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PRIMERA PERSONA:
Yo no puedo evitar sentir mucho miedo al salir a las calles en cualquier lugar de
México. Desde niña aprendí a enfrentar a las serpientes, comprendí que son tímidas y
se alejan de uno si no les demostramos miedo. Sin embargo, el peligro existe. Nada
tiene que ver el desierto donde yo vivo con la Ciudad de México, salvo que tuve que
usar la astucia que aprendí de tanto caminar los llanos por los que camino. En muy
familia. En el 2017 viajé sola y por una estancia de dos meses. No solo viví la
experiencia del terremoto del 19 de septiembre sino también los terribles momentos de
sentirme acosada por un viejo inútil. Cuando le hice la parada al taxi, me sentí confiada
indiqué al chofer que me llevara al Zócalo. Yo, como toda ranchera confiada iba
platicando como si nada y él, avezado, supongo, en el oficio del acoso, empezó a
hacerme preguntas, que si yo era norteña, que yo era diferente, que si andaba sola.
-No, mi familia me espera en el Gran Hotel, ahí están todos esperándome, le dije. El
viejo quería que le diera mi número de teléfono, y me dijo -date una escapada, así lo
hacen todas. Por todo el trayecto sus palabras obscenas estuvieron conduciéndome
por un túnel oscuro, de miedo, no sabía yo por que calles iba, hasta que me acordé de
las serpientes. A la media hora, divisé la catedral como si fuera el cielo, me sentí feliz
de saber que llegaba ahí. Le pagué y me dijo que se me olvidaba darle mi número de
teléfono – ah, es cierto -le dije-. Por supuesto le di uno falso para que nunca más me
Tú crees que la Ciudad de México es muy segura. Me has dicho muchas veces que es
tú ciudad favorita, que es el único lugar en el mundo donde eres feliz porque te gusta
antes. En las calles no platiques con desconocidos, no mires directamente a los ojos a
nadie, llévate una bolsa pequeña que compres en el mercado, que crean que eres
pobre. El lugar menos seguro son los taxis, así que contratas Uber. No me salgas con
que la sangre te jala a esa ciudad con el cuento de que te encapsulas en la historia, ya
no quieres salir del Gran Hotel, solo porque fue un gran Mall en la época de Porfirio
Díaz, es cierto que el elevador es bellísimo como también es cierto que te pierdes en
las librerías de viejo por toda la mañana sin encontrar los libros que esperabas. Ahí es
que Benito Juárez era el enemigo. La sangre te llama a la gran urbe por la cultura o,
más bien, tu obsesión de viajar sola te conduce al peligro. Evita los taxis y llévate esta
tarjeta de José Pérez, es mi chofer de confianza cuando yo viajo allá, dile que vas de
mi parte.
TERCERA PERSONA:
El día del viaje llegó y aunque Martha se sentía nerviosa por viajar sola también estaba
feliz porque al fin haría realidad sus sueños. Su familia se quedó muy triste al
despedirla y preocupados todos por los peligros que pudiera enfrentar en la inmensa
Ciudad de México. Al llegar a Coyoacán, lugar donde se hospedaría, por lo menos los
primeros días, mientras comprobaba si el lugar era seguro, Martha hizo amistad con
Clara, la casera. Clara era de mediana edad, pero tenía el porte de los personajes de
historias que Martha había leído. Incluso la hija, Mónica, también era como uno de los
– Te advierto -le dijo Clara-no debes ser tan confiada y no te subas a los taxis como si
nada. Toma llévate mi número de teléfono si te pierdes, me hablas. Ese día, Martha,
pensó en ir a las librerías de viejo y aunque quedó de verse con Mayra y Consuelo en
el Café Tacuba, se olvidó de la cita. Era la media tarde cuando Clara recibió una
llamada –Clara -dijo Martha- me perdí, no se donde estoy. Martha le contó a Clara que
fuera con él. –¿hablaste al 911? –No, -dijo Martha-, lo golpeé hasta casi matarlo. El
chofer medio muerto, se acordaba, entre sueños, de la mujer endemoniada que sacó
un martillo de su bolso.