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ARMEROS, MAESTRANZAS Y ARTILLERÍA

RUDIMENTARIA EN NUEVA ESPAÑA DURANTE LA


PRIMERA INSURGENCIA, 1810-1811

Moisés Guzmán Pérez1

Resumen
Este artículo se ocupa de las órdenes reservadas del virrey Pedro
de Garibay para promover la fabricación de armas de fuego en
la Nueva España y de la carencia de armeros en el reino antes
de 1810. Asimismo, se estudian los talleres y maestranzas que
proliferaron con el estallido de la revolución del padre Hidalgo
y el papel que desempeñaron decenas de herreros, carpinteros,
mineros y curas de pueblo en la fabricación de material bélico.
Finalmente, hacemos una descripción e interpretación de los
cañones de madera insurgentes con base en la pintura que realizó
el oficial suizo Theubet de Beauchamp cuando estuvo en México,
y demostramos su uso extendido durante la primera etapa de la
insurgencia (1810-1811).

Palabras clave: Armeros, maestranzas, artillería rudimentaria,


Guerra de Independencia, Nueva España.

1
Doctor en historia por la Universidad de la Sorbona de París, Francia. Miembro del Sistema Nacional de
Investigadores y Miembro Regular de la Academia Mexicana de Ciencias. Premio Nacional de Ensayo
Histórico sobre la Independencia, convocado por el Senado de la República Mexicana en 2009. Autor de
varios libros y artículos especializados sobre los procesos de independencia y la formación del Estado-
nación en México e Hispanoamérica. Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana de
San Nicolás de Hidalgo. moisesguzmanp@hotmail.com

Recibido: Febrero 2013 Aceptado: Marzo 2013

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GUNSMITHS, ARMORYS AND RUDIMENTARY


ARTILLERY IN NEW SPAIN IN THE FIRST
INSURGENCY, 1810-1811
Abstract
This article talks about Pedro Garibay’s reserved orders to promote
the fabrication of firearms in New Spain, as well as the lack of
gunsmiths in the kingdom before 1810. It also studies workshops and
occupations that had a proliferation with the outbreak of Hidalgo’s
revolution, and the role played by smiths, carpenters, miners and
priests of the town in the fabrication of war material. Finally, we
do a little description and interpretation of the insurgent’s wood
cannonry basing on the painting made by the swiss official Theubet
de Beauchamp when he was in México, and we demonstrate the
extended use during the first stage of insurgency (1810-1811)

Key words: Gunsmith, armory, rudimentary artillery,


Independence War, New Spain

Introducción

Uno de los temas de la historia militar en México que ha permanecido


olvidado por la historiografía es el relacionado con el papel desempe-
ñado por los armeros durante la lucha por la independencia. Por lo
general, la mayoría de los historiadores especialistas en este período
han privilegiado el estudio de las grandes batallas o la conformación
de los ejércitos libertadores, pero poco o nada se han ocupado de los
fabricantes de armas en tiempos de guerra —especialmente las de
fuego—, o de los hombres responsables de su cuidado y conservación,
que es como se identifica a estos sujetos.2

2
Cristina Borreguero Beltrán, Diccionario de historia militar. Desde los reinos medievales hasta nuestros
días, Barcelona, Editorial Ariel. S. A., (Ariel Referencia), 2000, p. 35.

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El estudio de estos personajes, de los espacios físicos donde realiza-


ban su labor y de sus tareas y logros armamentistas, nos ayudará a
comprender la producción de una artillería peculiar, no sólo por los
actores que intervinieron en su manufactura, sino por las caracterís-
ticas del material empleado en su elaboración, sin sujeción plena a los
lineamientos señalados por la Ordenanza de Artillería y el Tratado de
Artillería del Real Colegio de Artillería de Segovia. Pero además, nos
permitirá apreciar las transformaciones tecnológicas y las mutacio-
nes culturales de la sociedad novohispana, que tuvo que aprender a
construir y a utilizar armas blancas y de artillería para defender su
vida, sus valores y su libertad.

El período que comprende este ensayo corresponde fundamental-


mente a la primera etapa del movimiento insurgente acaudillado
por Miguel Hidalgo e Ignacio Allende, también llamada de la prime-
ra insurgencia, aunque también se hace alusión a la producción de
cañones de madera en los años posteriores. Desde el punto de vista
militar se caracteriza por una enorme participación del bajo pueblo,
por la inexistencia de un “ejército” regular, debidamente disciplina-
do y armado; por el empleo en combate de armas punzo cortantes y
arrojadizas, y por la invención de un tipo de artillería bastante burda
e improvisada.

Para esto dividiremos el trabajo en tres partes. Primero hablaremos


de los armeros que existían en Nueva España poco antes de que diera
inicio la insurrección en la congregación de Dolores. Después nos ocu-
paremos de los talleres y maestranzas que proliferaron con el estallido
de la revolución y en el que jugaron un papel fundamental decenas
de herreros, carpinteros, mineros, curas de pueblo y ex alumnos del
Colegio de Minería de la ciudad de México. Finalmente, centraremos
nuestra atención en la fabricación de artillería rudimentaria a partir
de los diferentes testimonios documentales que ofrecen los archivos
y testimonios de la época, y haremos un análisis de los cañones de
madera con base en la pintura que realizó el oficial suizo Theubet
de Beauchamp durante su residencia en México entre 1810 y 1827.

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Armeros en Nueva España

Pedro Garibay llegó a ser teniente general de los reales ejércitos,


virrey, gobernador y capitán general de Nueva España y presidente
de su Real Audiencia, gracias al golpe de estado perpetrado por
un grupo de comerciantes encabezados por Gabriel de Yermo, en
contra de José de Iturrigaray la madrugada del 16 de septiembre
de 1808. Garibay era un hombre octogenario, natural de Pamplona,
reino de Navarra, lugar donde nació por el año de 1730, pues en
1799 declaró tener 69 años de edad. Peleó en la guerra de Italia
de 1742 a 1749 en que regresó a España proveniente de Nápoles;
también estuvo en la de Portugal en 1762 y en la de la Isla Española
de Santo Domingo en 1794. Permaneció cinco años de guarnición
en la plaza de Ceuta, atacada por el emperador de Marruecos en
1757. Llegó a Nueva España en 1764 con la expedición del coman-
dante general e inspector general de ejército Juan de Villalba, quien
tenía como misión la reforma de los cuerpos castrenses del reino.
En agosto de 1782 desempeñó el cargo de sargento mayor de plaza
en el cuartel que ocupaba el pie de veteranos del Regimiento de
Infantería Provincial de la ciudad de México, la cual por cierto tenía
varias casas inutilizadas por el tiempo.3 Ahí permaneció por 22
años, hasta que a mediados de junio de 1795 en que residía en La
Habana, pidió al rey le concediera el grado de mariscal de campo.4
Así mismo, fue caballero gran cruz de la real y distinguida orden
española de Carlos Tercero, y estuvo casado con doña Francisca
Xaviera Echegaray, prima del erudito Francisco Xavier Clavijero.
Poco después regresó a la Nueva España en compañía de su esposa
a vivir una vida digna, hasta que se dejó seducir por los miembros
de la Real Audiencia. Señala Bustamante que “atenido siempre a
su sueldo y sin más recursos para pasar una vida estrecha y pobre,
vio su exaltación como un gran beneficio y en los oidores unos pro-
tectores, cuyo título no les negaba en sus contestaciones secretas:

3
Archivo General de la Nación (AGN), Ayuntamientos, vol. 111, año 1782, f. 270.
4
Archivo General de Indias (AGI), Estado, leg. 40, núm. 2. Pedro Garibay al rey, La Habana, 16 de junio de
1795.

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era todo de ellos y hacía precisamente lo que le mandaba Aguirre,


capataz de la Audiencia”.5

Más allá de los millones de pesos enviados a la Península por con-


cepto de consolidación; de los tres mil quintales de cobre que puso a
disposición del gobierno inglés, aliado de España en la guerra contra
Napoleón; de la persecución que hizo de los extranjeros a través de la
sala del crimen; de la creación de la Junta de Seguridad; del juramento
de obediencia a la Junta Central de España; del aumento del espionaje,
prisión y muerte de algunos personajes de cierta importancia de la
ciudad de México, y de los carteos con la infanta Carlota Joaquina
del Brasil, quien pretendía que a su hijo don Pedro se le nombrase
regente de América, hechos todos característicos de su breve perío-
do de gobierno;6 las fuentes de información de la época dejan ver
ante todo, la crítica situación militar que se vivía en el reino a causa
de la guerra contra Francia, el mal estado de las armas de muchos
regimientos y el reducido número de armeros en las provincias, en
quienes el virrey Garibay fincaba sus esperanzas de fabricar armas
de fuego y con ellas defender los dominios del soberano.

En efecto, a pesar de contar con el respaldo y protección de los in-


tegrantes de la Audiencia, Garibay llegó a temer una reacción por el
atentado cometido contra su antecesor, por lo que de inmediato tomó
algunas providencias. A principios de abril de 1809, giró una orden
circular con carácter de “reservada” a los intendentes de Veracruz,
Puebla, México, Guanajuato y Guadalajara, así como a los tenientes
letrados de Oaxaca, Valladolid, Zacatecas y San Luis Potosí, solici-
tándoles que a la mayor brevedad le dieran noticias de los armeros
que existían en el reino, sus circunstancias particulares así como el
número y tipo de armas que podrían fabricar en su jurisdicción.

5
Los tres siglos de Méjico durante el gobierno español hasta la entrada del Ejército Trigarante. Obra escrita
en Roma por el padre Andrés Cavo, de la Compañía de Jesús. Publicada con notas y suplemento por el
licenciado Carlos María de Bustamante, México, Imprenta de J. R. Navarro, Editor, 1852, p. 256. Cursivas
en el original.
6
Ibíd., pp. 255-260. Garibay gobernó poco más de diez meses, del 16 de septiembre de 1808 al 19 de julio
de 1809.

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Lo que más le interesaba al virrey era conocer el número de armeros


que había en el distrito de cada intendencia, que tuvieran un taller
debidamente establecido y que de preferencia trabajaran en la fa-
bricación de armas de fuego y blancas, expresando sus nombres y
residencia. Así mismo, requería saber “las proporciones que se les
consideren para subsistir”, las cuales iban en relación con “su mayor
o menor habilidad”, pero sobre todo, pedía a cada intendente emitir
un juicio particular sobre ellos.7

No obstante tratarse de una orden superior para atender un asunto


sumamente delicado, que hoy en día podríamos llamar “de seguridad
nacional”, sólo algunos de los funcionarios y empleados del gobier-
no mandaron sus respuestas. De los que sí tenemos noticia que lo
hicieron, figuran los de Veracruz, Puebla de los Ángeles, Guanajuato
y Valladolid de Michoacán.

En la intendencia de Veracruz se tenía esperanzas de que tanto en


la maestranza de esa plaza, como en la de Perote y Xalapa hubieran
personas capaces de fabricar fusiles y bayonetas del calibre y dimen-
siones marcadas por la Ordenanza, así como también algunas armas
de punta y corte. Por eso el virrey encargó al intendente Pedro Laguna
hacer una lista con los nombres de las personas peritas en la materia,
informándole “el costo sobre poco más o menos que podrán tener las
primeras, completamente habilitadas y el de cada hoja de espada y
sable, con todo lo demás que parecen a vuestra señoría oportuno para
la mayor ilustración y conocimiento de mis tropas, en el evento de que
las circunstancias obligan a mandar fabricar armas de dichas clases”.8

Veracruz contaba en ese tiempo con dos maestranzas: una perma-


nente, establecida en la plaza de Perote, y otra provisional en Xalapa
que estaba por disolverse por órdenes del mismo Garibay. Además
de que el número de individuos era bastante reducido, no había uno
capaz de fabricar fusiles ni armas de punta y corte en ambos talle-
7
AGN, Indiferente virreinal, caja 1483, exp. 40, fs. 1-2. Orden circular, México, 8 de abril de 1809.
8
Ibid., fs. 3-3v. El virrey Garibay al intendente Laguna, México, 8 de abril de 1809.

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res. En Perote sólo podían contar con el sargento de armería Pedro


Urquía que pasó a Jamaica, elegido por el teniente coronel Julián
de Bustamante, comisionado por el virrey con el armero del mismo
oficio Manuel Ximénez. El intendente de Veracruz informó que en
las proximidades de Perote había un pueblo llamado Teziutlán en
donde sus vecinos se dedicaban a la fábrica de armas, particularmente
blancas o punzocortantes. El funcionario no tenía duda de que pu-
dieran fabricar las armas pedidas por el virrey “aunque no sean de
tan buena calidad como las fabricadas en Europa”, pero sí tendrían
la resistencia necesaria para ofender, matar y defenderse, que era
para lo que se ocupaban. Por otro lado, le informó que si concluida la
licencia que había concedido al capitán del cuerpo de su mando, José
Carrera, destinado en Perote, hubiese de restituirse a dicho Fuerte
podría, de acuerdo con el señor gobernador y ministros pagadores,
tomar todas las noticias necesarias al efecto. De esta manera el virrey
podría determinar la fabricación de cada clase, y probada su calidad,
ordenar la fabricación de las que quisiera.9

La ciudad de Puebla por su parte, desde agosto de 1808 se había


ofrecido a entregar al gobierno virreinal 20 fusiles cada semana
durante el tiempo que durase la guerra entre Francia y España. Las
armas estarían bien acondicionadas y a precio muy cómodo, pero
sólo faltaba la autorización del virrey para que dichas armas comen-
zaran a fabricarse y a remitirse a la capital del reino. De esa manera,
al tiempo que la ciudad de Puebla proveía de fusiles, los pueblos de
Teziutlán y otros de las cercanías de Perote irían fabricando espadas
y sables y el virrey podría contar en muy poco tiempo con las armas
de que carecía.10

Mientras que en los casos de Veracruz y Puebla el virrey podría


albergar algunas buenas esperanzas de contar con armamento, no
pasaba lo mismo en la intendencia de Guanajuato a cargo de Juan
Antonio Riaño. En su informe señaló que los maestros armeros que

9
Ibid., 4v-6v. Pedro Laguna al virrey de Nueva España, Veracruz, 15 de abril de 1809.
10
Ídem.

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había en la ciudad capital “no son más que unos remendones, sin
talleres formales para forjar armas de fuego”. Con lo que sí contaba
aquel Real era con herreros que se dedicaban a la fabricación de
cuchillos, teniendo alguna fama los que se hacían en Marfil, gra-
cias a su “temple”. Riaño no sabía a ciencia cierta si en el resto de
la provincia existían fabricantes de armas; pero de lo que no tenía
duda era de que “si llegase el caso, sobrarían herreros que hiciesen
armas blancas de todas clases, más o menos buenas, y trabucos,
que son las armas de fuego más usadas por los de a caballo”. Lo que
llamaba la atención del funcionario real era la capacidad de imitación
de los operarios de todo cuanto veían o se les explicase; y aunque
carecían de herramientas, de máquinas adecuadas para su trabajo
y de dinero para adquirir la materia prima, tenían el talento y la
constancia necesaria para lograr sus propósitos, “no con perfección,
pero sí aproximándose más o menos a ella”. Y enseguida expresó un
presentimiento que se haría realidad en septiembre de 1810 cuando
inició la insurrección del padre Hidalgo:

“Debe, pues, desearse, que no llegue el tiempo infeliz, de que


haya quien los estimule y pague bien; porque entonces cada
herrero sería un maestro armero, y cada fragua un taller de
armas, sobrando lugares ocultos donde esconderse, y no pu-
diéndose evitar entonces sin unas pesquisas y providencias
que agravarían el mal con el descontento”.11
Pero lo más significativo fue lo que Riaño dijo al virrey en su carta
“muy reservada”, dándole noticia de las ambiciones expansionistas
de los vecinos del norte, de su interés por las dos Floridas, de los in-
dios robustos y habituados a la fatiga que causaban problemas a los
pueblos-misiones del septentrión, y de su actividad armamentista al
estar fabricando lanchas cañoneras. Ante ese panorama, la realidad
de Nueva España era poco alentadora. Decía Riaño:

11
Ibíd., fs.8-8v. Riaño al virrey de Nueva España, Guanajuato, 14 de abril de 1809.

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“Nosotros estamos sin tropa verdadera por la mala elección


de los oficiales de milicias, falta de academias-militares, y
rigorosa activa disciplina. Carecemos de buena y competen-
te artillería, de armas blancas y de fuego excelentes, y en el
número conveniente y de otros utensilios necesarios de que,
importa, haya siempre abundante repuesto. Finalmente, no
conozco el número preciso de oficiales de ciencia y desempe-
ño acreditados que ayuden a vuestra excelencia en la orga-
nización de un cuerpo de ejército respetable en caso necesa-
rio. Las tropas de Provincias Internas son buenas y quizá las
únicas, pero son pocas y de caballería únicamente, instruidas
sólo en las guerras de los indios bárbaros y que por tanto se
hallarían en el caso nuevo de guerrear con los americanos,
muy embarazadas”.12
Más adelante Riaño sugería dar una nueva cara a las fuerzas del
reino; pedir a la Junta Suprema Central jefes, oficiales, sargentos y
cabos aguerridos y expertos que pudieran tanto pelear en el campo
de combate al lado de las tropas del país, como fundir abundante
y buena artillería, fabricar armas blancas y de fuego, proveerse de
municiones y lo demás necesario para acampar, atrincherarse o
fortificarse.

Las noticias de Riaño no pasaron desapercibidas para el virrey. Don


Pedro de Garibay sabía que el intendente de Guanajuato hablaba
con conocimiento de causa, dado su paso por la Luisiana y la Flo-
rida Occidental donde radicó por algún tiempo y que lo llevarían a
enfrentar a las tribus apaches del norte del reino. Por lo referente al
acopio de armas fuera de la Nueva España, Garibay ya había tomado
providencias; solicitó al vice-almirante de Jamaica le proporcionase
en venta armas blancas y de fuego, comisionando para conducirlas
al capitán de artillería Julián Bustamante, quien en cuestión de

12
Ibíd., fs. 10-11. Carta “muy reservada” de Riaño al virrey de Nueva España, Guanajuato, 14 de abril de
1809.

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semanas regresó con cerca de ocho mil fusiles que condujo la fragata
Franchise.13 Por otro lado, insistía a la Junta Suprema Central sobre
la necesidad de contar con más armamento, así como azogues y otros
productos señalados por Riaño en su oficio.14

El otro funcionario que también remitió sus informes al virrey Ga-


ribay fue el asesor letrado de Valladolid de Michoacán, licenciado
José Alonso de Terán. Luego de varios días de visitas e indagatorias,
Terán pudo reunir los datos necesarios para poder escribir su res-
puesta al virrey. En su carta del 17 de abril le decía que en el pueblo
de Uruapan, ubicado a 24 leguas de Valladolid, había dos hermanos
que eran dueños de sus propios talleres y que trabajan por separado
en la fabricación de armas de fuego. “Tienen sus proporciones y son
muy hombres de bien”, decía Terán en su informe. Se llamaban José
María y Trinidad López y al parecer este último era el más inteligente.
Entre las armas de fuego que fabricaban había pistolas y carabinas;
se decía que también trabajaban las armas blancas, pero cuando el
asesor letrado fue a visitarles no tenían ninguna en existencia. A
Terán le resultó imposible averiguar el costo por la fabricación de la
carabina, pero sí conoció el de la pistola, la cual “poniendo y labrando
la plata con todo lo que se componen, fueron diez y ocho pesos”. Las
habilidades de los hermanos López fueron bastante bien ponderadas
por el asesor Terán cuando los visitó, sobre todo porque eran capaces
de fabricar “pistolas de dos cañones”.15 Para probar que no se equivo-
caba, remitió un par de ejemplares a la ciudad de México para que un
familiar suyo, Francisco Alonso Terán, opinara de su calidad.

Otra localidad investigada por Terán fue el pueblo de San Juan Hue-
tamo, ubicado a 70 leguas al sureste de Valladolid. En este pueblo y
la jurisdicción de su distrito existían dos sujetos que se dedicaban a
la fabricación de armas blancas, de las cuales mandó una muestra al
mismo Francisco Alonso de Terán. De los operarios, Terán señaló:
13
Los tres siglos de Méjico, p. 256.
14
AGN, Indiferente virreinal, caja 1483, exp. 40, f. 13. Carta “muy reservada” de Riaño al virrey de Nueva
España, Guanajuato, 14 de abril de 1809.
15
Ibíd., fs. 14-15. José Alonso de Terán al virrey Pedro Garibay, Valladolid, 17 de abril de 1809.

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“Tienen muy mala conducta y ningunas facultades; el uno


es indio y se apellida García; el otro mulato, se dice Mendo-
za, éste es el que mejor trabaja. El costo de una hoja es: dos
libras de acero, media de fierro y tres pesos por la hechura,
tardando cuando más dos días. El grueso, largo, corto, según
se les da la muestra. No tengo noticia hasta hoy de otros en
la provincia que entiendan la maniobra”.16
Ante el temor de una invasión extranjera y de prevenir acontecimien-
tos como los sucedidos en Quito en 1809, durante el gobierno del
arzobispo-virrey Francisco Xavier Lizana se creó un tercer batallón
para el Regimiento Fijo de Veracruz al mando de Joaquín de Arre-
dondo, agregado al Regimiento de la Corona, y otro que denominó
Fijo de Santo Domingo, mismo que pensaba destinar para aquella Isla
luego de haber sido reconquistada por los españoles;17 sin embargo,
no tenemos noticias de que se hubiesen fabricado armas de fuego en
las maestranzas del reino. Inclusive, esta situación se mantuvo meses
después de que comenzara la lucha por la independencia; la mayor
parte de las tropas de Celaya que resguardaban aquella plaza estaban
armadas con “espadas amoladas” porque no disponían de algo mejor;18
mientras que en San Luis Potosí, faltaban artesanos especializados
en armamento y las armas existentes eran de pésima calidad, situa-
ción por la cual Calleja sólo pudo ordenar la construcción de lanzas,
machetes y sables en la capital y en algunas subdelegaciones. Más
adelante pudo hacerse de algunos cañones que fundió en San Luis
Potosí y en el relativamente cercano Real de Catorce.19
Maestranzas y revolución
La insurrección que inició el cura Miguel Hidalgo y Costilla en su
parroquia de Dolores la madrugada del 16 de septiembre de 1810,
16
Ibíd., f. 14v. José Alonso de Terán al virrey Pedro Garibay, Valladolid, 17 de abril de 1809.
17
Los tres siglos de Méjico, p. 262.
18
José Eduardo Vidaurri Aréchiga, Testimonios sobre la toma de Guanajuato el 28 de septiembre de 1810,
México, Gobierno del Estado de Guanajuato, Talleres Gráficos del Gobierno del Estado, 2002, p. 330.
19
Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, España, Universidad
Internacional de Andalucía, Universidad de Sevilla, El Colegio de México, Instituto Mora, (Colección Nueva
América 1), 1997, pp. 66-68.

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gritando “viva la virgen de Guadalupe”, “mueran los gachupines” y


otras consignas contra el “mal gobierno”, haría realidad las palabras
del intendente Riaño dichas al virrey Garibay el año anterior desde
Guanajuato: cada herrero se convirtió en armero y cada fragua en
un taller o maestranza de armas.
En efecto, las personas que colaboraron en la fabricación de armas
blancas y de artillería fueron herreros, como aquel de apellido Camar-
go que montó las primeras piezas de madera en el pueblo de Irapuato
cuando las fuerzas de Hidalgo pasaron por ese lugar.20 Junto a ellos
estaban los antiguos alumnos del colegio de Minería de la Ciudad de
México radicados en ese entonces en el Real de Minas de Guanajuato
y quienes por diversas razones decidieron unirse a la insurgencia,
como Mariano Jiménez, director de la mina Valenciana; Ramón Fabié,
pensionista del consulado de Manila, nombrado por Hidalgo tenien-
te coronel del Regimiento de Infantería levantado en Valenciana; e
Ignacio Ayala, que recibió el grado de sargento mayor destinándole
al mismo cuerpo.21 José María de Liceaga, primo hermano del insur-
gente del mismo nombre y apellido, dice que los cañones:

“se fundían y formaban en las capellinas22 de las haciendas


de beneficio pertenecientes a españoles; y la dirección de ella
se encargó a don Rafael Dávalos, colegial de Minería que ha-
cía su práctica en Valenciana, y era catedrático de matemáti-
cas, al que se le dio el empleo de capitán de artillería con el
grado de coronel. Se formaban también cañones de madera
con cinchos de fierro; pero no sólo éstos, sino los de metal
quedaban imperfectos”.23
20
Carlos Herrejón Peredo, Testigos de la primera insurgencia: Abasolo, Sotelo, García, estudios introductorios,
edición y notas de…, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México,
(Colección Clásicos de la Historia de México), 2009, p. 54.
21
José María de Liceaga, Adiciones y rectificaciones a la historia de México que escribió D. Lucas Alamán,
edición facsimilar de la de 1868, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexi-
cana, Comisión Nacional para las celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75
Aniversario de la Revolución Mexicana, 1985, p. 150.
22
La capellina era una campana metálica o mufla para desazogar o afinar la plata. Ibíd., pp. 131-132.
23
Ibíd., pp. 131-132; además: Benito A. Arteaga, Rasgos biográficos de don Ignacio Allende, edición facsimilar
de la de 1910, Guanajuato, Archivo General del Gobierno del Estado de Guanajuato, 2003, p. 155.

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En cuanto a las maestranzas, durante la primera etapa de la lucha


armada la insurgencia contó con dos clases de ellas: las que lograron
establecer de manera permanente en los territorios controlados
por sus fuerzas, y aquellas que se montaban de manera provisio-
nal en pueblos y lugares, acordes con los itinerarios señalados por
la dirigencia. Identificamos al menos tres polos de construcción
de maestranzas: Las primeras se levantaron en el Real de Minas
de Guanajuato localizado en la región central del virreinato, y en
varios lugares de la intendencia de Valladolid de Michoacán, sobre
todo en aquellos que contaban con yacimientos de plata, cobre o
estaño como Santa Clara, Angangueo y Tlalpujahua. Otro polo im-
portante lo constituyó la parte sur de la intendencia de México, en
donde se ubicaban los reales de minas de Tasco, Zacualpa, Sultepec
y Temascaltepec. De varios de estos centros mineros se extrajeron
metales para las fundiciones que los insurgentes habían estable-
cido en los pueblos de Tenancingo y Tecualoya, situados al sur de
Toluca. Un tercero podemos ubicarlo en la parte norte y noroeste
del virreinato, en ciudades como Guadalajara, Zacatecas, San Luis
Potosí y en pueblos como Matehuala. En esa zona los insurgentes
utilizaron los talleres que los españoles tenían al servicio del rey,
en los cuales fabricaron obuses, cañones y cantidades importantes
de material explosivo.24 (Véase la tabla 1).

Tabla 1. Maestranzas insurgentes, 1810-1813


Maestranza Intendencia Responsable Activo en: Armas fabricadas

Irapuato Guanajuato “un fulano Camargo” 25-Sep-1810 Cañones de palo


Villa de León Guanajuato Ayuntamiento 10-Oct-1810 Cañones
Obuses, cañones y
Villa de Zamora Valladolid Rafael Guzmán 10-Oct-1810 pedreros
Santa Clara Valladolid Oct-Dic-1810 Cañones
Pátzcuaro Valladolid Manuel Muñiz Oct-1810 Cañones, balas, cureñas
Manual Muñiz y Luciano Cañones de a 4 y 8
Zacapu Valladolid Nov-1810
Navarrete libras

24
Cfr. Moisés Guzmán Pérez, “Hidalgo y la artillería insurgente”, en Ciencia. Revista de la Academia Mexicana
de Ciencias, México, AMC, vol. 61, núm. 3, julio-septiembre de 2010, pp. 30-39.

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Ignacio Allende, Rafael Cañones y obuses de


Guanajuato Guanajuato Sep-Nov-1810
Dávalos palo y de metal
Pedro Regalado, Calixto Cañones, balas y
Coalcomán Valladolid 29-Nov-1810
Martínez cureñas
Dic-1810 Cañones, obuses,
Guadalajara Nueva Galicia Roque Abarca Ene-1811 granadas y cohetes
Real de Valladolid Ene-1811 Cañones
Angangueo
San Luis Potosí San Luis Potosí Mariano Jiménez Ene-1811 Cañones y fusiles
Pólvora, balas, fusiles,
Coahuayutla Tecpan Mariano Salgado Ene-1811 cañones
Hacienda de Pólvora, balas, fusiles,
Valladolid Mariano Salgado Ene-1811
La Orilla cañones
Zacatecas Zacatecas Ignacio Rayón Mar-1811 Cañones y fusiles
Tenancingo México Mar-1811 “Fábrica de cureñaje”
Tecualoya México Mar-1811 Cañones y pólvora
Tomás Ortiz y Félix
Temascaltepec México Mar-1811 Cañones
Rodríguez
Salamanca Guanajuato Albino García Mar-1811 Cañones de palo
Uruapan Valladolid Agustín de Izazaga May-1811 “Cañones de artillería”
La Piedad Valladolid Jul-Ago-1811 Cañones
Nochistlán Nueva Galicia Jul-Ago-1811 Cañones
Tarimoro Guanajuato Jul-Ago-1811 Pólvora y cañones
Cañones, pólvora,
Zitácuaro Valladolid Ramón Rayón Sep-Dic-1811 metralla
José Pablo Calvillo, Rafael
Hacienda de Zacatecas Oropesa y José María Sep-1811 Cañones de palo
Griegos González Hermosillo
Chacahua Oaxaca Valdés y Chabarría Nov-1811 Cañones de palo
Tamazunchale San Luis Potosí Rafael Durán Nov-1811 Cañones de palo
3 cañones de palo y 3
Salvatierra Guanajuato Fr. Laureano Saavedra Ene-1812 de bronce
Xalpan y Cañones de palo, arcos
San Luis Potosí Landaverde y Rojas Oct-1812
Rioverde y flechas
Cañones de metal y
Orizaba Veracruz José María Morelos Nov-1812 de palo
Puente de 2 cañones de madera
Atoyac y Veracruz May-1813 calibre de a 2
Medellín
Fuentes: Guzmán Pérez, “La artillería de Hidalgo”, pp. 30-39; Gallegos Ruiz, “Del bastión
realista”, p. 143; Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno, p. 47; Gaceta del Gobierno de México, núm.
176, pp. 106-108; núm. 305, pp. 1111-1115; núm. 318, pp. 1211-1214; núm. 401, p. 490.

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También las hubo en villas y lugares de cierta importancia. Cuando


Hidalgo se encontraba en su cuartel general en Salamanca, al sur de
Guanajuato, el 10 de octubre envió una carta al ayuntamiento de la
villa de León autorizando la formación de dos compañías para su
resguardo, y se mostró complacido con la fundición de cañones que
la corporación estaba por comenzar. Para esto, dispuso que el coronel
del Regimiento de Guanajuato, Bernardo Chico Linares, enviara a los
regidores el cobre necesario para su fundición y el propio Hidalgo les
mandó 300 pesos para la conclusión de los trabajos, dejando para
después la designación del ramo de donde deberían pagarse.25

Así mismo, en la hacienda del Rosario, finca cercana al pueblo de


Coahuayutla, en la Tierra Caliente del actual estado de Guerrero, el
licenciado José María Izazaga edificó una maestranza aprovechando
la ayuda de unos marinos extranjeros que vivían en la región. En ella
se habría de fabricar una cantidad importante de armas y pertrechos
que utilizaron los vecinos de las rancherías aledañas que se incor-
poraron a las fuerzas de José María Morelos, incluidos “los negros”
de la costa. Pólvora, municiones, fusiles y posteriormente cañones,
comenzaron a salir de aquel taller, gracias al cura Mariano Salgado
quien no sólo se hizo cargo de la maestranza de Coahuayutla, sino
que además estableció otra en la hacienda de La Orilla, muy cerca de
la desembocadura del río Balsas, hacia el oeste.26

Salgado era originario del pueblo de Los Reyes, en la provincia de


Michoacán. Estudió gramática en la ciudad de Querétaro, retórica,
lógica y teología en el colegio de Celaya y posteriormente pasó al co-
legio de San Nicolás Obispo en Valladolid donde estuvo tres años más
estudiando teología. En esta institución presidió actos y oposiciones
de alumnos gramáticos y filósofos; fue propietario de las cátedras de
mínimos y menores, medianos y mayores. Por espacio de seis meses
administró los servicios religiosos en el pueblo de Los Reyes del curato
25
Carlos Arturo Navarro Valtierra, La independencia en León. Testimonios documentales del Archivo Histórico
Municipal de León, León, Archivo Histórico Municipal, 2003, pp. 68-69.
26
Francisco Buenrostro, Bosquejo histórico sobre la actuación del mariscal José Ma. Izazaga en la Guerra
de Independencia, México, Secretaría de Gobernación, 1964, pp. 12, 14, 17, 27.

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de Peribán, y por nueve años en el de Cotija, sujeto a Tingüindín.


Desde 1799 fue designado cura de Coahuayutla parroquia locali-
zada al suroeste del actual estado de Guerrero, un lugar caluroso
y distante de la capital de la diócesis en el que habría de sufrir no
pocas enfermedades.27 Fue en este lugar donde conoció el trabajo
de la maestranza gracias a los extranjeros que ahí vivían y donde le
sorprendería la insurrección, incorporándose al movimiento bajo
las órdenes del licenciado Izazaga.

El segundo tipo de maestranzas, por ser provisionales, se podían


montar en los patios de algunas casas o en los portales de las ga-
ritas poco después de ocupadas las poblaciones por los rebeldes;28
pero generalmente se establecían en los parajes y sitios al aire libre,
aunque provistos de materia prima indispensable para hacerlos fun-
cionar. Este tipo de talleres eran atendidos por personas que antes
de la revolución se desempeñaban como herreros y carpinteros; era
gente que conocía el oficio de la fundición de metales o que habían
trabajado en algún centro minero del virreinato.

Un caso que podríamos citar es el de aquel taller que establecieron


algunos partidarios de la independencia en el portal de la garita
del peaje, en la desaparecida venta de Cuajimalpa, después del en-
frentamiento que sostuvieron los insurgentes contra los realistas
en el Monte de las Cruces y se dispusieron a marchar rumbo a la
ciudad de México.29 Se trataba del maestro herrero José Lechuga,
de otro individuo del mismo oficio originario del pueblo de Lerma
que años después publicaría sus Memorias bajo el seudónimo el

27
Archivo Histórico Casa de Morelos (AHCM), Fondo: Diocesano, Sección: Gobierno, Serie: Sacerdotes,
Subserie: Oposiciones, caja 478, años 1805-1807, carpeta 4. Relación de méritos de Mariano Salgado,
Valladolid, 27 de febrero de 1807. Además: Tarsicio Díaz Pimentel, José María Izazaga: un político del sur
de México en un período de transición 1782-1850”, tesis de licenciatura en historia, Morelia, Facultad de
Historia-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2006, pp. 142-143.
28
Por el lado de los realistas, se sabe que incluso antes de la toma de la ciudad de Guadalajara por las
fuerzas de Hidalgo, en la huerta de los religiosos del Carmen se habían llegado a fundir varias piezas de
artillería. Apud. Los tres siglos de Méjico, p. 281.
29
Otoniel Contreras E., Miguel Hidalgo y los insurgentes en Cuajimalpa 1810, México, Talleres Imprenta
Venecia, 2009, p. 48.

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“lermeño imparcial”, y de dos oficiales que estaban con él reuni-


dos.30 Lechuga fue la persona encargada de ir a los pueblos de San
Lorenzo Acopilco, Cuajimalpa y Atlalpulco a solicitar el carbón de
que carecían para operar la fragua, mientras que el “lermeño” y
los dos oficiales se encargaron de levantar la hornilla y colocar la
herramienta en lugar adecuado para comenzar a trabajar. La fra-
gua se instaló en el portal de la garita del peaje, muy cerca de ahí
los operarios encontraron algo de carbón de encino, considerado
“impropio” para su ejercicio con el que se pusieron a maniobrar, y
como a las 11 del día ya tenían montados dos cañones, sin especi-
ficar de qué material.31

Las fuentes de información de que disponemos indican que en


esta primera etapa, los armeros que apoyaron la independencia
centraron su atención en la fabricación de lanzas, cuchillos, ma-
chetes y algunos cañones con algo de pólvora y pertrechos; para
nada se ocuparon de la elaboración de fusiles, pistolas o trabucos
que debían armar a los rebeldes. Ni en Aculco ni en Guanajuato
en noviembre de 1810, ni en Puente de Calderón en enero de
1811, la insurgencia pudo contar de manera suficiente con armas
de ese tipo. En este último punto “apenas había mil doscientos
fusiles, todo armamento viejo quitado al enemigo; y para suplir
esta falta se construyeron granaditas chicas, que despedidas con
hondas, dándose fuego a una espoleta, pudieron suplir la falta de
mosquetes”. A estas armas habría que agregar los siete mil indios
que llevó de Colotlán el padre José Pablo Calvillo, mismos que
se ejercitaron tirando flechas por veinte días consecutivos en las
llanuras de Guadalajara.32

30
Ibíd., p. 57.
31
“Relación histórica de la ocupación del valle de Toluca por el ejército del cura Hidalgo, Batalla de las
Cruces y acontecimientos militares ocurridos en la ciudad de Lerma desde aquella época hasta el 27 de
septiembre del año de 1821, escrita por un lermeño imparcial, por noticias fidedignas y como testigo ocular
en su mayor parte y la que tuvo en uno que otro de los acontecimientos en el tiempo a que se refiere”, y
otros documentos publicados por J. M. B., Querétaro, Imprenta del Sagrado Corazón, 1913, p. 63.
32
Los tres siglos de Méjico, pp. 280, 281.

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La artillería rudimentaria

A finales del siglo XVIII la palabra artillería tenía diversas acepciones:


en sentido amplio, hacía alusión al tren de guerra, es decir el cañón,
balas, granadas, petardos y otras armas de fuego que se cargaban con
tiros, cajas y cartuchos; también se entendía por artillería la pólvora
y todos los útiles e instrumentos necesarios para la guerra; y por
último, se llamaba así al cuerpo militar destinado a este servicio.33
Pero en sentido estricto, cuando los oficiales de la época de la indepen-
dencia pronunciaban esta palabra, se referían a las armas de grueso
calibre que usaban en los combates contra sus enemigos, ya fuese en
la montaña, en una plaza o en una fortaleza costera, como la de San
Blas o Acapulco, por ejemplo. Entre ellas podríamos mencionar: los
cañones, las culebrinas, los obuses y los pedreros.34

En cambio, cuando hablamos de artillería rudimentaria nos esta-


mos refiriendo a la manufactura de armamento embrionario, que
se pretendía fuese similar al de grueso calibre, hecho por personas
no especializadas en su elaboración, pero con bastante habilidad
e ingenio, como lo describió el intendente Riaño en su carta al vi-
rrey Garibay; que empleaban materias primas no comunes para su
construcción y que tampoco se sujetaban del todo a los lineamien-
tos marcados por las Ordenanzas de Artillería. Si bien en nuestro
concepto de artillería rudimentaria también podrían caber esos
cañones raros y deformes, como el capturado por Torcuato Trujillo
en julio de 1811 a los insurgentes que atacaron Valladolid, y cuya
construcción fue considerada “monstruosa” porque su boca tenía
“una tercia de diámetro (21 centímetros) y su longitud es de tres y
tercia varas” (2 metros 73 centímetros);35 nuestro verdadero interés

33
Diccionario militar, traducido del francés al español por don Raymundo Sanz, Madrid, en la Oficina de don
Gerónimo Ortega y Herederos de Ibarra, 1794, pp. 12-13, 66.
34
Sobre las características y alcances de cada una de estas piezas véase: Moisés Guzmán Pérez, “Fabricar
y luchar…para emancipar. La tecnología militar insurgente en la época de la independencia”, Fronteras de la
Historia, vol. 15/2, Colombia, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, junio-diciembre de 2010, pp.
248-249.
35
Gazeta del Gobierno de México, t. II, núm. 106, 5 de septiembre de 1811, pp. 795-806.

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radica en un tipo de artillería impensable en nuestros días, pero


que fue toda una realidad en aquellos años iniciales de lucha: las
culebrinas y cañones de palo.

Sabíamos de la fabricación de cañones de bronce o de hierro, pero


de palo, nos parecería hoy un despropósito, un contrasentido, y sin
embargo, culebrinas y cañones de madera se usaron en distintos
lugares del virreinato durante la primera etapa de la insurgencia y
aún meses después. Inclusive, esta clase de artillería rudimentaria se
llegó a utilizar en Chile durante los siglos XVII y XVIII y en España,
Cuba y Filipinas en el transcurso del siglo XIX.36

A falta de un testimonio fiel sobre su manufactura, inferimos que


se hacían a partir de un tronco de encino, casi del mismo tamaño
y dimensiones que un cañón convencional. Luego de ser cortado el
árbol, se retiraban las ramas y cortezas del tronco, se desflemaba para
eliminar la resina y al final se abría el agujero con un barreno, herra-
mienta de acero con una rosca en espiral en su punta y una manija
en el extremo opuesto que solían usar los mineros y carpinteros de
aquel tiempo. El mismo maestro “carpintero de lo prieto”, que por
lo regular sabía ensamblar, hacer carretas y ruedas para distintos
usos, lo montaba en la cureña construida por él.37 Después entraba
el herrero, quien se encargaba de abrazar la pieza con varios cinchos
de hierro; esto lo hacían con la idea de que al momento de hacer los
disparos no reventara la madera, pero el resultado no siempre fue
favorable. No se descarta la posibilidad de que en su manufactura
también hubieran participado gente de las comunidades indígenas
de Michoacán, particularmente de Cuanajo, dadas sus grandes ha-
bilidades artesanales.38
36
Eder Antonio de Jesús Gallegos Ruiz, “Del bastión realista a la inventiva insurgente: tecnología artillera
y paisaje novohispano, 1762-1815”, tesis de licenciatura en historia, Veracruz, Universidad Veracruzana,
2011, p. 113, nota 10.
37
Sobre lo que sabía hacer un maestro carpintero de la época virreinal véase: Moisés Guzmán Pérez, “Car-
pinteros y ensambladores de Michoacán”, en Manufacturas en Michoacán, Verónica Oikión Solano (coord.),
México, El Colegio de Michoacán, Gobierno del Estado de Michoacán, Universidad Michoacana de San Nicolás
de Hidalgo, 1998, pp. 51-52.
38
Ibíd., p. 51.

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El testimonio más temprano sobre su fabricación por parte de


los rebeldes data del 25 de septiembre de 1810. Mariano Abasolo
en la declaración que dio a las autoridades españolas luego de ser
aprehendido, señaló que Hidalgo y Allende mandaron fabricar ca-
ñones de varios calibres por las poblaciones donde transitaban; “los
primeros de madera cinchados de fierro en Irapuato, cuyo maestro
fue un fulano Camargo, distinto al que está preso”.39

De tal manera que para el 28 de septiembre, cuando Hidalgo tomó


por asalto la ciudad de Guanajuato, sus hombres cargaban ya con
cañones de palo que fueron usados por primera vez aquel día. El
doctor Díaz Calvillo, enemigo de la insurgencia, señala que el cau-
dillo la había ocupado con un “ejército” compuesto en su mayoría
por indios honderos y flecheros y otros más armados con garrote
y lanza; una minoría la integraba el Regimiento de Infantería de
Celaya, los de Dragones de la Reina y Príncipe, y porción de lanceros
de caballería, todos en número de veinte y dos mil hombres, “con
dos cañones de madera abrazados con cinchos de hierro”.40 Por su parte,
José Sotelo, uno de los primeros acompañantes del padre Hidalgo
que nos legó sus memorias, agrega que

“se venció el castillo a fuerza de hondazos y balazos con las


pocas armas de fuego que se habían recogido, y unos caño-
nes de artillería de madera que se improvisaron de cuero
crudio y reforzados con cinchos de fierro”.41

39
Herrejón Peredo, Testigos, p. 54. El preso era Ignacio Camargo, originario de Celaya, quien recibió de
Hidalgo el grado de coronel insurgente. Murió fusilado en Chihuahua el 10 de mayo de 1811. Cfr. José
María Miquel i Vergés, Diccionario de insurgentes, México, Editorial Porrúa, 1980, p. 112.
40
Juan Bautista Díaz Calvillo, “Noticias para la historia de nuestra señora de los Remedios desde el año de
1808, hasta el corriente de 1812. Ordenábalas el autor del sermón antecedente”, en Juan E. Hernández
y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de independencia de México de 1808
a 1821, edición facsimilar de la de 1877-1882, México, Comisión Nacional para las celebraciones del 175
Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana, 1985, t. III, núm.
132, p. 612.
41
Herrejón Peredo, Testigos, pp. 99-100.

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El “cuero crudio” que menciona Sotelo no era otra cosa que el pellejo
crudo y áspero que cubría la carne de los animales, y que en este caso
debió ser de res o de carnero. Con él se llegaba a revestir todo el cañón,
el cual era reforzado con los cinchos de fierro; así se pensaba resistir
la deflagración, o sea, la rápida combustión de pólvora con una llama
a baja velocidad de propagación, sin explosión.42 El insurgente Pedro
García, que también marchaba con las fuerzas de Hidalgo refiere en
su Memoria que antes de salir de Guanajuato

“Se habían construido dos cañones de madera, de calibre de


a 4, muy bien hechos, asegurados con cinchos de fierro, que
aunque no de mucho alcance, llenaban sin embargo el objeto,
pues a pesar de experimentos ni se incendiaron ni reventa-
ron, y era curiosa esta artillería”.43
Es bastante probable que esas mismas piezas hayan sido las que uti-
lizaron los rebeldes en el mes de octubre siguiente, cuando Miguel
Hidalgo y su “ejército” se encontraban en el Monte de las Cruces, a
unos pasos de la ciudad de México, dispuestos a enfrentar al ejército
del rey. Cuando inició el combate contra los realistas comandados
por Torcuato Trujillo, las fuerzas insurgentes se componían de cerca
de ochenta mil hombres, de los cuales tres mil eran de infantería y
caballería que en otro tiempo formaron parte de la milicia virreinal,
y catorce mil rancheros de a caballo y gente de a pie armados con
lanzas, machetes y palos. Como artillería tenía cuatro cañones, dos
de bronce y dos de madera con cinchos de fierro.44

Por fortuna contamos con una imagen de la época que nos permite
apreciar las características que llegaron a tener estas piezas. Fue
elaborada por el coronel suizo Theubet de Beauchamp durante su
estancia en México, y junto con otras obras pictóricas se conserva

42
Gallegos Ruiz, “Del bastión realista”, p. 113.
43
Herrejón Peredo, Testigos, p. 195.
44
José Luis Alanís Boyso, Batalla del Monte de las Cruces, México, Gobierno del Estado de México, editor,
(Colección Mayor Historia y Sociedad/ Biblioteca Mexiquense del Bicentenario 5), 2008, p. 58.

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en la Biblioteca del Real Palacio en Madrid. Muy recientemente las


publicó en México Sonia Lombardo de Ruiz, acompañadas de un
excelente estudio introductorio de su autoría.45 No obstante haber
sido ya difundida en libros, artículos y discos compactos, los historia-
dores no han ofrecido hasta ahora una descripción e interpretación
amplia de la misma, a la manera en que se habló de las pinturas de
Francisco de Goya sobre la fabricación de balas y pólvora en la región
de Aragón, España, durante la Guerra de Independencia.46 La pintura
de Beauchamp es muy didáctica y sumamente valiosa, porque además
de enseñarnos las características de la pieza nos muestra a los actores
sociales encargados de manipularla y ofrece pistas sobre la dimensión
simbólica de la guerra, aspecto no estudiado suficientemente hasta
ahora (Fig. 1).47

Figura 1. Cañón de madera empleado por los insurgentes entre 1810 y 1811.
Foto tomada de Lombardo de Ruiz, Trajes y vistas de México, 2009: lám. 54.

45
Sonia Lombardo de Ruiz, Trajes y vistas de México en la mirada de Theubet de Beauchamp. Trajes civiles
y militares y de los pobladores de México entre 1810 y 1827, México, Instituto Nacional de Antropología e
Historia, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Turnes, 2009.
46
Cfr. Tesoros de los palacios reales de España. Una historia compartida, México, Presidencia de la República,
Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Patrimonio Nacional de España, Acción Cultural Española, 2011,
pp. 656-657.
47
La pintura lleva el siguiente título: “Canon emploié par les indiens en 1810 et 11”, en Lombardo de Ruiz,
Trajes, lámina 54.

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En un primer plano observamos un cañón de madera abrazado con


varios cinchos de hierro de distinto grosor colocado en un suelo
de tierra. La boca de fuego a su vez fue fijada con tres cinchos más
gruesos, y puesto sobre una cureña de madera que contaba con dos
grandes ruedas para poder moverla. Por sus dimensiones, se trataba
de un cañón usado para el asedio o defensa de una plaza. La corona
de cada rueda fue formada en “sectores” mediante ocho partes que
probablemente fueron unidas por un maestro ensamblador; en forma
radial salían del cubo de la rueda hacia afuera ocho rayos delgados que
se conectaban con la corona. Para protegerlas, se le puso a ambas una
“llanta” o cerco de metal a su alrededor; eran tiras de hierro unidas
y clavadas, formando un aro, que se cerraba soldando los extremos.
Esto les proporcionaba una superficie de rodamiento suave, amino-
raba los choques del camino y daba mayor resistencia y durabilidad al
momento de realizar los desplazamientos. La cureña a su vez estaba
formada por dos palos que le servían de sostén, y desde el eje de las
ruedas sobresalían cuatro lazos atados a otras cuatro estacas clava-
das en cada uno de los extremos de la pieza. Esto se hacía para que
al momento de realizar el disparo el cañón no perdiera su posición,
ya que podría moverse o incluso desbaratarse.48

En cuanto a los actores sociales que se aprecian en la pintura, vemos


a dos insurgentes del sexo masculino; uno de ellos parece ser un
hacendado, lleva sombrero negro ribeteado con un listón o cinta
de seda de color amarillo, con pañuelo al cuello, camisa a rayas de
manga larga, pantalón de gamuza y su cuerpo cubierto por una capa
forrada con algún estampado; sostiene con su mano izquierda un
estopín y con la derecha un asta que lleva amarrada una bandera
maltratada. El otro personaje es el típico ranchero, porta sombrero
blanco rodeado con un listón rojo, viste camisa blanca arremangada
hasta los codos, chaqueta corta y pantalón de gamuza abierto de la
rodilla hacia abajo, y debajo, un calzón de color verde. De la parte
48
Para hacer esta descripción nos apoyamos en el Gran diccionario enciclopédico ilustrado (en doce tomos),
México, Selecciones de Reader’s Digest, 1983, “cañón”, t. II, p. 619; “llanta”, t. VII, p. 2257; “rueda”, t. X, p.
3323; Wilfren Owen, Ezra Bowen et al., Ruedas, traducción de Francisco José Perea y Agustín Bárcena,
México, Ediciones Culturales Internacionales, (Colección Científica de Time-Life), 1990, p. 14.

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trasera de su cinturón en rojo cuelga un arma blanca y en su mano


izquierda lleva un palo de ocote encendido para disparar el cañón.
Además, aparecen también dos mujeres con el pelo recogido y re-
bozo a rayas cruzado a la espalda, ataviadas con blusa y enaguas
de colores azul y morado, esta última con franjas en amarillo; una
lleva en cada mano una bolsa que podría ser pólvora o metralla,
mientras que la otra que la observa, vacía el saco de pólvora por
un orificio superior del cañón de madera. La pólvora era blanca o
negra y se llevaba en bolsa para que no se dispersara. Es probable
que se tratara de pólvora en grano porque de esa manera se le daba
mayor fuerza al disparo.49

Por último tenemos la dimensión simbólica de la guerra. Ahí aparece


una bandera medio desgarrada por los continuos enfrentamientos
entre insurgentes y realistas, misma que lleva en su centro un re-
cuadro con vivos en rojo y dentro de éste la silueta de una imagen
mariana, probablemente de la virgen de Guadalupe, considerada
por la dirigencia insurgente y el pueblo en armas como su principal
señora y protectora. En nuestra perspectiva, este sería uno de los
vínculos que permitiría explicar la adhesión de numerosos grupos
guerrilleros que aparentemente luchaban por objetivos distintos a
los de la independencia.

El uso de las culebrinas de madera fue cosa común durante los


primeros meses de la lucha armada. Un testigo presencial de la
llamada “Batalla del Monte de las Cruces” ocurrida a pocas leguas
de la capital del virreinato, precisa que a las diez de la mañana de
aquel 30 de octubre de 1810 cuando se dio el enfrentamiento entre
insurgentes y realistas, el comandante Trujillo le hizo a Hidalgo
gran mortandad y estuvo a punto de destrozarlo, “si no toma Hi-
dalgo la providencia de flanquear a Trujillo por la derecha con una
culebrina de palo, que talando a toda prisa el monte de la izquierda,
mandó trepar al punto superior en altura que superaba a la posición

49
Nuestra interpretación recoge algunos elementos descriptivos de Claudio Linati y Luis González Obregón,
citados en la obra de Sonia Lombardo, Cfr. Trajes y vistas, pp. 24, 36.

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en que lo batía Trujillo”.50 El resultado final de esta maniobra fue


desbaratar la división de Trujillo, dejando en el campo dos cañones
y todo el tren de guerra, cargando con los heridos que pudo, entre
los cuales iba el capitán Francisco Bringas que moriría poco después
en la ciudad de México.

Una de las ventajas que ofrecían los cañones y culebrinas de palo


usados por los insurgentes, es que buena parte del material empleado
para su fabricación podía ser reutilizado luego de que reventaban.
Por ejemplo, la culebrina de madera que se había “desfogonado”51 en
el Monte de las Cruces tenía bastante hierro en los muñones y cas-
quillos con que a trechos estaba ceñida. Generalmente piezas como
esta no se trasladaban de un lugar a otro de forma completa, sino
que se demolían en el sitio en que habían quedado inservibles para
recuperar únicamente el hierro. Tocaba a los que hacían de armeros
destrozar la pieza, ya fuera por medio del fuego o a golpes de machos y
martillos.52 Los mismos hombres que comandaba Agustín de Iturbide
llegaron a Yuriria en abril de 1811 haciendo huir a los defensores de
la plaza; en su fuga los rebeldes abandonaron dos cañones de palo
que tenían en el camino con muchas conchas de hierro, y aunque el
capitán realista quiso quemarlos finalmente los voluntarios de don
Manuel Valdovinos se ofrecieron a trasladarlos a un pueblo cercano
donde las piezas fueron quemadas y sólo rescataron las ruedas y el
herraje.53

Otro momento importante sobre el empleo de artillería rudimen-


taria ocurrió de nuevo en Guanajuato, en noviembre de 1810, poco
después de la derrota que sufrieron los insurgentes en el pueblo de
San Jerónimo Aculco a manos del brigadier Félix María Calleja y de

50
“Relación histórica”, p. 60. La cursiva es nuestra.
51
“Desfogonar” significaba quitar o romper el fogón a las piezas de artillería o a otras armas de fuego”.
El fogón es el oído en las armas de fuego y especialmente en los cañones, obuses o morteros. Alonso,
Enciclopedia, t. II, pp. 1485, 2027.
52
“Relación histórica”, pp. 63-64.
53
Eder Antonio de Jesús Gallegos Ruiz, “Hacer cañones para la libertad”, Revista Bicentenario. El ayer y
hoy de México, vol. III, núm. 9, México, Instituto Mora, 2010, p. 29.

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su segundo Manuel Flon, conde de la Cadena. Por fortuna, contamos


con otro testimonio invaluable sobre el uso de los cañones de madera
gracias a la correspondencia entre los partidarios del realismo. En
la carta que le envió José Ignacio García Yllueca a su padre desde el
Campo de Marfil, situado a dos leguas de aquel Real, precisó:

“A las once del día empezó el ataque al primer cerro que hizo
su fuego; pero nuestra artillería los desalojó y la caballería
que trabajó en todo el día admirablemente subió al cerro,
hizo matanza y les hizo fuego con sus mismos cañones, que
siendo dos y de palo los inutilizó y seguimos adelante, lo mismo
fue sucediendo con corta diferencia en todos los cerros que
fueron en mi concepto más de diez posiciones las que se les
tomaron, en todas dos cañones, unos chicos y otros aunque
fabricados sin arte del calibre de a doce.
…los presos muchos…También un mozo que fue colegial de
la Minería muy hábil y era quien dirigía la fábrica de cañones
y quien tomó las provisiones para la defensa y señaló los lu-
gares barrenados”.54
Como sostiene Bustamante, en Guanajuato no hubo acción de guerra
formal, pues los insurgentes contaban únicamente con un cañón
situado en el cerro del Cuatro; la mal formada batería de Rancho
Seco y tampoco había fusileros ni caballería. “Fusilería no la había
absolutamente; los frascos de azogue de fierro, que se cargaban como
cañones pequeños o pedreros, servían sólo para dañar a los que los
disparaban, porque al reventar hacían un embique o retroceso que
lastimó a varios indios y les quemó las piernas”.55

Ahora bien, es necesario plantearnos algunas preguntas relacionadas


con la artillería rudimentaria. En cuanto a su manufactura ¿De qué
tipo de madera estaban hechos? ¿De donde provenía el metal para
54
AGN, Indiferente virreinal, caja 1483, exp. 9, f. 27. Carta de José Ignacio García Yllueca a su padre, Campo
de Marfil, a dos leguas de Guanajuato, 27 de noviembre de 1810. Las cursivas son mías.
55
Los tres siglos de Méjico, p. 280.

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fabricar los cinchos de fierro? Y en cuanto a su uso, ¿Qué tanta era


su efectividad? Sobre la primera cuestión, pensamos que la madera
usada para su construcción fue extraída de los bosques de encino
de los lugares por donde transitaban los insurgentes. El encino era
una madera bastante resistente, muy parecida al roble, y abundaba
en los bosques de los actuales estados de Michoacán, Guerrero y el
Estado de México. Por otro lado, sabemos que antes de 1810 Reales
de Minas como el de Guanajuato por ejemplo, dependían del fierro
que se extraía de los hornos que Andrés Manuel del Río con ayuda de
alumnos y operarios había establecido en Coalcomán, al suroeste de
Valladolid. El fierro fue acumulado por Casimiro Chovell desde 1808,
mismo que dos años más tarde sería transformado por herreros y
carpinteros en cuchillos, lanzas, machetes y balas para la insurgen-
cia.56 Seguramente con ese mismo material también se fabricaron los
cinchos para abrazar los cañones de palo.

En cuanto a su efectividad, los generales Luis Gárfias Magaña y


Clever A. Chávez Marín -el primero de ellos artillero de formación-,
opinan que los cañones de madera eran de pésima calidad y su efec-
tividad totalmente nula porque no llegaron a dañar gravemente a
las fuerzas realistas;57 sin embargo, Eder Gallegos ve su importancia
por el lado psicológico, porque el realista podía titubear o desistir
de embestir al enemigo al ver frente a ellos las bocas de fuego, que
a distancia no podían distinguir si eran de bronce o de palo.58 Por
nuestra parte observamos que no fueron pocas las piezas de palo
fabricadas por los insurgentes en esos años, lo cual nos lleva a pen-
sar que con ellos resolvían de algún modo la carencia de cañones
de bronce.

56
Gerardo Sánchez Díaz, “Fierro y armas para la libertad. La ferrería de Coalcomán y la Guerra de Inde-
pendencia”, en Otras armas para la Independencia y la Revolución. Ciencias y humanidades en México,
Rosura Ruiz, Arturo Argueta y Graciela Zamudio (coords.) México, Fondo de Cultura Económica, Universidad
Nacional Autónoma de México, Universidad Autónoma de Sinaloa, Universidad Michoacana de San Nicolás
de Hidalgo, Historiadores de las Ciencias y las Humanidades, 2010, pp. 86-90.
57
Entrevista a ambos generales realizada en la ciudad de Morelia, Michoacán, el 29 de marzo y el 31 de
mayo de 2012, respectivamente.
58
Comentario personal que me hizo en Morelia el 25 de octubre de 2012.

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Pero veamos qué nos dicen las fuentes históricas. Félix María Calleja
habría de señalar dos de las características de este tipo de artillería
rudimentaria: primero, su corto estruendo, mucho menor que el de
los cañones convencionales; y segundo: su corto alcance, por lo que
muy poco daño podía hacer al enemigo ubicado a cierta distancia.
En un parte militar sobre la toma de Guanajuato en noviembre de
1810, señaló:

“Bajé al llano para que la columna hiciera alto: situé un cañón


con el frente al camino real y otro mirando a la izquierda; la
infantería cubrió el frente por donde bajaba la gente de a pie;
y la caballería la situé a retaguardia […] En este estado vi que
desde el camino hacían fuego con cañones y lo mismo de una
altura: su corto estruendo y alcance me persuadió muy en
breve que eran de palo”.59
Eder Gallegos apoyado en la obra del padre Teresa de Mier, menciona
que a principios de septiembre de 1811 el realista José López enfrentó
al padre Calvillo, a Oropesa y González Hermosillo en la hacienda de
los Griegos, cercana a Aguascalientes, logrando quitarles tres piezas
de madera. Además, que el 19 de noviembre del mismo año, el sub-
delegado de Xicayán Fernández del Campo, derrotó a los cabecillas
insurgentes Valdés y Chabarría en Chacahua, en la costa de Oaxaca,
quitándoles otros tres cañones de madera. 60

De igual modo, Tamazunchale, intendencia de San Luis Potosí, fue


ocupada en septiembre de 1811 por los insurgentes, quienes fueron
apoyados por centenares de indios nahuas de Santiago de los Valles.
Para finales del mes de noviembre, se movilizaron varios cuerpos
de realistas dispuestos a hacerles frente y a recuperar la población
que había sido objeto de saqueos, muertes y destrozos. Luego de
derrotar a los rebeldes en Metlapa, a unas cuantas leguas de Hue-
jutla, las armas del rey arrinconaron a los independentistas por el
59
Gallegos Ruiz, “Hacer cañones para la libertad”, p. 28.
60
Gallegos Ruiz, “Del bastión realista”, p. 143.

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vado de Zacatipan, tomando por asalto a Tamazunchale después de


una hora de intenso combate. En el parte militar del capitán José
Andrés de Jáuregui dirigido a Benito Fuentes, comandante de la
primera división de milicias de la costa del norte, le decía que en
Tamazunchale los insurgentes que comandaba Rafael Durán “de-
jaron asimismo dos cañones de madera, varios de otate, que liados
con mecate hacían las veces de trabucos, un estandarte, una caja,
[y] dos lanzas,...”61

Conforme los insurgentes fueron controlando más territorios y


lograron levantar maestranzas mejor equipadas en los pueblos,
haciendas y lugares, la fabricación de cañones y culebrinas de
madera vino a menos porque ahora podían contar con la artillería
quitada al enemigo, o que fabricaban ellos mismos con ayuda de
expertos en armamento de origen extranjero que se habían sumado
a la independencia. Esto no significó, de ninguna manera, que los
insurgentes dejaran de construir cañones de palo en los años pos-
teriores. En Salvatierra, el fraile dominico Laureano Saavedra que
tenía título de brigadier insurgente, organizó su artillería con tres
cañones de bronce y tres de palo, mismos que le fueron tomados
por el realista Francisco Guizarnotegui en el enfrentamiento que
sostuvieron el 19 de enero de 1812 en dicha ciudad.62 A principios
de octubre de 1812 las partidas encabezadas por Felipe Landaver-
de y un tal Rojas por el rumbo de Xalpan y Rioverde, continuaban
peleando con cañones de palo y un número importante de arcos y
flechas;63 y por si fuera poco, las fuerzas de Morelos que enfrenta-
ron a Luis del Águila en Orizaba en noviembre de 1812, llevaban
como parte de su artillería un cañón de palo.64 Todavía en mayo de
1813, los realistas lograron arrebatarle a los insurgentes “2 cañones

61
Gaceta del Gobierno de México, México, t. III, núm. 168, martes 14 de enero de 1812, p. 49. Además: AGN,
Operaciones de guerra, vol. 4, fs. 41, 41v; “Oficio del capitán Alejandro Álvarez de Guitian”, Huehuetlán,
noviembre de 1811. También AGN, Operaciones de guerra, vol. 20, exp. 2, f. 85, “Parte de guerra del
capitán Andrés de Jáuregui”.
62
Gaceta del Gobierno de México, t. III, núm. 176, jueves 30 de enero de 1812, p. 107.
63
Gaceta del Gobierno de México, t. III, núm. 305, jueves 22 de octubre de 1812, pp. 1111-1115.
64
Gaceta del Gobierno de México, México, t. III, núm. 318, martes 17 de noviembre de 1812, pp. 1211-1214.

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de madera calibre de a 2 que se quemaron”, luego de las acciones


de Puente de Atoyac y Medellín, en la intendencia de Veracruz.65

Lo que es un hecho es que para agosto de 1811, cuando inicia la


segunda etapa de la lucha armada bajo el gobierno de la Suprema
Junta Nacional Americana con Ignacio López Rayón a la cabeza, la
insurgencia había dado ya otro paso importante en la hechura de ar-
mamento: sus hombres habían aprendido a fabricar pistolas, trabucos
y fusiles con los cuales enfrentarían a los realistas en campo abierto,
aspecto que bien merecería otro estudio.

Conclusión

Septiembre de 1810 marcó un antes y un después en la historia del


trabajo armamentista en Nueva España. Unos cuantos armeros eran
apenas visibles antes de esa fecha; decenas de ellos habrán de pro-
liferar después del “Grito” del padre Hidalgo. Como lo pronosticó el
intendente Riaño desde Guanajuato, los herreros se transformaron
en fabricantes de armas y sus talleres en futuras maestranzas, las
cuales fueron de dos tipos en esta primera etapa: las establecidas de
manera fija en los lugares ocupados por las fuerzas rebeldes, y las
provisionales que se montaban conforme lo demandaba la marcha
del “ejército”. Aunque llegaron a fabricar cañones de hierro y bronce,
lo que más llama la atención fue su capacidad inventiva, que los llevó
a construir con ayuda de herreros y carpinteros, culebrinas y cañones
de palo, junto con algunos trabucos de otate.

Esta clase de artillería rudimentaria estuvo en uso en el virreinato


entre los años de 1810 y 1811 principalmente, aunque continuó
utilizándose durante 1812 y los primeros meses de 1813. Sin duda
representó una transformación tecnológica importante en el quehacer
constructivo y en las prácticas guerreras de los actores de la época;
pero al mismo tiempo, es un reflejo de las carencias y rezagos de un
país que durante los primeros años de lucha había sido incapaz de

65
Gaceta del Gobierno de México, t. IV, núm. 401, jueves 13 de mayo de 1813, p. 490.

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fabricar sus propios sables, espadas y fusiles, porque simplemente


todo les venía de España o de su aliada Inglaterra.

Con todo, más allá de su poca o nula efectividad, a lo cual se agrega la


falta de preparación de las personas encargadas de su manipulación;
lo que resulta relevante fue que el trabajo de los armeros realizado en
las maestranzas levantadas por ellos y la fabricación rudimentaria
de culebrinas y cañones de madera, hechos sin instrumentos, sin
recursos y sin mucho apego a la Ordenanza de Artillería, pero sí con
bastante ingenio y habilidad, contribuyeron a desarrollar entre la
población una nueva cultura asociada al manejo de las armas y por
consecuencia, a formas distintas de participación política que se ve-
rán reflejadas a lo largo del siglo XIX en México, a través de motines,
revueltas y pronunciamientos.

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