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TENDER LA MANO A LOS POBRES

Francisco, Mensaje IV JM de los Pobres, 20200613


“Tiende tu mano al pobre” (cf. Sir 7,32) La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un código
sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para ayudarnos también a nosotros a poner
nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la indiferencia. La pobreza siempre asume rostros
diferentes, que requieren una atención especial en cada situación particular; en cada una de ellas podemos
encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).
1. Tomemos en nuestras manos el Eclesiástico, también conocido como  Sirácida, uno de los libros del
Antiguo Testamento. Aquí encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió unos doscientos años antes
de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los hombres mejores y capaces de escrutar en profundidad las
vicisitudes de la vida. Lo hizo en un momento de dura prueba para el pueblo de Israel, un tiempo de dolor, luto y
miseria causado por el dominio de las potencias extranjeras. Siendo un hombre de gran fe, arraigado en las
tradiciones de sus antepasados, su primer pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría. Y
el Señor le ayudó.
Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone sus consejos sobre muchas situaciones concretas de
la vida, y la pobreza es una de ellas. Insiste en el hecho de que en la angustia hay que confiar en Dios: «Endereza
tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al
final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación.
Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades
y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que
teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis» (2,2-7).
2. Página tras página, descubrimos un precioso compendio de sugerencias sobre cómo actuar a la luz de una
relación íntima con Dios, creador y amante de la creación, justo y providente con todos sus hijos. Sin embargo, la
constante referencia a Dios no impide mirar al hombre concreto; al contrario, las dos cosas están estrechamente
relacionadas.
Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma el título de este Mensaje (cf. 7,29-36). La oración a Dios y
la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al
Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada, lleva impresa en sí la
imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la bendición divina, atraída por la generosidad que se practica
hacia el pobre. Por lo tanto, el tiempo que se dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para
descuidar al prójimo necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la
oración logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres.
3. ¡Qué actual es esta antigua enseñanza, también para nosotros! En efecto, la Palabra de Dios va más allá del
espacio, del tiempo, de las religiones y de las culturas. La generosidad que sostiene al débil, consuela al afligido,
alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella, es una condición para una vida plenamente
humana. La opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar
condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales
desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse
siempre uno mismo en primer lugar.
Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal y social la
dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida,
movidos por la caridad divina. Cada año, con la Jornada Mundial de los Pobres, vuelvo sobre esta realidad
fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para
ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en nuestra vida cotidiana.
4. El encuentro con una persona en condición de pobreza siempre nos provoca e interroga. ¿Cómo podemos
ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento? ¿Cómo podemos ayudarla en su pobreza
espiritual? La comunidad cristiana está llamada a involucrarse en esta experiencia de compartir, con la
conciencia de que no le está permitido delegarla a otros. Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la
pobreza evangélica en primera persona. No podemos sentirnos “bien” cuando un miembro de la familia humana
es dejado al margen y se convierte en una sombra. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo
de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante
tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad.
Es cierto, la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero ofrece, con la gracia de Cristo, su
testimonio y sus gestos de compartir. También se siente en la obligación de presentar las exigencias de los que
no tienen lo necesario para vivir. Recordar a todos el gran valor del bien común es para el pueblo cristiano un
compromiso de vida, que se realiza en el intento de no olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada
en las necesidades fundamentales.
5. Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo hace, que dentro de nosotros existe la
capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día!
Lamentablemente, sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de indiferencia,
hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que cotidianamente se realiza en el silencio y
con gran generosidad. Así sucede que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida,
nuestros ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos
que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero
de los que nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de
internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen de que el mal reina soberano. No es así. Es verdad
que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida de
actos de respeto y generosidad que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar
llenos de esperanza.
6. Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor.
En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y
muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La mano tendida del médico
que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la
enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los
enfermos. La mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el mayor
número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas peticiones en un
contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La
mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no
tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y
seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas
estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo.
7. Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación
e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente. Ella, más bien, ofrece el
testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para sostenerlo en el tiempo de la necesidad. Uno no
improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia
de lo mucho que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.
Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más pobres y débiles
porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo, de los
afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han abierto de golpe horizontes que
ya no estábamos acostumbrados a observar. Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela
de juicio y descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares, redescubrimos la
importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una
nueva fraternidad, capaz de ayuda recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para «volver a sentir
que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo [...]. Ya
hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la
honestidad [...]. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros
para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide
el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente» (Carta enc. Laudato si’, 229). En definitiva, las
graves crisis económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que
cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada.
8. “Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de
todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las cargas de los más débiles,
como recuerda san Pablo: «Mediante el amor, poneos al servicio los unos de los otros. Porque toda la Ley
encuentra su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. [...] Llevad las cargas los unos
de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2). El Apóstol enseña que la libertad que nos ha sido dada con la muerte y la
resurrección de Jesucristo es para cada uno de nosotros una responsabilidad para ponernos al servicio de los
demás, especialmente de los más débiles. No se trata de una exhortación opcional, sino condición de la
autenticidad de la fe que profesamos.
El libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda: sugiere acciones concretas para apoyar a los más
débiles y también utiliza algunas imágenes evocadoras. En un primer momento toma en consideración la
debilidad de cuantos están tristes: «No evites a los que lloran» (7,34). El período de la pandemia nos obligó a un
aislamiento forzoso, incluso impidiendo que pudiéramos consolar y permanecer cerca de amigos y conocidos
afligidos por la pérdida de sus seres queridos. Y sigue diciendo el autor sagrado: «No dejes de visitar al enfermo»
(7,35). Hemos experimentado la imposibilidad de estar cerca de los que sufren, y al mismo tiempo hemos
tomado conciencia de la fragilidad de nuestra existencia. En resumen, la Palabra de Dios nunca nos deja
tranquilos y continúa estimulándonos al bien.
9. “Tiende la mano al pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos y
no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices. La indiferencia y el cinismo
son su alimento diario. ¡Qué diferencia respecto a las generosas manos que hemos descrito! De hecho, hay
manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una computadora y mover sumas de dinero de una parte
del mundo a otra, decretando la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de
naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de
niños, usarán para sembrar muerte y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de
muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por debajo
intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos tendidas que, en el
puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan.
En este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a
otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia.
Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos
ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos
incumbe» (Exhort. ap. Evangelii gaudium,  54). No podemos ser felices hasta que estas manos que siembran la
muerte se transformen en instrumentos de justicia y de paz para el mundo entero.
10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Sir  7,36). Esta es la expresión con la que
el Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que
siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede
ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que
nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el
que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin
cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otro que el amor. Este es el objetivo
hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero
comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin
aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho
mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir
en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su
presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo.
En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo
particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes
están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de
Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada
familia durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a
cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo
de comunión y de renovada fraternidad.

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