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11/9/21 17:49 En Ruanda y Burundi el argumento étnico ya no tiene éxito - El Dipló

EDICIÓN 138 - DICIEMBRE 2010

UN PROCESO ELECTORAL ENGAÑOSO

En Ruanda y Burundi el argumento étnico ya no tiene


éxito
Por Colette Braeckman*

A pesar de las protestas de Kigali, el Alto Comisionado para los Derechos


Humanos de Naciones Unidas publicó, el 1º de octubre pasado, un informe
abrumador para Ruanda sobre los crímenes cometidos en la República
Democrática del Congo entre 1993 y 2003. La política securitaria del
presidente Paul Kagamé parece inspirar a su vecino, Burundi.

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Cuando el presidente burundés Pierre Nkurunziza prestó juramento para un segundo mandato de cinco
años el 26 de agosto pasado en Bujumbura, el único jefe de Estado en asistir fue su vecino Paul Kagamé,
presidente de la República de Ruanda. Ruanda y Burundi, ambos colonizados por Bélgica y a menudo
calificados como «falsos gemelos», comparten una historia marcada por las tensiones y las masacres entre
los tutsis, mayoritarios en ambos países. A uno y otro lado de la frontera, sin embargo, la base del problema
y las respuestas aportadas fueron diferentes.

Quince años después del genocidio de los tutsis en 1994, Ruanda sigue viviendo bajo la autoridad del Frente
Patriótico Ruandés (FPR). Este último, preocupado por reconstruir la identidad nacional, abolió
inmediatamente la mención de esa etnia en todos los documentos oficiales y prohibió que se hiciera
cualquier tipo de referencia a ella. La nueva Constitución (promulgada en 2003) y la ley sobre la prevención
del genocidio confirman esta decisión. Sin embargo, la Organización No Gubernamental (ONG) Amnistía
Internacional, consultada por el gobierno ruandés, considera que estos textos no sólo son muy imprecisos
sino que están interpretados muy ampliamente; en particular, porque permiten eliminar a potenciales
opositores 1. Dos candidatos a la elección presidencial de agosto de 2010 fueron acusados de «ideología
genocida» e interpelados; el jefe de Redacción de un diario fue arrestado.

En Burundi, después de la conclusión del Acuerdo de Arusha por la paz y la reconciliación en 2002 se adoptó
una actitud radicalmente inversa. Este acuerdo, firmado gracias a una larga mediación del ex presidente
sudafricano Nelson Mandela, puso fin a los diez años de guerra civil que siguieron al asesinato del
presidente hutu Melchior Ndadaye en 1993. En ese documento no solamente no se niega la existencia de las
dos etnias sino que, explícitamente reivindicada, da lugar a una política de cupos: la Asamblea Nacional está
compuesta por un 60% de hutus y un 40% de tutsis; el Senado es paritario, mientras que al frente del
Ejecutivo hay un presidente flanqueado por dos vicepresidentes, de etnia y de formación política diferentes;
en cuanto al ejército, antes calificado de «monoétnico tutsi», en la actualidad se compone de la mitad de
representantes de cada comunidad y tuvo que incorporar soldados provenientes de los antiguos
movimientos rebeldes.

Encrucijada de poder
La lucha por el poder se enfrenta ahora con formaciones consideradas como «hutus»: el Consejo Nacional
para la Defensa de la Democracia – Fuerzas para la Defensa de la Democracia (CNDD-FDD) del actual jefe de
Estado; el Frente para la Democracia en Burundi (Frodebu), partido al cual pertenecía el presidente
Ndadaye, y el Frente Nacional de Liberación (FNL) – Palipehutu, el último en haber abandonado la lucha
armada. Este último -el más antiguo de los movimientos «hutus»- estaba muy ligado al régimen genocida
ruandés. Después de las masacres de 1972 cometidas por los tutsis en Burundi y el éxodo de los hutus hacia
Tanzania, el FNL hizo reclutamientos en los campos de refugiados. Luego, mantuvo contactos con los hutus
ruandeses de las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR) que operan en la República
Democrática del Congo (RDC), al operar desde la selva del Kivu del Sur en la RDC 2.

El FNL, que reivindicó la masacre de refugiados tutsis en Gatumba (oeste de Burundi), en agosto de 2004,
con la participación de hutus ruandeses y de soldados congoleses, recién depuso realmente las armas para
constituirse en un partido político después de 2008. Los combatientes volvieron al país hace menos de un
año. El FNL-Palipehutu, que dispone de bases militares y de numerosos simpatizantes en las regiones
vecinas de Kivu del Sur y de la provincia de Bujumbura rural, se presenta como una alternativa al CNDD-
FDD, cuya corrupción denuncia. En cuanto a este último, inicialmente presentado como una formación Privacidad - Condiciones

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hutu, mantiene, paradójicamente, excelentes relaciones con el FPR, actualmente en el poder y dominado
por los tutsis. En efecto, Kigali execra el Frodebu y más aun el FNL, considerando que su ideología es
«genocida». Estos últimos años, los dos países han desarrollado una cooperación securitaria estrecha
(ejército, policía). Bujumbura, incluso, expulsó hacia Kigali, sin contemplaciones, al opositor Déo
Mushayidi. Este tutsi sobreviviente del genocidio, antiguo periodista llegado de Bélgica donde estaba
exiliado, quería crear un movimiento armado de oposición al presidente Kagamé.

A pesar de su autoritarismo, los dos regímenes cuentan con un apoyo extranjero rayano en la complacencia.
Es así que la «comunidad internacional» se mostró muy discreta en el momento en que se produjo la
expulsión de la representante de la asociación Human Rights Watch por parte de los dos países en mayo de
2010, y cuando Burundi despidió al penúltimo representante especial de la Organización de Naciones
Unidas (ONU). Esta indulgencia se explica por la voluntad de no comprometer «los logros» y, sobre todo, de
alentar regímenes que se anotaron en la primera fila en la «lucha contra el terrorismo». Burundi envió
especialmente a Somalia un contingente militar de varios miles de hombres en el marco de la Afrisom
(operación militar de la ONU). Este compromiso le valió, a semejanza de Uganda, ser amenazado con una
acción punitiva de los «shebabs», los islamistas somalíes ligados a Al-Qaeda. En cuanto a Ruanda, desplegó
3.300 cascos azules en Darfour, entre los cuales un contingente femenino.

La elección presidencial de agosto de 2010, ganada por Kagamé con el 93% de los sufragios, parecía a tal
punto definida de antemano que la Unión Europea consideró inútil enviar una misión de observación.
Únicamente Estados Unidos, a través de Johnnie Carson, el secretario de Estado Adjunto para Asuntos
Africanos, se preocupó por la suerte reservada a la oposición y por la ausencia de la libertad de expresión.
En Burundi, el escrutinio presidencial de junio de 2010, que dio la victoria a Nkurunziza con el 91% de los
votos, sólo fue el remate de un proceso de marginalización de los partidos adversarios. Sin embargo, a pesar
de algunas reservas, los observadores internacionales avalaron el escrutinio y felicitaron al vencedor.

«Trabaje y rece»

El jefe de Estado burundés, ex profesor de Educación Física, conocido por sus performances deportivas y su
fe religiosa, siguió a la vez sus tendencias personales y los consejos de Kigali. Durante meses, si no años,
Nkurunziza se ocupó de afianzar su posición en el campo, donde vive más del 80% de la población. En
Bujumbura la prensa, las asociaciones y los intelectuales denunciaban con valentía las malversaciones del
régimen (por ejemplo la venta dudosa del avión presidencial) y el acaparamiento de puestos para el partido
dominante. Convencidos de que su coalición tenía una chance de ganar contra un poder desacreditado, doce
partidos de la oposición (entre ellos el Frodebu, el FNL, un ala disidente del CNDD y el Movimiento Social
para la Democracia [MSD], fundado por el ex periodista Alexis Sinduhije) constituyeron un frente común: la
Alianza Democrática para el Cambio (ADC-Kinigi).

En la capital, se burlaban con gusto de este jefe de Estado a menudo ausente, a quien irritaban las
recepciones diplomáticas y que se alejaba de Bujumbura cada viernes al mediodía para ir hasta los pueblos. Privacidad - Condiciones

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Allí, recurriendo a su eslogan «trabaje y rece», distribuía a los campesinos plantas de paltas o de árboles
frutales; disputaba con los jóvenes un partido de fútbol al frente de su equipo personal llamado «Aleluya».
El ex guerrillero dormía en las parroquias, alentaba a las asociaciones creadas por los concejales y
administradores comunales miembros de su partido a fabricar ladrillos y edificar escuelas y centros de salud.
En las regiones rurales surgieron cerca de 1.500 nuevos establecimientos escolares.

Para los campesinos alejados de los centros de poder, a menudo desilusionados por las manipulaciones
étnicas de los partidos políticos, víctimas de los grupos armados o de los militares, la simplicidad del jefe de
Estado era seductora. Tanto más cuanto que se acompañaba de medidas muy valoradas: la gratuidad de la
enseñanza primaria, la exoneración del pago de la salud para los niños de menos de cinco años y para las
mujeres embarazadas. Antes sucedía que las parturientas, incapaces de pagar los gastos de hospitalización,
eran retenidas como rehenes durante el tiempo que necesitaba la familia para reunir la suma requerida.

Esta división del terreno dio sus frutos: mientras que partidos como el FNL o la Unión para el Progreso
Nacional (Uprona) -el antiguo partido único que representaba antes a los tutsis- acumulaban votos en los
barrios de Bujumbura, el campo otorgaba al CNDD resultados «soviéticos», superando siempre el 90%. El
peso del partido y el control social hicieron el resto. En su discurso de asunción, el presidente Nkurunziza
aseguró que su victoria era la de todos. Pero el miedo y la represión golpean cada vez más: el periodista Jean-
Claude Kavumbagu fue arrestado al igual que más de 240 opositores; varios dirigentes de la ADC (Léonard
Nyangoma, Alexis Sinduhije y Agathon Rwasa, el muy carismático líder del FNL) prefirieron desaparecer y
abandonar el país, temiendo un arresto inmediato; la tortura retornó.

Aunque las armas heredadas de los años de guerra están todavía ocultas en las colinas, la defección de la
oposición -que ha boicoteado los diversos escrutinios, confirmando así la mayoría absoluta del partido
presidencial- hace temer una vuelta de las hostilidades: antiguos rebeldes desmovilizados, decepcionados
por sus condiciones de reinserción se dirigen hacia la selva de la Kibira, vecina de Ruanda y de Kivu del Sur,
se registran desapariciones dentro de las fuerzas armadas. Si la guerra volviera a empezar, tendría como
objetivo echar del poder al CNDD y su primera motivación no sería pues de orden étnico.

Los éxitos de Kigali se citan a menudo como ejemplo: el crecimiento económico es del 7%, un quinto del
presupuesto del Gobierno está consagrado a la salud, todos los funcionarios y muchos empleados del sector
privado tienen acceso a las mutuales de salud, el 90% de los niños frecuentan la escuela primaria, las
mujeres jóvenes son mayoría en la docencia y en las bancas de la Asamblea Nacional, las mujeres son más
numerosas que los hombres. A la inversa de Burundi y de la RDC, Ruanda lucha efectivamente contra la
corrupción. Kigali, cuyo plan maestro se inspira en Singapur, desea transformarse en el cruce de servicios y
transacciones comerciales para toda la subregión. En la escena internacional, el presidente Kagamé puede
invocar la entrada en el Mercado Común del África Oriental y Austral (Comesa), del restablecimiento de las
relaciones diplomáticas con Francia a fines de 2009 3 y de una normalización de las relaciones con
Kinshasa. Mientras que el ejército ruandés ocupó una parte del país durante cuatro años (1998-2002), el
presidente Kagamé asistió a la conmemoración del 50 aniversario de la independencia de la RDC, donde
incluso fue aplaudido 4.

Un sistema policial útil y eficaz


Esas adquisiciones incontestables ingresan en gran parte en el triunfo electoral del jefe de Estado ruandés, a
quien hasta los hutus le están agradecidos por la seguridad que reina en el país. Como su homólogo
burundés, Kagamé había recorrido los campos mucho antes de la campaña electoral, multiplicando los Privacidad - Condiciones

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mitines, las reuniones con los administrados y concluyendo con los legisladores «pactos de gobierno»,
fijando objetivos de desarrollo para alcanzar en un tiempo determinado. Esta política de proximidad dio sus
frutos, pero también aquí, el clima general de intimidación y el hecho de dejar fuera del juego a la oposición
pesaron sobre los votos.

En Burundi, la libertad de la prensa sigue siendo una de las grandes conquistas de la transición y las
asociaciones, muy activas, temen encontrarse en primera línea frente al poder dada la defección de los
partidos de oposición. El asesinato de Ernest Manigumwa, vicepresidente de una organización de lucha
contra la corrupción, Oricome, abatió los espíritus. Hace tiempo que las ONG internacionales (muchas de
ellas fueron expulsadas) y nacionales fueron refrenadas en Ruanda, que la prensa evoluciona en un marco
muy controlado y que la población tiene la sensación de vivir en un sistema policial a la vez sutil y eficaz.

Mientras el presidente Kagamé habría iniciado su segundo mandato con verdaderos logros internos e
internacionales, el malestar parece instalarse reforzado por la publicación, el 1º de octubre de 2010, de un
informe de Naciones Unidas sobre las exacciones cometidas en el Este de la RDC, acusando gravemente a las
tropas ruandesas 5. Sin embargo, no más que en Burundi, el peligro principal no viene del clivaje entre hutus
y tutsis o de presiones internacionales, sino de una conjunción de opositores de origen muy diverso: en la
selva de Kivu del Norte ahora se forman alianzas aparentemente contra la naturaleza entre ciertos grupos
hutus provenientes de las FDLR, partidarios del general Laurent Nkunda -durante mucho tiempo aliado de
Kigali, ese tutsi congolés francófono se encuentra bajo arresto domiciliario en la capital ruandesa-, y
opositores tutsis a Kagamé, provenientes de la órbita del régimen.

En efecto, la defección del ex jefe del Estado mayor, el general Faustin Kayumba Nyamwasa y la del general
Patrick Karegeya, ambos refugiados en Sudáfrica, representó una brecha en la cima del FPR, el partido en el
poder. Estos dos hombres, en efecto, eran miembros de un «club» muy cerrado, el de los ex refugiados tutsis
en Uganda, que fundaron el FPR a fines de los años 1980, después de haber servido en las filas del ejército
ugandés. Estos dos viejos compañeros, miembros de la encumbrada elite anglófona de Kigali, reprocharon a
Kagamé su autoritarismo. Pero el presidente, que desde hace tiempo ha cambiado su uniforme militar por el
de el «buena gobernabilidad», afirma que quiere combatir la corrupción y los privilegios hasta en sus
propias filas, a riesgo de enfurecer a sus antiguos compañeros de lucha: «Si no la atacamos sin piedad, la
corrupción amenaza con destruir el país», asegura a quien quiera escucharlo. Kayumba, que era embajador
en India, acusado de haber originado los atentados con granadas en Kigali, en febrero de 2010, fue obligado
a huir a Sudáfrica, donde escapó a tiempo de una tentativa de asesinato.

Aunque los tres países de la región reforzaron su cooperación securitaria -en 2009, el ejército ruandés
participó de la persecución de los rebeldes hutus junto al ejército congolés y en septiembre de 2010, el
general James Kababere, ministro de Defensa ruandés fue a Kinshasa- en Ruanda, tanto como en Burundi,
el «apogeo electoral» puede mostrarse engañoso y ocultar riesgos de desarrollos violentos que no se reducen
a la oposición entre hutus y tutsis…

Amnistía Internacional, «El silencio es más seguro: el efecto intimidante de las leyes ruandesas sobre la
ideología del genocidio y el sectarismo», 31-8-10.
Mwayila Tshiyembé, «Congo, una caldera que hace temblar a la región», Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur, Buenos Aires, diciembre de 2008.
Benoît Francès, «Francia-Ruanda, ¿la reconciliación al precio de la justicia?», Informe Dipló, 15-9-10
(www.lemondediplomatique.com.ar).
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En 1996, dos años después del genocidio, las tropas ruandesas operaron en territorio congoleño con el
fin de forzar a los refugiados hutus a volver al país y persiguieron a los «genocidas» en fuga. Aliadas a
Burundi y a Uganda, tomaron parte, durante esta «primera guerra del Congo» en el derrocamiento del
régimen del mariscal Mobutu. (Ver Colette Braeckman, L’enjeu congolais, l’Afrique centrale après
Mobutu, Fayard, París, 1999).
Las fuerzas ruandesas masacraron a los refugiados hutus encuadrados en las fuerzas del antiguo régimen
como también a los congoleños de etnia hutu y otros civiles sospechados de haber ayudado a los
refugiados. Los autores del informe sugieren, prudentemente, que tales hechos podrían ser calificados de
«actos de genocidio» por un tribunal competente. El portavoz del gobierno ruandés calificó ese informe
de «malintencionado, ofensivo y ridículo» y también de «peligroso e irresponsable».

* Periodista, Le Soir, Bruselas.

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