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Las ideas que vamos a proponer, son parte de un proceso de reflexión abierta y en debate.
Como todo debate, o como toda temática cuando está en su fase de efervescencia, supone
afirmaciones reflexivas que intentan extremar el campo de las ideas, como forma de
provocación al pensamiento.
1- El hacinamiento de la categoría
2- Propuestas de reorientación del sistema de respuestas
3- Un apunte sobre la institucionalidad
Esa mera presencia, fuera de tiempo y espacio (tiempo y espacio que se torna
definitorio en la construcción del problema) desajustada, tiene la capacidad de
disparar la pregunta: la pregunta por el lugar de los niños en la sociedad, por el papel
de la familia, por el papel del Estado, por el papel de las instituciones, por el papel de
la política, por el papel de la economía.
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Puede ser visto como un niño sin escuela, ó como un niño sin familia. O como un hijo
de una familia sin trabajo, ó como un niño sin barrio, ó como un niño con coraje, ó
como un ciudadano lejos del Estado.
Diversas son las construcciones que podemos realizar cuando vemos a un niño que
está en una esquina de una zona comercial de cualquier ciudad y cualquiera de las
construcciones por las que optemos, tendrá implicancias en el tipo de respuestas que
construyamos. Pero enfatizamos en:
De esta forma, los modos en los que hemos ido construyendo la imagen y recortando
la problemática, han ido determinando el sistema de respuestas ensayado.
La categoría vino a nombrar a ese fenómeno nuevo, quizá un centenar de niños, que
traspasaban las fronteras de sus casas pobres, de sus barrios pobres, y tenían la osadía de
llegar a los lugares de la ciudad integrada en un modo en el que no estaba prevista ni la
presencia de niños solos ni la actividad que desempeñaban.
Los barrios de ese entonces, comenzando su declive, ofrecían aún ciertos vestigios de lugar de
cuidado y protección: no eran tantos los niños que salían y aún quedaba espacio para albergar
a los más (que en términos absolutos eran menos)
Cuando emerge la novedad del sujeto reconocido (niño pobre) en un lugar reconocido (calle
comercial), pero cuya combinación: sujeto y contexto, se nos torna desconocida, emerge la
necesidad de nombrar a ese par.
La categoría vino a nombrar no al niño per sé, ni al contexto per sé: la categoría vino a
nombrar a la combinación, y al espacio de sentido y al sujeto (que es individuo en
situación)... y surgió en forma transitoria, la categoría situación de calle.
Tiempo y espacio son las 2 dimensiones centrales que están en juego en el “perfilamiento”
que comenzamos a hacer en torno a un “tipo social” particular.
De hecho, luego…quizá hasta hoy… el niño sigue siendo en situación de calle, cuando está en
su casa (en situación de hogar), o cuando está en la escuela (en situación de escuela) o
cuando participa de un programa para niños en situación de calle o cuando no le permiten
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Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Siglo
Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2003.
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ingresar a un programa que no es para niños en situación de calle (sobre esto volveremos en el
2º punto).
También, por qué no?, la categoría “en situación de”, vino a cargar de ilusión transformadora,
aquello que la utopía de una sociedad justa, no admite se torne en condición estructural.
Situación…es un estado transitorio, alude a un tiempo en un contexto dado. No se trata de una
condición estructural….aunque, como después sabríamos y hoy sabemos marque huellas
indelebles en las identidades que se conforman.
Desde aquellos primeros que nos llamaron la atención con su irrupción y permanencia
en las zonas céntricas de Montevideo, en los fines de los ’80, hasta su persistencia en
la diversificación de presencias y modos de estar, que fue adquiriendo esta imágen,
convirtiéndose en “personaje” que se multiplicó de rostros y pasó a poblar la escena
urbana de muchas grandes ciudades del país todo, pasó mucho tiempo, seguro que
demasiado...
Hoy son diversas las situaciones que alberga la categoría “situación de calle”
“Calle estructural”, “calle transitoria”, “calle dura”, “calle extrema”,”calle contenida”, “calle
laboral”….
Podríamos extremar que cualquier nuevo almacén instalado en cualquier esquina de un barrio
pobre, en el que hayan familias desempleadas y con dificultades de regulación y normatización,
escuelas con baja capacidad de retención y niños con tiempo libre, podría configurar, con alta
probabilidad, al sujeto niño en situación de calle.
Y entonces, como puede verse en esta proposición un tanto extrema (y siguiendo este
razonamiento) tendríamos que hacer un gran esfuerzo (que de hecho se hizo y se hace) por
desarticular la categoría situación de calle, y despejar, las varias dimensiones que ella misma
entraña y nos vela:
- la dimensión del tipo de barrio, de los servicios existentes, del almacén en cuestión…
- la dimensión de la familia: sus ingresos, su inserción en el mercado laboral, su capital
educativo, su capital relacional, sus capacidades de normatización de los niños
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- la dimensión del sistema educativo: su capacidad de retención, de generación de procesos
educativos significativos, de impacto en la conformación de subjetividad, entre otros
- la dimensión del niño: su tiempo libre, su tiempo ocupado, sus deseos, sus apoyos, sus
oportunidades de integración en otros espacios….etc.
Es verdad que la categoría nos llevó a los niños y ellos a ella (a pesar del juego de palabras).
Pero también es cierto, que acorde a los procesos de expansión y segmentación territorial, de
deterioro del sistema educativo, de complejización de los procesos de exclusión, se
multiplicaron los “potenciales” niños en situación de calle y se ampliaron en demasía los
llamados “perfiles” pasibles de entrar en ella. Por lo tanto la conceptualización que nos sirvió
para operar, comienza a presentar problemas de funcionalidad.
Y además de que fueron en la realidad más de los que quisimos, en lo conceptual, al ampliar
los límites de categorización, también podríamos decir que “entraron más” de los que eran.
Tenemos el reto de reorientar la mirada. La década del ’90 en particular, nos encontró
centrados en un análisis minucioso de una parte de la categoría: esto es de “la situación de
calle”. Tenemos el reto de concentrarnos en el sujeto de la proposición, es decir en “los niños”.
¿Qué hay de “niños” en los niños en situación de calle?.
Y esto sin duda, tiene un efecto directo en el tipo de respuestas y dispositivos de intervención.
Las intervenciones diseñadas lo fueron centralmente para abordar el adjetivo.
Debemos reinventar diseños que nos permitan centrar en el sustantivo.
Decimos, es hora de volver a pensar en el niño (y la niña). Qué queremos decir? El afán de
respuesta minuciosa a la situación de calle, nos descentró de la atención del sujeto al que
adjetivamos: que era el niño (en situación de calle) pero antes niño, no después...
¿Cuándo el niño “en situación de calle” se despoja de la categoría que lo nombra? cuando se
integra a la escuela?, cuando deja de trabajar?, cuando deja de ser pobre? Quizá dejó de ser
niño cuando sucedan algunas de estas cosas...
y en la práctica constatamos que los obstáculos de ingreso: a la escuela y a muchos
servicios socio-comunitarios ocurren cuando acompañamos al niño de su adjetivación,
mucho antes de que estas instituciones conozcan, con propiedad, al sujeto que la porta.
Los programas entonces, deberán tener la menor especificidad de ingreso posible. Esto
quiere decir no atender la especificidad, la singularidad?
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De modo alguno. Tenemos el desafío: en la formación de equipos, en la generación de
pensamiento y por sobre todo, en la habilitación de prácticas que efectivamente ofrezcan la
posibilidad de trayectorias diversas y coexistentes, hacia logros comunes.
A nivel de diseño de políticas públicas y a partir del 2005, se están dando pasos significativos
en cuanto a articular políticas de mediano y largo plazo en materia económica y en materia
social.
Las reformas estructurales como la tributaria, la de la salud, y la reforma del sistema de
Asignaciones Familiares, sin duda se orientan en la misma dirección de favorecer los procesos
de reducción de la pobreza, y de ampliar las oportunidades de los ciudadanos todos al
desarrollo.
Por eso a nivel específico los aprendizajes y los avances realizados en relación a la población
en situación de calle, deben constituir el punto de partida para a partir de allí generar nuevos
enfoques.
Desde nuestra perspectiva, éstos no vendrán por acciones de ampliación de escala de los
dispositivos disponibles, ni por profundizar un enfoque centrado en el “perfilismo”, sino
necesariamente por repensar el fenómeno, volver a recortarlo, para a partir de allí, ensayar y
adecuar nuevas respuestas acordes al nuevo contexto.
Es necesario reconocer que asistimos a un agotamiento del modo en que fuimos respondiendo
a la presencia de los niños en las calles.
El modelo de intervenciones que hemos generado en los últimos 20 años, fue implementado
sobre un sustrato de focalización, que está revelando límites en cuanto a la generación de
trayectorias viables y sostenibles para los niños, de incorporación exitosa en los ámbitos que
les corresponde por derecho.
Estas respuestas fueron válidas en un contexto social, económico y político que era otro. A la
luz de los cambios en los modelos de políticas sociales vigentes y en la arquitectura de la
matriz del estado de bienestar social, es necesario refundar/reorientar los modos de
intervención específicos para las poblaciones que aún siguen en procesos de exclusión y
vulneración de derechos.
Creemos necesario replantearnos cuánto de lo viejo y vigente debe continuar, y qué modelos
nuevos deben emerger. No es lo mismo intervenir con estas poblaciones sin un Plan de
Equidad que con él, no es lo mismo intervenir sin acceso al sistema de salud que con la
incorporación de todos los niños a él. No debería ser lo mismo y si es igual, algo anda mal.
A nivel de políticas sociales, la década de los ’90 marcó la consolidación de una generación de
respuestas focalizadas a problemáticas específicas como vía de acceso a derechos
universales.
La cronificación y extensión de los fenómenos de exclusión social, junto a los procesos de
concentración territorial de la pobreza y la profundización de la brecha social, fue marcando
fronteras cada vez más rígidas para el acceso a los bienes universales.
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transformándose en avenidas paralelas de circulación, o espacios-de-sentido- en- sí- mismos,
con la consecuente pérdida de efectividad en su objetivo fundante y fuertes dificultades para su
intersección con el sistema universal de políticas públicas a la infancia.
Por tanto, y a modo de punteo, presentamos las principales medidas que entendemos pueden
colaborar en una reorientación del sistema actual de respuestas:
b) Revisión de los dispositivos de atención en (la llamada) calle comercial: esta modalidad
institucionalizada por el entonces INAME en 1998 al ‘mapear’ Montevideo y establecer
convenios y servicios por zonas (incluida el interior), ha mostrado sus techos y limitaciones.
Consideramos imprescindible una revisión de la modalidad (en todos sus términos), de la
cobertura, de las zonas asignadas. Tal revisión debería apuntar a que la vigencia de estas
modalidades debe necesariamente estar en función de su capacidad de articulación con
el sistema de protección en su conjunto. Si tal capacidad no está (como no lo está aún, de
hecho), pierde funcionalidad y se torna iatrogénica.
Los dispositivos de atención en la ‘emergencia’: esto es en la calle comercial con el fenómeno
ya instalado, deben estar insertos en una red de prestaciones y/o programas que permitan una
suerte de activación medianamente rápida de capacidades y recursos y de inserción de los
niños y niñas en programas estables y de largo aliento.
Esto requiere la existencia de servicios tanto a la interna del INAU, como del sistema de
protección en su conjunto, con los cuales articular y coordinar.
Niños, niñas y adolescentes deberían transitar el menor tiempo posible por programas del
tipo “calle”, y debería disminuirse al máximo la intermediación de equipos técnicos,
instancias y servicios. (esto supone revisar la lógica “perfilista” según la cual, el niño debería
estar “preparado” para participar de servicios de corte universal o generalista. Es este servicio
el que tiene que generar las capacidades para la integración en la diversidad).
La realidad actual es que la población de estos dispositivos se vuelve población estable, en la
mayoría de los casos con un mínimo de 2 años de participación y 2 años en la vida de un niño
es demasiado tiempo.
Por otra parte, el recorrido de algunos de estos niños por el circuito institucional (centro de
estudio y derivación, centro de ingreso, hogares en los que no permanecen, programas
abiertos), tiende a cronificar las situaciones, transformándose también en población estable de
un ‘circuito callejero e institucional’ que en algunos perfiles, puede consolidar las identidades
que pretende modificar.
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beneficiaria y las que intervienen en el barrio de residencia de los niños, requieren a nuestro
entender reformularse.
Salvo excepciones, estas modalidades ofrecen todas las condiciones para avanzar hacia
propuestas de carácter territorial, inclusivas, con integración diversa. Las mismas no deberían
estar incluídas en el formato “atención en calle”, dado que su existencia tiene una relación
directa con la ausencia de servicios comunitarios de atención a la Infancia y las familias y con
la situación de pobreza extrema de sus familias (falta de empleo, vivienda digna, etc.) La
experiencia de la ‘modalidad puente’, ofrece una flexibilidad de diseño adecuada, para
complementar dinámicas de centros, con las necesarias acciones individualizadas. También es
oportuno y necesario rescatar cuestiones metodológicas y formas de concebir la intervención
posibles de ser transferidas para ser incorporadas en los dispositivos universalistas de atención
a la infancia y adolescencia.
e) Centros de Acogida (nocturnos) y/ó Casas de Día y/ó Modelos integrados: Centros de
Acogida, con diseño flexible, abiertos y en red con la comunidad, que integre
dispositivos diversos de trabajo acorde a los perfiles de población (equipos calle
‘frontera’, actividades de centro socio-educativo, alojamiento-convivencia temporal). En
la misma lógica que lo anterior, actualmente las situaciones más críticas, que no están
integradas en los cupos de los proyectos “calle extrema”, quedan sin respuesta (ingresan al
“Transitorio”, lugar al que llegan todo tipo de situaciones, permanecen el tiempo que dura la
motivación del sujeto y rápidamente tiende a volver a calle. Lo que podría ser una respuesta
termina siendo un cuesta arriba difícil de salvar). La noción, recientemente instalada de “cama
de emergencia”, es un concepto que merece ser discutido en el marco de la integralidad del
sistema de respuestas. En tal sentido es que tales “camas” deben estar insertas en los Centros
de Acogida y/o modelos integrados.
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Sin embargo la información disponible sobre la cobertura del ‘sistema calle’ indica que la mitad
de la población son adolescentes entre los 13 y los 17 años. Será necesario discriminar qué
proporción de la población se ubica en la franja de 15 a 17.
La situación de calle en esta franja etárea plantea zonas de especial vulnerabilidad, que afecta
la articulación de áreas diversas del sistema de respuestas institucionales: el sistema
educativo, los programas de formación e inserción socio-laboral, los programas orientados al
abordaje del consumo de sustancias sicoactivas, el sistema judicial y los programas vinculados
a infracciones entre otros.
La articulación interinstitucional, necesaria para el conjunto de programas orientadas a este
perfil de población, se torna indispensable para la atención de esta franja etárea. En tal sentido,
más que la generación de nuevos programas específicos, sería necesario pensar en la
incorporación de líneas transversales específicas en los actuales sistemas de atención de
adolescentes y jóvenes que el país tiene: Centros Juveniles, Casas Jóvenes, ProJoven,
convenios educativo-laborales de las intendencias, los diversos componentes para jóvenes del
INJU, Plan Educación y Trabajo MEC, ente otros.
Las líneas estratégicas que deben estar incorporadas en los programas que atiendan este
perfil, deben cubrir necesariamente las áreas de:
capacitación e inserción laboral protegida
una línea de subsidios para sostener la Educación formal o no formal.
Programas de apoyo a la culminación del ciclo educativo básico (culminación Primaria
y ciclo básico Educación Media)2
Programas de vivienda3, que puedan incorporar diversas modalidades en función de
los diferentes perfiles (líneas de préstamos, apoyos a parejas jóvenes, cooperativas
jóvenes, residencias juveniles, etc.)
Servicios de salud integral, (las propuestas de las policlínicas de adolescentes,
aparecen como dispositivos interesantes a replicar).
En la medida que en esta etapa vital hay un fuerte componente de replanteo de la identidad
individual y grupal es clave ofrecer las oportunidades para que los y las adolescentes amplíen
el espectro cultural de caminos y proyectos de vida. La experiencia nos indica que la
posibilidad de desarrollar las capacidades productivas y laborales en pequeños talleres de
carácter autogestionario (pero con acompañamiento educativo) basado en el aprendizaje de
técnicas y oficios es una propuesta a tener en cuenta.
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El pilotaje de los puntos de intersección entre Aulas Comunitarias e Infacalle puede ser un buen punto
de partida.
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En el sentido amplio del concepto
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Salvando las distancias ideológicas y paradigmáticas, los anclajes institucionales y demás, se generaron
escenarios interesantes y plurales de convergencia. Para el caso de la Comisión del Departamento de
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ha realizado y visualizar los caminos ya transitados.
Estos formatos asimismo tuvieron una serie de impactos no previstos, altamente positivos,
vinculados a la sensibilización de actores claves, conocimiento sobre la problemática,
viabilización de coordinaciones específicas, entre otros: nos referimos a la posibilidad que dio a
autoridades y mandos medios de Primaria, Secundaria, UTU, Policía, Fiscales, Defensores,
etc, de tener otra aproximación al modo de entender e intervenir con este perfil de población.
Esto nos parece un elemento sustancial a la hora de pensar en estrategias direccionadas a
generar cambios en la cultura institucional.
Por lo tanto como propuesta específica creemos necesaria la instalación de un ámbito
permanente de carácter interinstitucional, con participación de los diferentes organismos del
Estado (Nacional y local) y de la sociedad civil. Existe actualmente el Consejo Consultivo
Honorario de los derechos de la niñez y la adolescencia creado por ley y otros ámbitos
interinstitucionales. Sin embargo la especificidad de la problemática “calle” queda diluída en
este entramado. Hasta donde sabemos, existe un espacio específico de coordinación
interinsitucional por el tema calle, que sería solo de carácter estatal: coordinación entre
distintos ámbitos del estado.
Estos necesarios procesos de articulación, muchas veces se han visto frenados por el debate
en torno a los liderazgos políticos de los mismos, a las pertinencias institucionales en cuanto a
estos liderazgos, a los mandatos institucionales, a las capacidades reales de incidencia de
estos colectivos en las decisiones políticas y económicas de los gobiernos.
Consideramos que sin obviar toda esta complejidad, ni minimizar la dimensión política de estas
instancias, es posible (y necesario) generar ( en la perspectiva de la institucionalización y como
señal política) un espacio temático de coordinación y articulación interinstitucional que habilite
la construcción, sobre la práctica, de un escenario plural para la construcción de una política
pública en la materia. El actual proceso de construcción de política pública en materia de
Comunicación, impulsado por la DINATEL (Dirección Nacional de Telecomunicaciones,
salvando las distancias) constituye una buena práctica de generación de consenso social y
construcción participativa de política pública. Creemos que por la trascendencia y sensibilidad
social que el tema calle tiene, ameritaría un proceso similar.
Adjetivamos para cualificar, para distinguir al otro de nosotros, también para singularizar.
Asignamos un conjunto de atributos semejantes a quienes comparten una misma condición, y
los nombramos.
Los niños en situación de calle, qué tienen de semejantes con los niños?, con los niños a
secas, con los de las políticas de Infancia, con los niños del INAU, con nuestros hijos...
Poco sabemos hoy qué tienen de niños estos niños. Quizá esto sea producto también de que
poco sabemos de los niños en general (pero esto ya es asunto de otro debate o del mismo
quizá).
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Para construir integración, dedicamos 15 años a comprender las diferencias. Estas están
precisas y diagnosticadas.
Las estudiamos con detalle para poder comprender las tramas subjetivas de la desigualdad.
Es hora de buscar lo que nos une, de estudiarlo, de encontrar lo que nos hace semejantes.
Es hora de pensar las políticas y diseñar los programas para los niños y las niñas, haciendo el
mayor de los esfuerzos por despojarlos de adjetivos.
De pensar y diseñar los programas para los niños y las niñas, en la perspectiva de recuperar la
noción del Semejante.
De pensarlos como si fueran para los nuestros y no para los otros.
Tenemos la obligación de volvernos otros o de volverlos nuestros.
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