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OBSOLESCENCIA

PROGRAMADA
■ La obsolescencia programada tiene su origen en la revolución industrial y la
producción en masa. La industria producía bienes y productos de forma
masiva con unos precios bastante accesibles para el consumidor. Pero en la
década de 1920 un grupo de empresarios tuvo la idea de crear productos que
tuviesen una vida útil más reducida para aumentar los beneficios, haciendo
que estos productos fueran reemplazados necesariamente después de un
tiempo de uso. Esto les aseguraba una demanda continua que podrían
satisfacer con su oferta masiva, algo que ellos consideraban como un gran
desarrollo económico.
■ El temor de que algún momento la necesidad de los consumidores dejara de existir
y no compraran sus productos hizo que los fabricantes decidieran agruparse y
formar cárteles para acortar la vida de los productos y aumentar las ventas. En ese
momento ingenieros y diseñadores recibieron un nuevo cometido: hacer productos
frágiles, confeccionados para tener un ciclo de vida muy por debajo de sus
posibilidades. Y pronto encontraron la fórmula para asegurar las ventas y promover
el consumo incesante de sus productos: acortar la vida útil de éstos de manera
programada.Así, en 1924 se constituyó el primer cártel mundial para el control de
la fabricación de bombillas, que presionaba a los fabricantes para controlar las
horas de duración de éstas.
■ Si en 1881 la primera bombilla de la historia tenía una duración de 1.500
horas, en 1924 los fabricantes presionados hacían esfuerzos por limitar su
duración a 1.000 horas. En 1924, una reunión de los principales
fabricantes de bombillas en Ginebra nació el cártel Phoebus, cuyo
objetivo era repartirse el mercado mundial. Esta organización estableció
también un estándar de duración de las bombillas: 1.000 horas, frente a
las 1.500 o 2.000 que eran habituales hasta entonces. El cártel multaba a
quienes fabricaban productos de mayor duración.
■ En 1929 debido a la crisis Wall Street con el crack de la Bolsa, se pensó en reducir la
vida útil de los productos como medida para reactivar la economía, poniendo así una
fecha de caducidad a cada producto. Se defendía la necesidad de acortar la vida útil
de los productos para reactivar la economía y salir de la depresión producida por el
crack de la bolsa. Esta propuesta supondría ventajas tanto microeconómicas como
macroeconómicas, ya que la producción de las empresas aumentaría, el empleo
subirá, el consumo también crecerá e incluso proveería un ingreso al Gobierno
Federal mejorando sus presupuestos. Aumentarían los ingresos fiscales al gobierno,
por el impuesto al nuevo producto mientras que en el caso de no aplicar esta
propuesta, se tendría que esperar a la muerte del dueño de cada bien para gravar
sobre la herencia. En otras palabras, ingresar por producto obsoleto en vez de
ingresar por dueño muerto.
■ En los años 50 la obsolescencia programada experimentó un cambio de paradigma, al
convertirse en la idea de seducir a la gente al consumo, generar deseo de poseer cosas
nuevas con la publicidad como herramienta principal. Esto tuvo un papel vital y lo
sigue teniendo en nuestro sistema capitalista actual, que está basado en esa premisa:
generar un deseo constantemente insatisfecho, y por tanto un consumidor
constantemente insatisfecho. De esta idea de seducción surgieron las modas, otra forma
de hacer obsoletos los productos que consumimos: compramos porque se lleva, porque
está de moda, porque es la tendencia social. la obsolescencia programada no solo
responde al deseo de la industria de vender más, sino también al del consumidor de
poseer el último modelo. La profesora de Economía de la Universidad de Yale Judith
Chevalier plantea que las compañías reaccionan a los gustos de los consumidores, y
que la obsolescencia programada no es un simple engaño de los fabricantes, sino que
en ciertas situaciones la culpa es de los consumidores, que no valoran un producto más
duradero, sino uno que posea la última tecnología.
La bombilla centenaria.
■ Uno de los mitos en torno a la obsolescencia programada se refiere también a una
bombilla: es la Centennial Light, la famosa lámpara del parque de bomberos de
Livermore-Pleasanton, en California, que lleva luciendo desde 1901 casi
ininterrumpidamente sin jamás fundirse, y que cuenta con su propia webcam. La
bombilla californiana se ha convertido en el icono del movimiento en contra de la
obsolescencia programada; la prueba, dicen algunos, de que es posible fabricar
productos que duren de por vida. No obstante, también en este caso la leyenda tiene
sus peros: un estudio determinó que el filamento, de carbono en lugar del de
tungsteno,  que más tarde se generalizaría, es ocho veces más grueso que el normal,
por lo que es difícil que llegue a fundirse. Pero semejante grosor tiene sus
contrapartidas, y es su gran ineficiencia energética; se piensa que originalmente su
potencia era de 30 vatios pero hoy luce con solo 4 vatios y apenas el brillo equivalente
a una vela de té. La Centennial Light es sin duda una venerable superviviente de los
tiempos anteriores a la obsolescencia programada. Pero no es el producto modelo que
hoy quisiéramos comprar. 
■ “En la industria, el modelo capitalista de producción en masa logró
introducir los mismos productos en millones de hogares pero, una vez
que esto se lograba en alguna rama de la producción, era necesario crear
nuevas necesidades haciendo variantes del mismo producto para poder
ampliar aún más el mercado. (...) La diversificación de los
electrodomésticos es otro ejemplo. (...) Las modas se acortaron en el
tiempo, los nuevos productos pasaron a convertir en obsoletos a los más
antiguos con mayor rapidez, y la basura y contaminación comenzó a
amontonarse también rápidamente” (Foladori, 2001: 162).
■ En la industria, el modelo capitalista de producción en masa logró introducir los mismos
productos en millones de hogares pero, una vez que esto se lograba en alguna rama de la
producción, era necesario crear nuevas necesidades haciendo variantes del mismo
producto para poder ampliar aún más el mercado. (...) La diversificación de los
electrodomésticos es otro ejemplo. (...) Las modas se acortaron en el tiempo, los nuevos
productos pasaron a convertir en obsoletos a los más antiguos con mayor rapidez, y la
basura y contaminación comenzó a amontonarse también rápidamente” (Foladori, 2001:
162).
■ La literatura diferencia dos maneras de acortar la vida útil de un producto: la
durabilidad artificial y la obsolescencia programada.
■ La durabilidad artificial se da cuando es producto de una estrategia de
acortamiento de vida útil antes del lanzamiento del producto nuevo al mercado.
Muchas veces es debido a la elección de los recursos y procesos productivos
por parte del fabricante. En cambio, la obsolescencia programada es la
estrategia de acortamiento de la vida útil del producto después de haber sido
lanzado al mercado. Bajo esta estrategia el fabricante pretende convencer al
consumidor de que reemplace su viejo producto por uno más nuevo haciendo
que el tiempo de uso del viejo producto sea inferior a su vida útil real (Orbach,
2004).
■ La tarea más dura para el fabricante es la de convencer al consumidor para que
adquiera el nuevo modelo para sustituir el que tiene desde hace poco. El entorno
competitivo hace que esta tarea sea más fácil ya que el consumidor considera que su
estatus social puede verse afectado si no tiene el último modelo del producto. Por esta
razón, los fabricantes juegan muchas veces con las ventajas competitivas de los
consumidores.
■ En realidad, frecuentemente este último modelo no tiene cambio significativos, es más,
sus cambios suelen ser más de aspecto estético que de aspecto funcional. Pese a ello el
consumidor cae en la trampa igualmente y adquiere el último modelo. En los mercados
donde los modelos se actualizan muy rápidamente, un consumidor racional no caería
en la trampa tan fácilmente. Es por ello que las empresas suelen sacar un nuevo modelo
cada determinado tiempo como en el caso de los iPhones que se actualiza cada año.
Esto es para que la digestión del producto se haga adecuadamente.
■ “Ya no los hacen como antes.” “Antes los móviles duraban mucho más, ahora se
rompen con mirarlos”. ¿Cuántas veces has escuchado esta frase? Esta reflexión
aparentemente inofensiva esconde detrás una espeluznante realidad: con el paso de
tiempo tendemos a proporcionar vidas más cortas a los productos que adquirimos.
En general, se sostiene que ciertos dispositivos, automóviles y otras tecnologías
tienen una vida útil deliberadamente corta, para que tengas que pagar para
reemplazarlos.
■ En diversas formas, desde la sutil hasta la no sutil, la obsolescencia programada es
un problema muy arraigado en la actualidad. Desde la llamada durabilidad
artificial, donde las piezas quebradizas se estropean, hasta que las reparaciones
cuestan más que los productos de reemplazo, hasta actualizaciones estéticas que
enmarcan versiones de productos anteriores como menos elegantes: los fabricantes
de productos no tienen escasez de artimañas para seguir abriendo las billeteras de
los clientes.
■ Hay autores como Romero(2010) que incluye el concepto
“discontinuación” para diferenciarla de la obsolescencia, explicándola
como la ruptura de la producción de un producto, es decir, el fabricante
deja de producir dicho componente o producto. Esto pasa sobre todo en
los productos de alto valor tecnológico. Para él, el ciclo de vida de un
producto pasa por seis etapas: lanzamiento, crecimiento, madurez,
decadencia, desaparición progresiva y discontinuación. Dicho de otra
manera, la discontinuación, en cierto modo, crea obsolescencia. Un
producto que ya no tiene piezas de repuesto no seguirá en el mercado por
lo que se hace obsoleto y le sustituyen nuevos modelos.
Tipos de obsolescencia.
■ Rob Lawlor (2014) diferencia tres tipos de obsolescencia: la obsolescencia del
artículo, la obsolescencia del producto y la obsolescencia de la tecnología. La
primera se refiere a una unidad en concreto de un producto, la segunda se
refiere al producto en general y la tercera se refiere a la tecnología usada para la
producción de este producto.
■ Para Brian Burns (2010) hay cuatro formas de obsolescencia: 1 La
Obsolescencia estética, que se divide en desgaste y moda. 2 La obsolescencia
social, dividida en dos grupos: cuando la sociedad deja de hacer algo y cuando
algo resulta obsoleto por ley. 3 La obsolescencia tecnológica, cuando un
producto se queda obsoleto al haber en el mercado otro más nuevo. 4 La
obsolescencia económica, cuando reparar algo es costoso en dinero.
■ Neil Maycroft (2009) añadió la obsolescencia estilística. Para explicarla,
plantea el siguiente ejemplo recogido en la obra de Chase (1925): “Un
grupo de diseñadores de París querían enriquecerse lo más rápido posible
por lo que se les ocurrió la idea de crear una mayor rotación en la moda
femenina para así incrementar las ventas, luego aumentar sus ingresos.”
Esta idea de los diseñadores se fue difundiendo y expandiendo
rápidamente en otros productos como los automóviles, la decoración, las
cubiertas de los libros y hasta las plantas de los jardines.
El marketing y la obsolescencia programada.

■ El marketing o mercadotecnia analiza el comportamiento del mercado debido a la


acción del consumidor y viceversa. Su objetivo principal es captar, retener y
fidelizar a los clientes y para alcanzarlo utiliza la publicidad, que es una de las
formas más eficaces de persuadir a la sociedad. Los anuncios se han integrado en
nuestras vidas; aunque muchos digan “yo nunca presto atención a los anuncios”,
en realidad estos anuncios ya están en nuestro subconsciente. De hecho,
consumimos tres horas de media de publicidad a la semana a través de la
televisión. Las grandes compañías pagan auténticas barbaridad para que sus
productos aparezcan en las películas mediante el uso que los personajes le dan al
producto.
■ Muchos diseñadores y creadores tienen como meta cambiar los hábitos
de consumo de los consumidores en vez de maximizar beneficios para la
empresa. Crean demanda a la vez que crean el producto, muchas veces
los consumidores ni siquiera son conscientes de que quieren el producto o
no, sino solo por el mero hecho de haber recibido publicidad del
producto.George Orwell (2005) dijo en su día lo siguiente de los buenos
publicistas “un auténtico genio de la publicidad es capaz de vender al
cliente el problema y la solución”. Y Brooks Stevens, uno de los primeros
y más importante diseñadores industriales de Estados Unidos, hablaba de
inculcar el deseo de comprar nuevas cosas (Dannoritzer, 2011).
Consecuencias.
■ Desde el punto de vista ético, producir bienes con una vida útil muy
reducida y limitada no es positivo. Solo Estados Unidos desecha más de
100 millones de móviles y más de 300 millones de ordenadores al año.
Solo el 0.1% de las televisiones que se venden en EEUU son reparadas y
reacondicionadas para un segundo uso (Baldé et tal., 2015). Esto no solo
implica el daño medioambiental que crea, sino que expone a las personas
a serios problemas de salud.La innovación tecnológica de los últimos
cien años ha sido muy importante, sobre todo en las últimas décadas.
Pero al mismo tiempo ha perjudicado a la naturaleza debido a la
explotación de los recursos por encima de sus límites y devolviendo a la
naturaleza una cantidad de residuos que ésta no puede soportar.
■ Utilización de una gran cantidad de recursos naturales al tener que
estar constantemente produciendo artículos. En este caso hay que
considerar que algunos de los recursos naturales que se utilizar para la
fabricación de algunos productos son muy escasos, un ejemplo es el
coltán.
■ Acumulación de residuos. Todos los aparatos que ya no se van a utilizar
se desechan y una mala gestión puede hacer que terminen en vertederos
ilegales. Al tener elementos que pueden contaminar el suelo o el agua es
importante que se gestionen correctamente y que se alargue la vida útil de
los aparatos electrónicos para así disminuir el número de residuos que se
generan.
■ Fomenta el consumo. Si ya de por sí nos animan a consumir constantemente el
hecho de que algunos productos tengan fecha de caducidad fomenta aún más
dicho consumo.
■ Conflictos geopolíticos. Algunos de los materiales que se utilizan en la
fabricación de ciertos aparatos electrónicos son tan escasos y valiosos que se
están dando serios conflictos geopolíticos por su explotación, es el caso del
coltán.
■ Países subdesarrollados terminan siendo los vertederos de los países
desarrollados. Un ejemplo es el país africano Ghana que reciben
constantemente contenedores llenos de residuos electrónicos que los países
desarrollados envían como productos de segunda mano cuando la gran mayoría
no funciona. Se puede ver como una oportunidad para los habitantes de Ghana
al poder repararlos y venderlos pero lo cierto es que la gran mayoría no sirven
para nada y terminan ocupando un espacio que pertenece a sus habitantes.
■ Montañas de basura tecnológica
■ La obsolescencia programada está involucrada en el impresionante crecimiento de
la basura electrónica que se ha producido en las últimas décadas. Según
Naciones Unidas generamos 50 millones de toneladas de residuos electrónicos al
año y, si se mantiene esta tendencia, podríamos alcanzar los 120 millones de
toneladas anuales en 2050.
■ Hoy tan solo se reciclan adecuadamente el 20% de estos desechos y la mayor
parte del 80% restante termina enterrado bajo el suelo. Se trata de materiales
tóxicos, que no son biodegradables y cuyo efecto dañino puede permanecer activo
durante cientos de años. Según la ONU, representan el 70% de los residuos
peligrosos que terminan en vertederos. Además, se calcula que en 2040 las
emisiones de carbono provenientes de la producción, uso y distribución de
aparatos electrónicos representará el 14% de las emisiones totales: un impacto
que se podría reducir considerablemente optimizando la vida útil de estos
productos.
■ Otro impacto que asesta la obsolescencia programada al medio ambiente es el
consumo energético de la producción. Schweitzer afirma que la filosofía de la
obsolescencia programada afecta a cada parte de la cadena de suministro de
un producto electrónico, pero puntualiza: “En los pequeños dispositivos,
como portátiles, smartphones, tabletas, libros electrónicos, el mayor impacto
medioambiental está en la producción”. Así ocurre a no ser que el producto
sean grandes electrodomésticos, como una lavadora, que consumen mucha
energía durante su vida útil. Aquí hay que tener en cuenta la huella de fabricar
cada componente, transportarlos hasta la fábrica y ensamblarlos. 
Una estimación de la Universidad McMaster, de Canadá, asociaba el 85% del
consumo energético de un smartphone a su proceso de producción,
incluyendo también la extracción de materiales.

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