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3.

SUJETOS

A. IDEAS GENERALES.

Un capítulo esencial del derecho internacional clásico era el de los sujetos, es decir, el
estudio de las entidades a quienes se aplican las normas jurídicas internacionales. Se
solía considerar que éstos eran exclusivamente los Estados, admitiendo sólo por 1
excepción ciertos casos especiales de subjetividad jurídica internacional, como la Santa
Sede, la Orden de Malta o el Comité Internacional de la Cruz Roja. Hoy en día es más
acertado hablar de la figura genérica de la "personalidad" o "subjetividad" jurídica
internacional, y distinguir desde el principio entre el Estado (que sin duda sigue siendo
el sujeto por excelencia de las normas internacionales), las organizaciones
internacionales y otros sujetos de carácter no-estatal.

B. PERSONALIDAD INTERNACIONAL

Al referirse a este tema, un sector muy influyente de la doctrina emplea la figura de la


"atribución" de la subjetividad internacional, sosteniendo que existen a este respecto
tres ideas básicas:

1. Que existe una norma de derecho internacional general con base en la cual se le
atribuye ipso iure la personalidad jurídica a ciertas entidades que llenen
determinados requisitos (el caso clásico es el de una entidad que posea población,
territorio, organización política e independencia, la cual será forzosamente
considerada como un Estado por el derecho internacional);

2. Que existe también un procedimiento paralelo consistente en que dos o más sujetos
preexistentes le otorgan o atribuyen dicha personalidad a un ente nuevo (caso de la
celebración de un tratado internacional por medio del cual se crea una Organización
Internacional); y,
3. Que existen también supuestos especiales de subjetividad internacional que son
imposibles de explicar mediante las dos reglas anteriores (Santa Sede, Orden de
Malta, etc.)

En la doctrina más moderna se ha criticado esta concepción, con el argumento de que


no se ha demostrado científicamente la existencia de normas jurídicas internacionales
que indiquen que ciertas entidades tienen una personalidad jurídica internacional 2
inherente, ni de otras normas que le confieran a todo sujeto determinados derechos o le
asignen obligaciones. Para esta escuela, más realista y más conforme con la realidad y
la práctica internacionales, el derecho le confiere personalidad a un ente atribuyéndole
derechos u obligaciones, pero no diciendo que es un sujeto de derecho. En otras
palabras, del hecho de que una entidad es titular de derechos u obligaciones en el
orden internacional puede deducirse que es un sujeto de derecho internacional; pero de
la circunstancia de que alguien es o sea considerado como sujeto de derecho
internacional no puede deducirse a fortiori que es titular de un determinado derecho u
obligación. Lo fundamental en cada caso es examinar si el ente de que se trate es
efectivamente titular de derechos u obligaciones internacionales, y no si es o no
considerado como sujeto de derecho internacional.

Esta titularidad de derechos y obligaciones por el ente que se ha de considerar como


sujeto de derecho internacional, por su parte, debe ser directa y efectiva, en el sentido
de que las normas internacionales que le otorgan el derecho o le asignan la obligación
deben serle aplicables directamente y no a través de otro sujeto, y él mismo, a su vez,
debe poseer la capacidad para invocarlas internacionalmente sin tener que recurrir para
ello a otro sujeto. De esta manera, las autoridades administrativas de un Estado que
deben tomar ciertas medidas internas porque así lo dispone un tratado celebrado por
sus autoridades nacionales, no poseen por ese hecho personalidad internacional. En
sentido contrario, el individuo al cual un tratado le otorga capacidad para recurrir
directamente a un tribunal internacional sí posee personalidad jurídica internacional en
el momento en que entre a ejercer este derecho.
Deben tenerse en cuenta también dos ideas adicionales: de un lado, la calidad de los
sujetos no depende de la cantidad de derechos y obligaciones de que sea o pueda ser
titular la entidad (lo cual permite la extrema heterogeneidad que en materia de sujetos
caracteriza al derecho internacional). Como lo sostuvo la Corte Internacional de Justicia
en el asunto de las Reparaciones por daños sufridos al servicio de las Naciones Unidas:

"Los sujetos de derecho, en un sistema jurídico, no son necesariamente idénticos en 3


cuanto a su naturaleza o a la extensión de sus derechos; y su naturaleza depende de
las necesidades de la comunidad”.

De otro lado, la característica más notable de la evolución de la comunidad


internacional en las últimas décadas es la notable ampliación del número de sus
miembros, lo que genera un número de sujetos considerablemente mayor del que
existía hace apenas unas décadas.

C. EL ESTADO

El Estado sigue siendo el sujeto por excelencia del derecho internacional


contemporáneo. Como ya se explicó en el capítulo inicial, la expresión misma "derecho
internacional", alude más a un derecho entre Estados que entre naciones, es decir un
sistema jurídico que considera como sus sujetos principales a ciertas unidades
nacionales autónomas que corresponden a la noción moderna de Estado. La expresión
"Estado" es de carácter técnico-jurídico y alude al ente que es titular de derechos y
obligaciones en el plano internacional. El término "nación" tiene una connotación
predominantemente sociológica, y no se utiliza mucho en los documentos o
instrumentos diplomáticos. En cuanto al término "país", es de uso común (no técnico) y
su empleo tiene connotaciones más políticas que jurídicas.

Si bien el concepto de Estado y los aspectos de creación y nacimiento del mismo


pertenecen más al campo de la Teoría del Estado o la Ciencia Política, el derecho
internacional se interesa por la figura del Estado en el momento en que está ya
constituido. Es necesario, entonces, indagar cuándo se está en presencia de un Estado
desde el punto de vista internacional, que es lo mismo que describir cuales son los
elementos constitutivos o esenciales del Estado, a los cuales se aludió brevemente en
el capítulo relativo a los sujetos. Por su importancia histórica y práctica, es útil referirse
también a la figura del reconocimiento, tanto de Estados como de Gobiernos, así como 4
a los diferentes tipos de Estados que se puede hallar en el mundo. Para cerrar este
capítulo, se harán unas consideraciones sobre el principio de la soberanía y la igualdad
soberana de los Estados, así como sobre el ejercicio de jurisdicción por parte de los
Estados.

ELEMENTOS DEL ESTADO

El Estado es en esencia una forma de organización política, la más sofisticada que el


hombre ha diseñado. Su origen en la acepción actual del término se puede ubicar en
Europa Occidental entre los siglos XIV y XV, ya que los primeros ejemplos históricos de
lo que luego se vino a denominar el Estado-nación podrían ser las repúblicas italianas
durante el Renacimiento, la España de finales del siglo XV y Francia e Inglaterra en el
siglo XVI. Con la universalización de las relaciones internacionales y la des-
europeización del derecho internacional, el modelo estatal fue exportado al resto del
globo. Hoy en día podemos decir que todas las sociedades nacionales se organizan en
forma de Estados, a pesar de las diferentes terminologías empleadas y de las diversas
formas o tipos que pueden adoptar los Estados.

En todo caso, la noción básica es la misma, y consiste en que desde el punto de vista
del derecho internacional, constituye un Estado toda entidad que posea población,
territorio, gobierno e independencia.

La población está constituida por el conjunto de individuos sobre los cuales el Estado, o
más exactamente, la organización estatal, ejercita de manera permanente un conjunto
de poderes de hecho. El estudio de éste elemento conduce al examen de figuras como
la nacionalidad, el tratamiento a los extranjeros, la protección diplomática, la protección
de los derechos humanos, el ejercicio de jurisdicción, el asilo y la extradición, etc.

El territorio es el ámbito espacial en el cual está asentada la población y en el cual la


organización ejercita la potestad de gobierno, con exclusión de poderes análogos de
otro sujeto que también tenga carácter territorial, es decir que se trata de una 5
competencia de carácter exclusivo. Es tan importante este elemento que se suele
resaltar que el Estado es, entre todos los sujetos del derecho internacional, aquel cuyo
rasgo fundamental es el de poseer una base territorial. No todo ente que posea territorio
es un Estado, pero no puede hablarse de Estado si la entidad de que se trate no posee
un territorio determinado.

Este territorio no tiene que estar exactamente delimitado, y de hecho, muchos Estados
en el mundo no tienen totalmente definido su perímetro territorial hoy en día. Esto da
lugar a la problemática de la delimitación de fronteras, terrestres y marítimas. También
debe estudiarse en este contexto la cuestión de la adquisición y pérdida del territorio,
que es un capítulo esencial del derecho internacional clásico y que también está
estrechamente relacionado con el tema de la sucesión de Estados.

El gobierno u organización política es un elemento de cierta complejidad, que supone la


existencia de un conjunto de instituciones y órganos, o gobierno, en sentido amplio, que
ejercen su poder sobre el territorio y la población. Comprende la conducción del país; la
administración de sus recursos naturales; la regulación efectiva de la vida en sociedad y
de las conductas individuales (actividad ejecutiva o gobierno en sentido restrictivo); la
creación de normas jurídicas que regulen dichas conductas (actividad legislativa) y un
sistema de solución para las controversias que puedan surgir entre los particulares o
entre ellos y la propia organización política (actividad jurisdiccional).

Al derecho internacional sólo le interesa que exista una organización, por imperfecta
que pueda ser en sus comienzos, y que se manifieste de forma efectiva, es decir que
ejerza un auténtico control sobre la población y sobre el territorio. La forma que adopta
cada organización, o forma de gobierno que se dé un Estado, es irrelevante para los
efectos de la subjetividad internacional.

El elemento de la independencia tiene un carácter global, ya que abarca y supone, de


alguna manera, los tres anteriores. Se manifiesta en el plano externo, al ejercer el
Estado su actividad internacional por su propio poder y no por el de otro sujeto, es decir 6
al ser capaz la organización de entrar en la vida de relación internacional, con lo cual
adquiere el status de "Estado soberano" desde el punto de vista del derecho
internacional. La Convención de Montevideo, por ejemplo, define a éste elemento como
la "capacidad de entrar en relaciones con los demás Estados". Los Estados miembros
de un Estado Federal, como los Estados de los Estados Unidos o las provincias del
Canadá, carecen de este elemento y por lo tanto no son sujetos de derecho
internacional.

Cuando se está en presencia de un ente que reúna estos cuatro elementos, se está
hablando de un Estado en el sentido del derecho internacional. No importa la forma en
que surgió a la vida internacional, ni la forma de organización que se haya dado, ni la
extensión de su territorio ni el volumen de su población. Lo más importante desde el
puntó de vista del derecho internacional es la efectividad con la que la organización de
que se trate ejerza por sí misma y de manera independiente de otros entes el poder
político sobre el territorio y sobre la población.

Por su parte, la principal consecuencia de poseer lo que podemos denominar


"estatalidad" o condición de Estado (statehood), es que el ente de que se trate entra a
participar, en un plano de igualdad con los sujetos ya existentes, en el proceso de
creación, aplicación y ejecución del derecho internacional. Como manifestaciones
concretas de esta condición. podemos mencionar la posibilidad de celebrar tratados y
otros actos internacionales, el ejercicio del derecho de legación activo y pasivo, el
ingreso a Organizaciones Internacionales de carácter intergubernamental, la adquisición
de locus standi, o capacidad de actuar ante tribunales internacionales y la posibilidad de
efectuar reclamaciones internacionales, haciendo efectiva la responsabilidad de otros
sujetos.

RECONOCIMIENTO DE ESTADOS

El reconocimiento de Estados y gobiernos sigue siendo una de las áreas menos claras
del derecho internacional. En este campo,. se puede apreciar una virtual ausencia de 7
normas o principios generales auténticamente obligatorios para los Estados, una gran
diversidad en la práctica estatal y, sobre todo, una proliferación de doctrinas
diplomáticas o científicas que más que aclarar la cuestión ha contribuido a complicarla.

Un Estado puede surgir a la vida internacional de diversas maneras (secesión de un


Estado existente, división de un Estado en dos o más Estados, fusión de varios Estados
en uno solo, independencia de una colonia, etc.). Cuando surge un nuevo Estado,
ocurre que los gobiernos de otros Estados se plantean si deben reconocerlo como tal.
Según una autorizada definición: el reconocimiento de Estados consiste en

"(...) el acto libre por el cual uno o varios Estados hacen constar la existencia sobre un
territorio determinado una sociedad humana políticamente organizada, independiente
de cualquier otro de los Estados existentes, capaz de observar las prescripciones del
derecho internacional, y por el que manifiestan, en consecuencia, su voluntad de consi-
derarla como miembro de la Comunidad internacional”.

Se presentan entonces dos tipos de problemas, íntimamente relacionados: En primer


lugar, ¿Tiene el reconocimiento carácter político, y por lo tanto debe considerarse como
un acto discrecional? Formulado de otra manera este interrogante sería: ¿Tiene el
reconocimiento carácter jurídico y una vez que una entidad reúna los requisitos
mencionados arriba debe ser objeto de reconocimiento por los demás Estados? En
otros términos: ¿Contempla el derecho internacional una obligación de reconocer como
Estado a un ente que reúna los elementos de la estatalidad?
Un segundo problema se refiere a sí el reconocimiento tiene efecto constitutivo (el
Estado pasaría a existir desde el punto de vista jurídico como consecuencia del
reconocimiento) o declarativo (el reconocimiento se limitaría a constatar una situación
ya existente con anterioridad). El carácter jurídico u obligatorio del reconocimiento
conduce obviamente a reconocerle efecto constitutivo, y el carácter político o facultativo
a asignarle efecto declaratorio.
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La práctica estatal se pronuncia inequívocamente por la segunda opción: no existe una
obligación jurídica de reconocer a los nuevos Estados, un Estado que no reconozca a
otro no incurre por ello en responsabilidad internacional y el reconocimiento es un acto
libre y totalmente discrecional que se ejerce con una finalidad predominantemente
políticas. En consecuencia, los efectos del reconocimiento son puramente declarativos,
ya que la mera existencia del Estado, como hecho objetivo, produce importantes
efectos erga omnes: todo Estado que posea los requisitos fijados por el derecho
internacional tiene derecho, con o sin reconocimiento de otros sujetos, a que se
respeten su soberanía, su independencia, su integridad territorial y otros atributos
básicos del Estado. En la Carta de la Organización de Estados Americanos, por
ejemplo, figuran importantes normas sobre este aspecto, como los artículos 9 y 12,
según los cuales:

"Artículo 9

"Los derechos de cada (Estado) no dependen del poder de que disponga para asegurar
su ejercicio, sino del simple hecho de su existencia como persona de Derecho
internacional”.

"Artículo 12

“La existencia política del Estado es independiente de su reconocimiento por los demás
Estados. Aún antes de ser reconocido, el Estado tiene el derecho de defender su
integridad e independencia, proveer a su conservación y prosperidad y, por
consiguiente, de organizarse como mejor lo entendiere, legislar sobre sus intereses,
administrar sus servicios y determinar la jurisdicción y competencia de sus tribunales”.

Sin embargo, debe admitirse que el reconocimiento de Estados, a pesar de que frente a
la existencia del Estado produce efectos únicamente declarativos, tiene importantes
consecuencias en el plano de la capacidad de acción del nuevo Estado en el plano
internacional. En otras palabras, el nuevo Estado no está en condiciones de ejercer con 9
plenitud sus competencias externas basta tanto no haya sido reconocido, o bien por un
número significativo de Estados, o bien por unos Estados que tengan un peso
específico de cierta consideración en la esfera internacional. De ahí que los nuevos
Estados le asignen tanta importancia al reconocimiento internacional, el cual suele
convertirse en una prioridad absoluta y en objetivo primordial de su política internacional
durante la primera etapa de su vida independiente.

Con los acontecimientos presentados recientemente en Europa Oriental, la Unión


Soviética y la antigua Yugoslavia, el problema del reconocimiento de Estados volvió a
surgir con gran intensidad. Para enfrentarlo, se registró un aproximación netamente
multilateral, que se vino a materializar en la expedición en 1992 por la Comunidad
Europea de unas "Directrices sobre el Reconocimiento de Nuevos Estados", documento
de carácter esencialmente político que ha guiado a los Estados miembros de esa
organización regional en la conducción de sus relaciones frente a los Estados surgidos
de la disolución de la antigua Yugoslavia. En dicho documento se consagra, como
criterio rector de la práctica del reconocimiento que

"La Comunidad y sus Estados Miembros afirman su disposición a reconocer, sujeta a


los estándares normales de la práctica internacional ya las realidades políticas en cada
caso, aquellos nuevos Estados que, siguiendo los cambios históricos en la región, se
han constituido sobre una base democrática, han aceptado las obligaciones
internacionales correspondientes y se han comprometido de buena fe en un proceso
pacífico y en negociaciones".
El reconocimiento de Estados es, además, incondicional e irrevocable, tal como lo
dispone la Convención de Montevideo en su artículo 6.

En cuanto a las formas que adopta el reconocimiento, puede decirse a grandes rasgos
que éste puede ser individual o colectivo, según se efectúe por un solo Estado o por
varios. Puede ser también expreso, si por ejemplo se consagra en un tratado o
declaración de reconocimiento, o tácito, cuando “(…) resulta de todo acto que implique 10
la intensión de reconocer el nuevo Estado”.

Conviene precisar la relación que tiene el reconocimiento implícito o tácito con la figura,
esencialmente diferente, del establecimiento de relaciones diplomáticas. En primer
lugar, obsérvese que cuando se efectuó la codificación de las normas del derecho
diplomático tradicional se discutió si el reconocimiento de gobiernos era un requisito o
condición para el establecimiento de relaciones diplomáticas. La Conferencia de
Codificación convocada por las Naciones Unidas en 1961, que produjo la Convención
de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, decidió no ocuparse del asunto y se limitó a
aprobar como principio rector que dicho establecimiento, así como el envío de misiones
diplomáticas permanentes se efectuará por consentimiento de los Estados
involucrados, lo cual puede pensarse que presupone el reconocimiento mutuo, o por lo
menos una disposición a reconocerse recíprocamente. De hecho, en ciertas
circunstancias el propio establecimiento de relaciones diplomáticas o el envío o
recepción de agentes diplomáticos pueden entenderse como una forma de
reconocimiento tácito de un Estado.

En segundo lugar, en una etapa posterior de la codificación de esta importante rama del
derecho internacional, la de las normas que se ocupan del ejercicio de la diplomacia
parlamentaria, es decir, la que adelantan los Estados en el marco de las
Organizaciones Internacionales, si se tomó en cuenta el tema del reconocimiento de
Estados y de gobiernos. La razón para ello es que en este tipo de diplomacia
intervienen dos Estados (el Estado huésped de la Organización y el Estado que envía
una misión o una delegación ante ella), entre los cuales no tiene que darse
necesariamente una relación directa, sino una relación triangular, en la cual participa
también la Organización. En otras palabras, como es perfectamente posible que entre el
Estado que envía y el Estado huésped no existan relaciones formales o que no se
hayan reconocido mutuamente, es difícil establecer canales de comunicación entre
ellos, como no sea a través de la organización misma. Era entonces necesario
contemplar esta situación en una norma expresa, que fue lo que se hizo al incluir en el
texto de la Convención de Viena sobre la representación de los Estados en sus 11
Relaciones con las Organizaciones Internacionales de Carácter Universal, suscrita en
1975 la disposición que figura como artículo 82, cuyo texto es el siguiente:

“Artículo 82
"No reconocimiento de Estados o de Gobiernos o ausencia de relaciones diplomáticas o
consulares

1. Los derechos y las obligaciones del Estado huésped y del Estado que envía en
virtud de la presente Convención no serán afectados ni por el no reconocimiento por
uno de esos Estados del otro Estado o de su Gobierno ni por la inexistencia o la
ruptura de relaciones diplomáticas o consulares entre ellos.

2. El establecimiento o el mantenimiento de una misión, el envío o presencia de una


delegación o de una delegación de observación o cualquier acto de aplicación de la
presente. Convención no entrañarán por sí mismo el reconocimiento por el Estado
que envía del Estado huésped o de su gobierno ni por el Estado huésped del
Estado que envía o de su gobierno.

Como se observa, esta disposición se refiere tanto a la figura del establecimiento o


mantenimiento de las relaciones diplomáticas o consulares como al reconocimiento, y
con respecto a éste último abarca el reconocimiento de Estados y el reconocimiento de
Gobiernos. En el primer párrafo se consagra que la ausencia de reconocimiento entre el
Estado huésped y el Estado que envía no afectará el cumplimiento de la Convención.
En el segundo se contempla la situación inversa, estipulándose expresamente que
ningún acto de aplicación de la Convención entrañará "por sí mismo" un reconocimiento
de Estado o de Gobierno, ni por el Estado huésped ni por el Estado que envía. En
conclusión, en el ejercicio de la diplomacia que se desarrolla en el marco de los
organismos internacionales se descarta la figura del reconocimiento tácito. Tanto de
Estados como de Gobiernos.

RECONOCIMIENTO DE GOBIERNOS 12

Cuando el cambio de gobierno en un Estado tiene lugar por medios irregulares o


violentos se habla de la figura de reconocimiento del nuevo gobierno de facto, el cual
normalmente reemplaza a un gobierno de jure. Cuando el cambio se produce por
medios ordinarios, en cumplimiento de la Constitución vigente, no surge el problema y
ningún gobierno extranjero se plantea la cuestión de reconocer o no al nuevo gobierno.
Sin embargo, sólo puede hablarse de gobiernos de jure y de facto desde el punto de
vista del derecho interno de cada Estado, porque para el derecho internacional es
totalmente irrelevante la manera o los medios mediante los cuales el gobierno de un
Estado haya asumido el poder. El derecho internacional es neutral con respecto a los
sistemas políticos internos, con lo cual la cuestión del reconocimiento no tiene, desde el
punto de vista jurídico, tanta trascendencia como se suele pensar.

No existen normas rígidas de derecho internacional sobre los requisitos que debe reunir
un gobierno de facto para ser reconocido, y apenas puede hablarse de una serie de
doctrinas, que no pasan de ser exposiciones de los criterios políticos que determinados
gobiernos siguen o dicen seguir a la hora de reconocer gobiernos de otros Estados que
han surgido en violación del orden constitucional existente en esos países. Las más
importantes de dichas doctrinas son las siguientes:

Doctrina Estrada: Formulada por un estadista mexicano en 1930, quien sostuvo que la
práctica del reconocimiento era denigrante porque suponía un juicio sobre la forma de
gobierno y los asuntos internos de los otros Estados, y que en adelante México se
limitaría a mantener o retirar a sus agentes diplomáticos del país en cuestión,
"(...) sin calificar, ni precipitadamente ni a posteriori, el derecho que tengan las naciones
extranjeras para aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades.”

Se ha dicho que esta doctrina respalda la práctica del reconocimiento tácito, mediante
actos que impliquen la voluntad de reconocer (como podría serio el hecho de mantener
los agentes diplomáticos cerca del nuevo Gobierno), pero lo cierto es que constituye 13
más bien un abandono de la práctica del reconocimiento de gobiernos y su sustitución
por la del mantenimiento o suspensión de las relaciones diplomáticas, que, como se vio,
es una figura esencialmente diferente. Esta doctrina ha tenido una influencia destacada
en el derecho internacional. En el plano regional, tiene gran importancia por que en
1948 la IX Conferencia Interamericana adoptó el principio en el cual se basaba y lo
incorporó en su Resolución XXXV, titulada de manera muy gráfica "Ejercicio del
derecho de legación en América", en la cual se decía claramente que,

"El establecimiento o mantenimiento de relaciones diplomáticas con un gobierno no


envuelve juicio acerca de la política interna de ese gobierno”.

Pero además, importantes autores internacionales como los Estados Unidos y el Reino
Unido han terminado ajustando su práctica en materia de reconocimiento de gobiernos
a lo señalado por la Doctrina Estrada, y en, concreto, han adherido a la sabia política de
evitar un pronunciamiento expreso sobre reconocimiento en casos de cambio de
gobierno por medios no – constitucionales y poner énfasis más bien en el tipo de
relaciones oficiales que se van a sostener con el nuevo gobierno.

Doctrina Tobar, o doctrina de la legalidad: Formulada por el Gobierno del Ecuador en


1907, preconiza el no reconocimiento de los gobiernos transitorios nacidos de las
revoluciones, por lo menos hasta que quede demostrado que gozan del apoyo
mayoritario de la población. Acepciones o variaciones de esta doctrina (que fue aplicada
estrictamente por el Gobierno de los Estados Unidos durante el mandato del Presidente
WOODROW WILSON, con lo cual se habla a veces de una "Doctrina Wilson") son la
Doctrina Stimson (Estados Unidos, 1932) sobre no reconocimiento de situaciones
surgidas de actos de agresión y la Doctrina Betancourt (Venezuela, 1959), consistente
en el no reconocimiento de gobiernos surgidos de golpes de Estado o de cuartelazos.

Doctrina Lauterpacht o doctrina de la efectividad: Esta doctrina no fue formulada por un


agente gubernamental sino por un connotado jurista británico en 1947. Consiste en que
habría una obligación de reconocer a los gobiernos que ejercen un control efectivo del 14
territorio y de la población situada en él. Hasta hace pocos años, fue aplicada con cierta
consistencia por el Reino Unido, cuyo Gobierno le asignaba gran importancia al aspecto
de la efectividad en cuanto al control sobre el territorio.

Un aspecto interesante es que el reconocimiento de un Estado supone el


reconocimiento del gobierno que ejerce el poder en ese momento en el mismo.

En general, el reconocimiento de gobiernos es, al igual que el reconocimiento de


Estados, discrecional y de carácter declarativo, con lo cual su presencia o ausencia
carece de efectos jurídicos en la mayoría de los casos. El profesor Akehurst evoca a
propósito de este tema el muy ilustrativo caso Tinoco, decidido por el árbitro Taft en
1923. El árbitro sostuvo que el régimen del general Tinoco en Costa Rica había
personificado el Gobierno de ese Estado por haber ejercido en forma patente el control
efectivo del país y que a esos efectos era irrelevante que otros gobiernos no lo hubieran
reconocido. Dijo también que el reconocimiento o ausencia de él hubiera tenido mayor
importancia si la efectividad del control de Tinoco sobre Costa Rica no hubiese sido tan
patente, ya que el propio reconocimiento puede constituir un importante elemento de
prueba de la existencia de un gobierno. Cuando los hechos son claros, entonces, el
reconocimiento carece de importancia y es claramente declarativo; cuando son más
inciertos, el valor probatorio del reconocimiento puede ser decisivo y llegar a tener
efectos cuasi-constitutivos.

Sobre la práctica del reconocimiento de gobiernos también se habla de diversas


modalidades: reconocimiento de jure y de facto, reconocimiento prematuro, etc. El más
importante es quizás el reconocimiento tácito, ya que en la práctica diplomática suele
expresarse el temor de que determinados actos de carácter oficial en relación con un
nuevo Gobierno puedan ser interpretados como un reconocimiento tácito, sin que esa
haya sido la intención de la autoridad que los produjo. Es el caso del envío de un
mensaje diplomático, el recibo de un obsequio oficial, la firma de un tratado, la
asistencia a una reunión o conferencia internacional, la participación en las labores de
una Organización Internacional, etc.. Hoy en día esta cuestión ya no tiene tanta 15
gravedad como antes, por la universalización y democratización de las relaciones
internacionales.

TIPOS DE ESTADOS

Aunque es un tema que no tiene gran importancia en la práctica contemporánea, es


conveniente mencionar brevemente los tipos especiales de Estados existentes y los
Estados de condición jurídica particular. Estos son, a grandes rasgos:

Los Estados Federales

Los Estados federales, también llamados en ocasiones "federaciones", están


compuestos por un conjunto de Estados que se han unido para formar una sola entidad
de derecho internacional, como Alemania, Argentina, Brasil, Canadá, los Estados
Unidos, México, Suiza o Rusia. El rasgo característico de un Estado Federal es que las
competencias en asuntos internos están distribuidas entre las diversas unidades que lo
componen (los Estados federados) en tanto que las competencias exteriores o
internacionales están concentradas en la autoridad federal. En cada caso, es la
Constitución Federal la que establece el reparto preciso de competencias públicas entre
la autoridad federal y las autoridades de cada uno de los Estados miembros. Desde el
punto de vista del derecho internacional no hay mayores diferencias con los Estados,
por cuanto los Estados miembros de cada Estado Federal no poseen personalidad
jurídica internacional. La Convención de Montevideo, por ejemplo, estipula en su
artículo 2:
“El Estado federal constituye una sola persona ante el Derecho Internacional".

Ello no obstante, pueden darse casos sui generis, como el de la Constitución de la


Confederación Helvética (Suiza), la cual autoriza a los cantones a concertar tratados
internacionales en ciertos supuestos. En todo caso, el Estado Federal es el único titular
de la responsabilidad internacional y el único competente para actuar en el plano 16
internacional en la puesta en ejecución de dicha figura, ya sea como sujeto activo
(presentando reclamaciones internacionales en nombre de sus nacionales) o pasivo
(atendiendo reclamaciones presentadas por otros Estados por medidas tomadas por las
autoridades de cada Estado miembro del Estado Federal que afecten derechos de los
extranjeros).

Las Uniones de Estados

La figura de las Uniones de Estados solo tiene interés desde el punto de vista histórico,
ya que no existe hoy en día ninguna de ellas. Por "Unión Personal" se entendía cuando
dos o más Estados, por motivos preferentemente dinásticos, tenían un mismo Jefe de
Estado. Internacionalmente, los Estados miembros de la Unión seguían ejerciendo su
personería jurídica y no se registraba la creación de un nuevo sujeto de derecho
internacional. Como ejemplos se citan la unión entre Gran Bretaña y Hannover (1714 a
1837), la unión entre los Países Bajos y Luxemburgo (1815 a 1890) y la unión entre
Bélgica y el Estado Libre del Congo (1885-1908).

"Unión Real" era, por el contrario, cuando dos o más Estados se unían o fusionaban
para formar un nuevo sujeto de derecho internacional, estableciendo para ese efecto
órganos de gobierno comunes. El mejor ejemplo es la unión entre Austria y Hungría
(1867-1918), pero también pueden mencionarse la unión entre Suecia y Noruega (1815-
1905) o, en casos menos claros, la unión entre Dinamarca e Islandia (1918 -1944) o
entre Italia y Albania (1939-1943).
Los Protectorados, Mandatos o Fideicomisos

Estas tres figuras tienen en común que están conectadas con uno de los fenómenos
más odiosos de la historia de la humanidad y de las relaciones internacionales: el
colonialismo. Históricamente, y generalizando considerablemente, puede decirse que
los dos grandes conflictos que ha padecido la humanidad en el siglo XX han propiciado
otros tantos cambios en las tipologías jurídicas utilizadas para reglamentar las 17
situaciones vinculadas a la explotación colonial de pueblos y territorios por parte de
potencias europeas.

De esta manera, en el período transcurrido hasta la Primera Guerra Mundial, podían


distinguirse en muchos rincones del globo territorios sometidos a grados variables de
control por parte de una metrópoli, los cuales podemos agrupar bajo la etiqueta
genérica de "protectorados". Buenos ejemplos pueden ser los protectorados franceses
en África (Senegal, Túnez, Marruecos, Argelia) o en el Sudeste Asiático (Camboya,
Laos, Vietnam); los protectorados ingleses en África (Nigeria, Gambia, Sierra Leona,
Somalia, Swazilandia, Uganda) o en Oriente Medio (Egipto, Palestina, la India); el
dominio colonial de Holanda sobre Indonesia y la Guayana Holandesa o el de Bélgica
sobre el Congo, etc. Estas situaciones están lejos de ser uniformes, puesto que las
potencias coloniales utilizaban diferentes figuras (protectorados propiamente dichos,
"Estados protegidos", colonias, dominios, territorios de ultramar, etc.), pero a grandes
rasgos en todas ellas se daba una situación de explotación colonial por parte de la
metrópoli, que invariablemente era un Estado europeo occidental.

Al terminar la Primera Guerra Mundial vino un reparto de las posesiones coloniales de


las potencias derrotadas (Alemania, el Imperio Austro-Húngaro y el extenso Imperio
Otomano ) y, especialmente, un primer intento de reglamentar a nivel multilateral la
administración de dichos territorios. Surgió así el sistema de "Mandatos", el cual operó
con relativa eficacia bajo los auspicios de la Liga o Sociedad de las Naciones y colapsó
junto con ésta al estallar la segunda contienda mundial.
Finalmente, al término de la Segunda Guerra Mundial se introdujo nuevos cambios en el
sistema y los mandatos pasaron a ser reemplazados por los "territorios en fideicomiso",
bajo la supervisión de las Naciones Unidas, uno de cuyos órganos principales, el
Consejo de Administración Fiduciaria, se encargaría de adelantar dicha tarea.
Paralelamente a estos desarrollos, se fue registrando progresivamente la
independencia de muchos de los territorios enumerados, bien por medios pacíficos o
bien mediante luchas armadas adelantadas por los que se vino a denominar 18
gradualmente "movimientos de liberación nacional". La lucha contra el colonialismo se
convirtió muy pronto en una de las banderas de las Naciones Unidas y hoy, a poco más
de cincuenta años de su creación, sigue representando uno de los campos de acción en
los que la Organización mundial ha cosechado mayores y más visibles éxitos.

Aunque en la fecha presente ya no existen situaciones de protectorado o mandato,


todavía hay unos cuantos casos de colonialismo en el mundo y hay también situaciones
que desafían todo intento de clasificación bajo los lineamientos enunciados, como es el
caso del "Estado Libre Asociado de Puerto Rico".

Los Estados exiguos o mini-Estados

Los Estados exiguos son simplemente Estados que gozan de plena subjetividad jurídica
internacional, pero que poseen un territorio y una población muy escasos. Estamos
hablando de Estados de una extensión mínima, como el Principado de Mónaco, cuya
superficie es de 22 km2. Hasta hace relativamente poco tiempo, estos Estados se
mantuvieron un poco apartados de la vida de relación internacional, pero en años
recientes se ha registrado una tendencia a su incorporación plena a la comunidad
internacional, por ejemplo, mediante el ingreso a las Naciones Unidas (casos de
Andorra y San Marino). Hay mini-Estados en todo el globo terráqueo, pero proliferan
especialmente en tres áreas geográficas: Europa Occidental (La Ciudad del Vaticano,
que en muchos sentidos es un sujeto sui generis de derecho internacional, como ya se
explicó atrás; Liechtenstein y los tres ya mencionados: Andorra, Mónaco y San Marino),
en el Mar Caribe Dominica Grenada, St Kitts & Nevis San Vicente las Granadinas, etc.
y en el Océano Pacífico (Kiribati, Isla Solomon, Nauru, Samoa, Vanuatu, etc.).

En algunos casos, un Estado de este tipo hace arreglos con un Estado vecino para
beneficiarse de ciertos aspectos de la infraestructura de aquel, como puede serlo la
representación de sus intereses o los de sus nacionales en el extranjero. Situaciones de
esta naturaleza se dan entre Francia y Mónaco, Italia y San Marino, España y Andorra o
la India y Bután. 19

Un ámbito en el cual la actividad de los mini-Estados ha generado preocupaciones y ha


llamado la atención de juristas y estadistas es el de su participación en las
Organizaciones Internacionales. En principio, como se trata de entidades que poseen
todos los atributos de la estatalidad, pueden ingresar -y de hecho lo hacen- a las
diversas Organizaciones Internacionales de carácter inter-gubernamental existentes,
tanto universales como regionales. Una vez tienen la calidad de Estado miembro, su
participación en los órganos y reuniones de dichas Organizaciones no tiene otros límites
que los que les imponga el volumen de los recursos, humanos y materiales, con que
puedan contar. Por lo tanto, en un órgano de composición democrática como la
Asamblea General de las Naciones Unidas, el voto de San Marino tiene exactamente el
mismo peso específico que el de una gran potencia como la República Popular China.
Es quizás en las organizaciones regionales donde el fenómeno se ha hecho sentir con
mayor intensidad, y el mejor ejemplo es el de la Organización de Estados Americanos,
en la cual se da cabida a un buen número de mini-Estados del Caribe, prácticamente en
igualdad de condiciones con la superpotencia mundial (los Estados Unidos) o con
potencias regionales, como Argentina, Brasil o México. Este es, a no dudarlo, uno de
los temas pendientes de la agenda del derecho internacional para el siglo XXI.

Los Estados Neutrales o Neutralizados

Se trata de Estados en todo el sentido de la palabra, pero que por circunstancias


específicas gozan o disfrutan de una situación de neutralidad permanente, es decir, que
se entiende que no participarán en ninguna guerra o conflicto armado, salvo los de
carácter defensivo.

Puede intentar trazarse una distinción entre los Estados verdaderamente neutrales y los
Estados "neutralizados". Los primeros poseen esa condición desde hace mucho tiempo
como es el caso aislado de Suiza país que es reconocido como neutral desde 1815, el
Congreso de Viena emitió una declaración a respecto. Los segundos son Estados que
en fecha más reciente y gracias a un acto jurídico, bien de derecho interno (una norma 20
constitucional, por ejemplo), bien de derecho internacional (un tratado o una declaración
de una conferencia internacional) han pasado a tener dicha condición. Es el caso de la
Ciudad del Vaticano (Tratados de Letrán de 1929), Austria (Ley Federal Constitucional
de 1955) y Laos (Declaración de Neutralización y Protocolo de 1962). En América
Latina, Costa Rica suele presentarse como un Estadoneutral, aunque no está clara la
base jurídica para esto.

SOBERANÍA DEL ESTADO E IGUALDAD SOBERANA

Uno de los postulados básicos del derecho internacional, con rango de principio
constitucional, es el de la soberanía del Estado. Desde que surgió la noción del Estado
moderno, se ha venido diciendo que uno de sus rasgos característicos es el de ser un
Estado "soberano", es decir, no sujeto al poder de ningún otro Estado. No se trata, sin
embargo, de un concepto absoluto, puesto que todos los Estados reconocen de una u
otra forma estar sometidos a unas reglas de comportamiento que son superiores e
independientes de sus respectivas voluntades individuales, es decir, al derecho
internacional. La mejor prueba de ello la constituye el concepto de jus cogens,
plenamente aceptado en el derecho internacional contemporáneo, y el cual constituye
una excelente muestra de que los Estados mismos han rechazado la concepción
voluntarista que durante mucho tiempo primó para explicar el fundamento del derecho
internacional.

Sujetos por excelencia de la comunidad internacional contemporánea son entonces los


Estados soberanos, los cuales no están sujetos al poder de otros Estados ni de otros
sujetos, pero si están sometidos todos al imperio del derecho internacional. Como lo
expresó la Comisión de Derecho Internacional en uno de sus proyectos seminales:

“Todo Estado tiene el deber de conducir sus relaciones con otros Estados de
conformidad con el derecho internacional y con el principio de que la soberanía del
Estado está subordinada a la supremacía del derecho internacional”.
21
En el plano político, no jurídico, es indudable que la soberanía juega un papel
determinante, en cuanto la posibilidad de su ejercicio efectivo está en relación directa
con el grado de poder que cada Estado esté en capacidad de ejercer hacia afuera, es
decir, en la conducción de sus relaciones con los demás Estados y sujetos. El
comportamiento de los Estados en el plano internacional es muchas veces más político
que jurídico, o sea que responde con mucha frecuencia a la satisfacción inmediata de
sus intereses de poder y no a las pautas que impone el derecho internacional. Sin
embargo, incluso en plano político. la soberanía también encuentra límites claros, en el
poder de los demás Estados y en las consecuencias que sobre sus relaciones con ellos
puede tener el ejercicio indiscriminado del poder del primero. Por estas razones, los
conceptos de concurrencia de esferas de acción e interdependencia juegan cada vez un
papel mayor en el mundo de hoy.

En ocasiones, esta manifestación política de la soberanía produce o genera una


violación, a veces flagrante, de las normas del derecho internacional, y estas
violaciones son tanto más visibles cuanto este ordenamiento carece de un sistema de
sanciones tan eficaz como el de los derechos internos. Es un hecho que, por esto,
muchas violaciones del derecho internacional se quedan sin sanción, lo cual representa
quizás el mayor defecto que tiene esta rama del derecho. Sin embargo, de este hecho
no cabe saltar a la conclusión de que el derecho internacional no existe o no obliga a
los Estados. Como se vio en el capítulo inicial, los defectos y el grado primario de
evolución del derecho internacional no son mas que algunos de sus rasgos
característicos, que no lo privan de su carácter jurídico, plenamente distinguible de otros
modelos de comportamiento aplicables en el plano internacional (política mundial, moral
internacional, cortesía internacional, etc.).

Lo más importante es no perder de vista que los propios Estados no caen en esta
falacia, puesto que incluso cuando incumplen el derecho internacional se esfuerzan por
sustentar su posición en argumentos legales: ningún Estado, ni el más poderoso, se
atreve hoy en día a ignorar o violar olímpicamente el derecho internacional y mucho
menos a proclamar que lo hace por si y ante sí, y en cambio es enteramente normal 22
que se esfuerce por presentar su posición como legal, recurriendo para ello al
razonamiento jurídico ya la invocación de normas o principios de derecho internacional,
por artificiales que puedan resultara veces estos intentos de legitimizar sus acciones.
Como lo dice con elocuencia el autor británico MICHAEL AKEHURST, no puede
confundirse el derecho con la patología del derecho.

En la terminología técnica del derecho internacional contemporáneo, más que de


soberanía se habla de la "igualdad soberana de los Estados", que es reconocido como
un principio de derecho internacional general de firme arraigo en este ordenamiento. La
autorizada formulación de este principio que contiene la Declaración de Principios de
Derecho Internacional de 1970 (Resolución 2625 de la Asamblea General de las
Naciones Unidas) proclama como concepto básico que:

“Todos los Estados gozan de la igualdad soberana. Tienen iguales derechos e iguales
deberes y son por igual miembros de la comunidad internacional, pese a las diferencias
de orden económico, social, político o de otra índole".

En el mismo documento se individualizan las siguientes manifestaciones concretas del


principio de la Igualdad Soberana:

• Plena igualdad jurídica;

• Titularidad de "los derechos inherentes a la plena soberanía"


• Deber de respetar la personalidad de los demás Estados;

• Inviolabilidad de la integridad territorial e independencia política del Estado;

• Pluralismo: cada Estado puede darse libremente el régimen o sistema de


organización que desee;
23

• Deber de cumplir sus obligaciones internacionales de buena fe y de vivir en paz con


los demás Estados.

Esta igualdad jurídica es, claro está, de carácter formal, ya que el derecho internacional
ignora -debe ignorar- la desigualdad real que caracteriza a los Estados que componen
la comunidad internacional: en términos orwellianos, puede decirse que hay Estados
más iguales que otros. De ordinario, esto no se refleja en las normas internacionales,
pero hay excepciones muy visibles, derivadas de la propia naturaleza del sistema
internacional, como en el caso del derecho de veto que poseen los miembros
permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas o los procedimientos
para la toma de decisiones en los organismos financieros internacionales.

Una manifestación o corolario particularmente importante del principio de la igualdad


soberana es el principio de no intervención, que también figura en la Declaración de
1970.

Sería tautológico enumerar las razones por las cuales la soberanía del Estado tiene
tanta trascendencia en un sistema jurídico de carácter primordialmente interestatal,
como es el derecho internacional. En esta materia, sigue siendo válida la afirmación del
árbitro MAX HUBER, quien en 1928 sostuvo:

"Soberanía en las relaciones entre Estados significa independencia. Independencia en


relación con una porción del globo es el derecho a ejercer sobre ella, con exclusión de
cualquier otro Estado, las funciones de un Estado. El desarrollo de la organización
nacional de Estados durante los últimos siglos y, como corolario de la misma, el
desarrollo del derecho internacional, han establecido este principio de la competencia
exclusiva del Estado en relación con su propio territorio de tal manera que lo convierte
en el punto de partida para resolver la mayoría de las cuestiones que se refieren a las
relaciones internacionales”.

De todos modos, la noción de soberanía debe siempre contrastarse con los límites que 24
a su ejercicio le imponen al Estado las normas positivas del derecho internacional, lo
cual no es sino la consecuencia inevitable de la interdependencia que caracteriza a la
sociedad internacional de hoy. El derecho internacional clásico se formulaba, se
estudiaba y se interpretaba en función del Estado soberano, mientras que puede
decirse que el derecho internacional contemporáneo lo es en función de la comunidad
internacional, que, como ya se vio, es mucho más que una mera yuxtaposición de
Estados.

LA DISTRIBUCIÓN DE LAS COMPETENCIAS

La soberanía del Estado tiene un carácter acusadamente funcional, puesto que la razón
por la cual el derecho internacional le reconoce soberanía a los Estados es justamente
para que realicen las funciones que les son propias, en especial velar por los intereses
de la población asentada en su territorio. Para desempeñar sus funciones, el Estado
necesita tener ciertos poderes o "competencias" cuyo conjunto forma la soberanía. De
hecho, una de las funciones básicas del derecho internacional es la de distribuir las"
competencias entre los Estados, que se hace imperativa como consecuencia del
principio de la igualdad soberana, mencionado atrás.

Hay competencias regladas y discrecionales. Las primeras son aquellas para cuyo
ejercicio el derecho internacional le impone a los Estados ciertos límites o criterios,
como en los casos de ciertas normas básicas sobre nacionalidad, las modalidades de
ejercicio de competencias estatales en los espacios marítimos, etc. Puede decirse que
el conjunto de competencias regladas de los Estados y otros sujetos constituye el
objeto-materia del derecho internacional público.

Las competencias discrecionales son aquellas que se refieren a materias que el


derecho internacional no entra a regular. o sea que se limita a asignárselas a los
Estados sin señalarles ningún criterio para su ejercicio, como en lo que se refiere a la
política de inmigración, la elección de su sistema político o social interno, etc. Esta
noción es la que da lugar al concepto de “jurisdicción doméstica", "competencia 25
exclusiva" o "dominio reservado", de particular importancia en relación con la actividad
de las Organizaciones Internacionales, las cuales, como cuestión de principio, no
pueden inmiscuirse en los asuntos que son de la jurisdicción interna de los Estados.

A este respecto, la Corte Internacional de Justicia ha dicho que la cuestión de saber si


determinada materia entra o no dentro del dominio exclusivo de un Estado es una
cuestión esencialmente relativa, puesto que depende más que nada del desarrollo de
las relaciones internacionales. Como decía el jurista austriaco HANS KELSEN, toda
actividad humana es susceptible de ser regulada internacionalmente, con lo cual el
ámbito de las competencias regladas, es decir el contenido sustantivo del derecho
internacional, se va ampliando cada vez más, a expensas del campo de acción de las
competencias discrecionales o exclusivas, o sea el campo de las potestades soberanas
de los Estados. La entera temática de los derechos humanos nos suministra el mejor
ejemplo posible de esta aseveración, ya que en relativamente poco tiempo el derecho
internacional ha pasado a ocuparse mediante una variedad de normas y mecanismos
institucionales de asuntos que hasta hace apenas unas décadas eran del resorte
exclusivo de cada Estado, como lo es el tratamiento de los individuos que residen en su
territorio.

En sentido material, las principales competencias del Estado son la competencia


territorial (o ámbito espacial de ejercicio de la soberanía) y la competencia personal
(que se ejerce en relación con los sujetos sometidos a dicho ejercicio). Estos conceptos
se relacionan estrechamente con el de jurisdicción, que se examina a continuación.
JURISDICCIÓN

En los manuales anglosajones de derecho internacional se suele dedicar algo de


espacio al tema de la jurisdicción, en la acepción más técnica del término, es decir,
entendida como la facultad que tienen los tribunales de un Estado para conocer de
determinado tipo de litigios, o mejor, para juzgar a determinado tipo de individuos.
Debido a desarrollos recientes que vale la pena registrar, como el que la prensa llama el 26
"caso Pinochet", en esta parte intentaremos describir tos principales aspectos del
ejercicio de jurisdicción por parte de los Estados, así como un tema que está
estrechamente relacionado, que hace referencia a las situaciones en las que el derecho
internacional prohíbe o impide dicho ejercicio, es decir, la inmunidad de jurisdicción.

Como principio general, el alcance que tiene la jurisdicción o competencia de los


tribunales internos de un Estado viene determinado por el derecho interno de dicho
Estado, con lo cual el derecho internacional se limita a establecer unas pocas limi-
taciones al poder discrecional de cada Estado para determinar su jurisdicción. El
derecho internacional no tiende a imponerle a los Estados una obligación de ejercer
jurisdicción con respecto a determinadas conductas individuales - especialmente en
materia criminal - sino más bien a permitirles o prohibirles dicho ejercicio en unos
supuestos bien identificados. En la mayoría de los casos, entonces, la norma pertinente
de derecho internacional se limita a estipular casos en los que éste o aquel Estado
están o no facultados para ejercer jurisdicción. Se trata, entonces, de normas
fundamentalmente permisivas (cuándo puede un Estado ejercer jurisdicción) o
prohibitivas (cuándo no puede) y no de normas imperativas (cuándo debe).

Eso en lo que respecta al derecho consuetudinario o común. Pero en esta, al igual que
en otras ramas del derecho internacional, los Estados, movidos por ideales altruistas
como el de tomar medidas para garantizar la prevención y represión eficaces de ciertos
crímenes de trascendencia internacional, celebran tratados en los que se incorporan
obligaciones concretas en cuanto al ejercicio de jurisdicción, es decir, verdaderas
normas imperativas. Estos tratados abarcan materias como los derechos humanos, el
Derecho Internacional Humanitario, la represión de la piratería, la seguridad de
personas internacionalmente protegidas. la seguridad de la navegación (marítima y
aérea), el terrorismo, la toma de rehenes y el tráfico de drogas.

Una modalidad es la inclusión en un tratado de lo que se conoce como una cláusula aut
dedere aut judicare (obligación de juzgar o extraditar), consistente en que los Estados
que se vinculan al tratado se comprometen a procesar y juzgar a los individuos que se 27
encuentren bajo su jurisdicción y que hayan cometido el crimen o crímenes a que se
refiere el tratado, y en caso de que no los juzguen se comprometen igualmente a
extraditarlos a aquellos Estados que estén dispuestos a hacerla. Otra modalidad es la
de contemplar una cláusula según la cual los Estados partes en el tratado se
comprometen a "establecer su jurisdicción" sobre las personas que cometan tales
crímenes, en determinadas circunstancias previstas en el propio texto. En ocasiones se
combinan estas fórmulas, con el fin de establecer mecanismos que garanticen que los
crímenes en cuestión no quedarán impunes. Cuando se trata de un crimen previsto en
uno de tales tratados, entonces, el problema se reduce a determinar si los Estados
involucrados son partes en el tratado respectivo y si éste es aplicable a la situación
planteada.

Pero si no existe tratado, o existe pero no es aplicable por que uno de los Estados no
sea parte, o por que lo sea con reservas aplicables, o por cualquier otra razón, el
conflicto de jurisdicciones debe resolverse sobre la base del derecho internacional
consuetudinario vigente en la materia, es decir, el conjunto de principios que se pasa a
exponer.

Ejercicio de jurisdicción

Los Estados suelen asumir jurisdicción en materia penal sobre la base de los siguientes
principios o teorías, los cuales no tienen todos la misma aceptación internacional.

Territorialidad
Este es el más comúnmente aceptado de los principios mencionados: el Estado tiene
jurisdicción sobre los delitos cometidos en su territorio, por cualesquiera persona o
personas. El concepto de "territorio" incluye, para estos efectos, el mar territorial y el
espacio aéreo suprayacente.

En el caso de que un delito sea de carácter continuado, es decir que su comisión se 28


extiende al territorio de dos o más Estados, la aplicación de este principio puede
justificar el ejercicio de jurisdicción por parte de varios Estados. Se habla entonces de
que en lo que se refiere al Estado en cuyo territorio se dio inicio a la comisión del acto
delictivo se aplica el principio de "territorialidad subjetiva", mientras en lo que respecta
al Estado en cuyo territorio se dejaron sentir los efectos del delito se aplica el principio
de "territorialidad objetiva".

Otro aspecto del ejercicio de jurisdicción con base en la teoría de la territorialidad se


refiere a lo que en ocasiones se llama "la territorialidad flotante o aérea" del Estado,
consistente en que sobre las embarcaciones, aeronaves y naves espaciales el Estado
que tiene jurisdicción es normalmente el Estado del pabellón. Esta norma se basa en la
ficción, generalmente aceptada, de que una embarcación o aeronave constituye una
especie de extensión del territorio del Estado al cual pertenece, o sea aquel en el cual
está matriculada.

Los instrumentos convencionales en los que se han codificado las normas del Derecho
del Mar, el Derecho Aéreo y el Derecho Espacial contemplan disposiciones en las que
se consagran las modalidades concretas de aplicación de esta regla general, así como
las situaciones excepcionales en las que deja de aplicarse.

Nacionalidad

Se entiende normalmente que en lo que respecta al estado civil de las personas, o


"Estatuto personal", el derecho de su Estado de nacionalidad sigue a los individuos al
extranjero. En materia penal, aunque es más difícil encontrar una regla similar, hay
muchos países que establecen jurisdicción para procesar a sus nacionales donde
quiera que se encuentren, alegando el principio de "nacionalidad activa". En los países
del sistema jurídico continental o civil se utiliza mucho este concepto y en los países del
common law se reserva el recurso a él para ciertos delitos graves como la alta traición,
el asesinato, la bigamia y el perjurio.
29
También se habla del principio de la "nacionalidad pasiva", bajo el cual un Estado
reclama jurisdicción para castigar delitos cometidos en el exterior en contra de sus
nacionales. Muchos países no aceptan plenamente este concepto o sólo lo aceptan con
respecto a ciertos crímenes con respecto a los cuales se aplica el principio de la
jurisdicción universal, el cual se explica más adelante.

Otra extensión del principio se registra en casos en los que el criterio empleado no es el
de la nacionalidad sino el de la residencia permanente.

Protección

Este es un tema muy controvertido, por las claras implicaciones políticas que tiene.
Ciertos Estados sostienen que poseen jurisdicción en casos que involucren la comisión
de delitos que atentan contra su seguridad (como conspiración para derrocar un
gobierno, espionaje, falsificación de moneda, etc.), incluso si son cometidos en el
extranjero, por personas de otra nacionalidad y no afectan directamente a sus
nacionales. Aunque algunos Estados objetan el concepto por razones de principio, otros
recurren a él con alguna frecuencia. El problema para aplicado es, por supuesto, el de
que cada Estado define a su arbitrio el alcance de lo que entiende por su "seguridad", o
las amenazas a la misma, lo cual puede dar lugar a abusos.

Jurisdicción universal

Finalmente, existe el concepto de jurisdicción universal, del cual se habla mucho en los
últimos tiempos. Cuando se dice que un determinado acto delictivo está sujeto a un
sistema de jurisdicción universal esto significa que cualquier Estado puede ejercer
jurisdicción, independientemente del lugar donde se haya cometido el acto, de la
nacionalidad de las víctimas o del sospechoso, o de que afecte directamente sus
intereses de seguridad. Se reserva este tipo de jurisdicción para crímenes
especialmente odiosos que tienen alcance o trascendencia internacional, algunas veces
llamados "crímenes internacionales" o "crímenes contra el derecho internacional", como 30
en los casos muy conspicuos del genocidio, los crímenes de guerra o los crímenes de
lesa humanidad.

Bajo el derecho convencional, la situación es relativamente clara, ya que la mayoría de


estos crímenes están tipificados como tales en tratados multilaterales. Los crímenes de
guerra, por ejemplo, figuran en los instrumentos fundamentales del Derecho
Internacional Humanitario, como los cuatro Convenios de Ginebra de 1949 y el
Protocolo Adicional I de 1977, sujetos a un sistema de jurisdicción claramente universal.
Por contraste, el genocidio, que es uno de los crímenes más horrendos que se
conocen, fue objeto de una Convención Internacional celebrada en 1948, en la cual no
se incorporó el concepto de jurisdicción universal sino el principio tradicional de
jurisdicción territorial. En cuanto a los crímenes de lesa humanidad, el primer tratado
internacional en el que figura este concepto con algún grado de elaboración es el
Estatuto de la Corte Penal Internacional, adoptado en Roma en agosto de 1998.

Por su parte, bajo el derecho consuetudinario, está mucho menos claro cual puede ser
el fundamento jurídico de una posible jurisdicción universal. Los crímenes de lesa
humanidad, por ejemplo, a pesar de que cuentan con un respaldo muy débil en el
derecho convencional, parecen ser un concepto jurídico ya firmemente arraigado en la
conciencia jurídica de la comunidad internacional, con lo cual hay quienes sostienen
que existe una norma consuetudinaria que permite el ejercicio de jurisdicción universal
con respecto a ellos. Otro ejemplo es el del genocidio, ya que hay sectores que piensan
que, al lado de la norma escrita que quedó incorporada en la Convención de 1948,
coexiste una norma consuetudinaria que no se basa en el principio de territorialidad,
sino en el concepto de jurisdicción universal. En casos como estos, sena necesario
demostrar la existencia de una práctica estatal lo suficientemente extendida como para
que haya dado origen a una costumbre internacional, as! como la correspondiente
opinio iuris. A pesar de los grandes desarrollos que se han verificado en este campo en
años recientes, es todavía dudoso que esto sea posible en las circunstancias actuales.

El caso Pinochet ilustra adecuadamente el punto de la interacción entre el derecho 31


convencional y el derecho consuetudinario en materia de delitos sujetos a jurisdicción
universal. Como se sabe, el procesamiento por un juez español que dio lugar a la
solicitud de extradición del General Pinochet, ex-Presidente de Chile y Senador en
ejercicio cuando ingresó al Reino Unido, se refería a una gran variedad de delitos, que
con respecto a la jurisdicción española fueron cometidos en el extranjero y por
extranjeros, como el genocidio, el terrorismo y la tortura. Las autoridades judiciales
británicas que autorizaron finalmente que el procedimiento de extradición siguiera su
curso restringieron los cargos al delito de tortura, y esto únicamente desde la fecha en
que el Reino Unido se hizo parte en la Convención contra la Tortura de 1984. Por lo
tanto, mientras el inicio del procedimiento se hizo sobre la base incierta de las normas
aplicables del derecho internacional consuetudinario, los tribunales ingleses decidieron
limitar el alcance la concesión de la extradición al procesamiento por un único delito
previsto en un tratado vigente, es decir, ordenaron que éste se lleve a cabo bajo el
derecho convencional.

Ahora bien, sucede que la Convención contra la Tortura tampoco establece con claridad
un sistema de jurisdicción universal que le permita a cualquier Estado juzgar a una
persona de quien se sospecha que ha cometido actos de tortura.

La disposición respectiva (artículo 5) consagra que los Estados que pertenezcan a


diversos grupos de Estados enumerados allí "establecerán su jurisdicción". Dichos
Estados son el Estado territorial, el Estado de nacionalidad del sospechoso y el Estado
de nacionalidad de las víctimas. Sin embargo, en otro artículo de la Convención se
contempla una jurisdicción "forzosa", es decir una cláusula aut dedere aut judicare
(artículo 7). Como la aplicación de estas cláusulas puede dar lugar a problemas
jurídicos de cierta complejidad, la posición inicial del gobierno de Chile fue la de
considerar que entre él y España existía una controversia relativa a la interpretación y
aplicación de la Convención, controversia que debía ser sometida a los procedimientos
de arreglo pacífico previstos en la propia Convención, los cuales incluyen el recurso a la
Corte Internacional de Justicia (artículo 30). Antes de que se produjera la liberación de
Pinochet por razones humanitarias y su subsiguiente retorno a Chile, se conoció que se 32
estaban dando los pasos necesarios para llevar el caso a la Corte Internacional de
Justicia, la cual debía pronunciarse sobre el punto concreto de cuál de los dos países
(Chile o España) tendría, bajo la Convención de 1984,jurisdicción para procesar y
juzgar al General Pinochet. Por razones obvias, esto ya no va a suceder jamás, ya que
es dudoso que la justicia española insista en que puede procesar al ex mandatario.

Otro desarrollo reciente que conviene mencionar se refiere a la aplicación extraterritorial


de la legislación de un Estado, especialmente conflictiva en el campo de las relaciones
económicas internacionales. En concreto, la aplicación de sanciones a través del
ejercicio de jurisdicción extraterritorial ejemplificada en la famosa Ley Helms-Burton de
1996 ha dado lugar a fuertes reacciones de parte de diversos Estados. Esta Ley
autoriza a los tribunales norteamericanos a conocer de demandas por daños y
perjuicios ocasionados por el aprovechamiento por parte de extranjeros de propiedades
de nacionales estadounidenses que hubieran sido expropiadas por Cuba.. La opinión
prevaleciente es que el ejercicio de jurisdicción en materia civil por tribunales de los
Estados Unidos, en relación con actos realizados en territorio extranjero y por
extranjeros, es contraria al derecho internacional ya las obligaciones asumidas por los
Estados Unidos bajo los acuerdos multilaterales en materia comercial.

Inmunidad de jurisdicción

El derecho internacional contempla diversos supuestos en los que los tribunales de un


Estado no pueden ejercer jurisdicción, por tratarse de personas, entidades o situaciones
cubiertas por lo que se conoce como "inmunidades jurisdiccionales". Se enumeran a
continuación los casos en los que existen dichas inmunidades.

Inmunidades diplomáticas y consulares

Se menciona en primer lugar el caso de los agentes diplomáticos y funcionarios


consulares de los Estados por tratarse de uno de los capítulos más antiguos del
derecho internacional y uno cuya codificación está más avanzada. En efecto, se han 33
celebrado hasta la fecha no menos de cuatro convenios de codificación del Derecho
Diplomático y Consular, a saber:

• Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, de 1961;

• Convención de Viena sobre Relaciones Consulares, de 1963;

• Convención sobre las Misiones Especiales, adoptada en Nueva York en 1969;

• Convención de Viena sobre ll Representación de los Estados en sus Relaciones con


las Organizaciones Internacionales de Carácter Universal, de 1975.

A grandes rasgos, en estos instrumentos se estipula que las personas beneficiadas por
ellos, o sea los agentes diplomáticos, los funcionarios consulares, los integrantes de
una misión especial y los miembros de una misión permanente o delegación ante una
Organización Internacional, gozan de inmunidad de jurisdicción ante los tribunales del
Estado donde desempeñan sus funciones, o sea, en los tres primeros casos, lo que se
denomina técnicamente "el Estado Receptor", y en el último, el "Estado Huésped" de la
Organización. Para los diplomáticos, la inmunidad de jurisdicción es absoluta en materia
penal y relativa en materia civil, ya que se contemplan varias excepciones. Para los
funcionarios consulares se aplica el concepto más restringido de la "inmunidad
funcional", es decir que sólo poseen inmunidad de jurisdicción "por los actos ejecutados
en ejercicio de las funciones”.
Pero además de la inmunidad de jurisdicción propiamente dicha, las Convenciones
citadas consagran también otros tratamientos preferenciales que se aplican a dichas
personas, como la inviolabilidad personal y lo que se conoce genéricamente como
"privilegios" o "facilidades", los cuales incluyen determinadas exenciones fiscales y
tributarias. Todos estos tratamientos preferenciales tienen como fundamento último la
necesidad de permitir a los representantes de los Estados ejercer sus funciones sin
trabas o impedimentos de ninguna clase por las autoridades del Estado donde están 34
destinados, lo cual se expresa con la fórmula ne impedatur legatio.

Es importante destacar que la inmunidad de jurisdicción beneficia también a los Jefes


de Estado, quienes tienen un status especial bajo el derecho internacional
consuetudinario. Un tratamiento similar, si no idéntico, se le aplica a los Jefes de
Gobierno, Ministros de Relaciones Exteriores y a "otras personalidades de rango
elevado".

Inmunidad de jurisdicción del Estado

Par in parem non habet imperum reza el aforismo que suministra el fundamento del
principio jurídico según el cual ningún Estado puede ser llamado ajuicio ame los
tribunales de otro Estado. Esto significa que como los Estados son iguales e
independientes unos de otros, ellos y sus bienes gozan de inmunidad de jurisdicción en
los demás Estados.

En un comienzo, esta inmunidad era absoluta y no admitía ninguna excepción. Sin


embargo, con el paso del tiempo los Estados se fueron involucrando en transacciones
económicas y mercantiles, bien directamente o bien a través de establecimientos o
empresas de su propiedad, obrando en un plano de igualdad con los particulares. Ante
esta situación se fue abriendo paso la idea de que en circunstancias en las que los
Estados realizan en el territorio de otros Estados actos diferentes de los actos propios
del poder público, no deberían beneficiarse de inmunidad alguna.
Apareció así la distinción entre los actos jure imperii y los actos jure gestionis. Los
primeros, es decir los actos propios del poder público que realizan los Estados, están
cubiertos por una inmunidad de jurisdicción absoluta. En cambio los actos que ejecutan
los Estados cuando realizan transacciones comerciales, es decir obrando como
particulares, no estarían amparados por la inmunidad de jurisdicción.

Es importante resaltar que esta evolución conceptual y la misma distinción entre actos 35
jure imperii y actos jure gestionis han sido responsabilidad primaria de la jurisprudencia
nacional, en especial de una serie de decisiones de tribunales británicos y
norteamericanos que han sido seguidas por las. cortes de otros países, dando así lugar
a una abundante práctica estatal. Sin embargo, hay Estados que siguen adhiriendo a la
teoría de la inmunidad absoluta, en gran medida debido a las dificultades con las que se
tropieza al intentar fijar unos criterios objetivos que permitan trazar la distinción
propuesta en casos concretos.

Esto es de gran importancia puesto que este tema sigue regido por normas
consuetudinarias, ya que con respecto a él no ha culminado un proceso de codificación
similar al que ya se describió en relación con las inmunidades diplomáticas y
consulares. En 1991 la Comisión de Derecho Internacional culminó su estudio del tema
denominado "Inmunidades Jurisdiccionales de los Estados y de sus Bienes" y sometió a
la Asamblea General un proyecto de artículos destinado a servir de base a los trabajos
de una conferencia de codificación que deberá adoptar una Convención al respecto. La
Asamblea, sin embargo, no ha tomado aún la decisión de convocar dicha conferencia y
ha preferido seguir estudiando el tema por sí misma. El Proyecto de Artículos de la
Comisión adhiere a la teoría de la inmunidad relativa y contempla expresamente varias
situaciones en las cuales no habrá lugar a invocar dicha inmunidad.

Inmunidades de las organizaciones internacionales

En general, los Estados que crean una Organización Internacional tienen un interés
directo en plasmar en textos legales la condición jurídica y situación de dichos
organismos en el territorio de cada Estado miembro. Es así como en el instrumento
constitutivo de cada Organización se suele insertar un artículo en el cual se reconoce
que ella posee en el territorio de cada Estado miembro la capacidad jurídica necesaria
para el desempeño de sus funciones y puede por lo tanto contratar, adquirir bienes y
participar en procesos judiciales. En una norma complementaria se establece por lo
general que en un instrumento adicional se consagrarán en detalle los privilegios e
inmunidades de que gozará el Organismo y sus funcionarios. Este es el origen de los 36
convenios generales sobre privilegios e inmunidades de las Organizaciones
Internacionales, de los cuales los más importantes son:

• Convención sobre Privilegios e Inmunidades de las Naciones Unidas, de 1946;

• Convención sobre los Privilegios e Inmunidades de los Organismos Especializados,


de 1947;

• Convención sobre los Privilegios e Inmunidades de la Organización de Estados


Americanos, de 1949.

En estos instrumentos se enumeran una serie de privilegios e inmunidades que


benefician a la Organización, a sus locales y propiedades, a sus funcionarios y a los
que se llaman "expertos en misión". Entre ellos está la inmunidad de jurisdicción,
aunque para los funcionarios diferentes de los funcionarios de alto nivel (el Secretario
General y los Subsecretarios) se trata de una inmunidad "funcional", similar a la de los
funcionarios consulares.

La obligación de conceder estos privilegios e inmunidades la asumen todos los Estados


que se vinculen a las convenciones citadas. Sin embargo, un caso especial es el del
Estado en cuyo territorio tiene su sede la Organización o uno de sus órganos, ya que en
este caso el que se denomina "Estado Huésped" se debe obligar, además, a otorgarle
determinado tratamiento especial a los representantes que los Estados miembros
envíen ante la Organización. Esto explica que normalmente la Organización y el Estado
Huésped celebran lo que se llama un "Acuerdo de Sede", en el cual se especifican en
detalle las obligaciones a cargo del Estado y se contemplan procedimientos para
prevenir o corregir abusos. En estos acuerdos también se da cabida a la figura de la
inmunidad de jurisdicción de que gozan determinadas categorías de personas en el
territorio del Estado huésped.

D. LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES 37

Fenómeno de aparición relativamente reciente, nadie pone en duda hoy en día que las
Organizaciones Internacionales posean personería jurídica plena en el campo
internacional. No sólo poseen capacidad jurídica en el territorio de cada Estado
miembro – como suele estipularse en el respectivo instrumento constitutivo – sino que
gozan, junto con sus representantes, de privilegios e inmunidades especiales y poseen
lo que la Corte Internacional de Justicia llamó una “personalidad internacional objetiva”,
con capacidad para, entre otras cosas, presentar reclamaciones internacionales, incluso
frente a Estados no miembros.

En el caso ya citado del Dictamen sobre Reparaciones por daños sufridos al servicio de
las Naciones Unidas, la Corte debió considerar si las Naciones Unidas poseían dicha
capacidad, la cual no figura de manera expresa en el texto de la Carta de San
Francisco. La Corte comenzó por registrar la evolución del derecho internacional a este
respecto:

"El desarrollo del derecho internacional, a lo largo de su historia, ha sido influenciado


por las exigencias de la vida internacional, y el crecimiento progresivo de las actividades
de los Estados he hecho surgir ya ejemplos de acción ejercida en el plano internacional
por ciertas entidades que no son Estados. Este desarrollo culminó, en junio de 1945, en
la creación de una Organización internacional cuyos fines y principios están enunciados
en la Carta de las Naciones Unidas. Para alcanzar estos fines es indispensable que la
Organización tenga personalidad internacional".
Luego de examinar los rasgos característicos de la organización así creada, incluyendo
de manera especial el alcance de las competencias asignadas a sus órganos, la Corte
concluyó que una organización de tales características debía tener, por fuerza, "una
extensa medida de personalidad internacional y la capacidad de obrar en el plano
internacional". Dicha personalidad, sin embargo, no la convierte en un Estado ni en un
super - Estado, ni significa reconocerle los mismos derechos o deberes de un Estado:
38
"…la Corte llega a la conclusión de que la Organización es una persona internacional.
(.. .) Esto significa que la organización es un sujeto de derecho internacional, que tiene
capacidad para ser titular de derechos y deberes internacionales y que tiene capacidad
para prevalerse de estos derechos por vía de reclamación Internacional”.

Finalmente, la Corte puntualizó que cada organización tiene una fisonomía jurídica
propia, por cuanto la extensión de los derechos y deberes de una Organización
Internacional depende de los objetivos y funciones que les son propios:

"Los derechos y deberes de una, entidad como la Organización deben depender de los
fines y funciones de ésta, enunciados o implícitos por su acto constitutivo y
desarrollados en la práctica''.

Cabe anotar que si bien en rigor este Dictamen sólo se refiere a las Naciones Unidas -
organización de la cual la propia Corte es un órgano principal - se entiende
generalmente que se aplica a todas las organizaciones internacionales, universales o
regionales, que cumplan con el requisito mínimo de tener carácter público por haber
sido creadas por Estados, es decir, que respondan al apelativo de "organización
intergubernamental".

Esto nos lleva a la necesaria precisión de que al hablar de "Organizaciones


Internacionales" en el contexto del derecho internacional, nos estamos refiriendo a
organizaciones intergubernamentales, esto es, instituciones permanentes creadas por
los Estados, usualmente por medio de un tratado internacional, de la cual tales Estados
son miembros. Se excluye de esta definición a las organizaciones no - gubernamentales
(ONG), las cuales, al ser creadas por individuos y operar bajo el derecho interno de los
Estados, son en esencia personas de derecho privado. Por lo tanto, a pesar de que no
se puede negar que en determinadas materias, como la promoción de los derechos
humanos o la protección del medio ambiente, las ONG juegan un papel importante en
las relaciones internacionales de la era contemporánea, no poseen personalidad
jurídica internacional. Pare referirse a entidades como las ONG, algunos autores hablan 39
de que aunque no son sujetos plenos del derecho internacional, si serian "actores" del
mismo, término propio de la ciencia, esencialmente diferente, de las relaciones
internacionales.

En cuanto a los rasgos distintivos o elementos que caracterizan a las Organizaciones


Internacionales, puede decirse, siguiendo al tratadista español Diez de Velasco, que
estos son fundamentalmente cuatro:

I. Composición esencialmente inter-estatal, lo que permite diferenciarlas de entidades


como las Uniones o Confederaciones de Estados. No se trata de una regla absoluta,
puesto que cada vez es más frecuente el caso de que una Organización admite
como miembro de pleno derecho a otra Organización Internacional, o a un territorio
no autónomo que aún no se ha convertido en un Estado soberano.

II. Base jurídica generalmente convencional, lo que nos lleva a caracterizarlas como
sujetos de derecho internacional de carácter derivado o secundario. Las
Organizaciones Internacionales deben su existencia a un acto jurídico previo
realizado por sujetos ya existentes, por lo general un tratado internacional celebrado
entre diversos Estados.

III. Estructura orgánica permanente e independiente, es decir, unos órganos rectores y


ejecutores en cuyas acciones se concreta la voluntad de la Organización. Muchas
veces sucede que se confunde a la Organización con sus órganos, pero
técnicamente son entidades diferentes. Si bien es difícil hacer generalizaciones
debido a la gran diversidad de estructuras existentes, por lo general se establecen
tres órganos principales: un órgano de liberativo de composición abierta un órgano
ejecutor de composición más restringida y un órgano administrativo que no es
integrado por representantes de los Estados sino por funcionarios internacionales.

IV. Autonomía jurídica, es decir, que la Organización es un sujeto de derecho


internacional distinto de cada uno de sus Estados miembros con personería jurídica 40
interna (al interior de cada Estado) e internacional (como verdadero sujeto de
derecho internacional), En ejercicio de la personalidad jurídica internacional que
poseen, las organizaciones desarrollan muchas de las actividades propias de los
Estados, tales como celebrar tratados internacionales, ejercer el derecho de
legación activo pasivo y presentar reclamaciones. Los dos primeros aspectos han
sido objeto de codificación parcial, plasmada, la una en la Convención de Viena
sobre el Derecho de los Tratados entre Estados y Organizaciones Internacionales o
entre Organizaciones Internacionales, de 1986, y la otra en la Convención de Viena
sobre la Representación de los Estados en sus Relaciones con las Organizaciones
Internacionales de Naturaleza Universal, de 1975.

En su clasificación más simple, las organizaciones internacionales pueden ser de


carácter universal, ya sea que formen parte de la "familia" de las Naciones Unidas o no,
o de carácter regional, como la Organización de Estados Americanos - OEA, la
Organización para la Unidad Africana-OUA, la Liga Arabe, el Consejo de Europa, etc.
Cabe distinguir también las alianzas militares, que pueden dar origen a verdaderas
organizaciones con vocación de permanencia (como la Organización del Tratado del
Atlántico Norte, OTAN) y los organismos regionales o subregionales de cooperación o
integración económica (Unión Europea-UE, Organización para la Cooperación y el
Desarrollo de Europa- OCDE, Sistema Económico Latinoamericano-SELA. Asociación
Latinoamericana de Integración-ALADI, Comunidad Andina de Naciones-CAN, Mercado
Común del Sur -MERCOSUR. etc.). Últimamente han aparecido diversos "foros" o
mecanismos de concertación de carácter multilateral, en los cuales la estructura
institucional es notoriamente débil, por decisión consciente de los Estados que las
crean: Movimiento de Países No Alineados, Cumbre Iberoamericana, Mecanismo
Permanente de Concertación Política o "Grupo de Río", etc.

E. TIPOS ESPECIALES DE SUJETOS

La Santa Sede
41
La Santa Sede encarna el ente central y supremo de la Iglesia Católica, la cual bien
puede ser considerada como el sujeto de derecho internacional más antiguo que existe.
Hasta 1870, el verdadero sujeto de derecho internacional era el ente estatal
denominado "Estados Pontificios", que abarcaba unos territorios -parte de la península
italiana- que estaban sometidos a la soberanía temporal del Papa. Entre este año y
1929, fecha en que se celebraron los Tratados de Letrán con Italia, par medio de los
cuales se solucionó la llamada "cuestión romana", el papado no tuvo una sede
territorial, pero a pesar de esto continuó siendo destinataria de normas de derecho
internacional y desarrollando actividades propias de los sujetos de este sistema
normativo, como celebración de tratados (Concordatos) y el envío y recepción de
representantes diplomáticos.

A partir de 1929, coexisten la Santa Sede (que es el verdadero sujeto, activo y pasivo,
de las normas internacionales) y el Estado de la Ciudad del Vaticano, sobre el cual la
Santa Sede ejerce absoluta potestad y jurisdicción soberana. El Estado de la Ciudad del
Vaticano (que, a pesar de su exigüidad, posee indudablemente los atributos esenciales
del Estado en los términos que establece el derecho internacional, o sea territorio,
población, organización y soberanía) es un ente sui generis, con la especial misión de
servir de base territorial a otro preexistente que sujeto directo de normas
internacionales, es o es, la Santa Sede. En cuanto a la relación entre estos os n es, o
mas Importante a tener en cuenta es que el Papa es a la vez la cabeza de la Santa
Sede y el soberano de la Ciudad del Vaticano. Todas las actividades del Papa y de la
iglesia en el plano internacional son desarrolladas por la primera.
Colombia mantiene relaciones diplomáticas plenas con la Santa Sede desde los inicios
mismos de su vida republicana y ha celebrado diversos Concordatos y otros acuerdos
con ella. El Concordato vigente fue firmado en 1973.

La orden de Malta

En cuanto a la Orden de Malta, cuyo nombre es “Soberana Orden Militar de San Juan 42
de Jerusalén, de Rodas y de Malta”, se trata de un remanente de una venerada
institución europea, heredera y sucesora directa de una de las órdenes de caballería
más antiguas: la Orden de San Juan de Jerusalén o de los Caballeros Jerosolimitanos.
Hasta 1798, la Orden tuvo un territorio propio y ejercicio sin duda soberanía territorial,
primero en la Isla de Rodas y luego en la de Malta, pero esto pertenece al pasado (la
republica de Malta es hoy un día un Estado independiente.

Básicamente, la Orden está constituida por un grupo de aristócratas europeos que


dedican a actividades de caridad y obras sociales en diversos países del mundo. Los
tres rasgos distintivos de la Orden son:

• Carece de territorio, aunque desde 1834 opera desde Roma, donde posee un
palacio;

• Al tratarse de una institución esencialmente religiosa, depende de la Santa Sedé y


está sujeta al Derecho Canónico, aunque goza de considerable autonomía; y,

• Si bien su falta de territorio y su dependencia de la Santa Sede hacen que la Orden


tenga un carácter equívoco, es un hecho que un número de Estados la reconocen y
mantienen relaciones diplomáticas plenas con ella (entre ellos varios países
latinoamericanos, incluido Colombia).

La cabeza visible de la Orden posee el título de Gran Maestre y la calidad de Príncipe


de Real Sangre y Cardenal de la Iglesia Católica.
El Comité Internacional de la Cruz Roja-CICR

El CICR es otra institución totalmente sui generis, por cuanto no constituye una
organización internacional en el sentido en que se emplea de ordinario esta expresión,
es decir una organización inter-gubernamental, pero tampoco es una auténtica ONG, a
pesar de estar integrada por individuos. 43

Su origen se remonta al año de 1863, cuando HENRY DUNANT, el suizo inspirador del
movimiento humanitario que habría de dar lugar a lo que hoy se conoce como el
"Movimiento Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja", creo un comité de
individuos que se llamó inicialmente "Comité Internacional de Socorro a los Heridos", el
cual se encargaría de promover la creación de sociedades nacionales de Socorro y la
negociación y conclusión de un tratado que facilitara las labores de tales sociedades. La
idea contó desde un comienzo con el total respaldo del Gobierno suizo, el cual convocó
en 1864 una conferencia diplomática que habría de adoptar uno de los tratados
seminales del derecho internacional humanitario: “La Convención para Mejorar la
Suerte que corren los Militares Heridos de los Ejércitos en Campana, firmada en
Ginebra en el mismo año. De aquí en adelante, se fueron celebrando tratados y
convenios que buscaban regular lo relativo a la conducción de las hostilidades y la
protección de las víctimas de la guerra, hasta llegar a los cuatro Convenios de Ginebra
de 1949, verdadera espina dorsal del DIH contemporáneo.

Lo importante a resaltar es que en tales tratados se tuvo siempre cuidado de preservar


para el CICR un papel especial en calidad de "organismo humanitario imparcial”. En los
cuatro Convenios, así como en los Protocolos Adicionales de 1977 se reconoce dicho
papel, con lo cual puede concluirse que los Estados partes en tales tratados -que son la
inmensa mayoría de los miembros de la comunidad internacional- le han reconocido al
CICR una buena medida de personalidad internacional.

En ejercicio de esta calidad, el CICR ejerce el derecho de legación activo, estableciendo


delegaciones en los países en los cuales desarrolla su actividad y frecuentemente
celebra con dichos Estados tratados en los cuales se regula el status de tales oficinas,
así como la índole de las actividades que las mismas podrán adelantar. Este es,
ciertamente, el caso de Colombia, con el cual el CICR tiene dos tratados en vigor, un
Acuerdo de Sede celebrado en mayo de 1980 y un Acuerdo relativo a las actividades
del Comité en Colombia, firmado en febrero de 1996.
44
Aparte de actuar como organismo imparcial de socorro en conflictos armados de todo
tipo, el CICR se ha convertido en el máximo promotor del Derecho Internacional
Humanitario, del cual se le considera también su custodio y guardián. Estas tareas las
cumple en estrecha asociación con el Gobierno de Suiza, depositario de los Convenios
y los Protocolos.

No debe confundirse al CICR con los restantes componentes del Movimiento


Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, que son las "Sociedades
Nacionales de la Cruz Roja", Éstas si personas jurídicas sujetas al derecho privado de
cada Estado donde operan.

Los beligerantes e insurrectos

Un tipo especial de sujeto de derecho internacional está constituido por los beligerantes
que pueden definirse como los miembros de un grupo armado que se ha sublevado
contra el gobierno de un Estado y llega a controlar una parte del territorio de dicho
Estado y a establecer sobre él cierta organización.

En el momento en que el grupo es reconocido en calidad de "beligerante", ya sea por


terceros Estados o por el Estado en cuyo territorio tiene lugar el conflicto (el "Estado
territorial"), se produce la importante consecuencia de que se deberán entrar a aplicar a
la contienda civil los derechos y obligaciones derivados del Derecho de la Guerra y de
la Neutralidad, lo que equivale a decir que el conflicto armado interno se
“internacionaliza”, en cierta medida, es decir se convierte en una "guerra" en el sentido
en el que este término se emplea de ordinario en el derecho internacional.

Puede decirse que un grupo irregular que ha sido reconocido por un Estado como
beligerante se convierte en sujeto de derecho internacional, pero esto es así
únicamente en relación con el Estado que lo haya reconocido. Esto significa que el
reconocimiento no es oponible frente a los restantes Estados, incluyendo el Estado
territorial, los cuales pueden negarse a otorgar el reconocimiento al mismo grupo, o 45
admitir la validez del reconocimiento otorgado por el primero. El gobierno del Estado
territorial puede, incluso, considerar que el reconocimiento por el tercer Estado ha sido
prematuro y por lo tanto puede implicar un acto de intervención indebida en sus asuntos
internos lo cual está prohibido por el derecho internacional.

Además es claro que se trata de un sujeto de derecho internacional de carácter


provisional, puesto que la situación que le da origen a la subjetividad está destinada a
desaparecer, bien sea por que el grupo beligerante desaparezca (al ser aplastada la
rebelión) o por que triunfe su revolución y adquiera el dominio absoluto de todo o parte
del territorio, transformándose en gobierno de facto del Estado de que se trate.

La figura del reconocimiento de la beligerancia no tiene hoy en día la importancia que


tuvo en el pasado, con lo cual se afirma en ocasiones que es una institución en desuso
o simplemente abandonada. Sin embargo, no hay razón alguna por la cual un gobierno
determinado no pueda en cualquier momento decidirse a reconocer como beligerante a
un grupo irregular que opera en el territorio de otro Estado, asumiendo, eso sí, las
consecuencias jurídicas y políticas de esa acción. Un ejemplo reciente de
reconocimiento es el del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua,
efectuado conjuntamente por los países del Pacto Andino en 1979.

La figura del reconocimiento de la beligerancia no ha.sido regulada por tratados


internacionales, ya que está íntimamente relacionada con la figura de las guerras civiles
o, en la terminología más moderna, los conflictos armados internos, la cual sólo hasta
hace relativamente poco tiempo ha despertado la atención de la comunidad
internacional. Existe un tratado regional en el continente americano, la “Convención
sobre Derechos y Deberes de los Estados en casos de Luchas Civiles”, firmada en La
Habana en 1928, en cuyo artículo primero, literal tercero, se estipula el hecho anotado
arriba de que la consecuencia automática del reconocimiento de la beligerancia es la
aplicación "de las reglas de neutralidad”, entre "los rebeldes" y el Gobierno del Estado
que efectuó el reconocimiento.
46
Sin embargo, es oportuno traer a colación una vieja Resolución del “Institut de Droit
International” adoptada en 1900, en la cual quedaron consagradas las condiciones o
requisitos que debe cumplir un grupo armado irregular para ser reconocido por el
Gobierno de un tercer Estado. Son ellos:

i. El grupo debe tener organización y mando, en el sentido de que opere bajo un


esquema de autoridad jerárquica en el que se reconozca una cadena de mando y
unas autoridades responsables por las acciones del grupo.
ii. El grupo debe controlar por lo menos una porción del territorio del Estado, donde
tiene lugar el conflicto. Aunque no lo dice la Resolución del Instituto, se tiene que el
control debe ser permanente y público y debe haber sido logrado por las armas, es
decir, el territorio de que se trate debe haber sido arrebato al Gobierno como
resultado de una acción o una serie de acciones bélicas.
iii. El grupo debe respetar lo que se suele llamar “las leyes y usos de la guerra”, que no
son otra cosa que las normas esenciales del derecho internacional humanitario
(DIH).

Por las polémicas que frecuentemente se generan en Colombia sobre este tema, es
interesante registrar la relación entre el DIH y la figura del reconocimiento de la
beligerancia. En primer lugar, como se acaba de exponer, el cumplimiento y obediencia
del DIH por el grupo irregular es un requisito sine qua non para que pueda ser
reconocido como beligerante. Por lo tanto, no es exagerado decir que para un grupo
subversivo es más conveniente, en el largo plazo, cumplir el DIH y ajustar su lucha a las
disposiciones de este ordenamiento, que simplemente ignorarlo o demostrar con sus
actos que no considera que sus hombres estén sometidos a esas normas. En el mismo
contexto, es claramente inmoral es que un grupo insurgente exija ser reconocido como
beligerante para darle cumplimiento a las normas del DIH. La obligación de cumplir las
normas mínimas de humanidad contenidas en el artículo 3 común de los Convenios de
Ginebra de 1949 y en el Protocolo II de 1977 existe para las partes en un conflicto
armado interno por el simple hecho de tener esa calidad y de estar involucradas en
dicho conflicto, con total independencia de lo que el propio artículo 3 llama “el status 47
jurídico" de dichas partes.

En segundo lugar, la simple aplicación del DIH en una situación de conflicto armado
interno no tiene ninguna consecuencia práctica en relación con el reconocimiento de la
beligerancia. En otras palabras, por el hecho de que se entren a aplicar a un conflicto
interno las normas mínimas de humanidad aludidas, el grupo irregular que se enfrente
con las fuerzas armadas del Gobierno local no adquiere un derecho a ser reconocido,
pues una disposición expresa de dicho artículo anticipa que:

"La aplicación de las anteriores disposiciones no surtirá efectos sobre el estatuto


jurídico de las Partes en conflicto".

Por lo tanto, debe concluirse que la figura de la protección de las víctimas de los
conflictos armados internos, objeto materia de un capítulo del DIH que cobra cada día
más importancia, y la del reconocimiento de la beligerancia, en buena medida obsoleta
y regulada por normas muy antiguas del derecho internacional clásico, son diferentes y
aunque pueden coexistir en una situación dada, operan en planos normativos
claramente separados.

Una situación similar, pero diferente en sus efectos, es la de los insurrectos, que dio
lugar a una práctica de frecuente aplicación en el continente americano, especialmente
a lo largo del siglo XIX, en relación con buques insurrectos que ejercían actos de guerra
en el mar. Desde el punto de vista del derecho internacional, de todos modos, no puede
decirse que los insurrectos posean personalidad internacional, ya que se trata de una
situación eminentemente transitoria que, si consigue apoyo territorial, puede llegar a dar
lugar a una situación de beligerancia.

Finalmente, una tercera posibilidad se refiere al fenómeno más reciente de los


movimientos de liberación nacional, organizados con el fin de luchar por la
independencia de una colonia, derrocar un régimen racista, conseguir un asentamiento
territorial para un pueblo, o incluso la secesión de parte de un Estado, en ejercicio del 48
derecho de los pueblos a la libre determinación. Estas entidades son reconocidas
libremente por los Estados (en calidad de Movimientos de Liberación Nacional, no
como beligerantes) y hoy en día las Naciones Unidades y otras organizaciones
Internacionales les reconocen el status de observador ante sus órganos. Hay una
tendencia, además, a aplicarle a sus miembros las leyes de la guerra, de modo que
puedan beneficiarse de los instrumentos del Derecho Internacional Humanitario
(Convenios de Ginebra de 1949 y Protocolos de 1977). Es interesante registrar que en
virtud de una disposición expresa del Protocolo Adicional I de 1977 (El artículo 1º,
párrafo 4), a los conflictos a los que interviene uno de tales movimientos se les
considera, para efectos de la aplicación de las normas del DIH, conflictos armados de
carácter internacional. Parece por lo tanto, correcto asignarle a dichos movimientos una
personalidad jurídica limitada o parcial, en la medida en que pueden ser sujetos de unos
deberes y titulares de unos derechos establecidos por normas internacionales que le
son directamente aplicables:

El individuo

Se ha discutido extensamente si el individuo como tal (no cuando actúa en


representación de un Estado o de otro sujeto de derecho internacional) posee
personalidad jurídica internacional, o sea si el derecho internacional contiene normas
que establecen derechos u obligaciones cuyos destinatarios directos son las personas
privadas, incluyendo las personas físicas y las personas jurídicas como las compañías o
sociedades.
Un aspecto de la cuestión es el de la protección de las personas privadas, para la cual
el ordenamiento internacional prevé dos técnicas fundamentales:

i. Permitir a un sujeto internacional hacer suya la reclamación que una persona


privada tiene contra otro sujeto de derecho internacional y llevar ésta al plano
internacional (protección diplomática de un Estado a un nacional suyo, acción de
un órgano internacional de protección de los derechos humanos ante un tribunal 49
internacional especializado, etc.); y
ii. Otorgar derechos a las personas privadas mediante un acto de derecho (como
un tratado), que pueden hacerlos valer en los órdenes internos.

Sin embargo, estos dos procedimientos tienen en común que en ambos casos la
persona humana no es un verdadero titular de derechos que pueda reclamar en el
plano internacional, sino es más bien el objeto de protección a ser ejercida por otro
sujeto de derecho internacional. El autor británico Michael Akehurst, ya citado en esta
obra, trae a colación a este respecto una curiosa pero acertada analogía, al sostener
que durante mucho tiempo el derecho internacional ha considerado a los individuos en
forma similar a como el derecho interno considera a los animales. Para este autor:

"Existen muchas reglas de Derecho Internacional que benefician los individuos y


sociedades, pero esto no quiere decir necesariamente que dichas reglas creen
derechos para ellos, del mismo modo que las reglas nacionales que prohíben actos de
crueldad contra los animales no confieren derechos a estos últimos”.

Pero existen en todo caso verdaderas normas internacionales que le confieren


derechos a las personas privadas y mecanismos concretos para exigir su cumplimiento
o reclamar por su inobservancia. Una modalidad es la de los tratados internacionales
que le otorgan a los particulares acceso o locus standi ante órganos internacionales,
como en los casos de la primera Corte Centroamericana de Justicia, las comisiones de
reclamaciones que funcionaron a comienzos del siglo entre Estados Unidos y países
como México y Panamá, las comisiones y tribunales mixtos creados después de las dos
guerras mundiales o, más recientemente, la Corte de Justicia de las Comunidades
Europeas y el Tribunal de Reclamaciones Irán-Estados unidos.

En el ámbito de la protección regional de los derechos humanos existen procedimientos


que le garantizan a los particulares el acceso a por lo menos una instancia de carácter
internacional. En el plano regional americano; por ejemplo, se trata de una instancia
administrativa o política, puesto que las personas naturales y jurídicas pueden presentar 50
quejas o denuncias por violación de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, aunque aun no se
les ha otorgado acceso o capacidad procesal ante el órgano jurisdiccional del sistema,
la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Esta es básicamente la misma
situación ante diversos órganos de protección de los derechos humanos del Sistema de
las Naciones Unidas, en el cual, sin embargo, no existe un órgano judicial especializado
en el tema.

Otro supuesto en el cual los particulares actúan en el plano internacional en igualdad de


términos con los Estados es el de los acuerdos que celebran las empresas extranjeras
(transnacionales, en su mayoría) con los Estados en los cuales tienen inversiones,
sustrayendo la interpretación y aplicación de los mismos de la jurisdicción interna del
Estado en cuestión, y sometiendo las controversias que surjan sobre estas cuestiones a
la decisión de un tribunal arbitral foráneo. Estos instrumentos se denominan por un
sector de la doctrina "convenios cuasi-internacionales". Como consecuencia de esta
tendencia, en años recientes se ha registrado la creación de diversos órganos
internacionales cuyo cometido es justamente el de ofrecer un foro cuasi-judicial o
arbitral de carácter permanente, ante el cual puedan ventilarse controversias de este
tipo entre un Estado y un nacional de otro Estado. El más conocido es quizás el
Convenio firmado en Washington el 18 de marzo de 1965, en el marco del Banco
Internacional de Reconstrucción y Fomento o Banco Mundial, mediante el cual se crea
el Centro Internacional para el Arreglo de Diferencias entre Estados y Nacionales de
Otros Estados-CIADE.
Las consideraciones precedentes se referían a los casos en los que los individuos son
titulares de derechos exigibles en el plano internacional. Pero hay que mencionar
también las obligaciones que el derecho internacional les impone directamente a las
personas privadas. Entre estas están la obligación de abstenerse de realizar actos de
piratería, reconocida desde mucho tiempo atrás por la costumbre internacional, y las
obligaciones en materia de secuestro de aeronaves y piratería aérea, de aparición más
reciente y de cuño esencialmente convencional. 51

Mención especial merece el tema de la responsabilidad penal individual en el plano


internacional, estrechamente relacionado con conductas de las que se habla mucho en
estos tiempos, como los crímenes de lesa humanidad y los crímenes de guerra, los
cuales constituyen ejemplos de los que se conoce como delicia juris gentium. Dejando
aparte antecedentes históricos aislados, puede decirse que el primer intento real por
adscribirle responsabilidad al individuo por crímenes de carácter internacional se
registró al término de la Primera Guerra Mundial, cuando los suscriptores del Tratado de
Versalles acordaron procesar al Káiser Guillermo II por "crímenes contra la paz",
intención que se frustró al refugiarse éste en Holanda, país que se negó a entregado.
La naturaleza y magnitud de los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra
Mundial llevó a las potencias aliadas y asociadas a tomar, al término del conflicto, la
decisión de castigar a los individuos responsables de una serie de conductas atroces
que quedaron calificadas de "crímenes contra el derecho internacional" y establecieron
para ese efecto sendos tribunales militares internacionales en Nuremberg y Tokio.

En una decisión muy frecuentemente citada, el primero de estos tribunales expuso en


los siguientes términos el razonamiento que sirve de fundamento al procesamiento de
individuos por parte de tribunales organizados por la comunidad internacional o
tribunales penales internacionales, fenómeno de gran actualidad a la fecha de
composición del presente trabajo:

“Los crímenes contra el derecho internacional son cometidos por hombres, no por
entidades abstractas, y únicamente mediante el castigo de los individuos que cometen
tales crímenes puede asegurarse el cumplimiento de las normas del derecho
internacional”.

Inmediatamente después de los juicios de Nuremberg y Tokio, las Naciones Unidas


decidieron emprender la tarea de codificar los principios jurídicos relevantes e iniciar los
estudios encaminados al establecimiento de una jurisdicción penal internacional de
carácter permanente, tareas que encomendó a la recién creada Comisión de Derecho 52
Internacional. La primera de estas labores fue rápidamente completada, pero por
diversas razones la segunda hubo de mantenerse en el programa de trabajo de la
Comisión por espacio de más de cuarenta años. Sólo en 1994 pudo la Comisión
terminar el estudio del tema, el cual culminó con la adopción de un "Proyecto de
Estatuto de una Corte Penal Internacional" presentado a la Asamblea General en ese
año.

De otro lado, la magnitud y gravedad de los acontecimientos ocurridos en la antigua


Yugoslavia llevaron al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a establecer un
Tribunal Penal Internacional de carácter ad hoc en I 993 y, apenas un año después un
segundo órgano análogo, encargado de procesar a los responsables de genocidio y
otros crímenes internacionales cometidos en Ruanda. Estos desarrollos hicieron que la
idea de crear una jurisdicción penal internacional permanente ganara un nuevo
momentum, lo cual vino a culminar con una Conferencia Diplomática de
Plenipotenciarios celebrada en Roma entre julio y agosto de 1998, al término de la cual
se adoptó el "Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional".

En cuanto al derecho sustantivo, el Tribunal de Nuremberg operó con respecto a tres


grandes categorías delictivas: los "crímenes contra la paz", los "crímenes contra la
humanidad" y los "crímenes de guerra". Esta última noción, que es la de mayor arraigo
en el derecho internacional tradicional, tuvo su consagración convencional poco
después de la disolución del Tribunal, al adaptarse en 1949 los cuatro Convenios de
Ginebra, ya mencionados en este capítulo, al hacer referencia al papel del Comité
Internacional de la Cruz Roja en la implementación del Derecho Internacional
Humanitario. La primera sufrió un cambio en la terminología y pasó muy pronto a
convertirse en "el crimen de agresión" -por lo demás estrechamente relacionado con las
normas relativas al uso de la fuerza en las relaciones internacionales-, cuya definición
tuvo ocupada a la Asamblea General de las Naciones Unidas por un buen número de
años. Los crímenes contra la humanidad, por su parte, se llaman ahora "crímenes de
lesa humanidad" y están estrechamente relacionados con el concepto de las
violaciones masivas o sistemáticas de los derechos humanos, temática que se aborda 53
en un capítulo posterior.

La Corte Penal Internacional creada en Roma se ocupará de procesar y castigar a los


individuos responsables de cometer "crímenes graves de trascendencia internacional",
los cuales quedaron identificados en su Estatuto como un total de cuatro categorías
criminales: el genocidio, los crímenes de guerra, los crímenes de lesa humanidad y el
crimen de agresión. Bajo dicho Estatuto, el individuo que comete uno de estos crímenes
es penalmente responsable ante la comunidad internacional y por lo tanto constituye un
verdadero sujeto de derecho internacional.

Otro desarrollo reciente de gran trascendencia es la culminación, en 1996, de los


trabajos de la Comisión de Derecho Internacional sobre el tema "Proyecto de Código de
Crímenes contra la Paz y la Seguridad de la Humanidad". La Comisión había venido
estudiando este proyecto prácticamente desde su creación y tuvo que interrumpirlo
varias veces por razones ajenas a ella, la última de las cuales fue la elaboración del
proyecto de Estatuto de la Corte Penal Internacional, mencionado atrás. En 1995 la
Comisión retornó el asunto y al año siguiente logró culminar sus labores y aprobar el
proyecto definitivo. Ese instrumento se basa en el principio de la responsabilidad penal
individual con respecto a los siguientes "crímenes contra la paz y la seguridad de la
humanidad": agresión, genocidio, crímenes contra la humanidad, crímenes contra el
personal de las Naciones Unidas y el personal asociado y crímenes de guerra.
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