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La Locura Es Cosa de Mujeres para Topia
La Locura Es Cosa de Mujeres para Topia
“L A L O C U R A E S C O S A
D E M U J E R E S”
Historias de vida, delirios y redenciones
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PRELUDIO
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MANIFIESTO
Derecho al delirio:
Como acto del dolor de la vida
que construye una lengua de poesía.
Derecho al delirio:
Una lógica de armonía,
cuando la pasión subvierte
el orden de la muerte.
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En los manifiestos de la locura se desnuda, como una flor umbría,
la sospecha de un crimen...
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Día a día, hora tras hora, con maliciosa paciencia se levantan los
muros que nos defienden de las pasiones, vistas ya como un
peligro, en tanto hemos perdido la divina herencia de aquél
humilde pulidor de cristales, que hizo de las pasiones la llave
para abrir las puertas del misterio. Ese espacio donde se refugian
las conductas angélicas, dementes y subversivas, siempre
peligrosas, aú n en la maravilla, y cuyo registro esencial (hablo de
un sismó grafo del alma), só lo es percibido desde las poéticas del
ser, hechas acció n y también ética del lenguaje, y cuya
personificació n metafó rica demanda las escenas teatrales, sea la
tragedia, para la catarsis del espíritu alucinado, sea el drama, que
anuncia la historia del mañ ana. Sabemos, desde el saber de la
agonía, que el ayer contiene el color de nuestro tiempo, y que no
lo supimos purificar.
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má scara es su ú nico ser, y es el pensamiento quien lo legaliza
desde la razó n, como ayer lo hizo desde el horror. Con su ló gica
de: más pública es la crueldad, mayor es la eficacia, esgrime sin
pudor la legítima defensa, y dispone del verdugo para ahorcar a
la pasió n en el á rbol má s alto, el que hunde sus raíces en la
bó veda celeste. (Después dirá con serena impudicia: ¡estaba
mojada la maldita pasión, y la colgué allí para que se secara...! ¡Y
sus gotas fueron el rocío sobre la faz de Dios!)
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bú squeda del amor por otros medios. Hoy, en el tiempo del
martirio social que llamamos exclusió n, no solo el amor, también
la piedad muestra los ropajes de la muerte.
Post Scriptum:
Lo he dicho y tengo necesidad de repetirlo: Por vía de los Dioses
o el azar, por violencia o por enfermedad, o por accidente, por
muerte que fue cuando no debiera ser o cuando pudo ser
impedida, con crueldad o con inocencia, entre gritos o socorridos
por el amor, cada ser humano deberá construirse y reproducirse
histó ricamente sobre la angustia y en la tristeza, entre el furor y
la resignació n.
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pugnando a dentelladas por salir de ella en la agonía de la
desesperació n, pero también, en paradoja cruel, dialécticamente,
atados a ella como ú ltima morada de la vida antes de la muerte,
camino de puro dolor que anticipa la muerte absoluta en el
silencio de la soledad, o en la soledad del silencio. Sea un silencio
de palabras, de carcajadas, de vacíos o furores. Y aú n así, pese a
todo y por encima de todo, no cejamos en preguntar y
preguntarnos, en obtener las respuestas –siempre precarias–
que den sentido al ser en su existencia.
HISTORIAS DE VIDA
Las mujeres del alma pintada
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La historia de Marta
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Los hay que hablan de su infancia como sí fuera el paraíso. Yo no.
Tengo recuerdos muy tristes. Algunos alegres, también, pero son
pocos, casi no los veo ni los siento, como una pizca de azú car en
el tuco, que sigue siendo salado por má s que ya no llore la
cocinera. Tampoco tuve mú sicas, esas palabras de amor que
iluminan el alma. Acaso cuando yo nací Dios estaba en
penumbras, muy enojado...
Sufrí trastornos de conducta desde muy chica, así se dice, tenía
fantasmas en mi cabeza, así lo digo yo, y mis padres, para
esconder el problema, por no entenderlo, me llevaron a
psiquiatras, psicoanalistas, médicos de todo tipo, hasta que
terminé en la prostitució n. Y de allí al manicomio hubo un solo
paso. Yo lo di. Me llevó añ os, aunque tenía las botas de mi abuelo.
Casi me paso de largo y choco contra la pared de la muerte...
Todo empezó con mi hermana. Ahora no la veo ni recuerdo có mo
era su cara. Pero cuando nació yo tenía dos añ os y no me olvido
má s que me alejó de mi padre y de mi madre. Todos los besos
eran para ella. Todas las palabritas dulces para su oído y a mí que
me partiera un rayo. La odié con el corazó n entero. Y cuando
podía la rasguñ aba, la pellizcaba. Mi padre me sorprendió y me
pegó . Yo creí que me moría, y sí, me fui muriendo de a poco,
hasta llegar a lo que soy hoy: una mujer enferma, cansada, seca
para la vida. Ni siquiera me quedan los sueñ os hermosos de las
otras locas. Cuando empecé a hablar de las estrellas que me
comía para que mi alma no estuviera tan sola, me lo prohibieron.
El médico se enojó . Por eso ya no sueñ o. Yo ronco.
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voz de tan gruesa me asustaba y cada vez que se sentaba a mi
lado —era un colegio inglés, mixto, primario— bueno... me
tocaba las partes... Vaya a saber por qué, yo no le daba
importancia, era muy inocente, estaba en segundo grado, aunque
otras chicas, má s avispadas que yo, se daban cuenta, y me
marginaban... A mi madre se lo dije a los 28 añ os, nunca antes me
animé a contarle nada, aun cuando lo necesitaba... Mi cara se
ponía roja, mi corazó n palpitaba muy fuerte y me callaba...
No sé si esa historia en la escuela tuvo que ver, pero poco
después me internaron en un sanatorio. Como yo no me quería
quedar me engañ aron con la promesa de una manzana. "Está en
la pieza del fondo, vení a buscarla", me dijeron, y cuando me di
cuenta mi madre se había marchado. El cielo se puso nublado y
yo perdí la confianza en mi familia, me fui yendo de los otros, no
podía estar con nadie, dejé de hablar. Voy a castigar al mundo
con mi silencio, me dije, pero el mundo ni siquiera se enteró . Así
que empecé a comer estrellas, y a vomitarlas, para que todo se
volviera una gran noche.
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que había una máquina eléctrica, llena de cables, y el médico —
uno, en especial, que era rígido como una tabla y al hablar dejaba
caer saliva de su boca— siempre me amenazaba: "El día que te
portes mal te voy a dar electricidad con esta má quina". La tarde
aquella, luego que le corté las trenzas a la otra chica, el tipo de
blanco me fue arrastrando del pelo por el corredor hasta donde
estaba la má quina, y yo, del miedo, me hice caca encima, casi me
desmayé. Después me dijeron que el médico só lo quiso darme un
susto grande, para que escarmentara. No sé si escarmenté, pero
durante largo tiempo cada vez que me asustaba volvía a cagarme
encima, igual que una vaca.
Pasaron unos meses y me llevaron a Montevideo. Le rogué a Dios
que el barco se hundiera, pero no me oyó . Comí y vomité
estrellas, tampoco sirvió . Se trataba de recluirme en un asilo y así
lo hicieron. Siendo tan chiquita empezó el fin de mi vida. Tuve
que lidiar con lesbianas, prostitutas, ladronas, asesinas de todo
tipo. Yo tenía once añ os, veía fantasmas, vomitaba estrellas como
si fueran sapos y me hacía caca encima del miedo. Nadie tuvo
piedad de mí. Soñ aba que estaba muerta y supe que el infierno
existe. Yo lo conocí. Hasta el fuego me dejó su marca.
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Una vez al mes nos obligaban a una especie de examen de
conciencia. Una de las preguntas me quedó grabada: "¿Has
tenido amistades particulares con alguna compañ era?". Yo podía
haber sentido alguna afinidad espiritual, una amistad pura, podía
haber encontrado alguien en aquel tremendo desierto, pero eso
ya era visto como un grave pecado. Te van metiendo sus ideas
perversas en la sangre hasta que una está negra del odio y el
espejo nos muestra como a un animal que se dejó llevar de
cabeza al matadero.
Eso es lo que a mí me enfurece: no te dejan elegir. Hay una gran
picadora de carne que decide: vos vas a ser una lesbiana, te
convertirá s en prostituta, a los gritos denunciará s a Dios porque
sos una loca, te vas a morir en un manicomio y nadie tendrá
memoria de que un día caminaste sobre la tierra...
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un trapo sucio. Me dieron una inyecció n que nunca acababa... Me
dijeron que tuve convulsiones...
Después de casi un añ o de asilo me escapé por un ventiluz, por
arriba de los techos. La suerte me abandonó , caí y por poco me
rompo la espina dorsal. Entonces me trasladan al Hospicio de
Montevideo. Llena de piojos, con vendas sucias, todavía
lastimada y sangrando, un asco. Esta vez mi padre me vino a
buscar y me llevó con él a Buenos Aires. En el barco, cuando el
Río de la Plata se volvió má s negro, firmé la paz con las estrellas:
yo dejaría de comerlas y ellas me alumbrarían. Por un tiempo
soñ é que mi destino cambiaba. No cambió . Supe que Dios es
rencoroso y colérico. El barco se estremeció con la tormenta y mi
padre sospechó de mí.
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en que ya no quiero recordar. Cierro mis oídos para no escuchar
ese viento que sopla, triste, y pienso que es una historia dolorosa
pero ajena, que le sucedió a otro y en un tiempo muy lejano...
Sin embargo los recuerdos se obstinan. Una mano, una voz abren
mis oídos y mis ojos, veo có mo castigan a mis compañ eras, veo
có mo caen al suelo, escucho sus gritos y eso es peor que cuando
me tocaba a mí. Yo quería a una compañ era, y un día se la
llevaron, envuelta en una frazada, muerta. Lloré y grité mientras
el mundo se ponía en blanco ante mis ojos.
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Al fin me hacen un juicio por insania y dictaminan que soy una
alienada mental, incapaz de vivir en sociedad, peligrosa para mí y
los demá s. Así lo dijeron y me dejan en custodia en el hospicio,
esta vez en el pabelló n de los castigos. En vez de camisó n me
ataron un chaleco de fuerza. Son igual de blancos, pero no hay un
amante que te susurra al oído palabras de amor sino un
enfermero con ojos de buho que se masturba y después te pasa
por la boca su espantosa leche blanca, y una grita y el chaleco se
te hunde en la carne y la noche no tiene fin y no hay lá grimas que
alcancen...
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Lo que yo quería era salir del hospicio y sentirme libre. Era una
muchacha, no se olviden. ¡Basta de tristezas!, me decía. ¡Que
alguien me ame!, me decía, y me dejaba besar por los muchachos
en la plaza. Ellos se reían y me buscaban.
Después llegaba la policía. Qué importaba. Yo había sido por unas
horas la dueñ a del mundo...
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Cumplida la mayoría de edad, sin ganas de estar encerrada otra
vez en el hospicio y sin una familia que me protegiera, no tuve
otra que aceptar la propuesta de un tipo que conocí en un café de
Constitució n: viajar a Salta, a probar suerte en un cabaret. La
cuestió n era irme de Buenos Aires, bien lejos, pasara lo que
pasara. Ademá s, con mi historia a cuestas, ¿de qué me iba a
asustar?
Estuve trabajando con "la rusa María", una de las grandes
meretrices que había en el norte, una gran mujer, muy famosa,
muy sana con quienes dependían de ella. Cuando me di cuenta
que empezaba a ver fantasmas en los espejos del cabaret se lo
dije, ella me entendió , nos despedimos bien y pegué la vuelta
para Buenos Aires. Me traje varios vestidos nuevos, tenía pasió n
por las pulseras y me pintaba la boca de color rojo fuerte, casi
negro.
No me había olvidado de los malos tiempos y sin embargo tenía
ganas de vivir en la capital. A una siempre le queda la ilusió n de
ganarle la partida al destino, la ruleta tiene má s que el cero y ya
no me comía las estrellas de la noche...
Me dije eso y mucho má s, para darme fuerzas. Probé con una y
otra cosa. Fui a misa. Perdí en todo y al final no quedó má s
alternativa que meterme otra vez en la prostitució n.
Igual que en Salta, pero ya no estaba "la rusa María", ya nadie me
regalaba pulseras y los fantasmas saltaban del espejo y me
apretaban el cuello... ¿Alguien caminó hasta el borde del río para
tirarse? ¿Alguien llorando se acercó a las vías del tren para
arrojarse? Esa soy yo.
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Aprendí bien que el oficio hace dañ o. No só lo en el cuerpo, no
só lo que mi carne se me volvió insoportable... También se pierde
la mú sica. Yo conocí la mú sica... No importa cuá ndo la conocí,
có mo la conocí o con quién. Yo había estado en el asilo, en la
cá rcel y yo tenía la mú sica de mi alma. Ahora en vez de mú sicas
había insultos y rechazos. Eso está mal. Me podrían pegar con un
lá tigo y no estaría tan mal. La mirada del desprecio te humilla. La
voz del desprecio te quita la mú sica... Y una se vuelve demasiado
nerviosa, las venas del cuello saltan, una desconfía hasta de su
sombra —¿o no es en la sombra donde se agazapan los fan-
tasmas?— y poco a poco, para defenderse, una se llena de
maldad. Es el momento en que la prostituta dice adió s, ensaya
una reverencia y se retira, o termina loca en un manicomio,
sifilítica o con sida en un hospital, o una mendiga que duerme
por la calle, tirada sobre diarios...
El alma ya es veneno, los pastitos del alma ya fueron pisoteados,
y el odio es el deseo de meter cuchilladas aquí y allá , donde se
pueda...
Hay veces en que una anda tan mal que quisiera estar sola y
llorar escuchando un bolero, pero necesita plata y vuelve a la
calle a buscar el cliente. Y tengo que estar con un tipo que no
conozco, que no quiero y que no me gusta. Tengo que decirle "mi
amor" y acariciarlo, eso esperan. Entonces ruego por la mú sica,
pongo la cabeza como en blanco y trato que el tipo termine lo
má s pronto posible, para sacá rmelo de encima, porque me da
asco... Tanto asco que si tuviera un palo se lo clavaría en el culo...
Aunque después, si veo la sangre. soy capaz de llorar a moco
tendido.
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Apenas el cliente "acaba", una se bañ a lo má s que puede, para
sacarse de encima al hombre que estuvo con una, sacarse de
encima la suciedad propia y la del otro. Necesito bañ arme
mucho, me friego y me refriego hasta lastimarme... Ya cuando
entro al hotel me bañ o y exijo que mi acompañ ante se bañ e, de lo
contrario le rezo una letanía que ni la Virgen María se salva.
Alguien me dijo que cuando me enojo tengo la boca de una
cloaca. Debe ser cierto. Debe ser una puta, conchuda y pajera
verdad. Pero de mi alma, ¿quién dice algo de mi alma y de la
mú sica que le quitaron cuando mi vida no era má s que el
comienzo y el cielo apenas un reino para el viento?
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adelantado, el hombre trata de sacarnos la plata. Se aprovecha
cuando la mujer está en el bañ o, cosa que me ha pasado. Una vez
salí del bañ o meá ndome encima… El asunto puede ponerse
bravo, pero como una a la fuerza se ha vuelto dura, se defiende, y
es difícil que pierda. El hombre se va rá pido a barajas.
A mí me han amenazado hasta con cuchillo y prometido que me
iban a llenar de puñ aladas. Después, frente a frente, no se han
animado a decirme "buenos días". Saben que soy bastante
revirada cuando me enojo. Capaz de poner una mesa de
sombrero. Ya lo hice. No só lo la mesa, también los vasos, los
platos y todo lo que encontraba a mano.
Igual una comprende que tarde o temprano le toca besar el piso,
y que si pierde el destino puede ser la cá rcel, el hospital o el
cementerio. Y esto ocurre cuando el hombre le toma el tiempo a
la mujer, percibe que en el fondo está con miedo. Es que el
hombre tiene instinto de asesino y a nosotras má s bien nos da
por ponernos melancó licas, o locas... Mucho grito, o mucho
silencio, o desnudarnos en los patios del manicomio para
recordarle a Dios que sin nosotras él no sería má s que un
angelito... La vida nos pertenece, que mire nuesto cuerpo y no se
olvide...
Hay de todo en la viña del Señor, decía la vieja que lava las
sá banas del hospicio.
Yo no soy la ú nica que sabe endurecerse. Una vez habíamos
salido con una amiga y dos hombres. Y el hombre de ella, ya
adentro del hotel, no quiso pagar, eso que mi amiga había
trabajado bien. Entonces ella tiró toda la ropa del tipo por la
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ventana y lo dejó desnudo, dentro de la pieza, solo. Desde la calle
se escuchaban los gritos.
Es feo que a una la conozcan y le prohiban la entrada en algunos
sitios. Una se siente un perro; que venga un mozo a gritarnos que
nos larguemos, lastima. Una es dura, pero tiene el corazó n
pintado. Para evitar las amarguras una camina por las calles os-
curas, se hace amiga de las que trabajan en lo mismo, o de
quienes por otras macanas de la vida también son rechazados.
Y siempre está el temor de que el nuevo cliente sea policía. Ese es
el peor fantasma, una ya no se lo saca de encima, como si fuera la
propia piel... La piel que lava y lava...
A veces me pongo a pensar y me doy cuenta que el mundo está
loco, que la cabeza de la gente se llenó de pajaritos, pero
pajaritos negros, esos que comen carroñ a...
Nadie trata de hacerse dañ o a sí mismo, salvo si el alma se
oscurece, entonces hay que pensarlo dos veces, para que la vida
no sea tan difícil... Algunos hombres no lo piensan, especialmente
si ya tienen sus buenos añ os, y creen que la mujer se va a
enamorar de ellos porque nos meten y sacan el fierro. Se
quieren hacer "los maridos", hasta dan consejos y buscan que
una, ademá s del polvo, les ate los zapatos. Aunque no pueden
conseguir una mujer sin pagar, se niegan a ver que está n en
decadencia. No es que pretendan zafarse de pagar por vivos, lo
que les duele es sentirse viejos. Se piensan, para colmo,
insuperables, sobre todo si saben que su mujer anda con un tipo
joven. Cuando una cansada de escuchar mentiras se los dice, lo
má s fácil es que reciba una puteada. O un golpe... Tengo adornos
por todo el cuerpo.
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Llevo una corona de espinas en la cabeza. ¿Se nota que de niñ a
estudié el catecismo y que ahora vivo en la hora que anochece?
El espejito me dice que estoy muy vieja...
¿Alguien se atreve a decirme en qué momento envejecí?
¿O fue mi padre que me quiso degollar y no sabía...?
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Hay noches en que mi memoria tiene fiebre. Hay noches en que
el sueñ o se cae de mis ojos. Hay noches en que la soledad me
castiga con una piedra...
Una noche que estaba sola y muy cansada y con sueñ o entro al
café "La Comedia" y conozco a un tipo. Le acepté un coñ ac y
como no tenía dó nde ir a dormir me fui con él a un hotel
alojamiento. A la mañ ana me lleva a su casa, en La Boca, donde
vivía con un amigo, con quien me caso a los pocos días. Tomamos
mucho vino, comimos asado y nos enamoramos a primera vista,
como en las películas. La prostitució n quedó en el olvido. La
locura quedó en el olvido. Se lo dije todo mientras lloraba y él me
acarició la cabeza. Comenzó a llover. El cielo no miente, pensé:
ahora está s con un hombre en serio...
Viajá bamos de un lado a otro. Nos reíamos de cualquier cosa,
como dos castañ uelas. Teníamos alma de gitanos. Cuando
estuvimos en Catamarca pensamos en adoptar un chiquito,
parecía que yo no podía tener hijos. Recorrimos medio país,
terminamos en el sur. Primero en Comodoro Rivadavia y luego
en Bariloche. Allí mi marido consiguió un trabajo en Parques
Nacionales, de guardabosque. Fueron los añ os má s felices de mi
vida los que pasé en el sur. Estaba en plena naturaleza, no tenía
problemas con nadie, andaba como quería, hasta desnuda por el
bosque... Conocí el nombre de las estrellas, podía nombrarlas una
a una, hablaba con ellas, me enteré de sus vidas, de sus secretos,
yo también poco a poco me convertí en una estrella, mi cuerpo
entero brillaba y cuando acercaba mis manos al fuego se
levantaba una gigantesca llamarada... Fui otra vez una niñ a y
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después de muchos añ os dormí sin pesadillas... Ahora el sol era
mi padre, y me cuidaba...
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tuvimos una relació n rá pida y fuerte, sin dinero por el medio, y
por accidente quedé embarazada. Jamá s creí que me pudiera
pasar. Acaso fue por el cambio de clima, vaya a saberse, nunca se
repitió , o por la mú sica paraguaya, demasiado dulce.
Estuve internada en el Policlínico de Lanú s, y a los dos días sufro
un ataque de nervios. Quería dar a luz, pero sentía terror por la
oscuridad del mundo. "Fue Dios el que me cojió ", gritaba. "Fue mi
padre el que me violó "; "el hospital está lleno de muertos",
gritaba y gritaba. Como seguía la crisis me dopan y me llevan al
Hospicio de Mujeres. Ahí, en el hospicio, donde las estrellas se
habían vuelto negras, nació mi nena.
Apenas la vi, muy poco la besé que ya me la sacan y se la llevan a
la Casa Cuna. Sentí que me partían en dos pedazos. Si alguien me
hubiera preguntado quién soy, habría dicho: una muerta con los
ojos abiertos...
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deditos como pétalos, muy frá giles, sentí miedo por ella, tuve que
dejarla al cuidado de mí hermana, que ahora debería estar
dá ndose el gusto de dormir con mi padre. Si quería besar a mi
nenita tenía que entrar a escondidas en la casa. Yo era un
fantasma que se escapa del infierno.
¿Y el destino? Ah, el destino sacó por fin de su bolsillo una flor
para mí. ¡Conseguí trabajo! Me nombraron empleada en el
Correo con un sueldo modesto pero no despreciable. Voy a ver a
mi familia y se los cuento. Las cosas irán mejor, me tienen que
ayudar, necesito vivir con ustedes y con la nenita... Me puse
casi de rodillas para decirlo. Cerraron sus oídos. Vi la piedra en el
corazó n. Estaban cansados de mí.
"La piedad tiene un límite", fueron sus primeras palabras. "No
pises má s esta casa", fueron sus ú ltimas palabras.
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cajó n, viva. Sentí có mo los gusanos se comían mis ojos; me
desmayé un par de veces por la calle, mi cabeza cambió .
¿Yo era otra? ¿Quién era yo? El llanto enfriaba mi alma...
Me daban asco los hombres, trataba mal a los clientes, tuve
problemas, no só lo insultos, una vez me rompieron la boca, perdí
un diente, mis ojos azules eran rojos...
Me volví nerviosa, como si tuviera una cuchilla en la nuca;
desconfiada hasta de los gatos, me hice mala, mala. Deseaba
pescarme alguna peste de un hombre y salir a la calle a cojer con
todos, tratando de contagiar, de dañ ar. "Los voy a matar a todos
con mi concha", repetía entre dientes como una loca...
Cansada de mí me sentaba en una plaza, hasta que la sombra de
mi cuerpo huía lejos, muy lejos...
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Ya no escucharía las mú sicas... ya no servirían mis gritos... Mi
alma era el silencio, lo supe, poco valía si andaba sobre la tierra o
sobre el cielo...
Nací con mala estrella, y con la ayuda de tantos buenos señores
que conocí en este mundo me terminé de estrellar. ¿Se podía
esperar otra cosa? ¿Quién era yo para cambiar de estrella? ¿Qué
será mañ ana de mi hija Magdalena?
...Ahora que estoy loca de toda la cabeza me dejará s Dios mío,
padre mío morirme en paz... ¿Me dejará s?
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La historia de Juana
¿No me diga que se pone triste? Mire que no soy má s que una
loca... Todas las chicas del hospital tenemos una historia,
algunas, como yo, se animan y la cuentan, otras se callan...
Tampoco hay muchos que quieran escucharnos... Los médicos,
en general, se enojan... ¿Les estará prohibido ponerse tristes...?
La gente le tiene miedo a la tristeza. Lo veo en los ojos...
La primera desgracia
¡No se acerque! ¡Cuidado! ¡Yo soy la mujer del fuego ¡Si me enojo
se puede morir! ¿Me creyó ? ¿Se asustó ? ¿Tiene miedo de morir?
¿Piensa que el fuego le va quemar la carne y el humo entrará en
sus pulmones hasta ahogarlo? ¡No se acerque! ¡Vaya con cuidado!
¡Hoy es un día de viento! ¡El viento hace crecer las llamas! ¡El
viento me pone el fuego en la cabeza! ¡Pobre mi cabeza! ¡Llena de
fuego! ¡Llena de fuego!
...No pasó nada. Era para conocerlo. Hay algunos que les hablo
del fuego y corren. Otros se ponen a gritar y vienen los médicos.
Usted se quedó . Así que si gusta le cuento mi vida. Mi vida era
muy tranquila. Una vida má s hasta que llegó el fuego…
Yo nací en Santa Fe, en una colonia, mis padres trabajaban la
tierra. Era un lugar hermoso, con una luz serena que nunca má s
vi en mi vida. Campo abierto, con vacas, caballos, chanchos,
gallinas… Se plantaba trigo, maíz, avena… Tomá bamos la leche
pura y caliente de la vaca y comíamos pan casero. Mi padre hacía
jamones y bondiolas cuando carneaba un chancho en el invierno.
Mi madre cocinaba todos los domingos una torta amarilla con
muchos huevos… La guitarra la tocaba mi hermano mayor. Las
canciones eran para la boca de mi otro hermano, canciones
tristes que me traían lá grimas pero igual me gustaban…
La primera desgracia me ocurrió en el viaje a la casa de mi tía,
ella vivía en un campo cercano. Yo tenía esa mañ ana dolor de
barriga, no quería ir, les pedí a mis padres que me dejaran en la
cama, ellos insistieron, se enojaron y tuve que levantarme.
Apenas desayunamos y ya se largó la llover, el cielo se puso
negro y quería caer sobre la tierra. Le dije a mi padre que me
volvía a la cama, yo tenía apenas ocho añ os y estaba asustada,
pero él me miró muy fijo y no me moví de la silla.
Siempre que llovió, paró. Así dijo mi padre y a las pocas horas el
sol que salió le dio la razó n. Teníamos un carro grande tirado a
caballo, la casa de mi tía quedaba cerca y fuimos. Mi padre
llevaba un jamó n, mi madre una torta má s amarilla que nunca,
mi hermano Raul su guitarra y mi hermano Pedro y yo nos
acomodamos en silencio en el fondo del carro. No anduvimos
má s que un par de kiló metros y el cielo se volvió negrísimo,
como nunca negro. Ruídos terribles en lo alto, la lluvia que crece
como un mar en su fuerza, y de pronto cae el rayo… ¡El rayo! ¡El
rayo! ¡El fuego del cielo! ¡El fuego sobre el caballo!... ¡El fuego, sí!
¡El fuego, sí! ¡Sobre el caballo! ¡Sobre el caballo!
La mujer dejó de hablar y se tapó la cara con las manos. Hay veces
en que uno hace lo que no debe. Yo estaba emocionado por el
relato de la mujer, quería abrazarla, no me animaba, así que
saqué el encendedor de mi bolcillo. Un viejo encendedor a benzina
que me acompañó durante mi exilio en el norte de Europa. Lo
encendí y lo apagué. Lo encendí y lo apagué. Ya no fumaba. Pero
me gustaba el calor del encendedor en mi mano, el áspero olor de
la benzina, la llama amarilla y bien formada, como una bailarina
en el viento.
La mujer levantó las manos y dejó al descubierto el horror de sus
ojos. “!Fuego! ¡Fuego! ¡El cielo me castiga con su fuego!” La mujer
corrió detrás de sus gritos. Yo guardé el encendedor en mi bolsillo
y me fui caminando despacio hacia las grandes puertas del
hospicio, sintiendo en mi estómago los ácidos del peor daño: aquel
que se comete sin deseo
La tercera desgracia
Dejé pasar los últimos días del invierno antes de volver al hospicio.
Se dice que las cosas no cambian de un día para otro. Al menos allí
fue cierto. Me esperaban el cielo, el sol y el paisaje anterior.
También los mismos cuerpos errantes, el mismo dolor anónimo y
helado.
Alguien se reía. Alguien me sacó la lengua y se tapó la cara.
Alguien vagaba con su corona de laureles. Una criatura alucinada.
Alguien me miró en el comienzo de su eternidad y yo pensé: nadie
puede ser herido, tanto.
La historia de Antonia
Se lo voy a decir…
Sé que me quieren matar, lo sé. También sé que me odian. No
pueden soportar mi limpieza… demasiado sucios para mi
limpieza. Me han delatado… me han pegado…
Pero ya no me engañ an… Por ejemplo, aquí hay un hombre que
se hace pasar por mujer, y para colmo se presenta como
médica… yo me le río, o grito, fuerte, no me voy a dejar
sorprender… es un hombre asqueroso… me quiere matar…
Ya van varios días que no como… pero es la ú nica manera de
mantenerme limpia, de bañ arme…
Al mediodía, cuando todos comen, yo me voy al bañ o, está vacío…
y tengo tiempo… y toda el agua que quiero…
Y estoy limpia porque me lavo la ropa, tengo todo el día, así que
puedo lavarme bien…
Y si algú n día me sorprenden para operarme van a ver lo limpia
que soy… todo el cuerpo limpio… toda la ropa limpia…
En mi sala había una chica, muy gordita, comía mucho, y
vomitaba, para mí que era de tanto comer… Los médicos dijeron
que era del estó mago y la operaron, de un día para otro, y la
desnudaron, y la encontraron toda sucia…
Y había otra… Cuando la trajeron al hospital tenía una cicatriz en
un costado, desde el pecho hasta la ingle, y la abrieron toda, y
nunca má s estuvo bien, y ahora se va a morir, y la muerte la va a
dejar como estaba: sucia, sucia…
Todos se quejan de la comida… sé que es una porquería, pero a
mí lo ú nico que me preocupa es la higiene… Es una lucha, y ahora
hay una gitana que no tiene la mínima humanidad; cuando
termina de comer escupe las ollas y los platos… Yo podría irme,
pero me quedo acá … y tomo todo lo que me mandan, así no me
molestan y puedo ocuparme de cosas importantes…
Estuve algunos días en ese hospital que olía a gatos muertos. Una
monjita de ojos dulces se ocupó de esta pobre mujer. Me hablaba
de Dios y yo besé el crucifijo, hasta lloré. Esa noche el viento
golpeó muy duro contra las ventanas. Era Dios que buscaba
entrar y no podía. Yo grité y grité…
A la mañ ana me trajeron al hospicio… Allí quedé, y aquí sigo, una
demente… Lo que dice no sirve, lo que veo nunca fue…
A lo mejor todo resultó má s largo. El infierno es igual al desierto.
Arena, siempre arena…. para mí quedó así, algo chiquito,
repetido, que se puede contar chiquito, repetido, ni siquiera se ve
mi pelo rubio, que caía hasta la cintura.
Esto es lo que recuerdo. Lo que el dolor deja que vea en mi alma,
antes que los bichos negros que vuelan y dan golpes contra la
ventana entren de una vez y me piquen los ojos…
Lo terrible son los espejos… Una está allí, desnuda, inmó vil… En
el hospital está n prohibidos los espejos… Una se ve la cara,
aunque cierre los ojos… ¿De quien es esa cara? ¿Por qué me mira
así…? ¿Dó nde se fue Brunilda? ¿Có mo hago para que vuelva…?
Mi ú nica suerte es que el cielo no es un espejo. Puedo quedar
horas frente al sol. A veces me duermo… Y estoy otra vez en
Misiones, cuando apenas caminaba, en la tierra roja, sin sangre,
no había dolor, y la ú nica verdad eran las mariposas.
La historia de Herminia
Primer momento
Las cosas son buenas o malas segú n el día y la hora. Con lluvia o
con viento. Con el viento de la Patagonia hasta los caballos
pueden volar. Ver el sol a la noche no es bueno, alguien se
pueden morir, o perder su alma…
También eso pasa con la mú sica. Cuando estoy muy triste apenas
puedo escuchar tangos… Por eso siempre que puedo los
escucho… ¿De qué voy a estar alegre?
Ya soy má s vieja que mi mamá y no puedo recordar su cara…
A mí me han llevado de cabeza al matadero…
¿Sabe que tango me emociona mucho? Ese que en una parte
cantan “La luz de un fó sforo fue…” Ahora mismo tengo ganas de
llorar un poco… Otro tango para mí, es ese donde Gardel le llora
a Buenos Aires… Aunque soy de la Patagonia entiendo su dolor…
¡Qué hombre Gardel! No lo conocí, pero tiene sonrisa de hombre
bueno, incapaz de una mentira… ¡Me han mentido tanto! A mí
Gardel nunca me hizo dañ o. Podría venir ahora, sentarse a mi
lado y yo no tendría miedo, hasta le acariciaría la cabeza, igual
que a un niñ o. Me despierta todos los sentimientos… Y pensar
que murió quemado… Que nadie lo pudo cubrir con nieve… Nada
má s que cenizas… A mí todos los hombres me hacen dañ o. Son
como los perros. Ayer estaba caminando por el fondo del
hospital y un perro amarillo, sin cola, mi quiso morder… En
seguido vinieron dos o tres má s, todos blanquitos… ¡Qué susto,
Dios mío!
Y después, si una grita, amenazan: ¡la Herminia está loca, la
Herminia está loca! ¡Ya vas a ver!
A mí me gustan todos los tangos que canta Gardel, pero má s
todavía sus milongas. ¡Y eso que nací en la Patagonia! Que vi
volar los techos y los caballos…
Segundo momento
ANAHÍ: ¡No jodá s, eh! ¡Que buscá s eh! ¡Que el tipo te rompa la
concha, eh! ¡Que te la entierre en el hoyo, eh!
MUJERES A CORO:
INÉ S:Después se quejan… ¡Qué harían sin mí…! Ayer esa dulce de
leche se tiró al suelo… Má s de cuatro horas babeando dormida…
¡Ni Dios la levantaba…! Conocí otra igual en Ingeniero White…
¡Có mo cogía la turra…! ¡Hasta en sueñ os! (Rie) ¡Ah, La Luna! ¡La
Luna! (Retoma con el piano la melodía, canta)
MUJERES A CORO:
Arrabal amargo,
metido en mi vida
como la condena
de una maldición…
MUJERES A CORO: ¡Sí, sí, bailemos un tango! ¡Dios tiene los ojos
grandes!
INÉ S: (Deja de tocar y golpea con su mano sobre la tapa del piano)
¡Chicas! ¡Chicas! ¡Mis vírgenes viejas…! ¡Quién de nosotras
conoció a Gardel! ¡Quién le acarició su espalda de oro! ¡Quién le
dio pastillas para el aliento! ¡Quién de nosotras…! ¡Maité! ¡Un
aplauso para Maité!
MUJERES A CORO:
Rechiflado en mi tristeza,
hoy te evoco y veo que has sido
En mi pobre vida paria,
solo una buena mujer,
Tu presencia de bacana,
puso calor en mi nido,
Fuiste buena, consecuente,
y yo sé que me has querido,
Como no quisiste a nadie,
como no podrás querer…
MAITÉ : (Cada vez más lejana) Fui a verlo con Rosita, mi amiga de
Los toldos… ¡Era un hombre tan hermoso! Nunca había
escuchado cantar así… ¡Tenía el pelo lacio, muy oscuro, muy
negro, casi azul…! Y reía sin miedo… y mostraba el alma abierta…
Yo no conocí a mis padres, só lo lo vi de muerto… Y mi hermano
me besaba cuando bailá bamos… ¡Có mo no me iba a enamorar de
Gardel…! Todavía hoy, cuando lo escucho, mi pecho se pone má s
alegre, liviano… se mueve… quiere volar…
(Sin dejar de bailar la mujer se desprende la parte superior de su
vestido y deja libre sus pechos, los acaricia y con la misma
inocencia los vuelve a cubrir)
LUCAS: Y este baile, ¿para qué, Maité? ¿Qué es lo que debo ver… y
no veo?
LUCAS: Maité…me gustan sus sueñ os… podría estar toda una
noche y todo un día escuchá ndote…sin moverme,asombrado…
¿De eso se trata, volverme ciego para ver tus sueñ os?
LUCAS: ¿A quién?
MAITÉ : ¡A él!
MUJERES A CORO:
Patotero
rey del bailongo
patotero
sentimental
escondés bajo tu risa
muchas ganas de llorar.
Ya los años
se van pasando
y en mi pecho
no entró un querer,
En mi vida tuve muchas, muchas minas,
pero nunca una mujer…
MUJERES A CORO:
MUJERES A CORO:
MAITE: ¡Lucas!
ANAHÍ: ¡Te querés ir, eh! ¡Querés cojer, eh! ¡Querés romper la
concha a las mujeres, eh!
LUCAS: ¡Bestia, peor que una bestia! ¡Por qué ese odio! ¡Qué hice!
¡Qué tengo que pagar! …
ANAHÍ: ¡Pegá s, eh! ¡Tenés que pagar, eh! ¡Querés coger, eh!
¡Querés romper la concha a las mujeres, eh! ¡Sos un guacho, eh!
¡Guacho, eh!
Maité toma del brazo a Lucas y lo aleja de Anahí. Se
escucha El día que me quieras. Maité logra que el hombre,
todavía confuso, baile con ella. El hombre mira a Herminia, que
sigue rígida, sobre el banco.
MUJERES A CORO:
MAITÉ : …La mú sica… Por los oídos me llega hasta el alma… y allí
duerme… Y el dolor queda afuera, muy lejos… Y se convierte en
sueñ o… igual que este lugar… ¿Es cierto que escribe?
LUCAS: ...¿De amor…? No, ya no… Poco tengo que ver con el
amor… Escribo mis sueñ os de muerte… Son sueñ os sin rostro…
Mi muerte está lejana… aú n sin nacer. (Riendo con amargura) ¡Y
espero que se quede bien lejos!
MUJERES A CORO:
CARMEN: Sí… sí… por un rato no somos basura… Aquí todo el día
somos basura… ¿No tiene miedo?
LUCAS: ¿Miedo…?
CARMEN: ¡No puede irse! ¡Lo van a ver!… ¡Por favor, quédese
otro poco!... ¡Hace tanto que no bailo con un hombre!... Yo bailaba
mucho… Pero ahora no tengo tiempo…tomo la leche… tomo el
mate… tomo las pastillas… y después duermo…
CARMEN: Hoy es distinto… Inés dijo que hoy era una fiesta…
Porque murió su padre… Y dijo que a la noche vamos a jugar… A
mí no me gusta jugar con las mujeres… ¡Con nadie, con nadie! ¡Yo
no quiero jugar! ¡Yo estoy cansada!
LUCAS: …No entiendo lo del juego… tampoco entiendo que
tengan turnos para sacarme a bailar… ¿Todo es un juego? ¿A qué
jugará n esta noche…?
LUCAS: Pero si yo… ¿Có mo dice eso?... (Ríe, cada vez más
nervioso)
CARMEN: ¡Por favor, un hijo suyo! ¡Un hijo sano! ¡Un hijo de
Gardel, para ser libre!
CARMEN: ¡Un hijo! ¡Un hijo de Gardel! ¡Un hijo que me ame, que
me lleve con él…!
MUJERES A CORO:
LUCAS:
LUCAS: ¡Por qué! ¡Qué le hice! ¡Por qué me odia! ¡Me entiende!
¡No, no me entiende! ¡Quiere matarme y ni siquiera me
entiende…!
ANAHÍ: ¡Por qué me odia, eh! ¡Me entiende, eh! ¡Querés coger, eh!
¡Querés romper la concha a las mujeres, eh!
MUJERES A CORO:
LUCAS: ¿El amor, Maité…? …¿O los mil sueñ os del amor…?
INÉ S:¡Ya sé! ¡Ya sé! (Riendo) ¡No usa sombrero ni condones! …
¡Ah, profesor, mire que no estamos en Ingeniero White…!
MUJERES EN CORO:
Madreselvas en flor
que me vieron nacer
y en la vieja pared
sorprendieron mi amor
Tu humilde caricia
es como el cariño
primero y querido
que nunca olvidé…
Madreselvas en flor
trepándose van
en tu abrazo tenaz
y dulzón como aquél.
Si todo los años
sus flores renacen
¿por qué ya no vuelve
Mi primer amor?...
ANAHÍ: (De un salto sube a la mesa) ¡El guacho nos está espiando!
¡ …¡Querés coger, eh! ¡Querés romper la concha a las mujeres, eh!
(Llorisqueando) …!Que el guacho me de para el mamao! ¡Para el
mamao!
INÉ S: ¡(Empuja a Anahí) ¡Bajá te de ahí, culo con pelos! ¡Te voy
hacer tragar la poronga de un perro, a ver si te calmá s!
INÉ S: ¡A ver, profesor, dele unos pesos a esta tira pedos para que
traiga vino…! ¡Ah, La Luna… La Luna…! ¡Aquellos sí que eran
buenos tiempos! ¡Ahora me hacen estar en un lugar de mierda
tomando vino de mierda! ¡Tengo paralítica el alma! …Bueno, abra
el chanchito, profesor…
LUCAS: (Duda un instante) …Claro … sí… (Le da algunos billetes)
INÉ S: ¡Gardel sí que era un señ or! ¡Nunca dejaba pagar a otro!
(Cuenta otra vez el dinero, le da un poco a Anahí y guarda el resto
en su escote)…Ahora, hasta los perros duermen con la boca
cerrada…
INÉ S: ¡Sí una no se arreglara con estas cosas…! ¡La comida de acá
es una bosta, hasta las ratas la vomitan!.. ¡Mi Luna, Luna, que
oscura es la noche en este puto hospital…!
INÉ S: ¡Te lo avisé, culo negro! (Saca de sus ropas una navaja y da
un tajo al brazo de Anahí, quien sangra y llora)
CARMEN: (Le habla a Lucas) ¿Sabe qué nos dan de comer acá ?
¡Sopa de agua y sal!... ¡Claro, en sus películas es distinto! ¡En sus
películas comen de todo! ¡Hasta toman champá n!... ¡Y acá, sopa y
sopa, agua y sal! ¡Todos los días!... ¡Aunque una no tenga ganas!...
¡Aunque una só lo quiera gritar y llorar hasta volverse de piedra!
¡Pero mi hijo me va a sacar!... Yo no tenía marido… Yo me quedé
sin trabajo… Tenía un hijo… él me cuidaba… se lo llevaron… a mi
hijo… yo los vi… sus uniformes… lo golpearon… lo arrastraron
por el piso… las manchas del piso no salen… ¿Me van a castigar
por lo que estoy contando…? ¡El electroshock! ¡No me importa!
¡El me pondrá un pañ o de agua fría en la cabeza! ¡Mi hijo me va a
sacar de acá !
INÉ S: ¡Otra pajera! ¡No aguanto a las pajeras! ¡Habla del hijo y
llora!... Yo no tengo hijos (Ríe)… Tengo abortos… Al final resulta
má s barato… ¡Te limpian las entrañ as de una sola vez…!
INÉ S: (Con ira) ¡A ver, Maité, subí a la mesa y decí algo…! ¡Dejate
de sobar al profesor!
INÉ S: ¡Te dije que subas!... ¡O crees que me guardé los ojos en el
culo!
LUCAS: …Que me voy… que me quedo… Tal vez tenía que entrar
aquí, donde no hay otra realidad que los sueñ os, para quitarme
las má scaras de mi cara y enfrentar la verdad…. si es que existe…
si es algo má s que un deseo… ese deseo de que la palabra de Dios
tenga saliva…
MUJERES A CORO:
MAITÉ : …Por qué vino así… tan desnudo, tan indefenso… sin
traer siquiera su pañ uelo… su guitarra…
MAITÉ : Oh, sí… ¡Has vuelto, has vuelto! Subiremos juntos al tren
que marcha a las estrellas…Ya nadie nos separará …
LUCAS: (Con voz de Gardel)… “Nos iremos juntos, sí, y quién sabe,
a tu lado, aquellos lejanos países será n un poco como nuestro
Buenos Aires…”
LUCAS: …No, Maité, no… Pero con tanta soledad, desde este
desierto no se puede ver el mundo de afuera… La ciudad se
hunde… Acecha una peste atroz, una peste sin nombre… La gente
se muere por las calles… Nadie se anima a socorrerlos… Hay que
estar protegidos… Puedo conseguirlo…Necesito un tiempo,
Maité… También la ilusió n crece con el tiempo…
MUJERES A CORO:
El festín de la inocencia
Escena de maldad y pobreza
I
Hay sombras que son vacas que mugen y cagan hasta morir...
Hay un desagradable espacio. Hay sangre y excrementos, hay un
olor nauseabundo y hay un zumbido de moscas, que crece y
crece hasta convertirse en la mú sica de un delirio. Hay una
muchacha, que antes en la puerta de la noche dijo adió s, y ahora
carga como puede con un gran bulto, como si fuera el cadá ver de
su vida, y lo arroja sobre la montañ a de sangre y excrementos...
(Ella despide ese cuerpo...)
Hay una muchacha que se va y ahora vuelve, má s vieja, má s
sucia, má s lastimada, má s inocente, y que a duras penas sube a
la montañ a del horror y allí se arranca un hijo de su vientre…
(Ella despide ese cuerpo...)
Hay una muchacha que se arroja, uno tras otros, baldes de agua
sobre su cabeza, hay una muchacha que luego hunde su cabeza
en un gran tacho de sangre, buscando ahogarse, pero no puede,
y saca con gran dolor su cabeza del tacho, ella sufre, ¡vaya que
sufre!, y entre vó mitos y gemidos busca un recipiente con
combustible, rocía el cuerpo de la muerte y el cuerpo de su hijo
y levanta una antorcha y la arroja sobre lo que ayer fue amor y
hoy só lo es materia para el señ oreo de la muerte...
(Ella se despide de la muerte...).
II
Pasó el tiempo...
Hay un espacio en blanco, hay un silencio sin fisuras, hay una
quietud que poco a poco inquieta...
Hay una muchacha en la escena, que ya conocemos...
Ella está limpia, en su cuerpo y en sus ropas, ella refulge en su
belleza...
Ella tiene ahora un violoncelo. Toca mú sica del cielo. Ella nos
abre las puertas del cielo...
Ahora se presenta en la escena un grupo de niñ os. Imaginamos
la miseria en los cuerpos... Es atroz la miseria... Como triste es la
lluvia sobre el rostro de los muertos...
Imaginemos la feroz violencia que ellos desatan en la escena...
No se puede esperar
más que espanto y crueldad,
cuando deban vivir juntas
la riqueza
y la pobreza...
Alguien siempre perecerá
en las montañas del sacrificio...
Y el bien no será bien ....
Y el mal no será mal...
Y la locura no será locura…
Hasta el fin de los siglos…
I
Entre sombras de barros y baldíos crecidos que arden en sus
cardos, bajo astros que de tan distantes só lo cobijan frío, a la par
de charcos y de un tufo espeso, oculto a la luz y privado del paso,
sin aire, sofocado, raíz y moho sobre la piedra callada, desde la
esencia misma del dolor un cuerpo se mueve...
No es un espejo de serenas apariencias. No sobrevuela. No
sobrenada. Se arrastra entre lamentos, peor que la resaca de una
pesadilla...
Es poco y hasta obsceno si se recuerda la belleza de los á ngeles:
celeste, pura, alada...
Es lo maltrecho, lo ensuciado y castrado, lo despojado, lo pobre
de historia, lo casi nada que sigue vivo de milagro o por olvido...
II
La escena es ahora esa mujer que vence el horror y abraza con
desesperació n el cuerpo, vejado por mil demonios, humillado
hasta el hartazgo, de su hijo.
Ese cuerpo hecho papilla por las balas policiales, tirado de
mísera manera sobre el piso brilloso de sangre de una só rdida
má s que só rdida comisaría del conurbano. Los sucios hombres
de sucio uniforme, de almas perdidas que rodean a la mujer que
siente miedo pero no clama, que tiene lá grimas pero no llora,
porque su alma es de ahí en má s una sombra fría y descarnada,
esa sombra de ese cuerpo rodeado por tantas almas perdidas,
por tantos cuerpos de uniforme que no la escuchan ni la miran a
la mujer que besa y abraza a su hijo muerto, que no dijo adió s y
nunca pensó en el suplicio ni supo que su vida era una vela que
se sopla en el infinito...
Hay una muerte negada... Hay una muerte que se niega...
Hay un cuerpo atrapado entre las sombras en llamas del
mismísimo infierno, que espera en la noche del pavor, eterno...
III
Así como las blasfemias continuará n en la tierra mientras exista
un Dios en la bó veda celeste, así también la escena del horror se
perpetú a sobre el piso con sangre...
Se ve el cuerpo del muchacho muerto que sangra...
Se ven policías que van y vienen...
Se escuchan los murmullos, las risas y los aullidos de las almas
difuntas.
Es la noche que llega.
Aú n sin alivio.
Morosamente la impiedad en el corral de los sacrificados...
La mujer se abraza con má s fuerza al cuerpo de su hijo. La mujer
busca una señ al en su agonía, un alivio en el dolor de la vida.
El cielo se detiene. Acaso es el momento de la Stella Matutina...
La mujer que no habla siente que su alma se llena de palabras.
La mujer que no habla siente que las palabras son también la
vida en las huellas del alma.
Por eso la mujer que abraza a su hijo le canta, lo acuna y lo canta,
vasto rato, en el silencio difunto, otra vez a su niñ o le da la vida y
le canta, le sopla los labios cuando todo es un vacío sin donde ir.
Oh sí, sin dó nde ir...
IV
¿Fue só lo un sueñ o que el cuerpo de la madre llevando por los
aires el alma de su hijo se abriera paso a los aullidos en la agonía
de la noche mientras el infierno de la comisaría del conurbano se
convertía por el fuego que desata la mujer en un pá ramo de pura
luz... y los gritos de alegría de los muchachos de la barriada
crecían vaya que crecían entre bombas de estruendo y tiros al
aire de sus armas caseras esas tumberas tan fuertes y
estremecedores como los truenos y rayos que recordaban las
justas iras de los antiguos dioses del universo…?
Servidumbres
Obertura
UNA VOZ:
¿Qué será de nuestras almas tan
dolidas?
¿Del sentimiento de infinito
que perdura / cual perfume...?
¿Aquel recuerdo de cuando fuimos á ngeles
en un paisaje de azules, que en suspiro vibran...?
¿No hubo un paraíso para movernos
igual que las mú sicas, en el aire...?
¿No volá bamos gozosos entre las dichas
temblorosos de bien enamorados...?
¿Quién inició la feroz disputa?
¿Quién retuvo las aguas que no se tomaban
hasta volverlas polvo?
¿Quién quemó con fuego turbio los frutos
no comidos, para que otros labios desesperasen?
¿Quién humilló los cuerpos con tal unció n
que la demencia fue el postrer alivio?
(Le arroja agua) ...¡Vos, no! ¡Vos no tenés una gota de sudor de
enano ni de gualicho! ¡Vos tuviste mejor suerte, comepedos,
naciste con la ayuda de una curandera! ¡Ella cortó la tripa y ella
misma ahuyentó los males de afuera meando la puerta! ¡Y
después te puso agua bendita en el sorongo!...
...¡Valió de poco! ¡Los males tuyos son de adentro, te salen por el
culo! ¡Sos pura maldad envenenada, risa de colifa! ¡Sos mierda
pura! ¡Mierda que es tuya! ¡Só lo tuya, demonio de vaca puta que
no me dejá s dormir en paz! ¡Que llorá s y te reís!... ¡De qué te reís,
hijo de puta! ¡Para qué te reís, hijo de bufarró n, si después llorá s!
(Le arroja agua) ...¡Llorá s como un marrano al que degü ellan!
¡Llorá s como un asesino que se comió los huevos de su muerto y
al que ahora cuelgan de un á rbol! ¡Llorá s como una puta que
todos se la cogen y al final la violan hasta con palos...! ¡Llorá s
como yo, trolo mal parido!... ¡Pero no, vos nos sos como yo! ¡Yo
no le jodo la vida a nadie, aunque sea un sorete! ¡Vos, sí...! (Le
arroja agua) ¡Desde que naciste te sentaste en mi cabeza y me
está s cagando!...
...¡No me dajá s dormir, culastró n! ¡Noches y noches sin poder
cerrar un pajero ojo! ¡Me he puesto en la cama a contar ovejas y a
contar a las porongaduras que se fifan a las conchablandas
ovejas! ¡Bichos putarracos! ¡Y todo es inú til! ¡Garchan y garchan
y yo sigo despierta! ¡Tus llantos de cagoso me perforan el bocho!
(Le arroja agua) ...¡Me obligá s a pensar en mi piojosa vida! ¡En mi
vida al pedo! ¡En la mierda, mierda, mierda que es mi vida! ¡Me
enculá s el alma, hijo de puta!
...¡Yo también tengo alma! ¡Mi cajeta está rota, no vale nada, pero
tengo alma! ¡Sí! ¡Alma! ¡Que no sé bien para qué carajo sirve,
pero la tengo! ¡Un alma, hijo de la guasca! (La Mujer llora y arroja
agua al cuerpo del niño con mayor violencia)
...¡Dormí! ¡Dormí! ¡Dejame dormir! ...¡Tengo miedo! ¡La vieja
ahorcada me va a venir a buscar! ¡El chancho sin cabeza me
quiere clavar el colmillo!...
...¡Necesito dormir! ¡Me veo má s fea que la salchicha de un sapo!
¡Estoy má s arrugada que el culo de una tortuga!... ¡Me volví
vieja!... (Ríe, amargada) ¡Voy a tener que coger con los muertos
del asilo!... ¡Van a tener que prestarme una grú a para levantarles
la pija! ...¡Qué mierda podré hacer con esas vergas de papel! ¡No
largan un polvo ni para un guacho sorete como vos!...
...¡Ángel de la guarda
dulce compañía
No lo desampares
ni de noche ni de día...!
tus ojos son para ese alguien que atado a una cadena
todavía respira y por entre el humo de una respiració n
violenta persiste en observarlo todo en no renunciar a nada
rasga las nubes de un terrible sueñ o descubre los escondrijos
de los cielos como si allí estuvieran las respuestas de
su realidad sin respuestas
pero vos lo mirá s y lo golpeá s lo mirá s y lo lastimá s fácil
lo hacés caer y lo mirá s lo pisoteá s y lo mirá s
lo insultá s lo escupís le quitá s el agua le quitá s el aire
para que no se reconozca ni tenga nombre ni sea nombrado
y lo mirá s y él te mira y lo mirá s y te mirá s
y no me verá s a mí
GUARDIAN
Cruzando la verja la loca se acerca. A cada quien su corona,
a cada cual su lugar.
MATER
¿Alguien me llama? ¿Dó nde está ? ¿Qué le pasa?
GUARDIAN
Cruzando la verja la loca se acerca. A cada quien su corona,
a cada cual su lugar.
MATER
Ay, no, esas voces no me llaman. Solo son burlas que poco se
distinguen del insulto, que mal esconden el miedo.
¿Temen su locura que ponen en mí igual que una rosa de
espinas en el pelo? ¿Es el viejo pavor a la profecía que pueda
estallar en mi boca? ¿Les asusta esa verdad de la que huyen má s
a prisa que de la peste?
GUARDIAN
Vean como brota la cizañ a entre sus delirios.
Escuchen como la palabra delata la enfermedad de su
pensamiento.
MATER
¿También mi corazó n está condenado a ser una isla sin más luz
que la muerte? Si en la desesperada necesidad de amor está la
locura, allí voy yo, aunque sea el camino más alto y más desierto,
que ya poco importa. Yo desespero locamente, yo me extravío
sin mú sicas ni socorro; pero lo que pasa en mi alma, el lá tigo que
marca mi carne no me distingue de ninguna otra mujer que ve
có mo una gota de agua cae sobre la cabeza de su hijo. Una gota
no lo ahoga, pero son infinitas gotas, y yo peor que atada, yo con
mis manos sueltas que no me sirven para detener esas malditas
gotas que caen y caen, que todo lo cubren, ¡que ya no me dejan
ver!
GUARDIAN
¿Gotas de agua que no te dejan ver? ¿Y por qué no gigantes con
lenguas de fuego? También hay quienes convocan a los á ngeles...
¿Aú n no te han visitado?
MATER
Só lo abres la boca para herir. Me clavas un hierro con cada
palabra... ¿Será así el harpó n en la ballena? ¿Se revolcará como
yo la pobre y toda su fuerza no le servirá de nada?
Pensar que creía tener el cuerpo exhausto... No, me dejaré este
hierro...
Me has hecho brotar nueva sangre.
¿Quieres saber por qué desespero? ¿Có mo se agita en mi
carne el recuerdo de mis hijos? ¡O só lo te interesan los
cuchicheos por la espalda, las burlas con que niegas mi razó n!
GUARDIAN
Te llenas la boca con tus hijos, ¡puras palabras! Si tanto
los amabas, ¿por qué no te preocupaste a tiempo, no seguiste sus
pasos, no los vigilaste mejor? Una estaca bien puesta hace que no
crezca torcido el á rbol.
MATER
De tanto sofocar los deseos te has castrado y ahora pretendes
un mundo a tu semejanza. Vigilar, seguir, ¿la ronda en un patio
sin salidas?, ¿una flor en la frente que sangra?
GUARDIAN
¡Termina con tus difuntas flores! Hablá bamos de tus hijos.
MATER
¡Y de ellos estoy hablando! Cuando una mujer da a luz,
cuando se corta el cordó n umbilical y se escucha un gemido,
una siente que hay algo que se va para siempre. Que su propia
alma es ahora una hojita que pone con cuidado en el río, que se
mira y se alienta desde la orilla y que ya no se detiene.
Allí comienza la libertad de nuestro hijo. Y una se desvela por
ahuyentarle las pesadillas y los peligros, pero nunca
aprisioná ndolo con su egoísmo.
GUARDIAN
¿Olvidas que el amor es enemigo de la libertad? Hay que
cuidar lo que es de uno; no dejar la puerta abierta.
MATER
No hay pecado má s terrible que convertirse en carcelero de lo
que amamos.
GUARDIAN
Piensa en un niñ o arrodillado en la noche. ¿Podrá cruzar el
bosque quien no ha madurado lo suficiente? ¿O acaso pusiste
en sus manos ladrillos calientes para que jugara?
Debiste orientarlo, lograr para su boca las mejores palabras.
Castigarlo si era preciso. Ningú n dolor es excesivo cuando se
procura el bien.
MATER
¿Y quién decide lo que está bien, el mismo que castiga? Yo
me preocupé por mis hijos, los orienté, pero sin borrar con
mis pies sus huellas ni convirtiéndome en pará sito de sus
ilusiones. Y estoy segura que supieron cruzar el bosque, ¿o
no se despojaron de todo, aú n del miedo?, ¿o no vivieron
apasionadamente para los otros?
GUARDIAN
Te han crecido las plumas, ¿desde cuá ndo una mujer cacarea
tanto? No me engañ an tus desvaríos y menos tus razones.
¿Dó nde está el titiritero que mueve los hilos?
MATER
Si ahora se me escucha es porque los hombres que tenían que
hablar se callaron. Y no cargues mi espalda con tus fantasmas.
Quien me acusa con mala intenció n de ser manejada, no muestra
má s que su ambició n de manejarme.
GUARDIAN
El disfraz se deshace... ¡Basta de esconder a tus hijos debajo de
las polleras!
MATER
¡Mis polleras no cubren má s que el recuerdo de un cuerpo
lastimado pero no vencido!
GUARDIAN
Mírate en el espejo. Eres tan violenta como lo fueron ellos.
MATER
Yo no predico ni exalto ni ejerzo la violencia, la padezco.
Miseria, castigos y tristezas crecen en esta tierra má s fuerte
que los yuyos. Pero cuando el que sufre se alza, porque su
sufrimiento se vuelve intolerable y só lo queda el dejarse
morir, poco a poco, tú y los tuyos se quitan los vestidos de la
razó n y atacan peor que lobos en celo. ¡Llevan añ os predicando
una paz que huele a cadá ver!
GUARDIAN
El delirio te acompañ ó a tu cama y la peor locura estuvo en tu
vientre. Veo el altar en el que se inclinaron tus hijos y al que
otra vez acudes.
MATER
¿De qué nos acusas?
GUARDIAN
¡De despreciar a Dios, de negar su orden, de expandir el caos
en todas direcciones!
MATER
¡Dó nde está el poeta que haya escrito que las leyes de este
mundo son eternas! Este orden perverso que es tu pasió n, y aú n
el má s perfecto, envejecerá n má s de prisa que el deseo humano.
Yo no temo cambiar lo inmó vil. Yo subvierto lo que ya está
muerto.
GUARDIAN
¡Subvertir! Que se anoten sus palabras; esta mujer hierve de
odio.
MATER
Mírame. Si tanta mentira no te ha tapiado el corazó n, ¿có mo
puedes acusar de odio a lo que es amor? El odio va de la
mano con la venganza y yo busco, por amor a mis hijos, la
justicia. Es una palabra grande que ya poco dice, lo sé. Pero
aunque só lo encuentre má scaras corruptas y fantasmas que se
conjuran para que descrea, yo no transo ni me desvío.
GUARDIAN
No buscas la justicia, es el poder lo que te aturde y atrae.
MATER
¿De qué me serviría una cosa sin la otra? ¿Para vivir rodeada
de guardianes? Quiero dormir sin pesadillas. Ya es difícil
cerrar los ojos con tanta pena.
GUARDIAN
¿Si es sincera tu pena, có mo puedes renunciar al odio?
Lloras, te lamentas contra el muro, pero especulas bien y
mientes mejor.
MATER
No me avergü enzo de mis lá grimas, pero tampoco vivo en
ellas. Raspo como una leona mi cuerpo contra las rejas. Es de
impotencia.
Yo no miento, no traiciono ni juego con el dolor. Rechazo la
venganza por fugaz y secreta. Le niego a mi enemigo la
rapidez de la muerte. Necesito que el que me hizo conocer el
asco y nacer el desprecio pague pú blicamente por sus
crímenes. ¡Que la cá rcel sea el nicho donde se pudran sus
huesos!
GUARDIAN
Perdonar es signo de razó n y anticipo de lo divino.
MATER
Elijo mi demencia y dejo el perdó n para Dios, pero en el cielo.
GUARDIAN
¡Qué corona de oro tuvieron tus hijos para exigir tanto por ellos!
Pobrecitos los corderos... Quizá s alguno fue inocente, pero los
demá s cayeron en la misma trampa que armaron.
MATER
¿Con cuá ntas varas mides la vida? No los conociste, no los
escuchaste, pero los prefieres muertos a que pongan en
peligro el infierno que escudas con la razó n y que terminará
por asfixiarte. Si simplemente abrieras el corazó n podrías
descubrir que hay una nueva mú sica. Escucha...
GUARDIAN
¡Vaya que la locura salta por las palabras!
¿Por qué no moderas tu lengua? El silbo de las espadas está
má s cerca que tus mú sicas. Aceptar la realidad es la ú nica
felicidad posible. La realidad es una piedra, aunque caiga al
agua. Lo demá s, apenas un espejo.
MATER
La realidad que me muestras só lo sirve para tapiar a los
muertos. Seguiré esperando que cante mi ruiseñ or. No me
asustan sus alas moradas.
GUARDIAN
Te gusta pavonearte ante el peligro. Tu ruiseñ or está suspendido
en el abismo.
MATER
En ese abismo que temes se cae má s de prisa con los oídos
cerrados y la cabeza gacha.
GUARDIAN
¿Pretendes para el mundo una plaga de soñ adores? De la
ilusió n al terror hay un solo paso.
MATER
Revolcar al caído. Buena manera de pasar los añ os...
GUARDIAN
Desprecias la prudencia.
MATER
Rechazo a quien la convierte en egoísmo.
GUARDIAN
Quien mucho exige, desnudo se queda.
MATER
Nada de lo humano me avergü enza. Crecerá n buenos frutos
de mi soledad.
GUARDIAN
¿Quién te ha hecho así?
MATER
Los que arrancando a mis hijos me llenaron de muerte.
GUARDIAN
¿La muerte es tu deseo?
MATER
¿Qué mujer desea ser besada por labios tan fríos? Pero no
temo morir para que otros vivan. Mis hijos tampoco temían.
GUARDIAN
¿Crees que el mundo empieza y termina con la historia de tus
hijos? Nos atas a un pasado que impide respirar, que nos ahoga.
MATER
No es mi bú squeda sino tu temor quien te mantiene la cabeza
debajo del agua.
¿Qué ves allí? ¿Algas, peces, desechos de soles frios? ¿No
ves también a mis hijos sobre un lecho de arena?
No me respondes. Só lo esa mueca que reservas para enfrentar el
delirio. El mundo empieza y termina con la historia de mis hijos...
¿Y por qué no? ¿O conoces acaso otra mejor historia para ser
contada? ¿O habrá que sepultar a los héroes y negar a los
á ngeles? ¿Ya nadie los necesita? ¿Aquí só lo se quiere escuchar el
poder de la muerte?
GUARDIAN
¡Estamos hartos de tus héroes y tus á ngeles! ¿No comprendes
que para vivir hay que aceptar el poder y olvidar el dolor?
¿No comprendes que los héroes só lo sirven para las guerras
perdidas, que los á ngeles se mueren de frío sobre la tierra?
No, es inú til mi paciencia para que entiendas. Tan inú til como
hablar de cosas serias con un niñ o. Está s condenada a andar
por el mundo con ojos de ciega.
MATER
¿Ciega por no haber renunciado a buscar la luz?
Yo siento venir en mis venas la luz entera de la mañana. Si
alguien llama a esto balbuceos de niñ o, si alguien llama
locura a mi esperanza es porque ha perdido la inocencia y
convertido a la razó n en lengua de la muerte...
PENSARES
Cuerpo de mujer
Hay un cuerpo como lluvia de cenizas…
Hay un cuerpo material para que la idea desnude su impotencia.
Hay un cuerpo de mujer que anda por el mundo, sin espacio en el
mundo. Sombra y fantasma. Un cuerpo demandado, expuesto,
sometido, ultrajado, amputado, violado, abusado, despreciado,
disciplinado, torturado, enloquecido, condenado en el hacer y en
el no hacer. (¡Palos por si bogas y palos por si no bogas!).