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El Sacrificio De Isaac Por Abrahán Como Un Tipo

"Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su
mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos. Entonces habló Isaac a Abraham su
padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego
y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios
se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos. Y cuando llegaron al
lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a
Isaac su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña. Y extendió Abraham su mano y tomó el
cuchillo para degollar a su hijo. Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo,
y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano
sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto
no me rehusaste tu hijo, tu único. Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a
sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó
el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo" (Génesis 22: 6-13).

Mediante símbolos y promesas, Dios "evangelizó antes a Abrahán." (Gálatas 3: 8.) Y la


fe del patriarca se fijó en el Redentor que había de venir. Cristo dijo a los judíos:
"Abrahán vuestro padre se gozó por ver mi día; y lo vio, y se gozó." (Juan 8: 56.)
Dios tenía el propósito de que la ofrenda de Isaac prefigurara el sacrificio de su Hijo.
Isaac fue un símbolo del Hijo de Dios, que fue ofrecido como sacrificio por los pecados
del mundo.
El carnero ofrecido en lugar de Isaac representaba al Hijo de Dios, que había de ser
sacrificado en nuestro lugar. Cuando el hombre estaba condenado a la muerte por su
transgresión de la ley de Dios, el Padre, mirando a su Hijo, dijo al pecador: "Vive, he
hallado un rescate."
Fue para grabar en la mente de Abrahán la realidad del Evangelio, así como para
probar su fe, por lo que Dios le mandó sacrificar a su hijo. No obstante, nadie sino Dios
pudo comprender la grandeza del sacrificio de aquel padre al acceder a que su hijo
muriese.
La agonía que sufrió durante los aciagos días de aquella terrible prueba fue permitida
para que comprendiera por su propia experiencia algo de la grandeza del sacrificio
hecho por el Dios infinito en favor de la redención del hombre. Ninguna otra prueba
podría haber causado a Abrahán tanta angustia como la que le causó el ofrecer a su
hijo.
Dios dio a su Hijo para que muriera en la agonía y la vergüenza. A los ángeles que
presenciaron la humillación y la angustia del Hijo de Dios, no se les permitió intervenir
como en el caso de Isaac. No hubo, voz que clamara: "¡Basta!" El Rey de la gloria dio su
vida para salvar a la raza caída. ¿Qué mayor prueba se puede dar del infinito amor y
de la compasión de Dios? "El que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó
por todos nosotros, ¿como no nos dará también con él todas las cosas?" (Romanos 8:
32).
El sacrificio exigido a Abrahán no fue sólo para su propio bien ni tampoco
exclusivamente para el beneficio de las futuras generaciones; sino también para
instruir a los seres sin pecado del cielo y de otros mundos. El campo de batalla entre
Cristo y Satanás, el terreno en el cual se desarrolla el plan de la redención, es el libro de
texto del universo.
Por haber demostrado Abrahán falta de fe en las promesas de Dios, Satanás le había
acusado ante los ángeles y ante Dios de no ser digno de sus bendiciones. Dios deseaba
probar la lealtad de su siervo ante todo el cielo, para demostrar que no se puede
aceptar algo inferior a la obediencia perfecta y para revelar más plenamente el plan de
la salvación.

Los seres celestiales fueron testigos de la escena en que se probaron la fe de Abrahán y


la sumisión de Isaac. La prueba fue mucho más severa que la impuesta a Adán. La
obediencia a la prohibición hecha a nuestros primeros padres no extrañaba ningún
sufrimiento; pero la orden dada a Abrahán exigía el más atroz sacrificio.
Todo el cielo presenció, absorto y maravillado, la intachable obediencia de Abrahán.
Todo el cielo aplaudió su fidelidad. Se demostró que las acusaciones de Satanás eran
falsas. Dios declaró a su siervo: "Ya conozco que temes a Dios [a pesar de las denuncias
de Satanás], pues que no me rehusaste tu hijo, tu único."
El pacto de Dios, confirmado a Abrahán mediante un juramento ante los seres de los
otros mundos, atestiguó que la obediencia será premiada.
Había sido difícil aun para los ángeles comprender el misterio de la redención,
entender que el Soberano del cielo, el Hijo de Dios, debía morir por el hombre
culpable.
Cuando a Abrahán se le mandó ofrecer a su hijo en sacrificio, se despertó el interés de
todos los seres celestiales. Con intenso fervor, observaron cada paso dado en
cumplimiento de ese mandato.
Cuando a la pregunta de Isaac: "¿Dónde está el cordero para el holocausto?" Abrahán
contestó: "Dios se proveerá de cordero;" y cuando fue detenida la mano del padre en el
momento mismo en que estaba por sacrificar a su hijo y el carnero que Dios había
provisto fue ofrecido en lugar de Isaac, entonces se derramó luz sobre el misterio de la
redención, y aun los ángeles comprendieron más claramente las medidas admirables
que había tomado Dios para salvar al hombre.
"A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las
cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el
Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles" (1 Pedro
1: 12.)

El sacrificio de Abraham en lugar de Isaac y su tipología


Génesis 22:1-14
El que debe ser el padre de los fieles tiene que enfrentar al padre de todas las pruebas
de la fe. Vemos las obras de una gran fe en las acciones de Abraham.
(1) No razonó; No consultó a nadie.
(2) No se tambaleó bajo el peso aplastante de tal demanda.
(3) Fue puntual; Se levantó temprano en la mañana.
(4) Fue deliberado; Preparando la madera de antemano.
(5) Estaba completamente determinado; ordenó a los siervos que retrocedieran para
que no le obstaculicen. Esta es una porción muy fructífera. Vea aquí:
I. El sacrificio del padre.
“Toma ahora tu hijo” (Gen. 22:2). Piensa en lo precioso de este hijo. Todas las
esperanzas y deseos y afectos del padre se centran en él. En ofrecer a su hijo, Abraham
estaba renunciando a su todo. No le quedaba absolutamente nada más que a su Dios.
Sin embargo, esto es suficiente para la fe. Dios entregó a su Hijo, aunque todos sus
afectos y propósitos fueron centrados en él. Nunca podremos entender la grandeza de
su sacrificio hasta que podamos entender la grandeza de su amor por su amado Hijo.
Como Abraham, al dar su Hijo dio su todo.
II. La sumisión del hijo.
Se afirma significativamente que “fueron ambos juntos” (Gen. 22:6). En un sentido
profundo y real, esto fue cierto de Jesucristo y su Padre. En hacer una expiación por el
pecado “fueron ambos juntos”. “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” (Sal.
40:8). El propósito del Padre y del Hijo era uno. Como el Señor Jesucristo, Isaac se
presentó:
1. Para ser cargado. “Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su
hijo” (Gen. 22:6). ¡Qué carga en los ojos del padre! Fue la cruz del sacrificio, el símbolo
de la muerte. ¡Qué imagen del Hijo unigénito de Dios, con la carga de nuestra
iniquidad puesta sobre él, por un Padre amoroso! “Jehová cargó en él el pecado de
todos nosotros” (Isa. 53: 6). Él también se presentó:
2. Para ser atado. “Y ató a Isaac su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña” (Gen. 22:9).
Como hombre joven, de unos veinticinco años de edad, podría haber resistido; pero,
como nuestro Isaac, fue guiado como un cordero, no abrió su boca. Amor y devoción
fueron las cuerdas que ataron al Hijo de Dios al altar del sacrificio (Mar. 15:1).
III. Requisitos de sacrificio.
Isaac llevó la madera, mientras que él mismo iba a ser el ofrecimiento quemado. Pero
no dejemos de observar lo que estaba en las manos del padre:
1. El fuego. “Él tomó en su mano el fuego”. Hay algo terriblemente solemne sobre esto.
“Porque nuestro Dios es fuego consumidor” (Hebreos 12:29). “¿Quién de nosotros
morará con el fuego consumidor?” (Isa. 33:14). ¿No sugiere esto el carácter santo,
probador y consumidor de Dios al acercarse al altar de la expiación?
2. El cuchillo. “Tomó en su mano el fuego y el cuchillo”. Si el fuego representa la
santidad de Dios, entonces el cuchillo bien puede simbolizar la espada de la justicia.
“Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero mío, dice
Jehová de los ejércitos” (Zac. 13:7). El “cuchillo” temblaba en el aire cuando Jesús
clamó, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Sal. 22:1). En estos días
los hombres se olvidan que todo sacrificio a Dios tendrá que ver con el cuchillo divino
y el fuego.
3. El altar. “Edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña” (Gen. 22:9). Isaac no hizo
el altar; fue preparado por el padre. Medite en esto cuidadosamente. Este fue un
trabajo solemne para Abraham. En la eternidad, Dios en su propio corazón y mente
preparó el altar para Cristo. Él fue el “Cordero que fue inmolado desde el principio del
mundo” (Apoc. 13:8).
4. Las cuerdas. Las cuerdas con los cuales Isaac fue atado al altar, tipifican los clavos
que fijaron a Cristo en la cruz. No los clavos, sino el amor fijaron al Salvador. Fue el
amor del Padre al Hijo, el amor del Hijo al Padre y el amor de ambos al hombre, una
cuerda triple que no se rompe fácilmente.
IV. Doctrina de la sustitución.
“Y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo”
(Gen. 22:13). La escena en el Monte Moriah, como típica de la escena mayor en el
Monte Calvario, difícilmente podría haber sido perfecta sin la idea de sustitución
siendo prominente. La figura ahora cambia. El carnero se convierte en el holocausto, y
el sumiso se torna libre. Observe que este sacrificio fue provisto por Dios. Todavía
tenemos a Jesús ante nosotros, no como el Hijo ahora, sino como el sustituto de uno
condenado a morir. El hombre encontró una cruz para Cristo, pero fue Dios quien
halló el rescate—“Jehová-Jireh”. “El que no escatimó ni a su propio Hijo (como el de
Abraham), sino que lo entregó por todos nosotros” (Rom. 8:32). “Nuestra pascua, que
es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Cor. 5:7). Pregúntale a Isaac, mientras
mira al carnero quemando en su lugar, si él cree en la sustitución. “He aquí el Cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).

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