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El gnosticismo y su relación con el cristianismo y

las primeras herejías


Marina Jódar Armenteros – mja00013@red.ujaen.es

3º Geografía e Historia.

I. Introducción
Mi intención con este trabajo y lo que su investigación conllevaba, era profundizar en la historia y origen
de la filosofía oculta occidental, entendida ésta como una recuperación ideológica del paganismo dentro
del marco cristiano (Alexandrian 2018). Cuando se habla de lo oculto o de la magia, se tiende a pensar
en la doctrina conocida, a partir del siglo XIX, como ocultismo, nombre dado por el mago francés
Éliphas Lévi.

Este tipo de fenómenos y temas suelen llamar mucho la atención, pero viendo que siempre se ha tratado
o con excesiva credulidad o bien con excesivo escepticismo, me propuse ahondar más acerca de la
historia y de lo real que tiene detrás, sus orígenes, y lo innegable que resulta su influencia para la
evolución de un tipo de pensamiento, creencia e incluso para la sociedad o la política.

La gnosis conforma esos orígenes de la filosofía oculta en occidente, y tiene bastante relación con
religiones como el cristianismo, e incluso con la conformación de las primeras herejías declaradas. Al
toparme con dicha palabra, no sabía apenas unas pocas referencias de clase respecto al problema de
Prisciliano, pero me interesó sobremanera poder conectar y ver la relación entre dos estudios que me
interesan, las religiones y el (mal llamado) ocultismo.

Respecto a las fuentes que me han permitido redactar este trabajo, se tratan de libros tanto físicos como
digitales, artículos de revistas de dialnet u otras plataformas similares que los proveen. El idioma ha sido
principalmente en español, pues es un tema bastante estudiado y que, a partir del descubriendo de la
biblioteca de Nag hammadi en 1945, habría experimentado un resurgir entre los estudiosos que hasta
ahora sólo se podían basar en la información dada en la literatura patrística. Sin embargo y a pesar de lo
común que es este tema, he tenido que utilizar en varias ocasiones traducciones al inglés de escritos de
los padres de la Iglesia.

Dentro de las fuentes se distinguen aquellas de tipo directo o indirecto. Entre las directas, es decir, los
escritos gnósticos como tales, he tenido oportunidad de encontrar la llamada Biblia gnóstica Pistis
Sophia, entre otros tratados o evangelios, así como antologías de fragmentos recogidos por historiadores
actuales sacados de los autores gnósticos originales. Por otro lado, en las fuentes de tipo indirectos están
los fragmentos de escritos de autores cristianos posteriores o contemporáneos, como la literatura
patrística e incluso la Biblia misma. También encontré bastantes referencias a la novela que habría
escrito supuestamente Clemente de Roma, pero al no ser seguro y tratarse de escritos apócrifos se
conocen como Homilías Pseudo-Clementinas.

La Gnosis es pues, una palabra que a pesar del paso del tiempo no ha sido olvidada sino reivindicada, e
incluso transformada en su significado hacia algo más simple como ‘’conocimiento puro’’ por el filósofo
esotérico francés René Guenón, fundador de la revista La Gnose (Alexandrian 2018).

Finalmente, y antes que nada, convendría aclarar la ambigüedad del uso de la palabra griega gnosis la
cual significa «conocimiento». La gnosis se entendería como conocimiento de los misterios divinos
reservado a una élite (Biblioteca Clásica Gredos 1983). El gnosticismo del que aquí se va a tratar es el
que actualmente es designado como un movimiento sincrético que tiene sus primeras manifestaciones

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en el siglo I d.C. y que florece con esplendor en el siglo II d.C. (Piñero 1995), del que hablaremos de
sus figuras más conocidas y relevantes como Simón el Mago, Basílides o Valentín, entre otros.

II. La doctrina gnóstica: características generales


Cuando el cristianismo empezó a coger fuerza durante la época imperial, rivalizaba con otras religiones
de origen oriental que estaban bastante arraigadas en el pueblo y que habían entrado por extranjeros que
viajaban a Roma (Eliade 1999). De igual modo, la influencia había entrado con la misma expansión del
Imperio, como cuando tomaron Jerusalén y se produjeron los contactos con los judíos.

Se ha visto en el gnosticismo una creciente oposición al rito cristiano, y un intento por preservar las
creencias tradicionales anteriores de Grecia o de oriente en una síntesis completa de todas (Alexandrian
2018). A pesar de todo, comenzarían a empaparse de la doctrina cristiana, tratando de criticarla y/o de
modificarla, hasta el punto de integrarla dentro de su propia mitología.

El gnosticismo, al igual que otras religiones, tiene como finalidad para el ser humano adquirir la
divinidad, contemplarla y ser uno con ella. En este caso se trata de conseguirlo a través del intelecto o
del conocimiento, la gnosis, a diferencia de otras religiones reveladas en las que sus escritos son palabras
literales de Dios o bien una interpretación de éstas. Sin embargo, existe cierta controversia y muchos
autores se han negado a ver al gnosticismo como una religión, y lo identifican más bien como una
corriente filosófica que, lejos de tener unas ideas comunes y esenciales que los conjuntarían en un solo
grupo, son tan solo elementos dispersos que se acabarían incorporando dentro de otras auténticas
religiones (Piñero 1995).

A pesar de todo y dentro de su variedad, se han identificado elementos comunes o que se repiten en
muchos de los grupos gnósticos. El gnóstico creía que su verdadero ser, su alma, era de origen divino y
que debía de volver a esa región trascendente de la que había caído, liberándose así de la cárcel de su
cuerpo a través de la gnosis o «conocimiento» (Eliade 1999). A pesar de que los diferentes grupos
gnósticos tenían sus propios mitos, creencias y ritos, compartían algunas motivaciones y se
caracterizaban por hacerse preguntas de tipo existencialista como «si hay un Dios ¿por qué existe el mal
en el universo?», o bien «¿por qué hay tantas religiones en el mundo en vez de una sola?» (Alexandrian
2018).

Para dar respuesta a algunas de estas preguntas, se sirvieron de una visión pesimista del mundo. El hecho
que el alma estuviera encarcelada en el cuerpo se debía a la caída de ésta de la esfera divina, fruto de un
enfrentamiento entre las tinieblas y la luz (Eliade 1999). Creían en una dualidad entre el bien y el mal,
la creación del mundo era vista como una obra del Dios malo, que era el Dios de los judíos y de los
cristianos, el cual era cruel pues permitía la maldad en el universo y había creado al ser humano. Frente
al Dios Malo estaba el Dios bueno, inaccesible y que no interviene en los asuntos del mundo. El hecho
de que estuvieran en contra de los profetas judíos y cristianos se basaba en que predicaban como
verdaderas las palabras de ese falso dios malvado, recrudeciendo aún más el pesimismo respecto a la
salvación (Alexandrian 2018).

Muchos de los temas desarrollados por ellos tenían ya un origen anterior a cuando se da este movimiento
propiamente dicho, stricto sensu lo llamaría Eliade, encontrándose influencias del orfismo y del
platonismo, si bien es cierto que su pleno desarrollo y aparición se produce justo a la vez que el
cristianismo. El gnosticismo del siglo I se caracteriza por ser más cercano a la antigua Grecia,
consideraban que todo lo que existía en el universo tenía su contrapartida en el ámbito superior de la
divinidad, lo que recuerda mucho al mundo de las ideas de Platón. Así de esta manera, se apoyaban en
sucesos o entidades naturales y personajes históricos para explicar y reflejar el entorno divino y su
naturaleza (Piñero 1995). Ello explicaría la aparición, más tarde alrededor del siglo II, de la figura de

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Jesús o las entidades Christós y Pneuma (Espíritu Santo) en algunos de sus mitos (por ejemplo, la gnosis
de Valentín).

También cercano al mundo helénico estaba el hecho de que los gnósticos eran iniciados, pertenecientes
al saber esotérico al que solo unos pocos podían acceder, elegidos por el Espíritu para llegar al
conocimiento secreto. Se llamaban pneumáticos o «espirituales» (Eliade 1999).

Finalmente, otra de las características generales de los gnósticos es que no se centraban en torno a una
figura concreta, como Jesucristo para los cristianos o Buda para los budistas, que perdurara en el tiempo
y fuera su símbolo. Aunque existían personajes con mayor o menor importancia, e incluso con un culto
propio al considerarlos hombres-dios, esto no se mantenía a lo largo de las generaciones ni significaba
un punto de su doctrina (Alexandrian 2018).

Aspectos sociales y ritos


Se sabe bastante poco acerca de sus cultos y de cómo vivían en comunidad. Se intuye que su práctica
comunitaria era una forma similar a como la Iglesia cristiana, pero con algunos añadidos de religiones
mistéricas. En general, se veían a sí mismos como un grupo de cristianos elegidos que podían acceder a
conocimientos esotéricos secretos dentro de la comunidad exotérica de la Iglesia. Para la división de los
iniciados, probablemente diferenciasen entre «inexpertos» que aún no han recibido la plenitud, y
«perfectos» que sí la han recibido. Por tanto, los gnósticos no podían ser personas de clase baja, sino
que debían de pertenecer a la media o alta ya que su doctrina era considerada compleja intelectualmente.
Así mismo llevaban una vida ascética, muy raramente se daba el libertinaje (Piñero 1995).
Es destacable la importancia de la participación de la mujer, que en muchos casos ocupaba puestos
destacados en la comunidad como maestras o misioneras, e incluso participaban activamente en los ritos
sin obstáculo alguno (Piñero 1995). En cuanto a los ritos, a partir del siglo II se sincretizarían con otros
ritos cristianos que más adelante explicaré, primero destacaré la existencia de dos ritos propios de los
gnósticos, por ser de corte pagano: la cámara nupcial y la investidura (Jiménez 2016).
Aunque las ceremonias tenían particularidades comunes en las que se buscaba la entrada del iniciado en
el pléroma, cada grupo gnóstico tenía un discurso y contenido propio, eran características sobre todo de
grupos de valentinianos y setianos. Sabemos acerca de la cámara nupcial porque aparece ampliamente
descrita en el Evangelio de Felipe (Jiménez 2016), en ella, el iniciado (espíritu pneumático) era
introducido en un aposento donde tenía lugar la unión con su contrapartida celeste, para así recrear la
unión de la pareja de sizigías y alcanzar el conocimiento, conviene aclarar que no se trataba de una unión
sexual sino espiritual (Piñero 1995).
Por otro lado, la investidura se relaciona más con el bautismo, ya que se producía justo de después de
que el cuerpo entero hubiera sido sumergido en agua bautismal. Se buscaba limpiar el cuerpo de los
pecados y entrar por completo dentro del grupo gnóstico, era un rito mucho más espiritualizado.
Entonces el iniciado, igual que en la cámara nupcial, se unía con el pléroma y adquiría el verdadero
conocimiento (Jiménez 2016).

Clasificación de grupos de gnósticos


Se diferencian una gran cantidad de corrientes gnósticas, varios autores han querido clasificarlos bien
por escuelas, bien por distribución geográfica, entre otros factores. Epifanio de Salamina en el siglo IV
escribió su obra Panarion, o Botiquín contra las herejías, en donde describía unas ochenta herejías y
distinguí al menos a ocho grupos de gnósticos sin maestros y luego a otros tantos que sí tenían un
maestro concreto (Alexandrian 2018).

Más adelante, Jacques Matter en el siglo XVI distinguía por escuelas, la de Egipto, la de Siria y la de
Asia Menor. También el teólogo Eugène de Faye a inicios del siglo XX quiso distinguir a cuatro grupos:
los antibíblicos, los Adeptos a la Madre, los licenciosos y los de la leyenda. Pero en la actualidad, para

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evitar no excluir a ningún grupo, algo que pasa bastante comúnmente dada la gran cantidad de gnósticos,
se ha propuesto simplemente una clasificación por periodos y temas (Alexandrian 2018).

III. Simón el mago


Se trata de uno de los personajes más famosos de la doctrina gnóstica, no obstante, no pertenece a él el
honor de haber inaugurado la corriente del gnosticismo, como comúnmente se cree (Alexandrian 2018).
Su persona se encuentra envuelta en un aura de misterio, pues no se sabe con exactitud si existió de
verdad, ha sido mencionado tanto en la Biblia como en obras de los padres de la Iglesia, además de
escritos de tipo literario como las homilías pseudo-clementinas.

Fue contemporáneo de Jesús y aparece mencionado por primera vez en los Hechos de los Apóstoles
(capítulo 8, versículos 9-13), donde es descrito como un hombre que hace magia en la ciudad de Samaría
y que se veía a sí mismo como un hombre-dios: «Hacía tiempo que venía practicando la magia en la
ciudad un tal Simón, que tenía asombrada a la gente de Samaría, diciendo que él era algo grande». Simón
era del pueblo de Ghitta, muy cercano a la ciudad de Samaría, la cual sería la primera comunidad en la
que se difunde el cristianismo fuera del territorio judío, es decir, Jerusalén. Ante la sospecha de que no
llegara bien el mensaje de la predicación, Pedro y Juan viajaron a la ciudad y lograron desenmascarar a
Simón, quien acabaría convirtiéndose al cristianismo y bautizándose junto con el resto de la ciudad
(Grupo Editorial San Pablo 1989).

En las Pseudo-clementinas se cuenta algo muy similar al hecho que describe la Biblia, aparecen el
apóstol Pedro y Simón el Mago enfrentándose. En la segunda parte de la obra, Pedro aparece como
protagonista y se está dedicando a perseguir al diabólico Simón, quien trata de sembrar la semilla del
error (Pouderon 2009). De esa manera se describe la llegada de Clemente, personaje que narra y vive la
novela, a Cesarea, donde conoce a San Pedro y sus intenciones de interrogar a Simón Mago: «Cuando
llegué, y estaba buscando una posada, supe por las gentes que un tal Pedro, uno de los mayores discípulos
de Él que apareció en Judea, iba a mantener una discusión de palabras y preguntas el próximo día con
un tal Simón, un samaritano» (The Recognitions of Clement s.f.).

En la época en que se redactarían los Hechos de los Apóstoles (finales del siglo I), Simón era venerado
como Dios y era llamado «la Gran Potencia», título que se desconoce si fue puesto por él mismo o
atribuido por los simonianos (Biblioteca Clásica Gredos 1983). A pesar de que el gnosticismo no se
centra en una figura en concreto, varios maestros consiguieron ser vistos como dioses entre sus
discípulos y tener su propia cosmogonía durante un tiempo, Simón Mago es uno de ellos.

Estudió en Alejandría y pronto comenzó su fama como realizador de milagros, en las Pseudo-
clementinas se comenta que hacía andar a las estatuas, convertía las piedras en panes e incluso que no
se quemaba con el fuego. El fuego era importante en su doctrina, pero no el fuego terrenal sino el oculto
supracelestial del que fluían seis principios en parejas: Espíritu y Pensamiento (Noûs y Epínoia), Voz y
Nombre (Foné y Ónoma), Razón y Reflexión (Logismós y Entímesis).

Estos principios permitían al cosmos expandirse, y estaban regidos por el séptimo principio: el
Inmutable o Hestôs, el propio Simón (Alexandrian 2018). Simón generaría entonces al Primer
Pensamiento (Biblioteca Clásica Gredos 1983), Énnoia, quien será la Madre de Todos pues engendrará
con el Hestôs a los ángeles. Pero los ángeles, que habían creado el mundo y habitaban en él, peleaban
por conseguir el poder. Énnoia, ante esto, decidió bajar a poner orden, pero sólo consiguió que no la
reconocieran, se enamoraran de ella y la apresaran. Énnoia pasó siglos encarnando de cuerpo en cuerpo,
hasta que Simón la encontró en el cuerpo de una prostituta de la ciudad fenicia de Tiro (Alexandrian
2018). La unión de ambos aseguraría la salvación universal ya que se estaban reuniendo Dios y la
Sabiduría divina (Eliade 1999).

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Se ha hablado de que Simón inspiró la figura de Fausto, conocido personaje de una leyenda alemana, y
que por otro lado Helena la prostituta se trata de la reencarnación de la misma Helena de Troya. En la
Pistis Sophia develada del neognóstico Samael Aun Weor se afirman tales atribuciones. Aparece Helena
mencionada, casada con el doctor Fausto, descrito como un mago: «El Doctor Juan Fausto, médico,
encantador y mago, estaba desposado con su Par, es decir, con la bella Helena de Troya» (Weor 1983).
Sin embargo, en la Pistis Sophia real y original no aparecen ninguno de los dos, sino que tan solo se
describen las acciones de Jesús y María Magdalena, entre otros.

Volviendo a la doctrina de Simón el Mago, éste tuvo alrededor de treinta discípulos y hacía el día de
descanso o Sabbat cada once días o bien cada día once de cada mes (Alexandrian 2018), las Homilías
dicen: «Simón ha pospuesto la discusión hasta el día once del mes que viene, el cual es dentro de siete
días desde hoy, pues él dice que ese día tendrá más tiempo libre para la disputa» (The Recognitions of
Clement s.f.). Simón Mago criticaba el Antiguo Testamento, en su discusión con San Pedro acusaba a
Adán y Eva de haber sido creados ciegos por el falso Dios (Alexandrian 2018), y que en el Génesis
(capítulo 3, versículo 7) aparece que cuando comieron del fruto prohibido comenzaron a ver: «Entonces
se abrieron sus ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos» (Grupo Editorial San Pablo 1989).
Pedro le responde que esto es en un sentido metafórico, a lo que Simón contraatacaría de vuelta: «era el
espíritu de Adán el que estaba ciego» (Alexandrian 2018).

Así mismo, se comenta acerca de Simón: «Otro cisma de los samaritanos es que no creen en la
resurrección de los muertos, y afirman que Dios no se venera en Jerusalén sino en el Monte Garizín» y
«En Cesarea, ese tal Simón, el mago samaritano, estaba subvirtiendo a muchos de los nuestros,
afirmando que él era Cristo, y el gran poder del alto Dios, quien es superior al Creador del mundo» (The
Recognitions of Clement s.f.).

Respecto al final de Simón el Mago se cuentan varias versiones. La Biblia afirma que se acabó
convirtiendo al cristianismo, se bautizó y siguió a Felipe maravillado por sus milagros, pero creyendo
que conseguiría también el don del Espíritu Santo a través de comprar ese privilegio, Pedro
escandalizado le condenó y aseguró que su corazón no estaba hecho para conocer a Dios, pues no tenía
buenas intenciones (Grupo Editorial San Pablo 1989). Éste sería el origen de la conocida simonía
medieval.

Continuando esa historia, en el texto apócrifo de los Hechos del Apóstol Pedro se cuenta que Simón
marchó a Roma y allí trató de maravillar a todos en plena Vía Sacra elevándose en el aire. Pedro, tras
una invocación mágica «en nombre del Señor Jesucristo», hizo que Simón cayera y se estrellara,
quedando gravemente herido con una pierna rota, hasta que murió cuando se le tuvo que amputar dicha
pierna (Yébenes 2008). Por otro lado, Hipólito de Roma cuenta que enseñaba bajo un platanero y que
se hizo enterrar vivo ya que aseguraba que en tres días saldría por su cuenta, pero no lo consiguió
(Alexandrian 2018).

Herencia de Simón el Mago


El obispo Ireneo de Lyon fue quien le dio el título con el que se le conocería entre la literatura cristiana,
«el primero de los herejes y de quien surgen el resto de herejías» (Ireneo s.f.). Epifanio de Salamina al
describir las sectas que se desvían de la Iglesia comenta que toman el nombre de Cristo, pero no su fe,
colocando como primera de dichas herejías a la de los simonianos (Chipre 2019).

Según Justino, un discípulo de Simón fue Menandro, oriundo de Caparatea, Samaria, quien también
engañaba a otros realizando trucos de magia (Bazán, La gnosis eterna: antología de textos gnósticos
griegos, latinos y coptos I 2003). Se presentaba a sí mismo como el Salvador enviado, y afirmaba
también que el mundo había sido creado por los ángeles, los cuales eran emitidos por el Pensamiento.
Así mismo, aseguraba que la magia que él enseñaba era suficiente para vencer a estos ángeles y que

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quienes se bautizaran bajo su nombre «resucitarían y ya no podrían morir, sino que se mantendrían
siempre sin envejecer, siendo inmortales» (Ireneo s.f.).

A su vez, discípulos de Menandro fueron Saturnino, de Antioquía, y Basílides. Ireneo cuenta que cada
uno marchó a enseñar a un lugar diferente, uno a Siria y otro a Alejandría. Saturnino siguió a su maestro
y enseñó que solo hay un Padre, el cual nos es desconocido. Afirmaba que el Salvador no había sido
engendrado, que era incorpóreo, sin figura, y que se dejaba ver sólo con forma de hombre (Ireneo s.f.).

Para Saturnino el mundo también estaría creado por ángeles, siete en concreto, quienes habían creado
al hombre cuando el Padre se les apareció en una imagen luminosa, y los inspiró a generar una criatura
a su imagen y semejanza. Pero ésta criatura en sus comienzos era apenas un gusanillo, así que el Padre
de arriba le dotó de extremidades y de vida para que pudiera enderezarse. Entonces, el Dios de los judíos,
que era uno de los ángeles, había querido destruir al Padre, pero fue derrotado por Cristo, un enviado
que salvó a los hombres que creían en la falsa enseñanza judía. Así mismo, existían dos tipos de hombres,
unos buenos y otros malos, donde los segundos eran asesorados por demonios y por Satanás, otro ángel
enemigo de los creadores del mundo (Ireneo s.f.).

Como última instancia, parece ser que Saturnino aborrecía el matrimonio y la procreación, por ser obras
de Satanás, y que él y sus seguidores se abstenían de comer carne (Ireneo s.f.).

IV. Gnosticismo en el siglo II


Mientras que en el siglo I se mantuvo hegemónica la tendencia griega, en el siglo II la corriente termina
de formarse y se mete de lleno en la doctrina del cristianismo. Se presenta ahora al gnosticismo como
una religión de salvación en la que reinterpretan la Biblia y estudian a los exégetas del Nuevo
Testamento (Culdaut 1996). Se reunían con cristianos para discutir sobre el Antiguo Testamento y los
Evangelios, a los que desvirtuaban. Por otro lado, algunos incluso decían ser hijos de Adán, de Noé y
su mujer o de algún apóstol (Alexandrian 2018).

Aprovechando lo extendido que estaban las tradiciones esotéricas, decían que Jesús y sus discípulos
habían mostrado oralmente la verdadera enseñanza solo a unos pocos iniciados, afirmaciones que
escandalizaron a los Padres de la Iglesia, quienes trataron de desmentirlo todo. Sin embargo, parece ser
que en el canónico Evangelio Según San Marcos se menciona lo que parecería una práctica esotérica,
donde Jesús les dice a los apóstoles (Eliade 1999): «A vosotros se os ha dado conocer los secretos del
Reino de Dios; pero a los demás, a los que están fuera, todo les llega en parábolas para que aunque miren
no vean y aunque oigan no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados» (Grupo Editorial
San Pablo 1989). Igualmente, en la Iglesia se diferenciaban por entonces tres grados de iniciación: los
incipientes, los proficientes y los perfectos. Además, Orígenes anota: «los evangelistas mantuvieron
oculta (apokryphan) la explicación que Jesús daba de la mayor parte de las parábolas» (Eliade 1999).

A pesar de todo no sabemos exactamente qué criterios regían el acceso a ese conocimiento esotérico.
Todos recibían una cierta instrucción a través del simbolismo del bautismo, la eucaristía y la cruz; pero
los secretos revelados a los «perfectos» serían probablemente los misterios del descendimiento y la
ascensión de Cristo (Eliade 1999).

Con la cristianización del gnosticismo llegaron a compartir varios ritos: el bautismo, la eucaristía (o
cena) y la epíclesa. El Evangelio de Felipe nos cuenta la teología sacramental gnóstica: el bautismo se
diferencia del cristianismo porque se realizaba dos veces en la vida del iniciado, en la primera vez su
función era muy similar al rito cristiano pues cumplía con integrar al individuo en la fe y perdonar sus
pecados, pero no garantizar su salvación. La salvación se conseguiría en el siguiente bautismo, de
carácter espiritual, donde el iniciado conoce al Padre y se integra por completo en el grupo gnóstico,

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diferenciándose del resto de cristianos. Este ritual se ve muy bien reflejando en los valentinianos
(Jiménez 2016). También bautizaban a los muertos (Alexandrian 2018).

La epíclesa consistía en una oración que invocaba al Espíritu Santo sobre el agua bautismal, el pan, el
vino, óleos u otros sacramentos (Alexandrian 2018). Por otro lado, en la eucaristía se recibía el pneuma
ingiriendo una mezcla de agua y vino y comiendo pan. Epifanio relata que los ofitas hacían pasar una
serpiente por el pan (la serpiente era especialmente venerada por ellos) y que los borboritas usaban
incluso fluidos corporales (Jiménez 2016).

Sin más dilación, sería Saturnino quien, al considerar a Cristo como la Énnoia que viene a salvar el
mundo, comenzara con la integración del cristianismo entre los gnósticos (Alexandrian 2018). Por otro
lado, M. Eliade habla de Cerinto, un judeocristiano que enseñaba que el mundo había sido creado por
un demiurgo que no sabía de la existencia del Dios verdadero, como expresión del gnosticismo stricto
sensu. Cerinto decía que Cristo descendió sobre Jesús en forma de paloma mientras le bautizaban y le
hizo saber que había un Padre incógnito (Eliade 1999). Según Epifanio, Cerinto venía de una comunidad
judía de Alejandría, y que más tarde viajó a Palestina y a Asia Menor (Biblioteca Clásica Gredos 1983).

Por otro lado, Ireneo comenta que Cerinto afirmaba que Jesús era hijo de María y José, pero la diferencia
radicaba en que éste habría sido engendrado al igual que el resto de niños, no de una virgen como se
creía, y que al final Cristo se retiró de Jesús, aunque éste sufriera y resucitara, porque era un ser
pneumático (Ireneo s.f.). San Ireneno también opinaba que Juan había compuesto su evangelio para
demostrar que Cristo sí era Divino, e ir así contra Cerinto (Biblioteca Clásica Gredos 1983).

Seguidamente el gnosticismo penetró en Egipto. Tenemos a Carpócrates de Alejandría, análogo a


Cerinto en su creencia de un Jesús engendrado y luego santificado (Eliade 1999). Sin embargo, ha sido
tachado de no gnóstico, y de tratarse más bien de un cristianismo y platonismo superficial (Biblioteca
Clásica Gredos 1983).

En este gnosticismo cristianizante se van a encontrar dos tipos de grupos gnósticos: aquellos basados en
una interpretación del Antiguo Testamento, y más concretamente del Génesis (Barbelognósticos,
naasenos, setianos, etc.), y aquellos basados en una exégesis del Nuevo Testamento de los cuales vamos
a destacar por encima de todos a Basílides, Valentín y Marción (Piñero 1995).

Basílides
Proveniente de Alejandría y contemporáneo a Carpócrates, fue discípulo de Menandro junto con su
condiscípulo Saturnino. Parece que sólo predicó dentro de Egipto, en época del emperador Adriano
(117-138), aunque Hegemonio en su obra Acta Archelai le atribuye haber predicado en Persia. Dentro
de Egipto, no se habría quedado solo en Alejandría, sino que también estuvo en la Prosopítica, la
Atrabítica y la Saítica, lugares en los que Epifanio se había hospedado y en los cuales denunció a un
número de ochenta herejes seguidores de Basílides (Biblioteca Clásica Gredos 1983).

Escribió 24 libros que llamó Exegéticas, en las que comentaba los Evangelios (Alexandrian 2018), pero
sus obras no nos han llegado hoy día, y sólo es posible conocer de él a través de descripciones y
antologías de autores cristianos como Hipólito, Hegemonio, Clemente de Alejandría, Epifanio, Orígenes,
Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea. El primero en mencionar y ocuparse de la cuestión basilidiana
fue Agripa Castor, que según Eusebio escribió una Refutación contra Basílides, de la que no se conserva
nada, tan solo tenemos el resumen del propio Eusebio en su Historia Eclesiástica (Biblioteca Clásica
Gredos 1983).

Se autoproclamaba discípulo de Glaucias, quien había sido discípulo a su vez de Pedro, y según Hipólito,
aseguraba pertenecer a un grupo secreto que mostraba la enseñanza del apóstol Matías (Biblioteca
Clásica Gredos 1983): «Basílides e Isidoro, el hijo legítimo y discípulo de Basílides, dicen que Matías

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les había dicho doctrinas secretas, que oyó del Salvador en enseñanza privada» (Bazán 2003). Como
Hipólito mencionaba antes, Basílides tenía un hijo, Isidoro, que continuó su instrucción y del que solo
conocemos tres obras citadas por Clemente de Alejandría: Explicación del Profeta Parchar, una Ética
y un Tratado sobre el alma adventicia, de los que no se han conservado nada (Vidal 2007).

Aunque decía no inventar nada nuevo sino repetir a otros, se aprecian tintes de pensamiento propio en
los que mezclaba influencias de Persia (Alexandrian 2018), o Pitágoras. Inventó profetas inexistentes
como Barcabas y Barcof, y de Pitágoras tomó el imponer un silencio de cinco años a sus estudiantes,
así como posiblemente la organización de su culto mistérico (Bazán, Gnosis: la esencia del dualismo
gnóstico 1978).

Basílides creó una cosmología nunca antes vista, compleja y amplia, multiplicando considerablemente
los cielos y a los ángeles. (Eliade 1999) Llamaba a Dios «El que no es» porque consideraba que escapaba
a la razón y la imaginación. Decía que al principio no había nada en el universo, pero de ese vacío se
produjo el principio de Todo, «El que no es», sin voluntad, ni pensamiento, ni intención, creó el mundo
inicial, o germen del mundo, a través de una panspermia (Alexandrian 2018): «Así por lo tanto –
comenta Hipólito – el Dios que no es hizo un cosmos que no es, a partir de lo que no es, habiéndose
dejado caer y establecido como una semilla única, que no es, que encerraba en sí la mezcla total de todas
las semillas del cosmos» (Bazán, La gnosis eterna: Antología de textos gnósticos griegos, latinos y
coptos I 2003).

De esa semilla nacería la Triple Filialidad, con una parte sutil que se elevó junto a la Divinidad Suprema,
otra parte opaca que se relaciona con el Espíritu Santo y otra parte impura (Alexandrian 2018). Basílides
dividía la realidad en tres categorías: la realidad hiperespiritual, la más alta y representada por la
Divinidad Suprema; la realidad hipercósmica donde se distingue la mencionada Triple Filialidad y
finalmente la realidad cósmica, que sirve como delimitadora de las anteriores (Bazán, Gnosis: la esencia
del dualismo gnóstico 1978).

Volviendo a la Triple Filialidad, de la parte sutil apareció el arconte o Gobernador (también se le conoce
como Abraxas) el cual desconocía de la existencia del Supremo y por ello creó el firmamento, los astros
y los seres celestiales. De la parte impura nació un segundo arconte inferior, que creó la Tierra y sus
habitantes (Alexandrian 2018). Los arcontes y ángeles creaban a otros a su imagen y semejanza, pero
inferiores, de manera sucesiva en escalón hasta llegar a los trescientos sesenta y cinco cielos y ángeles
que caracterizan la exuberante cosmología de Basílides. El príncipe de los ángeles o arcontes que crearon
la Tierra es el supuesto Dios de los judíos, quien trató de someter a los hombres y por ello el resto de
arcontes se rebelaron contra él. El Dios Supremo entonces envió a su primogénito para poner orden, a
Cristo (Biblioteca Clásica Gredos 1983).

Es importante resaltar que los escritos de la enseñanza de Basílides que Hipólito describe, han sido
puestos en duda por algunos autores que consideran que más bien se trataba de un basilidianismo
evolucionado. Además, le atribuye una moral relajada mientras que otros autores como Clemente lo
contradicen, lo mismo sucede con el supuesto rechazo de Basílides al Antiguo Testamento, cuando en
su enseñanza le daba mucho valor (Bazán, Gnosis: la esencia del dualismo gnóstico 1978).

Marción y los marcionitas


Oriundo de Sínope, en el Ponto Euxino (Biblioteca Clásica Gredos 1983). Su padre era el obispo de la
ciudad de Sínope, éste, ante las críticas de su hijo hacia el culto cristiano sumado a su presunta unión
con una virgen que había hecho voto de castidad, le valieron su primera excomunión. Ante esto Marción
cogió uno de sus barcos (él era armador) y fue a Esmirna, donde también fue rechazado por su obispo
Policarpo (Alexandrian 2018).

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Marchó entonces a Roma, a la que llegó en el año 140, disponiendo de una gran cantidad de dinero
(Biblioteca Clásica Gredos 1983) con el que habría ayudado a las comunidades cristianas al darles treinta
mil sestercios (Alexandrian 2018). No tardó mucho en levantar polémicas, hacia el año 144 intentó
adherirse a los presbíteros, que lo rechazaron y además fue de nuevo excomulgado (Eliade 1999). Parece
que frecuentaba al gnóstico Cerdón, su maestro, y además comenzó a fraguar su doctrina, su propia
Iglesia y un movimiento: los marcionistas.

Edificaron iglesias en Italia, Egipto, Palestina y Siria, y sus obispos fueron considerables adversarios de
los obispos del clero romano hasta al menos el siglo IV (Alexandrian 2018). A partir del siglo III, el
marcionismo entró en decadencia y comenzó a desaparecer, al menos en Occidente (Eliade 1999), si
bien se considera que continúa hasta el siglo V e incluso hasta más adelante. Marción estableció su
propio canon en el Evangelio de Lucas y el apóstol Pablo, así como un escrito criticando al Antiguo
Testamento llamado Antítesis (Biblioteca Clásica Gredos 1983).

La cosmología de Marción es mucho más sencilla que la que hemos visto en Basílides. Era
esencialmente dualista, diferenciando entre un Dios bueno desconocido y otro Dios malo, que sería el
de los judíos y autor de la creación del mundo. Marción partía de la Epístola a los Gálatas por la que
San Pablo se oponía a la ley mosaica, y reprochaba al cristianismo no haberse desprendido del Antiguo
Testamento judío para centrarse en los Evangelios, los cuales modificó según sus ideales (Alexandrian
2018).

Rechazaba las profecías de la llegada del mesías, por tanto, Cristo había sido enviado sin previo aviso
por el Dios bueno para librar a los hombres del Dios malo o judeocristiano (Alexandrian 2018). El Dios
malo descubriría entonces que había un Dios superior sobre él, y para vengarse entregaría a Jesús a sus
perseguidores, pero éste al morir en la cruz había aportado la salvación. Sin embargo, el mundo siguió
dominado por el Dios malo, y es entonces cuando Marción añade pesimismo y apocalipsis, la humanidad
sufriría persecuciones hasta el final del mundo (Eliade 1999).

Ante esto, el obispo de Cartago, Tertuliano, terminó recriminándole en su obra Adversus Marcionem, si
bien más tarde los propios miembros de la Iglesia tuvieron que resaltar sus errores pues Tertuliano creía
que Dios tenía cuerpo, el alma tres dimensiones, etc. (Alexandrian 2018).

Marción tuvo un discípulo, Apeles, que continuó su doctrina. Escribió una obra llamada Silogismos, que
la conocemos por nombramiento de San Ambrosio, en la que denunciaba al Antiguo Testamento
criticando algunos de sus aspectos, como por ejemplo el Arca de Noé, que tachó de imposible ya que
sus dimensiones no eran suficientes para la cantidad de animales que supuestamente albergó
(Alexandrian 2018).

Valentín y los valentinianos


El más conocido de los gnósticos y su máximo representante. Valentín nació en Egipto, estudió en
Alejandría y enseñó en Roma entre los años 135 – 160 (Eliade 1999). Existen fragmentos directos de
Valentín que fueron recogidos por los padres de la Iglesia, como Clemente de Alejandría en su Stromata,
Hipólito de Roma en Elenchos o Antimo en De sancta Ecclesia.

Según Clemente de Alejandría fue estudiante de Teudas, quien había sido a su vez discípulo de Pablo.
Llegó a Roma en tiempos del papa Higinio, más o menos igual que Cerdón (el maestro de Marción) y
parece que pronto empezó a ser reconocido dentro del marco eclesiástico. Según Tertuliano Valentín
aspiraba al episcopado, pero al no conseguirlo habría roto relaciones con la Iglesia por despecho, evento
que no suele ser aceptado por los investigadores ya que Justino, en su viaje a Roma, no menciona entre
los herejes más que a Marción. Este último hecho se ha explicado debido a que el lenguaje que utilizaban
los valentinianos ante la vida pública no era el mismo que utilizaban sus iniciados, al igual que sucedería

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con Platón y Aristóteles. Finalmente sería Ireneo el que analizó sus escritos y le denunció. Según
Epifanio, Valentín marchó a Chipre y acabó muriendo allí (Biblioteca Clásica Gredos 1983).

Ahora bien, Valentín inició una cosmología diferente a los demás gnósticos. En la Carta dogmática
valentiniana compuesta y visible dentro del Panarion de Epifanio, vemos que para Valentín existía un
Propatôr (Pre-padre), también llamado Abismo o Grandeza, que se mantenía en quietud junto con su
contraparte femenina Sigué (Silencio), también llamada Énnoia (Pensamiento). Ambos se unieron y de
ellos nació Noûs, el primero de los eones. Después del Noûs apareció Alétheia (la Verdad), ambos
constituyeron la primera sizigía de contrapartes masculino y femenina (Alexandrian 2018). A partir de
entonces aparecieron en total unas quince parejas de eones que juntos constituyen el Pléroma (Eliade
1999).

La diferencia con otros gnósticos radica en que los eones no son antropomorfos sino substancias, no hay
tampoco ángeles, pero todos ellos tienen una sexualidad desbocada (Alexandrian 2018) y Sophía, la
última de los eones, protagonizará un drama cósmico que hará que aparezcan el mal y las pasiones
(Eliade 1999). Sophía, en su deseo por acercarse al Propatôr y unirse en matrimonio a él, y por la
consecuencia de no conseguirlo, engendra sola una hija sin forma, que representa el caos. Este nuevo
eón cambia el pléroma y provoca que el Propatôr tenga que crear a Horos (el Límite) para evitar que
Sophía caiga del mundo divino. Será entonces cuando una de las parejas de eones anteriores, Logos (el
Verbo) y Zoé (la Vida), engendrarán una nueva sizigía, Chirstós (Cristo) y Pneuma (Espíritu Santo),
para aliviar a Sophía (Alexandrian 2018).

Sin embargo, de Sophía salieron cuatro pasiones: temor, tristeza, ansiedad y oración, que generaron a
los demonios y finalmente al Demiurgo, el creador del mundo. Este Demiurgo desconocía de la
existencia del Propatôr, era considerado estúpido por los valentinianos y decían que realmente quien le
dictaba la creación del mundo era Sophía, incluso el Diablo era superior a él, más astuto, ya que sí
conocía al Propatôr (Alexandrian 2018). Este Demiurgo creó a dos categorías de hombres: los «hílicos»
y los «psíquicos», pero Sophía introdujo sin que se diera cuenta a una tercera categoría: los
«pneumáticos» (Eliade 1999).

Finalmente, cuando se restableció la armonía de nuevo, todos los eones, es decir el Pléroma, emitieron
juntos al Salvador: Jesús, que fue enviado por Christós y Pneuma al mundo con el fin de salvar a la hija
caótica de Sophía (Alexandrian 2018).

Según Hipólito, el valentinismo se dividió en dos ramas, que se expandieron una por oriente y otra por
occidente, alcanzando el Valle del Ródano y el Norte de África. Se aprecia una notable unidad de la
doctrina, en general aceptaban el canon ecuménico del Nuevo Testamento, y del Antiguo Testamento
cambiaban sólo algunos aspectos como se ha podido ver en la Carta a Flora de Ptolomeo, uno de los
principales seguidores de Valentín (Biblioteca Clásica Gredos 1983).

A partir de la enseñanza de Valentín se generalizó entre los gnósticos la creencia de las tres hipóstasis,
como así cuenta Antimo en De sancta Ecclesia: «Enseñan tres hipóstasis, como el heresiarca Valentín
lo concibió en primer lugar en el libro que lleva el título Sobre las tres naturalezas. Porque fue él el
primero en concebir tres hipóstasis y tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo» (Bazán, La
gnosis eterna: antología de textos gnósticos griegos, latinos y coptos I 2003).

V. Tratados gnósticos, evangelios apócrifos y otros escritos


Como ya hemos podido observar, el gnosticismo y el cristianismo tienen una relación apreciable a
simple vista. Autores gnósticos se sirvieron de personajes y entidades eminentemente cristianos, tales
como Jesús o el Espíritu Santo, para inspirarse en sus doctrinas y mitos de la creación del mundo.

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Sin embargo, la influencia fue bidireccional en tanto que el cristianismo se nutrió también del
gnosticismo. La religión cristiana desde sus orígenes se ha sometido a cambios e influencias tanto desde
dentro como desde fuera a través creencias espirituales exteriores, como el gnosticismo, con tal de
hacerse más accesible y expandirse (Vidal 2007). Así como formándose y configurándose gracias a la
reacción que muchos de los obispos y demás eclesiásticos tuvieron para con el gnosticismo, definiendo
la doctrina que consideraban verdadera contra la herética o incierta (Culdaut 1996).

Evangelios apócrifos
Durante los siglos II y III se produjo un auge de la producción literaria gnóstica, es entonces cuando se
habrían escrito los llamados Evangelios apócrifos, muchos de ellos con notable influencia gnóstica.
Antes incluso, en el siglo I, cuando la tradición oral de Jesús se hubiera puesto por escrito en los
Evangelios «auténticos», varios autores como R. Bultmann han defendido que el Evangelio de Juan,
dentro del Nuevo Testamento, pudo haber sido escrito por un gnóstico o bien por un cristiano gnóstico
(Alegre 2008). Lejos de esto, otros autores niegan rotundamente la posibilidad de que haya contacto
siquiera entre Nuevo Testamento y la gnosis (Vidal 2007).

Entre los evangelios apócrifos encontramos los títulos: Evangelio de Tomás, Evangelio de Felipe,
Evangelio de María Magdalena, Evangelio de Judas, Evangelio de la Verdad y Evangelio de los
Egipcios (Alegre 2008). Se conocen como apócrifos por el sentido de oculto y esotérico de la palabra
griega apókryphon (oculto o secreto), los gnósticos llamaban así en muchas ocasiones a sus escritos ya
que iban destinados sólo a unos pocos iniciados. Sin embargo, para penetrar más fácilmente en el
ambiente cristiano se hacían ver como evangelios escritos por los apóstoles (Otero 2005), aprovechando
ese ambiente de corrientes esotéricas que mencionábamos antes.

En algunas ocasiones aparecía en el inicio un aviso de que se trataban de palabras secretas de Jesús
puestas por escrito por algún apóstol, como es el caso del Evangelio de Tomás. En otras, para legitimar
auténticos tratados gnósticos como el Evangelio de la Verdad o el Evangelio de los Egipcios, los
presentaban efectivamente como evangelios, y bajo la autoridad de un apóstol, como también sucede
con el Evangelio de Felipe (Otero 2005).

Muchos de estos evangelios se tratan de traducciones coptas del siglo IV, lo que nos dificulta saber la
fecha exacta de su redacción original y tampoco se garantiza la fidelidad de lo que describen, si bien ya
sabemos que no son claramente palabras reales de los apóstoles (Alegre 2008).

La explicación a por qué aparecen estos apócrifos se ha querido encontrar como una reacción a cómo la
Iglesia organizaba la fe, desarrollada en tres claves. Primero, una protesta ante una excesiva
jerarquización de la Iglesia cada vez más asemejada a la estructura patriarcal del Imperio Romano, que
podría excluir a la comunidad al darle importancia tan solo a la interpretación del mensaje a las iglesias.
Segundo, una queja contra la marginación de la mujer, que ya se podía apreciar en el Nuevo Testamento,
en la Primera Carta a Timoteo (capítulo 2, versículos 11-13) (Alegre 2008): «La mujer se debe dejar
instruir en silencio con toda sumisión. No tolero que la mujer enseñe, ni que se tome autoridad sobre el
marido; que esté callada» (Grupo Editorial San Pablo 1989). Dentro de la gnosis las mujeres gozaban
de gran importancia, como se ha podido ver Helena o en general en la entidad femenina como primer
pensamiento de la divinidad.

Y tercero, un descontento por la vaga respuesta al problema del mal. El hecho de que exista el
sufrimiento sólo podía ser obra de un Dios malo, esto hizo a los gnósticos pensar que para entender por
qué existe el mal no bastaba solo con reflexiones superficiales, sino que se debía tener un conocimiento
superior que sólo unos pocos agraciados con la chispa de luz divina (los penumáticos), podían alcanzar
(Alegre 2008).

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Tratados gnósticos e himnos
Ciertos estudiosos incluyen dentro de los tratados gnósticos el conocido Corpus Hermeticum, titulado
Poimandres (Biblioteca Clásica Gredos 1983), atribuido a Hermes Trimegisto. En dicho tratado se
cuenta la aparición del verdadero Dios, Poimandres, a Hermes Trimegisto para revelarle la verdad
acerca del cosmos y el destino del alma. En esta obra se recoge una creencia que sería básica en la
mayoría de grupos gnósticos: el destino del alma luego de la muerte por la cual ésta se volatiliza al salir
del cuerpo (Alexandrian 2018).
Cabe destacar también Pistis Sophia, dentro del Códice de Askew, que recoge cuatro tratados. El original
griego dataría de mediados del siglo III aproximadamente (Biblioteca Clásica Gredos 1983). Aquí Jesús
cuenta sus viajes de ultratumba y explica también el tema de la muerte, donde esta vez el alma realiza
una travesía hasta ser juzgada según si ha sido buena o mala en vida (Alexandrian 2018).
Otros códices que recogen información de primera mano de la gnosis son Codex Brucianus, que se trata
de dos tratados y un escrito mutilado datados de los siglos V-VI, y el Papyrus Berolinensis con cuatro
tratados cuyos originales griegos podrían ser de los siglos II y III. Por ultimo destacar la biblioteca de
Nag Hammadi, que se trata del mayor descubrimiento para el estudio del gnosticismo. Ubicada en
Egipto, a unos 100 kilómetros al norte de Luxor, recoge trece papiros que en total abarcan 53 tratados
datados del 400 aproximadamente. (Biblioteca Clásica Gredos 1983)
Finalmente, mencionar a Bardesano y sus himnos gnósticos. Bardesano fue un cristiano nacido en Edesa
que simpatizó con un grupo de valentinianos (Biblioteca Clásica Gredos 1983). Según Eusebio, sabemos
que luchó contra la herejía de Marción, pero que más tarde pudo haber sido discípulo de Valentín.
Compuso bastantes himnos gnósticos que incluso se cantaban en las iglesias, pero Efrén, un siglo más
tarde, recompuso otros himnos para enterrar en el olvido a los de Bardesano, a quien consideraba hereje
(Marrou 1982).

VI. Gnosticismo como herejía


Como ya sabemos, a causa de la aparición de muchos movimientos con creencias tanto radicalmente
distintas como supuestas conocedoras de enseñanzas secretas que habían dejado Jesús y sus discípulos,
el cristianismo pre-niceno tuvo que definirse rígidamente y establecer los cánones que se pensaba eran
los correctos. Hasta ese momento la herejía, entendida ésta como una falsa interpretación del mensaje
evangélico, no podía ser calificada como tal al no haber un dogma fijado (Eliade 1999).
Las primeras obras heresiólogas se tratan de refutaciones, las cuales en muchos casos sus autores no
habían tenido contacto alguno con grupos de gnósticos contemporáneos a ellos. A esto se suma que los
eclesiásticos realizaban listas a partir de otras compuestas anteriormente, causando anacronismos al
volver a citar un grupo gnóstico que ya estaba desaparecido por ese entonces, y confusiones al
denominar con otro nombre diferente a un mismo grupo o asociar a un mismo movimiento a dos grupos
diferentes. (Jiménez 2016) Estos escritos pretendían reprochar la falsificación de la doctrina y el intento
por volver al paganismo, donde curiosamente también incluían a la filosofía griega, y lo acusaban de
engaño, falsedad y uso de la magia. Llegaron a la conclusión de que Satán movía a estos grupos para
tratar de corromper a la Iglesia (Culdaut 1996).
San Justino mártir fue el autor que compuso la primera obra heresióloga conocida de la historia, el
Sintagma. Actualmente se encuentra perdido, pero Justino habla de esta obra en una de sus apologías
dirigida a Antonino Pío (Culdaut 1996). Fue seguido por San Ireneo de Lyon, quien reprodujo las obras
de Justino y se inspiró en ellas. San Ireneo se trata del autor que más extensamente describe la herejía
en su obra Contra los Herejes, en el libro primero comienza describiendo su preocupación para con la
causa herética: «Algunos, rechazando la verdad, introducen falsos discursos, y por medio de argucias
tratan de engañar a los cristianos sencillos; manipulan el sentido de la Palabra divina, mienten sobre el
Creador, presumen de un "conocimiento" (gnosis) reservado a ellos, que los elevan por sobre el Creador»
(Alcántara 2000).

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El primer libro se compone de treinta capítulos dirigidos principalmente a denunciar a los valentinianos,
sobre todo a Ptolomeo y Marcos, y declarar a Simón el Mago como primero de los herejes. Su obra al
completo se trata de la principal fuente para el resto de heresiólogos que vendrían más tarde, y también
para los estudiosos actuales de la gnosis, si bien es cierto que hay que matizar bien sus palabras pues se
componen de auténtica animadversión hacia los gnósticos, a quienes calificaba de absurdos (Culdaut
1996).
Seguidamente se encuentra Hipólito de Roma, que se autodenomina discípulo de Ireneo (Culdaut 1996).
Este autor aportó los únicos fragmentos directos de la Gran Revelación de Simón el Mago, así como
otros libros gnósticos, que califica siguiendo las directrices de Justino e Ireneo (Bazán, La gnosis eterna:
Antología de textos gnósticos griegos, latinos y coptos I 2003). Se trata del autor de la Refutación contra
todas las herejías también conocido como Philosophumena, por su contenido en relación a tratar de
encontrar similitudes entre las herejías y la filosofía y pensamiento pagano (Culdaut 1996).
Otro autor destacado es Tertuliano, de Cartago. Se considera que todos sus escritos son una perfecta
arma para atacar a los adversarios ideológicos, escribió una obra contra Valentín que denominó Contra
los valentinianos. Su mayor aportación fue la crítica hacia el carácter oculto de la gnosis, que pensaba
era su principal atractivo y por lo tanto la calificó como estafa rodeada de un halo de misterio (Vidal
2007).
El gnosticismo se expandió desde Egipto, su principal centro, hasta Grecia, Italia o las Galia, e incluso
se ha hablado de que pudiera haber entrado en Hispania (Vidal 2007), contaminando a Prisciliano el
obispo de Ávila. Sulpicio Severo, en su Chronica, nos comenta que Prisciliano era de una familia noble
y lo describe como un virtuoso que desgraciadamente cayó en la corrupción del estudio. Continúa
contando cómo cautivó a un gran número de gentes, entre ellas mujeres, y el origen de su pensamiento:
«Oriente y Egipto era el origen de este mal, pero no resulta fácil de determinar por quiénes había sido
cultivado en el principio. El primero que la llevó a Hispania fue Marcos (de los marcosianos, seguidores
de Valentín) criado en Egipto, nacido en Memphis; sus seguidores fueron una tal Agapé, mujer no
innoble, y el retórico Elpidio. Prisciliano fue instruido por ellos» (Conde 2004).
Existen dudas de la existencia real de Agapé, la mujer nombrada por Sulpicio Severo. Sin embargo,
según él, Agapé fundó un grupo herético en Barcelona hacia el 375 e influenció a otros. Prisciliano fue
condenado en los Concilios de Zaragoza en 380 y de Burdeos en 385, donde le reprocharon que tuviera
discípulas mujeres, entre ostros aspectos. Finalmente fue decapitado y venerado santo por sus seguidores
(Alexandrian 2018).

VII. El fin del gnosticismo


El gnosticismo, como movimiento que hemos ido describiendo aquí, desapareció sobre el siglo V cuando
el cristianismo se impuso oficialmente. Durante el siglo IV, el Imperio Romano pasó de la persecución
del cristianismo a su tolerancia en el Edicto de Nicomedia de 311, posterior declaración de religión
semioficial en el Edicto de Milán de 313 y finalmente, a últimos de siglo bajo Teodosio I, a ser religión
oficial del Imperio (Vidal 2007).

La causa exacta que hizo que el gnosticismo fuera desapareciendo no se conoce. Se ha figurado que
pudo ser debido a las contradicciones que los grupos tenían entre ellos, y por tanto destacaba esa falta
de unidad. Sumado a esto, los gnósticos empezaron a ser vistos por los sabios como personajes un tanto
anticuados, seguidores de una filosofía platónica degradada. Y a ojos de los no sabios, al triunfar
plenamente el cristianismo, el resto de movimientos paganos (que podían resultar complejos
intelectualmente), no tenían sentido (Piñero 1995).

De hecho, no convenía aferrarse a otra religión que no fuera la del cristianismo debido a las
persecuciones y acusaciones como herejes. En el libro XVI del Código Teodosiano se promulgaron una
serie de leyes religiosas que ponían en auténtico peligro, al menos en la vida pública, a los grupos

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gnósticos. Entre estas leyes destacamos: el deseo del emperador por hacer que todos los pueblos
gobernados bajo su jurisdicción debían de profesar la religión de Pedro, la prohibición a herejes y
cismáticos a participar de los privilegios concedidos a la Iglesia católica y la prohibición del proselitismo
y las reuniones de eunomios, arrianos, macedonios, pneumáticos, maniqueos, encratitas y sacóforos, así
como la práctica de su culto en lo contrario a la fe católica (Vidal 2007).

Sin embargo, la influencia de la gnosis haría que ésta continuara dentro de auténticas religiones (es decir,
aquellas con escritos sagrados propios) como el maniqueísmo o el mandeísmo. Ambas religiones
duraron mucho más en el tiempo, el maniqueísmo del noble iranio Mani se extendió desde Hispania
hasta China, y duró hasta el siglo XIV cuando ocurrieron las invasiones mongolas, y algunos reductos
en el sur de China hasta el siglo XVII. Parece ser incluso que el maniqueísmo, como religión misionera
que fue, en su expansión de los siglos VIII a XIII influyó en movimientos heréticos como los bogomilos,
patarinos y cátaros (Alexandrian 2018). Por otro lado, el mandeísmo continúa vigente hoy día en el sur
de Irak (Piñero 1995).

Trabajos citados
Alcántara, Luis Morales Reyes. «Contra los Herejes, San Ireneo de Lyon.» Conferencia del
Episcopado Mexicano. Ciudad de México, 2000.
Alegre, Xavier. «Evangelios apócrifos y gnosticismo.» Revista latinoamericana de Teología (UCA),
2008.
Alexandrian. Historia de la filosofía oculta. Madrid: Valdemar, 2018.
Bazán, Francisco García. Gnosis: la esencia del dualismo gnóstico. Buenos Aires: Ediciones
Castañeda, 1978.
—. La gnosis eterna: antología de textos gnósticos griegos, latinos y coptos I. Madrid: Editorial
Trotta, 2003.
Biblioteca Clásica Gredos. Los gnósticos I. Madrid: Editorial Gredos , 1983.
Chipre, Epifanio de. Panarion o El Botiquín contra todas las herejías. Centro de Filología Clásica y
Moderna, 2019.
Conde, Francisco Javier Fernández. «Prisciliano y el priscilianismo. Historiografía y realidad.» Clio y
Crimen nº1, 2004: 43-85.
Culdaut, Francine. El nacimiento del cristianismo y el gnosticismo. Propuestas. Madrid: Ediciones
Akal , 1996.
Eliade, Mircea. Historia de las creencias y las ideas religiosas II . Barcelona : Ediciones Paidós, 1999.
Grupo Editorial San Pablo. La Santa Biblia. Madrid: San Pablo, 1989.
Ireneo, San. Contra los Herejes. s.f.
Jiménez, Elena Sol. «El gnosticismo y sus rituales. Una introducción general.» Antesteria, nº 5, 2016:
225-240.
Marrou, J. Daniélou y H. I. Nueva Historia de la Iglesia. Desde los orígenes a San Gregorio Magno.
Madrid: Ediciones Cristiandad, 1982.
Otero, Aurelio de Santos. Los Evangelios apócrifos. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2005.
Piñero, Antonio. Cristianismo primitivo y religiones mistéricas. Madrid: Ediciones Cátedra, 1995.

14 | P á g i n a
Pouderon, Bernard. «La novela clementina: presentación de un dossier.» Myrtia, nº 24, 2009: 143-163.
«The Recognitions of Clement.» By the Translator, Rev. Thomas Smith, D.D. s.f.
Vidal, César. Los Evangelios Gnósticos . Argentina: Edaf , 2007.
Weor, Samael Aun. Pistis Sophia develada . El Salvador, 1983.
Yébenes, Sabino Perea. «Demonios, exorcismos y emperadores.» Ilu. Revista de Ciencias de las
Religiones, 2008: 167-181.

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