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Turner y el mar

Esteban Ierardooctubre 14, 2020


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Joseph Mallord William Turner (1775-1851), el gran pintor inglés de paisajes. Además del
óleo, cultivó intensamente la acuarela. Pintó más de 20.000 obras. Hijo de un fabricante de
pelucas y barbero, elevó la pintura paisajística a una alta cima. Se lo caracteriza como “el
pintor de la luz”, pero debemos ir más allá para apreciar su obra.

John Ruskin, el gran crítico de arte, describió a Turner como el artista “que más
conmovedoramente y acertadamente puede medir el temperamento de la naturaleza”. En
Londres, a la vera del Támesis, inició su habilidad con los pinceles. A sus tempranos 15
años fue aceptado en la Royal Academy of Art. Sir Joshua Reynolds, uno de los más
influyentes pintores ingleses del siglo XVIII, presidente entonces de la Real Academia, lo
aceptó e integró definitivamente al mundo artístico más celebrado.

En 1839, pintó una de sus grandes obras, acaso su preferida: El Temerario remolcado a su
último atraque para el desguace, óleo hoy en la National Gallery de Londres. Turner fue
testigo del final de HMS Temerarie. Un navío de línea de la Royal Navy que participó en
las guerras napoleónicas, en bloqueos y escoltas. Finalmente dado de baja, fue remolcado
desde la desembocadura del Támesis a un astillero para su desguace. En 2005, fue elegido
como el mejor cuadro inglés en una votación pública que organizó la BBC.

Un buque antes orgulloso de la Marina Real Británica, en el ocaso de la tarde, envuelto en


colores crepusculares, emprende su viaje final hacia la muerte. Símbolo de la vejez, de la
despedida de la vida, y también de la modernidad de la máquina a vapor que desplaza a la
otrora gloriosa embarcación a vela.

Turner fue gran viajero, recorrió intensamente Europa. Francia, largos periodos en Paris,
para estudiar en el Louvre, Suiza, Roma y Venecia. De su amor por la ciudad de los canales
dan cuenta muchas de sus obras que capturan, entre colores y atmósferas intimistas, la
Basílica de San Marcos, el Gran canal o el canal de la Giudecca, y otros sitios venecianos.
A su muerte legó una importante fortuna para ayudar a los que él llamaba “artistas
desmoronados”.

El arte de Turner respira lo sublime romántico. La filosofía de lo sublime que venera el


poder de la naturaleza, su inmensidad, o su furia que fácilmente aniquila al ser humano. De
ahí sus numerosas telas de naufragios y fuegos. En Aníbal atravesando los Alpes (1812) se
disuelven los puntos de referencia dados por líneas horizontales, verticales o diagonales, y
lo que domina son arcos y conos irregulares de nubes negras que ensombrecen el cielo
entre nieve y un sol crepuscular. Y el ejército de Aníbal fuera del primer plano, en la
distancia, En el cuadro, los poderes naturales se manifiestan por lo sombrío, lo caótico.
El poder de la naturaleza así expresado debería, en algún momento, deshacer las formas,
iniciar una desmaterialización del paisaje. Ese proceso es el que asoma, ya nítidamente, en
las obras de Turner Tormenta de nieve sobre el mar (1842) o Lluvia, vapor y velocidad. El
gran ferrocarril del Oeste (1844).

Por eso Turner no es solo “pintor de la luz” sino también transformador de las formas
reconocibles, porque en su arte las potencias antes solo exteriores de la naturaleza no son ya
solo una fuerza visible. Por lo difuminado y neblinoso de su pintura, lo visionario en Turner
parece llevarnos hacia el trasfondo de la materia misma, hacia la energía que no puede ser
contenida ya por líneas rectas y claras. Así su pintura trasciende el naturalismo y lo
figurativo, y se acerca a lo abstracto e informal.

Muchas de sus acuarelas reflejan también esa mirada pre-abstracta, con colores que no son
los que pintan alguna forma, algún cuerpo, sino una vida casi pura, casi liberada de las
figuras. Algunas de sus acuarelas con la descomposición de las formas bien podrían ser
confundidas con algún cuadro de Mark Rothko.

Esa travesía de la figuración a la semi-abstracción no fue comprendida en su momento. Por


eso sus obras de este estilo fueron denominadas fantastic puzzles (rompecabezas
fantásticos).

Pero si volvemos a la pintura previa a la cuasi-abstracción de Turner regresamos a su


expresión de la naturaleza poderosa. Por ejemplo, a través de la fuerza violenta del mar…

De nuevo entonces se desata la tormenta, la ola, la furia, ningún faro se ve. El marino frente
a la ira del océano. Y el pintor lo pinta primero en su mente, mientras camina por Londres,
y después en un lienzo. Y en el bote del lienzo se aprietan los náufragos, sobrevivirán o
morirán, pero no dejarán la nueva ola en el cuadro que veo en el celular, en la mesa con un
café: mientras, cerca, siento a Turner y el mar profundo, enojado, la tormenta, el agua,
aquel color.

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