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Esta primera fase es clave para iniciar el proceso de mediación con buen pie, puesto que
es la oportunidad del mediador para ser considerado como una persona implicada y en la
que se puede confiar. Hay que tener en cuenta que la mediación no es aún conocida en la
sociedad como método efectivo de resolución de conflictos, lo que puede suponer cierta
reticencia de las partes. Por tanto aquí tenemos que empezar a poner en práctica ciertas
dotes de liderazgo, transmitiendo seguridad, confianza y conocimiento. En definitiva,
profesionalidad.
En esta etapa aún no ha comenzado el proceso de mediación sino que el mediador está
estableciendo el primer contacto con las partes. Aquí se les explica en qué consiste la
mediación y cuáles son las “reglas del juego”.
No hay que olvidar que la base de la mediación es la voluntad de las partes para
solucionar sus discrepancias por ellas mismas. Al ser un sistema autocompositivo de
resolución de conflictos son las partes las que plantean las alternativas y llegan a un
acuerdo. El mediador es un facilitador para una comunicación eficaz.
En este momento las partes se encuentran cara a cara explicando su versión. Es una fase
delicada puesto que habrá que afrontar momentos con alto contenido emocional.
Las partes pueden comenzar a atacarse con el riesgo de caer en una comunicación
marcada por la hostilidad hacia el otro. El conflicto se verá entonces reducido a dos
posturas enfrentadas.
En sus intervenciones, el mediador debe estar al nivel como persona con alto grado
de inteligencia emocional, transmitiendo a las partes la calma necesaria para crear un
clima agradable. Para ello, dejará que las partes se expresen libremente y reconducirá la
situación para generar confianza y reducir la tensión cuando sea necesario.
Pero al margen de esta capacidad de fomentar una comunicación eficaz, es clave que el
mediador descubra entre el alboroto emocional la verdad objetiva de cada parte. Debe
comprender los motivos por los que las partes actúan o sienten de esa forma. Por ello,
tiene que legitimar las historias de ambos, teniendo claro que legitimar no significa
justificar.
Si se plantease un tema sobre el que una de las partes no quiere hablar, es imprescindible
descubrir el porqué. Para ello se tratará en una sesión individual si fuese necesario.
En esta tercera etapa se crea una agenda con los temas a abordar. Las partes colaborarán
en crear una agenda de trabajo común. En ella, incluirán no sólo los propios intereses,
sino también los de la otra parte.
El mediador es aquí el vehículo para llegar a una necesidad conjunta y un interés común,
fomentando la creatividad para que puedan proponer opciones como posibles soluciones.
La implicación del mediador en este punto está enfocada a que las partes propongan las
soluciones. Intervendrá para tal fin, aunque también deberá seguir controlando todo el
proceso de la forma en que se explicó en la segunda fase. Este control es necesario puesto
que puede seguir afrontando cargas emocionales negativas y ataques entre las partes. Es
clave que ayude a las partes a dejar de pensar en términos de quién gana y quién pierde y
sustituirlo por “todos ganamos”.
Para llegar a este punto, las partes deben haber superado con éxito la etapa anterior
habiendo planteado diferentes propuestas o soluciones. A partir de aquí el mediador
trabajará para que las partes reflexionen y analicen la mejor solución de todas las
expuestas. También redactará y hará el seguimiento del acuerdo al que se llegue.
Cabe destacar que el recurso de la mediación no debe considerarse como una alternativa
peor que el proceso judicial por el hecho de que el cumplimiento del acuerdo alcanzado
en mediación dependa de la buena voluntad de las partes.