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MISA CON EL PAPA EN SANTA MARTA

(OR, 46, 15 de noviembre de 2013, pp. 9 y 11)

El pan sucio de la corrupción


Los administradores corruptos «devotos del dios soborno» cometen un
«pecado grave contra la dignidad» y dan de comer «pan sucio» a sus propios hijos: a
esta «astucia mundana» se debe responder con la «astucia cristiana» que es «un don del
Espíritu Santo». Lo dijo el Papa Francisco en la homilía de la misa que celebró el
viernes 8 de noviembre, por la mañana, en la capilla de la Casa de Santa Marta, en la
que propuso una reflexión sobre la figura del administrador deshonesto descrita en el
pasaje evangélico de san Lucas (16, 1-8).
«El Señor –dijo el Papa– vuelve una vez más a hablarnos del espíritu del
mundo, de la mundanidad: cómo actúa esta mundanidad y cuán peligrosa es. Y Jesús,
precisamente Él, en la oración después de la cena del Jueves santo oraba al Padre para
que sus discípulos no cayeran en la mundanidad», en el espíritu del mundo.
La mundanidad, recalcó el Pontífice, «es el enemigo». Y es precisamente «la
atmósfera, el estilo de vida» característico de la mundanidad –o sea el «vivir según los
‘valores’ del mundo»– lo que «tanto agrada al demonio». Por lo demás «cuando
pensamos en nuestro enemigo pensamos primero en el demonio, porque es justamente
el que nos hace mal».
«Un ejemplo de mundanidad» es el administrador descrito en la página
evangélica. «Alguno de vosotros –observó el Pontífice– podrá decir: pero este hombre
hizo lo que hacen todos». En realidad «¡todos no!»; éste es el modo de actuar de
«algunos administradores, administradores de empresas, administradores públicos,
algunos administradores del gobierno. Quizá no son tantos». En concreto «es un poco la
actitud del camino más breve, más cómodo para ganarse la vida». El Evangelio relata
que «el amo alabó al administrador deshonesto». Y ésta –comentó el Papa– «es una
alabanza al soborno. El hábito de los sobornos es un hábito mundano y fuertemente
pecador». Ciertamente es una actitud que no tiene nada que ver con Dios.
En efecto, prosiguió el Papa, «Dios nos ha mandado: llevar el pan a casa con
nuestro trabajo honesto». En cambio, «este administrador daba de comer a sus hijos pan
sucio. Y sus hijos, tal vez educados en colegios costosos, tal vez crecidos en ambientes
cultos, lo habían recibido de su papá como comida sucia. Porque su papá llevando pan
sucio a casa había perdido la dignidad. Y esto es un pecado grave». Quizás, especificó
el Papa, «se comienza con un pequeño soborno, pero es como la droga». Incluso si el
primer soborno es «pequeño, después viene el otro y el otro: y se termina con la
enfermedad de la adicción a los sobornos».
Estamos ante «un pecado muy grave –afirmó el Papa– porque va contra la
dignidad. Esa dignidad con la que somos ungidos con el trabajo. No con el soborno, no
con esta adicción a la astucia mundana.
Cuando leemos en los periódicos o vemos en el televisor a uno que escribe o
habla de la corrupción, tal vez pensamos que la corrupción es una palabra. Corrupción
es esto: es no ganar el pan con dignidad».
Existe, sin embargo, otro camino, el de la «astucia cristiana» –«entre
comillas», dijo el Papa– que permite «hacer las cosas un poco ágiles pero no con el
espíritu del mundo. Jesús mismo nos lo dijo: astutos como serpientes, puros como
palomas». Poner «juntas estas dos» realidades es «una gracia» y «un don del Espíritu
Santo». Por esto debemos pedir al Señor la capacidad de practicar «la honestidad en la
vida, la honestidad que nos hace trabajar como se debe trabajar, sin entrar en estas
cosas». El Papa Francisco reafirmó: «Esta ‘astucia cristiana’ –la astucia de la serpiente
y la pureza de la paloma– es un don, es una gracia que el Señor nos da. Pero debemos
pedirla».
El pensamiento del Papa Francisco se dirigió también a las familias de los
administradores deshonestos.
«Quizás hoy –dijo– nos hará bien a todos rezar por tantos niños y jóvenes
que reciben de sus padres el pan sucio.
También éstos están hambrientos. Están hambrientos de dignidad». De aquí
la invitación a «orar para que el Señor cambie el corazón de estos devotos del dios
soborno», para que comprendan «que la dignidad viene del trabajo digno, del trabajo
honesto, del trabajo de cada día, y no de estos caminos más fáciles que al final arrebatan
todo». También porque, concluyó, existe el riesgo de terminar como la persona de la
que habla el Evangelio «que tenía muchos graneros, muchos silos, todos llenos y no
sabía qué hacer. ‘Esta noche morirás’, dijo el Señor. Esta pobre gente que ha perdido la
dignidad cometiendo sobornos, lleva consigo no el dinero que ha ganado, sino sólo la
falta de dignidad. Oremos por ellos».

El agua que corre en la Iglesia


Es necesario rezar para que la Iglesia pueda siempre hacer correr el agua de
la gracia, esté siempre fundada en Cristo y le sea fiel, y sus miembros se dejen convertir
cada día por Jesús. Lo recomendó el Papa Francisco a los fieles que participaron en la
misa celebrada el sábado 9 de noviembre. El Pontífice hizo referencia al significado de
la celebración litúrgica de la dedicación de la basílica lateranense, catedral de Roma,
que tiene el título de «madre de todas las iglesias de la urbe y del orbe»: se trata –dijo–
de la fiesta de la ciudad de Roma, de la Iglesia de Roma, de la Iglesia universal. Luego
tomó de las lecturas tres imágenes que hablan de la Iglesia. De la primera lectura ( Ez,
47, 1-2.8-9.12) y del Salmo 45, la imagen del río que brota del Templo y que alegra a la
ciudad de Dios, figura de la gracia que sostiene y alimenta la vida de la Iglesia. De la
segunda lectura (1Co, 3, 9-11.16-17), la imagen de la piedra, que es Jesucristo,
fundamento sobre quien está construida la Iglesia. Del Evangelio de la purificación del
Templo (Jn, 2, 13-22), la imagen de la reforma de la Iglesia: Ecclesia semper
reformanda, la Iglesia siempre tiene necesidad de renovarse porque sus miembros son
pecadores y tienen necesidad de conversión.

Pecadores sí, corruptos no


«Pecadores sí, corruptos no». El Papa Francisco, durante la misa celebrada
el lunes 11 de noviembre volvió a hablar de la corrupción, mejor de los corruptos, cuya
«doble vida» les hace semejantes «a una podredumbre barnizada».
La reflexión del Pontífice partió de la lectura de un pasaje del evangelio de
san Lucas (17, 1-6): «Si tu hermano te ofende, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo.
Si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: ‘me arrepiento’, lo
perdonarás». «Cuando leo este pasaje –confesó– veo siempre un retrato de Jesús. Lo
hemos escuchado muchas veces: Él no se cansa de perdonar. Y nos aconseja hacer lo
mismo». El Obispo de Roma se centró luego en la figura del pecador que pide perdón,
pero estando incluso verdaderamente arrepentido cae una vez más y cae más veces en el
pecado. Él, explicó el Papa, «se arrepiente pero no puede salir de esto; es débil. Es la
debilidad del pecado original». Está la buena voluntad, pero está también la debilidad y
«el Señor perdona». La única condición es «ir a Él –agregó– y decir: ‘He pecado,
perdóname. Quisiera no hacerlo más, pero soy débil’. Éste es el pecador». Y la actitud
de Jesús es siempre la del perdón.
En el pasaje del Evangelio hay otro episodio en el cual, destacó el Obispo de
Roma, Jesús dice: «¡Ay de quien provoca escándalos!». Jesús, explicó, «no habla del
pecado sino del escándalo», y dice: «Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más
le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened
cuidado». El Pontífice se preguntó: «¿Pero qué diferencia hay entre pecar y
escandalizar? ¿Qué diferencia hay entre pecar y hacer algo que provoca escándalo y
hace mal, mucho mal?». La diferencia, dijo, es que «quien peca y se arrepiente pide
perdón, se siente débil, se siente hijo de Dios, se humilla y pide la salvación de Jesús.
Pero quien provoca escándalo no se arrepiente y sigue pecando fingiendo ser cristiano».
Es como si condujera «una doble vida» y, agregó, «la doble vida de un cristiano hace
mucho mal».
Al respecto, el Pontífice recordó como ejemplo a quien mete la mano en el
bolsillo y hace ver que ayuda a la Iglesia mientras que con la otra roba «al Estado, a los
pobres». Este «es un injusto» para quien hubiera sido mejor –«y no lo digo yo sino Jesús»,
subrayó el Papa– que le pusieran una piedra de molino y lo tirasen al mar. No se habla aquí
de perdón, «porque esta persona engaña», dijo el Papa haciendo luego referencia a la primera
lectura, tomada del libro de la Sabiduría (1, 1-7), donde se lee: «El espíritu educador y santo
huye del engaño, se aleja de los pensamientos necios y es ahuyentado cuando llega la
injusticia» (v. 5).
«Donde hay engaño –comentó el Papa Francisco– no está el Espíritu de Dios.
Ésta es la diferencia entre pecador y corrupto. Quien hace una doble vida es un corrupto.
Quien peca, en cambio, quisiera no pecar, pero es débil y se encuentra en una condición en la
que no puede encontrar una solución, pero va al Señor y pide perdón. A éste el Señor le
quiere, le acompaña, está con él. Y nosotros debemos decir, todos nosotros que estamos
aquí: pecadores sí, corruptos no». Los corruptos, explicó una vez más el Papa, no saben lo
que es la humildad. Jesús los compara con los sepulcros blanqueados: bellos por fuera pero
por dentro están llenos de huesos putrescentes. «Y un cristiano que presume de ser cristiano
pero no vive como cristiano –destacó– es un corrupto».
Todos conocemos a alguien que «está en esta situación y todos sabemos –
agregó– cuánto mal hacen a la Iglesia los cristianos corruptos, los sacerdotes corruptos.
¡Cuánto mal hacen a la Iglesia! No viven en el espíritu del Evangelio, sino en el espíritu de
la mundanidad. Y san Pablo lo dice claramente a los romanos: No os amoldéis a este mundo
(cf. Rm 12, 2). Pero en el texto original es aún más fuerte: no entrar en los esquemas de este
mundo, en los parámetros de este mundo, porque son precisamente éstos, esta mundanidad,
que llevan a la doble vida».
Concluyendo, el Santo Padre dijo: «Una podredumbre barnizada: ésta es la vida
del corrupto. Y Jesús a éstos no les llamaba sencillamente pecadores. Sino que les decía
hipócritas». Jesús, recordó una vez más, perdona siempre, no se cansa de perdonar. La única
condición que pide es que no se quiera seguir esta doble vida: «Pidamos hoy al Señor huir de
todo engaño, de reconocernos pecadores. Pecadores sí, corruptos no».
En las manos seguras de Dios
En las manos de Dios. Allí está nuestra seguridad: son manos llagadas por amor,
que nos guían por el camino de la vida y no por los de la muerte, donde, en cambio, nos
conduce la envidia. Es éste el sentido de la reflexión que propuso el Papa Francisco el martes
12 de noviembre.
La primera lectura, observó el Santo Padre introduciendo la homilía, recuerda
que Dios «creó al hombre para la incorruptibilidad» (cf. Sb 2, 23-3,9). Él «nos creó y Él es
nuestro Padre. Nos hizo bellos como Él, más bellos que los ángeles; más grandes que los
ángeles. Pero por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo».
La envidia: una palabra muy clara –destacó el Pontífice–, que nos hace
comprender la lucha que tuvo lugar entre «este ángel», el diablo y el hombre. El primero «no
podía, en efecto, soportar que el hombre fuese superior a él; que precisamente en el hombre
y en la mujer estuviese la imagen y semejanza de Dios. Por esto hizo la guerra» y emprendió
un camino «que lleva a la muerte. Así entró la muerte en el mundo».
En realidad, prosiguió el Obispo de Roma, «todos hacemos experiencia de la
muerte». ¿Cómo se explica? «El Señor –respondió– no abandona su obra», como explica el
texto del libro sapiencial: «Las almas de los justos, en cambio, están en las manos de Dios».
Todos «debemos pasar por la muerte. Pero una cosa es pasar esta experiencia a través de la
pertenencia a las manos del diablo y otra cosa es pasar por las manos de Dios».
«A mí –confesó– me gusta escuchar estas palabras: estamos en las manos de
Dios. Pero desde el inicio. La Biblia nos explica la creación usando una hermosa imagen:
Dios que con sus manos nos forma del barro, de la arcilla, a su imagen y semejanza. Fueron
las manos de Dios las que nos crearon: el Dios artesano».
Dios, por lo tanto, no nos ha abandonado. Y precisamente en la Biblia se lee lo
que Él dice a su pueblo: «Yo he caminado contigo». Dios se comporta –destacó el Papa–
como «un papá con el hijo que le lleva de la mano. Son precisamente las manos de Dios las
que nos acompañan en el camino». El Padre nos enseña a caminar, a ir «por el camino de la
vida y de la salvación». Y más: «Son las manos de Dios que nos acarician en el momento del
dolor, que nos consuelan. Es nuestro Padre quien nos acaricia, quien tanto nos quiere. Y
también en estas caricias muchas veces está el perdón».
Una cosa «que a mí me hace bien –dijo una vez más el Pontífice– es pensar:
Jesús, Dios trajo consigo sus llagas. Las muestra al Padre. Éste es el precio: las manos de
Dios son manos llagadas por amor. Y esto nos consuela mucho. Muchas veces hemos
escuchado decir: no sé a quién confiarme, todas las puertas están cerradas, me confío a las
manos de Dios. Y esto es hermoso porque allí estamos seguros», custodiados por las manos
de un Padre que nos quiere.
Las manos de Dios, continuó el Santo Padre, «nos curan incluso de nuestros
males espirituales. Pensemos en las manos de Jesús cuando tocaba a los enfermos y les
curaba. Son las manos de Dios. Nos cura. Yo no logro imaginar a Dios que nos da una
bofetada. No me lo imagino: nos regaña sí, porque lo hace; pero nunca nos lastima, nunca.
Nos acaricia. Incluso cuando debe regañarnos lo hace con una caricia, porque es Padre».
«Las almas de los justos están en las manos de Dios», repitió el Pontífice
concluyendo: «Pensemos en las manos de Dios que nos creó como un artesano. Nos dio la
salud eterna. Son manos llagadas. Nos acompañan en el camino de la vida. Confiémonos a
las manos de Dios como un niño se entrega en las manos de su papá». Son manos seguras.

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