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Se han hecho esfuerzos considerables, actualmente y en el pasado, por reducir las desigualdades de
ingresos. Son muchos los que se declaran dispuestos a sacrificar el crecimiento económico para reducir las
desigualdades. Los resultados alcanzados sugieren que dichos esfuerzos están fundamentalmente mal
orientados, y esto es así porque en el mundo se constata que la desigualdad de rentas en general no es
sinónimo de desánimo ni de menor bienestar. En los países en vías de desarrollo es más bien la desigualdad
la que genera felicidad. Lo cual incita a pensar que los esfuerzos que realizan actualmente instituciones
internacionales como el Banco Mundial con el fin de reducir las desigualdades de renta son potencialmente
nocivos para el bienestar de los ciudadanos de los países más pobres.71
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investigadores intentan rehuir cualquier cuestionamiento de tipo cultural, histórico o
ideológico invocando la clásica dicotomía entre ciencia y valores: puesto que su enfoque
es científico, el retrato que hacen del individuo feliz es, según ellos, perfectamente
neutro y objetivo, y está exento de connotaciones morales, éticas e ideológicas.
Semejante afirmación, sin embargo, contrasta plenamente con la estrecha relación que
los científicos de la felicidad dicen haber descubierto entre la felicidad humana y el
individualismo, tal y como se desarrolla en el siguiente capítulo.
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CAPÍTULO
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Reavivar el individualismo
FELICIDAD Y NEOLIBERALISMO
El neoliberalismo debería entenderse como algo más amplio y más esencial que una
simple teoría política de las prácticas económicas. Como ya hemos apuntado en otro
lugar,1 debería considerarse como un nuevo estadio del capitalismo caracterizado por, al
menos, las siguientes cuestiones: 1) la extensión implacable del campo de la economía a
todas las esferas de la sociedad;2 2) la creciente imposición de criterios tecnocientíficos
en las esferas política y social;3 3) el refuerzo de los principios utilitaristas de la eficacia
y de la maximización de los beneficios privados;4 4) el aumento exponencial de la
incertidumbre laboral, la competencia en el mercado, la toma de riesgos, y la
flexibilización y descentralización organizacional;5 5) la mercantilización creciente de
las dimensiones simbólicas e inmateriales, incluidas las identidades, los sentimientos y
los estilos de vida;6 y 6) la consolidación de un ethos terapéutico que coloca la salud
emocional7 y la necesidad de realización personal en el centro del progreso social y de
las intervenciones institucionales.8 Más importante aún, el neoliberalismo ha de
entenderse como una filosofía individualista focalizada esencialmente en el yo, y cuyo
postulado antropológico principal puede resumirse, según Nicole Aschoff, en la asunción
de que «todos somos actores independientes y autónomos que, unidos por el libre
mercado, construimos nuestro propio destino haciendo sociedad por el camino».9 De ahí
que debamos analizar el neoliberalismo no solo desde el punto de vista de sus rasgos
estructurales, sino también del de sus postulados infraestructurales, por utilizar una
expresión de Herbert Marcuse. En otras palabras, debemos interesarnos por sus máximas
éticas y morales, según las cuales todos los individuos son (y deberían ser) libres,
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