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Afganistán: Los derechos de las

mujeres y la propaganda de guerra

Hejer Charf 11/09/2021

Las imágenes triunfantes de las mujeres afganas que se despojaron de sus burkas, hace veinte
años, son tan tristes y vulnerables como las imágenes de las mujeres aterrorizadas por la victoria de
los talibán hoy.“Hemos de preguntarnos si la invasión de Afganistán tuvo claramente lugar en
nombre del feminismo y bajo que forma de feminismo se ha revestido tardíamente”, escribe Judith
Butler.

Reviso las imágenes triunfantes de las mujeres afganas despojándose de sus burkas hace veinte
años, gracias al ejército norteamericano. De pronto esas imágenes me parecen banales, vanas;
también son tan tristes y vulnerables como las de las mujeres aterrorizadas por la victoria talibán
actual. “Son botín de guerra, son objetivos militares. En ese sentido, podemos decir que la cara, en
todos los casos, está desfigurada, y es una de las consecuencias filosóficas y visibles de la propia
guerra” Judith Butler[1]

En noviembre de 2001, después de la invasión por Estados Unidos y sus aliados, George Bush,
declaró: “La bandera norteamericana ondea de nuevo sobre nuestra embajada(…) Hoy, las mujeres
son libres(…) Las mujeres y las niñas de Afganistán estaban presas en sus propias casas, se les
prohibía trabajar o estudiar”. El 15 de agosto de 2021, los talibán conquistaron Kabul y tomaron el
poder en Afganistán. Los yihadistas afirmaron sin ambages: “Las mujeres han sido las principales
víctimas de más de cuarenta años de crisis en Afganistán. El emirato islámico de Afganistán ya no
quiere que las mujeres sean víctimas. Está preparado para ofrecerles un entorno de trabajo y de
estudio y un lugar en las diferentes estructuras acorde con la ley islámica y nuestros valores
culturales”.
La cara moderna de los fundamentalistas islámicos, difícilmente convence. Las mujeres afganas no
creen ni una sola palabra de su supuesto discurso moderado. El arte de servirse de las mujeres es
una vieja añagaza de guerra que los norteamericanos y los mulás emplean sin vergüenza.

La liberación de las mujeres es una coartada repetida por los norteamericanos para justificar una
“guerra contra el terrorismo” que ha destrozado Afganistán, entre los países más pobres del mundo,
matado a cientos de miles de civiles; entregado el poder a una clase política corrompida de los
señores de la guerra; reforzado y legitimado a los extremistas religiosos. La intervención
norteamericana benefició a las mujeres que viven en Kabul y en las grandes ciudades. Son
educadas y profesionales: periodistas, médicos, artistas, funcionarias y otras. Transformaron sus
comunidades, sus ciudades. Las campesinas que vivían cerca de las zonas de conflicto, estaban
sometidas al orden tradicional tribal y no tenían acceso a nada. El 70% de las mujeres afganas son
analfabetas. Estados Unidos pretendía haber logrado su misión de educar al pueblo afgano. Azmat
Khan, periodista de investigación norteamericano, estudió las escuelas de Afganistan: Ghost
Students, Ghost Teachers, Ghost Schools (Estudiantes fantasmas, enseñantes fantasmas, Escuelas
fantasmas)

“He pasado mucho tiempo investigando las escuelas financiadas por Estados Unidos en Afganistán,
Una actuación que se quería considerar como el éxito intocable de la guerra y que pretende que
Estados Unidos, en estos veinte años, ha transformado radicalmente la educación de los jóvenes y
en concreto de la niñas. He examinado ampliamente las escuelas financiadas por EE.UU. Escogí 50
escuelas en 7 provincias situadas en zonas de guerra, fui a Afganistán a verlas: el 10% de esas
escuelas nunca fueron construidas o ya no existen. En su gran mayoría están en ruinas. Por
ejemplo, faltaba una escuela. Se demostró que se construyó en la aldea de un célebre jefe de la
policía afgana aliado de EE.UU., Abdul Raziq, conocido por numerosas violaciones de los derechos
humanos. Y el jefe de educación local dijo: Sí, aquí la construimos, pero no ha habido ningún niño en
esta aldea durante tres años, así pues ningún estudiante ha venido a la escuela, que nunca se abrió.
En otro caso, la escuela a la que llegué estaba vacía, la construcción inacabada, nunca se terminó y
todos los niños estaban al otro lado de la calle en una mezquita recibiendo educación religiosa y no
el programa inscrito en los libros, Intenté saber qué había pasado; parece ser que el contrato de
construcción de la escuela se le dio al hermano del gobernador del distrito que escamoteó el dinero y
la escuela nunca se terminó(…) Así, algo tan noble y digno de esfuerzo como la educación, se
empantanó con este tipo de corrupción y comisiones. Y si tuviésemos que entender porqué. Creo
que los objetivos de la lucha contra el terrorismo se integraron en cada uno de los aspectos del
proyecto norteamericano en Afganistán.”[2]

Las guerras están tejidas de mitos y mentiras, pero la democracia, las libertades, los derechos de las
mujeres solo pueden surgir en un pueblo soberano, en un país independiente; decenios de
ocupación, de imperialismo norteamericano, de fanatismo religioso, de guerra civil, han puesto minas
en cada pedazo de la tierra de Afganistán; minas que explotan en manos de los afganos
progresistas, demócratas que quieren construir una nación libre, segura.
Joe Biden dice que Estado Unidos no fue a Afganistán para construir una nación, ni para liberar a las
mujeres, sino para proteger su país de ataques terroristas. Los objetivos de la invasión, anunciados
en 2001: capturar a Bin Laden, destruir Al-Qaeda, derrotar al régimen de los talibán. El presidente
Biden pone en práctica el acuerdo firmado por Donald Trump y los talibán, sin la presencia del
gobierno afgano, en Doha el 29 de febrero de 2020: los norteamericanos y los talibán se
comprometen a no atacarse mutuamente. Un buen acuerdo entre mercenarios. Después de ellos, el
diluvio.

Biden, cuyo cinismo aumenta cada día, rechaza cualquier responsabilidad respecto al pueblo afgano
y acusa, sin cortarse un pelo, al ejército afgano de no luchar por su propio pueblo. Hay que
preguntarse si Joe Biden continúa teniendo pequeños lapsus, como cuando llamó a Donald Trump,
George. Estados Unidos, olvida su parte de brutalidad en la violencia que sacude al mundo. Y
Afganistán es el ejemplo funesto. No reconocen las consecuencias históricas trágicas de su
desestabilización en Afganistán durante los 80 y su apoyo a los muyaidines. Las invasiones, las
injusticias arrogantes norteamericanas, engendran generaciones de enemigos. El ejército afgano
que Bush y los demás han puesto en pie, se compone ampliamente de soldados rasos en su
mayoría analfabetos. Después de una mínima instrucción y con manuales que no sabían leer, los
enviaron al frente. A menudo, no percibían sus salarios o los mandos robaban los suministros
alimentarios para revenderlos en el mercado, Más de un soldado de cada cinco, murió. La policía
nacional y el ejército afgano, más de 66.000 muertos; los militares norteamericanos, 2.448 muertos;
los civiles afganos, más de 47.245 muertos. Bajo la administración Obama, Afganistán se convirtió
en el país del mundo más bombardeado por drones.En 2019, Trump batió el record lanzando 7.423
bombas sobre la población afgana. Afganistán fue el terreno de prueba de nuevas armas de los
norteamericanos. En 2017, emplearon la bomba no nuclear más potente nunca utilizada, “la madre
de todas las bombas: MOAB.

Durante varios años, Afganistán no ocupaba los titulares; era el país de la guerra olvidada -The
Forgotten War-, 20 años de guerra sin vencedor, sin estrategia. En 2003, dos años después de la
invasión,Estados Unidos se desentendió de Afganistán, fueron a destruir otro país, Irak, en nombre
de la democracia esta vez. Estados Unidos niega gran parte de su responsabilidad en la
desestabilización y la destrucción de esta región del mundo.

Malalai Joya, la célebre diputada feminista afgana, de 2005 a 2007, expulsada del parlamento por
sus claras palabras, no ha cesado de alertar: “no puede haber democracia real en un país sometido
a los fusiles de los señores de la guerra, a la mafia de la droga y a la ocupación. Hamid Karzai y los
occidentales, son los cómplices de esos criminales. EE.UU. y sus aliados criminalizan a nuestro
herido país, creando una tierra donde abundan las guerras tribales y donde el poder pertenece a los
propietarios de campos de amapola. Los señores de la guerra, de la droga y de las ONG: la santa
trinidad de la corrupción. No hay más que una solución a los males de Afganistán: poner al frente a
las fuerzas democráticas y no a los señores de la guerra. LA VIDA DE UNA MUJER EN
AFGANISTAN VALE TANTO COMO LA VIDA DE UN PÁJARO. La única forma de hacer avanzar la
democracia en nuestro país sería proteger y sostener a los intelectuales y los partidos democráticos
existentes. Aquí hay partidos políticos, activistas políticos y trabajadores sociales. ¿Por qué ningún
dirigente occidental quiere reconocer la existencia misma de una fuerza progresista en Afganistán
que pudiese surgir y jugar un auténtico papel?

Esta guerra debía acabar. Acabó en el sitio en que se inició; no es muy extraño, pero es
extremamente repugnante. Una vez más, el pueblo afgano es arrojado al infierno. Miles de personas
tratan desesperadamente de subir a un avión para escapar del régimen sanguinario de los talibán.
Muertos, heridos en el caos del aeropuerto de Kabul. Un afgano enganchado a un avión militar
norteamericanoo entre cielo y tierra, cae muerto.

Esta imagen es tan horrible como la del World Trade Center, “the Falling Man”, un norteamericano,
por los aires, en caída libre, a punto de morir. Las dos imágenes no se vengan una de otra, son
víctimas del mismo horror, proclaman su vulnerabilidad, su humanidad común, nuestra
responsabilidad. “La cara es la otra que me pide no dejarle morir solo, como si dejarlo fuese hacerme
cómplice de su muerte.(…) En la ética, el derecho a existir del otro tiene predominancia sobre el mío,
una predominancia que resume el mandamiento: No matarás, no pondrás en peligro la vida de otro”,
escribe Lévinas.

Estado Unidos han perdido la batalla, se han retirado, dejando detrás sufrimiento, temor e
incertidumbre. Joe Biden ni ha hecho una estrategia de salida de la guerra para proteger a los más
vulnerables, las mujeres que quedan en peligro de sumisión, de muerte. Los talibanes comienzan ya
a hacer el puerta a puerta, estableciendo listas de personas a eliminar. ¿Puede admitirse que el
ejército más poderosamente armado del mundo, no pueda evacuar a algunos miles de personas?

La respuesta: las mujeres afganas, los afganos necesitan la solidaridad de los pueblos; los
movimientos sociales del mundo han mostrado su fuerza de choque. Hoy quien dice mujeres
afganas, dice solidaridad.

La llamada de Malalai Joya que ha elegido vivir y resistir en Afganistán: “Mi pueblo, pueblo sin voz y
sufriente de Afganistán. Pido la solidaridad de los pueblos del mundo amantes de la justicia.
Pedimos la solidaridad del movimiento pacifista; de los movimientos laicos, amantes de la paz y la
justicia; los movimientos feministas: No dejéis caer al pueblo afgano. No les permitáis que olviden de
nuevo a Afganistán. Estos terroristas que les han llevado al poder y esta guerra a la que está sujeto
el destino del pueblo afgano”.[3]

[1]Vie précaire. Les pouvoirs du deuil et de la violence après le 11 septembre 2001, Judith Butler,
traduit par Jérôme Rosanvallon et Jérôme Vidal, Éditions Amsterdam, 2005

[2] Mi traducción. entrevista en Democracy Now, 17 agosto 2021


[3] Mi traducción, entrevista en Democracy Now, 15 julio 2021

Hejer Charf
Directora de cine tunecino-canadiense.

Traducción Ramón Sánchez Tabarés Fuente: https://blogs.mediapart.fr/hejer-


charf/blog/230821/afghanistan-les-droits-des-femmes-sont-une-propagande-de-guerre
URL de origen (modified on 13/09/2021 - 01:10): https://www.sinpermiso.info/textos/afganistan-los-
derechos-de-las-mujeres-y-la-propaganda-de-guerra

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