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HACIA UN HUMANISMO DEMOCRATICO EN LA

EDUCACION

Jorge Capella Riera

Se suele considerar que la educación tiene que estimular el desarrollo de las


potencialidades del hombre como una totalidad y hay quienes creemos que, desde este
enfoque, las instituciones educativas deben convertirse en instancias en las que se
fragüe la democracia. Ello puede contribuir a que nuestros pueblos avancen hacia
modelos renovados de democracia más participativa. Sin embargo, cuando se vive una
situación de crisis tan grave como la que nos aqueja, no sólo debemos pensar en
defender y consolidar las instituciones democráticas sino que hay que repensarlas.

Es por esto que al ser invitado a presentar una ponencia sobre este tema he aceptado
con mucho gusto, pues soy consciente de la importancia de participar en un debate de
tanta trascendencia.

Divido la exposición en tres partes: en la primera preciso los conceptos-clave de este


estudio; en la segunda me aboco a los elementos esenciales de una educación
humanista democrática y en la tercera analizo cuatro variables que intervienen en la
formación de una mentalidad democrática y en el desarrollo del compromiso democrático.

1. Precisiones conceptuales.

Dada la fuerte polisemia que presentan los conceptos-clave que voy a utilizar en este
estudio es preciso que explicite el sentido que les doy.

1.1. Humanismo.

Como he desarrollado en uno de mis libros (1987)), hay diversos humanisnos,


observándose entre ellos matices muy variados. Yo he optado por un humanismo
científico-tecnológico de inspiración cristiana que tiene sus raíces en Mounier, Lacroix,
Xirau, Freire, Teilhard de Chardin, etc.

Los planteamientos básicos de este humanismo los sintetizo así:

 La persona es una noción límite, un vector de comportamiento, un ·"deber ser" que


apunta a dos metas: al logro del individuo -logro que sólo se obtiene en relación con
los demás - y al desarrollo de la sociedad - a base de unas instituciones que sean
máximamente liberadoras -. Los valores de la intimidad deben armonizarse con los
valores de la comunidad; ni unos ni otros pueden quedar menospreciados.

 Sólo una persona creadora de valores puede superar el impase en que vive el hombre
de hoy. Las cosas, además de existir, resulta que valen cuando son lo que deben ser.
Pero tal valor queda ignorado por las cosas. La persona comprende y realiza el valor,
ya que la persona sólo existe cuando está transida por el ansia de valores. Esta ansia
se identifica con la libertad creadora de uno mismo con la ayuda de los demás. La
persona es la capacidad de desligarse de todo para quedar siempre abierta al otro.
Sólo de esta guisa puede buscársele sentido a la vida.

 El hombre puede reflexionar sobre sí mismo y colocarse en un momento dado en una


cierta realidad: es un ser en búsqueda constante de ser más, y como puede ser
autoreflexivo es posible que se descubra como un ser inacabado que está a la
búsqueda de sentido. Este buscar debe hacerse con otros seres que también buscan
ser más y en la comunión con otras conciencias.

 El bien común consiste en la conveniente estructuración social y organización de


manera que pueda aunar los intereses, esfuerzos e ideales de todos los miembros. A
este bien común deben subordinarse los derechos individuales de propiedad privada
o de ejercicio de poder.

1.2. Educación.

La educación, según expresión de Mantovani (1960), presupone una idea de hombre. En


cierto sentido, la historia de la educación puede hacerse rastreando la concepción que las
distintas épocas han sustentado acerca de la persona humana.

Hay momentos históricos en que ese concepto ha sido claro, firme y universal. Otras
épocas se han caracterizado por una situación de crisis que presenta una contraposición
de doctrinas y modos de ver al hombre. La era actual ofrece esta característica y la
educación sufre esta incertidumbre.

Yo entiendo la educación como un fenómeno y como un proceso que condicionan la


liberación de los seres humanos y de los pueblos.

 Coincido con Guédez (1980) en que la educación es, fundamentalmente, un fenómeno


personal-histórico-social-ideológico. La educación nace en la sociedad, se dinamiza y
administra a través de sus instituciones configurativas siendo además garantía de su
supervivencia y progreso. La educación es parte de la realidad social, y como tal está
en relación con todos los elementos de la misma, recibiendo de ellos influencias, no
divorciada de su contexto sino vinculada con todo el sentido de la dinámica histórica.

De esta suerte, no es posible separar nuestra vocación histórica de un esquema


educativo. Dicho en otros términos, no podemos concebir un proyecto pedagógico al
margen de un proyecto histórico global, y tampoco favorecer la conquista y consolidación
de un proyecto histórico sin el apoyo de un proyecto educativo que actúe como aliento y
orientación.

 Por otra parte la educación es un proceso de emancipación, mediante el cual los


sujetos y los pueblos dejan de ser meros sujetos para convertirse en agentes de su
propio destino, gracias a su capacidad transformadora.

Como bien apunta Freire (1969) la educación verdadera es praxis, reflexión del hombre
sobre el mundo para transformarlo. Se basa Freire en el hecho de que para el ser humano
el mundo es una realidad objetiva susceptible de ser conocida por él. Parte también de la
idea que el hombre es un ser de relaciones y no sólo de contactos. "No sólo está en el
mundo, sino con el mundo". En la relación que ambos entablan existe una pluralidad
dentro de la singularidad del yo, lo que implica posibilidad de crítica, es decir, una actitud
reflexiva y no refleja.

1.3. Democracia.

En su libro sobre la materia, Bourdeau declara que "la democracia es hoy una filosofía, un
modo de vivir, una religión, y casi accesoriamente, una forma de gobierno".

Yo considero que la democracia representa tanto un ideal de justicia como una forma de
gobierno. El ideal consiste en creer que la libertad y la igualdad son buenas en sí mismas
y que la participación democrática en el gobierno incrementa la dignidad humana. El ideal
y la práctica de la democracia están inseparablemente ligados porque si los gobernantes
están sujetos a la aprobación de los votantes, es más probable que los traten con justicia.

La democracia requiere respeto a los otros, tolerancia, la convicción que nadie tiene la
verdad absoluta, que colectivamente debemos ir encontrando los objetivos que nos
proponemos.

Me pregunto si, según postula Fukuyama (1992), sólo la democracia liberal puede
satisfacer de un modo racional el deseo humano de reconocimiento, ya que confiere los
derechos elementales de la ciudadanía en un plano universal de igualdad.

Pienso que no, pues en su doble alcance, como estilo de vida y como sistema de
organización política y social, la democracia no representa una estructura estática, sino
progresiva: cambia continuamente, se renueva de un modo incesante. Como dice el
mismo Fukuyama, la elección de la democracia debe surgir del plano de la política y la
ideología, es decir, del esfuerzo consciente del hombre por reflexionar acerca de su
situación en la sociedad y crear reglas e instituciones que, de algún modo, vayan de
acuerdo con su propia naturaleza esencial.

1.4. Humanismo democrático.

Como explica magistralmente Mantovani (1960) por su significado general la democracia


tiene su eje en el hombre, constituye un humanismo activo según el cual el ser humano
tiene que formarse libremente, conforme a íntimas posibilidades y externas necesidades;
a la inversa de la vida en los regímenes autocráticos en los que el individuo es un
patrimonio del Estado o de otra institución cualquiera. La piedra de toque de la vida
democrática es el valor del individuo en virtud del cual la dignidad de cada persona se
convierte en el objetivo de la vida en común. El gobierno y las instituciones no se erigen
para anular al individuo sino para asegurar su felicidad, su máximo desarrollo y la amplia
expresión de sus valores personales y sociales.

Los principios de libertad e igualdad distinguen el ideal democrático de otros ideales


políticos. Y la fraternidad, entendida como responsabilidad para con otros, y la justicia
concebida como el dar a cada quien lo que le pertenece, son concepciones sustantivas
del pensamiento democrático, que fortalecen la hermandad que debe caracterizar al
género humano.

Conforme a la concepción occidental, un gobierno democrático tiene que asegurar a los


ciudadanos un máximo de libertad, como testimonio del respeto que merece la dignidad
humana. La libertad, en este contexto, queda limitada por las leyes y otras disposiciones
que organizan racionalmente su práctica diaria; de esta manera, quedan reguladas las
relaciones de los hombres entre sí, de los poderes públicos entre sí y de los hombres con
estos poderes para evitar que los ciudadanos abusen de la libertad y que los gobernantes
también abusen de ella al ajercer la autoridad delegada.

Hay que destacar entonces la aceptación que los demócratas hacen de las normas
legales, sea porque son autoimpuestas, sea porque media la voluntad o el consentimiento
de aceptarlas, aunque provengan de otros.

2. La Educación Democrática.

El humanismo democrático ha dejado de ser un tema exclusivo de la ciencia política para


ser también un problema fundamental de la educación, como paso a precisar.

2.1. Carácter democrático de la educación postulado en los foros internacionales.

En el Seminario Interamericano sobre “Educación, desarrollo y democracia” (PREDE-


OEA, 1986) se estudiaron aquellos aspectos que deben fomentar o problemas que deben
considerar los sistemas educativos para fortalecer la participación democrática de los
países; y viceversa, el fortalecimiento de los principios democráticos que pueden incidir en
el mejoramiento de los propios sistemas educativos.

La Declaración de Guadalajara (1991), formulada por la Cumbre de Jefes de Estado y


Presidentes de Gobierno de América Latina, sostiene que la educación, como servicio a la
comunidad nacional, "se asienta en la democracia, el respeto a los derechos humanos y
las libertades fundamentales" y que se compromete "con el desarrollo económico y social
de nuestros pueblos, la plena vigencia de los derechos humanos, la ampliación de los
cauces democráticos, el fortalecimiento de nuestros sistemas institucionales y el respeto a
los marcos de derecho internacional".

En la Declaración de Guadalupe (OEI,1992), firmada por los Ministros de Educación de


los países de Iberoamérica, leemos: "Estamos convencidos de que los fundamentos
éticos de la democracia y su ejercicio efectivo, así como el desarrollo económico y social,
tienen en la educación un instrumento fundamental. La educación y la cultura, como
elementos que conforman profundamente nuestras sociedades, han de efectuar su
contribución para la consolidación en el espacio iberoamericano de comunidades más
libres, prósperas y solidarias."

Y la Declaración de Madrid (OEI, 1993), que recoge las conclusiones de la Segunda


Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno de Latinoamérica, reafirma el
compromiso de los firmantes "con la democracia representativa, el respeto a los derechos
humanos y las libertades fundamentales como pilares que son de nuestra comunidad.
Sólo mediante la salvaguardia de estos valores se pueden superar cabalmente los
obstáculos internos de orden político, económico o social que se plantean en nuestros
países. Ello exige un desarrollo equilibrado y justo, cuyos beneficios alcancen a todos."

2.2. Relación de necesidad entre democracia y educación.

Y es que la democracia necesita de la educación como palanca promotora, llegándose así


a identificar democracia y educación. Es un modo de vida que carece de ímpetu y
claridad sin la educación
Por otra parte, el ser humano tiene el derecho inalienable e irrenunciable a la educación
como base de su realización humana por lo que la democratización de la educación es,
en sentido amplio, la igualdad de oportunidades para dar y recibir los bienes de la cultura
a lo largo de la vida.

Ahora bien, para que se ajuste a los postulados de un humanismo democrático la


educación debe, a su vez, ser auténticamente democrática, asegurar y promover la
identidad nacional, tener en cuenta la realidad de la sociedad en la que está inserta,
garantizar la vigencia de los Derechos Humanos en el seno de las instituciones dedicadas
a la educación, hacer posible la maduración de la persona y propiciar en las instituciones
educativas un clima que favorezca la personalización, socialización y sistematización de
la acción educativa.

2.3. Educación en y para la democracia.

Hago mía la idea de Herrera (1986) de que la educación es un proceso permanente de


formación armónica y equilibrada de la personalidad humana, que contribuye a adquirir
conocimiento y control de sí mismo (autoposesión), así como conciencia propia
(autoconciencia), de su realidad, de modo que esa formación le permita avanzar hacia la
perfección relativa (perfectibilidad), inherente a la persona y a la sociedad.
Consecuentemente, en esta línea de pensamiento, el desarrollo de la persona, como
totalidad, requiere una acción educativa que no termina.

Hay que agregar que la educación también es un proceso social y culturalmente


condicionado, ya que no se educa en igual forma en un país que en otro, debido a que los
países organizan sus fuerzas e influencias para condicionar el comportamiento de las
personas, según los valores, los ideales y las tradiciones de la sociedad. Así, por
ejemplo, si nos proponemos inculcar actitudes y propiciar vivencias democráticas,
sembraremos en la persona los fundamentos que la guiarán hacia una vida democrática.
No sería igual si únicamente habláramos de democracia, pero las actitudes y vivencias
fueran de carácter dictatorial; caso en el cual no deberíamos sorprendernos si
formáramos un ser autoritario, inflexible, deshumanizado. Puede considerarse, entonces,
que la educación entrega así un gran aporte a la democracia: formar personas libres,
responsables, equilibradas y de vocación democrática, capaces de perfeccionar este
sistema de vida política, tan anhelado.

Por consiguiente, la educación democrática desempeña un papel básico en la formación


de la persona. Esta, al desarrollarse, va incorporándose al medio social, viviendo sus
valores (los del grupo), creándolos, contribuyendo así a un proceso de continuidad y de
renovación axiológica, en armonía con el legado nacional y la creativa dimensión de la
misma persona. Nada de lo que se haga en educación puede ni debe trastocar,
obstaculizar o retardar el proceso de desarrollo de la persona. Objetivos, contenidos,
métodos, técnicas, etc., han de ser instrumentos concebidos y administrados con la
oportunidad y eficacia imprescincibles para un sano despliegue de las personas, de los
grupos, de las comunidades.

En tal sentido, la educación para la participación en el vida democrática, como señala


Herrera (1986) -a quien sigo en esta parte-:

 Tiene por objeto:


 Hacer sus aportes al desarrollo integral de la persona humana y a la evolución civilista
y política de los países.

 Formar personas que sean capaces de cumplir deberes y ejercer derechos, cuando
alcancen su condición de ciudadanos.

 Coadyuvar en la preparación que los ciudadanos necesitan para ejercer directa o


indirectamente el gobierno.

 Crear una mentalidad para la participación activa, libre, responsable y eficaz.

 Para que ello sea posible requiere

 Que se respete la dignidad de la persona humana, concebida como un ser racional,


libre, espiritual, insustituible, imperfecto pero perfectible, condicionado pero no
determinado, y que decide sobre su destino.

 Un firme compromiso educativo de los diferentes sectores y de las "personas clave"


de la sociedad política, en razón de que ambos ejercen una marcada influencia sobre
los criterios y las actitudes de las personas.

 Que se desarrolle con objetividad, imparcialidad y sin rigidez ideológica. Esto requiere
que los sujetos involucrados en ella mantengan una constante información y
comunicación, a efectos de que cada quien enriquezca su propia experiencia
valorativa, con la de los otros.

 Ser llevada a la práctica en los diferentes niveles de la educación formal y en las


instancias de la educación no formal o extraescolar. En la primera, toma la forma de
educación cívica o ciudadana. En la segunda, las sociedades intermedias asumen
una responsabilidad directa. En ambos casos, El Estado debe brindar las facilidades
pertinentes, para que este proceso formativo transcurra con eficacia, en un ambiente
de confianza y respeto de las libertades políticas, y cuente con el apoyo de los medios
necesarios.

 Una elevada responsabilidad, así como un gran espíritu y compromiso cívico de


quienes hacen formación política.

 Un ambiente familiar democrático, en el que se inculquen, desde temprana edad, los


valores propios de esta forma de vida política.

 El aprendizaje de la democracia real en las instituciones educativas, con vivencias que


conduzcan a niños y jóvenes a la práctica de los mecanismos de la democracia y a
una mejor percepción y valoración de su ideal social.

3. Cuarto variables que intervienen en la formación de una mentalidad democrática


y en el desarrollo del compromiso democrático.

En base a lo expuesto y a las demás variables que intervienen en la vida democrática voy
a considerar con algún detalle cuatro aspectos que considero esenciales para la
formación de una mentalidad democrática y desarrollar el compromiso democrático:
libertad, participación, política y ética.

3.1. Libertad.

El crecimiento integral de la persona en su relación con el mundo y con los demás, con la
institucionalidad local, nacional y universal, deber ser la fragua incesante de la libertad,
entendida como una experiencia de naturaleza personal y como motor de la acción. La
educación, en todas sus funciones, categorías y modalidades, tiene como objetivo
principal estimular y orientar a los sujetos para que realicen al máximo sus
potencialidades de libertad. La educación debe rendir culto práctico a la libertad, no al
libertinaje. Ese culto a la libertad no acepta los ritos que consagran el menor esfuerzo y el
éxito fácil, porque el goce pleno de la libertad se levanta sobre los pedestales de la
disciplina individual y colectiva, del esfuerzo máximo y hasta de las privaciones. Así, la
vivencia de la libertad es el crisol en el cual se depura y perfecciona gradualmente la
persona.

a. Libertad y responsabilidad.

Como bien apunta Herrera (1986), libertad y responsabilidad son valores generados en un
riguroso orden de sucesión. No puede ser responsable, en sentido estricto, quien carece
de libertad. La libertad que implica la conciencia valorativa de los actos da base a la
responsabilidad y ésta crea, en la persona, ese carácter superior de la vida humana con
que culmina su desarrollo interior. En este importantísimo sentido, la educación ha de ser
el laboratorio vivencial de la responsabilidad. Y como la persona, por derecho natural, es
sujeto de obligaciones y atribuciones inalienables, la educación debe trabajar
incesantemente para propiciar y reforzar, en la persona y en el grupo, la conciencia de su
responsabilidad y, consecuentemente, del valor de sus decisiones y de la consecuencia
de sus actos.

La educación para el cambio, otra de las vertientes primarias de ella, debe reconocer que
existen en la persona principios, valores y aspiraciones que son inherentes a su
naturaleza humana y que deben ser tomados en cuenta en su preparación frente al
quehacer cotidiano y a las situaciones emergentes. Tal preparación estará cimentada en
el juicio crítico, en la entereza, en la creatividad, en la responsabilidad, para que conduzca
al éxito. Capacitar al hombre libre para que enfrente racionalmente el cambio y para que
lo promueva en aquellos aspectos en que lo considere necesario, útil y vinculado al bien
común, debe ser, en definitiva, una de las principales orientaciones y uno de los grandes
compromisos de la educación, especialmente en un momento histórico en el que el
cambio es permanente, vertiginoso y necesario.

b. Libertad y autoridad no son incompatibles.

La vida, dice López Ibor (1981), es un proyecto y cada vida humana es la realización de
un proyecto singular. Pero, en lo más íntimo del acto de vivir, se halla la experiencia de la
libertad. En cuanto alborea la conciencia el mundo se nos presenta como un haz de
posibilidades entre las que es preciso decidir. No se trata de una elección como un acto
perfecto de una voluntad libre al modo como lo estudiaba la metafísica clásica, sino de
una elección que está en las fronteras entre lo biológico y lo psíquico. La misma vida de
los instintos ya se inscribe en el pentagrama de las elecciones. Se elige comer esto o
aquello y, lo que es más radical, se elige comer o no comer. Esta radicalidad es la que va
implícita en el acto de vivir, puesto que también se elige continuar viviendo.
Es por esto que el ser libres también está sujeto a un aprendizaje. La libertad es un
problema educativo ya que ser libre es un hacerse libre, es un madurar en lo humano.

Ahora bien, a mi entender ni la educación libertaria ni la educación autoritaria constituyen


educaciones de la libertad. Una y otra confunden autoridad y coacción. Cuando unos
hombres coaccionan a otros, los enajenan; pero la coacción no siempre es mala. Cuando
la autoridad educadora se convierte en testimonio de la acción indispensable para
alcanzar la libertad, en vez de coactar, posibilita el paso hacia la única libertad dada a los
hombres: la autocoacción. El educador será un libertador cuando le proporcione al sujeto
medios de ser el dueño -y no el esclavo de su endocrinología o del medio ambiente-; el
dueño de su propio destino.

Y si la libertad consiste, en última instancia, en la expansión del ser y en el ejercicio de la


plenitud de sus facultades, no se ve por qué la autoridad debe temerle, dado que tiende a
obtener idénticos resultados en los sujetos a los que pretende educar, es decir, liberar.

c. Libertad, disciplina y autoridad.

Desde esta perspectiva, coincido con quienes creen que la autoridad en la educación
debe ser liberadora y no esclavizante; no utilizar a aquéllos que le obedecen para sus
propios fines, sino que se subordina a ellos para marchar juntos hacia la construcción del
hombre que ambos tienen como meta, refiriéndose siempre a la construcción del hombre
no sólo en su finalidad última sino también en sus medios que pueden confundirla y
lanzarla por los caminos del condicionamiento.

Como apunta Serer (1991), la indisciplina nace más que de la rebeldía de los de abajo, de
la falta de autoridad de los de arriba. De la autoridad nace, el respeto; pero si el educador
quiere ser respetado por el estudiante, debe empezar por respetarse a sí mismo y
respetar también a los alumnos. Los mejores maestros son los que más saben respetar a
los estudiantes.

La autoridad del maestro nace de su aptitud y vocación para el cargo, de su ilustración y


competencia en las materias que explica, de su moralidad y buenos modales en sus
relaciones con los alumnos, de su prudencia y modestia al educar, de su consagración e
interés por sus cosas, de su carácter constante y propio.

3.2. Participación.

Los ciudadanos que no participan o lo hacen siguiendo indicaciones ajenas, dice Mayor
Zaragoza (1987), es como si no existieran como tales: “Participo, luego existo”. Y, como
apunta Herrera (1986), el hombre de hoy lucha por cambiar su papel de "espectador" por
el de "agente"; ya no se conforma con soportar pasivamente lo que sucede en su entorno,
porque quiere tomar en sus manos la construcción de su propia historia. Quiere ser
protagonista y arquitecto de su propio destino, antes que ser objeto pasivo de los grupos
de dirigentes y de sus tácticas proteccionistas y asistenciales; quiere participar consciente
y responsablemente en el desarrollo de su auténtica vocación personal y en el desarrollo
y perfectibilidad de la sociedad en que está inserto. Y, en el cumplimiento de este
trascendente papel, la educación para la participación tiene mucho que aportar. Como
una derivación de todo esto, podríamos agregar a aquella definición clásica de
democracia: "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", la idea de "con el
pueblo".

Si como personas somos insustituibles, en el sentido de que nadie puede tomar nuestro
lugar en la superior tarea de edificar nuestra propia vida y de participar en la construcción
de la historia de la sociedad en la que estamos insertos, para realizarnos a plenitud y
crear condiciones de vida más humanas, dice Herrera, (1986), es imperativo que esas
tareas, que nadie puede hacer por nosotros, las realicemos junto con todos los demás.
Esta doble vertiente nos plantea la necesidad de que cada uno de nosotros participe
como persona, consciente y responsablemente, para alcanzar la realización de sí mismo
y la de todos los demás. Con base en esta concepción, deberíamos convertirnos en
asiduos promotores de la participación en cada una de las actividades en que
intervengamos y disponernos a superar aquellas fuerzas contrapuestas que la niegan o
atentan contra ella. Un elevado compromiso de los demócratas debe ser el fomento de la
participación, por ser condición necesaria para que el hombre encuentre en ella su propia
proyección, interactuando con todos los otros, de los cuales es parte. De esto se
desprende que el proceso de logro de la persona humana se da necesariamente en la
convivencia social.

La participación requiere un esfuerzo y una orientación hacia una meta común. Por ello
se afirma que es activa. Y como el hombre se organiza libremente en diferentes
sociedades, es necesario que haya mecanismos institucionales que canalicen su
participación por medio de esas sociedades, a efectos de que aquella no dependa
exclusivamente de la tendencia humana a la generosidad. Vista así, la participación es un
derecho y un deber, y un proceso social mediante el cual se fortalece la solidaridad que
comporta la pertenencia a una sociedad. Hay un componente educativo en la
participación, ya que los participantes necesitan información objetiva, completa y
comprensible sobre los aspectos involucrados en ella. Y lo hay igualmente cuando se les
prepara para evaluar y ponderar esa información. Tal componente exige la idea de una
participación consciente, libre y responsable. La participación será eficaz si se desarrolla
bajo las anteriores características y si logra los resultados que con ella se persiguen.

En esta línea de pensamiento, la educación desempeña un papel fundamental porque no


hay participación sin una mentalidad participativa. Esta última, a su vez, se verá
estimulada, provocada, por el cambio de estructuras sociales, producto de la variación de
actitudes, valores y perspectivas en cada hombre y, por ende, en la sociedad. Es en este
campo donde la educación desempeña su importantísimo papel. La educación para la
participación debe estar dirigida tanto hacia la población -especialmente a los sectores
marginados, que siempre muestran niveles educativos muy deficientes- como a quienes
integran las instituciones socioeconómicas y políticas de la comunidad. De esta manera
se evitarían conflictos innecesarios y situaciones de violencia que se producirían entre las
instituciones y las organizaciones comunales. (Herrera, 1986)

3.3. Política.

Tal como nos recuerda Herrera (1986), la política afirmaba Maritain es un asunto de
hombres, concebido el hombre no como una idea, sino como un ser existente, único e
irremplazable. Es decir, como persona con inteligencia, sentimientos y voluntad, más
independiente que siervo.

Ahora bien, la persona humana necesita vivir en sociedad para lograr su plenitud, la que
no puede alcanzar por sí sola, no solamente en una sociedad política dada, sino también
en otras sociedades: intelectuales, económicas, culturales, deportivas; cada una de las
cuales busca su propio bien común, superior a los bienes particulares de los miembros
que las integran; no obstante esto, ninguna sociedad debe convertirse en un fin en sí
misma, en demérito del supremo interés de personas que tienen los seres en ella
comprometidos.

En la sociedad política las personas tienen una tarea común que les sirve de soporte para
vivir juntas: el bien común general, herencia humana de la que nadie puede ser privado.
Es un bien recibido que debe preservarse y enriquecerse con el esfuerzo de todos. El
bien común de la sociedad política no sólo es el conjunto de bienes y servicios de utilidad
pública o de interés nacional (obras materiales, leyes, finanzas, historia, instituciones,
etc.), sino que es mucho más que la suma de todo esto. Es algo más humano.
Comprende cuanto hay de conciencia cívica, de sentido de libertad, de derecho, de
rectitud moral, de convivencia, de felicidad, de justicia y de solidaridad. Todo esto ayuda
a cada miembro de la sociedad política a perfeccionar su vida y su libertad de persona.
Sin lugar a dudas, la educación asume un fuerte compromiso con esta concepción de bien
común, en cuanto que le corresponde preparar, formar al hombre libre para que pueda
realizar, en unión con los demás, esa inmensa y humana tarea común.

En el orden práctico, la política es considerada como una actividad orientada hacia la


conquista del gobierno y hacia la búsqueda del bien común, actividad en la que todo
hombre debe participar, tanto por su derecho a tomar parte en el gobierno- directa o
indirectamente-, como porque en la construcción del bien común él encuentra el camino
de su perfección relativa. Surge, nuevamente, la idea de participación, ahora en política,
la cual debe ser un derecho irrenunciable e insustituible de los ciudadanos que integran la
sociedad política y que no puede ser alterado, desviado ni suprimido con otras formas de
participación social o económica.

Quiero además decir con Herrera (1986), que educar para la participación en el proceso
político, en una sociedad de vida democrática, exige, necesariamente, un fuerte
compromiso de los sectores sociales que ejercen notoria influencia en la educación de la
persona humana: gobierno, familia, comunidad, escuela, colegios profesionales,
sindicatos, asociaciones, municipios (gobiernos locales), partidos políticos, etc.; así como
una función docente que, en esta formación política, deben asumir las personas que
influyen en una comunidad o en una sociedad dada. Se trata de aquellas "personas
clave" que moldean las actitudes y los criterios de los demás. En otras palabras, formar
para vivir y participar en el proceso político es una responsabilidad, un desafío, que
envuelve a toda la sociedad (sociedad docente) y requiere voluntad, un ideal común,
compromiso, decisión política y, fundamentalmente, el ejercicio responsable de la libertad.

3.4. Etica-moral.

Giroux (1983) afirma que la teoría educativa, aún la radical, ha sido incapaz de
desplazarse desde la crítica hacia una visión sustantiva atrapada como ha estado en la
paradoja de exhibir indignación moral sin contar con la ventaja de una teoría bien definida
de la ética y la moralidad,. En otras palabras, los educadores radicales no han podido
desarrollar un fundamento ético, ni un conjunto de intereses sobre los cuales construir una
filosofía pública que tome en serio la relación que existe entre las instituciones educativas
y una vida pública democrática.
Quizá estemos viviendo hoy en día un momento especialmente propicio para estudiar la
dimensión ética presennte/ausente en las distintas esferas del quehacer humano, en el
plano de la vida privada y de la pública, y estar en mejores condiciones de orientar a los
estudiantes.

La posmodernidad, dice Cardona (1990), apareció como reacción ante las contradicciones
de la modernidad pero el ruidoso fracaso de esta reacción tiene que ser una severa
lección histórica, que debería llevarnos no sólo a evitar consecuencias extremas y
especialmente desagradables como el fenómeno del desencantamiento y el
individualismo, sino a revisar el comienzo de toda esa penosa aventura de la humanidad.

A ello habría que agregar el predominio creciente para la visión y ordenación de lo social,
político y cultural, de unos criterios provenientes de la racionalidad
estratégico/instrumental, con lo cual, el mundo de los fines y valores queda también
mediatizado y relegado al mundo de la subjetividad. El economicismo imperante copa así
el espacio de legitimación de las opciones y decisiones. Lamentablemente, muchas veces
las decisiones o juicios no superan el mero sentido común, las tradiciones de grupo o los
puros intereses personales y el pragmatismo.

Es más, tanto en el llamado "mundo de la vida" (Habermas, 1991) como en la política y el


ámbito cultural, se deja sentir crecientemente la influencia de un escepticismo moral, de
un relativismo valórico o de un pragmatismo consensualista que no admite
cuestionamientos. En todos ellos se deja sentir el significado de la caída de los grandes
proyectos y utopías, la crítica a toda filosofía de la historia y a toda posibilidad de cambio
del orden establecido. El mismo orden moral, sostiene Salvat (1994) aparece cuestionado
y puesto como representativo de meras "ficciones" útiles para la vida práctica: de una
ética sin metafísica, habríamos pasado a una ética sin moral, toda vez que los postulados
que la configuran (libertad, autonomía, voluntad, deber, racionalidad), se habrían
mostrado como "entelequias" inventadas para poder darle sentido y fijación a un mundo
que, en verdad, se mueve en eterno retorno y sin sentido.

No obstante la gravedad de lo expuesto, no se trata de echar por la borda las conquistas


de la modernidad y retornar a un tradicionalismo conservador, así como tampoco, de
abandonarse a un nihilismo o relativismo moral. La discusión ético-moral no es fácil pero
no por ello menos imprescindible en la actualidad, en que es la propia vida y su calidad, la
dignidad de tantos hombres y mujeres o la sobrevivencia del planeta lo que está en juego.
Por ello, cualquier ética que se pretenda a la altura de los desafíos de hoy requiere poder
articular, reflexiva y argumentadamente, los principios de la autonomía moral, la
autodeterminación y la solidaridad. Quizá desde ellos podamos reconstruir orientaciones
educativas que nos abran, una vez más, a un mejor destino para nosotros y la
humanidad.

Se trata primordialmente, como nos señala Simons (1998), de cimentar, hacer creíble y
comprensible el replanteamiento de la ética en cuanto que no es algo sobreañadido, una
superestructura respecto al ser mismo del hombre y percibido como una carga a veces
innecesaria, sino como la vocación del hombre a ser verdaderamente humano, a tener
que encontrar y dar sentido a su vida en la búsqueda de su realización auténtica y plena
en sus dimensiones personal, social e histórica. El "deber ser" de la ética surge y se
sustenta en el ser mismo del hombre, en su estructura antropológica.
La exigencia ética no proviene de una autoridad externa al hombre; es una exigencia de
su condición de ser humano. El hombre no puede elegir ser ético o no. En expresión de
López Aspitarte que parafrasea a Sartre, " el hombre está condenado a ser ético. El
animal tiene su vida resuelta por el dinamismo de sus instintos a los que, por otra parte no
puede escapar. Al hombre, en cambio, los instintos le son insuficientes y no se le ha dado
un modo específico y determinado de ser y comportarse, sino que él mismo tiene que
encontrarlo, y en ello se da conjuntamente el llamado ético y su dignidad de ser humano".

Explicitando lo dicho, Simons (1998) plantea cuatro dimensiones del fundamento ético en
el ser humano que, a mi entender, deben ser otras tantas premisas de una formación
ético-moral para la vida democrática :

1). El hombre como ser consciente, libre y por tanto responsable, se ve en la necesidad
ineludible de elegir y de emitir juicios de valor para poder optar consciente, libre y
responsablemente. Así el hombre sólo es responsable ética y moralmente en la medida
que es libre y consciente y, justamente por ello, responsable de sus actos.

2). El hombre no tiene un destino predeterminado de encontrar y dar un sentido a la vida


(y a su propia vida) que oriente el quehacer de las personas y la sociedad. Aquí entra en
juego la afectividad del hombre que desea el bien aunque lo haga de manera equivocada,
pues la búsqueda de sentido a la vida es algo que compromete a todo el hombre y no sólo
su inteligencia.

3). El hombre como ser histórico en búsqueda de autenticidad y humanidad se encuentra


entre lo que es y lo que debe, puede y quiere ser; entre su ser de hombre y su
autenticidad y humanidad, es decir su autorrealización personal, social y trascendente.
Del ser antropológico se deriva el deber ser y hacer ético, pero al mismo tiempo el ser del
hombre sólo alcanza su plenitud a través del llamado ético. El ser proyecto de sí mismo
es lo que hace al hombre ser ético. Es el llamado a construir su propio ser en libertad.

4). El hombre como ser social y solidario modela y es modelado por el medio socio -
cultural. El bien y mal que hacemos repercute en los otros y viceversa. Nuestros actos
afectan y cualifican a los otros hombres y esto es recíproco. De esta suerte la exigencia
ética de construir la solidaridad es clara.

El actuar de esta forma nos posibilitará ser, como ciudadanos, conciencia moral en
nuestra sociedad desmoralizada, y en parte amoral, pero que tiene una base humana de
gran valor. Esta tarea me parece indispensable para el desarrollo de un humanismo
democrático que vise la revitalización de la vida política en nuestro país.

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