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excepción

de Emily, la única persona famosa por la que mostró interés en conocer fue
Tim Russert).
Al final, sin embargo, no son ni las encuestas ni las distancias de los recorridos o
las personas famosas que nos acompañaron lo que recuerdo más. Más bien es que en
esos últimos días la sensación que teníamos en la campaña era la de una familia. La
franqueza y honestidad de Michelle demostraron ser de gran valor, durante la
campaña fue siempre natural. El equipo de Iowa la bautizó como The Closer por la
cantidad de gente que se alistaba cuando la oían hablar. Todos nuestros amigos más
cercanos y nuestros hermanos vinieron a Iowa, Craig desde Chicago y Maya desde
Hawái, también vino Auma desde Kenia; estaban los Nesbitt, los Whitaker, Valerie y
sus hijos, eso por no hablar del aluvión de tíos, primos y sobrinos de Michelle. Mis
amigos de la infancia de Hawái, compañeros de mis días como trabajador
comunitario, compañeros de la Escuela de Derecho y muchos de nuestros donantes
llegaron en grupos que parecían viajes organizados, muchas veces ni siquiera me
enteré de que estaban allí. Nadie exigió ninguna atención especial, todo lo contrario,
se presentaban en las oficinas de campaña, donde el chico que estaba a cargo les daba
un mapa y una lista de simpatizantes con los que contactar para celebrar la semana
entre Navidad y Año Nuevo con un portapapeles en la mano, llamando de puerta en
puerta con un frío entumecedor.
Era algo más que parientes o personas a la que conocíamos desde hacía años.
También sentía como a mi familia a todos aquellos con quienes había pasado tanto
tiempo en Iowa. Allí estaban los líderes locales del partido, como el fiscal general
Tom Miller y el tesorero Mike Fitzgerald, que se habían arriesgado por mí cuando
solo unos pocos lo habían hecho. Allí estaban también voluntarios como Gary Lamb,
un granjero progresista del condado de Tama que nos ayudó con su compromiso con
la comunidad rural; Leo Peck, un hombre de ochenta y dos años que llamó a más
puertas que nadie; Marie Ortiz, una enfermera afroamericana casada con un hispano
en una ciudad prácticamente blanca que venía al despacho para hacer llamadas tres o
cuatro veces a la semana y que a veces hasta le preparaba la cena a nuestro voluntario
porque pensaba que estaba muy flaco.
Familia.
Y estaban también, obviamente, los activistas locales. A pesar de lo ocupados que
estaban decidimos que invitaran a sus padres a la cena Jefferson-Jackson, y al día
siguiente hicimos una recepción solo para ellos, para que Michelle y yo pudiésemos
darles las gracias uno a uno y también a sus padres por unos hijos e hijas tan
maravillosos.
Hasta el día de hoy haría cualquier cosa por esos muchachos.
En la gran noche, Plouffe y Valerie decidieron acompañarme, junto a Reggie y
Marvin, a una visita sorpresa a un instituto de Ankeny, a las afueras de Des Moines,
donde varios distritos iban a celebrar su asamblea de designación de candidatos. Era
el 3 de enero, poco después de las seis de la tarde, una hora antes de que empezara la

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