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Añorada Belle Époque

MARÍA JESÚS HERNÁNDEZ @chushd

Exposición Universal de París (1900). Celebraba la paz, la prosperidad y la hegemonía de Europa. | '1914. De la paz
a la guerra'. Ed. Turner

Así bautizó la nostalgia los años previos al baño de sangre. Nadie imaginó final más desgarrador para la
mayor época de avance tecnológico, económico y social que había vivido Europa hasta el momento
Fueron años de progreso tecnológico, de lucha por la igualdad de derechos, de brillantez intelectual, de
consumo. Frente a años inmovilizados bajo tierra, con lo mínimo, ahogados en una guerra sin
sentido. Fueron los años de la vida frente a los de la muerte. No extraña que, tras la contienda, la nostalgia
bautizara los tiempos de preguerra como la dorada Belle Époque.

Sumergirse en la sociedad de principios del siglo XX es tan fácil como embarcar en el Titanic. Mujeres con
elegantes vestidos, largos y ceñidos a la cintura —imprescindible: el corsé, el tocado y la sombrilla—;
hombres con traje, sombrero y bastón, siempre pendientes de sus negocios. Estamos en un sistema de
clases y tres de cada cuatro pasajeros llevan billetes de tercera y segunda —gente que había alcanzado el
éxito con su trabajo—. Pero algo había cambiado. La aparición de la burguesía y la economía de
consumo alienta la posibilidad de progreso y de mejora. El desarrollo de las actividades industriales y
comerciales junto a las nuevas técnicas de cultivo hacen soñar con bienes de consumo hasta ahora
reservados a unos pocos.
A pesar de este optimismo, hay que ser consciente de que la Belle Époque no fue igual de 'bella' para
todos; he ahí la tercera clase. Las desigualdades sociales no habían desaparecido. Aunque cada vez más
gente abandonaba su vida en los pueblos para acudir a las fábricas en la ciudad, el sector de la agricultura
seguía siendo la base del continente. Tampoco se pueden dejar de lado las diferencias entre unos países y
otros: «La Europa atrasada» llamaban a parte de la periferia, de donde partían numerosos inmigrantes —
junto con las clases bajas del resto de Europa— en busca del sueño americano.
No obstante, y a pesar de que ésta era la realidad más generalizada, los progresos de la época, visibles
en las grandes ciudades, eclipsan estos años.

Prensa y opinión pública


Pero volvamos al Titanic. Los dueños de la White Star Line buscaban un gran titular. Y lo consiguieron.
Durante la primera década del siglo XX, el poder y el impacto de la prensa en la sociedad ya era
indiscutible. El crecimiento imparable de las ciudades, el aumento de la alfabetización y la aparición de
nuevos grupos sociales favoreció el 'boom' de las comunicaciones. En 1910, París contaba con 70
periódicos y se vendía un ejemplar por cada 6 o 7 habitantes. El nacimiento de la conciencia política y la
opinión pública llegaron de la mano —y con ellos, el movimiento obrero y la lucha por la igualdad de
derechos—.

En cuanto a los contenidos, sorprendería el grado de cercanía con la prensa actual. Además de las
cuestiones políticas y los distintos avances, hubo escándalos en los que la opinión pública se convirtió en
un protagonista más. Ejemplo de ello fue el 'caso Dreyfus' —un general del Estado Mayor condenado
injustamente por espionaje debido a su condición de judío— o el del asesinato del director de 'Le Figaro' a
manos de Madame Caillaux, esposa del ministro de Finanzas. Ambas historias 'revolucionaron' Francia.
También existía ya un espacio para la incipiente publicidad —lociones para el cabello, moda,
medicamentos... — y por supuesto, para la cultura. En algunas publicaciones se incluían por fascículos
novelas de detectives —como las de Emilio Salgari—, y otras tan familiares como 'Ana Karenina', de
Tolstoi. Fue en estos años cuando nacieron las revistas dirigidas a las mujeres como 'Women's
World' (1903) o la española 'El hogar y la moda' (1909)

El cine y los grandes almacenes


Gimnasio, cancha de squash, piscina, baños turcos, peluquería, biblioteca, cuarto oscuro para los
fotógrafos, restaurantes... Los artífices del Titanic no escatimaron en zonas de ocio, pero les faltó llevar 'lo
último' a cubierta: una sala de cine. Fue en 1895 cuando los hermanos Lumiére presentaban el
cinematógrafo a la sociedad. A partir de ese momento, fue imparable. En un principio fueron itinerantes en
cafés, ferias, teatros... sus proyecciones eran más bien cortas y tenían un carácter popular. Luego
llegaron Leon Gaumont y los hermanos Pathe y abrieron salas desde Rusia hasta España. Es más, uno de
los cines más famosos de la época era el Gaumont Palace de París —con un aforo de 3.000 espectadores
fue inaugurado en 1911—. Como curiosidad, fue ese mismo año cuando David Horsley creó el primer
estudio de cine en Hollywood.
Y si hablamos de sociedad, ocio y consumo, no podemos olvidar los grandes almacenes. Se erigían como
símbolos de un tiempo nuevo marcado por la idea de consumo. Como muestra: las galerías Lafayette de
París, los también parisinos almacenes Dufayel, los londinenses Harrods o los moscovitas Muir &
Mirrilees.

Tecnología, ciencia y cultura


En 1876 llegó el teléfono, tres años después las bombillas y en 1887 apareció el primer motor diésel —un
Renault AX Limousine se hundió en las bodegas del Titanic. Podía alcanzar los 56 km/h—. La electricidad
y los combustibles fósiles (petróleo) habían dado la vuelta al mundo hasta entonces conocido.
En 1900, París celebraba su Exposición Universal y mostraba en sus pabellones todos los avances y el
poderío de la época. Muy cerquita de allí, unos desconocidos Pierre y Marie Curie trabajaban sin descanso
en su laboratorio —galardonados con el Nobel de Física en 1903, y con el de Química (Marie) en 1911— .
Mientras, un alemán llamado Albert Einstein daba los últimos toques a su Teoría de la Relatividad en
Berna (Suiza). También entrarían en escena Bohr y Rutherford. Apabullante.
En estos años también se empieza a poner en cuestión el orden de las cosas. 'La interpretación de los
Sueños' de Sigmund Freud vio la luz en Viena en 1900, mientras en Francia aparece Colette con
su 'Claudine en la escuela' —donde se plantean abiertamente las relaciones homosexuales—.
En 1900, París celebraba su Exposición Universal y mostraba en sus pabellones todos los avances y el poderío de la
época. Muy cerquita de allí, unos desconocidos Pierre y Marie Curie trabajaban sin descanso en su laboratorio
En el terreno artístico, irrumpe la estética modernista y Gustav Klimt, con su 'Judith' (1901) y
su Dánae (1908), que ruboriza a la sociedad de entonces al mostrar con naturalidad el deseo femenino.
Hay que tener en cuenta que aún la mujer tenía un papel asociado directamente a mantener el orden
moral y, aunque iba ganando terreno en su lucha, todavía tenía camino por delante.
No podemos olvidar el Cubismo, el Expresionismo y su ruptura con la tradición: Matisse, Picasso, Derain,
Kirchner, Kandinsky... Fue en el Salón de Otoño de París 1905 cuando, tras presentarse las obras de
Henri Matisse y André Deráin, el famoso crítico de arte Louis Vauxcelles, espantado soltó: «Donatello parmi
les fauves!' (¡Donatello entre las fieras!)». Fue así como bautizó al Fauvismo.
Tecnológica, artística, intelectual y socialmente era una época insuperable. Ese clima de optimismo y
confianza que reinaba en la sociedad, era el mismo que embriagaba a los que aseguraban que 'ni Dios
podría hundirlo' —al referirse al Titanic—. Nadie recordaba ya el hambre, la peste o la guerra. La paz
parecía completamente consolidada: en 1907 se creaba el tribunal de La Haya y la contienda entre países
civilizados no era una opción real. En la calle: la pacifista Bertha von Suttner y su obra 'Abajo las armas' —
37 ediciones entre 1887 y 1905—. Pero al final: el Titanic se hundió y la Gran Guerra estalló.

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