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Romance Linguistics
Manuels de linguistique romane
Manuali di linguistica romanza
Manuales de lingüística románica
Edited by
Günter Holtus and Fernando Sánchez-Miret
Volume 28
Manual de lingüística
del hablar
Editado por
Óscar Loureda y Angela Schrott
ISBN 978-3-11-033488-3
e-ISBN (PDF) 978-3-11-033522-4
e-ISBN (EPUB) 978-3-11-039366-8
www.degruyter.com
Capítulos
Óscar Loureda y Angela Schrott
0 Introducción 1
Franz Lebsanft
2 El hablar como hecho cultural e histórico 43
II El hablar y el contexto
José Portolés
8 El hablar y los participantes en la interacción comunicativa 161
Martin Becker
9 La modalidad entre lo dicho y el decir 177
VIII Capítulos
Francisco Yus
16 Los textos digitales y multimodales 325
Johanna Wolf
21 La semántica del hablar 443
Capítulos IX
Claudia Borzi
22 Enfoque cognitivo prototípico y complejidad textual 461
Gerda Haßler
23 Las relaciones intertextuales 481
Angela Schrott
24 Las tradiciones discursivas 499
Olga Ivanova
30 El hablar: su adquisición y su deterioro 621
Luis Galván
31 El hablar y la literatura 639
Claudia Carbonell
37 Decir (o no decir) la verdad en la esfera pública e institucional 749
IX Métodos y aplicaciones
1 El neologismo post-truth fue incorporado al Diccionario Oxford en 2016, dándole el título de palabra
del año. El DRAE incorporó el término «posverdad» en el 2017 en su versión en línea: ‘distorsión delibe-
rada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y
en actitudes sociales’.
https://doi.org/10.1515/9783110335224-038
750 Claudia Carbonell
La preocupación por la verdad puede parecer simple y evidente. Pero los procesos
de globalización, entre otros, han hecho que ya no lo sea tanto. Por una parte, se ha
hecho habitual en el imaginario público que las verdades pueden ser falseadas, o ma-
nipuladas por estrategias psicológicas y comunicativas, o que las verdades culturales
pacíficamente aceptadas en otro tiempo, sean puestas entre paréntesis ante el conoci-
miento de otras realidades y culturas. Esta deriva –cuyas causas no pueden ser anali-
zadas en este lugar– es responsable de que en nuestro tiempo sea especialmente acu-
ciante la pregunta por la verdad en el ámbito público y, más en concreto, por las
posibilidades y la conveniencia de decir (o no) la verdad en dicho espacio. La cuestión
se plantea en los siguientes términos: ¿es aún la distinción entre lo verdadero y lo fal-
so significativa para la vida pública?
La atención cada vez mayor al concepto de verdad se refleja también en una vas-
tísima literatura, tanto académica como de divulgación, que abarca disciplinas distin-
tas, más allá de las tradicionales de la lógica y la historiografía filosófica. Así, después
de muchos años, vuelve a aparecer el término verdad en los títulos de obras de diver-
sas disciplinas:2 lingüística y filosofía del lenguaje (Dummett 2004; Armstrong 2004;
Vernant 2009; Felder 2018), filosofía (Williams 2006; Safranski 2008; Ferraris 2017;
Badiou 2017; Blackburn 2018; Jago 2018), ética (Wesche 2011; Nida-Rümelin/Heilinger
2016), sociología (Nassehi 2015), ciencia política (Hayner 2010; Franzé/Abellán 2011),
psicología (Riva 2018), comunicación, retórica (Kopperschmidt 2018), literatura y fic-
ción (Damerau 2003; Blatt 2018), economía, etc. Si bien se consideró un tema supera-
do a finales del siglo pasado, las discusiones en torno a la verdad se han disparado en
los últimos años, tanto en el ámbito de las ciencias como en el de las disciplinas hu-
manas, en oposición a las epistemologías posmodernas, que habían desechado la
oposición verdad/falsedad como una mera estrategia de poder o de retórica (Flamari-
que 2019).
También en el ámbito de la acción social y política proliferan los discursos que
apelan a la verdad. Por ejemplo, las comisiones de verdad después de guerras y con-
flictos violentos son ya parte de nuestro acervo cultural. Desde sus primeras imple-
mentaciones en los años noventa del siglo pasado, una treintena de países ha creado
comisiones de verdad como herramientas fundamentales en los procesos de verdad,
justicia y reparación dentro de la llamada justicia transicional. Entre dichas comisio-
nes, son paradigmáticos los casos de Sudáfrica (1995–1998), Guatemala (1996), Perú
(2001–2003), Greensboro en Estados Unidos (2004–2006) (ICTJ 2008). El objetivo de
estas comisiones es determinar los hechos, las causas y las consecuencias de las vio-
laciones de derechos humanos, mediante la recolección de testimonios individuales
que permita esclarecer lo que ha acontecido y formular recomendaciones de orden so-
cial y jurídico (Hayner 2010; Díaz-Pérez/Molina-Valencia 2016). Desde 2011, la Organi-
2 Se mencionan, a modo de ejemplo, algunos títulos que ejemplifican esta tendencia, para reflejar el
estado del arte. En ningún caso es una lista omnicomprensiva, lo cual sería imposible.
Decir (o no decir) la verdad en la esfera pública e institucional 751
zación de las Naciones Unidas cuenta con un «Relator especial sobre la promoción de
la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición». Llama la aten-
ción que la búsqueda de la verdad se haya constituido en un objetivo social y político,
en cuanto la verdad se entiende ahora como un derecho.
El concepto de esfera pública o espacio público, usado en la modernidad para re-
ferirse al lugar metafórico de convivencia y participación ciudadana, es intrínseca-
mente discursivo: la variedad de prácticas comunicativas articula la realidad social,
en cuanto da cuenta de múltiples relaciones y vínculos sociales. Así, el espacio públi-
co es aquel ámbito donde se constituye discursivamente la convivencia social. Según
ya afirmara Kant en ¿Qué es la Ilustración? (2007, 11784), la ilustración requiere la li-
bertad para hacer uso público de la razón: así, la premisa que rige en la esfera pública
es la de la deliberación sobre los intereses comunes desde la práctica libre de la racio-
nalidad. De acuerdo con Habermas (1998), la esfera pública es un fenómeno social
elemental, que puede describirse como el entramado comunicativo de la sociedad ci-
vil. La esfera pública burguesa –desarrollada en el siglo XVII en salones, cafés y clu-
bes convertidos en espacios físicos de interacción pública– se transformó en una abs-
tracción cuando se introdujeron mecanismos que permitieron la presencia virtual de
emisores y receptores dispersos, vinculados por los medios de expresión pública y ya,
en nuestro tiempo, con el auge de los medios digitales.
Si bien cabe preguntarse si la articulación de lo público se da solo o principal-
mente a partir de un ejercicio comunicativo racional, lo que es evidente es que la cues-
tión de la verdad comparece en las ecuaciones que rigen las interacciones dentro de la
esfera pública. En el ámbito público prevalecen los discursos de índole retórica. Desde
los antiguos, la retórica se ocupa del método para elaborar, a partir del lenguaje mis-
mo, un entramado de estructuras racionales y emotivas que hagan posible que aque-
llo que se propone o se defiende aparezca como probable y persuasivo. Ahora bien, el
discurso retórico no es un lenguaje especializado, sino dependiente del lenguaje co-
mún. Como este, incluye elementos descriptivos, exhortativos y normativos. En cada
uno de estos factores, rige una relación distinta con la verdad. Así, por ejemplo, cuan-
do se describe alguna situación: los ciudadanos tienen cada vez una mejor calidad de
vida, se espera que dicha aserción pueda sustentarse en hechos comprobables. Esto es
así porque la base del lenguaje ordinario son los elementos asertivos o descriptivos.
Para que pueda funcionar la cohesión social, en el lenguaje habitual asumimos –al
menos en principio– que nuestros interlocutores están hablando con veracidad. Esto
es, la verdad es una suerte de supuesto comunicativo, cuya ausencia haría imposible
la posibilidad misma de comunicar. En esa misma línea, el principio de cooperación
de Paul Grice estipula la necesidad de atenerse a la veracidad para lograr una comuni-
cación efectiva (Grice 1989, 11975). Es una regla implícita que se asimila con el mismo
aprendizaje lingüístico y gobierna los actos de hablar asertivos: afirmar algo es afir-
marlo como verdadero. Pues bien, esta especie de regla no escrita rige no solo en las
comunicaciones privadas, sino, especialmente, en las del ámbito público. De hecho,
la mentira, el engaño, la ficción, solo son posibles ahí donde está vigente la regla de
752 Claudia Carbonell
1. Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente; 2. Conformidad de lo
que se dice con lo que se siente o se piensa; 3. Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siem-
pre la misma sin mutación alguna; 4. Juicio o proposición que no puede negarse racionalmente;
5. Cualidad de veraz; 6. Expresión clara, sin rebozo ni lisonja, con que a alguien se le corrige o re-
prende; 7. Realidad.
Se trata de la teoría más antigua y la más comúnmente aceptada, incluso por el uso or-
dinario, como atestiguan las primeras dos definiciones del DRAE citadas anteriormen-
te, que recogen la idea de correspondencia como conformidad. Si bien hay muchos
matices, suelen considerarse teorías realistas. En términos simples, un enunciado
es verdadero si designa un estado de hechos existente. La verdad como corresponden-
cia o acuerdo suele presuponer algún tipo de isomorfismo entre la realidad y el len-
guaje.
De acuerdo con Aristóteles, «falso es, en efecto, decir que lo que es, no es, y que lo
que no es, es; verdadero, que lo que es, es, y lo que no es, no es» (Metafísica 1011b26).
A través de su transformación medieval en adaequatio rei et intellectus, esta definición
pasó a la modernidad como la afirmación de que la verdad es la concordancia o acuer-
do entre el pensamiento y el objeto. Definiciones similares son aceptadas por la tradi-
754 Claudia Carbonell
ción filosófica hasta el siglo XX, que bautizó esta teoría como teoría de la correspon-
dencia.
Para el problema que nos ocupa, este sentido de verdad se presenta en el ámbito
público como verdad de los hechos o verdad factual. Un estado de cosas descrito es
verdad si, de hecho, refleja lo que ocurre en la realidad. Los problemas filosóficos aso-
ciados a este uso de verdad tienen que ver con que aquello que llamamos real sea, al
menos en parte, producto de nuestras construcciones y reconstrucciones, como otras
teorías de la verdad han señalado.
En esta teoría, el enunciado Hoy en Barcelona está lloviendo es verdadero sí y solo
sí puedo comprobar fácticamente que en Barcelona en el día de hoy (el día en que se
hace la afirmación) está de hecho lloviendo.
Son teorías que sostienen que la verdad de una afirmación depende de los criterios in-
ternos discursivos. un enunciado o afirmación son verdaderos si puede integrarse en
un sistema de oraciones verdaderas ya existente. Puede decirse que la verdad se en-
tiende como sentido. En contraste con las teorías de la correspondencia, el criterio de
verdad no es la realidad (los hechos existentes), sino el conjunto de proposiciones y
creencias en las que se inserta la afirmación en cuestión. Se trata de teorías predomi-
nantemente idealistas.
En el ámbito público e institucional, esta idea de verdad comparece cuando se
juzga como verdadero o falso (mentira) la coherencia o incoherencia de una afirma-
ción con los programas de gobierno, o entre lo prometido y lo realizado, etc. Así, por
ejemplo, la expresión: ‘es un imperativo moral la sostenibilidad del medio ambiente’
(La durabilité de l’environnement devient un impératif moral) solo es verdadera en una
configuración social en la que se reconoce un deber ético respecto de las generaciones
futuras. Esto es, una afirmación en la que la sostenibilidad (durabilité/soutenabilité)
aparece como un valor ético (y no solo una cualidad física) solo tiene sentido en un
determinado sistema de proposiciones y creencias.
Una de las mayores dificultades para aceptar esta teoría está en que, en el ámbito
ordinario del lenguaje, los enunciados suelen ser incompletos, a la par de que no se
puede hablar de sistema verdadero ya existente. Por ello, las teorías coherentistas han
sido matizadas como pragmáticas o hermenéuticas.
algo como verdadero está sujeta a falsación, a las modificaciones necesarias para dar
cuenta del aquí y el ahora. De acuerdo con esta vertiente, es preferible hablar en el
ámbito público en términos de justificación racional, validez o corrección, que en tér-
minos de verdad.
También las teorías de la verdad desarrolladas en el ámbito de la teoría crítica
pueden ser consideradas en cierta medida pragmáticas, en cuanto su estándar de ve-
rificación es la acción comunicativa o el consenso. A diferencia del pragmatismo ame-
ricano, se pone más énfasis en el carácter intersubjetivo de la constitución de verdad,
esto es, en la verdad como consenso. Estas teorías tienen grandes repercusiones en el
ámbito de lo público, puesto que propugnan una búsqueda cooperativa de la verdad:
por medio de las prácticas discursivas, las creencias inicialmente tenidas por verdade-
ras son puestas a discusión, para competir con otros argumentos. La teoría consen-
sual de la verdad propone considerar el consenso ideal de lo verdadero como una idea
regulativa, en el sentido de una anticipación pre o contra-fáctica.
Un ejemplo que sirve para ilustrar el alcance de esta teoría de la verdad es el con-
senso o la falta de consenso sobre quién es persona o sujeto de derechos (animal sen-
tiente, ser humano, feto, mujer, etc.). Dicha falta de consenso deviene en que se adop-
ten perspectivas pragmáticas en las políticas públicas.
No nos referimos con este término al pluralismo respecto de la verdad que lleva a afir-
mar que hay muchas verdades, sino a constatar el hecho de que, en el lenguaje ordi-
nario, la verdad funciona como una propiedad que puede realizarse de modos diver-
sos. Una teoría así ha sido ensayada recientemente por Crispin Wright (2005) y
Michael Lynch (2009). De acuerdo con estos autores, la verdad es una propiedad fun-
cional que puede realizarse de modos diversos. Esto es, algunas verdades funcionan
como correspondencia mientras que otras lo hacen porque son coherentes respecto de
un todo propositivo.
En el discurso público, una aproximación pluralista a la verdad puede resultar
una estrategia fecunda, en cuanto permite corroborar cómo cuando decimos en el len-
guaje ordinario esto es verdad, lo estamos diciendo de diversas maneras. Así, por
ejemplo, cuando decimos que una fórmula matemática es verdadera estaríamos afir-
mando que cumple con los requisitos formales de coherencia, mientras que cuando
decimos que algo sucedió verdaderamente (esto es, cuando nos movemos en el ámbi-
to de lo fáctico) estaríamos afirmando que nuestra aseveración se corresponde con al-
gún hecho y querríamos poder corroborarlo. En el ámbito de la moral y la política,
afirmar que alguien es veraz, o que una afirmación es verdadera, se refiere casi siem-
pre a que consideramos que lo que se dice es auténtico o, incluso, bueno y convenien-
te. Como se ve, en cada ámbito «verdadero» se entiende como una propiedad distinta,
si bien no contradictoria. Cómo se articulen y compaginen estos modos es el arte del
lenguaje público.
Decir (o no decir) la verdad en la esfera pública e institucional 757
3 La expresión «hechos alternativos» fue utilizada por K. Conway, consejera del presidente de los Es-
tados Unidos, durante una entrevista con Chuck Todd de Meet the Press, el 22 de enero de 2017, para
defender una declaración falsa que había hecho el secretario de prensa de la Casa Blanca en los días
anteriores sobre el número de asistentes a la investidura del Presidente Donald Trump.
Decir (o no decir) la verdad en la esfera pública e institucional 759
establece las reglas de un discurso persuasivo sobre las cuestiones de la polis, sobre
las que cabe tomar partido y acerca de las cuales hay que decidirse: la retórica. En la
sistematización de la retórica operada por Aristóteles, esta aparece vinculada con la
poética, con la dialéctica y con el conocimiento de las emociones. La retórica se sitúa
así en un punto de confluencia de la dialéctica y la teoría de la acción ético-política. Es
precisamente esta doble vinculación, con la lógica y con las cuestiones ético-políticas,
lo que, al menos en la teoría aristotélica, vincula la retórica –las reglas del discurso
público– con la cuestión de la verdad.
El carácter dialéctico de la retórica se manifiesta en que trata de cosas en cierto
modo comunes a todos y que no pertenecen a ningún saber determinado. El uso retó-
rico y dialéctico del lenguaje no es exclusivo de los tribunales, las asambleas popula-
res o la academia, sino que hace parte de todas las esferas de la vida donde hay comu-
nicación, incluso en su uso cotidiano en la vida social. Ambos métodos son discursos
sobre lo común, sobre lo público y, por ello, puede hablarse de alguna forma de que
ambos, filosofía y retórica, tienen una función social. En definitiva, ambas son facul-
tades de dar razones acerca de lo que nos importa a todos (Ret. 1355a33–34).
La argumentación retórica se mueve en el ámbito de la probabilidad y de la plau-
sibilidad. Su punto de partida son las opiniones sobre aquello que es susceptible de
ser intervenido. Ahora bien, la argumentación sobre lo plausible reviste diversas for-
mas retóricas. Aristóteles caracteriza el entimema como un argumento basado en ve-
rosimilitudes o signos (Ret. 1357a33–34). La verosímil es una proposición plausible
que remite a aquello que se sabe que la mayoría de las veces ocurre de una determina-
da manera (cf. An. Pr. 70a5), esto es, a una opinión o creencia popular. Por otro lado,
lo que Aristóteles llama aquí signo denota aquello que señala a un hecho, y busca ser
una proposición demostrativa, bien necesaria, bien plausible (cf. An. Pr. 70a6–10). No
todos los argumentos basados en signos/hechos son universales e irrestrictamente
verdaderos, pero, con las restricciones lógicas necesarias, lo verdadero comparece en
todos los signos de alguna forma (cf. An. Pr. 70a37–39), precisamente por esa referen-
cia a lo fáctico.
Así, podemos hablar de dos formas de argumentación de la retórica: una primera
que se puede llamar verosímil o probabilística y, otra, fáctica. La primera función es
heurística, y acerca la retórica a la poética. La segunda, es crítica (en el sentido en que
usa como medida, como criterio, los hechos), la que le da su nuevo estatus dialéctico.
La primera tiene que ver con las narrativas, la segunda, con la verificación (o la posi-
bilidad eventual de la verificación, que también puede ser la del examen lógico).
En ambos tipos de argumentación hay relación con la verdad, pero de modos di-
versos. En el primer caso, el punto de partida son las opiniones y la relación con la
verdad se establece por la proximidad de lo probable-verosímil a la verdad. Esta rela-
ción entre verosimilitud y verdad es la que comparece de manera prístina en las teo-
rías coherentistas y pragmáticas de la verdad. Una de las funciones más interesantes
que presenta este tipo de argumento para la práctica ético-política es que permite un
acercamiento heurístico, como anticipación pre-fáctica, que habilita a adelantarnos
760 Claudia Carbonell
a los hechos y diseñar políticas y soluciones a los problemas antes de que se presen-
ten. En el ámbito práctico, la articulación retórica –mediante una cierta configuración
narrativa de los hechos, circunstancias, historias, razones, emociones, etc.– prepara
el terreno para la acción moral y política, dotando a los datos brutos de sentido. Ahora
bien, la opinión común que sirve de punto de partida de la argumentación pública (re-
tórica) es necesariamente provisional y sujeta a revisión, de tal manera que las obser-
vaciones y objeciones particulares puedan insertarse en ella y modificarla. En efecto,
si bien es cierto que los hechos, las decisiones, etc., solo cobran sentido en un contex-
to, también lo es que la constatación o falsación de dichos hechos puede y debe ser
capaz de modificar el contexto.
El segundo tipo de argumentación retórica remite a la constatación de hechos, es-
to es a una verdad de orden fáctico. Los hechos fungen como límite externo y regula-
tivo de los constructos retóricos del discurso público. La capacidad de persuadir y de
mover a la acción de los argumentos radica precisamente en su armonía, en el acuer-
do, con los hechos. Esto es, la medida de la argumentación ético-retórica radica en lo
que podríamos llamar la verdad factual. Aquí radica el carácter garante de verdad y de
libertad de la retórica: como dice Aristóteles, «la tarea del que sabe es … evitar mentir
él acerca de lo que sabe, y ser capaz de poner en evidencia al que miente» (Ref. Sof.
165a24–25). Para que no se destruya la convivencia social, es fundamental que la con-
jetura verosímil en la que se apoya la argumentación retórica, que llamamos opinión
pública, pueda ser falseada o corroborada. Ante la inquietud que causa la re-interpre-
tación constante de los hechos que termina transformándolos en opinión o en «he-
chos alternativos», cabe siempre esa función de límite del discurso falso que tiene la
dialéctica: desenmascarar y poner en evidencia al que miente. La retórica apoyada en
la argumentación racional está en la capacidad de descubrir falsedades, de mostrar el
carácter engañoso de muchos discursos públicos.
Si bien ambas formas son válidas en la retórica, no conviene confundirlas, porque
ahí estaríamos ante una forma de engaño. Como ha visto Arendt, «borrar la línea entre
una verdad de hecho y su interpretación u opinión es una de las muchas formas que la
mentira puede asumir» (Arendt 2017, 55–56). Esta confusión explica por qué, en el
ámbito retórico, si se quiere engañar, lo importante es conseguir que el auditorio
crea –mediante el ejercicio de la fantasía– que aquello que se espera o se teme ya ha
ocurrido o está próximo a ocurrir, es decir, que es un hecho. Solo así puede esperarse
un juicio y una reacción. Esto solo es posible por el carácter creativo del mismo len-
guaje. Esto que nos resulta tan cercano en la vida política y cultural contemporánea,
cumple la previsión aristotélica cuando afirmaba: «creemos que lo que ocurre con las
palabras ocurre también con las cosas» (Ref. Sof. 165a9). En nuestro tiempo, con la
omnipresencia de las redes sociales, pueden citarse muchos ejemplos en los que una
afirmación originariamente ficticia en las redes sociales terminó convirtiéndose en
real para el público, que llegó a actuar a partir de ella.
Puede decirse que la retórica ha de habérselas con la verdad en un doble sentido:
en su función heurística como verosimilitud y en su función crítica como su límite, es
Decir (o no decir) la verdad en la esfera pública e institucional 761
decir, como su medida. Esto es, la retórica no es solo poética, es también argumen-
tación. Y como ocurre con la argumentación filosófica y científica, tiene como límite
externo, regulativo, la realidad, que en el caso de lo práctico denominamos hechos. Si
la retórica se diluye en poética, pierde su vinculación con la dialéctica y, al verse des-
pojada de argumentación, frustra su carácter de aguijón social que a la postre garanti-
za la misma convivencia.
Que el ámbito social esté a merced del lenguaje se da, entre otros factores, cuando
no se reconoce algo básico: que hay menos nombres que cosas, que el lenguaje es más
limitado que la realidad y, en esa medida, un mismo término y un mismo enunciado
tienen necesariamente que tener diversos sentidos. La isomorfía entre lenguaje y rea-
lidad no es completa. El lenguaje es, por su misma índole, ambivalente, plurisignifica-
tivo. Tiene carácter de símbolo, como dice Aristóteles. No saber o no reconocer esto,
lleva a mensajes planos y a la posibilidad de la manipulación. De ahí que la formación
humanista sea tan importante para nuestra sociedad: porque es en ella donde se en-
tienden (de facto, no solo teóricamente), los distintos registros del lenguaje, su capa-
cidad plurisignificativa. No hay formalización que consiga una univocidad total, pre-
cisamente por esa distancia (no isomorfía) entre lenguaje y realidad.
4 Conclusión
He querido mostrar cómo el discurso en el ámbito público conlleva una cierta lógica
narrativa de los asuntos humanos, es decir, es la racionalización de la vida pública.
Su función es dialéctica (no puede ser apodíctica, cuando se trata de cosas que pue-
den ser de un modo u otro), y ha de estar en capacidad de demostrar o de refutar los
motivos concretos por los que actúan los hombres. El uso público del lenguaje es dis-
tinto del análisis conceptual y del lenguaje asertórico que presenta la ciencia, pero no
por ello es un abandono de la racionalidad ni del concepto de verdad, sino al contra-
rio, pretende ser una ampliación. En el ámbito público, la verdad presenta la doble
función de coherencia, propia de la narración, así como la función de adecuación y
crítica.
La ganancia de la argumentación como instrumento esencial a la convivencia so-
cial, la necesidad de la discusión como intercambio de ideas, pero también como crí-
tica, son un logro del pensamiento occidental detrás del que alienta ese afán de ver-
dad, de dotar a todo de un lógos que marca la cultura griega y, por herencia, la
nuestra. Por ello, no es solo la formación de los comunicadores y de los filósofos la
que es necesaria para reorientar la comunicación pública de acuerdo con la verdad
fáctica. También es fundamental el carácter regulador de la sociedad en su conjunto:
por ello privar al hombre común del saber humanístico (que no es solo una cuestión
de contenidos, sino de dominio a fin de cuenta del lenguaje, de las herramientas dia-
lécticas), es privarle de libertad.
762 Claudia Carbonell
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