-Si lo deseas. Perdió bastante dignidad al inclinar la cara hacia él, pero él se limitó a ponerle la caperuza de una bellota en la mano, de modo que ella movió la cara hasta su posición anterior y dijo amablemente que se colgaría el beso de la cadena que llevaba al cuello. Fue una suerte que lo pusiera en esa cadena, ya que más adelante le salvaría la vida. Cuando las personas de nuestro entorno son presentadas, es costumbre que se pregunten la edad y por ello Wendy, a la que siempre le gustaba hacer las cosas correctamente, le preguntó a Peter cuántos años tenía. La verdad es que no era una pregunta que le sentara muy bien: era como un examen en el que se pregunta sobre gramática, cuando lo que uno quiere es que le pregunten los reyes de Inglaterra. -No sé -replicó incómodo-, pero soy muy joven. En realidad no tenía ni idea; sólo tenía sospechas, pero dijo a la ventura: -Wendy, me escapé el día en que nací. Wendy se quedó muy sorprendida, pero interesada y le indicó con los elegantes modales de salón, tocando ligeramente el camisón, que podía sentarse más cerca de ella. -Fue porque oí a papá y mamá -explicó él en voz baja-, hablar sobre lo que iba a ser yo cuando fuera mayor. Se puso nerviosísimo. -No quiero ser mayor jamás -dijo con vehemencia-. Quiero ser siempre un niño y divertirme. Así que me escapé a los jardines de Kensington y viví mucho, mucho tiempo entre las hadas. Ella le echó una mirada de intensa admiración y él pensó que era porque se había escapado, pero en realidad era porque conocía a las hadas. Wendy había llevado una vida tan recluida que conocer hadas le parecía una maravilla. Hizo un torrente de preguntas sobre ellas, con sorpresa por parte de él, ya que le resultaban bastante molestas, porque lo estorbaban y cosas así y de hecho a veces tenía que darles algún cachete. Sin embargo, en general le gustaban y le contó el origen de las hadas. -Mira, Wendy, cuando el primer bebé se rió por primera vez, su risa se rompió en mil pedazos y éstos se esparcieron y ése fue el origen de las hadas. Era una conversación aburrida, pero a ella, que no conocía mucho mundo, le gustaba. -Y así -siguió él afablemente-, debería haber un hada por cada niño y niña. -¿Debería? ¿Es que no hay? -No. Mira, los niños de hoy en día saben tantas cosas que dejan pronto de creer en las hadas y cada vez que un niño dice: «No creo en las hadas», algún hada cae muerta. La verdad es que le parecía que ya habían hablado suficiente sobre las hadas y se dio cuenta de que Campanilla estaba muy silenciosa. -No sé dónde se puede haber metido -dijo, levantándose y se puso a llamar a Campanilla. El corazón de Wendy se aceleró de la emoción. -Peter -exclamó, aferrándolo-, ¡no me digas que hay un hada en esta habitación! -Estaba aquí hace un momento -dijo él algo impaciente-. Tú no la oyes, ¿no? Los dos aguzaron el oído. -Lo único que oigo -dijo Wendy-, es como un tintineo de campanas. -Pues ésa es Campanilla, ése es el lenguaje de las hadas. Me parece que yo también la oigo. El sonido procedía de la cómoda y Peter puso cara de diversión. Nadie tenía un aire tan divertido como Peter y su risa era el más encantador de los gorjeos. Conservaba aún su primera risa. -Wendy-susurró-, ¡creo que la he dejado encerrada en el cajón! Dejó salir del cajón a la pobre Campanilla y ésta revoloteó por el cuarto chillando furiosa. -No deberías decir esas cosas –contestó Peter-. Claro que lo siento mucho, ¿pero cómo iba a saber que estabas en el cajón? Wendy no lo estaba escuchando. -¡Oh, Peter! -exclamó-. ¡Ojalá se quedara quieta y me dejara verla! -Casi nunca se quedan quietas -dijo él, pero durante un instante Wendy vio la romántica figurita posada en el reloj de cuco. -¡Oh, qué bonita! -exclamó, aunque la cara de Campanilla estaba distorsionada por la rabia. -Campanilla -dijo Peter amablemente-, esta dama dice que desearía que fueras su hada. Campanilla contestó con insolencia. -¿Qué dice, Peter? No le quedó más remedio que traducir. -No es muy cortés. Dice que eres una niña grande y fea y que ella es mi hada. Trató de discutir con Campanilla. - Tú sabes que no puedes ser mi hada, Campanilla, porque yo soy un caballero y tú eres una dama. A esto Campanilla replicó de la siguiente manera. -Cretino. Y desapareció en el cuarto de baño. -Es un hada bastante vulgar -explicó Peter disculpándose-, se llama Campanilla porque arregla las cacerolas y las teteras. Ahora estaban juntos en el sillón y Wendy siguió importunándolo con preguntas. -Si ahora ya no vives en los jardines de Kensington... -Todavía vivo allí a veces. -¿Pero dónde vives más ahora? -Con los niños perdidos. -¿Quiénes son ésos? -Son los niños que se caen de sus cochecitos cuando la niñera no está mirando. Si al cabo de siete días nadie los reclama se los envía al País de Nunca Jamás para sufragar gastos. Yo soy su capitán. -¡Qué divertido debe de ser! -Sí -dijo el astuto Peter-, pero nos sentimos bastantes solos. Es que no tenemos compañía femenina. -¿Es que no hay niñas? -Oh, no, ya sabes, las niñas son demasiado listas para caerse de sus cochecitos. Esto halagó a Wendy enormemente. -Creo -dijo-, que tienes una forma encantadora de hablar de las niñas; John nos desprecia. Como respuesta Peter se levantó y de una patada, de una sola patada, tiró a John de la cama, con mantas y todo. Esto le pareció a Wendy bastante atrevido para un primer encuentro y le dijo con firmeza que en su casa él no era capitán. Sin embargo, John continuaba durmiendo tan plácidamente en el suelo que dejó que se quedara allí. -Ya sé que querías ser amable -dijo, ablandándose-, así que me puedes dar un beso. Se había olvidado momentáneamente de que él no sabía lo que eran los besos. -Ya me parecía que querrías que te lo devolviera -dijo él con cierta amargura e hizo ademán de devolverle el dedal. -Ay, vaya -dijo la amable Wendy-, no quiero decir un beso, me refiero a un dedal. -¿Qué es eso? -Es como esto. Le dio un beso. -¡Qué curioso! -dijo Peter con curiosidad-.¿Te puedo dar un dedal yo ahora? -Si lo deseas -dijo Wendy, esta vez sin inclinar la cabeza. Peter le dio un dedal y casi inmediatamente ella soltó un chillido. -¿Qué pasa, Wendy? -Es como si alguien me hubiera tirado del pelo. -Debe de haber sido Campanilla. Nunca la había visto tan antipática. Y, efectivamente, Campanilla estaba revoloteando por ahí otra vez, empleando un lenguaje ofensivo. -Wendy, dice que te lo volverá a hacer cada vez que yo te dé un dedal. -¿Pero por qué? -¿Por qué, Campanilla? Campanilla volvió a replicar: -Cretino. Peter no entendía por qué, pero Wendy sí y se quedó un poquito desilusionada cuando él admitió que había venido a la ventana del cuarto de los niños no para verla a ella, sino para escuchar cuentos. -Es que yo no sé ningún cuento. Ninguno de los niños perdidos sabe ningún cuento. -Qué pena-dijo Wendy. -¿Sabes -preguntó Peter-, por qué las golondrinas anidan en los aleros de las casas? Es para escuchar cuentos. Ay, Wendy, tu madre os estaba contando una historia preciosa. -¿Qué historia era? -La del príncipe que no podía encontrar a la dama que llevaba el zapatito de cristal. -Peter -dijo Wendy emocionada-, ésa era Cenicienta y él la encontró y vivieron felices para siempre. Peter se puso tan contento que se levantó del suelo, donde habían estado sentados y corrió a la ventana. -¿Dónde vas? -exclamó ella alarmada. -A decírselo a los demás chicos. -No te vayas, Peter -le rogó ella-, me sé muchos cuentos. Ésas fueron sus palabras exactas, así que no hay forma de negar que fue ella la que tentó a él primero. Él regresó, con un brillo codicioso en los ojos que debería haberla puesto en guardia, pero no fue así. -¡Qué historias podría contarles a los chicos!-exclamó y entonces Peter la agarró y comenzó a arrastrarla hacia la ventana. -Wendy, ven conmigo y cuéntaselo a los demás chicos. Como es natural se sintió muy halagada de que se lo pidiera, pero dijo: -Ay, no puedo. ¡Piensa en mamá! Además, no sé volar. -Yo te enseñaré. -Oh, qué maravilla poder volar. -Te enseñaré a subirte a la ventana y luego, allá vamos. -¡Oooh! -exclamó ella entusiasmada. -Wendy. Wendy, cuando estás durmiendo en esa estúpida cama podrías estar volando conmigo diciéndoles cosas graciosas a las estrellas. -¡Oooh! -Y, oye, Wendy, hay sirenas. -¡Sirenas! ¿Con cola? -Unas colas larguísimas.