Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Es una Obra que está al servicio de los niños con el fin de que ellos crezcan compartiendo su fe y amor
a Jesús con todos los niños del mundo.
Porque los niños toman conciencia de pertenecer a la Iglesia que es por naturaleza y mandato
misionera y por esto, colaboran con las misiones, como consecuencia de su compromiso bautismal.
Y es Pontificia:
Porque el Papa la ha hecho suya y junto con las otras Obras Pontificias, (Propagación de la Fe, San
Pedro Apóstol y Unión Misional), constituyen las Obras Misionales Pontificias que están encargadas de
la promoción, animación, y cooperación misionera en todo el mundo.
Todos los niños bautizados desde los 4 hasta los 15 años de edad inclusive.
Compromisos de los niños de la Infancia Misionera:
Hacer del DECALOGO MISIONERO su ideario de vida.
Rezar todos los días un Padre nuestro y un Ave María, para que todos los niños del mundo les
conozcan y les amen.
Comprometerse y asistir puntualmente a las reuniones, encuentros y otras actividades que
realice la Infancia Misionera.
Dar buen ejemplo en el colegio, en la casa, y en todo lugar como un verdadero y gran
misionero.
Colaborar con sus pequeñas ayudas materiales, fruto de sus ahorros y pequeños sacrificios a
favor de los niños de las misiones.
Leer y difundir su Revista PABLITO MISIONERO.
Participar activamente de las grandes actividades a nivel nacional: Jornada Nacional de la
Infancia Misionera y del D.U.M., Domingo Universal de Misiones.
Esta Obra está disponible para:
Fundador
Carlos Augusto María José de Forbin Janson nació en París en 1785. Su padre era el célebre marqués
de Janson, teniente general del ejército, y su madre descendía de los príncipes de Galean. El pequeño
tenía apenas cuatro años de edad cuando se desató en su país la "Revolución Francesa" y dado que su
familia era muy acaudalada, se vio obligada a exiliarse en Alemania por la persecución de que eran
víctimas las clases más altas de la sociedad. Al término de la revolución, en 1799, los Janson
regresaron a Francia y Carlos Augusto recibió entonces su Primera Comunión.
A los 21 años, Napoleón lo nombró auditor en el Consejo de Estado. Forbin Janson era un hombre
joven, heredero de una gran fortuna y con mucha preparación para los cargos administrativos. Pero Dios
quiso otra cosa para él. Pese a la férrea oposición que puso en principio su familia, el joven Forbin
sacrificó rango, riqueza y ambiciones y en pleno invierno de 1809 ingresó al seminario de San Sulpicio.
Se cuenta que él dejaba las ventanas abiertas durante la noche con el fin de dormir lo mínimo posible,
sólo lo suficiente para que el cuerpo recuperara sus fuerzas.
A los 33 años fue ordenado sacerdote en Chambery, a manos del obispo de esa ciudad que lo nombró
su vicario general. Tuvo a su cargo el seminario de Gap, pero no se sentía contento con las funciones
administrativas. Volvió a París para dedicarse a instruir a los niños en la parroquia de San Sulpicio.
Forbin descubrió en el apostolado su gran pasión y se abocó a organizar misiones para combatir las
doctrinas que tanto daño causaban a gente inocente. Recorrió Francia completa convirtiendo con sus
palabras a muchos corazones que se habían alejado de Dios. Fue también un hombre muy generoso.
Su fortuna socorría a cientos de pobres, e incluso se desprendió de unos ornamentos pontificales para
obsequiarlos a un obispo pobre de Oceanía. Fundó casas de retiro para los sacerdotes ancianos y
enfermos, entre otras múltiples obras caritativas que emprendió con entusiasmo.
En 1839 partió a América acompañado de algunos misioneros. Su destino durante 18 meses fue
Canadá donde se dedicó a predicar al aire libre ante auditorios de diez mil y hasta 20 mil personas.
En medio de tantas actividades, monseñor Forbin Janson se preocupaba en especial de las noticias que
recibía respecto a la situación que vivían cientos de miles de niños en China. Los bebés no deseados
por sus padres eran inmolados en piras enormes, ofrecidos como alimento para animales, expuestos a
morir en las calles o ahogados en los ríos.
La idea de fundar la Santa Infancia nació en concreto en una conversación sostenida entre Paulina
Jaricot (fundadora de la Obra Propagación de la Fe) y el sacerdote Filipino de Riviere. A ellos se les
ocurrió que los niños cristianos salvaran a los niños de otras partes del mundo, ofreciendo cinco
céntimos al mes y rezando una oración cortita. Esta solución brilló en la mente de monseñor Forbin
Janson, quien había conversado con Paulina Jaricot. Ella fue una de las primeras inscritas en la Infancia
Misionera. Las ideas se convirtieron en hechos: el prelado se propuso destinar su vida y parte de su
fortuna a la noble causa.
Lo primero que hizo fue contagiar a todos los obispos de Francia de su entusiasmo y vitalidad, después
viajó a distintos países para conseguir más adeptos: en Bélgica lo recibió el rey Leopoldo I quien de
inmediato nombró a sus hijos como protectores de la Infancia Misionera en su reino.
Monseñor Forbin Janson les contaba a todos que la Obra sustentaba el bautismo, educación y rescate
de los niños chinos. Su plan era viajar a China misma, pero su salud comenzó a deteriorarse. Pocos
días antes de morir, la Infancia Misionera ya se hallaba asentada en 65 diócesis y los nuncios
apostólicos de Bélgica, Holanda y Suiza ya la habían recomendado a sus obispos. El último aliento del
prelado fue para encomendar su Obra en manos de la Providencia y el 11 de julio de 1844 falleció entre
los brazos de su hermano el marqués de Forbin.
PEQUEÑOS EVANGELIZADORES
Nunca imaginó Forbin Janson que la Infancia Misionera llegaría a crecer tanto al punto que hoy está
convertida en un enorme árbol que cobija a niños del mundo entero, no sólo de China sino de todos los
continentes. Si bien la Obra nació en Europa, durante el siglo XIX llega hasta América Latina y en la
actualidad está presente en 115 países, la mayoría en iglesias jóvenes que han descubierto el quehacer
esencial de evangelizar a los niños para que siendo evangelizados se conviertan después en
evangelizadores. Agrupados en equipos de doce, los niños se comprometen a colaborar
económicamente y hacer todos los días una pequeña oración por los misioneros y los niños del mundo.
También son invitados al encuentro con Dios en la liturgia y los sacramentos. La educación misionera y
la cooperación misionera son los dos principales pilares de este trabajo. De esta forma, los niños
participan en la obra evangelizadora de la Iglesia, siendo incorporados a Jesús a través del misterio de
su Santa Infancia.
Los niños de la Infancia Misionera quieren ser testigos del amor de Jesús e intentan con originalidad y
creatividad, dar una respuesta a los sufrimientos de millones de niños en el mundo que se encuentran
desamparados. Dios no los abandona a su suerte. Por algo la Obra ha llegado a cumplir 160 años de
existencia. El Papa Juan Pablo II envió a los niños misioneros que participan en esta gran tarea un
mensaje en que les señala que: "En los niños pobres y necesitados podéis reconocer el rostro de Jesús.
Os esforzáis de muchos modos de compartir la suerte de los niños obligados al trabajo y de socorrer la
indigencia de aquellos pobres; os solidarizáis con las ansiedades y con los dramas de los niños
implicados en la guerra de los adultos; rogad cada día porque el don de la fe, que vosotros habéis
recibido, sea participado por millones de vuestros pequeños amigos que todavía no conocen a Jesús".
Historia
La Obra de la Infancia Misionera fue fundada en 1843, por un Obispo francés, monseñor Carlos
Augusto de Forbin-Janson, motivado por las cartas y noticias de misioneros que le escribían, sobre
todo desde China, contándole la difícil situación de las niñas de ese país.
Fue así como comenzó a pedir ayuda y de acuerdo con Paulina Jaricot, que en 1822 había fundado la
Obra de la Propagación de la Fe, pensó en otra obra en la que los niños cristianos ayudarían a los
niños de los países de misión, con sus oraciones y algo de dinero al mes. ¡Ayudar a los niños a través
de los niños!
Cuando monseñor Forbin-Janson murió en 1844, la "Santa Infancia", hoy "Infancia Misionera",
agrupaba a niños de 65 diócesis de Europa, y pronto se extendió también por América, Oceanía, Asia y
África. Actualmente está presente en más de 117 países. Hoy, son millones de "pequeños misioneros"
distribuidos en parroquias, escuelas y movimientos de los cinco continentes donde está presente la
Infancia Misionera.
Esta Obra Pontifica acaba de celebrar sus 160 años de vida. Desde un principio la Santa Infancia o
Infancia Misionera tuvo el apoyo y la aprobación de Pío XI y en 1922 la elevó a la categoría de
Pontificia. En 1950 el Papa Pío XII instituyó el Domingo Universal de Misiones. En nuestro país se
celebra esta jornada a nivel nacional cada año el tercer domingo del mes de junio.
organización
A nivel Internacional
La Obra está organizada y coordinada desde un Secretariado General, con Sede en Roma. Preside este
organismo un Secretario General, nombrado por la Congregación para la Evangelización de los
Pueblos.
Secretariado General:
Padre Patricio Byrne, svd.
A nivel Nacional
El responsable de la Obra es el Director Nacional de las Obras Misionales Pontificias. Este es nombrado
por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, a propuesta de la Conferencia Episcopal de
cada país.
El Director Nacional nombra un Secretario Nacional para la Infancia Misionera, que asume el
acompañamiento cotidiano de ella.
Secretariado Nacional:
Secretario Nacional:
Equipo Apoyo:
Adolfo Gutiérrez
Francisco Barría
PATRONOS
De ninguno tengo miedo, sino de Dios, que me dé algún castigo por se negligente
en su servicio, inhábil e inútil para acrecentar el nombre de Jesucristo entre
gentes que no le conocen... Todos los demás miedos, peligros y trabajos, los
tengo por nada" (Ibíd., Doc. 79, 2-2,1549).
Apóstol en los cinco continentes. Mas no sólo ora y se sacrifica con la mira
puesta en la salvación de todos los hombres, sino que Javier será el único apóstol
de su tiempo cuya voz ha resonado en los cinco continentes.
Javier, a sus 35 años, parte como Misionero al Oriente, en 1541. Doce años
escasos durará su vida de Misionero, de los cuales cerca de cinco pasará
navegando o esperando en los puertos la llegada de las naves.
Javier "amó a la Iglesia y se entregó por ella". Javier, como su maestro, amó con
pasión a la Iglesia. Firmemente persuadido de que Cristo, aunque invisible, sigue
siendo la Cabeza del Cuerpo Místico y de que es su Espíritu quien lo une, lo
fecunda y vivifica, pondrá también toda su confianza en la Iglesia.
En la primera de sus cartas, dirigida desde la India, escribe una frase que parece
dictada a la luz del Concilio Vaticano II: "Por los méritos de la Santa Madre la
Iglesia, en que yo mi esperanza tengo (y cuyos miembros vivos sois vosotros),
confío en Cristo Nuestro Señor que me ha de oír y conceder esta gracia: que use
este inútil instrumento mío, para plantar la Iglesia" (Ibíd., 15.9.1542).
Hasta a los Vicarios del Obispo quería Javier que los jesuitas los acataran y
reverenciaran. Pocos días antes de su muerte en Sancián, mandó Javier "que los
Padres de la Compañía que andan en diferencias y disgustos con los Vicarios,
que los despidan de la Compañía de Jesús" (Ibíd., Doc. 117, abril 1552).
En cuanto a la oración mental, solía imponer por penitencia a las personas más
dadas a la piedad, la práctica ignaciana de los tres modos de orar... Javier pronto
entró por el camino de la contemplación.
El que fue monaguillo de Javier y luego Vicario de San Juan Bta. en Goa nos
cuenta un hecho que parece arrancado de las "florecillas" de san Francisco de
Asís.
Subía todos los días el santo a la torre de la iglesia del Colegioseminario de Santa
Fe, después de comer, parar orar con más tranquilidad. Un día le encargó el
apóstol que subiera a la torre, a las dos de la tarde, para recordarle que debía
visitar al Gobernador. Cuando el chico subió, encontró a Javier sentado en un
banco, los ojos fijos en el cielo y el rostro encendido. Llámóle, hizo ruido; en
vano. Javier continuaba absorto. Alejóse Andrés y volvió a las cuatro. Lo
encontró de igual manera: mas, al ruido que hizo el niño con la puerta, se
despertó Javier, como saliendo de su ensimismamiento.
- ¿Son ya las dos? - preguntó Javier.
Por eso Javier, cuando tras larga oración se persuade de que una empresa, por
ardua que sea, Dios la quiere, no hay dificultades capaces de retenerle. Hace suya
la frase de san Pablo: "Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?"
Cuando se resuelve en Meliapur (India) a marchar a Oceanía, escribe Javier:
"Tengo tanta fe en Dios Nuestro Señor, que aunque de esta costa no fuese este
año navío ninguno, y partiese un catamarán, (balsa de troncos unidos), iría
confiadamente en él, puesta toda mi esperanza en Dios" (Ibid., Doc. 51, 8-5
1545).
Pero olvidan los que así le critican que el Papa Pablo III, al enviar a Javier como
nuncio o delegado suyo para el Oriente, le señaló su cometido y los límites de su
misión: "Confirmar en la fe a los nuevos cristianos y ganar a la misma a los
gentiles." Y todo esto "con suma urgencia" (quam citius) "desde el Cabo de
Buena Esperanza, pasando por Etiopía, mar Rojo, mar Pérsico, tierrasy lugares
de ambos lados del Ganges, hasta el oceáno Pacífico". Dentro de estos horizontes
geográficos, no muy científicamente expresados, pensaba Javier al penetrar en
Japón y poner el pie en un islote chino, que también a estos países se extendía su
legación pontificio. Era consciente de que su Misión consistía en abrir nuevas
rutas al Evangelio.
El mismo Javier escribe desde la India, refiriéndose a sus viajes por el Japón y a
su proyecto de ir a China: "Grandísima esperanza tengo en Nuestro Señor que se
ha de abrir camino, no solamente para los hermano de la Compañía, mas para
todas las religiones (órdenes religiosas), para que puedan todos los santos padres
bienaventurados de ellas, cumplir sus santos deseos, convirtiendo mucho número
de gentes al camino de la verdad. Y así ruego y pido por amor y servicio de Dios
N. S. a todas aquellas personas que viven con deseos de manifestar el nombre de
Dios en tierras de infieles, que se acuerden de encomendarme a Dios en sus
devotas oraciones y santos sacrificios, para que pueda descubrir alguna tierra,
donde ellos puedan venir a cumplir sus santos deseos " (Ibíd., Doc. 96, 29-1
1552).
Historia
Dios ha querido que la ley misteriosa de la solidaridad presida la economía del orden natural y
sobrenatural.
Cuando aclamamos a Santa Teresa del Niño Jesús, como Patrona de las Misiones, no sólo
admiramos la sabiduría, el poder y la bondad de Dios, que ha convertido a una joven y débil religiosa
en modelo maravilloso de celo misionero. También reconocemos el influjo que ha ejercido en su
ascensión hacia la santidad la familia, en cuyo seno vivió hasta los 15 años, y el convento carmelitano
a cuyo amparo se acogió hasta entregar su alma a Dios.
Una familia misionera. El 13 de julio 1858 se unieron con el vínculo sacramental del matrimonio, en la
iglesia de Nuestra Señora de Alenson, Luis Martín y Celia Guerin. Ambos comprendieron desde el
principio que el nuevo estado que habían abrazado era para ellos el medio más apropiado para
alcanzar la santidad.
"El Señor me hizo nacer, dirá de sí santa Teresa del Niño Jesús, en una tierra
santa y como impregnada de un perfume celestial".
Estimulada por estos ejemplos, pudo Teresa afirmar: "Si hubiera sido libre para
disponer de mis bienes, me hubiera arruinado ciertamente; porque no podía ver
una persona en la miseria sin darle enseguida cuanto necesitaba".
Recuerda Teresa que a sus 8 años "sacaba de mi hucha algunas limosnas, para
entregarlas en determinadas fiestas solemnes a la Obra de la Propagación de la
Fe". No es extraño que con esta educación caritativa y misionera se despertara
pronto en su corazón un vivo deseo de salvar almas.
Cuenta su hermana Celina, que a los 14 años pensó hacerse religiosa de las
Misiones Extranjeras de París. "Cuando un día leyendo los Anales Misioneros de
la Propagación de la Fe, interrumpe de pronto su lectura y exclama: ¡Qué violento
deseo siento de ser misionera! ¿Qué sucedería si lo reavivase aún más con la
visión directa de este apostolado? Me haré carmelita. Esta conclusión, que a
primera vista parece desconcertante, queda explicada con la frase que pone punto
final a esta anécdota: Me explicó luego el porqué de esta determinación: Era para
sufrir más y con esto salvar más almas".
Un Carmelo misionero. Trece años antes de nacer Teresa del Niño Jesús, el
convento de Lisieux había fundado un Carmelo en Indochina, en la ciudad de
Saigón.
A mediados del siglo XIX, hallábase en la cárcel de Hué, por segunda vez y
condenado a muerte, Mons. Domingo Lefebvre, celosísimo Vicario Apostólico de
Indochina. Las constantes y sangrientas persecuciones contra los Misioneros del
Annam, le habían convencido al piadoso prelado de la necesidad de contar,
dentro de este país, con un monasterio contemplativo, con un grupo de almas
orantes, que se inmolasen totalmente por aquella Misión. Pero ¿dónde encontrar
esas almas escogidas?
A los pocos días recibe en la cárcel la noticia de que una prima suya ha profesado
en el convento de Lisieux con el nombre de sor Filomena de la Inmaculada
Concepción.
- "Quiero ser hija de la Iglesia, como nuestra madre santa Teresa, y rogar por
todas las intenciones del Vicario de Cristo, sabiendo que esas intenciones
abrazan al mundo entero. Este es el fin principal de mi vida".
- "Quisiera iluminar las almas como los profetas y los doctores, quisiera recorrer la
tierra predicando vuestro nombre y plantando, amado mío, en tierra infiel vuestra
gloriosa Cruz. Mas no me bastaría una sola Misión, pues desearía poder anunciar
a un tiempo vuestro evangelio en todas las partes del mundo, hasta en las más
lejanas islas. Quisiera ser Misionera no sólo durante algunos años, sino haber
sido desde la creación del mundo y continuar siéndolo hasta la consumación de
los siglos".
Por las frecuentes citas que hace sor Teresa del Niño Jesús de la doctrina de san
Juan de la Cruz, se echa de ver que le causó indeleble impresión en su alma
aquel profundo principio enunciado por aquél, en su explicación a la estrofa XXIX,
de su Cántico espiritual y que ella resume así: "El más pequeño movimiento de
puro amor, es más útil a la Iglesia que todas las demás obras juntas".
La hermana mayor de Teresa, son María del Sagrado Corazón, afirma de ella:
"Leía con avidez las vidas de los Misioneros, porque en ellos encontraba la
expresión de sus mismos deseos".
Por su parte, escribe Teresa al Padre Roulland: "He leído, después de vuestra
partida, la vida de varios de vuestros Misioneros (de las Misiones Extranjeras de
París). Leí entre otras la de Teófano Venard, que me interesó y emocionó sobre
manera".
Esta lectura marca el punto de partida de su gran devoción por el joven mártir del
Tonkín, o por mejor decir de una amistad o afinidad celestial. Párrafos enteros de
las cartas de este apóstol serán copiadas por Teresa. "Reflejan, escribe ésta, mis
propios pensamientos, mi alma se parece a la suya".
"Estoy convencida de la inutilidad de los remedios que tomo para curarme. Pero
me las he arreglado con Dios para que se aprovechen de ello los pobres
Misioneros, que ni tienen tiempo ni medios para curarse. Pido a Dios que los
cuidados que a mí me prodiguen les curen a ellos."
El Carmelo de Hanoi lo había solicitado con insistencia sor Teresa del Niño Jesús;
y deseando obtener esta gracia comenzó una novena al venerable Teófano
Venard.
"Desearía ser enviada al Carmelo de Hanoi para sufrir mucho por Dios. Si me curo
quisiera ir allí, para vivir enteramente sola, sin alegría y consuelo alguno en la
tierra. Ya sé que Dios no necesita de nuestras obras, y aun estoy segura de que
allí no prestaría yo servicio alguno; pero sufriría y amaría. Esto es lo que cuenta a
los ojos de Dios".
"Quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra", dirá pocos días antes de
expirar. Esta profético frase se grabará sobre su tumba de Lisieux.
Pronto una lluvia de rosas comienza a descender de lo alto sobre los que la
invocan y en especial sobre los Misioneros a los que tanto amó en vida y con cuyo
apostolado mantuvo estrechos contactos.
Patrona de las Misiones como san Francisco Javier. El año 1925, el Papa Pío XI
nombraba a Teresa del Niño Jesús Patrona de la Obra de San Pedro Apóstol para
el Clero Indígena.
Por voluntad del mismo santo Padre Pío XI, la Sagrada Congregación de Ritos,
por un decreto del 14 de diciembre de 1927, declara a santa Teresa del Niño
Jesús, Patrona principal de todas las Misiones y de todos los Misioneros y
Misioneras del mundo, al igual que san Francisco Javier, "por razón del
grandísimo ardor y celo que la consumía por dilatar la fe".
El mismo Papa Pío XI, en la encíclica Rerum Ecclesiae, hacía de ella el siguiente
elogio: "Aun viviendo en el claustro, tomó tan de veras a su cargo el ser
colaboradora de los Misioneros, que, como en un derecho de adopción, ofreció
por ellos a su divino esposo Jesús, sus oraciones, las penitencias voluntarias y de
regla, y sobre todo, los agudos dolores que le ocasionaba su penosa
enfermedad."