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Universidad de Concepción Integrantes: Emilio Castillo Alexandre y Silvana Calderón

Facultad de Ciencias Sociales Pedrero.


Departamento de Sociología
Profesores: Claudio González y Camila González.

Informe de Desarrollo Rural en Chile


Sociología Rural
Introducción:

La sociología rural se enfoca en la observación y análisis de sociedades


-tradicionalmente- alejadas de zonas urbanas, donde se practican actividades agropecuarias
como cotidianeidad, y que obedecen a construcciones sociales específicas de la ruralidad,
con modos de relacionarse, tradiciones, creencias y comportamientos particulares, que
dependerán de los procesos históricos que hayan experimentado los pobladores y
pobladoras, los recursos y la geografía. El concepto de ruralidad tradicional, ha sido
superado por la realidad (Gómez, 2002), pues las dinámicas que se despliegan a partir de
las economías neoliberales, como la globalización no tan solo económica sino que cultural,
social y relacional, sumado al avance tecnocientífico y la incorporación de nuevas
herramientas agrarias, han transformado la concepción de ruralidad, los procesos y las
relaciones internas y externas con la urbanidad.
“La forma como se definió la ruralidad tradicional así como la definición de la
nueva ruralidad obedecen a construcciones sociales que corresponden a determinadas
situaciones históricas que deben ser consideradas” (Gómez, 2002, p.2). La concepción de lo
rural, ya no puede concebirse solo como una oposición a lo urbano, pues los territorios
agrarios de Latinoamérica han experimentado intensos procesos de modernización
capitalista desde la revolución industrial. Lo que entendemos como campo, cambia, y
también la relación entre los núcleos urbanos y la producción agrícola y ganadera de las
zonas rurales (Concha et al, 2012). Pero a este concepto de nueva ruralidad está poco
teorizado. “Las transformaciones productivas resultantes del despliegue del capitalismo
agroindustrial, han generado procesos de flujo e intercambio entre lo rural y lo urbano”
(Concha et al, 2012, p.1).
Hacer ciencias sociales sobre la ruralidad, considera analizar cómo el modelo de
libre mercado ha transformado e influenciado a la modernización de maquinaria para
producción de alimentos, cómo ha creado nuevas relaciones entre los campesinos y los
núcleos urbanos, cómo se han ido ocupando los espacios “vacíos” con construcciones más
posmodernas, y también debe considerar cómo el contexto histórico mundial ha generado
interdependencias y nuevas relaciones gracias a las tecnologías de la información.
“En la medida en que el mundo agrícola tecnificado y capitalista requiere de
servicios localizados en la ciudad, y la dinámica económica de una ciudad en una región
agroindustrial se basa fuertemente en el empleo generado directa o indirectamente desde los
sectores rurales. Esta interdependencia no solo reduce el aislamiento, sino que
consecuentemente, permite la penetración en la ruralidad del modo de vida urbano y su
cultura (y viceversa)” (Ibidem, p.2).
El concepto de nueva ruralidad ha sido teorizado por algunos autores como Norman
Long, quien destaca la importancia del significado de las cosas desde el punto de vista de
los actores, “como una construcción social sujeta a constantes negociaciones entre los
actores sociales” (Gómez, 2002, p.3). Es decir, los objetos por si solos no tienen un valor,
sino que es el sujeto que interactúa con el objeto, quien le otorga un significado. Entrena
Durán aporta a esta idea diciendo que las construcciones sociales del mundo rural,
obedecen a contextos y procesos históricos únicos, y se deben ubicar dentro de esas
construcciones temporales.
Con la inminente globalización, una cosa estaba clara: no solo las ciudades se verían
influenciadas, sino que todos los rincones del planeta donde seres humanos hubiese. Por lo
mimos, la ruralidad no puede estudiarse desde definiciones que no incluyan las prácticas
contemporáneas.
De acuerdo con Kay (2008), hay tres características que considera la nueva
ruralidad para contextualizarse en el mundo moderno: primero la diversificación económica
en el ámbito rural; sumado a las estrategias de gestión necesarias para alcanzar metas de
desarrollo rural (como la competencia económica, disponibilidad de recursos naturales,
sustentabilidad ambiental, y la equidad de género); y por último la concepción de un
proyecto post-capitalista que además sea comunitario.
La idea de aceptar la globalización sociocultural y tecnológica, es que se piensen en
prácticas que impulsen la calidad de vida de campesinos y campesinas, y en general de
habitantes de las zonas rurales (que no necesariamente trabajan la tierra). Desde la
sociología analítica, tener 2 enfoques, uno local y el otro global, para así comprender los
procesos generales y estructurales de la producción económica y de las instituciones,
respecto de cuánto y cómo crean condiciones particulares en cuanto a recursos, actores
sociales, marcos de conocimiento y formas locales de organización. (Ruíz y Delgado,
2008). Se puede afirmar que las estructuras económicas y las políticas globales no pueden
por sí solas configurar las dinámicas de los espacios globales, así como tampoco se pueden
aislar analíticamente a las actividades y agentes locales, sino que coexisten y por tanto
interactúan.
En el caso de Chile, la ruralidad se vio ampliamente transformada durante la
Reforma Agraria, proceso que se vivió en varios puntos del territorio latinoamericano y El
Caribe, pero que en el país fue un proceso democrático bajo 3 gobiernos distintos. Desde
1962 se comenzó a vivir una intensa sindicalización campesina y activismo político,
producto de la Reforma, la expropiación y la repartición de tierras.
“La reforma agraria fue planteada como una política de distribución territorial,
orientada a integrar y organizar el campesinado. Incluso se aspiraba a la formación de un
segmento de productores agrícolas, con capacidad productiva, a fin de contrarrestar las
inequidades que existían entre la población rural. En términos estrictamente económicos,
con la reforma se pretendía una mayor racionalización y un aumento de la producción
agrícola, con el fin de revertir el déficit que venía registrando la agricultura para la
generación de bienes alimenticios” (Avendaño, 2017, p. 25).
Más tarde, durante la Dictadura Militar de Augusto Pinochet (1973-1979) se vivió
un proceso de contrarreforma agraria, que implicó “el desmantelamiento del aparato estatal
de apoyo al proceso de reforma agraria y del movimiento campesino y sus organizaciones
reivindicativas y productivas. Lo anterior acompañado de cambios en la estructura de
tenencia de la tierra y de organización. Todo esto en el marco de un nuevo modelo de
desarrollo social y económico” (Ibidem, p.12). El modelo capitalista se instala y Chile entra
en los juegos de la economía mundial; las zonas rurales se ven afectadas por las políticas de
propiedad privada, libre competencia, apertura al comercio exterior y poca intervención
estatal.
“En 1979 el Estado había privatizado el 100% de los aproximadamente 7 millones
de hectáreas previamente expropiadas, ya sea a través de restituciones (28%), asignación a
parceleros (52%), y transferencias y licitaciones (20%)” (Ibidem, p.13).
El proceso de privatización generó nuevos actores sociales como pequeños
parceleros, propietarios de grandes predios agrarios y el sector empresarial enfocado a
actividades forestales y frutícolas. Sin embargo, las practicas económicas en sectores
rurales están poco reguladas, por la falta de una política nacional amplia para el desarrollo
rural.
Según los datos de la OCDE, en las últimas décadas, Chile ha experimentado un
importante proceso de modernización, que ha conducido a una mayor prosperidad
económica y a una reducción de la pobreza. Además de las ventajas geográficas del largo y
variado territorio, las condiciones para impulsar el desarrollo rural son bastantes favorables.
Pese a ello, las políticas de crecimiento económico se destinan a otros sectores productivos
como la minería. El crecimiento económico también fue de la mano con la desigualdad
socioeconómica entre regiones.
En el presente informe se pretende reunir antecedentes sobre la realidad actual de
las zonas rurales en Chile, su desarrollo y producción. Analizando los actores sociales que
se involucran en las actividades rurales, y las políticas públicas desplegadas para el
desarrollo de las comunidades rurales y su mejora en las condiciones de vida vinculadas a
un contexto mundial y local.

¿Qué tipo de desarrollo rural se lleva a cabo?

Para entender el carácter del desarrollo rural que actualmente se persigue


institucionalmente en Chile, se hace necesario entender el contexto histórico pasado y la
transformación de la relación entre la institucionalidad y el mundo rural. Al respecto, hay
que comenzar aclarando cómo es entendido lo rural institucionalmente a día de hoy;
expresado en el informe gubernamental “Política nacional de desarrollo rural (2014-
2024)”,  desde donde se define la situación actual del entendimiento de lo rural como lo no
urbano (INE), el criterio para definir su condición se fija en un límite de 2.000 habitantes
por localidad poblada, siendo ésta su unidad de análisis. Según esta definición en 2012,
2.171.745 personas viven en localidades rurales (13,1% de la población nacional)” (OCDE,
2016). A su vez, el informe reconoce que dicha definición se encuentra desfasada de la
realidad chilena, admitiendo que usando “nuevos criterios y conceptos asociados con la
ruralidad y validados internacionalmente, la cifra de ruralidad en el país duplica y casi
triplica las actuales cifras oficiales. Por tanto, la forma actual de cuantificarlo subestima
significativamente el tamaño efectivo de la población rural y minimiza la magnitud de esta
realidad” (OCDE, 2016).

¿Cómo se ha llegado a esta definición moderna de ruralidad, desfasada y no atingente a la


realidad nacional?

En primer lugar, el discurso sobre la racionalización del territorio rural empieza a


adquirir consistencia en el marco de la guerra fría, debido a la devastación provocada por la
Segunda Guerra Mundial,  que provoco que los países involucrados en ella debieran
generar mecanismos para recomponerse. En este contexto surge la ordenación del territorio
en los países industrializados europeos, como una herramienta de política pública
típicamente utilizada por el estado de bienestar con el objeto de mejorar las condiciones y
calidad de vida de las personas. Sin embargo, con el tiempo el instrumento de ordenación
territorial se ha ido configurando en un carácter más político que técnico, en el cual se
refleja el proyecto país que una nación desea. Es importante considerar que en Chile -y en
Latinoamérica en general- la ordenación del territorio empieza por dicha época fuertemente
influenciada por la Alianza para el Progreso, cuyo benefactor (Estados Unidos) buscaba
influenciar en la región latinoamericana, con el fin de evitar la instalación de regímenes
comunistas. En vistas de una situación proclive a la misma, sobre todo por la permanencia
en la estructura social rural del llamado “«complejo latifundio–minifundio» en el que se
apreciaba una gran concentración de la tierra en haciendas y fundos bajo el poder de
oligarquías terratenientes de distinto calibre (nacionales y locales), que mantenían bajo su
«poder y subordinación» (Bengoa, 1988) a empleados, inquilinos, obreros agrícolas y otros,
teniendo también bastante influencia política y económica en los poblados rurales.

“Coexistiendo con este tipo de unidades productivas, a lo largo del país figuraban
campesinos, pescadores artesanales, comunidades agrícolas, asentamientos mineros y
comunidades indígenas. No se puede dejar de mencionar la existencia de un número
considerable de población que circulaba sin residencia fija alrededor de las unidades de
producción, que fue dando origen a un peonaje rural desarraigado y a un proletariado
industrial (Salazar, 1989)” (Pezo, 2007).

Frente a dicho contexto, se discutió cuáles eran las razones que impedían el
desarrollo en estos países; y como parte del paradigma vigente de la “modernización”, se
consideró que existía la posibilidad de encarar un pasaje pacífico de las sociedades
“tradicionales” al mundo desarrollado, adoptando sus formas y modelos de desarrollo, de
consumo y de producción. En pos de este objetivo, fue impulsada la Reforma Agraria,
aplicada por el Estado chileno entre 1965 y 1973, la cual fue una “estrategia política y
económica que terminó con el latifundio –ya deteriorado en aquel entonces- e intentó
promover un campesinado que optimizará la producción agrícola, para mejorar con ello la
distribución de ingresos, el mercado interno y el de desarrollo industrial (Barril, 2002), y
así profundizar la estrategia de desarrollo que venía impulsando el Estado chileno desde los
años treinta. Como ya se sabe, este proceso fue estancado por la irrupción de la Dictadura
Militar, la cual al implementar un modelo económico totalmente distinto al de los gobiernos
anteriores, caracterizado por la liberalización del Estado y por la búsqueda de equilibrio
monetario a través de una apertura al libre mercado, inició un proceso de contrarreforma
que suprimió regresivamente lo previamente realizado, y que se expresó “en la devolución
de importantes extensiones de tierras, expropiadas legalmente por los gobiernos
constitucionales anteriores a sus antiguos dueños; en la asignación individual y a precios de
mercado de las tierras no devueltas, a campesinos depurados de pasado político dudoso, sin
acompañar esta entrega de los capitales esenciales para su explotación; y en la supresión a
toda restricción al establecimiento del mercado libre de la tierra, incluidos los derechos
históricos de las comunidades indígenas a su tierra” (Echenique, 1984, p.3).

Actualmente, el desarrollo rural está enfocado al diseño e implementación de


políticas amplias e integrales que mejoren las condiciones de vida de las zonas rurales,
considerando el potencial en crecimiento de los territorios, adoptando prácticas en función
de las necesidades de cada región, y orientadas no solo al sector agrícola, sino que integrar
diversos elementos que impulsen el crecimiento económico. Modernizar el enfoque de las
políticas públicas, y así incrementar los niveles de desarrollo. Dirigir la atención hacia
problemáticas agropecuarias y asociarlas a los contextos sociales de la ruralidad, que
actualmente presentan una gran diversificación y creciente interrelación con los núcleos
urbanos. Según la OCDE (2016) “las políticas rurales deberían adoptar una visión más
amplia y, donde sea relevante, contribuir a las sinergias con las áreas urbanas para asegurar
que las regiones rurales aprovechen su potencial de desarrollo. El avanzar en esta dirección
movilizaría mejor los bienes y recursos de las regiones rurales y, en última instancia,
llevaría a niveles más altos de productividad, mejorando los estándares y la calidad de
vida” (p.85).

Actores públicos y privados que participan

Las nuevas políticas económicas de ajuste estructural del Estado, afectaron el


desarrollo rural y las políticas sociales destinadas a ello. Según Llambí (1995), por una
parte la pérdida de control y un papel debilitado del Estado en temas de intervención
económica, y por el otro, un giro de enfoque que transformó la percepción del desarrollo y
el progreso. Esto provocó que las políticas sociales tuvieron un freno por consecuencia del
nuevo orden económico mundial. Por lo tanto, hay una gran presencia de actores privados
en el desarrollo rural chileno.

“El escenario neoliberal que caracteriza actualmente a la ruralidad chilena desde la


dictadura se expresa, sobre todo a partir de los años 80, en nuevas estructuras de
producción diversificada, dependientes más de dinámicas y exigencias del mercado que de
una estrategia de desarrollo del Estado, diferenciadas notoriamente entre a) grandes
empresas altamente modernizadas, vinculadas a la exportación y a los sistemas
agroalimentarios mundiales, que provienen de otros sectores económicos del país o bien de
inversiones transnacionales, b) grandes unidades de producción medianamente
modernizadas y orientadas principalmente al mercado nacional y a la agroindustria, y c)
pequeños productores familiares orientados al consumo directo y al mercado local o
nacional, en rubros de baja rentabilidad, en relación asimétrica con cadenas productivas y
de comercialización, en situación de pobreza, bajos niveles educacionales y marginación de
la modernización agrícola (según INDAP6 , 278.000 unidades, compuestas por 1.200.000
personas aproximadamente)” (Pezo, (2007). 

Por lo expresado, se podría objetar que pese a la estabilidad, y buen inicio del
crecimiento chileno desde el retorno a la democracia, “mucho de este crecimiento
económico ha surgido por la habilidad por parte de las empresas extractivas y los
procesadores de la primera etapa de estos recursos. Estas industrias, esencialmente rurales,
apoyan el desarrollo urbano y los esfuerzos del gobierno por mejorar las condiciones
sociales de los chilenos. Sin embargo, la habilidad del gobierno para garantizar un
crecimiento adicional en las industrias primarias y para proporcionar una mejor calidad de
vida en todas partes del territorio nacional se ve limitada por la falta de una política
nacional amplia para el desarrollo rural” (OCDE, 2016).

De esta forma, pese a que chile en los últimos tiempos se ha centrado en crear un
reconocimiento legal y responsable frente al desarrollo rural, tomando medidas como el
adoptar la definición de la Carta Europea, “señalando que tanto los métodos como los
instrumentos de planificación que se apliquen se desprenderán del conjunto de valores
sociales, de orientaciones políticas nacionales y regionales, y de condiciones económicas y
ambientales propias de los territorios que han sido contenidas en las respectivas Estrategias
de Desarrollo Regional” (Belemmi, 2015); o también impulsando cambios en la
constitución que consideraran la planificación armónica de lo rural. Dicho “reconocimiento
legal no es pleno ya que se trata de leyes que se enfocan, más bien, en la planificación física
y urbana y no en la visión integral de nuestro territorio. Es decir, a pesar de existir
reconocimiento constitucional sobre la necesidad de un desarrollo territorial armónico (lo
que implica ir más allá de la planificación física) no hay una correlación de ello a nivel de
Instrumentos de Ordenamiento Territorial, sobre todo considerando que no poseemos un
plan nacional con carácter vinculante que mire de manera integral el territorio” (Ídem).

Es en este escenario que ocurren ambivalencias a nivel de desarrollo y regulación


sobre lo rural, considerando que a nivel jurídico “la forma que existe de planificar es en
base a instrumentos de planificación territorial, los que están orientados hacia la regulación
de las áreas urbanas del país, descuidando las áreas rurales” (Ídem). Por otro lado, es
pertinente considerar que la potestad que posee la administración, representada por el
MINVU (ministerio de vivienda y urbanismo), quien actúa a través de la LGUC (Ley
general de urbanismo y construcción) y el OGUC (ordenanza general de urbanismo y
construcciones), para la “dictación de instrumentos de planificación territorial es de carácter
discrecional, lo que quiere decir, en palabras de los profesores García de Enterría y
Fernández que “es esencialmente una libertad de elección entre alternativas igualmente
justas, o, si se prefiere, entre indiferentes jurídicos, porque la decisión se fundamenta
normalmente en criterios extrajurídicos (de oportunidad, económicos, etc.) no incluidos en
la Ley y sometidos al juicio subjetivo de la Administración” (Ídem). Dicho de otra forma,
la “administración tiene una potestad sin todos sus elementos reglados, teniendo un margen
de movimiento mayor que le permite adaptar los instrumentos a las necesidades de la
contingencia nacional. Sin embargo, pese a la atribución de esta potestad, la
Administración en algunos casos, no ha hecho uso de ella. Un ejemplo es que el país estuvo
14 años sin la dictación de una Política Nacional de Desarrollo Urbano y que a la fecha, no
existen Planes Regionales de Desarrollo en todas las comunas” (Ídem).

Esto ha derivado en que sea el mercado del suelo el que en la mayoría de los casos,
determine el devenir del territorio nacional, y no las comunidades que habitan dichos
territorios. La construcción de estructuras y condiciones que sustenten el desarrollo rural en
Chile, es limitada por las relaciones entre el Estado y el modelo de desarrollo neoliberal, lo
que conlleva que la gestión pública y las políticas sociales sean restringidas, tuteladas por
las entidades que concentran el poder y el control económico, lo que genera un gran
problema de distribución de ingresos, la cual se ve sobrepasada por una política de
planificación que no les considera con la autoridad para decidir sobre el desarrollo de su
territorio, delegando dicha responsabilidad a autoridades centralizadas que funcionan en
aras del desarrollo estratégico sobre una visión caduca de progreso, la cual por el contrario,
profundiza la desigualdad del país.

¿Qué retos a la gobernanza y la formulación de políticas se plantean?


Debido al progreso tecnológico y avances en maquinarias para agilizar los procesos
de cosecha y siembras -por ejemplo-, el desarrollo rural en Chile es un desafío a la política
actual.
“Debido a que la definición conceptual de lo rural adoptada por Chile abarca
solamente aquellos lugares, empresas y viviendas que requieren intervenciones específicas
para conectarlos mejor con los mercados y el territorio urbano, se asocia lo rural con
desventaja” (OCDE, 2016, p.15). Como consecuencia, los recursos para el desarrollo rural
los posee el sector privado, donde las empresas se enfocan en la producción en masa y
rentable, y no en el rol social del trabajo agropecuario y su influencia en los trabajadores y
pobladores.
Además, los niveles de desigualdad socioeconómica en Chile golpean más
fuertemente a 3 sectores sociales, esto son los pobres (urbanos y rurales) y los pueblos
originarios. Un gran porcentaje de la población indígena también vive en un hábitat
clasificado como rural. La desigualdad económica entre regiones también es un problema
no resuelto, ya que una gran cantidad de recursos para proyectos se destinan a la región
Metropolitana, o sea un país centralizado, porque hay otras regiones que necesitan más
recursos que no llegan. La geografía del territorio es diversa y eso tiene beneficios y
consecuencias, las actividades económicas son diversas y la densidad de población se
concentra en pocas áreas geográficas, por lo que es necesaria una regulación estatal para
desarrollar proyectos y apoyar a los campesinos, aprovechando los recursos de las zonas,
generando empleos y modernizando maquinarias. “Esto presenta un desafío para desarrollar
y administrar las conexiones entre las personas, empresas y regiones a lo largo del país, así
como para proporcionar bienes y servicios en todo el territorio, especialmente en las zonas
remotas” (OCDE, 2016, p.13).
Desde comienzos de siglo, se ha vivido la globalización en el país, lo que ha
provocado un proceso cada vez más acelerado de transformación estructural y de
modernización. El todo (sistema) se ha transformado a nivel mundial debido a las
ideologías hegemónicas, y por tanto las partes (estructuras) también son afectadas. Las
áreas rurales en el país, hoy tienen una variedad de características y desafíos económicos
que con más apoyo monetario y de acompañamiento, lograrían sortearse para impulsar
mejoras en la calidad de vida de las zonas rurales; aprovechando las oportunidades que
brindan las tecnologías de la información y los dispositivos para acceder a ellas. El mayor
desafío de los organismos gubernamentales en este momento, o incluso para considerar a
futuro, -ya que estamos viviendo una época de intensos cambios estructurales a la política,
con una Convención Constitucional que redactará una nueva Constitución para el país,
gracias a intensas jornadas de protestas a lo largo de todo el territorio-, es adaptar los
cambios globales a la localidad, pensando en las necesidades de los habitantes, con la
finalidad de asegurar que la implementación de políticas sea efectiva y aborde los
problemas correctos.
“Actualmente Chile carece de una política rural formal, en el sentido utilizado por la
OCDE -es decir, con un enfoque territorial integral para el desarrollo de las regiones rurales
de un país” (Ibidem, p.14). No hay un programa rural efectivo en marcha. Lo que sí existe,
según los datos de la OCDE (2016) son algunas políticas sectoriales enfocadas a zonas
rurales, como actividades basadas en extracción y transformación de materias primar,
recursos naturales, y que para ello existen políticas específicas para la prestación de
servicios públicos en áreas rurales.
Las políticas económicas con respecto al tamaño comercial de las empresas, donde
las que están integradas al mercado mundial prevalezcan sobre aquellas empresas más
pequeñas. Esto hace que sea difícil aplicar las existentes políticas sectoriales, en una sola,
amplia e integral programa de desarrollo rural. Sumado a la centralización, el panorama
actual no es tan favorable.
“Los ministerios nacionales concentran funciones estratégicas, proponiendo y
monitoreando políticas y normas. Al mismo tiempo, la ejecución de las políticas es
mayoritariamente llevada a cabo por agencias públicas subnacionales (servicios públicos)
ligadas a y dependientes administrativamente de los ministerios nacionales. A pesar de ello,
dichas agencias están lideradas por un director designado y gozan de un alto grado de
autonomía sobre el uso de recursos y la implementación de políticas en su jurisdicción. En
este contexto, las políticas de desarrollo rural, por lo general, se diseñan a dé través de
procesos desde arriba hacia abajo, a veces sin la debida consideración por las
particularidades, prioridades y realidades territoriales” ((OCDE, 2009; SUBDERE, 2013)
citado en OCDE, 2016, p.16).
A partir de estos antecedentes, la OCDE plantea que para elaborar una política
efectiva, amplia, integral y contextual, se necesita primero que todo actualizar la definición
de territorio rural. Eso cambiará los límites y características que estructuran lo que
conocemos como “ruralidad”, pero se adaptarán a los cambios históricos vividos. “La
definición actual restringe las áreas rurales solamente a superficies con muy baja densidad
de población y bajos indicadores socioeconómicos (por ejemplo, capital humano) o, puesto
de manera simple, asocia lo rural con el declive económico y social. Esta definición va en
contra de la significativa riqueza que actualmente se produce en estas zonas en Chile y que
impulsa el crecimiento de las exportaciones” (Ídem).
Reconocen que existen 3 tipos de regiones rurales en chile, y cada una posee una
relación complementaria con ciertas actividades urbanas. Por tanto hay que enfocarse en las
principales fuentes de dinamismo económico en cada una.
“La gran mayoría del territorio rural encaja dentro de una situación intermedia,
donde los componentes urbanos y rurales de una región se encuentran mejor equilibrados
en términos de capacidades y donde existen rentabilidades potenciales muy grandes que se
pueden obtener a partir de la coordinación” (Ibidem, p.18). Si bien es cierto la
modernización de las economías conlleva a que el crecimiento pase a ser liderado por las
áreas urbanas, y ya no por las áreas rurales, estas últimas se verán beneficiadas -aunque en
última instancia- por la modernización, lo que se traduce en posibilidades para impulsar el
desarrollo.
“A medida que se avanza, las personas continuarán migrando de las áreas rurales
hacia las ciudades mientras les sea beneficioso, a pesar de que para mucha gente las
mejores oportunidades de éxito económico están en las áreas rurales, si es que ese entorno
brinda empleo en empresas comercialmente viables. Chile ya depende de manera
significativa de empresas que están ligadas al territorio rural para la mayor parte de sus
exportaciones. Dicho fenómeno se da a pesar de no contar con una política rural efectiva.
Con una política rural más efectiva, debería observarse un mejor desempeño de estas
empresas y una mejor calidad de vida en las regiones rurales” (Ibidem, p. 20).
Debido a la geografía y las problemáticas ya planteadas, se necesita que la política
sea además flexible, porque serán diversas las naturalezas de los problemas de cada sector.
Para ello, darles poder e importancia a las regiones, hará que haya más espacios de atención
a las áreas rurales de cada región. Otorgarle más poder a las municipalidades locales y se
mejoren los servicios públicos y la accesibilidad a ellos.
Redefinir la ruralidad y aceptar las influencias globales dentro de las localidades
rurales, ayudará a avanzar hacia una evolución de una estructura sólida de gobernanza
regional, fortaleciendo los acuerdos entre los actores sociales regionales y los distintos
niveles de gobierno, con el fin de establecer un sistema más equitativo, menos centralizado,
más integral y menos reduccionista. Para la OCDE, los nuevos retos de la gobernanza
tienen que ver con “la necesidad de más políticas territoriales diseñadas en base a las
especificidades territoriales, la vulnerabilidad ante los desequilibrios regionales y la
necesidad de pasar de “políticas sectoriales agrícolas, a programas de desarrollo rural más
integrales”. Al mismo tiempo, el informe destaca que el país “se encamina gradualmente
hacia un modelo que otorgue mayor “voz” a las regiones” (p.85).

Referencias Bibliográficas
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Gómez, S, (2004). Nueva ruralidad (fundamentos teóricos y necesidad de avances
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Cooperativismo Agrario, 8, 141-164.
Llambí Insua, Luis, & Pérez Correa, Edelmira (2007). Nuevas ruralidades y viejos
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Ruíz, N. y Delgado, J., 2008. Territorio y nuevas ruralidades: un recorrido teórico sobre las
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