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Polo: ¿Qué dices?, ¿la retórica es, según tu, lo mismo que la adulación?

Sócrates: Solo he dicho que era una parte de ella. ¡A Polo! ¿A tu edad eres flaco de memoria?,
¿Qué será cuando seas viejo?

Polo: Se te figura que en las ciudades se mira a los oradores de fama como viles aduladores?

Sócrates: ¿Me haces una pregunta, o comienzas un razonamiento?

Polo: Es una pregunta.

Sócrates: Pues bien me parece que ni aún se les mira

Polo: ¡Cómo!, ¿No se les mira?, ¿No son, de todos los ciudadanos, los que ejercen un poder más
grande?

Sócrates: No, si entiendes que el poder es un bien para el que lo tiene.

Polo: Así lo entiendo.

Sócrates: Entonces digo, que los oradores son de todos los ciudadanos los que menos autoridad
tienen.

Polo: ¡Pues qué!, Semejantes a los tiranos. ¿No hacen morir al que quieren?, ¿No los despojan de
sus bienes, y no destierran de las ciudades a los que bien les parece?

Sócrates: ¡Por el cielo! Dudo, Polo, a cada cosa que dices, si hablas por tu cuenta, y si me expones
tu manera de pensar o si exiges que explique la mía.

Polo: Exijo la tuya.

Sócrates: En buena hora, mi querido amigo. ¿Por qué entonces me haces dos preguntas a la vez?

Polo: ¿Cómo dos preguntas?

Sócrates: ¿No me decías antes que los oradores, como los tiranos, condenan a muerte a los que
quieren, los despojan de sus bienes y les arrojan de las ciudades siempre que les place?

Polo: Si

Sócrates: Pues bien, te digo que son dos preguntas, y voy a contestarte a ambas. Sostengo, Polo,
que los oradores y los tiranos tienen muy poco poder en las ciudades, como dije antes; y que no
hacen casi nada de lo que quieren, aunque hagan lo que les parece que es lo más ventajoso.

Polo: Y no es esto tener un gran poder.

Sócrates: No entiendo a lo que pretendes, Polo.

Polo: ¿Yo pretendo esto? Precisamente es todo lo contrario.


Sócrates: Tú lo pretendes, te digo. ¿No has confesado que un gran poder es un bien para aquel
que le posee?

Polo: Y lo sostengo.

Sócrates: ¿Crees que sea un bien para nadie el hacer lo que estime más ventajoso, cuando está
privado de buen sentido?, ¿Llamas a esto tener un gran poder?

Polo: De ninguna manera.

Sócrates: Pruébame que los oradores tiene buen sentido y que la retórica es un arte y no una
adulación; y entonces me habrás refutado. Pero en tanto que no hagas esto, será siempre cierto
que no es un bien para los oradores ni para los tiranos hacer en las ciudades lo que les agrade. El
poder es a la verdad un bien, como tú dices; pero estás conforme en que hacer lo que se juzgue
oportuno, cuando se está desprovisto de buen sentido, es un mal. ¿No es cierto?.

Polo: Sí.

Sócrates: ¿Cómo, pues, los oradores y los tiranos habrán de tener gran poder en las ciudades a
menos que Polo obligue a Sócrates a confesar que ellos hacen lo que quieren?

Polo: ¡Qué hombre!

Sócrates: Digo que no hacen lo que quieren; refútame.

Polo: ¿No acabas de conceder que hacen lo que creen más ventajoso para ellos?

Sócrates: Lo concedo.

Polo: Luego hacen lo que quieren.

Sócrates: Lo niego.

Polo: ¡Qué! Cuando hacen lo que juzgan oportuno ¿no hacen lo que quieren?

Sócrates: Sin duda que no.

Polo: En verdad Sócrates, sientas cosas insostenibles y que excitan a la compasión.

Sócrates: No me condenes tan pronto, encantador Polo, para usar tu lenguaje. Y si tienes alguna
pregunta que hacerme, pruébame que me engaño; y si no respóndeme.

Polo: Consiento en responderte, a fin de por en claro lo que acabas de decir.

Sócrates: ¿Estimas que los hombres quieren las mismas acciones que hacen habitualmente, o
quieren la cosa en vista de la que hacen estas acciones? Por ejemplo,
Polo.- ¿Consideras como desgraciado y digno de compasión al que hace morir a otro, porque lo
juzga oportuno, y hasta cuando lo condena a muerte justamente?

Sócrates.- Nada de eso; pero tampoco en este caso me parece digno de envidia.

Polo.- ¿No acabas de decir que es desgraciado?

Sócrates.- Si querido mío, lo he dicho de aquel que condena a muerte injustamente, y digo,
además, que es digno de compasión. Respecto al que quita la vida a otro justamente, no debe
causar envidia.

Polo.- El hombre que injustamente es condenado a muerte, ¿No es a la vez desgraciado y digno de
compasión?

Sócrates.- Menos que el autor de su muerte, Polo, y menos aún que el que ha merecido morir.

Polo.- ¿Cómo así Sócrates?

Sócrates.- Porque el mayor de los males es cometer injusticias.

Sócrates.- Si el culpable escapa al castigo que merece, ¿Será dichoso según tu doctrina?

Polo.- Seguramente.

Sócrates.- Y yo pienso que el hombre injusto y criminal es desgraciado en todos los conceptos;
pero que lo es más si no sufre ningún castigo y si sus crímenes quedan impunes; y que lo es
menos, si recibe, de parte de los hombres y de los dioses, el justo castigo de sus crímenes.

Sócrates.- Podrías negarme que todo lo que es justo, en tanto que es justo es bello, es bello? Fíjate
y reflexiona antes de responder.

Polo.- Me parece que así es, Sócrates.

Sócrates.- Atiende ahora esto: Cuando alguno hace una cosa, ¿No es necesario que haya un
paciente que corresponda a este agente?

Polo.- Lo pienso así.

Sócrates.- Lo que el paciente sufre, ¿No es lo mismo y de la misma naturaleza que lo que hace el
agente? He aquí lo que quiero decir: si alguno hiere, ¿no es necesario que alguna cosa sea herida
en la misma forma?

Polo.- Seguramente.

Sócrates.- Si hiere mucho o hiere de pronto, ¿no es necesario que la cosa sea herida en la misma
forma?

Polo.- Sí.
Sócrates.- Lo que es herido experimenta, por lo tanto, una pasión de la misma naturaleza que la
acción del que hiere.

Polo.- Sin duda.

Sócrates.- En igual forma, si alguno quema, es necesario que una cosa sea quemada.

Polo.- No puede ser de otra manera.

Sócrates.- Y si quema mucho o de una manera dolorosa, es necesario que la cosa sea quemada
precisamente de la manera como se la quema.

Polo.- Sin dificultad.

Sócrates.- Hechas estas confesiones, dime si ser castigado es sufrir u obrar.

Polo.- Necesariamente es sufrir, Sócrates.

Sócrates.- ¿Y procede de alguna gente sin duda?

Polo.- No hay para que decirlo, procede del que castiga.

Sócrates.- El que castiga con razón, ¿No castiga justamente?

Polo.- Sí.

Sócrates.- ¿Hace, obrando así, una acción justa o no?

Polo.- Hace una acción justa.

Sócrates.- De manera que el castigado, cuando se le castiga, sufre una acción justa.

Polo.- Así parece.

Sócrates.- ¿No hemos reconocido que todo lo que es justo es bello?

Polo.- Sin duda.

Sócrates.- Lo que hace una persona que castiga y lo que sufre la persona castigada es por
consiguiente bello.

Polo.- Sí.

Sócrates.- Pero lo que es bello es al mismo tiempo bueno, porque o es agradable o es útil.

Polo.- Necesariamente.

Sócrates.- Así, lo que sufre el que es castigado, es bueno.

Polo.- Parece que sí.


Sócrates.- Le es, por consiguiente, de alguna utilidad.

Polo.- Si.

Sócrates.- Y esta utilidad es como yo la concibo; es decir, que consiste en hacerse mejor respecto
al alma, si es cierto que es castigado con razón.

Polo.- Es probable.

Sócrates.- Por lo tanto, el que es castigado se ve libre de la maldad que hay en su alma.

Polo.- Sí.

Sócrates.- ¿No es librado por lo mismo de l mayor de los males?

Sócrates.- ¿Es cosa agradable ponerse en manos de los médicos?, ¿Y el tratamiento que se da a los
enfermos, les causa placer?

Polo.- Yo no lo creo.

Sócrates.- Pero es una cosa útil, no es así.

Polo.- Sí.

Sócrates.- Porque libra de un gran mal; de suerte que es ventajoso sufrir el dolor a fin de recobrar
la salud.

Polo.- Sin duda.

Sócrates.- El hombre, que en este estado, se entrega en manos de los médicos, se halla en la
situación más dichosa posible con relación al cuerpo?, ¿O es más bien el dichoso el que no está
enfermo?

Polo.- Es evidente que el segundo es más feliz.

Sócrates.- En efecto, la felicidad no consiste, al parecer, en verse curado del mal, sino en no
padecerlo.

Polo.- Es cierto.

Sócrates.- Pero de dos hombres enfermos, en cuanto al cuerpo o en cuanto al alma, ¿Cuál es el
más desgraciado, aquel a quien se cuida, curándole de su mal, o aquel a quien no se pone en cura
y que continúa con su mal?

Polo.- Me parece que es más desgraciado aquel a quien no se pone en cura.

Sócrates.- Así el castigo proporciona un bien, al verse libre del mayor de los males, de la maldad.

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