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teorema

Vol. XVIII/2, 1999, pp. 135-8

OBITUARIO

Roderick Chisholm (1916–1999):


metafísica y epistemología, por ejemplo

Marcelo Sabatés

El pasado 19 de enero murió en Providence, Rhode Island, Roderick


Chisholm. Tenía ochenta y dos años. La estatura filosófica de Chisholm no
requiere argumentos. La originalidad de su obra, la profundidad de sus pun-
tos de vista, la centralidad y amplitud de sus temas de reflexión y su enorme
influencia lo convierten en una de las principales figuras filosóficas de la se-
gunda mitad de este siglo. Apenas un año atrás fue publicado un volumen de
The Library of Living Philosophers en su honor. Poco más de veinte filóso-
fos han recibido tal distinción, otorgada desde 1939, la cual ha pasado a
compartir con Russell, Cassirer, Carnap, Dewey, Sartre, Moore, Quine,
Habermas y Davidson, entre pocos otros.
Chisholm nació en el sur de Massachusetts, muy cerca de Providence,
en 1916. Se licenció en filosofía en la Universidad de Brown en 1938, ha-
biendo estudiado con C. Ducasse y R. M. Blake. Completó su doctorado en
1942 en la Universidad de Harvard, donde, según él mismo cuenta en la au-
tobiografía intelectual publicada en el mencionado volumen de The Library,
fue influenciado principalmente por C. Y. Lewis y D. Williams. Luego de
unos años de servicio militar durante la guerra y de ser instructor en la Bar-
nes Foundation (posición en la cual sucedió a Russell por recomendación de
Dewey), fue contratado como profesor en Brown en 1947, cargo que nunca
abandonaría, siendo director del departamento de Filosofía entre 1951 y
1964, y profesor emérito a partir de 1987. Su fidelidad a Brown no le impidió
ser profesor visitante en Harvard, Graz (ambas en varias ocasiones), Princeton,
Chicago y Heidelberg, entre muchas otras universidades. La lista de sus hono-
res profesionales es demasiado extensa para siquiera intentar resumirla.
Su obra se encuentra principalmente en una serie de libros que comien-
za con Perceiving en 1957, incluye, por ejemplo, Person and Object (1976),
donde contrapone su intencionalismo al Word and Object de Quine, The First
Person (1981), The Foundations of Knowledge (1982) y las ya legendarias tres

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ediciones de su Theory of Knowledge (1966, 1977 y 1989) —las que para los
estándares mereológicos chisholmianos (y aún para estándares mucho más
permisivos), constituyen tres libros bien diferentes— y termina con A Realistic
Theory of Categories en 1996. Una enorme cantidad de artículos, notas críticas
y discusiones (entre ellas la famosa correspondencia con Wilfrid Sellars)
completa su obra. Varios de sus principales artículos sobre ontología han sido
publicados en 1989 bajo el título de On Metaphysics.
Chisholm ha sido uno de los ejemplos más cabales del análisis filosófi-
co contemporáneo. Sus análisis conceptuales refinados a fuerza de contra-
ejemplos y su concepción de la naturaleza de los problemas filosóficos como
conflictos de intuiciones son sus marcas indelebles. En un artículo reciente
Steven Stich ejemplifica al análisis filosófico en la historia con la mayéutica
socrática, para luego decir que el paradigma contemporáneo de tal método es
Roderick Chisholm.
Sus contribuciones a la metafísica y a la epistemología son sin duda el
más importante legado chisholmiano a la filosofía. Y es particularmente en
epistemología (entendida como teoría de conocimiento) donde su influencia
es ubicua. Chisholm ha sido el más influyente de los fundacionistas contem-
poráneos. Ha sido, además, un firme defensor del internalismo epistémico:
aquello que nos justifica en creer lo que creemos debe ser accesible a la re-
flexión. El rótulo de fundacionismo no debe, sin embargo, despistarnos.
Chisholm defiende el pluralismo con respecto a las fuentes de justificación,
incluyendo entre sus principios epistémicos tanto a la falta de coherencia ne-
gativa como a la coherencia positiva. Por otra parte (y en esto una vez más es
pionero), sus principios epistémicos son principios prima facie. Dentro de
sus aportes a la epistemología, no pueden dejar de mencionarse, asimismo, su
teoría adverbial de la percepción, y su cognitivismo crítico como solución al
problema del criterio.
Curiosamente, del mismo modo que sus posiciones en epistemología
han sido la ortodoxia alrededor de (o contra) la cual buena parte de la epis-
temología analítica se ha desarrollado en los últimos treinta o cuarenta años,
muchas de sus posiciones en metafísica han distado de ser ortodoxas dentro
del ámbito anglosajón. Por ejemplo, Chisholm ha defendido un realismo pla-
tónico sobre el problema de los universales, cierta forma de libertarianismo
sobre el problema del libre arbítrio, y un esencialismo mereológico fuerte pa-
ra la relación parte-todo. Pero tal vez la mayor heterodoxia (vista con ojos de
los años cincuenta, sesenta y aun setenta) en este campo es su rechazo de las
posiciones dominantes antimetafísicas en la filosofía anglosajona, léase el
positivismo lógico, la filosofía basada en el análisis del lenguaje ordinario, y
el pragmatismo. En este sentido, Chisholm ha sido un (tal vez el más) claro
precursor del actual renacimiento de la metafísica en la filosofía analítica.
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Pero sus contribuciones a la metafísica y la epistemología de ningún


modo agotan la obra chisholmiana. En una apretada e incompleta muestra de
sus otros aportes significativos deberá incluirse su temprana contribución so-
bre condicionales contrafácticos, sus múltiples aportes a la filosofía del len-
guaje y la ética, y su pionera (al menos dentro de la filosofía norteamericana)
atención a la corriente fenomenológica, en especial a Brentano, Bolzano y
Meinong (lo que incluye su libro Brentano and Intrinsic Value, de 1986).
Chisholm era también un maestro presentando un problema filosófico
(lo que él llamaba un philosophical puzzle) de manera concisa, clara y apre-
miante. Ejemplos antológicos son su presentación del problema de la responsa-
bilidad moral en “Responsibility and Avoidavility”, o del problema del círculo
entre responder qué conocemos y qué procedimiento debemos usar para deter-
minar qué conocemos en “The Problem of the Criterion”, o del problema de si
los todos tienen a sus partes esencialmente en “Parts as Essential to their
Wholes”.
Hasta muy entrada su enfermedad siguió trabajando incansablemente.
Testimonio de ello son su último libro, el ya mencionado A Realistic Theory
of Categories, que es publicado en 1996, y sus respuestas a los artículos en el
volumen de The Library que aparecen en 1997. Lo que posiblemente fue su
última aparición pública no pudo haber sido en un marco más apropiado. En
1995 Jaegwon Kim y Ernesto Sosa dictaron un seminario para graduados en
Brown titulado “The Philosophy of Roderick Chisholm” cubriendo sus ma-
yores contribuciones en epistemología y la teoría de la intencionalidad. En
este contexto Chisholm acudió a una sesión especial del seminario para res-
ponder preguntas sobre su obra.
Finalmente, Chisholm era un ejemplo como profesor y como discutidor
de filosofía. Cuando quien esto escribe llegó a Brown a cursar su doctorado,
había oído o leído sobre él lo que puede expresarse en descripciones tales
como “el padre de la epistemología norteamericana” o “el padre de la epistemo-
logía analítica” o “el gran ontólogo de la filosofía anglosajona” (ésta, según re-
cuerdo, compartida con Quine, en una enciclopedia europea). Al conocerlo en
sus seminarios, esas descripciones se hicieron compatibles con el hombre di-
recto, el que escribía su análisis de un concepto en la pizarra y lo modificaba
tantas veces como fuera necesario a la luz de los contraejemplos de sus estu-
diantes; o hasta la borraba para reemplazarla por otra propuesta por un alum-
no mientras decía: “this one looks better than mine”. El hombre de la mayor
integridad intelectual, de la desatención por las modas, del respeto por las
opiniones ajenas, y del compromiso con la búsqueda desinteresada de la ver-
dad. Como ejemplo de su ejemplo, quiero terminar citando parte de las pala-
bras que Ernesto Sosa, uno de sus más preciados discípulos, eligió para
recordarlo en el servicio fúnebre:
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He made it great fun to talk philosophy both with him in person and in his se-
minars. Part of what made it fun is that this fittingly proud man, already renow-
ned internationally, so relished the give and take of philosophical conversation,
and was still willing to be refuted by much younger colleguesand students. He
would never pontificate. He would rather pick up some chalk and invite us to
reason together.

Para muchos de nosotros se ha ido un ejemplo inigualable.

Department of Philosophy
Kansas State University
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E-mail: sabates@ksu.edu

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