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JOSEPH RATZINGER

BENEDICTO XVI

SER CRISTIANO

DESCLÉE DE BROUWER
BILBAO - 2007
NOTA PRELIMINAR

La palabra hablada y la palabra escrita son tan radi-


calmente distintas que siempre resulta algo problemáti-
co convertir aquélla en un libro. Si, a pesar de todo, el
autor y la editorial se han decidido a editar y ofrecer a un
público más amplio estos sermones pronunciados ante
un grupo de estudiantes católicos, ha sido por las si-
guientes razones: por un lado, la temática abordada por
Ratzinger, en la que el carácter de adviento aparece
como signo distintivo de lo cristiano en general, es tan
necesaria actualmente –en el sentido exacto de los térmi-
nos– que, en cuanto respuesta a algunas cuestiones acu-
ciantes, se ha creído un deber arrancarla de la transito-
riedad del momento de su origen; por otro lado, la forma
originaria de proclamación cristiana añade al puro con-
tenido una dimensión especial e insustituible. Dejar que
eso se pierda es algo que nuestro tiempo, cuya abstrac-
ción científica a veces parece olvidar al ser humano
viviente, no puede en absoluto permitirse.

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ÍNDICE

PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

1. ¿ESTAMOS SALVADOS?, O JOB HABLA CON DIOS . . . . . 15


Cristianismo como adviento . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
La promesa incumplida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22
¿Estamos salvados? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
El Dios escondido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

2. LA FE COMO SERVICIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
La salvación de los cristianos y la salvación del
mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
Encarnación de Dios, cristificación del ser
humano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
El sentido de la historia de la salvación . . . . . . . 52

3. SOBRE TODO, EL AMOR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59


El amor basta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
¿Para qué la fe? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
La ley de la sobreabundancia . . . . . . . . . . . . . . . . 71
Fe, esperanza, amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
PRÓLOGO

El presente libro ofrece el texto de tres sermones que


pronuncié del 13 al 15 de diciembre de 1964 ante un gru-
po de estudiantes católicos en la catedral de Münster*.
En ellos intenté formular de nuevo, en el lenguaje de la
predicación, la cuestión de nuestro ser cristianos en el
mundo de hoy, y traté de responder a ella de una mane-
ra nueva. El eco que ha tenido aquel intento me ha ani-
mado a publicarlos. He respetado de manera consciente
los límites lingüísticos y objetivos que todo ello tenía
necesariamente debido a su origen. Estos tres sermones
tienen, con pequeñas variantes, sencillamente la forma
que les dio el momento en que fueron pronunciados.
Espero que su contenido pueda ayudar a su manera,

* Esta nueva edición reproduce sin cambios la edición original de


1965. A pesar de los años transcurridos, los textos siguientes ofre-
cen respuestas llenas de riqueza espiritual a la pregunta por el
sentido de ser cristiano. [Nota del editor]

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precisamente gracias a la sencillez de una forma no lite-
raria, a esa renovación de la predicación y de la fe que
necesitamos con urgencia en un mundo que ha cambia-
do radicalmente.

JOSEPH RATZINGER
Münster, Pascua de 1965

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1
¿ESTAMOS SALVADOS?,
O JOB HABLA CON DIOS
CRISTIANISMO COMO ADVIENTO

En estas semanas la Iglesia, y nosotros con ella, cele-


bramos el adviento. Si tratamos de pensar de nuevo acer-
ca de lo que aprendimos en nuestra infancia sobre el
adviento y su sentido, nos acordaremos de que se nos dijo
que la corona de adviento con sus velas nos recuerda los
milenios [quizás miles de siglos] de la historia de la huma-
nidad antes de Jesucristo. La corona nos recuerda a noso-
tros y a la Iglesia el tiempo en que una humanidad no re-
dimida esperaba la redención. Nos recuerda las tinieblas
de una historia aún no salvada, en la que las luces de la
esperanza se fueron encendiendo lentamente, hasta que al
fin vino Cristo, la luz del mundo, y lo liberó de las tinieblas
de la falta de salvación. Recordaremos, además, que apren-
dimos que aquellos milenios anteriores a Cristo fueron los
tiempos de la condenación, debida al pecado original, y
que los siglos posteriores al nacimiento del Señor son
«anni salutis reparatae», años de la salvación restablecida.
Recordaremos, por último, cómo nos dijeron que durante
el adviento la Iglesia no reflexiona sólo sobre el pasado, en
el cual el adviento fue para la humanidad un tiempo de
falta de redención y de espera, sino que dirige su mirada
a la vez más allá de sí misma, hacia la muchedumbre
de quienes no han sido aún bautizados, aquellos para los

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cuales es todavía tiempo de «adviento», porque esperan y
viven aún en la oscuridad de la falta de redención.

Si como seres humanos de nuestro siglo y con las


experiencias en él vividas, meditamos estas afirmaciones
que aprendimos en la infancia, nos resultará muy difícil
aceptarlas plenamente. Las palabras que afirman que los
años posteriores a Cristo, comparados con los anteriores
a su nacimiento, son años de salvación se nos morirán en
los labios, y nos parecerán una amarga ironía, si pensa-
mos en fechas como las de 1914, 1918, 1933, 1939, 1945,
fechas que delimitan el periodo de guerras mundiales en
las que millones de seres humanos perdieron la vida en
circunstancias terribles, fechas que suscitan el recuerdo
de atrocidades de las que la humanidad no habría sido
antes capaz, por motivos puramente técnicos. Además,
entre ellas se encuentra también el año que nos recuerda
el inicio de un régimen que llevó a una cruel perfección
la aniquilación masiva y, por último, la fecha que nos
trae a la memoria el año en que la primera bomba ató-
mica explotó sobre una ciudad habitada por seres huma-
nos y que con su brillo cegador dio origen a una posibi-
lidad completamente nueva de tinieblas para el mundo.

Si reflexionamos sobre estas cosas, sencillamente ya no


seremos capaces de dividir la historia en un tiempo de per-
dición y un tiempo de salvación. Si, por otro lado, amplia-

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mos más nuestra mirada y nos fijamos en las calamidades
y la destrucción que los cristianos [es decir, quienes nos
consideramos seres humanos «redimidos»] han causado
en nuestro siglo y en los siglos anteriores, ya no podremos
dividir los pueblos del mundo en pueblos que viven en la
salvación y pueblos que viven en la condenación. Si somos
honrados, ya no pintaremos un cuadro en blanco y negro
que subdivida la historia y el mapa en zonas de salvación
y zonas de perdición. Toda la historia y toda la humanidad
nos parecerán más bien una masa gris, donde brillan con-
tinuamente los resplandores de un bien nunca suprimible
del todo, donde los seres humanos están siempre tratando
de ser mejores, pero donde también caen continuamente
en todas las formas horribles del mal.

Y así, en el curso de tales reflexiones vemos que el


adviento no es [como tal vez se pudo decir en otro tiem-
po] una representación sagrada de la liturgia, en la que
ésta nos hace, por así decir, recorrer una vez más los
caminos del pasado y nos muestra una vez más gráfica-
mente lo que entonces sucedió, para que podamos gustar
ahora con mayor alegría y felicidad la salvación presen-
te. Más bien tendremos que admitir que el adviento no es
un mero recuerdo y una pura representación del pasado,
sino que es nuestro presente y nuestra realidad: la Iglesia
no realiza una representación, sino que nos indica lo que
constituye también la verdad de nuestra existencia cris-

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tiana. El sentido del adviento en el año litúrgico consiste
en despertar en nosotros esta conciencia. El adviento tie-
ne que llevarnos a tomar conciencia de estos hechos, a
admitir la falta de salvación no como una realidad que
existió en otro tiempo sobre el mundo y que tal vez exis-
ta todavía en alguna parte, sino como un hecho que se da
en nosotros mismos y en medio de la Iglesia.

Me parece que aquí caemos, no pocas veces, en un


cierto peligro: no queremos ver estas cosas; vivimos, por
así decir, con las luces cortas, porque tememos que nues-
tra fe no esté en condiciones de soportar la luz total y
cegadora de los hechos. Por eso nos blindamos frente a
ellos y los excluimos de la conciencia, para no abatirnos.
Pero una fe que admite sólo la mitad –o menos aún– de
los hechos es en el fondo una forma de rechazo de la fe o
al menos una forma muy profunda de pusilanimidad, que
tiene miedo de que la fe no pueda afrontar la realidad. No
se atreve a reconocer que ella es la fuerza que vence al
mundo. Por el contrario, creer verdaderamente significa
mirar de frente a toda la realidad, con corazón valeroso y
abierto, aun cuando esto vaya contra la imagen que por
algún motivo nos hemos hecho de la fe. La existencia cris-
tiana implica también que nos atrevamos a hablar con
Dios, en medio de la tentación de nuestra oscuridad,
como Job, un ser humano como nosotros. Implica que no
pensemos que podemos presentar a Dios sólo la mitad de

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nuestra existencia y que podemos ahorrarle el resto, por-
que de este modo tal vez podríamos fastidiarlo. No; pre-
cisamente ante él podemos y debemos presentar con total
sinceridad todo el peso de nuestra existencia. Olvidamos
demasiadas veces que en el libro de Job, transmitido en la
Sagrada Escritura, al final del drama Dios declara justo a
Job, que le había dirigido las acusaciones más terribles,
mientras que desaprueba a sus amigos como personas
que hablan de forma equivocada, aquellos amigos que
habían defendido a Dios y habían encontrado una her-
mosa explicación y una respuesta para todo.

Celebrar el adviento no significa otra cosa que hablar


con Dios como hizo Job. Significa mirar de frente y vale-
rosamente a toda la realidad y todo el peso de nuestra
existencia cristiana, y presentarlas ante el rostro de Dios,
juez y salvador, aun cuando no tengamos, como Job, nin-
guna respuesta que darles, porque no nos queda nada
más que dejar que sea Dios mismo quien dé la respuesta,
mientras le decimos que no tenemos respuesta en medio
de nuestra oscuridad.

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