Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
EDUCACION
Es por esto que al ser invitado a presentar una ponencia sobre este tema he aceptado
con mucho gusto, pues soy consciente de la importancia de participar en un debate de
tanta trascendencia.
1. Precisiones conceptuales.
Dada la fuerte polisemia que presentan los conceptos-clave que voy a utilizar en este
estudio es preciso que explicite el sentido que les doy.
1.1. Humanismo.
Sólo una persona creadora de valores puede superar el impase en que vive el hombre
de hoy. Las cosas, además de existir, resulta que valen cuando son lo que deben ser.
Pero tal valor queda ignorado por las cosas. La persona comprende y realiza el valor,
ya que la persona sólo existe cuando está transida por el ansia de valores. Esta ansia
se identifica con la libertad creadora de uno mismo con la ayuda de los demás. La
persona es la capacidad de desligarse de todo para quedar siempre abierta al otro.
Sólo de esta guisa puede buscársele sentido a la vida.
1.2. Educación.
Hay momentos históricos en que ese concepto ha sido claro, firme y universal. Otras
épocas se han caracterizado por una situación de crisis que presenta una contraposición
de doctrinas y modos de ver al hombre. La era actual ofrece esta característica y la
educación sufre esta incertidumbre.
Como bien apunta Freire (1969) la educación verdadera es praxis, reflexión del hombre
sobre el mundo para transformarlo. Se basa Freire en el hecho de que para el ser humano
el mundo es una realidad objetiva susceptible de ser conocida por él. Parte también de la
idea que el hombre es un ser de relaciones y no sólo de contactos. "No sólo está en el
mundo, sino con el mundo". En la relación que ambos entablan existe una pluralidad
dentro de la singularidad del yo, lo que implica posibilidad de crítica, es decir, una actitud
reflexiva y no refleja.
1.3. Democracia.
En su libro sobre la materia, Bourdeau declara que "la democracia es hoy una filosofía, un
modo de vivir, una religión, y casi accesoriamente, una forma de gobierno".
Yo considero que la democracia representa tanto un ideal de justicia como una forma de
gobierno. El ideal consiste en creer que la libertad y la igualdad son buenas en sí mismas
y que la participación democrática en el gobierno incrementa la dignidad humana. El ideal
y la práctica de la democracia están inseparablemente ligados porque si los gobernantes
están sujetos a la aprobación de los votantes, es más probable que los traten con justicia.
La democracia requiere respeto a los otros, tolerancia, la convicción que nadie tiene la
verdad absoluta, que colectivamente debemos ir encontrando los objetivos que nos
proponemos.
Me pregunto si, según postula Fukuyama (1992), sólo la democracia liberal puede
satisfacer de un modo racional el deseo humano de reconocimiento, ya que confiere los
derechos elementales de la ciudadanía en un plano universal de igualdad.
Pienso que no, pues en su doble alcance, como estilo de vida y como sistema de
organización política y social, la democracia no representa una estructura estática, sino
progresiva: cambia continuamente, se renueva de un modo incesante. Como dice el
mismo Fukuyama, la elección de la democracia debe surgir del plano de la política y la
ideología, es decir, del esfuerzo consciente del hombre por reflexionar acerca de su
situación en la sociedad y crear reglas e instituciones que, de algún modo, vayan de
acuerdo con su propia naturaleza esencial.
Hay que destacar entonces la aceptación que los demócratas hacen de las normas
legales, sea porque son autoimpuestas, sea porque media la voluntad o el consentimiento
de aceptarlas, aunque provengan de otros.
2. La Educación Democrática.
Formar personas que sean capaces de cumplir deberes y ejercer derechos, cuando
alcancen su condición de ciudadanos.
Que se desarrolle con objetividad, imparcialidad y sin rigidez ideológica. Esto requiere
que los sujetos involucrados en ella mantengan una constante información y
comunicación, a efectos de que cada quien enriquezca su propia experiencia
valorativa, con la de los otros.
En base a lo expuesto y a las demás variables que intervienen en la vida democrática voy
a considerar con algún detalle cuatro aspectos que considero esenciales para la
formación de una mentalidad democrática y desarrollar el compromiso democrático:
libertad, participación, política y ética.
3.1. Libertad.
El crecimiento integral de la persona en su relación con el mundo y con los demás, con la
institucionalidad local, nacional y universal, deber ser la fragua incesante de la libertad,
entendida como una experiencia de naturaleza personal y como motor de la acción. La
educación, en todas sus funciones, categorías y modalidades, tiene como objetivo
principal estimular y orientar a los sujetos para que realicen al máximo sus
potencialidades de libertad. La educación debe rendir culto práctico a la libertad, no al
libertinaje. Ese culto a la libertad no acepta los ritos que consagran el menor esfuerzo y el
éxito fácil, porque el goce pleno de la libertad se levanta sobre los pedestales de la
disciplina individual y colectiva, del esfuerzo máximo y hasta de las privaciones. Así, la
vivencia de la libertad es el crisol en el cual se depura y perfecciona gradualmente la
persona.
a. Libertad y responsabilidad.
Como bien apunta Herrera (1986), libertad y responsabilidad son valores generados en un
riguroso orden de sucesión. No puede ser responsable, en sentido estricto, quien carece
de libertad. La libertad que implica la conciencia valorativa de los actos da base a la
responsabilidad y ésta crea, en la persona, ese carácter superior de la vida humana con
que culmina su desarrollo interior. En este importantísimo sentido, la educación ha de ser
el laboratorio vivencial de la responsabilidad. Y como la persona, por derecho natural, es
sujeto de obligaciones y atribuciones inalienables, la educación debe trabajar
incesantemente para propiciar y reforzar, en la persona y en el grupo, la conciencia de su
responsabilidad y, consecuentemente, del valor de sus decisiones y de la consecuencia
de sus actos.
La educación para el cambio, otra de las vertientes primarias de ella, debe reconocer que
existen en la persona principios, valores y aspiraciones que son inherentes a su
naturaleza humana y que deben ser tomados en cuenta en su preparación frente al
quehacer cotidiano y a las situaciones emergentes. Tal preparación estará cimentada en
el juicio crítico, en la entereza, en la creatividad, en la responsabilidad, para que conduzca
al éxito. Capacitar al hombre libre para que enfrente racionalmente el cambio y para que
lo promueva en aquellos aspectos en que lo considere necesario, útil y vinculado al bien
común, debe ser, en definitiva, una de las principales orientaciones y uno de los grandes
compromisos de la educación, especialmente en un momento histórico en el que el
cambio es permanente, vertiginoso y necesario.
La vida, dice López Ibor (1981), es un proyecto y cada vida humana es la realización de
un proyecto singular. Pero, en lo más íntimo del acto de vivir, se halla la experiencia de la
libertad. En cuanto alborea la conciencia el mundo se nos presenta como un haz de
posibilidades entre las que es preciso decidir. No se trata de una elección como un acto
perfecto de una voluntad libre al modo como lo estudiaba la metafísica clásica, sino de
una elección que está en las fronteras entre lo biológico y lo psíquico. La misma vida de
los instintos ya se inscribe en el pentagrama de las elecciones. Se elige comer esto o
aquello y, lo que es más radical, se elige comer o no comer. Esta radicalidad es la que va
implícita en el acto de vivir, puesto que también se elige continuar viviendo.
Es por esto que el ser libres también está sujeto a un aprendizaje. La libertad es un
problema educativo ya que ser libre es un hacerse libre, es un madurar en lo humano.
Desde esta perspectiva, coincido con quienes creen que la autoridad en la educación
debe ser liberadora y no esclavizante; no utilizar a aquéllos que le obedecen para sus
propios fines, sino que se subordina a ellos para marchar juntos hacia la construcción del
hombre que ambos tienen como meta, refiriéndose siempre a la construcción del hombre
no sólo en su finalidad última sino también en sus medios que pueden confundirla y
lanzarla por los caminos del condicionamiento.
Como apunta Serer (1991), la indisciplina nace más que de la rebeldía de los de abajo, de
la falta de autoridad de los de arriba. De la autoridad nace, el respeto; pero si el educador
quiere ser respetado por el estudiante, debe empezar por respetarse a sí mismo y
respetar también a los alumnos. Los mejores maestros son los que más saben respetar a
los estudiantes.
3.2. Participación.
Los ciudadanos que no participan o lo hacen siguiendo indicaciones ajenas, dice Mayor
Zaragoza (1987), es como si no existieran como tales: “Participo, luego existo”. Y, como
apunta Herrera (1986), el hombre de hoy lucha por cambiar su papel de "espectador" por
el de "agente"; ya no se conforma con soportar pasivamente lo que sucede en su entorno,
porque quiere tomar en sus manos la construcción de su propia historia. Quiere ser
protagonista y arquitecto de su propio destino, antes que ser objeto pasivo de los grupos
de dirigentes y de sus tácticas proteccionistas y asistenciales; quiere participar consciente
y responsablemente en el desarrollo de su auténtica vocación personal y en el desarrollo
y perfectibilidad de la sociedad en que está inserto. Y, en el cumplimiento de este
trascendente papel, la educación para la participación tiene mucho que aportar. Como
una derivación de todo esto, podríamos agregar a aquella definición clásica de
democracia: "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", la idea de "con el
pueblo".
Si como personas somos insustituibles, en el sentido de que nadie puede tomar nuestro
lugar en la superior tarea de edificar nuestra propia vida y de participar en la construcción
de la historia de la sociedad en la que estamos insertos, para realizarnos a plenitud y
crear condiciones de vida más humanas, dice Herrera, (1986), es imperativo que esas
tareas, que nadie puede hacer por nosotros, las realicemos junto con todos los demás.
Esta doble vertiente nos plantea la necesidad de que cada uno de nosotros participe
como persona, consciente y responsablemente, para alcanzar la realización de sí mismo
y la de todos los demás. Con base en esta concepción, deberíamos convertirnos en
asiduos promotores de la participación en cada una de las actividades en que
intervengamos y disponernos a superar aquellas fuerzas contrapuestas que la niegan o
atentan contra ella. Un elevado compromiso de los demócratas debe ser el fomento de la
participación, por ser condición necesaria para que el hombre encuentre en ella su propia
proyección, interactuando con todos los otros, de los cuales es parte. De esto se
desprende que el proceso de logro de la persona humana se da necesariamente en la
convivencia social.
La participación requiere un esfuerzo y una orientación hacia una meta común. Por ello
se afirma que es activa. Y como el hombre se organiza libremente en diferentes
sociedades, es necesario que haya mecanismos institucionales que canalicen su
participación por medio de esas sociedades, a efectos de que aquella no dependa
exclusivamente de la tendencia humana a la generosidad. Vista así, la participación es un
derecho y un deber, y un proceso social mediante el cual se fortalece la solidaridad que
comporta la pertenencia a una sociedad. Hay un componente educativo en la
participación, ya que los participantes necesitan información objetiva, completa y
comprensible sobre los aspectos involucrados en ella. Y lo hay igualmente cuando se les
prepara para evaluar y ponderar esa información. Tal componente exige la idea de una
participación consciente, libre y responsable. La participación será eficaz si se desarrolla
bajo las anteriores características y si logra los resultados que con ella se persiguen.
3.3. Política.
Tal como nos recuerda Herrera (1986), la política afirmaba Maritain es un asunto de
hombres, concebido el hombre no como una idea, sino como un ser existente, único e
irremplazable. Es decir, como persona con inteligencia, sentimientos y voluntad, más
independiente que siervo.
Ahora bien, la persona humana necesita vivir en sociedad para lograr su plenitud, la que
no puede alcanzar por sí sola, no solamente en una sociedad política dada, sino también
en otras sociedades: intelectuales, económicas, culturales, deportivas; cada una de las
cuales busca su propio bien común, superior a los bienes particulares de los miembros
que las integran; no obstante esto, ninguna sociedad debe convertirse en un fin en sí
misma, en demérito del supremo interés de personas que tienen los seres en ella
comprometidos.
En la sociedad política las personas tienen una tarea común que les sirve de soporte para
vivir juntas: el bien común general, herencia humana de la que nadie puede ser privado.
Es un bien recibido que debe preservarse y enriquecerse con el esfuerzo de todos. El
bien común de la sociedad política no sólo es el conjunto de bienes y servicios de utilidad
pública o de interés nacional (obras materiales, leyes, finanzas, historia, instituciones,
etc.), sino que es mucho más que la suma de todo esto. Es algo más humano.
Comprende cuanto hay de conciencia cívica, de sentido de libertad, de derecho, de
rectitud moral, de convivencia, de felicidad, de justicia y de solidaridad. Todo esto ayuda
a cada miembro de la sociedad política a perfeccionar su vida y su libertad de persona.
Sin lugar a dudas, la educación asume un fuerte compromiso con esta concepción de bien
común, en cuanto que le corresponde preparar, formar al hombre libre para que pueda
realizar, en unión con los demás, esa inmensa y humana tarea común.
Quiero además decir con Herrera (1986), que educar para la participación en el proceso
político, en una sociedad de vida democrática, exige, necesariamente, un fuerte
compromiso de los sectores sociales que ejercen notoria influencia en la educación de la
persona humana: gobierno, familia, comunidad, escuela, colegios profesionales,
sindicatos, asociaciones, municipios (gobiernos locales), partidos políticos, etc.; así como
una función docente que, en esta formación política, deben asumir las personas que
influyen en una comunidad o en una sociedad dada. Se trata de aquellas "personas
clave" que moldean las actitudes y los criterios de los demás. En otras palabras, formar
para vivir y participar en el proceso político es una responsabilidad, un desafío, que
envuelve a toda la sociedad (sociedad docente) y requiere voluntad, un ideal común,
compromiso, decisión política y, fundamentalmente, el ejercicio responsable de la libertad.
3.4. Etica-moral.
Giroux (1983) afirma que la teoría educativa, aún la radical, ha sido incapaz de
desplazarse desde la crítica hacia una visión sustantiva atrapada como ha estado en la
paradoja de exhibir indignación moral sin contar con la ventaja de una teoría bien definida
de la ética y la moralidad,. En otras palabras, los educadores radicales no han podido
desarrollar un fundamento ético, ni un conjunto de intereses sobre los cuales construir una
filosofía pública que tome en serio la relación que existe entre las instituciones educativas
y una vida pública democrática.
Quizá estemos viviendo hoy en día un momento especialmente propicio para estudiar la
dimensión ética presennte/ausente en las distintas esferas del quehacer humano, en el
plano de la vida privada y de la pública, y estar en mejores condiciones de orientar a los
estudiantes.
La posmodernidad, dice Cardona (1990), apareció como reacción ante las contradicciones
de la modernidad pero el ruidoso fracaso de esta reacción tiene que ser una severa
lección histórica, que debería llevarnos no sólo a evitar consecuencias extremas y
especialmente desagradables como el fenómeno del desencantamiento y el
individualismo, sino a revisar el comienzo de toda esa penosa aventura de la humanidad.
A ello habría que agregar el predominio creciente para la visión y ordenación de lo social,
político y cultural, de unos criterios provenientes de la racionalidad
estratégico/instrumental, con lo cual, el mundo de los fines y valores queda también
mediatizado y relegado al mundo de la subjetividad. El economicismo imperante copa así
el espacio de legitimación de las opciones y decisiones. Lamentablemente, muchas veces
las decisiones o juicios no superan el mero sentido común, las tradiciones de grupo o los
puros intereses personales y el pragmatismo.
Se trata primordialmente, como nos señala Simons (1998), de cimentar, hacer creíble y
comprensible el replanteamiento de la ética en cuanto que no es algo sobreañadido, una
superestructura respecto al ser mismo del hombre y percibido como una carga a veces
innecesaria, sino como la vocación del hombre a ser verdaderamente humano, a tener
que encontrar y dar sentido a su vida en la búsqueda de su realización auténtica y plena
en sus dimensiones personal, social e histórica. El "deber ser" de la ética surge y se
sustenta en el ser mismo del hombre, en su estructura antropológica.
La exigencia ética no proviene de una autoridad externa al hombre; es una exigencia de
su condición de ser humano. El hombre no puede elegir ser ético o no. En expresión de
López Aspitarte que parafrasea a Sartre, " el hombre está condenado a ser ético. El
animal tiene su vida resuelta por el dinamismo de sus instintos a los que, por otra parte no
puede escapar. Al hombre, en cambio, los instintos le son insuficientes y no se le ha dado
un modo específico y determinado de ser y comportarse, sino que él mismo tiene que
encontrarlo, y en ello se da conjuntamente el llamado ético y su dignidad de ser humano".
Explicitando lo dicho, Simons (1998) plantea cuatro dimensiones del fundamento ético en
el ser humano que, a mi entender, deben ser otras tantas premisas de una formación
ético-moral para la vida democrática :
1). El hombre como ser consciente, libre y por tanto responsable, se ve en la necesidad
ineludible de elegir y de emitir juicios de valor para poder optar consciente, libre y
responsablemente. Así el hombre sólo es responsable ética y moralmente en la medida
que es libre y consciente y, justamente por ello, responsable de sus actos.
4). El hombre como ser social y solidario modela y es modelado por el medio socio -
cultural. El bien y mal que hacemos repercute en los otros y viceversa. Nuestros actos
afectan y cualifican a los otros hombres y esto es recíproco. De esta suerte la exigencia
ética de construir la solidaridad es clara.
El actuar de esta forma nos posibilitará ser, como ciudadanos, conciencia moral en
nuestra sociedad desmoralizada, y en parte amoral, pero que tiene una base humana de
gran valor. Esta tarea me parece indispensable para el desarrollo de un humanismo
democrático que vise la revitalización de la vida política en nuestro país.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
BERDIAEV, N.
1936 Esclavitud y libertad en el Hombre. Barcelona. Araluce.
CAPELLA, J.
1987 Educación. Un enfoque integral. Lima. Cultura y Desarrollo.
CARDONA, C.
1990 Etica del quehacer educativo. Madrid. RIALP.
FREIRE, P.
1970 Pedagogía del Oprimido. Montevideo. Tierra Nueva.
FUKUYAMA, F.
1992 Capitalismo y Democracia. El eslabón perdido. En Journal of Democracy. Julio.
National Endowment for Democracy.
GIROUX, H.
1983 Pedagogía Radical. Sao Paulo. Cortez Editora.
GUEDEZ, V.
1985 Lineamientos académicos para la definición de los perfiles profesionales.
Curriculum, Año 5, n. 10, Caracas.
HABERMAS, J.
1991 El discurso filosófico de la modernidad. Madrid. Taurus.
HERRERA, M.
1986 "Educar para la participación en el proceso político". La Educación, Revista
Interamericana de Desarrollo Educativo, No.100, II, III, Año XXX.
MANTOVANI, J.
1958 La educación popular en América. Aspectos y problemas. Buenos Aires.
Nova.
MARITAIN, J.
1952 El Hombre y el Estado. Buenos Aires. Kraft.
MAYORGA, L.
1994 Relaciones entre política, ética y economía. En Nueva América. Nº 61.
MAYOR, F.
1992 Los derechos humanos y la educación. Plan (DEI), No. 234-244. Enero-
Febrero.
PREDE-OEA
1986 Seminario Interamericano sobre Educación, desarrollo y democracia.
Washington, D.C.Agosto.
RATINOFF, L.
1986 Desarrollo educativo y democratización: notas para una discusión. En: La
Educación. Revista Interamericana de Desarrollo Educativo. Nº 100, Año XXX.
RIKER, W.H.
1994 Democracia. Participación ciudadana. OCP. Conciencia., Compañeros de las
Américas. Vol. 1. Nº 1. Septiembre.
SALVAT, P.
1994 Algunas paradojas de nuestra modernidad. En Nueva América. Nº 61.
SERER, V.
1991 La autoridad, el amor, la vigilancia, la emulación como medios de disciplina.
En Alborada. La Revista de Padres y Educadores. Nº 277. Julio-Agosto. Medellín.
SIMONS, A.
1998 Crisis y replanteamiento actual de la ética. En: Una ética para tiempos difíciles.
Centro de Espiritualidad Ignaciana.