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Era el año de 1994, la maestra, Miss Betty Gómez, era una joven profesionista que

había vivido algunos años en Estados Unidos y regresó a México a trabajar como docente.
En su clase a principios de Noviembre asignó a cada uno de sus grupos de inglés la tarea de
organizar una celebración del Día de Acción de Gracias. Era nuestra responsabilidad
investigar los orígenes y tradiciones culturales relativas a esta celebración, diseñar y
preparar invitaciones para que otros miembros directivos y del cuerpo docente de la
preparatoria asistieran al evento, decorar nuestro salón alusivamente y, sobretodo, elaborar
los platillos típicos de esta fecha para compartirlos con los compañeros de la clase y demás
asistentes.
Aquel día, cuando ella salió del salón, nos dejó a todos con una expresión de
incredulidad ante tan extraordinario reto,  ¿cómo íbamos nosotros, con escasos 15 años de
edad, a organizar una celebración de la que no sabíamos casi nada y a la que había que
invitar al director de la escuela? ¡No existía Netscape, mucho menos Google! A partir de
ese momento tuvimos que dividirnos las tareas y realizar varias visitas a la biblioteca de la
escuela; también a la biblioteca central de la universidad. Aprendimos sobre los Pilgrims y
los Wampanoag y uno de los compañeros escribió la historia del Día de Acción de Gracias,
otra persona diseñó unas invitaciones con el dibujo de un pavo; aprendimos de las
tradiciones culturales y los diferentes platillos que la gente compartía en la celebración. La
comida sería elaborada por nosotros: alguien traería puré de papa, otros tartas de manzana y
nuez; alguien más, panecillos. ¡Ah!, y por supuesto: un pavo al horno.
Todos estaban dispuestos a cooperar, mi mamá estuvo de acuerdo en preparar el
pavo, pero no teníamos idea de dónde conseguir uno. Era el mes de noviembre, ¡en México
los pavos se comen hasta navidad! Buscamos en Soriana y en algunos otros supermercados,
pero no tuvimos éxito; de pronto a alguien se le ocurrió una buena idea: al sur de Monterrey
estaba Walmart Las Torres. En una tienda gringa, seguramente podríamos conseguir
productos lo que necesitábamos. Mi amigo Roberto se ofreció a acompañarme a comprarlo.
Tomamos un camión, al salir de la escuela, que nos llevaría hasta Wallmart. La experiencia
fue inolvidable: el regresar al centro de Monterrey caminando algunas cuadras y cargando
el pavo para tomar un segundo camión hasta mi casa en San Nicolás.
Roberto, cuando le entregó el pavo en las manos a mi mamá, le dijo: “Misión
cumplida: ahora todos en la clase dependemos de usted”.  Y así, sin darnos cuenta, no solo
estábamos usando nuestro incipiente conocimiento del inglés para redactar la invitación o
escribir la historia de esta celebración, sino que como grupo, estábamos aprendiendo acerca
de otra cultura, colaborando y resolviendo problemas juntos: aplicábamos lo que sabíamos
en una experiencia del mundo real.
El gran día llegó, todos llevaron sus deliciosos platillos, una mezcla de olores y
sabores se percibía en el lugar. El director nos dio un mensaje de agradecimiento y
felicitación antes de saborear el delicioso pavo doradito y todas las guarniciones y postres. 
Hoy, no sé que habrá sido de mi maestra, me gustaría que supiera que siempre recuerdo su
clase y que el entusiasmo que despertó en mí para aprender inglés, terminó por traerme a
Texas donde ahora yo soy una maestra bilingüe, y cada año que celebro el Día de Acción
de Gracias con mis estudiantes y con mi familia, recuerdo con cariño la vez que paseamos
un pavo en camión por todo Monterrey.

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