamento de los filisteos. Son miles de miles. Parecen hormigas.
Nunca se acaban. Por más guerra que hagamos contra ellos, nunca se rinden. Siempre
vuelven. Y esta vez hay más gigantes.

- ¿Gigantes? ¿Como Goliat?

101
- Más grandes, Abisag, más grandes. Siempre son más grandes y más fuertes. Pero,
¿Adivina qué? -preguntó el rey-. Todos caen. Todos, Abisag. No importa lo fuerte o
lo grande. Todos caen. -agregó.

- Pero mi rey, ¿Cómo es esto? Si son más grandes y más fuertes, ¿Cómo es que todos
caen en batalla? Yo sé que Yahweh está contigo y con Israel, como cuando mataste
a Goliat, pero ¿Cómo es que todos caen sin más? No he oído del primer gigante que
haya enfrentado a Israel y haya vencido. Cuéntame por favor. ¿Nunca te dió miedo
enfrentarlos? ¿Es cierto lo que dicen Salomón y todos tus hijos y nietos? ¿Nunca
tuviste miedo de Goliat? -volvió a preguntar la doncella.

- ¡Oh Abisag! -comenzó a responder el anciano sonriéndose-. ¡Por supuesto que sentí
temor! Cada vez que enfrenté a cada uno de esos gigantes, y los anteriores a Goliat
también. Siempre te da miedo. Pero el miedo no es símbolo de cobardía, Abisag. Es
bueno sentir el miedo porque eso te hace ver tu debilidad y te hace recordar que solo
y en tus propias fuerzas nunca podrás vencer. Te hace ver tu fragilidad y tu necesidad
de Yahweh. Ya cuando lo vences la primera vez, te acostumbras a vencerlo. Luego
te gusta vencerlo cada vez que puedes. Vencer tus miedos la primera vez siempre te
llevará a creerte más fuerte la próxima vez. Entonces, como ves, todo depende de tu
actitud la primera vez -añadió.

- ¡Entonces sí tuviste temor! ¡Yo lo sabía! ¡Mi madre me lo decía siempre, que no
era como lo decía todo el pueblo, que sí sentías temor! Pero, ¿De cuáles gigantes
anteriores a Goliat me hablas mi rey? -preguntó curiosa.

- ¿Tu madre? Umm…pues sí. Así fue. Tu madre parece conocerme muy bien, insisto.
Goliat fue el primer gigante filisteo que enfrenté en batalla, Abisag, pero no fue para
nada el primer gigante que había enfrentado en mi vida -dijo el anciano arropándose
mejor en su cobija en su sillón.

- ¿Cómo así mi rey? -preguntó Abisag-. ¿Antes de Goliat ya habías enfrentado otros
gigantes? No he escuchado esa historia aún.

- No es una historia que oirás alguna vez de alguien del pueblo, Abisag. Es del tipo
de historias que solo conocen tú y Yahweh. Es la historia de tu corazón. Es el gigante
en tu corazón -agregó el rey-. Mi primer gigante en mi vida fue el odio de mis
hermanos hacia mí, y el creciente sentimiento de inferioridad y rechazo en mi
corazón. Yo le tenía miedo a odiarlos como ellos me odiaban a mí. Ese fue mi primer
102
gigante en mi vida, Abisag, el rechazo de mi familia. Yo crecí con bastante rechazo
de parte de mi padre y de mis hermanos, Abisag. Nunca conocí a mi madre natural.
Verás, yo no soy hijo legítimo de mi padre; soy un bastardo. Mi padre le fue infiel a
mi madrastra y se unió a mi madre, quien era una ramera. Yo no lo sabía hasta que
cumplí los doce años de edad, cuando mi hermano mayor, Eliab, me lo gritó en mi
cara en medio de una riña que tuve con otro de mis hermanos en el campo mientras
apacentábamos las ovejas de mi padre. Eso comenzó a generar en mí un sentimiento
de temor hacia las personas. Asimismo, mi otro hermano me gritó ese día que mi
padre pensó en hacer abortar a mi madre para esconder su pecado, pero mi tío no lo
dejó. No estaría yo aquí frente a tí si Yahweh no me hubiese defendido ese día que
fuí concebido. Por eso es que me la pasaba en el campo, Abisag, con las ovejas de
mi padre. No quería estar muy rodeado de los adultos ni de mis hermanos. Comencé
a amar más a mis ovejas que a las personas. Y fue entonces cuando comencé a
aprender a tocar la cítara y a cantar para Yahweh en mi soledad. Es muy bueno que
los jóvenes de Israel aprendan desde muy pequeños a tocar un instrumento musical
y a cantar para Yahweh, Abisag. Eso te ayuda en tus temores. Me sentía muy solo a
veces. No los odiaba. Creo que Yahweh no dejó que eso sucediera porque comencé
a hablar mucho con el Señor en la soledad de mis noches y aún en mis pensamientos.
Yahweh nunca me dejó solo. Sentía su mano sobre mí siempre. Y luego sucedió ese
día -concluyó.

- ¿Cuál día mi señor? ¿El día que enfrentaste a Goliat? -preguntó Abisag.

- No Abisag, ese no fue el día en que he sentido mas pánico y temor en mi vida –
respondió-. Te estoy hablando del día en que invoqué a Yahweh y sentí su Espíritu
y su fuerza venir sobre mí por primera vez como nunca la he sentido igual ya más
desde ese día; el día que sentí tanto temor de la fuerza y del Espíritu de Dios en mí
por primera vez en mi vida; el día en que sentí mucho temor de enfrentarme a ese
león, cuando tenía catorce añitos; el día en que Yahweh entró en mí luego de que el
profeta Samuel me ungiera con su cuerno a la vista de mi padre y de todos mis
hermanos. Ese día nunca podé olvidarlo, Abisag. Ese día tenía mucho miedo, pero
ese león se estaba llevando mi ovejita, y mi padre me iba a golpear en la casa si yo
no regresaba con todas ellas. Yo estaba dispuesto a morir ese día por mi ovejita. No
la iba a dejar morir. Era mi ovejita más preciada. Se llamaba Tanya. Era el nombre
que le había puesto. Es un nombre extranjero, lo sé, pero me gusta porque significa
princesa. Tanya era la princesa de todas mis ovejas. La verdad es que le tenía un
103
nombre a todas y cada una, pero Tanya era la más traviesa de todas, la más saltona.
Era la que más me gustaba debido su espíritu aventurero y sin temor a nada. La amaba
mucho Abisag. Supongo que fue mi amor profundo por Tanya lo que me llevó a
invocar al Señor a que viniera sobre mí para poder enfrentarme a ese enorme león y
defenderla. El perfecto amor siempre echa fuera el temor, Abisag. Eso me lo enseñó
también ese día mi vieja amiga pastora de los campos de Sunem, quien era mi
compañera de juegos y quien me vió defender a mi ovejita. ¡Ese león vino y tomó a
mi Tanya por una de sus patas y comenzó a arrastrarla lejos de las demás ante mi
vista! -exclamó el anciano haciendo una pausa para toser con fuerza.

- ¡Oh mi rey! ¿Te encuentras bien? -preguntó Abisag saltando de la cama y


acercándose al anciano.

- ¡Oh! Sí, sí...no te preocupes. Estoy bien. Es sólo que cada vez que salgo fuera del
palacio, siempre pesco una tos y escalofríos. Son cada vez más intensos -respondió
el anciano.

- ¡Qué bueno que te sientes mejor de la tos! Pero mi rey, no entiendo algo. ¿Cómo es
que tenías miedo y aún así vino sobre tí el Espíritu de Yahweh y defendiste a Tanya,
tu ovejita? ¿Cómo te armaste de valor? –preguntó Abisag.

- No iba a dejar que se llevara a Tanya. Estaba listo para morir ese día, Abisag. Ya
me daba por muerto cuando eché a correr clamando a Yahweh, pero tenía que invocar
a Yahweh y tenía que quitarle mi oveja de sus fauces. Mi amor por mi ovejita más
preciada me hizo dejar a las otras noventa y nueve que tenía conmigo ese día y correr
hacia él y tomarlo de sus mandíbulas y abrirlas con tanta fuerza que las quebré. No
fue el único león ni la única bestia que maté en mi niñez, Abisag. Han sido varios. Y
en cada ocasión ha sido el Espíritu de Yahweh sobre mí y su fuerza descomunal que
entra en mí, como con cada gigante filisteo también. No soy yo. Yo lo único que
hago es hacer caso omiso del temor en mí. No le presto atención. Lo ignoro. Ignoro
a mi gigante. Y el temor en mí era uno de mis mayores gigantes. Pero todo comenzó
ese día, cuando me atreví a creer por primera vez que podía pelear con ellos y
vencerlos. Ese fue el día que vencí todos mis temores y todos mis gigantes en mi
corazón. Ese día ya no había odio en mi corazón. Solo había amor por Tanya y por
mi familia y por todo el que me había rechazado anteriormente en mi vida. Ese fue
el día que Yahweh cayó sobre mí, el día que vencí mi odio y mi temor. Ya luego era
fácil hacerlo porque siempre invocaba a Yahweh sobre mí. No era mi valentía,
104
Abisag. Era mi fé y mi confianza total en mi Dios. Era mi amor por mis ovejas.
Siéntate en ese otro sillón y te contaré mejor toda la historia -concluyó el rey
señalándole con su mano mientras Abisag, con la boca abierta y anonadada, saltaba
hacia el mismo.

El día era soleado y las ovejas de David pastaban desde temprano en el valle de
Sunem, cerca de Belén. Era un día más de trabajo en la vida del joven pastor, nada
especial. David estaba sentado debajo de su árbol sicómoro, sentado sobre su roca y
tocando su cítara, mientras cantaba salmos a Yahweh. Su deleite era eso mismo, estar
frente a sus ovejas y verlas pastar plácidamente mientras meditaba en el Señor y en
su santidad. Todos los días salía con ellas buscando buenos pastos comenzando en
Belén, lo cual lo llevaba frecuentemente hasta Sunem, donde a veces encontraba
mejores lugares donde pastar unas setenta ovejas que su padre Isaí le había
encargado. Frecuentemente caminaba más de quince kilometros diariamente detrás
de sus ovejas, entre salir de Belén y regresar, lo cual hacía luego de tres o cuatro días;
por lo cual veía a su padre y a sus hermanos una o dos veces por semana. Dormía
entre sus ovejas en el día y durante la noche, a veces en cuevas, a veces en los valles
o en los bosques. Le gustaba frecuentar las praderas de Sunem, por lo cual se
encontraba ese día cerca del mismo pueblo. Algunos de sus hermanos mayores
también eran pastores, pero a él no le gustaba pastorear junto a ellos debido a que
ellos le despreciaban y se mofaban mucho de él. Tenía una lista de varias canciones
que le había compuesto al Señor tan sólo con apenas catorce años, lo cual hacía desde
que cumplió los doce años, cuando su padre le encargó en el pastoreo. Mientras las
cantaba una tras otra al mismo tiempo que tocaba cada melodía con su cítara, se
detenía a detallar a cada una de sus ovejitas. Las conocía muy bien. Y ellas lo
conocían a él, así como al sonido de su voz y sus silbidos. Ya hacían dos años desde
que andaban juntos en todo lugar por los campos de Judá y a veces hasta en tierras
de Benjamín. Le tenía un nombre a cada una, por lo cual le gustaba practicar
recordarlas por nombre llamándolas por los mismos en momentos puntuales del día.
Tenía ovejas de todos los tamaños y edades, machos y hembras, unás más oscuras
que otras, unas más obedientes que otras. Tanya era su preferida, la cual siempre
estaba a su lado a menos que algo le llamara la atención a la distancia y se alejara

105
siempre de las demás en pos de su distracción. Era la más atrevida y hermosa, de
lana muy blanca y de las más jóvenes del redil. Era como su hija que siempre había
soñado tener desde que era más pequeño. Mientras tocaba su cítara esa mañana ya
casi a mediodía y a plena luz y calor del sol, Tanya yacía a su lado dormida en paz
al mismo tiempo que las demás ovejas pastaban. De pronto, David observó que la
misma niña pastora de Sunem que ya había visto un par de veces antes y con la cual
habia jugado a las escondidas en el bosque de Benjamín la ultima vez que la vió,
apareció por el lado este de la ladera del valle junto con su hermano mayor, quien
era pastor también. Llevaban sus más de sesenta ovejas juntos bajando la ladera y
acercándose hacia el rebaño de David. El joven David, emocionado al ver que la
misma niña que ya conocía sin saberle su nombre se acercaba también, se levantó de
la roca de debajo de un gran sicómoro donde descansaba y comenzó a gritarles para
que se acercaran a él y aprovechasen la sombra del gran árbol donde siempre se
sentaba a tocar su cítara cuando pastaba cerca de Sunem. Los hermanos al verle
gritar, comenzaron a arrear a su redil hacia la dirección del sicómoro, siempre
cuidando de no llegar muy cerca del redil de David para no mezclar sus ovejas. La
niña echó a correr hasta el árbol de David dejando a su hermano atrás con sus ovejas.
Era hermosa y de largos cabellos negros, pareciendo un poco menor que David.
Vestía una bata azul cielo ceñida a su cuerpo con un cinturón, llevando trenzas en su
cabello que la hacían lucir como la niña más hermosa que jamás había visto en su
corta vida; además de su fresco olor que ya hacía que David pensara mucho en ella
durante el día.

- ¡Shalom! – le saludó David al verla frente a él debajo del árbol.

- ¡Shalom hijo de Isaí de Belén! -le respondió la niña quien saltó hacia él y le abrazó
con fuerza besándole en la mejilla!

- ¿Cómo has sabido mi nombre? -le preguntó David curioso y nervioso al ver como
la niña lo había abrazado y besado-. La última vez que nos vimos la semana pasada
mientras jugábamos a las escondidas en el bosque, jamás te dije mi nombre y tu
tampoco me dijiste el tuyo -agregó.

- Todos ya conocen al menor de los hijos de Isaí de Belén aunque nunca te vean en
la ciudad -le respondió la niña.

106
David entonces pensó para sí que seguramente ya todo el pueblo en esa región de
Israel habrían oído de su ungimiento como próximo rey de la nación por parte del
profeta Samuel hacía ya un mes, algo que el mismo no se creía mucho todavía.

- ¡Oh! ¿De veras? ¿Tus padres me conocen ya también? -preguntó David.

- Todos hablan de tí. No vives muy lejos de Sunem. Belén es tan sólo a cinco horas
de camino de aquí -le respondió la niña.

- Ummm, ya veo -respondió David-. Entonces tú también escuchaste la historia me


imagino. No veo porque todos están alarmados con eso y comentan sobre mí.
Ninguno me conoce. Ninguno sabe si soy digno de ser el rey de Israel. Yo mismo no
sé si de veras eso se cumplirá en mí algún dúa -agregó David.

- ¿Tienes miedo joven David? ¿A qué le tienes miedo? -le preguntó la niña.

- ¿Yo? ¿Miedo? Pues no sé de veras a qué cosas le tengo miedo. Creo que no le temo
a nada. Pero de seguro no sé cómo es eso de ser rey. No sé si le tenga miedo a eso
porque pues, ya ves, yo solo soy un pastor de ovejas. No me imagino cómo es vivir
en un palacio y comer todo el día y salir a pelear con los enemigos de Israel. No
tengo la más mínima idea. No sé dar ordenes y no se hablar ante el pueblo. Además,
¿Cómo seré rey si el rey Saúl tiene muchos hijos varones? Yo creo que quizás el
profeta Samuel se equivocó al ungirme a mí. Mis hermanos mayores son más fuertes
que yo -concluyó.

- ¿De veras eso piensas? -le preguntó la niña viendo a la ovejita Tanya que se había
levantado de su sueño y parecía algo curiosa-. Ser rey no debe ser muy difícil -agregó
la niña mientras acariciaba a Tanya con mucha ternura y pasaba sus manos por la
suave lana de su cuello-. Tan sólo tienes que ser valiente y dejar tus miedos y
enfrentarte a los enemigos del Señor y vencerlos. Y eso es muy fácil lograrlo -
concluyó.

- ¿Fácil? ¿Así no más? ¿Cómo lo sabes? -le preguntó David a la niña sin poder creer
lo que la niña le decía.

- Yo soy la menor de todos mis hermanos, la última niña de cuatro hembras y dos
varones. Mi hermano que ves por allá es el mayor de los varones y el segundo hijo
de mis padres. Se llama Rafael. Sólo el y yo pastoreamos las ovejas de nuestro padre.

107
Y yo soy la reina de la casa no por ser la menor, sino porque mi padre sabe que amo
sus ovejas más que a todo en la vida; por eso me deja pastorearlas junto con mi
hermano mayor. Él y yo daríamos nuestras vidas por nuestras ovejas, David; por eso
nuestro padre nos deja pastorearlas a nosotros y no a mis demás hermanos. A ellos
les ha asignado otras tareas en la casa. Nuestro padre nos escogió porque él mismo
daría también su vida por cada una de sus ovejas. Ellas son muy importantes para mi
familia. Así que como ves, es el perfecto amor por alguien o algo lo que te ayuda a
dejar tus miedos y protegerlo con tu propia vida, de modo que tu padre te asigna
como pastor de sus ovejas; es decir, como ángel sobre sus ovejas. Yo soy sólo una
niña pero yo ya sé eso en mi vida. No es nada valioso en mí; es mi amor por mis
ovejas lo que me hace vencer el temor, ¿Lo ves? -concluyó la niña dejando ir a Tanya
de sus manos que aún parecía curiosa e inquieta.

- Ummm, pues sí, ya creo que lo entiendo – respondió David.

- Ese mismo amor te lleva incluso a vencer el miedo a la muerte, niño rey -agregó la
niña.

- No me llames así -respondió David-. No soy el rey de Israel. Sólo Dios sabe si
algún día lo seré -agregó.

- A ver, ¿Le temes a la muerte David? ¿Por eso temes ser rey? ¿Temes morir en el
intento? – preguntó nuevamente la niña.

Las preguntas tomaron por sorpresa a David. No había reparado nunca en eso. Pensó
durante unos segundos y respondió:

- Bueno, supongo que sí. Supongo que todos lo hacemos -le respondió David-. ¿Y
tú? ¿No tienes miedo de morir algún dia? -le preguntó de vuelta a la niña.

- Todos lo haremos tarde o temprano. Lo que nos queda es escoger como hacerlo.
Pero, yo ya no le tengo temor a la muerte -respondió la niña sin pensarlo dos veces-
. Yahweh me ha librado de la muerte varias veces; por alguna razón desconocida
será. Supongo que él tiene un propósito de vida conmigo también para lo cual me ha
reservado y no me lleva con él aún, justo como lo tiene contigo como rey de Israel.
Mi madre tuvo muchas complicaciones durante su embarazo de mí, y ambas casi
morimos al yo nacer. También en el campo hemos tenido que enfrentar a los lobos,
a los chacales e incluso a un oso la semana pasada. Mi hermano Rafael es muy

108
valiente y diestro con la honda, pero sin duda ha sido el Señor Yahweh quien nos ha
librado -agregó la jovencita.

- ¡Qué bueno que no le temes a nada entonces! -comentó David ya extasiado con la
jovencita, de la cual no dejaba de oler sus cabellos que a pesar del inclemente sol,
irradiaban un olor muy agradable a pesar de su sudor-. Y por cierto, ¿Ya hoy me
dirás como te llamas? -le preguntó David.

- Obviamente sí hay cosas a las que les temo, pero, ¿Para qué pensar en ellas? ¡La
vida hay que disfrutarla David! –exclamó la niña alzando su voz-. Y además, ¿Para
qué quieres saber mi nombre, rey de Israel? Yo sólo soy una niña pastora de los
campos de Sunem -le respondió riéndose de él mientras echaba a andar para regresar
con su hermano y sus ovejas, despidiéndose de él con el vaivén de sus manos -. Tan
sólo te diré que mi nombre no te es desconocido, pues tu corazón se parece mucho a
mi nombre y a lo que haces cuando nadie te ve -agregó sonriéndole y volteándose.

David también agitó su mano hacia ella en señal de despedida mientras pensaba en
el acertijo del nombre de la niña. Fue entonce cuando repentinamente escuchó y
volteó su mirada hacia donde venía el sonido del cascabel de su ovejita Tanya a la
distancia, la cual permanecia inmóvil frente a un gran león de Judá.

-¡Tanya! -gritó David con fuerza.

David se quedó paralizado al ver que su oveja y el león estaban a una distancia de
unos doscientos metros hacia la montaña. Por un instante sintió que el temor recorría
todo su cuerpo. No podía accionar. Su grito hizo que tanto la niña como la ovejita
voltearan hacia David y se percataran ambos niños de la peligrosa situación. David
observó que la niña en su regreso estaba más cerca de Tanya que él, lo cual le hizo
darse cuenta que ambas podían estar en peligro de alcance del león si la niña llegaba
a su oveja antes que él. En efecto, la niña echó a correr hacia la oveja antes que
David, el cual no sabía qué hacer mientras observaba como el león ya había herido a
su oveja tomándola con sus fauces y comenzando a arrastrarla por una de sus patas.
David reaccionó tardíamente clamando a gran voz a Yahweh dentro de sí mientras
comenzaba a correr hacia ellos:

¡Mi Dios! ¡Yahweh-Shabaot! ¡Padre mío! ¡Ven sobre mí ahora, te lo ruego!

109
De repente y sintiéndolo dentro de él, David observó que Yahweh le ayudó a correr
mucho más rápido que la niña en fracciones de segundos y que llegara hasta el león
mucho antes que ella. Entonces entendió David que Yahweh estaba sobre él y con él
al oponérsele en el camino al león, al cual miró a los ojos por un instante mientras la
bestia dejaba caer a la ovejita de entre sus colmillos para rugirle con fuerza y potente
estruendo. David no sintió temor al mirarlo a los ojos y oír su fuerte y largo rugido;
solamente cerró sus ojos y sintió que el también rugía dentro de sí mismo con mucha
mas fuerza que el león. Pudo escuchar los latidos de su corazón retumbar con fuerza
y rapidez. Sintió el viento del Espíritu de Yahweh rozar sus mejillas y orejas para
luego entrar en él desde la cabeza hasta los pies. Sintió la fuerza del Señor dentro de
él como un río que lo llenaba todo y echaba todo miedo y ansiedad fuera de él. Con
sus ojos cerrados aún, pensó en Tanya y en todos esos momentos hermosos que había
vivido con ella en sus brazos desde que nació, siempre con su cítara y su canción al
Señor. Luego, abriendo los ojos, miró de nuevo a su ovejita echada delante del león,
y antes de que el animal dejara de rugir, lo vió otra vez directo a los ojos con fiereza
y furia en los suyos, tomo posición de ataque y se abalanzó contra él gritando y en
una rápida carrera sin temor, saltando y sujetándolo por las mandíbulas; lo cual hizo
que rodaran unos metros sobre el suelo, terminando ambos con David encima del
león muerto y sosteniendo la mandíbula inferior en sus manos. David aún rugía
dentro de sí cuando se dió cuenta de que había matado al león. Supo entonces que
Yahweh, el León de la Tribu de Judá, comenzaba a rugir mucho más fuerte dentro
de él desde ese día. La niña llegó hasta ellos minutos después de que David se
levantara con la mandíbula del león y caminara en dirección de su ovejita para
postrarse ante ella y comenzar a llorar desconsoladamente. Al llegar corriendo hasta
ellos, la niña postrándose también frente a la oveja y luego de revisarla por todas
partes y ver también la mandíbula del león muerto en las manos de David, viéndolo
a los ojos aún con la boca abierta del asombro debido a la fuerza descomunal en él,
le djo:

-No llores mi rey, no ha muerto; solamente está herida pues nada más que su patita
derecha ha sido rota. ¡Mira! ¡Aún respira! ¡Hoy has conocido el poder del amor
David! ¡Hoy ya no hay temor en ti! ¡Vamos! ¡Curémosla y llevémosla con las demás!

David seguía llorando. Se levantó aún sosteniendo la mandíbula del león en sus
manos y luego de tirarla, cargó a su oveja en sus brazos mientras por dentro y con su
boca y alma, sólo decía una y otra vez:
110
-¡Alleluyah!-

Esa misma noche en su lecho real y yaciendo con su anciano señor, Abisag no
lograba dormirse. Sólo pensaba en David y en la ovejita Tanya…y en esa niña de los
campos de Sunem también. Recordó de repente que su madre una vez le contó que
ella había sido pastora de las ovejas de su padre durante su infancia en esos mismos
campos, de lo cual nunca más le volvió a hablar ni sobre sus aventuras en esas
praderas. Solamente le contó eso. Tambien pensó que ella no tenía ningún tío que se
llamase Rafael hasta donde ella supiera. Todo le parecía interesante. También
pensaba en que esa misma noche antes de quedarse dormido en su lecho y mientras
aún temblaba de frio, el anciano rey le pidió que nunca más volviera a desnudarse
para darle calor mientras durmieran juntos y mientras llegaba su día final para
reunirse con su Dios. No sabía en qué seguir pensando y finalmente cerró sus ojos
cargados de sueño.

111
Capítulo 7

corazón de sacerdote: Puro, limpio y transparente


“Y entró el rey David y se puso delante de Yahweh, y dijo: Señor Yahweh, ¿Quién
soy yo, y qué es mi casa para que tú me hayas traído hasta aquí? Y aún te ha
parecido poco esto, Señor Yahweh, pues también has hablado de la casa de tu
siervo en lo por venir. ¿Es así como procede el hombre, Señor Yahweh? ¿Y qué
más puede añadir David hablando contigo? Pues tú conoces a tu siervo, Señor
Yahweh”.

2 Samuel 7:18-20

Los preparativos y la batalla contra los Filisteos duraron una semana esa última vez.
El ejército israelita, guiados por el general Joab, vencieron definitivamente en el
campo de batalla al dejar a sus enemigos casi sin sobrevivientes. Joab ya estaba
avanzado en edad también, pero sus dotes de estratega militar no envejecían. El rey
David confiaba mucho en él y en sus demás generales para hacer la guerra, aunque
Joab ya no tomaba parte en las batallas personalmente sino que dirijía a las huestes
desde la retaguardia y a través de sus jefes de millares y centenas.

La victoria ayudó a reducir la tensión que vivía el país. Israel juntó mas de treinta
mil hombres para esta batalla, por lo cual el rey David estaba muy preocupado ya
que hacía mucho tiempo que no habían tenido que librar una batalla tan grande como
esa. A Yahweh le plació darles la victoria sobre los más de cuarenta mil filisteos en
tan sólo tres días de batalla. David recibió la noticia de la victoria en el campo de
batalla el mismo día en que se libró, lo cual le motivó a ir al Tabernáculo de Dios
para visitar el Arca de Yahweh y ofrecer sacrificios y ofrendas de adoración al Señor
debido a su alegría. Le pidió a Abisag que estuviera lista la mañana siguiente después
del desayuno para que le acompañase.

- ¡Buen día querida Abisag! ¡Shalom! ¿Cómo amaneces? -le preguntó el rey ya en su
mesa sentado comiendo frutas al verla entrar en la recámara real luego de ducharse.

- ¡Buen día mi rey y señor! ¿Cómo amaneces hoy? ¡Shalom! Yo amanezco muy bien
gracias a Yahweh. Hoy es un hermoso día de primavera. Ya tengo ganas de salir a

112
ver los jardines del palacio otra vez y quizás visitar a mi madre pronto también,
¡Siempre que usted me lo permita mi rey! -le respondió Abisag sentándose junto a la
mesita de comer de la habitación.

- ¡Oh Abisag! Tu madre puede venir aquí al palacio a visitarte cuando ella guste -le
respondió el anciano-. De hecho, no entiendo por qué aún no se viene a vivir contigo
aquí. Arréglate hoy que saldremos a un lugar muy especial no muy lejos de aquí; y
puedes escoger también quién te acompañe.

- ¡Oh mi rey! ¿De veras? ¿Puedo decirle a mi madre que venga aquí a visitarme?
Bueno, en realidad ya me lo habían dicho sus criadas, pero mi madre siempre me ha
dicho que no quiere ser gravosa al rey ni molestar a sus siervos. Aún así se lo haré
saber. ¡Gracias mi Señor! ¡Muchas gracias! ¡Te amo tanto! -expresó alegremente
Abisag saltando de alegría alrededor de la mesa.

- ¡Oh híja mía! ¡Para mi es un placer alegrar tu corazón y el de tu madre! ¡Que venga
cuando quiera! –exclamó el anciano- ¿Ya pensaste en alguien que nos acompañe al
Tabernáculo de Yahweh justo aquí saliendo del palacio? -preguntó.

- ¿Al Tabernáculo de Yahweh? ¿De veras puedo ir contigo mi rey? ¿Puedo entrar y
adorar también? -respondió Abisag.

- ¡Por supuesto hija mía! Solamente debes esperarme en el Lugar Santo, en el


aposento de las mujeres mientras yo voy un poco más allá ante la cortina del Lugar
Santísimo a adorar a mi Dios -respondió el anciano. ¿No estás tampoco en los días
de tu costumbre, cierto?

- ¡Oh! No mi rey, aún no. No se preocupe por eso –respondio Abisag-. Pero, no sé a
quién invitar mi rey -dijo Abisag-. No tengo muchos amigos o amigas aquí en el
palacio. Quizás tan sólo te espero mientras tú oras a tu Dios y listo -agregó.

- ¡Oh Abisag! Yo me tomo todo el día ante Yahweh. No voy al Tabernáculo


solamente a decirle unas cuantas cosas; tengo que cantarle mis canciones y presentar
mis sacrificios y ofrendas de paz. Además, tengo que hablar con él. Quizás esta vez
me escuche mi petición. Debo ir a presentarle mis ofrendas de agradecimiento por la
victoria en la última batalla contra los filisteos. No quiero que te aburras mucho
estando sola mientras me esperas todo el día. ¿De veras no se te ocurre nadie? -
preguntó el anciano otra vez.

113
- Bueno, me gustaría quizás ir con Tamar y sus niños, pero debe estar ocupada debido
a que ayer noche me dijo que iba a salir a hacer diligencias con los niños al centro de
la ciudad -respondió la doncella.

- Ummm… ¿Y si invitas a Salomón?

- ¿A Salomón? Pues no lo había pensado. Debe estar ocupado también -respondió


Abisag un tanto desalentada y nerviosa.

- No creo. Manda por él. Dile a Jehu que mande a buscarlo de mi parte ya que le
necesitamos para ir a adorar a Yahweh al Tabernáculo -ordenó.

- ¡Oh mi rey! ¡Como gustes! -exclamó Abisag.

Abisag se levantó de la mesa tan encantada mientras andaba hacia la puerta para
pedirle a Joel que enviase por Salomón que no se dió cuenta al doblar la primera
esquina hacia al pasillo que daba hacia el salón de los principes, que el mismo
príncipe venía justo hacia ella, de modo que ambos se tropezaron y Abisag fue a dar
a los brazos de Salomón, el cual puso su mano en su espalda empujando hacia él para
evitar que ella cayera en su reflejo hacia atrás luego de tropezar.

- ¡Oh, lo siento tanto joven príncipe! -exclamó Abisag muy apenada y encantada a la
vez de encontrarse con Salomón en el pasillo-. ¿Te he pisado cierto? -preguntó
nerviosa-.

- No señora, no te preocupes. Estoy bien -respondió Salomón-. ¿No te he pisado yo


a tí, cierto? -devolvió la pregunta el príncipe también nervioso.

- Pues no, estoy bien gracias. ¡Shalom! ¿Cómo estás? -le preguntó Abisag sin
pensarlo-. Lo siento. Sólo espero que estés bien y que todos tus asuntos estén saliendo
conforme a la voluntad de Yahweh –agregó rápidamente.

- Estoy bien, Abisag. ¡Gracias por preguntar! ¡Shalom a tu vida también! ¿Y tú estás
bien? -preguntó Salomón ansioso de saber cómo estaba Abisag, a quien ya tenía unos
días sin ver.

- ¡Oh! Sí, he estado bien gracias -respondió Abisag pretendiendo no levantar mucho
interés sobre ella de parte de Salomón y a la vez queriendo no mostrar mayor interés

114
en él-. Iba en camino a pedirle a Joel que mandase a buscarte porque el rey te pide
que nos acompañes al Tabernáculo de Yahweh a orar.

- ¿El rey quiere que vayamos con él a orar al Tabernáculo de Yahweh? -preguntó
Salomón desconcertado-. Hace mucho tiempo que él no me pide que lo acompañe al
Tabernáculo -agregó.

- ¡Oh! No lo sabía príncipe -respondió Abisag-. He estado bien, gracias. No te he


visto en días. Imagino que has estado ocupado -comentó Abisag esperando ver
alguna respuesta satisfactoria de parte de él.

- Sí lo he estado Abisag, atendiendo mis ovejas. Pero hoy he querido venir a ver
como está mi padre, y bueno, de algún modo también saber como te va a tí-. Escuché
que has conocido a algunos de mis hermanos, incluyendo Tamar y Adonías -comentó
Salomón.

- Pues, sí. Conocí a Tamar. Me parece una excelente mujer y madre. Conocí a tus
sobrinos también. Son hermosos. Y a Elifelet también, tu hermano menor. Es una
dulzura -agregó Abisag.

- Entiendo. Pues sí, Tamar es una romántica perdida a pesar de todo lo que ha vivido.
No ha sido fácil para ella. Pero cuéntame, ¿Has podido ver a tus padres? ¿Ya conoces
todo el palacio y sus alrededores? ¿Todos sus jardines y terrazas? ¿Ya conoces toda
la ciudad de David? -volvió a preguntar Salomón.

- ¡Oh joven príncipe! Pues, no he logrado aún ver a mi madre desde que llegué al
palacio. Recordarás que yo soy hija única y que mi padre falleció hace un par de
años. Aún no conozco mucho el palacio ni la ciudad de David. Espero algún día
puedas mostrármela toda con la ayuda de Yahweh -comentó la doncella-. Por ahora
vayamos a atender al rey -le invitó Abisag tomándole de la mano.

- Espera Abisag, te he traído este pequeño y humilde regalo -le dijo Salomón sacando
de su bolsa una hermosa tiara de cabello hecho con piedras preciosas y finos hilos de
bronce -. Espero puedas aceptarlo de mi parte y que lo uses cuando gustes.

Abisag permaneció perpleja viendo la tiara mientras se llevaba su mano derecha a su


boca y con la otra la tomaba de las manos de Salomon. No podía creer tal gesto del
príncipe. Ya le habían otorgado varias joyas de parte del rey David mientras la

115
preparaban en el harén del rey para traerla al anciano ya hacían más de tres meses.
Sin embargo, esta joya sencilla pero adornada con varios y diminutos zafiros y
rubies, era muy hermosa y relucía a la distancia. Nunca pensó que podría ser dueña
y lucir alguna vez en su vida una joya tan especial como esa. De hecho, no había
visto esas gemas antes, ya que que las otras joyas de parte del anciano rey que le
habían sido obsequiadas al llegar al palacio no alcanzaban a ser tan hermosas como
estas.

- ¡Oh príncipe! No tienes que molestarte en obsequiarme una joya como ésta. Aún
no te casas. Puedes obsequiársela a tu esposa cuando te cases -le dijo Abisag al tener
la joya en sus dos manos y admirándola todavía.

- Abisag, mi única oración en la vida en este tiempo es ser digno de ser visto por
Yahweh y por mi padre para llegar a reinar sobre Israel tan sólo para que tu me seas
dada como joya sobre mi reino y sobre mi corazón, mi hermosa sunamita -le
respondió Salomón tomando la joya con sus manos, viéndola a los ojos fijamente y
colocándosela sobre su cabeza.

Abisag dejó salir sus lágrimas por sus mejillas viendo a los ojos de Salomón. Tuvo
temor de que la vieran hablando con Salomón a solas en los corredores del palacio.
Tan pronto pudo contener sus lágrimas, tomó la joya con ambas manos y se la regresó
a Salomón diciéndole:

-Tú no entiendes joven príncipe. He sido rechazada por tu padre, no quiere hacerme
su mujer ni tener hijos conmigo. Ahora seré desechada por esta casa y tenida en poco
por todas las mujeres del reino, además de ser encerrada en el harén de tu padre para
siempre o que me echen quizás del mismo. Jamás podría ser tu mujer y mucho menos
tu reina.

Y habiendo dicho esto, echó a correr por el pasillo en dirección a su habitación


personal.

Salomón permaneció estático por unos instantes. No sabía que su padre había
decidido no tocar a Abisag ni hacerla su mujer. Obviamente no podía hablar con su
padre sobre ese tema, pero aún así se sentía de algún modo feliz por ese hecho.
Salomón amaba a Abisag en secreto desde el mismo día en que salió con ella y su
padre al jardín del palacio. Ese día su alma quedó pegada a la de Abisag al ver la
sencillez y sabiduría de la joven sunamita. También sabía que nunca podría hacer a
116
Abisag su esposa a menos que se convirtiese en el rey de Israel algún día en sucesión
de su padre. Desde ese día se propuso en su mente orar a Yahweh para que su gracia
cayera sobre él y no sobre algún otro de sus hermanos mayores, entre ellos Adonías;
de quien ya sabía que amaba a Abisag también, lo cual no debía ser un problema
pues el mismo rey y todo el pueblo sabían que el favor del rey sobre Salomón no
tenía comparación entre sus hermanos. El Señor reflejaba su gloria en todas las
acciones y palabras de Salomón para con el rey. Decidió dejar de pensar tanto y
dirigirse a la habitación real al mismo tiempo que guardaba la tiara en el bolsillo
interior de su bata.

- ¡Shalom padre mío! Ya estoy aquí -le dijo Salomón al rey al entrar y darse cuenta
que Abisag aún no llegaba.

- ¡Shalom hijo mío! ¡Tiempo sin verte! ¿Dónde has estado? Ya te extrañaba -le
respondió el viejo rey-. Vamos a ir al Tabernáculo de Yahweh con Abisag. Es bueno
que estés aquí -agregó.

- Gracias por pensar en mí, padre. Teníamos tiempo sin ir al Tabernáculo juntos.

- ¡Así es hijo mío! Vamos. ¿Dónde está Abisag?

- ¡Aquí estoy, rey señor mío! -respondió Abisag apareciendo repentinamente y


dándole una mirada a Salomón luego de saludar al rey.

Los sirvientes del rey se congregaron en la sala del trono para esperarlo y
acompañarlo hasta el Tabernáculo. El anciano apareció con Salomón y Abisag a su
lado. En el salón se le unieron su amigo Husai arquita, su escriba y tío Jonatán, sus
consejeros Ahitofel y Joiada, su general del ejército Joab, el profeta Natán, el vidente
Gad y finalmente Benaía, hijo de Joiada, jefe de su guardia personal junto con los
treinta valientes de David. El rey salió del palacio sentado en su trono andante y sus
siervos cargaban su silla real con él encima. A su lado derecho iban Salomón y
Abisag caminando juntos sin hablarse ni dirigirse la mirada. El Tabernáculo de
Yahweh había sido traído desde Gabaón y levantado justo fuera de la fortaleza de
David, estando aún dentro de la ciudad de David, a unos quinientos metros de la
entrada principal de la fortaleza; por lo cual la procesión debía cruzar una amplia
avenida en la cual mucho pueblo de Jerusalén se había congregado para saludar al
anciano rey, a su magnífica procesión y a su familia. Algunos de sus hijos y esposas
iban también detrás al final de la misma, justo por delante de los carros que llevaban
117
las ofrendas en ganado del rey para sus sacrificios de paz y gratitud a Yahweh. La
procesión marchaba como se había planificado y a plena luz del mediodía cuando
Salomón rompió el silencio y habló casi al oído de Abisag:

-¡No fue mi intención hacerte llorar. Lo siento mucho. No desmayes mi señora. El


Señor Yahweh te será propicio y el rey hallará gracia en ti conforme a la voluntad de
Yahweh y al deseo de tu corazón. Confía en el Señor.

Abisag volteó a verlo y no dijo nada. Su silencio lo decía todo. Tan sólo sentía ganas
de llorar y llorar. Su tristeza se notaba en su rostro. El anciano rey venía
observándolos a ambos desde la salida del palacio sin decir nada y ya casi al llegar a
la entrada del Tabernáculo, le dijo a Abisag:

-Hija mía, no llores. El Señor volverá a abrir ríos en la soledad y manantiales en el


desierto para tí. Confía en Yahweh.

Abisag volteó a ver al anciano y se sintió impresiónada al ver que el rey le había
vuelto a decir las mismas palabras que Salomón le había dicho hace unos minutos
antes. Abisag no entendía. De algún modo sabía que Yahweh le estaba hablando a
través de Salomón y confirmando la palabra a través del anciano rey. Fue entonces
que el rey, quien se había permanecido viéndola mientras ella cavilaba en su corazón,
volvió a decir:

-Aprovecha este tiempo aquí en el Tabernáculo de Yahweh, Abisag. El Señor te había


estado esperando desde hace mucho tiempo en su presencia. No lo desaproveches.
Yahweh te hablará cada vez más mientras más estés en su presencia. Ustedes los
jóvenes deben aprender eso, Abisag y Salomón. Tú deberías venir más seguido
también al Tabernáculo de Dios y orar por tí y por el reino, hijo mío. Sólo estando
continuamente delante del Señor con corazón puro y limpio, agradarán siempre a Su
presencia y Su comunión con ustedes nunca los abandonará.

Ambos jóvenes permanecieron pensativos ante las palabras del rey al mismo tiempo
que eran recibidos en la entrada del Tabernáculo por los Sacerdotes Abiatar y Sadoc.
Entonces Abisag oró dentro de sí con sus ojos cerrados mientras bajaban al rey de su
silla andante:

118
Yahweh mi Dios, aquí estoy. Vengo a tu presencia. Mi dolor y mi vergüenza están
delante de tí. Halle yo gracia delante de tí y puedas hablarme hoy aquí en tu
altar. Se propicio a mí, mi Dios. Quita mi pena y cubre mi desnudez. Haz tu
voluntad en mi vida. Bendice a tu siervo David, a Salomón y a todos aquí. Te lo
ruego. Amén.

Luego de que el rey saludó a todos sus sacerdotes y levitas en el Tabernáculo, les
señalé lugar a todos sus acompañantes en los atrios del mismo y les ordenó a todos
que oraran a Yahweh con palabras de agradecimiento. Le ordenó a Salomón y Abisag
que oraran juntos también mientras los holocaustos eran ofrecidos al Señor afuera en
el altar. Fue entonces cuando el rey entró al Lugar Santo y se arrodilló ante el grueso
velo que separaba el mismo del Lugar Santísimo, para luego hincar su frente en tierra
y extender sus manos delante de Yahweh. Todos oraban afuera mientras esperaban
por el rey, quien había entrado con el Sacerdote Abiatar. Abisag y Salomón
permanecieron orando en la entrada del Lugar Santo arrodillados durante un buen
tiempo. Ya luego de una hora de estar orando juntos, se sentaron en un banco cercano
a la entrada donde permanecía sentado el Sacerdote Sadoc.

- ¡Shalom Sadoc! -le dijo Salomón.

- ¡Shalom Príncipe Salomón! Tiempo sin verte. ¡Shalom señora Abisag! –respondió
saludando el joven sacerdote.

- ¡Shalom Maestro Sadoc! -respondió Abisag-. Es un honor conocerle aquí en el


tabernáculo -agregó.

- El honor es mío, Abisag. Ya he oído antes de tí -le respondió el sacerdote.

Abisag volteó a ver a Salomón y luego de echarle una mirada interrogativa, volteó
su mirada hasta el sacerdote que le hablaba desde el otro extremo del banco, teniendo
a Salomón entre ellos. Se quedó pensativa al terminar de oír el comentario y con su
mirada le pidió explicación al siervo de Dios.

-Sí Abisag, no te sorprendas. Ya he oído de ti. Tu llegada al palacio no es sorpresa.


Yahweh tienes sus propósitos perfectos y sus diseños perfectos para todos sus hijos.
119
Nada de lo que estás viviendo en este tiempo es casualidad. Nada de lo que te
preocupa es de veras razón de preocuparse. Yahweh tiene siempre mejores planes
para nuestra vida que los nuestros, y en este caso, para tí –comentó Sadoc.

A ese punto, Abisag ya no entendía lo que estaba sucediendo. No entendía las


palabras del sacerdote. Se quedó muda y viendolo, el cual no volteaba a verla
mientras le hablaba. Salomón incluso ya comenzaba a sentirse intrigado y volteó
luego también a ver al siervo, quien se enderazaba sobre sus posaderas pues había
estado arreglando la punta de su falda durante su comentario.

-¿Ven a ese anciano orando junto al Lugar Santísimo? -preguntó el sacerdote a ambos
jóvenes-. Su vida es un fiel ejemplo de la fidelidad del Señor para con un hombre
limpio de corazón. No es que él sea perfecto. Él ha cometido muchos pecados y
atrocidades en su vida. Pero su corazón ha sido limpio en reconocerlos todos y cada
uno, viniendo siempre ante el altar del Señor a derramar su corazón como un niño
que no tiene otro sitio a donde ir. Si eres así, Yahweh nunca te dejará dar muchos
pasos sin su fiel cuidado y compañía. Si siempre traes tus holocaustos y ofrendas de
paz y agradecimiento al Señor y no te olvidas de quién eras y de dónde te sacó el
Señor, el honrará tus ofrendas y sacrificios y te bendecirá sobreabundantemente. Esa
ha sido la vida de su rey; una vida limpia delante del Señor -concluyó.

Ambos jóvenes se quedaron oyendo al anciano prestando mucha atención. Se vieron


a los ojos y luego Abisag pregunto:

- ¿Cómo puedo saber si mi corazón es limpio delante de Yahweh? ¿Cómo puedo


identificar la maldad en mi corazón? ¿Cómo sé que no le estoy fallando en
determinando momento con mis acciones, palabras o pensamientos? –preguntó
Abisag curiosa-.

- Es sencillo. Tienes los mandamientos de Yahweh cerca de tí, en las tablas de la Ley
y de tu corazón. Tu fidelidad y tu amor por el Señor se mide por tu fidelidad a sus
mandamientos y a su Ley. Si su Ley no está muy profunda en tu corazón, entonces
no conoces mucho a tu Dios, y por consiguiente no obedecerás mucho al final y
fielmente cada uno de sus mandamientos. El secreto está en observar los diez
mandamientos del Señor muy bien, uno por uno; entender que ellos traen luz a tu
vida y a tu corazón, reconocer que tu vida depende de obedecerlos y que si fallas en
uno de ellos, entonces fallas en todos. Sé que es difícil guardarlos todos y cada uno

120
en tu corazón, pero no es imposible. Yahweh se agrada de la obediendia a su Ley
más que de los sacrificios y ofrendas, Abisag -concluyó Sadoc.

- Entonces, ¿Quiere decir que si no estoy obedeciendo la Ley de Yahweh fielmente


en mi corazón, no estoy siendo muy limpio delante de Él? -preguntó Salomón.

- Exactamente príncipe –respondió Sadoc-. El pecado y la oscuridad en tu corazón


serán siempre inversamente proporcionales a tu obediencia a la Ley del Señor.
Satanás y sus siervos son cada vez más oscuros en sus corazones debido al desprecio
que tienen por los mandamientos de Yahweh y a su férrea voluntad en romperlos
siempre. Ellos saben que su vida depende de ello, pero aún así prefieren vivir lejos
de la presencia de Dios y no honrarle porque se aman más a ellos que al Señor. Tu
amor por Yahweh y por su obra en tu corazón y en la tierra se medirá siempre por tu
elección de dar gracias siempre a Yahweh pase lo que pase, sea cual sea su voluntad
para tu vida, joven príncipe y joven princesa de Dios -agregó el maestro-. Tu pureza
será siempre medida por tu sumisión a su voluntad y tu amor por su presencia -
conluyó.

En este punto de la conversación, ya Abisag volvía a soltar lágrimas por sus mejillas
mientras veía al anciano rey orar echado en tierra frente al velo del Lugar Santísimo.
Sus lágrimas eran profundas y sentidas. Recordó momentos en que había ofendido
mucho a Yahweh y había decidido ser desobediente. Entendió que había herido
mucho a Dios siempre que había sido desobediente a sus padres. Salomón se acercó
más a ella e intentó enjugar sus lágrimas nuevamente con un pañuelo. Ella le aceptó
el gesto y limpió su rostro con el mismo.

- Pero hay otra cosa más -continuó Sadoc-.

- ¿De veras? -preguntó Abisag.

- Por supuesto. La fuente de la pureza es Yahweh mismo. Él es puro. No hay maldad


en Él, solo justicia y verdad. De modo que quien quiere ser puro y transparente
delante de Dios y de los hombres debe ser alguien que ame estar delante de Él, en su
presencia, su comunión y su compañía. Ese anciano viene a este lugar todas las
semanas desde antes de ser rey, y no sólo aquí sino que siempre lo hace en su
intimidad también. Ha aprendido a hablar con Yahweh en una constante e
interminable conversación y comunicación. Ha aprendido el secreto de la pureza:
pasar tiempo con Yahweh. Estar delante de Él te purifica y te santifica. Él es la fuente
121
de la Santidad y la Pureza. No hay otro modo. No hay otra forma. Su luz te llenará y
serás mudado en otro hombre o mujer dependiendo de cuánto tiempo pases con Él
en su presencia, justo como le pasó a Enoc, a Moisés, a Josué y a todos los grandes
hombres de Yahweh de antaño. Ahí esta la otra parte del secreto. A ver, díganme
ustedes, ¿Cuál es la razón por las que ustedes creen que han venido hoy ante el
Tabernáculo de Yahweh junto con el rey? ¿Ha sido porque ustedes necesitaban orar
delante del Señor? –preguntó Sadoc.

- Pues no Sadoc, tú lo sabes. Hemos venido con él. Pero, dínoslo tú por favor, ¿Tú
conoces la razón? -preguntó Salomón.

- ¿Tantas veces que has venido con tu padre al Tabernáculo y aún no sabes la razón,
príncipe? -preguntó el sacerdote-. Tu padre es un guerrero. El lucha con Yahweh,
justo como nuestro padre Israel. Viene siempre aquí porque su petición está delante
de Yahweh todos los días, incluso en el secreto de su recámara real –agregó.

- ¿Le sucede algo a mi padre y yo no lo sé, Sadoc? Vive Yahweh que tú me lo


declararás hoy -respondió Salomón volteando a verlo frontalmente y suscitando la
curiosidad de Abisag.

- No te preocupes príncipe. Su petición delante de Yahweh desde hace años no es del


tipo de las que se traen al Señor para que quite las calamidades de su pueblo. Todo
lo contrario. Es la petición de su corazón. Es su oración más íntima en la presencia
de su Dios, la cual aún Yahweh no accede en concedérsela y sobre la cual ya le ha
dado respuesta final. Es el anhelo de su corazón que ya tu deberías conocer ¿Cuál
crees tu que sea? -le preguntó Sadoc de vuelta.

- Pues, creo saber cuál es su deseo mas anhelado. ¿De veras todavía viene mi padre
aquí a consultar a Yahweh sobre ese asunto? -le preguntó Salomón de vuelta a Sadoc.

- ¡Ahora me diran ambos cual es este tremendo asunto en el corazón del rey por
favor, que me estoy muriendo en ascuas por saberlo! -exclamó Abisag saltando del
banco.

- Señora, este asunto tan importante en el corazón del rey no es otro que construirle
casa a Yahweh su Dios, sobre lo cual Yahweh le ha dicho que no se hará durante su
reinado sino durante el reinado de su heredero – le respondió Sadoc-. Pero aún así,
él viene todas las semanas o por lo menos todos los meses a éste Tabernáculo de

122
Yahweh a seguir luchando con Él para que le permita construirle su Gran Templo.
Es el anhelo más íntimo de David y su tristeza más grande también. Yahweh le ha
dicho que Él no desea mucho habitar en casa hechas por manos de hombre sino en
el corazón de ellos mismos. Yahweh le dijo que Él sólo desea habitar muy
profundamente en el corazón de todos sus hijos. A Yahweh no le importa las grandes
casas, ni los grandes templos ni las grandes cantidades de gente donde se adore su
nombre más allá de que sus hijos le adoren en espíritu y verdad con todo su corazón
y total obediencia. La total y perfecta obediencia a Yahweh es la verdadera adoración
que el busca de sus hijos. Yahweh le dijo que él ha derramado mucha sangre sobre
la tierra, y que por ese motivo él no le construirá casa a Su nombre, sino que lo hará
su heredero al trono -agregó.

Abisag se levantó y se puso de pie frente a Salomón, quien volteó a verla a los ojos
dejando ver sus ojos aguados. Abisag sostuvo su cabeza junto a su bata real mientras
Salomón dejaba caer un par de lágrimas por sus mejillas. Luego al calmarse, tomó
aliento y exclamó:

- No lo sabía, Sadoc. No sabía que mi padre luchaba con Yahweh así. ¿Tu crees que
Yahweh le oiga esta vez? ¿Tu crees que esta vez se plazca de la pureza de su corazón?
-le preguntó Salomón.

- Ya el Señor se place de su corazón, Salomón. Pero hay veces que Yahweh no se


complace en darte lo más anhelado de tu corazón, y siempre hay una razón para ello.
A veces es para enseñarte algo; a veces porque Él tiene un mejor plan. Pero siempre
es debido a algo bueno. Nunca se complace el Señor en negarle algo a sus hijos por
el mero placer de verlos sufrir, príncipe. Yahweh no es así. El Señor es muy bueno y
sabio Salomón; El conoce tu corazón y lo más profundo de él mejor que tu mismo.
Por eso cuando Yahweh dice sí, es sí, y cuando dice no, es no. Y nosotros debemos
aprender a descansar en su respuesta. Aún así tu padre nunca se rinde. Siempre viene
aquí a preguntarle lo mismo y el Señor hasta ahora no le ha dado otra respuesta, justo
como cuando tu padre oraba por el anterior hijo de tu madre para que le sanara aún
siendo un bebé, Salomón. A Yahweh no le plació sanarlo y se lo llevó con Él.
¿Recuerdas esa historia? Y entonces naciste tú. Aún así, parece que a Yahweh no le
molesta que David venga siempre a preguntarle lo mismo. Yahweh tan sólo disfruta
de su compañía en este lugar -respondió Sadoc.

123
- Ahora comprendo por qué Yahweh bendice tanto al reino y a su rey delante de todos
y le da la victoria delante de todos sus enemigos. Ahora veo que mi señor el rey
David en verdad ama a Yahweh y a su Ley. No lo ha desechado debido a sus pecados
sino que lo ha engrandecido delante de todos los reinos debido a su gran corazón -
dijo Abisag sentándose otra vez en el banco al ladito de Salomón y tomándole por el
brazo.

El tiempo pasaba mientras los tres conversaban en ese banco en la entrada del Lugar
Santo. Ya ambos jóvenes sabían de parte de todos que el rey no se levantaría hasta
la hora novena, y hasta que todas las ofrendas y libaciones a Yahweh hubiesen
terminado en el altar. Al llegar la hora en que el rey se levantaría de enfrente de
Yahweh, Sadoc les dijo:

-Debo ir ahora a ver a Abiatar y al rey, y a saber cuál es la respuesta de Yahweh hoy
para David. Ya vuelvo.

Abiatar y Sadoc se reunieron junto al rey enfrente del velo del Lugar Santísimo, a la
vista de Salomón y Abisag, mientras que todos los demás acompañantes del rey
aguardaban por su salida afuera en los atrios del Tabernáculo. Fue entonces cuando
ambos jóvenes vieron al rey bajar su cabeza y arrodillarse de vuelta ante el velo y en
frente de ambos sacerdotes. Abisag rompió el silencio viéndo a Salomón a los ojos y
diciéndole:

-Ya sabemos la respuesta. Yahweh insiste en que su hijo sea quien levante templo a
Su Gran Nombre.

Luego de esto, el rey salió al atrio del Tabernáculo y todos sus acompañantes le
recibieron, para luego disponerse sus sirvientes a subirlo a su trono andante y regresar
al palacio real. Fue entonces cuando Sadoc se adelantó y le dijo a Abisag las
siguientes palabras antes de que se uniera a la procesión:

-Yahweh el Señor te dice así, Abisag:

124
Cuida tu corazón sobre todas las cosas y sobre todo tesoro en este mundo, porque
de tu corazón manan los ríos de tu vida.¹ Yo te honraré cuando fuere tiempo. No
te abandonaré ni dejaré que tu vergüenza y tu dolor sean para siempre.

¡Te amo mi amada hija!

Abisag bajó su rostro frente a Yahweh y frente a Sadoc al despedirse de él. Se dió la
vuelta y se unió a la procesión. Esta vez no caminaba al lado de Salomón sino que lo
hacía detrás de él, sin quitarle la vista. Ya había entendido todo el propósito de haber
acompañado al rey al Tabernáculo esa mañana aún cuando el anciano monarca pudo
habérselo pedido a cualquier otra de sus mujeres. El Señor Yahweh la estaba
esperando ahí para hablarle a su corazón. Iba diciéndole al Señor esta oración una y
otra vez durante la procesión:

Mi Dios, mi Señor, gracias te doy. Hoy me has mostrado mi corazón, que no ha


sido del todo puro delante de tí. Mira mi corazón. Ayúdame a guardarlo. Haz a tu
sierva como bien te parece. Tu voluntad para mi vida es buena, agradable y
perfecta, sea que me unas al rey o no. Yo soy tu sierva, la sierva del Señor. Yo me
someto a tu voluntad y a tu deseo para mí. Bendice el corazón de mi señor David,
y bendice también a mi querido Salomón y a la obra que tendrá que hacer para tí
cuando llegue su tiempo. Guarda su corazón también, limpio y puro delante de tí.
Amén.

Al llegar al palacio, todos los siervos del rey dispusieron todo para que el rey comiera
su comida preferida en su habitación real junto a Abisag: huevos de codorniz con
vegetales y tortillas de trigo. Ya todos sabían lo cabizbajo que regresaba el rey al
palacio. En su camino de regreso no dirigió la palabra a nadie ni siquiera al entrar al

125
palacio, como ya era de costumbre cada semana o cada dos semanas cuando
regresaba del Tabernáculo. Abisag se enteró de esto en su sala de baño personal de
parte de Noemí, su anciana criada personal. Ya al terminar de bañarse y prepararse
para entrar a la presencia del rey, y luego de perfumarse y vestirse con su bata real
para dormir, entró a la recamara y encontró al anciano cenando en su mesa real, sin
muchas ganas de comer y tosiendo más de lo normal.

- ¡Shalom mi Señor! ¿Te encuentras bien? Estás tosiendo mucho -dijo la doncella.

- ¡Oh Abisag! No creo que estoy bien. Esta tos se me está agravando cada día mas.
Le he pedido a Yahweh que me sane, pero no lo hace aún. Mis médicos tampoco
logran hacer mucho para desaparacerla de mí. Supongo que ya estoy en mis días
Abisag. Ya pronto serás libre de mí -respondió el rey

- ¡Oh! No mi señor, ¿Por qué hablas así? ¡Larga vida al rey David, la lámpara de
Israel! -respondió Abisag-.

- La Lámpara de Israel es Yahweh, Abisag -le respondió David aún tosiendo mientras
sostenía un pedazo de huevo en sus manos-. No tienes que alabarme más de la cuenta
mi querida Abisag. No hagas lo mismo que hacen los demás. Yahweh es la Luz de
Israel. Yahweh no comparte su gloria con nadie. Yo solo soy un siervo más entre los
siervos del Señor -añadió.

- ¡Oh mi rey! Tu entereza de corazón delante de Dios me constriñe. Hoy he visto tu


tristeza al regresar al palacio y al llorar delante de los sacerdotes en el Tabernáculo -
dijo Abisag.

- ¡Ah! Sí, mi tristeza. No te preocupes. La semana que viene iré otra vez delante del
Señor. Quizás un día de estos oiga mi oración.

- Mi rey, y ¿Cómo estas tan seguro que Yahweh pueda cambiar de opinión con
respecto a lo que le estás pidiendo? -le preguntó Abisag sentándose a la mesa a comer
con el anciano.

- No lo estoy, pero sí sé que es posible que pueda oírme si le insisto mucho y se


enternece a mi petición hasta el día en que no me quiera oir diciéndosela ya más.
Recuerdo el día que clamé a Él que me quitara la vida, y en vez de eso, me ungió
como rey de Israel a través de su profeta ese mismo día. Yahweh siempre termina

126
dándome lo que le pido, pero de un modo totalmente diferente y más asombroso.
Hoy soy ya anciano Abisag, y sé que he de morir pronto, justo como se lo pedí ese
día de mi niñez, pero en vez de eso, no quiso llevarme con Él; ese día me trajo a su
profeta a mi vida y me ungió como señor de la tierra. Ese día sabía que había muerto
Abisag, de cualquier forma; ese día supe en mi corazón y entendí que jamás iba a ser
amado por mis hermanos, y más tarde ese mismo día cuando me ungió el profeta
Samuel, supe también que mis enemigos no serían solamente mi familia sino también
la familia y los siervos del rey Saúl. Ese día morí dos veces Abisag. Ese día conocí
mi destino aunque no lo entendí del todo. Ese día, irónicamente, Yahweh me escuchó
y terminó dándome lo que le pedí, y a la vez me dió algo totalmente diferente. Por
eso sé que si sigo pidiéndole el deseo de mi corazón, constuirle una gran casa donde
todas las naciones vengan a adorarle, quizás me deje hacerlo antes de morir. Yahweh
puede cambiar tu destino y todas las cosas a tu alrededor en tan sólo un instante, hija
mía -concluyó.

- Mi rey, ¿Me estás hablando del día que te ungió el profeta como rey de Israel cuando
tenías apenas catorce años? Aún no me cuentas de ese día -le arengó la joven
acurrucándose mejor en su sillón del otro lado de la mesa a la luz de la fogata que
los calentaba.

- Sí mi Abisag, el día más triste de mi vida, y a la vez, el día mas feliz; el día que
sentí la llenura del Espíritu de Yahweh por primera vez. ¿Cómo puedo olvidarlo? Yo
era un niño que tan sólo quería ser amado y aceptado por mi familia, algo que sólo
tuve por interés de parte de ellos cuando me ungieron como rey en Hebrón y luego
aquí en Jerusalén. Nunca los odié, Abisag. Pero tuve que aprender a perdonarlos. No
fue fácil. Ese mismo día mis hermanos mayores me golpearon luego de burlarse de
mí y decirme que yo era un bastardo. Me dejaron tirado en la pradera, indefenso y
llorando, solo con mis ovejas. Así fue. No me gusta recordarlo mucho, pero solo te
contaré porque sé que tú también has sido herida por otras personas posiblemente, y
debes aprender a perdonar, a sanar tu corazón y a no odiar a los que desean tu mal,
aún cuando hayan sido tus amigos o tu familia -respondió el rey bajando su rostro y
preparándose para continuar hablando-. Ojalá nunca conozcas la traición, Abisag.
Oro a Yahweh para que nunca seas traicionada por los que se supone que deben
amarte. Es un dolor muy profundo que sólo sana con el tiempo y con el amor de
Yahweh llenándote. Por eso te pido que guardes siempre tu corazón de rencores y
amarguras contra Dios y contra la gente y la vida. Pídele siempre que no deje que tu
127
corazón se oscurezca. Dios es amor, Abisag, y tú eres su hija. Los hijos de Dios no
odiamos, Abisag. Los hijos de Dios amamos a todos nuestros prójimos, incluyendo
a nuestros enemigos. No dejes que el odio te consuma y te destruya. Perdona.
Siempre. Perdona a todos los que te han herido. Hazlo y conocerás el poder del amor
y el poder de Dios en tu vida. De otro modo morirás antes de tiempo y nunca
alcanzarás tu destino, lo que Yahweh quiere hacer y lograr a través de tí en esta vida.
Ese mismo día que mi rostro sangraba, aún cuando sentía rencor en mí hacia ellos,
comencé a perdonarlos. Ese fue el día de mi prueba, y supongo que la aprobé. Te
contaré esa historia sólo si me prometes que no te dormirás. Hoy ha sido un largo día
-concluyó el anciano.

- Comienza mi rey. Estoy contigo. No me dormiré antes de que acabes. Te lo


prometo. Me tienes a mí ahora, quien nunca te herirá ni te odiará aún cuando nunca
me hagas tu mujer. Hoy decido perdonarte y a todos los que me han herido también
-respondió Abisag.

- ¡Oh Abisag! ¡Si tan sólo supieras, si tan sólo supieras…! -respondió el anciano con
un suspiro y mirando hacia el techo comenzando a recordar.

-¡Tanya! -gritó el niño pastor a su oveja que se alejaba otra vez del redil esa mañana
en el valle a las afueras de Belén.

David era el menor de ocho hermanos, hijos todos de Isaí de Belén. Su madre no fue
la misma que la de sus hermanos. David le había nacido a Isaí estando ya adentrado
en años y como consecuencia de un acto de infidelidad con una prostituta de Belén.
Debido a eso, sus hermanos lo rechazaban y siempre que podían, lo regañaban y le
asignaban muchas responsabilidades que no se suponía que hiciese el hijo débil de
la casa. Era el mandadero de todos y el sirviente de todos. Su infancia no fue fácil.
Sus hermanos mayores solían darle de palmadas en la cabeza y burlarse de él debido
al hecho de que no se parecía físicamente a ellos y de que no había nacido en el
hogar. Su madre fue tentada a abortarlo, pero un tío suyo hermano de Isaí se lo
impidió, y luego le hizo saber que dicha prostituta había concebido de él. Fue cuando
Isaí decidió traerlo a su casa y pedirle a su esposa que lo recibiera. Nunca tuvo algún

128
compañero de juegos entre sus hermanos, de modo que estaba acostumbrado a pasar
mucho tiempo solo, sea en la casa o en el campo donde pastoreaba un grupo de ovejas
de su padre desde sus once años. Por eso David creció hablando mucho con Yahweh:
su falta de cariño y afecto aún de parte de su padre la volcó hacia el Señor, el cual no
le defraudó. Desde temprano comenzó a tocar la cítara y luego el arpa. Era ya un
músico compositor notable a sus cortos doce añitos de edad. Era rubio y de cabellos
largos hasta sus hombros, así como de hermosos ojos verdes. Era fuerte y ágil cuando
se trataba de correr y arrear a las ovejas. Llevaba siempre su instrumento musical en
su bolsa así como su honda cada vez que salía al campo a pastorear. Ya desde esa
edad no veía a su padre y a sus hermanos más que una o dos veces por semana. Era
un experto cazador y pastor. Esa mañana estaba cumpliendo catorce añitos y estaba
adorando a Yahweh con su arpa debajo de su árbol favorito cuando se dió cuenta que
su querida ovejita Tanya se le alejaba otra vez del redil.

-¡Tanya! -volvió a gritar levantándose de la roca donde descansaba.

El niño tan sólo dudó un instante antes de dejar sus otras sesenta y nueve ovejas para
ir otra vez por la traviesa. Lanzándose al suelo, echó a correr detrás de ella. La
alcanzó a los doscientos metros y se tiró sobre ella tomándola del cuello con su
callado y obligándola a caer por el piso. Con dolor tuvo que tomar la decisión que
más le dolía con respecto a sus ovejas: entablillarla. Tuvo que tomarla de una pata y
con su otra mano la acariciaba para calmarla después de haber corrido tanto detrás
de ella.

-¡Tanya! ¡¿Por qué?! Yo no quiero hacerte daño. ¡Tú me obligas! ¡Yo no quiero
quebrarte una patita para enseñarte que no debes descarriarte así no más ante
cualquier distracción! ¡Te va a doler mi bebé pero tengo que hacerlo! Yo te hiero
hoy, pero yo mismo te curaré mañana. Hoy lloraras, pero mañana saltarás de alegría
otra vez. No tengas miedo. Ya relájate. Es por tu bien. Esta vez aprenderás –le decía
con dolor en su alma.

Y acto seguido, le quebró su patita delantera derecha. La oveja chillaba y no dejaba


de moverse y llorar mientras David le hacía un cabestrillo y la consolaba de su llanto
con sus caricias sobre su cabeza y su cuello. Justo después, le echó unos ungüentos
en su herida antes de fijar su patita a la tablilla de palo y luego vendarla. Después se
levantó y se la cargó encima por detrás de su cuello. Al echar a andar y voltear su
mirada hacia la derecha, vió venir a sus tres hermanos mayores que venían de regreso
129
con un grupo pequeño de ovejas de su padre. Y entonces supo que ese no sería un
buen día.

-¡Oye tú, pelo lindo! Espera. ¿A dónde vas tan aprisa? -le preguntó Eliab cuando ya
estaba a menos de veinte metros de él en su camino de regreso a sus ovejas.

David echó a correr con su oveja encima. Al mismo tiempo, sus hermanos
comenzaron a apurar el paso con sus poco menos de treinta ovejas que llevaban.
Tanya pesaba. Ya no era de las mas pequeñas. Había crecido bastante, de modo que
le costaba más a David llevarla encima. No le importó el peso de su oveja pues sólo
quería llegar rápidamente hasta donde pastaba su redil antes de que sus hermanos lo
empujaran y rodara por el suelo con su oveja herida. Ya le había sucedido antes, por
eso su temor y rencor hacia ellos crecía cada vez más aunque no tanto, pues se decía
a sí mismo que de cualquier modo, eran sus hermanos. Y la familia es la familia,
sean como sean. Pensaba que era mejor tenerlos a ellos de hermanos abusadores, a
no tener a ninguno y ni siquiera a su verdadera madre. Se sentía, A veces, afortunado
de tener una casa donde por lo menos llegar a comer, aunque fuese al costo de la
burla de todos en la mesa. Era mejor pastor y más obediente que todos sus hermanos
juntos, pero esto de nada le valía delante de ellos para ganarse su respeto, aunque su
padre A veces se lo reconocia. Al fin y al cabo era un bastardo, y no era fácil ser un
bastardo en la cultura de su país. A veces se preguntaba si los hermanos de José, el
patriarca hijo de Israel, le maltrataban más de lo que sus hermanos a él.

- Dejen de molestarme, se los ruego -les dijo David al poner a Tanya en el suelo junto
a sus otras ovejas luego de ser alcanzado por ellos.

- Nadie quiere molestarte niño, no eres tan importante así -le respondió Abinadab-.
Tan solo queremos ver qué tiene la oveja que cargabas. ¿Qué le hiciste? -le volvió a
preguntar.

- Ustedes saben lo que tuve que hacerle. ¿Por qué me lo preguntan? -les respondió
David.

- No te creemos. Seguro le rompiste la pata por puro placer. Nosotros te conocemos


que eres violento y sangriento. A ver, déjame ver qué le hiciste -le respondió Sama
acercándose a David y empujándolo para acercarse a la oveja que aún yacía en el
suelo chillando sin lograr ponerse en sus patas.

130
- Por favor Sama, no rompas el vendaje. Ustedes saben que sólo le he roto su pata
porque no quiere aprender a no descarriarse del redil -respondió David comenzando
a enojarse.

Sama rompió el vendaje de la pata de la ovejita y logró ver la fractura de la misma.


La oveja chilló y se retorcio del dolor al sentir las manos del joven sobre ella. Fue
entonces cuando David reaccionó y se abalanzó sobre Sama para tratar de quitarle
las manos de encima de su oveja. En se instante, Abinadab se interpuso entre David
y Sama, el cual estaba agachado todavía frente a la oveja, empujando luego a David
con fuerza contra el suelo. A todas estas, Eliab solo veía todo y no decía nada. Fue
entonces cuando David, al levantarse y echar a andar hacia Sama y su oveja una vez
más, sintió el golpe en su rostro de los puños de Eliab, su hermano mayor. El golpe
lo hizo caer al suelo otra vez. Comenzó a sangrar por su nariz. También sintió como
su tobillo izquierdo se había dislocado al tropezar y caer a tierra. No intentó
levantarse. Sabía que si lo hacía, volverían a golpearlo. Comenzó a llorar. Sus
lágrimas no eran de odio ni rencor. Erán lagrimas de lamento, lágrimas de decepción
y dolor por ver que aún su hermano mayor, quien debía defenderle, no lo hizo ese
día tampoco frente a sus otros hermanos. Sabía también que ellos regresarían a casa
ese día y mentirían a su padre diciéndole que él los había atacado y que ellos tan solo
se defendieron. No había salida ni esperanza. Su vida sería siempre de desdicha y
dolor para con sus hermanos. Nunca lograría tener su amor ni su respeto. Eran
lágrimas de desaliento.

- Si vuelves a levantarte y atacarme, te golpearé yo mismo la próxima vez, pelo lindo


-le dijo Sama.

- Ahí tienes tu oveja. Vuelve a vendarla. Lo has hecho mal. Por eso Sama ha deshecho
el vendaje. Hazlo otra vez y vuelve a curarla. Debes prestar mas atención con tus
ovejas, eso te pasa y le pasa a tu ovejita porque eres un distraído. Nunca prestas
suficiente atención. ¡Ya vámonos a casa! -les arengó Eliab.

David permaneció en el suelo. Aún llorando copiosamente por el dolor de su corazón


más que por el de su nariz y su tobillo, exclamó esta oración a Yahweh a gran voz
ya luego de ver que sus hermanos se perdían de vista a la distancia con sus ovejas:

131
¡Oh mi Dios por qué no me llevas ya hoy mismo contigo! ¡Mejor me es estar
muerto y estar contigo que estar vivo y con mis hermanos! ¡Cámbialos Señor y
perdónalos porque no saben lo que hacen! ¡Mejor cámbiame a mí para que ellos
puedan amarme y no dejes nunca que el odio haga su nido en mi corazón! Tú
sabes que los amo. Perdona su odio hacia mí y sus calumnias sobre mí para con
mi padre y el resto de mis hermanos. Sólo te tengo a tí, Señor. Sana mi corazón,
te lo ruego. Mira mi desgracia. Yo no pedí nacer ni venir a este mundo. Ayúdame
a ver tu propósito en todo. Amén.

Luego se levantó y como pudo echó a andar cojeando hacia su oveja que aún yacía
en tierra chillando y llorando del dolor. La volvió a tomar en sus brazos, la abrazó,
la besó, la acarició con sus manos una y otra vez; luego volvió a tomar el vendaje y
lo volvió a hacer echándole ungüentos a base de hierbas curativas. Su tobillo le dolía
mucho así que llamó a todas sus ovejas con su silbato y por su nombre, las cuales
vinieron una por una y se juntaron alrededor de él debajo de un gran árbol frondoso
para seguir pastando. Así se quedó entredormido luego de masajearse su tobillo y
echarse ungüento dentro de su nariz, lo cual lo ayudó a dejar de sangrar por ella.
Dentro de su alma seguía llorando por el dolor causado por sus hermanos ese día. Su
dolor era grande y él no sabía cómo superarlo. Nada le dolía tanto en la vida como
el desprecio de su familia hacia él. Tan sólo deseaba morirse o irse muy lejos y no
volver nunca más. Quizás se llevaría a Tanya consigo; pero de lo que sí estaba seguro
que nunca dejaría atrás eran su honda y su cítara. Meditaba todavía en todo esto que
no se dió cuenta que el día avanzaba y se había hecho ya la hora sexta, el mediodía.
Tuvo hambre y sed. Sacó de su bolso su cuero de agua y cuando ya estaba a punto
de llevárselo a la boca, escuchó a lo lejos:

-¡David! ¡David! ¡Corre! ¡Apúrate! ¡Regresa a casa! ¡Tu padre envía por tí para que
vengas a almorzar y recibir al profeta Samuel! ¡Apúrate! ¡No se sentarán a la mesa
hasta que tú regreses!

132
Era la voz de Malqui, sirviente de su padre. David creyó haber oído bien todas sus
palabras gritando pero aún estaba medio adolorido y soñoliento. Se levantó del suelo
donde yacía recostado de su árbol, bebió de su cuero de agua y esperó que Malqui
llegara hasta él.

- ¿Me oíste? ¿Estás bien? -le preguntó Malqui viendo su nariz hinchada.

- Pues sólo he oído que has gritado el nombre del profeta Samuel -le respondió
David-. Estoy bien. No ha pasado nada. Aquí descansaba con mis ovejas. Tan sólo
he tenido que reprender a Tanya.

- Han preparado un banquete en casa y no comerán hasta que tu llegues. El profeta


Samuel te está esperando -le dijo Malqui.

- ¿El profeta Samuel esperando por mí? ¿Qué querrán de mí Yahweh y su profeta?

- Ven y averígualo tú mismo -le dijo Malqui tomando a la oveja herida sobre sus
hombros.

El camino de regreso fue más largo que de costumbre debido al cojear de David.
Apenas podía asentar el pie, lo cual le producía un dolor insoportable. Su tobillo
estaba bastante hinchado así como sus ojos, así como su corazón. Lograron arrear las
setenta ovejas de regreso a casa durante unas dos horas para luego entrar en la misma.
David sintió deseos de bañarse y limpiarse antes de entrar al comedor de la casa
donde le esperaba el profeta, pero Malqui le dijo que no lo hiciera ya que el llamado
era urgente; de modo que no tuvo más remedio que dirigirse al comedor sin
anunciarse, donde pudo ver a todos sus hermanos y a su padre de pie alrededor de la
mesa, y al profeta Samuel al otro lado de ella.

-Ven, acércate hijo mío -le dijo el profeta.

David no entendía nada. Tuvo temor y verguenza. No estaba en condiciones de


acercarse al comedor ni mucho menos al profeta de Dios. Estaba sucio y harapiento,
así como hediondo y despeinado. Volteó a mirar a su padre, el cual le hizo señas con
sus ojos que se acercara al anciano. Pensó de repente que el profeta tan sólo estaba
de paso a otra ciudad y decidió reposar en su casa. Pero sus dudas y temor se
disiparon cuando vió al anciano tomar su cuerno de ungimiento con aceite que tenía
a su lado. No sabía qué hacer pero decidió obedecer a la voz del profeta. Dió siete

133
pasos hacia adelante ante la vista de todos sus hermanos y de su padre, y al llegar
ante el profeta, sólo se arrodilló y exclamó viéndole a los ojos:

¡Padre mío!

Luego sintió el oloroso y rico aceite correr por toda su cabeza, su rostro y su cuerpo
hasta la planta de sus pies, a la vez que oía la voz del profeta decir:

-¡Éste es! ¡He aquí el próximo Rey de Israel! ¡Alleluyah!

Se sintió amado por primera vez en su vida.

Por primera vez sintió esperanza en su limpio corazón.

¹ Proverbios 4:23

134
Capítulo 8

Corazón de hermano: Honrado, justo y respetuoso


“Y el rey dijo a Arauna: No, sino que por precio te lo compraré; porque no ofreceré
a Yahweh mi Dios holocaustos que no me cuesten nada. Entonces David compró
la era y los bueyes por cincuenta siclos de plata. Y edificó allí David un altar a
Yahweh, y sacrificó holocaustos y ofrendas de paz; y Yahweh oyó las súplicas de
la tierra, y cesó la plaga en Israel”.

2 Samuel 24:24-25

Los días pasaban y la salud del rey no mejoraba. Su tos empeoraba y sus fuerzas
decaían. Ya tenía setenta años. Apenas podía levantarse para ir a su sala de baño una
vez al día y tomarlo con ayuda de sus sirvientes y de Abisag, la cual se ofrecía
voluntariamente debido a que no estaba entre sus responsabilidades u obligaciones.
Se ofrecía también a vestirlo y a cocinarle sus ensaladas, cremas y sopas junto a los
cocineros del rey en las cocinas del palacio. Todos la amaban en el palacio. La gracia
de Yahweh crecía sobre ella para con todos los siervos y la familia del rey. Cada día
que pasaba su presencia se hacía notar con más frecuencia. Todos los príncipes y
princesas admiraban su hermosura y su carisma para con todos y en especial, con los
más pequeños. No obstante, no era muy bien vista por las mujeres más jóvenes del
rey. Envidiaban su belleza y su cercanía al anciano debido a que desde hacía casi un
año, el rey no enviaba por ninguna sino solamente por ella y Betsabé.

-¡Me gustaría tener la compañía de Abisag en estos momentos! -le dijo el anciano
rey a Joel su sirviente mientras revisaba varios documentos concernientes a la
administración del reino en su habitación real.

Joel salió rápidamente de la presencia del rey a buscar a Abisag, quien se encontraba
en su recámara personal en medio de su baño de la mañana.

-Está bien, ya voy ante el rey. Por favor, solo necesito diez minutos -respondió
Abisag ante el llamado de Joel.

135
Abisag terminó de bañarse y se vistió incluso con ropas para salir al centro de la
ciudad. Había acordado reunirse con Tamar a la hora novena para salir a hacer
compras personales en el mercado principal, luego de terminar de atender al rey y si
éste le daba autorización. Se dirigió hasta la recámara del rey, tocó la puerta y entró.

- ¡Shalom mi señor! ¿Has enviado por mí? ¿Cómo estás hoy? -preguntó Abisag.

- ¡Shalom hija mía! ¡Qué gusto verte! ¡Acercate por favor! -exclamó el anciano-.
¿Cómo has estado todo este tiempo? ¿Ya cuánto tiempo hace que no te he visto?

- Mi señor, te he extrañado. Ya han pasado dos semanas. Sé que has estado bastante
enfermo. ¿Cómo estás hoy?

La barba del rey estaba más crecida. No había querido cortársela ni el cabello
tampoco en las últimas dos semanas. Su ánimo estaba decaído a causa del fuerte
resfriado y fiebres que había estado sufriendo durante ese tiempo. Era el último mes
del verano y tan sólo le aterraba enfrentar un nuevo y frío otoño como el anterior.
Sus escalofríos y su falta de calor en las noches aumentaban también pero no había
querido la compañía de Abisag para no contagiarla. Sus sirvientes insistían en que
Abisag debía seguir calentándolo en las noches, pero su obstinación prevaleció y la
envió durante esas dos semanas a su recámara.

- ¡Aquí estoy de vuelta al ruedo, mi querida Abisag! ¡Yo también te extrañé! Heme
aquí en asuntos del reino -le respondió el anciano mostrándole un montón de rollos.

- ¡Se ve divertido mi señor! -exclamó Abisag-. ¿Necesitas mi ayuda? -preguntó.

- ¡Oh! Bueno, Abisag, no creo que estos asuntos te diviertan mucho. Son del tipo que
te producirán mucha molestia debido a la naturaleza pecaminosa de los actos de estos
representantes de mi reino. Te he hecho venir precisamente por eso, necesito
distracción para no molestarme mucho y no terminar haciendoles pagar a estos
impíos en quien he confiado como se merecen -dijo el rey.

- Mi rey, todos te conocemos. Sabemos que nunca tendrás por inocente al culpable,
aunque también sabemos de tus misericordias y compasión. Yo sé que tú siempre
impartirás justicia al inocente y desvalido en tu reino todos los días de tu vida.

- ¡Ay jovencita! ¿Qué puedo decirte? No todos mis siervos han sido honrados para
ejercer con rectitud sus cargos administrativos en el reino. Necesito oírte y que me

136
ayudes a pensar en otra cosa que no sea en el castigo que debo impartir como ejemplo
a todos para que estas irregularidades dejen de suceder. Algunos de mis oficiales no
han entendido que tan sólo son administradores de los recursos del reino, que no son
dueños de lo que administran y que no pueden adueñarse del dinero y de las personas
en la tierra. Algunos son ladrones y sustraen de las arcas del tesoro de mi reino, de
lo que Yahweh les ha asignado para que administren en favor del mismo y no de sus
propios vientres. ¡Ya estoy cansado Abisag! Por más que los cambio de lugar o los
despojo de sus ministerios, no dejan nunca de robar. Siempre hay uno que es ladrón.
Siempre tengo que estar vigilándolos, y ya a este punto, debo actuar con mano dura
para dar ejemplo a los demás -concluyó el anciano visiblemente molesto.

- Mi rey, yo confío en Yahweh y en tu sabiduría para atender estos asuntos -dijo


Abisag-. ¿Cómo puedo yo ayudarte o distraerte para que no pienses en lo que tienes
que hacer? Yo sé que Yahweh te guiará y pagarás justamente a todos como se lo
merecen y como dictan las leyes del reino. Sus malas acciones siempre les traerá
consecuencias. Ellos lo saben. Aplica la Ley, mi señor; no tienes otra salida -agregó.

- Tienes razón, mi Abisag. Eso mismo haré. Solamente quiero que ellos entiendan
que deben darle el valor justo a todas las cosas que están en sus manos, y que
entiendan que son simples administradores de Yahweh y del reino; que el reino no
les pertenece a ellos sino a Yahweh y a su Ungido. Necesito que entiendan que los
siervos a su cargo no son sus sirvientes personales sino que son ovejas de Yahweh al
servicio de Yahweh, y quien dirige sus vidas es Yahweh mismo y no ellos. Necesito
que entiendan que no pueden malversar o malgastar los recursos de los que disponen,
muchos menos malversarlos en beneficio de ellos mismos y sus familias. No es así.
Los recursos del reino son para bendecir a todos en el reino por igual. Varios
sacerdotes incluso han incurrido en esto; se han vuelto mercaderes del altar del Señor,
vendiendo el favor de Yahweh a quienes dan más dinero y ofrendas a las arcas del
Tabernáculo. No es así. Han menospreciado al necesitado y minusválido, a la viuda
y al extranjero. ¡Esto enciende mi ira Abisag! Tienen privilegios para algunos y a
otros rechazan sin discriminar dentro del reino y de sus asignaciones. Son corruptos
en sus procederes y negocios y en toda su forma de actuar, aún para con sus esposas
e hijos. Se les ha olvidado que Yahweh los observa a cada instante. Son mentirosos
y engañadores, manipuladores expertos y pretenciosos. Algunos gobernadores y
empresarios del reino también se han envanecido enriqueciéndose a costa del pueblo.
Sólo se aman a sí mismos y se han vuelto orgullosos y pedantes. Maltratan a muchos
137
y pervierten el derecho. Si tan sólo entendieran que de cada mala acción darán cuenta
al rey algún día, no harían lo que hacen. Algunos sacerdotes incluso han caído de la
gracia de Yahweh y han cometido violaciones y abuso sexual en el mismo
Tabernáculo, tal como en los tiempos de Elí y sus hijos; por lo cual no se les puede
tener por hijos del Señor ni hermanos en la fe en Yahweh. No los toleraré. Los cortaré
de sus ministerios y funciones. Los que tengan que pagar con cárcel, así lo harán. Ya
no tendré misericordia con ellos. Con los tales no te juntes mucho Abisag, ni siquiera
aquí en el palacio. Es muy obvio que en el reino y en el redil de Yahweh, hay muchos
lobos y lobas -concluyó el anciano rey respirando aceleredamente.

- Mi señor, y ¿Cómo crees que debes pagarles? ¿Qué debes hacer?

- La Ley es clara, Abisag. Deben reponer lo robado, con sus bienes o con su propia
vida. Es la ley de Yahweh. Si no tienen como pagar, deberán hacerse esclavos o ir a
la cárcel. Tan sólo no quiero pagarles como el Señor Yahweh lo hizo conmigo,
trayendo muerte a Israel cuando a mí se me ocurrió medir con cuánto recurso contaba
en mi reino en el pasado; cuando no fui honrado y no administré bien los recursos
del Señor, cuando me creí dueño y señor de todo lo que tenía y no el simple
administrador del pueblo y de los recursos de Yahweh que fui llamado a ser -dijo el
rey.

- Mi señor, si es así como estan sucediendo las cosas, no temas entonces en aplicar
la Ley de Yahweh -comentó Abisag.

- ¿En quién puedo confiar, Abisag? ¿A quién puedo confiarle los recursos de mi reino
para bendición de ellos mismos y sus familias y de todos mis hijos en mi reino? ¿A
quien hallaré? ¿Quién cuidará su corazón de vanidades y de avaricia para poder
administrar todas las riquezas que tengo en mis tesoros y repartir bendiciones como
lo desea mi corazón? Obviamente no todos mis siervos son ladrones y codiciosos de
riquezas y placeres terrenales, no todos son miserables egoístas y egocéntricos; pero
todos sufren de tentaciones en eso porque no cuidan sus corazones. Si cuidaran más
sus corazones, no se vieran tan tentados en caer en esos pecados. Si huyeran de la
tentación y nunca abrieran sus corazones a la posibilidad de ser tentados, el reino
sería más bendecido y todos seríamos más felices; menos personas sufrieran y
Yahweh nos bendeciría más de lo que ya lo hace -agregó el anciano-. Tan sólo no
quiero que sufran lo que yo he sufrido ni tengan que enfrentar la ira de Yahweh como
yo tuve que hacerlo, querida Abisag -concluyó.
138
- ¿De qué me estas hablando mi rey? ¿Cuál fue esa vivencia tan tremenda que viviste
con el Señor que tuviste que enfrentarlo debido a tu pecado? -preguntó Abisag
curiosa.

- Abisag, Yahweh es amor pero es también fuego consumidor. Yahweh sopesa el


corazón de sus hijos, y si encuentra mucha oscuridad y pecado, tarde o temprano
tendrá que lidiar personalmente con eso en tu vida y en todo lo que haces. Recibirás
las consecuencias de tus maldades tarde o temprano, y puede llegar a dolerte mucho.
Si eres hija de Yahweh, siempre aceptarás la corrección y disciplina del Señor con
gratitud y humildad. Si no eres su hija Abisag, siempre maldecirás a Yahweh y a los
hombres en medio de tu corrección. Siempre te creerás autosuficiente y creerás que
todos son culpables y responsables de tus desdichas y que tu eres inocente de todo.
Siempre creerás que Yahweh y los hombres te deben mucho y que tú no le debes
mucho a nadie. Siempre te creerás muy digna de todo y de todos, que todos deben
rendirte mucha pleitesía y servirte. Ese no es el corazon del buen siervo o sierva del
Señor, mi Abisag. El buen mayordomo y siervo de Yahweh es quien sirve bien a
todos y reconoce siempre su dependencia de Yahweh y de los hombres; siempre
mostrará un corazon agradecido y nunca sacará provecho de Yahweh ni de nadie.
Siempre se dará cuenta de que Yahweh es el Dios abusado y herido. Siempre sabrá
que Yahweh ha sido abusado, traicionado y blasfemado por las malas acciones de
los hombres. No seas nunca así, Abisag. Yahweh te conoce. Siempre estarás desnuda
delante de Él. No puedes aparentar nada delante de Él. Ruego a Yahweh que nunca
tengas que enfrentar la espada desenvainada de su ángel cuando venga a corregirte y
a vengar a los que has afectado con tu maldad -concluyó.

- Mi señor, ¿Me estás hablando de esa vez de las que todos hablan, de la vez en que
te postraste delante del ángel con la espada desenvainada para que no siguiera la
peste en Israel? -preguntó Abisag.

- Sí Abisag, de esa misma. Ojalá nunca hubiese cometido ese gran pecado mi
pequeña niña. Muchas familias y niños murieron por mi culpa, por mi gran error de
creer que todo era mío y de que podía tomar cualquier decisión con respecto a mis
súbditos y los recursos del reino sin tomar en cuenta a Yahweh; cuando dije
neciamente en mi corazón que ya no necesitaba al Señor -dijo el anciano bajando el
rostro avergonzado delante de Abisag-. No me gusta recordar esa parte de mi vida,

139
pero estaría dispuesto a contártela sólo para enseñarte de mejor manera estos
principios y valores de los que te estoy hablando -agregó.

- Mi amado rey, si te duele mucho recordarlo, prefiero no me cuentes nada -le dijo
Abisag.

- Ya es tarde, hija mía. Ya he comenzado a recordar -le respondió el anciano.

La peste había comenzado. Los oficiales del rey sabían de la ultima decisión tomada
por él con respecto al castigo que el reino debía sufrir de parte de Yahweh debido a
la terca decisión de su rey de saber con cuántos soldados y con cuánto recurso
contaba, poniendo su esperanza en sus fuerzas y en la fuerza de sus hombres. Craso
error. Miles morían diariamente. Los cuerpos eran recogidos por montones en las
plazas de las principales ciudades para luego quemarlos en fosas de modo que la
peste no se espaciera más de la cuenta. El rey sufría en su palacio y sus siervos no
hallaban el modo de entrar a su recámara a hablar con él para consolarlo.

- ¿Qué podemos hacer? -preguntó el general Joab al sacerdote Sadoc y al profeta Gad
justo fuera de la recámara del rey-. No quiere ver a nadie. Necesitamos sacarlo de su
dolor y tristeza -añadió.

- No podemos hacer nada. Él sigue orando a Yahweh para que detenga la peste y dice
que no quiere comer nada ni ver a nadie hasta que el Señor detenga a su ángel -
respondió Sadoc.

- Así es. Ha estado ayunando desde ayer sin tomar agua siquiera. Ya debe estar
bastante débil. Hoy no ha visto a nadie. No hemos querido darle las noticias del
último conteo de vcítimas. Hasta ahora van setenta mil. ¡Oh Yahweh te lo pedimos!
¡Ten misericordia de nosotros! -gritó exclamando el profeta Gad.

De pronto, Gad cayó de rodillas frente a Joab y Sadoc, oyendo la voz de Yahweh,
con su frente en el piso y comenzando a profetizar. Al darse cuenta de la presencia
de Yahweh en el lugar, Joab y Sadoc se postraron de rodillas con sus frentes en el
piso y profetizaron también. Luego, Gad se levantó del suelo y ordenó que se le

140
abriera la puerta de la recámara del rey. Al estar ya adentro y frente a David, éste
exclamó:

- Mi señor, dime, ¿Qué te ha declarado Yahweh? -preguntó ansioso.

- Yahweh te manda que salgas de tu palacio y vayas a encontrarte con Él en el lado


oriental de Jerusalén. Ya ha enviado a su ángel aquí y ha comenzado a matar de entre
el pueblo -respondió Sadoc aún llorando delante del rey.

David se apresuró a vestirse. Estaba echado en ceniza desde el día anterior. Apenas
escuchó al profeta, saltó del suelo mientras oía su corazón latir muy fuerte. Comenzó
a llorar otra vez. Se calmaba. Respiraba. Inhalaba y exhalaba. Volvía a romper a
llorar mientras se bañaba. Su pecado le pesaba. Sentía mucho remordimiento. Sentía
mucha culpa y dolor por causar la muerte de su pueblo. Se remordía por dentro
porque pensaba también que el pueblo ya tenía razones para odiarle. Quería morirse.
Quería desaparecer. Se llevaba las manos a los ojos y enjugaba sus lágrimas mientras
estas caían a chorro por sus mejillas. Se quebraba y caía en el piso de su sala de
ducha. Volvía a levantarse. Volvía a caer de rodillas. Buscaba las palabras dentro de
sí y nos las hallaba. Lo único que hacía era llorar y llorar. Sus fuerzas iban y venían
pues no había comido nada desde hacía dos días cuando comenzó la mortandad en el
reino. Tenía una oración dentro de su alma que no lograba expresar en palabras
delante de Yahweh. Su dolor era inmenso. Las imágenes de tantos cuerpos inertes en
tantas ciudades de Israel que había visitado el día anterior no lo dejaban dormir en
las noches. Entonces, como pudo halló fuerzas y logró soltar estas palabras gritando
desnudo en cuerpo y alma, sin ropas en medio de su desesperación delante de
Yahweh:

¿Hasta cuándo yerro y no doy en el blanco, mi Dios?

¿Hasta cuándo soy necio y no entiendo tu Ley?

¿Hasta cuándo me tienes paciencia?

¿Por qué no acabas de una vez conmigo y quitas mi culpa y mi pecado de delante
de mí y de tu pueblo?
141
¿No son ellos todos inocentes y yo el pecador de entre todos?

¿Por qué te enciendes con ellos y no me matas a mí y quitas mi afrenta de delante


de mí y de tu pueblo?

Salva a tu pueblo de hombres malos. Salva a Israel del necio rey que les has
dado. Amén.

Estas palabras fueron oídas por todos los siervos del rey que le esperaban afuera de
su sala de baño. Todos se miraron entre ellos y llorarón también con el rey. Luego
los sirvientes de David terminaron de vestirle con sus vestidos reales y se dispuso la
salida del rey de la ciudadela. El rey caminaba cabizbajo mientras bajaba los últimos
peldaños del palacio para montarse en su carro real a caballo. Entonces, Joab alzó la
voz gritando y viendo hacia el cielo:

- ¡Mi rey, mira al oriente!

Al oír el grito de Joab, David volteó su mirada hacia el cielo en el horizonte oriental.
Se espantó de ver al Ángel de Yahweh como un gran guerrero a la distancia
blandiendo su espada hacia la tierra. Entonces David gritó a los cielos llorando:

¡Yahweh! ¡Yahweh! ¡Dios mío! ¡Dios mío!

Luego gritó e hizo señas a sus siervos para que le siguieran en sus caballos. Todos
tomaron sus monturas y partieron rápidamente detrás de David y su carro real. David
iba en su carro arrodillado con su mirada hacia el oriente, llorando a Yahweh y
gimiendo durante todo el camino. Cada vez que veía a la distancia al Ángel de
Yahweh blandir su espada hacia la tierra, sentía como que un cuchillo entraba mas

142
adentro en su corazón. No dejaba de llorar mientras clamaba por misericordia al ver
cada blandir de la espada del poderoso ser angelical que veía a la distancia hacia el
oriente de la ciudad. Los carros y los caballos se apresuraban a través de las calles
de la ciudad a llegar hasta el lugar donde estaba el Ángel. A medida que se acercaban,
el pavor vino sobre los acompañantes del rey, los cuales no quisieron subir con él
hasta la era de Arauna Jebuseo, lugar donde el guerrero de Yahweh blandía su espada
con más fuerza. Una vez David hubo descendido de su carro en todo el frente de la
era, se tiró al suelo de rodillas y clamó a gran voz mientras veía al Ángel justo en
frente de él con su espada arriba ya a punto de blandirla una vez más:

¡Yo pequé! ¡Yo hice la maldad! ¿Qué hicieron estas ovejas?

¡Te ruego que tu mano se vuelva contra mí y contra la casa de mi padre!

En ese instante, el Ángel de Yahweh, que había visto a David llegar a la era y
postrarse en frente de él, bajó su espada y la guardó en su vaina luego de escucharse
varios truenos retumbar con fuerza desde los cielos. Al instante, el vidente Gad, que
había venido también a la era de Arauna Jebuseo, se acercó a David con su rodilla
en tierra y le dijo:

-Yahweh el Señor te dice que te levantes y hagas altar en su nombre aquí mismo en
la era de Arauna Jebuseo. Yahweh responde a tu oración: “Todo hombre morirá por
su propio pecado”, es decir, la culpa la lleva todo Israel.

Una vez más, David se levantó del suelo rápidamente y entró a la era de Arauna
Jebuseo, quien al ver entrando al rey a su tierra con todo su séquito de acompañantes,
salió a su encuentro con presteza y mucho temor del Ángel que aun permanecía sobre
la era a la vista de todos. Entonces David, al ver al anciano llegar hasta él y postrarse,
le dijo abrazándolo:

- ¡Shalom a tu alma, Arauna!

143
- ¿Por qué viene mi señor el rey a su siervo? -preguntó el anciano Jebuseo.

- He venido para comprar de tí la era con el propósito de edificar un altar a Yahweh,


para que cese la mortandad del pueblo -respondió el rey.

- Mi rey, toma todo lo que necesites -respondió Arauna-. Ofrezca mi Señor todo lo
que bien le parezca; yo doy los bueyes para el holocausto así como los trillos y los
yugos de los bueyes para la leña, todo esto lo da tu siervo para tu sacrificio –añadió.

- No Arauna, no será así, sino que te compraré todo por precio, pues no puedo ofrecer
sacrificios a Yahweh mi Dios sin que me cuesten nada -respondió el monarca-.
Pésame todo por precio y yo te lo compraré -concluyó.

- ¡Como diga el rey, así será! -exclamó Arauna.

Y edificó David un altar a Yahweh allí, y sacrificó holocaustos y ofrendas de paz; y


Yahweh oyó las súplicas de la tierra y cesó la plaga en Israel.

- Mi señor, nunca había escuchado de esta experiencia en tu vida -dijo Abisag al


terminar de oír al anciano.

- Hay muchas historias de mi vida que quizás nunca llegarás a oír de mí Abisag, o
que quizás yo mismo no llegue nunca a contarte; quizás por falta de tiempo, quizás
por vergüenza -respondió el rey.

- ¿Vergüenza? ¿Por qué dices eso mi rey? Mi señor tu eres como un ángel de Yahweh
para Israel. Todas tus historias pasaran a la eternidad como las historias más bonitas
de entre todos los reyes de la tierra. Los niños de Israel las oirán siempre de boca de
sus padres y te recordarán como el rey más grande de Israel -dijo Abisag.

- El rey más grande de Israel aún está por venir, Abisag. El Señor le dijo a mi Señor:
“Sientate a mi diestra hasta que yo ponga a todos tus enemigos por debajo de tus
pies” - respondió el anciano.

Abisag no entendió esas últimas palabras del anciano rey. Lo miró con cara de niña
confundida, frunció el ceño y preguntó:

144
- ¿El rey más grande de Israel? ¿Tu hijo, mi señor?

- Yo soy su hijo, mi querida Abisag. Él viene después de mí, pero yo soy su hijo.
Todo Israel conocerá al Gran Rey muy pronto, al Ungido de Yahweh que reinará
para siempre sobre el trono de David y de Israel. Su reino será eterno, Abisag; nunca
tendrá fin -agregó el anciano.

- Mi señor, no entiendo. ¿Estás diciendo que Salomón nunca morirá? Me has estado
hablando de un “Rey de Gloria”, de un “Rey Eterno”. ¿De quién me estás hablando,
mi señor? Dímelo por favor. Ya no me lo encubras más -le rogó la doncella.

- Abisag, mi ovejita, te hablo del Rey que enjugará las lágrimas de todos los justos
que sufren, del Rey que devolverá la paz a Israel y al mundo para siempre. Te hablo
del Rey que nunca duerme y nunca descansa en cuidar a su pueblo y a los que le
aman y le temen. Te estoy hablando de mi Rey, mi amado Rey. El se sentará en el
trono de Israel y reinará con justicia y verdad por todos los siglos, amén -respondió
el anciano visiblemente emocionado y llevándose las manos a su boca mientras
sonreía de alegría a Abisag.

- Mi señor, ese rey del que me hablas no parece ser de este mundo. Ese rey parece
ser divino. ¿Me estás diciendo que Yahweh mismo bajará a este mundo a reinar en
tu trono? No lo entiendo mi señor -volvió a preguntarle Abisag visiblemente
interesada en la afirmación de rey.

- Salomón reinará por largos días, Abisag; su reino será glorioso. Yahweh me lo ha
mostrado. ¡Bendito sea Su Nombre! Pero la gloria del Ungido de Yahweh que viene
no tendrá comparación con ningún otro rey sobre la tierra. Él restaurará todas las
cosas a su estado original cuando Yahweh hizo los cielos y la tierra. Toda la tierra
temblará a su presencia y toda rodilla sobre la tierra se doblará delante de Él, Abisag.
Nunca morirá, nunca habrá un rey y un reino más glorioso después de Él, ¡Alleluyah!
¡Grítalo Abisag conmigo! ¡Vamos! ¡Alleluyah! -exclamó el anciano rey tomando a
Abisag de sus manos.

- ¡Alleluyah! ¡Alleluyah! -gritó Abisag con David emocionada también aún sin
entender mucho.

De pronto, la puerta de la recámara real se abrió y dejó ver a Joel, quien anunciaba
la llegada de Tamar para saludar al rey:

145
- Mi señor, la Princesa Tamar desea verle y saludarle -dijo Joel con una inclinación
de cabeza.

- ¡Oh! Tamar, sí… ¿Eres tu Joel?...Sí, déjala pasar -respondió el anciano alzando sus
ojos y tratando de ver hacia la puerta con gran esfuerzo debido a su creciente ceguera.

- Sí mi señor, soy yo mismo, Joel tu siervo -respondió el joven irguiéndose y


volteándose para dejar pasar a Tamar.

Tamar, la hija mayor del rey, entró a la habitación vistiendo un vestido blanco de
lino fino y resplandeciente, el cual le gustaba vestir para hacer sus compras en la
ciudad personalmente. Al estar ante su padre y Abisag, se inclinó hacia delante y
dijo:

- ¡Bendito seas de Yahweh, padre mío! ¿Cómo sigue tu salud?

- ¡Oh mi princesa! Déjame besar tus mejillas y tu rostro –le respondió el anciano
abrazándola-. ¡Ya te extrañaba hija mía! ¿Dónde habías estado? ¿Dónde están los
niños? Supongo que ya conoces a Abisag, mi nueva hija.

Tamar volteó hacia Abisag al oír las últimas palabras de su padre. Abisag le devolvió
la mirada con una sonrisa.

- ¡Sí, por supuesto padre mío, ya todos en el palacio conocemos a Abisag, quien es
prácticamente la amiga de todos y la nueva alegría de David en su palacio junto con
sus nietos! ¿Cómo estás Abisag? ¿Estás lista para nuestro paseo de hoy? -le preguntó
Tamar.

- Sí por supuesto, siempre lista para tí querida Tamar. ¿Has venido con los niños? -
le preguntó de vuelta la joven doncella.

- Sí por supuesto querida, están afuera esperando para entrar -respondió Tamar.

- ¡Oh! Hazlos pasar, ya los extraño mucho también -comentó el anciano


ansiosamente.

Entonces, Joel hizo que los tres niños pasaran a ver al rey, los cuales entraron
apresuradamente para echarse a los brazos de su abuelo.

146
- ¡Oh mis niños, mis hermosos! ¿Cómo han estado? ¡Ya los extrañaba!
Yahweh los bendiga -les dijo el anciano mientras los abrazaba y besaba en sus
frentes.

- ¡Shalom abuelito! ¿Cómo estás? -exclamaron y preguntaron los tres niños al abrazar
al anciano cada uno.

- Yo he estado pensando en ustedes, chicos. He recordado nuestros días de juegos


cuando era más joven -dijo el rey.

- ¡Abuelito eso fue ya hace mucho tiempo! Yo tenía cinco años. Ahora tengo ocho.
¿Todavía te acuerdas de eso? -preguntó Naruh.

- ¡Oh Naruh! bueno, tienes razón. Ya fue hace mucho, ¡Jajaja!, pero aún puedo
recordar hija mía, aún tengo memoria para recordar todos mis momentos contigo,
¡así como recuerdo todos mis momentos con mi ovejita Tanya, ves! ¡Tú me recuerdas
a ella, niña traviesa! -le respondió el anciano riéndose.

- ¡Abuelito tienes que contarme más de tu ovejita Tanya! ¡Todos los niños del palacio
hablan de ella y de las historias que les has contado sobre ella! ¡A mí aún no me
cuentas mucho! ¡Incluso dicen que también le escribiste una canción a ella cuando
estabas aún muy niño, tu primera canción! ¿Es cierto? -volvió a preguntar la niña.

- ¡Umm pues sí, tengo que contarte más sobre ella, Naruh! Y sí, es cierto, mi primera
canción de niño fue para esa ovejita que quise tanto. Fue mi primera y única ovejita
que me regaló mi padre, Naruh. Tanya era mía. Era hermosa. Era especial, al igual
que tú! ¡Jajaja! -volvió a decir el rey riéndose a carcajadas con la niña mientras le
hacía cosquillas a ella.

- ¡Oh Abuelito por favor, ¿Podrías cantarme por lo menos un pedacito de tu canción
para Tanya, por favor, por favor? -le rogó Naruh.

- ¡Oh Naruh, ya el abuelito quiere descansar y nosotros tenemos que ir de compras


al mercado principal de la ciudad junto con Abisag! ¡Deja que tu abuelo descanse,
ya luego te la canta! -le dijo Tamar.

- No te preocupes Tamar, puedo cantarle un pedacito ahora. Ya luego te la canto toda


mi pequeña. ¿Te parece? -le preguntó el anciano.

147
- Sí abuelito, por favor, yo quiero oírla -respondió la niña.

Todos se dispusieron a oír la canción del rey para su ovejita. Tamar sonrió a los niños
y se sentó en el sillón del otro lado de la cama. Los niños se sentaron todos en la
alfombra en el suelo frente al anciano. Abisag, encantada con esta nueva canción,
permaneció sentada en el sillón que estaba junto a la ventana al lado del rey. El
anciano entonces comenzó a cantar melodiosamente las siguientes líneas una y otra
vez:

¡Puedes confiar en mí porque te quiero!

Y estar cerca de tí, ¡Así lo espero!

Yo no voy a dejarte, ¡Oh mi ovejita!

Y cuando mal te sientas, te ayudaré

O cuando el mal presientas, allí estaré

Pues Yahweh no va a dejarte, ¡Oh mi ovejita!

¡Puedes confiar en mí porque te quiero!

Todos en la habitación quedaron perplejos ante la melodiosa voz del anciano que aún
podía cantar bien. Ninguno de los niños lo había oído cantar antes, y con sus bocas
abiertas de emoción, le pidieron al abuelo que la cantara otra vez. Ante ello, Tamar
se levantó de su sillón y les dijo:

- Ya es hora chicos, vamos. Debemos ir de compras. Padre mío, te quiero tanto. Aún
recuerdo cuando me cantabas esa canción en tus piernas cuando era muy niña. ¡Te
amo tanto rey David! -le dijo Tamar besándolo en la frente.

148
- ¡Yo también te amo tanto, mi señor! Espérame. Ya vuelvo. No te vayas a dormir
sin mí esta noche -le dijo Abisag levantándose de su silla y besándolo en la frente
también.

- ¡Abuelito! ¡Qué hermosa tu canción! ¿De veras tú la escribiste? ¡Me parece que es
la canción más hermosa de todas! ¿Por qué no me la cantabas a mí también cuando
era una bebé? -le preguntó molesta Naruh mientras abrazaba al anciano.

- Mi ovejita Naruh, te la cantaré todos los días de ahora en adelante si vienes a


visitarme. Te lo prometo. ¿Está bien? -respondió el rey-. Vayan. Yahweh los
acompañe. No olviden divertirse niños. Siempre deben divertirse y disfrutar del viaje
y el paisaje. Es lo más importante en la vida: divertirse. Pórtense bien. Caminen cerca
de su madre y de Abisag. Vayan mis hijas. Regresen pronto. Abisag, cómprate lo que
quieras también. Todo va a mi cuenta. ¡Los amo tanto! -añadió abrazando a los niños.

Los niños salieron contentos de la recámara real junto a Tamar y Abisag. Todo se
dispuso para que la guardia real del rey, dirigida por el fuerte anciano Benaía, hijo
de Joiada, las acompañara a hacer sus compras. Abisag se sentía muy honrada de que
el fuerte valiente de David se hubiese ofrecido a acompañarlas junto con cinco más
de sus hombres a hacer sus compras personales. Ya le había conocido antes en un
banquete del rey a sus esposas y concubinas pero no había tenido oportunidad de
cruzar más palabras con él. Benaía había sido el jefe de la guardia personal del rey
durante más de veinte años, por lo cual le conocía muy bien. Esto le pareció muy
interesante a Abisag, quien siempre buscaba saber y oír más historias sobre el rey y
su juventud. Mientras caminaban por las calles de la ciudad y mientras Tamar se
adelantaba a comprar varias cosas con los niños en las diferentes tiendas ambulantes,
Abisag se quedó rezagada sólo para caminar al lado del anciano guardián y
agradecerle su gesto de acompañarlas.

- Señor, luce usted muy bien para su edad y sus responsabilidades -le dijo Abisag
con ojos vivos y alegres.

- ¡Oh! Señora, le agradezco sus palabras. Hago lo mejor que puedo para mí señor y
su familia. Usted también luce muy bien hoy -le respondió el soldado.

Benaía llevaba su uniforme de jefe de la guardia real. Era alto y de robusta


compostura. Sus cabellos canosos bien peinados y su barba blanca en trenzas no le
hacían lucir muy viejo debido a que sus fuertes brazos y su tez ruda lo hacían verse
149
bastante joven para su edad. Sus altas sandalias trenzadas y su espada ceñida a la
cintura le daban una impresión de hombre muy bien preparado para la guerra. Sus
ojos tiernos le daban un aire de hombre sabio y con mucha experiencia. Su uniforme
era de color negro, portando falda y pechera de cuero muy ceñidos al cuerpo. Su
caminar era imponente y su mirada penetrante.

-¡Oh! ¿Usted cree? Hoy tan sólo me he puesto este sencillo vestido azul que fue lo
primero que ví en mi ropero. No sé si debí vestir más formal. Tamar no me dijo nada
sobre cómo vestirme para salir del palacio de compras. Es mi primera vez en el centro
de la ciudad desde que llegué al palacio hace seis meses. ¡Estoy emocionada! -
respondió Abisag.

Abisag lucía un hermoso vestido de lino bordado con detalles en flores en los bordes.
Su cabello recogido la hacía lucir más hermosa de lo normal pues dejaban ver su
largo y delicado cuello. Su ánimo ese día estaba por las nubes pues estaba bastante
emocionada de salir del palacio y tomar aire fresco. Le gustaba visitar el mercado
principal de Jerusalén. No era muy común para las mujeres del rey salir de compras
a la ciudad, por lo cual siempre lo disfrutaban mucho. Entre tanto que veía una que
otra cosa en las tiendas ambulantes, aprovechaba la oportunidad para conocer más a
fondo al famoso soldado protector del rey.

- Benaía, ¿Son ciertas entonces todas sus historias de hazañas que cuentan los jóvenes
donde luchaste con mi señor el rey y donde tuviste que realizar proezas inimaginables
para salvar al pueblo de Israel? ¿No tuviste miedo nunca? ¿Cómo lograste vencer a
esos gigantes? -le preguntó la joven doncella.

- Bien lo ha dicho joven señora, yo luché con nuestro rey por varios años, mano a
mano, hombro con hombro. Siempre fue nuestro gran Dios con nosotros librándonos
de todos nuestros enemigos. Pero a diferencia del rey, a nosotros nos ha movido
siempre la sed de venganza en contra de nuestros enemigos. No hay familia en Israel
que no haya sido enlutada en nuestras guerras.

- ¿Y qué es entonces lo que mueve al rey en sus guerras? ¿No desea el rey también
vengar a cada una de las familias de Israel? -preguntó Abisag.

- Al rey lo mueve algo mucho más grande que eso, señora. Al rey lo mueve su amor
por Yahweh, su deseo de cumplir su voluntad y de traer justicia a la tierra. David no
le quitaría la vida ni a una mosca si no fuese que Yahweh lo envíe a hacerlo. Es cierto
150
que hay sangre inocente en sus manos, pero aún en esas ocasiones, su corazón es
honesto para con su Dios y para venir delante de él en arrepentimiento. Por eso es el
rey. No pervierte el derecho para con su pueblo y no retiene nada de nadie que no
sea suyo. A diferencia de Saúl, nunca se ha creído con derecho para tomar la vida de
nadie ni para robarle o estafarle. A todos paga como se merecen y siempre honra sus
compromisos y deudas. Esto lo he visto en él en muchas ocasiones – respondió el
soldado.

- Benaía, yo sé que es cierto que Yahweh paga a las naciones conforme a su justicia
y sus malas acciones. También sé que de Yahweh nadie se burla, y que todo lo que
el hombre sembrare, eso mismo también segará. Pero en el caso del rey, imagino que
habrá ocasiones donde él incluso ha tenido que decidir quién es digno de vivir o de
morir. Y esto no dejaría de ser menos honroso delante de Dios. Él es el rey y debe
impartir justicia a todos los hombres en el reino, buenos y malos. No imagino la carga
que debe sentir el rey por todos los hombres que ha tenido que castigar o incluso que
ha tenido que matar para poder lograr esa justicia de parte de Dios, y que quizás por
esa misma razón, Yahweh no le termina de conceder su deseo de construirle templo
aquí en Jerusalén -dijo Abisag.

- Es precisamente este punto lo que hace a los hombres grandes reyes o malos reyes,
señora Abisag. Cuando eres el señor de la tierra, siempre tendrás que decidir ante
muchas situaciones en beneficio o detrimento de tu propia alma y de las almas de tu
reino. Siendo el rey, tienes que hacer la guerra y acabar con los enemigos de Yahweh.
Aún así estás asesinando muchas almas relativamente inocentes, digamos mujeres,
ancianos y niños; aún cuando para Dios, todas las naciones paganas a nuestro
alrededor son culpables de sus propios pecados. La línea entre matar para algo mejor
y quitar la vida por puro placer y sensación de poder es muy delgada, y a veces esto
engaña al corazón de los reyes. David conoce esta línea. Él sabe que el corazón del
asesino es el corazón de alguien que desprecia a Yahweh y a los hombres, a sus
bienes y al derecho divino que tienen todos los hombres a vivir y a poseer. Robar,
hurtar, malversar y codiciar, así como matar, son todos pecados que atentan contra
ese derecho dado por Yahweh a los hombres. El corazón de un rey o sacerdote
depende de esto: reconocer que no es señor de la vida de los hombres; que sólo
Yahweh gobierna en el corazon de ellos y que sólo Él es quien da y quita la vida y
los bienes a todos -respondió Benaía.

151
- ¡Veo que eres muy sabio, valiente de David! -dijo Abisag-. Imagino que ha sido tu
vida de soldado lo que te ha enseñado tanto delante de Yahweh -añadió.

- Así es señora; David mismo también ha sido mi maestro. Él no se imagina cuánto


me ha enseñado, ni siquiera sobre la diferencia entre las acciones impías y profanas,
que son tan ligeras y frecuentes de hacer en nosotros y que muchas veces no nos
damos cuenta de que las hacemos; aparte de las acciones justas y nobles, propias de
todo un ungido de Yahweh, de cualquier hijo o hija del Señor. Puedo recordar incluso
una experiencia que describe muy bien esta virtud en el rey.

- ¿De veras? Ahora quiero oírla también. ¡Cuéntamela por favor, Benaía! -le rogó
Abisag.

- Esta bien, señora. Así hacemos tiempo y esperamos a que la señora Tamar haga
todas sus compras. ¿Usted no va a comprar nada o sí?

- No te preocupes, Benaía. Ya tengo todo lo que necesito en el palacio. Lo que mi


corazón desea comprar y tener no tiene precio en este mundo, y tan sólo Yahweh
puede dármelo ahora -le respondió la doncella.

- ¡Oh! Señora, no se aflija; a su tiempo Yahweh le dará todos los hijos que desea
tener del rey -le dijo Benaía viéndola a los ojos.

- Benaía, es mucho más que eso. Es el deseo más grande de mi corazón. Es más
profundo que mi deseo de ser madre y de ser muy amada por mi rey. Es mi deseo de
conocer a Yahweh, de conocer su corazon y su ley. Anhelo tanto saber por qué
Yahweh es como es, por qué piensa como piensa y por qué me ama tanto al hombre
y a Israel. Sólo quiero saber cómo es Yahweh. ¿Tú crees que mi sueño es posible de
alcanzar en esta vida, Benaía? -le preguntó ansiosa Abisag devolviéndole la mirada
a sus ojos.

- No solamente es posible jovencita, es necesario; no sólo en esta vida sino en la que


viene después de morir también. Si dedicas tu vida a alcanzar este sueño, Yahweh te
concederá todas las peticiones de tu corazón. Tan sólo deléitate en Él.

- ¡Ya he oído esas palabras tantas veces de todos en el palacio! ¡Deléitate, deléitate!
¿De quiénes son? -preguntó alterada Abisag.

152
- ¿De quién más pueden ser? Son palabras de David. Él sabe lo que dice, señora.
Ahora le cuento esta historia para que conozca el verdadero corazón de su rey y el
mismo por qué de esas palabras; la misma razón por la cual David es un gobernante
justo que no se atreve a pervertir el derecho ni a tomar nada de nadie que no le
pertenezca ni le sea dado por el mismo Yahweh -exclamó Benaía comenzando a
recordar.

David y sus hombres se esforzaban por la casa de Israel mientras Saúl hacía la guerra
a los Filisteos por un frente y los perseguía a ellos por el otro. La guerra parecía ser
interminable, pues por más batallas que peleaban, más batallas se cernían sobre ellos.
Sencillamente el conflicto no terminaba. David confiaba en Yahweh. Sabía que algún
día serían libres de la opresión de los pueblos paganos que coexistían en la tierra con
Israel. Se había prometido a sí mismo dar su vida si fuera necesario en la consecución
de la rendición de todos los enemigos del Señor y de Israel siempre que Yahweh le
librara de la mano de Saúl. En plena huida del rey, se encontraron resguardándose
todos los valientes de David junto con él en la cueva de Adulam y ya se les agotaba
el alimento y el agua. Sus más de treinta hombres eran excepcionalmente diestros
para la batalla. Muchos de ellos ya comenzaban a sobresalir en valentía y coraje,
especialmente Joseb tacmonita, Eleazar ahohita y Sama ararita, los cuales eran
conocidos por no mostrar temor en el campo de batalla y blandir sus espadas y lanzas
mucho más rápido que los demás en el ejercito de Israel. Eran fuertes y muy leales a
David. Veían en él a la esperanza de Israel, quien los llevaría a la victoria sobre los
Filisteos más pronto que tarde. A menos de tres kilómetros yacía el campamento de
los Filisteos, desplegados a lo largo de todo el Valle de Refaim, aguardando para
presentar batalla a Saúl y su ejercito al día siguiente, los cuales se encontraban a más
de seis kilómetros al otro lado del valle. David amaba a sus valientes. Los sentía
como sus verdaderos hermanos. Los conocía muy bien uno por uno y nombre por
nombre. Eran hombres rechazados por las ciudades, algunos fugitvos convictos y
otros mendigos. A todos los recibió y les dió valor en su huida de Saúl. Estando
David sentado con algunos de sus hombres a varios metros de la entrada de la
principal de las cuevas de Adulam alrededor de una fogata, se le acercó Benaía
diciéndole estas palabras:

153
- Señor, tenemos información de que los Filisteos doblan en número al ejército de
Saul.

- No te preocupes Benaía, Yahweh pelea por Israel. Siempre es así, siempre son más
que nosotros, pero los soldados de Saúl son hombres esforzados y saben hacer la
guerra. La única situación crítica son los gigantes que han venido de Siclag y de
Ascalón. Los soldados de Saúl no están entrenados para pelear contra ellos -
respondió David-. Sólo un hombre como tú o como Joseb, o Eleazar, o Sama podría
enfrentarlos y vencerlos -añadió.

- Bueno, tendría Saúl que primero venir a pedírnoslo para poder ir alguno de nosotros
a pelear por él a favor de Israel; y como ya sabemos, él nunca lo hará -dijo Sama.

- Ya conocemos la valía de cada uno de nosotros, tus guerreros mi señor. Aún así
sabemos también que es Yahweh quien viene sobre nosotros cada vez que hemos
tenido que defender a su pueblo. No somos nosotros, sino Yahweh sobre nosotros -
dijo Eleazar muy seguro de sus palabras.

- Amén, así es Eleazar. Aún así, ustedes han mostrado más disciplina en la práctica
de sus habilidades para el combate que todo el resto de los hombres que nos
acompaña en esta travesía. Ustedes han entendido que sin disciplina ni
entrenamiento, es imposible estar listos para que Yahweh nos use. Es cierto que
ustedes poseen el talento natural desde pequeños para la batalla cuerpo a cuerpo, pero
también es cierto que todo ese talento que tienen de nada les sirve si no se disciplinan
a entrenarlo todos los días como en efecto ustedes lo hacen. ¿Recuerdan cuando
Joseb enfrentó a esos ochocientos hombres y su espada quedó pegada a su mano?
¿Creen ustedes que él hubiese podido defender al pueblo como lo hizo ese día si no
hubiese practicado tanto en el arte de la lucha espada con espada, aparte del hecho
de que Yahweh vino sobre él? No lo hubiese logrado. ¿No es cierto Joseb? -preguntó
David.

- Así es mi señor. No hubiese podido lograr nada ese día si no hubiese sabido como
usar mi espada delante de tantos hombres. Desde niño soy muy diestro en ella, pero
mi padre me tomó desde muy pequeño y yo mismo también he dedicado muchas
horas diariamente a perfeccionar mis movimientos y mi fuerza para la pelea. Todos
aquí lo saben. Aún así tus hazañas superan todas las nuestras, señor -respondió Joseb.

154
- ¡Oh Joseb! Por favor, no sean tan modesto -respondió David-. Ustedes son diez
veces mejores guerreros que yo. Yo detesto la violencia. Nunca me ha gustado. Yo
no tuve más remedio desde niño que luchar y tener que esforzarme para vencer. Yo
no crecí en medio de hierros y espadas como algunos de ustedes. Mi padre no fue
herrero precisamente. Ustedes todos saben que yo no soy más que un pastor de ovejas
y que nuca deseé estar aquí ni andar huyendo ahora de Saúl para guardar mi vida.
Todos ustedes pueden volverse a sus lugares hoy mismo si lo desean, cualquiera que
aún crea que tenga un hogar en Israel. Yo no tengo hogar. Yahweh es mi hogar y no
puedo prometerle nada a ninguno de ustedes. Sus vidas valen más para mí que el
amor de muchas mujeres. Así que si alguno aún considera volverse de este camino y
no arriesgar más su vida en pos de mí, tome sus cosas y parta de una vez. Ya han
sufrido mucho conmigo en estas cuevas y en el desierto –añadió.

- Señor, tu sabes que tu vida es más preciada para Israel que las de todos nosotros
juntos. Tu eres el ungido de Yahweh. Tú reinarás después de Saúl -le respondió
Benaía.

- ¡Oh mi Benaía querido! ¿Tú ya has estado huyendo tanto tiempo conmigo que aún
sueñas con que yo reine en Israel? Yo mismo dudo de eso algunas veces -dijo David-
. Hoy mismo desearía estar en el frente de batalla en contra de los enemigos del Señor
en vez de estar aquí encerrado con ustedes en esta fría noche. Pero aún así, agradezco
mucho a Yahweh por su compañía, amigos. Cada vez se nos unen más. Yahweh
defienda mañana a Israel y ayude a Saúl y Jonatán.

- Señor, no desmaye tu corazón -respondió Eleazar-. Yahweh peleará mañana al lado


del rey, y de Jonatán y de todo su pueblo. Siempre ha sido así hasta ahora. Nosotros
seguiremos a tu lado, no tenemos a dónde ir. Reconocemos que tú tienes derecho a
reinar sobre Israel porque Yahweh te ha ungido para ello. Todo el tiempo hasta que
saliste del palacio del rey, has procurado el bien para el rey y para Israel. Sabemos
que Yaweh tu Dios está contigo y que no hay maldad en tu corazón para con Saúl.
Él mismo lo sabe -añadió.

- Eleazar, Yaweh te bendiga. Te he conocido por tanto tiempo. Tú me conoces desde


muy joven, pues tú también eres de Belén. Tú lo sabes, tú sabes muy bien que yo no
dejaría que Saúl le hiciera ningún mal a ninguno de ustedes. Antes preferiría morir
yo mismo peleando por ustedes a que alguno de ustedes tuviese que morir en mi
lugar. Sé que tu madre está enferma, y que tus hermanos te desprecian y no te quieren
155
en casa. ¿Por qué viniste aquí conmigo? ¿No tenías primos o tíos que te aceptasen en
medio de ellos? ¿No tienes ganas de casarte y formar una familia? ¿Qué haces aquí
conmigo? Tú eres aun muy joven. Eleazar, por favor, te lo pido. Vuelve a Belén.
Escoge mujer y cásate. Ten hijos. Forma una familia. Tú eres un experto herrero y
excelente guerrero. Anda y únete a Saúl y pelea las batallas de Yahweh por Israel.
Por favor. Hazme caso. Trae honra a tu casa para que puedas volver a tu familia y
ver a tu madre otra vez y estar con ella aún en su lecho de muerte si es que Yahweh
decide llevársela -dijo David.

Luego, David se puso de pie y dijo en voz moderada pero capaz de dejarse oír por
todos sus hombres:

Si alguno desea tomar sus cosas y volver a su ciudad y a su gente, este es el momento
de hacerlo. No soy dueño de nada y mucho menos de sus vidas. Sé que todos están
aquí conmigo por voluntad propia; aún así sus vidas y sus familias son mucho más
preciados para mí que su hermosa compañía. Les estaré siempre agradecidos.
Ustedes son mis hermanos, carne de mi carne y hueso de mis huesos. ¡Yahweh los
bendiga!

David permaneció de pie viendo a cada uno fijamente. Los nombró a cada uno por
su nombre mientras los veía uno por uno a los ojos, como para asegurarse con la
mirada de si había alguno que deseaba irse. Ninguno reaccionó. Todos lo miraban a
los ojos atentamente. Ninguno osó decir palabra alguna. David se sentó otra vez y
tomó su cuero de vino llevándoselo a la boca para beber de él, sólo para darse cuenta
de que ya no había mosto adentro. Volvió entonces su mirada a Eleazar otra vez.

- Mi señor, tú me conoces. Siempre te he amado. Ya hemos hablado de esto antes.


Tú sabes que yo nunca pelearé al lado de Saúl, no después de todo lo que él te ha
hecho. Saúl también tomó mi ganado y cuando enfrenté a sus hombres, éstos me
amenazaron de muerte; por lo cual tuve que huir de Belén. Un rey y príncipe de
Yahweh nunca debería tomar lo que no es suyo de ningún hombre sobre la tierra, y
mucho menos repartirlo entre sus hombres para escarnio del agraviado. Ya no pude
regresar más. Heme aquí. Tú me has recibido y me has dado valor. Yo daría mi vida
por tí y por tu causa, David de Belén. No me envíes más de vuelta a mi madre y mis
hermanos. Yahweh juzgará mi causa y me regresará todo lo que me pertenecía
cuando tú seas rey sobre Israel -le dijo Eleazar acercándose a David y besando su
mano.
156
- ¡Oh Eleazar! Está bien. No tienes que besarme. Quédate conmigo entonces. Yo te
cuidaré. Tan sólo te estaba probando una última vez. De veras quiero ver tus hijos
nacer y crecer. Ahora pásame un poco de ese cabrito asado de la fogata. Se ve muy
bueno y huele muy bien -le dijo David señalando al fuego.

Eleazar y los demás hombres alrededor de la fogata tomaron los cabritos que estaban
asando y los prepararon juntos con legumbres para dar a los más de cuarenta hombres
que seguían a David en la cueva de Adulam. Estaban todos muy ansiosos debido a
la batalla que se cernía sobre Israel el día siguiente. Algunos oraban dentro de sí
mismos y otros murmuraban versos de la Mishnaj con promesas divinas para
apaciguar sus temores. Sabían que la batalla del día siguiente no sería fácil. Estaban
esparcidos en tres grupos sentados alrededor de tres fogatas a unos doscientos pies
de la entrada de la cueva. No podían estar muy cerca de la entrada debido a que Saúl
tenía espías por toda la tierra que podían detectar la luz proveniente de sus fogatas.
Luego de repartir el asado entre todos los hombres, se sentaron todos a comer y a dar
gracias a Yahweh en medio del vino y de las historias y bromas que se contaban
todos a la luz de las fogatas. Después de un rato, cuando ya el vino escaseaba y el
agua también, David se acercó a su cuero de vino y recordó que se le había acabado.
Fue entonces cuando se levantó y comenzó a buscar agua entre sus hombres pues
estaba muy sediento. Al ver que ya no tenían agua tampoco, exclamó en gran voz en
medio del ruido de las conversaciones de sus hombres:

¡Oh quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!

Al oír estas palabras, los valientes de David que comían junto con él en su fogata
permanecieron viéndose entre ellos sin palabras ni reacción. De pronto, Eleazar,
Sama y Joseb se levantaron, tomaron sus armas y escudos y salieron corriendo de la
cueva rumbo abajo hacia el campamento de los Filisteos, pues tendrían que atravesar
al enemigo para poder llegar hasta la puerta de Belén. David, quien estaba un poco
embriagado del mosto y se había alejado de su fogata de donde comía, no se dió

157
cuenta de que esos tres habían salido corriendo hacia afuera al regresar a sentarse.
Fue entonces cuando se apercibió de que los mismos ya no estaban, por lo que se
extrañó y le preguntó a Benaía por ellos.

- Benaía, ¿Dónde están Joseb, Sama y Eleazar?

- Mi señor, apenas exclamaste que querías beber del agua del pozo de Belén, salieron
disparados en carrera hacia el campamento de los Filisteos. Iré yo también y correré
trás ellos -respondió Benaía.

- ¡No Benaía! ¡Aguarda! ¡Qué necedad la mía! ¡Tenía yo que haber pensado en esos
tres, porque apenas abro la boca y es para ellos como si les estuviese ordenando algo!
¡Fue tan sólo un deseo de mi corazón! ¡Nada más! No vayas. Los Filisteos son
muchos y pueden matarlos. Más bien oremos para que Yahweh los traiga sanos y
salvos -respondió David.

Luego, se volvió a levantar y gritó a todos sus hombres dentro de la cueva:

¡Yo tan solo soy un hombre! ¡No hagan ustedes nunca nada por mí que yo no se
los ordene y que represente un peligro para sus vidas! ¡¿Soy yo acaso amo y dueño
de sus vidas?! ¡Líbreme Yahweh de creerme tal cosa y de disponer de sus vidas
como si fueran mis esclavos y perros! Ustedes tienen dueño. Yahweh es su dueño.
Él controla los designios de sus vidas y sólo a Él ustedes rendirán cuentas algún
día por sus decisiones y caminos que tomaron en esta vida. ¡Ahora oremos a
Yahweh por éstos tres que salieron con peligro de sus vidas ante los Filisteos! ¡Ya
mañana veremos dónde conseguimos más agua y vino!

Pasaban las horas y los tres valientes no regresaban aún. David comenzaba a
impacientarse. Había decidido que no se irían de ese lado de las Cuevas de Adulam
hasta que los mismos volviesen. Estaba a punto de tomar su espada y su escudo para
salir de la cueva cuando el vigía dio aviso:

158
-¡He aquí vienen tres hombres corriendo, y los mismos traen varios cueros con ellos!

Entonces David y Benaía se levantaron rápidamente y corrieron a la entrada de la


cueva, al igual que todos los valientes. Al llegar estos ante David, éste los abrazó y
los besó con muy grande contentamiento. Luego de ver que habían logrado traer el
agua del pozo de Belén, y de ver que estaban en buen estado de salud pues no tuvieron
que pelear contra el enemigo para conseguirla, se turbó en gran manera y tomó los
cueros de agua de las manos de ellos y se arrodillo frente a todos y frente a Yahweh
diciendo:

-¡Lejos esté de mí tomar y beber esta agua, la cual ustedes, siervos de Yahweh, han
conseguido con peligro de sus vidas! ¡Yo la derramo delante de mi Dios!

Y tomando los cueros de agua a la vista de todos sus hombres y estando muy sediento
todavía, los abrió y derramó cada uno en tierra delante de Yahweh, despreciando así
el abusar del amor de ellos hacia él, y honrando de este modo a Yahweh y a sus
valientes.

159
Capítulo 9

CORAZóN quebrantado: PECADOR herido y arrepentido

“Ten piedad de mí, Oh Yahweh, conforme a tu misericordia, conforme a la


multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y
límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está
siempre delante de mí. Contra tí, contra tí solo he pecado, y he hecho lo malo
delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro
en tu juicio”.

Salmos 51: 1-4

A medida que pasaban los días de verano, más se acrecentaba el temor en todos de
ver el último día del rey David. Había días donde su humor y estado de ánimo estaban
por las nubes. Había otros en los que se sentía morir de tanta tos y gripe, seguidos de
fiebre alta y espasmos. Ya Abisag no le servía de mucho durante las noches pues sus
escalofríos aumentaban. Sus médicos seguían recomendando que ya no le visitasen
mucho ni le consultasen tantos asuntos pues sus fuerzas habían decaído
considerablemente. Los preparativos para que Salomón comenzara finalmente a
ejercer su reinado lo habían dejado un poco agotado. Ya hacían tres semanas que
Salomón había sido coronado como Rey de Israel delante de todo el pueblo y de los
oficiales del Reino. La ceremonia fue apoteósica. Todo el pueblo vió como el Rey
David pasaba su corona y la ponía en la cabeza de su amado hijo en una celebración
sin precedentes en todo el reino. Todos estaban complacidos con la decisión del rey.
Todos amaban a Salomón, con excepción de Adonías su hermano y un grupo de jefes
del ejército liderados por Joab y el sacerdote Abiatar, los cuales habían sido
destituidos de sus cargos por haber apoyado a Adonías en su intento de hacerse rey
sin el consentimiento de David, su padre. Salomón todavía estaba apenas
estableciendo su gobierno y haciendo alianzas con oficiales de su padre para asegurar
de este modo la firmeza de su trono. Todos ya comenzaban a preguntarse si Salomón
amaba a alguna mujer, o a quien tomaría por reina, esposa o concubina. Nadie sabía
a ciencia cierta si ya pronto habría reina en Israel. Su padre pensaba en esto todos los
días.

160
David se retorcía del dolor de huesos en su lecho real. Sus noches eran cada vez más
largas. Su memoria comenzaba a fallarle a veces, pero su lucidez en la mayoría de
los asuntos del reino era aún notoria. Sus pensamientos eran cada vez menos tristes.
Sus remordimientos ya no le hacían sufrir tanto como en años anteriores. Se sentía
mal por haber asesinado a tantas personas, fuesen o no enemigos de Yahweh; su alma
le dolía mucho por haber sido quien le dió muerte a tantos. Sus emociones estaban
cada vez más en paz con su Dios y consigo mismo. Tantas cosas había querido hacer
que no pudo lograrlas. Tantos momentos y experiencias que venían a su mente.
Tantas palabras y tantas personas que había conocido en la vida desde su niñez. Tan
sólo quería sentirse digno, aunque sea por un instante, de ser el Rey de Israel. No lo
lograba. Pensaba en Yahweh, en todas sus misericordias para con el desde su niñez
y en todos los momentos de felicidad, victorias, alegrías, gozo y satisfacción que
sobrepasaban en mucho a todos sus sufrimientos vividos durante tantos años.
Pensaba en el reino y en los enemigos que Israel tendría que afrontar en el futuro.
Pensaba en sus padres y hermanos. Pensaba en Samuel. Pensaba en Jonatan. Pensaba
en Urías. Pensaba en Absalón. Pensaba en Javier, su bebé que tuvo con Betsabé y
que Yahweh le quitó a los meses de nacer. Pensaba en Amnón. Pensaba en todos sus
hijos, en el futuro de cada uno de ellos y en el tiempo que estuvo tan lejos de ellos
en tantas guerras y en tantos asuntos. Sentía que no conocía mucho a varios de ellos.
Sentía que no conocía los detalles de sus vidas, y que le hubiese gustado conocerlos
de mejor modo a todos y cada uno junto con sus familias, hijos y cónyuges. A veces
olvidaba algunos de sus nombres. Su familia era ahora muy grande. Tenía muchos
nietos y nietas. Cuando venían a visitarlo, tenía que esforzarse por recordar todos sus
nombres. Se sentía mal por eso. Hubiese querido pasar más tiempo con cada uno de
sus hijos. Pensaba a veces también en Mical, quien había sido la primera mujer de su
vida en su lecho y quien nunca le dió su corazón totalmente. Pensaba en su oscuro
corazón. Luego pensaba en esa niña de los campos de Sunem, su compañera de
juegos, de quien nunca llegó a saber su nombre. Pensaba en su amor secreto, puro y
juvenil que sentía por ella. Nunca se lo dijo. Nunca se atrevió. Era tan hermosa. Había
sido su amor más puro en la vida. Si tan solo se hubiese casado con ella. No habría
tenido tantas mujeres y no habría tenido nunca tantos hijos que ahora se odiaban y
desconfiaban unos de los otros. La amaba solo a ella, y la hubiese amado solo a ella
durante toda una vida. Hubiese preferido una y mil veces haberse quedado en Belén
con sus ovejas y con su niña pastora de las praderas.

161
Abisag pasaba horas encerrada en su recámara. Hacía días que no veía al rey. Le
habían dicho que la última gripe de éste había sido muy fuerte, y que debido a sus
problemas de salud, tenía que esperar para entrar a su presencia. Ya estos tiempos de
espera eran cada vez más frecuentes. La última vez que la obligaron a salir de la
presencia del rey había sido hacía un mes, donde tuvo que esperar por más de dos
semanas para poder estar con el anciano rey. Se sentía cada vez más triste,
desesperanzada. Amaba a su señor con un amor especial. No era que se sentía muy
enamorada de él como tal, pero era su señor al fin y al cabo; a quien se suponía que
le pertenecía en cuerpo y alma, y por lo cual estaba muy agradecida con Yahweh y
con todos en el palacio. No quería ver morir al rey. Le había tomado mucho cariño.
Le recordaba siempre a su padre y sus últimos días antes de morir. Su oración todos
los días a Yahweh era cada vez más intensa, más rogativa, pidiéndole que le
permitiese agradar al rey antes de partir, y si fuese su voluntad, que le permitiese
concebir de él. Ya habían pasado ocho meses, y el rey aún no se agradaba de ella. Se
sentía a veces menospreciada, fea y gorda; aunque sus siervas y todas las mujeres del
palacio vivían alabando su belleza física cada vez que podían. El mismo rey alababa
su belleza pero no se atrevía a tocarla. Era todo un misterio. Ella misma sabía que el
rey era aun viril, pero esa atracción hacia ella solo le duró el primer mes desde el
momento en que llegó al palacio y entró al lecho del rey. Sus pensamientos de baja
autoestima no la dejaban. Se preguntaba siempre qué de malo había en ella, cuál era
su error o defecto. Vivía siempre preguntándole a Yahweh que le mostrase como
agradar al rey sin ofenderlo, para así poder tener más intimidad con él. No entendía.
A veces se sentía muy confundida. A veces pensaba si de veras era la voluntad de
Yahweh para su vida que la hubiesen traído al palacio. Prefería volver a su casa y a
su pradera, y esperar que algún siervo de Yahweh se fijase en ella y le propusiera
matrimonio. Quería tener muchos hijos, y ahora sabía que su sueño no se cumpliría
con el rey. Lloraba mucho. Sólo se calmaba cuando pensaba en Salomón. ¿Y si
Salomón se fija en mí? ¿Y si no me echan del harén del rey por no darle hijos y tan
sólo me dejasen para Salomón cuando este se convierta en rey? ¿Sería eso posible?
Sus pensamientos iban y venían. No quería que le sucediera como a las concubinas
de David que estuvieron con Absalón y que estaban encerradas en el palacio ahora
ya ancianas y tristes. Sufría con todos estos pensamientos. Tenía apenas dieciocho
añitos. Sus pensamientos en Salomón no habían cesado pero ya no eran tan
frecuentes. Ahora que Salomón era el rey, sus esperanzas estaban en grado mínimo,
pues de seguro que éste ya no tendría tiempo para ella entre tantos asuntos que debía
162
atender. De cualquier modo, mientras el rey David viviera, ella seguía estando a la
orden de él, el cual podría interesarse en ella en cualquier momento todavía. No podía
darse el lujo de pensar mucho en Salomón. A veces pensaba en voz alta y decía:

¡Si tan sólo pudiera regalarle mi amor y pureza a mi amor secreto, Salomón!

El verano comenzaba con cielos hermosos y despejados. Abisag sentía ahogarse en


su recámara. Luego de desayunar, decidió salir a tomar aire fresco a los jardines del
palacio real. Le gustaba ver los lirios desde su ventana. Recordaba ese día que salió
con el rey y Salomón al jardín y pudo ver tantas rosas y tipos de flores; por lo que
esta vez pensó que quería ir a detallarlas más de cerca. Se puso su bata real, se calzó
sus sandalias, se amarró su vestido a la cintura lo mejor que pudo y se dirigió
escaleras abajo. En el camino saludó a todos los siervos del rey que encontró. Cuando
ti con Joel en la cocina, éste le preguntó:

- ¿A dónde se dirige señora?

- Voy al jardín, Joel. Necesito un poco de aire fresco. No me llames así, por favor.
No me hagas sentir más vieja de lo que soy. Y tampoco soy esposa ni reina del rey,
aún cuando estoy para servirle en lo que le plazca -dijo Abisag cabizbaja.

- ¡Oh! Entiendo. Imagino que anda muy triste por no poder ver al rey en tantos días.

- ¿Cómo lo sabes Joel? ¿Quién te lo ha dicho?

- No hace falta que me lo diga, señora. Se puede ver de lejos en su rostro.

- Umm, bueno, debo ser fuerte ¿No?

- Sí Abisag. Debes ser muy fuerte. Lo has hecho muy bien. Al fin de cuentas, una
digna mujer de Sunem, como dice el viejo dicho.

163
- Exacto, fuertes como las de sunem, orgullosa hija de mis padres, Joel. Te veo más
luego, ahora iré al jardín. Gracias por tus palabras -exclamó Abisag echando a andar.

- ¡Que Yahweh la bendiga señora! ¡Yahweh está con usted! ¡Muy pronto verá la
Gloria de Yahweh sobre usted! -exclamó Joel.

Abisag se detuvo al escuchar estas palabras. Volteó a ver a Joel y le sonrió. Sus
palabras quedaron grabadas en sus oídos y algo le decía dentro de ella que, en efecto,
Yahweh pronto la sorprendería. No sabía como explicarlo dentro de ella, pero lo
podía presentir muy claramente. Entonces dijo con voz baja para Yahweh y para sí
misma:

Yahweh, mi Dios, ¿Qué es esto que siento dentro de mí? Siento un fuego dentro
de mí. ¿Qué obra es ésta que estás haciendo en mí? No la entiendo mucho pero
sé que estás haciendo algo. Y yo esperaré en tí. Haz toda tu obra en mi corazón.

¡Yahweh mi Dios, no me abandones! Amén.

Finalmente, Abisag dió con la puerta que daba al jardín y la abrió con cuidado. Al
cerrarla, ya se dejaban oler las fragantes flores. El jardín estaba dispuesto en forma
circular, con paredes de arboles murales que separaban los corredores en forma de
laberinto. Todo tipo de lirios, garmendias, rosas, tulipanes, claveles, girasoles,
virginias y otros tipos de flores de todos los colores y fragancias guindaban de los
arboles murales. Eran muy hermosas, desplegadas de modo decorativo entre ellas
para agradar a la vista del espectador de modo que quedara extasiado ante tanta
belleza y combinación armoniosa de colores y fragancias. Los jardineros de David
eran expertos en su oficio, haciéndolo con dedicación y delicadeza para agradar al
rey y a su familia. Abisag amaba las flores. Desde muy pequeña creció en el jardín
de su casa, el cual aunque no era muy grande, estaba muy bien cuidado por su madre.
El jardín del rey le recordaba mucho a su casa. Le hacía recordar mucho a su madre
también, la cual no quería visitarla en el palacio del rey por alguna razón aún
164
desconocida para ella. Se lo había rogado tanto, y mientras más le escribía pidiéndole
que la visitara, más se negaba esta a hacerlo. No entendía la actitud de su madre. Le
intrigaba mucho saber la razón de ello. La extrañaba tanto. Quería visitarla muy
pronto.

El día avanzaba, y Abisag caminaba entre los árboles y muros florales orando y
reflexionando aún en tantas cosas sin darse cuenta que ya era la hora cuarta del día.
Al voltear en una de las esquinas del laberinto de flores, se detuvo ante un manojo
de lirios de color púrpura tan hermosos que no pudo hacer más que contener el aliento
llevándose las manos a su boca. Se acercó a ellos y sin arrancarlos, puso su nariz
sobre ellos y alzándose sobre la punta de sus pies, pudo percibir su fragancia, la cual
la llenó muy gratamente en lo profundo de su ser. Al volver al suelo con las plantas
de sus pies, sintió las manos de alguien que la tomaba por la cintura. Se volteó
rápidamente y entonces vió a Salomón. Su sorpresa fue tal que gritó de nerviosa al
verlo:

- Tranquila, Abisag, soy yo, Salomón. Mírame.

- ¡Oh, mi señor, mi rey! ¿Cómo has estado? – le preguntó Abisag bajando su rostro
avergonzada por haber gritado frente a él y retirando sus manos de su cintura.

- Estoy bien Abisag. He sabido que estabas aquí. Le he preguntado a Joel por ti.
Quise venir a verte. ¿Cómo has estado? ¿Cómo están tu madre y toda tu familia?
Espero que bien -se autorespondió Salomón llevando su mano derecha hasta la
barbilla de Abisag y levantando su rostro para mirarla a sus ojos.

- Mi señor, si quería verme, tan sólo debía enviar por mí. Yo soy la sierva de mi
señor. He estado bien gracias a Yahweh. Mi madre esta bien también. Mi familia
toda están bien gracias a Yahweh – le respondió Abisag volviendo a bajar su rostro.

- No te preocupes. Yo también quería tomar el sol y un poco de aire fresco. Me hacía


falta. Por favor, tan sólo llámame Salomón. Mírame, soy yo, el mismo de siempre.

- Mi señor, sabe bien usted que no puedo. Eres ahora el señor de la tierra, Salomón,
el Rey de la Paz. Solamente debes decirme para que querías verme, mi señor.

- Sabía que tarde o temprano te encontraría aquí otra vez, en medio de las flores. Ese
día que vinimos con mi padre aquí, pude ver tu amor por ellas.

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- Parece entonces que has estado observándome, mi señor. Dime, ¿Qué más has
llegado a saber de mí, mi rey?

- Bueno, no se mucho de ti, pero espero llegar a conocerte muy bien si tu me dejas,
Abisag.

- Mi señor, no veo qué puedas descubrir de interesante en mí. Soy una simple
campesina de Sunem que aún está a cargo del servicio de mi señor David. Sólo baje
hoy a ver mejor las flores del jardín pero debo estar atenta al llamado del anciano
rey. Estoy tan contenta de verte coronado ya como rey de la tierra. Sé que serás el
rey más grande de todos -le dijo Abisag mirándolo a los ojos directamente y nerviosa.

- ¿Cómo lo sabes Abisag? ¿Cómo sabes que puedo llegar a ser más grande que mi
padre? ¿Tú también has estado observándome?

- Mi señor, ya te conozco un poco. Ya sé cómo eres y cómo piensas. También he


oído un poco sobre tu nacimiento y tu crianza aquí en el palacio. Sé que eres el amado
de Yahweh, el legítimo rey de Israel. Hoy luces muy bien también.

Salomón vestía una bata real de muchos colores. Sus cabellos bien peinados estaban
recogidos en trenzas y su sencilla corona de oro puro estaba firmemente puesta sobre
su cabeza. Olía mejor que las flores. Su presencia era impresionante.

- ¡Oh! Sí, por supuesto. Hoy entiendo que ha sido Yahweh quien me ha puesto por
príncipe sobre todo Israel. No soy digno. Tengo muchos defectos mi querida Abisag.
No soy siquiera el primogénito de mi padre. No debería ser yo quien esté sentado en
su trono. No soy tampoco el más recto de sus hijos. He cometido muchos pecados
mi Abisag, de los cuales no me enorgullezco.

- Mi señor, todos fallamos. Todos pecamos. Lo importante es levantarnos,


arrepentirnos y no volver a hacer lo malo. Lo importante y lo que pide Yahweh de
nosotros es que nos detengamos de hacer lo malo y no volver a hacerlo. Todos
podemos caer siempre, ser tentados y volver a caer. Sin embargo, la nobleza del
corazón delante de Yahweh se determina a la hora de tener que dejar lo malo que
hacemos. Estoy segura que estas palabras las has oído de tu mismo padre, mi señor
Salomón.

166
- Abisag, hablas tan bonito. Solamente deseo ser hallado digno de Yahweh para
poder reinar este pueblo con sabiduría e inteligencia. Tan solo deseo no cometer los
errores de mi padre y no caer en sus mismos pecados. Estoy seguro que ya has oído
parte de su historia y de la mía.

- Mi señor, ¿A cuál historia te refieres? ¿Será alguna historia nueva que aún no he
oído? ¿Por qué habrías de contármela si es una historia de pecado y error?

Salomón levantó su rostro al cielo. Sonrió a Yahweh y le agradeció en su corazón


por permitirle esos minutos con Abisag. Estaba muy contento. De pronto su corazón
comenzaba a latir más rápido. Le había dicho a su guardia real que no se preocuparan
por él y que lo esperaran en la entrada del jardín. Volteó a ambos lados del corredor
de árboles donde había encontrado a Abisag y notó que no había nadie más que ellos
en esa sección del jardín, por lo cual volvió a subir su rostro al cielo y a agradecer a
Yahweh. Luego la tomó de las manos y se sentó en el suelo, convidándola a sentarse
frente a él como para comenzar una larga conversación.

- Abisag, yo crecí en medio de mucha envidia y turbulencia entre mis hermanos y las
mujeres de mi padre. No nos llevamos muy bien entre nosotros. Algunos en este
momento son mis enemigos. No puedo confiarme de ninguno. Algunos dicen que
todo esto se debe al error de mi padre en haber tomado tantas mujeres. Nadie se
atreve a hablar mucho sobre este asunto. Mi padre solamente vió a Saúl hacerlo y
decidió hacerlo él mismo también. Hoy por hoy pesa una grande maldición sobre mi
casa, la casa de David. Él mismo no habla mucho de todo este asunto. Pero heme
aquí, soy el rey. Yahweh le ha provisto de heredero a David en el trono. Yahweh
quita todas las maldiciones de mi casa, ¡Alleluyah!

- Mi señor, me alegro tanto. Ya solo debes sentarte a regir los destinos de este reino
con la ayuda de Yahweh. Adelante mi señor, no tengas miedo. No hagas caso de los
pecados pasados de tu padre. Yahweh los ha redimido todos. Yahweh te ha escogido
entre todos tus hermanos para que hoy seas el Gran Rey de Israel, el rey que traerá
la paz a Jerusalén y que construirá el Templo a Yahweh, el más grande de todos los
Templos sobre la tierra.

-Abisag, hoy tengo pesar en mi corazón. La maldición lanzada por Yahweh sobre la
casa de David parece no cesar. Esta semana he tenido que tomar decisiones muy
terribles en mi vida. De seguro que no estás enterada aún. He tenido que ordenar la

167
muerte de algunos oficiales de mi padre. No ha sido fácil para mí. Pareciera que los
hijos y los oficiales de David no dejarán de morir nunca. No tuve otra opción. Mi
padre y ellos mismos no me dejaron otra opción. También he tenido que poner a mi
hermano Adonías bajo observación de mis guardias. Su atrevimiento le ha costado
ya la vida a varias personas. Estoy muy arrepentido. Me siento tan mal. Por eso
necesitaba verte también.

- ¿Por qué? ¿Por qué Salomón? ¿Por qué les has matado? ¿De qué maldición me
estás hablando? -le preguntó Abisag horrorizada al ver a Salomón llevarse las manos
a su rostro.

- ¡Toda esta ola de muerte pareciera no terminar! ¡Oh Dios mío! ¡Hasta cuándo!
¡Hasta cuándo no cesa la espada sobre la casa de mi padre, Señor! -exclamó Salomón
sollozando frente a Abisag-. No es en sí misma una maldición. Es el juicio de
Yahweh que profirió mi padre con su misma boca hace muchos años antes de yo
nacer. ¿No has oído esa historia aún? Mi madre y Sadoc me la han contado. Es la
parte triste de la historia de vida de David, Abisag; de ese viejo que tanto amas y a
quien sirves con tu corazón día y noche. Resulta que no toda su vida ha sido de
heroísmo y victorias de Yahweh para nuestro pueblo. Mi padre aún llora por sus
errores y pecados delante de Yahweh. David todavía llora a sus tres hijos muertos
que Yahweh le ha quitado con motivo de su pecado y del juicio que Él mismo ha
traído sobre nuestra casa. Además, algunos sacerdotes dicen que por lo menos falta
un último hijo de David por morir a espada -agregó.

- ¿Un último hijo? No entiendo mi rey. No creo que esté entendiendo mucho. ¿De
qué me estás hablando? Si sé que mi rey ha perdido ya a dos de sus hijos, Amnón y
Absalón. Pero no entiendo por qué aún falta uno, como dicen algunos. ¿Quién es el
tercero de entre los cuatro?

- Mi hermanito de sangre, Abisag.

- ¿Tu hermanito de sangre? ¿Tuviste un hermano que también murió? No creo saber
nada de esa historia mi rey. Lo siento tanto, no lo sabía. Perdóname. Ya a estas alturas
debería saberlo. ¿Tu madre perdió un hijo?

- Sí Abisag. Javier era su nombre. Era un bebe hermoso, me decía siempre mi madre.
Era de tez blanca y de cabellos rojizos, igual que mi padre. Pero Yahweh decidió
llevárselo, a causa del pecado de mi padre. Él es el primero de mis hermanos que
168
Yahweh se ha llevado antes de tiempo. Pero era mi hermanito de sangre, hijo de mi
madre y de mi padre. Mi madre tuvo un primer esposo pero nunca engendró de él.

- ¿Su primer esposo? No sabía que tu madre había tenido otro esposo. No estoy
entendiendo mucho. ¿Por qué Yahweh ha maldecido así al rey? ¿Cuál fue su pecado
tan grave para que Yahweh haya tenido que proferir un juicio tan terrible sobre tu
familia y sobre la casa de David?

- No fue Yahweh directamente quien maldijo a mi familia. Fue mi padre mismo.


Yahweh ha dicho que mi padre tiene que pagar su error con cuatro vidas de entre su
familia debido a que ése fue el juicio proferido por mi padre con su boca ante el
profeta Natán, por haber asesinado al primer esposo de mi madre.

- ¿Cómo? ¿Tu padre asesinó al primer esposo de tu madre? No es posible. ¡Qué


barbaridad! No entiendo. Alguna razón de peso tuvo que tener mi señor David para
cometer un acto tan atroz. ¿Esto lo saben otras personas aparte del sacerdote Natán
y tu madre?

- Sí Abisag. Algunos sacerdotes y generales del ejército lo saben. Joab lo sabía


también.

- ¿Joab, el general del ejército? ¿El general al que han dado muerte esta semana por
orden tuya?

- Sí, Abisag, el gran general Joab, hijo de Sarvia, hermana de mi padre. Él ejecutó la
orden de asesinato dada por mi padre poniendo al primer esposo de mi madre, Urías,
uno de los valientes de David, en la primera línea de batalla contra el enemigo; para
así poder deshacerse de él y tener acceso libre a mi madre, quien ya estaba
embarazada de mi hermanito. Yo tendría en este momento un hermano mayor de mi
propia sangre. Quizás hubiese sido mi hermanito el escogido por Yahweh para
gobernar Israel en lugar de mi padre si él no hubiera pecado tan gravemente delante
de Yahweh. A veces he querido saber cómo se siente tener un hermano mayor de tu
misma sangre que te proteja siempre, Abisag. Nunca lo supe. Todos mis hermanos
me han visto siempre con ojos de envidia y resentimiento, al saber todos que mi padre
ama mucho a mi madre; quizás más que a sus demás mujeres; aunque bueno, eso es
lo que dicen algunos en el palacio y mi madre también.

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- Pero, sigo sin entender. ¿Por qué tendría mi señor David que asesinarlo? ¿Él
maltrataba a tu madre? ¿Era un hombre malo?

- No Abisag. Mi madre lo amaba mucho. Era su única esposa. Mi padre se enamoró


de ella a primera vista viéndola bañarse desnuda a la hora primera de la mañana en
el patio trasero de su casa mientras se lavaba de su inmundicia, tal como es la
costumbre de las mujeres de Israel; con la terrible desventura de que el techo de lona
del patio de la casa fue arrancado por un fuerte viento durante ese momento y que
Urías no se encontraba allí con mi madre como para repararlo inmediatamente debido
a que estaba con el ejército preparándose para la batalla. Mucha gente no sabe esto
Abisag. Muchos juzgan a mi madre sin saberlo. La criada que mi madre tenía esos
días es testigo de lo que te estoy diciendo con respecto a lo que le sucedió a ese techo
de lona. Mi madre no se percató prontamente y se confió creyendo que nadie podría
estar observándola desde alguna terraza a primera hora de la mañana cuando aún era
algo oscuro. Mi padre me ha dicho que mi madre es la mujer más hermosa que han
visto sus ojos. Yo le he dicho que de seguro mi madre rivaliza contigo en ese puesto.

Abisag se ruborizó. Bajó su rostro una vez más y sonrió para sus adentros. Volvió a
subir su rostro a los pocos segundos mientras Salomón permanecía en silencio
obsevando sus suaves manos y su delicado rostro. Entonces dijo:

- Y luego, ¿Qué sucedió?

- Luego todo es historia. Mi padre la tomó por mujer. Mi madre sufría en secreto. No
podía negarse al rey, y a su vez, amaba a su esposo. Sufrió tanto cuando se enteró
mucho después que mi padre fue quien ordenó la muerte de su esposo a manos del
enemigo. A mí me contó todo esto cuando yo tenía la edad que tu tienes hoy en día,
hacen ya unos diez años. Y sólo lo hizo porque yo le insistí mucho en conocer la
historia entre ella y mi padre, y por querer saber el motivo de su profunda desdicha
al lado de mi padre. Mi madre siempre ha amado a mi padre, pero yo sé que en lo
profundo siempre le ha guardado un poco de adversión, y ahora sé el motivo de ello.
Mi padre fue un asesino, y mi madre no podía tolerar esa idea cuando se enteró de
ello. Ella me ha dicho que ese pecado de mi padre ha traído mucho sufrimiento a su
corazón y al de él, quien ha visto morir ya a tres de mis hermanos como ya lo sabes.
Mi madre me dijo que no hay día que el rey David no sienta remordimiento y no
sufra en silencio por todas sus atrocidades cometidas en el pasado y que han

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repercutido para el mal de su familia; que no hay día que no ore delante de Yahweh
pidiéndole que quite su pecado de delante de él.

- Mi señor, mi Salomón, no sabía nada de esto. Perdóname. No tenías que contarme.


¿Por qué lo has hecho? ¿Qué provecho tienes en contarme a mí todo esto, una
sirvienta de tu padre que ahora ha de quedar sola y sin señor una vez que mi rey se
vaya a la presencia de Yahweh, sólo por el hecho de que no he logrado quedar encinta
de él y por ende, sin poder darle hijos? ¡Mi desgracia es grande, oh mi rey! Tu padre
nunca me ha tocado; ahora sólo pasaré a estar con las mujeres que han sido separadas
del harén de tu padre y que nunca pudieron darle hijos. No puedo con este dolor -
terminó diciendo Abisag echando a llorar frente a Salomón desconsoladamente-. Y
ahora mi dolor se acrecienta dentro de mí al saber todas estas cosas sobre ti y tu
familia y sobre mi señor David -agregó echándose finalmente a llorar en el pecho de
Salomón.

- Mi Abisag, ¿Qué estas diciendo? ¿A qué le tienes miedo? Yo soy el Rey, ¡Mírame!
Yo restauro todas las cosas en el reino de Yahweh. Tú serás mi esposa y mi señora,
si tan sólo lo deseas y me das la oportunidad. ¿Te casarías conmigo? ¿Serías mi
doncella amada, mi eterna amiga, la gacela de mi corazón? Te he contado todo esto
solo a ti porque te amo. No podría amar tanto a nadie más. Tú eres mi sunamita, la
mujer de mis ojos, la amada de mi corazón. ¿Aceptarías amor mío? -le dijo
finalmente Salomón tomándola por los hombros y levantado su rostro con su propio
rostro, enjugando sus lágrimas con sus mejillas.

- Mi señor, honras a tu sierva. Yo soy la sierva de mi señor, una que lavará los pies
de los siervos de mi señor -respondió Abisag con tanta alegría que ya no sabía si
lloraba de tristeza o de gozo al haber escuchado las palabras mágicas “Te amo” de
la boca de Salomón.

Y sin más, Salomón acercó sus labios a los labios de Abisag, quien apenas los sintió
sobre los de ella, se dejó besar dulce y apasionadamente. Su amor se desbordaba en
sus corazones, los cuales latían fuerte y sin cesar.

Luego de sentir que Abisag había dejado de llorar, Salomón se levantó tomando a
Abisag de las manos y diciéndole:

-Ahora debo volver a atender unos asuntos pendientes, amor mío. Te doy muchas
gracias por tu tiempo y por tus palabras sinceras. No tengas miedo. Yo soy el Rey,
171
yo te protejeré. Ya no debes sentir temor. Yo te amo. Pronto enviaré por ti. Pronto te
regalaré la más hermosa de las bodas que jamás soñaste, y juntos alcanzaremos todos
los sueños de Yahweh con nosotros. Yo cumpliré todos tus sueños con la ayuda de
mi Dios. Traeremos también a tu madre a vivir con nosotros al palacio para que esté
muy pendiente de ti; y tendremos muchos hijos en el nombre de Yahweh. Te lo
prometo. Yo, el Rey. Espera a mi llamado. Cuídate mucho. Creo que ya debes ir a
ver si mi padre te necesita.

Y despidiéndose de ella, la abrazó largamente, la miró una última vez a los ojos, la
besó en su frente, puso una rosa azul en su cabello junto a su oreja derecha y
finalmente, colocó sobre la cabeza de Abisag la tiara de piedras preciosas que había
guardado por tanto tiempo; la misma que ella se había negado a recibir de él en meses
pasados. Luego volvió a verla profundamente a los ojos, sonrió y se ti vuelta
alejándose apresuradamente por el corredor.

Abisag permaneció unos minutos más allí en medio de sus arboles murales y flores,
en ese rincón del jardín laberinto, su jardín de la felicidad. No quería irse. ¡Sentía
ganas de llorar, reír, bailar y cantar! Sentía que amaba tanto a Salomón, sentía que
amaba tanto a David, sentía que amaba tanto a Yahweh. Recorrió todo ese corredor
de vuelta al palacio deteniéndose en cada manojo de flores que veía para olerlas.
Suspiraba muy profundo. No dejaba de pensar en el olor de Salomón. ¡No podía
creerlo! El Rey Salomón la había rescatado. “¡Es tan apuesto y hermoso!”, pensaba
para sí. Era su sueño hecho realidad. Tomó su tiara de su cabeza, la observó por unos
instantes y permaneció perpleja ante la belleza de las piedras. No lo podía creer: ¡Una
tiara de piedras preciosas que significaba que Salomón podía incluso proclamarla
como primera esposa del rey! Entonces, ya echando a andar hacia el palacio, dijo en
voz baja y mirando al cielo:

___________________________________________________________________

Yahweh, mi Dios, ¿Qué has hecho hoy conmigo? Te doy gracias. No lo merezco.
No lo merezco. Gracias mi Señor. Has visto mi desnudez y no has ignorado mi
angustia. Me has librado del dolor y de la decepción, de la ilusión y de la
desesperanza. Has honrado hoy a tu sierva. Te amo mi Dios. Seas tu glorificado
en mi vida para siempre. Amén.

172
Luego al ver al sol ya encima de ella, echó a andar hacia el palacio y subió las
escaleras hacia al primer piso donde se encontraba la sala de los príncipes. Pensó que
quería pasar por ahí y estar un rato en meditación de los escritos de la Mishnaj, para
luego ir hasta su recámara y descansar, siempre pendiente del llamado del rey David.
Al entrar a la sala, notó que no había nadie. Le pareció extraño. ¿Dónde estaban
todos? Había oído bastantes rumores sobre la sublevación de Adonías, lo cual le
hacía pensar que los príncipes estaban temerosos y desconfiados los unos de los otros
y que ya no querían siquiera verse en la sala dispuesta para ellos. Eso no la amilanó,
así que de todas maneras se dirigió a una de las ventanas al fondo de la sala. Al
sentarse y voltearse, se ti cuenta que junto a la ventana del otro lado del salón estaba
Betsabé, de pie, apoyada en el marco de la ventana y sosteniendo en sus manos uno
de los rollos de la Mishnaj que estaban sobre la mesa junto a esa ventana que daba al
jardín. Ambas se vieron a los ojos durante varios segundos. Luego, Betsabé rompió
el silencio:

- ¿Cómo estás Abisag? ¡Shalom!

- Señora Betsabé, ¡Shalom! Estoy muy bien gracias -le respondió Abisag haciendo
una suave reverencia inclinando su rostro hacia adelante -. ¿Usted cómo ha estado?
-preguntó luego.

- Yo he estado bien, bastante ocupada últimamente, pero bien. Gracias por preguntar
– respondió la anciana.

Abisag se volvió a dar cuenta de que Betsabé era en verdad una mujer muy hermosa
y elegante para su edad. Se cuidaba muy bien. Su rostro reflejaba, desde su punto de
vista, una tranquilidad y una paz que sólo se puede observar en los que temen a
Yahweh. No sabía como explicarlo, pero todo lo que le decían de ella en el palacio
A veces le resultaba odioso y exagerado. La esposa del rey vestía un vestido real de
color púrpura, con bordajes en color dorado en las mangas y en el centro del pecho,
que la hacía lucir muy bien esa mañana de verano. Sus largos cabellos canosos
siempre recogidos en remolino hacia arriba con peinetas la hacían lucir sencillamente
imponente. Su mirada era dulce y profunda, aún a la distancia del otro lado del salón.

- Te he visto hablar con mi hijo, el Rey. ¿Qué opinas de su coronación? Sé que estás
muy contenta por ello -preguntó Betsabé.

173
- Sí señora, estoy muy contenta. Me alegro mucho por Salomón, que haya sido
escogido por Yahweh para reinar sobre Israel. ¿Cómo sabe usted que eso me contenta
tanto? -le preguntó Abisag.

- Te he visto hablar con él, y dejarte besar por él también, desde esta ventana. Sé que
él también te ama, como tú a él -le respondió Betsabé.

Abisag bajó su rostro. Se sintió avergonzada. Pensó que quizás Betsabé la tenía por
mujer atrevida y regalada, ya que aún era sirvienta del rey David, y en teoría, su
mujer. No se suponía que todos en el palacio supieran que el anciano rey aún no la
hacía su mujer sino más bien, todo lo contrario; es decir, ya todos debían estar en
efecto imaginándose que ya había sido mujer del rey.

- También sé que aún eres virgen, que el rey David aún no te toca y que quizás nunca
lo haga. No te preocupes por eso. Veo que de hecho, desde hoy en adelante, eso no
te preocupará ya más. Ya tienes tu sitio seguro en el palacio del rey, y ahora, en el
corazón del nuevo rey también. Todos te amamos aquí Abisag, incluyéndome -le dijo
Betsabé.

Abisag no esperaba esas últimas palabras. La tomaron por sorpresa.

- Señora, ¿Cómo sabe usted que aún conservo mi pureza? ¿Cómo sabe tantas cosas
de mí y sobre mí? -le preguntó Abisag.

- Abisag, fui yo quien te escogió para el rey; es decir, fue Yahweh a través de mí.
Todas las opciones fueron puestas en mi mesa, y fui yo quien te escogió finalmente.
El rey me encargó la selección final a mi persona. Él no estaba muy a gusto con la
idea de que le trajeran una nueva criada y la metieran en su lecho. Desde hace años
viene diciéndome que ya no halla mucho placer en el amor de las mujeres aunque tú
bien sabes que aún es muy viril. Tú ya lo conoces: él es ahora bastante retirado y tan
sólo te manda a llamar para platicar contigo. Me ha dicho que le gusta conversar
contigo en las noches y contarte sus experiencias y aprendizaje de vida. Me ha dicho
que eres muy atenta y que tienes un espíritu afable y enseñable, lo cual agrada mucho
al rey y confirma mi elección de tu persona para él. Tú misma te has dado cuenta
desde que llegaste que él pasa ahora mucho más tiempo a solas orando a Yahweh
que hablando con cualquiera de sus siervos, mujeres o hijos. David se ha vuelto muy
íntimo de Yahweh últimamente. Yo no tengo que preguntarle si ya ha estado
sexualmente contigo. El nunca me lo diría, pero yo ya lo sabría. Conozco muy bien
174
a mi señor. Sé que no ha estado íntimamente con ninguna de nosotras sus esposas ni
contigo desde hace mas de dos años. Aparte, Joel me mantiene muy informada sobre
tu desempeño como sierva del rey y como su mujer. Si ya no fueras virgen, también
lo sabría por tu mirada. A tu corta edad, ya es notorio para todos nosotros aquí en el
palacio tu prudencia y tu nobleza, toda una joven mujer digna del rey, una verdadera
hija de Yahweh. No esperábamos menos de ti, y es debido a esto que mi hijo Salomón
se ha prendido de tí también. No vayas nunca a creer que sólo lo has logrado con tu
belleza física. Entonces, como ves Abisag, nada es casualidad en tu llegada a esta
casa y a nuestras vidas. Yahweh te ha traído aquí y te ha usado, incluso en la vida de
mi hijo, quien también te admira y te ama justo como el rey David. Y si ellos te aman,
entonces yo también -terminó diciendo Betsabé colocando el rollo en la mesa,
inclinando su rostro y echando a andar hacia la puerta.

- Señora, espere por favor -le dijo Abisag levantándose del suelo y comenzando a
andar hacia Betsabé-. Yo quiero decirle que la he juzgado mal desde que llegué al
palacio. Tenía otra opinión de usted. No la conocía bien. Hoy entiendo que ha sido
Yahweh quien me ha traído hasta este lugar y quien me honra al ponerme muy cerca
del rey y de su familia. Quiero agradecerle por haberme escogido y por confiar tanto
en mí. Sí, es cierto, amo a Salomón con todo mi corazón. Su amor en mi vida es lo
mejor que me ha sucedido. Siempre está muy pendiente de mí y de mis cosas, de mí
salud y de mi estado de ánimo. Siempre que puede me pregunta por mi familia y por
mis sueños. Ha sido muy especial y respetuoso conmigo desde que llegué al palacio.
Si él me hiciera su esposa, sería la mujer mas feliz de todas, señora. Y mi única meta
de vida sería de ahora en adelante simplemente hacerlo muy feliz a el también -
concluyó.

- Sí, lo sé Abisag. Hoy viéndote besarlo, he vuelto a saber que Yahweh te ha traído
aquí. Sé que no has sido tú buscándolo a él sino él buscándote a tí. Y como ves, no
puedes negarte al rey. Yo no tuve opción tampoco; a mí también me trajo Yahweh
aquí. Nunca fui yo buscando vivir en este lugar ni deseando ser la esposa de David.
Y hoy Yahweh me ha honrado coronando a mi hijo como Señor de la tierra.
¡Alleluyah!

- Señora, siento mucho todo su dolor que ha sufrido desde que llegó a este lugar y a
la vida del rey David -le dijo Abisag bajando su rostro nuevamente.

175
Betsabé permenció inmóvil mirando fijamente a los ojos de Abisag al escuchar esas
últimas palabras. Suspiró profundamente y luego de unos segundos dijo:

- No fue fácil Abisag. No ha sido fácil ser esposa de David. No lo será tampoco para
tí al lado de mi hijo. Debes ser fuerte. Sufrirás al lado de tu rey, todos sus errores y
todos sus pecados. También estarás ahí en todas sus victorias, y eso te hará sentir la
mujer más afortunada del mundo a pesar de tus desilusiones y desdichas. Pero oro
que sea Yahweh que te ponga como un sostén al lado de mi hijo para que él encuentre
siempre consuelo en tí y apoyo en todo. Tú serás la mejor de sus esposas si te lo
propones, la más amada sólo si tu quieres serlo. Él quizás llegue a tener muchas
mujeres, pero créeme, un verdadero rey sólo puede llegar a amar profundamente a
una sola mujer de entre tantas en su harén. Yo misma lo sé. Por este motivo me odian
todas las demás mujeres del rey en este palacio. Por este motivo casi todas me
calumnian y a mi madre también. Yo he sido esa esposa para el rey, la más amada.
Por eso también es mi hijo quien se sienta hoy en el trono y no otro de sus hijos.
Debes orar mucho y humildemente ante Yahweh por él, que lo guarde de asesinatos,
vanidad, avaricia, mentiras, engaños, iniquidades, idolatría y toda maldad en su
corazón. Con el tiempo tendrás que compartir su amor con otras mujeres, pero si te
ganas su corazón profundamente, nunca dejará de amarte a tí más que a todas las
demás; aunque sepamos obviamente que nunca fue este el plan de Yahweh para sus
reyes ni para sus hijos en Israel. No es el plan eterno de Yahweh, Abisag, que tengas
que compartir el amor de tu esposo con otras mujeres ni que tu esposo tenga que
compartir tu amor con otros hombres; pero ya ves, tú y yo no podemos cambiar eso
hoy en día en este mundo. David tenía sus esposas antes de mí, y él mismo sabe que
siempre pudo escoger tener una sola para siempre. Al final, él decidió caer en el
mismo error de Saúl y de todos los reyes de la tierra, y por eso ha sobrevenido tanto
mal a nuestro reino y a su familia. ¿No le has oído nunca su canción mas íntima que
siempre canta en lo secreto cada vez que se siente mal por haber matado a mi primer
esposo, haberme tomado como su mujer cuando nunca debió hacerlo y haber visto a
nuestro primer hijo morir tan pequeño? -le preguntó Betsabé finalmente-. No es una
canción que muchos han oído; quizás solamente el profeta Natán, el sacerdote Sadoc
y yo. ¿La has oído antes? -volvió a preguntarle.

- No señora, no creo haberle oído alguna canción con líneas tan tristes -respondió
Abisag.

176
- Escúchala, dice así -le dijo Betsabé comenzando a cantar una canción de David de
tonada muy triste:

Ten piedad de mí, oh Yahweh, conforme a tu misericordia;


Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos;
Para que seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio.
He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.
He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
Crea en mí, oh Yahweh, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente.
Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos,
Y los pecadores se convertirán a ti.
Líbrame de homicidios, oh Yahweh, Dios de mi salvación;
Cantará mi lengua tu justicia.
177
Señor, abre mis labios,
Y publicará mi boca tu alabanza.
Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría;
No quieres holocausto.
Los sacrificios de Yahweh son el espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Yahweh.
Haz bien con tu benevolencia a Sion;
Edifica los muros de Jerusalén.
Entonces te agradarán los sacrificios de justicia,
El holocausto u ofrenda del todo quemada;
Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.¹

La voz de Betsabé era cálida y suave. Abisag sentía que su voz la abrazaba a medida
que cantaba. Pudo sentir su calor de madre y su amor de esposa. Sin duda, la melodía
y la letra de dicha canción tocó lo más profundo del corazón de Abisag. Durante toda
su canción, Betsabé cantaba con sus ojos cerrados. Abisag pudo verla cantar con
tanta pasión que terminó en lágrimas también. Al final de la tonada, ambas abrieron
sus ojos y fue entonces que Abisag, acercándose a ella, la abrazó con todas sus
fuerzas. Betsabé no pudo hacer más que corresponder a su abrazo. Pudo sentir el
corazón de Abisag latir con mucha fuerza. Ambas se profesaron amor eterno sin
mediar más palabras durante ese abrazo. Entonces, Betsabé abrió sus ojos otras vez,
enjugó sus lágrimas con sus manos y le dijo:

- No tengas temor, pequeña. Yahweh nos ama mucho y perdona todos nuestros
pecados. Si hay algún pecado en tí que aún no le has confesado y del cual necesitas
ser libre, tan sólo vé a tu recámara y confiésalo delante de Yahweh abriendo tu boca,
apártandote sinceramente de eso y no haciéndolo más. Si son cosas que sencillamente
hiciste en el pasado pero de las cuales aún no pides perdón en confesión delante de
Yahweh, no te preocupes; aún estás a tiempo. Cada uno de nosotros conocemos esas
áreas de nuestras vidas y de nuestro corazón que no están bien delante de Yahweh.
Por eso debemos venir a Él e implorar perdón para hallar gracia para el oportuno
socorro, tal como lo hizo nuestro señor David. Yahweh no te rechazará. Cualquiera

178
que sea el pecado, eso no importa; solamente deja de hacer cualquier práctica
pecaminosa delante de Yahweh y límpiate de toda inmundicia. Él abrirá sus alas
sobre tí y alrededor de tí, te abrazará muy fuerte y te bendecirá; reprenderá al Satán
de tí y quebrantará toda maldición generacional de tus padres y de cualquier persona
sobre tí. Confía en Yahweh y el hará. Ya tengo que irme. Mi señor David se ha estado
quejando de dolor todo el día y tan sólo me he acercado a este salón para orar por su
salud y meditar un poco en las palabras de Yahweh. He tenido suerte de encontrarte
aquí, hija mía. Yahweh te bendiga. ¡Shalom a tu alma! Oremos mucho hoy por el
rey. -le dijo Betsabé besándola en su frente y echando a andar nuevamente hacia la
puerta.

- Sí señora, Yahweh la bendiga también. ¡Gracias por todas sus palabras! Sigamos
orando mucho por nuestro señor. Amén -le respondió Abisag llevando sus manos a
su pecho aún en medio de sus lágrimas y mientras la veía alejarse.

Abisag se sentía tan agradecida. Recordó que las últimas palabras que Betsabé le dijo
eran las mismas palabras que ella tuvo para con Salomón hacían unos instantes en lo
concerniente al pecado en el corazón. Comenzaba a entender que las Palabras de
Yahweh eran como espada muy cortante de doble filo. Sus lágrimas se confundían
entre felicidad, agradecimiento y un sentimiento de humilde aceptación de todas las
bendiciones que había recibido hasta ese momento ese mismo día. Apenas era la hora
octava del día y ya sentía que no podía con más información ni bendición de parte
de Yahweh para su vida. Primero había sido su conversación y declaración de amor
con Salomón, y ahora la bendición a su amor con el rey de parte de su madre. ¡Todo
es un mismo día! ¡Ya no podía con más! Se sentía tan bendecida de parte de Yahweh
que comenzó a caminar hacia su recámara aún sollozando y cabizbaja, sin darse
cuenta de que los siervos del rey la observaban en su caminar por los corredores del
palacio. No le importaba ya lo que la gente dijera u opinaran de ella. Su vida ya
estaba muy bendecida y por fin tenía una meta y una esperanza en la vida: servir al
rey con todo su corazón y convertirse en su primera y más amada esposa. Al llegar a
la puerta de su recámara, volteó a mirar a los siervos del rey que aún la observaban
sin ánimo de preguntarle qué sucedía, y mirándoles les dijo:

-¡Shalom a todos!

Luego entró en su cámara y cerró la puerta.

179
Las horas pasaban y Abisag permanecía en su tina privada en su recámara. Mientras
se lavaba, sólo pensaba en su amado Salomón así como en sus propios pecados y su
mala actitud para con Yahweh. Entonces cerró sus ojos y oró:

Yahweh, Dios mío, perdóname. Perdóname de todas mis rebeliones y pecados


desde pequeña. No he creído a todas tus promesas hechas a mi vida y a mi
familia desde que nací. Hoy entiendo que tu cumples todas tus palabras. Perdona
mi orgullo, mis mentiras, mis maldades, mi incredulidad, mi mala actitud de
desesperanza y mi falta de fe delante de ti. Perdoname de todo odio y de todo
pecado oculto a mi vida que haya en mi corazón. Guárdame en toda pureza
delante de ti y de los hombres, y ahora delante de mi señor Salomón. Aleja a los
hombres malos y a las mujeres malas de mí. Aléjame del mal. Perdóname si yo
misma he herido o dañado a alguien en la vida. Límpiame. Lávame cada día
mas, así como yo me lavo en este momento. Pasa tu hisopo por mí y por mi
corazón. Yo también perdono a todos los que me han herido en mi vida. Los
perdono de todo corazón. Vengo a tí en humildad y esperando ser hallada en
gracia delante de tí. Da gracia a tu sierva para servir al rey como es debido y
como tú me lo demandas ahora, mi Señor. Te amo mi Dios. Te necesito tanto
Yahweh. No te tardes en socorrerme, sosténme y a mi familia desde hoy y para
siempre. Muchas gracias mi Dios. Alabo tu Nombre. Amén.

Al terminar de lavarse, se vistió con el vestido de lino más bonito que tenía y el que
más le gustaba. Era un día especial. Quería lucir lo más hermosa que fuese posible.
Era de color turquesa con bordados hermosos en la parte baja y en las mangas.
Apenas se terminó de peinar, ya a la hora en que se acuesta el sol, escuchó a alguien
tocar su puerta.

- Sí, ¿Quién es? -preguntó Abisag desde su silla sentada frente a su espejo.

- Soy yo, señora, Joel.

180
- Sí, pasa Joel por favor. ¿Qué sucede? ¿Es sobre mi señor David? -preguntó Abisag
abriendo su puerta rápidamente.

- Me han enviado por usted. El rey David quiere verla. Ya se ha estado despidiendo
de todos sus siervos y ya lo ha hecho también del rey Salomón. Se siente muy mal y
todos creen que ya está en sus últimas horas. La ha llamado a usted de última. Todos
están esperándola en la puerta de la recámara del rey, y el mismo rey está solo en su
recámara yaciendo en su lecho real -respondió Joel al entrar a la habitación y verla a
los ojos acongojadamente.

- ¡Oh mi Dios, Oh mi señor! Vamos Joel, llévame rápido ante el rey -le respondió
Abisag terminando de peinarse y arreglarse.

En el camino a la recámara del anciano rey, Abisag sentía como su ritmo cardíaco se
aceleraba. Iba corriendo al lado de Joel pero sabía muy bien que su corazón latía con
mucha fuerza ante el miedo de saber que ese podía ser el último día en que vería los
ojos de su señor. Al llegar muy cerca de la recámara real, pudo ver en los corredores
a muchas personas, generales del ejército y oficiales del reino, entre ellos a los
sacerdotes Sadoc y Azarías, a Benaía, a Husai, a todos los hijos e hijas del rey junto
con muchos criados y siervos; y ya al final del corredor, justo fuera de la habitación
y junto a la puerta, al mismo rey Salomón y su madre Betsabé. Los ojos de todos
estaban puestos sobre ella con cada paso que daba y mientras se aproximaba a ellos.
Al llegar junto a la puerta, miró a Betsabé a los ojos y notó sus lágrimas; luego miró
a Salomón, quien al verla no pudo hacer más que abrazarla y llorar junto con ella
sobre su hombro. Luego, recobrando la respiración y volviendo a mirar al joven rey,
éste le dijo:

-Él sólo quiere verte a tí ahora. Dice que no quiere que nadie le arrope con sus mantas
sino solamente tú.

Abisag permaneció sin habla. No tenía palabras para pronunciar en ese momento.
Inclinó su rostro frente al rey y entró a la recámara. Al entrar notó que el viejo rey
yacía en su lecho y temblaba medio arropado de sus sabanas. Su rostro estaba girado
hacia la puerta pero sus ojos estaban cerrados. Abisag entonces exclamó llorando
mientras lo arropaba de mejor modo:

-¡Mi señor!

181
Entonces el anciano abrió sus ojos y viéndola ya delante de él, le dijo:

- ¡Mi Abisag!

- ¡Mi señor, aquí estoy, mírame, aquí estoy! Tan solo dime que puedo hacer para
aliviar tu dolor.

- Abisag, hija mía, no me lo ocultes más, por favor, te lo ruego.

- Mi señor, dime, lo que tú desees saber de mí, yo te lo diré.

- Hija mía, dime por favor el nombre de tu madre -le rogó el anciano con manos frías
sostenidas en las manos de Abisag, quien se había arrodillado al lado de la cama
junto a él.

La pregunta tomó por sorpresa a Abisag. De todos los requerimientos del rey, nunca
hubiese imaginado que el nombre de su madre sería lo que más pudiera preocupar al
rey en su lecho de muerte. Sin dudar y tomándose apenas segundos para responder,
le dijo al rey:

- Shir Ivaret, mi señor, mi madre se llama Shir Ivaret -respondió Abisag aún perpleja
por la pregunta y mirando al rey con ojos de compasión.

- Shir Ivaret, ¡Qué hermoso! Con razón…Poema de amor ciego…Ése es el


significado del nombre de tu madre, Abisag, el más hermoso de todos…-dijo el
anciano con dificultad apenas logrando hablar y haciendo una mueca de dolor.

- Mi señor, ¿Estás bien? ¿Por qué me has preguntado el nombre de mi madre? -


preguntó curiosamente Abisag con esperanzas de que el anciano pudiera responder
a su pregunta a pesar de su dolor y antes de partir con Yahweh.

Entonces el rey, haciendo un doloroso esfuerzo para hablar, le dijo:

-Tengo mucho frío.

Apenas Abisag oyó estas palabras, se levantó del suelo y corrió por toda la habitación
buscando más sabanas y cobijas. No las encontró a la vista. Fue corriendo al otro
lado de la recámara hasta el estante de las sábanas, y tomando unas rápidamente,
regresó corriendo otra vez hasta la cama sólo para encontrarlo con los ojos cerrados
y respirando con dificultad. Abisag no quiso interrumpir su sueño. Pensó que se había

182
quedado dormido en vista de que aún respiraba. Lo arropó con las otras sábanas que
había tomado del estante y volvió a arrodillarse junto a la cama y al lado de su amado,
sólo para verlo quedarse dormido aún temblando y con una dulce y pacífica sonrisa
en su rostro; quizás para despertar a la mañana siguiente, quizás para partir en ese
momento ansiosamente hasta la presencia misma de su Dios.

¹ Salmos 51

183
Capítulo 10

Corazón romántico: amante, soñador y esperanzado


“Si quieres disfrutar del amor, disfrútalo con tu esposa. ¡Guarda tu amor sólo para
ella! ¡No se lo des a ninguna otra! No compartas con nadie el gozo de tu
matrimonio. ¡Bendita sea tu esposa, la novia de tu juventud! ¡Es como una linda
venadita; deja que su amor y sus caricias te hagan siempre feliz!

Proverbios 5: 15-19

El anciano durmió en el Señor.

Sus ojos cerrados a la mañana siguiente lucían risueños. Su sonrisa con la que se
quedó dormido la noche anterior no había desaparecido. Abisag se había quedado
dormida arrodillada junto a la cama y junto a su rey durante toda la noche. Nadie
entró durante toda esa noche que ella estuvo en la habitación hasta la mañana
siguiente cuando, levantándose a primera hora, abrió la puerta. Los oficiales del rey
entraron entonces y se dieron cuenta de que el anciano ya se había ido a la presencia
de Yahweh. Abisag y los siervos del rey lloraron entonces al ver el cuerpo ya inerte
y frío. Dieron aviso al rey Salomón y a todos los hijos del anciano, reuniéndose todos
en la sala de los príncipes. Salomón entró al salón y les saludó a todos. Abrazó a su
madre y a Abisag. Ti ordenes entonces para que sus siervos comenzaran a preparar
el cuerpo para su sepultura. Toda la familia y las mujeres del rey comenzaron
entonces su luto y a prepararse para el entierro del anciano rey.

Al llegar la hora sexta del día, Salomón seguía hablando con todos en la sala de los
príncipes y abrazando a todos los ancianos oficiales de su padre. Todos se acercaban
a él y presentaban sus reverencias y condolencias. Entonces el rey alzó su voz y
anunció a todos:

-Mañana enterraremos a mi padre aquí mismo en la Ciudad de David, en el jardín de


su palacio. Todos 184ravé invitados, amigos amados de mi padre.

Todos se dirigieron a sus hogares a descansar y prepararse para el entierro al día


siguiente. Se ti aviso a toda la nación de Israel que el rey David había partido con su

184
Yahweh. Cuando todos salieron de la sala, Salomón entonces se acercó a Abisag y
abrazándola, le susurró al oído:

- No estés triste amor mío, vé a tu recámara y llora a tu rey en la presencia de tu Dios.


Te veré mañana. Mi corazón necesita llorar delante de Yahweh también. Iré a mi
habitación y enviaré por ti mañana.

- Está bien amado mío, como tu digas mi señor. Yahweh te consuele hoy. Amén.

Y al salir del salón, se encontró a Joel en el corredor esperando por ella, quien
sostenía un sobre sellado con el sello del rey David. Al estar frente a ella, el fiel
siervo del anciano rey le dijo:

- Mi señora, el rey David te ha dejado en herencia este hermoso collar de perlas, muy
estimado del Rey. Me ha pedido que te ayude a ponértelo yo mismo en su nombre.
Y te ha dejado también estas dos cartas selladas. Me las ha dictado para dárselas a
usted luego de partir con Yahweh, haciéndome escribirlas justo mientras estabas con
el Rey ayer en el jardín del palacio. Ésta es para ti y esta otra es para tu madre. Me
ha pedido que te encargue que tú misma se la entregues a tu madre esta semana de
parte de él.

- ¡Oh Joel! Gracias. ¡Es hermoso, un collar de perlas! ¡Qué hermoso! ¡Oh mi rey!
¡Mi rey! ¿Una carta para mi madre? Así mismo haré Joel, conforme a todo lo que me
ha pedido mi señor, el rey David. ¡Shalom a tu alma! – exclamó Abisag con ojos
aguados y abrazándolo.

Luego Joel le ayudó a colocarse el collar de perlas. Sencillamente lucía


extraordinariamente hermoso en el cuello de Abisag. Joel pudo sentir la profunda
tristeza en el corazón de Abisag una vez que se miraron a los ojos ya colgando el
collar de su cuello. Luego Abisag continuó su camino hacia su habitación con
lágrimas en los ojos. Estaba muy triste. No pensó que al rey David le quedaran tan
pocos meses de vida desde su llegada al palacio. Volvía a sentir el vacío que sintió
cuando su padre también se fue a estar con Yahweh hacían casi tres años. Había
querido al rey como a un padre, aunque estaba llamada a convertirse en su mujer si
así el lo deseaba. No fue posible. Ya no estaba triste por eso en vista de que el rey
Salomón, su nuevo amor, ya le había prometido que cuidaría de ella. Al llegar a la
puerta de su recámara, se detuvo y dijo en oración a Yahweh con su frente en la
puerta:
185
Yahweh, Dios mío, consuela mi corazón y el de todos aquí en el palacio.
Consuela a Israel. Hoy mi corazón se embarga de dolor y el de mi amado
Salomón también. Solo tú sabes consolar como nadie puede hacerlo. ¡Que
tu Espíritu nos sostenga y sostenga a todo Israel! Gracias por haberme
dejado conocer a mi señor, el rey David. Nunca pensé que llegaría a
conocer un corazón para ti tan grande como el de mi señor David; con
razón Samuel decía de él: ¡Hombre conforme al 186ravés186 de Yahweh!
Ayuda mi corazón; deja que mi corazón sea también conforme al tuyo. Deja
que mi alma y mi ser se hagan siempre un solo espíritu con el tuyo justo
como lo lograste en mi señor el rey. Consuélame, mi Dios. Te necesito.
Socórreme, Amén.

Luego entró en su recámara y se sentó en su cama. Se sintió intrigada por las cartas
del rey David. ¿Qué quería decirle a ella en esas cartas que no quiso decirlo en
persona? Tenía que saberlo lo más pronto posible. Buscó un abrecartas, lo pasó por
el sello y el revés de la hoja del sobre. Al abrirla, pudo ver la fina letra de Joel, el
cual se esmeraba en ser lo más artístico posible. Pudo ver la firma de la mano del rey
al final de la carta, la cual leyó así:

Querida Abisag:

¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar la Palabra de Yahweh.¹


186
No olvides esto nunca. Si caminas con Yahweh tomada de su mano todos
los días, Él nunca apartará de ti su misericordia y siempre te dará el deseo
de tu corazón. Hoy siento que ya estoy cerca de irme con mi Dios, y no
quería partir sin darte estos consejos. Tú vales mucho. Te he conocido
bastante en este tiempo y me he dado cuenta de que no eres una joven
cualquiera. Puedo ver a Yahweh viviendo muy dentro de ti. Sé que amas a
Yahweh con todo tu corazón, por eso sé que mi decisión con respecto a ti es
la mejor para ti. Ya no serás una más en el harén del rey. No eres cualquier
mujer. Eres toda una hija digna de Yahweh, princesa de Israel y futura
esposa del Rey. ¿Creíste que no lo sabía? ¿Creíste que no podía ver que tu
corazón ama a mi hijo Salomón más que a cualquier persona aquí en el
palacio, incluyéndome? Yo ya soy un viejo y estoy a punto de ser sacrificado
para mi Dios; no obstante, he aquí tú eres muy joven. Por lo tanto, yo
decreto que tú ya no seas considerada mujer del harén del rey, sino que yo,
David, Rey de Israel, TE LIBERO HOY MISMO DE CUALQUIER ESCLAVITUD
EN TU CORAZÓN PARA AMARME A MÍ, PARA QUE POR FIN SEAS LIBRE DE
AMAR AL HOMBRE DE TU CORAZÓN, A MI AMADO HIJO. Si me amas a mí,
amarás a mi Hijo y recibirás su amor para ti. Si decides rechazar a mi Hijo,
también me rechazarás a mí. Mi Hijo y yo somos un solo Rey en todo el
reino. No temas en ser su esposa si él así lo decide en su corazón. Yo
enviaré a mi Hijo por tí y el volverá a rescatarte para traerte a tu lugar, al
palacio del Rey. Guarda tu virginidad y toda tu pureza sólo para Él, para tu
Rey y tu futuro esposo. No le darás tu virtud a nadie más; has sido
apartada para tu Rey y sólo para Él. No tienes que sufrir todo lo que yo he
sufrido por no haber guardado mi pureza y mi corazón sólo para mi Dios,
tu Dios. Honra a Yahweh con tu cuerpo y con todo tu ser hasta el día que te
cases con tu amado señor y esposo, y Yahweh te honrará a tí delante de
todos. Guarda tu corazón sólo para Él y el irá por tí y te tomará y te hará la
más feliz de todas las mujeres. Si Él te ama de verdad y te valora lo
suficiente, Él deberá ir por tí, conquistar tu corazón y traerte al palacio
junto con tu madre como toda una digna esposa del Rey. Él tiene que
aprender eso, algo que debe aprender todo hombre digno y aún más el Rey
de Israel. Esa será la Ley de ahora en adelante en todo Israel. Será como
siempre debió ser. Él pagará tu dote en lugar de tu familia, no tendrás

187
deudas jamás conmigo ni tu familia tampoco, como debe hacerse con toda
digna doncella de Israel, como debí yo hacer con tu madre cuando te
trajeron a mí, ante lo cual ella se opuso; lo cual hizo una vez más hace unos
meses cuando volví a verla. No será así con Salomón. Él irá por tí hasta tu
hogar y pedirá tu mano delante de tu madre, como debe hacerse, conforme
a la voluntad de Yaweh para ustedes dos. Eres LIBRE Abisag; ya puedes
regresar a tu hogar con tu madre esta misma semana y sin necesidad de
despedirte de mi hijo, si así lo deseas. Yo te libero. Entrégale por favor esta
otra carta a tu madre. Sí Abisag, tu madre es el amor de mi vida. Siempre
lo fue. En este momento que dicto estas líneas, no conozco su nombre
todavía; aunque al fin la he vuelto a ver después de tantos años. Lo supe
desde el mismo día que llegaste, ese día que me trajiste ese pañuelo con
esa flor disecada dentro de él. Fue la misma flor que yo le dí a tu madre ese
mismo día que me ayudó a recoger a mi ovejita después del ataque de ese
león. Nunca más la volví a ver hasta hace unos meses que la visité en tu
casa, el día que salí del palacio y visité Sunem por última vez. Ella me
recibió y a mis hombres con mucha vergüenza, vió mis ojos y me abrazó
con mucha fuerza. Pero aún así no quiso decirme su nombre. Yo respeté su
decisión y no quise averiguarlo de nadie tampoco para así respetar la
voluntad de la única mujer en quien nunca he dejado de pensar, la cual me
hubiese hecho increíblemente feliz si se hubiese casado conmigo. Yo no
hubiese tomado más mujeres y no hubiese vivido tantas desgracias con mi
familia y mis hijos si la hubiese desposado sólo a ella para toda la vida.
Hoy lo sé. Yahweh quiso otra cosa tanto para ella como para mí. Por eso,
hija mía, hoy estás tu aquí. No era el propósito de Yahweh que tu fueses mi
mujer, sino que hoy fueses mi hija y la futura esposa de mi hijo, la madre
del futuro Rey de Israel después de él. Como ves Abisag, Yahweh tenía algo
mejor para tí, no un viejo llorón como yo. Entrega también por favor esta
carta a Salomón cuando el vaya por tí: así sabrás que él en verdad te ama.
No enviará a nadie por tí sino que él mismo irá por tí y tú tan sólo
esperarás por él; no como hice yo olvidándome de tu madre y
enamorándome de Mical, quien nunca me dió su corazón. Tu príncipe te
demostrará su amor por tí yendo hasta la puerta de tu casa y nunca al
revés, como debe hacerse en Israel. No temas. Vuelve a tu casa y a tu madre

188
y espera en Yahweh por el amado de tu corazón. Te doy muchas gracias,
hija mía, por servirme con tan íntegro corazón todo este tiempo. Siempre
amé a tu madre y nunca debí olvidarme de ella. Yahweh lo quiso así.
Yahweh te trajo a mi casa para que yo pudiera volver a ella y ver sus ojos y
dar gracias a Yahweh por permitirme verla una última vez. Siento mucho
que tu padre haya partido estando tú tan joven. Yo le daré tus saludos muy
pronto. Cuídate mucho. Ama siempre a Yahweh con todo tu corazón y sirve
a tu rey, oh doncella de Israel, hasta el fin de tus días con integro corazón.
Shalom a tu alma, mi querida Abisag, mi pequeña doncella. Te quiero
mucho. Yahweh bendiga tu corazón.

Con amor,

David

Al terminar de leerla, Abisag se vió envuelta en lágrimas otra vez. Volvió a llorar
como una niña en el piso de su habitación. Sus lágrimas salían con fluidez en
agradecimiento a Yahweh por haberle dejado servir al rey y conocer tan íntimamente
su corazón. No se sentía digna, aunque se sentía muy feliz: por fin había entendido
todo el propósito de Dios con su llegada al palacio. Por fín podría ver a su madre otra
vez, ya que ella siempre se había negado a visitarla en el palacio. Era libre, su rey la
había hecho una mujer libre una vez más. Ya no tendría obligaciones en el palacio a
menos que Salomón la desposase como la primera de sus esposas; ojalá la única,
decía en su corazón. Esa fue la peor de sus noches en el palacio del rey.

Las horas pasaban y la tristeza cundía en todo el reino. Fue dado aviso a todos los
reyes amigos del rey David y a todos sus gobernadores de que el rey había muerto,
invitándolos a todos a los funerales reales a celebrarse en el plazo de dos días. En
todo el pueblo de Israel se ti aviso y se ordenó el luto durante el tiempo de un mes a
causa de la muerte del rey. Todo el pueblo que pudiese viajar desde otras ciudades
junto con todos los habitantes de Jerusalén y todos los oficiales del reino fueron
invitados a las exequias y despedida final al cuerpo del rey.

189
Durante el día siguiente, Abisag preparó su equipaje con la ayuda de Joel en total
secreto para con el rey Salomón y para con todos en el palacio. No podía despedirse
siquiera de Tamar y de los niños. Eso le dolía mucho. Ellos se lo dirían al rey. Había
decidido irse a escondidas a la mañana siguiente del entierro, conforme a la voluntad
del rey David. Luego de tener todo listo y sabiendo que al día siguiente tendría que
despedirse por última vez de su amado rey, se prometió a sí misma no llorar para no
tener que llamar la atención de Salomón. Aún no entendía mucho la petición del
anciano rey de tener que volver a su casa y esperar por Salomón. Una parte de ella
quería obedecer la última voluntad de su señor David; otra parte en su interior le
decía que se quedase junto con Salomón para así poder consolarle en su dolor. En
medio de toda su confusión, oró a Yahweh desde lo más profundo de su corazón
arrodillada en su cama y estando ya lista para dormir:

Mi Dios, Yahweh, vengo a ti una vez más con mi corazón acongojado y aún
en pena. Atiende mi oración. Guíame. Tú sabes que amo a Salomón, pero
por encima de todo y de todos, te amo a ti; y sólo quiero conocer tu perfecta
voluntad para mi vida y agradar tu corazón. Quiero quedarme a consolar
el corazón de mi amado rey, pero también quiero obedecer la orden de mi
amado rey David. Muéstrame lo que debo hacer. No haga yo mi voluntad
sino la tuya, y que pueda yo siempre ser hallada delante de ti como una
sierva obediente. Pongo mi sentimiento por mi amado Salomon en tus
manos. Si es tu voluntad, permite que él venga a mí en casa de mis padres.
Si soy hallada en gracia hoy delante de ti, permite que el venga por mí. Si
no es así y si él se siente ofendido por mi partida sin haberle avisado,
permite entonces que perdone mi vida y me deje ser una mujer libre y sin
peligro de muerte de mi vida ni para mi madre. Te pido Yahweh, mi Dios,
que sea yo hallada en gracia delante de los ojos del rey. Hoy entiendo que
tú estás conmigo y que tú me amas por encima de todo. Hoy vengo a tí. Ya
no me escondo de tu amor. Hoy no dudo de tu amor. Hoy te conozco. Eres
más dulce que la miel, Espíritu del Señor. Tu amor me es más dulce que el
amor de los hombres. Hoy te doy tu lugar en mi corazón. Ya no me eres
indiferente, mi Dios. Dímelo, Padre querido, ¿Te gusta el Rey Salomón para
190
mí? Si no es así, tan sólo dímelo y díselo a él también. Gracias Yahweh,
Gracias mi amoroso Dios. Hoy me expongo a tu gloria que todo lo
transforma. Hoy me expongo a tu luz que todo lo disipa. Nunca me
abandonarás y siempre me consolarás. Eres tan grande, Espíritu del Señor.
Tú todo lo puedes transformar, tú todo lo puedes cambiar. Siempre vuelves
a confiar en mí, pues todo lo puedes hacer nuevo y mejor. Siempre me
llevas de gloria en gloria, nunca me desecharás. Tu eres el que hace el
trabajo en mi vida, desde siempre y para siempre. Sin tí no se a dónde ir mi
Dios, sin tí no sé cómo seguir. Sosténme y haz tu voluntad en mí. Te amo y
te necesito. Amén.

A la mañana siguiente, el corazón de Abisag se sentía descansado. Había decidido


confiar en Yahweh con todo su corazón, a pesar del dolor y de la angustia de no saber
como reaccionaría su amado Salomón ante su partida. Se vistió lo más decorosa
posible con un hermoso vestido blanco y con sus cabellos largos en rulos: había
decidido no guardar luto por su amado rey con vestidos oscuros sino que quería
recordarlo lo más alegre posible delante de la vista de todos.

Ante la llegada de todos los oficiales del rey, de sus gobernadores y reyes amigos de
las naciones vecinas, Salomón los invitó a estar delante del féretro del rey David en
la Gran Sala Real ante el trono del rey; para luego dirigirse todos juntos en procesión
hasta el Jardín de los Reyes en la Ciudad de David, donde reposaban los restos de su
padre y su madre. Todos llegaron y entraron en la Gran Sala a la hora acordada, la
tercera del día. Ya habían dispuesto el féretro delante de todos en el salón, hecho en
madera de ciprés del Líbano por los mejores artesanos de Hiram de Tiro. Los hijos
del rey, uno por uno, con todos sus hijos y familiares pasaban delante de la urna y
miraban al anciano por última vez, todos llenos de lagrimas. Sus oficiales de
gobierno y del ejército hacían lo mismo con sus familiares, así como todos sus
sacerdotes y sus hijos. Entonces entraron todas las mujeres del rey, entre ellas y
siendo la última, Abisag. Todos vestían de negro excepto ella. En medio de sus
lágrimas y conociendo todos el profundo dolor de Abisag por haber sido la última
persona en la presencia del rey, ninguno se atrevió a decirle nada en cuanto a sus

191
colores de vestimenta. Todos entendieron su mensaje: ella no quería estar triste, pues
su señor había sido el causante de toda su alegría en el palacio durante todos los días
que le sirvió. Todos la miraron con ojos de amor ese día, incluso las demás mujeres
del rey que no le profesaban mucho cariño desde el día que llegó al palacio. Todos
los reyes amigos invitados se admiraron de su belleza, su delicadeza de piel y de sus
ojos. Todos se preguntaban entre ellos por qué había sido la última en entrar entre
las esposas del rey. Entonces les fue dicho entre murmullos silenciosos que estaban
ante la presencia de la sierva más amada del rey David. Finalmente, entró el Rey
Salomón al Gran Salón. Todos hicieron reverencia y él mismo, entre muchas
lágrimas, se dirigió a todos y cada uno abrazándolos y consolándolos. Luego les
habló a todos deseándoles bendiciones de Yahweh y rogándoles que sirvieran a
Yahweh con más pasión en el nuevo reino. Al echar a andar delante de todos delante
de la procesión, volteó a ver a Abisag, quien se dispuso a caminar de última en la
procesión después de todas las esposas y concubinas del rey David. Todo el pueblo
congregado, alrededor de más de diez mil personas, los seguían a los lados mientras
avanzaba la caravana real de carros de guerra delante del féretro y de toda la familia
real caminado detrás del Rey. Caminaron durante casi cuarenta minutos durante unas
cinco cuadras hasta el Jardín de los Reyes de la Ciudad del Rey. Una vez que llegaron
allí, los oficiales dispusieron todo para enterrar el féretro, ante la vista cercana y
vigilante del Rey y de todos los ancianos de su corte. Luego de enterrarle y en medio
de mucho llanto del pueblo y de la familia real, Salomón levantó su voz y su mano
bendiciendo al pueblo, para luego despedirse rodeado de su guardia personal y
deseándoles a todos un luto no muy triste durante ese mes de tristeza decretado por
él.

Abisag se dirigió directo a su recámara al regresar al palacio. Su mente y su corazón


sólo estaban en su dolor debido a la partida de su amado rey. Sentía que ya nada sería
igual en su vida sin él, aún cuando pudiera continuar viviendo en el palacio y
convertirse quizás en la esposa de Salomón. Sentía que quería morir también. De
pronto sentía que su alma desfallecía y que ya no quería seguir viviendo. Sus ojos
estaban ya muy secos de tanto llorar. Solo quería desaparecer y no volver a pensar
en que un día había sido la niña de los ojos del Rey de Israel. De repente ya no le
importaba si Salomón la desposaba siempre que ella pudiera cumplir la última
voluntad de su amado rey David. Tomó fuerzas. Se levantó de la cama y se dirigió a
tomar un baño en su tina. Tanta ansiedad, tantos sentimientos encontrados. Al

192
terminar de lavarse, se puso su traje de dormir y se metió en sus sábanas hasta la
mañana siguiente.

Al despertar a la hora primera del día, se arrodilló en su lecho y oró a Yahweh que
la acompañara en su salir desde el palacio hasta su casa en Sunem. Tendría que viajar
una distancia de seis horas a caballo, el cual ya había preparado con la ayuda de Joel,
quien la esperaría en la Puerta de Los Caballos al lado oeste del palacio con raciones
de comida y bebida. Era un día hermoso de verano y ya casi entraba el otoño, por lo
cual esperaba que no fuera un día tan caluroso para cabalgar. Luego de vestirse y
colocarse su manto que le cubría la cabeza, tomó su pequeño equipaje de ropas y se
dirigió a escondidas y sin hacer ruido a 193ravés los corredores del palacio hasta la
puerta convenida. Joel la esperaba ansioso y un poco nervioso. Se vieron a los ojos
mientras Joel la ayudaba a montar un hermoso caballo negro y ponía su equipaje por
detrás de ella junto con las raciones y pertrechos. Fue entonces cuando Abisag le
dijo:

-¡Cuídate mucho, Joel! Te agradezco todo lo que has hecho por mi aquí en el palacio.
Nunca lo olvidaré. Ora a Yahweh por mí para saber si es su voluntad que yo regrese
aquí y a mi amado Salomón. ¡Shalom a tu alma!

Y habiendo hecho un ademán con su mano, echó a andar sobre su corcél. Abisag era
una jinete muy diestra. Su padre la había enseñado a cabalgar desde pequeña. Logró
pasar las guardias del palacio a través de una salida secreta que Joel le había mostrado
el día anterior. Una vez segura en las afueras del muro de la ciudad, tomó el camino
hacia el norte y hacia su ciudad. Estaba feliz de volver a su madre y a su tierra después
de ocho largos meses sin verla. No estaba muy segura aún de lo que estaba haciendo
pero sabía dentro de sí que eso era lo que tenía que hacer. El caballo era fuerte y
veloz. No se detuvo en ningún lugar hasta llegar al Bosque de Efraín después de tres
horas andando, donde comió y le ti de comer a su bestia. Las horas pasaban y se
sentía cada vez mas ansiosa. ¿Y si ya Salomón se ha dado cuenta de que me he ido
del palacio sin avisarle? ¿Y si ya ha enviado a sus siervos que me sigan? ¿Estaría
tan molesto el rey conmigo hasta el punto de pensar que lo estoy rechazando? De
repente Abisag sintió temor. Por primera vez en todo su plan de volver a su casa supo
la gravedad de su huida y que incluso Joel corría peligro de muerte también. Volvió
a orar a Yahweh pidiéndole fuerzas y dirección. No quería cometer más errores en

193
su vida. Quería estar segura de encontrarse en la perfecta voluntad del Señor para
ella. Al retomar el camino a casa volvió a decirle al Señor orando en su mente:

¡He aquí dejo todo y a todos por ti y por lograr tu perfecta voluntad para mí
Yahweh, mi Dios y mi Señor! ¡Ten misericordia de mí! ¡Hágase tu voluntad!

El resto de la travesía fue una de las experiencias más duras que hasta ese momento
había vivido en su vida. Las dudas no dejaban de venir a su mente mientras
cabalgaba. ¿Debería devolverme? ¿Debería seguir obedeciendo la última voluntad
de mi rey? ¿Qué pasará ahora con mi vida? ¿Me perdonaría Salomón? ¿Me librarás
de la muerte, Señor? Todo estaba por verse en los próximos días. De pronto la
envolvió el hermoso paisaje del Valle del Jordán. Las montañas al lado occidental
del valle con sus verdes praderas le hicieron recordar lo maravilloso que era Yahweh.
Pudo ver muchas bandadas de gaviotas y cisnes volar sobre ella con mucha gracia,
lo cual la hizo recordar sus días de infancia junto a sus padres en Sunem y sus
alrededores. Ya su pueblo natal no era el mismo de antes. Había crecido en población
y en comercio, pero seguía siendo una ciudad pequeña comparada con Jerusalén. No
tenía muro debido a que no se convertía aún en un centro de paso obligado hacia el
norte de Israel. A la par del camino de Sunem, los comerciantes preferían viajar
bordeando la costa del país a través de Jope. Los alrededores de Sunem lucían muy
hermosos con sus inmensas y verdes praderas. Ya casi podía sentir el calor de su
hogar junto a su madre. Se prometió entonces que ya no volvería a separarse de ella,
sucediese lo que sucediese. Aún aguardaba esperanzas de que si el rey decidía no
desposarla debido a su temeridad de irse del palacio sin avisarle, por lo menos la
dejaría vivir con su madre en su amada tierra sunamita. Dos horas despuís del
mediodía logró divisar su hogar a lo lejos en medio de la pradera a las afueras de
Sunem. Era una humilde casa solitaria en medio de un hermoso campo de margaritas,
rodeada de las montañas a lo lejos hacia el sur y a unos cinco kilómetros del Lago de
Genesaret al norte, por lo cual su clima era bastante fresco y ventoso en verano y

194
otoño. Al sentir la suave brisa de su tierra natal, Abisag no pudo hacer más que
respirar muy profundamente y dejarse envolver por tan familiar sensación. Al llegar
a su humilde casa y tocar a la puerta, su madre la recibió con mucha sorpresa y terror,
a la vez que con muchas lágrimas.

- ¡Abisag, estás aquí!… No entiendo. ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué has venido sola?
¿Qué sucede hija mía? No he sabido que venías. ¿Por qué no me avisaste antes? -le
preguntó Shir Ivaret ya sentada con ella en la sala de recibir mientras acariciaba su
rostro y sus cabellos.

- Madre, aquí estoy. ¡Ya te extrañaba mucho! ¿Cómo has estado? Yahweh me ha
traído de vuelta a tí, pero necesito saber cómo estás antes que nada.

- Hija de mi corazón, he estado con muchas ganas de verte. Estoy bien. Paso mis días
atendiento mis cultivos y mis tejidos y bordados. Tú me conoces. Soy una mujer
feliz. Pero ahora dime de tí, explícame todo esto. ¿Por qué has venido así? ¿No estás
guardando el luto de tu señor David junto con el rey? -preguntó Shir Ivaret aterrada
ante la idea de la huida de Abisag.

- Madre, el rey David me envió a tí -respondió Abisag viéndola fijamente a los ojos.

- No entiendo hija mía, tu señor David ha muerto la semana pasada. Lo siento tanto.
Debes estar destrozada. No te ha dejado hijos y nunca te desposó. ¡Lo siento tanto
mi pequeña! -respondió la anciana confundida y bajando su rostro ante Abisag.

Shir Ivaret era una hermosa anciana de dulce semblante y de vivos ojos negros. Su
piel era muy clara y sus cabellos tan negros como el azabache. Sin duda, Abisag
había heredado toda la paz de su rostro de su madre. Ese día lucía un vestido de vivos
colores. Estaba verdaderamente aterrada frente a Abisag. Sabía que los hombres del
rey podían aparecer en cualquier momento en busca de Abisag. Le rogaba a su hija
con su mirada que pudiera dar respuesta a sus preguntas.

-Estoy bien madre. Yahweh me ha consolado y fortalecido. Pero hoy sé muchas


cosas. Mi Señor David te amaba a tí, desde niño. Tú lo conocías desde siempre. Tu
eras la niña de sus ojos y de sus aventuras en los campos de Sunem y de Judá -le dijo
Abisag esperando ver la reacción en su madre -. El vino a verte hace unos tres meses
o más. Nunca me lo dijiste -añadió.

195
Shir Ivaret no quitaba su mirada de los ojos de Abisag. No sabía qué responder.
Entendió que todo su secreto había sido revelado a su hija. Finalmente logró
reponerse y responderle:

- Abisag, mi amor, ¿Cómo podía yo contarte de mis días de aventuras con el rey si
yo sabía que él enviaría por mí algún día si se enteraba a través de tí o de quien sea
de que yo seguía con vida en esta misma tierra? Yo te conozco a tí. Siempre desde
niña fuiste muy aventurera y traviesa. ¡Sabía que algún día ibas a intentar conocer al
rey por tí misma en persona y le ibas a querer preguntar por mí! Y yo siempre he
amado mi campo y mi tierra de Sunem, mis animales y mis plantas; todo el tiempo
que he vivido en Sunem he amado la casa de mis padres y luego mi propia casa junto
a tu padre. Cuando los hombres del rey vinieron a Sunem y anunciaron que entrarían
a las casas buscando a la más virtuosa de todas las jóvenes del pueblo, tuve temor;
porque sé que hay mucha gracia de Yahweh en tí. Y en efecto, así fue. Tú fuiste
escogida y llevada al palacio para estar delante del rey todos los días. No podía
contarte esos días tampoco. Tú serías mujer del rey y yo no podía contarte que David
y yo nos conocimos en estos campos; y mucho menos que él supiera que tú eras la
hija de la mujer de sus sueños de niño. Siempre supe desde niña que él me amaba, y
yo lo amaba a él también. Pero, entiéndeme, ¿Cómo podía yo, una simple campesina
pastora de Sunem, fijarme en el futuro rey de Israel o enviarle a decir que yo era la
madre de su mujer para que luego enviara por mí y le estorbara en tomarte por mujer?
¿Cómo podía yo oponerme a los planes de los oficiales del rey de llevarte ante él
para que fueses su mujer? Hoy en día tienes un mejor presente y un mejor futuro que
yo, pero no estoy segura si ahora lo has estropeado todo. No entiendo lo que acabas
de decirme. ¿Cómo es que David te envió a mí? -preguntó la anciana.

- Madre, ya entiendo todo. No temas. Mi señor David me ha enviado a ti como mujer


libre. Ha sido su última voluntad antes de morir. Ya no soy una de las mujeres del
rey. El rey me ha declarado una mujer libre de su harén. Su amor por mí, y creo que
por tí también, le hicieron decretar mi libertad; para yo escoger a quien amar y en
respeto también de tu decisión de no decirle nunca tu nombre, el cual me ha pedido
que se lo declare justo antes de morir. No se lo quisiste decir ni siquiera cuando vino
a verte. Me ha dicho que tu nombre es el más hermoso de todos sobre la tierra.
Conocer tu nombre siempre fue el deseo de toda su vida, el nombre de su amada niña
de Sunem, su amor secreto de toda su vida. Siempre quiso saberlo y tu siempre se lo
ocultaste. Me ha contado todas sus aventuras juntos en los campos, la experiencia
196
con ese león y su oveja herida, sus juegos en los bosques de Efrain y muchas historias
más entre ustedes. Siempre te amó y nunca logró decírtelo propiamente. ¡Nunca
logró saber ni siquiera tu nombre! -le respondió Abisag ya con lágrimas en sus ojos
frente a su madre -. Dime por favor, ¿Por qué ni siquiera le dijiste tu nombre hace
tres meses cuando vino aquí a esta casa? -preguntó Abisag desesperada.

- “Gloria de Yahweh es encubrir un asunto, mas honra del rey es escudriñarlo”, hija
mía. El día que mis padres y yo supimos que ese hermoso niño pastor de Belén había
sido ungido por el profeta Samuel como el futuro rey de Israel, ese día supe yo
también que podría convertirme en su esposa y quizás en la futura reina de Israel.
Todos en mi casa sabían que yo conocía a David de Belén y que éramos buenos
amigos. Debido a eso, mi padre y mi hermano Rafael me instruyeron que ya no le
viera más y que no jugara más con él en los campos de Sunem ni en los de Belén.
Temían que un día fueran por mí y me llevaran siendo muy niña todavía lejos de
ellos. Si él de veras sentía que me quería y que yo debía ser su esposa, él mismo
debía venir por mí. Y como ya ves, eso nunca ocurrió. Mis padres eran campesinos
y no tenían cómo dar la dote al futuro rey en nombre de su hija. El prefirió luchar
contra ese gigante como dote por la hija del rey Saúl. Y ya luego me olvidó. Con el
pasar de los años supe que había tomado más mujeres y esposas, y entonces ya no lo
amé más en mi corazón. Así supe que no era la voluntad de Yahweh que yo fuera su
esposa; y así también me enamoré de tu padre, un buen hombre y fiel esposo de su
única esposa. Gracias a eso hoy estás aquí frente a mí, mi única Abisag. Si él me
amaba, el investigaría mi nombre hasta lo último de la tierra; y no lo hizo hasta hace
tres meses cuando estuvo en esta misma sala de estar, ya débil y anciano. ¿Ya qué
sentido tenía decirle mi nombre? Tú ya eras su mujer. No iba a decirle sólo para que
me obligara a venir contigo al palacio. Nunca he querido estar en ese palacio y tener
que compartir su amor con sus otras mujeres. Prefiero estar aquí y ser la única reina
de mi propio palacio y ser la única dueña del corazón de mi esposo, como en efecto
así fue toda su vida. Ese no es mi palacio. Es el tuyo hija mía. Así lo quiso Yahweh
-respondió Shir Ivaret con su rostro bañado en lágrimas repentinas-. Mi palacio y mi
hogar siempre fueron el corazón de tu padre –añadió.

- Madre, nunca llegué a ser mujer del rey. Nunca me tomó. Nunca me hizo su mujer.
No podía decírtelo a través de alguna carta. Tenía que decírtelo en persona. Siempre
me trató con mucho respeto. Nunca me tocó siquiera. Yo tan solo hacía lo que él me
decía y nunca me pidió que lo tocara ni que lo besara. Desde ese día que mi Señor
197
David vino a verte, nunca más dormí desnuda a su lado. Me pidió que solamente
durmiera a su costado mientras yo le hacía tantas preguntas sobre sus experiencias
de vida. Le gustaba contármelas y así se quedaba dormido también cuando al fin
lograba calentarse. Era un buen hombre, madre. Nunca conocí a sus otras esposas
más que a la madre de Salomón, Betsabé. Yo estuve en sus últimos minutos de vida.
Solo quería saber tu nombre. Y luego de decírselo, se durmió y nunca más despertó
-le respondió Abisag sollozando igual que su madre a la vez que se abrazaban
fuertemente.

- Madre, nunca me dijiste tampoco que tuviste un hermano de nombre Rafael, quien
estuvo contigo el último día que viste al rey en esto campos de Sunem. ¿Qué otros
secretos tienes para conmigo? ¿Vive mi tío Rafael todavía? ¿Lo conozco? -le
preguntó Abisag.

- Tu tío Rafael murió hace muchos años, mucho antes de que tú nacieras, hija mía.
Era el amor de mi vida, junto con nuestras ovejas. Era mi compañero de vida y de
juegos. Era solo cinco años mayor que yo. Fue muy difícil para mí y para tus abuelos
despedirnos de él. Murió enfrentando a un león también, defendiéndome a mí y a sus
ovejas. Ya después no pude hablar más de su partida con nadie. Tu padre tampoco
supo de su existencia y su muerte. Ya no hablábamos de él en nuestra casa. Rafael
era muy amado por tu abuela Josefa, al igual que yo quien soy la menor de los seis
hijos de tus abuelos. Su partida entristeció a todos para siempre en nuestra casa. Fue
el pastor de las ovejas de mi padre hasta el último de sus días, siendo de venticuatro
años cuando se fue con el Señor. Con nadie había hablado sobre él hasta hoy, siendo
tú que me has preguntado por él -respondio Shir Ivaret buscando profundamente en
los ojos de Abisag.

- Está bien madre querida, Ya no llores más. Ya he vuelto a tí. Ya soy libre otra vez.
Mi amado rey Salomón volverá por mí y nos llevará con él conforme a la voluntad
de Yahweh y de mi señor David. Seré su esposa como ya me lo ha pedido. Y si no
vuelve, gloria a Yahweh de todas maneras. Yo ya he muerto dentro de mí también,
y hoy por hoy solamente deseo servir a mi Dios y guardarme pura solo para Él.
Yahweh ha dado, madre, Yahweh ha quitado. Sea su nombre bendito para siempre -
le dijo Abisag en tono reconfortador mientras enjugaba sus lágrimas y las de la
anciana.

- ¿Me harás irme contigo y con él si regresan por tí? -le preguntó la anciana.
198
- Madre, no es solo mi deseo y el de Salomón; es también la última voluntad de mi
señor, el rey David -le respondió Abisag sacando de entre sus ropas la carta sellada
que traía para ella de parte del difunto rey.

Shir Ivaret se enderezó sobre su espalda al ver la carta sellada que le dió Abisag. La
miró a los ojos y luego volvió a ver la carta. Vió el sello del rey sobre ella. No sabía
qué hacer. Estaba paralizada. No sabía leer y Abisag lo sabía. Abisag volvió a tomar
la carta de las manos de su madre, la abrió con sumo cuidado y se la leyó en voz
suave y tierna:

Amada mía, amiga mía, doncella mía:

Heme aquí. Vengo a tí aunque tu nombre aún me sea desconocido. No


busco ya saberlo de tí porque he entendido que Yahweh no ha querido que
lo conozca durante toda mi vida. El tendrá sus razones. Es cierto que he
podido saberlo desde siempre si le hubiese preguntado a todo el pueblo de
Sunem, pero siempre quise saberlo de tus propios labios, como una señal
de tu amor por mí. No importa. Hoy sé que eres y siempre fuiste una mujer
muy feliz, y eso es precisamente lo que hoy me hace feliz a mí. Nunca te
olvidé. Siempre pensaba en tí. Sé que mi amor se lo dí a muchas mujeres y
que siempre pude intentar ir por tí, pero sé también que no ibas a ser feliz
a mi lado. Te conozco. Eras muy protectora y celosa de tus ovejas y de mí.
Me lo dejaste ver cada vez que jugábamos en los bosques de Efraín. Sabía
que no compartirías tu amor hacia mí con otras mujeres, y que jamás ibas
a querer que yo te amara a tí y a otras a la vez. No fue mi intención al
principio. Nunca supe que en efecto llegaría a tener tantas mujeres en el
proceso de convertirme en rey. Sé que no es bueno para el corazón del
hombre tener más de una mujer en su corazón. Sé que no es bueno delante
de Yahweh tampoco. Hoy lo sé y lo he sufrido en carne propia. Por eso
preferí dejarte hacer tu vida. Aún recuerdo tus ojos y tu sonrisa la última
vez que nos vimos en esa fogata en medio de la noche junto a tu hermano
Rafael, el mismo día que vencí a ese león con mis manos por primera vez

199
para defender a mi ovejita. Nunca olvidaría tus ojos, tus cabellos y tu
perfume natural desde ese día; pero nunca te lo expresé y ya nunca más te
busqué. Jamás olvidaré ese largo abrazo que nos dimos frente esa fogata
en medio de la oscuridad de la noche y a la luz de las estrellas tomados de
la mano. Recuerdo perfectamente que fue entonces que puse ese clavel en
tus manos y te dejé ir. Hoy te ruego, por favor, que aceptes venir al palacio
a vivir con Abisag en su nueva casa. Sé que mi hijo Salomón ama a Abisag.
Lo sé desde hace mucho tiempo. Sé que el no es como yo. Aunque he sido
hombre de guerra, no soy tan impositivo con las mujeres; al contrario de
mi hijo, quien es un romántico perdido y un poco más caprichoso que yo.
Por eso sé que él irá por Abisag. También sé que Abisag le ama
profundamente. Sé también que Abisag sufriría mucho si tu decidieras no
venir a vivir con ellos en el palacio, donde he dispuesto la más grande y
hermosa de mis habitaciones para tí, amor mío. Te ruego que no la hagas
sufrir. Ven a mi palacio, el cual siempre debió ser tuyo a mi lado. Hoy ya
estás anciana y necesitas los cuidados de mis siervos y médicos. Acepta mi
invitación, te lo pido. Siento mucho que hayas perdido a tu esposo y a tu
hermano Rafael tan temprano, de lo cual me enteré hace varios años a
través de mis hermanos. Abisag es hermosa, tanto como tú, mi amor.
Perdóname por no haber intentado verte ya más en nuestras vidas.
Solamente espero que hayas sido muy feliz todo el tiempo que no nos
vimos. Puedes aún seguir siéndolo al lado de nuestra Abisag. Por favor,
Ven.

¡Shalom a tu alma! ¡Yahweh resplandezca sobre tí por siempre!

Con amor,

David.

Al terminar de leer la carta, madre e hija simplemente sollozaban de nostalgia ante


las palabras tan sentidas del rey. Se veían a los ojos cada vez que lograban tomar aire
para intentar dejar de llorar. Abisag abrazó con fuerza a su madre, tomando sus
manos y apretándolas contra su pecho. Shir Ivaret no se esperaba esas palabras.

200
Alguna vez en su vida soñó con oír esas últimas palabras de amor que leyó Abisag
de la carta de David, lo cual sencillamente nunca sucedió. Éste sería un día para
recordar durante el resto de su vida. Sus sentimientos y emociones se encontraban
otra vez. Tomó la carta de las manos de Abisag, la dobló y se la llevó a su pecho aún
en lágrimas. Luego, sin decir palabra, se levantó y se dirigió a la ventana, abrió la
carta para sí misma y aunque no podía leerla, volvió luego a cerrarla, llevándola a su
pecho otra vez y abrazándola con todas sus fuerzas ante la mirada melancólica de
Abisag. Entonces se volteó a ver a a su hija, se acercó y la besó en la frente dándole
las gracias. Acto seguido, se dirigió hacia su habitación sin antes disculparse con su
joven hija por no poder seguir conversando con ella en ese momento sobre todo lo
que querían conversar. Le dijo que la vería más tarde ese mismo día.

Abisag se sintió triste por su madre. No esperaba esas palabras tampoco. Entendió
un poco mejor el corazón de su rey a través de esas líneas. Entendió que el anciano
había sido infeliz toda su vida ante las decepciones del corazón y ante los caprichos
del amor. Entendió que Yahweh no quiso nunca unirlos porque tenía un plan mejor
para todos, un plan que ninguno entendería hasta bien avanzados en años y hasta que
todos maduraran y entendieran que el amor no consiste esencialmente en estar con
la persona amada para siempre; sino en primeramente llegar a conocer a Dios como
tu primer y verdadero amor antes de cualquier otro. Hubiese deseado una historia de
amor hermosa entre su amado rey y su madre, pero amaba mucho a su padre y no se
quejaba de nada en su vida y su familia.

Shir Ivaret solo pensaba en el anciano rey en su lecho recostada. Pensaba también en
su esposo. Ya había dejado de llorar. Solo quería adorar a Yahweh por todas sus
grandezas y misterios. Sentía gratitud ante el Señor por haberle permitido oír esas
líneas de parte del Rey. De pronto, Abisag tocó a su puerta.

- Entra, hija mía -respondió la anciana.

- Madre, ¿Estás bien? -preguntó Abisag sentándose en la cama al lado de su madre.

- Sí, por supuesto. Ahora estoy mejor. Estás aquí conmigo. Pero Abisag, ¿Qué
sucederá ahora? Ellos vendrán por tí. El rey enviará por tí. Vendrán todos sus
hombres a buscarte y quizás te lleven a la fuerza y maltratándote por haberte ido del
palacio sin avisarle. Abisag, ¿Qué será de nosotras ahora? Estoy aterrada -le
respondió su madre.

201
- Madre, no temas. Salomón me ama, y yo lo amo a él desde que llegué al palacio.
El no me hará daño. El mismo vendrá por mí, te lo prometo. Y volveremos al palacio
juntas. ¿Aceptarás la petición de tu viejo amor? -le preguntó Abisag.

Shir Ivaret permaneció en silencio por unos segundos viendo a los ojos de Abisag.

- Sí, por supuesto mi Abisag. Ya nunca más me separarán de tí. Estos ocho largos
meses han sido horribles sin tí. Y desde la semana pasada que escuché sobre la
muerte del rey, han sido aún más difíciles en mi corazón sin tí. He imaginado tu dolor
y ahora sabes que puedo entenderte muy bien. Pero, no entiendo hija mía, ¿Cómo es
esto de que amas al nuevo rey Salomón desde que llegaste al palacio? No entiendo.
No me habías escrito sobre eso -dijo la anciana.

- Es así, madre. Me esforcé siempre por amar al rey David y siempre quise ser su
mujer y que me diera hijos, pero ahora estoy segura de que Yahweh no lo tenía en
sus planes para mí. Me he enamorado de Salomón el primer mes que llegué al
palacio. Ha sido muy dulce y gentil conmigo siempre. ¡Hemos cantado a Yahweh
juntos y hemos orado juntos varias veces también, madre! Me ha contado de sus
historias y de sus aventuras también en el palacio desde niño. Amó siempre mucho
a su padre y pronto noté que desde que llegué al palacio, me amaba también en
secreto. No he podido evitar enamorarme de él aun antes de que mi señor partiera
con Yahweh.

- Abisag, no puedo creerlo. Bueno, siendo de las siervas del rey, era posible que
pasaras a ser mujer del nuevo rey también. -dijo su madre.

- Es cierto madre, pero ahora soy una mujer libre. El rey me ha hecho libre. Puedo
escoger ahora si regresar con Salomón o escoger amar a otro hombre. He pensado en
todo lo que me has dicho hoy, y aunque puedo entenderte muy bien y comprender
tus razones, tan solo siento que amo a Salomón con todas mis fuerzas. Madre,
aconsejame por favor. ¿Qué hago? Tampoco quiero ser una mujer más en el corazón
de mi señor. Madre, siento muchas cosas en este momento. ¿Por qué la vida tiene
que ser así? ¿Por qué el amor tiene que ser así? ¿Por qué las mujeres del rey tienen
que ser las más desgraciadas de todas? ¿Por qué no les basta una sola mujer y ya?
¿Por qué Israel y sus reyes han decidido hacer lo malo delante de los ojos de Dios y
tomar tantas mujeres como esposas y concubinas? ¿Por qué nos tratan como objetos?
No es bueno madre, no es bueno. ¿No entienden ellos que corrompen sus almas y

202
que al final no lograrán amar a nada ni a nadie? No entiendo, madre, cómo no pueden
entenderlo. Mi señor David te amaba solo a tí, ¿Cómo pudo olvidarte tan rápido y
luego corromper su corazon y terminar dándoselo a tantas mujeres? Eso no es amor;
eso es todo menos amor. Y mira todo el sufrimiento que eso provocó en su casa entre
sus hijos y él. Ya no sé lo que quiero hacer madre. Amo a Salomón, pero amo más a
mi Dios y me amo más a mí misma también. Creo que soy una digna hija tuya y de
Yahweh -terminó diciendo bajando su rostro.

- Hija mía, sé que debe ser difícil para tí ahora que ves la vida de los reyes y de tantos
hombres en Israel también. Pero Yahweh tiene control de todo. Él sabe cómo tratar
con sus ungidos. Él sabe cómo corregir sus corazones. No te desalientes mucho. Tu
trabajo es orar por tu señor el rey. Yahweh verá su corazán y lo reprenderá si se
desvía mucho de él. Irá por él con lazos de amor y lo traerá de vuelta si se desvía
mucho de su Ley, por amor a David su padre. Yahweh también verá tu corazón y
recompensará tu fidelidad y tu pureza a tu señor delante de todos incluyendo todas
sus mujeres. Ora a Yahweh y él te dirá qué hacer. Espera en él y él te mostrará su
voluntad más clara que el agua -le dijo la anciana en medio de un bostezo.

- Amén madre. Amén. Así lo creo.

- Ahora descansaré un poco, hija mía.

- Madre, antes de dejarte cerrar tus ojitos, te pido que me digas cuál es ese árbol
sicómoro donde hablaste con mi señor David ese último día que le viste, justo antes
de que te salvara de ese león junto con su ovejita, ¿Recuerdas? -preguntó Abisag.

- ¡Oh mi Abisag! Ése es el mismo árbol donde enterramos a tu tío Rafael, donde te
llevaba de niña con tu padre y con todas tus tías y tu tío Enrique a jugar con tu ovejita
más querida que tenías en tu niñez, ¿Recuerdas? Lo subías siempre hasta su rama
más grande y alta. ¡Eras muy inquieta! ¿Recuerdas ese árbol del que te caíste una
vez? -preguntó su madre.

- ¡No puede ser, madre! ¡Ése es mi árbol favorito en todo el reino! ¿El frondoso
sicómoro grande que está solitario junto al camino que va al Lago de Genesaret,
como a unos tres kilómetros de aquí hacia las praderas del norte donde nos llevaban
a jugar mis tías Analy, Isabel y Elinor con mis primas Ester, Gabriela y Fiorelys y
mis primos José, Javier e Isaías? ¡No puede ser!… ¡Por supuesto que sé cual es! -
respondió Abisag.
203
- Exactamente mi doncella amada, el mismo árbol que amaba tu padre Josefo, el
mismo árbol que amaba tu señor David; nuestro árbol familiar, donde reposan los
restos de tu tío también -respondió Shir Ivaret cerrando sus ojos mientras acariciaba
el rostro de Abisag.

Abisag dejó descansar a su anciana madre. Se levantó y se dirigió a su recámara


sollozando una vez más. No lo podía creer. Eran tantas coincidencias juntas ya.
Comenzaba a darse cuenta de que Yahweh estaba escribiendo toda su historia de vida
desde niña; que nada era coincidencia en su vida y que Yahweh sabía lo que estaba
haciendo. Por fin lo veía todo muy claro. Y sencillamente le parecía maravilloso.
Sollozaba de gozo muy profundo en su corazón. Estaba cansada. Necesitaba dormir.
Se acostó en su lecho y oró a Yahweh en su mente mientras veía al techo:

__________________________________________________________________

Mi Señor, heme aquí, estoy lista. Siento tu paz dentro de mí. Haz toda tu
humilde obra milagrosa en mí. Ya entiendo que tu diriges mi vida desde el
mismo momento en que nací. Te agradezco mucho que pienses tanto en mí.
No sabía que yo era tan especial para tí. No lo sabía. Hoy lo entiendo mi
Dios. Hoy lo veo todo muy claramente. Envía a mi señor por mí conforme a
tu voluntad. Yo soy la sierva del Señor. Gracias por regresarme a mi madre
y por dejarme ver mi tierra amada una vez más. Bendice a mi madre y
bendice a mi señor y a todos en el palacio. Oro por él. Te pido por su
corazón. Guárdalo puro para tí y para mí. Te pido que él pueda entender
que no necesita más mujeres en su corazón aparte de mí; que pueda
entender que no necesita un harén de mujeres para ser feliz y tener
muchos hijos. Te pido que hables a su corazón y puedas enseñarle eso con
todo tu amor y tu paciencia. Enséñale a amar como tú amas; con amor
puro y sincero hacia su única esposa y con toda fidelidad hacia mí y a sus
hijos que le darás conmigo conforme a tu voluntad. Atiende a mi oración
mi Dios, te lo pido. Tráelo a mí. Tráeme a mi esposo, al amado de mi
corazón. Amén.

204
Los días siguientes fueron días de mucha reflexión y de mucho compartir historias
de ambas, madre e hija. Abisag por fin oía historias de aventuras de su madre junto
con su tío Rafael y sus demás tíos cuando eran niños. También le contó a su madre
todas sus experiencias en el palacio con más lujo de detalles, así como todas las
historias de aventuras que le contó su amado señor David. No obastante, desde el
mismo día siguiente de su regreso a su hogar, Abisag esperaba a Salomón con ansias.
Pasaban los días y no sabía nada de él, ni cartas ni un séquito real en la puerta de su
casa. ¿Estaría molesto conmigo? ¿Estoy en peligro de muerte? ¿Ya no me ama?
¿Qué sucederá con nuestro amor y nuestras familias? La angustia de ver los días
pasar y no saber nada del rey no le hacían bien a su corazón. Estuvo apunto de tomar
su caballo de vuelta al palacio al tercer día pero algo la detenía dentro de ella. Eran
las palabras del viejo rey. Abisag sentía la necesidad de obedecer sus órdenes a capa
y espada, por encima de sus deseos y su ansiedad. Oraba todas las mañanas, todas
las tardes, todas las noches, a cada instante y en todo lugar. Al cuarto día se dispuso
a ayunar hasta tener respuesta de Yahweh. Le dijo a su madre que no le sirviera
comida hasta el tercer día de su ayuno, en vista de su necesidad de orar y pasar tiempo
con Yahweh. Ella sabía dentro de ella que su vida y la de su madre pendían de un
hilo, y que solo Yahweh podía salvarlas. Decidió confiar en las palabras de su amado
rey, a pesar de que pasaban los días y nada sucedía. Comenzaba a sentir temor. Sus
pensamientos y emociones no la dejaban A veces ayudar bien a su madre en los
quehaceres de la casa. Al caer la tarde de ese mismo día, Shir Ivaret se sentó a su
lado junto a su cama diciéndole:

-Yahweh no te abandona. Nunca lo olvides. Confía en Él hasta el último segundo y


Él hará. Recuerda que nunca es como nosotros queremos; siempre es como Él quiere.
Nunca olvides que tu historia de vida no es tu historia, es la historia de Él en tí. Te
amo, hija mía.

Y se levantó luego de besarla en su frente.

Abisag tuvo paz. Las palabras de su madre la reconfortaron mucho. Comenzaba


también a entender muchos versos de la Mishnaj. Venían siempre a su mente todos
y cada uno de los mandamientos de Yahweh en su decálogo dado a Israel a través de
la historia del éxodo israelita; los meditaba todos y cada uno por mucho tiempo
durante su ayuno, pero sobre todo el séptimo estatuto:
205
No cometerás adulterio (inmoralidad sexual)²

…pues aunque se sabía virgen y no desposada aún, también se sabía una mujer del
rey que había sido liberada de su responsabilidad; lo cual la hacía sentirse muy
especial entre las mujeres del mismo, como si hubiese sido escogida para permanecer
pura delante de Yahweh y apartada para su señor. Por eso, este mandamiento
rezumbaba en su mente y aún más en su corazón debido al requerimiento del rey de
que guardara su pureza para su hijo Salomón. No quería serle infiel a su amado y
futuro esposo, pues ya se sentía su esposa por compromiso, petición y decisión; la
voluntad de su amado rey era ahora su voluntad. Esto la hacía orar con muchas
fuerzas a Yahweh para que la librara de tentaciones sexuales y de hombres malos
que pudiesen intentar desposarla antes de que llegara su rey por ella y la llevase de
regreso al palacio. Sin embargo, los días pasaban y su anhelado rey no aparecía. Al
tercer día de ayuno que era a su vez el sexto día que ya tenía de regreso en casa,
Abisag sentía desmayarse. Sus fuerzas habían bajado considerablemente y
comenzaba a pensar que ya Salomón no la amaba. Se asomaba a cada instante a su
ventana para mirar al camino hacia el sur, por donde debía aparecer el séquito real.
Al notar que todo permanecía igual, se desencantaba y bajaba su rostro tristemente
como ya rindiéndose de tanto orar y esperar sin recibir respuesta de Yahweh. Al caer
la noche, sus ánimos ya estaban por el suelo y su falta de fe la invadió. Se fue a
dormir esa noche sin orar y sin despedirse de su madre.

La mañana siguiente, muy temprano antes de que saliera el primer rayo de luz y
viendo las relucientes estrellas en una madrugada despejada de nubes, Abisag salió
de su casa caminando rumbo al norte hacia el árbol de su corazón. Durante todo el
trayecto de aproximadamente unos treinta minutos, no pensó en Salomón ni en David
ni en su familia. Su mente estaba en algo más profundo: las promesas de Yahweh
para todo Israel. Una promesa en su mente la llevaba a pensar en otra y en otra,
meditándolas cada una y haciéndole preguntas a Yahweh con respecto a las mismas.

206
Apenas tenía fuerzas para caminar, pero se decía a sí misma que debía llegar hasta
su árbol; algo la impulsaba a tener que ir a visitar su querido sicómoro una vez más
y sin tener nada aún en su estómago desde hacía tres días. Caminaba en medio de la
alta maleza y entre las flores de la pradera. Entonces se detuvo de caminar cuando
recordó las palabras de su padre al recitar tantas veces el pasaje del tan anhelado
Shiloh, el Rey Eterno. ¿Sería este Shiloh el mismo Señor de mi señor David del que
me habló una vez? ¿Quién sería este Shiloh pacificador? ¿Cuándo traerá la paz
completa para Israel? ¿Sería Salomón? ¿Sería otro rey? Tantas preguntas en la
cabeza de Abisag con respecto al Señor de su señor David. No dejaba de pensar en
todas las veces que su amado rey le hablaba de este otro rey que debía venir, según
él, muy pronto. Se volvía a preguntar una y otra vez con voz ronca en medio del frío
de la mañana: ¿Por qué no viene ya para que se acaben por fin todas las guerras de
Israel y no mueran más tantos niños soldados y las esperanzas de muchas familias?
Seguía pensando en esta promesa al recordar cada palabra del padre Israel sobre Judá:

El cetro no se apartará de Judá, ni la vara de gobernante de entre sus pies,


hasta que venga Shiloh, y a Él sea dada la obediencia de los pueblos.³

Pensando en esta promesa y en tantas otras, por fin divisó su árbol a lo lejos. De
pronto, al acercarse hasta unos pocos pasos de su florido sicómoro, pudo sentir el
frío viento soplar reciamente y con más fuerza que durante todo el camino, mientras
se asomaba a su vez el primer rayo de luz del día. Entonces, se detuvo. Los pequeños
remolinos de viento que se formaron alrededor de ella le hicieron darse cuenta de
que no estaba sola en ese lugar. La fuerza del viento no era usual. Abisag entendió
que estaba en un sitio especial para Yahweh. Cerró sus ojos y elevó su rostro al cielo
parada frente al montoncito de rocas donde yacían los restos de su tío Rafael, justo
en frente de su grande y frondoso árbol. Respiró profundamente y se dejó envolver
por esa poderosa y fresca presencia divina. Luego, al sentir que el viento se calmaba
y que las bandadas de gaviotas comenzaban a pasar volando justo por encima de ella
hacia el este desde donde venía la luz de la mañana, abrió sus ojos sobre sus rodillas,
todo mientras comenzaba a detallar las rocas y el monumento a su tío desconocido.
Contó las rocas y notó que su número era doce. Pensó en las doce tribus de Israel.

207
Pensó en las doce hermosas gemas de su diadema que le había regalado su amado
Salomón. Pensó en las doce perlas de su collar que le había regalado su señor David.
Recordó también que cuando tenía doce años, había oído la voz de Yahweh dentro
de ella en oración secreta en su habitación diciéndole:

“Entra en mis profundidades”

Y así se sentía precisamente ese día, absorta en las profundidades de sus


pensamientos y meditaciones sobre la Mishnaj y las promesas de Yahweh.
Comenzaba a sentir que ya nada más en la vida le importaría mucho más allá de
sentirse dentro de las profundidades de Yahweh. “Si Salomón viene a mí, daré gloria
a tí mi Señor Yahweh; y si no viene, de todos modos lo haré. Me rindo hoy”, pensó
con su corazon dentro de sí. Su necesidad de seguir entendiendo las palabras de
Yahweh a través de los maestros y sacerdotes de Israel era su nuevo y más grande
anhelo de su ser. Comenzaba a sentir que ahora la embargaba un deseo profundo e
inmenso por conocer y meditar cada día más en toda la Ley de Yahweh. Quizás iría
a los sacerdotes de Yahweh del Tabérnaculo o a los sabios ancianos de la ciudad.
Quizás la dejarían entrar y estudiar con ellos. Haría todo lo posible para alcanzar su
sueño de vida. Estando absorta en este nuevo deseo de su alma y mientras observaba
con detalle las frondosas ramas de su viejo árbol, las montañas del este y el sol
refulgir hermosamente con sus tiernos y cálidos rayos, se quedó dormida sentada
sobre el verde césped y recostada en su sicómoro mientras todavía sentía la sueva
brisa de la mañana y una inexplicable paz interior que la hacia sonreír y soñar.

Alrededor de la hora tercera de la mañana, el ruido lejano del cabalgar de un jinete a


la distancia le hizo abrir sus ojos cansados del sueño y de la debilidad. A primera
instancia y mientras todavía su vista se aclaraba, creyó estar viendo una paloma
blanca venir de frente hacia ella volando a baja altura. Cuando pasó sus dedos por
sus ojos y fijó la mirada, puedo entender que era un jinete envuelto en un manto
negro cabalgando sobre un hermoso alazán blanco. Su corazón se detuvo. Su
respiración se hizo más corta y acelerada. Nadie en toda esa región tenia un corcél

208
de color blanco. Lo sabía desde niña y todos los habitantes de Sunem y sus
alrededores lo sabían también. Se puso sobre sus pies y entendió que era su amado
Salomón que cabalgaba velozmente hacia el árbol al haberse quitado el manto de su
cabeza y dejar ver su hermosa barba y cabellos entretejidos en trenzas. Al entrar el
jinete y su corcél bajo la gran sombra del árbol, Abisag sintió vergüenza. No estaba
preparada para recibir a su amado. Solo vestía una sencilla bata de dormir de color
rosa y su manto que la protegía del frío del ambiente. Cuando Salomón hubo bajado
de su bestia y al acercarse hasta ella y tenerla de frente, Abisag bajó su rostro y se
arrodilló frente al joven rey diciéndole temblorosamente:

-Mi señor el Rey, haga de su sierva como bien le pareciere.

Salomón entonces arrodillándose también frente a ella, tocó su barbilla


amorosamente con sus dedos y alzándole el rostro para verla a los ojos, le dijo:

-Amor mío. Aquí estoy. Ven a mis brazos. Ya no tienes que temer.

Abisag sintió los brazos de su único amor arroparla con tanta fuerza que entendió
muy bien que su señor la había perdonado, que su vida ya no corría peligro. Entonces
ella también le abrazó con fuerza poniendo el lado derecho de su rostro sobre su
pecho y percibiendo el fuerte latir de su corazón. No pudo entonces contener las
lágrimas y no podía evitar sentir que la felicidad en su corazon la embargaba de un
sentimiento de profunda humildad delante de Yahweh y de su rey. Entonces Salomón
la besó dulcemente en su frente y en sus mejillas, colocando su frente en la de ella
por varios segundos y respirando al mismo ritmo de ella. Abisag sentía que su alma
se salía de su ser. Salomón sentía que su corazón ya no dejaría de latir intensamente
y para siempre en su vida. Ambos se amaban como nunca habían amado antes. Se
sentían en un mismo espíritu y ser delante de Yahweh. Era la belleza del primer amor.

El hermoso rey entonces, retirando su frente de la de ella y viéndola otra vez a sus
tiernos ojos mientras enjugaba sus lágrimas, le dijo:

- No supe hasta ayer el motivo de tu huida sin avisarme. Pensé durante todos estos
días que me habías traicionado o que, sencillamente, amabas más a mi padre que a
mí y que no soportabas la idea de convertirte en mi esposa. La angustia de no saber
el motivo de tu huida no me dejaba dormir en paz. No sabía que hacer. He sabido
que ya no estabas desde el mismo día que te marchaste. Joel finalmente me declaró
ayer que mi padre me había dejado esta carta un día antes de fallecer, para que la
209
leyera solo cuando me encontrase en extrema angustia de espíritu y con ganas ya de
enviar a buscarte por toda la tierra para obligarte a regresar. Mi padre sabía que me
enojaría mucho y que no entendería el motivo de tu huida animado por la misma. Me
lo ha declarado todo en estas líneas y me ha pedido que venga por tí a pedirte
humildemente, amor mío, que aceptes ser mi esposa y la reina de mi corazón, solo
después de pedírselo primero a tu madre y de pagar tu dote en lugar de tu familia, lo
cual ya acabo de hacer. ¿Aceptarías, mi libre gacela de Sunem? -le preguntó el rey
sosteniendo frente a ella una carta con sello real al final de las líneas

- Mi señor…-comenzaba a decir Abisag aún entre lágrimas.

- Ya no me llames así, amor mío, te lo ruego. No soy solamente tu señor, soy el


hombre que necesita tenerte a su lado para siempre. Tu eres mía y yo soy tuyo. Ya
puedes escoger el nombre especial de tu corazón para mí, que no sea señor -le
interrumpió Salomón.

- Mi Salomón, mi amado, no sé qué decir. No soy digna sencillamente. ¿Qué le voy


a responder a mi rey? ¡Por supuesto que quiero ser tu esposa, tu única mujer y tu
única amiga si hallo gracia delante de tus ojos y si Yahweh me favorece; la madre de
todos tus hijos y la protectora de tu corazón para siempre! ¡La mujer de tu paz! ¡Te
acepto una y mil veces hoy! ¡Gracias por amarme así! ¡Muchas gracias! -le respondió
Abisag emocionada en medio de nerviosas sonrisas y con voz entrecortada por el frío
viento que soplaba.

- Mi amor, ¡Tienes las manos tan frías! -exclamó Salomón riéndose con ella mientras
encerraba sus manos en las suyas y soplaba aire caliente de su boca para calentarlas-
. ¡Oh Abisag! ¡Te amo tanto! ¡Sabía que dirías que sí! ¡No sabes cuán feliz me haces
doncella mía! Pero, dime, ¿Qué haces aquí? Tu madre me ha dicho que seguramente
estabas aquí, que no le dijiste a donde irías. Está muy preocupada por tí. Me ha
declarado que estás ayunando desde hace tres días, pidiéndole a Yahweh por tantas
cosas y, seguramente, por mí también -agregó.

- Sí, amor mío, así es. Comencé a creer que ya no me amabas y que ya no vendrías
por mí. Pero hoy he sabido una vez más que Yahweh me ama y que tú también. Hoy
he visto la mano de Yahweh sobre mí de un modo muy especial. Le he pedido que
te traiga a mí si es su voluntad y que me libre de la muerte y a mi familia por haber
huido de tí sin avisarte. He venido aquí después de tantos años, al mismo sicómoro

210
donde tu padre cantaba sus primeras canciones a Yahweh y donde yo jugaba de niña
con mis primas y mis ovejitas; el mismo árbol donde también yacen los restos de mi
tío Rafael. Mi señor, tu padre, me ha hecho una mujer libre. Y hoy, libremente escojo
otra vez ser la sierva de mi señor. Yo rindo mi libertad al Señor Yahweh, a tí y a
Israel. Heme aquí, la sierva de mi señor -le respondió Abisag inclinando su rostro
una vez más frente a Salomón.

- Amor mío, ya no inclines tu rostro delante de mí. Ya he venido para enjugar tus
lágrimas y llevarte conmigo. Tu madre me ha dicho que mi padre solía venir aquí
con sus ovejas a pastar. La he dejado con Benaía en tu casa y con un corcél blanco
que te he traído de regalo para llevarte conmigo mañana al palacio, junto con tu
madre y el alazán con el que has huido. No he querido hacer mucha pompa trayendo
un séquito real hasta tu hogar para que nadie se entere de que has huido del palacio.

- ¿Un corcél blanco? ¿Para mí? ¡Mi Salomón!… -exclamó Abisag sorprendida y a la
vez más que fascinada con su regalo.

- Sí amor, un hermoso alazán de tres años, reservado solo para tí. Te está esperando
en tu casa junto con tu madre -respondió el rey-. Entiendo entonces que estoy parado
frente al sicómoro que vió y oyó crecer a David. Nunca me habló de este lugar. Nunca
me habló de ese león ni de tu madre, y estoy pensando que quizás tu conociste a mi
padre mejor de lo que yo lo conocí. ¿Qué historias te ha contado que no me ha
contado a mí? ¿Hay alguna historia entre él y tu madre?

- Amor mío, no soy digna... -respondió Abisag-. Pero aún así, acepto la voluntad de
Yahweh para mi vida. Tu padre fue como otro padre para mí. Y hoy sabes la razón
por la cual nunca me hizo su mujer. La razón ya la has conocido hoy. Te la ha
mencionado en esa carta que traes en tus manos. ¿Puedo leerla, mi señor?

Salomón se quedó mirando fijamente a Abisag sin decir palabra alguna. Entendió
que se refería a la anciana mujer que acababa de conocer. Luego, viendo la carta una
vez más, se la entregó a Abisag; la cual después de desdoblarla, dijo:

-Amor, este sicómoro es testigo del amor de tu padre hacia mi madre. El supo que
yo era hija de Shir Ivaret, su amor perdido de su juventud, el mismo primer día que
me llevaron frente a él para calentarle en sus frías noches. Sin yo saberlo, mi madre
le envió de regreso conmigo el mismo clavel púrpura disecado que sólo se da en esta
tierra de Sunem envuelto en un pañuelo que llevaba su mismo olor; el cual mi señor
211
David le había regalado ese día que la salvó de un león justo hacia allá, hacia esas
montañas -respondió Abisag emocionada viendo la expresión de sorpresa del rostro
de Salomón y señalando con su dedo hacia las mismas.

Viendo que Salomón seguía sin poder creer lo que ella le decía, Abisag entonces
abrió la carta y comenzó a leer:

Querido hijo mío, Salomón;

¿Quién entrará en el Santuario de Yahweh? ¿Quién adorará en su Monte


Santo?

El limpio de manos y puro de corazón. 4

Hijo mío, atiende a mis últimas instrucciones a través de esta carta. Quiera
Yahweh que tu corazón esté atento toda tu vida a mis palabras.

Entrégale todo tu corazón a Yahweh y camina rectamente en todos su


caminos para que te vaya bien en la vida. Ya te he instruido antes
públicamente delante de tus preceptores sobre muchas otras cosas
incluyendo la construcción de un humilde Templo a nuestro único y Gran
Dios Yahweh de los Ejércitos, quien no habita en templos hechos de manos
de hombre sino que quiere habitar en el templo de nuestros corazones.
Pero ahora quiero instruirte a que no inclines tu corazón hacia tus
riquezas ni a las mujeres. No hallarás nada bueno en poner tu alma en las
posesiones de este mundo ni en la gloria de los hombres. Ellas te desviarán
y te harán creer que eres el hombre más sabio y bendecido de todos
cuando en realidad, no es así. Yahweh siempre tendrá un rey más humilde
que tú para glorificarse en él si tu decides enorgullecerte y envanecerte
con todo lo que pone en tus manos. Mucho menos hallarás nada bueno en
amar a muchas mujeres. Decide amar solamente a una; ámala con todo tu
corazon hasta el final y con toda tu mente, con toda fidelidad a ella y a tus
hijos con ella. No cometas los mismos errores que yo cometí. No te irá bien.
Te dolerá mucho en tu corazón si solo haces todo lo contrario a lo que te

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estoy instruyendo. Halle placer tu corazón en la mujer de tu juventud; sus
caricias te satisfagan en todo tiempo 5. Recuerda que todo lo que tienes en
esta vida es vano y pasajero; solo lo tienes por corto tiempo. Cuídalo con
todas tus fuerzas. No dejes que Yahweh se complazca en otro y te quite el
reino y el trono por ir detrás de dioses falsos en tu corazón y en el corazón
de tus mujeres. No tomes muchas mujeres. Hazme caso. Obedece a mi
instrucción. No es bueno para tu corazón. Decide amar solamente a tu
única esposa, y así estarás siendole fiel a Yahweh también. Recuerda que
cordón de tres dobleces no se rompe fácilmente. Siempre serán Yahweh, tú
y ella. Nadie más. Todo lo demás es pecado y abominable antes los ojos de
Yahweh.

Si ya estás listo para amar, ya sabes lo que debes hacer. El amor te espera
en Sunem, como me esperaba a mí y lo dejé ir tontamente. Vé a ella, pide su
mano en matrimonio a su madre y paga la dote en su lugar; lo cual es algo
que debe hacer todo hombre en Israel de ahora en adelante. Será la Ley en
Israel desde hoy y para siempre. Luego la traerás aquí al palacio junto con
su madre y toda su familia. Haz de ella la reina de tu corazón y la reina de
Israel. No la maltrates y nunca le seas infiel. Si así hicieras, Yahweh se
agradará de tí y bendecirá tu alma y tu reino eternamente. Si no escuchas
a mis palabras, no te irá bien, hijo mío. Escúchame, te lo pido. Oye mi
instrucción. No necesitas tomar más mujeres, ni de Israel ni de los demás
reinos. No se vaya tu corazón tras los ojos pintados ni tras los cuerpos
hermosos. Tampoco des tus manos para autocomplacerte sexualmente. No
es bueno delante de Dios, pues también corrompe tu alma entre tanto que
aun no tomas mujer por esposa. No te des a la fornicación con muchas
mujeres antes de casarte, pues ya luego no podrás amar de verdad a
ninguna. Sé sabio y considera mis palabras. Aléjate de toda perversión
sexual que los hombres impíos practican con niños, animales y hasta con
los muertos. No mezcles tu alma con ninguno de esos demonios. No la
corrompas ni la diluyas en adulterio con ninguna de estas practicas
sexuales. Apártate de la mujer perversa, de las mujeres malas y adúlteras
que solo acechan tu alma para perdición tuya y de ellas mismas. No voltees
a ver a las rameras ni a las mujeres que hacen sus vidas en burdeles. No
prendas tu alma de las egipcias ni de ninguna de las hijas idólatras de la
213
tierra. No des tu corazón a sus dioses ni a sus vanidades con que prenden
las almas de los hombres. Son mujeres perversas que no se aman ni se
valoran a sí mismas, llenas de mentira y de todo engaño. Son mujeres
infieles; no logran ser fieles a nadie sino solo a sus vientres. No seas como
ellas ni como los reyes de la tierra. No sigas mi mal ejemplo en tomar
tantas mujeres, lo cual nunca debí hacer. Recuerda que el adúltero
corrompe su alma y solo cosechará infamia y vergüenza 6. Mira muy
dentro en el corazón de tu amada. Ahí está todo lo que necesitas. Sé sabio y
aléjate de las mujeres cananeas y egipcias, así como de cualquier otra en
Israel. Yahweh traerá la paz en tu reinado y te dará muchos hijos si así
hicieras, y entre ellos, nuestro Gran Shiloh. ¡Allelujah!

Te amo.

Con amor,

David.

Las lágrimas volvieron a asomarse a los ojos de Abisag aunque sentía que ya no
podía llorar más. Las amorosas palabras de su anciano señor ahora para Salomón le
seguían recordando las palabras de su padre para ella días antes de morir. Podía sentir
el calor y la urgencia de cada palabra, justo como lo sentía Salomón. Alzó su mirada
y viendo a los ojos de su amado rey, le dijo:

- Tu padre me dijo las mismas palabras a mí; que guardara mi pureza y mi corazón
solo para Yahweh y para tí. Es muy obvio que él sufrió mucho al tener tantos amores
en su corazón.

- Pues sí, le entiendo. Yo mismo crecí viendo con mis ojos las rencillas y los odios
en mi propia casa, hacia mi persona y hacia mi madre, de parte de las demás mujeres
e hijos de mi padre. Absalón no fue el único que llegó a odiar a mi padre de entre sus
hijos, mis hermanos. David nunca llegó a saber a ciencia cierta quiénes más de sus
hijos de veras le amaban o le odiaban. Sencillamente no compartía ni pasaba mucho
tiempo con la mayoría de nosotros. Supongo que conmigo fue diferente que con

214
muchos de ellos. Mi madre me contó hace pocos años que mi padre había
determinado desde mi nacimiento que yo sería su sucesor en el trono. Obviamente,
no podía revelárselo a mis hermanos ni a sus demás esposas y mujeres. De haber sido
así, quizás no estuviese hoy frente a tí pidiéndote que regreses al palacio conmigo,
¡Amada mía, doncella mía, gacela mía! ¡Ven! ¡Vuelve a mí y a mi palacio y sé la
reina de Israel! ¡Volvamos a tu madre y a sus historias de amor con mi padre que aún
no he oído y que por nada de este mundo me iré de Sunem sin antes oírlas yo también!
-le respondió Salomón besando apasionadamente sus manos para luego abrazarla y
subirla en sus brazos por encima de su rostro.

- ¡Volvamos amor mío! ¡Ya no puedo con tanto amor! ¡El amor de mi Señor Yahweh
unido al tuyo me hacen hoy muy feliz! No necesito ser la reina de Israel ni la joven
más hermosa de todo el reino como muchos me hacen creer. Sólo necesito tu dulce
amor y amarte yo misma con todo mi ser para convertirme en la mujer que Yahweh
espera de mí y la que llenará todos tus días de gozo y placer. ¡Tú eres el fruto de mi
esperar y mi confianza en mi Dios! ¡Te amo, oh mi rey! ¡Oh mi Salomón! -le
respondió Abisag aún entre sus brazos.

Y así sin más, Salomón tomó la mano de Abisag y la subió a su blanco alazán,
sintiendo ambos amantes que Yahweh había hecho de ese día uno muy especial para
ellos y sólo para ellos, una hermosa historia para recordar toda la vida y contarla a
sus hijos y nietos mediante muchos poemas de amor y cantares de cantares.

FIN

¹ Salmos 119:9

² Éxodo 20:14 (énfasis agregado). El adulterio o inmoralidad sexual consiste


bíblicamente en todo tipo de actividad sexual antes de casarse y aún después de
casarse con otra persona o cosa que no sea el cónyuge. Es un estado pecaminoso de
lujuria y lascivia en el corazón que comienza en los ojos y en la conscupicencia
(Mateo 5:27-28).

³ Génesis 49:10
4
Salmos 15:1

215
5
Proverbios 5:19
6
Proverbios 6:32-33

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