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Omnipotente, santísimo,
Altísimo y sumo Dios,
Padre santo y justo,
Señor rey de cielo y tierra,
Te damos gracias por ti mismo,
Pues por tu santa voluntad,
Y por medio de tu único Hijo
Con el Espíritu Santo,
Creaste todas las cosas espirituales y corporales,
Y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza,
Nos colocaste en el paraíso.
Y nosotros caímos por nuestra culpa.
Y te damos gracias porque,
Al igual que nos creaste por tu Hijo,
Así, por el santo amor con que nos amaste, quisiste
Que él, verdadero Dios y verdadero hombre,
Naciera de la gloriosa siempre Virgen
Beatísima Santa María,
Y que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos
Por su cruz, y sangre, y muerte.
Y te damos gracias porque este mismo Hijo tuyo
Ha de venir en la gloria de su majestad a arrojar
Al fuego eterno a los malditos,
Que no hicieron penitencia y no te conocieron a ti,
Y a decir a todos los que te conocieron y adoraron
Y te sirvieron en penitencia:
Venid, benditos de mi Padre; recibid el Reino
Que os está preparado desde el origen del mundo.
Y porque todos nosotros, míseros y pecadores,
No somos dignos de nombrarte, imploramos
Suplicantes que nuestro Señor Jesucristo,
Tu Hijo amado, en quien has hallado complacencia,
Que te basta siempre para todo y por quien tantas
Cosas nos has hecho, te dé gracias de todo
Junto con el Espíritu Santo Paráclito
Como a ti y a él mismo le agrada. ¡Aleluya!
Y a la gloriosa madre
Y beatísima siempre Virgen María,
Omnipotente, eterno,
Justo y misericordioso Dios,
Concédenos, por ti mismo, a nosotros, miserables,
Hacer lo que sabemos que quieres
Y querer siempre lo que te agrada,
A fin de que, interiormente purificados,
Iluminados interiormente
Y encendidos por el fuego del Espíritu Santo,
Podamos seguir las huellas de tu amado Hijo,
Nuestro Señor Jesucristo,
Y llegar, por sola tu gracia, a ti, Altísimo,
Que en perfecta Trinidad y en simple Unidad
Vives y reinas y estás revestido de gloria,
Dios omnipotente,
Por todos los siglos de los siglos. Amén.
DEL TESTAMENTO
Gran reverencia.
Clara, “plantita”, hija y discípula de Francisco, “Aprendió el Oficio de
La cruz tal como lo había compuesto el amante de la cruz Francisco, y lo
Recitaba frecuentemente con afecto devoto como él”. (TOMÁS DE
CELANO, Legenda Sanctae Clarae 30).
Imprevista o insistente,
Mas líbranos del mal: pasado, presente y futuro.
Gloria al Padre…
ORACIÓN
COMPLETAS
SALMO 1
Antífona
Oración
MAITINES
SALMO 2
PRIMA
SALMO 3
TERCIA
SALMO 4
SEXTA
SALMO 5
NONA
SALMO 6
Me dormí y desperté
Y mi Padre santísimo me acogió con gloria.
Padre Santo, sostuviste mi mano derecha
Y me guiaste según tu voluntad
Y me acogiste en gloria.
VÍSPERAS
SALMO 7
COMPLETAS
SALMO 8
SALMO 9
Prima
SALMO 3
Tercia, Sexta, Nona
SALMO 9
Vísperas
SALMO 7
Completas
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 8
Maitines
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 9
Prima
Antífona: Santa Virgen María.
SALMO 3
Tercia
SALMO 10
Toda la tierra, aclamad al Señor,
Cantad salmos a su nombre,
Dadle gloria y alabanza.
Decid a Dios: ¡Qué terribles son tus obras, Señor!
Tus enemigos quedaran desmentidos
Ante la grandeza de tu poder.
Que toda la tierra te adore y te cante
Y diga salmos a tu nombre.
Venid, escuchad,
Y os contaré a todos los que teméis a Dios
Cuanto ha hecho por mi alma.
Mi boca gritó a él, y lo exaltó mi lengua.
Y escuchó mi voz desde su santo templo,
Y mi clamor llegó a su presencia.
Sexta
SALMO 11
El Señor se ha constituido
En refugio para el pobre,
Vísperas
SALMO 7
Completas
SALMO 13
Maitines
SALMO 14
Prima
Tercia
Sexta
Vísperas
SALMO 15
A Jesús crucificado
A Jesús resucitado
Gallos vigilantes
Que la noche alertan;
Quien negó tres veces
Otras tres confiesa,
U pregona el llanto
Lo que el miedo niega.
Muerto lo bajaban
A la tumba nueva;
Nunca tan adentro
Al Espíritu Santo
Veni, Creator
Secuencia de Pentecostés
A María
SELECCIÓN DE SALMOS
Salmo 15
Salmo 26
Él me protegerá en su tienda
el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca;
Salmo 50
Salmo 99
El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.
Salmo 120
Salmo 125
Salmo 126
Salmo 130
Salmo 141
A ti grito, Señor,
te digo: “Tú eres mi refugio
y mi heredad en el país de la vida”.
Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.
CÁNTICOS BÍBLICOS
Benedictus
Magnificat
Cántico de Simeón
SAN BASILIO
Ven,
con la dulzura de tu Espíritu;
búscame,
porque te deseo;
búscame,
encuéntrame,
recíbeme,
llévame.
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA
Himno
Carmen Nisibenus 70
SAN AGUSTÍN
Tú eres mi salvación
Tarde te amé
Sé tú el único inspirador
y realizador de nuestras decisiones,
tú, el único que con Dios Padre y su Hijo
posees un nombre glorioso.
SANTIAGO DE SARUG
Me puse en tu búsqueda
y el Maligno me ha espiado
como un ladrón.
Primero me amarró y me encadenó
a los placeres
del mundo perverso;
en la cárcel me ha encerrado
de sus placeres,
Te rogamos Señor Jesús, que nos hagas subir de este valle de miseria hasta el monte de una vida santa, a
fin de que impresos en la figura de tu pasión, fundados en la mansedumbre de la misericordia y en el celo
de la justicia, merezcamos en el día del juicio que nos envuelva la nube transparente y oír la voz del gozo,
la alegría y el júbilo: venid benditos de mi Padre, que os bendijo en el monte Tabor, tomad posesión del
reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
A este reino nos conduzca él mismo, a quien pertenece el honor y la gloria, la alabanza y el imperio, la
majestad eterna por los siglos de los siglos. Que todo el mundo diga: Amén.
Te pedimos, Jesús bendito, que por tu amor y tu temor nos acerques a Jerusalén; que desde el pueblito de
nuestra peregrinación nos hagas retornar a ti; que halles descanso en nuestras almas, tu, Rey nuestro, para
que con los niños que escogiste en este mundo, es decir con tus Apóstoles, merezcamos bendecirte,
alabarte y glorificarte en la ciudad santa, en la felicidad eterna.
Ayúdanos tú, a quien se debe el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amen. Que toda alma fiel
diga: Amén.
Te pedimos, Maestro y Señor Jesús bueno, que ilumines a los ciegos, enseñes a tus discípulos y les
muestres el camino de la vida para que por él puedan llegar a ti, que eres el camino y la vida.
Ayúdanos tú, que eres bendito por los siglos de los siglos. Amén.
Para la reconciliación
Te rogamos, Padre, por Jesucristo, Señor nuestro, que recibas nuestras ofrendas, que nos concedas la
gracia de la reconciliación contigo y con los hermanos, para que reconciliados, podamos ofrecerte a ti,
Dios, en el altar de oro que hay en la Jerusalén celestial, ofrendas de alabanza con los ángeles
bienaventurados.
Ayúdanos tú, que eres Dios trino y uno, bendito por los siglos eternos. Diga toda creatura: Amen. Aleluya.
Te rogamos, Abba, Papá, que nos hagas árbol bueno y nos concedas producir frutos dignos por la
conversión, para que, apoyados y enraizados en la raíz de la humildad, y liberados del fuego eterno,
merezcamos alcanzar frutos de vida eterna.
Ayúdanos tú, que eres bendito por los siglos de los siglos. Amén
Te pedimos, Señor Jesucristo, que nos concedas amarte a ti y al prójimo, nos hagas hijos de la luz, no nos
dejes caer en el pecado y nos libres de la tentación del diablo, para que merezcamos alcanzar la gloria de la
luz inaccesible.
Ayúdanos tú, que eres bendito y glorioso por los siglos de los siglos. Amén.
SAN BUENAVENTURA
A ti, pues, deseado Jesús, fin de todas las cosas, que sea yo llevado, creyendo en ti, esperando en ti y
amándote con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma, con todas las fuerzas.
Tu solo bastas, tú solo salvas, tú solo eres bueno y suave para los que te buscan y aman tu nombre. Porque
tú eres, ¡oh mi buen Jesús!, redentor de los perdidos, salvador de los redimidos, esperanza de los
desterrados, fortaleza de los que trabajan, dulce consuelo de las almas angustiadas, cetro y corona imperial
de los triunfadores, único premio y alegría de los ciudadanos de la Jerusalén celeste, ínclita descendencia
del Dios sumo y sublime fruto del seno virginal, ubérrima fuente de todas las gracias, de cuya plenitud
todos hemos recibido.
Transfige
Dulcísimo Jesús ,traspasa las entrañas de mi alma con la dulcísima llaga de tu amor, para que
verdaderamente arda, y languidezca y se derrita, y desfallezca con sólo el deseo de ti; desee ser desatado y
estar contigo.
De ti solo tenga hambre, pan de vida, pan del cielo, que del cielo descendiste.
De ti solo tenga sed, fuente de vida, fuente de eterna luz, torrente de eternos deleites.
Por ti solo anhele, a ti solo busque y encuentre, y en ti solo descanse dulcemente.
¡Oh dulcísimo y amantísimo niño eterno, recién nacido y antiguo! ¿Cuándo te veremos, cuando te
hallaremos, cuando estaremos ante tu rostro?
Fastidia gozar sin ti, y deleita gozar contigo y llorar contigo. Todo lo que para ti es adverso, para nosotros
es penoso; y lo que te agrada es nuestro deseo indefectible.
¡Oh, si tan dulce es llorar por ti, cuanto más dulce será gozar contigo!
¿Dónde está, pues, el que buscamos? ¿Dónde está aquél a quien deseamos en todo y por sobre todo?
¡Donde está el que ha nacido rey de los judíos, ley de los devotos, luz de los ciegos, guía de los miserables,
vida de los que mueren, salud eterna de los que eternamente viven!
En verdad, oh Señor Jesucristo, jamás hubo dolor semejante al tuyo, pues fue tan grande la efusión de tu
Aquí estoy, oh Padre celestial: renovando la muerte de tu Unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te
ofrezco esta hostia, que él mismo te ofreció en otro tiempo por mi salvación y la de todo el mundo.
Llevo al altar de tu majestad la víctima viva que tú, con grandísima misericordia, llevaste a inmolar por
nosotros al altar de la cruz.
Acuérdate, entonces, de aquel sacrosanto sudor que, como gotas de sangre, caía hasta el suelo.
Mira aquella carne virginal cruelmente flagelada con azotes, herida con bofetadas, entumecida por los
golpes, afeada con esputos, enrojecida de sangre, traspasada de espinas, fijada con clavos, abierta con la
lanza.
Aquella piedad, pues, que atrajo y venció a tu Hijo para que en la balanza de la cruz liberara los pecados
del mundo, esa misma piedad te obligue, Padre, a compadecerte de nosotros miserables.
Mira el rostro de tu Cristo, te ruego, y no nuestros pecados. Postrados ante ti te presentamos nuestras
súplicas no confiando en nuestros méritos, sino en la multitud de tus misericordias.
Suplicamos al clementísimo Padre, por medio de ti, su primogénito hecho hombre por nosotros, crucificado
y glorificado, que de sus tesoros envíe sobre nosotros el Espíritu de la gracia septiforme, el cual descansó
en ti en toda su plenitud.
El espíritu de sabiduría para que gustemos el fruto del Árbol de la Vida, que eres tú, y los sabores que
recrean la vida; el don de inteligencia con que sean esclarecidos los ojos de nuestra mente; el don de
consejo para caminar, siguiendo tus huellas, por las sendas de la rectitud; el don de fortaleza para que
podamos triunfar de la violencia de los enemigos que nos hostigan; el don de ciencia para que, llenos de los
fulgores de tu sagrada doctrina, podamos discernir el bien y el mal; el don de piedad para revestirnos de
entrañas de misericordia; el don de temor con que, apartándonos de todo lo malo, dulcemente reposemos
sujetos con reverencia a tu eterna majestad.
Estas cosas nos enseñaste a pedir en la oración del Padrenuestro, y éstas te pedimos ahora, por tu cruz, nos
alcances para gloria de tu santísimo nombre, al cual con el Padre y el Espíritu Santo sea todo honor y
gloria, la acción de gracias, la alabanza y el imperio por infinitos siglos de siglos. Amén.
Te ruego, Dios mío, que te conozca y te ame, para que eternamente goce de ti. Y si no puedo plenamente
en esta vida, al menos crezca tu conocimiento y tu amor, y que el gozo sea cumplido en el cielo: aquí en
esperanza, allí en realidad.
Oh Señor y Padre, por boca de tu Hijo me aconsejas y aún me mandas pedir – y prometes escuchar- que
mi gozo sea pleno. Pues pido, oh Señor, lo que por tu admirable Consejero me inspiras que pida y me
prometes otorgar: que mi gozo sea pleno.
Entretanto medite este gozo mi mente; hable de él mi lengua; ámelo mi corazón; predíquelo mi boca;
sienta de él hambre mi alma, sed mi carne; codícielo todo mi ser, hasta que entre en el gozo de mi Dios,
que es Trino y Uno, bendito por los siglos. Amén.
¡Dios mío, ten piedad de mí pecador! Dios de suma majestad, ten piedad de mí pecador, para que se
manifieste tu poder, según aquello: Tienes misericordia de todos, Señor que todo lo puedes, disimulando
los pecados de los hombres por la penitencia. Dios de suma verdad, ten piedad de mí pecador, para que se
manifieste tu justicia; por tu verdad respóndeme, por tu justicia, por la verdad - diré- que prometiste: La
maldad del impío no le hará sucumbir el día en que se aparte de su impiedad.
Dios de sumo amor, ten piedad de mi pecador, para que se manifieste tu benevolencia: Más tu perdonas
todas las cosas, porque son tuyas, señor que amas la vida, y: Con amor eterno te amé, por eso te a traje
compadeciéndome de ti.
Dios de suma piedad, ten piedad de mí pecador, para que se manifieste tu misericordia, para lo cual oraba
el Profeta en el salmo: Ten piedad de mí, Dios mío, por tu gran misericordia; y: Ten piedad de nosotros,
Dios de todas las cosas, míranos y muéstranos la luz de tus compasiones.
SANTIAGO DE MILÁN
Señor Jesucristo, hiere mi corazón con tus heridas, y embriaga mi mente con tu sangre, para que,
dondequiera que me vuelva, siempre te vea crucificado, y todo aquello que se mire, se me parezca
rubricado en tu sangre, para que buscándote todo de esta manera, nada pueda encontrar fuera de ti, nada
pueda ver sino tus llagas.
Sea éste mi consuelo: contigo, Señor mío, ser herido; sea ésta mi más íntima aflicción: meditar en algo que
no seas tú.
No descanse mi corazón, buen Jesús, hasta que te encuentre a ti, centro suyo; allí se recueste; allí termine
su apetito. Amén.
Señor, Padre santo, por tu generosidad y la de tu Hijo, que por mi soportó la muerte, y la excelentísima
santidad de su Madre y los méritos del bienaventurado Francisco y de todos los santos, concédeme a mí,
pecador e indigno de todo bien tuyo, amarte solo a ti, arder siempre en tu amor, tener siempre sed de tu
honor, llevar continuamente en el corazón el beneficio de tu pasión, reconocer mi miseria y ser maltratado
y despreciado por todos.
Nada fuera de ti atraiga mi afecto, nada me entristezca sino el pecado. Amén.
Oración de perdón
Te ruego, Señor mío, que no tengas en cuenta mis pecados, sino que, por tu santísima pasión y por la
efusión de tu preciosa sangre, resucites mi alma a la gracia de tu amor.
Porque es tu mandamiento que te amemos con todo el corazón y con todo el afecto: un mandamiento que
nadie puede cumplir sin tu ayuda.
Ayúdame, pues, amadísimo Hijo de Dios, y haz que yo pueda amarte con todo mi corazón y todas mis
fuerzas.
Súplica en la desolación
Ven en mi ayuda, Señor mío, porque sin ti, salvador mío dulcísimo, yo me hallo en tinieblas y en llanto; sin
ti, cordero mansísimo, me hallo en angustias y temores; sin ti, Hijo de Dios altísimo, me hallo en confusión
y vergüenza; sin ti, yo me siento privado de todo bien y ciego, porque tu eres, Jesús, verdadera luz del
alma; sin ti yo me veo perdido y condenado, porque tú eres vida de las almas y vida de las vidas; sin ti, soy
estéril y árido, porque tú eres la fuente de todo bien y toda gracia; sin ti, yo me siento desolado, porque tu
eres, Jesús, nuestra redención, nuestro amor y nuestro deseo, pan que alimenta las fuerzas y vino que
alegra los corazones de los ángeles y los corazones de todos los santos.
Lléname de tu luz, Maestro graciosísimo y Pastor misericordioso, porque soy tu ovejita, aunque indigna.
Modo en el que se puede dar gracias a Dios por los beneficios recibidos
Te doy gracias, Señor Dios mío, que eres el alfa y la omega, el principio sin principio y el fin sin fin, porque
has creado el cielo y la tierra y todo lo que contienen, y porque te plugo, Señor mío, crear y formar las
creaturas a imagen y semejanza de tu santísima Trinidad, para que puedan participar de tu gracia
admirable.
Te damos gracias, además, santa Trinidad, único Dios vivo y verdadero, porque te has dignado crear al
hombre de una materia tan vil e infundirle el alma a imagen y semejanza tuya y porque has ordenado toda
tu creación a su servicio y porque después de su caída, lo has recreado y restaurado no abandonándolo y
no poniéndolo con el demonio eternamente. ¿Y de donde a nosotros todo esto, sino de tu inefable bondad?
Te doy gracias, oh Señor, porque nos has dado la ley los remedios, la fe y la esperanza que donaste a tus
amigos Abraham, Isaac, Jacob y a los demás patriarcas y profetas y porque les hiciste, dada nuestra
necesidad, ciertas y caras promesas sobre su Hijo y se lo has mostrado en espíritu junto a los otros eventos
que acaecerían y se realizarían con él, con las tribulaciones que padecería para nuestro bien y protección.
Te doy gracias, oh Señor y eterno Dios, por la unión de nuestra humanidad a tu santa divinidad. Oh Señor
¿qué lenguas y que corazones bastarían para agradecerte por tus beneficios?
Te suplico, oh Señor Dios mío, no permitas que yo, por mis pecados, permanezca olvidadizo e ingrato de
tantos y tan excelentes beneficios, sino más bien que brillen en mi alma escuchándolos, meditándolos,
anunciándolos como los resplandores del día durante la aurora.
Te doy gracias, oh Señor y Dios mío, por tu santo nacimiento, tu conducta virtuosa, tu vida pobre colmada
de penas y de angustias. Oh Señor Jesucristo ¿quién reflexiona realmente sobre los dolores y las amarguras
de las que estuvo colmada tu vida?; ¡ay de mi pecador, que siendo causa de todos los sufrimientos, gasté
mi vida en delicias y molicies! Oh Señor Jesucristo ¿de que manera podré yo, miserable, entrar en tu gloria
si tu no has entrado en ella sin grandes dolores?
Así te doy gracias, Señor Jesucristo, por tu cuerpo precioso, que en el santo día de la Cena nos ofreciste
como viático, refugio, alivio, remisión de nuestros pecados. Oh Señor Dios mío Jesucristo, en quien reside
toda dulzura, verdadero luz y amor, abre los ojos de mi alma para que pueda ver claramente sin
interrupción y conocer todas estas realidades. Venga la luz para dispersar las tinieblas de mi alma.
Oh señor dios Padre, que diste a tu pueblo elegido en el desierto, con todo deleite de suavidad y sabor, el
maná en el que estaba prefigurada la dulzura de tu cuerpo precioso y los deleites de tus santas obras y,
sobre todo, el sabor de aquel celeste banquete que se celebra en el sacramento del altar, haz que yo,
indigno pecador, pueda recibir eos sabores en tus dichos y en tus hechos y, especialmente, recibiendo este
sacramento, tu cuerpo preciosísimo y gloriosísimo, para que, gustada la celeste dulzura, mi alma esté
siempre dispuesta a alabarte y amarte. Oh Señor Jesucristo, haz que los sabores falaces de este mundo
mentiroso y engañoso sean amargos para mí y que sus amores, dolores y bellezas me parezcan hediondos.
Más. por sobre todas las cosas que has hecho, te agradezco sumamente porque quisiste sufrir una pasión
tan inmensa y cruel por creaturas tan viles y prontas a ofenderte. Oh Señor ¿quién podrá escrutar el abismo
de amor que tienes y tuviste por nuestras almas? Oh Señor ¡cuán ignorados tus beneficios y en particular el
de tu pasión!
Abre mi corazón, Señor, más duro que una piedra y más frío que el hielo, y calienta en nosotros tu sangre
preciosísima, que brotó de todas partes de tu sacratísimo cuerpo, e imprime en mi corazón las llagas de tu
cuerpo colmado de amor y de dolor a la vez; y haz que mi corazón y mi cuerpo voluntaria o
involuntariamente, soporten las graves ofensas con las cuales tú eres ofendido por mis pecados, por los
cuales estás tan herido, llagado, clavado al duro leño de la cruz. Manda, oh Señor, el Espíritu Santo a tu
Iglesia para que caliente y haga hervir tu sangre preciosa, que por nuestros pecados e iniquidades se enfrió
en nosotros por completo. Oh Dios mío, ¿por qué que no morimos todos del dolor y la compasión? ¿No
sería mejor, Señor, en lugar de vivir en tanto olvido e ingratitud por tus beneficios? ¿Y no es acaso tu
muerte la muerte que despojó a los infiernos y destruyó nuestra muerte? ¿No es ésta la fuente del agua de
nuestra salvación y de los sacramentos de nuestra redención? ¿No es acaso tu muerte la llave que nos abrió
las puertas del paraíso y en la cual fueron purificados todos nuestros delitos?
En verdad ésta en tu pasión, por la cual todas nuestras ofensas a Dios fueron completamente perdonadas.
En verdad, ésta es la pasión en la cual los santos padres probaran sufrimiento, que profetizaran, por la cual
suspiraran y en cuya virtud los santos apóstoles corrieran con ardor, soportando graves tormentos, duras
muertes, penosísimas pasiones.
Oh Señor mío ¡dónde estamos, tan lejos de ti! Oh Señor, por tu gran misericordia, renueva tu honor en el
corazón de quien te desea. Señor, tú que los has creado, prepárate almas devotas como te preparaste los
santos apóstoles y los gloriosos varones apostólicos. Señor dios, sabemos que nuestros pecados son causa
de tanta dureza y ceguera. Señor dios mío, haz que tu santa pasión sea impresa de tal modo en mi corazón
que, hablando de ella, meditando o escuchando, lo mueva al llanto de la piedad y de la compasión de tu
acerbísima pasión. Esta compasión, Señor Jesucristo, sea para mi corazón alimento y bebida, consuelo y
vida, morada y gloria; la elijo, Señor Jesucristo, por la redención de mis graves pecados no me la niegues.
Así te doy gracias, Señor Jesucristo, por tu santa y gloriosísima resurrección, en la cual nos has dado la
esperanza y la confianza de resucitar de la miseria de esta vida a tu gloria. Concédeme, Señor Jesucristo,
perseverar y llegar al debido fin alcanzando tus sagrados vestigios, pues, en realidad, todo el resto no es
sino engaño y mentira.
Resucita mi alma, Señor Jesucristo, de tantas muertes de pecado en las cuales está completamente
envuelta, ya que creo de verdad que la primera resurrección del alma es aquella de abandonar don disgusto
todo pecado de voluntad y de acción. Y dame eñ firme propósito de servirte, obedecerte, amarte. Te
suplico, Señor mío Jesucristo, que me hagas resucitar, indigno, entre el número de tus santos, sólo por tu
bondad, en cuerpo y alma, con tus amigos beatísimos, en la resurrección general.
Así te doy gracias, Señor Jesucristo, por tu santísima y admirable ascensión. Oh Señor, tanto es el amor
que mostraste por todos los hombres, y tanta y tan abominable la dureza, tibieza e ingratitud de mi corazón
que, aún frente a tal horno ardiente de amor, a tan grande luz domo es tu Hijo, mi alma no llega a ser
encendida, enternecida, sacudida pensando que él se hizo mi hermano, se convirtió en mi padre y garante,
él, que es juez, mi abogado y mi alma todavía no se dirige a tu luz. Señor, creo firmemente que mis graves
y abominables pecados me impidan percibir tanto bien.
Haz, Señor Jesucristo, verdadero amigo que asumiste nuestra naturaleza y la uniste a la divinidad altísima
derribando y superando nuestra muerte, y la colocaste en el cielo por encima de todas las cosas haciéndola
alabar por tus ángeles con tanta reverencia y honor y bendecir con tanto exceso de gozo y de honor que
creatura alguna puede expresar; haz, Señor, que todo el genero humano ennoblecido en tanta admiración,
sea consciente y agradecido. Y permítaseme, simplemente, seguirte, obedecerte, servirte con todo cuidado;
tenga siempre hambre y sed de esto mi alma.
Así te doy gracias, Señor Jesucristo, por el envío del Espíritu Santo, que mandaste a tus santos apóstoles el
día de Pentecostés con tanta fortaleza y plenitud. Oh Señor Dios, cumples con tanta largueza las promesas
hechas a tus amigos, que quienes eran tímidos para hablar, luego no temieron golpizas, tormentos ni
muerte; y los que antes eran ignorantes e iletrados se convirtieron luego en grandes teólogos y maestros; y
los que antes estaban encerrados todos juntos en la casa por temor a los hombres, luego estallaron por todo
el mundo, y los que antes tenían miedo a la voz de una sola sierva, luego no temieron reyes, tiranos ni
emperadores. Estos son tus compañeros, enviados a cosechar la mies; a través de ellos, Señor Jesucristo,
nos has llamado.
Oh Señor, tu ves donde están ahora tu santa pobreza, que adornaba tan bien a tus apóstoles, la humildad, la
compasión, la piedad, la caridad, el ardiente deseo que tenían en servirte y en honrarte. ¡Oh! ¿Que quedó
de todo esto, sino la autoridad y la fe, pero solamente de palabra? Oh Señor Jesucristo, bien pudiste decir:
Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi.
Te conjuro, Señor Jesucristo, por aquella cara y dulcísima palabra dirigida a Pedro: He orado por ti, para
que tu fe no desfallezca, renueva en tu Santa iglesia verdaderos discípulos devorados por el celo y por el
amor de las almas que tú redimiste con tu sangre preciosa, lleno del espíritu de pobreza y humildad, de
justicia y paciencia y caridad; porque aquellos que hoy gobiernan, realmente, más parecen mercenarios
que pastores.
Oh Señor Jesucristo ¿qué más pedirte? Nosotros necesitamos pastores tan luminosos y virtuosos como lo
fueron tus apóstoles, de lo contrario, muy pronto conservaremos bien poco de tu vida, de tu doctrina y de
las obras que mandas y amas.
Oh Señor Dios, creador de todas las cosas, te doy gracias por mi mismo, ya que solo por tu bondad me has
credo entre tus creaturas más nobles y me has dado un cuerpo dotado de todos los miembros y me has
donado un alma a tu imagen y semejanza. Y te doy gracias porque por tu inefable bondad me has
permitido ser regenerado en la fuente bautismal, ser instruido y nutrido en tu fe, mientras por mis pecados
hubiera merecido, y desde hace mucho tiempo, ser hundido en el infierno.
Así te doy gracias, Señor Jesucristo, porque me soportaste con tanta paciencia, concediéndome el tiempo
para corregirme y hacer penitencia; y porque me constituiste entre tus siervos y me diste la voluntad de
amarte y obedecerte. Confirma, oh Dios, cuanto has realizado en mí y acreciéntalo.
Así te doy gracias, Señor, porque me has creado de la nada y has puesto tantas creaturas hermosas a mi
servicio y para sostén de mi vida corporal.
Así te agradezco, Señor Jesucristo, porque me has dado el sentido, la razón y la inteligencia con las cuales
me guío.
Así te doy gracias, Señor Jesucristo, por todos los demás beneficios que continuamente me otorgas y por
todas las innumerables cosas que has hecho por mi. Concede, Señor Dios, que por todas estas gracias que
me hiciste, haces continuamente y harás aún, sea yo siempre reconocido, agradeciendo sin cesar con
humildad y devoción a tu reverendísima majestad.
Tu que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos.
Amén.
Lauda
Yo te alabo, Dios amado, sobre tu cruz hice mi lecho, por almohada o cabezal encontré la pobreza, en otra
parte del lecho, para reposar, hallé el dolor junto al desprecio.
Acción de gracias
¡Oh Dios mío, hazme digna de conocer tu profundo misterio, obra de tu ardentísimo e inefable amor, según
lo dispuso el amor de la Santísima Trinidad!: el misterio profundo de tu santísima encarnación que
realizaste por nosotros, que fue el principio de nuestra salvación.
Y dicha encarnación realiza en nosotros dos cosas, lo primero es que nos colma de amor, lo segundo es que
nos vuelve ciertos de nuestra salvación.
¡Oh incomprensible amor! No hay amor más grande que el haberse hecho mi Dios carne para hacerme a
mí Dios.
¡Oh amor eviscerado! Te entregaste para hacerte yo cuando recibiste nuestra forma; no perdiste en ti nada
que te hiciera disminuir tu divinidad, sino que el abismo de tu concepción me hace decir estas palabras
evisceradas. ¡Oh incomprensible, te hiciste comprensible! ¡Oh increado, tú te hiciste creatura! ¡Oh
UBERTINO DE CASALE
Oración a Jesucristo
Oh espíritu y alma, vida y corazón nuestro, Jesucristo;
redención, liberación, conversión, contrición y satisfacción nuestra;
fe, esperanza y caridad nuestra;
justicia, pureza y santidad nuestra;
gozo y alegría, y corona de gloria y todo bien nuestro,
que somos y podemos ser y seremos en la eternidad con tu Santísima Madre,
la Madre de todos los santos, María;
Virgen, Madre e Iglesia consagrada en el Triduo de tu muerte,
que fue la única que verdaderamente permaneció ante la majestad paterna,
y que virginal y maternalmente crucificada y unida a Ti en el corazón, la inteligencia y el sentido y el
afecto, pasó absorta y transformada en tus dolores y afecciones sobre todo sentido y sobre todo afecto:
A Ti, crudelísimamente crucificado entre ladrones por nosotros, pecadores, oprobiosamente despojado,
te adoramos, te alabamos y te glorificamos, con el Padre y el Espíritu Santo, por todos los amarguísimos
dolores corporales y espirituales que asumiste para alabanza y gloria del Padre y para cumplir su
obediencia.
Soliloquio
Exulta, pues, alma mía, en Jesús bueno. En él eres todo lo que eres, y fuera de él no puedes hallarte sino
mal. El es todo para ti. Él es cielo de inmensa grandeza y de eminentísima dignidad. El es tierra; no
ciertamente aquella maldita en su trabajo, que produce cardos y espinas, sino tierra bendita, huerto y
paraíso de felicidad, que da fruto abundante haciéndote participar plenamente de la divinidad, jardín que
contiene todo género de árboles cada cual produciendo frutos según su propia especie.
¡oh bendita especie de fruto y dulcísimo al paladar! Quien lo gusta, alejándose del propio mal, en virtud de
la caridad se siente felicísimo del Señor.
Jesús es para ti agua que apaga todo género de sed mundana; él es para ti aire que respirado da vida, en
cuyo aliento vives de vida divina;
él es para ti fuego ardiente, que en el amarte no dice nunca “Basta”;
él es para ti ángel que da consejos de salvación, y brinda una custodia continua y una protección eterna;
él es para ti tesoro, alimento, lecho, esposo, luz, paz, padre;
él es para ti todo cuanto puedes desear para sentirte plena.
Entra pues en la casa, alma bendita. ¿Por qué permaneces afuera?
Entra bajo la tienda admirable; entra en el paraíso donde se cumple tu regeneración, porque has sido mejor
reformada que creada. Y ya que en Cristo, que es la plenitud de todo don, también tú eres colmada de
dones, gózate en la mesa que Dios con alegría te ha preparado como herencia. En esta tierra bendita que el
corazón de Jesús te ha prometido, no solo rica de leche y miel, sino también de pureza, piedad y dulzura
divina.
Has de saber esto, y no otra cosa. Satisfecha de tu suerte, canta el profeta: Me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad. Y si entiendes bien este esplendor divino que el Señor te ha dado, añade con
alegría: Bendeciré al Señor que me ha hecho comprender estas cosas.
Dulcísimo Señor mío, misericordiosísimo Jesús, ten piedad de mí y de Señora Pobreza, pues me siento
angustiado por su amor y sin ella no encuentro descanso.
Señor, tú sabes cuánto la amo;
ahí está en completo desamparo, tan despreciada por todos, que parece una viuda.
La soberana de todos los pueblos es tenida por vil y despreciable;
la reina de las virtudes yace en un muladar y se lamenta de que sus amigos la traten todos con el mayor
desdén
y se hayan vuelto enemigos suyos, y aun los mismos que la desposaron quebranten la fe jurada.
Acuérdate, Señor, que bajaste de la morada de los ángeles a la tierra
para tomar a esta reina por tu esposa y tener de ella, en ella y por ella hijos perfectos. Acuérdate de la
fidelidad con que te amó:
porque tan pronto como tu alma se unió a tu cuerpo en el seno de la Virgen, ya comenzaron sus tiernos
desvelos. En tu nacimiento te recibió en el establo y en el pesebre, y siendo durante toda la vida
compañera tuya te privó tan completamente de todas las cosas, que ni tuviste dónde reclinar la cabeza.
Cuando comenzaste a librar el combate de nuestra Redención, corrió a asistirte como fiel escudero,
permaneciendo a tu lado en lo más recio de la pelea, y no se apartó de ti cuando todos tus discípulos huían
o renegaban de tu nombre. Finalmente, cuando tu Madre, que al menos te siguió hasta el fin y participó de
tus dolores, cuando una Madre como aquélla no pudo llegar hasta ti por la altura de la cruz, en aquel
momento Señora Pobreza te abrazó más estrechamente que nunca y se unió a tu crucifixión con ávido
entusiasmo.
No quiso la Pobreza que tu cruz fuera labrada con primor, ni que los clavos fuesen suficientes en número,
afilados y pulidos;
sólo preparó tres, y dispuso que fueran rudos y toscos, para hacer más horrible tu suplicio. Y en tanto que
morías de sed, esta fiel esposa hizo que te negasen un poco de agua
y, ayudada de impíos satélites, te preparó un brebaje tan amargo, que tuviste que contentarte con
humedecer con él tus labios.
Expiraste en los amorosos brazos de esta esposa, y ella te rindió los últimos honores cuidando celosamente
que no tuvieras nada propio, ni sepultura, ni ungüentos, ni siquiera un sudario, pues todo fue de prestado.
Asistió a tu Resurrección; y mientras volvías a la vida en sus brazos, ella hizo que abandonaras en el
sepulcro cuanto te habían prestado. Contigo subió a los cielos, y tú le confiaste el sello del Reino con que
deberían ir sellados los escogidos que hayan de seguir el camino de perfección. ¡Oh, quién no amará, pues,
sobre todas las cosas a Señora Pobreza! Por esto te pido en tu nombre, oh pobrísimo Jesús, a título de
privilegio especial y perpetuo, que me concedas a mí y a los míos
la gracia de no poseer cosa alguna en propiedad bajo el cielo, y que mientras vivamos en esta carne
miserable usemos pobremente de los bienes ajenos.
Oh, alma mía, no te distraigas en otros asuntos ni busques otro alimento, pues Jesús te basta y te sobra,
siempre que se pasta y se multiplique para ti. Y cuanto más pienses en él, tanto más te sobrará, según el
pasaje que dice: Por grandes que sean quienes lo alaben, él sigue siendo más grande.
Sólo a aquéllos para quienes todavía no fue partido y bendecido este pan resulta poca cosa y pequeño;
para aquéllos que, atentos a la actividad externa de Jesús, no han aprendido a conocer su interioridad
sublime en la dignidad de su persona, diciendo:
“¿Para qué sirve meditas tanto y ocupar todo el tiempo de la jornada a tal fin? Es cierto que fue concebido
y que nació, que fue puesto en un pesebre y que recorrió el mundo como un peregrino. ¿Y con eso qué?
Todo esto pertenece al pasado. ¿Para qué sirve perder el tiempo meditando al respecto? Mejor es ocuparse
de otros asuntos más útiles”.
10h estupidez! ¿Qué hay útil fuera de Jesús? Todo aquello que está fuera de él es una pérdida no sólo de
tiempo, sino también de sí mismos, y resulta, además, una amarga fatiga. Alma mía, no escuches a estos
charlatanes, porque no existe nada que dé perfección sino Jesús bendito, y cuanto él se dignó realizas en su
vida terrena.
Quisiera el Cielo, alma mía, que tú pudieras ocupar siempre tu corazón aunque sea en los aspectos
menores de esa vida terrena o en todo aquéllo que de ella se derivó. Considera que es Dios el que se ha
dignado a revelarse a ti en esos actos. Necio es, por lo tanto, no sólo el que se atreve a rebajas esta
meditación, sino también el que no la estima más elevada de toda otra actividad ajena a Cristo.
Jesús, en tu ser sensible tendrá gloria el hombre salvado, al ver tu cuerpo deificado.
Jesús, no nos abandones, ya que tú hallarías placer en que todos te pudieran ver.
¡Oh Padre de las luces, de quien procede todo don perfecto! Mira con ojos de misericordia a los que
humildes te confesamos, a nosotros que verdaderamente sabemos que nada podemos hacer sin ti. Tú, que
te diste en precio de nuestro rescate, haz que, aunque menos dignos de tanto precio, nos rindamos a tu
gracia íntegramente, perfectamente y en todo;
y así conformados a la imagen de tu pasión, recobremos también la imagen de tu divinidad que perdimos
pecando, por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
SANTA BRÍGIDA
Alabanza a Jesucristo
Bendito seas tú, ~ Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena,
consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles
como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así
humildemente tu máxima humildad.
Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente
sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así
de manera bien clara tu amor para con el género humano.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos,
permitiste humildemente ser entregado a Pilato para ser juzgado por él.
Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las budas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura, y
coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupido tu rostro
glorioso, que te taparan los ojos y que manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.
Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que
permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos
como el Cordero inocente.
Honor a ti, mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte
de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del
suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.
Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que, en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor
a tu dignísima madre, que nunca pecó ni
consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con
toda fidelidad.
Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que, cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores
la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.
Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste
las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de
tus heridas penetraban intensamente en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón
sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste
humildemente a Dios, tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que con tu sangre preciosa y tu muerte sagrada redimiste las almas y,
por tu misericordia, las llevaste del destierro a la vida eterna.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón
fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre
preciosa mezclada con agua.
Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus
amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos y fuera
enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.
Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos
y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.
Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono en tu
Reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros
santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del Juicio a juzgar a las almas de
todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los
siglos. Amén.
FRANCISCO DE OSUNA
Sobre todas las virtudes, dame, Señor, gracia para que te ame yo con todo mi corazón, con toda mi alma,
con todas mis fuerzas y con todas mis entrañas, así como tú lo mandas. ¡Oh, toda mi esperanza, toda mi
gloria, todo mi refugio y alegría! ¡Oh, el más amado de los amados, oh Esposo florido, Esposo suave,
Esposo melifluo! ¡Oh, dulzura de mi corazón; oh, vida de mi alma y descanso alegre de mi espíritu! ¡Oh,
hermoso y claro día de la eternidad y serena luz de mis entrañas y paraíso florido de mi corazón! ¡Oh,
amable principio mío y suma suficiencia mía!
Apareja, Señor mío, apareja, Señor, una agradable morada para ti en mí, para que, según la promesa de tu
santa palabra vengas a mi y reposes en mí. Mortifica en mí todo lo que desagrada a tus ojos y hazme
hombre, según tu corazón. Hiere, Señor, lo más intimo de mi alma, con las saetas de tu amor y embriágala
con el vino de tu perfecta caridad.
Misericordia, Dios mío. No digo Dios mío, ¿por que os dejé por el pecado?; no digo por mi gran miseria,
sino por tu gran misericordia, porque
aunque sea grande mi miseria, es mayor vuestra misericordia. Grande llamo vuestra misericordia, no
porque en vos haya una cosa mayor que otra, pues lo que hay en vos todo es una cosa con vos, y tú no
puedes ser mayor ni menor que ti mismo; pero llamo grande porque en la misericordia, por sus efectos,
siempre te señalaste, porque en todas tus obras eres incomparable y en la misericordia te venciste a ti
mismo. Su misericordia sobre todas sus obras.
Siempre las Escrituras te pintan misericordioso, y en el infierno castigas menos de lo que se merece. La
poca gana que tienes de castigar muestras con Adán, con los de Nínive, con Jericó; y antes del castigo del
mundo con el diluvio, mandas hacer el arca tan despacio, de manera que antes del pecado amenazas con el
castigo porque haya lugar de arrepentimiento y perdón. Todo esto exagera tu misericordia y, por tanto,
misericordia, Dios mío. Tan natural te es haber misericordia como al fuego quemar y al sol alumbrar y
antes dejará el fuego de quemar y el sol de alumbrar, que tú de hacer misericordia. El fuego dejó de
quemar a los tres mozos de Babilonia y el sol dejó de alumbrar en la muerte de tu Hijo, mas de ti nunca se
lee haber dejado la misericordia. Antes dejará el cielo de dar vueltas que tú sobre los pecadores, porque
algún tiempo se paró el cielo y el Jordán volvió atrás. Al altar de tu misericordia me quiero acoger porque
si me buscare la justicia, no me saque de allí por más malhechor que haya sido. Si todo el mundo friese un
gran fuego y en medio de él se echase un manojito de estopas, tardaría menos en quemarse que tú en haber
misericordia de los gemidos del pecador. Por eso, misericordia, Dios mío.
Si el ciervo acosado y mordido de los perros escoge allegarse al hombre porque le tiene por más
misericordioso, ¿por qué no se llegará a ti el amordiscado de los infernales lebreles, y hallará en ti más
misericordia que el ciervo en el hombre?
San Pablo llama a tu Padre Dios de misericordias y la Iglesia llama a tu Madre, Madre de misericordia.
¿A quién puedes parecer, sino a tu Padre y a tu Madre, porque se diga de ti que bien haya el que a los
suyos parece? Por eso, misericordia, Dios mío.
En el mar de misericordia y en la fuente manantial, ¿cómo puede faltar una gota de misericordia, la que yo
pido? Por eso, misericordia, Dios mío.
Encarnaste por misericordia, naciste, viviste, moriste por misericordia; quisiste perder la vida antes que la
misericordia, ¿y te ha de faltar misericordia para un pobre como yo, que con tanta necesidad te la pido?
Por eso, misericordia, Dios mío. Por demasiada clemencia se tendría la de un rey que a un homicida
perdonase muchas veces y el señor a su esclavo que, después de haberle sido
infiel muchas veces, le fiase su tesoro, y el padre a un hijo pródigo, y el marido a una mujer muchas veces
adúltera. ¡Oh, Señor, que a tu misericordia no pusiste tasa ni número, siendo nuestro Rey, Señor, Padre y
Esposo, ni sacas ningún género de pecados! Por eso, misericordia, Dios mío.
Estos que perdonan son hombres que, o cayeron alguna vez, o pueden caer; y los caídos o hicieron o
pueden hacer algún servicio, ¿mas tú, Señor, y yo? No es maravilla que tenga demasiada misericordia
quien nos tiene demasiado amor. San Pablo: Por el gran amor con que nos amó. ¡Oh, puerto seguro de tu
misericordia, adonde con viento próspero llegó la cananea, navegando por el mar de sus tribulaciones llegó
el ladrón a desembocar con la nao de la cruz, cargó de grandes mercaderías que llevó a la celestial región,
cuando, pidiéndote posada sólo en tu memoria, y se la diste en el paraíso! Pidió poco y le diste mucho: en
un mismo día el título y el beneficio. Pues si tan largo fuiste estando penado, ¿qué tanto lo serás estando
reinando, pues el mismo que ahora reina es el que entonces penaba? Señor, oíste a la cananea con esta voz:
misericordia, siendo infiel, ¿cómo al hijo de tu Iglesia no oirás que te pide misericordia, no para su hija,
sino para su alma? Viniste, Señor, a ganar los perdidos, ¿cómo querrás dejar perder los ya ganados?
Mi buen Jesús
Señor, mi Dios, sin vanidad me hiciste, sin que te lo pidiera me creaste; en crearme y redimirme mucho
hiciste, y menos obrarás de lo que obraste en perdonar la obra que tú hiciste.
Pon tus ojos, Señor, en mí, y ten misericordia de mí, porque yo soy solo y pobre.
Todas las cosas, Dios mío, tengo renunciadas por ti con ánimo tan liberal, que si como tengo poco que
ofrecerte tuviera cuanto en la tierra creaste, fuera, respecto a mi voluntad, una flaca hoja que se cae del
árbol y el viento se la lleva.
No pusiste los ojos en las barcas y en las redes que dejaron los apóstoles, sino en el amor con que por ti las
dejaron. Este, Dios mío, te ofrezco. A ti solo busco, tú eres la fuente clara y dulce adonde va corriendo
este tu siervo, herido con la saeta de tu divino amor. Encamina mi voluntad, mis obras y pensamientos a ti
como a su verdadero centro, para que naciendo de ti como las aguas del mar vuelvan a ti, obrándolas yo
por ti.
Yo te confieso Dios eterno, Señor del cielo y de la tierra, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo y verdadero
Dios, una sustancia y majestad en trinidad de Personas;
porque sin haber alguna criatura que te dé algo primero para que tú le pagues, por sola tu inefable
dignación y clemencia revelas tus misterios y sacramentos a los pequeños; y porque tú lo haces con
inmensa bondad e infinita sabiduría y en ello te complaces, está bien hecho.
En tus obras magnificas tu santo nombre, ensalzas tu omnipotencia, manifiestas tu grandeza, dilatas tus
misericordias y aseguras la gloria que se te de por santo, sabio, poderoso, benigno, liberal y solo principio y
autor de todo bien.
Ninguno es santo como tú, ninguno es fue como tú, ninguno altísimo fuera de ti, que levanta del polvo al
mendigo, resucitas de la nada enriqueces al pobre necesitado.
Tuyos son, oh Dios altísimo, los términos y polos de la tierra y todos los orbes celestiales. Tú eres Señor y
Dios verdadero de las ciencias; tú mortificas y das vida; tú humillas y derribas al profundo los soberbios,
levantas al humilde según tu voluntad; tú enriqueces y empobreces, para que en presencia no se pueda
gloriar toda carne, ni el más fuerte presuma de su fortaleza, ni el más flaco desmaye y desconfíe en su
fragilidad y vileza.
Rey de los cielos, Señor mío Jesucristo, yo, indigno pecador, voy a tu altar, llamado por tu divina voz,
confiado en tu clemencia.
Tú me llamas a tu mesa, dándome a ti mismo en manjar. Por tanto, aunque pequeñuelo,
osaré llegarme al banquete que ordenas para tus fieles.
Suplico a tu majestad salga yo con aquellos frutos que tan alto Sacramento en tus amigos obra. Enfermo
soy, y tú médico de mi salud. Pecador soy, y tú el que haces justos
a los pecadores.
Pobre soy, y tú rico en riquezas celestiales. Dame, Señor, aumento de fe y crecimiento de caridad,
fortaleza de esperanza y cumplimiento de
-todas las virtudes, con las cuales te sirva y alabe toda mi vida por la fe, y después te goce en el cielo por la
gloria. Amén.
Gracias te doy, Padre celestial, que me diste a tu sagrado Hijo, no sólo para librarme de la tiranía de
Satanás, más aún, para consolarme hecho manjar en esta santa hostia.
Gracias te doy, infinito Redentor mío, que con tanga largueza has enriquecido mi alma con tu sagrado
Cuerpo y Sangre. Gracias te doy, Espíritu Santo, Caridad perfecta, porque has visitado mi corazón
y aumentado en él tu santo amor. ¡Oh Señor, si por la virtud de este Sacramento quedase mi alma unida
por amor contigo! Suplico a tu majestad que de aquí en adelante yo no te ofenda más. Séame desabrido el
mundo y sus honras; del todo mi espíritu enseñoree a mi flaca carne, y, con tu favor, gane yo perfecto
triunfo del demonio.
Crezca en mi tu santo amor, la fe y la esperanza sean del todo perfectas en mí;
para que mi alma vaya creciendo de virtud en virtud, hasta que vea y goce por clara visión de lo que aquí
adora en fe, y posea con alegría de perpetua gloria al que, encerrado y encubierto, recibí en esta santa
hostia. Amén.
Eterno Padre, mi Dios y Señor, yo te ofrezco este sacrificio tan agradable a tus
divinos ojos por todo el linaje humano, a quien te suplico se haga servible.
Te lo ofrezco también por la intención de Cristo en la cruz, con quien yo también me entrego en hostia, en
sacrificio, en holocausto, por la salud espiritual y temporal de todo el mundo, por los que se han
encomendado a esta Misa, por mis amigos y enemigos, por las personas de mi especial obligación, según el
orden de caridad y de justicia y por aquéllas que yo alguna vez hubiere escandalizado.
ORACIONES A MARÍA
Tú, oh purísima y piadosísima Señora, auxilio de los cristianos, refugio siempre pronto de los pecadores, no
nos dejes sin tu ayuda. Abandonados por ti, ¿adónde nos refugiaremos?
¿Qué será de nosotros, oh santísima Madre de Dios, que eres el espíritu y el aliento de los cristianos? En
efecto, así como la respiración es cierto signo de vida en nuestro cuerpo, la presencia ininterrumpida de tu
nombre en nuestros labios, pronunciado en toda circunstancia, y lugar, y tiempo, es indicio de vida, de
alegrías y de socorro; y no solo indicio, sino también causa.
Cúbrenos con las alas de tu bondad, sé nuestro amparo con tu intercesión, ase4iranos la vida eterna, tú que
eres la esperanza infalible de los cristianos.
Deja, pues, que nosotros, que estamos despojados de obras y virtudes divinas, al ver la riqueza de bondad
que Dios nos ha concedido por medio de ti, digamos: La tierra está llena de la misericordia de Dios. Por
ti nosotros, alejados de Dios a causa de nuestros pecados, hemos buscado a Dios y, una vez que lo
hallamos, hemos sido salvados. Tu ayuda, oh Madre de Dios, es tan poderosa que no tenemos necesidad de
ningún otro abogado. Conociendo todo esto y habiendo experimentado en el peligro la abundancia de tu
socorro cada vez que te invocamos, nosotros, tu pueblo, tu herencia, tu rebaño, llamado cristiano por el
nombre de tu Hijo, recurrimos a ti.
En verdad tu magnificencia no tiene fin, tu socorro es insaciable. Tus dones sin número. Nadie se salva
sino por ti, oh santísima. Nadie es liberado del mal sino por ti, oh inmaculada. Nadie recibe un favor sino
por ti, oh castísima. Nadie obtiene misericordia sino por ti, oh la más bendita.
¿Quién, pues, no te llamará bienaventurada? ¿Quién no te alabará? ¿Quién no te glorificará, aunque no
como mereces, pero ciertamente con todo su empeño, oh gloriosa, oh bendita, que has recibido de tu Hijo
Jesucristo cosas tan grandes que todas las generaciones te bendicen?
¿Quién como tú, en el sentido de tu único Hijo, protege al género humano? ¿Quién como tú nos defiende
en las adversidades? ¿Quién nos arranca de la violencia de las tentaciones con más prontitud que tú?
¿Quién se compromete tanto por aquellos que no dan ninguna esperanza de enmienda?
Sólo tú, en efecto, que gozas de confianza y de autoridad ante tu Hijo,
aunque casi condenados e incapaces de volvernos hacia el cielo, nos salvas con tus súplicas y nos liberas
del eterno suplicio. Por eso recurre a ti el que está afligido. El que sufrió una injusticia se dirige a ti. El que
se halla enredado en el mal pide tu ayuda.
En ti, oh Madre de Dios, todo es increíble y maravilloso; todo supera los confines de la naturaleza y de
nuestra capacidad e inteligencia. Y tu protección también, va más allá de cuanto nosotros podemos
comprender. Nos has reconciliado a nosotros, en efecto, rechazados y enemistados con Dios, por medio de
tu Hijo; nos has unido a Dios y nos has hecho sus hijos y herederos.
Tú ofreces cada día tu mano a los náufragos del pecado y los salvas de las olas. Tú, a la sola invocación de
tu nombre, oh santísima, rechazas los asaltos que el malvado enemigo realiza contra tus siervos y los salvas
y los pones al resguardo. Tú liberas de toda tribulación y de toda suerte de tentación a aquellos que se
dirigen a ti y los previenes, oh inmaculadísima.
Por eso corremos premurosos a tu templo, dentro del cual nos parece estar en el paraíso. En él, en efecto,
mientras cantamos tus alabanzas, nos parece estar siendo parte de los coros angélicos.
¿Qué estirpe de hombres ha tenido jamás tal esplendor, tal defensa, tal patrona, fuera del pueblo
cristiano? ¿Quién, fijando los ojos sobre tu venerable cintura, oh Madre de Dios, no se siente colmar de
alegría? ¿Quién se ha arrodillado ante ella y se ha ido sin obtener la gracia que pedía? ¿Quién, mirando tu
imagen, no se ha olvidado enseguida de todas sus adversidades? Mas no se puede expresar con palabras de
cuánta alegría, gozo, y placer están llenos los que vienen a venerar tu templo.
¡Oh, urna de la cual nosotros, quemados por el ardor del mal, tomamos el maná del refrigerio! ¡Oh, mesa
gracias a la cual nosotros, que moríamos de hambre, sobreabundamos del pan de la vida! ¡Oh, candelabro
por cuyos fulgores nosotros, que habitábamos en las tinieblas, Somos envueltos por una inmensa luz!
Tú has rendido a Dios la alabanza que merece; pero no rechaces la nuestra, ya que, aunque indigna e
inadecuada, al menos está hecha con todo nuestro amor. No rechaces, oh entre todas bendita, la alabanza
expresada por nuestros labios impuros, porque nace de un alma que te ama. No desprecies las palabras de
una lengua indigna, sino ten en cuenta nuestro gran amor, y obtennos de Dios el perdón de los pecados, la
cancelación de toda mancha, y la alegría de la vida eterna.
Mira desde tu santo trono esta corona de pueblo que te rodea y que venera como a su Señora y patrona,
que ha venido libremente para celebrar
tus alabanzas, oh Madre de Dios, y líbrala de todo mal con tu materna atención; protégela de todo género
de enfermedad, de todo género de impureza, de toda injusticia; cólmala de toda alegría, de salud, de toda
gracia; y al regreso de tu Hijo, nuestro clementísimo Señor, cuando seremos llamados ante el juez, con tu
brazo poderoso —y tú puedes, ya que eres su Madre— haz que podamos evitar el fuego eterno y obtener
la eternidad del paraíso, por gentil don de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Te saludamos, María, madre de Dios, tesoro digno de ser venerado por todo el orbe, lámpara inextinguible,
corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, lugar propio de aquel que no
puede ser contenido en lugar alguno, madre y virgen, por quien es llamado bendito, en los santos
Evangelios, el que tiene en nombre del Señor.
Te saludamos a ti, que encerraste en tu seno virginal a aquel que es inmenso e inabarcable; a ti, por quien
la santa Trinidad es adorada y glorificada; por quien la cruz preciosa es celebrada y adorada en todo el
orbe; por quien exulta el cielo; por quien se alegran los ángeles y arcángeles; por quien son puestos en fuga
los demonios; por quien el diablo tentador cayó del cielo; por quien la creatura, caída en el pecado, es
elevada al cielo; por quien toda la creación, sujeta a la insensatez de la idolatría, llega al conocimiento de
la verdad; por quien los creyentes obtienen la gracia del bautismo y el óleo de la alegría; por quien han
sido fundamentadas las iglesias en todo el orbe de la tierra; por quien todos los hombres son llamados a la
conversión.
Y ¿qué más diré? Por ti el Hijo unigénito de Dios ha iluminado a los que vivían en tinieblas y en sombra de
muerte; por ti los apóstoles predicaron la salvación a los gentiles; por ti los muertos resucitan; por ti reinan
los reyes, por la santísima Trinidad.
Santiago de Sarug
Hijo de la Virgen, haz que yo hable de tu Madre, por más que confiese que la palabra acerca de ella es
superior a nosotros. Un cántico de admiración ahora a hablar me mueve,
y vosotros, prudentes, con el oído del alma, con amor escuchad.
El misterio de María se agita en mí, para que lo muestre con admiración, vosotros, con prudencia, disponed
vuestras mentes.
La Virgen santísima hoy me llama a hablar de ella, purifiquemos el oído para su bello misterio, para que no
sea deshonrado.
Cielo segundo, en cuyo seno habita el Señor de los cielos
y desde ella resplandeció para expulsar las tinieblas del mundo.
Bendita entre las mujeres, por quien la maldición de la tierra fue erradicada, y la pena de condenación ya
desde ella y para siempre tuvo fin.
Pura y casta, y de belleza y santidad colmada, y pequeña es mi boca para hacer de ella palabra. Hijita de
los pobres, que en madre del Señor de los Reyes se ha convertido, y dio riqueza al mundo pobre para que
de ella viviera.
Nave que de la casa del Padre tesoros y bienes ha traído, y vino a repartir la riqueza sobre la tierra que no
la poseía.
Campo bueno que, sin semilla, dio gavillas, del cual sin ser arado creció gran renta.
Eva segunda que entre los mortales la vida ha engendrado, y pagó y arrancó la condena de su madre Eva.
Niña que a la antepasada postrada ha ofrecido ayuda, y de la caída a la cual la empujó la serpiente la ha
levantado...
Es más fácil pintar el sol con su luz y su calor, que hablar con honor del misterio de María. Acaso se pueda
comprender en colores el disco de los rayos, mas el discurso acerca de ella no se agota en los oradores.
A todas las mujeres miró, queriendo nuestro Señor descender a la tierra, y una se eligió, que era entre todas
bella. A ésa la escrutó, y humildad y santidad halló en ella, y bellos pensamientos y un alma de la divinidad
enamorada, y un corazón puro y todos pensamientos de plenitud; y por eso la eligió pura y de hermosura
llena. Desde su lugar descendió y habitó en la bendita de las mujeres,
porque no había en el mundo ninguna compañera comparable a ella.
La sola humilde, pura, bella e inmaculada, que fue hecha digna de ser su madre, y no otra. Era prudente y
llena de amor de Dios, ya que no habita nuestro Señor donde no reina el amor. Bienaventurada, que el
Espíritu Santo acogió y purificó, limpió, y templo la hizo y el Señor de los cielos en su morada habitó.
Bienaventurada, porque subsiste la belleza grande de su virginidad, y cuyo nombre en los siglos
resplandece grandemente.
Bienaventurada aquella por cuya obra llegó la alegría a los hijos de Adán, y por quien los caídos,
precipitados de la casa del Padre, se alzaron.
Bienaventurada, en cuyo seno pequeño y sin adornos habitó el Grande, del cual están llenos los cielos, que
para él son pequeños.
Bienaventurada, que dio a luz al Antiguo que engendró a Adán, por la cual se renovaron las creaturas
envejecidas.
Rabbula de Edesa
Himno
¡Alégrate, María, madre de Dios toda santa, maravilloso y espléndido tesoro del mundo,
luz radiante, habitación del Incomprensible, templo puro del Creador de todas las cosas! Alégrate, porque
a través tuyo nos ha sido anunciado aquél que ha quitado los pecados del mundo y lo ha redimido.
¡Cómo te alabaremos, oh humilde, tú que eres toda santa, tú que concedes a todos los fieles la ayuda y la
fortaleza!
Nosotros todos, en este mundo, miramos a lo alto y aguardamos la esperanza de la salvación de ti, oh
humilde.
Refuerza nuestra fe y brinda la paz a todo el mundo.
Por eso nosotros los fieles te alabamos como trono de querubines y como aula de Dios en el tiempo. Ruega
e implora por todos nosotros, para que nuestra alma sea salvada de la ira que viene. Oh madre purísima,
ayúdanos a nosotros, pobres, como acostumbras. Tú ves cómo nosotros, hijos de la tierra, nos acercamos al
fin y nos perdemos. Impétranos por eso la gracia con tu intercesión, oh Virgen pura y santa. Suplica
continuamente por nosotros, para que nuestra maldad no nos lleve a la ruina y vuélvete a nosotros, oh
bendita, mientras ruegas a tu Unigénito, el Hijo salido de ti, para que tenga piedad de nosotros por tu santa
oración. Alégrate, oh nave que trae a los hombres la vida nueva.
Alégrate, oh roca santa, a la cual descendió el rey de los reyes para habitar en ella.
Alégrate, oh Virgen humilde, madre de Dios. ¡Ea, pues, bendita! ¡Ea, pues, bienaventurada! Acerca por
nosotros a tu Unigénito, al Hijo salido de ti, todas nuestras súplicas, para que tenga piedad de nosotros por
tu santa oración.
Oh santa, intercede ante tu Unigénito por los pecadores que en ti buscan refugio. Porque todos los flagelos
por los cuales fue golpeada la generación anterior están prontos para nosotros y nos golpean. Mira cómo el
corruptor ha tendido el arco y pone las flechas sobre la cuerda para golpear, como él suele hacer. Mira
todos estos signos premonitorios en el cielo y sobre la tierra y los golpes que estrujan el corazón.
Por esto nos refugiamos en ti, para poder gritar a tu Hijo pidiéndole:
¡Tú que castigas los corazones soberbios, oh Cristo, tú que castigas y vuelves a sanar, corrígenos con tu
misericordia y adquiérenos con
tu gracia; usa tu indulgencia y ten misericordia de nosotros!
Balaj el Sirio
Oración
Feliz de ti, María, porque en ti han hallado solución los enigmas y los misterios anunciados por los
profetas.
Moisés te representó en la zarza ardiente y en la nube, Jacob en la escala, David en el arca de la alianza y
Ezequiel en la puerta cerrada y sellada. Y he aquí que hoy, con tu parto, todos aquellos misterios han sido
cumplidos. Alabado sea el Padre que ha enviado a su Hijo unigénito, surgido de María, liberándonos del
Acepta la buena voluntad que trasciende la capacidad, dónanos la salvación, libéranos de los vicios del
alma, sana los males del cuerpo, derrota a los adversarios, permítenos conducir una vida tranquila y
dónanos la luz del Espíritu.
Inflámanos de amor por tu Hijo, y haz de manera que nuestra vida le agrade.
Permítenos que, después de hacernos partícipes de su bienaventuranza, viendo resplandecer en ti la
gloria de tu Hijo, podamos cantar himnos sagrados en la alegría eterna, junto a aquellos que celebran
dignamente la solemnidad del Espíritu, en honor de aquel que, por medio tuyo, ha realizado nuestra
salvación, Cristo, Hijo de Dios y Dios nuestro, al cual sea la gloria y el poder junto con el Padre y el
Santísimo y vivificante Espíritu, ahora y siempre, por los infinitos siglos de los siglos. Amén.
San Bernardo
Ahora, ¡oh Madre de misericordia!, postrada humildemente a tus pies como la luna,
te ruega la Iglesia con devotísimas súplicas que, constituida mediadora entre ella y el sol de justicia, por
aquel sincerísimo afecto de tu alma, le alcances el que en tu luz vea la luz de ese sol rutilante, que en
verdad te amó más que a todas las demás creaturas y te adornó con las más preciosas galas de gloria,
poniendo en tu cabeza corona de hermosura. Llena eres de gracia, llena de celestial rocío, sostenida por el
Amado y rebosando delicias.
Alimenta hoy, Señora, a tus pobres:
los mismos cachorritos también coman de las migas que caen de la mesa de su Señor; no sólo al siervo de
Abraham, sino también a sus camellos
dales a beber de tu copioso cántaro;
porque tú eres verdaderamente aquella doncella de antemano elegida y preparada
para desposarse con el Hijo del Altísimo, el cual es sobre todas las cosas Dios bendito en los siglos. Amén.
DE LA TRADICIÓN FRANCISCANA
Te rogarnos, Señora nuestra, que tú, Estrella de la mañana, alejes con tu esplendor la niebla de la sugestión
diabólica, que cubre la tierra de nuestra alma; tú que eres la luna llena, llena nuestro vacío, ahuyenta las
tinieblas de nuestros pecados, a fin de que merezcamos llegar a la plenitud de la vida eterna, a la luz de la
gloria imperecedera.
Ayúdenos el Señor, que te creó para que seas nuestra luz;
el que, para nacer luego de ti, hizo que nacieses tú. A él es dado el honor y la gloria por los siglos de los
siglos. Amén.
Te rogamos, Señora nuestra, anta Madre de Dios, que en el nacimiento de tu Hijo, a quien diste a luz
siendo virgen, lo envolviste en pañales y reclinaste en el pesebre, nos obtengas de él el perdón y que, con
el ungüento de tu misericordia, cures la quemadura de nuestra alma, que contrajimos con el ffiego del
pecado, a fin de que merezcamos llegar al gozo de la Fiesta eterna.
Ayúdenos él mismo, que se dignó nacer de ti, Virgen gloriosa, al cual es dado honor y gloria por los siglos
de los siglos. Amén.
San Buenaventura
Y ahora, ¿qué lengua será capaz de expresar, o qué entendimiento de comprender, oh Virgen santa, el peso
de tus desolaciones? Presente en todos esos martirios, participando en todos ellos, viste con tus propios
ojos aquella carne bendita y santa, que tá virginalmente concebiste, y tiernamente alimentaste y criaste a
tus pechos, y tantas veces reclinaste en tu seno y besaste juntando labios con labios; la viste desgarrada
por los azotes, penetrada de espinas.
La viste herida con la caña, injuriada a puñetazos y bofetadas, y taladrada con clavos, pendiente en el
madero de la cruz, más y más rasgada por su propio peso, expuesta a todos los escarnios y, al final,
abrevada de hiel y de vinagre.
¡Y le viste el alma! Viste con los ojos del alma aquella alma divinísima repleta de la hiel de todas las
amarguras, sacudida por los estremecimientos del espíritu, llena de pavor y de molestias, agonizante,
acongojada, turbada, abatida por la tristeza y el dolor, en parte por el ardiente celo de reparar el honor de
Dios, violado por el pecado, en parte por la afectuosa conmiseración de nuestras miserias, en parte por la
Santiago de Milán
Oh Señora mía, ¿dónde estás? ¿Acaso junto a la cruz? Ciertamente, en la cruz con el Hijo, allí estás
crucificada con él. Sólo que él en el cuerpo, y tú en el corazón; y las heridas repartidas por su cuerpo están
todas unidas en tu corazón.
Allí, Señora, lanceado está tu corazón, allí clavado, allí coronado de espinas, allí burlado, rechazado y
colmado de afrentas, saciado de hiel y de vinagre. Oh, Señora, ¿por qué fuiste a ser inmolada por nosotros?
¿No nos resultaba suficiente la pasión del Hijo si no era crucificada también la madre? ¡Oh corazón de
amor! ¿Por qué te convertiste en bola de dolor? Miro tu corazón, Señora, y ya no veo un corazón, sino
mirra, ajenjo y hiel. Busco a la madre de Dios y encuentro salivazos, latigazos y heridas, porque te has
convertido totalmente en estas cosas. ¡Oh llena de amargura! ¿Qué has hecho? ¡Por qué convertiste el vaso
de santidad en un vaso de sufrimiento?
¡Oh Señora! ¿Por qué no te quedaste sola en tu habitación? ¿Por qué fuiste al lugar del Calvario? No es tu
costumbre, Señora, acudir a ese tipo de espectáculos. ¿Por qué no te retuvo el pudor virginal? ¿Por qué no
te retuvo el miedo de mujer?
¿Por qué no te retuvo el horror de los criminales? ¿Por qué no te retuvo la torpeza del lugar? ¿Por qué no
te retuvo la multitud y el gentío? ¿Por qué no te retuvo la detestación del mal? ¿Por qué no te retuvo la
vehemencia del griterío? ¿Por qué no te retuvo el delirio de los imbéciles? ¿Por qué no te retuvo esa
caterva de demonios?
Nada de eso tuviste en cuenta, Señora, porque tu corazón estaba friera de sí por el dolor, no estabas en ti,
sino en la aflicción del Hijo, en las heridas del único, en la muerte del amado.
Tu corazón no consideraba el pueblo, sino la herida; no la presura, sino la fisura; no el clamor, sino el livor;
no el horror, sino el dolor.
Regresa, Señora, al lugar de antes, no sea que con el golpe al pastor te perdamos también a ti. ¿Por qué
somos privados, en una hora, de la protección de ambos? No se acostumbra, Señora, que las mujeres sean
condenadas a tal género de muerte, ni la sentencia ha sido promulgada contra ti.
Pero creo que no puedes escuchar esto, porque estás repleta de amargura, todo tu corazón estaba vuelto,
Señora, hacia la pasión de tu Hijo. ¡Oh cosa digna de admiración! Estás toda en las heridas de Cristo, todo
Cristo está crucificado en las íntimas entrañas de tu corazón. ¿Cómo es esto posible: que aquél que
contiene se halle en el contenido? ¡Oh
hombre, hiere tu corazón si quieres comprenderlo! Abre tu corazón con los clavos y la lanza, y penetrará la
verdad. No entra el sol de justicia en un corazón cerrado.
Mas, oh Señora herida, hiere nuestros corazones y renueva en ellos la pasión de tu Hijo. Une tu corazón
herido al nuestro, para que seamos heridos contigo en las heridas de tu Hijo. ¿Por qué, Señora, no tengo al
menos este corazón tuyo, de modo que, mire donde mire, siempre te vea clavada con tu Hijo?
Oh Señora, si no quieres darme a tu Hijo crucificado ni tu corazón herido, te pido que al menos me des las
contumelias, las burlas, las afrentas y todo lo que sentiste dentro tuyo en todo ello. ¿Qué madre, en efecto,
no se quitaría gustosa los sufrimientos de sí misma y de su Hijo para ponerlos en su siervo? O, si estás tan
embebida en estas cosas que no quieres separadas ni de ti ni de tu Hijo para dárselas a alguien, por lo
menos, Señora, úneme a mí, indignísimo, a aquellas ignominias y a aquellas heridas, para que a ti y a tu
Hijo les sirva de alivio tener un compañero en las penas. ¡Oh, qué feliz sería si pudiera asociarme aunque
más no sea a las heridas! Sí, Señora mía, ¿qué hay hoy más grande que tener el corazón unido a tu corazón
Oh, Señora mía, ¿por qué no me das lo que te pido? Si te he ofendido, hiere mi corazón por justicia; si te he
servido, entonces te pido lo hieras por gracia. ¿Y dónde está, Señora, dónde está tu piedad, donde está tu
inmensa clemencia? ¿Por qué te has vuelto cruel para mí, tú que siempre fuiste benigna? ¿Por qué te me
has vuelto avara, tú que siempre fuiste generosa y magnánima? No te pido, Señora, ni el sol ni las estrellas,
sino las heridas. ¿Cómo puede ser que seas tan avara de ellas? Quítame la vida corporal, Señora, o hiere mi
corazón. Es para mí vergonzoso y oprobioso ver a mi Señor herido y a ti, oh Señora mía, herida con él,
mientras yo, vilísimo siervo, paso ileso. Sé muy bien qué haré: te lo suplicaré sin interrupción y con clamor
y lágrimas, echado a tus pies, y seré muy importuno para ti; dame lo que te pido, y aunque me empujes
para que me vaya, seguiré insistiendo y soportaré tus flagelos hasta yerme herido donde-
quiera, pues no son sino heridas lo que te pido. Si, en cambio, sin golpe alguno quisieras ablandarte,
perseveraré constante y recibiré tus caricias, y esas mismas caricias herirán mi corazón con tu amor. Por el
contrario, si no dijeras ni hicieras nada, entonces herirá mi corazón la tristeza y el dolor, y no me habré
retirado sin herida. Amén.
Te confieso soberana Reina de los cielos, María santísima, digna Madre de mi Señor Jesucristo, templo
vivo de la divinidad y depósito de los tesoros de su gracia, principio de nuestro remedio, restauradora de la
general ruina del linaje humano, nuevo gozo de los santos, gloria de las obras del Altísimo y único
instrumento de su omnipotencia. Te confieso por Madre dulcísima de misericordia, refugio de los
miserables, amparo de los pobres y consuelo de los afligidos;
y todo lo que en ti, por ti y en ti confiesan los espíritus angélicos y los santos, todo lo confieso, y lo que en
ti y por ti alaban a la divinidad y la glorifican, todo lo alabo y glorifico, y por todo te bendigo y magnifico,
confieso y creo.
Oh Reina y Señora de todo lo creado, que por tu sola y poderosa intercesión y porque tus ojos de
clemencia me miraron, por esto convirtió a mí tu Hijo santísimo los de su misericordia, y mirándome como
Padre, no se dignó por ti de escoger a este vil gusanillo de la tierra y la menor de las criaturas para
manifestar sus venerables secretos y misterios. No pudieron extinguir su caridad inmensa las muchas aguas
de mis culpas y pecados e ingratitudes y miserias, y mis tardas y torpes groserías no pusieron término ni
ahogaron la corriente de la divina luz y sabiduría que me ha comunicado.
DE AUTORES VARIOS
Madre de los pobres, hay mucha miseria en nuestros pueblos. Falta el pan material en muchas mesas, falta
el pan de la verdad en muchas mentes, falta el pan del amor en muchos hombres, falta el pan del Señor en
muchos pueblos. Tú conoces la pobreza y la viviste, danos alma de pobres para ser felices; pero alivia la
miseria de los cuerpos y arranca del corazón de tantos hombres el egoísmo que empobrece. Nuestra Señora
de América, ilumina nuestra esperanza, alivia nuestra pobreza, peregrina con nosotros hacia el Padre.
Amén.
Contigo, María
María, madre de Jesús y madre nuestra, nos ponemos junto a ti bajo la cruz de tu Hijo, con el deseo de que
tú nos hagas entrar en el misterio de su vida y de su muerte; habitar en su corazón; permanecer a sus pies
en escucha y contemplación. Suscita en nosotros, María, aquellos sentimientos de participación en el
sufrimiento de Cristo y del mundo, que fueron los tuyos.
Tú ves qué imperfectas son nuestras palabras y qué lejanos nuestros conceptos
de esta verdad que tú vives. Ayuda a cada uno de nosotros, a orar en silencio, a adorar. Danos la alegría,
con tu Hijo, por la gracia del Espíritu Santo, que invocamos de la potencia del Padre. Amén.
Me confío a ti
María, me confío a ti. Tú sabes que te amo, conoces mi debilidad y fragilidad, sabes que, aunque me crea
desapegado, aunque quiera desear solamente el amor del Señor, me lamento como un águila herida cuando
me veo privado de algo que considero importante. Te mego, oh Madre, que intercedas para que Jesús me
guíe con su fuerza
en la salida de Egipto, hacia la conquista de la tierra de Canaan.
Oh María, ayúdame a mirar dentro mío y por encima de mí
con esa mirada de verdad, de libertad, de simplicidad
que me coloca en el justo camino de la cruz y de la resurrección, el camino que tú recorriste en la fe y en
la alegría.
María, Madre de nuestro Hermano y Señor Jesucristo, pobre y crucificado, Madre de nuestra Familia,
Madre de los pobres:
Escucha esta súplica confiada. Muchos pueblos carecen de pan material y espiritual.
Muchas mentes y muchos corazones carecen del pan de la verdad y del amor. Muchos hombres carecen
del pan de la palabra y del pan del Señor
Arranca del corazón humano el egoísmo que empobrece.
Que los pueblos del mundo entero acojan la Luz verdadera y caminen por sendas de Paz y de Justicia en el
respeto mutuo y la solidaridad injertada en la humanidad de nuestro Dios. Señora de la Porciúncula:
ilumina nuestra esperanza, purifica nuestros corazones, acompáñanos en los caminos de la evangelización
hacia un mundo cada vez más justo y más libre para todos. Amén.
Un Franciscano
Padre Bueno, Padre de la vida, Señor de la historia. En el barro manso de la confianza de María modelaste
el Evangelio de la gracia y del amor sin medida.
Ella nunca dejó de entregarse en silencio para que su Hijo fuera nuestro, para que él mismo se entregara a
ti. Ella se hizo grande en el servicio, se hizo fuerte en la pobreza, y se hizo madre en el amor.
Ella fue la primera en poner en tus manos el cuerpo y la sangre de tu Hijo, que eran suyos, antes de que lo
hiciera él mismo.
Concédenos la gracia de ser como el pan que amasaban sus manos, y como el vino que servía en las
fiestas, para acoger tu propia Esperanza en nuestros corazones pequeños, y comunicar al mundo la Alegría
de tu Salvación. Amén.
Clementísimo Jesús mío, porque eres infinitamente bueno y misericordioso, te amo sobre todas las Cosas, y
de todo corazón me arrepiento de haberte ofendido. Te ofrezco, Dios mío, este santo ejercicio en honra y
veneración de aquel camino doloroso que tú hiciste por mí, indignísimo pecador. Amén.
Primera Estación
En esta primera estación se presenta la casa y el pretorio de Pilato, donde nuestro soberano Redentor,
coronado de penetrantes espinas y todo bañado en sangre, recibió la inicua sentencia de muerte.
ORACIÓN
¡Ay de mí, amado Jesús mío, y qué amor tan entrañable es el tuyo! Por una criatura tan ingrata quieres
sufrir prisiones, cadenas y azotes tan crueles, hasta ser sentenciado a la ignominiosa muerte de cruz. ¡Ah,
Dios mío! que sólo esto debía partirme el corazón y hacerme detestar tantos pecados míos que fueron la
causa de tantos trabajos tuyos. Ya, pues, Señor, abomino todos mis pecados; ya los lloro, y por este camino
doloroso andaré suspirando y repitiendo: Jesús mío, misericordia; Jesús mío, misericordia. Amén.
Segunda Estación
Te adoramos, etc.
En esta segunda estación se representa el lugar donde por mano de cruelísimos ministros fue cargado sobre
los lastimados hombros de nuestro Redentor el pesadísimo madero de la cruz.
ORACIÓN
A mí, Jesús mío, a mí y no a ti se debe esa pesada cruz. ¡Oh cruz pesadísima, que fuiste fabricada con mis
feas y enormes culpas! Ea, pues, Salvador mío, dame fortaleza para abrazar con amor la cruz de
los trabajos que merecen mis gravísimos pecados, a fin de que, teniendo en el breve tiempo de esta vida la
dichosa suerte de vivir abrazado a la santa Cruz, muera crucificado, y por este medio llegue finalmente a
gozaste en el cielo. Amén.
Señor, pequé, etc.
Tercera Estación
Te adoramos, etc.
En esta tercera estación se representa el lugar donde el pacientísimo Jesús cayó en tierra la primera vez.
ORACIÓN
Amantísimo Redentor mío, aquí tienes postrado a tus pies al pecador más arrepentido de cuantos viven
sobre la tierra. ¡Oh cuántas caídas! ¡Oh cuántas veces yo mismo me he precipitado en un abismo de
iniquidad! Pero ya te pido tu mano soberana para levantarme. Ayúdame, Jesús mío, ayúdame para no caer
en el resto de mi vida en ninguna culpa mortal, y asegurar de este modo con la muerte mi eterna salvación.
Amén.
Cuarta Estación
Te adoramos, etc.
En esta cuarta estación se representa el lugar donde nuestro apasionado Redentor se encontró con su
santísima Madre.
ORACIÓN
¡Oh divino Hijo de María! ¡Oh santísima Madre de mi amado Jesús! Aquí me tenéis postrado a vuestros
pies santísimos, humillado y compungido. Confieso que yo soy aquel traidor, que fabriqué con mis pecados
el doloroso cuchillo que traspasó vuestros corazones; pero ya me arrepiento, y os pido a ambos perdón y
misericordia. Salvador mío, misericordia; misericordia, Madre clementísirna, misericordia. Y concededme
que me aparte desde ahora de las culpas, medite vuestras penas todo el tiempo de mi vida y pase después a
veros y gozaros por la eternidad en la gloria. Amén.
Quinta Estación
Te adoramos, etc.
ORACIÓN
Amantísimo Salvador mío: te doy gracias por tantas y tan oportunas ocasiones como me das de padecer
por ti y de merecer para mi. Haz, Dios mío, que sufriendo yo con paciencia todo aquello que tiene
apariencia de mal en esta vida, consiga el tesoro de los bienes eternos en la otra; y que padeciendo aquí
contigo desconsuelos y trabajos, sea digno de pasar a reinar también contigo eternamente en el cielo.
Amén.
Señor, pequé, etc.
Sexta Estación
Te adoramos, etc.
En esta sexta estación se representa el lugar donde la santa mujer, Verónica, limpió con un paño el rostro
ensangrentado del Señor.
ORACIÓN
Atormentado Salvador mío, te suplico por tu infinita bondad, que imprimas de tal manera en mi
corazón la imagen de tu santísimo rostro, que nunca pueda olvidarme de ti, sino que puesta siempre
delante de mi vista tu pasión dolorosa, llore continuamente mis enormes culpas; y alimentado en esta vida
con el pan del dolor de mis pecados, logre después la dicha de ver lleno de gloria tu rostro en el cielo.
Amén.
Séptima Estación
Te adoramos, etc.
En esta séptima estación se representa el lugar de la puerta de Jerusalén, llamada Judiciaria, donde
nuestro fatigado Redentor cayó en tierra la segunda vez.
ORACIÓN
¡Oh santísimo Redentor mío! Aunque te miro caído en ese suelo, te confieso al mismo tiempo omnipotente.
Te suplico me concedas eficaces gracias para abatir todos mis pensamientos de soberbia, vanidad y amor
propio; a fin de que caminando siempre en humildad y abatimiento, y abrazando de corazón el retiro y los
desprecios, merezca aliviaste de tan dolorosa caída, y después
ser levantado a gozaste en la gloria por toda la eternidad. Amén.
Señor, pequé, etc.
Octava Estación
Te adoramos, etc.
En esta octava estación se representa el lugar donde el benignísimo Jesús consoló a unas mujeres de
Jerusalén que llorando le seguían.
ORACIÓN
Amabilísimo Salvador mío, ¿cómo no se deshace mi corazón en lágrimas al ver que por mí te hallas entre
tan indecibles tormentos? Lágrimas, Señor, te pido, y lágrimas de dolor y compasión; a fin de que por ellas,
y con el propósito que ahora hago de no volver a ofenderte, merezca aquella piedad que mostraste a las
piadosas mujeres. Concédeme, Jesús mío, esta consolación divina; para que mirado por ti con ojos de
piedad en esta vida, tenga seguridad en la muerte de pasar a verte en la gloria. Amén.
Novena Estación
Te adoramos, etc.
En esta novena estación se representa el lugar donde nuestro pacientísimo Salvador, destituido en gran
manera de fuerzas, cayó por tercera vez en tierra.
ORACIÓN
Omnipotente Dios mío, que con sólo un dedo sustentas los cielos y la tierra, ¿quién, Señor, te ha hecho
caer desmayado hasta pegar tu divino rostro en el suelo? Mas, ¡ay de mí! que quien te ha postrado han sido
mis reincidencias y mis repetidas culpas, añadiendo en ti tormentos a tormentos, con añadir yo pecados a
pecados. Pero, ya reconocido me postro a tus pies benditos; y con propósito firme de no repetir más
culpas, te digo desde lo más intimo de mi alma: no más pecar, mí Dios; no más pecar. Amén.
Décima Estación
Te adoramos, etc.
ORACIÓN
Afligidísimo Jesús mío, ¡qué horrible diferencia de mí a ti estoy mirando! Tú, Señor, todo sangre, todo
llagas, todo desnudez, todo amarguras; y yo todo deleites, todo vanidad, todo dulzura. ¡Ah, Señor, y qué
errados han sido mis caminos! Bien lo conozco en ti que eres el camino verdadero: pero dame tu auxilio
soberano para poder cambiar de vida, y pon tal amargura en mí gusto para las cosas de este mundo, que de
aquí en adelante no guste ya otra cosa que los dolores de tu santísima pasión, y consiga de este modo el
pasar después de mi muerte a gustar las dulzuras de la gloria. Amén.
Undécima Estación
Te adoramos, etc.
En esta undécima estación se representa el lugar donde los judíos tendieron al Señor sobre la cruz, y le
clavaron en ella en presencia de su Madre santísima.
ORACIÓN
Clementísimo Redentor mío, crucificado por mi amor, hiende, Señor, te pido, y traspasa mí duro corazón
con los clavos de tu santo amor. Y ya que mis pecados fueron los clavos crueles que te traspasaron los pies
y las manos, haz que tu amor, tu temor, y el dolor de haberte ofendido, sean los artífices que fijen y
moderen en mí todas mis desordenadas pasiones, para que teniendo la feliz y dichosa suerte de vivir
crucificado contigo en la tierra, pase a reinar también contigo en las felicidades de la gloria. Amén.
Señor, pequé, etc.
Duodécima Estación
Te adoramos, etc.
En esta duodécima estación se representa el lugar donde nuestro piadosísimo Salvador, después de puesto
en la cruz, fue levantado en ella, y dio su amorosa vida redimiendo al mundo.
ORACIÓN
Amabilísimo Redentor mío, ya reconozco y confieso que mis gravísimas culpas son los verdugos más
despiadados que te han quitado la vida, y que
no merezco el perdón de tantas y tan graves ofensas: pero oyéndote a ti en esa cruz perdonar a tus
enemigos, ¡oh, cuánto ánimo y esfuerzo recibe mi corazón! Y si con eso me enseñas también a perdonar,
aquí me tienes pronto para perdonar de corazón a cuantos me hubieran ofendido. Sí, mí Dios, por amor
tuyo a todos perdono, y deseo el bien a todos, para que así me concedas que en la última hora de mí vida
escuche de tu divina boca aquella feliz promesa: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Amén.
Señor, pequé, etc.
Decimotercera Estación
Te adoramos, etc.
En esta decimotercera estación se representa el lugar donde el cuerpo muerto de nuestro adorable Salvador
fue bajado de la cruz y puesto en los brazos de su afligidísima Madre.
ORACIÓN
¡Oh valerosa Reina de los mártires, qué mar inmenso de penas y tormentos está hecho tu tiernísimo
corazón! Conozco no ser digno de acompañarte en tu sentimiento, por haber sido yo
la causa de que tan cruel espada traspase tu alma. Pero usando de tu bondad y misericordia, alcánzame de
tu divino Hijo un verdadero dolor de mis ceguedades pasadas, a fin de que sintiéndolas con amargura,
participe de tus aflicciones en esta vida, y pase a hacerte compañía en los consuelos de la eterna. Amén.
Decimocuarta Estación
Te adoramos, etc.
En esta decimocuarta estación se representa el lugar del Santo Sepulcro, donde fue colocado el cuerpo
muerto de Jesús.
ORACIÓN
Piadosísimo Jesús, que por mí amor quisiste andar todo este camino doloroso, te adoro ya muerto y
encerrado en ese Santo Sepulcro. Quisiera, Señor mío, tenerte encerrado en mí pobre corazón, a fin de que
unido a ti, después de este santo ejercicio me levante a nueva vida de gracia, y merezca con la
perseverancia morir en tu amistad. Concédemelo, Señor, por los méritos de tu pasión santísima, que he
meditado en este Vía Crucis-, y que en el
extremo de mi vida, sea mi único alimento el Santísimo Sacramento del altar; mis últimas palabras aquellos
dulcísimos nombres Jesús y María; y que mi último aliento se una con aquel con que tú expiraste en la
cruz; para que de este modo con fe viva, esperanza cierta y caridad perfecta, muera contigo y muera por ti
para reinar también contigo por los siglos de los siglos en el cielo. Amén.
Cristo se hizo por nosotros obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por eso Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre; de modo que al Nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame
que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
V). Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R). Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
ORACIÓN
Dios, que por la gloriosa pasión de tu Hijo enseñaste a llegar a la gloria eterna por el Camino de la Cruz:
concede propicio que a aquél a quien nos asociamos con piadosos afectos en el lugar del Calvario, lo
sigamos también en sus triunfos para siempre. Quien vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.
Al comenzar la Corona
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en quien creo, en quien espero y a quien amo sobre todas
las cosas: sólo por ser tú quien eres me duele haberte ofendido, y quisiera morir antes que volver a pecar,
ayudado por tu divina gracia; dámela, Dios mío, para rezar con fervor esta corona de tu santísima Madre.
Amén.
La Corona se compone de siete decenas de Avemarías precedidas por un Padrenuestro y concluidas con
un Gloria. Al terminar la séptima Alegría se añaden dos Avemarías más, para completar los setenta y dos
años que, según la tradición, habría vivido la Santísima Virgen.
Para el rezo de la Corona de los Dolores se procede igual que para el de la Corona de las Alegrías. Esta
Corona se reza, especialmente, durante el tiempo de Cuaresma y los viernes del año.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos Jesús;
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchanos Jesús;
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.
Jesús, óyenos,
Jesús, escúchanos.
ORACIÓN
Señor nuestro Jesucristo, que dijiste: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá te supli-
camos derrames sobre nosotros la ternura de tu divino amor, a fin de que, amándote de todo corazón, en la
palabra y en las obras nunca cesemos de bendecir tu santo Nombre.
Haz, Señor, que reine siempre en nosotros un temor respetuoso y un amor ardiente por tu Santo Nombre,
ya que tu providencia no abandona jamás a los que has establecido en la solidez de tu amor. Tú que vives y
reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos Señor;
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchanos Señor;
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.
ORACIÓN
Omnipotente y sempiterno Dios, mira el Corazón de tu amadísimo Hijo y las alabanzas y satisfacciones que
en nombre de los pecadores te presentó, y concede benigno el perdón a quienes acuden a tu misericordia,
en nombre de tu mismo Hijo Jesucristo, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos Señor;
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchanos Señor;
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.
ORACIÓN
Oh Dios, que has hecho que él espíritu de tu santísima Madre fuese colmado de tan admirables alegrías en
Ti; concédenos propicio que, ayudados por los méritos de ella, seamos siempre llenos de espiritual
consuelo.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos Señor;
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchanos Señor;
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.
V. Lo constituyó señor de su casa.
R. Y príncipe de toda su herencia.
ORACIÓN
Dios, que por tu inefable providencia te dignaste elegir al bienaventurado José como esposo de tu
Santísima Madre, te rogamos que merezcamos tener por intercesor en los cielos a aquél que veneramos
como nuestro protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
ANTÍFONAS MARIANAS
Ave Maria
Salve, Regina
Regina coeli
Tota pulchra
V). Et macula originalis non est in te. V). Y la mancha original no se halla en ti.
R). Et macula originalis non est in te. R). Y la mancha original no se halla en ti.
Stabat Mater
Quis est homo qui non fleret, ¿Quién es el hombre que no llorara,
Matrem Christi si vidéret viendo a la Madre de Cristo
In tanto supplício? en tan gran suplicio?
Per te, Virgo, sim defénsus sea por ti, oh Virgen defendido
In die judícii. en el día del juicio.
Christe, cum sit hinc exíre, Cristo, cuando tenga que salir de esta vida,
Da per Matrem me veníre concédeme que por la Madre
Ad palmam victóriae. alcance la palma de la Victoria.
Quando corpus moriétur, Y cuando el cuerpo muera,
Fac ut ánimae donétut haz que al alma se le conceda
Paradísi glória. Amen. la gloria del paraíso. Amén.
ANÓNIMO
1. Castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de tu corazón en la
perplejidad en que estabas sin saber si debías abandonar o no a tu amada esposa sin mancha! Pero ¡qué
inefable tu alegría cuando el ángel te transmitió el misterio de la encamación!
Pon este dolor y este gozo te pedimos que consueles nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores,
con la alegría de una vida justa y de una santa muerte, semejante a la tuya, asistidos de Jesús y de María.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
2. Bienaventurado Patriarca, glorioso San José, elegido para ser padre adoptivo del Hijo de Dios
hecho hombre, el dolor que sentiste viendo nacer al Niño Jesús en tan gran pobreza, se cambió de pronto
en alegría celeste al oír el armonioso concierto de los, ángeles y al contemplar las maravillas de aquella
noche tan resplandeciente.
Por este dolor y gozo, alcánzanos que después del camino de esta vida vayamos a escuchar las alabanzas
de los ángeles y a gozar de los resplandores de la gloria celestial.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
3. Ejecutor obedientísimo de la ley de Dios, glorioso San José, la sangre preciosísima que el Redentor niño
derramó en su circuncisión te traspasó el corazón, pero el Nombre de Jesús que entonces se le impuso, te
confortó colmándote de alegría.
Por este dolor y este gozo alcánzanos alejamos del pecado, a fin de terminar gozosos nuestra vida, con el
santísimo Nombre de Jesús en el corazón y en los labios.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
4. Santo fidelísimo, que tuviste parte en los misterios de nuestra redención, glorioso San José, aunque la
profecía de Simeón acerca de los sufrimientos que debían pasar Jesús y María te causó dolor de muerte, sin
embargo te llenó también de alegría al anunciarte, al mismo tiempo, la salvación y resurrección gloriosa del
pueblo.
Por este dolor y este gozo, concédenos participar, por los méritos de Jesús y la maternal intercesión de
María, de la resurrección gloriosa de los justos.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
5. Custodio vigilante, confidente y educador del Hijo de Dios hecho hombre, glorioso San José, cuánto has
debido fatigar para procurarle el sustento a Jesús y a tu esposa, en los duros años de Egipto y en tu pobre
hogar de Nazaret. ¡Pero qué grande fue también tu alegría teniendo siempre contigo a ambos!
Por este dolor y gozo, no permitas que nunca nos falte el trabajo, ni se entibie en nosotros la solidaridad
con los hermanos ni la intimidad con el Señor. Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
6. Padre ejemplar, hombre íntegro, glorioso San José, que pudiste admirar al rey de los cielos sometido a
tus más mínimos mandatos, aunque la alegría del retorno a la patria se turbó por temor a Arquelao,
tranquilizado luego por el ángel, viviste dichoso en Nazaret con Jesús y con Maria.
Por este dolor y este gozo, alcánzanos la gracia de desterrar de nuestro corazón todo miedo que nos
paralice, de poseer la paz del alma y de vivir seguros con Jesús y con María, asistidos en la hora de nuestra
muerte por ellos y por ti.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
7. Modelo de toda santidad, glorioso San José, que habiendo perdido sin culpa tuya al Niño Jesús le
buscaste durante tres días con profundo dolor y preocupación, hasta que lleno de gozo, le encontraste en el
templo en medio de los doctores.
Por este dolor y gozo, te suplicamos con palabras nacidas del corazón que intercedas por nosotros para que
no nos suceda jamás perder a Jesús por algún pecado grave. Mas, si por nuestra culpa lo perdemos, haz
que le busquemos con tal dolor y tal ardor, que no reposemos hasta encontrarle misericordioso y
compasivo, para gozarle en el cielo y cantar junto a ti eternamente su grandeza.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Antífona
Jesús mismo era tenido por hijo de José cuando empezaba a tener alrededor de treinta años.
ORACIÓN
Oh Dios, que con inefable providencia te dignaste elegir al bienaventurado José por esposo de tu
santísima Madre, te rogamos nos concedas tener como intercesor en los cielos a aquel que veneramos
como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Novus Ordo, nova vita Una nueva Orden, una nueva vida
Mundo surgit inaudita; surgen en el mundo, nunca oídas
Restauravit lex sancita restauró la ley sancionada
Statum Evangelicum. el estado evangélico.
Signis crucis, quae portasti, Con los signos de la cruz que llevaste,
Per quae mundum triumphasti, por los cuales sobre el mundo triunfaste,
Carnem hostem superasti a la carne enemiga superaste
Himno
El fin del hombre, dice el sabio, descubre lo que e! es. Esto se ve gloriosamente cumplido en este santo.
Corriendo por la vía de los mandamientos de Dios con alegría del alma, llegó, por los grados de todas las
virtudes, a escalar la cima, y como obra dúctil, perfectamente elaborada a golpes de martillo de múltiples
tribulaciones, conducido a la perfección, alcanzó el límite de su consumación.
Precisamente sus obras maravillosas resplandecieron más, y apareció a la luz de la verdad que todo su vivir
había sido divino cuando, vencidas ya las seducciones de la vida mortal, voló libre al cielo. Pues tuvo por
deshonra vivir para el mundo, amo a los suyos hasta el extremo, y recibió a la muerte cantando.
De hecho, al acercarse los últimos días, en los cuales a la luz temporal que se desvanecía sucedía la luz
perpetua, demostró con ejemplo de virtudes que nada tenía de común con el mundo. Acabado, pues, con
aquella enfermedad tan grave que puso fin a todos los dolores, hizo que lo pusieran desnudo sobre la
desnuda tierra, para que en aquellas horas últimas, en que el enemigo podía todavía desfogar sus iras,
pudiese luchar desnudo con el desnudo. En verdad que esperaba intrépido el triunfo y estrechaba ya con
las manos entrelazadas la corona de justicia. Puesto así en tierra, despojado de la túnica de saco, volvió,
según su costumbre, el rostro al cielo y, todo concentrado en aquella gloria, ocultó con la mano izquierda
la haga del costado derecho para que no se viera. Y dijo a los hermanos: He concluido mi tarea; Cristo os
enseñe la vuestra.
A la vista de esto, los hijos se deshacen en lágrimas y, entre continuos suspiros que les nacen de lo
profundo del alma, desfallecen por la demasía en el dolor y la compasión. Entre tanto, al contenerse algo
los sollozos, el guardián, sabedor —más en verdad por inspiración divina— del deseo del santo, se levantó
de pronto y, recogiendo los vestidos que éste se había hecho quitar, dijo al padre: Reconoce que, por
mandato de santa obediencia, se te prestan esta túnica, los calzones y la capucha. Y para que veas que
no tienes propiedad sobre estas prendas, te retiro todo poder de darlas a nadie. El santo se goza y
exterioriza el júbilo del corazón, porque ve que ha guardado fidelidad hasta el fin a la dama Pobreza. El no
querer tener, ni siquiera al fin de su vida, hábito propio, sino prestado, lo hacía por el celo de la pobreza.
La gorra de saco la solía llevar en la cabeza para cubrir las cicatrices que le dejó la curación de los ojos,
aunque necesitaba una de piel, liviana y de lana más suave.
Alza después el Santo las manos al cielo y canta a su Cristo, porque, liberado ya de todas las cosas, se va
libre hacia él. Pero, con el fin de mostrarse en todo verdadero imitador del Cristo de su Dios, a sus
hermanos e hijos, a quienes había amado desde el principio, los amó hasta el extremo. Mandó, pues, que
llamasen a todos los hermanos que estaban en el lugar para que vinieran a él, y, alentándolos con palabras
de consolaciónante el dolor que les causaba su muerte, los exhortó, con afecto de padre, al amor a Dios.
Habló largo sobre la paciencia y la guarda de la pobreza, recomendando el santo Evangelio por encima de
todas las demás disposiciones. Luego extendió la mano derecha sobre los hermanos que estaban sentados
alrededor, y, comenzando por su vicario, la puso en la cabeza de cada uno, y dijo:
Conserváos, hijos todos, en el temor del Señor, y permaneced siempre en él. Y pues se acerca la prueba
y la tribulación, dichosos los que perseveren en la obra emprendida. Yo ya me voy a Dios; a su gracia os
encomiendo a todos. Y bendijo —en los hermanos presentes— también a todos los que habían de venir
después de ellos hasta el fin de los siglos.
Corno los hermanos lloraban muy amargamente y se lamentaban inconsolables, ordenó el Padre santo que
le trajeran un pan. Lo bendijo y partió y dio a comer un pedacito a cada uno. Ordenando asimismo que
llevaran el códice de los Evangelios, pidió que le leyeran el Evangelio según San Juan desde el lugar que
comienza Antes de la fiesta de Pascua, etc. Se acordaba de aquella sacratísima cena, aquella última que el
Señor celebró con sus discípulos. Todo esto lo hizo, en efecto, en memoria agradecida de aquélla, y para
expresar claramente el amor que profesaba a los hermanos.
Así que los pocos días que faltaban para su tránsito los empleó en la alabanza, animando a sus amadísimos
compañeros a alabar con él a Cristo. El, a su vez, prorrumpió cómo pudo en este Salmo: A voz en grito
clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor, etc. Invitaba también a todas las creaturas a alabar a Dios,
y con unas estrofas que había compuesto anteriormente él las exhortaba a amar a Dios. Aun a la muerte
misma, terrible y antipática para todos, exhortaba a la alabanza y, saliendo con gozo a su encuentro, la
invitaba a hospedarse en su casa: ¡Bienvenida sea —decía— mi hermana muerte! Y al médico: Ten valor
para pronosticar que está vecina la muerte, que va a ser para mí la puerta de la vída. Y a los hermanos:
Cuando me veáis a punto de expirar, ponedme desnudo sobre la tierra —como me visteis anteayer— y
dejadme yacer así, muerto ya, el tiempo necesario para andar despacio una milla.
Llegó por fin la hora, y, cumplidos en él todos los misterios de Cristo, voló felizmente a Dios.
Salmo 141
ORACIÓN
Seráfico Padre San Francisco, al atardecer del sábado, a la hora de tu paso de este mundo al Padre,
rodeado de tus hijos que lloraban, tú, Patriarca de los pobres, con los ojos ya apagados no por la vejez, sino
por las copiosas lágrimas, extendiste las manos con los brazos en forma de cruz, y bendijiste con singular
amor, cual otro Jacob, a todos tus Hermanos presentes. Ahora te pedimos: con tu paterna bondad, socó-
rrenos también a nosotros, que conmemoramos tu tránsito; e implora por nosotros al mismo Señor
Jesucristo la gracia de su bendición. Él, que ha mostrado en ti la fuerza misteriosa de la cruz, y vive y reina
con el Padre y el Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.
Himno
Al caer la tarde silenciosa, cuando todo era calma en el ambiente, una luz se encendía diligente
en oración humilde y amorosa.
Eras tú, Clara, corazón amante, que velabas al Dios sacramentado, pidiendo por el mundo atormentado, de
tanto desamor desconcertante.
En el coro de vírgenes prudentes, alabas al Señor tres veces santo; nosotros nos unimos a tu canto
y a tu gozo seráfico y ferviente. Amén.
Rodean el lecho de su Madre aquellas hijas que muy pronto quedarán huérfanas, cuyas almas atravesaba una
espada de dolor.
No las retrae el sueño, no las aparta el hambre; sino que, olvidadas del lecho y de la mesa, día y noche tan sólo
piensan en llorar. Entre ellas, la devota virgen Inés, saturada de amargas lágrimas, le dice insistentemente a su
hermana que no se marche abandonándola a ella. Le responde Clara: Hermana carísina, es del agrado de Dios que
yo me vaya; mas tú cesa de llorar, porque llegarás ante el Señor en seguida de mí, y El te concederá un gran
consuelo antes de que me aparte de ti.
Se la ve, finalmente, debatirse en la agonía durante muchos días, en los que va en aumento la fe de las gentes y la
devoción de los pueblos. La visitan asiduamente cardenales y prelados honrándola cada día como a verdadera santa.
Y es ciertamente admirable que, no pudiendo tomar alimento alguno durante diecisiete días, la vigorizaba el Señor
con tanta fortaleza, que podía ella confortar en el servicio de Cristo a cuantos la visitaban. Y como el piadoso varón
fray Rainaldo la exhortara a la paciencia en aquel prolongado martirio de tan graves enfermedades, ella, con voz
clara y serena, le contestó: Desde que conocí la gracia de mi Señor Jesucristo por medio de aquel su siervo
Francisco, ninguna pena me resultó molesta, ninguna penitencia gravosa, ninguna enfermedad, hermano
carísimo, difícil.
Mostrándose ya más cerca del Señor, y como si ya estuviera a la puerta, quiere que le asistan los sacerdotes y los
hermanos espirituales, para que le reciten la Pasión del Señor y sus santas palabras. Cuando aparece entre ellos fray
Junípero, notable saetero del Señor, que solía lanzar ardientes palabras sobre él, inundada de renovada alegría,
pregunta si tiene a punto alguna nueva. Él, abriendo su boca, desde el horno de su ferviente corazón, deja salir las
chispas llameantes de sus dichos, y en sus palabras la virgen de Dios recibe gran consuelo.
Vuélvese finalmente a las hijas que lloran para recomendarles la pobreza del Señor y les recuerda con ponderación
los beneficios divinos. Bendice a sus devotos y devotas e implora la gracia de una larga bendición sobre todas las
Damas Pobres de sus monasterios, tanto presentes como futuros.
¿Quién podrá relatar el resto sin llorar? Están presentes aquellos dos benditos compañeros del bienaventurado
Francisco: Ángel el uno, que, lloroso él, consuela a las que lloran; León el otro, que besa el lecho de la moribunda.
Plañen las hijas desamparadas ante la separación de la piadosa madre y acompañan con lágrimas a quien se les va y
no han de ver más en la tierra. Duélense muy amargamente de que todo su consuelo se les marcha con ella y de que,
abandonadas en este va//e de lágrimas, ya no se verán más consoladas por su maestra.
A duras penas, únicamente el pudor retiene sus manos para que no se desgarren sus cuerpos; y el fuego del dolor se
hace más ardiente porque no puede evaporarse con el llanto exterior. La observancia conventual ordena silencio,
pero la violencia del dolor les arranca gemidos y sollozos; los rostros están ya tumefactos por las lágrimas, mas el
ímpetu del corazón lacerado les suministra nuevos ríos de llanto.
Entretanto, la virgen santísima, vuelta hacia sí misma, habla quedamente a su alma: Ve segura —le dice— porque
llevas buena escolta para este viaje. Ve —añade—, porque aquel que te creó te santificó; guardándote siempre,
como la madre al hijo, te ha amado con amor tierno. Tú, Señor —prosigue—, bendito seas por haberme creado.
Preguntándole una de las hermanas que a quién hablaba, ella le respondió: Hablo a mi alma bendita. No estaba ya
lejano su glorioso tránsito, pues, dirigiéndose luego a una de sus hijas, le dice: ¿ Ves tú, oh hermana, al Rey de la
gloria a quien estoy viendo?
La mano del Señor se posó también sobre otra de las hermanas, quien con sus ojos corporales, entre lágrimas,
contempló esta feliz visión: estando en verdad traspasada por el dolor, dirige su mirada hacia la puerta de la
habitación, y he aquí que ve entrar una procesión de vírgenes vestidas de blanco, llevando todas en sus cabezas
guirnaldas de oro. Marcha entre ellas una que deslumbra más que las otras, de cuya corona, que en su remate
presenta una especie de incensario con orificios, irradia tanto esplendor que convierte la noche en día luminoso
dentro de la casa. Se adelanta hasta el lecho donde yace la esposa de su Hijo e, inclinándose amorosísimamente
sobre ella, le da un dulcísimo abrazo. Las vírgenes llevan un palio de maravillosa belleza y, extendiéndolo entre
todas a porfía, dejan el cuerpo de Clara cubierto y el tálamo adornado.
A la mañana siguiente, pues, del día del bienaventurado Lorenzo, sale aquella alma santísima para ser laureada con
el premio eterno; y, disuelto el templo de su carne, el espíritu emigra felizmente a los cielos. Bendito este éxodo del
valle de miseria que para ella fue la entrada en la vida bienaventurada. Ahora, a cambio de sus austerísimos ayunos,
se alegra en la mesa de los ciudadanos del cielo; y desde ahora, a cambio de la vileza de las cenizas, es
bienaventurada en el reino celeste, condecorada con la estola de la eterna gloria.
Salmo 102
ORACIÓN
Dios, que con el resplandor de las virtudes de la bienaventurada Clara quisiste iluminar a innumerables vírgenes:
concede a quienes celebramos su feliz tránsito, por los méritos e intercesión de la misma, que aquí caminemos
siempre bajo esa luz y en el reino celeste merezcamos disfrutar de la perpetua alegría de tu rostro. Por Cristo
nuestro Señor. Amén.
San Anselmo
Busco tu rostro
Busco tu rostro;
Tu rostro busco, Señor.
Y ahora, Señor y Dios mío, enséñame dónde y cómo tengo que buscarte, dónde y cómo te encontraré.
Si no estás en mí, Señor, si estás ausente, ¿dónde te buscaré? Si estás en todas partes, ¿por qué no te veo aquí
presente? Es cierto que tú habitas en una luz inaccesible, ¿pero dónde está esa luz inaccesible?, ¿Cómo me
aproximaré a ella?, ¿quién me guiará y me introducirá en esa luz para que en ella te contemple? ¿Bajo qué signos,
bajo qué aspecto te buscaré? Nunca te he visto, Señor y Dios mío, no conozco tu rostro.
Dios altísimo, ¿qué hará este desterrado lejos de ti?, ¿qué hará este servidor tuyo, sediento de tu amor, que se
encuentra alejado de ti? Desea verte y tu rostro está muy lejos de él. Anhela acercarse a ti y tu morada es
inaccesible. Arde en deseos de encontrarte e ignora dónde vives. No suspira más que por ti y jamás ha visto tu
rostro.
Señor, tú eres mi Dios, tú eres mi Señor y nunca te he visto. Tú me creaste y me redimiste, tú me has dado todos los
bienes que poseo, y aún no te conozco. He sido creado para verte, y todavía no he podido alcanzar el fin para el
cual fui creado.
Y tú, Señor, ¿hasta cuándo nos olvidarás, hasta cuándo dejarás de apartar tu rostro? ¿Cuándo volverás tu mirada
hacia nosotros? ¿Cuándo nos escucharás? ¿Cuándo iluminarás nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo
accederás a nuestros deseos?
\líranos, Señor, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Colma nuestros deseos y seremos felices; sin ti todo
es hastío y tristeza. Ten piedad de nuestros trabajos y de los esfuerzos que hacemos por llegar hasta ti, ya que sin ti
nada podemos.
Enséñame a buscarte, muéstrame tu rostro, porque si tú no me lo enseñas no puedo buscarte. No puedo encontrarte
si tú no te haces presente. Te buscaré deseándote, te desearé buscándote; amándote te encontraré, encontrándote te
amare.
San Patricio
Cristo conmigo
Cristo conmigo,
Cristo delante de mí,
Cristo detrás de mí,
Cristo dentro de mí,
Cristo debajo de mí,
Cristo a mi derecha,
Cristo a mi izquierda,
Cristo en la fortaleza,
Cristo en el asiento del carro,
Cristo en la popa de la nave,
Cristo en el corazón de todo hombre
que piensa en mí,
Cristo en la casa de todo hombre que hable de mí,
Cristo en todos los ojos que me ven,
Cristo en todos los oídos que me oyen.
Oh Señor, tú mismo eres aquella fuente que, aunque siempre bebamos de ella, siempre debemos estar deseando.
Señor Jesucristo, danos sin cesar de esa agua para que brote en nuestro interior una fuente de agua viva que nos
comunique la vida eterna.
Pido cosas ciertamente grandes, ¿quién lo negará? Pero tú, Rey de la gloria, nos prometes dones excelsos y te
complaces en dárnoslos: nada hay más excelso que tú mismo, y tú has querido darte y entregarte a nosotros.
Por eso te pedimos que nos enseñes a valorar lo que amamos, que eres tú mismo, pues nuestro amor no desea bien
alguno fuera de ti.
Tú eres, Señor, todo nuestro bien, nuestra vida y nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento y nuestra bebida.
Infunde en nuestro corazón, Señor Jesús, la suavidad de tu Espíritu y hiere nuestra alma con tu amor, para que cada
uno de nosotros pueda decir con toda verdad: “Muéstrame dónde está el amor de mi alma, porque desfallezco,
herido de amor
Deseo, Señor, desfallecer herido de esta forma. Dichosa el alma a quien de esta manera ha herido el amor. Esta
alma busca la fuente y bebe; siempre, sin embargo, bebiendo tiene sed, deseando encuentra agua, teniendo sed
siempre bebe; así, amando siempre busca y cuando es herida es sanada.
Ojalá se digne herirnos de este modo nuestro Dios y Señor Jesucristo, el piadoso y poderoso médico de nuestras
almas, que es uno con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
Nerses Snorhali
El pequeño rebaño
De La Liturgia Bizantina
Absorbeat
Te ruego, Señor,
que la fuerza abrasadora
y dulcísima de tu amor
absorba de tal modo mi alma,
liberándola de todo apego terrenal,
que muera por amor de tu amor,
ya que Tú por amor de mi amor
te has dignado morir.
Padre, acuérdate de todos tus hijos, que, afligidos por indecibles peligros, sabes muy bien tú, santísimo, cuán de
lejos siguen tus huellas. Dales fuerza, para que resistan; hazlos puros, para que resplandezcan; cólmalos de alegría,
para que disfruten.
Impetra que se derrame sobre ellos el espíritu de gracia y de oración, para que tengan, como tú, la verdadera
humildad; guarden, como tú, la pobreza; merezcan, como tú, la caridad con que siempre amaste a Cristo crucificado,
quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Santísimo y bendito padre: concédeme a mí, miserable, te siga en la presente vida con tal fidelidad que, por la
misericordia divina, merezca alcanzarte en la futura.
Acuérdate, oh piadoso, de tus pobres hijos, a quienes después de ti, su único y singular consuelo, apenas si le queda
alguno. Pues aunque tú, la mejor parte de su herencia y la primera, te encuentres unido al coro de los ángeles y seas
contado entre los apóstoles en el trono de la gloria, ellos, no obstante, yacen en el fango y están encerrados en la
cárcel oscura, desde donde claman a ti entre llantos.
Muestra, padre, a Jesucristo, Hijo del sumo Padre, sus sagradas llagas y presenta las señales de la cruz que tienes
en tu costado, en tus pies y en tus manos para que él se digne, misericordioso, mostrar sus propias heridas al Padre,
quien ciertamente por esto ha de mostrarse siempre propicio con nosotros, pobres pecadores.
San Buenaventura
Gloríate ya seguro en la gloria de la cruz, tú que fuiste glorioso portador de los signos de Cristo; diste comienzo a tu
vida en la cruz, caminaste según la regla de la cruz y en la cruz diste cima a tu carrera, manifestando a todos los
fieles, por el testimonio de la cruz, la gloria de que disfrutas en el cielo.
Que te sigan confiadamente los que salen de Egipto, porque, dividido el mar por el báculo de la cruz de Cristo~
atravesarán el desierto, y, pasado el Jordán de esta mortalidad, ingresarán, por el admirable poder de la cruz, en la
prometida tierra de los vivientes. Que el verdadero guía y salvador del pueblo, Cristo Jesús crucificado, por los
méritos de su siervo Francisco, se digne introducirnos en la tierra de los vivientes para alabanza y gloria de Dios
uno y trino, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Sacerdote santísimo de Dios, confesor admirable, predicador eminente, beatísimo padre Domingo, virgen, elegido
del Señor, grato y amado de Dios con predilección; glorioso en vida, doctrina y milagros: nos gozamos en tenerte
como eficaz intercesor ante el Señor, Dios nuestro.
A ti, a quien venero con especial devoción entre los santos y elegidos de Dios, clamo desde lo íntimo de mi corazón
en este valle de miserias. Te ruego, padre piadosísimo, socorras a mt alma pecadora, privada de toda virtud y gracia
y envuelta en las manchas de muchos defectos y pecados.
Sé propicio a mi alma culpable y desdichada, ¡oh alma bendita y bienaventurada del varón de Dios, enriquecida con
la bendición copiosa de la gracia divina! Pues tú no sólo fuiste llevada al descanso dichoso, a la mansión de la paz y
a la gloria celestial, sino que el ejemplo de tu admirable vida atrajo a otros muchos a esta misma bienaventuranza,
incitados por tus dulces consejos, instruidos por tu sana doctrina e imantados por tu ferviente palabra. Séme, pues,
propicio, bienaventurado Domingo, e inclina tus piadosos oídos a la voz de mi súplica.
Refugiándose en ti mi pobre y necesitada alma, se postra en tu presencia con cuanta humildad puede; se esfuerza en
presentarse lánguida a tus pies; moribunda, intenta, en cuanto puede, suplicarte, rogándote que con tus poderosos
méritos e intercesión piadosa te dignes vivificada, sanarla y henchirla con el don de tu copiosa bendición. Yo sé y
estoy seguro que puedes, confío en tu gran caridad que quieres y espero de la inmensa misericordia del Salvador
que alcanzarás de él cuanto pidieres.
Espero, ciertamente, de tu íntima amistad con Jesucristo, tu muy amado, y elegido entre todos, que nada te negará;
pues ante él, que aunque Dios y Señor, es sin embargo amigo tuyo, obtendrás cuanto quieras. ¿Qué podrá el amado
negar a quien tanto le ama? ¿Qué no dará a aquel que abandonándolo todo se entregó a sí mismo y a todas sus
cosas? Así realmente lo creemos y así te alabamos y veneramos.
Tú en tu más tierna edad, consagraste tu virginidad al Esposo de las vírgenes.
Tú, embellecido por el agua bautismal y adornado por el Espíritu Santo, ofreciste tu alma al Rey de los reyes en el
altar de tu castísimo amor.
Tú, educado desde un principio en la vida cristiana, enderezaste tus pasos hacia la cumbre de la santidad.
Tú, creciendo de virtud en virtud, marchaste siempre adelante en el camino de la perfección.
Tú hiciste de tu cuerpo una hostia viva, santa y agradable a Dios.
Tú, instruido por magisterio divino, te consagraste enteramente al Señor.
Tú emprendiste resueltamente el camino de la santidad, desprendiéndote de todo lo temporal para seguir desnudo a
Cristo desnudo y prefiriendo atesorar para la vida eterna antes que para la presente. Tú, negándote ardorosamente a
ti mismo y tomando virilmente tu cruz, te esforzaste en imitar los ejemplos de nuestro Maestro y Redentor.
Tú, devorado por el celo de Dios y por el fuego de lo alto, te consagraste al servicio de la religión apostólica
incitado por tu excesiva caridad y siguiendo tus ansias de perfección evangélica, y para tan noble fin instituiste la
Orden de Predicadores, realizando de este modo los designios divinos.
Tú, con tus gloriosos ejemplos y méritos, iluminaste la santa Iglesia, dilatada por todo el mundo.
Tú, dejando esta cárcel corporal, ascendiste gloriosamente a la patria de los elegidos.
Tú, ceñida la estola de gloria, asistes ante el trono de Dios para interceder por nosotros.
Te ruego, pues, que me ayudes a mí y a todos los que me son gratos; como también a todo el clero, al pueblo
universal y al piadoso sexo de las mujeres; tú, que con tanto celo anhelaste la salvación del género humano.
Tú, entre todos los santos, eres mi esperanza y consuelo después de la bienaventurada Reina de las vírgenes.
Tú eres mi refugio predilecto. Acude, pues, propicio en mi auxilio. A ti únicamente me acojo, a ti me acerco
confiado, a tus pies, humilde, me postro.
A ti, suplicante, invoco e imploro como Patrono; a ti me encomiendo con devoción; dígnate pues, te ruego,
recibirme, guardarme, protegerme con bondad, para que, con la ayuda de tu protección, merezca alcanzar la deseada
gracia de Dios, encontrar su misericordia y obtener al fin para mi salvación los remedios de la vida presente y
futura. Alcánzame todo esto, ¡oh Maestro!, alcánzamelo; ¡que todo sea así, te suplico, caudillo egregio, padre santo,
bienaventurado Domingo! Socórreme, te ruego, y a todos los que te invocan; sé para nosotros verdadero Domingo,
esto es, custodio vigilante del rebaño del Señor. Vela siempre por nosotros y gobierna a los que te están
encomendados. Corrígenos y, corregidos, reconcílianos con Dios; y después de este destierro preséntanos gozosos al
Señor y a nuestro Salvador Jesucristo, Hijo muy amado y altísimo de Dios, cuyo honor, alabanza, gloria, gozo
inefable y eterna felicidad, con la gloriosa Virgen María y toda la corte de moradores celestiales, permanece sin fin
por los siglos de los siglos. Así sea.
Bienaventuranzas
Felices los que saben reírse de sí mismos, porque no terminarán nunca de divertirse. Felices los que saben distinguir
una montaña de una piedra, porque se evitarán muchos inconvenientes.
Felices los que saben descansar y dormir sin buscarse excusas, porque llegarán a ser sabios. Felices los que saben
escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas.
Felices los que son lo bastante inteligentes como para no tomarse en serio, porque serán apreciados por sus vecinos.
Felices los que están atentos a las exigencias de los demás sin sentirse indispensables, porque serán fuente de
alegría.
Felices ustedes cuando sepan mirar seriamente las cosas pequeñas y tranquilamente las cosas importantes, porque
llegarán lejos en la vida.
Felices ustedes cuando sepan apreciar una sonrisa y olvidar un desaire, porque vuestro camino estará lleno de sol.
Felices ustedes cuando sepan interpretar con benevolencia las actitudes de los demás, aún contra las apariencias:
serán tomados por ingenuos, pero este es el precio de la caridad.
Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque evitarán muchas tonterías. Felices ustedes,
sobre todo, cuando sepan reconocer al Señor en todos los que encuentran, porque habrán encontrado la verdadera
luz y la verdadera sabiduría.
Ofrecimiento de la voluntad
Lope de Vega
Soneto a lo divino
Otro soneto
Nada te turbe
Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda,
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
sólo Dios basta.
Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
nada te turbe.
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
nada te espante.
Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
nada le falta.
Aquella eterna fonte está escondida que bien sé yo do tiene su manida aunque es de noche.
Su origen no lo sé, pues no le tiene, mas sé que todo origen de ella viene, aunque es de noche.
Sé que no puede ser cosa tan bella, y que cielos y tierra beben de ella, aunque es de noche.
Bien sé que suelo en ella no se halla, y que ninguno puede vadealla, aunque es de noche.
Su claridad nunca es oscurecida, y sé que toda luz de ella es venida, aunque es de noche.
Sé ser tan caudalosas sus corrientes, que infiernos, cielos riegan y las gentes, aunque es de noche.
El corriente que nace de esta fuente, bien sé que es tan capaz y omnipotente, aunque es de noche.
El corriente que de estas dos procede, sé que ninguna de ellas le precede, aunque es de noche.
Aquesta eterna fonte está escondida, en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche.
Aquí se está llamando a las criaturas, y de esta agua se hartan, aunque a oscuras porque es de noche.
Aquesta viva fuente que deseo, en este pan de vida yo le veo, aunque es de noche.
Un pastorcico
No llora por haberle amor llagado, que no le pena verse así afligido, aunque en el corazón está herido; mas llora por
pensar que está olvidado.
Que sólo de pensar que está olvidado de su bella pastora, con gran pena se deja maltratar en tierra ajena, el pecho
del amor muy lastimado.
Anónimo
Alma de Cristo
Anónimo
Oración de la Paz
Oh Maestro,
que no me empeñe tanto en ser consolado como en consolar;
en ser comprendido como en comprender;
en ser amado como en amar.
Pues dando se recibe;
olvidando se encuentra;
perdonando se es perdonado;
muriendo se resucita a la vida eterna.
Señor, al mirarme con ternura, has impreso en mi corazón un esbozo de tu rostro, pero es preciso que no deje de fijar
mi mirada en ti. Por eso espero con impaciencia tu vuelta, y nada me consolará en tu ausencia. Se puede vivir muy
lejos del ser amado:
tu nombre, presente en lo secreto del corazón, sostiene mi esperanza y mi vida.
Tu nombre, que yo guardo, es el nombre que me salva.
Me salva de la desesperación y de la rebelión. Tu nombre es el huésped de mi silencio interior, y en mí no se calla.
Como una fuente de ternura, murmura en lo más profundo de mí mismo
el dulce mensaje de una presencia y de una fidelidad.
Charles de Foucauld
Oración de abandono
Padre mío, me entrego en tus manos; haz de mí lo que quieras; sea lo que sea te lo agradezco. Gracias por todo;
estoy dispuesto a todo; lo acepto todo; te agradezco todo.
Con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas, en todos aquellos que tu corazón ama; no deseo nada
más, Dios mío. Me entrego en tus manos sin medida, con infinita confianza, porque tú eres mi Padre.
Miguel de Unamuno
Teresa de Calcuta
Tú eres el hijo de María, concebido en su seno por el Espíritu Santo. Tú has nacido en Belén.
Tú fuiste envuelto en pañales por María y acostado en un pesebre lleno de paja. Tú has sido calentado por el aliento
de la mula
que llevó a tu madre encinta.
Tú eres el hijo de José, “el carpintero”, como lo conocía la gente de Nazaret. Tú eres un hombre como todos, sin
muchos conocimientos, según la opinión de la gente culta de Israel.
Jesús es la Palabra hecha hombre. Jesús es el Pan de vida. Jesús es la víctima inmolada, por nuestros pecados, en la
cruz.
Jesús es el sacrificio ofrecido en la santa Misa por los pecados del mundo y por los míos.
Jesús está en el leproso, a quien se debe lavar las heridas. Jesús está en el mendigo, a quien se debe dar una
sonrisa.
Jesús está en el borracho, a quien se debe escuchar. Jesús está en el enfermo mental, a quien se debe proteger.
Jesús está en el pequeño, a quien se debe abrazar. Jesús está en el ciego, a quien se debe conducir. Jesús está en el
mudo, con quien se debe hablar. Jesús está en el paralítico, a quien se debe acompañar. Jesús está en el drogadicto,
a quien se debe dar comprensión. Jesús está en la prostituta, a quien se debe socorrer y dar comprensión. Jesús está
en el preso, a quien se debe visitar. Jesús está en el anciano, a quien se debe servir.
Para mi,
Jesús es mi Dios.
Jesús es mi esposo.
Jesús es mi vida.
Jesús es mi único amor.
Jesús es mi todo en todo.
Jesús es todo para mí.
Jesús, lo amo con todo mi corazón.
Todo se lo he dado a él
—incluso mis pecados— y él me ha escogido como su esposa, con ternura y amor.
Ahora y para siempre, yo soy toda de mi esposo crucificado.
Espíritu Divino, Señor Santificador, Fuente de luz y de consuelo, enséñanos a amar; Espíritu del Padre, Espíritu del
Hijo, condúcenos al único deseo:
tu santísima Voluntad.
Salvador y Redentor nuestro, Santísimo Señor, lleno de gloria y humildad; que seamos uno, como Tú y el Padre,
hermanos entre los hermanos para que el mundo crea;
y a todos anunciemos que no hay omnipotente sino Dios, que en perfecta Trinidad y simple Unidad vives
eternamente y eres bendito por todos los siglos de los siglos. Amén.
Oración por la fe
La noche antes de morir, Jesús pidió al Padre Eterno por nosotros: No pido solo por
ellos, sino también por aquellos que creerán en mí a través de sus palabras.
Señor Dios, cuando las cosas santas que debemos decir y hacer y las cosas sagradas que debemos tocar se vuelven
ordinarias y se transforman en monótonas, ayuda nuestra falta de fe. Señor Dios, cuando tocar el borde del manto de
Cristo no es suficiente, y anhelamos sentir el apretón de su mano traspasada y glorificada, ayuda nuestra falta de fe.
Señor Dios, cuando no nos conformamos con las migajas que caen de tu mesa, ayuda nuestra falta de fe.
Señor Dios, cuando temblamos por nuestro futuro desconocido, encomendado a tus manos, ayuda nuestra falta de
fe.
Señor Dios, cuando nos arrodillamos para orar, y pensamos qué estás ausente, y la oscuridad nos rodea, ayuda
nuestra falta de fe.
Señor Dios, cuando nos preguntamos cuál es el sentido de todo esto, ayuda nuestra falta de fe. Señor Dios, cuando
sentimos que ya no resistiremos más, y que sucumbiremos bajo el peso de todo esto, ayuda nuestra falta de fe.
Señor Dios, cuando podemos ver que no hay otra salida, y sin embargo parece que damos vueltas y más vueltas
alrededor, ayuda nuestra falta de fe.
Señor Dios, cuando hablar a otros parece hacernos más felices que hablarte a ti, ayuda nuestra falta de fe.
Señor Dios, cuando nos hallamos en la duda acerca de si estamos buscando nuestra propia gloria o la tuya en lo que
hacemos y logramos, ayuda nuestra falta de fe.
Señor Dios, cuando nuestro trabajo se hace pesado, y te borra de nuestra corta y estrecha visión, ayuda nuestra falta
de fe.
Señor Dios, cuando perdemos de vista los rasgos de Cristo en nuestro propio rostro y en los rostros de nuestros
hermanos y hermanas, ayuda nuestra falta de fe.
Señor Dios, cuando pedimos un signo al mirar y no ver, al oír y no escuchar, cuando te pedimos que visites la pobre
vivienda de nuestros corazones, ayuda nuestra falta de fe, fortalécenos, pero di solamente la Palabra y bastará para
sanamos.
Siempre presente y Santísimo Señor, en tu amable bondad nos diste tu Palabra que permanece para siempre;
concédenos, te suplicamos, una fe firme que nos guíe por las oscuridades, las dificultades y las cruces de esta vida
hacia la luz y la gloria de la bienaventurada eternidad.
Por Aquel que has enviado, nuestro Salvador Jesucristo y en el más Santo Espíritu. Amén.
Un Franciscano
Tu luz, Señor, nos hace ver la luz. Iluminados por la claridad de tu Presencia y conducidos por tus manos llagadas y
resucitadas, te pedimos, Señor Jesús, que derrames en nosotros tu Espíritu. Que él nos conceda un conocimiento
interior y profundo de tu persona, y nos anime a seguir tus huellas, de manera que podamos exclamar con júbilo,
movidos por su impulso, ¡Abba! ¡Papá! Te lo pedimos por intercesión de María, la creyente, y de Tomás, tu
“mellizo”. Amén.
Señor Jesús, maestro bueno, que por pura misericordia nos has llamado a seguirte. Acompaña con ternura nuestros
pasos cortos y vacilantes, para que lleguemos juntos al mismo lugar al que tú te diriges.
Entonces, en el brillo opaco de tu vida de pan y vino, veremos reflejada la Gloria de Dios. Te lo pedimos por
intercesión de María, que amasó el pan que comiste, y de Felipe, que repartió el que multiplicaste. Amén.
Una Clarisa
Carlos Mujica
Meditación en la villa
Señor, perdoname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que parecen tener ocho años tengan trece.
Señor, perdoname por haberme acostumbrado a chapotear por el barro: yo me puedo ir, ellos no. Señor, perdoname
por haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas, de las que me puedo ir, y ellos no.
Señor, perdoname por encender la luz y olvidarme de que ellos no pueden hacerlo.
Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie hace huelga con su hambre. Señor, perdoname por
decirles “no sólo de pan vive el hombre” y no luchar con todo para que rescaten su pan.
Señor, quiero quererlos por ellos, y no por mí, ayudame.
Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz, ayudame.
Señor, sueño con morir por ellos, ayudame a vivir para ellos.
J. L. Cortés
Mi amigo era el amigo que no conoce hastío. Llegó desde su pueblo un día de Septiembre, cuando la gente dice
“parece que refresca” y el lago se hace adulto y el sol se pone serio. Mi amigo —treinta años de Dios y
carpintero— sonó a los pescadores como un otoño extraño.
Cafamaúm olía a sudor y a meadas y a pescado podrido. Sólo las prostitutas perfumaban las calles de jazmín y
romero al pasar por la tarde pregonando su cuerpo. Cafarnaúm vivía con resignada rabia su condena perpetua a no
ser nunca nada.
De esa fiesta gratuita de embriaguez sin resaca salió un grupo de amigos que juraron su sangre para que el mundo
entero se pusiera contento. A la cabeza, Pedro, puesto como la piedra que sostiene las vigas que sostienen la casa.
Fueron, pues, por las plazas de todas las ciudades dando esa buena nueva que llaman ‘Evangelio’ ¡Y qué alegre la
gente al mirarse al espejo y descubrir —¡es cierto!— la marca de los príncipes!
Así empezó la Iglesia, como titiriteros que llevan por los pueblos la música y la fiesta. Fue tarde. Fue mañana. Parió
el amor su crío y pasó el día primero.
San Francisco
INDICE GENERAL
A Jesús crucificado
Mármol con sangre, tu frente
A Jesús resucitado
Al fin será la paz y la corona
Dejad que el grano se muera
Dios como un almendro
¿Quién es este que viene?
Al Espíritu Santo
Veni, Creator
Secuencia de Pentecostés
A María
Llena de rosas mi herida
SELECCIÓN DE SALMOS
Salmo 15
Salmo 26
Salmo 50
Salmo 99
Salmo 120
Salmo 125
Salmo 126
Salmo 130
Salmo 141
CÁNTICOS BÍBLICOS
Del Libro de la Sabiduría (11, 21-26)
Benedictus
Magnificat
Cántico de Simeón
San Basilio
Invocación al Espíritu Santo
Clemente de Alejandría
Himno a Cristo Señor
Santiago de Sarug
Oración del pecador penitente
San Buenaventura
Sobre una oración de 5. Anselmo
Transfige
Oración al Niño Jesús
Oración a Jesús crucificado
Oración para prepararse a celebrar la Eucaristía
Oración para obtener los siete dones del Espíritu Santo
Para pedir la alegría
Paráfrasis de la oración del publicano
Santiago de Milán
Oración sobre la pasión del Señor
Otra oración sobre la pasión
Ubertino de Casale
Oración a Jesucristo
Versículos de la vida de Jesús
Soliloquio
Oración para alcanzar la gracia de la pobreza
Otro soliloquio sobre la meditación acerca de la vida de Jesús
Santa Brigida
Alabanza a Jesucristo
Francisco de Osuna
Oración para todos los días
ORACIONES A MARÍA
Santiago de Sarug
Rábula de Edesa
Himno
Balaj el Sirio
Oración
San Bernardo
De la Tradición franciscana
San Buenaventura
Oración de María al pie de la cruz
Santiago de Milan
Meditación en el viernes Santo
De Autores varios
Un franciscano
Antífonas Marianas
Ave María
Salve Regina
Sub tuum praesidium
Alma redemptoris mater
Ave regina coelorum
Regina coeli
Tota pulcra
Stabat mater
Stabat mater speciosa
San Anselmo
Busco tu rostro
San Patricio
Cristo conmigo
Nerses Snorhalí
El pequeño rebaño
De la liturgia Bizantina
Oración a San José
San Buenaventura
Oración a San Francisco
Lope de Vega
Soneto a lo divino
Otro soneto
Anónimo
Alma de Cristo
Anónimo
Oración de la paz
Charles de Foucauld
Oración de abandono
Miguel de Unamuno
Sobre la puerta estrecha
Teresa de Calcuta
¿Quién dicen que soy?
Oración por la fe
Un franciscano
Oración para pedir el conocimiento de Jesús
Oración del seguimiento
Una clarisa
Oración al Espíritu Santo
Carlos Mujica
Meditación en la villa
J. L. Cortés
Salmo del amigo
A San Francisco
INDICE INTERACTIVO