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Contexto: Reflexiones en torno al proceso de envejecimiento

CALIDAD DE VIDA EN EL ADULTO MAYOR


Proceso de envejecimiento
El proceso del envejecimiento de los seres humanos no puede reducirse únicamente a un
asunto biológico, debe analizarse en un contexto amplio, considerando la naturaleza
compleja del hombre, que tiene diferentes dimensiones: biológica, cultural, social, mental y
espiritual integradamente y por supuesto, la naturaleza compleja de las sociedades
humanas. Se trata de un proceso individual y colectivo, pues está siempre condicionado por
la sociedad, por la calidad de vida y por los modos de vida. Los individuos debemos
afrontar intencionalmente nuestro proceso de envejecimiento. Envejecer “bien” o “mal”
está condicionado por los márgenes fijados por el contexto social de cada uno de nosotros.
Las personas debemos entender que independientemente de la edad, seguimos siendo
individuos en el mundo.

Es sumamente importante considerar el envejecimiento desde el punto de vista del


individuo que envejece, y desde esta perspectiva hay dos tipos de aspectos subjetivos que
son pertinentes: Los cognitivos, que se refieren a los significados que el individuo atribuye
al proceso que está experimentando y a su situación y los afectivos, relacionados con los
sentimientos que motivan a los individuos a estimar o no sus circunstancias, los estados de
ánimo con que las encaran y a su disposición para actuar sobre ellas. En el componente
cognitivo se pueden dar tres situaciones: resignación, adaptación y aceptación, estas dos
últimas son las que resultan más convenientes, considerando que llevan a una búsqueda de
vivir la vejez del mejor modo.

CALIDAD DE VIDA

Armando Solano Berrío, en su documento periodístico: ¿Cuál calidad de Vida? En el


mejor de los casos esta superdeteriorada, publicado en 1997 en Medellín, escribe: “Los
ancianos constituyen uno de los grupos de edad en toda sociedad humana, el remedio,
entonces, es darles el rol que les corresponde en la sociedad. No son inválidos ni idiotas,
aunque los hay como en todas las edades de la vida. Las vejeces patógenas, con demencia
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senil no son más del 5 – 6% en la población mayor de 65 años; mucho más abundante son
los síntomas de insatisfacción existencial (soledad, angustia, estrés, aburrimiento)
consecuencia de la inactividad física y mental y la falta de sentido de sus vidas “ Esta
afirmación es descrita luego de encontrar, al entrevistar un grupo de ancianos, que en la
mayoría de los casos ellos se sienten más limitados por sus grupos sociales, que por sus
propias dolencias físicas.

Partiendo del hecho planteado anteriormente, de la inmensa complejidad de las


personas, hay que considerar que el ser humano es un ser con necesidades múltiples e
interdependientes; deben considerarse como un sistema en que las mismas se
interrelacionan e interactúan y se satisfacen en tres contextos: en relación con uno mismo
(Eigenwelt), en relación con el grupo social (Milwelt) y en relación con el medio ambiente
(Umwelt). 2)

La satisfacción de las necesidades de la especie humana, es lo que define la calidad de


vida” y esta es, a su vez el fundamento concreto de bienestar social. San Martín y Pastor,
autores de Epidemiología de la Vejez, han definido nueve campos que representan
significativamente los elementos sociales, ambientales, poblacionales que tienen mayor
influencia en la calidad de vida y el bienestar de la población:
 
- Aspectos del ambiente físico- biológico, referidos a los elementos del ambiente en
que se vive: el clima, condiciones geográficas, etc. En el caso específico de los
ancianos, hay que considerar situaciones en las que por condiciones de salud, deben
desplazarse a otras ciudades.
- Elementos del ambiente social, que incluyen todos los elementos que conforman
las sociedades de tipo humano, estructuras, funciones, actividades, relaciones,
familia, convivientes, seguros sociales. Este grupo de condiciones determina la
posibilidad de acceso a servicios como salud y el mantenimiento de redes de apoyo
social.
- Bienes y servicios disponibles en relación a la situación económica, personal y
familiar
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- Seguridad de las personas: Refiriéndose específicamente a la exposición a


situaciones que pueden poner en riesgo la integridad, seguridad y la vida.
- Igualdad o desigualdad de oportunidades sociales y grado de participación de la
población en los asuntos sociales y comunitarios.
- Reposo, deporte, vida cultural y artística, distracciones. La participación de los
ancianos en estas actividades, permite que se sientan como los seres activos y
partícipes de la sociedad que son.
- La accesibilidad física, geográfica, económica, cultural, educacional, artística,
empleo y trabajo, vivienda, este factor permite el cumplimiento del punto anterior,
primero por la existencia física de lugares ´para el desarrollo de actividades
culturales y segundo porque estos sitios tengan la infraestructura que permita que
los ancianos con limitaciones físicas accedan a ellos.
- La percepción objetiva y subjetiva de la calidad de vida y el bienestar por el
individuo y la comunidad
- Modos de vida, estilo de vida: hábitos, costumbres, comportamientos y creencias.
Que para los autores es el componente más importante de la calidad de vida.

Es constante la tendencia a confundir el concepto de calidad de vida con modos de


vida, y que de esta manera sea reducido a indicadores, porcentajes y estadísticas,
específicamente de satisfacción de necesidades básicas. Se mide en términos físicos:
vivienda, servicios públicos, área construida, etc. Se observa a través de los estudios de
pobreza con los conceptos de desnutrición, niveles educativos, condiciones sanitarias y
habitacionales precarias.

En consonancia con estas consideraciones, es de suma importancia considerar el factor


subjetivo de la calidad de vida y el derecho propio de autonomía e independencia a la hora
de definir cuáles son los factores preponderantes que para una u otra persona constituyen la
base de una vida digna, llevadera y satisfactoria.

Entra en juego desde este punto de vista el factor que en diferentes literaturas se ha
denominado como felicidad (Valle y Martínez, 2006). Donde se señala que la medida de la
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felicidad siempre se ha entendido como una evaluación objetiva, que por ende, de forma
tentativa, debería realizarse por un agente externo que la evalúe; sin embargo una cualidad
tan relativa como la felicidad no debe ni puede ser evaluada a través de simples pruebas ni
tampoco de los característicos cuestionarios e inventarios psicológicos, como tampoco a
través de la mera observación de las conductas del individuo, pues extensamente se ha
reconocido que la felicidad se refleja solo parcialmente en las acciones, pues muchos de los
patrones comportamentales que muestran las personas felices son altamente similares a los
de las personas infelices.

Y sin embargo parece tan urgente reconocerle la felicidad al anciano, que solo queda
una alternativa metodológica y es la pregunta directa (Veenhoven, 2001; citado por Ovalle,
2006) que puede plantearse de diferentes maneras, y se entiende directa como simplemente
la que se hace al sujeto implicado y no como en otros casos que se indaga a los sujetos
cercanos, cuidadores, familiares, amigos, pareja, etc. Pero de hecho se pueden abordar
preguntas directas e indirectas según si se indaga directamente por la calidad de vida
percibida o se preguntan cuestiones sencillas o múltiples de diferentes situaciones en las
cuales se pueda tener luz del grado de satisfacción que se tiene con los acontecimientos
cotidianos o trascendentales del anciano.

Cabe volver a hacer una distinción entre la calidad de vida objetiva y la subjetiva; la
primera de las cuales se refiere al grado de vida que alcanza estándares de buena vida y que
se evalúan por una persona externa e imparcial; factores de este orden comprenden la
vivienda, situación económica, condición de salud, condiciones de trabajo, alimentación,
empleo del tiempo libre y actividades realizadas, por citar algunos ejemplos. De otro lado
lo subjetivo se refiere estrictamente a las auto apreciaciones basadas en criterios implícitos
como puede ser por ejemplo el sentimiento subjetivo de la buena salud de alguien, que
incluso puede ser disonante con la condición real, para bien o para mal.

Entonces Zapf (1984) sugiere una clasificación cuádruple para las condiciones posibles
de esta interacción objetiva subjetiva: establece un estado de bienestar, cuando las
condiciones de vida objetivas puntúan bien y la apreciación subjetiva es positiva; u estado
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de privación cuando tanto juicios objetivos como subjetivos son negativos; y dos estados
que nombraremos intermedios que son disonancia y adaptación; en el primero de ellos
sucede, correspondientemente que el sujeto percibe subjetivamente un malestar cuando las
condiciones son positivas o viceversa, que el sujeto percibe una calidad subjetiva aunque
las condiciones sean evaluadas principalmente como adversas.

Es bien cierto a partir de esta reflexión, que lo que denominamos calidad de vida suele
consistir en la coincidencia de todas las condiciones que consideramos positivas más el
beneficio de encontrar satisfactorios todos estos aspectos.

Igualmente parece evidente que la felicidad coincide con varias de estas cualidades de
vida, como son distintas cualidades del entorno, como la libertad y otras aptitudes de orden
personal como la misma independencia y la autonomía. Y sin embargo ninguna de estas, se
relaciona sí o sí con la felicidad; es decir no existen factores que en todo caso y bajo
cualquier circunstancia otorguen felicidad a la persona, pues las interacciones entre
diferentes factores pueden afectar cada vivencia independiente haciendo de los juicios que
se emiten de ella una verdad muy relativa que debe manejarse con cautela.

Veenhoven (2001; citado por Ovalle, 2006) sugiere que existen tres efectos positivos
que pueden darse por efecto de la percepción individual de felicidad y que están
principalmente ligados con el concepto de estrés. Considera que desde el punto de vista
más estricto psicosomático, la misma infelicidad es una fuente de estrés que en una
importante medida incrementa el riesgo de adquirir, padecer o perpetuar la enfermedad.

Desde el punto de vista cognitivo, la felicidad modera el impacto de muchos de los


difíciles y complejos acontecimientos de la vida del adulto mayor que pueden poner bajo
amenaza su salud tanto física como mental. Se tiene la firme creencia de que una persona
feliz, puede salir mejor parada frente a un mismo hecho que una persona infeliz; por
factores de disonancia cognitiva, la apreciación positiva y feliz de los hechos que le
suceden puede cambiar su percepción de los mismos, haciendo situaciones complicadas
mucho más soportables y llevaderas.
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Se ha mostrado mediante estudios correlacionales que existe menos estrés entre la


gente feliz o cuando menos se presentan menos informes de sucesos displacenteros, menos
preocupaciones, menos quejas y menos reportes de molestias psicosomáticas, como pueden
ser el insomnio, los dolores de cabeza, entre otros. Por una cuestión de percepción no
resulta sumamente difícil comprender como sucesos similares son descritos por los sujetos
felices como agradables, pero son bastante padecidos y reportados como desagradables y
poco llevaderos por las personas infelices. Estudios de naturaleza correlacional sobre
satisfacción de vida, muestran una mejor salud entre la gente feliz que cree tener una salud
muchísimo mejor y los doctores dicen que tienen una salud considerablemente mejor.

Estudios como los efectuados por Brenner (1979) Lieberman y Miller (1965)
mostraron a través de observaciones longitudinales que la diferencia en susceptibilidad a
enfermedades es en gran parte debida a un efecto de la felicidad sobre la salud. Se
comprobó que el mal humor iba en gran número de casos seguido de un aumento
significativo de las quejas somáticas en un periodo aproximado de los tres meses sucesivos
al episodio de mal humor; de la misma forma se reconoce que existan efectos muy
negativos sobre la salud física propiciados al menos de forma contingente con el grado de
depresión de los sujetos.

Y finalmente se evalúa longevidad, para lo cual, no menos de 10 estudios


longitudinales han indagado entre la población adulta mayor sobre su grado de satisfacción
respecto a sus vidas y posteriormente se les hacía un seguimiento hasta el momento de su
muerte. Aunque los resultados de estos diferentes estudios se mostraban poco uniformes,
cuando menos es posible observar en algunos de ellos que las condiciones de felicidad o
tristeza alteran la aceptación o no de la muerte.

Por ejemplo en un estudio de 1982 realizado en un asilo se observo que aquellos viejos
que mostraban mas tendencia a la felicidad en la entrevista aceptaban menos el hecho de
que yo no abandonarían nunca esa institución y todavía estaban esperando recuperarse.
Mientras que este estudio y uno que no mostró diferencias significativas entre la felicidad y
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la longevidad; los otros ocho estudios revisados por Ovalle y Martínez mostraron por lo
general una tendencia a que los ancianos que vivían felices precisamente vivían más
tiempo. Aunque la consecuencia lógica de esto es la más deseable, tales interpretaciones se
deben manejar con cautela pues en principio estos resultados pueden deberse a los efectos o
factores asociados con esa felicidad y no a un efecto directo de la felicidad como tal;
sumada la imposibilidad de verificar si un estado emocional es capaz de conducir a
consecuencias de naturaleza tan diferente y tan de otro plano como son la longevidad.

Cinco estudios más al respecto, realizaron un control estadístico más riguroso y


encontraron una considerable reducción de esa diferencia, entre longevidad de viejos felices
e infelices, llegando al punto de que dos de estos estudios realmente no encontraran
diferencias estadísticas significativas.

Aunque haga falta tener una mayor certeza, afirmaremos que la felicidad y la
percepción de una calidad de vida alta y deseable tiene implicaciones directas en el modo
de vida de la sociedad y del particular de la población de adultos mayores que nos ocupa
para este análisis. Existen indicios de varios efectos y por supuesto que son efectos
altamente deseables. Una consideración final nos dicta como consecuencia lógica que el
desarrollo debe interpretarse como el avance hacia una sociedad donde los individuos no
solo posean muchos bienes y servicios y gocen de salud, sino donde los sujetos, no solo
viejos, sino de cualquier edad se sientan contentos de llevar las vidas que llevan y
encuentren más satisfacción personal en su quehacer diario y en su entorno circundante.
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REFERENCIAS

1. BRAYNE, C. (1995). La calidad de vida aún por definir. En: Foro Mundial de
la Salud. Volumen 16. OMS. Washington D.C. USA.
2. San Martín, H. y Pastor, U. (1990). Epidemiología de la Vejez. Ed.
Interamericana. México.
3. Solano, B. T. ¿Cuál calidad de Vida? En el mejor de los casos esta
superdeteriorada. (1997). Documento periodístico. Medellín. Colombia.
 

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