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“L A L O C U R A E S C O S A
D E M U J E R E S”
Historias de vida, delirios y redenciones

Vicente Zito Lema

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PRELUDIO

Mi punto de partida: la filosofía de la pobreza.


Mi método de construcció n: la antropología teatral poética.
Mi deseo: que la poesía del alma perdura en la conciencia.

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MANIFIESTO
Derecho al delirio:
Como acto del dolor de la vida
que construye una lengua de poesía.

Derecho al delirio:
Una lógica de armonía,
cuando la pasión subvierte
el orden de la muerte.

La esencia de la locura es el sufrimiento del espíritu. Hablo de un


sufrimiento insoportable. Hablo de una necesidad de soledad
insoportable. Hablo del deseo de un otro insoportable. Hablo de
una angustia insoportable por la muerte de Dios, que sació hasta
el fin la desesperació n de la vida. Es entonces cuando ocurre –
con la claridad del milagro– la belleza del arte, para que Dios
renazca como un niñ o, desde el amor y sin miedo...

La locura es impensable desde la razó n, como la muerte es


impensable desde la vida, a menos que nos proteja el alma la
locura, para que el terror del grito se convierta en silencio... (Un
silencio que de allí en má s será la cuna de la poesía, naufraga y a
la deriva).

Detrá s de la vida nos acecha el dolor, igual que un á ngel con su


cuchillo..., que se olvidó de la compasió n pero no de las lá grimas.

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En los manifiestos de la locura se desnuda, como una flor umbría,
la sospecha de un crimen...

La pregunta siempre será : ¿Qué has hecho con el amor...? La


noche se inicia con una palabra... La mañ ana jamá s se inicia, y
tampoco se detiene, siempre está allí, nos espera, como esencia y
existencia, porque las pobrecitas almas necesitan de la luz para
construir la oscuridad de los delirios... La muerte duerme en
nuestra cama desde el día sin memoria en que nacimos.

Aterrados por semejante eternidad que se despierta ante


nuestros ojos, buscamos en la razó n un cielo sin nubes que
sostenga el pensamiento. (La callada ilusió n, la verdad que como
un sol de piedra late, es para que el pensamiento sepa mantener
el horror de la muerte a raya; todo lo demá s son las huellas
difusas de nuestros sueñ os, apenas las risas de Narciso en el
fondo del lago...)

Es el pensamiento quien nos repara de las lluvias de la demencia,


pero es también el pensamiento quien nos arroja ataditos de
manos, y con el culo bien limpio y empolvado, a la impiadosa
muerte, esa muerte que ni siquiera podemos pensar, ya que es
parte de la vida de los otros. (Esos otros que será n nuestra vida
cuando entreguemos nuestra muerte, sin penas y sin llantos...)

Así vamos, movido por el destino en la crueldad del aprendizaje:


có mo nombrar ese bien y esa belleza que son anteriores a la
palabra y que el pensamiento, que origina la producció n de la
realidad, pervierte en valor de cambio, a caballo del ruido que
nos impide oír el silencio...

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Día a día, hora tras hora, con maliciosa paciencia se levantan los
muros que nos defienden de las pasiones, vistas ya como un
peligro, en tanto hemos perdido la divina herencia de aquél
humilde pulidor de cristales, que hizo de las pasiones la llave
para abrir las puertas del misterio. Ese espacio donde se refugian
las conductas angélicas, dementes y subversivas, siempre
peligrosas, aú n en la maravilla, y cuyo registro esencial (hablo de
un sismó grafo del alma), só lo es percibido desde las poéticas del
ser, hechas acció n y también ética del lenguaje, y cuya
personificació n metafó rica demanda las escenas teatrales, sea la
tragedia, para la catarsis del espíritu alucinado, sea el drama, que
anuncia la historia del mañ ana. Sabemos, desde el saber de la
agonía, que el ayer contiene el color de nuestro tiempo, y que no
lo supimos purificar.

Para nuestra desgracia hoy está escrito con sangre sobre la


cresta del mar y pesa sobre nuestras almas:

La pasión trastoca lo tangible y desnuda la fragilidad de lo


permanente.
La pasión socava el orden de la materia y solo reproduce las
sombras.
La pasión conduce la recta justicia a la boca del infierno.
La pasión convierte en polvo del camino el santo bien que purificó
la pobreza.
La pasión humilla la belleza, que en adelante y con rápidos pasos
será pus, o será excremento, o peor aún: sudor y olor de los
cuerpos bestializados.

Las apariencias del poder son hoy la esencia del poder, la

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má scara es su ú nico ser, y es el pensamiento quien lo legaliza
desde la razó n, como ayer lo hizo desde el horror. Con su ló gica
de: más pública es la crueldad, mayor es la eficacia, esgrime sin
pudor la legítima defensa, y dispone del verdugo para ahorcar a
la pasió n en el á rbol má s alto, el que hunde sus raíces en la
bó veda celeste. (Después dirá con serena impudicia: ¡estaba
mojada la maldita pasión, y la colgué allí para que se secara...! ¡Y
sus gotas fueron el rocío sobre la faz de Dios!)

El pensamiento de la razó n se mueve a impulsos de la usura;


para confundirnos se disfraza, hasta de bailarina, pero mejor
avanza con toga o de uniforme. Por ello su discurso (que es un
orden lingü ístico, pero también estético, en tanto privilegia con
templanza la contemplació n virtuosa de la existencia), unifica,
finalmente, en la argamasa despreciada de la sinrazó n, los
contenidos del delirio, la pobreza y el crimen, que al
desencadenarse como un obrar apasionado tienen reservado en
la caverna del alma el rostro del Mal.

La consecuencia original, en la conciencia vigente –marchita por


alienada– es que al Mal se lo entierra. Vivo o muerto, es el
reclamo que por igual rinde plusvalía.

Hemos aprendido, en los piélagos de la obstinada historia, que


sobre la locura pesa la peor de las sospechas. Y ante la sospecha
la ley y el orden de la antropofagia demandan cuerpos para el
castigo. Todavía se escucha la plegaria que funda el terror: que
así sea a lo largo de los siglos.

Acaso hubo una época en que la locura fue una desesperada

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bú squeda del amor por otros medios. Hoy, en el tiempo del
martirio social que llamamos exclusió n, no solo el amor, también
la piedad muestra los ropajes de la muerte.

He aquí una extremada síntesis de los motivos que me llevaron,


por tantos añ os, a escuchar las voces de la sinrazón, a reivindicar
el derecho al delirio, esa antigua lengua de los primeros Dioses,
cuando hablaban con los hombres. Son las voces que brotan en
los hospicios, o en un puente donde se apilan las gomas como
fogatas rebeldes y negras, o en un panfleto, que llega de mano en
mano, con su riqueza clandestina, haciéndonos entender lo que
falta nombrar, sin olvidar ni negar la potente maldició n socrá tica
que pesa sobre la palabra escrita.

Por haberme estrellado una y mil veces la cabeza contra la pared,


tengo el consuelo, y me atrevo a decir la alegría, de seguir
escuchando con obstinada pasió n las mú sicas de mis recuerdos,
desde donde me miran, llenos de agua, los ojos poseídos de todos
los delirios.

Post Scriptum:
Lo he dicho y tengo necesidad de repetirlo: Por vía de los Dioses
o el azar, por violencia o por enfermedad, o por accidente, por
muerte que fue cuando no debiera ser o cuando pudo ser
impedida, con crueldad o con inocencia, entre gritos o socorridos
por el amor, cada ser humano deberá construirse y reproducirse
histó ricamente sobre la angustia y en la tristeza, entre el furor y
la resignació n.

Nacemos destinados a vivir en la locura, somos parte de ella,

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pugnando a dentelladas por salir de ella en la agonía de la
desesperació n, pero también, en paradoja cruel, dialécticamente,
atados a ella como ú ltima morada de la vida antes de la muerte,
camino de puro dolor que anticipa la muerte absoluta en el
silencio de la soledad, o en la soledad del silencio. Sea un silencio
de palabras, de carcajadas, de vacíos o furores. Y aú n así, pese a
todo y por encima de todo, no cejamos en preguntar y
preguntarnos, en obtener las respuestas –siempre precarias–
que den sentido al ser en su existencia.

Qué le queda entonces al sufriente convertido en muerto civil, o


al que siente como propio, desde su conciencia que hierve, el
sufrimiento del internado en un hospicio, o en una cá rcel, o en un
asilo, o sea en los espacios de la absoluta desesperació n; qué nos
queda por hacer ante tamañ o laberinto que nos envuelve, que
nos asfixia con sus manos sin piedad apretando nuestro gañ ote;
qué nos queda ante la muerte, cuando ya no soportamos vivir
por fuera de la conciencia. La respuesta es un fugaz producido
humano, aunque por su permanencia y calidad, que atraviesa
todos los seres y toda la historia, a todo lo vivo y a todo lo
muerto, pareciera de esencia divina: el acto de la vida en la
poesía...

HISTORIAS DE VIDA
Las mujeres del alma pintada

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La historia de Marta

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Los hay que hablan de su infancia como sí fuera el paraíso. Yo no.
Tengo recuerdos muy tristes. Algunos alegres, también, pero son
pocos, casi no los veo ni los siento, como una pizca de azú car en
el tuco, que sigue siendo salado por má s que ya no llore la
cocinera. Tampoco tuve mú sicas, esas palabras de amor que
iluminan el alma. Acaso cuando yo nací Dios estaba en
penumbras, muy enojado...
Sufrí trastornos de conducta desde muy chica, así se dice, tenía
fantasmas en mi cabeza, así lo digo yo, y mis padres, para
esconder el problema, por no entenderlo, me llevaron a
psiquiatras, psicoanalistas, médicos de todo tipo, hasta que
terminé en la prostitució n. Y de allí al manicomio hubo un solo
paso. Yo lo di. Me llevó añ os, aunque tenía las botas de mi abuelo.
Casi me paso de largo y choco contra la pared de la muerte...
Todo empezó con mi hermana. Ahora no la veo ni recuerdo có mo
era su cara. Pero cuando nació yo tenía dos añ os y no me olvido
má s que me alejó de mi padre y de mi madre. Todos los besos
eran para ella. Todas las palabritas dulces para su oído y a mí que
me partiera un rayo. La odié con el corazó n entero. Y cuando
podía la rasguñ aba, la pellizcaba. Mi padre me sorprendió y me
pegó . Yo creí que me moría, y sí, me fui muriendo de a poco,
hasta llegar a lo que soy hoy: una mujer enferma, cansada, seca
para la vida. Ni siquiera me quedan los sueñ os hermosos de las
otras locas. Cuando empecé a hablar de las estrellas que me
comía para que mi alma no estuviera tan sola, me lo prohibieron.
El médico se enojó . Por eso ya no sueñ o. Yo ronco.

Me acuerdo que en la escuela había un director que tenía a su


mujer enferma, paralítica. El era mi profesor de matemá ticas, su

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voz de tan gruesa me asustaba y cada vez que se sentaba a mi
lado —era un colegio inglés, mixto, primario— bueno... me
tocaba las partes... Vaya a saber por qué, yo no le daba
importancia, era muy inocente, estaba en segundo grado, aunque
otras chicas, má s avispadas que yo, se daban cuenta, y me
marginaban... A mi madre se lo dije a los 28 añ os, nunca antes me
animé a contarle nada, aun cuando lo necesitaba... Mi cara se
ponía roja, mi corazó n palpitaba muy fuerte y me callaba...
No sé si esa historia en la escuela tuvo que ver, pero poco
después me internaron en un sanatorio. Como yo no me quería
quedar me engañ aron con la promesa de una manzana. "Está en
la pieza del fondo, vení a buscarla", me dijeron, y cuando me di
cuenta mi madre se había marchado. El cielo se puso nublado y
yo perdí la confianza en mi familia, me fui yendo de los otros, no
podía estar con nadie, dejé de hablar. Voy a castigar al mundo
con mi silencio, me dije, pero el mundo ni siquiera se enteró . Así
que empecé a comer estrellas, y a vomitarlas, para que todo se
volviera una gran noche.

La internació n primera fue cuando tenía ocho añ os. De aquel


sitio guardo un recuerdo de llantos. Mis padres me dejaban de
lunes a viernes, el sá bado me iban a buscar y me devolvían el
domingo. La tristeza me pesaba en el estó mago, má s que una
roca. Una cosa es decirlo y otra vivir aquel momento, esos
domingos a la noche cuando volvía a entrar en el sanatorio con
las piernas temblando y el corazó n que se paraba. ¡Y después me
pedían que me portara bien, que fuera juiciosa...!
Una vez le corté las trenzas a una chica, no sé bien por qué lo
hice... acaso porque en sus ojos veía un fantasma... La cuestió n es

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que había una máquina eléctrica, llena de cables, y el médico —
uno, en especial, que era rígido como una tabla y al hablar dejaba
caer saliva de su boca— siempre me amenazaba: "El día que te
portes mal te voy a dar electricidad con esta má quina". La tarde
aquella, luego que le corté las trenzas a la otra chica, el tipo de
blanco me fue arrastrando del pelo por el corredor hasta donde
estaba la má quina, y yo, del miedo, me hice caca encima, casi me
desmayé. Después me dijeron que el médico só lo quiso darme un
susto grande, para que escarmentara. No sé si escarmenté, pero
durante largo tiempo cada vez que me asustaba volvía a cagarme
encima, igual que una vaca.
Pasaron unos meses y me llevaron a Montevideo. Le rogué a Dios
que el barco se hundiera, pero no me oyó . Comí y vomité
estrellas, tampoco sirvió . Se trataba de recluirme en un asilo y así
lo hicieron. Siendo tan chiquita empezó el fin de mi vida. Tuve
que lidiar con lesbianas, prostitutas, ladronas, asesinas de todo
tipo. Yo tenía once añ os, veía fantasmas, vomitaba estrellas como
si fueran sapos y me hacía caca encima del miedo. Nadie tuvo
piedad de mí. Soñ aba que estaba muerta y supe que el infierno
existe. Yo lo conocí. Hasta el fuego me dejó su marca.

Llegué siendo una niñ a inocente, me trataron igual que a un


criminal. Dejé de llorar y me hice rebelde, al punto que me
encerraban las veinticuatro horas en una celda de dos por dos.
Hablaba con las arañ as y mataba a las cucarachas. Eso y
masturbarme, no había otra cosa para hacer. Cuando el silencio
se volvía insoportable cantaba una canció n de cuna. Las
guardianas se enfurecían y me llevaban al bañ o para enfriarme la
cabeza.

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Una vez al mes nos obligaban a una especie de examen de
conciencia. Una de las preguntas me quedó grabada: "¿Has
tenido amistades particulares con alguna compañ era?". Yo podía
haber sentido alguna afinidad espiritual, una amistad pura, podía
haber encontrado alguien en aquel tremendo desierto, pero eso
ya era visto como un grave pecado. Te van metiendo sus ideas
perversas en la sangre hasta que una está negra del odio y el
espejo nos muestra como a un animal que se dejó llevar de
cabeza al matadero.
Eso es lo que a mí me enfurece: no te dejan elegir. Hay una gran
picadora de carne que decide: vos vas a ser una lesbiana, te
convertirá s en prostituta, a los gritos denunciará s a Dios porque
sos una loca, te vas a morir en un manicomio y nadie tendrá
memoria de que un día caminaste sobre la tierra...

Los silencios destruyen a cualquiera, el silencio lastima má s que


un grito y la soledad te vuelve amarilla. Las uñ as crecen y una se
las come y vomita. Las uñ as son falsas estrellas... La niñ a que era
yo se murió y la mujer que pude ser tampoco fue, la enterraron
sin cruz. ¿Y el alma que yo tenía? ¿Y el perfume que yo tenía?
Nada y nada. Pasé a ser un uniforme sucio, un nú mero sin eco a
lo largo del pasillo. En el encierro una es parte del polvo que no
se barre. Eso es peor que los castigos. Que también los había. Por
ejemplo, ponernos con los brazos abiertos contra la pared y con
las rodillas sobre el maíz en punta. Hasta que una no soportaba
má s el dolor y caía. Hasta que una no soportaba má s la soledad y
pedia por la compañ ía de la muerte. Una noche me puse a gritar:
¡Yo tengo un alma! ¡Yo tengo un alma! ...Me taparon la boca con

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un trapo sucio. Me dieron una inyecció n que nunca acababa... Me
dijeron que tuve convulsiones...
Después de casi un añ o de asilo me escapé por un ventiluz, por
arriba de los techos. La suerte me abandonó , caí y por poco me
rompo la espina dorsal. Entonces me trasladan al Hospicio de
Montevideo. Llena de piojos, con vendas sucias, todavía
lastimada y sangrando, un asco. Esta vez mi padre me vino a
buscar y me llevó con él a Buenos Aires. En el barco, cuando el
Río de la Plata se volvió má s negro, firmé la paz con las estrellas:
yo dejaría de comerlas y ellas me alumbrarían. Por un tiempo
soñ é que mi destino cambiaba. No cambió . Supe que Dios es
rencoroso y colérico. El barco se estremeció con la tormenta y mi
padre sospechó de mí.

Y así sigue la cadena. Me internaron, aú n era menor de edad,


tenía catorce añ os, en la cá rcel de Olmos. Mi padre y un juez se
dieron mañ a. Lo que yo había robado era muy poco, unas
pulseras de oro de mi madre.
Se repitió la historia de Montevideo. Otra vez la celda del
solitario, mi rebeldía y los castigos. Lo peor era cuando llenaban
un piletó n con agua y me agarraban del pelo y me hundían la
cabeza hasta que todo parecía que estallaba y surgían las
malditas estrellas amarillas. La noche en que harta de todo le
pegué a una celadora me tuvieron atada con esposas, colgando
de una ventana. Creí que el cuerpo se me caía en pedazos... Era
un á rbol y me podaban, con una sierra, me podaban...
Yo estaba en un pabelló n con las menores de mala conducta, en
los otros pabellones alojaban a las procesadas y a las condenadas
por delitos. Todo era un solo basural, la misma mierda. Hay veces

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en que ya no quiero recordar. Cierro mis oídos para no escuchar
ese viento que sopla, triste, y pienso que es una historia dolorosa
pero ajena, que le sucedió a otro y en un tiempo muy lejano...
Sin embargo los recuerdos se obstinan. Una mano, una voz abren
mis oídos y mis ojos, veo có mo castigan a mis compañ eras, veo
có mo caen al suelo, escucho sus gritos y eso es peor que cuando
me tocaba a mí. Yo quería a una compañ era, y un día se la
llevaron, envuelta en una frazada, muerta. Lloré y grité mientras
el mundo se ponía en blanco ante mis ojos.

Pasé dos añ os en el penal, dos inviernos y dos veranos, me morí


con el frío y resucité con el calor, el olor siempre fue espantoso.
Todavía era virgen. Una médica me revisa, lo comprueba y me
dice, asombrada, que ése no era un lugar para mí. Por dentro me
corría la alegría, las aguas de la alegría me reventaban, pero en
vez de dejarme en libertad me hace ver por un jefe médico. Me
diagnosticó demencia precoz. De allí fui al hospicio. Acaso
creían que me hacían un bien... ¿Pensaron en un nuevo sol, en
pá lidas estrellas nocturnas para mí...? Yo no soy una mujer
soberbia. No me animo a entender el alma humana.
Entré en el Hospicio de Mujeres un 21 de septiembre. Nadie
pudo festejar la primavera, miré al cielo y la lluvia cayó a
cá ntaros.
Pocos días antes de mi cumpleañ os me escapo por primera vez
de allí, fue fá cil, y corro a mi casa. Así estuve: yendo y viniendo,
yendo y viniendo. Yo corría a mi casa y mi familia me llevaba al
hospicio. Yo vuelta a escaparme y ellos vuelta a llevarme. Una vez
me desmayé y me arrastraron por la calle. "Es una muchacha
loca, pobres los padres", escuché que decían.

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Al fin me hacen un juicio por insania y dictaminan que soy una
alienada mental, incapaz de vivir en sociedad, peligrosa para mí y
los demá s. Así lo dijeron y me dejan en custodia en el hospicio,
esta vez en el pabelló n de los castigos. En vez de camisó n me
ataron un chaleco de fuerza. Son igual de blancos, pero no hay un
amante que te susurra al oído palabras de amor sino un
enfermero con ojos de buho que se masturba y después te pasa
por la boca su espantosa leche blanca, y una grita y el chaleco se
te hunde en la carne y la noche no tiene fin y no hay lá grimas que
alcancen...

El manicomio no es la cá rcel, siempre hay una puerta que se


abre. Seguí rebelde, siempre fugá ndome. Me iba a los Tribunales,
corría hasta el despacho del juez y mientras la policía me
esposaba yo a los gritos denunciaba a mi padre. Llegó el día en
que logré que le quitaran la patria potestad y me nombraran un
curador. Lo acusé de intento de violació n. Era mentira... Yo tenía
dolor contra mi padre, dolor porque me había abandonado. Yo
me sentía muy mal, un bicho me picoteaba por dentro, me hacía
sangrar...
Mi padre sufrió por la denuncia. Se lo merece. Hubiera hecho
contra él cualquier cosa. Tenía cuentas pendientes. Los besos que
le daba a mi hermanita. Lo vi encima de mi madre. Un día que
entré a su pieza cuando estaba desnudo me echó ...
Yo seguí escapá ndome del hospicio. Me iba a ver al curador, o
pedía monedas por la calle para comprarme una porció n de
pizza, o paseaba por una plaza y me subía a las hamacas y me
balanceaba con tanta fuerza que con las piernas casi tocaba el
cielo.

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Lo que yo quería era salir del hospicio y sentirme libre. Era una
muchacha, no se olviden. ¡Basta de tristezas!, me decía. ¡Que
alguien me ame!, me decía, y me dejaba besar por los muchachos
en la plaza. Ellos se reían y me buscaban.
Después llegaba la policía. Qué importaba. Yo había sido por unas
horas la dueñ a del mundo...

Un poco de luz llegó a mi vida cuando cumplo la mayoría de edad


y me levantan la interdicció n civil. En esa época no regresé al
hospicio má s que dos veces y por muy poco tiempo. Hubo una
denuncia, los motivos ya no está n en mi cabeza, lo que me pasó
en esos añ os casi lo he olvidado... Tengo la idea de una gran
pelea, que alguien quedó lastimado... que había sangre por el
piso... Me aplicaron el electroshock, mi memoria quedó como
una arena de caracoles, al subir el mar desaparece...
Hay fugas, hay retornos, hay una noche de pasió n con un
camionero, hay una noche de bailar tangos y de emborracharme
con un hombre mayor que parecía mi padre...
También me aplicaron cardiasol. Me hicieron el shock
cardiosó líco. Tengo ante mí la cara del director mientras le dice
al médico que me estaba dando la segunda inyecció n: "No gaste
pó lvora en chimango, animal que no se come". El chimango era
yo. La segunda vez fue distinta, me hice internar por mi hermana,
me sentía muy mal, estuve diez días y no lo pude remediar: volví
a escaparme. Ocurrió hace mucho tiempo... creo que también se
festejaba la primavera... había fuegos artificiales, o acaso el cielo
se había vuelto loco...

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Cumplida la mayoría de edad, sin ganas de estar encerrada otra
vez en el hospicio y sin una familia que me protegiera, no tuve
otra que aceptar la propuesta de un tipo que conocí en un café de
Constitució n: viajar a Salta, a probar suerte en un cabaret. La
cuestió n era irme de Buenos Aires, bien lejos, pasara lo que
pasara. Ademá s, con mi historia a cuestas, ¿de qué me iba a
asustar?
Estuve trabajando con "la rusa María", una de las grandes
meretrices que había en el norte, una gran mujer, muy famosa,
muy sana con quienes dependían de ella. Cuando me di cuenta
que empezaba a ver fantasmas en los espejos del cabaret se lo
dije, ella me entendió , nos despedimos bien y pegué la vuelta
para Buenos Aires. Me traje varios vestidos nuevos, tenía pasió n
por las pulseras y me pintaba la boca de color rojo fuerte, casi
negro.
No me había olvidado de los malos tiempos y sin embargo tenía
ganas de vivir en la capital. A una siempre le queda la ilusió n de
ganarle la partida al destino, la ruleta tiene má s que el cero y ya
no me comía las estrellas de la noche...
Me dije eso y mucho má s, para darme fuerzas. Probé con una y
otra cosa. Fui a misa. Perdí en todo y al final no quedó má s
alternativa que meterme otra vez en la prostitució n.
Igual que en Salta, pero ya no estaba "la rusa María", ya nadie me
regalaba pulseras y los fantasmas saltaban del espejo y me
apretaban el cuello... ¿Alguien caminó hasta el borde del río para
tirarse? ¿Alguien llorando se acercó a las vías del tren para
arrojarse? Esa soy yo.

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Aprendí bien que el oficio hace dañ o. No só lo en el cuerpo, no
só lo que mi carne se me volvió insoportable... También se pierde
la mú sica. Yo conocí la mú sica... No importa cuá ndo la conocí,
có mo la conocí o con quién. Yo había estado en el asilo, en la
cá rcel y yo tenía la mú sica de mi alma. Ahora en vez de mú sicas
había insultos y rechazos. Eso está mal. Me podrían pegar con un
lá tigo y no estaría tan mal. La mirada del desprecio te humilla. La
voz del desprecio te quita la mú sica... Y una se vuelve demasiado
nerviosa, las venas del cuello saltan, una desconfía hasta de su
sombra —¿o no es en la sombra donde se agazapan los fan-
tasmas?— y poco a poco, para defenderse, una se llena de
maldad. Es el momento en que la prostituta dice adió s, ensaya
una reverencia y se retira, o termina loca en un manicomio,
sifilítica o con sida en un hospital, o una mendiga que duerme
por la calle, tirada sobre diarios...
El alma ya es veneno, los pastitos del alma ya fueron pisoteados,
y el odio es el deseo de meter cuchilladas aquí y allá , donde se
pueda...
Hay veces en que una anda tan mal que quisiera estar sola y
llorar escuchando un bolero, pero necesita plata y vuelve a la
calle a buscar el cliente. Y tengo que estar con un tipo que no
conozco, que no quiero y que no me gusta. Tengo que decirle "mi
amor" y acariciarlo, eso esperan. Entonces ruego por la mú sica,
pongo la cabeza como en blanco y trato que el tipo termine lo
má s pronto posible, para sacá rmelo de encima, porque me da
asco... Tanto asco que si tuviera un palo se lo clavaría en el culo...
Aunque después, si veo la sangre. soy capaz de llorar a moco
tendido.

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Apenas el cliente "acaba", una se bañ a lo má s que puede, para
sacarse de encima al hombre que estuvo con una, sacarse de
encima la suciedad propia y la del otro. Necesito bañ arme
mucho, me friego y me refriego hasta lastimarme... Ya cuando
entro al hotel me bañ o y exijo que mi acompañ ante se bañ e, de lo
contrario le rezo una letanía que ni la Virgen María se salva.
Alguien me dijo que cuando me enojo tengo la boca de una
cloaca. Debe ser cierto. Debe ser una puta, conchuda y pajera
verdad. Pero de mi alma, ¿quién dice algo de mi alma y de la
mú sica que le quitaron cuando mi vida no era má s que el
comienzo y el cielo apenas un reino para el viento?

Este oficio es má s terrible de lo que la gente cree y muy distinto


de lo que dicen la policía y los jueces. Una cosa es el agua y otra
muy distinta los pá jaros. Eso se lo escuché a una vieja en el
hospicio.
Ellos dicen que nosotras incitamos, mienten: no hace falta. Es
suficiente que una sea mujer, decente o prostituta, para que los
hombres quieran dormir con nosotras. Parecen niñ os, enseguida
te muerden los pechos.
Lo peor, lo que da asco y rebela es que si nos llevan detenidas,
siendo verdad o mentira el antecedente que nos plantan:
escá ndalo o prostitució n, segundo H, como lo llama la policía, el
hombre sale en libertad y nosotras quedamos presas.
Sí, algú n maricó n de culo blando hizo el mundo para joder a las
mujeres... Por eso la noche es tan oscura, y una se come las
estrellas... Y vomitaba. También vomitaba...
A veces el cliente no queda conforme con una, tienen miedo o
demasiadas fantasías, y aunque por experiencia se cobra

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adelantado, el hombre trata de sacarnos la plata. Se aprovecha
cuando la mujer está en el bañ o, cosa que me ha pasado. Una vez
salí del bañ o meá ndome encima… El asunto puede ponerse
bravo, pero como una a la fuerza se ha vuelto dura, se defiende, y
es difícil que pierda. El hombre se va rá pido a barajas.
A mí me han amenazado hasta con cuchillo y prometido que me
iban a llenar de puñ aladas. Después, frente a frente, no se han
animado a decirme "buenos días". Saben que soy bastante
revirada cuando me enojo. Capaz de poner una mesa de
sombrero. Ya lo hice. No só lo la mesa, también los vasos, los
platos y todo lo que encontraba a mano.
Igual una comprende que tarde o temprano le toca besar el piso,
y que si pierde el destino puede ser la cá rcel, el hospital o el
cementerio. Y esto ocurre cuando el hombre le toma el tiempo a
la mujer, percibe que en el fondo está con miedo. Es que el
hombre tiene instinto de asesino y a nosotras má s bien nos da
por ponernos melancó licas, o locas... Mucho grito, o mucho
silencio, o desnudarnos en los patios del manicomio para
recordarle a Dios que sin nosotras él no sería má s que un
angelito... La vida nos pertenece, que mire nuesto cuerpo y no se
olvide...

Hay de todo en la viña del Señor, decía la vieja que lava las
sá banas del hospicio.
Yo no soy la ú nica que sabe endurecerse. Una vez habíamos
salido con una amiga y dos hombres. Y el hombre de ella, ya
adentro del hotel, no quiso pagar, eso que mi amiga había
trabajado bien. Entonces ella tiró toda la ropa del tipo por la

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ventana y lo dejó desnudo, dentro de la pieza, solo. Desde la calle
se escuchaban los gritos.
Es feo que a una la conozcan y le prohiban la entrada en algunos
sitios. Una se siente un perro; que venga un mozo a gritarnos que
nos larguemos, lastima. Una es dura, pero tiene el corazó n
pintado. Para evitar las amarguras una camina por las calles os-
curas, se hace amiga de las que trabajan en lo mismo, o de
quienes por otras macanas de la vida también son rechazados.
Y siempre está el temor de que el nuevo cliente sea policía. Ese es
el peor fantasma, una ya no se lo saca de encima, como si fuera la
propia piel... La piel que lava y lava...
A veces me pongo a pensar y me doy cuenta que el mundo está
loco, que la cabeza de la gente se llenó de pajaritos, pero
pajaritos negros, esos que comen carroñ a...
Nadie trata de hacerse dañ o a sí mismo, salvo si el alma se
oscurece, entonces hay que pensarlo dos veces, para que la vida
no sea tan difícil... Algunos hombres no lo piensan, especialmente
si ya tienen sus buenos añ os, y creen que la mujer se va a
enamorar de ellos porque nos meten y sacan el fierro. Se
quieren hacer "los maridos", hasta dan consejos y buscan que
una, ademá s del polvo, les ate los zapatos. Aunque no pueden
conseguir una mujer sin pagar, se niegan a ver que está n en
decadencia. No es que pretendan zafarse de pagar por vivos, lo
que les duele es sentirse viejos. Se piensan, para colmo,
insuperables, sobre todo si saben que su mujer anda con un tipo
joven. Cuando una cansada de escuchar mentiras se los dice, lo
má s fácil es que reciba una puteada. O un golpe... Tengo adornos
por todo el cuerpo.

26
Llevo una corona de espinas en la cabeza. ¿Se nota que de niñ a
estudié el catecismo y que ahora vivo en la hora que anochece?
El espejito me dice que estoy muy vieja...
¿Alguien se atreve a decirme en qué momento envejecí?
¿O fue mi padre que me quiso degollar y no sabía...?

No me gusta que me saluden por la calle y tampoco creo en la


eternidad. Por eso, cuando me muera, pido que me pongan bajo
tierra. Bien adentro. Quiero ser una rosa.
Me lo dijo una vieja. Yo soy la vieja. Mi espejito me dice que estoy
muy vieja.
¿Porque soy vieja voy a dar consejos? ¿Una que sufrió tiene que
dar consejos para que el fuego que tiembla se salve...?
Cuando me encuentro con alguna compañ era del oficio le digo
que ahorre lo que má s pueda. A nosotras Dios nos tiende
trampas en cada esquina. Juega sucio...
En este trabajo todo se termina pronto. La mañ ana galopa y no
habiendo juventud o un poco de belleza nadie nos mira ni nos
paga y tenemos que ir a parar con cualquier degenerado, basta
que nos ofrezca un techo para que no nos agarre la noche en la
calle. O terminamos locas. O mendigas. ¿Será mío ese cuerpo que
se llevan? ¿Por qué tiene esos ojos tan tristes? ¿Escuchará las
campanas? O locas... O mendigas...
No hay alternativa. O una se retira pronto del oficio, o todo el
cielo, y también la tierra, con má s fuerza que nunca, se caen
encima de nuestras pobres cabezas.
A veces pienso que Dios me odia. No sé si por loca o por puta.
Debe tener ios dos motivos. Hace ya muchos añ os que bebo agua
con sal...

27
Hay noches en que mi memoria tiene fiebre. Hay noches en que
el sueñ o se cae de mis ojos. Hay noches en que la soledad me
castiga con una piedra...
Una noche que estaba sola y muy cansada y con sueñ o entro al
café "La Comedia" y conozco a un tipo. Le acepté un coñ ac y
como no tenía dó nde ir a dormir me fui con él a un hotel
alojamiento. A la mañ ana me lleva a su casa, en La Boca, donde
vivía con un amigo, con quien me caso a los pocos días. Tomamos
mucho vino, comimos asado y nos enamoramos a primera vista,
como en las películas. La prostitució n quedó en el olvido. La
locura quedó en el olvido. Se lo dije todo mientras lloraba y él me
acarició la cabeza. Comenzó a llover. El cielo no miente, pensé:
ahora está s con un hombre en serio...
Viajá bamos de un lado a otro. Nos reíamos de cualquier cosa,
como dos castañ uelas. Teníamos alma de gitanos. Cuando
estuvimos en Catamarca pensamos en adoptar un chiquito,
parecía que yo no podía tener hijos. Recorrimos medio país,
terminamos en el sur. Primero en Comodoro Rivadavia y luego
en Bariloche. Allí mi marido consiguió un trabajo en Parques
Nacionales, de guardabosque. Fueron los añ os má s felices de mi
vida los que pasé en el sur. Estaba en plena naturaleza, no tenía
problemas con nadie, andaba como quería, hasta desnuda por el
bosque... Conocí el nombre de las estrellas, podía nombrarlas una
a una, hablaba con ellas, me enteré de sus vidas, de sus secretos,
yo también poco a poco me convertí en una estrella, mi cuerpo
entero brillaba y cuando acercaba mis manos al fuego se
levantaba una gigantesca llamarada... Fui otra vez una niñ a y

28
después de muchos añ os dormí sin pesadillas... Ahora el sol era
mi padre, y me cuidaba...

Dios me acechaba, movió los hilos y la felicidad en el sur se


terminó . Las tinieblas serán otra vez tu futuro: pude ver la
mano que escribía sobre el cielo...
Se lo dije a mi marido y él no me creyó . Después de mucho
tiempo discutimos a ios gritos y yo me emborraché. A la mañ ana
siguiente recibimos el telegrama, lo trasladaban al Iguazú . Allí las
cosas no funcionaron bien. Yo estaba muy nerviosa, veía víboras
por todas partes, me asustaban los ruidos de la selva, el calor me
traía fiebres, nos separamos. Me fui al Paraguay, a buscar a mí
padre que tenía un alto puesto en el Ferrocarril Central. Apenas
abrió la puerta escupió contra el piso. No hicieron falta las
palabras.
Dormía en una pequeñ a pieza en el fondo de la gran casa. Comía
sola en la cocina. Buscaba dinero por aquí y por allá y aunque a la
noche cerraban la puerta y escondían las llaves yo saltaba la
pared trasera y me iba a emborrachar por los bares de Asunció n.
Tuve una historia y quedé embarazada, por primera vez en mi
vida. Corrí en busca de mi marido, le abrí el corazó n, pero no
hubo caso. Era un hombre bueno, y aunque me quería estaba
cansado de mí. Lo entiendo. En la despedida nos besamos mucho.
Nadie má s me besó así...

Volví sola a Buenos Aires para tener a la nena. El padre nunca se


preocupó , ni de la hija ni de mí. Era funcionario de una embajada,
le gustaban mis ojos azules y mis piernas flacas, me lo dijo
cuando tomá bamos la primera copa en el bar de Asunció n,

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tuvimos una relació n rá pida y fuerte, sin dinero por el medio, y
por accidente quedé embarazada. Jamá s creí que me pudiera
pasar. Acaso fue por el cambio de clima, vaya a saberse, nunca se
repitió , o por la mú sica paraguaya, demasiado dulce.
Estuve internada en el Policlínico de Lanú s, y a los dos días sufro
un ataque de nervios. Quería dar a luz, pero sentía terror por la
oscuridad del mundo. "Fue Dios el que me cojió ", gritaba. "Fue mi
padre el que me violó "; "el hospital está lleno de muertos",
gritaba y gritaba. Como seguía la crisis me dopan y me llevan al
Hospicio de Mujeres. Ahí, en el hospicio, donde las estrellas se
habían vuelto negras, nació mi nena.
Apenas la vi, muy poco la besé que ya me la sacan y se la llevan a
la Casa Cuna. Sentí que me partían en dos pedazos. Si alguien me
hubiera preguntado quién soy, habría dicho: una muerta con los
ojos abiertos...

Tenía mis ojos claros má s claros, con un sol adentro, la llamé


Magdalena y pude anotarla como hija legítima de mi matrimonio.
Fue para que ella no sufriera, que no la vieran como una
bastarda, una guacha. Cargaste con el hueso de tu cruz
demasiado tiempo, me dije. Que mi niñ a conozca la dulzura del
crepú sculo, sin acosos, soñ é.
Cuando salí del hospicio fui a la Casa Cuna, levanté a Magdalena
como si fuera la luz del aire, llamé concha fría a una enfermera
que me miró mal, como si yo tuviera veneno en mis pechos,
caminé con mi niñ a en brazos sin sentir el cansancio, éramos las
hijas del sol, y llegué a la casa de mi familia. Recién volvían del
Paraguay; mi madre ya había muerto; mi padre vestía má s de
negro que nunca y no me quiso ayudar. Magdalena tenía los

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deditos como pétalos, muy frá giles, sentí miedo por ella, tuve que
dejarla al cuidado de mí hermana, que ahora debería estar
dá ndose el gusto de dormir con mi padre. Si quería besar a mi
nenita tenía que entrar a escondidas en la casa. Yo era un
fantasma que se escapa del infierno.
¿Y el destino? Ah, el destino sacó por fin de su bolsillo una flor
para mí. ¡Conseguí trabajo! Me nombraron empleada en el
Correo con un sueldo modesto pero no despreciable. Voy a ver a
mi familia y se los cuento. Las cosas irán mejor, me tienen que
ayudar, necesito vivir con ustedes y con la nenita... Me puse
casi de rodillas para decirlo. Cerraron sus oídos. Vi la piedra en el
corazó n. Estaban cansados de mí.
"La piedad tiene un límite", fueron sus primeras palabras. "No
pises má s esta casa", fueron sus ú ltimas palabras.

Dicen que el cuerpo está lleno de agua. Yo lloré hasta que me


quedé seca. Un trapo que se retuerce y se retuerce. Me fui
barranca abajo, perdí las ganas de vivir, no tenía trabajo, no tenía
fuerzas para mover las piernas, una cosa te va llevando a otra y al
fin me convertí otra vez en una puta profesional, con prontuario
policial incluido. Con porcentaje para el comisario, propuesto en
una esquina oscura y aceptado.
Cuando entré de muchacha en el oficio había sido distinto. Sentía
que era una historia de poco tiempo y me cuidaba, me bañ aba
mucho y cada tanto me enamoraba. Ahora no, quería destruirme:
comía y fifaba, bebía y fifaba, me dormía y fifaba...
Caí enferma, me contagiaron una venérea, costó curarme, sufrí.
Tuve pesadillas de que me moría después de ser enterrada en un

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cajó n, viva. Sentí có mo los gusanos se comían mis ojos; me
desmayé un par de veces por la calle, mi cabeza cambió .
¿Yo era otra? ¿Quién era yo? El llanto enfriaba mi alma...
Me daban asco los hombres, trataba mal a los clientes, tuve
problemas, no só lo insultos, una vez me rompieron la boca, perdí
un diente, mis ojos azules eran rojos...
Me volví nerviosa, como si tuviera una cuchilla en la nuca;
desconfiada hasta de los gatos, me hice mala, mala. Deseaba
pescarme alguna peste de un hombre y salir a la calle a cojer con
todos, tratando de contagiar, de dañ ar. "Los voy a matar a todos
con mi concha", repetía entre dientes como una loca...
Cansada de mí me sentaba en una plaza, hasta que la sombra de
mi cuerpo huía lejos, muy lejos...

Una noche le grité a un hombre en el hotel: "¡Dale, viejo puto,


termina de una vez que no soy una vaca para aguantarte tanto!".
Me equivoqué y lo pagué caro. Era oficial de policía, se cansó de
trompearme y después me encerró en un calabozo.
Yo gritaba y gritaba llamando a mi padre y terminé rom-
piéndome la cabeza contra los barrotes. Me curaron un poco, un
médico me dio una inyecció n y a los pocos días me llevaron al
hospicio.
Rompí los cristales de un mal sueñ o y abrí los ojos. Estaba en una
camilla y me sentía muy cansada para seguir peleá ndole a la vida.
Yo era una vieja de mil añ os. Me entregué. "Aquí me tienen,
señ ores del hospicio; aquí me tienen para siempre", les dije
cuando me revisaron.

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Ya no escucharía las mú sicas... ya no servirían mis gritos... Mi
alma era el silencio, lo supe, poco valía si andaba sobre la tierra o
sobre el cielo...
Nací con mala estrella, y con la ayuda de tantos buenos señores
que conocí en este mundo me terminé de estrellar. ¿Se podía
esperar otra cosa? ¿Quién era yo para cambiar de estrella? ¿Qué
será mañ ana de mi hija Magdalena?
...Ahora que estoy loca de toda la cabeza me dejará s Dios mío,
padre mío morirme en paz... ¿Me dejará s?

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La historia de Juana

¿Está anotando lo que digo? No me importa, no me molesta... ¿Me


van a aplicar electroshock por esto? Tengo miedo... bah... difícil
que nos vean. ¿Quién sabe que está acá ? ¿No tiene miedo? Claro,
usted piensa que no le puede pasar nada... Mire que acá hay
control, y si cierran las puertas y no saben quién es no lo van a
dejar salir. Se tiene que ir antes que termine el horario de visita.
Pero si quiere hablar, quédese, cualquier cosa yo lo ayudo y se
escapa por el hospital de hombres, hay que saltar el paredó n, el
problema son los vidrios... y a veces los perros... ahí no son tan
duros como acá, son guardianes má s tranquilos, cualquier cosa
les da unos pesos...
¿Qué es lo que quiere encontrar? ¿Qué anda buscando? ¿Qué le
importa de nosotras? Una compañ era mía me contó que anda
preguntando qué hacemos, có mo nos tratan, y hasta las cosas
que soñ amos. ¿Para qué le sirve todo eso? ¿O es que lo está
controlando al director? Me parece bien que lo controle. Yo le
voy a contar todo, pero no diga que fui yo, no quiero que me
pongan el electroshock...
¿Así que le importan có mo son mis días, lo que hago? Si es eso, le
cuento, total, si no se aburre... Me levanto muy temprano,
siempre me gustó estar de pie con la primera luz del día, antes de
que me agarre la tristeza... Después ayudo con la limpieza de la
sala, hago la fila para las pastillas, tomo la leche, como, tomo las
pastillas, tomo el mate, como, tomo las pastillas y después
duermo...
Las pastillas me hacen mal en la cabeza, la comida me hace mal
en el estó mago, pero yo tomo y como todo lo que me dan, no me
quiero morir... Yo quiero estar viva para pasear y mirar el sol...
Hay internas que miran la televisió n, otras escuchan radio,
algunas juegan... pero yo no, yo prefiero pasear, la televisió n y la
radio no me gustan, y los juegos tampoco... menos todavía... a la
noche me traen malos sueñ os...
Hablo de juegos que no se compran... Nosotras no tenemos nada
que se compre, aquí las mujeres jugamos con lo que tenemos
puesto, con lo que se lleva siempre, hasta el ú ltimo día... Jugamos
a lo que juegan todos, quienes lo dicen y quienes lo callan... Pero
a mí no me gusta jugar con las mujeres, no siento nada, yo juego
con ganas cuando me paso al hospital de los hombres... Yo tuve
que probar el juego con una enfermera, cuando recién me
internaron, era jovencita y no me gustó ... Yo no quería jugar... me
desnudaron a la fuerza, me pegaron, las internas me sujetaban y
la enfermera me obligó a jugar...

Tuve que jugar muchas noches, pero después me dejaron


tranquila y empecé a jugar yo sola, conmigo... Es lindo, pero yo
prefiero esperar los días que pasamos al otro hospital, donde
está n los hombres... y ahí elijo, aunque no siempre...
Al principio era fá cil pasar, después no. Hay policías que no nos
dejan, que nos vigilan... Yo paso porque quiero un hijo que sea
grande y fuerte y que me saque de aquí, quiero un hijo para no
estar sola... ¿Alguien sabe có mo nació la soledad?
Hace tres meses yo estaba contenta, uno de los mé dicos de otro
pabelló n vino por la tarde y me llevó a jugar a su consultorio, y
yo creía que iba a poder tener un hijo porque él es sano... Yo le
estaba muy agradecida, hice todo lo que me pidió , hasta le chupé
la pija, porque eso a los médicos les gusta mucho, pero después
me hizo tomar la pastilla y me dio una inyecció n, me quitó mi
hijo, aunque yo le había hecho caso en todo; lo complací mucho,
gritaba de gusto, y eso fue porque yo quería un hijo para no
andar como un fantasma, yo estoy muy sola, y para que me saque
de aquí, que es un lugar muy triste... que me va secando el alma...
De otra forma no hubiera jugado, no me gusta jugar con el médi-
co, me da miedo, me pega y me dice que soy una mierda...
Yo quería tener un hijo... ¿Quiere saber de los sueñ os? Ese era mi
sueñ o... ¿Usted tiene hijos? Hay que tener hijos para no quedarse
solo. A mí en mi casa me dejaron sola... Se fueron muriendo... Me
queda una hermana, pero ella me roba... Vendió la casa y se
quedó con todo... "Te voy a denunciar", le dije, pero yo estoy loca
y nadie me escucha... Yo creo que tendría que venir un juez y
ocuparse del caso, pero no viene, acá só lo vienen a estudiarnos
los médicos jó venes y los psicó logos, como si fuéramos bichos
raros, nada má s que eso: gente enferma para ser comparada con
los libros que ellos estudian... A lo sumo servimos para que
cambien de libros... (Se refriega la cabeza con desesperación)
¡Me pica la cabeza! ¡Me pica, me pica!
Cuando yo tenga un hijo voy a ser la hija de todas las mujeres del
hospicio, para poder abrirles la puerta cuando mi hijo me saque a
mí... A veces me viene otro sueñ o en la cabeza: estamos todas las
chicas en un jardín enorme, lleno de rosas, y cada una tiene el
má s hermoso traje de novia... y bailamos y bailamos, es un vals
con violines, y al final nos quedamos dormidas, sobre las rosas...

Yo tenía un hijo, y él me cuidaba, me traía bombones, de menta,


de avellanas, pero no está má s, se lo llevaron... Hace añ os que se
lo llevaron... Yo estaba con él, me tiré al suelo, me abracé a sus
piernas... me lo arrancaron... Dicen que estoy loca, y que no sirve
lo que yo diga... Mire mis manos, yo me muerdo las manos todos
los días, para no olvidarme, porque yo me mordí las manos
cuando se lo llevaron de mí y quedé como una muerta tirada en
el piso...
Yo le hablo a los médicos del hijo que tuve y del otro hijo que voy
a tener... Ellos no me escuchan, só lo te dan pastillas... Yo he visto
que algunos médicos mean en la tierra, después no crecen las
flores y le echan la culpa a ios gatos, pobres gatos que nos
defienden de las ratas... pobres ratas, las ratas me dan lá stima
cuando las veo destrozadas, pero alguien tiene que matarlas...
son muchas, el hospital está lleno de ratas... Esto es un basural;
ahora está un poco mejor, má s limpio, pero igual es una basura,
siempre va a ser una basura porque siempre está n los mismos
médicos que dirigen todo, vestidos de blanco, y después se bajan
los pantalones y te obligan a pasarles la lengua por el culo...
Cuando se suben los pantalones se ponen como locos, nos miran
furiosos y nos gritan que las mujeres somos todas unas putas...
peor que las gallinas... ¡Y después escupen contra el piso! ¡Qué
gente! ...¡Có mo van a poner sus manos en nuestras almas!...
(Llora) ¡Tengo la bombacha rota! ¡Ese hombre me rompió la
bombacha!... (Se seca el llanto con un enérgico movimiento
del brazo)

Mi hijo me lo decía: "Mientras manden los mismos guachos que


pegan y hacen lo que quieren, el mundo va a seguir

igual...". ¿Los médicos del hospital tendrá n madre? Lo pienso y


me digo que no, si tuvieran madres se darían cuenta que somos
mujeres igual que las otras mujeres, aunque un poco diferentes
de la cabeza, pero no una mierda. Ellos dicen que somos basura,
que somos sucias, que somos putas, que todas las mujeres son
locas, como si fuera una maldició n de nacimiento, y que por eso
nos tratan así. Yo sé que es mentira, que en el fondo nos tienen
miedo y por eso nos desprecian y maltratan. De puro miedo.
Aunque algunos todavía tienen los ojos limpios.
A los hombres del hospital Borda también los tratan peor que a
los animales. Me pregunto: ¿Si tienen miedo de los locos, por qué
trabajan en un hospicio? ¿Por dinero?, ¿ Por fama? ¿Dará fama
ser médico de locos? A lo mejor la gente piensa que porque son
médicos de locos pueden curar a cualquiera... ¡Vaya a saberse lo
que pasa por la cabeza a la gente!
¿Me dará n el electroshock por lo que estoy contando? Mientras
no se enteren... ¿No quiere ser mi hijo? Parece un hombre sano...
Igual no me sirve, no me podrá sacar, tiene que ser un hijo
verdadero... Con la ley no se juega...
Yo le tengo miedo a la ley... La ley me ha hecho sufrir... Si fuera
alguien importante sería distinto, pero no me olvido que soy una
loca... Có mo olvidarme si me tratan como a la basura y vivo en la
basura. Esto es una basura y funciona como basura. Aquí la tierra
es basura y el cielo es basura. No es azul ni tiene nubes, es pura
basura. El hospital está siempre tirado como basura, la gente
pasa, la mira y la deja ahí, esperando que venga el basurero a
recogerla. A nosotras nos tiene que recoger la muerte, el
basurero de la muerte...
A veces vienen a estudiarnos, ya le dije, también como a la
basura... A nosotras nos revuelven el alma los médicos que

quieren saber; a la basura de la calle la revuelven los mendigos


que quieren comer, es una basura con má s suerte, mejor
tratada... La basura del hospital siempre queda, nadie la quiere,
ni siquiera el que la tiró , porque a nosotras nos tiraron... Pero no
somos basura, yo sé que no lo somos... No, no, no, no podemos
ser basura porque tenemos lá grimas... ¿quiere tocarme el
corazó n...? Pero eso lo sé yo, porque los demá s no lo ven, o
cierran los ojos... Y alguien puede decir que yo le pegué y a mí me
matan, aunque no haya espantado a una mosca... Y yo no puedo
decir có mo eran los que se llevaron a mi hijo, no me dejan ni me
creen porque estoy loca, así lo dicen y está escrito en los
papeles...
Y usted puede jugar con quien quiera y tener un hijo, con una o
con otra, con la que se le pegue en los ojos; yo no, yo tengo que
escaparme al otro hospital, de hombres, y jugar con nadie,
porque allí también son fantasmas sin nombre ni apellido, que no
pueden hacerse cargo ni de un suspiro... ¡Có mo van a darme un
hijo! ¡Los locos no existimos! ¡Somos nadie, nadie!... ¡Me van a
llevar como a la basura en el camió n de la muerte! ¡Igual que a mi
hijo! ¡Llovía! ¡Llovíal ¿Por qué llovía? ¿Por qué la lluvia me
pegaba en la cabeza?

Ya que estamos, ¿quiere que le hable de los castigos? A todas nos


pegan, aunque a mí ya no me duele, lo terrible es el
electroshock... La electricidad te abre el cuerpo para que se meta
la muerte y ya no se va, nunca má s...
Me lo aplicaron tres veces... Primero, cuando llegué... Casi
siempre es así, te lo aplican para ablandarte, para que de entrada
no jodá s, no seas rebelde... También te llenan de inyecciones,
después te derivan y ya los castigos dependen de tu

médico. Cada médico hace lo que quiere con su paciente, está s en


su pabelló n y sos de él. Aquí se llega por estar mal de la cabeza, o
del corazó n, yo tenía demasiada tristeza en el corazó n... Me
pasaba llorando... A la gente no le gusta que una llore a los gritos
por la calle... A mí no me importaba que me mirasen... Yo iba
desnuda por la calle porque estaba muy triste. Me llevaron a una
comisaría, todos los policías querían jugar... Uno me dio un
pañ uelo y yo me limpié la cara... ¡Yo me desnudaba porque
quería que todos viesen lo triste que estaba! Eso fue lo que le dije
al médico y a él parece que no le gustó ... Yo estaba mal y en el
hospital me sellaron para que no salga má s, y si alguien sale es
para que vuelva, porque ya dejó de ser... para siempre...
Te quitan todo cuando llegas, te dejan sin nada, te dejan sin vos,
te dejan sin creer, no podes creer que te vas a curar en un lugar
donde te anulan, donde te ponen el sello... La cabeza, el corazó n,
el alma... todo te lo sellan.
Aquí, si sos alguien, algo, una poquita cosa, ya te castigan. Si
querés saber, te castigan; si te quejas, te castigan... Podes pensar,
eso sí, pero no contar qué pensá s, porque si no te dan má s y má s
pastillas... Y con cada pastilla te vas secando... y al final, te miras
al espejo y te asustas, porque frente tuyo hay un fantasma...
Una vez me quedé parada, muda, sin moverme... ¿Dó nde está s,
Juana? ¿Qué te hicieron, Juana? ¿Có mo fue que te moriste, Juana?
Debo haberme quedado frente al espejo mucho tiempo, o debo
haber gritado, fue la segunda vez que me llevaron al
electroshock...
Yo de chica soñ aba con ser maestra, pero apenas fui obrera.
Trabajaba en una fá brica textil. Me levantaba cuando aú n era de
noche, y caminaba y caminaba... Tenía miedo y cantaba, a mí
siempre me gustaron los tangos de Tita Merello... Todavía
recuerdo alguno... Soñ aba con ser cantante de tangos, hasta me
compré una revista donde publicaban las letras... Sabía varios
tangos de memoria, me anoté en un concurso pero al final no me
animé, me quedé en mi casa, llorando... (Se aleja, da unos pasos
de baile, canturrea, vuelve)
...El capataz de la fá brica me miraba, me decía cosas en el oído...
Un domingo nos fuimos todos los de la fá brica a comer un asado
junto al río. Hubo mú sica, el capataz me sacó a bailar y me besó
en el cuello. Hablaba poco, era bastante má s grande que yo y me
apretaba mucho. Un día me dijo: "Tenes que venir a mi casa a la
salida de la fá brica", y yo fui. Ni un mate me dio. Se me tiró
encima, me rompió la ropa. Yo nunca había estado con un
hombre, me dolió . Fui un par de veces má s, y la tercera vez,
cuando está bamos en la cama, apareció otro hombre. Yo me
asusté. El se rió y dijo: "Es mi hermano, quédate tranquila". El
otro hombre no dijo nada, pero me aplastó con su cuerpo y con la
ayuda del capataz me violó . Yo lloraba mucho. El capataz me dijo:
"No llores, putita, no llores". Me vestí como pude y me fui. El
capataz me gritó : "Si se lo contá s a alguien te rompo el culo a pa-
tadas, putíta". No se lo conté a nadie, tenía miedo, nunca má s
volví a esa fá brica...

¿No me diga que se pone triste? Mire que no soy má s que una
loca... Todas las chicas del hospital tenemos una historia,
algunas, como yo, se animan y la cuentan, otras se callan...
Tampoco hay muchos que quieran escucharnos... Los médicos,
en general, se enojan... ¿Les estará prohibido ponerse tristes...?
La gente le tiene miedo a la tristeza. Lo veo en los ojos...

Hay otra cosa muy mala en el hospital, las inyecciones. Es lo que


má s nos duele, por muchos días no nos podemos sentar, ni
caminar bien... Nos meten muchos remedios, má s de los que
hacen falta, y después no jodés, está s mansita porque te doparon,
y eso a ellos les gusta, así trabajan menos y no tienen que dar
ninguna explicació n de los líos que hicieron los pacientes...
Dormimos, dormimos... Nos arrastramos, nos arrastramos...
Calladitas la boca, calladitas...
También trabajé en un mercado, hacía la limpieza. Allí aprendí a
cocinar para los puesteros. Pucheros, guisos, locro, lentejas a la
españ ola... Me fui a vivir con el que vendía galletitas, andaba en
chanchullos raros, se lo llevaron preso…

Yo estaba embarazada. Tuve un hijo y lo crié sola, fue lo mejor


que me pasó en mi vida. Me daba mañ a cosiendo, hacía arreglos
de ropa, con eso nos manteníamos. Alguna vez… algú n hombre
para la cama, pero no me gustaba que se quedasen mucho… Yo
alquilaba una pieza con bañ o y cocina en los fondos de una casa
enorme.,. Hasta tenía un limonero...
Mi hijo ya era un muchacho cuando uno de esos hombres que a
veces me visitaban tomó mucho, se enojó por cualquier cosa, y
me golpeó , en la cara, en la cabeza... Mi hijo entró , lo vio, se
pelearon y el hombre quedó mal herido... Mi hijo se escapó y no
lo vi por largo tiempo...
(La mujer se excita, va y viene, va y viene... Habla con
inusitada rapidez) ...Estaba triste, no comía, lloraba, me
desnudaba por la calle, me encerraron, mi hijo se enteró , no supe
có mo, me sacó , volví a la misma casa, volví a trabajar con la ropa,
mi hijo leía mucho, discutía de política con sus amigos, hasta la
madrugada, mi hijo me quería, me cuidaba, rompieron la puerta,
le pegaron, lo arrastraron, me aferré a sus piernas, a patadas me
separaron, lloré, lo busqué, usted está loca, usted es una loca,
me decían, yo lloraba, yo gritaba, yo me desnudé toda, me
trajeron otra vez acá , me dieron el electroshock, yo sigo acá, yo
quiero un hijo que me saque de acá , esto es una basura... (La
mujer se va)
(La mujer vuelve y ahora habla y gesticula en abierto
desenfreno) Así que para usted no soy una basura no somos una
basura no lo somos no dígale a la gente de afuera que no que la
basura es otra cosa tiene otro olor dígale a alguien del hospital
eso y se va a quedar acá no sale má s será también basura no se
puede ser algo que los demá s no quieren que sea por eso
nosotras no somos no nos dejan o nos dejan ser só lo basura y
nosotras no queremos ser basura pero tampoco podemos ser
basura aunque digamos sí la basura no tiene vida yo tengo vida
mi boca se mueve mis pies caminan mi nariz tiene mocos me
saco los mocos tengo vida dígale a alguien de acá que es que
tiene vida que no puede bañ arse si el encargado del bañ o no
quiere dígale a alguien que no puede comer porque otro se lleva
la comida que es dígale a alguien que no puede hablar que es
dígale a alguien que vive acá que es primero tendría que vivir acá
para decirnos que somos porque no sabe qué es estar acá todos
los días de día y de noche por eso usted que respira aire para las
palabras no la muerte usted que escribe con las palabras de la
cabeza no puede decir qué somos có mo somos lo qué somos
usted dice que no somos basura usted dice que estamos vivos
usted no sabe lo que dice usted no está muerto para saber que
estamos vivos usted no es basura para saber que somos basura
usted no sabe por eso cree que se puede hacer algo todavía no no
se puede hacer algo con la basura lo ú nico que se puede con la
basura es enterrar la basura para salir de acá para no ser
enterrado para no oler como huele la basura hay que salir de acá
pero la gente no nos va a sacar porque la gente no quiere sacar
su basura no nos van a sacar nunca para no ver su basura para
no comerse su basura para no ser la basura que son nos van a
enterrar como basura...
Me gusta que me visite que me hable pero mejor sería que
hablara con su padre que está muerto me dice que hable igual le
digo con los vivos con los muertos que no son la basura mi hijo
me visitaba mi hijo me escribía yo no le podía contestar porque
él no tenía direcció n pero yo lo mismo le escribía en papel de
cuaderno con un lá piz negro le escribía seguro que con faltas le
escribía y él leía mis cartas cuando llegaba cuando se abría la
puerta y él entraba y era de noche pero era de día cuando él me
abrazaba mi hijo cuando yo no era basura claro que él viajaba
mucho por política eso decía por política viajaba mucho acá me
dicen que mi hijo era un asesino para el hospital mi hijo era un
asesino y yo soy la madre la basura algo má s de toda la basura
esa gran basura que no tiene vida que no la tendrá la basura
quemada enterrada la basura pobre mi hijo la culpa la tiene el
padre que se fue la culpa la tengo yo nunca le di nada siempre lo
traté mal a él no a él no a la gente que él quería sí siempre
tratamos mal a esa gente má s pobre que uno con má s dolor que
uno y él se crió en el medio de un país lleno de basura en el
medio de gente que es una basura en el medio de toda esta
basura que apesta que tiene gusanos que tiene moscas ahora me
doy cuenta de todo lo que hice de todo lo que no hice ahora que
vivo igual peor vivo que toda esa gente que no tiene nada que no
es gente que no la dejan ser gente ahora que estoy acá metida
hasta el cuello en la basura que me basurea que me abasura que
me amerdea que me caguea hasta los pedos y los soretes con
moscas y con gusanos pobrecita yo la Juana que está cansada de
la basura que quiere tener un hijo tenerlo mío adentro mío y
sacarlo mío afuera mío a la luz mío al aire mío para que crezca
para que sea para que me lleve para que no me deje en la basura
que es en la basura que soy para no ser má s que eso que quieren
que yo sea: ¡Basura!...
Basura porque es peligroso ser bueno no comerse al otro no
comerme mi carne la carne de la juana no comérsela má s no
matarla má s que no tenga que morir cada día por la noche
terrible morirse acá sobre la cama de acá sobre la tierra de acá
como la basura sucia en los tachos de acá yo la Juana que no soy
sucia que no lo soy me gusta el agua me gusta la lluvia que me
llovía toda de la cabeza a los pies la lluvia encima mío yo me
quise matar ahorcarme quise con una soga en el bañ o eso quise
sacar un metro de mi lengua lejos bien lejos como si fuera una
víbora lo que la juana tiene adentro a la Juana pobre la vieron a
los gritos no me dejaron y esa fue la tercera vez que me
arrastraron por los patios hasta el electroshock...

Me sacaron de una muerte mía para darme otra muerte que no


era mía que no era de la Juana era para que fuera basura y siga
como basura no muerta como la Juana que se ahorcó ella sino la
muerta que ellos los hombres de blanco los hombres del culo
negro que obligan a mi lengua quieren que yo sea para que yo
nunca sea la que soy la que quiso ser maestra cantar los tangos
de la Tita Merello quiso pero no pudo nunca pude me daba
vergü enza me violaron me pegaron me arrancaron mi hijo me
sacaron el sueñ o ya no tengo sueñ os no tengo nada soy una
basura soy una puta porque jugué con las mujeres jugué con los
hombres del hospital no tengo miedo de los perros no tengo
miedo de los vidrios puedo saltar el muro puedo saltar el cielo
puedo cantar los tangos de la Merello "yo soy la morocha / la
má s agraciada / la má s renombrada / de la població n" esa soy no
una puta no una basura no una muerta mi hijo dó nde está mi
Juana dó nde está mamá la chica que era yo mamá la chica que
era yo dó nde está mamá donde mamá .
La historia de Lucía

A los tres añ os me trajeron aquí, cosas del destino. Vine desde


Italia, bien al sur, allí Italia se llama Calabria. Viajamos en un
barco con mi mamá, para que no tuviera miedo me contó que
debajo del mar vivían las sirenas. Ella murió cuando yo era muy
chiquita, fue el comienzo de la desgracia. A mi padre no lo conocí,
debió ser una rata. Tengo una hermana que trabaja en una
cochería, le arregla la cara a los muertos, yo nunca pude darle un
beso. Me crié bajo un juez de menores. Nos habíamos quedado
solas, sin familia. Vivíamos en un conventillo, muy lindo, tenía
plantas y hasta flores. De esa época no recuerdo mucho, algo,
apenas y se me escapa, como si fuera un sueñ o. Mi mamá murió a
los veinticuatro añ os, era morocha, con un lunar chiquito cerca
de los labios, se peinaba con un rodete y tenía los ojos negros.
Ella era buena, en el barco para que no llorara me contaba
cuentos la noche entera. Después perdí todo el cariñ o, nunca
tuve quién me acariciara, todo fue besos duros, encamadas y
franeleos.

No sé bien de qué murió mi madre, só lo recuerdo que estaban los


vecinos, que vino la policía y se hizo cargo de todo, también de
mí, que llevaba zapatos nuevos para el entierro.
Tenia seis o siete añ os, me separaron de mi hermana y fui a parar
a La Plata. Allá, en los asilos, me pegaban. No recuerdo otra cosa
que eso: que me pegaban y que no me venían a visitar. No tenes
familia, guacha, se reía la celadora. Yo me portaba mal, era
rebelde, y me iban pasando de asilo en asilo, de castigo en
castigo. Y cada vez me hacía má s dura y má s desdichada. Siempre
perdía. Me escapaba y me agarraban y me volvía a escapar. Me
iba a la estació n de tren, entonces venía la policía y me llevaban
entre patadas y mordiscos. Yo sabía que me iban a atrapar, pero
necesitaba ir a la estació n, me quedaba las horas viendo pasar los
trenes... Era capaz de ver lo que había en el humo de las
locomotoras...
En el asilo mi alegría, la ú nica, era cuando me portaba bien y me
sacaban a pasear. No era fá cil la alegría. Me llevaban a las plazas.
La peor tristeza era cuando me ponían en encierro, la cueva.
Quedaba sola en la pieza de castigo, sin luz, con cucarachas,
entonces yo me cortaba, tenía que estar seis, siete días
encerrada, sola, y me iba tajeando de a poquito, con una yilé. La
cueva me daba miedo, yo veía que de la pared salía una mano
que buscaba mi garganta. Por eso gritaba y me cortaba y venía el
médico y decía que yo de loca no tenía nada, só lo maldad. Y me
llevaban al Hospital de Niñ os y yo me fugaba. Nunca me animé a
hablar de mis pesadillas, de esa mano peluda con uñ as como
bichos...

Adentro de esos asilos una la pasaba siempre amargada, tenía


veneno en la boca. A gatas me daban la comida, una porquería, y
cuando protestaba ni eso. Yo gritaba por las noches. ¡Putos de
mierda! ¡Putos de mierda! Eso gritaba, hasta que mi garganta
parecía un zapallo. Entonces, al otro día, tampoco me daban de
comer. Para que no me muriera me tiraban un poco de mate
cocido y un pan. Así eran todos los días. Iguales. Iguales...
Salí del asilo colocada. Fui a trabajar a un pueblo cerca de La
Plata. Hacía de sirvienta, me trataban bien, no me pegaban y
podía comer. Dinero no me daban, decían que era muy chica para
eso. Pasaron unos añ os má s o menos tranquilos, lo ú nico feo eran
las pesadillas que me venían por la noche, casi siempre bichos
metiéndose en mi boca y yo sin poder defenderme...

Ya era má s grande y me fui a trabajar a una fá brica. Conocí a un


muchacho que parecía bueno y tenía ojos verdes que me
gustaban. Fue mi ruina. Al poco tiempo me separé. No só lo por
los golpes, habíamos alquilado una casita y todos los días venía
la policía. Sus hermanos andaban en la pesada y para peor no se
querían alejar de mi marido. Me tuve que ir porque si no
terminaba presa. Ya teníamos una nena, el parto fue difícil, sufrí
como una perra, la quería mucho pero al final se la llevó mi
hermana. Lloré mucho por mi nenita, la cabeza me daba vueltas
y vueltas, tenía miedo de hacerle dañ o, fue lo mejor. A veces la
veo, cuando puedo la veo... Sufro, siento vergü enza, las
pesadillas, me veo caminando por el infierno…
Al quedarme sola empiezo a tomar, tomaba mucho. Y me
peleaba. Me procesaron por lesiones. Le corté la cara a otra
mujer. Con una yilé la tajié. Toda la cara. Ella me provocaba
siempre, se reía de mí, y yo soy muy nerviosa... Ahora yo, para
hacerla má s liviana, me quise hacer la loca, pero le pegué a un
médico que me tocó el culo y de castigo no me recibieron en el
hospicio y me mandaron a la cá rcel de mujeres. Quedé varios
meses presa, me la pasé a los golpes, a mí no me viola nadie, y
después me soltaron. Decían que era epiléptica. Estaba dada a la
bebida, tupido. Por eso me acuerdo poco de las cosas, todo se
mezcla, lo que fue ayer, lo que fue hoy...
Yo de borracha soy capaz de matar a una persona. Y fresca soy
muy buena, me juego la vida por una amiga de verdad, comparto
el peine y la cama. Pero cuando empiezo a tomar... Tengo una
bebida que entre cuatro o cinco no pueden conmigo. ¡Loca!
¡Loca!, me gritan, y yo no paro, después me empieza a salir
saliva por la boca...
No tenía un peso, así que empecé a tomar alcohol de quemar.
Para no morirme con el hígado perforado me largué a rebuscar la
vida con lo que venga. Abro la puerta de los coches, vendo
diarios, hago la prostitució n, un poco de todo. Un degenerado,
para divertirse, quiso que le contara mis pesadillas mientras él se
pajeaba... Algú n puto mango le saqué, pero quedé peor que si me
hubiera pisado un camió n...

Yo no sé ni siquiera firmar, no sé leer ni escribir. Y a veces tengo


problemas con la taquería, pero me hago la loca, me tengo que
hacer la loca con ellos y con cualquiera que me quiera prepotear.
Si no, me llevan. Me la rebusco también un poco en los
cabarutes del bajo. Sea un lavado, sea un fregado. Voy a
comprarles sangü iches a las chicas, voy al cambio, me mandan a
la farmacia. Y a veces no hay nada. Sequía. Camino y camino, y no
hay nada. Sequía. Pero de copera es difícil que agarre, no sirvo
para ese trabajo. Tengo un cará cter muy revirado. Y hay que ser
una mujer dada, que sepa comprender a la gente. Yo no sirvo,
rajo. A mí me viene un mamerto a toquetear mientras me tomo
un trago y armo un escá ndalo, a lo mejor hasta le parto la cara
con el vaso. Yo tengo lo mío: la bebida es sagrada.
La vida que yo siento es en la calle. Si no estoy en la calle me
agarra como un fuego en la cabeza. Yo ando las veinticuatro
horas por la calle, hasta dormida.

Conseguí una piecita para mí, me cobraban una fortuna... Eso de


tener un lugar propio me gustaba, aunque pasé mucha miseria.
Algunas noches rascaba la limosna para el hotel, entonces no
comía. Fue duro. ¡Vaya si sabrá mi estó mago lo duro que fue,
pero hasta tenía alpiste para un canario!
Yo la paso bien en el puerto, aunque nadie me crea hasta me
emociono. No quiero levantar puntos, prefiero tener amigos,
hablar, ver los barcos, las grú as, que la gente se me acerque y me
cuente las cosas que pasan y que me traten bien. Eso es lo lindo.
Los puntos terminan asqueá ndome. Y ahora conmigo ya no pasa
nada, porque me operaron de los dos ovarios. Quise hacer un
aborto y me fue mal, casi pierdo la vida. Me lo hizo una mujer, se
presentó de amiga, no era médica y por poco cago fuego. A mí las
cosas siempre me salen mal. Una vez me dijeron: sos una yegua
perdedora, le tiré una piedra al que me lo dijo, pero tenía razó n.
Con el aborto me vino una infecció n y después una anemia.
Entonces un día me llevaron al Hospital Alvear, pesaba cuarenta
kilos. Estuve como un mes
tirada en una cama, no tenía a nadie que me llevara algo, ni una
manzana... Pero me hice amiga de un médico, un hombre bueno,
me tenía paciencia. Me traía alguna fruta y yo fumaba a
escondidas. A veces soñ aba que era una nena, que tenía un
vestido blanco, largo hasta los pies, y que mi mamá me besaba, y
después me decía adió s con la mano y se subía a un tren...
El puerto es una cosa linda, mientras estaba en el hospital me
acordaba de los barcos, cuando entran, cuando se van, despacito,
son todos blancos y tienen banderas... Me gustan las banderas
cuando se mueven. Las grú as también me gustan mucho. Tengo
un amigo que me dejó subir a una. ¡Era bá rbara! ¡Todo el cielo
era para mí! ¡Toda el agua era para mí!

A mí se me mezcla todo en la cabeza, de pronto me doy cuenta


que estoy metida en un pozo, me cuesta respirar, los ojos se me
ponen rojos... Debe ser por lo mucho que tomé... Yo entraba en un
bar y ya no podía parar, era como una maldició n, pero una
maldició n que me gustaba...
Todos me decían: "Hace frío, tomate una copa", yo conocía
mucho el ambiente, me junaban fuerte... Me tengo que ir del país,
bien lejos, donde no me june nadie... Acá entro en un piringundín
y le doy, entro en otro piringundín y también le doy... y llegan las
cuatro de la mañ ana y estoy hecha una perdida... Cuando no doy
má s, y encuentro una cama y me tiro a dormir, siento que la vida
se me va por la boca, vomito y me muero...
Yo escuchaba voces, adentro mío... Una noche me habló un
japonés, yo no entendía qué cosas me decía... pero eran ó rdenes,
y yo le obedecía... Me hizo cortarme las venas, por poco muero
desangrada... Hay días que no tomo... entonces no puedo dormir,
me siento triste, pienso que soy una nena y lloro... lloro... Me
pongo a pensar que tengo una hija, que ya se vino grande... que
soy una borracha perdida... que la vida es simple papel pintado...
Me trabaja mucho la cabeza... Soy una mujer arruinada... Ni
siquiera puedo tener hijos y me gusta como loca la bebida... Tuve
alguna oportunidad buena, pero no me interesó ; una
oportunidad para juntarme después que dejé a mi marido, y dije
que no. Cuando fui joven no pude ser feliz, y ahora entré en la
recta final... Por eso, cuando me den otra vez la orden, yo me voy
a cortar las venas... pero con un cuchillo grande, para que nadie
me salve.
Muchas noches sueñ o... Sueñ o que estoy bien de plata, que a los
pies de mi cama tengo amontonada una pila de billetes, y suena
el teléfono y me preguntan qué quiero para el desayuno. Yo digo:
jugo de tomate, porque eso es lo que toma la gente rica,
entonces escucho una carcajada que me da miedo, como si fuera
un muerto el que se ríe, y me despierto, transpirando, y sé que no
tengo ni un puto peso para tomarme un café.
También sueñ o que viajo en un barco, es todo blanco y tiene una
bandera con una gran luna roja... Los tripulantes caminan muy
despacio, todos tienen las caras lisas, como tapadas con medias
de mujer, só lo muestran los ojos, que son enormes y llenos de
sangre... Yo no tengo miedo, me siento feliz, hasta que de pronto
viene una ola gigante y me lleva y me lleva y yo desde lo alto veo
có mo el barco se llena de fuego, y después también el mar se
convierte en fuego, todo es fuego, fuego...
Otras noches sueñ o que me peleo por la calle con la gente, que
voy caminando, que choco con uno y con otro, que me insultan y
yo los insulto, que me pegan y yo respondo, que pego trompadas
y patadas hasta que me tiran al suelo y me pegan y me pegan
hasta que me quedo como muerta, tirada en el piso, y quiero
hablar y no puedo... y de la boca me sale sangre, mucha sangre, y
viene un perro negro, muy negro, y me pasa la lengua por la cara,
y me muestra los clientes, pero yo ya no tengo miedo...
Después que sueñ o me levanto dando gritos, y tiro golpes para
todas partes... Por eso ahora nadie, ni hombre ni mujer, quiere
pasar la noche conmigo...

A mí me gusta la vida del puerto... ¿Ya dije que me gusta la vida


del puerto? ¿Ya lo dije? ¿Có mo sé lo que piensa mí cabeza y lo
que mi boca dijo? Mi cabeza y mi boca está n separadas... Y yo
estoy en el medio, perdida... Tuve una época en que trabajé de
prostituta portuaria, así nos catalogaban... Escuché decir a un
marinero españ ol que "la oportunidad tiene cara de hereje", o
algo así... El tipo me daba, dale que dale, y hablaba de la esposa,
que era linda, que era buena, no paraba nunca, yo me harté y le
dije qué carajo hacía conmigo y él me explicó lo de la necesidad y
la cara de hereje. Me pagó bien, no me quejé má s y hasta me hice
amiga... A mí también me pasó lo del hereje... ¡Hay cada cara en el
puerto...! Por eso yo casi siempre cojía con los ojos cerrados...

Tengo muchos recuerdos de esa vida, pero a veces se me olvidan


y a veces se me hace un barullo con los días... Quiero poner mi
cabeza en orden, pero no puedo... ¡Tomaba tanto en los barcos!
¡Bebida extranjera, hasta Caballito Blanco...! Después tiraba los
bofes, pero alguna noche la pasé bien... para qué mentir...
No era fá cil el trabajo, está prohibido. Había que hacerse amiga
del sereno de la planchada para subir a los barcos. El barco se
convierte en un quilombo flotante. Una se reú ne en el comedor
de la tripulació n o de la oficialidad, segú n la edad de la mujer que
sube. Si es joven va con los oficiales, si es vieja va con los
marineros. Entonces, para qué mentir: se coje, se come, se toma,
se fuma, se afana todo lo que se puede. La vida es dura, nadie te
regala nada, muchas tenemos hijos, no siempre vienen barcos y
hay que subsistir... Después una se vuelve vieja y tiene mal olor,
malos sueñ os... ¡Quién paga ahora un puto mango para dormir
conmigo!
Yo no me engañ o, yo no dejo que ningú n médico me engañ e, que
ningú n policía me engañ e, que mi cabeza diga una cosa y que mi
boca diga otra cosa... Subir a los barcos es una mierda, siempre
fue una mierda... Las putas finas le escapan, las que tienen
arreglos con los hoteles le escapan, las coperas de los boliches le
escapan, las callejeras con algú n punto fijo le escapan, só lo
subimos las que estamos en picada, las que venimos de la cá rcel
o del hospicio... ¡Saben qué agujero negro tengo yo en la cabeza!
Lo que me gustaba es que una va aprendiendo algo del idioma de
los marineros que vienen a Buenos Aires. Todas sabemos un
poquito de inglés, griego, alemá n, portugués... Y las que son
nuevas suben con otras compañ eras de má s experiencia.

La prostitució n es como todo oficio, tiene sus modalidades. Por


ejemplo, está "el polvo" y la "noche entera". Por "el polvo" se
cobra menos, pero una se puede pasar en una jornada hasta
treinta marineros, y entonces rinde. O bien pasarse a toda la
oficialidad, que son menos y a los que se les puede sacar un poco
má s. En este asunto entran todos, no hay diferencia de grados. Se
puede cobrar hasta cinco dó lares por polvo, pero una no trabaja
todos los días, no hay físico que aguante tanto...
Yo sé que a nadie le importa, pero tengo una estrella en el cielo
que me regaló mi mamá cuando viajamos en el barco y hay
noches en que la miro y lloro, despacito... Una se va muriendo
poco a poco, y en cualquier momento nos podemos pescar la
peste... Tampoco es oro todo lo que brilla y a la puta mejor
pintada también la pueden cagar...
Nunca se trabaja tranquila en el puerto, hay que tener cuidado
con la Prefectura, que son unos cabrones, siempre quieren
garchar de arriba, y una depende mucho del oficial que esté de
guardia en el barco, que es donde se cocina el estofado. También
pueden ocurrir problemas cuando ya estamos arriba, en el medio
de la faena. Recuerdo que una noche, en un ballenero, fue muerta
una compañ era. Se llamaba Irma, yo la conocía bien, nos gustaba
tomar un cafecito juntas y hablar de la vida. Ella era muy
romá ntica, iba mucho al cine, siempre se metía en amores... Le
taparon la boca con gasas y apareció flotando en el río. Antes la
habían golpeado, violado, quemado con cigarrillos, tutti quanti,
y no llevaron preso a nadie. Irma era una muchacha alta, rubia,
de pelo muy cortito y tenía dos hijos. Pero esto de la muerte no
pasa siempre, por supuesto, si no ninguna subiría a un barco. Lo
má s frecuente es que los marineros se encurdelen y que se arme
algú n lío, pero má s bien se pelean entre ellos, son todos gallitos.
No es fá cil que a una le peguen o la dejen sin el dinero. De todas
formas ya estamos apioladas y se cobra por adelantado... ¡Yo no
era ninguna otaria! ¡Seré loca pero no como vidrio! ¡Quién me
paga ahora por mi cabeza rota!
...Los hombres me jodieron... Ninguna mujer se escapa de los
hombres, son como perros de presa. Me jodieron en la vida y me
jodieron en el trabajo, por má s que una se cuidara... Pero una
también, de vez en cuando, se las puede cobrar... y el alma,
entonces, respira mejor...
Recuerdo que otra vez estaba dando vueltas por la dá rsena "E",
al fin subí a un barco griego y me invita un tripulante a que me
acueste con él, ofreciéndome a cambio un reloj pulsera para
pasar toda la noche. Yo le digo que sí, me da el reloj y hacemos lo
que tenemos que hacer. Pero parece que al tipo no le gustó ,
porque después no se quiso quedar conmigo toda la noche y me
pedía que le devolviera el reloj, cosa a la que yo me negué, el
contrato de trabajo había sido roto por él y no por mí. Yo estaba
en ese momento desnuda y el marinero saca un tremendo
cuchillo como de medio metro y me amenaza. ¡Para qué! Abrí la
puerta y, así como me encontraba, en pelotas, pero llevá ndome el
reloj en la mano, salgo al pasillo y entro corriendo al comedor,
donde estaban los otros marineros. Casi toda la tripulació n era
griega, menos ese tripulante que era negro y con cara de mono
peludo, y parece que los otros lo tenían medio entre ojos, porque
cuando entró lo pararon a golpes, y alguien fue y me trajo mi
ropa. Yo me vestí y bajé a tierra. Cuando me doy vuelta lo veo al
tipo detrá s mío. Eran las tres o cuatro de la mañ ana, no había un
alma en el puerto, pero el sereno, que estaba en la planchuela del
barco, se dio cuenta que el otro venía con el cuchillo, y empezó a
disparar tiros al aire, para asustar al negro. Yo aproveché y salí
corriendo y por suerte encontré, cerca del barco, una
dependencia de Gendarmería Nacional, y allí me refugié, y el tipo
con el cuchillo atrá s mío. Me quedé varias horas, pero me fui con
el reloj.

En otra oportunidad tuve un lío con un telegrafista turco, del que


ya era amiga. Lo había conocido en un viaje, y cada vez que él
volvía nos encontrá bamos. Pero esa noche no sé lo que pasó , no
me quería pagar. Entonces yo de bronca me subí al palo mayor
del barco, y le dije que no me iba a bajar hasta que me pagara.
Vino el capitá n, el primer oficial, el sereno y, al final, hasta la
Prefectura. Pero yo, siempre arriba del palo mayor. Ellos me
ordenan que baje, pero yo les grito que hasta que ese turco hijo
de puta no me pague no bajo. Y el turco insistía en no pagar.
Entonces me saqué la bombacha y los meé desde arriba del palo
al turco, al capitá n, y a todos los que estaban abajo. Al final el
turco aflojó , le dio la plata a un marinero de la Prefectura, y éste
subió hasta el palo mayor, donde estaba yo y me la entregó . Yo
bajé, fui en cana, y tuve que pagar la multa. Perdí como en la
guerra, pero me di el gusto de reventarlo al turco.

Cuando me fui del oficio volví a disfrutar del puerto. Me gusta


tirar piedras al agua, me gusta ver entrar y salir los barcos...
Entre los portuarios tengo grandes amigos, son buena gente,
saben có mo estoy y no me proponen nada, me ven como a una
amiga, y es bueno quedarme con ellos y tomar. Tener amistad
para beber juntos. Lo mío ahora es só lo eso: tomar. No tengo
interés en ninguna otra cosa, físicamente no siento deseo,
tampoco sirvo, lo mío es tomar. Nada má s. Y ellos me invitan.
Pero después me tengo que ir, porque hasta eso me hace mal,
todo me molesta, me vienen ganas de pegarle a alguno, de
cortarlo. Es que el arranque mío, cuando bebo, es cortar la cara.
Entonces me las pico, es lo mejor, y a la media hora vuelvo. Y me
dicen: "¿Querés algo? Tomate un coñ ac. ¿Tenes hambre?". Yo no
tomo a toda hora, pero cuando empiezo... Soy de mala bebida.
Prefiero ginebra y coñ ac. Pero el coñ ac me voltea y no puedo
parar. Me enloquece cuando empiezo. Y no puedo má s que
seguir. Y cuando sigo me tienen que encerrar en un calabozo
chico y atarme, porque soy capaz de matar a cualquiera. Hasta
me han tenido que poner el chaleco de fuerza. Me han llevado
tantas veces presa, me han pegado y pateado tantas veces...
Porque yo vomito, ensucio el calabozo, me les voy encima, y la
gente se asusta y se pone mala con una. Y me gritan: "¡Tomaste
mucho hija de puta! ¡Sos un peligro, tomaste mucho!". Yo quiero
explicarles, yo digo que tengo balurdos tan grandes que no
puedo dejar de tomar. No me puedo olvidar. Pero hay tipos que
me tienen bronca porque yo los puteo. ¡Qué quieren que haga
con mi cabeza! ¡Quién me puso el alma negra!

Ahora, de la vida, lo que yo espero con má s ganas es vender


flores, un puesto para vender flores, pero no lo puedo conseguir.
Es algo como un sueñ o y muy grande para mí, que estoy meada
por los perros. Me gustaría vender flores. Siempre me gustaron
las flores. Andar con ellas. Sería un trabajo lindo.
Y caminar. Si yo tendría flores, podría caminar por las calles, por
el puerto y vender flores. A mí, los portuarios me comprarían,
porque me quieren mucho. Las flores que prefiero son los
claveles, y seguro que deben ser las que má s se venden. De la
vida, aparte de los claveles, só lo me interesa andar, nada má s.
Camino y camino. Todas las noches siempre agarro para el
mismo lado, la calle 25 de Mayo. Y, cuando un día no voy, al otro
me gritan: "Eh, ¡qué te pasó !". Me gusta la noche ahí, los cabarés,
las chicas que me conversan, los porteros que me ofrecen
cigarrillos; también me gusta porque hay muchos gatos. Pero a
veces me siento mal y no puedo caminar. Me agarró un coche en
Có rdoba y 25 de Mayo. No lo vi al auto, venía muy tomada. Me
hizo fractura de tibia, tobillo y peroné. El hombre del coche
siguió . Después me levantaron. Vino la policía, que me conoce, y
me llevaron al hospital. Cuando me desperté estaba en una cama,
operada... No sabía si estaba muerta o viva. Pero yo a la vida no le
tengo miedo…
Y a la muerte tampoco. Porque lo que quise ya lo perdí. Y ahora
no quiero a nadie. Soy una mujer que vive por esas cosas, porque
tengo que vivir. Lo ú nico que espero es que no me peguen, que
me conversen, pero yo no quiero a nadie, a nadie. Estoy muy
golpeada, en la calle me han dado sin asco...
Yo siempre digo que hay gente buena y gente mala. Y yo me topé
con toda la mala. Demasiada gente mala para mí sola. Al fin y al
cabo yo no era má s que una muchacha... ¡A mí también me
gustaban las historias de amor...! ¡Yo una vez vi en el teatro
Romeo y Julieta…! ¡Y lloré, vaya si lloré...! ¡Había ido con Irma,
las dos lloramos...!

Cuando me pudieron reventar, me reventaron. Hasta cuando


estaba presa o enchufada en un hospicio. Y eso es lo má s
retorcido. ¿Qué puedo esperar de bueno?
A mí me conocen hasta los perros y me han tratado como a los
perros. Pero no me quejo. Por lo menos hubo noches en que
pude caminar y caminar hasta cansarme por la calle Corrientes...
Para mí eso fue bá rbaro, tengo encima demasiado tiempo de
estar guardada. Entonces, cuando lo pienso y aunque esté
dormida, me largo otra vez a caminar y caminar... Puedo ver la
gente, hablar con la gente; mejor dicho, escucharlos. Me gusta
escuchar a los que saben muchas palabras, esos que tienen la
gola de oro... Yo nunca me supe explicar. Pero alguna vez, y no
me importa que apenas sepa leer y escribir, voy a viajar. Voy a
conocer otros países; a lo mejor hasta Italia, quisiera ver có mo
era lo mío... Me imagino un campo con muchas flores, donde yo
pueda tirarme a dormir y nadie me haga dañ o...
Ese es el sueñ o que tengo ahora, todas las noches se me mete en
la cabeza... Es difícil que se cumpla, a veces me olvido dó nde
estoy...
Sí, es cierto que me han traído otra vez al hospicio, pero es por
pocos días... Cuando pienso en el tiempo, en las cosas que van
sucediendo en el tiempo... se me da vuelta la cabeza... parece que
quiere estallar... Cuá ndo fue ayer, cuá ndo es hoy... Debe ser por
los golpes de algú n marinero turco... Mañ ana, o cuando al fin me
vaya de acá para Italia, voy a ser feliz. Eso sí, no me quedaré para
siempre tan lejos. Voy a volver, quiero volver a vender los
claveles y a morirme en Buenos Aires... Yo me quiero morir en
Buenos Aires, morir despacito y escuchar Loca cuando lo canta
Gardel..
La historia de Josefa

La primera desgracia

¡No se acerque! ¡Cuidado! ¡Yo soy la mujer del fuego ¡Si me enojo
se puede morir! ¿Me creyó ? ¿Se asustó ? ¿Tiene miedo de morir?
¿Piensa que el fuego le va quemar la carne y el humo entrará en
sus pulmones hasta ahogarlo? ¡No se acerque! ¡Vaya con cuidado!
¡Hoy es un día de viento! ¡El viento hace crecer las llamas! ¡El
viento me pone el fuego en la cabeza! ¡Pobre mi cabeza! ¡Llena de
fuego! ¡Llena de fuego!

...No pasó nada. Era para conocerlo. Hay algunos que les hablo
del fuego y corren. Otros se ponen a gritar y vienen los médicos.
Usted se quedó . Así que si gusta le cuento mi vida. Mi vida era
muy tranquila. Una vida má s hasta que llegó el fuego…
Yo nací en Santa Fe, en una colonia, mis padres trabajaban la
tierra. Era un lugar hermoso, con una luz serena que nunca má s
vi en mi vida. Campo abierto, con vacas, caballos, chanchos,
gallinas… Se plantaba trigo, maíz, avena… Tomá bamos la leche
pura y caliente de la vaca y comíamos pan casero. Mi padre hacía
jamones y bondiolas cuando carneaba un chancho en el invierno.
Mi madre cocinaba todos los domingos una torta amarilla con
muchos huevos… La guitarra la tocaba mi hermano mayor. Las
canciones eran para la boca de mi otro hermano, canciones
tristes que me traían lá grimas pero igual me gustaban…
La primera desgracia me ocurrió en el viaje a la casa de mi tía,
ella vivía en un campo cercano. Yo tenía esa mañ ana dolor de
barriga, no quería ir, les pedí a mis padres que me dejaran en la
cama, ellos insistieron, se enojaron y tuve que levantarme.
Apenas desayunamos y ya se largó la llover, el cielo se puso
negro y quería caer sobre la tierra. Le dije a mi padre que me
volvía a la cama, yo tenía apenas ocho añ os y estaba asustada,
pero él me miró muy fijo y no me moví de la silla.
Siempre que llovió, paró. Así dijo mi padre y a las pocas horas el
sol que salió le dio la razó n. Teníamos un carro grande tirado a
caballo, la casa de mi tía quedaba cerca y fuimos. Mi padre
llevaba un jamó n, mi madre una torta má s amarilla que nunca,
mi hermano Raul su guitarra y mi hermano Pedro y yo nos
acomodamos en silencio en el fondo del carro. No anduvimos
má s que un par de kiló metros y el cielo se volvió negrísimo,
como nunca negro. Ruídos terribles en lo alto, la lluvia que crece
como un mar en su fuerza, y de pronto cae el rayo… ¡El rayo! ¡El
rayo! ¡El fuego del cielo! ¡El fuego sobre el caballo!... ¡El fuego, sí!
¡El fuego, sí! ¡Sobre el caballo! ¡Sobre el caballo!

La mujer llora, se aleja a grandes pasos, espantada por sus


recuerdos. Pequeña y frágil, el aire sale a borbotones y silbos de su
pecho. Torna hacia mí, me muestra sus ojos dulces y desteñidos y
vuelve a marcharse, esta vez decidida a que todo su cuerpo se
aparte del silencio que extiende sus raíces en ese rincón lúgubre y
abandonado del hospital.
Volverá otros días, los encuentros serán breves y casi furtivos,
aparece y desaparece y sin mayor orden, como si tirase al voleo
semillas en el campo, me va dejando datos para que reconstruya
con paciencia su primera desgracia. Más que una secuencia de los
hechos será apenas un inventario.
El rayo: Un castigo de Dios sobre su padre, que nunca tuvo miedo
de las tormentas, ni de nadie, y que hasta se ríe cuando mata a los
chanchos.
El cielo: De tanta luz que alguien se podía quedar ciego si miraba
al sol con los ojos abiertos más de un segundo, y que la mañana de
la desgracia se había puesto tan negro como las alas de los cuervos
que se comen el maíz y que su padre y su hermano mayor
ahuyentan a escopetazos.
El caballo muerto: Un zaino, de buena alzada, al que llamaban
Dionisio, muy juguetón y de galope fácil que la llevaba a la escuela
y no se ponía alegre cuando tiraba del carro, que se llenó de fuego
y de humo y que ella quiso cerrar los ojos del espanto que tuvo,
pero sus ojos siguieron abiertos viendo el fuego y el humo, el fuego
y el humo…
El carro: Era un regalo del abuelo, el padre de su madre, y que
según le contaron había muerto pateado por un caballo, al que
siempre maltrataba, el padre de Dionisio.
La lluvia: Siguió por muchos días, el campo se inundó y perdieron
la cosecha. Su padre se quedó muy triste y ya casi no hablaba. Su
madre nunca más cocinó la torta amarilla, para evitar los malos
recuerdos…

La mujer me dejó con intrigas. Nunca pude entender bien como un


rayo llenó de fuego a un caballo en el medio de la lluvia.
La segunda desgracia
Me gustaba el pelo largo y mi madre me hacía las trenzas. Se
llamaba Angélica mi madre y tenía los ojos verdes cuando estaba
alegre y marrones si se ponía triste.
La rezaba a la Virgen y llevaba flores a los muertos de la familia.
Eran calas y rosas que cortaba del jardín. Hablaba con las plantas
y las cuidaba como si también fueran sus hijas. Yo no sentía celos
porque a la noche se sentaba en el borde de mi cama y me
contaba un cuento. Siempre el mismo cuento, todas las noches, y
yo me dormía feliz. Una princesa muy hermosa y muy delicada se
pinchaba el dedo con una rosa y se moría. Un príncipe
enamorado de ella y valiente como pocos la rescataba de las
tinieblas y le devolvía la vida.
Esa noche me había ido a la cama bien temprano, pero no me
dormía, esperando que mi madre me contara otra vez el cuento.
Sentí ruidos muy fuertes en la cocina y corrí. Sobre el suelo mi
madre se retorcía, pegaba alaridos y un líquido blanco le salía de
la boca, como si fuera leche. Se había envenenado. Así lo dijeron
el médico y la policía.
La enterramos y llovía, yo tenía miedo de los rayos. Por suerte no
cayó ninguno y me alegré. Cuando volví del cementerio y me
acosté en mi cama y pensé en el cuento que ya no me contaría,
me di cuenta en mi corazó n que mi madre había muerto.
Mi padre y mis hermanos daban vueltas y vueltas y hablaban en
voz alta en la cocina. Me levanté y ofrecí cocinarles algo. Yo sabía.
Puse mucho aceite en la sartén má s grande. No pasaron cinco
minutos y el aceite se llenó de fuego. Me asusté, tal vez quise
empujar la sartén, el fuego saltó hacia mi pelo, el aceite cayó
sobre mi cuerpo, el infierno estaba allí, sobre mí.
El dolor no se puede contar. El dolor duele. Durante largos meses
de largas horas sin sueñ o mi vida fue solo el dolor. Era mucho el
dolor y poca mi vida. Los médicos creían que me iba a morir.
Mi madre se apareció en sueñ os y me susurró al oído el cuento
de la princesa. Cuando me desperté, mi madre se había llevado a
la muerte. Só lo me quedaron las cicatrices.
Mi padre me internó en un colegio de monjas. “No podés vivir en
una casa sin mujeres”, me dijo.
Al principio las monjas me trataron bien, debió darles lá stima mi
cuerpo tan lastimado.
Poco a poco se endurecieron, me regañ aban por cualquier
motivo. Las ú ltimas palabras se repetían: “y tu padre ni siquiera
paga la cuota”.

Una tarde, llovía, me mandaron a la cocina para que hiciera


tortas fritas. Yo me puse a llorar, tenía miedo. Me obligaron.
Cuando la sartén se llenó de aceite y cuando el aceite se llenó de
fuego yo empecé a gritar y me desmayé.
Después me contaron del incendio en la cocina. Las monjas me
culparon, dijeron que estaba poseída por el demonio, que las
llamas crecían y crecían y yo no dejaba de reirme.
Mi padre había perdido el campo y ahora vivía en el pueblo.
Sabía trabajar el cuero y arreglaba botas y carteras. Mis
hermanos se habían hecho cargo de las tierras de mi tía.
Una noche, llovía, mi padre entró en mi pieza y durmió conmigo.
Ya era una muchacha, tenía miedo, lo dejé.
Noches después se apareció mi madre en un sueñ o. Yo esperaba
el cuento de la princesa, pero no, me dijo que mi padre la había
envenenado. No entendí las causas, lloraba mucho.
Antes de que amaneciera me vestí, guardé mis cosas má s
queridas en un bolso y sin hacer ruido fui a la cocina, encendí
todas las hornallas, había una botella con kerosene, la arrojé y
me fui corriendo, mientras las llamas crecían en la casa y se
escuchaban los gritos de mi padre.
Nunca lo volví a ver. Cuando estoy muy triste mi madre sale de la
oscuridad en donde vive para que yo escuche el cuento de la
princesa. Siempre hay noche detrá s de sus pá rpados.

La mujer dejó de hablar y se tapó la cara con las manos. Hay veces
en que uno hace lo que no debe. Yo estaba emocionado por el
relato de la mujer, quería abrazarla, no me animaba, así que
saqué el encendedor de mi bolcillo. Un viejo encendedor a benzina
que me acompañó durante mi exilio en el norte de Europa. Lo
encendí y lo apagué. Lo encendí y lo apagué. Ya no fumaba. Pero
me gustaba el calor del encendedor en mi mano, el áspero olor de
la benzina, la llama amarilla y bien formada, como una bailarina
en el viento.
La mujer levantó las manos y dejó al descubierto el horror de sus
ojos. “!Fuego! ¡Fuego! ¡El cielo me castiga con su fuego!” La mujer
corrió detrás de sus gritos. Yo guardé el encendedor en mi bolsillo
y me fui caminando despacio hacia las grandes puertas del
hospicio, sintiendo en mi estómago los ácidos del peor daño: aquel
que se comete sin deseo

La tercera desgracia
Dejé pasar los últimos días del invierno antes de volver al hospicio.
Se dice que las cosas no cambian de un día para otro. Al menos allí
fue cierto. Me esperaban el cielo, el sol y el paisaje anterior.
También los mismos cuerpos errantes, el mismo dolor anónimo y
helado.
Alguien se reía. Alguien me sacó la lengua y se tapó la cara.
Alguien vagaba con su corona de laureles. Una criatura alucinada.
Alguien me miró en el comienzo de su eternidad y yo pensé: nadie
puede ser herido, tanto.

Fui por aquí y fui por allá. Cansado me senté a esperar.


El humo me alertó. El súbito calor en mi espalda y el crujido del
papel quemándose me hicieron dar un salto. Allí estaba la mujer
pequeña y frágil que yo buscaba sosteniendo en sus manos los
restos del fuego, la boca temblando oscuras palabras, en su mirada
el recuerdo de un instante de luz…

¡Cuidado! ¡Yo soy la mujer del fuego! ¡Si me enojo se puede


morir! ¡Cuidado! ¡Hoy es un día de viento! ¡El viento hace crecer
las llamas! ¡El viento me pone el fuego en la cabeza! ¡Pobre mi
cabeza! ¡Llena de fuego!
…¿Ya no hay má s viento? ¿Dó nde estará el viento? ¿Se fue a la
montañ a? ¿Y el sol? ¿El sol se murió en el desierto? ¿Quién abrió
las ventanas de la pesadillas? ¿Qué pasó con el aire de las nubes?
¿Por qué no tengo un blanco cementerio?...

La mujer saca de un bolsillo de su raído guardapolvo azul una


aguja. La mira. La mira con gran detenimiento. Ahora también
tiene una hebra de hilo amarillo. Trata de pasar el hilo por la
aguja. Una y otra vez. Una y otra vez. El tiempo huye, derrotado.
La mujer se olvida de la aguja y del hilo. Me mira. ¿A quien ve? Me
habla. Su voz es monótona, sin matices, gastada como una piedra
por las aguas de su antiguo dolor.

Después que dejé la casa de mi padre me vine a vivir a Buenos


Aires. En el tren conocí a dos chicas de mi edad. Intimamos.
Cuando llegamos a Retiro me invitaron a compartir con ellas la
pieza que alquilaban en un hotel. Dije que sí, aliviada, tenía
miedo de la ciudad.
Encontré a Buenos Aires muy sucia; las calles, la gente. Conseguí
trabajo en la casa de una señ ora que estaba enferma, para
cuidarla. Era una señ ora paralítica de la mitad del cuerpo, me
daba pena, le cepillaba su pelo largo y le hacía las trenzas, igual
que mi madre cuando yo era una nena.
Seguí viviendo en la pieza del hotel con mis dos amigas. Lo má s
lindo era los sá bados a la noche. Nos divertíamos mucho en una
cantina de la Boca, donde trabajaba el padre de una de mis
amigas. En la cantina conozco a un muchacho, me enamoro, al
tiempo quedo embarazada. El me exigía que me hiciera un
aborto, me negué, nos separamos. Me empleé de cocinera en una
casa de familia, gente comprensiva, muy buena. Trabajé durante
todo el embarazo. Me costó muchísimo tener a mi nena, tuve un
parto con inyecciones y suero.
Cuando salí del hospital fui a trabajar a otra casa de familia, tenía
una pieza para mí y la nena. El padre de la nena me perseguía,
era un hombre de mal carácter, le tenía miedo, me escapé.
Fui a parar a un hotel del Bajo. Un lugar muy triste, una se
acostumbra a todo. Conocí a muy poca gente, era difícil vivir. Así
son las cosas, empecé a salir con hombres que me pagaban, no
mucho, lo suficiente para el hotel y la comida.
Si seguía así me iba a convertir en una puta profesional. Tuve
suerte, conseguí entrar en la fá brica Alpargatas, allí aprendí el
oficio de maquinista. A la nena la dejaba en la guardería, tenía
que hacer horas extras porque el sueldo no alcanzaba. El trabajo
era duro, me enfermé de los riñ ones, pero no abandoné.

Hice relació n con un muchacho que changueaba en la


construcció n. Yo no estaba enamorada, pero era bueno con la
nenita. Quedé otra vez embarazada. Al muchacho no le gustó y se
fue al Uruguay, me enteré que allí tenía mujer y dos hijos.
Yo seguía mal de los riñ ones. Me llevaron al hospital. No entiendo
bien lo que pasó , perdí el embarazo. Fueron tres días de mucho
dolor, no dejaba de sangrar, creí que me moría.
Mi nenita había quedado en el hotel del Bajo, donde había vuelto,
al cuidado de una vecina de pieza. No la conocía mucho, pero
siempre le regalaba caramelos a la nena.
Se ganaba la vida de bailarina, se reía y se pintaba mucho. No
estaba tranquilla dejá ndole a mi hija, pero qué iba a hacer…
La ú ltima noche en el hospital y después de muchos añ os volví a
soñ ar con mi mamá . Me decía cosas que no pude entender. Me
desperté traspirada y llorando.
Me dieron el alta y salí del hospital corriendo. La mujer y mi nena
no estaban en la pieza. En el hotel no sabían nada. Grité, rogué,
lloré. Fui a la policía. Fui a los Tribunales. Escuché palabras, hubo
silencio, pasaron los meses.
No sé bien por qué lo hice. Pero una noche volví al hotel y alquilé
una pieza, la misma de antes. En la cama pensé mucho. Pensé en
mi infancia en el campo. En el rayo que quemó al caballo. Vi a las
monjas que me castigaban. Sentí que mi padre se acostaba en mi
cama. Había llevado una botella con kerosene. Lo desparramé
bien y encendí el fuego. Mi nenita me miraba.

La historia de Antonia

Se lo voy a decir…
Sé que me quieren matar, lo sé. También sé que me odian. No
pueden soportar mi limpieza… demasiado sucios para mi
limpieza. Me han delatado… me han pegado…
Pero ya no me engañ an… Por ejemplo, aquí hay un hombre que
se hace pasar por mujer, y para colmo se presenta como
médica… yo me le río, o grito, fuerte, no me voy a dejar
sorprender… es un hombre asqueroso… me quiere matar…
Ya van varios días que no como… pero es la ú nica manera de
mantenerme limpia, de bañ arme…
Al mediodía, cuando todos comen, yo me voy al bañ o, está vacío…
y tengo tiempo… y toda el agua que quiero…
Y estoy limpia porque me lavo la ropa, tengo todo el día, así que
puedo lavarme bien…
Y si algú n día me sorprenden para operarme van a ver lo limpia
que soy… todo el cuerpo limpio… toda la ropa limpia…
En mi sala había una chica, muy gordita, comía mucho, y
vomitaba, para mí que era de tanto comer… Los médicos dijeron
que era del estó mago y la operaron, de un día para otro, y la
desnudaron, y la encontraron toda sucia…
Y había otra… Cuando la trajeron al hospital tenía una cicatriz en
un costado, desde el pecho hasta la ingle, y la abrieron toda, y
nunca má s estuvo bien, y ahora se va a morir, y la muerte la va a
dejar como estaba: sucia, sucia…
Todos se quejan de la comida… sé que es una porquería, pero a
mí lo ú nico que me preocupa es la higiene… Es una lucha, y ahora
hay una gitana que no tiene la mínima humanidad; cuando
termina de comer escupe las ollas y los platos… Yo podría irme,
pero me quedo acá … y tomo todo lo que me mandan, así no me
molestan y puedo ocuparme de cosas importantes…

Aquí hay gente que se va, pero tarde o temprano vuelve, yo no


quiero que me pase eso, porque si salgo pierdo la cama, y cuando
vuelva no me van a dar la misma, será otra, y va a estar
mugrienta por má s limpia que parezca… Cuando uno usa las
cosas le da su calor, su limpieza, su perfume… tendría que pasar
mucho tiempo hasta que la cama tenga lo que soy : una mujer
limpia.
Ademá s, si salgo tengo que trabajar, trabajar para otros, que no
me van a dar nada, todo siempre igual, yo a los patrones los
conozco… es la gente má s sucia. Yo he trabajado para ellos. Era
sirvienta. No me han regalado siquiera un paquete de
caramelos… Si les contaba que tenía algú n problema se sonreían,
o daban vuelta la cara…
He limpiado sus casas como una burra… Sus bañ os con vó mitos y
con mierda… También tenía que limpiarle el cuerpo al dueñ o de
casa, sino a una la echaban, con cualquier excusa…
Cuando ya nadie me quiso, cuando ya no era buena para
limpiarle el cuerpo a los señ ores de la casa, me dejaron en la
calle. Quise volver a Santa Fé, con mi familia, fue inú til, no
encontré a nadie, se habían muerto o se habían ido…
¡No me quiero acordar de cuando me trajeron! ¡No me quiero
acordar! ¡El frío era tremendo!
Antes me había ganado unos pesos haciendo de prostituta…
Hasta me había pintado… Todo era cuestió n de lavar a los
hombres, pero mi cuerpo ya no daba má s… fea y negra, me
decían. Yo les pedía siempre que se lavaran bien antes de
agarrarme, pero uno se rió mucho, se enojó mucho porque yo
insistía y al final me rompió los dientes.
Perdí mucha sangre. Nos llevaron del hotel a la comisaría. Al
hombre lo dejaron libre en seguida. A mí me hicieron lavar toda
una semana los calabozos. Un policía no paró hasta romperme el
culo, con dolor, sin tenerme lá stima, ensuciá ndome toda,
llená ndome de mierda, como si mi alma fuera carne de perra…
Después me lavaron con chorros de manguera fría, mientras yo
pedía por dios…
Ve… no tengo ni un diente…
Yo limpio y limpio. Yo limpio mi cuerpo por todas partes. Todos
los días. Con sol y con lluvia. Cuando llueve me saco la ropa
entera y me mojo bien, me limpio bien, hasta de todo lo que
tengo en la cabeza… Después los enfermeros se enojan, me
pegan… ¡Sos tan fea que ni de regalo te cojemos! Algo así me
dicen…
Yo igual ayudo a los enfermeros, limpio a la gente que está muy
enferma… Es malo morirse sucio… Si nadie los lava mejor es que
los quemen…
Ya lo dije. Lo veo. Nadie me quiere, nadie me visita. Una ya sabe
estar sola… No me lo crea, estoy mintiendo, nadie sabe estar
sola…
Mis padres está n muertos… Los vi en un sueñ o. Me hablaron
pero no recuerdo. Para mí también es tiempo de que muera…
Me cuesta dormir de noche, tengo miedo a las ratas que estaban
en mi casa, cuando chica, todo era muy sucio… no había agua
para lavarse… mis hermanos mayores se metían en mi cama…
mis hermanos eran rubios, de otro padre…
Las ratas ahora está n en el hospital, ahora que estoy vieja, que
puedo morir… Sé que me quieren matar, lo sé… Me amenazan…
me gritan que me calle, que me calle… A una la ensucian y tiene
que callarse…
Me gustan las flores, si alguien tiene una flor soy capaz de llorar…
¿Dije que hay asesinos…?
¿Dije de las flores…?
¡No me quiero acordar de cuando me trajeron!
Venga mañ ana que le sigo contando mi vida…
Y trá igame una flor… Al menos una flor del zapallo.
La historia de Brunilda

¿Có mo llegué aquí…? ¿Por qué a Brunilda la internaron…?


Yo misma me lo he contado muchas veces y no termino de
entenderlo, como si yo fuera otra persona, alguien que me mira y
me cuenta… mientras la vida pasa… igual que un río… cada vez
má s lejos… y las olas… las olas…
Todo empezó cuando tuve que hacer unas averiguaciones en la
embajada alemana; siempre me trataron mal, a los empujones,
echada a punto de volar por la ventana… Hasta que una vez me
llenaron de hematomas y rompieron el reloj que tenía en la
mano, que yo cuidaba tanto, era una herencia, lo ú ltimo de mi
familia… Yo grité, ellos me querían hacer salir y amenazaron con
esto y con aquello… Dijeron que si no me iba pronto me pondrían
un chaleco de fuerza, querían encerrarme. Yo era la perjudicada
y ellos me echaron, dijeron algo así… Usted no es alemana… Yo
era el perro que ensucia, que ladra y no muerde, pura lengua…
faltaba que anduviera en cuatro patas… Entonces, en un
momento de nervios, pegué un golpe fuerte con mi puñ o en un
vidrio y lo rompí. Salí corriendo, no importó que sangraba, me
encerré en la casa donde trabajaba, era la cocinera, mi abuela me
había enseñ ado en Misiones a hacer sus tortas, muy azucaradas…
No había nadie, me metí en la cama, dormí y dormí, no sé si soñ é,
y eso ya no importa… Algo como un rayo entró en mi cabeza…
Sentí el golpe. Vi las llamas. Yo caminaba sobre el fuego… Tenía
los ojos cerrados…
A los dos días vino un policía y dijo que tenía que presentarme en
la comisaría. El oficial de guardia hizo varias preguntas, escuchó
un rato, bostezaba y bostezaba, y después me encerró en un
calabozo.

Todavía en la noche del hospicio viene a mi cabeza aquel


calabozo… Parece un perro negro. ¡Salta a mi garganta! Corro y
corro… caigo en un pozo… me ahogo… Ahora me ahogo menos,
una envejece y todo duele menos… Es como si las cosas le
hubieran pasado a otra.
El maldito calabozo fue el comienzo de mi desgracia. Allí me
esperaba el verdadero dolor, el mal… Primero me recibieron las
mujeres… Fui humillada, manoseada, un golpe y una amenaza,
otro golpe y otra amenaza… Después llegaron los hombres, eran
muchos. Siguieron los golpes en la calle. Me lo hicieron saber. Era
una sentencia. Mi vida ya no sería mía, dijeron. Tuve miedo. Bajé
la cabeza. Me llevaban de una casa a otra casa. El tiempo era
como la lluvia, venía y se iba… Les gustaba mi pelo rubio, largo,
ayudó a mi desgracia. ¡Traigan a la rubia! ¡Yo era la puta
alemana! ¡Si me hubieran visto en la embajada! ¡Usted no es
alemana! ¡No es alemana! ¡Yo no podía…! ¡Nadie vino por mí…!
Cada tanto me volvían al calabozo… Tenía que darles todo. Para
mí quedaban las moneditas… Eso sí: podía tomar y tomar… no
importaba cuá nto, ni a qué hora.
Vivía en un sueñ o… Un gran pasillo… Se abría una puerta, y
esperaban má s puertas, má s puertas… Ni una ventana… el cielo
no existía…
Yo, la Brunilda de Misiones era otra… Me pintaba la boca de
negro, me pintaba el alma como los muertos. Nadie vino por mí…

No sé por qué necesito romper vidrios, nunca lo sabré… Una


noche me planté ante el espejo, no vi a nadie, me asusté, estaba
harta de la vida, rompí una botella y la clavé en mi estó mago.
Todo explotó de sangre. Desperté en el hospital. Nadie vino por
mí…
Nunca má s toqué el cuerpo de un hombre.

Estuve algunos días en ese hospital que olía a gatos muertos. Una
monjita de ojos dulces se ocupó de esta pobre mujer. Me hablaba
de Dios y yo besé el crucifijo, hasta lloré. Esa noche el viento
golpeó muy duro contra las ventanas. Era Dios que buscaba
entrar y no podía. Yo grité y grité…
A la mañ ana me trajeron al hospicio… Allí quedé, y aquí sigo, una
demente… Lo que dice no sirve, lo que veo nunca fue…
A lo mejor todo resultó má s largo. El infierno es igual al desierto.
Arena, siempre arena…. para mí quedó así, algo chiquito,
repetido, que se puede contar chiquito, repetido, ni siquiera se ve
mi pelo rubio, que caía hasta la cintura.
Esto es lo que recuerdo. Lo que el dolor deja que vea en mi alma,
antes que los bichos negros que vuelan y dan golpes contra la
ventana entren de una vez y me piquen los ojos…

Cuando algo duele mucho una quiere sepultarlo en la cabeza…


bajo tierra, bajo agua… Mi ú nico recuerdo que no duele es de una
vez que me llevaron a pasear en un coche descapotado… No sé
por dó nde fuimos, pero el viento me pegaba en la cara y yo me
reía y me reía… y de pronto sentí que bailaba… Vaya a saberse
có mo terminó , debe haber sido mal, ya que me olvidé… Aquí me
han dado muchas pastillas… Alopidol, ampliactil, y añ os atrá s,
cuando tenía sueñ os muy raros y la tristeza no me dejaba hablar
y eso les molestaba, y por eso se enojaron, me dieron el
electroshock… Cuando llegué a diez sesiones perdí la cuenta.
Volver de la muerte cansa mucho… Hay que caminar, caminar…

Con las pastillas es mejor; una só lo ve la cara del médico, o de la


enfermera… Son caras que no dicen nada, para ellos lo ú nico que
está vivo es la pastilla, mi cuerpo es la pastilla… Blanca, rojo,
amarrillo, marró n, negro no, da miedo… Después quedo perdida,
ausente de mí… Mi cuerpo camina y yo veo como va y viene, sube
y baja, es una sombra… Mi alma se quedó junto a Brunilda…

Lo terrible son los espejos… Una está allí, desnuda, inmó vil… En
el hospital está n prohibidos los espejos… Una se ve la cara,
aunque cierre los ojos… ¿De quien es esa cara? ¿Por qué me mira
así…? ¿Dó nde se fue Brunilda? ¿Có mo hago para que vuelva…?
Mi ú nica suerte es que el cielo no es un espejo. Puedo quedar
horas frente al sol. A veces me duermo… Y estoy otra vez en
Misiones, cuando apenas caminaba, en la tierra roja, sin sangre,
no había dolor, y la ú nica verdad eran las mariposas.

La historia de Herminia

Primer momento

La vida, la vida… ¡Qué cosa extrañ a! ¡Qué nubes pinchadas! ¡Qué


día dado vuelta! Alguien se acerca a la Herminia… Y no es para
acusarla, protestarle, ni ponerla contra la pared… No importa, si
quiere saber de mi enfermedad, pregunte nomá s… Para eso estoy
metida aquí… Aunque sé que no, usted tiene una cara distinta, no
es un médico… ¿Sueñ a mucho? Tiene cara de alguien que estuvo
en uno de mis sueñ os… A lo mejor anoche, que llovió como
nunca, parecía un río que chocaba contra las cabezas…
A mí la lluvia me hace soñ ar… El viento por la noche también trae
los sueñ os… Yo sueñ o todo el día, me han dicho que eso hace
mal… Suerte que me olvido de los sueñ os… El ú nico sueñ o que
puedo contarle es de un tren… Estoy sentada en el piso del tren,
tengo en los brazos un niñ o… Primero me sonríe… después
llora… y al final me muerde, me muerde… Tiene dientes de
monstruo… Yo nunca tuve hijos… ¿Será por eso que sueñ o…?
¿Sabe có mo me llamo? ¿Quién soy? ¿De dó nde vine? Soy
Herminia… Y ahora me verá fea; también, con estas ropas… Aquí
bañ arse es difícil… Yo fui hermosa… Nací en este país, en el sur,
en la Patagonia, en Río Negro, en Allen… Mi familia era italiana, al
menos mis abuelos, tenían una chacra, se ponían a trabajar
cuando todavía era de noche. Yo era muy blanca, el frío me hacía
muy blanca… La salamandra estaba siempre prendida, yo ponía
la leñ a, los troncos de los manzanos viejos… Lloraba cuando me
lavaban la cara…
Aquí en el hospital también hace frío… Es un frío sucio, todo está
sucio… Los vidrios parecen de madera… crujen, tiemblan…
Hace muchos añ os mi mamá me dijo: toma esta linda ropita,
cuidala mucho… Y se fue, se fue, y no volvió , nunca má s la vi…
¿Habrá muerto? ¿Yo estoy viva y ella está muerta…? Mejor para
ella que no me vea aquí. Tenía ojos muy tristes. Aunque se reía
cuando los perros corrían a los gatos y los gatos corrían a los
pá jaros… Yo era muy chica y me reí junto a ella. Aquí en el
hospital los gatos persiguen a las ratas y nadie se ríe… Todo da
miedo. Morir aquí, sí que trae miedo… Es una bolsa negra…
Nadie camina cerca de la morgue… Ni siquiera con sol… ¿Para
qué sirve el sol en un hospicio…?

¿Realmente le interesa mi vida…? Sí, le interesa, como si leyera


un libro, o mirase un mapa… Me está escuchando en silencio…
No se va… Só lo tiene un cuaderno… Sí, puede anotar… Así al
menos por un rato no estoy sola… Ni tengo que hablar con el
aire… Allí hay voces… Vienen de todas partes… Me asustan… No
tienen boca… ¡Herminia, Herminia! Las voces llaman y me
asustan… Ahora callan… ¿Dó nde se esconderá n las voces…?
Recuerdo que en la chacra había manzanas, peras… y un parral
con uvas negras, muy dulces… En el hospital nunca comemos
frutas, la vida es muy pobre aquí, parecemos mendigas… Cuando
cuento que jugá bamos a tirarnos manzanas, que había tantas
peras en el suelo que podrían llenar todas las camas del hospital,
las otras hacían gestos con las manos… y mueven las caras, como
si la Herminia fuera la mayor loca del mundo, la ú nica que tiene
piedras en la cabeza…
Me las van a sacar cuando muera…

Nunca vi gente rica en el manicomio… ¡Sería má s fá cil que un


perro cantara como Gardel! ¡Qué hombre Gardel! ¡Si no fuera
por él nos moriríamos de tristeza!
Los médicos apenas tienen coches grandes, tampoco todos, vi a
uno que andaba a caballo… Aunque me parece que eso lo soñ é…
Son iguales a los niñ os, una pastilla para esto, una pastilla para lo
otro. ¿Nos dará n algú n día una pastilla para el alma?
¡Lo ú nico que falta, que anden a caballo por el hospital!

Hace muchos añ os que estoy sola… Ni siquiera una visita… Ya no


miro la puerta… Siempre las mismas caras, el mismo olor, lo que
se dice ya se dijo… es viejo… La hora que viene es la que ya está ,
o la que fue… Con las pastillas es igual, todas me tuercen la boca,
me ponen distinta… Como si alguien de pronto se mete dentro de
Herminia… Le hace cosas… La toca, la espía…
Mi padre se murió del corazó n, la chacra la remataron por falta
de pago. Venían con camiones a llevarse la fruta y cada vez nos
daban menos… Vi llorar a mi padre. Dejó que la fruta se pudriera
en los á rboles.
Yo me fui de un lado a otro, trabajaba de lo que podía, lo má s
lindo fue en una panadería de la isla de Choele-Choel… Algunos
hombres dijeron que me amaban… Debió ser porque mi cara era
muy blanca… Una vez, una mujer envidiosa me gritó : ¡parecés un
fantasma!... ¿Sabía que mi vida terminaría en un hospicio…?
Pobre de mí y de mi cara blanca.

¿Sabe que yo conocí la nieve? Hacía mucho frío, los pies se


endurecían, y de pronto, sin que nadie dijera nada, todo se volvía
má s quieto, tranquilo, sin dolor, caía la nieve, en silencio, caía la
nieve… Una vez hasta lloré… ¿Sabe que vi mi alma entre la
nieve…?
Yo me emocioné mucho en la vida… Yo era muy obediente, hacia
caso a todo lo que me decían…
¿Usted sabe por qué de un día para otro tuve que hacer de puta?
¿Usted sabe por qué me enamoré de un hombre y terminé presa?
¿Usted sabe de todo lo que es capaz una mujer enamorada…?
Después dicen: ¡La Herminia se puso furiosa! ¡Furiosa!
¡Mundo de mierda! …¡A mí me han robado el alma!

¿Quiere que siga hablando? Ahora no llueve ni hay sol…


Usted no dice nada, parece perdido… Aquí no va a encontrar el
camino…
Ni siquiera hace preguntas… Escucha, escucha…
¿Para qué escucha…? ¿No será que me engañ a…?
Total, soy una loca… Lo que digo se lo lleva el agua… La locura es
cosa de mujeres, ¿verdad?
Escriba, escriba, ya está bastante perdido…
Me gusta que escriba la historia de Herminia…
¿Sabe que cuando nací me pintaron el alma con nieve…?
Ahora el frío lo tengo en la cabeza… Mi pobre cabeza…
A los hombres les da vergü enza el amor… Como si fuera un
secreto, o algo sucio, o cosas de mujeres… ¡Sí, sí! Dicen: ¡son
cosas de mujeres!
¡Y qué! ¿Para qué mierda una mujer los trajo al mundo? ¡Para
que ande con un cuadernito, escribiendo…! ¿Por qué no espanta
a esos pajarracos de la muerte de su cabeza? Al menos có rtese el
pelo.
No se vaya, le voy a seguir contando… A lo mejor mi alma
aparece en la nieve… Hace mucho que se fue…

Era un hombre grande aquel hombre, hasta podía haber sido mi


padre.
Tal vez por eso lo seguí y lo seguí, fuera donde fuera, a todo le
dije que sí.
Al final vendía ropa por los pueblos, yo le ayudaba. Las cosas
iban mal. Habíamos venido a Buenos Aires, comprá bamos la
mercadería en Plaza Once, después la llevá bamos por la
Patagonia. Una noche en la pensió n, mientras se peinaba su pelo
negro, aplastado con aceite, a lo Gardel, me dijo: vos te vas para
Neuquén con los paquetes. Yo viajo después.
Sabía arreglá rmelas, subí al ó mnibus con todos los paquetes.
Cerca de Piedra de Á guila la policía nos hizo bajar a todos. Estaba
medio dormida. Abrieron mis paquetes y terminé presa. Dijeron
que llevaba drogas. Pasé como tres añ os en la cá rcel de Roca; él
me vino a ver un par de veces, decía que era muy difícil. Seguía
bien peinado.
La vida en la cá rcel fue una mierda, no imaginaba que conocería
otra peor, que terminaría mis días en un hospicio… ¡Yo vi crecer
el á rbol del dolor en mi cabeza!

Recuerdo que cuando salí mi hombre me esperó en la puerta de


la cá rcel con una caja de bombones. Estaba mejor vestido, me
emocioné. La alegría duró poco. Fuimos a Comodoro Rivadavia,
donde todos viven del petró leo. Bien directo me lo dijo. Tenía
una deuda, lo iban a matar y yo tenía que hacer de puta para
ayudarlo. Lloré y lloré pero lo hice. Fue inú til, pasaron algunos
meses y lo mataron de un tiro. Lo ú nico bueno que me dejó es la
caja de bombones. Aú n la guardo y cuando estoy muy triste la
miro.
En la cá rcel tenía menos miedo que acá . Era má s joven y no
pensaba tanto en la muerte; quería salir, quedarme dormida en
la orilla del agua… Yo conocía el lago Aluminé, y un río en la
montañ a, y había visto a mi padre pescando truchas… Después
mi madre las cocinó , apenas dejamos las espinas… Nunca lo
olvidé. Esa noche dormí con los ojos abiertos.
¿Qué pasó con mi vida? ¿Alguien me lo puede decir? ¿Y vos,
Gardel, no tenés ahora una canció n para esta mujer pobre y loca?

Yo me sentía perdida en la cá rcel… Me costaba encontrar mi


lugar. Al principio bajaba la cabeza, hacía caso a todo… ¡Me harté
de tanto basureo! ¡La Herminia por primera vez se puso furiosa!
¡A bastonazos me rompieron la boca para que no gritara!
Fui a parar a otro pabelló n. Conocí a una mujer mapuche. Nos
hicimos amigas. Hablaba poco y en voz baja. En el pelo negro
tenía un manchó n blanco. Decían que había matado un policía.
Ella nunca lo dijo y yo no pregunté. En la cá rcel no se pregunta.
Algunas veces dormíamos juntas, muy abrazadas. La ú nica vez
que nos besamos fue cuando me fui.
Yo que era de la Patagonia terminé viviendo en Buenos Aires. El
viaje lo hice con un camionero, el trato fue el de siempre, pero la
pasé bien, comimos con vino, hasta nos reímos…
Tuve la suerte de encontrarme con otra presa. Me dejó vivir con
ella y con sus hijos en la villa de Retiro, casi al lado de la capilla
del padre Mujica.
Los hijos de mi amiga se metían borrachos en mi cama. Lo
soporté varias noches. Cuando a golpes quisieron que me dejara
coger por otros… algo pasó en mi cabeza…
Gritaba, gritaba, no podía parar, rompí todo lo que pude romper,
creo que a uno de los hombres le clavé una tijera…
Por suerte no vino la policía. Durante varios días me daba y me
daba la cabeza contra la pared. Estaba tranquila y de pronto
gritaba y dale que dale con la cabeza…
Una mañ ana mi amiga se asustó , porque yo sangraba mucho,
pidió ayuda, creo que en la capilla, y fui de un hospital a otro,
terminé aquí. Y de aquí no salgo hasta que me pongan en un
cajó n… Aunque sea de manzanas…
¿Adó nde iría?
¿Con quién podría hablar…?
Usted tampoco habla mucho… Al menos escucha… ¿Sabe cantar
tangos?
¿Se imagina si cayera la nieve de mi infancia sobre mi cabeza de
vieja…?

Nadie se ocupa de una mujer vieja que muere en el hospicio… Las


mujeres viejas ya está n muertas… muy arrugadas… parecen
abejas sin miel…
¿No es cierto que todos quieren ser pobres y vivir aquí?
¿No es cierto que a los médicos les gusta la nieve?
¡No! Só lo andan a caballo por los patios! ¡Y escriben recetas!
¡Como si fuera una fiesta!
Yo soy buena, me porto bien, digo lo que quieran que diga, hago
todo lo que mandan, tomo una a una las pastillas, de cualquier
color… ¡Si no lo hago viene el chaleco! ¡Duele en el alma que nos
pongan el chaleco!
¿Cuá ndo voy a salir de acá ? ¿Usted lo sabe? No, nadie conoce el
día ni me lo dirá. Por má s que tome las pastillas… Que jamá s las
escupa…
Me pregunto que le ponen a las pastillas…
Una mujer que ya murió y que tenía la lengua larga me dijo que le
ponían veneno… No mucho, de a poco… Para no matarnos de un
día para otro. Ella igual se murió . El veneno se lo habían puesto a
la comida…

Cuando me internaron dijeron que la Herminia estaba furiosa,


que en mi cabeza las ideas se mezclaban, que deliraba… y eso era
mi pecado… ¡Derechito al infierno!
¡Para no estar furiosa! ¡Có mo no llorar de dolor y ver lo que otros
no ven! Una vez un camionero me regaló un piano y me lo
robaron… ¡Hasta eso! ¡Estoy meada por Dios! ¿Alguien puede
entender lo que he sufrido yo?
Mejor hablemos de otra cosa… Una cuenta del dolor y la gente se
aburre, mira para otro lado… Pareciera que el dolor es
contagioso.
¿Puedo decirle qué mú sica me gusta…? ¡Claro que puedo! ¡Quién
es usted para impedirlo!
Médico no es. Y anda siempre perdido…
¿Sabe qué mú sica me gusta? Toda. Toda.
La mú sica es como la nieve… Una se emociona… Cae en el alma y
el mundo está en orden. Hasta el aire es tímido y sereno… Nada
duele…
Tomá esta ropita… me dijo mi mamá … ¿La veré algú n día? Hace
tanto que se fue…

Las cosas son buenas o malas segú n el día y la hora. Con lluvia o
con viento. Con el viento de la Patagonia hasta los caballos
pueden volar. Ver el sol a la noche no es bueno, alguien se
pueden morir, o perder su alma…
También eso pasa con la mú sica. Cuando estoy muy triste apenas
puedo escuchar tangos… Por eso siempre que puedo los
escucho… ¿De qué voy a estar alegre?
Ya soy má s vieja que mi mamá y no puedo recordar su cara…
A mí me han llevado de cabeza al matadero…
¿Sabe que tango me emociona mucho? Ese que en una parte
cantan “La luz de un fó sforo fue…” Ahora mismo tengo ganas de
llorar un poco… Otro tango para mí, es ese donde Gardel le llora
a Buenos Aires… Aunque soy de la Patagonia entiendo su dolor…
¡Qué hombre Gardel! No lo conocí, pero tiene sonrisa de hombre
bueno, incapaz de una mentira… ¡Me han mentido tanto! A mí
Gardel nunca me hizo dañ o. Podría venir ahora, sentarse a mi
lado y yo no tendría miedo, hasta le acariciaría la cabeza, igual
que a un niñ o. Me despierta todos los sentimientos… Y pensar
que murió quemado… Que nadie lo pudo cubrir con nieve… Nada
má s que cenizas… A mí todos los hombres me hacen dañ o. Son
como los perros. Ayer estaba caminando por el fondo del
hospital y un perro amarillo, sin cola, mi quiso morder… En
seguido vinieron dos o tres má s, todos blanquitos… ¡Qué susto,
Dios mío!
Y después, si una grita, amenazan: ¡la Herminia está loca, la
Herminia está loca! ¡Ya vas a ver!
A mí me gustan todos los tangos que canta Gardel, pero má s
todavía sus milongas. ¡Y eso que nací en la Patagonia! Que vi
volar los techos y los caballos…

En la cá rcel, las mujeres lo escuchá bamos mucho. Siempre había


alguna que cantaba sus tangos. Aquí también. Debe ser por sus
sentimientos… No se burla de las mujeres. ¿Dó nde está ? ¿Dó nde
se lo llevaron? Si no estuviera todo quemado vendría aquí y nos
cantaría. El no tenía miedo, de nada, de nadie. Era como una luz,
eterno… Yo podría haber tocado el piano, a su lado… Quizá s me
hubiera besado… Yo tenía la cara muy blanca…
Es mejor que no hable má s de Gardel… No sea que me escuche
una enfermera envidiosa y se ponga a gritar: ¡chaleco, chaleco! ¡A
la Herminia hay que ponerle el chaleco!
¿Se imagina a mi alma con un chaleco…? Sería mejor morir bajo
la nieve…
Si viene otra vez al hospital le cuento má s cosas, para que escriba
y no ande por la vida tan perdido…
O mejor todavía, le muestro mi caja de bombones, así sueñ a con
su madre dando agua a las plantas, como yo…

Segundo momento

Ah, volvió … Nadie vuelve… Pasó mucho tiempo. ¿No habrá


venido a caballo? Hay cada médico, cada vez está n peor…
Discuten entre ellos… Algunos nos tienen lá stima… Hubo uno
que me miró en los ojos… ¿O lo soñ é? Anoche soñ é con mi mamá ,
era ella, no le vi la cara… era ella…
Yo estoy mal… Le voy a contar qué pasó . Aquí pasa de todo y no
se ve, como si viviéramos detrá s de un vidrio negro…
Resulta que estaba acostada y me llamaron de la enfermería de
otro pabelló n. Cuando llegué y vi lo que había, dije: Uy, ni que
estén por achurar a alguien… Lo dije en broma, pero estaban
todas las mesas con telas esterilizadas y un montó n de frascos y
aparatos para transfusiones… Me hicieron pasar a otra salita,
esperé, y cuando llegó mi turno me extrajeron sangre… La
pusieron en un frasco casi triangular y de allí fue a parar a un
tubito… Yo miraba… Otra vez me hicieron sentar y esperar. Vi
por eso có mo le ponían cosas de unas cajitas a las otras
enfermas. Después me tocó a mí, no quise mirar, sentí como un
picazó n, y de pronto una enfermera sin querer destapó la cajita,
se movió la gaza y grité: ¡Eso está lleno de bichos…! ¡Son
vinchucas…! Se armó un lío bá rbaro. Yo estaba furiosa. ¡Tenía
que estarlo! ¡La Herminia se puso furiosa! Me querían hacer
callar. Después me echaron…
Así pasó un mes, hasta que me llevaron nuevamente a la
enfermería. Otra vez estaban las mismas enfermas de antes, las
reconocí, entonces empecé a gritar que querían matar a los
enfermos mentales con las vinchucas. Yo había aprendido a
defenderme en la cá rcel.
Otras mujeres también se animaron. Decían que estaban
investigando con nosotras, como si fuéramos ratas… Otras no
decían nada, tenían demasiado miedo… Fue un gran escá ndalo.
En cada cajita había como diez vinchucas, vinchucas grandes,
muy grandes… Y nos hicieron picar un montó n de veces, en
círculo, aunque no queríamos… Después, cuando nos quejamos a
otros médicos, dijeron que eran cosas que se nos habían puesto
en la cabeza, puras invenciones, porque estamos locas… No, las
vinchucas no eran invenciones… Lo sabían bien. El cielo está en
el piso… y ellos se creen los dioses…

Pasaron algunos días, yo no sabía qué hacer. Tenía un poquito de


dinero, lo guardo porque no gasto nada, ni fumo… Me dije: voy a
escaparme, que me revise un médico de afuera… Logré salir, me
di mañ a, me ayudó un camionero… Pregunté la direcció n de un
médico en la farmacia… No dije que era del hospicio, para que no
se asustara… Le conté que había estado limpiando el gallinero, y
sentido que unos bichitos me picaban… El médico me dio un
certificado… Decía que tenía una reacció n alérgica por picaduras
de insectos… Con ese papel me fui al hospital Rawson… Allí tuve
que reconocer mi fuga del hospicio, entonces no me quisieron
atender… Yo escuché que decían: es una loca de mierda…
Después de mucho insistir, logré, casi a los gritos, que me
mandaran a otro hospital, el Muñ iz, el de los infecciosos… Ya era
casi de noche, la luna estaba con lluvia, mal augurio, pensé, fui
igual, entré en la sala de guardia y allí comprobaron que me
habían picado las vinchucas… Me dieron un tratamiento, y acá
estoy, esperando no morirme… ¿Usted sabe algo de las
vinchucas…? Dicen que ponen un huevo de la muerte en el
corazó n.

Las otras mujeres, pobres, siguen asustadas, mucho má s que yo,


se miran un pie y después el otro, y no hacen nada, lloran…
Algunas me piden que les pase los remedios que yo tomo…
Tienen miedo. Aquí, todo lo que es no es… Y de pronto, también
el cuerpo que está no está … Todo se puede perder. Igual que las
nubes, se mueven y alumbran, y de pronto está n quietas, se
oscurecen, nadie las puede ver… Son sueñ os de nieve…

Tercer momento (post scriptum)

Gasté un par de meses antes de volver al hospicio. Era verano y


pude viajar. También hice algunas averiguaciones.
Detrás del Mal de Chagas estaba la vinchuca, eso se sabía de años.
Un grave problema aún sin solución, que acaso no moviera la
conciencia pero sí los intereses de los laboratorios. (Las víctimas
siempre eran pobres, sin embargo los medicamentos podrían ser
comprados por el estado, o los estados, ya que la vinchuca infecta
buena parte de la región, aventuré).
Las cifras de enfermos eran fuertes y a la par confusas.
También encontré archivadas en noticias de policía sucesos y
denuncias. En algunas incluso había participado. Ahí estaban el
maltrato a los enfermos. La aplicación del electroshock,
cuestionado como terapia y más aún usado como instrumento de
disciplinamiento y castigo. El debate y su prohibición en la nueva
ley de salud mental. El desmedido expendio de psicofármacos, un
gran negocio internacional. Y subiendo la escalera del infierno la
venta de sangre, el tráfico de órganos, la muerte por verdaderas
hambrunas en los manicomios de mujeres. También se
denunciaban las investigaciones científicas sin ningún control y las
víctimas en su camino. De eso me había hablado Herminia, ahí
estaba su miedo.

Pensé en Herminia. Y en una de esas noches de verano sin sueño,


tuve un sueño con ella.
Estaba en lo alto de una montaña, rodeada de nubes tan rojas que
parecían negras. Agitaba sus brazos, por momentos se veía como
un gran pájaro desafortunado. De pronto se lanzó a los aires, en el
mismo momento que caía una fastuosa avalancha de nieve. Yo
extendí mis manos para alcanzarla. Mis manos tenían miles de
dedos. No llegué. El pájaro se lanzó sobre mí. Y aunque intenté
defenderme me picó en los ojos. Todo era sangre y me desperté.
Mojado mi cuerpo y con la boca muy seca.

Volví al hospicio en el otoño. Me sorprendió la gran cantidad de


hojas, más que amarillas, doradas.
Busqué un rato largo a Herminia. No la encontré… Al fin una
interna, delgada como una sombra se acercó, tímida, y me dio un
pequeño paquete. Me lo dejó Herminia para usted, si alguna vez
volvía, dijo. Se fue antes de que pudiera contestarle.
No sé por qué cerré los ojos. Vi como la nieve caía dulcemente
sobre la ciudad. También vi a Herminia, en su cama de hospital,
envolviendo con mucho cuidado en papel diario una humilde y aún
brillante caja de bombones.
LAS ESCENAS
Locas por Gardel
El hombre cruza las rejas sin que los guardias lo
interroguen, quizás confundidos por el súbito y extraño
oscurecimiento del cielo. El hombre deambula por los patios con la
cabeza gacha. Llega al parque, apenas tierra baldía donde algunos
árboles y unas pocas plantas pugnan por sobrevivir. Se le acerca
una mujer. Podría ser una hermosa muchacha, pero más parece la
muerte. Palidísima, descarnada, ojos de fiebre, la boca sin dientes y
el pelo oscuro a la buena de Dios tijereteado. Está descalza. Mira al
hombre, beligerante. Tan rápida que sorprende levanta su pollera
y le muestra su sexo desnudo.
Se escuchan voces. Vienen de la oscuridad.

ANAHI: -¡Querés coger, eh! ¡Querés romper la concha, eh! ¡Qué


sos, eh! ¡Camionero, eh! ¡No, no sos camionero…! ¡Qué sos, eh!
¡Sos algo, eh! ¡Sos un espía, eh! ¡Un bocó n, eh! ¡Querés coger, eh!
¡Querés romper la concha a las mujeres, eh!

LUCAS: -(Se aferra a la pregunta) ¿Có mo se llama?

ANAHI: -¡Có mo se llama, eh! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡La boca con


mierda!

La mujer escupe sobre la tierra, al costado del hombre, y


escapa. El hombre reanuda su marcha. A pocos metros del paredón
que separa de los trenes, cuyos silbidos suenan como una amenaza,
hay una sala. Ladrillos húmedos con islas de revoque, vidrios
caídos bajo la furia de piedras o de puños y una pintura
amarillada que no mejora la pobreza ni el abandono. De allí
vienen la música de un piano y el canto de varias voces de mujeres.
El hombre entra en la sala con las puntillas de pie y el mismo
temor sagrado con que entraba de niño a la iglesia… Sólo que
ahora no está su madre para apretarle la mano. Su madre ha
muerto.
Cesa la música. Calla el canto. La mujer que tocaba el piano se
levanta del cajón de manzanas que usaba como asiento. Sus
movimientos son lentos, gruesos… al fin está junto al hombre. La
mujer fue hermosa. Hoy descubre un halo de poderío y perversión.
Por segunda vez en la tarde el hombre sacudido por el presagio
intenta levantar un muro con palabras…

LUCAS: …Me perdí mientras paseaba… Estaba en la estació n…


Pasó un tren carguero, llevaba sal… Di vueltas y vueltas
siguiendo el muro, ese largo muro… Después entré aquí… Nadie
me detuvo… No sé que buscaba… Estoy confundido… Hace pocos
días murió mi madre… Fue en otro hospital… ¿Esta es la sala de
mú sica, no? La escuché un poco, mientras tocaba… ¿Usted es
pianista?...

La mujer mira al hombre con desconfianza, contesta con


agresividad.

INÉ S: Mi madre también murió , y qué… todas mueran… ¡Por lo


que valía!... ¡No, no soy pianista! ¡Aquí la mierda no tiene dueñ o!...
¿Así que se perdió y llegó solito? ¿Lo trajo el viento? ¿Vio un
farolito rojo en la puerta? ¡Vamos! ¡Donde se cree que está , en un
boîte de Manhattan!... ¡Pianista! ¡La poronga de mi abuelo es la
pianista!

LUCAS: Es cierto… No sé qué hago acá … Me gusta la mú sica… La


puerta estaba abierta…

El hombre intenta marcharse, confundido. La mujer lo


detiene, bruscamente.

INÉ S: (Tiene la boca abultada por la pintura; al hablar sus labios


se mueven como una pantalla) ¡Ah, el señ or no quiso entrar…!¡La
leche se le derramó sola…! ¡Estos hombres! ¡Mienten, son ciegos
o se hacen la puñ eta! (Ríe y gira alrededor del hombre
balanceando sus caderas).
¡Ay, qué tímido! ¡Debe tener el culo fruncido!... ¡Chicas, chicas, no
se lo pierdan, tenemos visita…! ¡Un hombre nos visita!

ANAHÍ: (Como respondiendo a una súbita señal se desprende del


grupo de mujeres formado alrededor del piano y corre hacia el
hombre) ¡El guacho éste anda buscando un agujero con pelos…!
¡Lo vi en el patio!... ¡Querés coger, eh! ¡Querés romper la concha a
las mujeres eh! ¡Quién sos, eh! ¡Sos un puto, eh! ¡Querés que te la
metan en el culo, eh! ¡Querés romper la concha a las mujeres, eh!

El hombre sonríe, triste y resignado ante lo que parece ser


una página escrita de su destino. Descubre que la habitación está
invadida de polillas: gordas, ciegas.
INÉ S: (Toma al hombre del brazo y lo arrastra hacia el interior de
la sala en penumbras) ¡Venga! ¡Venga! ¡No se haga el estrecho!...
Así que la puerta estaba abierta… Sabe, su cara me recuerda
algo… ¿Le gustan los puertos? ¡Ahí sí que pasa de todo!... ¿Nunca
estuvo en Ingeniero White? Mi señor padre era gerente del
ferrocarril en la época de los ingleses… Los trenes llegaban hasta
la bodega de los barcos… Después yo me pasé por mi cama a
todos los ferroviarios… No perdoné ni a los lisiados… ¡Les hacía
sonar el pito! (Ríe desafiante) ¡La Luna! ¡Ah, la Luna! Tenía un
prostíbulo… Le puse La Luna… Me gusta la luna… Debo ser medio
loba…

MAITE: (Sin separarse del grupo mira al hombre con desilusión,


habla con reproche) ¡No trajo el pañ uelito blanco!

INÉ S: (Juguetea con el piano, se decide por una melodía y canta.


Gruesa y salvaje es su voz que seduce)

La mujer que al amor no se asoma


no merece llamarse mujer…
es cual flor que ha perdido su aroma
es un leño que no sabe arder…

(Deja de cantar pero continúa tocando el piano.)


¿Le gusta o prefiera otra cosa…? (Ríe) ¡La casa invita!

El hombre aún duda en su respuesta cuando irrumpen las


otras mujeres.
JUANA: (Pulcra y antigua, inocente, romántica)
¿Y si cantamos una canció n dedicada a los enamorados que se
casan?

ANAHÍ: ¡No jodá s, eh! ¡Que buscá s eh! ¡Que el tipo te rompa la
concha, eh! ¡Que te la entierre en el hoyo, eh!

MUJERES A CORO:

Arroz con leche me quiero casar


con una señorita de San Nicolás
Que sepa coger
Que sepa gozar
Que sepa hacer la paja
en la oscuridad…

JUANA: ¡Yo me voy a casar de blanco! Yo soy pura! ¡Yo no cojo en


la puerta de la iglesia! ¡ Yo no hago la paja en la oscuridad!

INÉ S: ¡A ver si cierran esas bocas de culo! ¡O se van a lavar las


sá banas al río! ¡Putonas!

LUCAS: (Desconcertado, atraído, trata de apaciguar) Me gustó ese


bolero … ¿Por qué no sigue cantando…?

INÉ S:Después se quejan… ¡Qué harían sin mí…! Ayer esa dulce de
leche se tiró al suelo… Má s de cuatro horas babeando dormida…
¡Ni Dios la levantaba…! Conocí otra igual en Ingeniero White…
¡Có mo cogía la turra…! ¡Hasta en sueñ os! (Rie) ¡Ah, La Luna! ¡La
Luna! (Retoma con el piano la melodía, canta)

La mujer que al amor no se asoma


No merece llamarse mujer…

MUJERES A CORO:

…Es cual flor que ha perdido su aroma


Es un leño que no sabe arder

INÉ S: (Interrumpiendo) No tengo buena voz para el bolero… pero


me gusta… Me mueve algo… (Le habla al hombre) ¡Luna! ¡Luna!...
¿Me imagina a mí quince añ os atrá s en Ingeniero White?... ¡Una
reina! ¡Hasta los perros se tiraban a mis pies!

LUCAS: …Hace pocos meses estuve allí… Ha cambiado mucho…


Todo es suciedad y podredumbre…El mar se está muriendo… Se
ven pocos barcos… No hay trabajo…

INÉ S: (Toca el piano con furia) ¡Qué panorama serio! ¡Todo un


señ or serio! Viéndolo, ya me lo sospechaba….. Uno de esos que
les gusta hablar de la miseria! ¡Peor! ¡De la muerte!... ¡Pero a mí
no me joden…! ¿Sabe por qué son así…? ¡Porque no saben
cogerse a una mujer…! ¡Sí señ or, esa es la verdad!... Lo supe en La
luna… Los hombres que no cogen bien se pasan hablando de la
muerte… Con la lengua se hacen la paja…! ¡Ah, La Luna…! ¡La
Luna…! Mi señor padre tenía la pija blanda, al menos mi madre
andaba siempre con la cara larga… Cuando se enteró que yo
estaba embarazada me quiso hacer abortar… ¡De celos…! Yo
tenía 17 añ os… me echó a la calle… ¡ Y mi madre mucho llanto
pero se la tragó doblada…! ¡La cara que habrá puesto cuando le
contaron que su hija había vuelto y tenía un prostíbulo…! Bueno,
tampoco voy a exagerar… No era mío, había varios socios… Un
gerente de banco, un comisario de policía…(Ríe) ¡Só lo faltaba el
Obispo de Bahía! …Yo lo regenteaba, y hacía de todo un poco…
(Ríe) ¡Hasta tocaba el piano…! ¡Una niñ a de buena familia!
¡Lloraba con Chopin…! (Comienza a tocar el tango Arrabal
amargo)
…¿Usted qué hace? ¿Es médico? ¡No, no lo parece… (Ríe) ¡Los
médicos quieren coger a cualquier hora! ¡Son miedosos como los
chicos! ¡Otra que miedosos! ¡Cagones!
(Ríe, sin dejar de tocar el piano, luego canta)

Arrabal amargo,
metido en mi vida
como la condena
de una maldición…

¡Chicas! ¡Chicas! ¡Esta concha de madre… esta concha que piensa


tiene una buena idea…! ¡Como somos de Buenos Aires, y la que
no lo es, no importa, porque este es un barrio de camioneros y
estamos todas locas por Gardel, le vamos a hacer un homenaje al
Zorzal criollo, dedicado a nuestro visitante, aunque no sea un
camionero, y a su madre, que recién murió ! ¡Vamos, chicas,
vamos! ¡Todas juntas, con ganas! ¡A ver có mo se lucen mis
pichoncitas! (Ríe) ¡Vamos, vamos, cantemos como el gran macho!
(Toca Muñeca brava)
MUJERES A CORO:

Che, madam, que parlás en francés


y tirás ventolín a dos manos
que escabiás copetín bien frappé
y tenés gigoló bien bacán
Sos un biscuit de pestañas muy arqueadas
muñeca brava, bien cotizada…
Sos del Trianón
¡Del Trianón de Villa Crespo!
Milonguerita, jueguete de ocasión..

Termina el canto, las mujeres aplauden con entusiasmo.

INÉ S: ¡Chicas! ¡Chicas! ¡Ahora hay que sacudir el á rbol! ¡Que se


caigan los monos de la palmera…! (Ríendo) ¡Flor de banana la del
mono! ¡Eso es lo que les hace falta…! ¡Bailen, mis pichoncitas
ciegas, bailen! ¡Muevan el culo que Dios las mira!

MUJERES A CORO: ¡Sí, sí, bailemos un tango! ¡Dios tiene los ojos
grandes!

Las mujeres ríen y bailan entre ellas La cumparsita

INÉ S: (Deja de tocar y golpea con su mano sobre la tapa del piano)
¡Chicas! ¡Chicas! ¡Mis vírgenes viejas…! ¡Quién de nosotras
conoció a Gardel! ¡Quién le acarició su espalda de oro! ¡Quién le
dio pastillas para el aliento! ¡Quién de nosotras…! ¡Maité! ¡Un
aplauso para Maité!

MAITE: (Como saliendo de lo profundo de un bosque. Su mirada es


de agua. Lleva el pelo recogido. Agradece los aplausos con una
delicada inclinación de cabeza). Qué día tan raro… Hoy vi cuando
el sol se volvía negro y ahora han aplaudido a Maité… Como
antes… como antes…

Inés toca otro tango: Sus ojos se cerraron. Maité se


separa del grupo de mujeres y va hacia la ventana de vidrios rotos.
Lucas, que se ha mantenido en silencio y a distancia, se acerca a
ella.

LUCAS: Nunca antes había escuchado ese nombre… Maité…


suena como una campana… (Ríe nervioso) ….Un nombre para
abrir las puertas…

MAITÉ : Quiere decir hija de la luz…

LUCAS: ¿Es cierto que conoció a Gardel…? Quiero decir… Usted


es muy joven… El estaba en un avió n que se encendió … hace
mucho… (Ríe nervioso, temeroso de herirla)
Yo también tengo sueñ os… y con la mañ ana se me van de las
manos… igual que el agua con que me lavo…

MAITÉ : (Habla como si recordara, con un ligero esfuerzo).


…Soy devota de la mú sica… por mis oídos llega hasta el alma… y
allí duerme… como un deseo… Me gusta bailar… el vals… ¿No es
cierto que el vals es hermoso… que tiene alas…? (Como
respondiendo, Inés toca el vals Desde el alma)…
…Si no fuera por la mú sica él estaría muerto… ¡Sería horrible! ¡De
só lo pensarlo me ahogo! (La mujer lleva las manos a su garganta,
poco a poco calma su respiración, sonríe, soñadora).
Tenía los ojos abiertos… igual que un espejo… muy abiertos…

LUCAS: ¿Quién? Quiero entender, Maité… ¿De quién es el rostro?


¿Qué ojos había en el espejo, abiertos…?

La mujer sin contestar toma al hombre del brazo, suavemente, y


bailan el vals…

MAITÉ : ¡Bailar! ¡Bailar…! Pero que me lleve un hombre. No me


gusta bailar con otras mujeres… (Mira a la pianista) Inés me
obliga… Me da miedo… (La mujer tiembla y se abraza al hombre).

LUCAS: No tiene que temer… No se olvide que su nombre suena


como una campana… Só lo tiene que llamarme…

MAITE: Aprendí a bailar con mi hermano… Mi hermano me


besaba… Había violín y guitarra… Vivía en el sur… Me bañ aba en
los lagos, adentro del mar… No tenía frío…Aquí hace mucho frío…
el frío me desnuda… pero no me besa… Me desnuda… (Se
estremece) Sí, es cierto lo que dijo Inés…
LUCAS: (Le pesan las palabras, corre con temor los velos) Que lo
conoció a Gardel…

MAITÉ : Yo estaba en la estació n, soplaba el viento, un viento


espeso, de arena, sentía que de pronto iba a volar… Entonces
llegó el tren, enorme, vacío, y lo ví… asomado en la ventanilla me
sonreía… me acerqué a él… me dio un ramo de claveles, seis rojos
y seis blancos… El tren se marchó y me quedé sola…
Cuando llegué a Buenos Aires lo fui a escuchar, cantaba en un
café, Café de los Angelitos… El estaba con su novia… ¿Có mo se
llamaba su novia…?

LUCAS: No recuerdo… no sé… ¿Cuá ntos añ os tiene, Maité?

MAITÉ : …Maité lo amaba a Gardel… Le dio flores… Era un


hombre de los de antes ¡Nunca le tiró del pelo para que le besara
la pija! ¡No le pegaba! ¡No le daba inyecciones…! ¡Ya no hay
hombres así! ¿O lo va a comparar con los médicos…? (Se separa
del hombre, tensa)

LUCAS: (Sintiéndose abandonado) ¿Qué pasa, Maité?... ¿Qué


hice?... ¿Quiere enseñ arme que el que da también quita…? Ya me
lo enseñ aron, Maité…

MAITÉ : (Severa) Inés dijo que no era camionero… ¿Es médico?...

LUCAS: (Casi con vergüenza) …No, escribo… teatro…


MAITÉ : (Otra vez bailando con el hombre) ¿Teatro? Yo hice
teatro… y también cine… (Ríe) ¡Era una estrellita! ¡Una estrellita
en un cielo de piedra…! ¡Me besaban por la calle…! (Su voz se
endurece) ¿Escribe teatro y pierde los sueñ os en el agua…? ¡No!
¡No! ¡Yo le acaricié la espalda de oro! ¡Sí, de oro! ¡Y vi como caían
flores de su boca!... ¡Seis claveles blancos y seis rojos!... El me
abrazaba y mi cuerpo se convertía en espuma y todos gritaban
mi nombre… ¡Maité…! ¡Maité…! Yo era la espuma y él era el
mar… ¡Maité y Gardel! ¡Maité y Gardel! La gente gritaba y yo
lloraba y él saludaba con su brazo en alto… ¡Comparar a Gardel
con los médicos de acá ! ¡Có mo pudo pensar semejante basura!

LUCAS: ¡Yo no pensé eso! ¡No comparé nada! ¡Yo también


escucho a Gardel!

MAITÉ : ¡Basura! ¡En la boca tiene basura!

La mujer abofetea al hombre, después solloza. El hombre


se pasa la mano por su cara, la limpia, siente que su cara está
sucia. El hombre acaricia la cabeza de la mujer, que se ha
refugiado en su pecho; lo hace como si ella fuera una niña.

INÉ S: ¡Que la visita y Maité bailen Mano a mano!

MUJERES A CORO:

Rechiflado en mi tristeza,
hoy te evoco y veo que has sido
En mi pobre vida paria,
solo una buena mujer,
Tu presencia de bacana,
puso calor en mi nido,
Fuiste buena, consecuente,
y yo sé que me has querido,
Como no quisiste a nadie,
como no podrás querer…

LUCAS: Me gusta tu manera de bailar, Maité. Como si no existiera


el piso… como si nada la atara a la tierra… Yo en cambio no
puedo poner mis pies en orden. Soy torpe y pesado, todo lo que
toco lo rompo… Hasta los sueñ os…

MAITÉ : (Cada vez más lejana) Fui a verlo con Rosita, mi amiga de
Los toldos… ¡Era un hombre tan hermoso! Nunca había
escuchado cantar así… ¡Tenía el pelo lacio, muy oscuro, muy
negro, casi azul…! Y reía sin miedo… y mostraba el alma abierta…
Yo no conocí a mis padres, só lo lo vi de muerto… Y mi hermano
me besaba cuando bailá bamos… ¡Có mo no me iba a enamorar de
Gardel…! Todavía hoy, cuando lo escucho, mi pecho se pone má s
alegre, liviano… se mueve… quiere volar…
(Sin dejar de bailar la mujer se desprende la parte superior de su
vestido y deja libre sus pechos, los acaricia y con la misma
inocencia los vuelve a cubrir)

Anahí se separa del grupo que canta, gana la espalda de


Lucas y le da un fuerte golpe con una piedra. El hombre se da
vuelta, asombrado, dolorido.
ANAHÍ: !Bailá s, eh! ¡Te calentá s la garcha, eh! ¡Querés coger, eh!
¡Querés romper la concha a las mujeres, eh!

El hombre no reacciona, mira fijamente a la mujer que aún


mantiene la piedra en su mano. El hombre piensa que tendría que
defenderse, o irse, pero no se mueve. Sigue mirando con fijeza a la
mujer, a la mujer que ahora ríe, como esperando de ella una razón.
El hombre, muy despacio y con dificultad, cruza un brazo y se
acaricia la espalda. La mujer no deja de reír, con la piedra en la
mano.

LUCAS: Como si la muerte quisiera advertirme que má s que


terrible es idiota…

INÉ S: (Rompe el encantamiento con su gruesa voz) ¡Vení acá, vaca


de mierda, que te voy a meter un fierro en el culo!... (Anahí se
acerca, sumisa, Inés la abofetea) ¡La pró xima vez que hagas
quilombo por tu cuenta te reviento, conchuda!

Movido por la voz de Inés, Lucas procura abalanzarse


sobre Anahí, pero Maité lo sujeta del brazo, se aferra a él y lo
obliga a seguir bailando. Se escucha Clavel del aire y el hombre se
deja llevar por la música y el canto.
MUJERES A CORO:

Como el clavel del aire


Así era ella
Igual que una flor;
Prendido en mi corazón
¡Oh, cuánto lloré,
Porque me dejó!
Como el clavel del aire
Así era ella
Igual que una flor

LUCAS: Y este baile, ¿para qué, Maité? ¿Qué es lo que debo ver… y
no veo?

MAITÉ : (Sin dejar de bailar) Me gustaba verlo fumar… Sus labios


entreabiertos como si fuera a besarme… o a decirme en secreto
lo que todas las muchachas querían escuchar… y yo muy junto a
él, que bajaba de su caballo… yo con mi vestido de gaza,
caminando sobre el río, sin que me dolieran las escamas de los
peces hiriendo mi carne, estrechando las manos de los ahogados
que subían a saludarme…

LUCAS: Maité…me gustan sus sueñ os… podría estar toda una
noche y todo un día escuchá ndote…sin moverme,asombrado…
¿De eso se trata, volverme ciego para ver tus sueñ os?

MAITÉ : ¿Mis sueñ os…?

LUCAS: Caminar sobre el río…

MAITÉ : Tengo los pies mojados y fríos…


LUCAS: (Se agacha y acaricia los pies de la mujer) Sí, tus pies
está n fríos… Esa canció n… Clavel del aire… Mi madre también la
cantaba… Tenía una voz dulce… y triste… Creo que no conoció la
felicidad… Cuando pasó a su lado dio vuelta la cabeza para no
mirarla… Era orgullosa… Tenía miedo de la piedad… de
confundir el amor con el consuelo… Ella era una muchachita
cuando se encendió el avió n de Gardel. A veces me hablaba de
aquél entierro… de las flores que llevó … de la gente llorando por
la calle… confundidos, turbados…

MAITÉ : La gente má s humilde lloraba por él… y él no podía


ayudarlos. Veía todo desde la luz… una luz que lo tenía
prisionero… El deseaba mi cuerpo, pero ya no podía tocarlo…
Cuando nos conocimos me regaló claveles… seis rojos y seis
blancos… Nunca se marchitaron… El tren se alejó y yo me quedé
en la estació n… con el viento… Pero también hubo días en que
me hizo sonreír… así… ¿ve? …¿Usted lo conoció ?

LUCAS: ¿A quién?

MAITÉ : ¡A él!

LUCAS: No… cuando nací él ya había muerto…


(El hombre siente que la mujer trata de separarse y apura el baile,
sujetándola con más fuerza; se escucha la música de Patotero
sentimental) …Bueno… no sé… Oscurece, Maité, oscurece…
Pronto será la hora de los sueñ os y todos los rostros se
confundirá n en la misma noche… Só lo podrá verse la muerte… o
el deseo… (Sin dejar de bailar el hombre besa a la mujer, que no se
aleja, pero tampoco le responde)

MUJERES A CORO:

Patotero
rey del bailongo
patotero
sentimental
escondés bajo tu risa
muchas ganas de llorar.
Ya los años
se van pasando
y en mi pecho
no entró un querer,
En mi vida tuve muchas, muchas minas,
pero nunca una mujer…

Maité mira a Lucas, mira sus ojos. Después reclina su


cabeza contra el pecho de él. Siguen bailando.

MAITÉ : Es como si todo lo viera a través del agua… Hay un


cuerpo, unos gestos, una sonrisa… que nadie jamá s vio… Y si
ahora cierro los ojos lo tengo ante mí… Está con su pañ uelito
blanco… se va ensuciando de sangre… tiene una herida abierta
en la garganta… pero aú n así canta… suavemente… en mi oído…

Maite se desprende con brusquedad y corre a incorporarse


al grupo de mujeres. Lucas se sienta en un banco de madera, lejos
del piano. Muy pronto una mujer de pelo blanco y anteojos se
acomoda a su lado. Se miran como dos extraños. Sigue la música
del piano, ahora se escucha Malevaje.

LUCAS: (Ajeno) ¿Se cansó de cantar…?

HERMINIA: ¡Si quiere saber de mi vida no dé vueltas, pregunte


nomá s, para eso me tienen acá , desnuda en la vidriera!

LUCAS: …No, no, no se trata de eso… (Mira otra vez a la mujer


con naciente asombro)
… Se parece mucho a otra persona… Es distinta, usted es má s
alta, tiene ojos claros…y sin embargo, por un instante… No puedo
explicarme có mo llegué acá, lo que pienso no me basta… Es algo
extrañ o… Todavía me duele el golpe en la espalda, tendría que
irme, y yo no me voy… Pareciera que mi suerte ya no me
pertenece… Que juego con alguien que conoce mis cartas…

HERMINIA: Ya sé, ya sé… murió su madre. Usted no es médico… y


se ve perdido…
A veces sueñ o que un cuervo come de su mano… Deme su
mano…

LUCAS: (En un impulso guarda sus manos en los bolsillos del


pantalón) ¿Para qué?

HERMINIA: Puedo leerlas… ¿Usted no cree en esas cosas? Dicen


que acierto, que sé leerlas… Eso me dicen. Hace muchos añ os yo
era una niñ a, yo juntaba ramitos de flores, en las montañ as…Una
flor de aquí, una flor de allá … Cuando alguien tenía dolor yo
recetaba… “Este ramito le va a hacer bien”, y sí, le hacía bien…
Pero no me pagaban y dejé de recetar… Aunque guarde sus
manos puedo leerle los ojos… Ah, lucha con los sueñ os… Ah, sus
sueñ os son malos… Los sueñ os está n hechos con la muerte y se
quedan en los ojos… Sí, sí, en los ojos… Yo también sueñ o
mucho… Anoche soñ é que un sol muy grande se caía al suelo…
Enorme y redondo como una bola de cristal, roto en mil
pedazos… ¿Sabe có mo me llamo? Soy la Herminia… la que lava
las sá banas… Ahora me verá fea, pero fui linda, muy blanca…
Hace muchos añ os mi mamá me dijo: “Sí él se entera nos mata…
Tomá esta linda ropita, cuidala mucho…” No la vi má s… ¿Habrá
muerto? ¿Tendrá los huesos blanqueados por la tierra…?
¿Realmente le interesa mi vida…? Sí, me está escuchando…
Cuando vuelva de los sueñ os lá vese bien los ojos, para sacarse la
muerte… Duro vivir, ¿no…? Murió su madre…

LUCAS: Del corazó n. Le dolía, se quejaba, el corazó n se abrió , un


corazó n cansado, de papel… Pobrecita, tenía miedo,
transpiraba… y nadie apretó su mano… (Le toma las manos a
Herminia). Nunca estuve a tu lado cuando me necesitaste…
Siempre duro, a toda hora, amargado… El exilio, sí, volví
amargado, seco como las piedras, detenido en la oscuridad…
Tenías miedo, mamá, nunca fuiste má s que una niñ a, te tapabas
la boca cuando reías, te ahogabas de tanto que te reías… y yo no
apreté tu mano… yo en la cama con una mujer, siempre en
alguna cama con alguna mujer para escaparme del momento de
la muerte… Tu mano, tu mano, no vi si era un á ngel o un demonio
el que te llevó de la mano…
HERMINIA: Esa noche perdiste todo, hijo, lo que estaba oculto,
muy oculto también… (Mira las manos de Lucas) …Sí, sí, tu gran
amor… Se fue muy lejos, ya no volverá tu gran amor… Hay un
mar de negrura, tormentoso… Lo veo, lo veo…

LUCAS: Siempre veías las cosas que se ocultan en el alma,


mamá … Las veías en las plantas, en los á rboles… les hablabas… y
llevabas flores a nuestros muertos… pequeñ os ramos con las
flores de la casa… “No te veo reír, hijo”, me decías, y me
recordabas historias de mi infancia que yo me obstinaba en
olvidar, para que riéramos juntos… “No tuviste suerte en el amor,
hijo” me decías; “vos siempre con mujeres rubias, hijo”, me
decías, y me hablabas de mi primera mujer, de las hijas que
perdí, y me hablabas má s bajo, có mplice, con miedo a que ella te
escuchara, de mi nueva mujer… “es extranjera, hijo, tiene los ojos
demasiado azules, no te entiende, se irá , es del Norte”… y yo
pensaba en la playa con piedras de nieve, donde había besado a
mi mujer, la extranjera, y yo te veía, mamá , celosa, el pelo negro,
como yo, sobre la frente, y tus ojos de mirar salvaje, como los
míos… Esa noche, la de tu muerte, mi mujer me dijo que se volvía
a su país… ya era de madrugada, yo no podía entender, fue
cuando sonó el teléfono… Una voz me pidió que fuera urgente al
hospital… también la voz de mi mujer seguía sonando extrañ a en
mi cabeza, como si ya se hubiera ido… Cuando llegué al hospital
tu cama estaba vacía… Bajé la escalera a los tumbos… llovía…
Corrí y corrí… No conocía esa plaza, me senté debajo de un tilo,
soñ é… Estaba desnudo, atado con sogas en mi cama, la sombra
de las enormes alas de un pá jaro cubría el techo de la habitació n,
la sombra se fue convirtiendo en luz, una luz só lida que me
cegaba, ya no podía ver, pero sentí el estruendo del vidrio de la
ventana que se rompía, el agitar de las alas y el dolor de mi
cuerpo cuando lo desgarraban (El hombre suelta las manos de la
mujer y se levanta) …Sí, Herminia, los sueñ os está n hechos con la
muerte… ¿Está muy sola, no?

HERMINIA: ¿Quién quiere ver a una vieja…? Usted no sabe


todavía lo que es estar solo… “tomá esta linda ropita, cuidala
mucho…” ¿No es cierto que es hermoso vivir acá …? (Ríe, se
levanta y toma al hombre de los brazos) ¡Venga, venga a bailar
con la vieja Herminia!

Se escucha Sus ojos se cerraron. El hombre y la mujer


bailan.

Sus ojos se cerraron…


y el mundo sigue andando
su boca que era mía
ya no me besa más.
Se apagaron los ecos
de su reír sonoro
y es cruel este silencio
que me hace tanto mal…
Fue mía la piadosa
dulzura de sus manos,
que dieron a mis penas,
caricias de bondad.
Y ahora que la evoco
hundido en mi quebranto
las lágramas tranzadas
se niegan a brotar,
¡y no tengo el consuelo
de poder llorar…!

La mujer muestra su fatiga. Respira con dificultad. Aun así


continúa bailando.

LUCAS: La veo cansada, mejor es que nos sentemos, acaso su


corazó n…

HERMINIA: ¿La Herminia está muy vieja, no? (Rie) La Herminia


era linda, los hombres la buscaban… La Herminia se enamoró
tarde, cuando ya no debía… Muchas arrugas, y los labios
demasiado vacíos… Tuvo que vender la casa para que él se
quedara… “¡Necesitamos dinero, necesitamos dinero!”, me decía.
Igual se fue. “!Soy joven, soy joven!”, y él con su grito se liberaba;
y yo con mi silencio quedaba atada a un á rbol… Se gastó todo. La
Herminia necesitaba una dentadura postiza y no se la pudo
comprar…Ahora la Herminia sabe: la mujer no debe envejecer ni
mostrar sus penas…Había leído en las cartas que nunca me
casaría, no hice caso a las cartas… Lo amaba, soñ aba… La
Herminia ya no sueñ a ni abre la puerta del amor, se porta bien,
lava las sá banas…

LUCAS: También yo cerré la puerta, pero no recuperé la


tranquilidad… ¿Qué pasó ? ¿Por qué está acá ?
HERMINIA: ¿La Herminia estaba vieja, no? ¿Perdió su casa, no?
¿Leía el destino, no? ¿Hablaba con la muerte, no? ¿Besaba los
labios fríos, no? ¿Se puso furiosa, no? ¿Tenía fuego en la cabeza,
no? … ¿Sabe lo que me dijo mi mamá ? “Tomá esta linda ropita…
cuidala mucho”…

LUCAS: Está muy agitada…

HERMINIA: ¡Sssssshhhhhhh! Escuche la mú sica, es el mejor


remedio para mí…

El hombre y la mujer siguen bailando, penosamente. Se escucha


otro tango: Volvió una noche.

MUJERES A CORO:

Volvió una noche, no la esperaba


Había en su rostro tanta ansiedad,
Que tuvo pena de recordarle
Su felonía y su crueldad.
Me dijo humilde: Si me perdonas
el tiempo viejo otra vez vendrá.
la primavera de nuestra vida
verás que todo nos sonreirá…

HERMINIA: Me siento mejor, como si alguien me acariciara la


cabeza… como si hubiera visto mi nacimiento… Es por el tango…
Cuando estoy triste me gusta escuchar tangos… son igual a los
sueñ os, pero se pueden bailar… La Herminia siempre escucha
tangos… ¿De qué puede estar alegre? …Mi madre era de
Polonia… tenía el pelo largo , muy rubio… Vino en barco, para
casarse, no se casó … La veo con su cara triste, le pegaban
mucho… A mí también me gustaría viajar en barco… ¿Quiere que
traiga las cartas? Tal vez pueda ver un viaje, un viaje suyo…

LUCAS: …Hacia los mares del Norte, hacia los canales de la


ciudad vieja… También mis hijas está n allí, y cruzará n los
puentes en bicicleta…Algunas noches siento que me deslizo
suavemente por el cielo y cuando vuelvo a tierra parte de mi
cuerpo ya no me responde, sigue girando allá arriba,
enloquecido…

HERMINIA: Es por la cercanía de un astro maligno, sin días y sin


noches, oscuro siempre.. El viaje está en sus ojos… Los tangos
también son un viaje, pero no tienen puertos… Había un jardín
con muchas plantas y un patio grande en la casa… Duró poco, me
desperté y él ya no estaba… Ni gracias, dijo… Lo vi en las cartas,
clarito, clarito… El presagio vino hacia mí, esa mano enguantada
que golpea vino hacia mí… El caminaba por la cubierta del barco,
vestido de negro… Cantaba para mí… su rostro tenía mirada de
triste para mí… ¡Yo lo conocí! ¡Maité no! ¡Son mentiras lo que
dice! ¡Ella me quiso robar las cartas! ¡Quería verlo a Gardel en
mis cartas!... ¡Ella te va a hacer dañ o, hijo! También tiene ojos
azules, hijo! ¿Sabe por qué la Herminia llora, hijo?

LUCAS: No lo sé, no lo sé… la vi llorar tanto…


HERMINIA: ¡No lo sabés, eh! ¡Nunca te importé! ¡No me apretaste
la mano! ¡Me dejaste morir sola para revolcarte en la cama con
ella! ¡A mí todos me hacen dañ o! ¡A mí me llevaron de cabeza al
matadero!
“¡Una linda ropita!” “¡Cuidá la mucho a tu linda ropita!...” …Ayer
un perro amarillo me quiso morder y después vinieron tres má s,
mostrando sus dientes… ¡Y si grito dicen que la Herminia está
loca…! ¡Eso dicen…! ¡A mí me gustan los tangos de Gardel!
¡Estaba en el barco! ¡Con la sonrisa blanca! ¡Nunca me hizo dañ o!
¡Me tendía su mano…!

Se escucha en el piano No te engañes corazón. La mujer


canta, su voz es débil, dulce.

No te dejes engañar, corazón


Por su querer, por su mentir…

(Herminia deja de cantar, retrocede) ¡Tengo que lavar las


sá banas! ¡Todo está sucio! ¡Los sueñ os son sucios! ¡Quiero
ponerte un cigarrillo en la boca! ¡Quiero que bajés del barco!

LUCAS: (Lucas va hacia Herminia) ¡Qué pasa, Herminia! ¡Por


favor! ¡Mi madre también…!

HERMINIA: (Lo interrumpe, furiosa) ¡Me cago en tu madre! ¡Yo


soy tu madre!... ¡Se imaginan a Gardel, bailando con la madre!
¡Chupá ndele las tetas! (Se aferra a Lucas) ¡…Si llegan a saber que
estoy bailando con Gardel…! ¡Chaleco! ¡Chaleco! ¡A la Herminia le
van a poner el chaleco!... (Mira fijamente al hombre y después
retrocede, con brusquedad) ¡Se fue el barco! ¡Se fue! ¡Lo veo! ¡Lo
veo!... ¡Mi hijo me despreció porque soy vieja! ¡Lo veo! ¡Aunque
esconda las manos lo veo! ¡Lo veo en tus ojos! ¡Te vas a morir
pronto! ¡Sufrirá s como un perro! ¡Y nadie estará a tu lado! ¡Nadie
te tendrá piedad! (La mujer va hacia el piano)

INÉ S: ¡Callate, vieja idiota! ¡Andá a lavarte la concha con


lavandina! ¡Quien sos para refregarle la muerte en la jeta! ¡No ves
que es una visita!

MUJERES A CORO:

¡Que llueva! ¡Que llueva!


La vieja está en la cueva
Los pajaritos cantan
A la vieja se la garchan…

INÉ S: (Riendo) ¡Ay, que me meo! ¡Ay, que me meo!... ¡Basta,


putonas! ¡Basta, mis putonas del cielo, que reviento!
(Conteniendo con dificultad la risa)
¡A ver vos, vieja, vení acá !

HERMINIA: (Sumisa, al lado de Inés) Mi ropita, mi ropita, mi linda


ropita…

INÉ S: ¡Te voy a romper la ropa en el culo!... (Le da una fuerte


bofetada a Herminia, que cae al suelo)
HERMINIA: Mi ropita, mi ropita… (La mujer sufre fuertes
convulsiones, luego queda quieta, sin sentido, rígida)

LUCAS: (Junto a Herminia, sosteniéndole la cabeza) ¡Qué le han


hecho! ¡Qué le han hecho! Tu mano, mamá .. Quién te lleva de la
mano, mamá…

INES: ¡Ay, sigamos, chicas, sigamos! ¡Estos hombres, tan


exagerados…! ¡Vamos a dedicarle a nuestro visitante sin madre
algo especial! ¡Algo que hable de nosotras!... ¡Rubias de New
York! ¡Eso, Rubias de New York!
(Toca al piano la canción, canta)

Betty, Peggy, Mary, July


Rubias de New York
Delicadas criaturas…

¡Vamos, palomitas, vamos, canten! ¡No digan que está n cansadas!


¿O es que el gallito las puso nerviosas? ¡Vamos, mis conchas de
fierro, que este macho no coge a nadie!

LUCAS: ¡Tengo nombre! ¡Me llamo Lucas! ¡Estoy harto de


ustedes! ¡Qué les pasa! ¡No ven que esta mujer en el suelo!
¡Puede estar mal! ¡Puede estar muerta!

INÉ S: Ya le dije, no sea exagerado… ¡Mire que tiene mala


imaginació n! ¡Muerta! (Ríe) ¡A la vieja la conocemos! ¡Arrímele el
nabo a la boca y va a ver có mo se despierta!... Bueno, ya que está ,
levá ntela y la pone allí, sobre el banco, así molesta menos…
Lucas levanta a la mujer y con dificultad la acomoda sobre
un banco de madera. Le controla el pulso. Le acaricia la frente.

LUCAS: Vayan a buscar un médico… No sé qué esperan… Ya no


digo amor, ni siquiera dejan que uno sienta piedad…

El hombre enfila hacia la salida. Apenas da unos pasos


cuando Anahí, empuñando una piedra, intenta golpearlo por la
espalda.

MAITE: ¡Lucas!

Ante el grito el hombre gira su cuerpo y evita que el golpe


lo alcance de lleno.

ANAHÍ: ¡Te querés ir, eh! ¡Querés cojer, eh! ¡Querés romper la
concha a las mujeres, eh!

La mujer intenta golpear otra vez al hombre, pero éste de


un fuerte empellón la tira al suelo.

LUCAS: ¡Bestia, peor que una bestia! ¡Por qué ese odio! ¡Qué hice!
¡Qué tengo que pagar! …

ANAHÍ: ¡Pegá s, eh! ¡Tenés que pagar, eh! ¡Querés coger, eh!
¡Querés romper la concha a las mujeres, eh! ¡Sos un guacho, eh!
¡Guacho, eh!
Maité toma del brazo a Lucas y lo aleja de Anahí. Se
escucha El día que me quieras. Maité logra que el hombre,
todavía confuso, baile con ella. El hombre mira a Herminia, que
sigue rígida, sobre el banco.

LUCAS: …Una mujer quiere matarme, y ni siquiera me conoce…


só lo ha visto una debilidad, la pará lisis que me ata a este lugar, y
eso le basta… Mi dolor para ella no es má s que un estorbo…
Tampoco le puedo hablar: ha reducido la vida a un puñ ado de
palabras, a un rito, bá rbaro y secreto…

MUJERES A CORO:

El día que me quieras


Desde el azul del cielo
Las estrellas celosas
Nos mirarán pasar…

El tango continúa. Maité se recuesta amorosamente sobre


Lucas, que poco a poco se va relajando, que evita mirar hacia
donde yace Herminia.

MAITÉ : …La mú sica… Por los oídos me llega hasta el alma… y allí
duerme… Y el dolor queda afuera, muy lejos… Y se convierte en
sueñ o… igual que este lugar… ¿Es cierto que escribe?

LUCAS: …Algunos viven de los sueñ os, como Maité.... Otros


trabajan con los sueñ os… tratan de sujetarlos con palabras…
como yo… Escribí obras de teatro… y libros de poesía… Vivo
como periodista… Sin pena ni gloria… Ya no soy el poeta
arrogante que sentaba a la muerte en sus rodillas… Acaso nunca
fui má s que un simulador. Pero era joven… ¿qué no se perdona a
un joven… ¿Hasta la falsedad de sus delirios…

MAITÉ : Ah, un poeta… como Rubén Darío…Yo recitaba poesía…


allí donde nací… Después me enamoré de él y todo cambió . Sabía
que iba a sufrir… pero no imaginé que sufriría tanto… El tren se
marchó … yo tenía en las manos seis claveles rojos y seis blancos.
¿A qué vino acá …? ¡Lo mandó el director…!

LUCAS: No, Maité, en eso no he cambiado… Todavía odio a los


directores… Odio lo que sea autoridad… Odio a todos los que
llevan uniforme… (Riéndo) Menos al cartero. Mi abuelo decía:
“trabajan para el destino…”

MAITÉ : ¿Escribe de amor?

LUCAS: ...¿De amor…? No, ya no… Poco tengo que ver con el
amor… Escribo mis sueñ os de muerte… Son sueñ os sin rostro…
Mi muerte está lejana… aú n sin nacer. (Riendo con amargura) ¡Y
espero que se quede bien lejos!

ANAHÍ: (Deja de bailar, mira al hombre, espantada) ¡No es cierto!


¡No es cierto!...
¡Oh, Dios, ya no escribe de amor! ¡La muerte…! ¡La muerte…!
(Corre a refugiarse en brazos de Inés) ¡Escribe de muerte! ¡Maité
bailó con la muerte!
El hombre queda solo en el medio de la sala.

LUCAS: …El amor, Maité… Qué amor… La fragilidad del deseo… el


miedo a la soledad… alguien que nos acaricie la cabeza en el
medio de la noche… o esa ansiedad por besar los ojos con que
má s tarde nos mirará la muerte…

Otra mujer se acerca al hombre. Es de mediana edad, lleva


un pañuelo en la cabeza. Un pañuelo viejo y desteñido para
protegerse de un sol que no existe. Duda, hasta que toma al
hombre de los brazos, quiere bailar.

CARMEN: Este es mi turno… ¿No le molesta bailar conmigo…?

LUCAS: (Distraido, mirando a Maité, que permanece junto a Inés)


…No, no… ¿Su turno?… Bailemos, bailemos…

Inés toca el tango Soledad

MUJERES A CORO:

Yo no quiero que nadie a mi me diga


que de mi dulce vida
vos ya me has arrancado
mi corazón, una mentira pide
para esperar tu imposible llamado.
Yo no quiero que nadie se imagine
Cómo es de amarga y honda mi eterna soledad,
Pasan las noches, el minutero muele
La pesadilla de su lento tic-tac

LUCAS: Me gusta como cantan… Lo hacen como si en ese


momento no existiera otra cosa…

CARMEN: Sí… sí… por un rato no somos basura… Aquí todo el día
somos basura… ¿No tiene miedo?

LUCAS: ¿Miedo…?

CARMEN: …Si lo descubren no podrá salir… Terminó el horario


de visita… ¡No diga que estuvo conmigo! ¡No quiero que me
castiguen…!

LUCAS: No diré nada… Ademá s, ya me voy…

CARMEN: ¡No puede irse! ¡Lo van a ver!… ¡Por favor, quédese
otro poco!... ¡Hace tanto que no bailo con un hombre!... Yo bailaba
mucho… Pero ahora no tengo tiempo…tomo la leche… tomo el
mate… tomo las pastillas… y después duermo…

LUCAS: Hoy es distinto…

CARMEN: Hoy es distinto… Inés dijo que hoy era una fiesta…
Porque murió su padre… Y dijo que a la noche vamos a jugar… A
mí no me gusta jugar con las mujeres… ¡Con nadie, con nadie! ¡Yo
no quiero jugar! ¡Yo estoy cansada!
LUCAS: …No entiendo lo del juego… tampoco entiendo que
tengan turnos para sacarme a bailar… ¿Todo es un juego? ¿A qué
jugará n esta noche…?

CARMEN: A la concha. Siempre jugamos a la concha. Cuando


llegué yo no quería… Cuando una llega… Primero tuve que jugar
con una enfermera… hasta que la conocí a Inés… Ella nos
protege…¿Vio cuá ntos policías hay? Los policías no quieren que
salgamos a la calle… nos buscan para jugar… a escondidas… Yo
me escapo… yo grito… aunque me muestren el revó lver… no
quiero jugar con ellos… A veces juego con los camioneros… en el
pasto… saltan el muro… Quiero tener un hijo, para que sea
grande y me saque de acá… Yo estaba contenta… Uno de los
médicos de otro pabelló n vino por la tarde y me llevó a jugar…
Había un cielo celeste… Parecía un río dormido… De chica yo
jugaba en un río celeste. Yo creía que iba a tener un hijo, un hijo
sano, porque los médicos son sanos, de ojos celestes… estaba
contenta, me reía… y hasta le chupé la pija… A los hombres les
gusta… Después me hizo tomar la pastilla y me dio una
inyecció n… ¡Me quitó a mi hijo…! (La mujer llora, sin dejar de
bailar)… ¡Me van a castigar si saben que se lo conté…! ¡Por favor,
por favor! ¡No diga nada!

LUCAS: …Cá lmese… No, no diré nada…

CARMEN: (Tras una pausa, tras mirarlo bien) ¿Tiene hijos?

LUCAS: Sí, son mujeres…


CARMEN: ¿Mujeres…? Pero otra vez puede ser un varó n… (La
mujer se aferra a Lucas) ¿No quiere jugar a darme un hijo? …En el
pasto… no hace mucho frío… ¡Un hijo fuerte y sano que me saque
de acá !

LUCAS: Pero si yo… ¿Có mo dice eso?... (Ríe, cada vez más
nervioso)

CARMEN: ¡Por favor, un hijo suyo! ¡Un hijo sano! ¡Un hijo de
Gardel, para ser libre!

LUCAS: ¡Yo no soy Gardel…! ¡Gardel murió !

La mujer da grandes carcajadas. Se arranca la pollera,


está desnuda. Abraza al hombre, se refriega contra él.

CARMEN: ¡Un hijo! ¡Un hijo de Gardel! ¡Un hijo que me ame, que
me lleve con él…!

LUCAS: ¡Gardel no tuvo hijos! ¡Y yo no quiero tener má s hijos!


¡Para qué hijos! ¡Para que las mujeres se queden con ellos!
¡Dó nde está n mis hijas! ¡Con sus madres, con sus malditas
madres, que les enseñ an a odiarme! ¡Sus madres que les hacen
besar mi foto, como se besa la foto de un muerto! ¡Conozco a las
mujeres! ¡Me crié entre mujeres! Cada hora de mis horas
gastadas con mujeres! ¡Tienen la muerte en el cuerpo! ¡Es el
hombre, es el hombre el que les da la vida!
El hombre con brusquedad se desprende de la mujer que
cae al suelo, allí ella llora. Anahí corre hacia Lucas, se abalanza
sobre su pierna y le hinca los dientes. El hombre grita de dolor y la
golpea tratando de separarla, pero Anahí sigue mordiéndolo, Inés
viene en ayuda de Lucas. Golpea ferozmente a Anahí.

ANAHÍ: (Suelta la pierna del hombre, le grita) ¡No querés un hijo,


eh! ¡Querés coger, eh! ¡Querés romper la concha a las mujeres,
eh! ¡No querés un hijo, eh!

LUCAS: ¡Madre mía! ¡Me he quedado solo para esperar la muerte


de la mano de una imbécil! ¡Qué hago aquí!

Moviéndose con dificultad el hombre va hasta la puerta.


Intenta abrirla, no puede, forcejea, maldice. Las mujeres ríen.
Después cantan Melodía de arrabal, mientras el hombre
continúa forcejeando y maldiciendo.

MUJERES A CORO:

Barrio plateado por la luna


rumores de milonga
es toda tu fortuna.
Hay un fuelle que rezonga
en la cortada mistonga.
Mientras que una pebeta,
linda como una flor,
espera coqueta
bajo la quieta
luz de un farol…

LUCAS: ¡Abran la puerta! ¡Abran la puerta! (Da terribles golpes a


la puerta, que no cede. Cansado, vencido, se sienta en el suelo y se
toma la cabeza con las manos)
¿Era esto lo que buscaba? ¿Qué estoy pagando…? ¿Es un demonio
el que te lleva de la mano, mamá ? ¿Y mis hijas? ¿Por qué tan lejos
de mí? ¿Por qué no vienen y me acarician la cabeza? ¡Estoy
cansado!

Inés se acerca al hombre con una sonrisa de triunfo en su


boca gruesa, moviendo ostensiblemente las caderas.

INÉ S: …Venga, venga… no se preocupe… Tenga paciencia… Las


puertas del cielo ya se abrirá n para usted… (Ríe) ¡Aunque no
sean las de La Luna!... Venga… (Inés ayuda a Lucas a
reincorporarse) …Sabe, tiene la cara de un profesor de Ingeniero
White… (Ríe). ¡Las cosas que le gustaba hacer!... ¡Venga,
profesor…!

El hombre, cautivo de la mujer, la va siguiendo hasta el


piano…

LUCAS: …Me llamo Lucas… Lucas… No soy de Ingeniero White…


Soy de Buenos Aires… de Flores…

INÉ S: (Burlándose) ¿De Flores? ¿No me diga? … Ah, profesor,


profesor, tiene que cantar algo… Hasta ahora estuvo
escuchando… y mirando… se le iban los ojos detrá s del teló n…
Llegó su momento…

LUCAS: Canto muy mal… estoy lastimado…

INÉ S: No sea tímido, profesor… en La Luna no tenía vergü enza…


¿Recuerda?...

LUCAS: …Nunca estuve en La Luna…

INÉ S: (Implacable) ¡Cante! ¡Cante!

El hombre, resignado, con timidez, canta Tiempos viejos.


Inés lo acompaña al piano.

LUCAS:

Te acordás hermano, qué tiempos aquellos


eran otros hombres, más hombres los nuestros
no se conocía cocó ni morfina
los muchachos de antes no usaban gomina
¿Te acordás hermano? ¡Qué tiempos aquellos!
Veinticinco abriles que no volverán
veinticinco abriles volver a tenerlos
¡Si cuando me acuerdo me pongo a llorar!

El hombre deja de cantar. Lo aplauden. Anahí, con una


tijera en la mano, va hacia el hombre, amenazadora.
ANAHÍ: ¡Cantá s, eh! ¡Querés coger, eh! ¡Querés romper la concha
a las mujeres, eh!

El hombre retrocede, levanta sus manos protegiéndose.


Anahí avanza.

LUCAS: ¡Por qué! ¡Qué le hice! ¡Por qué me odia! ¡Me entiende!
¡No, no me entiende! ¡Quiere matarme y ni siquiera me
entiende…!

ANAHÍ: ¡Por qué me odia, eh! ¡Me entiende, eh! ¡Querés coger, eh!
¡Querés romper la concha a las mujeres, eh!

Inés, con gran tranquilidad, toma el brazo de Anahí, se lo


dobla, le hace soltar la tijera. Después la castiga, pausadamente,
con ferocidad.

INÉ S: ¡Me tenés harta…! ¡Qué andá s buscando! ¡Una poronga de


plomo en el culo! (Anahí queda arrodillada en el suelo; Inés toma
al hombre de la cintura, con confianza, camina con él por la sala)
…No se preocupe profesor… es una perra, ladra… ¡Cantó , muy
bien!... Só lo le hace falta el pañ uelito blanco… ¡Un buchó n bien
blanco!... Gardel siempre lo llevaba.

MUJERES A CORO:

¡Sí, llevaba una pañuelito blanco!


¡Llevaba un cigarrillo en el costado de la boca!
¡Llevaba una corona de frío en la cabeza!
Las mujeres forman un ceñido círculo alrededor del
hombre.

INÉ S: ¡Ay, mis pichoncitas, no se lo devoren, no se lo devoren…!


¡Todavía le falta la sonrisa!... ¡A ver, a ver, pichoncitas, a mover el
culo que ya es de noche…! ¡A poner la mesa!

Las mujeres, alborotadas, preparan la mesa con tablas y


caballetes. Inés sigue tocando tangos y los canturrea. Maité se
acerca a Lucas. Bailan. El hombre la besa, suavemente. Bailan.
Maité acaricia la cabeza de Lucas.

MAITÉ : ¿Le duele?

LUCAS: Sí, todavía.. Me golpeó fuerte… y ahora, con las tijeras…


sentí que la muerte me tocaba la cara. Yo estoy indefenso, no
puedo odiarla…

MAITÉ : Ella es así… casi no habla… sufre…grita por la noche…


Aquí todas gritamos por la noche, tenemos la lengua hinchada,
pero el grito de ella es distinto… como si ya estuviera cubierta
por una sá bana… (Saca de su bolsillo un pañuelo blanco y se lo
entrega al hombre) …Se sentirá mejor… y le dará suerte… Era un
pañ uelo de él.

LUCAS: … ¿De él…? Gracias, Maité… Lo cuidaré… (Se pone el


pañuelo en el cuello)
MAITÉ : Tendría que escribir sobre el amor…

LUCAS: ¿El amor, Maité…? …¿O los mil sueñ os del amor…?

MAITÉ : … El amor… El ú nico amor… El amor eterno… Como en


sus películas… Cuando nos besá bamos en la cubierta del barco…
y nada existía… ni el mar, ni la noche… só lo ese instante de
contemplació n, el instante del amor, arrojarse al vacío mientras
se escuchan las mú sicas… (Maité besa a Lucas) …Tendrá que
volver a sentar a la poesía en sus rodillas… y llevar en el cuello de
día y de noche el pañ uelo blanco… y poner luz en los ojos de los
ciegos … Y no dejar que las flores le toquen la cara… Para que no
venga la desgracia…

Inés se acerca a la pareja. Toma a Maité de los hombros y


la lleva hacia la mesa. Desde allí le habla al hombre, con encono,
burlándose.

INÉ S: Yo só lo presto a mis palomitas. No se quede ahí parado…


Venga, siéntese con nosotras y sá quese el sombrero…

LUCAS: …Yo no uso sombrero… (Lleva instintivamente una mano


a la cabeza)

INÉ S:¡Ya sé! ¡Ya sé! (Riendo) ¡No usa sombrero ni condones! …
¡Ah, profesor, mire que no estamos en Ingeniero White…!

(Las dos mujeres hacen eco a la risa de Inés)


JUANA: ¡Basta de risas! ¡No ven que es un hombre muy educado!
¡No es un médico ni un camionero!... Ustedes se ríen… pero una
mujer no tiene que reírse de los hombres si se quieren casar…
¿No es cierto, señ or Gardel? …¡Yo vi todas sus películas…! ¡Sigue
tan joven… no ha cambiado nada…! Bueno… no trajo el
sombrero… ¡pero se ha puesto el pañ uelo blanco!

LUCAS: …Sí, sí… A un hombre no le gusta que las mujeres se le


rían Su ilusió n es ser deseado, má s allá del deseo; y su mayor
miedo, que lo abandonen… volver a ser una criatura perdida en
el mundo, y sin inocencia…

JUANA: (Feliz, a las otras mujeres) ¡Vieron! ¡Vieron! ¡El señ or


Gardel me dio la razó n!... (Toma del brazo a Lucas) ¿No bailaría
una pieza conmigo, señ or Gardel? Yo sé que una dama no debe
invitar a un caballero, pero con usted es distinto… ¡Usted es
Gardel…!

LUCAS: Sí, Juana, bailemos, aunque no haya mú sica…

Juana y Lucas comienzan a bailar un tango. A poco se


escucha Madreselvas en flor, que cantan las mujeres desde la
mesa.

MUJERES EN CORO:

Madreselvas en flor
que me vieron nacer
y en la vieja pared
sorprendieron mi amor
Tu humilde caricia
es como el cariño
primero y querido
que nunca olvidé…
Madreselvas en flor
trepándose van
en tu abrazo tenaz
y dulzón como aquél.
Si todo los años
sus flores renacen
¿por qué ya no vuelve
Mi primer amor?...

JUANA: Ah… tengo ganas de llorar… perdó neme… es que… es un


sueñ o… estar en sus brazos, señ or Gardel… ¡Pero no crea que
só lo bailo! ¡No, no…! ¡También estoy preparando mi ajuar…!
¡Todas las tardes tejo y bordo…! Me dijeron que su familia vino
de Francia, señ or Gardel… La mía es de Santa Cruz… Mi mamá y
mi papá eran muy cató licos… Yo estaba siempre sola… Yo tenía
frío… “El invierno es un castigo de Dios, por nuestros pecados…”
decía mi madre. “Hay que soportarlo, sin quejas…” decía mi
padre… Yo tenía frío… Mucho frío… Ellos no querían que yo
hiciera fuego… La casa era de madera… Yo tenía frío… De pronto
se encendió toda la casa… Las llamas eran muy altas. ¡Yo tenía
miedo!... ¡Las llamas hablaban…querían que me desnudara…! ¡Yo
me desnudé y las llamas no me hicieron nada…! “Tiene el
demonio en el cuerpo”, dijo mi madre. “Hay que castigarla”, dijo
mi padre. Me mandaron a la iglesia, a trabajar con el cura de la
iglesia… yo iba descalza… yo comía poco… tenía frío… ¡Las llamas
en la iglesia eran muy altas! ¡Las llamas querían que me
desnudara…! Yo era muy chica… Me encerraron… decían que
tenía el demonio… Fui de aquí para allá… Las llamas siempre me
hablaban… Tuve un novio, señ or Gardel… me iba a casar… Le
conté lo del fuego, señ or Gardel… ¿A los hombres no hay que
decirles la verdad, señ or Gardel? ¿Siempre se van, señ or Gardel?
¿Tienen miedo del fuego, señ or Gardel…? Pero usted no tiene
miedo… Usted se incendió y no tuvo miedo, señ or Gardel… el
fuego le hablaba y usted se reía… Se reía y estaba hermoso como
nunca.. ¿Quiere que un día de estos le muestre mi ajuar, señ or
Gardel?
¿Tiene miedo del fuego, señ or Gardel…? Pero no, Usted no tiene
miedo… Usted se encendió y no tuvo miedo, señ or Gardel… El
fuego le hablaba y Usted se reía… Se reía y estaba hermoso, como
nunca… ¿Quiere que un día de estos le muestre mi ajuar, señ or
Gardel?

LUCAS: Sí, Juana, iré a verlo…sí… un día de éstos…

JUANA: ¿Vendrá con su traje negro…? …¿Tendrá fuerzas para


empujar el carro de las llamas?... Tiene que cuidar sus fuerzas,
señ or Gardel… Si no tuviera fuerzas… no importa… yo lo
ayudaría… Una mujer para poder casarse tiene que saber ayudar
a un hombre sin fuerzas, ¿no, señ or Gardel?

INÉ S: ¡A ver, ustedes dos, basta de pajerías, venga a la mesa!

Juana y Lucas se sientan junto a los demás.


LUCAS: (Mira hacia el banco, donde está acostada Herminia, entre
penumbras) Ella sigue allá , sola…

INÉ S: Tiene razó n, profesor, sola y sin testigos… ¡A ver, chicas,


traigan a la vieja y la atan a una silla, para que no se caiga! ¡Que la
vieja chota comparta la fiesta!

Las mujeres traen a Herminia, la sujetan con sogas a la


silla, junto a Lucas, que evita mirarla de lleno, que lo hace
furtivamente.

ANAHÍ: (De un salto sube a la mesa) ¡El guacho nos está espiando!
¡ …¡Querés coger, eh! ¡Querés romper la concha a las mujeres, eh!
(Llorisqueando) …!Que el guacho me de para el mamao! ¡Para el
mamao!

INÉ S: ¡(Empuja a Anahí) ¡Bajá te de ahí, culo con pelos! ¡Te voy
hacer tragar la poronga de un perro, a ver si te calmá s!

ANAHÍ: (Bajándose) ¡Para el mamao, para el mamao! ¡Plata para


el mamao!

INÉ S: ¡A ver, profesor, dele unos pesos a esta tira pedos para que
traiga vino…! ¡Ah, La Luna… La Luna…! ¡Aquellos sí que eran
buenos tiempos! ¡Ahora me hacen estar en un lugar de mierda
tomando vino de mierda! ¡Tengo paralítica el alma! …Bueno, abra
el chanchito, profesor…
LUCAS: (Duda un instante) …Claro … sí… (Le da algunos billetes)

INÉ S: (Cuenta el dinero) ¡Pero con esto qué carajo vamos a


comprar! ¡Largue má s!

LUCAS: (Saca del bolsillo todo el dinero que tiene) Tome…

INÉ S: ¡Gardel sí que era un señ or! ¡Nunca dejaba pagar a otro!
(Cuenta otra vez el dinero, le da un poco a Anahí y guarda el resto
en su escote)…Ahora, hasta los perros duermen con la boca
cerrada…

ANAHÍ: ¡El guacho dio para el mamao! ¡Para el mamao! ¡Querés


coger, eh! ¡Querés romper la concha a las mujeres, eh…!

INÉ S: ¿Se acuerda de Ingeniero White, profesor?... ¡Allí sí que se


conseguía de todo…! ¡Hasta Gardel venía! ¡Y yo lo recibía! ¡Yo
conocía sus gustos!... Yo vi todas sus películas… Me sé de
memoria uno a uno sus tangos… Era un señ or… No un cabró n
como mi padre… ¡Los domingos a misa y el alma tapada de
mierda…! …Pero se las hice pagar… ¡Ah, La Luna! …¡La Luna…!
¿Qué cocinaste, Juana?

JUANA: Hice tortitas de miel… Tiene que probarlas señ or Gardel,


son buenas para la voz…

INÉ S: ¡Vamos, profesor, coma, no desprecie, tienen miel de


verdad!
JUANA: ¿No es cierto, señ or Gardel, que una mujer para casarse
debe saber cocinar?... Pruebe mis tortitas… Le gustará n… Ah, lo
recuerdo cuando cantaba en la cubierta del barco… ¿No tenía
frío?

LUCAS: (Comiendo una tortita) Me gusta el frío… Está n ricas las


tortitas, Juana. Me hace recordar los domingos a la mañ ana en la
casa familiar… (Mira a Herminia y luego come, con la cabeza
gacha)

JUANA: ¡Escucharon chicas al señ or Gardel…! ¡Yo tengo razó n,


para casarse hay que saber cocinar…! ¡Y el smoking!... ¡Ah, qué
bien le quedaba el smoking, señ or Gardel…!

INÉ S: ¡Sí una no se arreglara con estas cosas…! ¡La comida de acá
es una bosta, hasta las ratas la vomitan!.. ¡Mi Luna, Luna, que
oscura es la noche en este puto hospital…!

Comen en silencio. Pan, tortitas de miel, algunas frutas…


Llega Anahí con las botellas de vino, las pone sobre la mesa.

ANAHÍ: ¡Para el mamao! ¡Para el mamao! ¡Vino para el mamao!


(Intenta abrir una botella, le cuesta)

INÉ S: (Le arranca la botella) ¡Dame a mí, pedo de concha! (Se


sirven y Maité llena el vaso de Lucas.)

MUJERES A CORO: ¡Un brindis! ¡Un brindis!


JUANA: (Levantandose) ¡Brindo por los enamorados! ¡Son flores
que nos alegran a todos!

INÉ S: ¡Basta de pajerías…! ¡A ver, profesor, alcemos las copas por


los viejos tiempos…! ¡Por La Luna de Ingeniero White!

LUCAS: (Mirando a Maité) …Juana tiene razó n… Brindemos por


los enamorados… (Ríe, nervioso) Son los ú nicos que pueden
enfrentar a la muerte… y vencer la tristeza… Ellos tendrá n
siempre la vida en los labios… (Brinda con Maité, quien le sonríe)
…¡Me siento mejor!

MUJERES A CORO: (Chocando sus vasos) ¡Por el amor! ¡Por el


amor!

ANAHÍ: (Arroja el vino de su vaso a la cara de Lucas) ¡Te sentís


mejor, eh! ¡Querés coger, eh! ¡Querés romper la concha a las
mujeres, eh!

INÉ S: ¡Te lo avisé, culo negro! (Saca de sus ropas una navaja y da
un tajo al brazo de Anahí, quien sangra y llora)

Juana se levanta y cubre con un pañuelo la herida de


Anahí; las demás mujeres siguen comiendo y tomando, como si
nada hubiera ocurrido. Lucas comienza a levantarse, pero Maité
tomándolo del hombro se lo impide.
LUCAS: ¡Me voy, Maité…! ¡Tanta violencia! ¡No tiene sentido!
¡Nada tiene sentido…! (Insiste en levantarse, pero Maité no lo
deja)

MAITÉ : …Aú n no puede irse… (Limpia con un pañuelo la cara del


hombre) Ve, esto le pasa por no traer su guitarra… ni su
sombrero de ala… Un artista como usted no puede olvidar esas
cosas… Se debe a su pú blico… Tiene que ser en la vida igual que
en las películas.

LUCAS: ¡Maité, yo no me olvidé nada! …¡Yo no canto ni hago


películas…! ¡Yo só lo escribo!... ¡No voy a permitir má s violencia!

INÉ S: (Amenazadora) …Yo en su lugar me cuidaría, profesor …


Usted aquí es nada de nada… Apenas un intruso… No le vaya a
ocurrir lo mismo que a mi padre… (Ríendo) ¡Ah, La Luna! ¡ La
Luna! ¡Los brazos largos de la Luna…! Ay, profesor, me parece
que usted sabe muy poco de las mujeres… (Bebe un vaso de vino;
golpea con familiaridad la espalda de Lucas) Bueno… Olvidemos…
Olvidemos… Aquí cualquiera pierde la cabeza… ¡Y algunos no la
encuentran má s! (Ríe) ¡Anahí lo ama!

CARMEN: (Le habla a Lucas) ¿Sabe qué nos dan de comer acá ?
¡Sopa de agua y sal!... ¡Claro, en sus películas es distinto! ¡En sus
películas comen de todo! ¡Hasta toman champá n!... ¡Y acá, sopa y
sopa, agua y sal! ¡Todos los días!... ¡Aunque una no tenga ganas!...
¡Aunque una só lo quiera gritar y llorar hasta volverse de piedra!
¡Pero mi hijo me va a sacar!... Yo no tenía marido… Yo me quedé
sin trabajo… Tenía un hijo… él me cuidaba… se lo llevaron… a mi
hijo… yo los vi… sus uniformes… lo golpearon… lo arrastraron
por el piso… las manchas del piso no salen… ¿Me van a castigar
por lo que estoy contando…? ¡El electroshock! ¡No me importa!
¡El me pondrá un pañ o de agua fría en la cabeza! ¡Mi hijo me va a
sacar de acá !

La mujer llora, su llanto es profundo y contenido. Inés le


derrama vino sobre la cabeza.

INÉ S: ¡Otra pajera! ¡No aguanto a las pajeras! ¡Habla del hijo y
llora!... Yo no tengo hijos (Ríe)… Tengo abortos… Al final resulta
má s barato… ¡Te limpian las entrañ as de una sola vez…!

ANAHÍ: Má s vino para el mamao! ¡Para el mamao!

Maité pasa su mano por el pelo de Lucas.

INÉ S: (Con ira) ¡A ver, Maité, subí a la mesa y decí algo…! ¡Dejate
de sobar al profesor!

MAITÉ : …No, ahora no…

MUJERES A CORO: ¡Ahora! ¡Ahora!

INÉ S: ¡Te dije que subas!... ¡O crees que me guardé los ojos en el
culo!

MAITÉ : (Desde arriba de la mesa)


Cuando la encontraron estaba muerta
Cuando la enterraron no respiraba
Y el mundo giraba y a nadie le importaba.
De chiquita era una maravilla
Cuando creció era una papanatas
¡Las papas y las batatas qué ricas que son asadas!
Que me voy, que me quedo,
me da una risa que me muero.
Llovía, cuánta agua caía
La tumba se inundó, el barro se la tragó
Y el mundo giraba y a nadie le importaba.
El sol salió, y todo se secó
La flor creció, pero ella no resucitó
Que me voy, que me quedo,
me da una risa que
me muero…

El hombre ayuda a la mujer a bajar de la mesa. Caminan


juntos.

LUCAS: …Que me voy… que me quedo… Tal vez tenía que entrar
aquí, donde no hay otra realidad que los sueñ os, para quitarme
las má scaras de mi cara y enfrentar la verdad…. si es que existe…
si es algo má s que un deseo… ese deseo de que la palabra de Dios
tenga saliva…

MAITÉ : (Cubriendo con su mano los ojos de Lucas) …Tendrá que


vivir con el pañ uelo blanco… Cantará como cantan los zorzales…
sonreirá siempre, aunque sienta el alma fría… Me hará subir a su
tren, mientras sopla el viento rojo… Y no dejará que los jazmines
toquen su cara…

LUCAS: Sí, Maité, subirá s a mi tren mientras se escucha hablar al


viento… y no dejaré que los jazmines toquen mi cara…

MAITÉ : Como en sus películas… cuando yo era su actriz


preferida… y nos besá bamos en la noche… y la noche era
eterna… igual que la risa de los á ngeles…

LUCAS: …Como en mis películas… en la noche frá gil, como la


lluvia… má s breve que la luz… y aú n así eterna… Lá stima que las
películas se terminan… todo se termina…

El hombre y la mujer se besan. El hombre grita de dolor.


Otra vez Anahí le ha golpeado en la cabeza con una piedra. El
hombre se da vuelta y le aplica un puñetazo en la cara. Anahí
sangra de la boca y corre a refugiarse detrás de Inés.

ANAHÍ: ¡Como en las películas, eh! ¡Como la risa de los á ngeles,


eh! ¡Querés coger, eh! ¡Querés romper la concha a las mujeres,
eh!

LUCAS: (Amenazador, con los puños cerrados, va hacia Anahí) ¡No


me pegará má s!

INÉ S: (Se planta delante de Lucas) ¡Calma, profesor, cuidado con


lo que hace…! ¡Ella lo atacó y usted le dijo lo suyo! …Vamos,
profesor, Anahí es una mujer… (Ríe) ¡Aunque tenga la concha en
la cabeza! …No se olvide… Anahí lo ama… (Ríe) ¡Lo ama!

LUCAS: ¡No diga locuras!

MUJERES A CORO:

Luna que se quiebra


Bajo las tinieblas de mi soledad…

LUCAS: ¡Me llamo Lucas! ¡Nunca estuve en La Luna!... (Señala a


Herminia) ¡Y esa mujer está muerta!

INÉ S: …¡Cambie esa cara, y ese tono, profesor, no sea pesado…!


¡Y no hable al pedo de la muerte, total, es un misterio! …Usted se
metió aquí, no lo olvide, nadie lo llamó y ahora tiene que seguir
jugando, aunque no le gusten las cartas… (Ríe) ¡Falta envido,
truco, y si hay flor, contra flor al resto!... Es la ley del juego… no lo
olvide… (Lo toma de la cintura) ¡Vamos, volvamos a la mesa!
¡Enterremos las discusiones con el vino! ¡Como en una buena
familia!

El hombre se deja llevar. Se sienta con los demás, nadie


habla. Todos comen y beben. Se escuchan campanadas y el paso de
un tren.

INÉ S: (Termina de beber y golpea con el vaso sobre la mesa) …Un


día de estos me va a salir un cá ncer en las tetas… Sabe una cosa,
profesor… o como mierda se llame… ¡A mí me van a pagar por las
buenas o por las malas los veinte añ os de vida que me deben!
¡Veinte añ os de tocar el piano en un prostíbulo, o en un hospital
de hijos de putas como éste…!

LUCAS: …Veinte añ os…

INÉ S: ¡Sí, veinte añ os por culpa de tipos como usted…! ¡Mucha


educació n! ¡Gran cultura! ¡Lindos modales! …¡Y a la hora de la
verdad te la zampan por el culo!... ¿O se cree que toda mi vida la
fui de puta, o de loca? ¡Yo también tengo mi historia!... ¡Hasta
tomé el té en la Richmond! …! ¡Y si le digo que me gusta Chopin,
qué! ¡O Chopin es para usted, que escribe teatro en su casa y llora
por su mamita! …! ¡Sí, es como mi padre…! ¡Lo veo en sus ojos!
¡Usan la piedad como desprecio! ¡Quieren dar vuelta el mundo
pero se aferran a una moral de pajeros para no caerse! ¡Grandes
machos, se merecen cuernos todos! …¡Veinte añ os…! ¡No se haga
el boludo…! ¡O no se dio cuenta! ¡Mire mi cara! ¡Se cree que no
tengo espejo! ¡Quiero verlo a usted con las pastillas! ¡Se tuercen
los ojos…! ¡Hay que sacar la lengua afuera, para no ahogarse…!
¡Una se babea! ¡Se babea toda! ¡Un asco! …Veinte añ os (Ríe)
¿Conoce el tango? ¡Hay un tango para todo…! (Canta)…

Sentir, que es un soplo la vida


Que veinte años no es nada

¡Bahhhh! ¡Pura paja de concha! …¡Lo quiero ver a usted en la piel


de cualquiera de nosotras! ¡O al reverendo hijo de mil putas de
mi señ or padre, lo quiero ver! ¡Me echó a la calle, entiende!
¡Embarazada y sin un peso, entiende…! Bueno, pero ese ya lo
pagó … ahora está en el hoyo con los gusanos… Palabras…
Palabras… ¡Cuidado con las palabras, señ or profesor…! ¡Mire que
aquí nadie le va a chupar la pija…! ¡Sí… claro que sí... lo
descubro… ¡Usted es mi padre! ¡Tiene la pija blanda! ¡La pija
blanda!

LUCAS: …Yo no soy su padre, no me mezcle con su padre, yo…

INÉ S: (A los gritos, lo interrumpe) ¡Palabras! ¡Palabras! ¡Qué asco!


¡Está cagado en las patas!
(Ríe y con ella ríen las demás mujeres) ¡Ay, chicas, si conoceré esa
pija! ¡Pero bien que le gustaba! ¡Hipó crita! ¡Turro! ¡La pija
blanda!

JUANA: Ay, señ or Gardel… Ay, señ or Gardel… Si a Usted le pasara


cualquier cosa… Si lo encierran, por ejemplo, yo igual lo tomaría
de novio… ¡Pero no me gusta que se burlen de mí! (Se levanta y
va hacia el hombre, lo increpa) ¡No me gusta que me dejen
plantada! ¡Una tiene su orgullo! ¡Una sueñ a! …¡Yo tenía mi ajuar,
señ or Gardel! ¡Y la fecha en la iglesia! (Llorando con ira) ¡No me
gusta que me dejen plantada! ¡No hay que tenerle miedo al fuego!
¡El fuego me habla… y yo lo entiendo! ¡Tiene las manos frías y me
abraza!

LUCAS: …Juana, yo… yo no la conocía… Sabía muy poco de


usted… Yo de chico hacía fogatas… Ahora envejezco, Juana…
estoy solo cuando enciendo el fuego…
JUANA: ¡Me dejó plantada! ¡Gardel me dejó plantada! ¡Quemó el
avió n para dejarme plantada!

HERMINIA: (Atada a la silla) ¡Mis sá banas está n blancas! ¡Yo


podría haber sido una reina! ¡Las cartas me dijeron que no! …
¡Las cartas…! ¿No es cierto que te gustan mis sá banas? ¿Qué
bajará s del barco? ¿Que no irá s a buscar a tu mujer al Norte? ¿No
es cierto, que Gardel se quedará con su madre…?

LUCAS: …Tus sá banas está n muy blancas… Deme tu mano,


mamá …

HERMINIA: ¡Mentira! ¡Mentira! ¡Me dejaste morir sola! ¡Mis


sá banas son una mortaja! (Deja caer su cabeza)

CARMEN: (Enfrenta a Lucas)…¡Usted hace milagros! ¡Da luz a los


ciegos! ¡Convierte el carbó n en oro! ¡Separa las aguas! ¡Usted
tiene poder! ¡Abre las casas sin golpear la puerta! ¡Usted es
hermoso! ¡Puede jugar a la concha cuando quiere!...¡Yo no tengo
nada, nada! ¡Devuélvame a mi hijo! ¡Deme un hijo!

LUCAS: Su hijo… Yo só lo puedo llorar por su hijo…

CARMEN: ¡Piedad, eh!... ¡No! ¡Quiero un hijo que me haga libre!


¡Quiero un hijo de Gardel!

LUCAS: ¡Yo no quiero má s hijos! ¡Ninguna mujer me sacará otro


hijo!
CARMEN: (Trata de abrazar al hombre, que la rechaza) ¡Le doy
asco! ¡A Gardel le doy asco!... ¡Gardel mató a mi hijo! ¡É l me
encerró acá !

Amenazantes, las mujeres rodean a Lucas. Maité va en su


ayuda. Lo toma del brazo y lo lleva hasta la ventana, lejos del
piano, cerca de la puerta.

MAITÉ : …Por qué vino así… tan desnudo, tan indefenso… sin
traer siquiera su pañ uelo… su guitarra…

LUCAS: …No imaginaba esta noche…

MAITÉ : (Mira por la ventana, hacia el cielo) …La noche es como


un terciopelo… pero se ha roto… Cuídese de los jazmines…

LUCAS: …Es extrañ o, he conocido aquí, en estas horas, la peor


humillació n posible: ser amado, y ser odiado, en nombre de
otro… que ademá s está muerto. Sin embargo, vivo a la vez una
nueva paz …no tengo nombre, tampoco historia… soy apenas el
recuerdo de mis amores perdidos… (Toma a Maité por los
hombros, también él mira el cielo)… Esta pequeñ a estrella, sobre
las Tres Marías… yo era un chico, mi madre me la regaló … Esa
voz del hospital… apenas preguntó por mí lo supe todo… corrí…
la cama de mi madre estaba vacía… me temblaban las piernas…
Hace frío, Maité… (La abraza con más fuerza)

MAITÉ : …No me olvido de sus claveles en la estació n… Seis


blancos y seis rojos… Nunca se marchitaron… (Se tapa los ojos
con la mano) Oh, Dios, yo lo vi cuando se quemaba vivo en el
avió n…

LUCAS: Pero he vuelto, Maité… Lastimado, con los sueñ os


destruidos, temeroso de mi propio corazó n… sin mi pañ uelo
blanco, sin mi sombrero, sin mi voz… pero he vuelto Maité. (Se
apropia de la voz de Gardel) … “Mi muchachita buena, vos como
antes, con tus ropas de antes…ves, si cuando te veo soy como un
perro que le hace fiestas al patró n…”… “Necesitaba sentirte a mi
lado, sin vos los días tardaban en pasar…” … “Soy yo que te pide
perdó n…Yo que robé tu tranquilidad. Yo que turbé tu vida. Mi
muchachita buena…”

MAITÉ : Oh, sí… ¡Has vuelto, has vuelto! Subiremos juntos al tren
que marcha a las estrellas…Ya nadie nos separará …

LUCAS: (Con voz de Gardel)… “Nos iremos juntos, sí, y quién sabe,
a tu lado, aquellos lejanos países será n un poco como nuestro
Buenos Aires…”

El hombre y la mujer se besan. Después caminan hacia la


puerta.

MAITÉ : …Juntos…perdidos de la mano… bajo un cielo de verano…

LUCAS: Juntos… las estrellas celosas…. nos mirarán pasar…

Maité le entrega a Lucas las llaves de la puerta. Suenan


graves campanadas; es muy fuerte el paso del tren.
LUCAS: (Coloca la llave en la cerradura, puede abrir pero duda…)
…La noche es muy oscura, Maité… Hace frío, necesitarías otra
ropa… ¿Dó nde iremos? …Juntos no nos dejará n salir… Está la
guardia… Y no habrá un á ngel que nos lleve de la mano…
tampoco lo tuvo mi madre…

MAITÉ : …¿Gardel tiene miedo? ¿O todo era ensueñ o… mentiras…


palabras sin alma..?

LUCAS: …No, Maité, no… Pero con tanta soledad, desde este
desierto no se puede ver el mundo de afuera… La ciudad se
hunde… Acecha una peste atroz, una peste sin nombre… La gente
se muere por las calles… Nadie se anima a socorrerlos… Hay que
estar protegidos… Puedo conseguirlo…Necesito un tiempo,
Maité… También la ilusió n crece con el tiempo…

MAITÉ : …Gardel tiene miedo… Miedo de cruzar la noche… De


abrir la puerta a la mañ ana…

LUCAS: No, no… Quiero ser el mensajero de la mañ ana… Volveré,


miraremos otra vez el cielo, Maité, pero sin sobresaltos… Ahora
tengo que irme… Solo. No puedo llevarte… Nos detendrían…
volveré y tendremos ayuda… ya no soplará el viento rojo…
estará s tranquila… te hablaré de amor, escribiré de amor… Otra
vez, después de tanta muerte, escribiré de amor… Veremos có mo
el amor se lleva del corazó n sus penas… Espérame… Anímate,
Maité… es tarde… y la desgracia siempre es má s rá pida que el
deseo… (Intenta abrir la puerta, la mujer detiene su mano)
MAITÉ : ¡Há blame ahora del amor!... O a Gardel lo apresura el
miedo a la muerte…

LUCAS: …No me gusta el silencio de Inés… Ya no toca el piano…


Ni el silencio de las otras… Nos espían… Esas mujeres son
peligrosas, Maité… Quiero irme… Me ahogo…

MAITÉ : Estoy en la estació n… Tengo frío… Quiero subir al tren,


Gardel…

LUCAS: …El tren es un sueñ o, Maité… Nunca hubo un tren… Te


traiciono, Maité… Todavía estoy lastimado… Mi madre, mi
mujer… y antes, todo lo que perdí antes… los grandes sueñ os,
Maité… Ya no doy para má s… (Lucas abraza a Maité)

MAITÉ : …¿Puedo hacer otra cosa que despedirme…? ¿Quedarme


aquí y recordar tus canciones… los claveles blancos y rojos?
(Sonríe amargamente) ¡…Que Dios se apiade de ti, mi amor, y un
viento dulce te acompañ e…!

La mujer da un fuerte empellón al hombre, que cae al


suelo, sorprendido.

INÉ S: ¡Ahora, conchitas de Dios, ahora! ¡Que el pá jaro vuela! ¡Y es


un pá jaro de mierda!
Las mujeres se abalanzan sobre el hombre. Anahí le
estrella una botella de vino en la cabeza. El hombre sangra mucho,
queda en el suelo.

MUJERES A CORO:

¡Gardel quería irse!


¡Gardel quería abandonarnos!

ANAHÍ:¡Querés irte, eh! ¡Querés abandonarnos, eh! ¡Querés


coger, eh! ¡Querer romper la concha a las mujeres, eh! ¡Querés
agarrarme en la calle eh! ¡Querés tirarme adentro del camió n, eh!
¡Querés romperme los dientes, eh! ¡Querés romperme la boca,
eh! ¡Querés romperme la concha,eh! ¡Querés romperme el culo,
eh! ¡Cuá ntos sos, eh! (La mujer le pega al hombre con la botella
una y otra vez en la cabeza, rodeada de las otras mujeres) ¡Sos
uno, eh! ¡Sos dos, eh! ¡Sos diez, eh! ¡Sos mil, eh! ¡Querés irte, eh!
¡Querés abandonarnos, eh! ¡Querés coger, eh! ¡Querés romper la
concha a las mujeres, eh!

El hombre es un muñeco roto y ensangrentado que va


pasando por los brazos de las mujeres que bailan con él un tango
que toca Inés en el piano. Terminan de bailar y lo arrojan al suelo.
Por unos instantes se sigue escuchando silencio.

INÉ S: (Desde el piano) ¡Vengan, mis pichoncitas! ¡Vengan, mis


á ngeles del cielo! ¡Estoy harta de tangos y de ese putaso de
Gardel! ¡Vengan, cantemos un bolero!
MUJERES A CORO:

La mujer que al amor no se asoma


No merece llamarse mujer
Es cual flor que ha perdido su aroma
Es un leño que no sabe arder…

Nota: Texto iniciado a fines de 1976, en Buenos Aires, rumbo al exilio


Intentos de continuació n, Amsterdam, 1980-81
Terminado en el invierno de 1990, en Buenos Aires
Revisado para esta edició n en mayo de 2021

El festín de la inocencia
Escena de maldad y pobreza

I
Hay sombras que son vacas que mugen y cagan hasta morir...
Hay un desagradable espacio. Hay sangre y excrementos, hay un
olor nauseabundo y hay un zumbido de moscas, que crece y
crece hasta convertirse en la mú sica de un delirio. Hay una
muchacha, que antes en la puerta de la noche dijo adió s, y ahora
carga como puede con un gran bulto, como si fuera el cadá ver de
su vida, y lo arroja sobre la montañ a de sangre y excrementos...
(Ella despide ese cuerpo...)
Hay una muchacha que se va y ahora vuelve, má s vieja, má s
sucia, má s lastimada, má s inocente, y que a duras penas sube a
la montañ a del horror y allí se arranca un hijo de su vientre…
(Ella despide ese cuerpo...)
Hay una muchacha que se arroja, uno tras otros, baldes de agua
sobre su cabeza, hay una muchacha que luego hunde su cabeza
en un gran tacho de sangre, buscando ahogarse, pero no puede,
y saca con gran dolor su cabeza del tacho, ella sufre, ¡vaya que
sufre!, y entre vó mitos y gemidos busca un recipiente con
combustible, rocía el cuerpo de la muerte y el cuerpo de su hijo
y levanta una antorcha y la arroja sobre lo que ayer fue amor y
hoy só lo es materia para el señ oreo de la muerte...
(Ella se despide de la muerte...).

II
Pasó el tiempo...
Hay un espacio en blanco, hay un silencio sin fisuras, hay una
quietud que poco a poco inquieta...
Hay una muchacha en la escena, que ya conocemos...
Ella está limpia, en su cuerpo y en sus ropas, ella refulge en su
belleza...
Ella tiene ahora un violoncelo. Toca mú sica del cielo. Ella nos
abre las puertas del cielo...
Ahora se presenta en la escena un grupo de niñ os. Imaginamos
la miseria en los cuerpos... Es atroz la miseria... Como triste es la
lluvia sobre el rostro de los muertos...
Imaginemos la feroz violencia que ellos desatan en la escena...

Un grupo de hombres vestidos como quienes recogen la basura


y con grandes bolsas de plá stico negro donde se guarda la
basura, entran en la escena a los gritos y abren los grandes
bolsas y descargan la gran basura, donde también hay animales
muertos: podemos ver perros muertos, gatos muertos, pá jaros
muertos, ratas muertas....
Los hombres se van, dejando risas, y dando buenas patadas con
sus botas a los niñ os que los miran, y tirando como gargajos al
aire frases varias al estilo de:
Aquí está la puta mierda que buscaban...
No se atraganten con la bazofia...
Limpien bien el culo que a la noche volvemos...
¡Grande el porongazo!

Los hombres se van a los gritos y los niñ os se quedan en


silencio...
La muchacha sigue refulgiendo en su belleza...
Ella deja la mú sica y ahora nos habla con su lengua extranjera...
De alguna forma nos pide que seamos benévolos...
No entendemos bien lo que dice. Acaso nadie en realidad la
entienda, como si ella estuviera en el fondo del mar, pero igual
todos saben que ella exalta la felicidad y el bien...
Ella vuelve a la mú sica del cielo y a las puertas del cielo...
Los niñ os que estuvieron suspendidos en el aire como si fueran
muertos, otra vez en la tierra, no pierden tiempo. Se arrojan
sobre la basura, a golpes de puñ o y luego con palos y cuchillos
disputan para comerse los animales muertos.
La pelea es dura, cruel y sin piedad, como son las reglas de la
naturaleza...
La muchacha continua con el violoncelo y los niñ os crecen y
crecen como gigantes en la pelea...
Ahora la muchacha deja de tocar, y los niñ os, heridos, casi
moribundos, comen a dentelladas los animales muertos...
La muchacha está quieta y en silencio...
Los niñ os terminan de comer y luego se ponen los dedos en la
garganta y vomitan con estruendo...
Se limpian como pueden. Después ríen y ríen. Imaginemos risas
de niñ os en el infierno...
También podremos imaginar lo que vendrá ...
Se escucha una inmensidad de voces, como si fuera el coro de
todos los vivos y de todos los muertos de la tierra:

No se puede esperar
más que espanto y crueldad,
cuando deban vivir juntas
la riqueza
y la pobreza...
Alguien siempre perecerá
en las montañas del sacrificio...
Y el bien no será bien ....
Y el mal no será mal...
Y la locura no será locura…
Hasta el fin de los siglos…

Después de un gran coro, un silencio de piedra. Y con lentitud


que espanta, pero mejor paraliza a la víctima, los niñ os se
arrojan sobre la muchacha.
Y la desgarran y la destrozan y la matan, y se la comen como si
todo fuera hambre y fuera el festín de la inocencia...

El infierno está en la tierra

I
Entre sombras de barros y baldíos crecidos que arden en sus
cardos, bajo astros que de tan distantes só lo cobijan frío, a la par
de charcos y de un tufo espeso, oculto a la luz y privado del paso,
sin aire, sofocado, raíz y moho sobre la piedra callada, desde la
esencia misma del dolor un cuerpo se mueve...
No es un espejo de serenas apariencias. No sobrevuela. No
sobrenada. Se arrastra entre lamentos, peor que la resaca de una
pesadilla...
Es poco y hasta obsceno si se recuerda la belleza de los á ngeles:
celeste, pura, alada...
Es lo maltrecho, lo ensuciado y castrado, lo despojado, lo pobre
de historia, lo casi nada que sigue vivo de milagro o por olvido...

Es ese cuerpo. Es esa mujer. Es el alma en vilo en los ojos de esa


madre frente a su hijo muerto...
Es el instante atroz y eterno del descubrimiento de esa criatura
menos que un hombre, estirado en sus patas cuan largo es para
que la Parca suba a su cabeza, sin pudor ni piedad, pobre cuerpo
empobrecido de carne y de sangre en su pobreza final,
acribillado hasta en la cara, enmierdado por el crimen que ni
siquiera será crimen porque su vida tampoco fue vida...
Se resistió , le dicen. Quiso escapar, le dicen. Estaba armado, le
dicen. Tenía antecedentes de robo, le dicen a la mujer que abre la
boca y no hay hostia para su espanto.
Quien mal anda, mal acaba, le dicen. El que las hace, las paga, le
dicen. Se la buscó solito, le dicen. Cagó fuego por violento, le
dicen. Era él o nosotros, le dicen... Era un loquito, le dicen…
Y no demande castigos porque aquí no hay culpa, le dicen. Y no
espere justicia – también le dicen– , aquí só lo nos mueve la ley, y
la ley es lo que necesita el poder, que está muy lejos pero ve todo,
igual que Dios (ahora se escuchan risas), y má s cerca está el
Poronga, que no será un Dios pero que también vigila, con los
pies cruzados sobre la mesa, al costado de su arma, caliente,
grande, negra..., terminan de decirle, como quien termina de
colgar la media res en el gancho de la carnicería...
Y después habrá silencio, grueso, muy grueso, de mar que se
tragará la tierra...
Y la mujer piensa que jueces que no conoce la está n condenando
a andar por el mundo con ojos de ciega...
La noche cae sobre su alma entera... (la mujer abre otra vez su
boca, no hay hostia para su espanto...)
El cuerpo de la mujer siente los escalofríos de la muerte,
descubre la sequedad del vacío.
El cuerpo de la madre es má s que un aullido que persiste, es má s
que la mano que increpa y golpea el cielo, y má s aú n que los
dientes que muerden salvajes las paredes de la razó n...
Es otra vez una memoria sin ataduras, movida por un viento de
tierra que ahora es fuego, que se mezcla con sus lá grimas..., igual
que el alma se mezcla con el cuerpo en el aliento de un
moribundo...

II
La escena es ahora esa mujer que vence el horror y abraza con
desesperació n el cuerpo, vejado por mil demonios, humillado
hasta el hartazgo, de su hijo.
Ese cuerpo hecho papilla por las balas policiales, tirado de
mísera manera sobre el piso brilloso de sangre de una só rdida
má s que só rdida comisaría del conurbano. Los sucios hombres
de sucio uniforme, de almas perdidas que rodean a la mujer que
siente miedo pero no clama, que tiene lá grimas pero no llora,
porque su alma es de ahí en má s una sombra fría y descarnada,
esa sombra de ese cuerpo rodeado por tantas almas perdidas,
por tantos cuerpos de uniforme que no la escuchan ni la miran a
la mujer que besa y abraza a su hijo muerto, que no dijo adió s y
nunca pensó en el suplicio ni supo que su vida era una vela que
se sopla en el infinito...
Hay una muerte negada... Hay una muerte que se niega...
Hay un cuerpo atrapado entre las sombras en llamas del
mismísimo infierno, que espera en la noche del pavor, eterno...

III
Así como las blasfemias continuará n en la tierra mientras exista
un Dios en la bó veda celeste, así también la escena del horror se
perpetú a sobre el piso con sangre...
Se ve el cuerpo del muchacho muerto que sangra...
Se ven policías que van y vienen...
Se escuchan los murmullos, las risas y los aullidos de las almas
difuntas.
Es la noche que llega.
Aú n sin alivio.
Morosamente la impiedad en el corral de los sacrificados...
La mujer se abraza con má s fuerza al cuerpo de su hijo. La mujer
busca una señ al en su agonía, un alivio en el dolor de la vida.
El cielo se detiene. Acaso es el momento de la Stella Matutina...
La mujer que no habla siente que su alma se llena de palabras.
La mujer que no habla siente que las palabras son también la
vida en las huellas del alma.
Por eso la mujer que abraza a su hijo le canta, lo acuna y lo canta,
vasto rato, en el silencio difunto, otra vez a su niñ o le da la vida y
le canta, le sopla los labios cuando todo es un vacío sin donde ir.
Oh sí, sin dó nde ir...

Ay niño mío de tierra,


ojos del alma que velas,
mira,
crecido fuego una estrella,
es la dicha,
¡ve por ella!
si duermes tendrás pronto el sueño/sueña,
camino de ángel la estrella,
la estrella cuida la vida,
la vida es el alba entera,
¡ve por ella!
Ay niño mío de cielo,
ojos del alma que velas,
duerme ¡sueña!,
¡ve por ella!

IV
¿Fue só lo un sueñ o que el cuerpo de la madre llevando por los
aires el alma de su hijo se abriera paso a los aullidos en la agonía
de la noche mientras el infierno de la comisaría del conurbano se
convertía por el fuego que desata la mujer en un pá ramo de pura
luz... y los gritos de alegría de los muchachos de la barriada
crecían vaya que crecían entre bombas de estruendo y tiros al
aire de sus armas caseras esas tumberas tan fuertes y
estremecedores como los truenos y rayos que recordaban las
justas iras de los antiguos dioses del universo…?
Servidumbres
Obertura

UNA VOZ:
¿Qué será de nuestras almas tan
dolidas?
¿Del sentimiento de infinito
que perdura / cual perfume...?
¿Aquel recuerdo de cuando fuimos á ngeles
en un paisaje de azules, que en suspiro vibran...?
¿No hubo un paraíso para movernos
igual que las mú sicas, en el aire...?
¿No volá bamos gozosos entre las dichas
temblorosos de bien enamorados...?
¿Quién inició la feroz disputa?
¿Quién retuvo las aguas que no se tomaban
hasta volverlas polvo?
¿Quién quemó con fuego turbio los frutos
no comidos, para que otros labios desesperasen?
¿Quién humilló los cuerpos con tal unció n
que la demencia fue el postrer alivio?

¿Se olvidó que en la fugaz carne del martirio


el alma con placer / al alba moraba?
¿Qué será de nuestras almas tan dolidas,
Cuando el cuerpo ya no las contiene,
las rechaza...?
Es de noche...
La boca cruje...
El alma se hiela...
Se sabe bien que al sembrar el
viento la tempestad estalla...
¿Y los silencios? ¿Có mo guardar para el candor
del alma los silencios?
¿...Todo el furor del alma herida
calmará la hiel de la garganta?
¿Alcanza un grito? ¿Que has hecho Dios
con estos pobre cuerpos tuyos...?
¿En qué fuimos convertidos? ¿Quién sembró
de horror la noche...? ¿Las estatuas de sal
no tienen alma...?
¿Quién se ocupará del alma
mientras se des alma...?
¿Quién apagará la vela
cuando la llama de la muerte nos desvela?

¿...Gemas del espanto...?


Labios del delirio, soplan,
soplan...
(Oscuridad)
Primer movimiento

(Una mujer embarazada en el suelo. Un hombre a su


lado que no deja de darle patadas en su vientre mientras ella
clama por su hijo)
HOMBRE: ¡Sorete! ¡Ahí adentro te crece un sorete!...
¡Qué hijo, ni qué lá stima! ¡El choto de mi abuelo es la lá stima!...
¡Callate, estiragarchas grasienta!... ¡Un guacho y gordo sorete con
granos te crece! ¡Un feto de perra rabiosa te crece, argolla
reventada! (Patea el vientre) ...¡Vos, putana de dos bocas, muela
con pus, tetas de sebo, carne para lavandina, no podés tener má s
que soretes, soretes con humo y con moscas, soretes en el culo y
soretes en la concha!...
...¡Sí! ¡Sí! ¡No te hagá s la naba que se te hinchan las vá rices,
mondongo de rata! ¡Hasta en la cara se te ve esa concha
mentirosa! ¡Gorda y peluda con el sorete adentro, cara de
concha! ¡Así te llamá s ahora! ¡Te gusta, eh! ¡Cara de concha!
(Pausa larga. Después le pega patadas al vientre) ...¡Con que vas a
parirte un hijo, cara de concha! ¡Con que sí que sí! ¡Pedo de
elefante! ¡No me hagas reír, ojete con trenzas!... (Ríe, patea el
vientre) ¡Así que te rascá s las pulgas del culo! ¡Así que te tragá s la
sangre y te engullís el miedo! ¡Así que vas a guardarte la
cachucha en celofá n! ¡Así que no vas a trabajar má s de puta por
un tiempo!... ¡Nada má s que por un tiempo... mientras yo me hago
la del mono! (Burlándose, con voz de mujer) ¡Nada má s que por
un tiempo hasta que nazca mi hijo...!

...¡Andá a pelar bananas, moco de teta! ¡Qué! ¡Tenés miedo que le


rompan el culo a tu feto de un porongazo, cara de concha!
(Riendo) ...¡Pero con quién cogés, franelera vieja, con los
caballos!...
(Patea el vientre) ...¡Andá a la iglesia a lamberle el orto a la
Virgen, pobretona! ¡Decile a Jesucristo que te zampe la cruz por
la boca, tortillera!
(Patea el vientre) ...¡Me querés garcar, cabrona, yegua de circo,
tirapedos con cianuro...! (Se ríe) ¡Qué pedos! ¡Qué pedos, mi Dios!
¡Qué pedos! ¡Para perforar un tanque, culo de cerdo!... (Se ríe)
¡Andá a peinarle los pendejos a un toro, argolla de presa!
...¡Sangrá s y te reís! ¡Vomitá s y te reís!... ¡Te hago reír, orto
caliente, pedona...! (Le patea el vientre) ¡Te reís de mí, tengo cara
de otario! ...¡No te rías má s...! ¡Vas a terminar cagando por la
concha y sin un diente sano!...
...¡Sos terca, eh! ¡A tu vieja se la culeó un burro, eh! ¡Querés hacer
la tuya, eh! ¡La que se te canta el culo, eh! ¡Querés la gallina que
menstrú a libre, eh! ¡Hay bandera de ocupado para las pijas, eh!
¡Querés que yo me muerda la garcha, eh!...
(Patea el vientre) ...¡No! ¡Un hijo, no! ¡Abortá , guacha! ¡Abortá con
agujas, pinchate el globo vos o yo te saco las entrañ as a patadas!
...¡Te cansaste de coger! ¡Te aburre abrirte de gambas! ¡Ni
quilombos, ni caburetes, ni hacer la calle, claro, para qué, el
chorizo te marea...! (Se burla, con voz de mujer) ¡Ahora no quiero,
estoy embarazada...! ¡Ahora no, no, tengo dolores en la panza...!
(Patea el vientre) ...¡La putarra orto con brea tiene dolores, se
niega!... ¡Con toda la guita que puse en vos, malparida!...¡Los
sopes no caen del cielo, comemierda!... ¡Me costaste un huevo y la
mitad del otro, ortiva!... ¡Un poco má s y tengo que entregar la
raya del culo!... (Ríe)
...¡De qué te quejá s, sarnosa! (Patea el vientre) ...¡Quién te garpó
los trapos, decime...! ¡El sorete que tenés en la panza de guanaca
los garpó , eh! ¡Quién puso los morlacos para los tarros...! ¡El puto
de Gardel los puso...! ¡El chupasangre que crece como un rey en la
concha peluda de su mamá los puso...! ¡No! ¡El que gatilló fue
este boludo!... (Con voz de mujer) ¡Quiero unas botas de cuero,
son má s calentitas...!
¡La señ ora quería botas de cuero, la señ ora...! ¡Calentitas como la
butifarra, concha de fierro!... ¡La mosca es mía y así me lo pagá s!
¡Un hijo, putona! ¡Un chupamierda má s en este culomundo donde
lo ú nico que crece son los soretes!...
...¡Y yo, eh! (Patea el vientre) ¡Que un rayo me parta en cuatro el
culo, eh! ¡Toda una noche tres monos con una verga enorme de
acero perforá ndome el hoyo, eh!...
(Patea el vientre) ...¡Puta! ¡Hija de la reconchísima madre puta
que te remilparió !
(Patea el vientre) ...¡Maldito feto canceroso y deformado!
...¡Decí, mírame, mierda, te cogí mal, acaso! ¡No te reventé ese
gordo orto de conchuda con vaselina, acaso! ¡No te hice tragar la
guasca de parado, te olvidaste! ¡Todo fue poco, meamierda!...
¡Tenía que haberme arrancado la pija con una tenaza la maldita
noche en que te garché sin forro!... (Patea el vientre)
(Pausa. El Hombre cambia el aire de sus pulmones,
como un boxeador. Toma un grueso palo)
¡Vas a abortar a palazos, vas a mear sangre hasta que te saque el
sorete de la concha! (Golpea el vientre con el palo)
...¡Llorá ! ¡Llorá ...! ¡Vas a quedar hecha puré! ¡Las putas como vos,
mejor que lloren!... ¡Llorar o coger! ¡Las mujeres no sirven para
otra cosa! ¡Son todas gallinas putanieras! ¡Cabras del monte!
¡Chanchas en el barro!
...¡Y vos sos la peor! ¡Vos, a tu hijo, otra que leche de teta, le vas a
dar guasca de pija! ¡La guasca amarilla de algú n sifilítico! ¡Con
pus y todo!... ¡Guacha! ¡Querés tener un hijo, turra! ¡Lo que vos
querés es mearme la vida, zorra vieja! (Golpea el vientre con el
palo)
...¡Me estoy cansando con tanta lata... tengo la lengua que hierve...
tengo el nabo que estalla...!
...¡Me vas a lamer mi serrucho, las pelotas y el culo... y después
voy a traer un caballo para que te enchufe bien la verga...! (Ríe,
terrible)
...¡Te vas a tragar el feto de sorete que tenés! (Golpea el vientre
con el palo, también le da patadas, el hombre crece en su frenesí...)

Puuuutaaaaa!... ¡Puuuuuuutaaaaaaa!... ¡Pu! ¡Pu! ¡Pu! ¡Ta! ¡Ta!


¡Ta!... ¡Puuu! ¡Taaa! ¡Puta! ¡Tapu! ¡Puta! ¡Tapu! ¡Ahhhhhh!
¡Ahhhhhh! ¡Uuuuuuuuuuyyyyyy!...
...¡Llorá ! ¡Llorá ! ¡Dale! ¡Moqueá ! ¡Poneme loco! ¡Dale! ¡Llorá !...
...¡Mirá que me reviro! ¡Cuidado que me zarpo!...
...¡Te voy a matar, putona! (Llorisquea) ¡Me jodiste la vida! ¡Me la
jodiste!...

(Tiene ahora un cuchillo de cocina en sus manos)


¡Te hacés la desmayada, eh!
¡Sangrá s como una chancha, eh!
¡Olés a mierda, te cagaste encima, eh!
¡Tenés la cajeta má s abierta que nunca, eh!
¡Tenés miedo que te clave el cuchillo, eh!
(Pausa. Tira el cuchillo al suelo)
...¡No! ¡No te voy a dar el gusto, no! ¡Cá ncer de concha!
...¡Rajá ! ¡Rajá ! ¡Sorete negro, rajá ! ¡Tomá telas de esta casa,
ordeñ apijas!
...¡Olés a muerte! ¡A gusano verde de muerte, carroñ a! ¡Andá a
coserte la porca cachucha, negracha!
...¡Yeguas como vos, me sobran!
...¡Gallinas como vos, las vomito por el culo!
...¡Puto Dios! ¡Y pensar que un día la besé en la boca!
Segundo movimiento

(Un cuerpo de bebé, abandonado en el piso, tiene frío y


hambre, está sucio, llora y llora... Mientras le habla, la mujer le va
arrojando agua con una manguera)
MUJER: ¡Seguí llorando! ¡Seguí llorando! ¡Ya van siete noches que
no duermo! ¡Una semana de cabo a rabo siempre despierta
escuchando tus gritos de chancho degollado, opa de piringundín!
¡Me ponés escarbadientes en los ojos para que no se cierren,
meó n! ¡Eso es lo que siento, guacho de asilo! ¡Eso es lo que
poronga me pasa con ese llanto de mierda gruesa que me
revienta las orejas, que me embadurna esta pobre cabeza de
abrebraguetas que el mismísimo putaniero Dios me dio!
...¡Sí, yo, una atrasada mina que labura de yiro para morfar, una
simple lavachotos, una yegua medio matunga de concha rota que
está podrida de recibir pijazos a trocha y mocha, se anima y se la
juega mientras le tiembla el tujes, tiene un hijo cagando sangre
para que le alegre la mierdosa vida y resulta que le sale una
bazofia retardada que de hijo tiene poco, que resultó un
reverendo reverendísimo hijo de puta, de arriba y de abajo, del
derecho y del revés, desde donde carajo se lo mire!... (Le arroja
agua)
...¡No se trata de que yo sea una madre puta, prostituta, ramera o
como carajo se llame a ganarse unos mangos conchereando! ¡No
se trata de que a esta madre le abran el orte como si fuera una
sandía ahí donde la agarra la noche! ¡Poco importa si se la
zamponea un camionero, o si tiene que pasarle la lengua a un
regimiento entero con capellá n incluido que te reza un avemaría
mientras te hace mierda la espalda a latigazos...! ¡Nada importa!
¡Naciste hijo de puta solo, por vos mismo! ¡Sin ayuda! ¡Tu propia
carne está hecha de vó mitos y de gusanos! ¡No te hizo falta la
cajeta de tu madre!... (Le arroja agua)
...¡Que tu padre sea un cafishio tampoco importa! ¡Que la guasca
que me engordó la concha sea de un cabró n borracho, da igual!
¡Que se cansó de patearme la barriga y me borró la jeta de tantas
piñ as, son gajes del oficio! ¡Quien se queja cuando se vive de
recibir pijazos! ¡Es el destino de una crota con mal ombligo, nací
engualichada! ¡Soy un vó mito negro!... ¡Agria! ¡Agria!

(Le arroja agua) ...¡Vos, no! ¡Vos no tenés una gota de sudor de
enano ni de gualicho! ¡Vos tuviste mejor suerte, comepedos,
naciste con la ayuda de una curandera! ¡Ella cortó la tripa y ella
misma ahuyentó los males de afuera meando la puerta! ¡Y
después te puso agua bendita en el sorongo!...
...¡Valió de poco! ¡Los males tuyos son de adentro, te salen por el
culo! ¡Sos pura maldad envenenada, risa de colifa! ¡Sos mierda
pura! ¡Mierda que es tuya! ¡Só lo tuya, demonio de vaca puta que
no me dejá s dormir en paz! ¡Que llorá s y te reís!... ¡De qué te reís,
hijo de puta! ¡Para qué te reís, hijo de bufarró n, si después llorá s!
(Le arroja agua) ...¡Llorá s como un marrano al que degü ellan!
¡Llorá s como un asesino que se comió los huevos de su muerto y
al que ahora cuelgan de un á rbol! ¡Llorá s como una puta que
todos se la cogen y al final la violan hasta con palos...! ¡Llorá s
como yo, trolo mal parido!... ¡Pero no, vos nos sos como yo! ¡Yo
no le jodo la vida a nadie, aunque sea un sorete! ¡Vos, sí...! (Le
arroja agua) ¡Desde que naciste te sentaste en mi cabeza y me
está s cagando!...
...¡No me dajá s dormir, culastró n! ¡Noches y noches sin poder
cerrar un pajero ojo! ¡Me he puesto en la cama a contar ovejas y a
contar a las porongaduras que se fifan a las conchablandas
ovejas! ¡Bichos putarracos! ¡Y todo es inú til! ¡Garchan y garchan
y yo sigo despierta! ¡Tus llantos de cagoso me perforan el bocho!
(Le arroja agua) ...¡Me obligá s a pensar en mi piojosa vida! ¡En mi
vida al pedo! ¡En la mierda, mierda, mierda que es mi vida! ¡Me
enculá s el alma, hijo de puta!
...¡Yo también tengo alma! ¡Mi cajeta está rota, no vale nada, pero
tengo alma! ¡Sí! ¡Alma! ¡Que no sé bien para qué carajo sirve,
pero la tengo! ¡Un alma, hijo de la guasca! (La Mujer llora y arroja
agua al cuerpo del niño con mayor violencia)
...¡Dormí! ¡Dormí! ¡Dejame dormir! ...¡Tengo miedo! ¡La vieja
ahorcada me va a venir a buscar! ¡El chancho sin cabeza me
quiere clavar el colmillo!...
...¡Necesito dormir! ¡Me veo má s fea que la salchicha de un sapo!
¡Estoy má s arrugada que el culo de una tortuga!... ¡Me volví
vieja!... (Ríe, amargada) ¡Voy a tener que coger con los muertos
del asilo!... ¡Van a tener que prestarme una grú a para levantarles
la pija! ...¡Qué mierda podré hacer con esas vergas de papel! ¡No
largan un polvo ni para un guacho sorete como vos!...

(Pausa. La Mujer repone sus fuerzas...)


...¿Y si pido ayuda? ¿Y si rezo?... (La Mujer prende una vela, se
arrodilla) ¡Ayuda Á ngel mío a que se duerma... este niñ o malo
que no quiere dormir...!

...¡Ángel de la guarda
dulce compañía
No lo desampares
ni de noche ni de día...!

¡Es al pedo! ¡Llorá s má s! ¡Tenés el diablo adentro!... ¡Otra noche


que no voy a dormir! ¡Otra noche rascá ndome la cachucha como
una loca! ¡Otra noche para ojearme la jeta en el espejo hasta que
aparezca la puta muerte para decirme que me viene a llevar, y
todo por culpa de este cabró n pijudo, tan chiquito, tan cabró n y
tan pijudo el soretito este! ¡Sos el á ngel de los soretes! (Le arroja
agua con más violencia)
...¡Estoy fea, fea! ¡La carne me cuelga por todas partes, porqué las
bolas de un oso! ¡Me cagaste con sarna la vida cuando naciste!
¡Me quedé sin el buen pedazo de mi hombre por tu culpa, pedo
sin dientes! ¡Boca de turrito! ¡Bocó n! ¡Cabró n!...
...¡Me las tengo que bancar sola, me quedó la vagina sin vidrio, el
orto sin envase...! ¡Solita y sola! ¡Sin un macho que me haga la
pata cuando no te garpan la salivada!... ¡Solita, sorete!... ¡Vaya que
naciste de la garcha enrulada de un diablo para ser tan maldito y
cagó n!... (Le arroja agua con violencia)
...¡Sí, te la pasá s cagando! ¡Una mierda negra que espanta!...
¡Có mo podés tener una pasta de soretes tan apestosa!... ¡Y no es
por lo que te doy de comer! ¡Que te doy leche! ¡Que te atragantá s
de tanto zapallo y papas! ¡Sos vos! ¡Tenés un estó mago que es
una fá brica de mierda, tenés un culo que es una cocina de
pedos!...
¡Naciste en la vagina de mi martes trece para ser un feto que
parla, mierdoso y lloró n! ¡Llorá ! ¡Llorá ! ¡Haceme llorar...! (La
Mujer llorisquea) ¡Mis lá grimas huelen a pescado podrido y las
tuyas a sangre de perra que menstrú a, cagaalmas! (Le arroja
agua con violencia mientras sigue llorisqueando)

...¡Soy una porca cajetuda! ¡Primero me la tragué doblada y sin


manteca! ¡Y después te dejé venir al mundo, feto de culo! ¡Me
verduguearon a palos y no aborté! ¡Me chupé los meos y las
guascas y no aborté! ¡Qué loca! ¡Qué loca!... ¡Tenía que haber
tomado veneno contra ratas para rajarte muerto de mi panza!
¡No lo hice de boluda, de capricho, o porque estaba podrida de
que me matonearan... y perdí como en la guerra! ¡Por tu culpa,
maricó n de cuarta, me borraron la jeta! ¡Me rajaron dos dientes,
salame de bosta! ¡Ahora tengo en la boca un agujero má s negro
que el orto de un cura! ...¡Y para colmo después me metieron los
fó rceps en la cajeta! ¡Cabezó n de circo! ¡Por qué carajo te
emperrabas en no salir, negro tragasables! (Le arroja agua) ...¡Me
hiciste sudar tinta, me hiciste garcar vidrio, rata sin tripas! ¡Por
qué Dios no te zampó un rayo en el ojo, sidoso!...
...¡Sí, sidoso...! ¡Te voy a enchufar merca blanca en las cejas...! ¡A
ver si la pará s con esos gritos, que si no la pará s te pincho con
una aguja sucia y vas a ser sidoso hasta el día del juicio final,
poronga corta, pajabrava...!
(Le arroja agua) ...¡Qué vida! ¡Cualquier grasa me entierra la
batata sin forro por la calle... tengo que putonear peor que una
cotorra... sin tiempo para limpiarme la pobre cachucha de tantos
lechazos... todo por vos, basura... para que morfés, basura... y
encima no me dejá s cerrar un ojo! (Le arroja agua, con más
violencia) ¡Sabelo! ¡Si no garcho no morfo! ¡Si no duermo no
garcho! ¡Si no duermo no garcho, no morfo y me muero! ¡Vos y
yo, boludo!...
¡Y encima me vomitá s sin asco hasta en la cajeta!
¡Y encima te cagá s hasta en la boca, pelotudo!
¡Y encima me mordés la tetas con tus dientes de perro!

(Le arroja agua con extrema violencia. La Mujer crece


en su furor)
¡Si seguís llorando te voy a ahogar con guasca de burro!

(La Mujer tiene ahora en sus manos un cuchillo de cocina)


¡Lo lograste! ¡Lo lograste! ¡Ya no sé lo que digo! ¡Ya no sé qué
conchuda cosa me pasa!
(Se acerca con el cuchillo al cuerpo del niño, terrible)
...¡No lloreeeeeés maaaaaá sssss...! ¡Nooooo! ¡No! ¡No! ¡No!
...¡Ahhhhhhhhhh...!
...¡Callate! ¡Callate! ¡Callaaaaaaateeeeeeeeeeee...! ¡Te voy a
matar...!
(Pega patadas contra la pared, ríe, llora... Vuelve junto al niño...)

...¡Escuchame! ¡Tenés que entenderme!... ¡Mirame a los ojos, hijo


guacho! ¡Si no cerrá s esa boca de orto te voy a perforar las
tripas...!
...¡Si no duermo, cualquier noche de éstas te voy a meter el
cuchillo en la garganta...!
...¡Vas a sangrar como un chancho...! ¡Mirá có mo te corto los
labios...! (Ríe) ...¡Pichó n de trolo: te van a llamar labiocortado...!
...¡Y pensar que cuando naciste te besé de alegría, cabró n
pijudo...!
(Oscuridad. Se escucha música de violoncelo...)
REDENCIONES
Blasfemia
MATER:
Vos, lú gubre, que desataste los caballos de la muerte
y te subiste a ellos con la má scara má s ruin y el
deseo má s oscuro y negado pero igual procaz
te prendiste a ellos galopaste en las praderas
sin bordes luná tico y cruel sin fatigar la conciencia
como si la muerte fuera tu líquido que se enturbia
rá pido el aire que contigo se envilece el fuego que
te precede y continú a y la tierra que te abrazará
aunque só lo sea para deshacerte.

¿cuá l de nosotras quién ciega o humillada en perversa


madrugada fue la que te dio cabida en su cuerpo?
¿có mo un cuerpo de mujer pudo parir la muerte y no morir con
ella?
¿o no hubo antes un cuerpo? ¿o acaso vos no naciste
de mujer sino de pura muerte?

cierra los oídos cierra los ojos cierra la boca


y los postigos de tu corazó n mientras la ciudad se guarece
tras un miedo nefasto y grueso mientras la ciudad se
encoge se baja se seca se disminuye se ensucia se
degrada se convierte en un enorme basural que hiere
la atmó sfera que apesta los sentidos y crece bola
siniestra sin pudor crece a tu imagen maligna padre
de miserias y catá strofes crece con los vó mitos y
los jugos y las defecaciones hasta confundirse con
restos de humanidad muerta con señ ales de humanidad
destrozada en una masa lujuriosa y voraz que bulle
en una pú stula que brota amarilla y estalla de frente a
unos astros fríos a unos á ngeles como nunca
mustios y lejanos

tus oídos está n para el quejido que inicia el rezo


que sigue el aullido que aumenta y rompe las ataduras
retumba contra las piedras desborda las esclusas mueve
de un lado a otro las arenas y vuelve al cuerpo que
padece y vuelve a saltar tremendo porque tanto dolor
el cuerpo no lo contiene y levanta los pisos y perfora
los vidrios agrieta las paredes sacude los cimientos
hunde los techos se cuela por las alcantarillas se
desliza por las desagü es y se transforma en el gruñ ido
horroroso del animal al que se desangra y cae al que se
mutila y aú n se arrastra al que se descuartiza y se sirve
caliente en la mesa de todos los días y de las mejores
excusas y de las peores mentiras y de las cuidadas
tranquilidades
y no me escuchará s a mí.

tus ojos son para ese alguien que atado a una cadena
todavía respira y por entre el humo de una respiració n
violenta persiste en observarlo todo en no renunciar a nada
rasga las nubes de un terrible sueñ o descubre los escondrijos
de los cielos como si allí estuvieran las respuestas de
su realidad sin respuestas
pero vos lo mirá s y lo golpeá s lo mirá s y lo lastimá s fácil
lo hacés caer y lo mirá s lo pisoteá s y lo mirá s
lo insultá s lo escupís le quitá s el agua le quitá s el aire
para que no se reconozca ni tenga nombre ni sea nombrado
y lo mirá s y él te mira y lo mirá s y te mirá s
y no me verá s a mí

tu boca cuá ndo se pudrió tu boca en qué momento se hinchó


negra se llenó de gusanos se hizo rapiñ osa y
amarga sin mú sicas se hizo bá rbara y canalla sin poesía
una boca para comer mierdas para beber meos para gozar
tormentos para inventar suplicios para levantar hogueras
una boca de turro, una boca de chivato, una boca de
fisgó n, una boca de cafishio, una boca de cá ncer, una
boca de culo, una boca que condenó , calumnió , pervirtió ,
una boca que alejó la dicha y acercó la muerte,
una boca para ser silencio,
y no me llamará s a mí

tu corazó n sellado a cal y canto nunca dejará asomar


una pizca de amor o de piedad
y aunque mi voz se pierda en semejante abismo
y sean mis fuerzas menores que mi causa
no te dejaré de señ alar y maldecir desde el propio
nacimiento del odio y de la có lera
y no me espantará s con los caballos que desataste
caballos del crimen de la ruina y de la peste má s gorda
y del pavor que nos ahoga
y de la traició n mal cubierta
yo mujer de pasió n por alimento y tan ofendida
la del cuerpo abierto y abusado que a palos comprendió
y en lo peor de las tinieblas
se puso a andar cuando nadie se movía y la Parca
reinaba en el aire y en las almas
ya no me pondré vendas ni sepultaré mi rencor ni
puliré la lengua
yo a plena cara bien metida en la corriente
pongo al asesino frente al espejo
de todo lo que ha tocado y muerto
y espero su pasió n y su castigo y su desgracia
que será má s terrible por definitiva
que el luto que hoy cargo sobre mi corazó n

voy a arrojar por la borda los pudores y piedades


quien esperaba cubrirme con raída belleza o raída
sumisió n está perdido
¡vean a una mujer sin tapujos desnuda y herida
bien abierta en sus huesos y en sus carnes!

vos que con tus sombrías alas del terror volaste


por encima del sol
y te arrogaste eterno má s allá de las plegarias
y de la razó n y del misterio
y rompiste los cá ntaros y profanaste los féretros
y robaste el jú bilo
y la locura y el suicidio fueron un consuelo

vos que te dabas los gustos del discurso ¡bocaza!


jeta fruncida que pervertiste desde la raíz el verbo
coro mó rbido de lo má s oscuro del planeta de la superstició n
má s brutal de su selva má s hambrienta
hediendo gran apestoso así de fétido como los cadá veres
que escondés bajo tu cama hínchate en tu oculta
contra natura
ahó gate con tus gases só bate en tu carne de cloaca ninguna
caricia aliviará tus llagas ningú n pañ o amante socorrerá
tu fiebre sabrá s en tu cuerpo monstruo torturador
que la tortura no paga

vos que de cualquier pureza de la menor alegría fuiste


violador grosero copulador de establos insatisfecho siempre
babosa impotente má s que estéril con una mujer
a solas mirá ndole los ojos y perro masturbador gozoso impío
y rabioso frente a mi niñ a que sufría atada y desnuda
delicada azucena que era temblando en su temblor de edad
primera guardá ndose como sea en su pudor que pese a vos
sobrevivió en su canto de dulzura y de la alta estrella en
ese sueñ o que vos nunca conociste profanador raquítico del
sueñ o ajeno acechando husmeando nocturno y reprimido tu
obscena risa tu llanto bestial y ú ltimo será tu ú ltimo
ultraje a la inocencia

¡que caiga sobre vos el estigma de la palabra! conviértete en la


tierra má s seca en la ceniza má s sucia y solitaria
cierro mi ú tero con sangre destrozo mi ú tero con piedras
y yo mujer yo madre te ahogo dentro de mí
¡que se pudra tu semilla!
Diálogo de una madre loca
con el Guardián de la Razón
MATER
¿Qué hay detrá s de estas rejas? ¿A dó nde me llevará el pasillo?
¿Por qué este hedor y este silencio que me aturden?

GUARDIAN
Cruzando la verja la loca se acerca. A cada quien su corona,
a cada cual su lugar.

MATER
¿Alguien me llama? ¿Dó nde está ? ¿Qué le pasa?

GUARDIAN
Cruzando la verja la loca se acerca. A cada quien su corona,
a cada cual su lugar.

MATER
Ay, no, esas voces no me llaman. Solo son burlas que poco se
distinguen del insulto, que mal esconden el miedo.
¿Temen su locura que ponen en mí igual que una rosa de
espinas en el pelo? ¿Es el viejo pavor a la profecía que pueda
estallar en mi boca? ¿Les asusta esa verdad de la que huyen má s
a prisa que de la peste?

GUARDIAN
Vean como brota la cizañ a entre sus delirios.
Escuchen como la palabra delata la enfermedad de su
pensamiento.
MATER
¿También mi corazó n está condenado a ser una isla sin más luz
que la muerte? Si en la desesperada necesidad de amor está la
locura, allí voy yo, aunque sea el camino más alto y más desierto,
que ya poco importa. Yo desespero locamente, yo me extravío
sin mú sicas ni socorro; pero lo que pasa en mi alma, el lá tigo que
marca mi carne no me distingue de ninguna otra mujer que ve
có mo una gota de agua cae sobre la cabeza de su hijo. Una gota
no lo ahoga, pero son infinitas gotas, y yo peor que atada, yo con
mis manos sueltas que no me sirven para detener esas malditas
gotas que caen y caen, que todo lo cubren, ¡que ya no me dejan
ver!

GUARDIAN
¿Gotas de agua que no te dejan ver? ¿Y por qué no gigantes con
lenguas de fuego? También hay quienes convocan a los á ngeles...
¿Aú n no te han visitado?

MATER
Só lo abres la boca para herir. Me clavas un hierro con cada
palabra... ¿Será así el harpó n en la ballena? ¿Se revolcará como
yo la pobre y toda su fuerza no le servirá de nada?
Pensar que creía tener el cuerpo exhausto... No, me dejaré este
hierro...
Me has hecho brotar nueva sangre.
¿Quieres saber por qué desespero? ¿Có mo se agita en mi
carne el recuerdo de mis hijos? ¡O só lo te interesan los
cuchicheos por la espalda, las burlas con que niegas mi razó n!
GUARDIAN
Te llenas la boca con tus hijos, ¡puras palabras! Si tanto
los amabas, ¿por qué no te preocupaste a tiempo, no seguiste sus
pasos, no los vigilaste mejor? Una estaca bien puesta hace que no
crezca torcido el á rbol.

MATER
De tanto sofocar los deseos te has castrado y ahora pretendes
un mundo a tu semejanza. Vigilar, seguir, ¿la ronda en un patio
sin salidas?, ¿una flor en la frente que sangra?

GUARDIAN
¡Termina con tus difuntas flores! Hablá bamos de tus hijos.

MATER
¡Y de ellos estoy hablando! Cuando una mujer da a luz,
cuando se corta el cordó n umbilical y se escucha un gemido,
una siente que hay algo que se va para siempre. Que su propia
alma es ahora una hojita que pone con cuidado en el río, que se
mira y se alienta desde la orilla y que ya no se detiene.
Allí comienza la libertad de nuestro hijo. Y una se desvela por
ahuyentarle las pesadillas y los peligros, pero nunca
aprisioná ndolo con su egoísmo.

GUARDIAN
¿Olvidas que el amor es enemigo de la libertad? Hay que
cuidar lo que es de uno; no dejar la puerta abierta.
MATER
No hay pecado má s terrible que convertirse en carcelero de lo
que amamos.

GUARDIAN
Piensa en un niñ o arrodillado en la noche. ¿Podrá cruzar el
bosque quien no ha madurado lo suficiente? ¿O acaso pusiste
en sus manos ladrillos calientes para que jugara?
Debiste orientarlo, lograr para su boca las mejores palabras.
Castigarlo si era preciso. Ningú n dolor es excesivo cuando se
procura el bien.

MATER
¿Y quién decide lo que está bien, el mismo que castiga? Yo
me preocupé por mis hijos, los orienté, pero sin borrar con
mis pies sus huellas ni convirtiéndome en pará sito de sus
ilusiones. Y estoy segura que supieron cruzar el bosque, ¿o
no se despojaron de todo, aú n del miedo?, ¿o no vivieron
apasionadamente para los otros?

GUARDIAN
Te han crecido las plumas, ¿desde cuá ndo una mujer cacarea
tanto? No me engañ an tus desvaríos y menos tus razones.
¿Dó nde está el titiritero que mueve los hilos?

MATER
Si ahora se me escucha es porque los hombres que tenían que
hablar se callaron. Y no cargues mi espalda con tus fantasmas.
Quien me acusa con mala intenció n de ser manejada, no muestra
má s que su ambició n de manejarme.

GUARDIAN
El disfraz se deshace... ¡Basta de esconder a tus hijos debajo de
las polleras!

MATER
¡Mis polleras no cubren má s que el recuerdo de un cuerpo
lastimado pero no vencido!

GUARDIAN
Mírate en el espejo. Eres tan violenta como lo fueron ellos.

MATER
Yo no predico ni exalto ni ejerzo la violencia, la padezco.
Miseria, castigos y tristezas crecen en esta tierra má s fuerte
que los yuyos. Pero cuando el que sufre se alza, porque su
sufrimiento se vuelve intolerable y só lo queda el dejarse
morir, poco a poco, tú y los tuyos se quitan los vestidos de la
razó n y atacan peor que lobos en celo. ¡Llevan añ os predicando
una paz que huele a cadá ver!

GUARDIAN
El delirio te acompañ ó a tu cama y la peor locura estuvo en tu
vientre. Veo el altar en el que se inclinaron tus hijos y al que
otra vez acudes.
MATER
¿De qué nos acusas?

GUARDIAN
¡De despreciar a Dios, de negar su orden, de expandir el caos
en todas direcciones!

MATER
¡Dó nde está el poeta que haya escrito que las leyes de este
mundo son eternas! Este orden perverso que es tu pasió n, y aú n
el má s perfecto, envejecerá n má s de prisa que el deseo humano.
Yo no temo cambiar lo inmó vil. Yo subvierto lo que ya está
muerto.

GUARDIAN
¡Subvertir! Que se anoten sus palabras; esta mujer hierve de
odio.

MATER
Mírame. Si tanta mentira no te ha tapiado el corazó n, ¿có mo
puedes acusar de odio a lo que es amor? El odio va de la
mano con la venganza y yo busco, por amor a mis hijos, la
justicia. Es una palabra grande que ya poco dice, lo sé. Pero
aunque só lo encuentre má scaras corruptas y fantasmas que se
conjuran para que descrea, yo no transo ni me desvío.

GUARDIAN
No buscas la justicia, es el poder lo que te aturde y atrae.
MATER
¿De qué me serviría una cosa sin la otra? ¿Para vivir rodeada
de guardianes? Quiero dormir sin pesadillas. Ya es difícil
cerrar los ojos con tanta pena.

GUARDIAN
¿Si es sincera tu pena, có mo puedes renunciar al odio?
Lloras, te lamentas contra el muro, pero especulas bien y
mientes mejor.

MATER
No me avergü enzo de mis lá grimas, pero tampoco vivo en
ellas. Raspo como una leona mi cuerpo contra las rejas. Es de
impotencia.
Yo no miento, no traiciono ni juego con el dolor. Rechazo la
venganza por fugaz y secreta. Le niego a mi enemigo la
rapidez de la muerte. Necesito que el que me hizo conocer el
asco y nacer el desprecio pague pú blicamente por sus
crímenes. ¡Que la cá rcel sea el nicho donde se pudran sus
huesos!

GUARDIAN
Perdonar es signo de razó n y anticipo de lo divino.

MATER
Elijo mi demencia y dejo el perdó n para Dios, pero en el cielo.

GUARDIAN
¡Qué corona de oro tuvieron tus hijos para exigir tanto por ellos!
Pobrecitos los corderos... Quizá s alguno fue inocente, pero los
demá s cayeron en la misma trampa que armaron.

MATER
¿Con cuá ntas varas mides la vida? No los conociste, no los
escuchaste, pero los prefieres muertos a que pongan en
peligro el infierno que escudas con la razó n y que terminará
por asfixiarte. Si simplemente abrieras el corazó n podrías
descubrir que hay una nueva mú sica. Escucha...

GUARDIAN
¡Vaya que la locura salta por las palabras!
¿Por qué no moderas tu lengua? El silbo de las espadas está
má s cerca que tus mú sicas. Aceptar la realidad es la ú nica
felicidad posible. La realidad es una piedra, aunque caiga al
agua. Lo demá s, apenas un espejo.

MATER
La realidad que me muestras só lo sirve para tapiar a los
muertos. Seguiré esperando que cante mi ruiseñ or. No me
asustan sus alas moradas.

GUARDIAN
Te gusta pavonearte ante el peligro. Tu ruiseñ or está suspendido
en el abismo.

MATER
En ese abismo que temes se cae má s de prisa con los oídos
cerrados y la cabeza gacha.

GUARDIAN
¿Pretendes para el mundo una plaga de soñ adores? De la
ilusió n al terror hay un solo paso.

MATER
Revolcar al caído. Buena manera de pasar los añ os...

GUARDIAN
Desprecias la prudencia.

MATER
Rechazo a quien la convierte en egoísmo.

GUARDIAN
Quien mucho exige, desnudo se queda.

MATER
Nada de lo humano me avergü enza. Crecerá n buenos frutos
de mi soledad.

GUARDIAN
¿Quién te ha hecho así?

MATER
Los que arrancando a mis hijos me llenaron de muerte.

GUARDIAN
¿La muerte es tu deseo?

MATER
¿Qué mujer desea ser besada por labios tan fríos? Pero no
temo morir para que otros vivan. Mis hijos tampoco temían.

GUARDIAN
¿Crees que el mundo empieza y termina con la historia de tus
hijos? Nos atas a un pasado que impide respirar, que nos ahoga.

MATER
No es mi bú squeda sino tu temor quien te mantiene la cabeza
debajo del agua.
¿Qué ves allí? ¿Algas, peces, desechos de soles frios? ¿No
ves también a mis hijos sobre un lecho de arena?
No me respondes. Só lo esa mueca que reservas para enfrentar el
delirio. El mundo empieza y termina con la historia de mis hijos...
¿Y por qué no? ¿O conoces acaso otra mejor historia para ser
contada? ¿O habrá que sepultar a los héroes y negar a los
á ngeles? ¿Ya nadie los necesita? ¿Aquí só lo se quiere escuchar el
poder de la muerte?

GUARDIAN
¡Estamos hartos de tus héroes y tus á ngeles! ¿No comprendes
que para vivir hay que aceptar el poder y olvidar el dolor?
¿No comprendes que los héroes só lo sirven para las guerras
perdidas, que los á ngeles se mueren de frío sobre la tierra?
No, es inú til mi paciencia para que entiendas. Tan inú til como
hablar de cosas serias con un niñ o. Está s condenada a andar
por el mundo con ojos de ciega.

MATER
¿Ciega por no haber renunciado a buscar la luz?
Yo siento venir en mis venas la luz entera de la mañana. Si
alguien llama a esto balbuceos de niñ o, si alguien llama
locura a mi esperanza es porque ha perdido la inocencia y
convertido a la razó n en lengua de la muerte...

Diálogo de una hija que viene del


exilio y su madre, una sombra,
apenas…
HIJA: Hay una luz muy blanca, que estremece…
MADRE: Es una luz que viene de lejos…Y aú n así…
HIJA: Por primera vez en mi vida, siento que estoy donde tengo
que estar.
La luz no me ciega…
MADRE: La luz en la caverna de la vida puede ser má s
aterradora.
Esta luz no me aleja… tampoco trae glorias…
Tan solo me opaca y acaso desdibuja… Y aú n así, estoy a tu lado…
HIJA: No hace falta que nadie me lo diga, soy tu hija…
MADRE: No hace falta que nadie me lo diga, eres mi hija…
HIJA: ¿Qué fue de tu vida, madre?
MADRE: Lo que has hecho con tu vida, hija.
HIJA. Te busqué, madre. En cada nube, yo era una niñ a.
MADRE: Yo vivía en tu bú squeda, hija. En todas tus nubes, yo era
una madre…
HIJA: Me esperabas, madre.
MADRE: Fui la espera, hija.
HIJA: Déjame llorar; para eso estoy viva…
MADRE: Yo no puedo llorar; por eso estoy muerta…
HIJA: ¿Qué es la muerte, madre?
MADRE: Es un cielo, se llama soledad.
HIJA: ¿Có mo es la muerte, madre?
MADRE: Es un infierno, se llama soledad.
HIJA: Y el alma, madre…
MADRE: Es un sueñ o que nos habla… También se llama soledad.
HIJA: ¿Y tu cuerpo? ¿No puedo abrazarte?
MADRE: Abraza mi recuerdo. Ahora me conoces, soy una
sombra…
HIJA: La noche es un grito. Tengo miedo, madre… Estoy sola…
MADRE: Cuida mi silencio, ahora me escuchas, soy una voz, un
susurro…
Ya ni la muerte podrá dejarte sola, hija.

HIJA: Llueve, madre. ¿Entre una lluvia y otra lluvia, muere el


silencio, madre?
MADRE: Entre una lluvia y otra lluvia, nace el vacío, hija…
HIJA: ¿Y dó nde esta el amor, madre?
MADRE: El amor era la lluvia, hija. Allí estoy yo. Recuérdame en
la lluvia, escú chame en la lluvia… Allí te espero yo…
HIJA: ¿Qué má s conoceré de vos, madre?
MADRE: Sabrá s que soy una sombra bajo las aguas…
HIJA: ¿Por qué bajo las aguas…?
MADRE: Ellos me arrojaron desde un avió n, al río…
No quiero que sufras…
HIJA: Necesito saberlo, madre… Tu verdad estará en mi cuerpo…
será mi guía…
MADRE: Contigo voy, hija…
Primero hablaron de orden, después hablaron de seguridad,
después hablaron de la propiedad privada: es sagrada, dijeron…
Es el principio de la vida, dijeron…
Después hablaron del bien y del mal; tu padre y yo, y miles y
miles que construíamos el mañ ana, éramos el mal, después
hablaron de la razó n y la locura, eramos la locura, eso dijeron.
Después hablaron de Dios, lo invocaron, y en su nombre y por su
iglesia me arrojaron desde los cielos al río.
Hubo un momento en que morí… pero ya era una sombra, hija…
HIJA: ¿Por que una sombra, madre?
MADRE: Antes de darme muerte, me habían quitado el alma…
Una noche me secuestraron, en la puerta de mi casa. Recién me
había recibido y trabajaba en un hospital psiquiá trico. Palos y a
la bolsa, dijeron.
Después vejaron mi cuerpo, pedacito a pedacito, minuto a
minuto, mi carne, mis huesos, mis nervios, mi sangre, mi sudor,
mi orín, mi fecalidad, mi risa, mis lá grimas, todo fue espuma,
vó mitos y gritos…
Supe lo que no sabía, la locura que no imaginaba. Fui un animal,
en el dolor que suplica la muerte con los ojos. Todo fue negrura,
apenas descubrí el vacío… y mi alma se perdió en el vacío…

HIJA: ¿Y yo, madre, có mo nací de vos…?


MADRE: De mi cuerpo, en las albas del amor.
De mi cuerpo, en las madrugadas del horror.
En una prisió n clandestina, hija.
En la cama del cuartel, hija.
En las sá banas de la muerte que esperan a la vida, hija…
Y aú n así… en mi amor, hija.
Sabiendo yo / que al nacer vos / te sacarían de mí /
Te quedarías sola de mí para siempre, y yo sería la muerte
apenas vos fueras la vida…
Yo sería la sombra de mí…
¡Pero pujé y pujé! ¡Hasta que fuiste luz!
Y no importó mi muerte, ni la oscuridad de siempre y siempre…
HIJA: Para siempre la muerte, no, madre… Ahora está s en mí…
MADRE: Lo que está en vos, es lo que soy de mí…
HIJA: Sé que mi padre se enteró de tu secuestro y de mi
nacimiento, te buscó , me rescató , huyó , me llevó con él al exilio,
vivió amá ndote y sin saber tu verdadero nombre, así era en la
militancia, me dijo.
Trabajó de todo, escribía poemas que ocultaba, me cuidó , me
amó , su corazó n dijo basta, quedé sola, poco má s que una niñ a,
me cuidó una amiga de él, que vino hasta Holanda, yo crecí, ella
se volvió al país, también me dio su amor, yo estudié y dejé, me
enamoré y dejé, trabajé y dejé, me emborraché y dejé, enloquecí
y dejé, y ahora estoy aquí, con treinta y tres añ os, para saber
quién soy, si es que lo puedo saber…
Tengo miedo de que mi cabeza estalle, madre…
Hay noches en que mi cabeza es un sol, madre…
Un sol sin destino… Un sol frío…
De niñ a soñ aba que te habían tirado al río y vivías debajo del
agua… Y era cierto, madre… Tiemblo. Ahora tengo frío.
MADRE: Y yo no puedo abrazarte, pero te escucho, hija. Y mi
alma te acompañ a y te susurra…
¿Qué ves de mí?
HIJA: Veo la mujer hermosa que serías si la muerte no te hubiera
arrancado de vos, madre.
¿Có mo saber todo lo que eras y lo que hacías, madre?
MADRE: Fui parte de un río, hija; agua de amor para la sed del
sufriente entre los sufrientes. Quise ser agua de una revolució n,
hija, y terminé ahogada, tan muerta como los peces muertos.
Nadie me engañ ó . Supe, desde que decidí luchar, que ese era un
destino posible.
Los enemigos de la vida, nunca tendrá n piedad, hija. Tampoco yo
la pedí, ni la pido. Necesito justicia.

HIJA: Está n juzgando a los asesinos, madre.


MADRE: Eso es justo y necesario. Después queda lo má s
profundo, lo que se mueve debajo, lo que no siempre se ve, pero
existe y hace y acecha y sigue…
HIJA: Quisiera entender… No te olvidés que vengo de lejos.
MADRE: Los que mataron tenían sus intereses, sus razones, su
sostén, sus ideas…
Eso sigue. ¡Vaya que sigue! Como siguen, en la lucha sin fin,
nuestros intereses, nuestras ideas, nuestra necesidad y nuestro
dolor…
HIJA: Me hubiera gustado verte como eras, madre.
MADRE: Me verá s en los sitios donde estuve y donde también
reía, en los compañ eros que acompañ é, en los cielos que miré…
Me verá s en lo que hacía, hija. Me verá s cuando sientas en tus
huesos como propio el dolor ajeno. Eso es lo que somos, nuestras
pasiones y nuestros actos.
Y mis actos, y la verdadera memoria de mis actos, que fueron
vida, los podrá s seguir viendo si miras bien el mundo. La vida te
desafía y te espera, hija. Lo que yo soñ é, otros hoy lo está n
soñ ando. Lo que cambia son las formas, no el gran sueñ o.
En ese sueñ o siempre me verá s…
Hablá me de vos… También yo necesito que me hablés de vos…
Tus ojos está n nublados y a la vez secos…
¿Sufriste en el exilio? ¿Sufrió tu padre, mi amor, en el exilio…? Tu
padre era muy dulce, te reís como un pá jaro, yo le decía…
¿Qué es el exilio, hija?
HIJA: Un fuego, y los labios siempre está n fríos…
MADRE: ¿Qué es el exilio, hija?
HIJA: Un río, y sus aguas siempre está n secas…
MADRE: ¿Qué es el exilio?
HIJA: Un cielo, y su luz siempre está oscura…
MADRE: ¿Qué es el exilio, hija?
HIJA: Una tierra sin tierra, y el alma esta desnuda y hambrienta…
¿Valió la pena, madre?
MADRE: ¿Qué valió la pena, hija?
HIJA: Hablo de tu muerte, madre. Hablo del exilio de mi padre.
Hablo de mi soledad y mi tristeza. Hablo de mi cabeza y mi sol
frío. Hablo de que no sé, siquiera, qué hacer de mí…
MADRE: Vos sos lo que fue de mí, y te miro y siento alegría de
que fuera así.
Lo que amé en tu padre, también sigue en ti, y no dudo de su
alegría de que fuera así…
Cada uno de nosotros, hija, el que perdió la vida, el que perdió su
tierra, el que perdió su amor, sea una sombra o un susurro, hoy
está en vos, sigue en vos.
El mundo son tus ojos, hija, mientras la muerte duerme su sueñ o.
HIJA: Adió s madre, el alma es lo que brilla entre tú y mí…

La madre y la hija se miran. Todas las glorias y las músicas de los


cielos ocurren mientras ellas se miran.
Después la madre que está muerta, que es una sombra, se aleja.
Mientras la hija, que es la vida, se acerca…
Nota de autor: Este texto integra originariamente mi libro Diá logos
(Editorial Topía). Lo vuelvo a publicar aquí, revisado, por sentirlo como
parte necesaria del capítulo Redenciones.

PENSARES
Cuerpo de mujer
Hay un cuerpo como lluvia de cenizas…
Hay un cuerpo material para que la idea desnude su impotencia.
Hay un cuerpo de mujer que anda por el mundo, sin espacio en el
mundo. Sombra y fantasma. Un cuerpo demandado, expuesto,
sometido, ultrajado, amputado, violado, abusado, despreciado,
disciplinado, torturado, enloquecido, condenado en el hacer y en
el no hacer. (¡Palos por si bogas y palos por si no bogas!).

Ese cuerpo de mujer, testigo de la vida como agonía de la vida.


Ese cuerpo sujeto de la agonía, ese cuerpo territorio de la agonía,
como si fuera todo el cielo y toda la tierra…
Ese cuerpo que narra –minucioso, exasperante…– la historia del
propio dolor humano.
Ese cuerpo sirviente de otras vidas que existe a partir de su vida
y al que se le exige (mientras se lo excluye, se lo aleja, se lo exilia,
se lo niega), la má s preciada conducta de vida en el vivir de otra
vida, privilegiada como ú nica y elegida vida, desde el bien de la
razó n y el bien del corazó n. O sea: un espacio de representació n,
unas reglas de acció n legitimadas por sí y en sí, que rechazan
drá sticamente todo lo que huela a cuestionamiento, a simple
diferencias en el saber y en los sentimientos, ni siquiera se podrá
imaginar por fuera de lo imaginado sin que ocurra el castigo, sea
hambre, sea locura.
Ese cuerpo de mujer, despojado de sí, sujeto y sujetado a todas
las pobrezas, a todas las pasiones, las de luz y las de sombras…
ha sido puesto fuera del tiempo y del espacio. Ha sido puesto
fuera de sí. Es un acontecimiento sin especificidad ni distinció n.
Amorfo y eterno.

Ese cuerpo, esa mujer, esa pobreza…Ese cuerpo de mujer


irrepetible pasará a ser una ola potente en el mar, un cuerpo en
el sinfín de los cuerpos, en el agotamiento de la pobreza.
Un cuerpo de mujer, maldito y malnacido, objeto de la ira de
cualquier Dios que se precie, pasto donde come el Maligno, cama
donde fornican todos los demonios de la tierra y del infierno.

Ese cuerpo de la mujer para la pobreza, ese cuerpo de la mujer


para la locura, ese cuerpo de la mujer para la cá rcel, primero
violado en la impunidad de la cultura y después despreciado y
penado si no acepta los efectos secundarios de “la susodicha
violació n segú n la boca de la dicente”, que “aquí fecha la
denuncia sin aportar mayores pruebas”, má s que “su ropa
desgarrada, moretones fuertes en la cara y varias cuchilladas en
el cuerpo de la susodicha”…
Ese cuerpo, esa pobreza, esa mujer (y ahora se habla de la figura
de Madre y el cuestionamiento de las conductas puestas fuera del
imaginario representativo –¡Oh, Mater amantísima!–), que se
deberá juzgar, castigar, demonizar, desde la ley, la religió n y la
moral, cuando somete su cuerpo sometido a un nuevo
sometimiento.

Trastocada la realidad desde su representació n cultural la


violada violará y la victima es victimaria; todas las fuerzas del
mundo caen sobre el cuerpo de la mujer de la pobreza, si vende o
si alquila su cuerpo, o lo permuta (sea en una parte o en el todo,
sea el vientre o la vagina, por hora, por días, hasta que la muerte
separe su cuerpo, o hasta la mismísima eternidad), si castiga su
cuerpo, si entrega a la muerte su cuerpo o los frutos de su
cuerpo…

El cuerpo de la mujer de la pobreza será el horror –y el alma de


ese cuerpo también será penada, por el peor pecado cometido
con horror–, si abortó a su hijo aú n en el trance del crimen que
sufrió , si abandona a su hijo en el terror de la pobreza y de la
locura que la invalida, que si lo vende o lo alquila por dinero o
por desesperació n…

Así también se prolongará el horror si se aprovecha del humilde,


del frá gil fruto de ese vientre y lo obliga a trabajar, a mendigar, a
robar, a dejarse violar y quedarse con las migajas en el tan
provechoso, como protegido, comercio de la prostitució n… O si
grita o llora o desvaría a má s no poder por ese hijo que pierde el
cuerpo de la pobreza, la mujer de la pobreza má s pobre, en el
medio de una noche sin belleza ni piedad, sin sentido ni olvido,
esa noche que siempre será la noche… Sin escá ndalo.

El que pregunta ya sabe. El que calla también sabe.


¿Quién se arroga lanzar la primera piedra?
O mejor: ¿quién se arrima al cuerpo de la mujer de la pobreza
para destruir, junto con ella, la pobreza que vive para que viva la
riqueza, esa riqueza que só lo vive en la riqueza, viviendo de la
pobreza, así como el mal vive en el mal y la muerte en la muerte,
así como el mal y la muerte existen en la riqueza…?
Hemos vivido y ahora podemos preguntar:
¿Quién habla del amor desde el desamor…?
¿Quién habla de la razó n desde la sinrazó n?
¿Quién exige lo justo a la que fue obligada a sobrevivir en la
perpetuidad de lo injusto?
¿Quién trasciende la agonía cuando la soledad mira con los ojos
de esa mujer?
¿Có mo pedir palabras a la sufriente en su lengua cortada,
decisió n crítica a quien fue saqueada hasta en su conciencia y
obligada a bajar la cabeza hasta que sus ojos se confunden con el
suelo, día a día?
¿Gestos de piedad o dulzura a quien fue llevada a las rastras al
matadero, como si allí la esperara la pira de la bendició n?
¿Có mo se perdió la inocencia prometida? ¿Acaso el alma no daba
para má s…?
Las nubes… Las nubes… Esas nubes que se mueven en el cielo sin
glorias…
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