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Sumario

Estupidez, Juan Cárdenas...........................................................................................................................3


El coronavirus nos obliga a decidir entre el comunismo global o la ley de la jungla, Slavoj Žižek..........5
La nueva economía postcoronavirus, Alfredo Serrano Mancilla...............................................................8
¿El coronavirus nos hará más desiguales en Colombia? Fernando Rojas...............................................25
La crisis se anunciaba antes del coronavirus, Alejandro Nadal...............................................................26
La Casa Blanca y el FMI los primeros infectados, Atilio Borón.............................................................28
El mundo después del coronavirus, Yuval Noah Harari...........................................................................30
¿Coronará el autoritarismo? Alvaro Forero Tascón.................................................................................36
Coronavirus: entre el peligro y la oportunidad, Ricardo Forster.............................................................37
París respira con máscaras, Eduardo Febbro............................................................................................40
Coronavirus: pandemia XXI, Jorge Alemán............................................................................................41
El virus más jodido de todos, Eduardo Aliverti.......................................................................................42
La próxima recesión: ¿la culpa es del coronavirus? Michael Roberts.....................................................45
La pandemia del capitalismo, el coronavirus y la crisis económica, Eric Toussaint...............................50
Una lección que el coronavirus está a punto de enseñar al mundo, Jonathan Cook................................60
Lo que vería un marciano, Javier Sampedro............................................................................................66
¿Estamos en guerra? Santiago Alba Rico.................................................................................................67
El Imperio y el Capital no cierran en domingo, Rafael Poch de Feliu.....................................................71
Lo que se está ocultando en el debate sobre la pandemia, Vicenç Navarro.............................................74
Pausa al ajuste, Eduardo Febbro..............................................................................................................77
Del pánico al cambio, Mónica Peralta Ramos.........................................................................................79
La política anticapitalista en la época del COVID-19, David Harvey.....................................................84
El coronavirus igualador, Branko Milanović...........................................................................................92
El orden mundial previo al virus era letal, Markus Gabriel.....................................................................95
Arreglar un avión en pleno vuelo, Javier Sampedro................................................................................97
El coste de la negación, Eva Borreguero.................................................................................................98
El regreso del conocimiento, Antonio Muñoz Molina.............................................................................99
Pandemia en tiempos de financiarización, Guillermo Wierzba.............................................................101
¿Regresa el estado de bienestar? Miguel Fernández Pastor...................................................................105
Pandemia y política, Mario de Casas.....................................................................................................109
Todo un palo, Enrique Aschieri..............................................................................................................113
La era de la mascarilla, Martín Caparrós...............................................................................................117
El virus somos nosotros, Eliane Brum...................................................................................................120
El huevo y la gallina, Francisco Gutiérrez Sanín...................................................................................126
El Estado de vuelta, Jorge Iván Cuervo R..............................................................................................128
Riesgo y protección, Joan Subirats........................................................................................................129
El mundo es plano, Martín Caparrós.....................................................................................................131
Réquiem para el olvido, Jorge F. Hernández.........................................................................................136
Coronavirus e hipertelevisión, José Natanson.......................................................................................137
El principio de la historia, Carlos Hugo Preciado Domènech – Rebelion.............................................139
La fragilidad de las economías, Guy Ryder...........................................................................................142
La pandemia como coartada, María Antonia Sánchez-Vallejo..............................................................144
El monstruo llama a la puerta, Mike Davis............................................................................................145

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El coronavirus no distingue entre clases, Isaac Rosa.............................................................................149
Neo negacionismos, Sandra Russo........................................................................................................150
El debate a partir del ‘traspié’ de Agamben...........................................................................................152
La invención de una epidemia, Giorgio Agamben............................................................................152
El derrape de Giorgio Agamben sobre el coronavirus.......................................................................153
Excepción viral, Jean-Luc Nancy......................................................................................................157
Cuidados a ultranza, Roberto Esposito..............................................................................................158
Aclaraciones, Giorgio Agamben.......................................................................................................159
El ángel exterminador, Daniel Link..................................................................................................160
El virus y los límites del capitalismo, Judith Butler...............................................................................161

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Estupidez, Juan Cárdenas
“¿Puede haber algo más estúpido que un virus?”, se preguntaba en estos días Slavoj Zizek en una
entrevista con un canal internacional ruso. Al fin y al cabo, los científicos no se ponen de acuerdo sobre
si los virus son entidades químicas o seres vivos, pues se comportan como unas cajitas inútiles con algo
de material genético, pero no se reproducen ni se alimentan por sí mismos. De hecho, cuando no están
en contacto con células a las que hackear para multiplicarse entre las vecinas, los virus pueden perma-
necer encima de casi cualquier cosa sin hacer absolutamente nada. Nada de nada. Ni siquiera estamos
ante una especie con una identidad concreta que desea vivir y perpetuarse depredando a otras especies.
Es un agente ambiguo, algo situado entre lo vivo y lo no-vivo, que abre las células ajenas y las coloniza
al servicio de ningún propósito biológico. Los virus son “estúpidos” o son la estupidez misma, podría-
mos decir, el absurdo en persona. “They are meaningless”, añadía Zizek para acentuar la ironía de que
la debacle humana no hubiera llegado del espacio exterior, de una inteligencia superior a bordo de
naves espaciales, sino justamente de aquella unidad mínima de la estupidez del cosmos, de su ausencia
de significado último. Y esa debacle, digámoslo de una vez, tampoco ha llegado desde la amenaza de la
inteligencia artificial y la automatización, como venían advirtiendo Bifo Berardi y todos los gurús del
apocalipsis tecnológico, convencidos de que la dominación de las máquinas era un hecho consumado.
Ni inteligencia artificial ni extraterrestre: estupidez pura y dura propagándose a través de nuestros cuer-
pos, unos cuerpos repentinamente devueltos al centro de la escena.
Nuestras fantasías apocalípticas suelen estar diseñadas a partir de una lógica humana, desde un
antropocentrismo más o menos disimulado, siguiendo unas premisas fundadas en la invención del
sujeto cartesiano y el homo economicus del capitalismo, así que por lo general solo somos capaces de
imaginar que seremos superados por versiones mejoradas de nosotros mismos –alienígenas o androi-
des-. Rara vez aquellas fantasías están dispuestas a situarse por fuera de los límites de nuestra vanidad
y más raro aún es que se ocupen de lidiar con el arcaico mensaje que nos trae la nueva pandemia global
del Covid-19: que somos animales tan vulnerables como cualquier otro, esto es, que formamos parte de
una red de vida que involucra a todas las otras especies del planeta, que no estamos por fuera o por
encima de toda aquella trama biológica y geológica y, por último, que la pertenencia a esa red está
ligada a un misterio mucho más inquietante que los platillos voladores o los robots inteligentes, un mis-
terio, por otro lado, mucho más obvio, oculto a la vista de todos: el misterio innombrable de estar
vivos, la contingencia del animal, el cuerpo que hace cosas por su cuenta o que se deja invadir por
agentes no-vivos que amenazan su supervivencia. Todo ello sin ninguna razón, sin ningún plan maes-
tro, sin ninguna inteligencia general en los controles, sin ningún diseño: pura estupidez.
Lo verdaderamente insoportable para este animal pensante en que nos hemos convertido es ese
núcleo de absurdo como horizonte primordial y último de nuestra presencia en la tierra. Preferimos
entonces imaginar -y por tanto, hacer realidad- el porvenir como un fascismo hipertecnológico e insos-
tenible donde las máquinas ya han tomado todas las decisiones de antemano, donde lo humano se ha
trascendido a sí mismo en un giro evolutivo que beneficia solo a los más poderosos, antes que hacernos

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cargo del hecho ineludible de que estamos aquí por puro accidente, como parte de la historia general de
las catástrofes que es el cosmos y que esa situación puede cambiar de un momento a otro, incluso para
quienes se consideran los amos del universo. Que somos blandos, frágiles, penetrables, que depende-
mos los unos de los otros y que estamos a merced de aquello que creemos haber dominado o de lo que
creemos habernos separado para siempre: la red de la vida. En otras palabras, que estamos a merced del
inescapable deseo de transformación de la materia sensible, el deseo reprimido que tiene esa materia
sensible de morir para que otras cosas puedan vivir, el deseo de la experiencia limitada del cuerpo mor-
tal –cada cosa que hacemos cargada de sentido en cuanto recordatorio de nuestra finitud- y el deseo que
tiene ese cuerpo de dejar su lugar a otros cuerpos o incluso del oscuro deseo que tiene todo ser vivo de
dormir como las piedras. De ser polvo que viaja en el vacío sideral rumbo a ninguna parte.
“El lenguaje es un virus del espacio exterior”, canta Laurie Anderson tomando prestada una idea de
William Burroughs. Y si nos detenemos un segundo a contemplar la estructura del significante, que por
sí mismo carece de cualquier significado, que depende siempre del contexto para entrar en acción y
producir efectos de significación, que funciona como una especie de vacío central, unidad mínima del
decir y el no decir, y que es por definición “meaningless”, quizá nos estremezca constatar cuánto se
parecen esas estructuras elementales del lenguaje a un virus (lo que se viraliza en realidad son los signi-
ficantes, más que los significados).
La pandemia del Covid-19 es un recordatorio de ese vacío primordial, de aquel horizonte de absurdo
sobre el que pivota toda la vida y cualquier intento de simbolización lingüística humana. Nos encontra-
mos ahora mismo en el centro mismo de ese vacío, casi mudos, balbuceantes, aterrorizados pero con la
saludable impresión de que se han derrumbado en pocos días todas las certezas. Han quedado suspendi-
das las justificaciones sobre las que se había edificado aquel mundo de competencia desenfrenada, de
destrucción del planeta en aras de una economía irracional e insostenible.
A la luz de lo que ha sucedido en otras ocasiones en nuestro planeta, es improbable que los seres
humanos acaben con toda la vida. La tierra ha sido testigo de otras cinco megaextinciones, todas ellas
mucho más dramáticas que la actual, así que lo más probable es que solo estemos trabajando desespera-
damente para provocar nuestra propia extinción como especie. Desde luego, la extinción o el extermi-
nio son opciones tan plausibles como la posibilidad de que podamos permanecer un tiempo más en la
tierra, aprendiendo nuevamente a convivir con las otras especies.
No se trata entonces de elegir entre la estupidez y la inteligencia. Se trata de elegir entre dos formas
de estupidez, o mejor, de dos actitudes posibles ante el absurdo fundamental de estar aquí: aquella
donde podemos prolongar nuestra experiencia de seres mortales o aquella donde ya no somos viables y
la vida en el planeta debe continuar sin nosotros; aquella donde aceptamos que somos animales solida-
rios, partes minúsculas de una red global de especies, donde nuestros limitados recursos intelectuales y
materiales están al servicio de esa solidaridad o aquella donde estamos solos, en la supuesta cúspide de
la naturaleza, enfrascados en la ingrata labor de extinguirnos a nosotros mismos.

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El coronavirus nos obliga a decidir entre el comu-
nismo global o la ley de la jungla, Slavoj Žižek
La epidemia no es solo una señal de los límites de la globalización mercantil, también señala el
límite, aún más fatal, del populismo nacionalista que insiste en la soberanía absoluta del Estado
A medida que se extiende el pánico al coronavirus, tenemos que tomar una decisión definitiva: o
bien promulgamos la lógica brutal de la supervivencia del más apto, o bien alguna forma reinventada
de comunismo con coordinación y colaboración global.
Los medios de comunicación no paran de repetir la fórmula “¡Que no cunda el pánico!”, para luego
mostrar toda clase de informes que no hacen otra cosa más que generar pánico. La situación se parece a
la que recuerdo de mi juventud en un país comunista. Cuando los oficiales del gobierno aseguraban al
público que no había ninguna razón para entrar en pánico, todos nos tomábamos tales afirmaciones
como claros signos de que ellos mismos estaban en estado de pánico.
Esto es demasiado serio como para perder tiempo con pánico
El pánico tiene su propia lógica. El hecho de que en Reino Unido, debido al pánico por el coronavi-
rus, incluso los rollos de papel higiénico hayan desaparecido de las tiendas me recuerda también a un
extraño incidente ocurrido en mi juventud en la Yugoslavia comunista. De repente comenzó un rumor
de que no había suficiente papel higiénico en las tiendas. Las autoridades aseguraron rápidamente que
había suficiente papel sanitario para el consumo normal, y, sorprendentemente, no solo esto era verdad,
sino que la mayoría de la gente creyó que era verdad.
En cualquier caso, el consumidor medio razonó de esta manera: “Sé que hay suficiente papel higié-
nico y que el rumor es falso, pero ¿qué ocurre si alguna gente se toma el rumor en serio y, por el
pánico, empieza a comprar reservas excesivas de papel higiénico, causando así una falta real de papel
higiénico? Así que mejor voy y compro reservas para mí también”.
No es necesario creer que otros se tomarán en serio el rumor, es suficiente presuponer que otros
creerán que hay gente que se tomará seriamente tal rumor; el efecto es el mismo, a saber, la falta real de
papel higiénico en las tiendas. ¿No es algo similar lo que está sucediendo hoy en Reino Unido (y tam-
bién en California)?
La extraña contrapartida de esta clase de pánico excesivo es la falta total de pánico en los momentos
en los que hubiese estado plenamente justificado. En los últimos años, tras las epidemias de SARS y
ébola, nos decían una y otra vez que una epidemia mucho más fuerte era solo cuestión de tiempo, que
la pregunta no era ‘si’ sino ‘cuándo’ ocurrirá. A pesar de que estábamos racionalmente convencidos de
la veracidad de estas predicciones, por alguna razón no nos las tomamos en serio y fuimos reacios a
actuar y a prepararnos seriamente. El único lugar en el que lo hicimos fue en películas apocalípticas
como Contagio.

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Lo que nos enseña semejante contraste es que el pánico no es la manera adecuada de enfrentarse a
una amenaza real. Cuando reaccionamos entrando en pánico no nos tomamos la amenaza lo suficiente-
mente en serio. Más bien al contrario, la trivializamos. Pensemos simplemente en lo ridícula que es la
compra excesiva de papel higiénico; como si importase tener suficiente papel higiénico en medio de
una epidemia letal. Así que, ¿cuál sería una reacción apropiada a la epidemia de coronavirus? ¿Qué
debemos aprender y qué debemos hacer para confrontarla seriamente?
A lo que me refiero con comunismo
Cuando sugerí que la epidemia de coronavirus puede dar una nueva dosis de vitalidad al comu-
nismo, mi reivindicación fue, como era de esperar, ridiculizada. Parece que el duro enfoque del Estado
chino ha funcionado, al menos ha funcionado mucho mejor que las medidas que se están tomando
ahora mismo en Italia; sin embargo, la vieja lógica autoritaria de los comunistas en el poder ha demos-
trado también sus claras limitaciones. Una de ellas es que el miedo a llevar malas noticias a aquellos en
el poder (y también al público) importa más que los resultados efectivos. Esta es aparentemente la
razón por la cual aquellos que compartieron inicialmente información sobre un nuevo virus fueron,
según se cuenta, arrestados, y hay informes que indican que algo parecido está sucediendo ahora.
“La presión para hacer que China regrese al trabajo tras el paro por el coronavirus está resucitando
una vieja tentación: manipular los datos para que enseñe a los altos cargos lo que quieren ver”, relata
Bloomberg. “Este fenómeno se está dando al respecto del uso de la electricidad en la provincia de Zhe-
jiang, un centro de actividad industrial en la costa este. Según informaciones cercanas, al menos tres
ciudades de la zona han marcado objetivos de consumo de energía a alcanzar por las fábricas locales,
ya que están usando los datos para mostrar un resurgimiento de la producción. Se informa de que eso
ha llevado a algunas empresas a hacer funcionar la maquinaria incluso cuando sus plantas de produc-
ción se mantienen vacías”.
Podemos, a su vez, adivinar lo que ocurrirá cuando aquellos en el poder se den cuenta de tal engaño:
los gerentes locales serán acusados de sabotaje y severamente castigados por ello, reproduciendo así el
círculo vicioso de la desconfianza… Se necesitaría un Julian Assange chino para mostrar al público
este lado oscuro de cómo China está lidiando con la epidemia. Así que, si este no es el comunismo que
tengo en mente, ¿a qué me refiero con comunismo? Para saberlo, es suficiente con leer las declaracio-
nes públicas de la Organización Mundial de la Salud. Esta es una reciente:
El presidente de la OMS, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, dijo la semana pasada que, a pesar
de que las autoridades sanitarias en todo el mundo tienen la capacidad de combatir con éxito la propa-
gación del virus, la OMS está preocupada por el hecho de que en algunos países el nivel de preocupa-
ción sea inferior al nivel de amenaza. “Esto no es un simulacro. Este no es el momento de rendirse.
Este no es un momento para excusas. Este es un momento para hacer lo que sea necesario. Los países
llevan preparándose durante décadas para escenarios como este. Ahora es momento de actuar según
esos planes”, dice Tedros. “Esta epidemia puede ser frenada, pero solo con un acercamiento colectivo,
coordinado y comprehensivo que articule la completa maquinaria de los gobiernos”.

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Se podría añadir que dicho acercamiento exhaustivo debería llegar mucho más allá de los meros
mecanismos de los gobiernos. Debería abarcar la movilización local de la gente más allá del control del
Estado, así como una coordinación y colaboración internacional fuerte y eficiente.
Si miles serán hospitalizados por problemas respiratorios, será necesario un número cada vez mayor
de máquinas respiratorias, y, para conseguirlas, el Estado deberá intervenir de la misma manera que
interviene en condiciones de guerra cuando son necesarias miles de armas, así como deberá depender
de la cooperación con otros Estados. Igual que en una campaña militar, la información tiene que ser
compartida y los planes coordinados. ESTO es a lo que me refiero con el “comunismo” que hoy se
necesita. O, como dice Will Hutton: “En este momento está muriendo una forma de globalización no
regulada basada en el libre mercado, con su propensión a las crisis y las pandemias. Pero está naciendo
una nueva forma que reconoce la interdependencia y la primacía de la acción colectiva basada en la
evidencia”.
La necesaria coordinación y colaboración global
Lo que sigue predominando hoy en día es la postura de “cada país por y para sí mismo”. “Hay barre-
ras nacionales a la exportación de productos clave como los suministros médicos, con países recu-
rriendo a sus propios análisis de la crisis en medio de desabastecimientos puntuales y azarosos y
primitivos enfoques sobre la contención”, escribe Will Hutton en The Guardian.
La epidemia del coronavirus no es solo una señal de los límites de la globalización mercantil, tam-
bién señala el límite, aún más fatal, del populismo nacionalista que insiste en la soberanía absoluta del
Estado. Se acabó el “¡América (o quien sea) primero!”, puesto que América solo podrá ser salvada
desde la coordinación y colaboración global.
No estoy siendo un utopista. No apelo a una idealizada solidaridad entre la gente, más bien al con-
trario, la actual crisis demuestra claramente cómo la solidaridad y la cooperación global actúa en inte-
rés de la supervivencia de todos y cada uno de nosotros; cómo es lo único que, racional y egoístamente,
podemos hacer. Y no es solo el coronavirus, la propia China sufrió una desmedida gripe porcina hace
unos meses y está siendo amenazada por la posibilidad de una plaga de langostas. Además, como Owen
Jones ha señalado, la crisis climática mata mucha más gente en todo el mundo que el coronavirus, aun-
que este tema no genere ninguna ola pánico.
Desde una perspectiva cínica y vitalista, uno estaría tentado de ver el coronavirus como una infec-
ción beneficiosa que permite a la humanidad librarse de los viejos, los débiles y los enfermos, como si
de arrancar las malas hierbas se tratase, contribuyendo así a la salud global.
Este enfoque comunista amplio que defiendo es la única manera de que dejemos atrás un punto de
vista vitalista tan primitivo. Ya pueden distinguirse en los debates actuales signos de este cercenamiento
de la solidaridad incondicional. Como puede verse en este texto sobre el papel que tomaría el protocolo
llamado “los tres Reyes Magos” si la epidemia tomase un rumbo más catastrófico en Reino Unido.
“Médicos experimentados avisan de que los pacientes del Servicio Nacional de Salud podrían ver
negado su acceso a atenciones de urgencia vital durante un brote severo de coronavirus si las unidades

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de cuidados intensivos tuviesen grandes dificultades para lidiar con la situación. Siguiendo un proto-
colo denominado ‘los tres Reyes Magos’, tres especialistas cualificados en cada hospital se verán forza-
dos a elegir cómo organizar el racionamiento de cuidados, como los ventiladores médicos o las camas,
en caso de saturación de pacientes”.
¿En qué criterios se basarán “los tres Reyes Magos”? ¿Sacrificar a los débiles y a los ancianos? ¿Y
acaso no abrirá esta situación un espacio para una incalculable corrupción? ¿No indican tales procedi-
mientos que nos estamos preparando para promulgar la lógica brutal de la supervivencia del más apto?
Así que, de nuevo, la decisión definitiva es: esto, o alguna clase de comunismo reinventado.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en RT. Traducción de Marco Silvano.

La nueva economía postcoronavirus, Alfredo


Serrano Mancilla
Una vez más, un nuevo suceso, esta vez la llegada del coronavirus, pone en jaque a toda la economía
mundial y muy especialmente a la economía latinoamericana. El impacto de este hecho fatídico será
mayor debido a que tenemos una economía mundial débil y en permanente crisis (contracción de la
economía real, actividad comercial disminuida, baja productividad, endeudamiento masivo y excesiva
volatilidad especulativa).
A este orden económico global, complejo y plagado de desequilibrios, es al que le toca resistir otra
prueba de fuego: el coronavirus. Hoy nadie podría predecir con exactitud cuáles serán las consecuen-
cias en la economía mundial, y particularmente en la latinoamericana. Todavía es muy pronto para ello,
pero sí podemos ya aportar algunos datos para tener una primera aproximación a esta situación tan difí-
cil.
1. El Instituto de Finanzas Internacionales calcula que el valor de la salida de capital registrada de
las economías emergentes en los primeros 45 días de coronavirus en el mundo (mucho antes de que se
propagara por la Unión Europea) es de 30.000 millones de dólares. Este valor es récord a nivel global,
superando incluso lo sucedido después del crash financiero 2007-2008. Esto significa que cuando exis-
tan datos actualizados, con toda seguridad habrá una salida de capital sin precedentes de las economías
emergentes que afectará -y mucho- a la economía latinoamericana.
2. En el lado opuesto se encuentran los que se benefician de dicha fuga. ¡Sorpresa! El principal refu-
gio es el bono estadounidense. Así se reordenan los flujos financieros a favor del país hegemónico.
3. Siempre que existe un shock externo, sea cual fuere, se busca una respuesta monetaria expansiva,
contracíclica. Incluso la ortodoxia neoclásica cede en esos casos. La Reserva Federal de Estados Uni-
dos puso a disposición del sistema financiero 1,5 billones de dólares; el Banco Central Europeo anun-
ció que inyectará a la economía 120.000 millones de euros; el FMI también está dispuesto a movilizar

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un billón de dólares. Sin embargo, una vez que se hace una fuerte emisión, luego nos olvidamos de
identificar la ruta de ese dinero. ¿Llegará a la economía real o se optará por destinarlo al mundo finan-
ciarizado?
4. La Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo prevé una pérdida de
ingresos globales de 2 billones de dólares como consecuencia de esta crisis. Sólo en febrero, por el
efecto de la crisis en China, las pérdidas en producción manufacturera fueron de 50.000 millones de
dólares. Definitivamente, estamos también ante una próxima crisis de oferta que aún no dimensiona-
mos: se están paralizando muchas cadenas globales de producción y también de suministros.
Vivimos en un mundo lleno de incertidumbres. Con el coronavirus todo es más incierto, si cabe. La
economía no se entiende sin expectativas. Y cuanto más enferma está, peor es su capacidad para gestio-
nar factores de alto riesgo. Hasta el momento se ha precipitado un deterioro de todos los indicadores
que dependen, justamente, de las expectativas: precio de petróleo, índices bursátiles, tipos de cambio,
riesgo país, etc. La diezmada economía global sigue en caída.
Veremos qué pasa después de este gran tsunami. Luego de cada gran crisis, siempre se reacomoda el
orden económico global. Después de 2008, la economía global aprendió poco y siguió denostando a la
economía real. A partir de ahora, lo interesante es saber si el consenso surgido en la contingencia perdu-
rará en el tiempo: más y mejor sanidad pública, más Estado, más política fiscal expansiva cuando ace-
chan las dificultades, más economía real y, sobre todo, dar mucha más importancia a los asuntos
verdaderamente imprescindibles para la vida humana. ¿Tiene sentido que el capitalismo global haya
producido más de 1.500 millones de smartphones en un año y tan pocos respiradores asistidos en caso
de una pandemia? No. ¿Tiene sentido que estemos tan poco preparados económicamente para una pan-
demia que, hasta el momento, ha sido letal para el 0,000092% de la población mundial (y que ha infec-
tado al 0,00235%)? Tampoco.
Esperemos que, al menos, el coronavirus nos sirva para algo. Y ojalá aparezca una suerte de nuevo
New Deal, nuevo contraso social y económico, en el que la salud y otros derechos básicos estén en el
centro de la economía, y que la economía financiera esté al servicio de la economía real, y no sea al
revés.
Tres reglas para la pandemia de Trump, Paul Krugman
Hay que centrarse en las adversidades, no en el PIB; dejar de preocuparse por los incentivos para
trabajar y no confiar en el presidente
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20 mar 2020 - 18:30 COT
El presidente de Estados Unidos atiende por teleconferencia a los gobernadores federales.
El presidente de Estados Unidos atiende por teleconferencia a los gobernadores federales.Contacto /
Contacto (Europa Press)

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De modo que ahora Donald Trump llama “virus chino” a la Covid-19. Cómo no iba a hacerlo: el
racismo y culpar a otros de sus propios fracasos son los rasgos que definen su presidencia. Pero si tene-
mos que darle un apodo a la enfermedad, mucho mejor que nos refiramos a ella como la “pandemia de
Trump”.
Es cierto que el virus no se originó en Estados Unidos. Pero la respuesta estadounidense ha sido
catastróficamente lenta e inadecuada, y el responsable es Trump, que restó importancia a la amenaza y
se resistió a tomar medidas hasta hace solo unos días.
Comparemos la gestión estadounidense del coronavirus con la de, por ejemplo, Corea del Sur.
Ambos países detectaron su primer caso el 20 de enero. Pero Corea se movió con rapidez para aplicar
pruebas generalizadas y ha utilizado los datos de esas pruebas para orientar el distanciamiento social y
otras medidas de contención. Y parece que allí la enfermedad está en retroceso.
En cambio, en Estados Unidos, la realización de pruebas apenas acaba de empezar; solo se les han
practicado a 60.000 personas, frente a las 290.000 efectuadas por Corea, a pesar de que la población es
seis veces mayor y de que el número de casos parece estar disparándose.
Los detalles de nuestro descalabro son complejos, pero todos se derivan en última instancia del
hecho de que Trump minimizara la amenaza: hasta la semana pasada seguía afirmando que la Covid-19
no era peor que una gripe (aunque fiel a su estilo, ahora afirma que siempre ha sabido que se avecinaba
la pandemia).
¿Por qué decidieron Trump y su equipo negarlo y retrasarlo? Todo da a entender que el presidente
no quería hacer ni decir nada que pudiera provocar una caída de los precios de las acciones, algo que él
parece considerar la principal medida de su éxito. Esa es presumiblemente la razón de que todavía el 25
de febrero Larry Kudlow, jefe de economistas del Gobierno, declarase que Estados Unidos había “con-
tenido” el coronavirus, y que la economía estaba “aguantando estupendamente”.
Pues bien, fue una mala apuesta. Desde entonces, la Bolsa prácticamente ha perdido todo lo avan-
zado durante la presidencia de Trump. Y lo que es más importante, la economía está claramente en
caída libre. Entonces, ¿qué deberíamos hacer ahora?
Dejaré la política sanitaria a los expertos. En cuanto a la política económica, yo sugeriría tres princi-
pios. Primero, centrarse en las adversidades, no en el PIB. Segundo, dejar de preocuparse por los incen-
tivos para trabajar. Tercero, no confiar en Trump.
En lo referente al primer punto: muchas de las pérdidas de empleo que experimentaremos en los
próximos meses no solo serán inevitables, sino deseables de hecho. Queremos que los trabajadores que
están o podrían estar enfermos se queden en casa, para “aplanar la curva” de propagación del virus.
Queremos cerrar en parte o en su totalidad los grandes espacios empresariales, como las fábricas de
automoción, que pudieran actuar como placas de Petri humanas. Queremos cerrar restaurantes, bares y
establecimientos comerciales no esenciales.

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Ahora bien, seguramente habrá pérdidas de empleo adicionales e innecesarias causadas por un des-
plome del gasto empresarial y de consumo, y por eso se debería aplicar un estímulo general considera-
ble. Pero la política no puede y no debe impedir una pérdida temporal de empleo generalizada.
Lo que la política sí puede hacer es mitigar las adversidades que afrontan quienes dejan temporal-
mente de trabajar. Eso significa que tenemos que gastar mucho más en programas como la baja médica
remunerada, las prestaciones por desempleo, los cupones para alimentos y la atención sanitaria gratuita
para ayudar a los estadounidenses en apuros, que necesitan mucha más ayuda de la que obtendrían con
un reparto de efectivo global. Este gasto proporcionaría también estímulo, pero esa es una preocupa-
ción secundaria.
Y eso me lleva al segundo punto. Los sospechosos de rigor están objetando ya que ayudar a los esta-
dounidenses necesitados reduce el incentivo que estos tienen para trabajar. Se trata de un argumento
horrible incluso en los buenos tiempos, pero resulta absurdo ante una pandemia. Y los Gobiernos esta-
tales que, animados por la Administración de Trump, han estado intentando reducir las ayudas públicas
imponiendo requisitos laborales deberían suspender de inmediato esos requisitos.
Por último, respecto a Trump: en los últimos días, la televisión estatal, me refiero a Fox News, y los
expertos de derechas, han pasado repentinamente de tachar la Covid-19 de farsa liberal a exigir que se
paren todas las críticas al presidente en tiempos de emergencia nacional. Es algo que no debería sor-
prendernos.
Pero aquí es donde la historia de la pandemia de Trump –todas esas semanas desperdiciadas en las
que no hicimos nada porque Trump no quería oír hablar de nada que pudiera perjudicarlo política-
mente– adquiere importancia. Demuestra que incluso cuando hay vidas de estadounidenses en peligro,
la política de este Gobierno se centra exclusivamente en Trump, en lo que a él le parece que le hará
quedar mejor, sin importar el interés nacional.
Lo que esto quiere decir es que cuando el Congreso asigne dinero para reducir el daño económico
causado por la Covid-19, no debería dar a Trump discrecionalidad para gastarlo. Por ejemplo, aunque
tal vez sea necesario proporcionar fondos para avalar a algunas empresas, el Congreso debe especificar
normas sobre quién recibe esos fondos y con qué condiciones. De lo contrario, ya sabemos lo que va a
ocurrir: Trump abusará de cualquier discrecionalidad que se le otorgue para compensar a sus amigos y
castigar a sus enemigos. Él es así.
Responder al coronavirus sería difícil en la mejor de las circunstancias. Será especialmente difícil
cuando sabemos que no podemos confiar ni en el juicio ni en los motivos del hombre que debería estar
liderando la respuesta. Pero uno entra en una pandemia con el presidente que tiene, no con el presidente
que desearía tener.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020. Traducción de News
Clips
El coronavirus y la doctrina del shock, Naomi Klein

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Miguel Urbán, Amelia Martínez Lobo
«El shock es realmente el propio virus. Y ha sido manejado de una manera que maximiza la confu-
sión y minimiza la protección». Naomi Klein analiza cómo el gobierno de EE.UU. y de los países alia-
dos en acuerdo con las elites globales explotarán la pandemia.
La periodista Naomi Klein, autora de libros como No Logo y La doctrina del shock, analiza en esta
entrevista con Vice las especulaciones en torno a la pandemia, el rol de Estados Unidos y cómo salir de
la emergencia diaria para pensar más acá de la vida:
Foto: The Capitolist.
VICE: Empecemos con lo básico. ¿Qué es el capitalismo del desastre? ¿Cuál es su relación con la
«doctrina del shock»?
La forma en que defino el «capitalismo de desastre» es muy sencilla: describe la forma en que las
industrias privadas surgen para beneficiarse directamente de las crisis a gran escala. La especulación de
los desastres y de la guerra no es un concepto nuevo, pero realmente se profundizó bajo la administra-
ción Bush después del 11 de septiembre, cuando la administración declaró este tipo de crisis de seguri-
dad interminable, y simultáneamente la privatizó y la externalizó – esto incluyó el estado de seguridad
nacional y privatizado, así como la invasión y ocupación [privatizada] de Irak y Afganistán.
La «doctrina del shock» es la estrategia política de utilizar las crisis a gran escala para impulsar polí-
ticas que sistemáticamente profundizan la desigualdad, enriquecen a las elites y debilitan a todos los
demás. En momentos de crisis, la gente tiende a centrarse en las emergencias diarias de sobrevivir a esa
crisis, sea cual sea, y tiende a confiar demasiado en los que están en el poder. Quitamos un poco los
ojos de la pelota en momentos de crisis.
VICE: ¿De dónde viene esa estrategia política? ¿Cómo rastrea su historia en la política estadouni-
dense?
La estrategia de la doctrina del shock fue una respuesta al programa del New Deal por parte de Mil-
ton Friedman. Este economista neoliberal pensaba que todo había salido mal en USA bajo el New Deal:
como respuesta a la Gran Depresión y al Dust Bowl, un gobierno mucho más activo surgió en el país,
que hizo su misión resolver directamente la crisis económica de la época creando empleo en el
gobierno y ofreciendo ayuda directa.
Si usted es un economista de libre mercado, entiende que cuando los mercados fallan se presta a un
cambio progresivo mucho más orgánico que el tipo de políticas desreguladoras que favorecen a las
grandes corporaciones. Así que la doctrina del shock fue desarrollada como una forma de prevenir que
las crisis den paso a momentos orgánicos en los que las políticas progresistas emergen. Las elites políti-
cas y económicas entienden que los momentos de crisis son su oportunidad para impulsar su lista de
deseos de políticas impopulares que polarizan aún más la riqueza en este país y en todo el mundo.

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VICE: En este momento tenemos múltiples crisis en curso: una pandemia, la falta de infraestructura
para manejarla y el colapso del mercado de valores. ¿Puede esbozar cómo encaja cada uno de estos
componentes en el esquema que esboza en La Doctrina del Shock?
El shock es realmente el propio virus. Y ha sido manejado de una manera que maximiza la confusión
y minimiza la protección. No creo que eso sea una conspiración, es sólo la forma en que el gobierno de
los EE.UU. y Trump han manejado -completamente mal- esta crisis. Trump hasta ahora ha tratado esto
no como una crisis de salud pública sino como una crisis de percepción, y un problema potencial para
su reelección.
Es el peor de los casos, especialmente combinado con el hecho de que los EE.UU. no tienen un pro -
grama nacional de salud y sus protecciones para los trabajadores son muy malas (N.T: por ej. la ley no
instituye el pago por enfermedad). Esta combinación de fuerzas ha provocado un shock máximo. Va a
ser explotado para rescatar a las industrias que están en el corazón de las crisis más extremas que
enfrentamos, como la crisis climática: la industria de las aerolíneas, la industria del gas y el petróleo, la
industria de los cruceros, quieren apuntalar todo esto.
VICE: ¿Cómo hemos visto esto antes?
En La Doctrina del Shock hablo de cómo sucedió esto después del huracán Katrina. Grupos de
expertos de Washington como la Fundación Heritage se reunieron y crearon una lista de soluciones
«pro mercado libre» para el Katrina. Podemos estar seguros de que exactamente el mismo tipo de reu-
niones ocurrirán ahora, de hecho, la persona que presidió el grupo de Katrina fue Mike Pence (N.T: el
que ahora preside el tema del Coronavirus). En 2008, se vio esta jugada en el rescate de los bancos,
donde los países les dieron cheques en blanco, que finalmente sumaron muchos billones de dólares.
Pero el costo real de eso vino finalmente en la forma de programas extensivos de austeridad económica
[más tarde recortes a los servicios sociales]. Así que no se trata sólo de lo que está sucediendo ahora,
sino de cómo lo van a pagar en el futuro cuando se venza la factura de todo esto.
VICE: ¿Hay algo que la gente pueda hacer para mitigar el daño del capitalismo de desastre que ya
estamos viendo en la respuesta al coronavirus? ¿Estamos en mejor o peor posición que durante el hura-
cán Katrina o la última recesión mundial?
Cuando somos probados por la crisis, o retrocedemos y nos desmoronamos, o crecemos, y encontra-
mos reservas de fuerzas y compasión que no sabíamos que éramos capaces de tener. Esta será una de
esas pruebas. La razón por la que tengo cierta esperanza de que podamos elegir evolucionar es que -a
diferencia de lo que ocurría en 2008- tenemos una alternativa política tan real que propone un tipo de
respuesta diferente a la crisis que llega a las causas fundamentales de nuestra vulnerabilidad, y un
movimiento político más amplio que la apoya (N.T: Naomi Klein apoya a Bernie Sanders en las inter-
nas estadounidenses).

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De esto se ha tratado todo el trabajo en torno al Green New Deal: prepararse para un momento como
este. No podemos perder el coraje; tenemos que luchar más que nunca por la atención sanitaria univer-
sal, la atención infantil universal, la baja por enfermedad remunerada, todo está íntimamente relacio-
nado.
VICE: Si nuestros gobiernos y la élite mundial van a explotar esta crisis para sus propios fines, ¿qué
puede hacer la gente para cuidarse unos a otros?
«Yo me ocuparé de mí y de los míos, podemos conseguir el mejor seguro privado de salud que haya,
y si no lo tienes es probablemente tu culpa, no es mi problema»: Esto es lo que este tipo de economía
de ganadores pone en nuestros cerebros. Lo que un momento de crisis como este revela es nuestra inte-
rrelación entre nosotros. Estamos viendo en tiempo real que estamos mucho más interconectados unos
con otros de lo que nuestro brutal sistema económico nos hace creer.
Podríamos pensar que estaremos seguros si tenemos una buena atención médica, pero si la persona
que hace nuestra comida, o entrega nuestra comida, o empaca nuestras cajas no tiene atención médica y
no puede permitirse el lujo de ser examinada, y mucho menos quedarse en casa porque no tiene licencia
por enfermedad pagada, no estaremos seguros. Si no nos cuidamos los unos a los otros, ninguno de
nosotros estará seguro. Estamos atrapados.
Diferentes formas de organizar la sociedad promueven o refuerzan diferentes partes de nosotros mis-
mos. Si estás en un sistema que sabes que no cuida de la gente y no distribuye los recursos de forma
equitativa, entonces la parte que acapara de ti se reforzará. Así que ten en cuenta eso y piensa en cómo,
en lugar de acaparar y pensar en cómo puedes cuidarte a ti mismo y a tu familia, puedes hacer un cam -
bio y pensar en cómo compartir con tus vecinos y ayudar a las personas que son más vulnerables.
Fuente de la entrevista en inglés: Vice
Versión en castellano: Cubadebate. Editada por Rebelión.
Un cataclismo para los planes de Trump, Paul Krugman
Lo que vimos en su discurso fue una absoluta incapacidad para ponerse a la altura de la crisis del
coronavirus
Donald Trump, el pasado miércoles, anuncia medidas para combatir la crisis económica provocada
por el coronavirus
Donald Trump, el pasado miércoles, anuncia medidas para combatir la crisis económica provocada
por el coronavirusContacto / Contacto
Durante tres años Donald Trump ha tenido suerte en todo. Solo ha afrontado una crisis no provocada
por él —el huracán María— y aunque su chapucera respuesta favoreció una tragedia que mató a miles
de ciudadanos estadounidenses, las muertes se produjeron fuera de cámara, lo que le permitió negar
que hubiera ocurrido algo malo.

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Ahora, sin embargo, nos enfrentamos a una crisis mucho mayor con el coronavirus. Y la respuesta
de Trump ha sido incluso peor de lo que sus detractores más duros podrían haber imaginado. Ha tratado
una amenaza urgente como si fuese un problema de relaciones públicas, combinando la negación con
frenéticas acusaciones a los demás. Su Gobierno no ha proporcionado el requisito más básico para cual-
quier respuesta a la pandemia: pruebas generalizadas para hacer un seguimiento de la difusión de la
enfermedad. No ha aplicado las recomendaciones de los expertos en sanidad y se ha dedicado a impo-
ner absurdas prohibiciones de viajar a los extranjeros, cuando todo indica que la enfermedad ya está
muy instalada en Estados Unidos. Y su respuesta a las repercusiones económicas ha oscilado entre la
complacencia y la histeria, con una fuerte mezcla de amiguismo.
Es un misterio por qué el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, normalmente un
organismo muy competente, no ha proporcionado en absoluto recursos para efectuar pruebas generali-
zadas de coronavirus durante las primeras fases de la pandemia, tan cruciales. Pero es difícil evitar la
sospecha de que la incompetencia está relacionada con la política, quizá con el deseo por parte de
Trump de restar importancia a la amenaza. Según Reuters, el Gobierno ha ordenado a los organismos
sanitarios que traten todas las deliberaciones sobre el coronavirus como información reservada. No
tiene sentido, y es de hecho destructivo desde el punto de vista de la política pública; pero tiene per-
fecto sentido si el Gobierno no quiere que la ciudadanía sepa de qué modo sus acciones están poniendo
en peligro la vida de los estadounidenses.
En todo caso, está claro lo que deberíamos hacer ahora que ya debe de haber miles de casos en todo
Estados Unidos. Necesitamos ralentizar la difusión de la enfermedad creando “distancia social” —
prohibiendo las reuniones grandes, animando a quienes puedan hacerlo a trabajar desde casa— y
poniendo en cuarentena los puntos con más casos de contagio. Tal vez esto no baste para impedir que
enfermen decenas de millones de personas, pero extender la pandemia en el tiempo ayudaría a prevenir
la sobrecarga del sistema sanitario, reduciendo enormemente el número de fallecidos. Pero en su dis-
curso, Trump casi no ha hablado de eso; sigue actuando como si fuera una amenaza que los extranjeros
están trayendo a Estados Unidos.
Y en lo que respecta a la economía, Trump parece fluctuar de día en día —incluso de hora en hora—
entre las afirmaciones de que todo va bien y las exigencias de estímulos enormes y mal concebidos
Su grandiosa idea para la economía es una completa moratoria del impuesto sobre la renta. Según
Bloomberg News, les dijo a los senadores republicanos que quería que la moratoria se extendiera
“hasta las elecciones de noviembre para que los impuestos no volvieran a cobrarse antes de que los
votantes decidan si él mantiene o no su cargo”. Sería una medida enorme. Los impuestos sobre la renta
suponen el 5,9% del PIB. En comparación, el estímulo de Obama en 2009-2010 llegó a un máximo del
2,5% del PIB. Pero estaría muy mal enfocado: grandes exenciones para los trabajadores con buenos
salarios, y nada para los desempleados o aquellos sin baja médica remunerada. ¿Por qué hacerlo de este
modo? Después de todo, si el objetivo es poner dinero en manos de los ciudadanos, ¿por qué no enviar-
les cheques? Al parecer, los republicanos no pueden concebir una política económica que no adopte la
forma de una rebaja de impuestos.

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Trump también quiere supuestamente proporcionar ayuda a sectores específicos, entre ellos el petró-
leo y el esquisto, una continuación de los esfuerzos de su Gobierno por subvencionar los combustibles
fósiles.
En cambio, los demócratas han propuesto un paquete de medidas que abordaría de hecho las necesi-
dades del momento: pruebas gratuitas para detectar el coronavirus, bajas por enfermedad remuneradas,
ampliación de las prestaciones por desempleo y un aumento de los fondos de contrapartida federales
destinados a programas de sanidad pública, lo cual, al aliviar la presión sobre los presupuestos estata-
les, ayudaría a los estados a cubrir las demandas de la crisis y a sostener su gasto total.
Por cierto, fíjense en que estas medidas ayudarían a la economía en un año de elecciones, y por lo
tanto podría decirse que favorecerían políticamente a Trump. Pero los demócratas están dispuestos a
hacer lo correcto de todas formas, en drástico contraste con el comportamiento de los republicanos tras
la crisis financiera de 2008, cuando presentaron una oposición de tierra quemada a todo aquello que
pudiera mitigar el daño. Sin embargo, la Casa Blanca no quiere saber nada de esto y uno de sus funcio-
narios llegó incluso a acusar a los demócratas de impulsar “un programa de izquierda radical”.
Supongo que las bajas médicas remuneradas equivalen a socialismo, incluso en una pandemia. Enton-
ces, ¿qué está ocurriendo? Lo que estamos viendo es un cataclismo, no solo de los mercados, sino tam -
bién de la mente de Trump. Cuando ocurren cosas malas, solo sabe hacer tres cosas: insistir en que las
cosas van estupendamente y que sus políticas son perfectas, bajar los impuestos y darles dinero a sus
amigotes.
Ahora se enfrenta a una crisis en la que ninguna de estas respuestas habituales va a funcionar y en la
que, de hecho, necesita cooperar con Nancy Pelosi para evitar una catástrofe. Lo que vimos en su dis-
curso del miércoles fue su absoluta incapacidad para ponerse a la altura de la situación. Necesitábamos
ver a un líder; lo que vimos fue a un fanfarrón incompetente y delirante.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times, 2020
Traducción de News Clips
Para derrotar al coronavirus y la recesión hacen falta políticas republicanas de izquierda, Daniel
Raventós G. Buster Miguel Salas
“Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven for-
zados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”. (Karl Marx,
El Manifiesto Comunista)
«Han dich que pestilencia, segons verdadera enterpretació, vol dir aytant com temps de tempesta que
ve de clardat, co és a saber, de les esteles. Per la primera síl.laba sua, que és .pes., entench 'tempesta'. E
per la segona sil.laba sua, que és .te. entench 'temps'. E per la terca sil.laba sua, que és .lincia. entench
'clardat' car lencos en grech vol aytal dir com 'clardat' ho 'lum' en lati». (Jacme d’Agramont, Regiment
de preseruació de pestilincia, 1348)

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Ciento dos años después de la epidemia de H1N1, la llamada “gripe española”, el capitalismo tardío
se enfrenta a la epidemia del COVID-19, que amenaza consecuencias desastrosas.
Las lecciones de la “gripe española”
La epidemia de “gripe española” surgió en el campamento militar de Fort Riley, Kansas y rápida-
mente se propagó entre las tropas movilizadas en la I Guerra Mundial y llegó a afectar a un tercio de la
población mundial, con un índice de mortalidad entre el 10 y el 20%, con efectos devastadores, entre
otros lugares, en China, entonces un estado fallido. En el Reino de España, país neutral que no censuró
las informaciones sobre la epidemia y razón por la cual se llamó “española”, 8 millones de personas se
vieron afectadas, 300.000 de las cuales fallecieron.
A pesar de las diferencias —cepas de gripe y de coronavirus; principales afectados los jóvenes
entonces, los mayores ahora; la mayor rapidez de la propagación por la globalización, la transparencia
informativa, etc— sigue siendo la mejor analogía y experiencia histórica de la que disponemos para
prepararnos a lo que nos espera. Pero la diferencia más importante es el papel del estado, del gasto
público y del gasto social desde la I Guerra Mundial hasta hoy y la implantación y evolución de los sis-
temas de salud tanto privados, como muy especialmente públicos.
A pesar del esfuerzo militar imperialista, la mayoría de los estados más avanzados de comienzos del
siglo XX situaban su gasto público entre el 8 y el 18% del PIB. Hoy esas cifras son las de Haití o
Sudán. La media de la eurozona se sitúa por encima del 40% (44,7%) y economías donde el neolibera -
lismo se ha impuesto con mayor dureza, como el Reino de España (41,3%), los EEUU (35,15%) o
Japón (37%), tienen cifras más bajas. Aunque estas son apreciaciones generales sin entrar en las muy
diferentes composiciones de ese gasto público, a la eficacia redistributiva del mismo y a la tendencia
también general tras la Gran Recesión a un incremento de la desigualdad. La batalla contra el coronavi-
rus se jugará en buena parte en la orientación política del gasto público.
En cuanto a los modelos de sanidad, la evolución ha sido paralela a la del gasto público. De la medi-
cina privada con algunas instituciones caritativas o filantrópicas a la organización de los servicios
médicos militares y de ahí a la extensión paulatina del acceso universal. La lucha por la sanidad pública
frente a los “determinantes sociales de la salud” ha sido uno de los componentes más importantes de las
reivindicaciones del movimiento obrero y socialista. La capacidad de articular políticas sanitarias a tra-
vés de sistemas de salud públicos y su acceso por el conjunto de la población van a ser determinantes
en la mortalidad del coronavirus y en su sesgo social, como todo el mundo está comprendiendo rápida-
mente estos días.
La contención es la clave
A pesar de los tres meses de movilización nacional sin precedentes en China, que ya ha conseguido
hacer retroceder el número diario de personas infectadas, las lecciones de la importancia de contener la
enfermedad en el resto del mundo se han comenzado a aplicar tarde. Detrás no hay ninguna de las
explicaciones conspirativas absurdas que se han escuchado estos días, pero sí los efectos ideológicos de
la política de contención de EEUU contra China. Cuando ha llegado el momento de concentrar todos

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los esfuerzos se han aplicado criterios muy similares a los que se han criticado por “autoritarios” o
“falta de transparencia” de las autoridades chinas. La pertinaz tozudez anticientífica ha destacado en
dirigentes como Boris Johnson, Jair Bolsonaro, pero hasta Trump comienza a corregir sus desvaríos
políticos iniciales ante la pandemia.
No es necesario hacer muchos números para comprender que la posibilidad de evitar el desborda-
miento de los sistemas sanitarios —más fuertes cuanto más públicos— reside en alargar el periodo de
contagio del 70 u 80% de la población que se prevé, teniendo en cuenta que el 15% sufrirá neumonía y
el 5% tendrá que ser tratado en una UCI con respiración asistida. Para los grupos de mayor riesgo, en
especial las personas mas mayores, el poder ser atendidos es una cuestión de supervivencia. Las estra-
tegias de no-contención radical de la pandemia, como la anunciada por Johnson en el Reino Unido,
implica condenar a los grupos de mayor riesgo a una mayor tasa de mortalidad en nombre de un funcio-
namiento del mercado dejado a la mano invisible (que lo es todo menos invisible) y las esporas micros-
cópicas del coronavirus. Una evidencia más, si cabe, de que no hay mercado libre, todo mercado se
regula de una u otra forma. No se trata de “¿cuánta regulación?”, sino “¿en beneficio de quién?”: ricos
o pobres, privilegiados o vulnerables, grandes burgueses o población trabajadora. La respuesta de John-
son ha optado por la que beneficiará a los más privilegiados y con capacidad de protección y en detri-
mento de la población más vulnerable.
Una crisis civilizatoria
Llegamos a esta crisis civilizatoria después de más de una década de la Gran Recesión de 2007-2008
y sin que la débil recuperación posterior haya permitido volver a situarnos en muchos casos en el punto
de partida. Y como todos sabemos, las políticas de austeridad neoliberales han tenido efectos demole-
dores en el gasto público, muy especialmente en el gasto social. Las políticas neoliberales del PP y de
CiU en Cataluña recortaron todo lo que pudieron en la sanidad pública. En Madrid, hace doce años dis-
ponía de 2.100 camas más que hoy y se perdieron 2.200 trabajadores. El colapso hospitalario para
afrontar la crisis se explica por esos recortes. Ahora proclaman que quieren contratar a 1.700 trabajado-
res con urgencia, pero ese número ni siquiera llega a las plantillas de hace doce años. Los profesionales
critican, además, que no se contraten no sanitarios, sin los cuales es imposible que funcionen los hospi-
tales, como celadores, servicio de limpieza, etc. En Cataluña, la situación no es mejor. La sanidad cata-
lana es la que menos inversión por habitante realiza, 1.192 euros. El presupuesto destinado a sanidad
bajó del 40% al 32%. Ambas comunidades se han distinguido por desplazar hacia la sanidad privada
una parte del dinero público, que ha servido para sostener económicamente los hospitales privados
mientras se desprestigiaba a la pública.
Por otra parte, los efectos sociales de la pandemia y de las necesarias medidas de contención se
harán sentir a muy corto plazo en una economía en desaceleración progresiva ya por debajo del 2% del
PIB. Grandes fábricas, como Seat y Nissan, han anunciado expedientes de empleo, en las pequeñas
industrias y negocios la repercusión puede ser brutal; en el turismo y restauración la perspectiva es
terrible. No será lo mismo para el gran capitalista que tiene reservas o capacidad de crédito bancario,
que para el autónomo o el pequeño empresario.

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Para comprobar cómo es un terreno de lucha de clases solo hay que conocer las declaraciones de
Fomento del Trabajo en Cataluña pidiendo que se recorten impuestos y se facilite el despido. CCOO de
Cataluña, así como otros sindicatos y entidades sociales, han mostrado la canallada extrema de la patro-
nal. CCOO declaró: “Fomento actúa como los buitres que sobrevuelan los animales heridos esperando
que caigan para que les sirvan de alimento, con la diferencia de que los buitres lo hacen para sobrevivir
y el empresariado para conseguir más beneficios escarbando en la desgracia de los más débiles”.
Estado de Alarma: cuarentena del Régimen del 78
Después de una semana de indecisión, el gobierno de coalición progresista ha decretado el sábado
día 14 de marzo el Estado de Alarma, de acuerdo con el artículo 116.2 de la Constitución de 1978. Con
él se pone al país en cuarentena, limitando la libre circulación de las personas, por un período de 15
días, deberá ser refrendado por el Congreso de los Diputados, y podrá ser ampliable si, como todo
apunta, será necesario un período más prolongado para contener en esta fase inicial la pandemia.
El Estado de Alarma sale al paso de las declaraciones de cuarentena iniciadas por los presidentes de
las Comunidades Autonómicas, en especial de Euskadi y de Cataluña, y subordina el ejercicio de sus
competencias a la autoridad del Presidente del Gobierno y a las “autoridades competentes delegadas”
por el Gobierno: los ministros de Defensa, Interior, Transportes y Sanidad. No deja de ser relevante que
en este ejercicio ultracentralista de funciones quedan fuera las cuatro vicepresidencias, todos los minis-
tros de Unidas Podemos y el responsable directo es el Presidente Pedro Sánchez. Semejante concentra-
ción de poder, que pone en cuarentena política también al Régimen del 78, no tiene precedentes y es
justificado por la urgencia y la gravedad de la situación.
El complicado proceso de constitución del gobierno de coalición progresista entre el PSOE y Unidas
Podemos ha estado sostenido por la posición mayoritaria en las izquierdas institucionales de que frente
a la gestión reaccionaria de la salida de la crisis económica y política de las tres fuerzas de derecha
extrema que la componen era necesaria y posible una alternativa reformista que rebañase los márgenes
del Régimen del 78, frenase la crisis constitucional en Cataluña y permitiese la recuperación parcial de
derechos sociales perdidos por las políticas de austeridad neoliberales, sin cuestionar ni el Pacto Fiscal
europeo ni la estructura monárquica —una monarquía cada vez más desprestigiada si ello fuera posible
por el nuevo caso de corrupción del Borbón Juan Carlos I— del estado de las autonomías.
Otros sectores, entre los que Sin Permiso se encuentra, han argumentado que la crisis estructural del
Régimen del 78 limitaría rápidamente ese margen reformista a rebañar y situaría al gobierno de coali-
ción progresista y a las izquierdas en general en una encrucijada política.
Lo que no podíamos sospechar es que esa encrucijada se plantease a poco más de dos meses de
constituido el gobierno PSOE-Unidas Podemos y ante un choque externo como la pandemia de corona-
virus que va a agravar todos los elementos de la crisis estructural del Régimen del 78.
Como ya es público y notorio, las contradicciones han comenzado a manifestarse en el mismo
debate sobre las medidas económicas y sociales a adoptar junto al Estado de Alarma. Ni la reunión de
la Comisión Delegada para Asuntos Económicos del viernes, ni las siete horas del Consejo de Ministros

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del sábado 14 de marzo han permitido otra conclusión que posponer al martes siguiente y tras una
nueva reunión del Consejo de Ministros el anuncio de las medidas. El debate es transversal y divide al
PSOE. Pero esas medidas de ayuda directa y real son imprescindibles para proteger a los sectores más
débiles y desprotegidos.
Resulta sorprendente que en la decisión del Consejo de Ministros no haya ninguna referencia a
medidas urgentes para afrontar el problema de las miles de personas que van a engrosar las filas del
paro. Con razón, los sindicatos exigen medidas sociolaborales y han declarado que “Es el momento de
actuar para que la caída de la actividad, producto de la situación de emergencia sanitaria que vivimos,
se canalice por fórmulas distintas a la extinción de contratos. No caben más demoras. Hay que actuar
protegiendo a las personas. Y hay que hacerlo ya. Sabemos que hay que tomar medidas que faciliten el
mantenimiento de las empresas, de liquidez, de contención temporal de gastos, pero las trabajadoras y
trabajadores no pueden quedarse a la cola de las medidas a tomar. No es justo socialmente, no es con-
veniente económicamente y no es entendible políticamente”.
Hacen falta políticas republicanas de izquierdas
La cuestión esencial es como gestionar el Pacto Fiscal europeo, con el peso de la deuda pública acu-
mulada del 100%. A las tasas actuales no es tanto un problema de su servicio como de la aceptación de
las políticas del gobierno por parte del Banco Central Europeo (que ya ha anunciado la ampliación de
su programa de flexibilización cuantitativa para 2020-21 TLTRO III), de la Comisión europea y de los
llamados “mercados” (es decir, especuladores, empresarios y banqueros). Lo que está en cuestión es el
equilibrio de los intereses de clase de como gestionar la pandemia y la recesión económica que se
anuncia inevitable.
Porque la concentración de poder extraordinario del Estado de Alarma plantea cuestiones de fondo
sobre los límites del Régimen del 78. Por ejemplo, los jueces de Barcelona han decidido que no ejecu-
tarán desahucios mientras dure esta crisis. Es una buena decisión, que demuestra también que podría
acordarse para el futuro mientras las familias no tengan otra alternativa habitacional. La Plataforma de
Afectados por las Hipotecas (PAH) ha solicitado al gobierno que la moratoria se extienda a todo el
Reino. En Barcelona, 1.087 propietarios tienen 75.767 viviendas. El 0,2% de los contribuyentes dispo-
nen del 9,8% de las viviendas. Y la tendencia a la concentración es cada vez mayor con la presencia de
las grandes empresas y fondos buitre.
Por ejemplo, parece urgente tomar medidas para controlar los precios. La población se ha lanzado a
la compra compulsiva temiendo el desabastecimiento, pero, más allá de la exageración que hoy pueda
representar, puede ser utilizado por las empresas para subir los precios de productos de primera necesi-
dad. Un decreto urgente debería ser aprobado para poner medidas de control y vigilancia y sanciones
contra quien aproveche la situación para sacar beneficios extras.

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Por ejemplo, la especulación en la Bolsa es otra de las muestras de esta crisis. Deberían prohibirse
las apuestas a la baja, que tantos beneficios representan para los grandes inversores y tantas pérdidas
para los pequeños accionistas; deberían controlarse las inversiones especulativas y establecer controles
respecto a las oscilaciones bursátiles.
Por ejemplo, nuestro sistema de salud público necesitará situar bajo su control a la sanidad privada
para utilizar todas las capacidades existentes sin que ello suponga una sangría inimaginable en las
actuales circunstancias de transferencias del presupuesto público para satisfacer no los costes sino los
beneficios de sus inversores privados. Y la contradicción largamente arrastrada de poseer un sistema
sanitario público que no está acompañado de una industria pública farmacéutica y de insumos sanita-
rios, en su totalidad en manos privadas, cuando faltan cosas tan elementales para proteger a los trabaja-
dores de la sanidad como mascarillas y trajes protectores.
Por ejemplo, es la ocasión para que los sindicatos exijan el máximo de control y establezcan el
máximo de vigilancia sobre todos los procesos de expedientes, para que no se apruebe ninguno sin
acuerdo sindical. Si estamos en una situación de alarma social, no deben ser solo los trabajadores quie-
nes la soporten. En una situación como esta en que se pide la colaboración de todos, a quien primero se
le debe exigir es a los que más tienen.
Por ejemplo, que durante un tiempo se paguen los salarios, aunque no haya producción. Si el
gobierno ya ha establecido que una persona afectada por contagio se considera accidente de trabajo, es
decir cobra su salario desde el primer día, deberían establecerse medidas de ese tipo para las plantillas
afectadas por cierres o despidos durante el tiempo que dure el estado de alarma por el virus. No puede
ser que la única medida que se tome sea la inyección de dinero público para que los capitalistas sigan
manteniendo sus beneficios. Porque ese dinero luego se transformará en deuda y se pretenderá volver a
las políticas de austeridad y de recortes, que ya sabemos lo que representan. Es el momento de recupe-
rar el proyecto de una banca pública a partir de Bankia que pueda mantener el acceso a los créditos de
las pequeñas y medianas empresas con dificultades.
Se trata de simples medidas para evitar que la población no rica sufra las consecuencias o, si se
quiere llamarlo propiamente, medidas de libertad republicana que no empeoren aún más sus condicio-
nes materiales de existencia. Porque, por decirlo con el viejo pero no desactualizado lenguaje, se trata
de lucha de clases.
En la medida en que el principal instrumento de la respuesta a la pandemia y a la recesión econó-
mica que va a desencadenar es el gasto público, la presión por ejercer los poderes extraordinarios pre-
vistos en el art 116.2 de la Constitución y el Estado de Alarma van a situar al gobierno en la encrucijada
que ha intentado rehuir desde su formación.
La presión de los grandes propietarios y gestores económicos es que las políticas fiscales del
gobierno prioricen las transferencias a su favor para mantener sus ganancias no a través de la “mano
invisible del mercado” sino de la flexibilización cuantitativa del BCE y el presupuesto de 2020. Lo que
piden son ERE´s y flexibilidad del despido en el diálogo social. ¿Cómo garantizar sino es mediante la

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intervención pública el acceso a los créditos de las medianas y pequeñas empresas, que es uno de los
objetivos teórico de la política monetaria del BCE, cuando la mayoría son empresas zombies cargadas
de deudas y al borde de la quiebra con los despidos de plantilla que implica?
Como conocen los lectores de Sin Permiso, la defensa de la Renta Básica universal e incondicional
es una de nuestras señas de identidad. Cuando la lógica de la crisis económica intrínseca en el sistema
capitalista opera como el principal mecanismo de recuperación de la tasa de ganancias, abandonando al
paro a una parte significativa de las clases trabajadoras, es esencial asegurar su dignidad ciudadana por
encima de la miseria, orientando las políticas fiscales a este fin. No perjudicar los niveles de existencia
material implican una lógica económica que incentiva sectores económicos básicos y que permite abrir
el debate de como satisfacer la demanda de consumo básico sin que la única opción sea la sobre-explo-
tación.
Cuando el éxito de la contención de la pandemia depende de la cuarentena solidaria, de la asistencia
sacrificada de los sanitarios, de mantener la producción de los bienes esenciales, la disciplina social
puede y debe ser consciente. Consciente de los intereses sociales de la mayoría que están en juego, de
lo que nos jugamos, de las obligaciones de un gobierno progresista que, para serlo, también tendrá que
ser de izquierdas.
Derechos de libertad republicana
Días antes del estado de emergencia, el PSOE se negó a constituir una comisión parlamentaria para
investigar la corrupción de Juan Carlos I, junto a Vox y el PP. Mal presagio para las medidas de libertad
republicana. Pocos días también del estado de emergencia, el constitucionalista sevillano Pérez Royo
escribía a propósito de la lucha pública contra el coronavirus: “Es la ocasión para que resulte visible
por qué el constituyente español del 78 acertó al considerar que el Estado unitario y centralista no podía
ser la forma de Estado de la Democracia española. La complejidad de la sociedad española y su diversi-
dad territorial no puede ser dirigida desde un Estado unitario ante la crisis por la que estamos atrave-
sando”. El gobierno de Sánchez ha optado por la dirección contraria.
La declaración del Estado de Alarma es sin duda necesaria. Pero la forma que ha adoptado, la expli-
cación que se ha ofrecido en nombre de una unidad nacional que parece obviar los interesas sociales en
liza y las distintas competencias de las comunidades, en especial en Euskadi y Cataluña, donde tam-
poco se puede obviar la crisis constitucional por decreto, aparecerá para importantes sectores de la
población como la recentralización que viene exigiendo la derecha mas reaccionaria, aunque sea por
vía indirecta y en nombre de la emergencia sanitaria. Había otra vía y era la de profundizar en el diá -
logo y la coordinación anunciadas, especialmente en Cataluña.
Efectivamente, el gobierno español puede aplicar las competencias que solamente él tiene. Así que
podría establecer que toda la ciudadanía tuviera la republicana existencia material garantizada hasta
que durase la situación de emergencia: una renta básica de 1.000 euros para toda la población hasta fin
de año, por ejemplo. Eso es menos dinero que el que sirvió para rescatar a la banca española. Para los
que les preocupa que reciban una renta básica los más ricos, en la declaración anual del IRPF, todas

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aquellas personas que tuvieran unos ingresos brutos superiores a 25, 35, 40.000 euros brutos, se les vol-
vería a descontar. ¿Cuál es el problema? ¿No estamos en una situación de emergencia? “El virus no
entiende de colores, de partidos, de ideologías, ni de territorios”, dijo Sánchez. Nadie en su sano juicio
podía pensar lo contrario, el virus no entiende de estas cosas, pero los humanos sí. Y de eso hablamos.
Plagados de trumpismo, Joseph E. Stiglitz
Nueva York – Como educador, siempre estoy buscando “momentos enseñables” –episodios actuales
que ilustren y reafirmen los principios sobre los que he venido enseñando–. Y no hay nada como una
pandemia para centrar la atención en lo que realmente importa.
La crisis del COVID-19 es rica en lecciones, especialmente para Estados Unidos. Una moraleja es
que los virus no andan con pasaportes; de hecho, no respetan en absoluto las fronteras nacionales –o la
retórica nacionalista–. En nuestro mundo estrechamente integrado, una enfermedad contagiosa que se
origina en un país puede volverse global, y lo hará.
La propagación de las enfermedades es un efecto colateral negativo de la globalización. Cuando sur-
gen crisis transfronterizas como ésta, exigen una respuesta global y cooperativa, como en el caso del
cambio climático. Al igual que los virus, las emisiones de gases de efecto invernadero están causando
estragos e imponiendo enormes costos a los países en todo el mundo a través del daño causado por el
calentamiento global y los episodios de clima extremo asociados.
Ninguna administración presidencial estadounidense ha hecho más para minar la cooperación global
y el papel del gobierno que la de Donald Trump. Sin embargo, cuando enfrentamos una crisis como una
epidemia o un huracán, recurrimos al gobierno, porque sabemos que esos acontecimientos exigen una
acción colectiva. No podemos hacerles frente por cuenta propia; tampoco podemos depender del sector
privado. Muy a menudo, las empresas que maximizan las ganancias verán en las crisis oportunidades
para hacer subir los precios, como ya se evidencia en el alza de los precios de las mascarillas faciales.
Desafortunadamente, desde la administración del presidente estadounidense Ronald Reagan, el man-
tra en Estados Unidos ha sido que “el gobierno no es la solución a nuestros problemas, el gobierno es el
problema”. Tomarse ese mantra en serio es un callejón sin salida, pero Trump ha avanzado por ese
camino más que cualquier otro líder político estadounidense que se recuerde.
En el centro de la respuesta estadounidense a la crisis del COVID-19 está una de las instituciones
científicas más venerables del país, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC),
donde tradicionalmente han trabajado profesionales comprometidos, experimentados y altamente entre-
nados. Para Trump, el político más ignorante de todos, estos expertos plantean un serio problema por-
que lo contradirán cada vez que intente inventar hechos para satisfacer sus propios intereses.
La fe puede ayudarnos a lidiar con las muertes causadas por una epidemia, pero no es un sustituto
del conocimiento médico y científico. La fuerza de voluntad y las oraciones no sirvieron de nada para
contener la Peste Negra en la Edad Media. Afortunadamente, la humanidad ha hecho enormes progre-
sos científicos desde entonces. Cuando apareció la cepa del COVID-19, los científicos rápidamente

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pudieron analizarla, someterla a pruebas, rastrear sus mutaciones y empezar a trabajar en una vacuna.
Si bien todavía hay mucho que aprender sobre el nuevo coronavirus y sus efectos en los seres humanos,
sin la ciencia estaríamos completamente a su merced y ya habría cundido el pánico.
La investigación científica exige recursos. Pero la mayoría de los mayores progresos científicos en
los últimos años han costado centavos en comparación con la generosidad impartida por Trump a nues-
tras corporaciones más ricas y con los recortes impositivos de 2017 de los congresistas republicanos.
Por cierto, nuestras inversiones en ciencia también languidecen en comparación con los posibles costos
de la última epidemia para la economía, para no mencionar las pérdidas de las bolsas.
De todos modos, como señala Linda Bilmes de la Escuela Kennedy de Harvard, la administración
Trump ha propuesto recortes al financiamiento de los CDC año tras año (10 % en 2018, 19 % en 2019).
A comienzos de este año, Trump, dando muestras del peor sentido de la oportunidad imaginable, exigió
un recorte del 20 % del gasto en programas para combatir enfermedades infecciosas y zoonóticas (es
decir, patógenos como los coronavirus, que se originan en animales y saltan a los seres humanos). Y en
2018, eliminó la junta directiva de seguridad sanitaria y biodefensa global del Consejo Nacional de
Seguridad.
No sorprende que la administración haya demostrado estar mal preparada para lidiar con el brote. Si
bien el COVID-19 alcanzó proporciones epidémicas hace unas semanas, Estados Unidos ha dado
muestras de una capacidad de diagnóstico insuficiente (inclusive comparado con un país mucho más
pobre como Corea del Sur) y de procedimientos y protocolos inadecuados para tratar a los viajeros
potencialmente expuestos que regresaban del exterior.
Esta respuesta mediocre debería servir como otro recordatorio de que más vale prevenir que curar.
Pero la panacea universal de Trump para cualquier amenaza económica consiste simplemente en exigir
más flexibilización de la política monetaria y recortes impositivos (normalmente para los ricos), como
si recortar las tasas de interés fuera todo lo que se necesita para generar otro auge del mercado bursátil.
Hoy es mucho menos probable que este tratamiento de curandero funcione como lo hizo en 2017,
cuando los recortes impositivos crearon un estímulo económico de corto plazo que ya se había desva-
necido cuando entramos en 2020. Con tantas empresas norteamericanas que enfrentan alteraciones de
las cadenas de suministro, es difícil imaginar que de pronto decidieran hacer inversiones importantes
sólo porque las tasas de interés fueron recortadas 50 puntos básicos (suponiendo, por empezar, que los
bancos comerciales trasladaran los recortes).
Peor aún, los costos totales de la epidemia para Estados Unidos todavía se desconocen, particular-
mente si no se contiene el virus. A falta de una licencia paga por enfermedad, muchos trabajadores
infectados a los que ya les cuesta llegar a fin de mes van a presentarse a trabajar de cualquier manera. Y
a falta de un seguro de salud adecuado, se mostrarán reacios a realizarse estudios y solicitar trata-
miento, para que no les lleguen facturas médicas gigantescas. No debería subestimarse la cantidad de
estadounidenses vulnerables. En la administración Trump, las tasas de morbilidad y de mortalidad están
en aumento, y unos 37 millones de personas regularmente padecen hambre.

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Todos estos riesgos aumentarán si cunde el pánico. Para impedir que esto suceda hace falta con-
fianza, particularmente en quienes tienen la tarea de informar a la población y responder a la crisis.
Pero Trump y el Partido Republicano han venido sembrando desconfianza hacia el gobierno, la ciencia
y los medios durante años, mientras que les dieron rienda suelta a gigantes de las redes sociales ávidos
de ganancias, como Facebook, que a sabiendas permite que su plataforma sea utilizada para propagar
desinformación. La ironía perversa es que la respuesta torpe de la administración Trump minará la con-
fianza en el gobierno aún más.
Estados Unidos debería haber empezado a prepararse para los riesgos de la pandemia y del cambio
climático hace años. Solo una gobernanza basada en ciencia sólida puede protegernos de estas crisis.
Ahora que ambas amenazas penden sobre nosotros, es de esperar que en el gobierno todavía queden
suficientes burócratas y científicos dedicados que nos protejan de Trump y de sus secuaces incompeten-
tes.
* Premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia y economista
jefe en el Instituto Roosevelt. Es el autor, más recientemente, de People, Power, and Profits: Progres-
sive Capitalism for an Age of Discontent. Project Syndicate 1995–2020

¿El coronavirus nos hará más desiguales en Colom-


bia? Fernando Rojas
Hoy nos enfrentamos a una pandemia: el covid-19. Los esfuerzos para evitar su propagación necesi-
tan de la colaboración de todos, pero también de un liderazgo que esté a la altura de las circunstancias.
Ahí tenemos un gran desafío en Colombia porque debemos tomar la decisión de qué camino vamos a
seguir. En ese sentido, el caso de Corea del Sur ha llamado mucho la atención porque es un gobierno
que se centró en resolver la crisis, que convocó a la sociedad y estableció, sin dilaciones, una amplia
red de diagnóstico. Así, mientras en Estados Unidos entre enero y marzo fueron examinadas 4.300 per-
sonas, en Corea del Sur hicieron la prueba a 196.000. Esto redujo sustancialmente los efectos más
negativos de la pandemia en su población.
Por ahora, la apuesta del Gobierno de Colombia no es clara. Con un coeficiente de Ginni de 0,517,
parece apostarle a un paquete de medidas de las que no se tiene claro su verdadero impacto en el tejido
social de un país profundamente desigual. El teletrabajo, la suspensión de las clases en jardines, cole-
gios y universidades fueron presentadas como acciones para frenar el riesgo de contagio del coronavi-
rus. Sin embargo, teniendo en cuenta que la informalidad laboral en Colombia llegó al 61% en 2018,
según la OIT, un amplio sector de la población no podrá darse el lujo de guardarse y tendrá que hacer
milagros porque viven al diario. Si no trabajan, no comen.

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Claro que hay que cuidarse y que hay que reducir los efectos negativos de la pandemia. Sin
embargo, en una sociedad tan desigual como la colombiana estas medidas pueden enviar un mensaje
muy duro: se salva el que tiene. Si bien el riesgo de contagio no está asociado directamente a si se es
rico o pobre, hay una diferencia en cómo se preparan unos y otros para vivir y enfrentar la amenaza del
coronavirus. Y las sociedades desiguales incitan al miedo frente otros.
Por eso es importante establecer como sociedad cómo enfrentaremos la crisis. Porque la ola de
miedo que ha generado el coronavirus ha exacervado el individualismo. Así lo anticipó el urbanista ita-
liano Bernardo Secchi, en su ensayo “La ciudad de los ricos y la ciudad de los pobres”, publicado en
2015. Allí señaló que “el miedo desarrolla la intolerancia, rompe la solidaridad y disgrega la sociedad,
sustituye la ciudadanía y la virtud cívica.” De esa idea fuimos testigos cuando vimos que algunos con
recursos, en avalancha, arrasaron, primero con el papel higiénico, y luego con otros productos de con-
sumo básico sin importar a quienes afectaban o dejaban sin posibilidad de acceso.
¿Saldremos de esta pandemia más desiguales o será una oportunidad para generar un cambio pro-
fundo? En países de Europa y Asia la crisis pudo generar resquemores, pero está enviando el mensaje
de que gobierno y ciudadanía reman juntos. Acá, el riesgo es que superemos la pandemia, pero no los
efectos negativos de la desigualdad, ni la desigualdad misma. Y el débil liderazgo del gobierno nacional
no genera muchas esperanzas.
Como sociedad creo que es mucho más poderoso el #SimulacroVital propuesto por la alcaldesa de
Bogotá, Claudia López, o las iniciativas de los alcaldes de La Ceja, Cartagena, Santa Marta, del Eje
Cafetero, entre otros, porque le apuestan a la idea de ayudarnos, de autorrestringirnos, de convocarnos.
Y eso, es diferente. Apoyar ese esfuerzo vale la pena.
* PhD en Historia, politólogo con maestrías en gestión urbana e historia. Consultor independiente.
@ferrojasparra

La crisis se anunciaba antes del coronavirus, Alejan-


dro Nadal
Los ciclos y crisis en el capitalismo pueden suceder de manera irregular. Esto es parte del movi-
miento anómalo de una economía que es intrínsecamente inestable. La gran crisis de 2008 fue resultado
de ese tipo de procesos. Y para sacar a flote a una economía que ha caído en el desequilibrio se necesita
inyectarle liquidez en buenas cantidades. Por ejemplo, las medidas de política de flexibilidad monetaria
aplicadas por la Reserva Federal se hicieron sentir antes de la crisis y sus efectos especulativos comen-
zaron a difundirse por toda la economía desde 2009-2010. Cantidades astronómicas pasaron a fondos
de pensión y departamentos de tesorería de grandes corporaciones, en donde sirvieron para aceitar la
especulación a escala mundial. Pero lo que sí no hicieron fue promover la inversión y el empleo.

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El proceso de recuperación ha sido muy publicitado, pero la realidad es que si por recuperación se
entiende un periodo más o menos prolongado de crecimiento, pues eso sí se ha manifestado. Pero, otro
lado, si ese crecimiento ha sido muy lento y la creación de empleos ha sido débil, entonces la recupera -
ción puede caracterizarse como una larga recesión. Aun antes de que se desatara esta gran recesión, era
evidente que los esquemas de flexibilidad cuantitativa en materia de política monetaria no estaban fun-
cionando como fomento de la economía real. Lo único que habían logrado era promover la recompra
de acciones, las operaciones de carry trade, en la que las grandes corporaciones llevaron la especula-
ción a todos los confines de la tierra, en territorios en los que prevalecían menores rendimientos.
Frente a este panorama de fragilidad, con una economía estadunidense perezosa, creadora de
empleos de mala calidad, una Europa reticente y unas economías china e india cayendo en recesión, el
fantasma de una guerra comercial con todas sus implicaciones, unos desequilibrios muy marcados en
toda la economía mundial y el espectro de una crisis mundial, se manifiesta con mayor claridad. Y
frente a la amenaza generalizada de una recesión que se cierne sobre la economía mundial, las cosas se
confunden. Y lo primero que hay que observar con claridad es el prospecto de una crisis que se intensi-
fica. El nuevo coronavirus promueve que la gente permanezca en sus hogares y evite viajar, recortando
la demanda de transporte aéreo y servicios de hotelería de manera significativa. Los recortes de produc-
ción en China y otros lugares han perturbado las cadenas de valor. Este proceso, a su vez, ha detonado
un flujo constante de avisos de alarma sobre cómo afectará el ya tristemente célebre virus al resto de la
economía.
Por el lado de la economía estadunidense, entre más dure la pandemia y más intensos sean los
esfuerzos para contrarrestarla –aunque por el momento la situación sigue siendo muy incierta porque
hay muchos sitios afectados y gran cantidad de gente ha sido perjudicada–, la gravedad de la situación
no ha podido ser evaluada con precisión.
Para una economía que ya se encontraba en fase de semiestancamiento, la situación se ha compli-
cado mucho. Para comenzar, con China todo depende de la velocidad con que se pueda controlar la epi-
demia mundial, las perspectivas para frenarla y el proceso de restricciones masivas y cuarentenas nunca
vistas. Ese país está sufriendo su primera contracción económica desde 1971 y las consecuencias se
dejarán sentir en toda la economía global. Si estos procedimientos no funcionan, la recesión será inevi-
table.
Varios analistas predicen caídas de 2 y hasta 3 por ciento en el PIB mundial si la recesión se declara
y se extiende más tiempo. Pero que nadie se deje engañar en este contexto. Los temblores que se vienen
pronosticando están presentes desde hace meses y los remedios que supuestamente estaban diseñados
para aplacar el dolor los han intensificado. Las contradicciones del capitalismo se ha dejado sentir
desde la crisis de 2008 y los remedios no constituyen la superación de estos problemas. De todos
modos, los más los vulnerables frente a la crisis de la pandemia siguen siendo los más pobres y explo-
tados por el sistema capitalista. Bajo el capitalismo, ésta seguirá siendo la historia y el signo de los
explotados de la tierra

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https://www.jornada.com.mx/ultimas/economia/2020/03/11/la-crisis-se-anunciaba-antes-del-
coronavirus-alejandro-nadal-8349.html

La Casa Blanca y el FMI los primeros infectados, Ati-


lio Borón
Guerras, crisis económicas, desastres naturales y pandemias son acontecimientos catastróficos que
sacan lo peor y lo mejor de las personas –tanto de los dirigentes como del común de las gentes- y tam-
bién de los actores e instituciones sociales. Es en esas circunstancias tan adversas como las bellas pala-
bras se desvanecen en el aire y dan lugar a las acciones y comportamientos concretos.
Días pasados y apenas conteniendo las lágrimas el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, denunció
ante las cámaras el gran engaño de la “solidaridad europea”. No existe tal cosa, dijo Vucic, es un cuento
de niños, un papel mojado. Renglón seguido agradeció la colaboración de la República Popular China.
Y tenía razón en su queja. Desde Latinoamérica advertimos hace mucho que la Unión Europea era un
mezquino tinglado diseñado para beneficiar más que nada a Alemania a través de su control del Banco
Central Europeo (BCE) y con el euro someter a los países de la Eurozona a los caprichos -o los intere-
ses- de Berlín. La titubeante reacción inicial del BCE ante un pedido excepcional de ayuda de Italia
para enfrentar la pandemia que está devastando la península mostró por unas horas lo mismo que había
denunciado el líder serbio. Un escandaloso “sálvese quien pueda” que echa por tierra las edulcoradas
retóricas sobre la “Europa de los ciudadanos”, la “Europa una y múltiple” y otras divagaciones por el
estilo. Cuento de niños, como dijo Vucic.
Lo mismo y más todavía vale para la pandilla de hampones que se ha instalado en la Casa Blanca de
la mano de Donald Trump quien ante un Irán fuertemente afectado por la pandemia lo único que se le
ocurrió fue escalar las sanciones económicas en contra de Teherán. Tampoco dio muestras de reconsi-
derar su genocida política del bloqueo a Cuba y a Venezuela. Mientras Cuba, la solidaridad internacio-
nal hecha nación, auxilia a los viajeros británicos del crucero Braemar boyando en el Caribe,
Washington envía 30.000 soldados a Europa y sus ciudadanos, alentados por el “capo” salen a enfrentar
la epidemia ¡comprando armas de fuego! Nada más para argumentar.
Fiel a sus patronos el Fondo Monetario Internacional demostró por enésima vez que es uno de los
focos de la podredumbre moral del planeta, que una vez que pase esta pandemia seguramente tendrá
sus días contados. En una decisión que lo hunde en las cloacas de la historia rechazó una solicitud de
5.000 millones de dólares elevada por el gobierno de Nicolás Maduro apelando al Instrumento de
Financiamiento Rápido (IFR) especialmente creado para socorrer a países afectados por el COVID19.
La razón aludida para la denegación del pedido arrasa con cualquier atisbo de legalidad porque dice,
textualmente, que «el compromiso del FMI con los países miembros se basa en el reconocimiento ofi-
cial del gobierno por parte de la comunidad internacional, como se refleja en la membresía del FMI. No
hay claridad sobre el reconocimiento en ese momento».

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Dos comentarios sobre este miserable exabrupto: primero, todavía hoy en el sitio web del FMI
figura la República Bolivariana de Venezuela como país miembro. Por lo tanto la claridad “sobre el
reconocimiento” es total, enceguecedora. Claro que no alcanza para ocultar el hecho de que la ayuda se
le niega a Caracas por razones rastreramente políticas. Segundo, ¿desde cuándo el reconocimiento de
un gobierno depende de la opinión amorfa de la comunidad internacional y no de los órganos que la
institucionalizan, como el sistema de Naciones Unidas? Venezuela es miembro de la ONU, es uno de
los 51 países que fundaron la organización en 1945 e integra varias de sus comisiones especializadas.
La famosa “comunidad internacional” mencionada para hostilizar a Venezuela por personajuchos como
Trump, Piñera, Duque, Lenín Moreno y otros de su calaña es una burda ficción, como Juan Guaidó,
que no llega a sumar 50 países de los 193 que integran las Naciones Unidas.
Por consiguiente, las razones profundas de esta denegatoria nada tienen que ver con lo que dijo el
vocero del FMI y son las mismas que explican el absurdo préstamo de 56.000 millones de dólares con-
cedidos al corrupto gobierno de Mauricio Macri y que fuera mayoritariamente utilizado para facilitar la
fuga de capitales hacia las guaridas fiscales que Estados Unidos y sus socios europeos tienen disemina-
das por todo el mundo. Espero fervientemente que la pandemia (que es económica también) y el desas-
tre del préstamo a Macri se conviertan en los dos lóbregos sepultureros de una institución como el FMI
que, desde su creación en 1944, sumió a centenares de millones de personas en el hambre, la pobreza,
la enfermedad y la muerte con sus recomendaciones y condicionalidades. Razones profundas, decía-
mos, que en última instancia remiten a algo muy simple: el FMI no es otra cosa que un dócil instru -
mento de la Casa Blanca y hace lo que el inquilino de turno le ordena. Quiere asfixiar a Venezuela y el
Fondo hace sus deberes.
No faltarán quienes me achaquen que esta interpretación es producto de un alucinado antiimperia-
lismo. Por eso he tomado la costumbre de apelar cada día más a lo que dicen mis adversarios para
defender mis puntos de vista y desarmar a la derecha semianalfabeta y reaccionaria que medra por
estas latitudes. Leamos lo que escribió hace poco más de veinte años Zbigniew Brzezinski en un texto
clásico y uno de mis libros de cabecera: “El Gran Tablero Mundial. La Supremacía estadounidense y
sus imperativos geoestratégicos” en relación al FMI y al Banco Mundial. Hablando de las alianzas e
instituciones internacionales que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial dijo que “Además,
también debe incluirse como parte del sistema estadounidense la red global de organizaciones especia-
lizadas, particularmente las instituciones financieras internacionales. El Fondo Monetario Internacional
y el Banco Mundial se consideran representantes de los intereses “globales” y de circunscripción glo-
bal. En realidad, empero, son instituciones fuertemente dominadas por los Estados Unidos y sus orí-
genes se remontan a iniciativas estadounidenses, particularmente la Conferencia de Bretton Woods de
1944.” (pp. 36-37)
¿Hace falta decir algo más? Brzezinski fue un furioso anticomunista y antimarxista. Pero como gran
estratega del imperio debía reconocer los datos de la realidad, de lo contrario sus consejos serían puras
insensateces. Y lo que él dijo y escribió es inobjetable. Concluyo agregando mi confianza en que Cuba
y Venezuela, sus pueblos y sus gobiernos, saldrán airosos de esta durísima prueba a la que se ven some-

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tidos por la inmoralidad y prepotencia del dictador mundial, que se cree con derechos de decirle a todo
el mundo lo que tiene que hacer, pensar y decir, en este caso a través del FMI. No habrá que esperar
mucho para que la historia le propine una lección inolvidable, para él y sus lacayos regionales.

El mundo después del coronavirus, Yuval Noah


Harari
Esta tormenta pasará. Pero las decisiones que hoy tomemos cambiarán nuestra vida en los años veni-
deros.
La humanidad hoy enfrenta una crisis global. Quizás la mayor crisis de nuestra generación. Las
decisiones que las personas y los gobiernos tomen en las próximas semanas probablemente moldeen el
mundo en los años venideros. No solo moldearán nuestros sistemas de salud, sino también nuestra eco-
nomía, nuestra política y nuestra cultura. Debemos actuar rápida y decididamente. También debemos
tener en cuenta las consecuencias de largo plazo de nuestras acciones. Cuando elegimos entre alternati-
vas, no solo debemos preguntarnos cómo superar la amenaza inmediata, sino también qué tipo de
mundo habitaremos una vez pase la tormenta. Sí, la tormenta pasará, la humanidad sobrevivirá, la
mayoría de nosotros seguiremos vivos, pero habitaremos un mundo diferente.
Muchas medidas de emergencia de corto plazo se convertirán en hábitos de vida. Esa es la natura-
leza de las emergencias. Los procesos históricos avanzan rápidamente. Decisiones que en tiempos nor-
males toman años de deliberación se aprueban en cuestión de horas. Entran en servicio tecnologías
inmaduras e incluso peligrosas, porque los riesgos de no hacer nada son mayores. Países enteros sirven
como conejillos de indias en experimentos sociales de gran escala. ¿Qué sucede cuando todos trabajan
en casa y solo se comunican a distancia? ¿Qué sucede cuando escuelas y universidades operan en
línea? En tiempos normales, gobiernos, empresas y juntas educativas nunca aceptarían realizar tales
experimentos. Pero estos no son tiempos normales.
En este momento de crisis, enfrentamos dos opciones muy importantes. La primera, entre la vigilan-
cia totalitaria y el empoderamiento ciudadano. La segunda, entre el aislamiento nacionalista y la solida-
ridad global.
Vigilancia bajo la piel
Para detener la epidemia, poblaciones enteras deben cumplir ciertas directrices. Hay dos principales
maneras de lograrlo. Un método es que el gobierno vigile a las personas y castigue a quienes infringen
las reglas. Hoy, por primera vez en la historia humana, la tecnología hace posible vigilar a todos todo el
tiempo. Hace cincuenta años, la KGB no podía seguir a 240 millones de ciudadanos soviéticos las 24
horas del día, ni podía procesar efectivamente toda la información que recogía. La KGB dependía de
agentes y analistas humanos, y no podía disponer de agentes humanos que siguieran a todos y cada uno
de los ciudadanos. Pero ahora los gobiernos pueden confiar en sensores ubicuos y algoritmos poderosos
en vez de espías de carne y hueso.

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En la batalla contra la epidemia de coronavirus, algunos gobiernos ya han usado los nuevos instru-
mentos de vigilancia. El caso más notable es China. Vigilando atentamente los teléfonos inteligentes de
las personas, usando centenares de millones de cámaras de reconocimiento facial y obligando a las per-
sonas a comprobar e informar sobre su temperatura corporal y su condición médica, las autoridades
chinas no solo pueden identificar rápidamente portadores sospechosos de coronavirus, sino rastrear sus
movimientos e identificar a todos con los que han estado en contacto. Una variedad de aplicaciones
móviles advierten a los ciudadanos su proximidad a pacientes infectados.
Este tipo de tecnología no se limita al Este Asiático. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu,
hace poco autorizó a la Agencia de Seguridad de Israel el uso de tecnología de vigilancia normalmente
reservada para combatir terroristas para rastrear pacientes con coronavirus. Cuando el subcomité parla-
mentario pertinente se negó a autorizar la medida, Netanyahu la impuso con un “decreto de emergen-
cia”.
Se puede argumentar que no hay nada nuevo en todo esto. En los últimos años, tanto los gobiernos
como las corporaciones han utilizado tecnologías cada vez más sofisticadas para rastrear, vigilar y
manipular a las personas. Sin embargo, si no somos cuidadosos, la epidemia podría marcar un hito
importante en la historia de la vigilancia. No solo porque podría normalizar el uso de instrumentos de
vigilancia masiva en países que hasta hoy los han rechazado, sino aún más porque significa una transi-
ción dramática de la vigilancia “sobre la piel” a la vigilancia “bajo la piel”.
Hasta ahora, cuando se tocaba con el dedo la pantalla de un teléfono inteligente y se hacía clic en un
enlace, el gobierno quería saber exactamente dónde se había hecho clic. Pero con el coronavirus, el
centro de interés cambia. Hoy el gobierno quiere saber la temperatura del dedo y la presión arterial
debajo de la piel.
El pudín de emergencia
Uno de los problemas que enfrentamos al determinar en qué estamos en materia de vigilancia es que
ninguno de nosotros sabe exactamente cómo nos están vigilando y qué ocurrirá en los próximos años.
La tecnología de vigilancia se desarrolla a gran velocidad, y lo que parecía ciencia ficción hace diez
años son hoy viejas noticias. Como experimento mental piensa en un gobierno hipotético que exija que
cada ciudadano use un brazalete biométrico que monitoree la temperatura corporal y la frecuencia car-
díaca las 24 horas del día. Los datos resultantes son atesorados y analizados por algoritmos del
gobierno. Los algoritmos sabrán que estás enfermo incluso antes de que tú lo sepas, y también sabrán
dónde has estado y con quién te has encontrado. Las cadenas de infección también se pueden acortar
drásticamente e incluso romper del todo. Tal sistema podría detener la epidemia en cuestión de días.
Suena maravilloso, ¿verdad?

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El aspecto negativo es, por supuesto, que legitimaría un nuevo y terrorífico sistema de vigilancia. Si
sabe, por ejemplo, que hice clic en un enlace de Fox News y no en un enlace de CNN, eso le puede
decir algo sobre mis puntos de vista políticos y quizá incluso sobre mi personalidad. Pero si puede con-
trolar lo que sucede con la temperatura de mi cuerpo, la presión arterial y la frecuencia cardíaca mien-
tras veo el video clip, puedo saber qué me hace reír, qué me hace llorar y qué me enfurece.
Es esencial recordar que la ira, la alegría, el aburrimiento y el amor son fenómenos biológicos, igual
que la fiebre y la tos. La misma tecnología que identifica la tos podría identificar las risas. Si las corpo-
raciones y los gobiernos empiezan a recolectar en masa nuestros datos biométricos, pueden llegar a
conocernos mucho mejor que nosotros mismos, y no solo predecir nuestros sentimientos sino también
manipularlos y vendernos lo que quieran, bien sea un producto o un político El monitoreo biométrico
haría que las tácticas de hackeo de datos de Cambridge Analytica parezcan de la Edad de Piedra. Ima-
gina una Corea del Norte en 2030, cuando cada ciudadano tenga que usar un brazalete biométrico las
24 horas del día. Si alguien escucha un discurso del Gran Líder y el brazalete recoge los signos revela-
dores de ira, estará acabado.
Se puede, por supuesto, estar a favor del monitoreo biométrico como una medida temporal durante
un estado de emergencia, la cual desaparecería una vez termine la emergencia. Pero las medidas tempo-
rales tienen el feo hábito de sobrevivir a las emergencias, en especial porque siempre hay una nueva
emergencia acechando en el horizonte. Mi país de origen, Israel, por ejemplo, declaró un estado de
emergencia durante su Guerra de Independencia de 1948, lo que justificó una serie de medidas tempo-
rales, desde la censura de prensa y la confiscación de tierras hasta regulaciones especiales para hacer
tortas (no es broma). La Guerra de la Independencia se ganó hace mucho tiempo, pero Israel nunca
declaró que la emergencia había terminado y no ha abolido muchas de las medidas “temporales” (el
decreto de emergencia sobre las tortas se abolió misericordiosamente en 2011).
Incluso cuando las infecciones por coronavirus se reduzcan a cero, algunos gobiernos hambrientos
de datos podrían argumentar que necesitan mantener los sistemas de monitoreo biométrico porque hay
una nueva ola de coronavirus, o porque hay una nueva cepa de ébola en África central, o porque... ¡ya
entiendes la idea! Se ha librado una gran batalla en los últimos años por nuestra privacidad. La crisis
del coronavirus podría ser el punto de inflexión de la batalla. Cuando a las personas se les da la posibi-
lidad de elegir entre privacidad y salud, normalmente eligen la salud.
La policía de jabón
Pedirle a la gente que elija entre privacidad y salud es, de hecho, la causa del problema. Porque esta
es una elección falsa. Podemos y debemos disfrutar de la privacidad y de la salud. Podemos elegir pro-
teger nuestra salud y detener la epidemia de coronavirus, no estableciendo regímenes de vigilancia tota-
litaria, sino empoderando a los ciudadanos. En las últimas semanas, Corea del Sur, Taiwán y Singapur
organizaron algunos de los esfuerzos más exitosos para contener la epidemia de coronavirus. Aunque
estos países han utilizado algunas aplicaciones de rastreo, se han basado mucho más en pruebas genera-
lizadas, en informes honestos y en la cooperación voluntaria de un público bien informado.

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La vigilancia centralizada y las sanciones severas no son la única manera de hacer que las personas
cumplan directrices beneficiosas. Cuando a las personas se les informan los hechos científicos, y
cuando las personas confían en autoridades públicas que les informan estos hechos, los ciudadanos
pueden hacer lo correcto, incluso sin un Gran Hermano que los vigile atentamente. Una población
motivada y bien informada suele ser mucho más poderosa y efectiva que una población ignorante y
vigilada.
Considera, por ejemplo, el lavado de las manos con jabón. Este ha sido uno de los mayores avances
en la higiene humana. Esta simple acción salva millones de vidas cada año. Si bien la damos por sen-
tada, solo en el siglo XIX los científicos descubrieron la importancia de lavarse las manos con jabón.
Anteriormente, incluso los médicos y enfermeras pasaban de una operación quirúrgica a la siguiente sin
lavarse las manos. Hoy, miles de millones de personas se las lavan todos los días, no porque tengan
miedo de la policía de jabón, sino porque entienden los hechos. Me lavo las manos con jabón porque he
oído hablar de virus y bacterias, entiendo que estos pequeños organismos causan enfermedades y sé
que el jabón puede eliminarlos.
Pero para lograr ese nivel de cumplimiento y cooperación, se necesita confianza. La gente necesita
confiar en la ciencia, confiar en las autoridades públicas y confiar en los medios de comunicación. En
los últimos años, políticos irresponsables han socavado deliberadamente la confianza en la ciencia, en
las autoridades públicas y en los medios de comunicación. Hoy, esos mismos políticos irresponsables
pueden verse tentados a tomar el camino al autoritarismo, argumentando que no se puede confiar en
que el público haga lo correcto.
Normalmente, la confianza que se ha erosionado durante años no se puede reconstruir de la noche a
la mañana. Pero estos no son tiempos normales. En un momento de crisis, la manera de pensar también
puede cambiar rápidamente. Puedes tener amargas disputas contra tus hermanos durante años, pero
cuando ocurre una emergencia, de repente descubres una reserva oculta de confianza y amistad, y te
aprestas a la ayuda mutua. En vez de construir un régimen de vigilancia, no es demasiado tarde para
reconstruir la confianza de la gente en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de comunica-
ción. Definitivamente, también deberíamos usar nuevas tecnologías, pero estas tecnologías deberían
empoderar a los ciudadanos. Estoy a favor de controlar la temperatura de mi cuerpo y mi presión arte-
rial, pero esos datos no se deben usar para crear un gobierno todopoderoso. En cambio, esos datos
deben permitirme tomar decisiones personales más informadas, y también para que el gobierno sea res-
ponsable de sus acciones.
Si pudiese rastrear mi propia condición médica las 24 horas del día, no solo sabría si me he conver-
tido en un peligro para la salud de otras personas, sino también qué hábitos contribuyen a mi salud. Y si
pudiese acceder y analizar estadísticas confiables sobre la propagación del coronavirus, podría juzgar si
el gobierno me está diciendo la verdad y si está adoptando las políticas adecuadas para combatir la epi-
demia. Siempre que la gente hable de vigilancia, recuerda que la misma tecnología de vigilancia puede
ser utilizada no solo por los gobiernos para vigilar a las personas, sino también por las personas para
supervisar a los gobiernos.

33
La epidemia del coronavirus es, por tanto, una gran prueba de ciudadanía. En los próximos días,
cada uno de nosotros tendrá que elegir entre confiar en datos científicos y expertos en atención médica,
o en teorías conspirativas infundadas y políticos interesados. Si no tomamos la decisión correcta,
podríamos estar renunciando a nuestras libertades más preciadas, pensando que esta es la única manera
de salvaguardar nuestra salud.
Necesitamos un plan global
La segunda opción importante que enfrentamos es entre aislamiento nacionalista y solidaridad glo-
bal. La epidemia y la crisis económica resultante son problemas globales. Solo se pueden resolver de
manera efectiva mediante la cooperación global.
Primero, y ante todo, para vencer al virus necesitamos compartir información global. Esa es la gran
ventaja de los humanos sobre los virus. Un coronavirus en China y un coronavirus en Estados Unidos
no pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos. Pero China puede enseñar a Esta-
dos Unidos muchas lecciones valiosas sobre el coronavirus y cómo tratarlo. Lo que un médico italiano
descubre en Milán a primera hora de la mañana bien podría salvar vidas en Teherán al anochecer.
Cuando el gobierno del Reino Unido duda entre varias políticas, puede recibir consejos de los coreanos
que ya enfrentaron un dilema similar hace un mes. Pero para que esto suceda, necesitamos un espíritu
de cooperación y confianza global.
Los países deberían estar dispuestos a compartir información abiertamente y a buscar consejo humil-
demente, y deberían ser capaces de confiar en los datos y las percepciones que reciban. También nece-
sitamos un esfuerzo global para producir y distribuir equipos médicos, especialmente kits de prueba y
máquinas respiratorias. En vez de que cada país intente hacerlo localmente y atesore cualquier equipo
que pueda conseguir, un esfuerzo global coordinado podría acelerar enormemente la producción y ase-
gurar que el equipo que salva vidas se distribuya de manera más justa. Así como los países nacionalizan
industrias clave durante una guerra, la guerra humana contra el coronavirus puede requerir que “huma-
nicemos” las líneas de producción esenciales. Un país rico con pocos casos de coronavirus debería estar
dispuesto a enviar equipo necesario a un país pobre con muchos casos, confiando en que si después
necesita ayuda, otros países se la darán.
Podríamos considerar un esfuerzo global similar para agrupar al personal médico. Los países menos
afectados actualmente pueden enviar personal médico a las regiones más afectadas del mundo, para
ayudarlas en su momento de necesidad y adquirir experiencia valiosa. Más tarde, si el centro de la epi-
demia cambia, la ayuda podría empezar a fluir en dirección contraria.
La cooperación global también es vitalmente necesaria en el frente económico. Dado el caràcter glo-
bal de la economía y de las cadenas de suministro, si cada gobierno hace lo suyo sin tener en cuenta a
los demás, el resultado será el caos y una crisis cada vez más profunda. Necesitamos un plan de acción
global, y lo necesitamos rápidamente.

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Otra necesidad es llegar a un acuerdo global sobre los viajes. Suspender todos los viajes internacio-
nales durante meses causará grandes dificultades y obstaculizará la guerra contra el coronavirus. Los
países deben cooperar para permitir que al menos un pequeño número de viajeros esenciales siga cru-
zando las fronteras: científicos, médicos, periodistas, políticos y empresarios. Esto se puede lograr lle-
gando a un acuerdo global sobre la preselección de viajeros por su país de origen. Si se sabe que solo a
viajeros seleccionados cuidadosamente se les permite viajar en avión, se estará más dispuesto a acep-
tarlos en cada país.
Desafortunadamente, hoy los países difícilmente hacen estas cosas. Una parálisis colectiva se ha
apoderado de la comunidad internacional. Parece que no hay adultos en la sala de mando. Desde hace
semanas se esperaba que hubiese una reunión de emergencia de líderes mundiales para elaborar un plan
de acción común. Los líderes del G7 lograron organizar una videoconferencia apenas esta semana, y no
se llegó a ningún plan.
En crisis mundiales anteriores, como la crisis financiera de 2008 y la epidemia del ébola de 2014,
Estados Unidos asumió el papel de líder mundial. Pero la administración estadounidense actual ha
abdicado la tarea de líder. Ha dejado muy claro que le importa mucho más la grandeza de Estados Uni-
dos que el futuro de la humanidad.
Esta administración ha abandonado incluso a sus aliados más cercanos. Cuando prohibió todos los
viajes desde la Unión Europea, no se molestó ni siquiera en darle un aviso previo, y mucho menos en
consultar a la Unión Europea esa drástica medida. Escandalizó a Alemania cuando supuestamente ofre-
ció mil millones de dólares a una compañía farmacéutica alemana para comprarle los derechos de
monopolio de una nueva vacuna contra el Covid-19. Incluso si la administración actual eventualmente
cambia de rumbo y propone un plan de acción global, pocos seguirían a un líder que nunca asume su
responsabilidad, que nunca admite sus errores y que usualmente se atribuye todo el crédito a sí mismo
mientras echa toda la culpa a los demás.
Si otros países no llenan el vacío que ha dejado Estados Unidos, no solo será mucho más difícil
detener la epidemia actual, sino que su legado seguirá envenenando las relaciones internacionales en
los años venideros. Sin embargo, toda crisis es también una oportunidad. Esperamos que la epidemia
actual ayude a que la humanidad entienda el grave peligro que representa la desunión global.
La humanidad necesita tomar una decisión. ¿Recorreremos el camino de la desunión o seguiremos el
camino de la solidaridad global? Si elegimos la desunión, no solo se prolongará la crisis, sino que pro-
bablemente ocasione catástrofes aún peores en el futuro. Si elegimos la solidaridad global, será una vic-
toria, no solo contra el coronavirus sino contra todas las epidemias y crisis futuras que afronte la
humanidad en el siglo XXI.

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¿Coronará el autoritarismo? Alvaro Forero Tascón
Como toda gran crisis, la pandemia del coronavirus generará cambios de fondo en la política. Más
en esta época de profundas transformaciones en casi todos los aspectos de la vida humana, en que se
desconoce la dirección de esos cambios.
Falta mucho por suceder y puede haber efectos inesperados, como inesperado ha sido casi todo con
esta pandemia, pero ya se ven algunos efectos y la dirección en que van. Uno es que no le ha convenido
a la tendencia que venía predominando en la política mundial, el populismo de derecha. Populistas
como Trump, Johnson, Bolsonaro, aparentemente tan conectados con las corrientes de opinión subte-
rráneas de sus sociedades, se han visto torpes para entender y anticipar, las claves de la política. Pero,
sobre todo, se han visto insensibles e irresponsables. De tanto traficar con el miedo como herramienta
política, lo dejaron pasar cuando no fue inducido sino real. Les está pasando lo del pastorcito menti-
roso, solo que de tanto gritar “lobo” no le temieron cuando lo tuvieron al frente.
Otro efecto es que constituye un peldaño más de la escalera que parece conducirnos hacia el totalita-
rismo futurista del Gran Hermano. Se suma al fin de la privacidad que está produciendo la tecnología
de la información y la comunicación, para crecer el poder del Estado en la vida de los ciudadanos.
Como en las guerras, el sentido de preservación que genera la pandemia empuja a que los ciudadanos
cedan parte de sus derechos en favor del Estado para que los proteja, ya no de otros seres humanos sino
de seres microscópicos. El ascenso de los valores de conservación, por oposición a los del cambio, pri-
vilegia el bien público de la seguridad que favorece a los actores políticos conservadores.
Un tercer efecto es el impulso al modelo chino. Mientras que las democracias occidentales se están
viendo perplejas e ineficientes para enfrentar la pandemia, China parece estar demostrando una capaci-
dad de disciplina social, acción estatal y fortaleza económica superior para encarar los nuevos retos de
la modernidad. Muchos vienen concluyendo desde hace años que la democracia ya no es el mejor sis-
tema político para atajar el comunismo, ni para impulsar el capitalismo. Los sectores conservadores
radicales envidian el sistema chino de capitalismo autoritario, en que el totalitarismo no solo respeta el
capitalismo sino que reduce muchas de las limitaciones que le imponen en las democracias.
Un cuarto efecto es el de profundización de la tendencia hacia el nacionalismo y el debilitamiento de
la globalización. Para los sectores más conservadores, esta no solo trae pérdida de empresas y empleos,
y una inmigración que desnaturaliza las esencias nacionales, sino que ahora transporta enfermedad y
muerte.
Estos factores, entre otros, confluyen en la tendencia de debilitamiento de la democracia que viene
produciéndose especialmente en Occidente. En épocas de crisis el respeto de derechos ciudadanos les
parece exagerado a muchos, sinónimo de anarquía y debilidad nacional. La crisis fortalece a las institu-
ciones públicas, que son las capaces de resolver los problemas por encima del sector privado y las fal-
sas promesas populistas, pero quizás termine tumbando gobiernos democráticos y fortaleciendo
regímenes autocráticos.

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Coronavirus: entre el peligro y la oportunidad,
Ricardo Forster
Los límites de un orden económico y tecnológico que profundiza las desigualdades
La peste está entre nosotros, se acerca sigilosa e invisible transgrediendo fronteras, rompiendo en
mil pedazos acuerdos de países que creían que sus protocolos híper mercantilizados iban a constituirse
en la garantía de un orden económico mundial capaz de ampliar riqueza y crecimiento para unas pocas
naciones favorecidas. Y que terminaron descubriendo, entre azoradas y atemorizadas, que la desigual-
dad que ese mismo sistema expandió por el mundo iba a devolverles, bajo la forma de un virus, la
igualdad del contagio, de la fragilidad y de la muerte. Extraña paradoja de una época, la nuestra, que
había naturalizado las brutales diferencias sociales, la distancia enorme entre naciones ricas y naciones
pobres, que depredó continentes enteros en nombre de la civilización y el progreso, que transformó en
valor sacrosanto la lógica de la rentabilidad y la reducción de todas las esferas de la vida a mercancía
cuya importancia debía medirse en función de su “valor de mercado”. Igualdad ante la expansión viral
que no sabe de diferencias ideológicas ni reconoce aduanas que discriminan entre ciudadanos del pri-
mer mundo y miserables indocumentados que se ahogan en el Mediterráneo. Miedo en la Italia opu-
lenta del Norte, miedo en una barriada de migrantes napolitana, miedo en la Alemania de Merkel que
comienza a revisar su “ortodoxia fiscal”, miedo en una España demasiado inclinada al consumismo,
miedo en la pujante Seúl que a través del cine nos muestra la realidad de la desigualdad, miedo en los
aviones abarrotados de turistas que regresan apresurados a sus países de origen antes que se cierren
todas las fronteras, miedo en lujosos transatlánticos cuyos pasajeros descubren, azorados aunque con-
servando sus privilegios de primera clase, lo que significa convertirse en paria y que ningún puerto los
acepte. El miedo nos ha vuelto más iguales y, por esas extrañas vicisitudes de la historia, nos abre la
posibilidad de repensar nuestro modo de vivir. Una oportunidad en medio de la noche y la incertidum-
bre.
El virus es invisible, sale disparado por una tos cualquiera en cualquier momento, se sube a los avio-
nes, se cuela en el teatro, se mezcla en los abrazos de cuerpos danzando, circula con absoluta libertad
más allá de todos los controles en un mundo que, supuestamente, lo tenía todo controlado (controles
faciales, cámaras en cada rincón de la última de las ciudades, clickeos que terminan en algoritmos
capaces de capturar lo que no sabemos de nosotros mismos y que direccionan nuestras conductas aun-
que nos sintamos dueños y señores de nuestra libertad, vigilancia por doquier y como supuesta garantía
de nuestra seguridad…). El orden desordenado, la vigilancia desarmada, la transparencia cubierta por
una niebla de dudas e incertezas que alimentan el miedo a lo desconocido. Un último refugio desespe-
rado en la capacidad milagrosa de la ciencia y la tecnología que tarda demasiado en llegar y el tiempo
se nos va agotando aumentando la fragilidad y la incertidumbre. Mitos fundamentales de nuestro ima-
ginario contemporáneo se derrumban estrepitosamente junto con la expansión de la pandemia. ¿Quién
nos protege ahora que el Estado ha sido jibarizado con la anuencia de los mismos que hoy le exigen a

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los gobernantes que se hagan cargo de subsanar lo que ellos desarticularon? ¿Qué decirle a una socie-
dad que se creyó la buenaventuranza del mercado y sus oportunidades, de la meritocracia y sus pirámi-
des construidas por el “esfuerzo individual y la competencia de los mejores”, de un capitalismo que
sólo prometía la multiplicación infinita del consumo mientras se dañaba irreversiblemente a la bios-
fera? ¿Cómo salir de un narcisismo todoterreno que se instaló en nuestras interioridades para descubrir
que en soledad no llegamos a ningún lado? ¿Cómo reparar almas devoradas por el cuentapropismo
moral que hizo de cada individuo una suerte de mónada autosuficiente? Preguntas que, quizás, ilumi-
nen con una luz distinta en medio de la noche viral. Dialéctica de una tragedia que nos recuerda, muy
de vez en cuando, que “allí donde crece el peligro también nace lo que salva”.
Al borde del precipicio estamos obligados a dar un volantazo si es que no queremos que todo acabe
en desastre. Es, tal vez y sin garantías, el advenir de una oportunidad que nos permita revisar los males
de un sistema autófago. Por una extraña paradoja de la dialéctica de vida y muerte, lo más pequeño, lo
infinitesimal, lo que estuvo en el origen de la vida y seguirá estando cuando nosotros ya no estemos, las
bacterias y sus derivados, incluyendo los virus y sus adaptaciones mutantes, nos está diciendo que
hemos ido más allá de todo límite en nuestro afán transformador y depredador. Que la vida sigue su
curso mientras los seres humanos nos preguntamos qué hemos hecho mal. El tiempo de hacer algo, de
girar dramáticamente en nuestra loca carrera consumista y egocéntrica es hoy, ahora, mañana es un
horizonte lejano e inalcanzable si no somos capaces de construir otro modo de hacer y de convivir con
nosotros y con la naturaleza. Un más allá del capitalismo financiarizado y su parafernalia de producti-
vismo ciego y rentabilidad egoísta que sólo le ofrece bonanza a un 20% de la humanidad mientras esa
bonanza multiplica la miseria de miles de millones y la destrucción del ambiente.
Un sistema que prometía la producción infinita de mercancías y un goce perpetuo bajo la forma del
mercado liberado de cualquier control estatal y depredador de su máximo objeto de odio: el “Estado
social”, instrumento maldito contra el que vienen batallando desde hace cuarenta años devastando los
sistemas de salud y arrinconando al Estado hasta simplemente convertirlo en el custodio de sus nefastos
negocios financieros. Una cruzada que lleva cuatro décadas y que no sólo vació la estatalidad social
sino que también se cebó en la vida cotidiana hasta fragmentarla en mil pedazos multiplicando hasta la
extenuación conductas individualistas y egoístas. Extenuación de un gigantesco delirio manipulado por
las grandes corporaciones comunicacionales que lograron convertir la idea y la práctica del Estado de
bienestar en el equivalente del populismo, la demagogia, el autoritarismo, el derroche y la captura de la
libertad. Una ideología, la neoliberal, sostenida en la mistificación del mercado que fue y es responsa-
ble del desmembramiento de la asistencia social cuyas consecuencias podemos dolorosamente compro-
barlas cuando el coronavirus rebasa y colapsa sistemas de salud públicos desfinanciados y debilitados
por la mercantilización generalizada.
Un día cualquiera descubrimos que las máscaras se caen y que las consecuencias de la mentira asu-
men el rostro del abandono, la intemperie y la incapacidad de enfrentar la llegada de la peste. De nuevo
y sin hacerse cargo de nada se alzan las voces que antes pedían menos Estado y que ahora demandan
que el Estado los salve. Se acabaron las interpelaciones a las “doñas Rosa” de aquel inefable periodista

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que emponzoñó el cerebro de millones de televidentes en los dorados y neoliberales años 1980 y 1990
y que encontró tantos discípulos en el amarillismo mediático actual y en el arrasamiento macrista. 1 Esa
misma doña Rosa que hoy se muere globalmente porque no hay seguridad social y los hospitales han
sido saqueados por la lógica privatizadora y de mercado que hizo de la salud una mercancía más. El
coronavirus nos ha despertado de nuestro letargo de décadas, de nuestra renuncia absurda al Estado de
Bienestar, de la idiotez que contaminó a una parte no despreciable de la sociedad global bajo el canto
de sirena de la economía de mercado, el emprendedorismo y la competencia privada. Todavía estamos
a tiempo, atravesando días y semanas de inquietud, miedo, dolor y sufrimiento de reconstruir nuestro
tejido social pero con la condición de romper la brutal mentira del capitalismo neoliberal hurgando sin
complacencia en nuestra intimidad, en los valores que nos dominaron y que contribuyeron a multiplicar
el desastre bajo la forma de un mundo de fantasía cuya arquitectura se parecía a un gigantesco sho-
pping center.
Creímos que podíamos vivir, si éramos parte del contingente de privilegiados, en un invernadero.
Protegidos de la intemperie climática, del calentamiento global, de la miseria creciente, de la violencia
y de las pestes que diezmaban a los pobres y hambrientos del mundo. El invernadero se rompió en mil
pedazos no por la fuerza de una humanidad en estado de rebeldía sino por la llegada de organismos
infinitesimales e invisibles capaces de penetrar por todos los intersticios de una sociedad desarmada y
desarticulada que hace un tiempo decidió vivir bajo el signo de “sálvese quien pueda”. El virus nos
recordó de modo brutal que esa es, también, una quimera insolente, otra fantasía de un sistema aniqui-
lador.
Porque el neoliberalismo, y no nos cansaremos de decirlo, es mucho más que la financiarización del
capitalismo, su momento zombi en el que ha puesto el piloto automático que nos lleva directamente
hacia la consumación de la catástrofe; el neoliberalismo se ha sostenido y expandido gracias a una pro-
funda y colosal captura de las subjetividades. Valores, formas de la sensibilidad, prácticas sociales, cos-
tumbres, sentido común han sido atravesados y reescritos por la economización de todas las esferas de
la vida. Y es en el interior de una sociedad fragmentada y desocializada por donde se cuela, a una velo-
cidad vertiginosa que nos deja impávidos, la potencia del virus y su capacidad para infectar nuestras
vidas. Enfrentados a un retorno de lo real monstruoso, cuando las certezas colapsan y los imaginarios
dominantes ya no sirven para apaciguar nuestra angustia, es cuando nos vemos impelidos a construir
viejas y nuevas prácticas que habían sido desplazadas por un sistema de la hipertrofia competitiva e
individualista: reconstruir lo común, el ámbito de la sociabilidad solidaria y del reconocimiento. Revi-
talizar la dimensión de lo público y del Estado como garantes de un principio genuino de igualdad
democrática y expropiarle a la insaciabilidad del capitalismo neoliberal el derecho a la salud pública,
gratuita y de calidad. Aprender, a su vez, de esta pandemia que nos muestra los límites de un orden eco-
nómico y tecnológico que no sólo profundiza las desigualdades sino que también ha generado las con-
diciones para la degradación cada día más inexorable de nuestra casa que es la Tierra. Un virus que nos
pone a prueba como sociedad y como seres humanos que necesitamos reaprender a cuidarnos y cuidar
la vida que nos rodea y que nos permita seguir soñando un futuro.
1 Se refiere a Bernardo Neustadt el propagandista neoliberal de la era Menem. (N. del E.)

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París respira con máscaras, Eduardo Febbro
| En Francia, lo único que no está en cuarentena es la desigualdad
7-8 minutos
Desde París.El futuro mutó hacia un territorio abstracto. La interminable hilera de andenes vacíos de
gente y de Métros es una función permanente de la pornografía consumista e inútil del liberalismo. Al
fin vemos su realidad artificial y pueril. Ya no cabe el maquillaje o la tentación. Las publicidades gigan-
tes de los afiches venden a la nada un montón de objetos y servicios que nadie puede comprar. París
respira con máscaras, entre las escasas siluetas que salen a la calle a caminar en la vereda, comprar
comida o correr. Estamos socialmente confinados desde hace casi una semana y sólo funciona un hilo
paradójico de la existencia humana: los negocios de alimentación, que dan la energía y la vida, y las
farmacias, donde se venden remedios que atrasan la muerte. Vivir en cuarentena es como existir entre
ausencias, más aún en una capital sembrada de incitaciones y bellezas y muy proclive a decir “no” al
poder o a desafiar las limitaciones. Después de los atentados de noviembre de 2015 perpetrados por un
grupo del Estado Islámico en el teatro Bataclan y los bares de los alrededores, la gente, al día siguiente,
salió a llenar los bares y restaurantes de la zona que estaban abiertos. Lo único que no está en cuaren-
tena es la desigualdad. Los obreros y operarios de las fábricas trabajan, los Ejecutivos salieron fuera de
la ciudad o ejercen de “tele-trabajadores”. El cierre total de las brasseries, cafés y los restaurantes dejó
a la gente que duerme en la calle sin comida. ”Mi viejo," dice Michel, un vagabundo de 48 años, "no
hay cómo recuperar comida. Los cocineros nos daban sobras buenas y pan. En estos días nosotros
deambulamos por aquí y por allá, apretaditos por el virus del hambre”. Las librerías también debieron
bajar sus cortinas, pero Amazon vende libros o lo que se quiera y los entrega a domicilio. Se queda con
el banquete del virus.
Esta ciudad ha visto de todo en su larga historia. Pestes, revoluciones, ocupación militar (Segunda
Guerra Mundial), insurgencias estudiantiles (Mayo del 68), atentados terroristas de masa o inundacio-
nes. En el curso del último año vio la destrucción de las avenidas de lujo y de los barrios acomodados
por los sectores radicalizados de los chalecos amarillos, luego el incendio de la Catedral de Notre
Dame y el flujo de manifestaciones y huelgas contra la reforma de las jubilaciones. Tragedias, vida y
movimiento. Ahora París está quieta e inquieta. La policía detiene a los peatones para pedirles la autori-
zación administrativa de circulación. Hay gente mayor que todavía se acuerda de los años de la ocupa-
ción alemana (1940-1944). Los ejércitos de Hitler desfilaron por un París semejante al de estas
semanas: vacía y temerosa. Fue el momento en el que la capital estuvo cerca de desaparecer. El 22 de
agosto de 1944 Hitler ordenó al general von Choltitz que destruyera la capital francesa. ”París no puede
caer entre las manos del enemigo, y si ocurre será solamente como un campo de ruinas”, dijo el Führer.
El general Choltitz hizo colocar dinamita en los puentes y monumentos de París, pero no ejecutó las
órdenes. Choltitz contó en sus memorias que no obedeció porque Hitler “había perdido la razón”. Igual,
más de cien aviones lanzaron sobre París bombas incendiarios y se dispararon desde Bélgica misiles
V2. No dieron en el blanco. Años más tarde, los ingenieros alemanes que diseñaron ese misil fueron
contratados por Estados Unidos y la Unión soviética para desarrollar sus programas espaciales.

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El misil Siglo XXI que vuela sobre el cielo de París es un intruso impalpable. El coronavirus ha
dejado a la ciudad anestesiada, capturada en un presente de sobrevivencia. El futuro se cayó del hori-
zonte. ”Hay algo que he descubierto y no sabía: antes compraba un motón de cosas superfluas que no
me hacían falta. El confinamiento me ensenó a valorar la vida, no los productos”. Lo dijo una señora
mientras pagaba y conversaba con la cajera de un supermercado del distrito 10 de París. De pronto ocu-
rrió algo que cortó el afluente de estas palabras. Vino desde afuera, a las ocho en punto de la noche.
Empezó como un ruido de olas acercándose y fue tomando la forma sonora de un ensordecedor con-
cierto de alientos y de aplausos. Los parisinos salieron a sus balcones y ventanas a aplaudir a los médi-
cos, las enfermeras, a todo el personal de los hospitales desbordados, sin máscaras suficientes, que se
codean en la línea del frente con el ultimátum del virus. Eran ya los héroes invisibilizados de una histo-
ria moderna donde el liberalismo sacrificó la base de los servicios públicos. Hoy son los héroes visibles
de una guerra sanitaria mundial. Al final de la tarde cae la guillotina diaria de las cifras: 108 personas
murieron en las últimas 24 horas, hay 10.995 casos, 1.222 en estado grave. Francia, potencia mundial,
no cuenta con máscaras suficientes, ni siquiera en los hospitales de París. ”Si algo cuenta el abandono
en el que estábamos, es ese objeto que falta en todas partes, no sólo aquí. Hay médicos privados, enfer -
meras, kinesiterapeutas, que van a las casas de los enfermos, de quienes requieren ayuda, sin másca-
ras”, contaba a Página/12 un médico del Hospital de la Salpêtrière de París.
Hay gente que podrá volver a su país. Los 800 argentinos que estaban bloqueados en Francia regre-
san entre este sábado y el domingo en dos vuelos de Air France. Es el resultado de la ardua colabora -
ción entre los dos Estados, del trabajo de ambas diplomacias, de la tarea monumental que asumieron en
París los servicios consulares y diplomáticos argentinos y, también, de la intervención activa y eficaz de
la embajada de Francia en la Argentina. El pasaje cuesta 500 euros, contra los 2.500 que cobraba Aero-
líneas Argentinas desde Madrid. Ojalá estos argentinos amplifiquen el mensaje y hagan entender a los
sordos que esto no es un complot, ni un cuento, sino la muerte al acecho en cada respiración. En París,
los muros murmuran su miedo, los altoparlantes del Métro repiten incansablemente las consignas de
seguridad. Los aplausos cesan, el silencio regresa, aún hay espacio para decir: Argentina, ciudadanos,
no escuchen a evangelistas corruptos, ni a periodistas irresponsables, ni a científicos charlatanes, ni a
divas momificadas. No importa quien gobierna sino, hoy, como lo hace. Sigan las consignas, no salgan,
mantengan distancias, cumplan con las restricciones. Quienes tenemos, en París, allegados o colegas
entre la vida y la muerte podemos testimoniar esta irremplazable verdad. Después podremos recuperar
los enojos y la ideología. Ahora son tiempos de respeto y solidaridad humana. Lo dice esta ciudad, que
fue la ciudad luz hasta que la cubrieron las sombras.
efebbro@pagina12.com.ar

Coronavirus: pandemia XXI, Jorge Alemán


Por qué China, donde comenzó el brote, logró contenerlo

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Desde hace tiempo se viene anunciando una catástrofe mundial en forma de epidemia. Pero si algo
caracteriza la marcha actual del Capitalismo es que hace ya mucho que lo que se anuncia, lo que se
sabe que va a ocurrir, ya no cuenta de un modo operativo. Ninguna advertencia por veraz y horrible que
sea cambia la marcha ilimitada, acéfala , del Capitalismo. Como si se revelara definitivamente que el
Capitalismo y su técnica están impulsados por una fuerza, una presión estructural que ya no responde a
ninguna necesidad humana. En este aspecto se podría confirmar que el capitalismo es la consumación
de la metafísica. Se trata de una abstracción pura, espectral y fantasmagórica que se expande por
doquier como el más perfecto de todos los virus. Desde una perspectiva semejante no es de extrañar
que China, a pesar de también estar atravesada por el Capitalismo, sea el único mundo que aún man-
tiene un principio civilizatorio de orden para ofrecer al mundo . La palabra "ofrecer " puede ser en este
caso un eufemismo. Lo cierto es que China genero el virus y a la vez lo ha comenzado a contener. Exis-
ten dos razones que al menos deben considerarse al respecto: en primer lugar en China, basta ver sus
congresos del Partido Comunista , mantienen la peregrina idea de que el Capitalismo es un instrumento
de China y no al revés. Esto desafía en su ingenuidad la lógica de todo el marxismo occidental, pero a
China le ha permitido que el Capitalismo no destruya todo su rico y complejo legado simbólico. La
segunda razón es que el nudo que en occidente mantenía su hegemonía cultural estaba hecho de tres
términos que ya funcionan sin ninguna articulación. A saber: la economía de mercado ,el liberalismo
político y la vida democrática civil .Estos tres términos ya han sido desanudados por el Neoliberalismo
cuyo único interés es la acumulación del Capital por encima de cualquier orden político. Es evidente
que la fuerza simbólica de los Estados occidentales está en declive y la pandemia actual lo ha revelado
en toda su realidad. Estas son las razones por las que Occidente no sabe qué hacer por ahora con la pan-
demia y especialmente Europa no ha tenido más remedio qué, no solo mirar cómo lo hace China, sino
dejarse supervisar por sus expertos. Cualquier cosa que sea un freno a la pandemia se espera de China.
En este aspecto, el Coronavirus es el primer eclipse serio del dominio norteamericano, que ya no
parece disponer de ninguna idea de Civilización. Queda por ver cómo los países emergentes, los únicos
aún capaces de una invención política distinta, son capaces de reinventar un justicialismo del siglo XXI
, socialista en la distribución del ingreso, soberano con respecto a las experiencias de lo Común: el
medio ambiente, la salud pública y la educación y que sepa radicalizar la democracia esquivando las
derivas neofascistas que ahora más que nunca disputan el sentido de la experiencia de la Patria y el
Otro que la sostiene .
Jorge Alemán es psicoanalista y escritor.

El virus más jodido de todos, Eduardo Aliverti


Hace siete días, en este espacio, prevenimos lo que ahora reforzamos: uno se siente demasiado
pequeño, pudoroso, en su estatura intelectual, para verter opinión en un momento que parece ser de cri-
sis civilizatoria.

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Un desconcierto tan gigantesco merece respeto. Pero, así sea apenas en modo de pregunta, vale ani-
marse a unos conceptos. Provoquémonos. Lo que enferma es el virus. Ciertos interrogantes y afirma-
ciones no contaminan a nadie, aunque la Organización Mundial de la Salud recomienda no
sobrecargarse de información y lo bien que hace. Igual que el Ministerio de Salud y la Secretaría de
Medios cuando sugieren “evitar titulares e imágenes de alto impacto, musicalización y sonidos de
catástrofes”.
Como si no alcanzara con el miedo y pánico desperdigados, siguen metiendo “alerta” y estridencias
tétricas, de base narrativa permanente, a cuanta noticia trascendente o estúpida ande dando vueltas. Da
lo mismo Italia parando sus fábricas que Oriana Sabatini contando los síntomas que tuvo y lo bárbaro
que se siente.
El colega Eduardo Febbro despachó desde París, para PáginaI12, una crónica en la que dice que el
futuro mutó hacia un territorio abstracto, que la interminable hilera de andenes vacíos es una función
permanente de la pornografía consumista e inútil del liberalismo, que al fin vemos su realidad artificial
y pueril, que ya no cabe el maquillaje o la tentación. Y que las publicidades gigantes de los afiches ven-
den a la nada un montón de objetos y servicios que (ya) nadie puede comprar.
Al ser tiempo de urgencia en los cuidados personales y colectivos, transita poco pensar en el des-
pués. Disparadores como los señalados por Febbro son una de las no tantas invitaciones a imaginar que,
cuando se extinga la pandemia, tal vez hayamos aprendido que la (buena) vida está en otra parte. Quizá
hayamos digerido que el neoliberalismo, y sus meritócratas, y su estímulo al consumismo desencajado,
y la destrucción de las políticas de Estado que regulan los desequilibrios sociales, redujeron las
perspectivas de progreso mejor administrado.
Uno, sin embargo, teme --acerca de la salida de esta peste que la humanidad superará como ya lo
hizo con otras, cuando el conocimiento científico era infinitamente menor-- la probabilidad de que sal-
gamos de ésta habiendo aprendido poquito.
Eso no quiere decir que deje de ser una oportunidad, magnífica, que los sectores progresistas más
significativos de la(s) sociedad(es) deberían usufructuar.
Por lo pronto, están expuestos los límites de un orden económico y tecnológico que profundiza las
desigualdades, como Ricardo Forster lo reseñó en forma estupenda, en la nota que también el viernes
publicó este diario.
Porque hay algo que igualó. “Igualdad ante la expansión viral que no sabe de diferencias ideológicas
ni reconoce aduanas que discriminan entre ciudadanos del primer mundo y miserables indocumentados
que se ahogan en el Mediterráneo. Miedo en la Italia opulenta del Norte; miedo en una barriada de
migrantes napolitana; miedo en la Alemania de Merkel que comienza a revisar su “ortodoxia fiscal”;
miedo en una España demasiado inclinada al consumismo; miedo en la pujante Seúl que a través del
cine nos muestra la realidad de la desigualdad; miedo en los aviones abarrotados de turistas que regre-
san apresurados a sus países de origen antes que se cierren todas las fronteras; miedo en lujosos tran-
satlánticos cuyos pasajeros descubren, azorados aunque conservando sus privilegios de primera clase,

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lo que significa convertirse en paria y que ningún puerto los acepte. El miedo nos ha vuelto más iguales
y, por esas extrañas vicisitudes de la historia, nos abre la posibilidad de repensar nuestro modo de vivir.
Una oportunidad en medio de la noche y la incertidumbre”.
Cómo no preguntarse, tal lo hace Ricardo, “¿quién nos protege ahora que el Estado ha sido jibari-
zado con la anuencia de los mismos que hoy le exigen a los gobernantes que se hagan cargo de subsa-
nar lo que ellos desarticularon? ¿Qué decirle a una sociedad que se creyó la buenaventuranza del
mercado y sus oportunidades, la meritocracia y sus pirámides construidas por el `esfuerzo individual y
la competencia de los mejores´, un capitalismo que sólo prometía la multiplicación infinita del con-
sumo mientras se dañaba irreversiblemente a la biosfera? ¿Cómo salir de un narcisismo todoterreno que
se instaló en nuestras interioridades para descubrir que en soledad no llegamos a ningún lado? ¿Cómo
reparar almas devoradas por el cuentapropismo moral que hizo de cada individuo una suerte de mónada
autosuficiente? Preguntas que, quizás, iluminen con una luz distinta en medio de la noche viral. Dialéc-
tica de una tragedia que nos recuerda, muy de vez en cuando, que ‘allí donde crece el peligro también
nace lo que salva’ (…) Un día cualquiera descubrimos que las máscaras se caen y que las consecuen-
cias de la mentira asumen el rostro del abandono, la intemperie y la incapacidad de enfrentar la llegada
de la peste. De Nuevo y sin hacerse cargo de nada, se alzan las voces que antes pedían menos Estado y
que ahora demandan que el estado los salve”.
Estamos obligados a pegar un volantazo, advierte Forster.
El tema es si seremos conscientes de que estamos obligados, y eso conlleva tomar nota del tipo de
solidaridad que se requiere.
Es decir: no sólo se trata de hacerse grandes planteos ideológicos, sino de una práctica que por fin
nos rescate de arrebatos enanofascistas, xenófobos, discriminadores. Que nos rescate del egoísmo
social. Porque, ¿qué hacemos ahora con aquello del miedo al otro? ¿Qué otro? ¿Alguien no se dio
cuenta, todavía, de que estamos todos en el mismo barco?
No debemos dejar de interrogarnos sobre los barrios de la pobreza, la miseria, el hacinamiento. No
es demagogia, no es sensiblería barata. Es cambiar la cabeza justamente para salvarnos.
Tenemos el mejor liderazgo político y el mejor gobierno nacional que podían tocarnos en circunstan-
cias como éstas. Alberto Fernández transmite seguridad, severidad, protección. Puede que no sea la ins-
tancia adecuada para subrayarlo, pero igual repitámoslo porque, en el fárrago del desconcierto y el
temor, hay perdidas unas buenas noticias, o registros: ¿se imaginan lo que hubiera sido esto con el
gobierno anterior? Punto. Es sólo para anotarlo.
Personalizo directamente: que me disculpen pero yo siento que la responsabilidad y solidaridad a
que se convoca, y a la que nos convocamos, tiene preeminencia de una lógica exclusivamente claseme-
diera. Y eso no es (mal) atributo del Gobierno, que está preocupándose y ocupándose de lo que pueda
suceder en las barriadas inmensas del fondo del pozo, que estipuló precios máximos en productos bási-

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cos, que avisa que será inflexible con los avivados del tamaño que fueren, que en medio de una econo -
mía devastada ha lanzado medidas protectoras para las pymes y para los monotributistas. Siempre
podrá hacerse muchísimo más, pero lo que se hace no es lo de menos.
Lo que decimos es que el cambio de cabeza atañe a que responsabilidad y solidaridad no pueden
concluir en quedarse en casa, en lavarse las manos a cada rato con agua y jabón, en mantener metro y
pico de distancia con “el otro”, en saludarse con el codo, en salir al balcón para putear a los imbéciles
que andan por la calle como si nada.
¿Dónde están los medios con recursos suficientes, que no ponen sus cámaras en los conurbanos de
las grandes ciudades, en las sedes de las aglomeraciones sin chance de distanciarse físicamente, en las
notas a quienes viven del día a día pidiendo una moneda en los semáforos? ¿Quiénes les preguntan a
cuáles funcionarios sobre la derivación alimentaria y sanitaria de los que no están en emergencia, sino
que viven en ella? ¿Por qué piensan que se insinúa la probabilidad de estado de sitio? ¿Porque los deli-
very no darían abasto? ¿Por sacar al perro varias cuadras en vez de hasta el árbol inmediato?
Solidaridad, no demos más vueltas, es también entender que se terminó hablar de estos negros de
mierda, del cáncer del gasto público, del populismo como el eje de todos los males, de los ciudadanos
que pagamos impuestos para mantener vagos.
A ver, ahora, dónde están los que se quejan de las mallas de contención social tejidas desde la crisis
del 2001. Dónde están, con qué cara, los que militan en el odio a los piquetes choriplaneros del punte-
rismo barrial. Hay unos pobres en el recibidor, como cantaba el Serrat que nos gustaba a todos. ¿Quién
los atiende?
Solidaridad es comprender que si no hay un Estado fuerte se salvarán pocos. No del virus. De la
pelotudez de creerse que la salvación es individual, departamentera, de tener alcohol en gel.
Como queda demostrado, no hay ningún virus más jodido que ése.@

La próxima recesión: ¿la culpa es del coronavirus?


Michael Roberts
Estoy seguro de que cuando termine este desastre, la economía dominante y las autoridades afirma-
rán que fue una crisis exógena que no tiene nada que ver con defectos inherentes en el modo de produc-
ción capitalista y la estructura social de la sociedad. La culpa fue del virus. Este fue el argumento de la
teoría económica convencional después de la Gran Recesión de 2008-2009 y se repetirá en 2020.
Mientras escribo, la pandemia de coronavirus (como ahora se llama oficialmente) todavía no ha
alcanzado su pico. Aparentemente, tras comenzar en China (aunque hay alguna evidencia de que tam-
bién pudo haber comenzado en otros lugares), se ha extendido ya por todo el mundo. El número de
infecciones es mayor fuera de China que dentro. Los casos en China han ido disminuyendo hasta dete-
nerse; en otros lugares todavía hay un aumento exponencial.

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Esta crisis biológica ha creado pánico en los mercados financieros. Los mercados bursátiles han
caído hasta un 30% en el espacio de semanas. El mundo de fantasía de que cada activo financiero podía
crecer con costes de endeudamiento cada vez más bajos ha terminado.
COVID-19 parece ser un 'desconocido desconocido', como el colapso financiero global del tipo
'cisne negro' que desencadenó la Gran Recesión hace más de diez años. Pero COVID-19, al igual que
ese colapso financiero, no es realmente un rayo que caiga de la nada: un 'shock' externo que afecta a
una economía capitalista en armonioso crecimiento. Incluso antes de que ocurriera la pandemia, en la
mayoría de las principales economías capitalistas, tanto en el llamado mundo desarrollado como en las
economías 'en desarrollo' del 'Sur Global', la actividad económica se estaba frenando, y algunas econo-
mías se contraía la producción nacional y la inversión, y muchos otras estaban al borde.
COVID-19 fue el punto de inflexión. Una analogía es imaginar una pila de arena que se acumula
hasta un pico; entonces los granos de arena comienzan a deslizarse; y luego llega un cierto punto que
con una partícula de arena más, toda la pila de arena se cae. Si eres poskeynesiano, quizás prefieras lla-
mar a esto un "momento Minsky", en honor de Hyman Minsky, quien argumentó que el capitalismo
parece ser estable hasta que deja de serlo, porque la estabilidad genera inestabilidad. Un marxista diría,
sí, hay inestabilidad, pero esa inestabilidad se convierte en una avalancha periódicamente debido a las
contradicciones subyacentes en el modo de producción capitalista con fines de lucro.
Además, de otra manera, COVID-19 no era un "desconocido desconocido". A principios de 2018,
durante una reunión en la Organización Mundial de la Salud en Ginebra, un grupo de expertos (del
R&D Blueprint) acuñó el término "Enfermedad X": predijeron que la próxima pandemia sería causada
por un nuevo patógeno desconocido que no había todavía entrado en contacto con la población
humana. La enfermedad X probablemente resultaría de un virus originado en animales y surgiría en
algún lugar del planeta donde el desarrollo económico pone en contacto a personas y vida silvestre.
La enfermedad X probablemente se confundiría con otras enfermedades al comienzo del brote y se
propagaría rápida y silenciosamente; explotando redes de viajes y comercio humanas, llegaría a múlti-
ples países y frustraría la contención. La enfermedad X tendría una tasa de mortalidad más alta que la
gripe estacional, pero se propagaría tan fácilmente como la gripe. Sacudiría los mercados financieros
incluso antes de alcanzar el estado de pandemia. En pocas palabras, Covid-19 es la enfermedad X.
Como argumentó el biólogo socialista, Rob Wallace, las plagas no son solo parte de nuestra cultura;
son causadas por ella. La Peste Negra se extendió a Europa a mediados del siglo XIV con el creci-
miento del comercio a lo largo de la Ruta de la Seda. Han surgido nuevas cepas de gripe de la ganade-
ría. El Ébola, SARS, MERS y ahora Covid-19 se han relacionado con la vida silvestre. Las pandemias
generalmente comienzan como virus en animales que saltan a las personas cuando entramos en con-
tacto con ellos. Estos efectos secundarios están aumentando exponencialmente a medida que nuestra
huella ecológica nos acerca a la vida silvestre en áreas remotas y el comercio de vida silvestre lleva a
estos animales a los centros urbanos. La construcción de carreteras, la deforestación, el desbroce de tie-
rras y el desarrollo agrícola sin precedentes, así como los viajes y el comercio globalizados, nos hacen
extremadamente susceptibles a los patógenos como los coronavirus.

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Existe un debate tonto entre los economistas convencionales sobre si el impacto económico de
COVID-19 es un "shock de oferta" o un "shock de demanda". La escuela neoclásica dice que es un
shock de oferta porque detiene la producción; los keynesianos quieren argumentar que es realmente un
shock de demanda porque las personas y las empresas no gastarán en viajes, servicios, etc.
Pero primero, como se argumentó anteriormente, no es realmente un "shock" en absoluto, sino el
resultado inevitable del impulso del capital para obtener ganancias en la agricultura y la explotación de
la naturaleza y del estado ya débil de la producción capitalista en 2020.
Y segundo, comienza con la oferta, no con la demanda como los keynesianos dicen. Como escribió
Marx: “Hasta los niños saben que una nación que deja de funcionar, no ya un año, sino incluso unas
semanas, perecería". (K Marx a Kugelmann, Londres, 11 de julio de 1868). La producción, el comercio
y la inversión son lo primero que se detienen cuando las tiendas, las escuelas y los negocios se cierran
para contener la pandemia. Por supuesto, si las personas no pueden trabajar y las empresas no pueden
vender, entonces los ingresos disminuyen y el gasto se derrumba y eso produce un "shock de
demanda". De hecho, es el guión de todas las crisis capitalistas: comienzan con una contracción de la
oferta y terminan con una caída en el consumo, no al revés.
Aquí hay una visión general (y precisa) de la anatomía de las crisis.
Algunos optimistas en el mundo financiero argumentan que el shock de COVID-19 en los mercados
bursátiles terminará como el 19 de octubre de 1987. En ese lunes negro, el mercado bursátil se des-
plomó muy rápidamente, incluso más que ahora, pero en cuestión de meses volvió a subir y se fue
arriba El actual secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Steven Mnuchin, está seguro de que el
pánico financiero terminará como en 1987 . "Sabes, recuerdo a las personas que compraron acciones
después del colapso en 1987, las personas que compraron acciones después de la crisis financiera",
continuó. "Para los inversores a largo plazo, esta será una gran oportunidad de inversión". “Este es un
problema a corto plazo. Pueden pasar un par de meses, pero vamos a superar esto y la economía será
más fuerte que nunca”, dijo el secretario del Tesoro.
Los comentarios de Mnuchin fueron repetidos por el asesor económico de la Casa Blanca, Larry
Kudlow, quien instó a los inversores a capitalizar el vacilante mercado bursátil por los temores del
coronavirus. "Los inversores a largo plazo deberían pensar seriamente en comprar estas gangas”, des-
cribiendo el estado de la economía estadounidense como "sólido". Kudlow realmente repitió lo mismo
que dijo solo dos semanas antes del colapso financiero global de septiembre de 2008: "para aquellos de
nosotros que preferimos mirar hacia adelante, a través del parabrisas, las perspectivas de los mercados
de valores están mejorando cada vez más".
El colapso de 1987 se atribuyó al aumento de las hostilidades en el Golfo Pérsico que llevó a un
aumento en los precios del petróleo, el temor a tasas de interés más altas, un mercado alcista de cinco
años sin una corrección significativa y la introducción del comercio computarizado. Pero aunque la
economía era fundamentalmente "sana", no duró. De hecho, la rentabilidad del capital en las principa-

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les economías estaba aumentando y no alcanzó su punto máximo hasta fines de la década de 1990 (aun-
que hubo una caída en 1991). Así que 1987 fue lo que Marx llamó un "colapso financiero" puro debido
a la inestabilidad inherente a los mercados de capital especulativos.
Pero ese no es el caso en 2020. Esta vez, el colapso en el mercado de valores será seguido por una
recesión económica como en 2008. Porque, como he argumentado en artículos anteriores, ahora la ren-
tabilidad del capital es baja y las ganancias globales son estáticas en el mejor de los casos, incluso antes
de la erupción de COVID-19. El comercio y la inversión mundiales han estado disminuyendo, no
aumentando. Los precios del petróleo han colapsado, no subido. Y el impacto económico de COVID-
19 afecta primero a la cadena de suministros, no en los inestables mercados financieros.
¿Cuál será la magnitud de la recesión por venir? Hay un excelente artículo de Pierre-Olivier Gourin-
chas que modela el impacto probable. Muestra el diagrama de salud pandémico habitual haciendo las
curvas. Sin ninguna acción, la pandemia toma la forma de la curva de la línea roja, lo que lleva a una
gran cantidad de casos y muertes. Con la aplicación de la cuarentena y el aislamiento social, el pico de
la curva (azul) puede retrasarse y moderarse, incluso si la pandemia se prolonga más tiempo. Esto
supuestamente reduce el ritmo de la infección y el número de muertes.
La política de salud pública debe apuntar a "aplanar la curva" imponiendo drásticas medidas de dis-
tanciamiento social y promoviendo hábitos de salud para reducir la tasa de transmisión.Actualmente,
Italia está siguiendo el enfoque chino de bloqueo total, incluso si puede estar cerrando las puertas
cuando el virus ya se ha disparado. El Reino Unido está intentando un enfoque muy arriesgado de
autoaislamiento de las personas vulnerables y permitiendo que los jóvenes y los sanos se infecten para
desarrollar la llamada 'inmunidad colectiva' y evitar que el sistema de salud se vea abrumado. Este
enfoque implica básicamente descartar a los viejos y vulnerables porque van a morir de todos modos si
se infectan y evitar un bloqueo total que dañaría la economía (y las ganancias). El enfoque de los Esta-
dos Unidos consiste básicamente en no hacer nada: no realizar pruebas masivas, no autoaislarse, no
cancelar eventos públicos; solo esperar que la gente se enferme y luego lidiar con los casos mas graves.
Podríamos llamar a este último enfoque la respuesta malthusiana. El más reaccionario de los econo-
mistas clásicos a principios del siglo XIX fue el reverendo Thomas Malthus, quien argumentó que
había demasiadas personas pobres “improductivas” en el mundo, por lo que las plagas y enfermedades
regulares eran necesarias e inevitables para hacer que las economías fueran más productivas.
El periodista conservador británico Jeremy Warner ha defendido lo mismo para la pandemia de
Covid-19 que "principalmente mata a los ancianos". "Para simplificar, desde una perspectiva econó-
mica completamente desinteresada, el COVID-19 podría incluso resultar levemente beneficioso a largo
plazo al eliminar desproporcionadamente a los dependientes mayores". Y responde a las críticas
"Obviamente, para los afectados es una tragedia humana cualquiera sea la edad, pero esta es un artículo
sobre economía, no la suma de las miserias humanas". De hecho, por eso Marx llamó “la filosofía de la
miseria” a la economía de principios del siglo XIX.

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La razón por la cual los gobiernos de EE. UU. Y Gran Bretaña no impondrán (todavía) medidas dra-
conianas, como eventualmente en China y ahora en Italia (tardíamente) y en otros lugares, es porque
inevitablemente aumentará la curva de recesión macroeconómica. Considere China o Italia: aumentar
las distancias sociales ha requerido cerrar escuelas, universidades, la mayoría de las empresas no esen-
ciales y pedir a la mayoría de la población en edad laboral que se quede en casa. Si bien algunas perso-
nas pueden trabajar desde casa, esto sigue siendo una pequeña fracción de la fuerza laboral en general.
Incluso si trabajar desde casa es una opción, la interrupción a corto plazo del trabajo y las rutinas fami-
liares es importante y puede afectar a la productividad. En resumen, la mejor política de salud pública
hunde a la economía en una parada repentina. Un shock de oferta.
El daño económico sería considerable. Gourinchas intenta modelar el impacto. Supone que, en rela-
ción con una línea de base, las medidas de contención reducen la actividad económica en un 50%
durante un mes y un 25% durante otro mes, después de lo cual la economía vuelve a la línea de base.
“Ese escenario aún daría un golpe masivo a las principales cifras del PIB, con una disminución del cre-
cimiento de la producción anual del orden del 6,5% en relación con el año anterior. ¡Extienda el cierre
un 25% solo otro mes y la disminución en el crecimiento de la producción anual (en relación con el año
anterior) alcanzaría casi el 10%! " Como punto de comparación, la disminución en el crecimiento de la
producción en los EEUU durante la 'Gran Recesión' de 2008-09 fue de alrededor del 4.5%. Gourinchas
concluye que "estamos a punto de presenciar una recesión que podría superar a la Gran Recesión".
En el pico de la Gran Recesión, la economía de los Estados Unidos destruía empleos a razón de
800,000 trabajadores por mes, pero la gran mayoría de las personas todavía estaban empleadas y traba-
jando. La tasa de desempleo alcanzó su punto máximo en 'solo' un 10%. Por el contrario, el coronavirus
está creando una situación en la que, durante un breve período de tiempo, es posible que el 50% o más
de las personas no puedan trabajar. El impacto en la actividad económica es comparativamente mucho
mayor.
El resultado es que la economía, como el sistema de salud, enfrenta el problema de cómo "aplanar la
curva”. La curva roja traza la producción perdida durante una recesión aguda e intensa, amplificada por
las decisiones económicas de millones de agentes económicos que intentan protegerse reduciendo el
gasto, posponiendo la inversión, recortando el crédito y, en general, contrayéndose.
¿Qué hacer para aplanar la curva? Los bancos centrales pueden y están proporcionando liquidez de
emergencia al sector financiero. Los gobiernos pueden implementar medidas fiscales específicas dis-
crecionales o programas más amplios para apoyar la actividad económica. Estas medidas podrían ayu-
dar a "aplanar la curva económica", es decir, limitar las pérdidas económicas, como en la curva azul, al
mantener a los trabajadores remunerados y empleados para que puedan pagar las facturas o retrasarlas
o cancelarlas por un período. Las pequeñas empresas podrían ser financiadas para resistir la tormenta y
los bancos rescatados, como en la Gran Recesión.
Pero sigue habiendo un alto riesgo de una crisis financiera. En los Estados Unidos, la deuda corpora-
tiva ha aumentado y se concentra en bonos emitidos por las compañías más débiles (BBB o inferior).

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Y el sector energético está siendo golpeado por partida doble porque los precios del petróleo se han
desplomado. Las primas de riesgo de bonos (el costo de los préstamos) se han disparado en los sectores
de energía y transporte.
La flexibilidad monetaria ciertamente no será suficiente para aplanar la curva. Las tasas de interés
del banco central ya están cerca, en o por debajo de cero. Y las enormes inyecciones de crédito o dinero
en el sistema bancario tendrán un efecto a contrapelo muy limitado sobre la producción y la inversión.
El financiamiento barato no acelerará la cadena de suministro ni hará que la gente quiera viajar de
nuevo. Tampoco ayudará a las ganancias corporativas si los clientes no gastan.
La principal mitigación económica tendrá que venir de la política fiscal. Las agencias internaciona-
les como el FMI y el Banco Mundial han ofrecido $ 50 mil millones. Los gobiernos nacionales están ya
lanzando varios programas de estímulo fiscal. El gobierno del Reino Unido anunció un gran gasto en su
último presupuesto y el Congreso de los Estados Unidos acordó un paquete de gasto de emergencia.
Pero, ¿será suficiente para aplanar la curva si dos meses de cierres recortan la mayoría de las econo -
mías en un asombroso 10%? Ninguno de los paquetes fiscales actuales se acerca al 10% del PIB. De
hecho, en la Gran Recesión, solo China inyectó tal cantidad. Las propuestas del gobierno del Reino
Unido ascienden a solo el 1.5% del PIB como máximo, mientras que las de Italia son del 1.4% y las de
EE UU de menos del 1%.
Existe la posibilidad de que a fines de abril hayamos visto un pico en el número total global de casos
y empiece a disminuir. Eso es lo que los gobiernos esperan y planean. Si ocurre ese escenario optimista,
el coronavirus no desaparecerá. Se convertirá en otro patógeno similar a la gripe (del que sabemos
poco) que nos afectará cada año como sus predecesores. Pero incluso dos meses de cierres provocarán
graves daños económicos. Y los paquetes de estímulo monetario y fiscal planeados no van a evitar una
crisis profunda, incluso si reducen la 'curva' en cierta medida. Lo peor está por venir.

La pandemia del capitalismo, el coronavirus y la cri-


sis económica, Eric Toussaint
Una crisis de salud pública
La pandemia del coronavirus constituye un gravísimo problema de salud pública y los sufrimientos
que la difusión del virus provocará serán enormes. Si alcanza masivamente a los países del Sur global
cuyos sistemas de salud pública, que ya eran muy frágiles, fueron terriblemente maltratados por 40
años de neoliberalismo y, por lo tanto, habrá una grandísima cantidad de muertos. Sin olvidar la situa-
ción dramática de la población iraní víctima del bloqueo decretado por Washington, bloqueo que
incluye la importación de medicamentos y equipamiento sanitario.
"Los grandes medios de comunicación y los gobiernos insisten sobre las diferencias en el porcentaje
de letalidad debido a la edad. Sin embargo no quieren atraer la atención sobre las diferencias de clase y
como la mortalidad debida a esta pandemia afectará a la gente según sus ingresos y patrimonio"

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Utilizando el pretexto de la necesaria austeridad presupuestaria para poder pagar la deuda pública,
los gobiernos y las grandes instituciones multilaterales como el Banco Mundial , el FMI y los bancos
regionales, por ejemplo, el Banco africano de desarrollo, generalizaron las políticas que deterioraron
los sistemas de salud pública: supresión de puestos de trabajo y precarización de los contratos de tra-
bajo, supresión de camas hospitalarias, cierre de centros médicos de proximidad, aumento del coste de
la atención médica y de los medicamentos, reducción en las inversiones en infraestructuras y equipa-
mientos, privatización de diferentes sectores de la sanidad, reducción de inversión pública en la investi-
gación y el desarrollo de tratamientos en beneficio de los intereses de los grandes grupos
farmacéuticos, etc.
Esto es así en países de África, Asia, América Latina y Caribe, y en los países del exbloque del Este
(en Rusia y en otras exrepúblicas de la difunta URSS, Europa central y oriental). Pero esto también
concierne, evidentemente, a países como Italia, Francia, Grecia y otros países europeos. ¿Y qué pasará
en Estados Unidos, donde 89 millones de personas no tienen una verdadera cobertura de salud, como lo
denuncia Bernie Sanders?
Los grandes medios de comunicación y los gobiernos insisten sobre las diferencias en el porcentaje
de letalidad debido a la edad. Sin embargo, no quieren atraer la atención sobre las diferencias de clase y
sobre como la mortalidad debido a esta pandemia afectará a la gente según sus ingresos y su patrimo -
nio, y por lo tanto según la clase social a la que pertenecen. Es muy diferente ponerse en cuarentena o
acceder a un servicio de reanimación cuando se tienen 70 años y se es pobre, que cuando se es rico.
También habrá una brecha entre los países, que a pesar de las políticas neoliberales, mantienen en
mejor estado su sistema de salud pública y aquellos que fueron más lejos en los atentados a la calidad
de los servicios de salud.
La crisis bursátil y la crisis financiera
Aunque los grandes medios de comunicación y los gobiernos afirman constantemente que la crisis
bursátil es debida a la pandemia de coronavirus, insisto sobre el hecho de que todos los elementos de
una nueva crisis financiera ya estaban reunidos desde hace varios años, y que el coronavirus fue la
chispa o el detonador de la crisis bursátil y no la causa. Para consultar: https://www.cadtm.org/No-el-
coronavirus-no-es-responsable-de-las-caidas-en-las-bolsas. A pesar de que algunas personas hayan
visto en esta afirmación una tentativa de negar la importancia de la pandemia, mantengo mi afirmación.
La cantidad de inflamables en el ámbito de las finanzas alcanzó la saturación desde hace varios años y
se sabía que una chispa podía e iba a provocar una explosión: no se sabía cuándo se produciría y cuál
sería el detonante, pero se sabía que ocurriría. Por lo tanto, era necesario actuar para evitarla y no se
hizo nada. Numerosos autores de la izquierda radical, como Michael Roberts, Robert Brenner o
François Chesnais, anunciaron esta crisis. Desde 2017, publique artículos regularmente sobre esta cues-
tión, consultad: https://www.cadtm.org/Economia-internacional-Todo-va-muy que data de diciembre de
2017. Con el CADTM y otras organizaciones, hemos afirmado que es necesario romper radicalmente
con el capitalismo.

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"El coronavirus fue la chispa o del detonador de la crisis bursátil y no su causa"
Un primer gran crash bursátil tuvo lugar en diciembre de 2018 en Wall Street. Bajo la presión de un
puñado de grandes bancos privados y de la Administración de Donald Trump, la Reserva Federal de
Estados Unidos había vuelto a bajar los tipos de interés y eso fue aplaudido por algunas grandes com-
pañías privadas que dominan los mercados financieros. Volvió el frenesí por el aumento de los valores
bursátiles, y las grandes empresas continuaron recomprando sus propias acciones en la bolsa para
amplificar el fenómeno. Aprovechándose de la reducción de los tipos de interés, las grandes compañías
privadas aumentaron su endeudamiento y los grandes fondos de inversión aumentaron la compra de
empresas de todo tipo, incluidas las industriales, recurriendo al endeudamiento (https://www.cadtm.org/
La-montana-de-deudas-privadas-de-las-empresas-estara-en-el-corazon-de-la, publicado en abril de
2019).
Ese mismo año, y de nuevo en Wall Street, a partir de septiembre, hubo un grandísima crisis de
penuria de liquidez en un mercado financiero que, sin embargo, rebosaba liquidez. ¿Una crisis de liqui-
dez mientras hay una profusión de liquidez? Es una paradoja aparente como lo expliqué en https://
www.cadtm.org/Panico-en-la-Reserva-Federal-y-retorno-del-Credit-Crunch-sobre-un-mar-de-deudas,
publicado el 25 de septiembre de 2919 y en https://www.cadtm.org/Hablemos-de-nuevo-del-panico-
que-sufrio-la-Reserva-Federal-de-los-EEUU-FED-en, publicado el 1 de noviembre de 2019. Se trataba
de una grave crisis y la Reserva Federal intervino masivamente inyectando unos cientos de miles de
millones de dólares para tratar de evitar el hundimiento de los mercados. La Reserva Federal también
guardó en su balance más de 1,3 billones de dólares de productos estructurados tóxicos que había com-
prado en los bancos en 2008 y 2009, ya que estaba persuadida, con toda la razón, que si se pusieran en
venta en el mercado secundario de deuda, el precio se desplomaría y eso arrastraría una gran crisis
financiera y quiebras de bancos. Si la Fed hizo eso, no fue para defender el interés general sino para
defender el interés del gran capital, o sea, del 1 % más rico de la sociedad.
"Un primer gran crash bursátil tuvo lugar en diciembre de 2018 en Wall Street, y una grandísima cri-
sis de penuria de liquidez en septiembre de 2019"
El BCE y los otros grandes bancos centrales (del Reino Unido, Japón, Suiza, China …) aplicaron,
más o menos, el mismo tipo de política y tienen una responsabilidad muy importante en la acumulación
de inflamables en el ámbito financiero (podéis consultar mi artículo de marzo de 2019 https://www.ca-
dtm.org/La-crisis-economica-y-los-bancos-centrales.)
Asistimos a una enorme creación de capital ficticio, y en cada crisis financiera una parte importante
de ese capital ficticio debe «desaparecer» ya que eso forma parte del funcionamiento normal del sis-
tema capitalista. El capital ficticio es una forma de capital que se desarrolla exclusivamente en la esfera
financiera sin ninguna relación verdadera con la producción. Es ficticio en el sentido en que no se basa
directamente sobre una producción material, ni sobre la explotación directa del trabajo humano ni de la
naturaleza. Como lo dice el economista francés miembro de ATTAC, Jean Marie Harribey: «Las burbu-
jas estallan cuando la diferencia entre el valor realizado y el valor prometido se vuelve demasiado
grande y algunos especuladores entienden que las promesas de liquidación rentable no podrán ser hon-

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radas por todos, en otras palabras, cuando las plusvalías financieras no podrán nunca generarse si no
hay una plusvalía suficiente de producción. », Jean-Marie Harribey, «La baudruche du capital fictif,
lecture du Capital fictif de Cédric Duran », Les Possibles, N° 6 - Printemps 2015 : https://france.atta-
c.org/nos-publications/les-possibles/numero-6-printemps-2015/debats/article/la-baudruche-du-capital-
fictif.
"Asistimos a una enorme creación de capital ficticio, y en cada crisis financiera una parte importante
de ese capital debe desaparecer: eso forma parte del funcionamiento normal del sistema capitalista"
Me reafirmo en que la pandemia del coronavirus no constituye la causa real y profunda de la crisis
bursátil que se desencadenó en la última semana de febrero de 2020 y que sigue. Esta pandemia consti-
tuye el detonador, la chispa. No obstante, existen otros acontecimientos graves que podrían haber sido
detonadores o chispas. Por ejemplo, una guerra declarada y caliente entre Washington e Irán o una
intervención directa de Estados Unidos en Venezuela. La crisis bursátil que hubiera seguido, habría
sido atribuida a la guerra y sus consecuencias. Y también, yo habría afirmado que esa guerra, cuyas
consecuencias serían gravísimas, sin controversia posible, habría sido la chispa pero no la causa pro-
funda. Así que, aunque haya una relación innegable entre los dos fenómenos (la crisis bursátil y la pan-
demia del coronavirus), eso no significa que no es necesario denunciar las explicaciones simplistas y
manipuladoras que declaran que la causa es el coronavirus. Esa explicación mistificadora es una trampa
destinada a desviar la atención de la opinión pública, del 99 %, del rol que tuvieron las políticas lleva-
das a cabo a favor del Gran Capital a escala planetaria y de la complicidad de los gobiernos actuales.
La crisis del sector de la producción precedió la pandemia del coronavirus
"En la última semana de febrero de 2020 las principales bolsas de valores del mundo sufrieron una
caída muy importante: entre el 9,5 % y el 12 %. Fue la peor semana desde octubre de 2008"
Y eso no es todo. No solo la crisis financiera estaba latente desde hacía varios años y la prosecución
del aumento de precio de los activos financieros constituían un indicador muy claro, sino que, además,
una crisis del sector de la producción había comenzado mucho antes de la difusión del covid19, en
diciembre de 2019. Antes del cierre de fábricas en China, en enero de 2020 y antes de la crisis bursátil
de fines de febrero de 2020.
Vimos durante el año 2019 el comienzo de una crisis de superproducción de mercaderías, sobre todo
en el sector del automóvil con una caída masiva de ventas de automóviles en China, India, Alemania,
Reino Unido y muchos otros países. Eso produjo una reducción de la producción de automóviles. Tam-
bién hubo superproducción en el sector de la fabricación de equipamientos y de herramientas mecáni-
cas en Alemania, uno de los tres productores mundiales en este sector. Al mismo tiempo, se produjo
una muy fuerte reducción del crecimiento industrial en China, lo que tuvo graves consecuencias en los
países que exportan a China equipamientos, automóviles y materias primas. Durante el segundo semes-
tre de 2019, la recesión se declaró en el sector de la producción industrial en Alemania, Italia, Japón,
África del Sur, Argentina… y en varios sectores industriales en Estados Unidos.
La evolución de la crisis financiera y económica desde el 3 de marzo de 2010

53
Recordemos que, durante la última semana de febrero de 2020, las principales bolsas de valores del
mundo (en toda América, en Europa y en Asia) sufrieron una caída muy importante que osciló entre un
9,5 % y un 12 %, y fue la peor semana desde octubre de 2008.
Ahora, retomo el hilo de los acontecimientos donde los dejé: el 3 de marzo de 2020, al día siguiente
de la decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos, la Fed, de bajar un 0,5 % su tipo de interés
director.
Los bancos centrales actúan como bomberos pirómanos
El 3 de marzo de 2020, la Fed decidió fijar su tipo director en una horquilla del 1 % al 1,25 %, o sea
fue una reducción del 0,5 %, la más fuerte de estos últimos años, ya que hasta ese momento la Fed
bajaba su tipo de interés en escalones de 0,25 %. Frente a la continua caída de las bolsas y, especial-
mente, de los bancos que están al borde de la quiebra, la Fed decide una nueva reducción el 15 de
marzo de 2020, que golpea incluso más fuerte que la del 3 de marzo. Esta vez, bajó su tipo director un
1 %. Por lo tanto, desde el 15 de marzo, el nuevo tipo de interés director de la Fed se sitúa en una hor -
quilla que va del 0 % al 0,25 %. Los bancos son, por consiguiente, animados a que aumenten su endeu-
damiento.
La Fed no se contentó con bajar el tipo de interés, también recomenzó con la inyección en el mer-
cado interbancario de una enorme masa de dólares, ya que los bancos una vez más, no confían entre
ellos y se niegan a prestarse dinero. El presidente de la Fed declaró que su institución había progra-
mado inyectar en las próximas semanas más de 1 billón de dólares de liquidez en los mercados a corto
plazo, especialmente, en el mercado de repos, sobre el que ya había intervenido masivamente entre sep-
tiembre y diciembre de 2019. El mercado de repo [1] designa el mecanismo por el cual los bancos se
financian por un corto tiempo: éstos venden títulos que poseen con el compromiso de comprarlos de
nuevo rápidamente. Por ejemplo, depositan por 24 horas (como garantía o como colateral del préstamo
que aceptan) títulos del Tesoro de Estados Unidos o de obligaciones de empresas que tienen una nota
AAA. A cambio de esos títulos, obtienen dinero en efectivo, a un interés próximo o igual al tipo direc-
tor fijado por la Fed, próximo, como hemos visto, al 1 %, desde el 3 de marzo de 2020 y del 0 %, desde
el 15 de marzo de 2020.
"Los bancos que se comprometan a no reducir el volumen de sus préstamos al sector privado […]
pueden financiarse generosamente con el BCE, con un tipo de interés negativo de – 0,75 %. Eso quiere
decir que los bancos obtendrán una remuneración al endeudarse con el BCE"
El Banco Central Europeo (BCE) dirigido por Christine Lagarde, cuyo tipo director es del 0 %,
anunció el 12 de marzo de 2020 que iba a aumentar sus compras de títulos financieros privados (obliga-
ciones y productos estructurados) y públicos (títulos soberanos). También aumentó el volumen de cré-
ditos ventajosos a medio y largo plazo para los bancos. Y si éstos se comprometen a no reducir el
volumen de préstamos al sector privado —aunque si no cumplen esta promesa no está previsto ningún

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mecanismo para multarlos— pueden financiarse generosamente con el BCE, con un tipo de interés
negativo de – 0,75 %. Eso quiere decir que los bancos obtendrán una remuneración al endeudarse con
el BCE.
Como está indicado más arriba, el domingo 15 de marzo, con pánico de nuevo por lo que había
pasado la semana anterior, la Fed, que reunió a su comité director en situación de catástrofe y sin espe -
rar a la fecha normal para hacerlo, llevó su tipo de interés al 0 % (su tipo director está en la horquilla
del 0 % al 0,25 %). La Fed también anunció que recomenzaría a comprar a los bancos productos estruc-
turados, los famosos MBS (Mortgage Backed Securities), que estuvieron en el centro de la crisis finan-
ciera de 2007-2009, por 200.000 millones de dólares.
Pero eso no permitió detener las ventas masivas de acciones en las bolsas, y todas las del mundo
cayeron el lunes 16 de marzo de 2020. La caída de Wall Street alcanzó un nuevo récord en un solo día:
–12 %. El 18 de marzo continuó la venta masiva de acciones.
Los mercados bursátiles continuaron con sus caídas
Se produjeron varias jornadas negras, es decir varios crash bursátiles, en la segunda quincena de
febrero y durante la primera quincena de marzo. Y eso a pesar de las intervenciones masivas de los ban-
cos centrales ya sea en el Norte o en el Sur del mundo, en el Oeste como en el Este.
"Se sucedieron varias jornadas negras, es decir varios crash bursátiles, en la segunda quincena de
febrero y durante la primera quincena de marzo de 2020"
Las sesiones bursátiles fueron literalmente caóticas. Muchas veces, en estas últimas semanas, se
debieron interrumpir durante 15 a 30 minutos con el fin de frenar las ventas cada vez más masivas y
evitar la catástrofe. Esas interrupciones en las que las autoridades bursátiles accionaron un cortocircuito
(según su jerga) ocurrieron varias veces en Wall Street, en Brasil, en la India y en Europa, tanto que
algunos comentaristas se preguntan por qué las autoridades no cerraron, simple y llanamente, las bol-
sas.
El jueves 12 de marzo de 2020, una de las recientes jornadas más negras, la caída fue impresionante:
-12,28 % en París, -10,87 % en Londres, -11,43 % en Fráncfort, -14,21 % en Bruselas y el récord de
Milán -16,92 %. En Nueva York, el Dow Jones perdió el 9,99 %, el Nasdaq el 9,43 % y el S&P500 el
9,51 %. En Madrid, el Ibex 35 cayó un 14,06 %. Las bolsas de Asia, América Latina y África también
se desplomaron.
El lunes 16 de marzo, a pesar de la decisión de la Fed de llevar su tipo de interés al 0 % para conten -
tar al Gran Capital y de poner fin a la caída al vacío, continuaron las ventas masivas de acciones. En
Nueva York. S&P500 cayó un 12 %, la bolsa brasileña, un 13 %. Las bolsas europeas de nuevo perdie-
ron; Londres, un 4 %; París y Fráncfort más del 5 %; Milán un 6 %; Bruselas un 7 %; Madrid un 8 %.
En Asia-Pacífico, el Nikkei de Tokio bajó un 2,5 %, las bolsas chinas cayeron entre el 3 y el 4 %, la
bolsa india un 8 %, la bolsa australiana un 9 %. Y la debacle continúa.

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"Entre el 17 de febrero y el 17 de marzo de 2020, incluido, las bolsas de valores sufrieron una verda-
dera purga"
En un mes, entre el 17 de febrero y el 17 de marzo, las bolsas de valores sufrieron una verdadera
purga: en Nueva York, el Dow Jones industrial perdió el 32 %, el S&P500 de las 500 principales
empresas perdió el 24 % de su valor. En Londres, Footsie bajó un 31 %, en Fráncfort, el DAX bajó ¡el
37 %! En Bruselas, el Bel20 se hundió un 41 %. El CAC40 (Francia) perdió el 36,5 %. La bolsa de
Madrid (IBEX 35) perdió el 38 %, la de Lisboa (PSI20) perdió el 31,5 %. La bolsa brasileña perdió el
28 %, la de Buenos Aires más del 30 %. La bolsa india perdió el 25,5 %. La bolsa sudafricana (JSE)
perdió el 35 %. RTS, la bolsa de Moscú, perdió el 40 %. El BIST 100 de Turquía se hundió un 28 %. A
Tokio, el Nikkei perdió el 28 %. A Hong Kong, el Hang Seng perdió el 21 %, En Sídney, la bolsa aus-
traliana ASX, perdió el 26 %. Solamente la bolsa de Shanghái limita sus pérdidas, un 7,7 %. Si a ésta le
va mejor que a todas las otras bolsas del mundo, es gracias al apoyo aportado, bajo orden gubernamen-
tal, por las empresas chinas y los fondos públicos. Recibieron la orden de comprar de forma sistemática
acciones de la bolsa en plena crisis del coronavirus mientras los otros vendían.
En resumen, entre el 17 de febrero y el 17 de marzo, todas las bolsas del planeta sufrieron importan-
tes pérdidas comparables o superiores a lo que había pasado durante las grandes crisis bursátiles de
1929, 1987 y 2008.

Evolución en % de las principales bolsas de valores del mundo entre el 17 de febrero y el 17 de


marzo de 2020
Fuente: Cálculo del autor, a partir de datos del CNN y de Boursorama
¿Quién se deshace en masa de esas acciones?
"Los grandes mercados bursátiles están dominados por un centenar de grandes grupos privados
cuyos accionistas forman parte del 1 %, incluso del 0,1 %. Esos grandes grupos privados tienen un
papel importante en el desencadenamiento de la crisis bursátil y en su extensión"
Los grandes mercados bursátiles está dominados por un centenar de grandes grupos privados, sus
accionistas forman parte del 1 %, incluso del 0,1 %. Esos grandes grupos privados tienen un papel
importante en el detonante de la crisis bursátil y en su extensión.
Entre ellos, se encuentran una treintena de grandes bancos, una decena de grandes fondos de inver-
sión —entre éstos BlackRock, Vanguard, State Street y Pimco que tienen un papel clavé—, y hay que
agregar las GAAF —Google. Apple, Amazon, Facebook—, además de grandes conglomerados indus-
triales, casi una decena de grandes sociedades petroleras, algunos grandes fondos de pensión.
Este grupo de grandes capitalistas y los Estado-mayor de sus empresas están fuertemente interconec-
tados ya que hay, sistemáticamente, participaciones cruzadas (o sea, un banco puede ser accionista de
empresas industriales y a la inversa, y es evidente que los grandes fondos de inversiones como Black-

56
Rock tienen participaciones en todas las sociedades privadas. Véase el recuadro). Pero se dieron cuenta
que la fiesta se estaba acabando, y que todavía estaban a tiempo, a fines de febrero de 2020, para reco-
ger ganancias: la diferencia entre lo que habían pagado durante los dos o tres últimos años en la compra
de acciones y el apogeo de la fiesta bursátil del comienzo de 2020. Así que decidieron vender, obte-
niendo al principio un buen precio. Luego, por un efecto contagio, todos los grandes accionistas y todos
los actores de los mercados financieros también comenzaron a vender, acumulando una buena parte de
la plusvalía, antes de que la caída de precios diese como resultado que el precio de venta de las accio-
nes esté a un nivel más bajo que el de antes de la burbuja. Mientras tanto, los más grandes y los más
rápidos consiguieron ganancias considerables.
Lo importante para un gran accionista es vender cuando el precio todavía no bajó demasiado, lo que
significa vender lo máximo posible muy rápidamente, y para eso se utilizan programas específicos de
venta de acciones, que se activan desde que un movimiento de venta alcanza un nivel determinado. Por
eso hubo jornadas con caídas considerables seguidas a la mañana siguiente por subidas, ya que los que
habían vendido la víspera antes de la caída, ven ganancias si recompran unas acciones que perdieron un
5 % o un 10 %, incluso un 20 %, del precio de venta del día anterior.
El valor bursátil de los tres fondos de inversión más importantes, BlackRock, Vanguard y State
Street, habría bajado en 2,8 billones de dólares en un poco menos de un mes
Eso explica la sucesión de jornadas negras, seguidas de jornadas de remontada. Sin embargo, a pesar
de esas remontadas momentáneas, la tendencia general es una verdadera purga. La burbuja bursátil
estalla ante nosotros.
El hundimiento de las bolsas tiene tal amplitud que, en fin de cuentas, los grandes grupos que lanza-
ron procesos de ventas masivas, ven disminuir sus activos. Puede ser que hayan ganado especulando a
la baja y luego al alza, pero en este estadio de la crisis el valor total de sus activos disminuyeron fuerte-
mente. El Financial Times da una estimación con respecto a los tres fondos de inversión más importan -
tes: BlackRock, Vanguard y State Street, cuyo valor de activos habría bajado en 2,8 billones de dólares
en un poco menos de un mes. (Financial Times, «World’s three biggest fund houses shed $2.8tn of
assets», https://www.ft.com/content/438854a8-63b0-11ea-a6cd-df28cc3c6a68, publicado el 15 de
marzo de 2020). 2,8 billones de dólares es un 10 % más que el PIB de Francia. Según ese diario finan-
ciero, mientras que a comienzos de año, los activos que poseía BlackRock habían alcanzado la astronó-
mica cifra de 7,4 billones de dólares, la caída de las bolsas los recortó en 1,4 billones. Además, el valor
bursátil de BlackRock bajó un 28 % en un mes, hasta el 15 de marzo de 2020. Los activos de Vanguard
habían alcanzado 6,2 billones y también sufrieron una reducción de 800.000 millones entre febrero y el
15 de marzo de 2020.
Fondo de inversión BlackRock
BlackRock es a nivel mundial el mayor fondo mutuo de inversión que opera a nivel mundial con 70
oficinas en 30 países y clientes en 100 países. En enero de 2020, BlackRock gestionaba activos por un
valor total de 7,4 billones de dólares. Sin embargo, al 17 de marzo de 2020, el valor de los activos de

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BlackRock habría disminuido en 1,4 billones de dólares. A comienzos de enero de este año, sus activos
se repartían en dos grandes categorías: un 55 % en forma de acciones, un 34 % en forma de obligacio-
nes, y un resto marginal. Con respecto a su extensión en el mundo, Estados Unidos representa el 61 %
de sus activos, Europa un 31 % y Asia un 8 %. En 2012, este fondo ejerció su derecho a voto en 14.872
asambleas generales de accionistas, de las cuales, 3.800 en Estados Unidos.
BlackRock recompró durante la crisis bancaria de 2008 un departamento importante del banco britá-
nico Barclays (antes de eso, había comprado una parte de Merrill Lynch). En 2014, BlackRock era el
principal accionista del principal banco estadounidense JPMorgan (con el 6,1 % del capital), el primer
accionista de Apple (con el 5,1 %), de Microsoft (con el 5,5 %), de Exxon Mobil (con el 5,4 %), de
Chevron (con el 6,2 %), de Royal Dutch Shell (con el 4,9 %), de Procter &Gamble (con el 5,4 %), de
General Electric (con el 5,5 %) y de Nestlé (con el 3,7 %). Era el segundo accionista en orden de
importancia en la sociedad de Warren Buffet, Berkshire Hathaway (en la que BlackRock tiene el 6,8 %
de su capital)). Era también el segundo accionista de Google (5,8 %), de Johnson & Johnson (5,6 %),
del cuarto banco más grande de Estados Unidos, el Wells Fargo (5,4 %), de Petrochina (6,8 %). Tam-
bién, era el tercer accionista de Walmart (2,6 %) y de Roche (2,0 %) y el cuarto accionista de Novartis
(3,0 %). Las 17 empresas que se han nombrado tienen una posición dominante en sus respectivos secto-
res de actividad. Estos 17 mastodontes son las mayores sociedades en el mundo en términos de capitali-
zación bursátil. Hay que agregar que BlackRock posee una sociedad de gestión de riesgos llamada
Aladdin que asesora a sociedades financieras que poseen activos por un monto total de 11 billones, y
que además tiene acciones de Moody’s y de McGraw Hill, la propietaria de Standard & Poor’s, dos de
las agencias de calificación más importantes a nivel internacional.
Como indicación suplementaria de la influencia de BlackRock, se puede tener en cuenta el número
de comunicaciones telefónicas que Tim Geithner, secretario de Estado de Finanzas de Estados Unidos
después de la crisis de 2008, durante el gobierno de Obama, tuvo con Larry Fink, patrón de este fondo
de inversión. Tim Geithner mantuvo 49 conversaciones con Larry Fink entre el 1 de enero de 2011 y el
30 de junio de 2012, Durante ese mismo período, mantuvo 17 con Jamie Dimon, patrón de JPMorgan;
13 con Lloyd Blankfein, patrón de Goldman Sachs, 5 con Brian Moynihan, patrón del Bank of America
así como con James Gorman, patrón de Morgan Stanley.
Es interesante mencionar que la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI) le
encargó a BlackRock la auditoría de los bancos griegos en 2014.
En 2016, BlackRock era accionista de 18 sociedades del CAC 40 (Atos, BNP Paribas, Vinci, Saint-
Gobain, Société Générale, Sanofi, Michelin, Safran, Teleperfomance, Total, etc.).
Posee también el 5 % del grupo bancario Santander, el principal banco español.
En 2019, BlackRock poseía el 4,81 % del principal banco de Alemania, el Deutsche Bank. Y, por
ende, era el primer accionista.

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A pesar de las tentativas de BlackRock de presentarse como un inversor sostenible, es el mayor
accionista en el mundo de las centrales eléctricas que utilizan carbón, de hecho, tiene acciones en 56
sociedades de este tipo. Por medio de estas sociedades de las cuales es el principal accionista, posee
más reservas de petróleo, de gas y de carbón que cualquier otro inversor. Sus reservas totales ascienden
a 9,5 gigatoneladas de emisiones de CO2, o sea, el 30 % de las emisiones totales ligadas a la energía a
partir de 2017. El 10 de enero de 2020, un grupo de activistas por el clima entró en las oficinas de Bla-
ckRock Francia, para pintar los muros y los suelos con advertencias y acusaciones sobre la responsabi-
lidad de la empresa en las crisis climáticas y sociales actuales.
El 14 de enero de 2020, el CEO de BlackRock, Laurence Fink, declaró que la sostenibilidad ambien-
tal sería un objetivo claro para las decisiones sobre inversiones. BlackRock anunció que vendería por
500 millones de dólares los activos ligados al carbón y crearía unos fondos que evitarían los stocks de
combustibles fósiles, dos medidas que modificarían radicalmente la política de inversiones de la
empresa.
Por otra parte, BlackRock es partícipe de las principales sociedades de fabricación de armas en Esta-
dos Unidos.
Fin de la primera parte
En la segunda parte, abordaré:
La caída de los bancos.
Los bancos tienen muy mala salud contrariamente a lo que dice el discurso oficial.
El hundimiento del precio del petróleo.
El comienzo del estallido de la burbuja del mercado obligatorio privado. La caída de los precios
de los títulos de la deuda privada y el aumento brutal de los rendimientos y de la prima de riesgo.
La muy buena salud de los títulos de la deuda pública, Su precio aumenta. Los Estados de econo-
mías dominantes se financian con tipos de interés negativos.
Después, volveré con las propuestas de medidas que se deben tomar y a la necesidad de romper
con el sistema capitalista. Es necesaria una auténtica revolución para modificar radicalmente a la socie-
dad, en su modo de vida, su modo de propiedad, su modo de producción. Esta revolución solo será
posible si las víctimas del sistema entran en autoactividad, se autoorganizan, y desplazan al 1 % de los
diferentes centros de poder para crear un verdadero poder democrático. Una revolución ecologista
socialista autogestionaria y feminista es necesaria.

Traducido por Griselda Pinero

Notas

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[1] Repo es la abreviatura utilizada en Estados Unidos para la expresión Sale and Repurchase Agree-
ment, o sea, un acuerdo de compromiso de recompra de un activo financiero a muy corto plazo, y es un
importante instrumento financiero del mercado monetario.

Una lección que el coronavirus está a punto de ense-


ñar al mundo, Jonathan Cook
Si una enfermedad puede enseñarnos sensatez más allá de nuestra capacidad de comprender lo pre-
caria y preciosa que es la vida, el coronavirus nos ha dado dos lecciones.
La primera es que en un mundo globalizado nuestras vidas están tan entrelazadas que la idea de ver-
nos a nosotros mismos como islas (ya sea como individuos, comunidades, naciones o la única especie
privilegiada) se debería entender como demostración de falsa conciencia. En realidad, siempre estuvi-
mos unidos formando parte de una milagrosa red de vida en nuestro planeta y, más allá de él, como
polvo de estrellas en un universo inconmensurablemente vasto y complejo.
Solo una arrogancia que han cultivado en nosotros aquellos narcisistas llegados al poder gracias a su
propio egoísmo autodestructivo es lo que nos impidió tener la necesaria mezcla de humildad y sobreco-
gimiento que deberíamos sentir al ver una gota de lluvia sobre una hoja o un bebé tratando de gatear o
el cielo nocturno que se revela en su enorme esplendor lejos de las luces de la cuidad.
Y ahora, cuando empezamos a entrar en épocas de cuarentena y autoaislamiento (como naciones,
comunidades e individuos), todo esto debería ser mucho más claro. Ha tenido que ser un virus quien
nos enseñe que solo unidos somos más fuertes, estamos más vivos y somos más humanos.
Al ser despojados por la amenaza de contagio de lo que más necesitamos se nos recuerda hasta qué
punto hemos dado por sentada la comunidad, hemos abusado de ella y la hemos vaciado. Tenemos
miedo porque los servicios que necesitamos en momentos de dificultades y traumas colectivos se han
convertido en mercancías que se deben pagar o se consideran privilegios cuyo acceso depende del nivel
de ingresos, está racionado o simplemente es inexistente. Esta inseguridad es la causa de la actual nece-
sidad de acaparar.
Cuando nos acecha la muerte no es a los banqueros ni a los ejecutivos ni a los gestores de fondos a
quienes acudimos, aunque es a ellos a quienes más ha recompensado nuestra sociedad. Si los salarios
son una medida de valor, son las personas más apreciadas.
Pero no son las personas que necesitamos, como individuos, sociedades o naciones, sino que lo
serán los médicos, los enfermeros, los trabajadores de la sanidad pública, los cuidadores y los trabaja-
dores sociales que lucharán para salvar vidas poniendo en peligro las suyas.

60
En efecto, puede que durante esta crisis sanitaria nos demos cuenta de quién y qué es lo más impor-
tante, pero, ¿recordaremos su sacrificio y su valor una vez que el virus deje acaparar titulares? ¿O vol-
veremos a la normalidad (hasta la próxima crisis) y recompensaremos a los fabricantes de armas, a los
multimillonarios dueños de los medios de comunicación, a los jefes de las empresas de combustibles
fósiles y a los parásitos de los servicios financieros que se alimentan del dinero de otras personas?
“Apechugar”
La segunda lección se desprende de la primera. A pesar de todo lo que se nos ha dicho durante cua-
tro décadas o más, las sociedades capitalistas occidentales están lejos de ser la forma más eficaz de
organizarnos. Quedará muy claro a medida que se agrave la crisis del coronavirus.
Todavía estamos muy inmersos en el universo ideológico del thatcherismo y reaganismo cuando se
nos decía bastante literalmente que “no existe eso que se denomina sociedad”. ¿Cómo soportará esta
cantinela política la prueba de las próximas semanas y meses? ¿Cuánto podemos sobrevivir como indi-
viduos, incluso en cuarentena, en vez de como parte de comunidades que cuidan de todos nosotros?
Los dirigentes occidentales que son paladines del neoliberalismo, como se les exige hoy en día, tie-
nen dos opciones para hacer frente al coronavirus y ambas exigirán desviar mucho nuestra atención
para que no veamos a través de su hipocresía y sus engaños.
Nuestros dirigentes pueden dejarnos “apechugar”, como dijo el primer ministro británico Boris
Johnson. En la práctica significará permitir lo que de hecho es una matanza selectiva de personas
pobres y ancianas, una matanza que aliviará a los gobiernos de la carga financiera de los escasamente
financiados planes de pensiones y prestaciones sociales.
Estos dirigentes afirmarán que no pueden hacer nada para intervenir o paliar a crisis. Al tener que
hacer frente a las contradicciones inherentes a su visión del mundo se volverán de pronto fatalistas y
dejarán de creer en la eficacia y las virtudes de libre mercado. Dirán que el virus era demasiado conta-
gioso para contenerlo, demasiado fuerte para que los servicios sanitarios pudieran luchar contra él,
demasiado letal para salvar vidas. Eludirán toda la culpa de décadas de recortes y privatizaciones en la
sanidad que hicieron que estos servicios fueran ineficaces, inadecuados, nada flexibles y difíciles de
gestionar.
O, por el contrario, los políticos utilizarán a sus agentes de prensa y aliados en los medios de comu-
nicación corporativos para ocultar el hecho de que se están volviendo silenciosa y provisionalmente
socialistas para hacer frente a la emergencia. Estos políticos cambiarán las normas de la asistencia
social para que todos los que están en la “economía de bolos”* que ellos crearon (empleados con con-
tratos de cero horas) no propaguen el virus porque no pueden permitirse la autocuarentena o estar de
baja por enfermedad.
O lo más probable es que nuestros dirigentes opten por ambas opciones.
Crisis permanente

61
Si se reconoce todo esto la conclusión que se saque de la crisis (que todos somos igual de valiosos,
que tenemos que cuidarnos unos a otros, que o nos ahogamos o nos salvamos juntos) se considerará
una mera lección aislada y fugaz específica de esta crisis. Nuestros dirigentes se negarán a sacar leccio-
nes más generales (unas lecciones que pueden poner en evidencia su propia culpabilidad) acerca de
cómo deberían funcionar en todo momento las sociedades humanas sanas.
De hecho, no hay nada excepcional en la crisis del coronavirus, simplemente es una versión acen-
tuada de la menos visible crisis en la que ahora estamos sumidos permanentemente. Mientras Gran Bre-
taña se hunde cada invierno bajo las inundaciones, mientras Australia se quema cada verano, mientras
los huracanes destruyen los estados del sur de Estados Unidos y sus grandes llanuras se convierten en
terrenos semidesérticos erosionados por el viento, mientras la emergencia climática se hace cada vez
más tangible aprenderemos lenta y dolorosamente esta verdad.
Aquellas personas que apuestan fuertemente por el sistema actual y aquellas a quienes se les ha
lavado tan bien el cerebro que son incapaces de ver sus defectos lo defenderán hasta el final. No apren-
derán nada del virus, acusarán a los Estados autoritarios y advertirán de que las cosas podrían ser
mucho peor.
Señalarán con el dedo la gran cantidad de personas que han muerto en Irán como confirmación de
que nuestras sociedades movidas por la obtención de beneficios son mejores al tiempo que ignoran el
terrible daño que hemos infligido a los servicios sanitarios de Irán tras años de sabotear su economía
con unas sanciones despiadadas. Permitimos que Irán fuera aun más vulnerable al coronavirus porque
queríamos provocar un “cambio de régimen” (entrometernos con el pretexto de la preocupación
“humanitaria”), como hemos intentado hacer en otros países cuyos recursos queríamos controlar, desde
el Irak hasta Siria y Libia.
Se hará responsable a Irán de una crisis que nosotros deseábamos, que buscaban nuestros políticos
(aunque la velocidad con la que se propagó y sus dimensiones fueran una sorpresa) para derrocar a sus
dirigentes. Se citarán los fracasos de Irán como prueba de nuestro estilo de vida superior mientras
gemimos con tono de superioridad moral por el escándalo de una “injerencia rusa” cuyos contornos
apenas podemos definir.
Valorar el bien común
Aquellas personas que defienden nuestro sistema, incluso cuando su lógica interna se desmorona
ante un coronavirus y una emergencia climática, nos dirán lo afortunados que somos de vivir en socie-
dades libres donde algunos (los ejecutivos de Amazon, los servicios de entrega a domicilio, las farma-
cias, los fabricantes de papel higiénico) todavía pueden hacer dinero fácil con nuestro pánico y nuestro
miedo. Mientras alguien nos explote, mientras alguien engorde y se haga rico se nos dirá que el sistema
funciona y que funciona mejor que nada que podamos imaginar.

62
Pero, de hecho, las sociedades capitalistas en su fase avanzada como Estados Unidos y Reino Unido
lucharán para apropiarse hasta de los limitados éxitos frente al coronavirus de gobiernos autoritarios.
¿Es probable que Trump en Estados Unidos o Johnson en Reino Unido (ejemplares del capitalismo de
“el mercado lo sabe mejor”) hagan mejor las cosas para hacer frente al virus y contenerlo?
Esta lección no consiste en oponer sociedades autoritarias y sociedades “libres”, sino en sociedades
que valoran como un tesoro la riqueza común, que valoran el bien común por encima de la codicia y el
beneficio privados, por encima de proteger los privilegios de una élite de la riqueza.
En 2008, después de décadas de dar a los bancos lo que querían (libertad para hacer dinero comer-
ciando con humo) las economías occidentales casi explotan del mismo modo que revienta una burbuja
inflada de liquidez vacía. Los bancos y los servicios financieros solo se salvaron gracias a rescates
públicos, con el dinero de los contribuyentes. No se nos dio otra opción, se nos dijo que los bancos eran
“demasiado grandes para quebrar”.
Compramos los bancos con nuestra riqueza común, pero como la riqueza privada es la estrella que
guía nuestros tiempos, no se permitió al público poseer los bancos que había comprado. Y una vez que
hemos rescatado los bancos (un socialismo perverso para los ricos) los bancos volvieron inmediata-
mente a hacer dinero privado y a enriquecer a una diminuta élite hasta la próxima crisis económica.
Ningún sitio a donde volar
Las personas ingenuas pueden pensar que esto era algo excepcional, pero los fallos del capitalismo
son inherentes y estructurales, como ya está demostrando el virus y como pondrá en evidencia la emer-
gencia climática con una ferocidad alarmante en los próximos años.
El cierre de fronteras significa que las compañías aéreas van a quebrar rápidamente. Por supuesto,
no dejaron de lado dinero para los días malos, no ahorraron ni fueron prudentes. Están en un mundo
despiadado en el que tienen que competir con los rivales, sacarlos del negocio y amasar todo el dinero
que puedan para los accionistas.
Ahora no hay ningún lugar a donde puedan volar las compañías aéreas y durante meses no tendrán
ninguna manera evidente de hacer dinero. Como los bancos, son demasiado grandes para quebrar y
como los bancos exigen que se gaste dinero público para ayudarlas a salir adelante hasta que una vez
más puedan obtener beneficios para sus accionistas. Otras muchas empresas se pondrán en fila detrás
de las compañías aéreas.
Tarde o temprano se coaccionará una vez más al público para rescatar a estas empresas con ánimo
de lucro que lo único que hacen de forma eficaz es su papel fundamental en la aceleración del calenta-
miento global y la erradicación de la vida en el planeta. Se resucitará a las compañías aéreas hasta que
llegue la inevitable próxima crisis, una crisis en la que ellas son actrices fundamentales.
Una bota estampada en la cara

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El capitalismo es un sistema eficiente para que una élite minúscula haga dinero a un coste terrible y
cada vez más insostenible para la sociedad en general, y sólo hasta que ese sistema demuestre que ya
no es eficiente. Entonces la sociedad más amplia tendrá que correr con los gastos y ayudar a la élite de
la riqueza de modo que se pueda volver a empezar el ciclo una y otra vez. Igual que una bota estam -
pada en un rostro humano, constantemente, como advirtió hace mucho tiempo George Orwell.
Pero el capitalismo no solo es económicamente autodestructivo, también carece totalmente de moral.
Una vez más, deberíamos estudiar los modelos de la ortodoxia neoliberal: Reino Unido y Estados
Unido.
En Gran Bretaña el National Health Service [Servicio Nacional de Salud], que antaño fuera la envi-
dia del mundo, está en fase terminal tras décadas de privatizaciones y de exteriorizar los servicios.
Ahora el mismo Partido Conservador que inició el desmantelamiento del NHS suplica a empresas
como los fabricantes de automóviles que se ocupen de la grave escasez de respiradores artificiales que
pronto se necesitarán para ayudar a los enfermos de coronavirus.
En caso de emergencia los gobiernos occidentales hubieran sido capaces antaño de dedicar recursos
tanto públicos como privados a salvar vidas. Se podrían haber reconvertido las fábricas por el bien
común. Hoy los gobiernos se comportan como si todo lo que pudieran hacer fuera incentivar los nego-
cios cifrando sus esperanzas en el afán de lucro y el egoísmo que mueve a estas empresas a entrar en el
mercado de los respiradores artificiales o a proporcionar camas, de modo que se benefice la salud
pública.
Los defectos de este enfoque deberían ser palmarios si examinamos cómo podría responder un fabri-
cante de automóviles a la petición de adaptar sus fábricas para elaborar respiradores. Si no se convence
de que puede ganar dinero fácil o si piensa que se pueden obtener beneficios más rápidos o mayores si
sigue fabricando automóviles en un momento en que el público tiene miedo de usar el transporte
público, los pacientes morirán. Si esperara a ver si la demanda de respiradores es suficiente para justifi-
car la adaptación de sus fábricas, los pacientes morirán. Si lo plaza con la esperanza de que la escasez
de respiradores haga que aumenten los subsidios de un gobierno temeroso de la reacción pública, los
pacientes morirán. Y si para aumentar sus beneficios fabrica respiradores baratos sin garantizar que el
personal médico supervisa el control de calidad, los pacientes morirán.
Las tasas de supervivencia no dependerán del bien común, de que nos unamos para ayudar a las per-
sonas necesitadas, de la planificación para lograr los mejores resultados, sino de los caprichos del mer-
cado. Y no depende solo en el mercado, sino de las incorrectas percepciones humanas de qué
constituyen las fuerzas del mercado.
La supervivencia del más sano
Por si esto no fuera lo suficientemente malo, Trump está mostrando, con toda su inflada vanidad,
que ese afán de lucro se puede extender desde el mundo de los negocios que tan íntimamente conoce al
cínico mundo político que ha ido dominando poco a poco. Según se informa, ha estado buscando entre

64
bastidores una varita mágica. Está en contacto con empresas farmacéuticas internacionales para encon-
trar una que esté cerca de desarrollar una vacuna de modo que Estados Unidos pueda comprar sus dere-
chos exclusivos.
Los informes sugieren que quiere ofrecer la vacuna exclusivamente al público estadounidense, lo
que le haría ganar muchos votos en un año de reelección. Sería el punto más bajo de la filosofía de la
ley del más fuerte (la supervivencia de las personas más sanas, la visión del mundo consistente en “el
mercado decide”) que se nos ha incitado a adorar en las cuatro últimas décadas. Así es como se com-
porta la gente cuando se le niega una sociedad más amplia ante la que es responsable y que es respon-
sable de ella.
Pero incluso en caso de que Trump se dignara finalmente a permitir que otros países disfrutaran de
los beneficios de su vacuna privatizada, eso no tendría nada que ver con ayudar a la humanidad, con un
bien mayor. Tendría que ver con que Trump, el empresario-presidente, obtuviera un considerable bene-
ficio para Estados Unidos a costa de la desesperación y el sufrimiento de los demás, además de ven-
derse como un héroe político mundial. O es más probable que fuera otra oportunidad para que Estados
Unidos demostrara sus credenciales “humanitarias” al premiar a los países “buenos” permitiéndoles
acceder a la vacuna y negar a los “malos” como Rusia el derecho a proteger a sus ciudadanos.
Una visión del mundo escandalosamente estrecha
Eso será una ilustración perfecta en el escenario mundial (y en llamativo tecnicolor) de cómo fun-
ciona la forma estadounidense de comercializar la salud. Es lo que ocurre cuando se trata la salud no
como un bien público sino como una mercancía que hay que comprar, como un privilegio para incenti-
var la fuerza de trabajo, como la medida de quién tiene éxito y quién no.
Estados Unidos, con mucho el país más rico del planeta, tiene un sistema sanitario disfuncional no
porque no pueda permitirse uno bueno, sino porque su visión política del mundo es tan escandalosa-
mente estrecha debido al culto a la riqueza que se niega a reconocer el bien común, a respetar la riqueza
común de una sociedad sana.
El sistema sanitario de Estados Unidos es, con mucho, el más caro del mundo, pero también el
menos eficiente. La inmensa mayoría del “gasto sanitario” no contribuye a sanar enfermos, sino que
enriquece una industria de la salud de las corporaciones farmacéuticas y de las compañías de seguros
de salud.
Los analistas consideran que se “despilfarra” un tercio de todo el gasto sanitario de Estados Unidos,
765.000 millones de dólares al año. Pero el término “despilfarrado” es un eufemismo. De hecho, es
dinero que va a parar a los bolsillos de las corporaciones de se denominan a sí mismas industria de la
salud mientras estafan la riqueza común de los ciudadanos estadounidenses. Y la estafa es tanto mayor
cuanto que a pesar de ese enorme gasto más de uno de cada diez ciudadanos estadounidenses no tienen
una cobertura sanitaria adecuada.

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El coronavirus pondrá de manifiesto como nunca antes la depravada falta de eficiencia de este sis-
tema (el modelo de atención sanitaria basado en el beneficio), de las fuerzas del mercado que velan por
los intereses a corto plazo de las empresas y no por los intereses a largo plazo de todos nosotros.
Hay alternativas. En estos momentos a los estadounidenses se les ofrece elegir entre un socialista
democrático, Bernie Sanders, que defiende la atención sanitaria como un derecho porque es un bien
común, y un jefe del partido demócrata, Joe Biden, que defiende a los grupos de presión empresariales
de los que depende para lograr financiación y su éxito político. Un puñado de corporaciones que son
propietarias de los medios de comunicación estadounidenses margina y califica de amenaza al estilo de
vida estadounidense a uno de ellos, mientras que esas mismas corporaciones impulsan al otro a la
nominación demócrata.
El coronavirus tiene una lección urgente e importante que enseñarnos. La pregunta es si todavía
estamos dispuestos a escuchar.
*En inglés “gig economy”, término que proviene de la jerga musical y se refiere a las actuaciones
cortas que realizan los grupos musicales, “gig”, en inglés. Aplicado al mundo laboral se refiere a un
modelo basado en pequeños encargos o bajo demanda (n. de la t.).
Jonathan Cook obtuvo el Premio Especial de Periodismo Martha. Sus últimos libros son Israel and
the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappea-
ring Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair (Zed Books). Su página web es http://www.jo-
nathan-cook.net/
Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/03/19/a-lesson-coronavirus-is-about-to-teach-the-
world/

Lo que vería un marciano, Javier Sampedro


El alienígena percibiría que los intelectuales se están empezando a cabrear no ya contra el coronavi-
rus, sino contra la lógica económica que nos ha dejado tullidos para enfrentarlo.
Cuando uno está obsesionado con los problemas de su provincia, lo más común es que no logre
resolverlos. Necesita un observador externo que le ayude a contextualizar su experiencia, a compararla
con la de otras provincias y vislumbrar una solución general que también ayude a los suyos. En el caso
de una pandemia, sin embargo, no hay observadores externos, por definición de pandemia. Solo pode-
mos recurrir a un hipotético marciano para que nos ofrezca su visión galáctica y nos ayude a despejar
las sombras que nos abruman en esta provincia del cosmos. Lo que sigue es lo que vería el hombrecito
verde.

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En primer lugar, el marciano percibiría que los intelectuales se están empezando a cabrear no ya
contra el coronavirus, sino contra la lógica económica que nos ha dejado tullidos para enfrentarlo. Años
y décadas de recortes en ciencia y privatizaciones en sanidad, culminados con aún más penurias desde
la crisis de 2008, la austeridad obtusa de los contables y el inmoral enriquecimiento de los tiburones a
costa de los bancos de peces que se comen cada día, nos han conducido a esta situación. Los cerebros
terrícolas, deduce el marciano, han empezado a percibir por la vía dura que dejar a los mercados sueltos
es tan dañino como dejar al virus libre. El fundamentalismo de la desregulación no funciona, y el man-
tra central de la economía moderna –crezcamos primero que ya se beneficiará el populacho después—
se ha acabado de revelar como la mentira compulsiva que siempre fue.
Incluso desde varios parsecs de distancia, el hombrecito verde también se quedaría perplejo por el
provincianismo cateto que daña al planeta azul incluso en los tiempos que más requerirían una acción
internacional coordinada. Tampoco esto es nuevo para él. Lleva observándonos desde la crisis de 2008
y sabe que las economías ricas del norte de Europa no hicieron más que empeorar la situación con unas
medidas fiscales absurdas, contraproducentes y miserables. Pero ahora, y por si Europa no estuviera lo
bastante fragmentada, a un solo país le surge un provincianismo interior, mentiroso y desleal. “Cosas de
los humanos”, se dirá el marciano. “No me extraña que se vayan a extinguir”.
Luego están las hordas. Lo peor no es que el más tonto de la clase dedique su tiempo a mandar tuits
tóxicos. Lo peor es que otro millón de humanos dediquen el suyo a rebotarlo a todos sus contactos,
conocidos y cuñados. Los terrícolas disponen de medios de comunicación serios, pero la mayoría de la
gente, por alguna razón, prefiere informarse con el ruido y el veneno, las partes interesadas y los estafa-
dores. Una especie paradójica, se dirá el hombrecillo verde y, arrancando su ovni de un certero golpe de
trompeta facial, se largará de la Tierra con premura y alivio.

¿Estamos en guerra? Santiago Alba Rico


No es una guerra, es una catástrofe. Para esta batalla no se necesitan soldados sino ciudadanos; y
esos aún están por hacer. La catástrofe es una oportunidad para ‘fabricarlos’.
Se ha impuesto con inquietante espontaneidad la metáfora de la “guerra” como imagen y justifica-
ción de las radicales medidas tomadas contra el virus. Conte en Italia, Macron en Francia, Sánchez e
Iglesias en España han declarado la “guerra” al virus o han hablado sin cesar de una “situación de gue-
rra”. En nuestro país, al mismo tiempo que se desplegaba el Ejército en algunas ciudades, hemos visto
al portavoz de Sanidad, Fernando Simón, escoltado en las ruedas de prensa por el JEMAD general
Villarroya, cuyas intervenciones, por su parte, adoptan muchas veces el tono de una arenga de trin-
chera: habla de una “contienda bélica” y de una “guerra irregular” en la que todos “somos soldados”,
invocando una “moral de combate” y reivindicando los “valores militares” para afrontar la amenaza
colectiva.

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Digámoslo con toda claridad: lo que estamos viviendo no es una guerra, es una catástrofe. En una
catástrofe puede ser necesario movilizar todos los recursos disponibles para proteger a la sociedad civil,
incluidos los equipos y la experiencia del Ejército, pero el hecho de que una catástrofe exija tomar
medidas de excepción, no autoriza sin peligro a emplear una metáfora que, como todas las metáforas,
transforma la sensibilidad de los oyentes y moldea la recepción misma de los mensajes. Llamar a las
cosas por otro nombre, si no estamos haciendo poesía, si estamos hablando además de cuidar, curar,
repartir y proteger, puede resultar una pésima política sanitaria; una pésima política. Ahora que estamos
afrontando la realidad –frente al mundo de ilimitada fantasía en que habíamos vivido en Europa las
últimas décadas– no deberíamos deformarla con tropos extraídos del peor legado de nuestra tradición
occidental. Como marco de apelación, interpretación y decisión, la metáfora de la guerra –salvo que la
utilicen los médicos y los sanitarios abrumados por las muertes que no pueden evitar– nos debe suscitar
una enorme preocupación.

Guerra, ¿contra quién? ¿Quién es el enemigo? En cuanto pronunciamos la palabra “guerra” compa-
rece ante nuestros ojos un humano negativo que merece ser eliminado. Con esta metáfora de la guerra,
en efecto, ocurre algo paradójico: se humaniza al virus, que adquiere de pronto personalidad y volun-
tad. Se le otorga agencia e intención y se deshumaniza y criminaliza a sus portadores, que en realidad
son las víctimas1. El enemigo de este desafío sanitario, si se quiere, está potencialmente dentro de uno
mismo, lo que excluye de entrada su transformación en objeto de persecución o agresión bélica.
Por eso, esta resbaladiza idea de “guerra” da razón sin querer a los que, llevados de un pánico
medieval, acaban convirtiendo en enemigos a los portadores del virus, olvidándose de que ellos mismos
–al menos potencialmente– también lo son. Sólo se puede hacer la guerra entre humanos y a otros
humanos y, si hay que “guerrear” contra el virus, acabaremos haciendo la guerra contra los cuerpos que
lo portan o, lo que es lo mismo, contra la propia humanidad que queremos bélicamente proteger. En
estado de “catástrofe” es sin duda muy necesario “reprimir” severamente, como se hace con los trans-
gresores del código de circulación, a quienes violan el confinamiento poniéndose en peligro a sí mis-
mos, a sus vecinos y al sistema sanitario en general, pero ni siquiera esos pueden ser los “enemigos” de
una “contienda bélica”, salvo que queramos confundir, en efecto, el virus con sus potenciales portado-
res, y generar, además, una “guerra” civil entre los potenciales portadores.
¿Vale el discurso del enemigo para atajar el efecto de un virus? Los seres humanos somos vulnera-
bles y frágiles. Nuestra historia ha estado y está atravesada por la enfermedad y la exposición al ham-
bre, los virus y el abandono. Hemos sobrevivido construyendo relaciones con la naturaleza y entre las
personas para tratar de minimizar el riesgo y la inseguridad. El cuidado y la cautela, el apoyo mutuo, la
cooperación, la sanidad y educación pública, las cajas de resistencia, el reparto de la riqueza han sido
los inventos que han ido poniendo las sociedades en marcha –de forma marcadamente desigual e
injusta en ocasiones– para asumir y bregar con el inconveniente de que la vida transcurra encarnada en
cuerpos que son frágiles y vulnerables e incapaces de vivir en solitario.

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Un virus no es un enemigo consciente y malvado, es un riesgo inherente a la propia vida. Lo terrible
es construir sociedades ajenas e ignorantes de que los virus, la enfermedad, la mala cosecha o la tem-
pestad existen. Construir economías y políticas sobre la fantasía del ser humano, como un ser sin
cuerpo y sin anclaje en la tierra que le sustenta es lo que genera una guerra contra la vida, contra los
ciclos, contra los límites, los vínculos y las relaciones. En los momentos de bonanza se esconden e invi-
sibilizan, restándoles valor y despreciando, precisamente las tareas, oficios y tiempos de cuidado que
solo se hacen visibles en las catástrofes y en las guerras.
La guerra, violencia armada, es precisamente la negación del cuidado, masculinidad errada, justifi-
cación del sacrificio de vidas humanas en aras de una causa superior. Ahora bien, no debemos olvidar
que aquí la “causa superior” es precisamente la salvación de todas y cada una de las vidas humanas en
peligro. No se trata de dar virilmente la vida por la causa gritando viva la muerte, sino que la causa es
el mantenimiento de la propia vida. No existirá una victoria final que dependerá de la disciplina y de la
conversión en soldados, como señalaba en su comparecencia el General Villarroya. El sacrificio al que
se apela, tanto en la catástrofe como en la retaguardia de cualquier guerra, no es más que la intensifica-
ción de la lógica del cuidado, de la precaución, del sostenimiento cotidiano e intencional de la vida en
tiempos de catástrofe, que son los mismos esfuerzos que hay que hacer para sostenerla cotidianamente.
En toda guerra, decía Simone Weil, la humanidad se divide entre los que tienen armas y los que no
tienen armas, y estos últimos están siempre completamente desprotegidos, con independencia del
bando o la bandera. En el estado de catástrofe actual, los españoles, todos potencialmente víctimas del
virus, se dividen, en cambio, entre los que no pueden hacer confinamiento y los que sí pueden hacer
confinamiento o, si se prefiere, entre los que se exponen más o se exponen menos al virus. Los que se
exponen más al virus –el personal médico, los transportistas, las cajeras de supermercado, las limpiado-
ras y cuidadoras, etc.– ni tienen armas ni se pelean entre sí con el propósito de proteger a los “suyos”.
Al contrario de lo que ocurre en las guerras, este “anti-ejército desarmado” –provisto solo de microsco -
pios, termómetros, bayetas, manos y sentido del deber– ni se hace la guerra ni se la hace a los que están
encerrados en sus casas, menos expuestos y completamente desarmados. Es, como dice Leila
Nachawati, exactamente lo contrario: se exponen para protegernos a todos, a sabiendas de que de esa
forma también se protegen a sí mismos y al orden civilizado del que dependen y que depende de ellos.
Por eso debemos admirarlos y apoyarlos; y por eso es una irresponsabilidad inmoral y suicida incum-
plir la normativa sanitaria. Pero si hay una situación distante de la guerra –en su temperatura ética, anti-
identitaria y “universal”– es precisamente la catástrofe que estamos viviendo. En todo caso, lo que
opera en contra de la “causa superior” –la salvación de todas y cada una de las vidas humanas en peli-
gro– son las medidas económicas tomadas en la última década y las políticas que ahora es necesario
corregir a toda prisa para proteger a los socialmente vulnerables. En este sentido, y allí donde la res-
ponsabilidad individual y la institucional, donde lo común y lo público, se cruzan, nuestros políticos y
nuestras élites económicas son más responsables –pues conjugan ambas condiciones– que los ciudada-
nos privados.

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No es una guerra, es una catástrofe. Es verdad que para dos generaciones de europeos (en otros
sitios la verdadera guerra es su normalidad cotidiana) esta paliza de realidad es lo más parecido a un
conflicto bélico que hemos vivido. Pero la crisis del coronavirus es en sustancia lo contrario de una
guerra. Que sea “lo contrario” de la guerra también merece un análisis en profundidad. Lo real no se
nos ha presentado como mala voluntad o identidad belicosa sino como contingencia impersonal
adversa en un contexto capitalista que (aquí sí está justificada la metáfora) lleva años haciendo la gue-
rra a la naturaleza, los cuerpos y las cosas. Es la “impersonalidad” no bélica de la catástrofe capitalista
la que hay que revertir y transformar: por eso es tan importante esta convergencia trágica de responsa-
bilidad individual e institucional que nos muestra ahora la importancia de los cuidados personales y
colectivos. El fin del capitalismo puede estar acompañado de guerras pero no será una guerra: su anti-
cipo y su metáfora, como colofón de su dinámica interna de ilimitación incivilizada, es este “virus” sin
cara y replicante que aparecerá una y otra vez, y cada vez más, en forma de “catástrofe”. Para esta bata-
lla no se necesitan soldados sino ciudadanos; y esos aún están por hacer. La catástrofe es una oportuni-
dad para fabricarlos.
No es una guerra, es una catástrofe. La imagen del ejército en la calle –y hasta la de un general en
una rueda de prensa– puede estar justificada pero también inquieta, política y antropológicamente. Para
que dejen de inquietar –y hasta nos alegremos de su presencia, si es que es realmente necesaria– sería
indispensable que nuestros políticos (todos hombres, por cierto) dejen de inscribir su intervención en el
marco de una “guerra”, de una “contienda bélica”, de una recuperación de los “valores militares”. Sólo
los médicos pueden hablar de “guerra” y, en cuanto al espíritu de “sacrificio”, citado por el general
Villarroya, quizás deberían ser las “madres”, y no los militares, las que nos diesen lecciones. Un amigo
muy inteligente nos dice que necesitamos ejemplos movilizadores y épica salvífica. Es verdad. Pero
esto no es una guerra, es una catástrofe. Bastante duro es afrontar una “catástrofe” como para que, ade-
más de temer al virus, acabemos temiendo a nuestras co-víctimas y a los que están intentando proteger-
nos. Los ejemplos ya los tenemos y son tan banales como los de la maldad arendtiana a la que se
oponen; y la épica también existe y es igualmente de andar por casa: la de ese hombre o mujer que, en
el balcón de enfrente, a cuatro metros de distancia, descubre de pronto en su odioso vecino (al que
hasta ayer estrechaba la mano con indiferencia o desagrado) una existencia afín y casi amiga a la que
no puede abrazar. No deja de ser hermosamente paradigmático que sea en una situación de aislamiento
social impuesta, cuando los besos y los abrazo se proscriben, cuando de repente conocemos los nom-
bres de quienes viven en nuestro bloque, nos preocupamos de si tienen alimento o necesitan medicinas.
Esto no es una guerra, es una catástrofe. Al contrario que en una guerra, no hay ninguna causa supe -
rior que la salvación de todas y cada una de las vidas humanas. Venceremos sólo si no hay víctimas
humanas. O son las menos posibles.
Venceremos quizás esta vez. Pero habrá que prepararse para la siguiente y esta sacudida que reor-
dena las prioridades puede ser un entrenamiento crucial.
Nota:

70
1. De esta humanización bélica del virus da un espeluznante y paradójico ejemplo este titular de
EFE: “El gobierno de Nicaragua desafía al coronavirus con una marcha multitudinaria”. Ortega, es
decir, desafía al coronavirus facilitando su reproducción.
Fuente: https://ctxt.es/es/20200302/Firmas/31465/catastrofe-coronavirus-guerra-cuidados-
ciudadanos-ejercito-alba-rico-yayo-herrero.htm

El Imperio y el Capital no cierran en domingo, Rafael


Poch de Feliu
Ante una crisis de gran alcance histórico en la que hay millones de vidas humanas potencialmente en
juego como la que estamos entrando, el sentido común le sugiere a la lógica imperante una pausa, un
receso, una jornada de descanso como la que el propio creador se concedió. Nada de eso: el imperio no
cierra en domingo.
Felices eran los días en los que nos preocupaba el riesgo de que Trump desencadenase una guerra
contra Irán, la virulencia de las artificiales tensiones con Rusia, la intensa guerra comercial y propagan-
dística contra China, o los incendios de California o Australia. Se evitó el bombardeo americano de
Irán, pero las sanciones de Washington -el Secretario de Estado, Mike Pompeo, acaba de anunciar su
refuerzo- están incrementando allá los efectos de la pandemia. Es imposible comprar medicinas y sumi-
nistros esenciales cuando, según la reputada Universidad Sharif de Tecnología de Teherán, ya se están
produciendo; una muerte cada diez minutos, 50 nuevos afectados por hora (viernes,20 de marzo), y se
barajan escenarios de 3,5 millones de muertos. Eso sería más del triple de la mortandad causada por la
guerra con Irak de los ochenta. En la actual coyuntura -y eso vale igual para Cuba, Venezuela, Corea
del Norte, Siria y otros- las sanciones son puro terrorismo.
Mientras en California se están abriendo las cárceles en previsión de un contagio generalizado, en
Gaza hay dos millones de palestinos -con 60 UCIs para todos y 1,2 camas por mil habitantes- encerra-
dos y privados por Israel de suministros fundamentales. La inercia es la de siempre.
UE: Había una vez un circo
En Europa el espectáculo es sobresaliente. El 4 de marzo Alemania decretó una prohibición de
exportación de artículos de protección médica al resto de la UE. El ministro de sanidad alemán, Jens
Spahn, respondió dos días después a las críticas de Bruselas, diciendo que la UE debía prohibir tal
exportación al exterior de su espacio en lugar de criticar. Ante el escándalo, Alemania introdujo el día
12 algunas excepciones en su prohibición, entre indicios de que su principal agencia de control y pre-
vención de enfermedades, el Robert Koch Institut está embelleciendo a la baja las cifras de muertos y
afectados en el país.
En esas circunstancias, Italia dirigió su petición de ayuda a China, Cuba y Venezuela -países objeto
de sanciones europeas- después de que “ni un solo país de la UE” respondiera a sus peticiones, según el
embajador italiano ante la UE, Maurizio Massari. Instalada en una “lógica nacional” hacia sus socios,

71
Alemania, “se ha cargado las últimas ilusiones” sobre la UE, se lee en un diario tan europeísta como La
Repubblica. Las prohibiciones exportadoras de la UE eran citadas por el Presidente serbio Aleksandr
Vucic en una carta a Xi Jingping en estos términos: “la prohibición nos ha llegado de la misma gente
que nos aleccionaba diciendo que no debíamos comprar productos chinos”. En la crónica europea se
echan a faltar informes sobre Grecia, cuyo sistema de salud fue particularmente devastado por la infle-
xibilidad europea.
El 12 de marzo Trump anunciaba su prohibición de viajar a Estados Unidos para los ciudadanos de
la zona Schengen. Bruselas denunció la medida como una estupidez populista. Cuatro días después, el
17 de marzo, Bruselas prohibía todos los viajes entre países no europeos y la UE durante 30 días…
La pandemia retrata a cada uno. A Trump, por ejemplo, ofreciendo mil millones a la empresa ale-
mana CureVac para hacerse con la exclusiva de un supuesto tratamiento contra el virus. En esa foto de
grupo, China es la que sale más favorecida, pese a la masiva reeducación de los uigures, a la falta total
de complejos a la hora de instalar su sistema de vigilancia ciudadana por puntos y al resto de la lista
que la realidad -y también la propaganda- acumula contra ella. Como lamenta un comentarista del Wall
Street Journal: “hay indicios de que China espera usar la crisis para fortalecer su posición global”. Otro
observador de mayor calidad, Patrick Cockburn, resume así la situación: “Al fracasar en una respuesta
coherente ante la amenaza y acusar a los extranjeros por su difusión, Trump ha arrinconado a Estados
Unidos y socavado el papel hegemónico que ha desempeñado desde la Segunda Guerra Mundial.
Incluso si Biden es el próximo presidente, en el mundo post pandemia Estados Unidos habrá perdido su
indiscutible primacía”.
Dilemas y estrategias de los gobiernos
Con su estricta política de contención en el foco inicial e intenso intercambio de información con el
resto del mundo, China ayudó a Occidente a prepararse. Brindó tiempo. El hecho de que esa política
exitosa fuera también practicada en lugares como Taiwán o Corea del Sur, invalida el tontorrón argu-
mento de la “ventaja de la dictadura”. La diferencia que habrá que explorar apunta más bien a mentali-
dades colectivas, prácticas de buen gobierno y prioridades gubernamentales. No se trata de China, sino
de lo que podríamos llamar “estrategia de Asia Oriental”.
Sea como fuere, Occidente ha perdido un tiempo precioso al vacilar a la hora de aplicar una política
que al final no ha sido de estricto confinamiento a la china, ni de control generalizado a base de test,
sino de relativa restricción de movimientos. Ahora ya, uno tras otro, los gobiernos europeos, en Italia,
España, Francia, Austria… se pronuncian por la ampliación temporal de sus medidas restrictivas que
los científicos califican de insuficientes y claman desesperadamente como causa de futuros males
mayores.
La vacilación de los gobiernos occidentales también tiene que ver con el enorme dilema que esta cri-
sis plantea: para contener la pandemia hay que matar la economía. Si se trata de dos o cuatro semanas
de quietud, como pensaban inicialmente en la UE, el asunto era serio, pero si se trata de seis semanas, o

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de algunos meses, entonces a lo que se enfrentan los gobiernos es a un colapso económico con hundi-
miento del sector servicios, depreciación bursátil, contracción del consumo y las exportaciones y, final-
mente, millones de despidos laborales.
Tal es el dilema al que se enfrentan hoy los que mandan en Occidente: o se opta por una larga hiber -
nación, con lo que la pandemia se contendrá pero la “economía” se hundirá, o se opta por la actual res-
tricción soft con la economía en apuros y una gran mortandad. Al día de hoy seguramente nadie sabe
cual de las dos opciones es más dañina, pero lo que está claro es que lo primero no es computable para
quienes representan políticamente los intereses de los más ricos, porque el capital tampoco cierra los
domingos.
Mientras en Francia, Italia y España, los gobernantes, aprueban dineros y subsidios especiales, dis-
cursos y actitudes como las de Boris Johnson, Angela Merkel, Donald Trump, Jair Bolsonaro y otros,
evidencian, la opción por el “abierto las 24 horas”: cualquier cosa menos el colapso económico. John-
son, y al parecer también los holandeses y suecos, ha dibujado un cierto “laissez faire” a la pandemia.
Merkel ha añadido un cierto fatalismo. Todo ello cosido por la sugerencia del darwinismo social: que
sobrevivan los más fuertes, confiémonos en la “inmunidad colectiva”, etc. En su discurso del miérco-
les, la canciller alemana no propuso nada, ninguna medida. Cero. “Estoy completamente segura de que
superaremos esta crisis, pero ¿cuantas víctimas habrá? ¿cuantos seres queridos perderemos?” dijo,
antes de apelar a la “disciplina de cada cual”. Y ahí lo dejó.
Opciones como suprimir los planes de rearme de la OTAN (400.000 millones para los 29 estados
miembros en los próximos cuatro años), o subir un 20% los sueldos de los más expuestos, profesionales
de la sanidad, repartidores, dependientes de comercio, conductores, son medidas de sentido común que
deberían estar en los discursos de todos.
La crisis económica y social que se dibuja abrirá ciertamente algunas oportunidades, hemos dicho,
desde nuestra ligera ignorancia, que la pandemia contiene ciertas oportunidades de cambio, pero lo que
va a abrir a corto plazo, y con toda certeza, es un sufrimiento humano enorme, y muy especialmente
entre los más débiles, pobres y vulnerables. De la misma forma en que no es lo mismo el confinamiento
en un piso-colmena del extrarradio que en una amplia villa con jardín, tampoco es lo mismo vivir con
la mitad para los que tienen mucho, o suficiente, que para quienes no llegan a fin de mes o están en pre-
cario. Somos una sociedad dividida en clases.
(Publicado en Ctxt)
Fuente: https://rafaelpoch.com/2020/03/21/el-imperio-y-el-capital-no-cierran-en-domingo/#more-
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Lo que se está ocultando en el debate sobre la pan-
demia, Vicenç Navarro
Hace unos días hubo una reunión telemática de varios expertos, miembros de la International Asso-
ciation of Health Policy, procedentes de varios países y continentes para analizar la respuesta de los
países en diferentes continentes a la pandemia actual de coronavirus. Eran profesionales procedentes de
varias disciplinas, desde epidemiólogos y otros expertos en salud pública a economistas, politólogos y
profesionales de otras ciencias sociales. La reunión, organizada por la revista International Journal of
Health Services, tenía como propósito compartir información y conocimientos con un objetivo común:
ayudar a las organizaciones internacionales y nacionales a resolver la enorme crisis social creada por la
pandemia. De la reunión se extrajeron varias conclusiones que detallo a continuación.
En primer lugar, se repasaron varios estudios realizados durante los últimos años (el último en 2018)
que habían predicho que tal pandemia ocurriría, habiéndose alertado que el mundo no estaba preparado
para ello a no ser que se tomaran medidas urgentes para paliar sus efectos negativos. Tales alertas no
solo no se atendieron e ignoraron, sino que muchos Estados a los dos lados del Atlántico Norte aplica-
ron políticas públicas que han deteriorado la infraestructura de servicios (a base de recortes de gasto
público y privatizaciones) así como otras políticas públicas desreguladoras de mercados laborales que
han disminuido la protección social de amplios sectores de la población, afectando primordialmente a
las clases populares de tales países. La evidencia científica, ampliamente publicada en revistas acadé-
micas, ha puesto de manifiesto el enorme impacto negativo que tales políticas han tenido en la disponi-
bilidad y calidad de los servicios sanitarios y sociales (con notables reducciones del número de camas
hospitalarias y del número de médicos ––por ejemplo, en Italia y España desde 2008. Otros estudios
han mostrado también el impacto de las reformas laborales neoliberales, que han deteriorado la calidad
de vida de amplios sectores de las clases populares en estos y en muchos otros países (siendo el caso
más conocido la reducción de la esperanza de vida entre amplios sectores de la clase trabajadora de
EEUU, resultado del incremento de las enfermedades conocidas como "diseases of despair", enferme-
dades de la desesperación, tales como suicidios, alcoholismo, drogadicción y violencia interpersonal).
Estas políticas (consistentes, como ya he indiciado, en recortes del gasto público social y reformas del
mercado de trabajo que incrementaron la precariedad) fueron ampliamente aplicadas en muchos países
y estimuladas por organismos internacionales (el FMI, el Banco Mundial, el Banco Central Europeo,
entre otros), dejando sin protección a amplios sectores de la población y debilitando el sistema de pro-
tección social, pieza clave en la respuesta a la pandemia en tales países. Los enormes déficits de camas,
de médicos y enfermeras, de mascarillas, de ventiladores y un largo etcétera se han hecho patentes en
cada uno de estos países, donde la austeridad tuvo mayor impacto (de nuevo, como en Italia y en
España, y ahora EEUU). Y déficits similares aparecen en los servicios sociales de atención a las perso-
nas mayores y a las personas dependientes, especialmente agudos en estos momentos de la pandemia.
Se sabían, y se continúan sabiendo, las causas de la pandemia y cómo responder a ella. Y se sabía y
se sabe que hay en el mundo los recursos para controlarla y vencerla.

74
La segunda observación que hicieron los expertos es que la causa de la pandemia era predecible, así
como el modo de responder a ella. Y lo que también se sabía y se sabe es que hay recursos para conte-
nerla y resolverla. Había un amplio acuerdo en que el mayor problema que existiría no sería la falta de
recursos, sino las enormes desigualdades en la disponibilidad de estos recursos. No sería, pues, un pro-
blema económico, sino político. No había (y no ha habido) voluntad política para anular las condicio-
nes que han causado la pandemia. Como ocurre con otro gran problema social existente también a nivel
mundial ––el cambio climático–– las causas son conocidas y los recursos para resolverlo existen, pero
lo que no existe es la voluntad política de los Estados y de las agencias internacionales que los Estados
hegemónicos dominan para eliminar las causas de tales crisis, lo cual lleva a la discusión de quiénes
controlan dichos Estados y dichas agencias y organismos internacionales. El tema político es, por lo
tanto, clave. Hay que preguntarse: ¿qué fuerzas económicas y financieras dominan los Estados? Y lo
que hemos estado viendo es que las políticas económicas y sociales promovidas por la gran mayoría de
tales Estados han sido aquellas políticas que representaban los intereses minoritarios de grupos econó-
micos y financieros que antepusieron sus beneficios particulares al bien común. La evidencia empírica
que apoya esta tesis es abrumadora.
Y un punto central de esta ideología neoliberal ha sido disminuir las intervenciones del Estado que
favorezcan el bien común, hecho responsable del enorme descenso de la calidad de vida y bienestar de
las poblaciones, contribuyendo con ello a crear la enorme crisis climática, por un lado, y a la pandemia,
por el otro. De ahí la necesidad que han tenido las fuerzas políticas que secundan dicha ideología de
negar e incluso ocultar la existencia de esas crisis. La administración Trump y sus aliados a nivel inter-
nacional son la versión más extrema de esta sensibilidad política (bastante extendida entre las derechas
españolas, incluyendo las catalanas, sean estas secesionistas o no). A los dos lados del Atlántico Norte
ha habido una gran derechización de la cultura e instituciones políticas, causa y consecuencia a la vez
de la enorme desigualdad y del deterioro de las instituciones democráticas, lo que explica que nuestros
países estén hoy en una situación muy vulnerable frente a la pandemia. Repito que Italia y España, en
Europa, y EEUU en América del Norte, están en una situación que les ha hecho muy vulnerables a la
propagación de la enfermedad el Covid-19 (ver mi artículo "Las consecuencias del neoliberalismo en la
pandemia actual", Público, 17.03.20). De nuevo, hay una relación directa en esta parte del mundo entre
desigualdad, calidad democrática, protección social y crisis sociales. En aquellos países del capitalismo
desarrollado donde hay mayores desigualdades de clase, hay menor protección social (y mayores desi-
gualdades de género), así como una menor atención a los problemas medioambientales y, ahora, una
mayor dimensión de los efectos negativos de la pandemia.
Ni que decir tiene que la pandemia es un fenómeno mundial que requiere una respuesta también
mundial. Otra observación de los expertos fue que se requería una colaboración entre los Estados, de
manera que estos compartieran recursos y conocimientos para, en base a un proyecto común, desarro-
llar organismos internacionales que prioricen el bienestar de las poblaciones sobre cualquier otro obje-
tivo. Continuar utilizando instituciones internacionales que priorizan exclusivamente intereses

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específicos, financieros o comerciales es desaconsejable, pues han jugado un papel clave en la configu-
ración de la situación actual. Hay que desarrollar organizaciones alternativas o realizar cambios profun-
dos en las actuales. Ahora bien, los expertos subrayaron que la importancia de la internacionalización
de la respuesta no significaba debilitar el rol de los Estados en la resolución del problema creado por la
pandemia. El grupo de expertos fue muy crítico con una percepción muy generalizada hoy en centros
académicos y mediáticos influyentes de que los Estados están perdiendo poder y no pueden atender a
problemas como las pandemias, actitud también presente en círculos progresistas tal y como muestran
autores como Negri y compañía, que gozan de tener grandes cajas de resonancia en los medios.
El error de este posicionamiento queda reflejado en el hecho de que los países (sean grandes o
pequeños) que han podido controlar la epidemia han sido aquellos donde el Estado ha ofrecido un lide-
razgo, priorizando las intervenciones públicas sobre las privadas (y supeditando las segundas a las pri-
meras), enfrentándose, en caso de que fuese necesario, con grandes lobbies económicos y financieros
que anteponían intereses particulares a los generales. Tal experiencia internacional muestra que aque-
llos Estados que han tenido un rol más activo y han liderado contundentemente la respuesta a la pande-
mia han sido más exitosos que aquellos (como EEUU) en los que el Estado está teniendo un rol más
pasivo. Y un componente fundamental de este liderazgo ha sido no solo la adopción de medidas de dis-
tanciamiento social (necesarias, pero insuficientes), sino también su enfrentamiento con intereses parti-
culares (repito, de lobbies financieros y económicos) que han estado ejerciendo una gran influencia en
la vida política y mediática de tales países a fin de garantizar el bien común, por encima de los benefi-
cios de unas minorías.
En este sentido, es profundamente erróneo intentar resolver la gran escasez de material de protec-
ción para los profesionales del sector sanitario a base primordialmente y/o exclusivamente de la compra
de tales productos en el mercado nacional o internacional. La realidad es que nos encontramos ante una
escasez internacional de estos productos debido a su gran demanda, escasez que precisamente beneficia
a sus productores, que aumentan los precios, aprovechándose de una situación excepcional. En una
situación de guerra (y estamos en una de estas situaciones), el Estado hace lo que debe hacer para con-
seguir los materiales que necesita para armarse, confiscando y nacionalizando industrias si ello es nece-
sario. Es digno de aplauso que algunos empresarios en España hayan ofrecido voluntariamente cubrir
tales déficits cambiando incluso sus líneas de producción, tal y como aplaude Antón Costas en su
artículo La pandemia como oportunidad, publicado en El Periódico el 13 de marzo. Pero tales medidas
voluntarias son dramáticamente insuficientes. España tiene una industria textil muy desarrollada, y no
hay falta de material para hacer mascarillas. Se tiene que obligar a las empresas a que las hagan, y
pronto, solo por poner un ejemplo.
Ni que decir tiene que habría una gran oposición a esta línea de actuación por parte de las institucio -
nes financiero-económicas que ejercen un enorme dominio sobre los Estados. Pero la experiencia
muestra que tales medidas intervencionistas serían enormemente populares, si se mostrara que se reali-

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zan en defensa del bien común, que debe anteponerse al bien particular. En este sentido, la creciente
impopularidad de Trump está basada precisamente en que es percibido como un mero instrumento de
aquellos intereses, sin atreverse o tener la voluntad de ejercer el liderazgo que el país necesita.
No hay duda de que el futuro será distinto: cambiará el mundo. Y la tolerancia hacia las coordenadas
de poder existentes se desvanecerá. Estamos siendo testigos del fin del neoliberalismo, fruto de la
urgencia de cambio. La pandemia está mostrando la necesidad de cambiar profundamente las correla-
ciones de fuerzas dentro los Estados, a fin de eliminar la excesiva influencia de unos intereses particu-
lares que obstaculizan alcanzar el bien común. Ello requiere un cambio en cada Estado y también en la
manera en cómo estos Estados se relacionan entre sí; se hace necesario cambiar la orientación de la
globalización actual, basada en el control del llamado "mercado" por parte de unas pocas manos, reco-
nociendo la interdependencia entre los países y la necesidad una respuesta colectiva basada en el cono-
cimiento científico, la voluntad popular y el bien común. De ahí que los adversarios de estos cambios
sean los mismos factores que crearon la crisis climática y la pandemia: el neoliberalismo, promotor de
los intereses de una minoría, y el nacionalismo populista, que antepone sistemáticamente los intereses
particulares a los del conjunto. La gravedad del problema actual requiere unos cambios más sustancia-
les en el ordenamiento económico y político de las sociedades en las que vivimos de los que ahora se
están considerando. La evidencia de ello es abrumadora. Así de claro.

Pausa al ajuste, Eduardo Febbro


Se trata de una decisión inédita y temporal para que los gobiernos de la Unión Europea liberen el
gasto público y asuman los costos de la pandemia.
El Covid-19 arrasó con muchas cosas: vidas humanas, la libertad, tal vez la sensación de que éramos
eternos y algunos de los cimientos que habían sustentado la construcción liberal del mundo y el híper-
consumo exterminador. En Europa, ese cimiento se llamaba el Pacto de Estabilidad y Crecimiento.
Ante el congelamiento de las economías y la crisis sanitaria que la provocó, la Comisión Europea
determinó la suspensión temporal del Pacto de Estabilidad y Crecimiento cuyo principal postulado con-
sistía en obligar a los Estados miembros de la Unión a mantener bajo estricto control el déficit público
(3%) y la deuda (60% del PIB).
Ha sido, desde su aprobación en junio de 1997, la disposición más criticada por las oposiciones polí-
ticas de izquierda y el instrumento mediante el cual Alemania trasladó a sus socios europeos su propia
disciplina fiscal. Se trata de una decisión inédita para que los gobiernos liberen el gasto público y asu-
man los costos de la pandemia.

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Es la primera vez en la historia que Bruselas hace jugar la llamada “cláusula de escape general” pre-
vista en casos de crisis graves. Esta disposición ni siquiera se puso en juego durante la crisis financiera
de 2008. La UE optó entonces por un plan de reactivación por un monto de 200.000 millones de euros.
Salvaron a los bancos mientras que ahora necesitan salvar a la gente, a las empresas, los puestos de tra -
bajo y las economías.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, reconoció que “esto nunca se ha
hecho antes”. La meta, en todo, caso, equivale a que “los Gobiernos nacionales pueden inyectar en la
economía todo necesario”. El pacto de estabilidad ha sido desde el inicio el jinete apocalíptico que, al
mismo tiempo que introdujo una disciplina fiscal drástica, privó a los Estados de su libertad de acción.
El virus acabó devolviéndole a los gobiernos lo que la crisis bancaria de 2008 y la siguiente de 2011
no habían conseguido. Alemania y Holanda, los padres titulares del rigor en el seno de la zona euro,
fueron esta vez, al menos temporalmente, derrotados por el coronavirus y las abismales necesidades
que la pandemia plantea a los poderes públicos. La suspensión del Pacto de Estabilidad es temporal,
pero con ella cae uno de los símbolos más negativos de la construcción europea iniciada después de la
Segunda Guerra Mundial y reforzada luego con la instauración de la moneda única, el Euro, mediante
el Tratado de Maastricht (1992) que abrió la ruta para la Unión Económica y Monetaria diseñada en
1990.
A diferencia de las dos crisis precedentes que azotó a la zona euro, ahora no se trata de reaccionar
ante los mercados ofuscados por la gestión de las cuentas públicas sino de una crisis mundial, mutante
e imprevisible. El camino ascendente es doble: por un lado, contar con los medios necesarios para
luchar contra el coronavirus, por el otro, crear las condiciones para una posterior reactivación de las
economías. El dinero público servirá a evitar los despidos, el desempleo en masa y, por consiguiente, la
quiebra masiva de las empresas y la posterior recesión.
En 2008 los Estados salvaron al sistema, en 2020 el sistema hace una pausa para salvarse a si mismo
concediéndole autonomía presupuestaria a los Estados. Sin embargo, no hay soluciones mágicas.
La suspensión del Pacto de Estabilidad también trajo a las orillas europeas tres ideas que, antes, eran
la peste: mutualizar los costos de la crisis, lanzar una suerte de “corona empréstito” o activar el Meca-
nismo Europeo de Estabilidad (MES). Este dispositivo está dotado de una capacidad de préstamo de
410 mil millones de euros que pueden ser prestados sin condición a los Estados. Esta tercera opción es
la que mejor conviene a la visión fiscal de Alemania y Holanda porque el MES es, de hecho, una suerte
de ente intergubernamental supervisado por los Parlamentos. Tiene, no obstante, una contrapartida bien
conocida y sufrida por los griegos, o sea, la obligación de llevar a cabo ajustes y reformas.
El presidente francés, Emmanuel Macron, pugna por el lanzamiento de un “eurobono” que asentiría
una emisión de deuda común a todos los países de la Unión, pero su idea choca con la hostilidad de la
canciller alemana Angela Merkel. No hay todavía un acuerdo dentro de la UE en torno a un plan de
estimulo fiscal supervisado por la Unión Europea. El Banco Central Europeo desbloqueó 750.000

78
millones de euros destinados a los estragos causados por el coronavirus, pero ello no tiene el mismo
alcance que una solución global. Europa se desgarra en tres planos: el de la salud, el de sus economías
y, una vez más, en el plano de la dificultad para elaborar un consenso.
Pese a que, como lo señaló el ministro francés de Economía, Bruno Le Maire, el “único punto
común de comparación que existe son las dos guerras mundiales y la recesión de 1929”, no se plasma
una línea común. Los ciudadanos de muchos países de la UE están confiados en sus casas y la Unión
Europea sigue confinada en sus históricas desavenencias entre una visión ultraliberal y disciplinada y
otra menos sacrificante.
efebbro@pagina12.com.ar

Del pánico al cambio, Mónica Peralta Ramos


Un fantasma recorre el mundo que conocemos e invade nuestra vida diaria. Es el pánico, y no discri-
mina. Simplemente penetra con la fuerza bruta de la irracionalidad y destroza todo lo que encuentra a
su paso exponiendo las distintas facetas de la violencia humana. En el proceso, puede abrir las puertas a
una toma de conciencia que cambie nuestras vidas para siempre.
Un virus de dimensión microscópica ha multiplicado exponencialmente las infecciones y muertes en
el mundo. La destrucción que deja a su vera ilumina las fallas sistémicas del orden social global. Los
gobiernos de distintos países tratan de parar su galope desmadrado paralizando la actividad económica
y confinando al reducto de su intimidad a millones de ciudadanos de a pie. Esto ha precipitado al orden
social global a un abismo desconocido del que solo hay un antes y un después.
Así, una entidad de naturaleza biológica parece desmoronar las bases de nuestra civilización. El pro-
blema, sin embargo, no es el virus sino el orden social que nos rige. La humanidad acudió al designio
divino para explicar las pandemias y sus secuelas de destrucción y caos. Hoy esto ya no es posible. El
avance de las ciencias en todas las dimensiones del conocimiento nos obliga a buscar las causas estruc-
turales de estos fenómenos. El impacto social del virus ilumina la integración de la producción y las
finanzas mundiales a un nivel inédito en la historia de la humanidad y descarna la irracionalidad de un
capitalismo global monopólico que ha hecho de la codicia el eje de su accionar en todos los ordenes de
la vida social. La inteligencia “divina” del virus es la contracara de una irracionalidad sistémica que ha
puesto a la vida humana y al propio planeta al borde de su destrucción.
Esta semana las finanzas de los países centrales se han derretido sin remedio, quemando “riqueza” a
un ritmo nunca visto y amenazando con el desempleo a millones de personas. La destrucción no se
limita al valor de acciones, bonos y monedas. Penetra en la economía real y también ataca a los valores
mas recónditos de un capitalismo que ha erigido al mercado en dueño y señor de la palabra, del orden
social y de la vida humana. Ahora, frente a la debacle de los mercados de los países centrales, los Esta-
dos se quitan la mascara de independencia e intervienen fuertemente para salvar a los más poderosos.

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En paralelo, corporaciones e ideólogos del pensamiento neoconservador claman por el salvavidas de
subsidios estatales que les permitan sobrevivir al caos financiero y económico. Este clamor no hace
más que mostrar que, independientemente del sistema político o de la ideología, el orden social que
impera globalmente desde hace décadas ha sido posible gracias a una fuerte intervención estatal en la
economía.
La Reserva Federal norteamericana ha sido el gendarme de las finanzas globales, llegando subrepti-
ciamente con sus tentáculos hasta los lugares más aislados del planeta. Hoy su rol ha quedado expuesto
a la luz del día, y en el tumulto que sobreviene yace sin otra alternativa que profundizar por otros
medios su control sobre el mundo. Paralelamente, otras voces –expresión de una industria de guerra—
incitan a la acción militar en algunas de las zonas más candentes del planeta. Así, poco a poco se
esboza el camino que históricamente ha purgado las grandes crisis del capitalismo: la guerra con su
secuela de destrucción y renovación. Esta vez, sin embargo, vivimos en un mundo armado hasta los
dientes y con capacidad de detonar al propio planeta. Lo que puede estar en juego ahora es algo más
que una pandemia o una crisis financiera.
En este contexto, sin embargo, no todo es miseria y destrucción. El tumulto abre la posibilidad de
reflexionar sobre sus causas y de buscar una salida. La pandemia arrasa con las vidas, las finanzas y la
economía global. Al así hacerlo, permite que los Estados y el control de sus territorios respectivos
adquieran cada vez más importancia. En este pasaje de lo global a lo nacional y de lo macro a lo micro
desaparece, por un fugaz instante, el ropaje de eternidad omnipresente que arropa a los sistemas de
dominación. Esto vuelve posible la participación colectiva en el cuestionamiento social y la reflexión
sobre el interés común. El camino es largo, y no está demarcado. Una cosa, sin embargo, adquiere cada
vez mayor luminosidad: solo se sale de esta debacle con el compromiso social y el predominio de la
solidaridad por encima de la codicia desmadrada de intereses individuales y sectoriales.
Las finanzas se derriten
El coronavirus apareció en China a principios de enero de este año. El Estado chino, altamente cen-
tralizado, respondió inmediatamente imponiendo el aislamiento obligatorio a millones de personas. El
primer impacto de estas medidas fue la paralización de la producción y una caída sobrecogedora de la
demanda de la segunda potencia económica mundial. Esto repercutió inmediatamente sobre el comer-
cio mundial y las cadenas de valor global, especialmente en las zonas más industrializadas del planeta.
La actividad financiera, sin embargo, siguió floreciendo a todo vapor y los valores de acciones y bonos
en el mercado financiero norteamericano llegaban a mediados de febrero al punto culminante de su
valor desde la crisis de 2008. A partir de entonces, el impacto del virus sobre la producción y el con-
sumo mundial golpeó también al mercado financiero internacional.

80
Desde el 20 de febrero al lunes de esta semana, las principales bolsas del mundo perdieron entre el
20 y el 40% de su valor. El índice S&P 500 acumuló perdidas del 29%, la caída mas grande y rápida de
su historia. Por otra parte, desde mediados de febrero más de 60.000 millones de dólares salieron de las
economías emergentes buscando inversiones de menor riesgo. La descapitalización por la crisis finan-
ciera llegaba a las economías periféricas.
El 3 de marzo la Reserva Federal había adoptado medidas para poner un piso a las ventas masivas.
El “recorte de emergencia” de la tasa de interés de un 0.5% y la inyección de 1.5 billones de dólares
(trillions) para dar liquidez al mercado de pases bancarios (repo) no pusieron fin a las ventas masivas
acicateadas ahora por la crisis de los precios del petróleo. El domingo pasado la Reserva Federal
recortó nuevamente las tasas de interés a niveles del 0%- 0.25% y anuncio la inyección de cerca de
700.000 millones (700 billions) de dólares para la compra de letras del tesoro y valores hipotecarios
(mortgage backed securities). Asimismo y en coordinación con otros bancos centrales del Primer
Mundo abrió líneas especiales de swaps para mitigar la crisis de liquidez en dólares en otros mercados
financieros internacionales.
Estas medidas infundieron más pánico precipitando nuevas ventas y brutales caídas de precios de
bonos y acciones en todos los mercados. Las acciones de las corporaciones que forman parte del índice
S&P 500 perdieron en pocos minutos 2 billones (trillions) de dólares en valor de mercado. Bancos, y
grandes fondos financieros, desesperados por hacer frente a demandas de rescate de sus activos alta-
mente diversificados, vendían sus posiciones buscando hacerse de dinero en efectivo e intensificando la
crisis de liquidez.
Desde principios de la semana, el gobierno anunció nuevos paquetes de ayuda, esta vez de índole
fiscal por valor de 500.000 millones de dólares. Esto impulsó el martes una suba momentánea de
5,20% del índice Dow Jones y del 6,23% en el Nasdaq. A pesar de ello los indicadores de liquidez del
mercado financiero siguieron empeorando y en paralelo el dólar aumentó su valor, concretando una
seguidilla de 6 días de incrementos consecutivos a niveles no registrados desde la crisis de Lehman
Brothers (zerohedge.com 17 3 2020). Ante la imposibilidad de acceder a financiación de corto plazo,
ocho de los más grandes bancos norteamericanos acudieron a financiarse directamente al Discount
Window, la ventana de préstamos de la Reserva Federal para ayudar a los bancos comerciales en caso
de falta de liquidez (zerohedge.com 17.3 2020). Al mismo tiempo, uno de los fondos más grandes del
mundo, Bridgewater, reconocía haber perdido el 20% de su valor (businessinsider.com 16 3 2020). Los
bonos del Tesoro norteamericano perdían un 4% al miércoles de esta semana, mientras los bonos cor-
porativos, incluidos los de mejor calidad (investment grade) perdían un 16% de su valor en lo que va
del mes.
El pánico impregna a la economía real
Ante la debacle del lunes, el secretario del Tesoro norteamericano presionó al Congreso para obtener
líneas de financiación para salvar del default a grandes corporaciones, bancos, fondos de inversión y
demás entidades financieras. Advirtió que, de no otorgarse la ayuda, la crisis podía producir el desem-
pleo de un 20% de la mano de obra, y sumir al país en una profunda recesión. Al mismo tiempo, el eco-

81
nomista en jefe de uno de los fondos de inversión más grandes del mundo anticipaba una perdida de 10
millones de puestos de trabajo en los próximos dos a tres meses (zerohedge.com 17 3 2020). El posible
impacto de la pandemia sobre la economía real pasó ahora a ocupar el centro de la escena política y el
pánico escaló a nuevos niveles.
El gobierno buscó conformar un paquete financiero que le permitiese hacer “todo lo que fuese nece-
sario” para frenar la debacle de la economía. Contrariando los postulados neoconservadores, el paquete
contenía estímulos fiscales de diversa índole. Entre otras cosas: créditos blandos, recortes impositivos,
emisión de cheques de $1.000 dólares a ser entregados directamente a los ciudadanos de a pie durante
dos meses, licencia por enfermedad con goce de sueldo y líneas especiales de salvataje para algunas
grandes corporaciones al borde de un default. El valor del paquete financiero ha ido creciendo: de los
850.000 millones (850 billions) de dólares, ha escalado a 1,2 billones (trillions) con posibilidad de
seguir creciendo al compás de la presión de distintos sectores demandando el salvataje (zero hedge.com
18 3 2020). En paralelo, se ampliaron las líneas de créditos o swaps de la Reserva Federal a los bancos
centrales de varios países. Estimados en 64 billones (trillions) de dólares, estos swaps pusieron en evi-
dencia el rol de banquero central del mundo asumido ahora abiertamente por la Reserva Federal nortea-
mericana en su afán de mitigar la falta de liquidez en dólares (zerohedge.com 18 3 2020). Asimismo se
incluyó la posibilidad de que la Reserva Federal compre acciones y bonos corporativos directamente de
las empresas como parte del salvataje financiero.
Codicia desmadrada e irracionalidad sistémica
La desgravación impositiva del gobierno de Trump y la política financiera de bajas tasas de interés y
crédito fácil impulsaron a las corporaciones norteamericanas a sustituir la inversión productiva por la
recompra de las acciones propias para subir sus precios y aumentar sus ganancias financieras. Este fue
el principal estimulo a la especulación sin fin en el mercado financiero, y derivó en un crecimiento des-
medido de la sobrevaluación del precio de las acciones (market capitalization vs.GDP). Hacia el 18 de
febrero, esta última era de un 158% (zerohedge.com 17.3 2020).
Ahora, el clamor por el salvataje financiero busca socializar perdidas y permite vislumbrar la irra-
cionalidad sistémica. Los ejemplos abundan. Basta, sin embargo, con mencionar dos casos: el 96% de
los miles de millones de dólares obtenidos por compañías aéreas en concepto de diferimientos impositi-
vos fueron utilizados para la recompra de sus propias acciones. Al mismo tiempo estas incurrieron en
un creciente endeudamiento para cubrir sus costos operativos. Hoy la paralización del trafico aéreo por
el coronavirus las lleva a un inminente default. Otro caso es el de Boeing Corporation: usó los diferi-
mientos impositivos para comprar sus acciones a pesar de que las mismas sufrieron severas pérdidas de
valor en los últimos años debido a las fallas operativas de su modelo 737 MAX. Hoy ha agotado la
posibilidad de obtener financiación de los bancos (bloomberg.com 16 3 2020, zerohedge.com 18.3
2020).

82
La discusión del paquete de ayuda financiera permitió que el jueves se revirtiese levemente la caída
de los mercados financieros: 0,96% del Dow Jones, 0,5% del S&P 500 y ,.30%del Nasdaq. Esto, sin
embargo, no basta para revertir una tendencia que llevó a la pérdida de 25 billones (trillions) de dólares
del valor del mercado financiero en menos de un mes. Asimismo, el riesgo financiero de los principales
bancos y el valor del dólar siguieron en ascenso marcando la persistente crisis de liquidez.
Por otra parte, ante declaraciones de Trump respecto a su posible involucramiento en la disputa por
los precios del petróleo entre Rusia y Arabia Saudita “cuando lo crea necesario”, el precio del petróleo
rebotó el jueves llegando a $ 25,22 el barril de (WTI). Esta declaración de Trump se suma al reciente
compromiso de apoyo militar al gobierno turco en su enfrentamiento militar con Siria y Rusia y a las
recientes amenazas del Secretario de Estado y de altos funcionarios del Pentágono y del Ministerio de
Defensa, decididos a aumentar las operaciones militares en Irak contrariando la voluntad de su
gobierno. Estos desarrollos alertan sobre la posibilidad de una intensificación de la guerra en la región
y a su posible impacto sobre los precios del petróleo y las finanzas internacionales (entre otros: zerohe-
dge.com 14 3 2020; reuters.com 15 y 17 3 2020).
La Argentina en cuarentena
En este contexto internacional se inscriben las medidas tomada por el gobierno argentino para impe-
dir el avance del coronavirus en el país. El gobierno cerró las fronteras y declaró la cuarentena obliga-
toria sancionando con el Código Penal toda violación. Asimismo, tomó un conjunto de medidas
económicas y sociales destinadas a proteger a los sectores más vulnerables de la población, a organizar
y acrecentar la capacidad de respuesta sanitaria del gobierno ante la pandemia, y a incentivar la activi-
dad económica amenazada por el cierre de la economía mundial y la probable disminución de la activi-
dad local.
Las medidas anunciadas tendrán un costo fiscal cercano al 2% del PBI. Dan prioridad a la emergen-
cia sanitaria y alimentaria de la población y buscan poner rápidamente dinero en el bolsillo de los ciu-
dadanos de menores ingresos. El gobierno también estableció precios máximos para 2.000 productos de
la canasta familiar y de medicamentos y castigará las infracciones de precios aplicando la Ley de Abas-
tecimiento y las penas correspondientes estipuladas por el Código Penal. Al mismo tiempo, convocó a
la población a denunciar comportamientos abusivos de precios, así como también la violación de la
cuarentena dado que ambos fenómenos atentan contra el bienestar común en circunstancias de grave-
dad extrema.
Así, el coronavirus parece haber puesto fin a los intentos de controlar los precios a partir de acuer -
dos entre el gobierno y los distintos sectores empresarios. Hasta ahora, estas negociaciones no habían
logrado impedir el aumento de precios en mercados monopólicos, especialmente en el rubro de la ali-
mentación. El gobierno tendrá ahora que usar todo el poder del Estado para impedir que los precios
suban y se acompañen de otros comportamientos conexos como el desabastecimiento y la ruptura de
las cadenas de pago.

83
Para prevenir esto último el BCRA liberó el jueves $350.000 millones de encajes y Letras de liqui-
dez (LELIQs). La medida busca impulsar a los bancos a otorgar líneas de crédito a empresas y familias
a una tasa de interés del 24%, inferior a la inflación y a la tasa de referencia. Las entidades financieras
que accedan a otorgar este tipo de préstamos deberán desprenderse de una parte de su posición en
LELIQs y percibirán el beneficio de destinar un menor porcentaje de sus activos a encajes. Habrá que
ver, sin embargo, si los bancos aceptan resignar las extraordinarias ganancias obtenidas hasta ahora con
las LELIQs. Es probable que el otorgamiento de estos créditos tenga que hacerse obligatorio. Asi-
mismo, el BCRA tendrá que adoptar otras medidas para impedir que la fuerte pesificación de la econo-
mía resultante de esta y otras medidas tomadas en relación a la reestructuración de la deuda en pesos,
no deriven en mayor dolarización de activos. De ocurrir esto último, y en circunstancias de creciente
crisis de liquidez del dólar en el mercado financiero internacional, se reforzará el chaleco de fuerza que
Macri y el FMI han impuesto a la economía argentina.

La política anticapitalista en la época del COVID-19,


David Harvey
Cuando trato de interpretar, entender y analizar el flujo diario de las noticias, tiendo a ubicar lo que
está sucediendo en el contexto de dos maneras un tanto distintas (y cruzados) que aspiran a explicar
como funciona el capitalismo.
El primer nivel es un mapeo de las contradicciones internas de la circulación y acumulación del
capital como flujos de valor monetario en busca de ganancias a través de los diferentes «momentos»
(como los llama Marx) de producción, realización (consumo), distribución y reinversión. Este modelo
de la economía capitalista como una espiral de expansión y crecimiento sin fin, se complica bastante a
medida que se elabora a través de, por ejemplo, los lentes de las rivalidades geopolíticas, desarrollos
geográficos desiguales, instituciones financieras, políticas estatales, reconfiguraciones tecnológicas y
un red siempre cambiante de las divisiones del trabajo y de las relaciones sociales.
Sin embargo, también creo que este modelo debe inscribirse en un contexto más amplio de repro-
ducción social (en los hogares y las comunidades), en una relación metabólica permanente y en cons-
tante evolución con la naturaleza (incluida la «segunda naturaleza» de la urbanización y el entorno
construido) y todo tipo de formaciones culturales, científicas (basadas en el conocimiento), religiosas y
sociales contingentes, que las poblaciones humanas suelen crear a través del espacio y el tiempo.

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Estos últimos «momentos» incorporan la expresión activa de los deseos, necesidades y anhelos
humanos, el ansia de conocimiento y significado y la búsqueda evolutiva de la satisfacción en un con-
texto de arreglos institucionales cambiantes, disputas políticas, enfrentamientos ideológicos, pérdidas,
derrotas, frustraciones y alienaciones, todo ello en un mundo de marcada diversidad geográfica, cultu-
ral, social y política.
Este segunda manera constituye, por así decirlo, mi comprensión de trabajo del capitalismo global
como una formación social distintiva, mientras que el primero trata de las contradicciones dentro del
motor económico que impulsa esta formación social a lo largo de ciertos caminos de su evolución his-
tórica y geográfica.
En espiral
Cuando el 26 de enero de 2020 leí por primera vez acerca de un coronavirus – que ganaba terreno en
China– pensé inmediatamente en las repercusiones para la dinámica mundial de la acumulación de
capital. Sabía por mis estudios del modelo económico que los bloqueos (encierros) y las interrupciones
en la continuidad del flujo de capital provocarían devaluaciones y que si las devaluaciones se generali-
zaban y se hacían profundas, eso indicaría el inicio de una crisis.
También sabía muy bien que China es la segunda economía más grande del mundo y que fue la
potencia que rescató al capitalismo mundial tras el período 2007-2008. Por tanto cualquier golpe a la
economía de China estaba destinado a tener graves consecuencias para una economía global que, en
cualquier caso, ya se encontraba en una situación lamentable.
El modo existente de acumulación de capital está en muchos problemas. Se estaban produciendo
movimientos de protesta en casi todas partes (desde Santiago hasta Beirut), muchos de los cuales se
centraban en que un modelo económico dominante que no funciona para la mayoría de la población.
Este modelo neoliberal se basa cada vez más en el capital ficticio y en una gran expansión de la
oferta monetaria y en la creación masiva de deuda. Este modelo ya estaba enfrentando una insuficiente
“demanda efectiva” para “realizar” los valores que el capital es capaz de producir.

Entonces, ¿cómo podría el sistema económico dominante, con su legitimidad decadente y su deli-
cada salud, absorber y sobrevivir al inevitable impacto de una pandemia de la magnitud que enfrenta-
mos ?
La respuesta depende en gran medida del tiempo que dure la perturbación, ya que, como señaló
Marx, la devaluación no se produce porque los productos básicos no se puedan vender, sino porque no
se pueden vender a tiempo.
Durante mucho tiempo había rechazado la idea de que la «naturaleza» estuviera fuera y separada de
la cultura, la economía y la vida cotidiana. He adoptado un punto de vista más dialéctico de la relación
metabólica con la naturaleza. El capital modifica las condiciones ambientales de su propia reproduc-

85
ción pero lo hace en un contexto de consecuencias no deseadas (como el cambio climático) y en el con-
texto de fuerzas evolutivas autónomas e independientes que están reconfigurando perpetuamente las
condiciones ambientales.
Desde este punto de vista, no existe un verdadero desastre “natural”. Los virus mutan todo el tiempo
para estar seguros. Pero las circunstancias en las que una mutación se convierte en una amenaza para la
vida dependen de las acciones humanas.
Hay dos aspectos relevantes en esto. Primero, las condiciones ambientales favorables aumentan la
probabilidad de mutaciones poderosas. Por ejemplo, es plausible esperar que el suministro de alimentos
intensivos (o caprichosos) en los sub-trópicos húmedos puedan contribuir a ello. Tales sistemas existen
en muchos lugares, incluyendo la China al sur del Yangtsé y todo el Sudeste Asiático.
En segundo lugar, las condiciones que favorecen la rápida transmisión varían considerablemente.
Las poblaciones humanas de alta densidad parecen ser un blanco fácil para los huéspedes. Es bien
sabido que las epidemias de sarampión, por ejemplo, sólo florecen en los grandes centros de población
urbana pero mueren rápidamente en las regiones poco pobladas. La forma en que los seres humanos
interactúan entre sí, se mueven, se disciplinan u olvidan lavarse las manos afecta a la forma en que se
transmiten las enfermedades.
En los últimos tiempos el SRAS, la gripe aviar y la gripe porcina parecen haber salido del sudeste
asiático. China también ha sufrido mucho con la peste porcina en el último año, obligando a una
matanza masiva de cerdos y al consiguiente aumento de los precios de la carne de cerdo. No digo todo
esto para acusar a China.
Hay muchos otros lugares donde los riesgos ambientales de mutación y difusión viral son altos. La
Gripe Española de 1918 puede haber salido de Kansas. El VIH puede haber incubado en Africa, el
Ébola se inició en el Nilo Occidental y el Dengue parece haber florecido en América Latina. Pero los
impactos económicos y demográficos de la propagación de los virus dependen de las grietas y vulnera-
bilidades preexistentes en el sistema económico hegemónico.
No me sorprendió demasiado que COVID-19 se encontrara inicialmente en Wuhan (aunque todavía
se desconoce si se originó allí). Claramente los efectos locales pueden llegar a ser importantes . Pero
dado que este es un gran centro de producción, su impacto puede tener repercusiones económicas glo-
bales.
La gran pregunta es cómo ocurre el contagio y su difusión y cuánto tiempo durará (hasta que se
pudiera encontrar una vacuna). La experiencia anterior ha demostrado que uno de los inconvenientes de
la creciente globalización es lo imposible que es detener una rápida difusión internacional de nuevas
enfermedades. Vivimos en un mundo altamente conectado donde casi todo el mundo viaja. Las redes
humanas de difusión potencial son vastas y abiertas. El peligro (económico y demográfico) es que la
interrupción dure un año o más.

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Si bien hubo un descenso inmediato en los mercados de valores mundiales cuando se dio la noticia,
fue sorprendentemente seguido por alza de los mercados. Las noticias parecían indicar que los negocios
eran normales en todas partes, excepto en China.
La creencia parecía ser que íbamos a experimentar una repetición del SRAS, que fue rápidamente
contenido y tuvo un bajo impacto mundial, a pesar de su alta tasa de mortalidad.
Después nos dimos cuenta que el SRAS creó un pánico innecesario en los mercados financieros.
Entonces, cuando apareció COVID-19, la reacción fue presentarlo como una repetición del SRAS, y
por lo tanto ahora la preocupación era injustificada.
El hecho de que la epidemia hiciera estragos en China, movió rápida y despiadadamente al resto del
mundo a tratar erróneamente el problema como algo que ocurría «allá» y, por lo tanto, fuera de la vista
y de la mente de nosotros los occidentales (acompañado de signos de xenofobia contra los chinos).
El virus que teóricamente habría detenido del crecimiento histórico de China fue incluso recibido
con alegría en ciertos círculos de la administración Trump.
Sin embargo, en pocos días, se produjo una interrupción de las cadenas de suministros mundiales ,
muchas de las cuales pasan por Wuhan. Estas noticias fueron ignoradas o tratadas como problemas para
determinadas líneas de productos o de algunas corporaciones (como Apple). Las devaluaciones eran
locales y particulares y no sistémicas.
También se minimizó, la caída de la demanda de los consumidores – aunque algunas corporaciones,
como McDonald’s y Starbucks, que tenían operaciones dentro del mercado interno chino tuvieron que
cerrar sus puertas -. La coincidencia del Año Nuevo Chino con el brote del virus enmascaró los impac-
tos a lo largo de todo el mes de enero. Y la autocomplacencia de occidente se ha demostrado escandalo-
samente fuera de lugar.
Las primeras noticias de la propagación internacional del virus fueron ocasionales y episódicas, con
un grave brote en Corea del Sur y en algunos otros puntos calientes como Irán. Fue el brote italiano el
que provocó la primera reacción violenta. La caída del mercado de valores a mediados de febrero
osciló un poco, pero a mediados de marzo había llevado a una devaluación neta de casi el 30% en los
mercados de valores de todo el mundo.
La escalada exponencial de las infecciones provocó una serie de respuestas a menudo incoherentes y
a veces de pánico. El Presidente Trump realizó una imitación del Rey Canuto frente a una potencial
marea de enfermedades y muertes.
Algunas de las respuestas han sido extrañas. El hecho de que la Reserva Federal bajara los tipos de
interés ante un virus parecía insólito, incluso cuando se reconocía que la medida tenía por objeto aliviar
el impacto en los mercado en lugar de frenar el progreso del virus.

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Las autoridades públicas y los sistemas de atención de la salud fueron sorprendidos en casi en todas
partes por la escasez de mano de obra. Cuarenta años de neoliberalismo en toda América del Norte y
del Sur y en Europa han dejado a la población totalmente expuesta y mal preparada para hacer frente a
una crisis de salud pública de este tipo, esto a pesar que anteriores epidemias -provocadas por el SRAS
y el Ébola – proporcionaron abundantes advertencias y lecciones sobre lo que se deberíamos hacer.
En muchas partes del mundo supuestamente «civilizado», los gobiernos locales y las autoridades
estatales – que invariablemente constituyen la primera línea de defensa en las emergencias de salud
pública- se habían visto privados de fondos gracias a una política de austeridad destinada a financiar
recortes de impuestos y subsidios a las empresas y a los ricos.
Las grandes farmacéuticas tiene poco o ningún interés en la investigación no remunerada de enfer-
medades infecciosas (como los coronavirus que se conocen desde los años 60). La “Gran Farma” rara
vez invierte en prevención. Tiene poco interés en invertir ante una crisis de salud pública. Solo se
dedica a diseñar curas. Cuanto más enfermos estamos, más ganan. La prevención no es una fuente de
ingresos para sus accionistas.
El modelo de negocio aplicado a la salud pública eliminó la capacidad que se requeriría para enfren-
tar una emergencia. La prevención no era ni siquiera un campo de trabajo lo suficientemente atractivo
como para justificar las asociaciones público-privadas.
El Presidente Trump había recortado el presupuesto del Centro de Control de Enfermedades y
disuelto el grupo de trabajo sobre pandemia del Consejo de Seguridad Nacional, con el mismo espíritu
con el que había recortado toda la financiación de la investigación, incluida la relativa al cambio climá-
tico.
Si quisiera ser antropomórfico y metafórico, concluiría que el COVID-19 es la venganza de la natu-
raleza por más de cuarenta años de maltrato burdo y abusivo del medio ambiente, a manos de un
extractivismo neoliberal violento y no regulado.
Tal vez sea sintomático que los países menos neoliberales, China y Corea del Sur, Taiwán y Singa-
pur, hayan superado hasta ahora la pandemia en mejor forma que Italia.
Hay muchas pruebas de que China manejó inicialmente mal la pasada epidemia del SARS. Pero
esta vez con el CONVI-19 el Presidente Xi se apresuró en ordenar total transparencia; tanto en la pre-
sentación de informes como en las pruebas.
Aun así, China perdió un tiempo valioso ( fueron sólo unos pocos días, pero importantes). Sin
embargo , lo que ha sido notable en que China, logro confinar la epidemia a la provincia de Hubei con
Wuhan en su centro. La epidemia no se trasladó a Beijing ni al Oeste, ni más al Sur.
Las medidas tomadas para confinar el virus geográficamente fueron draconianas. Sería difícil repli-
carlas en otro lugar por razones políticas, económicas y culturales. China y Singapur desplegaron sus
poderes de vigilancia personal. Al parecer han sido extremadamente eficaces, aunque si estas medidas
se hubieran puesto en marcha sólo unos días antes, se podrían haber evitado muchas muertes.

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Esta es una información importante: en cualquier proceso de crecimiento exponencial hay un punto
de inflexión más allá del cual la masa ascendente se descontrola totalmente (obsérvese aquí, la impor-
tancia de la masa en relación con la tasa). El hecho de que Trump haya perdido el tiempo durante tantas
semanas puede resultar costoso en muchas vidas humanas.
Los efectos económicos están ahora fuera de control sobre todo fuera de China. Las perturbaciones
que se produjeron en las cadenas de valor de las empresas y en ciertos sectores resultaron más sistémi-
cas y sustanciales de lo que se pensaba originalmente.
El efecto a largo plazo puede consistir en acortar o diversificar las cadenas de suministros y, al
mismo tiempo, avanzar hacia formas de producción que requieran menos mano de obra (con enormes
repercusiones en el empleo) y a una mayor dependencia de los sistemas de producción con inteligencia
artificial.
La interrupción de las cadenas de producción conllevan el despido o la cesantía de muchos trabaja-
dores, lo que disminuirá la demanda final, mientras que la demanda de materias primas está disminu-
yendo el consumo productivo. Estos impactos por el lado de la demanda producirán por sí mismos una
recesión.
Pero la mayor vulnerabilidad del sistema esta enquistada en otro lugar. Los modos de consumismo
que explotaron después de 2007-8 se han estrellado con consecuencias devastadoras. Estos modos se
basaban en reducir el tiempo de rotación del consumo lo más cerca del cero.
La avalancha de inversiones en estas formas de consumismo tuvo todo que ver con la máxima
absorción de volúmenes de capital mediante el aumento exponencial de las formas de consumismo,
que tienen , a su vez , el menor tiempo de rotación posible.
En este sentido turismo internacional es emblemático. Las visitas internacionales aumentaron de 800
millones a 1.400 millones entre 2010 y 2018. Esta forma de consumismo instantáneo requería inversio-
nes masivas de infraestructura en aeropuertos y aerolíneas, hoteles y restaurantes, parques temáticos y
eventos culturales, etc.
Esta plaza de acumulación de capital ahora está muerto: las aerolíneas están cerca de la quiebra, los
hoteles están vacíos y el desempleo masivo en las industrias de la hospitalidad es inminente. Comer
fuera no es una buena idea. Los restaurantes y bares han sido cerrados en muchos lugares. Incluso la
comida para llevar parece arriesgada.
El vasto ejército de trabajadores de la economía del trabajo autónomo y del trabajo precario está
siendo destruido sin ningún medio visible de apoyo gubernamental. Eventos como festivales culturales,
torneos de fútbol y baloncesto, conciertos, convenciones empresariales y profesionales, e incluso reu-
niones políticas y elecciones son canceladas. Estas formas de consumismo vivencial «basadas en even-
tos» están prácticamente suprimidas . Los ingresos de los gobiernos locales se han reducido. Las
universidades y escuelas están cerrando.

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Gran parte del modelo de vanguardia del consumismo capitalista contemporáneo es inoperante en
las condiciones actuales. El impulso hacia lo que André Gorz describe como «consumismo compen-
satorio» ha sido aplastado. ( un recurso que suponía que los trabajadores alienados podrían recuperar su
espíritu a través de un paquete de vacaciones en una playa tropical)
Pero las economías capitalistas contemporáneas están impulsadas en un 70 o incluso 80 por ciento
por el consumismo. En los últimos cuarenta años, los sentidos básicos del consumidor se han conver-
tido en la clave para la movilización de la demanda efectiva y el capital se ha vuelto cada vez más
dependiente de estas demandas, artificiales en muchos casos.
Esta fuente de energía económica no había estado sujeta a fluctuaciones repentinas – como la erup-
ción volcánica de Islandia que bloqueó los vuelos transatlánticos durante un par de semanas. Pero el
COVID-19 no es una fluctuación repentina. Es un shock verdaderamente poderoso en el corazón del
consumismo que domina en los países más prósperos.
La forma en espiral de acumulación de capital sin fin se está colapsando hacia adentro desde una
parte del mundo a la otra. Lo único que puede salvarla es un consumismo masivo financiado por el
gobierno, conjurado de la nada. Esto requerirá socializar toda la economía de los Estados Unidos, por
ejemplo, sin llamarlo socialismo por supuesto.
Las líneas del frente
Existe un conveniente mitología de que “las enfermedades infecciosas no reconocen barreras y lími-
tes de clase”. Como muchos de esos dichos, hay una cierta verdad en esto. En las epidemias de cólera
del siglo XIX, la horizontalidad de la enfermedad entre clase sociales fue lo suficientemente dramática
como para dar lugar al nacimiento de un movimiento por una sanidad pública (que más tarde se profe-
sionalizó) y, que ha perdurado hasta hoy en día.
No ha quedado claro si este movimiento estuvo destinado a proteger a todos o sólo a las clases altas.
Pero hoy las diferencias de clase y los efectos sociales son una historia muy diferente.
Ahora, el impacto económico y social se cuelan a través de las discriminaciones
«consuetudinarias» , que están instaladas en todas partes. Para empezar, la fuerza de trabajo que trata a
un creciente número de enfermos es típicamente sexista, y racializada en la mayor parte del mundo
occidental . Estos trabajadoras y trabajadores se aprecian fácilmente, por ejemplo, en los servicios más
despreciados, en los aeropuertos y otros sectores logísticos.
Esta «nueva clase trabajadora» está en la vanguardia y soporta el peso de ser la fuerza de trabajo que
más riesgo corre de contraer el virus por el carácter de sus empleos. Si tienen la suerte de no contraer
la enfermedad a probablemente serán despedidos más tarde debido a la crisis económica que traerá la
pandemia.
Está, también, la cuestión de quién puede trabajar en casa y quién no. Esto agudiza la división
social. No todos pueden permitirse el lujo de aislarse o ponerse en cuarentena (con o sin remuneración)
en caso de contacto o infección.

90
En los terremotos de Nicaragua (1973) y México D.F. (1995), aprendí en terreno que los sismos fue-
ron en realidad «un terremoto para los trabajadores y los pobres” .
Por tanto, la pandemia del COVID-19 exhibe todas las características de una pandemia de clase,
género y raza. Si bien los esfuerzos de mitigación están convenientemente encubiertos en la retórica de
que «todos estamos juntos en esta guerra», las prácticas, en particular por parte de los gobiernos nacio-
nales, sugieren motivaciones más aciagas.
La clase obrera contemporánea de los Estados Unidos (compuesta predominantemente por afroame-
ricanos, latinos y mujeres asalariadas) se enfrenta a una horrible elección : la contaminación por el cui-
dado de los enfermos y el mantenimiento de la subsistencia (repartidores de tiendas de comestibles,
por ejemplo ) o el desempleo sin beneficios atención sanitaria adecuada.
El personal asalariado (como yo) trabaja desde su casa y cobra su salario como antes, mientras los
directores generales se trasladan en jets privados y helicópteros.
Las fuerzas de trabajo en la mayor parte del mundo han sido socializadas durante mucho tiempo
para comportarse como buenos sujetos neoliberales (lo que significa culparse a sí mismos o a Dios si
algo sale mal pero nunca atreverse a sugerir que el capitalismo podría ser el problema).
Pero incluso los buenos sujetos neoliberales pueden apreciar hoy que hay algo muy malo en la
forma en que se está respondiendo a la pandemia.
La gran pregunta es: ¿cuánto tiempo durará esto? Podría ser más de un año y cuanto más tiempo
pase, más devaluación habrá , incluso para la fuerza de trabajo. Es casi seguro que los niveles de des -
empleo se elevarán a niveles comparables a los de la década de 1930, en ausencia de intervenciones
estatales masivas que tendrían que ir en contra de la lógica neoliberal.
Las ramificaciones inmediatas para la economía así como para la vida social diaria son múltiples y
complejas. Pero no todas son malas. El consumismo contemporáneo sin lugar a dudas es excesivo,
Marx lo describió como » consumo excesivo e insano, monstruoso y bizarro”.
La imprudencia del consumo excesivo ha desempeñado un papel importante en la degradación del
medio ambiente. La cancelación de los vuelos de las aerolíneas y la reducción radical del transporte – y
del movimiento- han tenido consecuencias positivas con respecto a las emisiones de gases de efecto
invernadero.
La calidad del aire en Wuhan ha mejorado mucho, al igual que en muchas ciudades de los Estados
Unidos. Los sitios eco-turísticos tendrán un tiempo para recuperarse del pisoteo de los viajeros. Los
cisnes han vuelto a los canales de Venecia. En la medida en que se frene el gusto por el sobreconsumo
imprudente y sin sentido, podría haber algunos beneficios a largo plazo. (Menos muertes en el Monte
Everest podría ser algo bueno).

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Y aunque nadie lo dice en voz alta, el sesgo demográfico del virus podría terminar afectando las
pirámides de edad con efectos a largo plazo para la Seguridad Social y para el futuro de la «industria
del cuidado”.
La vida diaria se ralentizará y, para algunas personas, eso será una bendición. Las reglas sugeridas
de distanciamiento social podrían, si la emergencia se prolonga lo suficiente, conducir a cambios cultu-
rales. La única forma de consumismo que casi con seguridad se beneficiará es lo que yo llamo la eco-
nomía «Netflix», que atiende a los «consumidores compulsivos».
En el frente económico, las respuestas han estado condicionadas por la forma en que se ha produ-
cido la salida de la crisis de 2007-8. Esto ha supuesto una política monetaria ultra laxa , el rescate de
los bancos y un aumento espectacular del consumo productivo mediante una expansión masiva de la
inversión en infraestructuras ( incluso en China).
Esto no puede repetirse en la escala requerida. Los planes de rescate establecidos en 2008 se centra-
ron en los bancos, pero también entrañaron la nacionalización de facto de General Motors. Tal vez sea
significativo que, ante el descontento de los trabajadores y el colapso de la demanda, las tres grandes
empresas automovilísticas de Detroit estén cerrando, al menos temporalmente.
Si China no puede repetir el papel que jugó en 2007-8, entonces la carga de la salida de la actual cri-
sis económica se trasladará a los Estados Unidos y he aquí la gran ironía: las únicas políticas que fun-
cionarán, tanto económica como políticamente, son mucho más socialistas que cualquier cosa que
pueda propone Bernie Sanders. Los programas de rescate tendrán que iniciarse bajo la égida de Donald
Trump, presumiblemente bajo la máscara de «Making América Great Again».
Todos los republicanos que se opusieron visceralmente al rescate de 2008 tendrán que comerse el
cuervo o desafiar a Donald Trump. Este personaje podría llegar a cancelar las elecciones “por la emer-
gencia” e imponer una presidencia autoritaria del Imperio para salvar al capital y al mundo de «los dis-
turbios y de la revolución».
Fuente: https://observatoriocrisis.com/2020/03/22/la-politica-anticapitalista-en-la-epoca-del-covid-
19/

El coronavirus igualador, Branko Milanović


Cómo es experimentar estigmas a diario
La historia económica muestra que las epidemias son grandes igualadoras. El ejemplo más citado (y
sobre el que tenemos más información) es todavía la Peste Negra, que arrasó Europa a mediados del
siglo XIV. En algunos lugares, mató hasta a un tercio de la población. Pero al reducir la población, hizo
que la mano de obra fuera más escasa, hizo crecer el salario, redujo la desigualdad y llevó a cambios
institucionales que, para algunos historiadores de la economía como Guido Alfano, Mattia Fochesato y
Samuel Bowles, tuvieron consecuencias de largo plazo para el crecimiento económico europeo.

92
De acuerdo con estos autores, el poder creciente de los trabajadores fue frenado en el sur de Europa
por restricciones a sus desplazamientos y otras limitaciones extraeconómicas impuestas por los señores
del lugar. En el norte de Europa, sin embargo, donde las instituciones feudales no eran tan fuertes,
luego de la Peste Negra la mano de obra se volvió más libre y más cara, lo que sentó las bases para el
progreso tecnológico y, finalmente, la Revolución Industrial.
Poco más de dos meses de coronavirus han provocado ya cambios económicos. Muchos serán fáci-
les de revertir si se contiene con rapidez la epidemia y se le pone freno. Pero si eso no ocurre, pueden
perdurar. Y como sucede con cualquier acontecimiento extremo, las epidemias echan repentinamente
luz sobre ciertos fenómenos sociales de los que sabemos poco, pero que a menudo tendemos a ignorar
o en los que preferimos no pensar.
Discriminación estadística
Consideremos el tema de la ciudadanía y la discriminación estadística. Hasta hace alrededor de un
año, el viajero que ingresaba a Gran Bretaña hacía una fila más corta si era ciudadano británico o de
cualquier otro país de la Unión Europea, o de lo contrario debía esperar en una fila mucho más larga.
La diferenciación tenía sentido porque la movilidad de mano de obra dentro de la Unión Europea era
libre. Desde hace un año, sin embargo, las reglas cambiaron de tal manera que el carril rápido rige no
solo para los ciudadanos británicos (lo cual es obvio), sino también para ciudadanos de la Unión Euro-
pea, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Singapur y Corea del Sur. Al principio
uno se sorprende por la variedad de países: no corresponde a ninguna entidad o criterio político único.
No hay organización política que incluya a todos esos países y solo a ellos.
La decisión sobre a qué nacionalidades controlar rápidamente se basaba con claridad en criterios de
ingresos (PIB per cápita) y en la baja probabilidad de que los ciudadanos de esos países buscaran
empleo o permanecer ilegalmente en Gran Bretaña. Se fundamentaba por lo tanto en la discriminación
estadística: los individuos de otras nacionalidades son investigados con más minuciosidad, no porque
ellos mismos puedan ser sospechosos sino porque un grupo al que pertenecen es intrínsecamente sospe-
choso.
Los que se benefician de esas reglamentaciones piensan en general poco en ellas, en especial los
europeos, que gracias al Acuerdo de Schengen se han acostumbrado a viajar entre países de la Unión
sin necesidad de documentos, a otros lugares sin visa y a ser recibidos con los brazos abiertos (gracias a
sus altos ingresos). Como sostiene Zygmunt Bauman, el derecho a viajar se ha convertido en un bien de
lujo. Si uno pasa años viajando sin enfrentar prácticamente obstáculos para desplazarse, tiende a asumir
que eso es algo normal y que debería durar para siempre. Del mismo modo, uno apenas pensaría en los
demás o asumiría que su situación es desafortunada, aunque inevitable.
Con el brote del virus, Estados Unidos detuvo o redujo el tráfico aéreo hacia algunos países afecta-
dos y puso en una lista especial a los viajeros provenientes de China, Irán, Corea del Sur e Italia y les
ordenó que se mantuvieran en cuarentena durante las dos primeras semanas tras su llegada: «No utilice
transporte público, taxis ni autos compartidos. Evite los lugares concurridos (como centros comerciales

93
o cines) y limite sus actividades en lugares públicos», decía el anuncio. Los organizadores de una con-
ferencia a la que se suponía que tenía que asistir en Washington hace solo unos pocos días enviaron el
siguiente aviso 24 horas antes del comienzo del evento: «Les pedimos a todos los participantes invita-
dos que hayan visitado dentro de los últimos 14 días un país categorizado por los Centros para el Con-
trol y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) como de nivel 3 (en este
momento China, Irán, Italia y Japón) que se abstengan de concurrir a cualquier encuentro». Más recien-
temente, Israel emitió regulaciones similares para ciudadanos de Francia, Alemania, España, Austria y
Suiza.
China e Irán integran a menudo las listas negras que los legisladores estadounidenses parecen con-
feccionar con gusto ante la menor oportunidad. Pero Corea del Sur, y aún más llamativo, Italia, fueron
agregados sorpresivos. Algunos de mis amigos italianos o los recién llegados de Italia expresaban
incredulidad ante tal discriminación estadística. De pronto parecían incorporarse a esa otra lista de ciu-
dadanos que son estadísticamente discriminados de tanto en tanto o, como los viajeros africanos prácti-
camente en cualquier parte, casi en forma habitual.

Detención y cacheo
«Caer en desgracia» produce siempre un impacto y, además de hacer que intentemos recuperar la
gracia, nos lleva a cuestionar la lógica de la discriminación estadística en otros casos. La medida de
«detención y cacheo» introducida en Nueva York por el entonces alcalde Michael Bloomberg es una de
esas políticas. Esta práctica se basaba en un perfilamiento racial. Su lógica era la misma que la de los
controles limítrofes británicos: la proporción de delitos cometidos por afroestadounidenses es significa-
tivamente más alta que la proporción de afroestadounidenses en la población de Nueva York. En conse-
cuencia, embarquémonos en una política cuyo objetivo será revisar y detener a los afroestadounidenses
más que a otros grupos.
Como debería resultar evidente, las tres políticas –el control de fronteras, las restricciones relaciona-
das con el virus y la «detención y cacheo»– comparten la misma idea. La primera y la tercera están en
gran medida dirigidas a los más pobres. La segunda, en principio, se aplica en forma equitativa y
depende del lugar donde el virus es particularmente virulento. Por eso su repentina aplicación a quienes
normalmente no están sujetos a ninguna discriminación estadística similar resultó tan impactante. El
virus niveló el campo de juego e hizo que algunos de nosotros reflexionáramos sobre la validez general
de las políticas que utilizan información estadística sobre grupos para apuntar a individuos.
Creo que las políticas de discriminación estadística son en este momento casi inevitables: ahorran
tiempo a las autoridades (como en el caso de los controles de frontera), supuestamente conducen a la
reducción del delito (aunque en Nueva York lo que hizo la diferencia fue en realidad un mayor desplie-
gue policial) o contienen (con suerte) la transmisión de un virus como el corona. Pero deberíamos refle-
xionar sobre la justificación moral de tales políticas y sobre cómo sustituyen la responsabilidad
colectiva por la individual, o incluso imponen una implícita culpa colectiva.

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El orden mundial previo al virus era letal, Markus
Gabriel
Para el filósofo Markus Gabriel, la cadena infecciosa del capitalismo destruye la naturaleza y atonta
a los ciudadanos para convertirlos en meros consumidores y turistas. El pensador llama a impulsar "una
nueva Ilustración global" que deje atrás un modelo "suicida"
El orden mundial está trastocado. Por la escala del universo, invisible para el ojo humano, se pro-
paga un virus cuya verdadera magnitud desconocemos. Nadie sabe cuántas personas están enfermas de
coronavirus, cuántas morirán aún, cuándo se habrá desarrollado una vacuna, entre otras incertidumbres.
Tampoco sabe nadie qué efectos tendrán para la economía y la democracia las actuales medidas radica-
les de un estado de excepción que afecta a toda Europa.
El coronavirus no es una enfermedad infecciosa cualquiera. Es una pandemia vírica. La palabra pan-
demia viene del griego antiguo, y significa "todo el pueblo". En efecto, todo el pueblo, todos los seres
humanos, estamos afectados por igual. Pero precisamente eso es lo que no hemos entendido si creemos
que tiene algún sentido encerrar a la gente dentro de unas fronteras. ¿Por qué debería causar impresión
al virus que la frontera entre Alemania y Francia esté cerrada? ¿Qué hace pensar que España sea una
unidad que hay que separar de otros países para contener el patógeno? La respuesta a estas preguntas
será que los sistemas de salud son nacionales y el Estado debe ocuparse de los enfermos dentro de sus
fronteras.
Cierto, pero precisamente ahí reside el problema. Y es que la pandemia nos afecta a todos; es la
demostración de que todos estamos unidos por un cordón invisible, nuestra condición de seres huma-
nos. Ante el virus todos somos, efectivamente, iguales; ante el virus los seres humanos no somos más
que eso, seres humanos, es decir, animales de una determinada especie que ofrece un huésped a una
reproducción mortal para muchos.
"En griego, pandemia significa "todo el pueblo". Todos estamos unidos por un cordón invisible"
Los virus en general plantean un problema metafísico no resuelto. Nadie sabe si son seres vivos. La
razón es que no hay una definición única de vida. En realidad, nadie sabe dónde comienza. ¿Para tener
vida basta con el ADN o el ARN, o se requiere la existencia de células que se multipliquen por sí mis-
mas? No lo sabemos, igual que tampoco sabemos si las plantas, los insectos o incluso nuestro hígado
tienen consciencia. ¿Es posible que el ecosistema de la Tierra sea un gigantesco ser vivo? ¿Es el coro-
navirus una respuesta inmune del planeta a la insolencia del ser humano, que destruye infinitos seres
vivos por codicia?
El coronavirus pone de manifiesto las debilidades sistémicas de la ideología dominante del siglo
XXI. Una de ellas es la creencia errónea de que el progreso científico y tecnológico por sí solo puede
impulsar el progreso humano y moral. Esta creencia nos incita a confiar en que los expertos científicos
pueden solucionar los problemas sociales comunes. El coronavirus debería ser una demostración de
ello a la vista de todos. Sin embargo, lo que quedará de manifiesto es que semejante idea es un peli-

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groso error. Es verdad que tenemos que consultar a los virólogos; solo ellos pueden ayudarnos a enten-
der el virus y a contenerlo a fin de salvar vidas humanas. Pero ¿quién los escucha cuando nos dicen que
cada año más de 200.000 niños mueren de diarrea viral porque no tienen agua potable? ¿Por qué nadie
se interesa por esos niños?
Por desgracia, la respuesta es clara: porque no están en Alemania, España, Francia o Italia. Sin
embargo, esto tampoco es verdad, ya que se encuentran en campamentos para refugiados situados en
territorio europeo, a los que han llegado huyendo de la situación injusta provocada por nosotros con
nuestro sistema consumista. Sin progreso moral no hay verdadero progreso. La pandemia nos lo enseña
con los prejuicios racistas que se expresan por doquier. Trump intenta por todos los medios clasificar el
virus como un problema chino; Boris Johnson piensa que los británicos pueden solucionar la situación
por la vía del darwinismo social y provocar una inmunidad colectiva eugenésica. Muchos alemanes
creen que nuestro sistema sanitario es superior al italiano y que, por lo tanto, podremos dar mejor res-
puesta. Estereotipos peligrosos, prejuicios estúpidos.
Todos vamos en el mismo barco. Esto, no obstante, no es nada nuevo. El mismo siglo XXI es una
pandemia, el resultado de la globalización. Lo único que hace el virus es poner de manifiesto algo que
viene de lejos: necesitamos concebir una Ilustración global totalmente nueva. Aquí cabe emplear una
expresión de Peter Sloterdijk dándole una nueva interpretación, y afirmar que no necesitamos un comu-
nismo, sino un coinmunismo. Para ello tenemos que vacunarnos contra el veneno mental que nos
divide en culturas nacionales, razas, grupos de edad y clases sociales en mutua competencia. En un acto
de solidaridad antes insospechado en Europa, estamos protegiendo a nuestros enfermos y nuestros
mayores. Por eso metemos a los niños en casa, cerramos los centros de enseñanza y declaramos el
estado de excepción sanitaria. Por eso se invierten miles de millones de euros para volver a reactivar la
economía.
Pero si, una vez superado el virus, seguimos actuando como antes, vendrán crisis mucho más gra-
ves: virus peores, cuya aparición no podremos impedir; la continuación de la guerra económica con
Estados Unidos en la que ya está inmersa la Unión Europea; la proliferación del racismo y el naciona-
lismo contra los emigrantes que huyen hacia nuestros países porque nosotros hemos proporcionado a
sus verdugos el armamento y los conocimientos para fabricar armas químicas. Y, no lo olvidemos, la
crisis climática, mucho más dañina que cualquier virus porque es el producto del lento autoexterminio
del ser humano. El coronavirus no hará más que frenarla brevemente.
"Si, superado el virus, seguimos actuando igual, vendrán crisis mucho más graves: virus peores,
racismo y nacionalismo"
El orden mundial previo a la pandemia no era normal, sino letal. ¿Por qué no podemos invertir miles
de millones en mejorar nuestra movilidad? ¿Por qué no utilizar la digitalización para celebrar vía Inter-
net las reuniones absurdas a las que los jefes de la economía se desplazan en aviones privados?
¿Cuándo entenderemos por fin que, comparado con nuestra superstición de que los problemas contem-
poráneos se pueden resolver con la ciencia y la tecnología, el peligrosísimo coronavirus es inofensivo?
Necesitamos una nueva Ilustración, todo el mundo debe recibir una educación ética para que reconoz-

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camos el enorme peligro que supone seguir a ciegas a la ciencia y a la técnica. Por supuesto que esta-
mos haciendo lo correcto al combatir el virus con todos los medios. De repente hay solidaridad y una
oleada de moralidad. Está bien que sea así, pero al mismo tiempo no debemos olvidar que en pocas
semanas hemos pasado del desdén populista hacia los expertos científicos a un estado de excepción que
un amigo de Nueva York ha calificado con acierto de "Corea del Norte cientifista".
Tenemos que reconocer que la cadena infecciosa del capitalismo global destruye nuestra naturaleza
y atonta a los ciudadanos de los Estados nacionales para que nos convirtamos en turistas profesionales
y en consumidores de bienes cuya producción causará a la larga más muertes que todos los virus juntos.
¿Por qué la solidaridad se despierta con el conocimiento médico y virológico, pero no con la conciencia
filosófica de que la única salida de la globalización suicida es un orden mundial que supere la acumula-
ción de estados nacionales enfrentados entre sí obedeciendo a una estúpida lógica económica cuantita-
tiva? Cuando pase la pandemia viral necesitaremos una pandemia metafísica, una unión de todos los
pueblos bajo el techo común del cielo del que nunca podremos evadirnos. Vivimos y seguiremos
viviendo en la tierra; somos y seguiremos siento mortales y frágiles. Convirtámonos, por tanto, en ciu-
dadanos del mundo, en cosmopolitas de una pandemia metafísica. Cualquier otra actitud nos extermi-
nará y ningún virólogo nos podrá salvar.
Markus Gabriel es filósofo alemán y autor de los ensayos Neoexistencialismo, Por qué no existe el
mundo y El sentido del pensamiento. Traducción de News Clips.

Arreglar un avión en pleno vuelo, Javier Sampedro


Cuando la irreductible aldea gala se veía acosada por las centurias romanas, todos sus pobladores
acudían al druida Panorámix en busca de una solución. El druida era el científico de aquella aldea pre-
científica, el único galo que podía preparar una pócima que dotaba a sus habitantes de una fuerza sobre-
natural capaz de doblegar al imperio. Quizá el primer druida de la historia fue Tales de Mileto, uno de
los legendarios Siete Hombres Sabios de la antigüedad, nacido durante la 39ª Olimpiada y muerto justo
en la 58ª, promotor de la unión federal de las ciudades jónicas del Egeo, matemático brillante, astró-
nomo y guía de navegantes, que al predecir el eclipse solar del 28 de mayo de 585 antes de Cristo
detuvo la guerra entre Aliates de Lidia y Ciáxares de Media. No está claro que esta historieta sea
mucho más creíble que la de Panorámix, pero resulta bonito pensarlo, ¿no es cierto?
El coronavirus nos ha hecho volver los ojos hacia la ciencia de nuevo. La ciencia habla cada día por
boca de Fernando Simón, jefe español de emergencias sanitarias, o de su homólogo al otro lado del
charco Anthony Fauci, jefe de enfermedades infecciosas de los NIH (Institutos Nacionales de la Salud
de Estados Unidos). Los Gobiernos justifican sus medidas de confinamiento en las evidencias de la
ciencia, y hacen bien. Incluso líderes tan declaradamente anticientíficos como Donald Trump se están
viendo forzados a pasar por el aro de la racionalidad, pese a los evidentes y graves daños a la economía
que eso supone.

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Las mayores esperanzas de dirigentes y ciudadanos están depositadas también en la ciencia. Todo el
mundo, como es lógico, reclama fármacos antivirales que curen a sus allegados, protocolos exactos que
protejan a sus niños y, por supuesto, una vacuna que detenga la pesadilla pandémica y nos permita a
todos recuperar esa vida normal que tanto detestábamos y ahora añoramos como añora un náufrago su
barril de ron. Todo esto es motivo de orgullo para los científicos. Pero ¿está la ciencia en disposición de
garantizar esos resultados urgentes que se le reclaman? Esa sí que es una buena pregunta.
Herbert Holden Thorp, químico, inventor, músico y director de Science, piensa que las expectativas
depositadas en la ciencia durante la crisis actual tienen unos cimientos endebles. Nos recuerda en un
editorial de su propia revista que la ciencia solo tiene un modo seguro de avanzar, que es hacer primero
la investigación básica, entender el problema a fondo y buscar aplicaciones basadas en ese conoci-
miento. La forma atropellada en que los investigadores están forzados a responder a esta crisis es como
tratar de arreglar un avión en pleno vuelo, o peor aún: “Como arreglar en pleno vuelo un avión del que
todavía están dibujando los planos”.

El coste de la negación, Eva Borreguero


Frente a lo que se ha venido afirmado acerca de la imprevisibilidad de esta pandemia, una especie de
mala suerte que nos habría tocado vivir, conviene recordar que esta es una crisis anunciada hace años,
desde el momento en que los casos de epidemias se incluyeron en los programas de estudios estratégi-
cos de las principales universidades. Vaticinada en octubre pasado, cuando investigadores del Center
for Strategic and International Studies informaron de que el coronavirus sería el protagonista de la
próxima epidemia global. Se sabía el qué pero no el cuándo. Hasta el pasado enero. En el instante en
que las autoridades chinas pusieron en cuarentena la provincia de Hubei y el virus se fue aproximando
a la Unión Europea. Caló vigorosamente en Irán y llegó a Italia, siguiendo una trayectoria dominó que
gradualmente recorrerá el planeta. No obstante, y a pesar de la evidencia e información disponible, el
riesgo fue negado hasta el último momento. Negado en este país por los que irresponsablemente permi-
tieron y alentaron manifestaciones multitudinarias. Tampoco se libran los dignatarios extranjeros. Boris
Johnson inicialmente afirmó que bastaba con lavarse las manos al canto de happy birthday para prote-
gerse del virus, y a Trump poco le faltó para enterarse por la prensa de la gravedad de los hechos. Final-
mente, en un sentido más generalizado, la gravedad fue también negada por aquellos que en un primer
momento desaprobaban gestualmente los amagos de evitar besos y apretones de manos, pese a que
Angela Merkel lo había dejado claro.
Este comportamiento propio del síndrome de Casandra, personaje de la mitología griega cuyas
advertencias sobre peligros inminentes eran desoídas y ridiculizadas, pone de relieve la distancia entre
lo que sabemos y lo que queremos creer. Una forma de actuar, más bien de inacción, que en parte obe-
dece al intento de evitar los costes económicos y políticos derivados de hacerlo. Ahora bien, como esta-
mos viendo, movilizarse a destiempo resulta más oneroso, en ambos sentidos, que pasar por alto las
señales de alarma.

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En la actual crisis epidemiológica encontramos un anticipo de lo que nos espera si no nos tomamos
en serio el cambio climático. Los dos fenómenos comparten, además del negacionismo, otras particula-
ridades; un modus operandis —una amenaza abstracta y difusa que en un giro sorpresivo adquiere una
tangibilidad íntima y material brutal—; o la aproximación al coste de modular los efectos.
Aún reconociendo el papel que pueda jugar la fortuna, esta, decía Maquiavelo, se asemeja a un río
enfurecido que arrasa con todo a su paso pero cuya capacidad destructiva se puede mitigar si previa-
mente se ha tomado la precaución de construir diques y defensas. El carácter disruptivo de la naturaleza
es ya un signo de nuestro tiempo. Podemos elegir entre seguir actuando conforme al negacionismo de
ayer o anticiparnos y prepararnos para el futuro que se aproxima. Ahorraremos vidas y dinero. @eva-
bor3
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El regreso del conocimiento, Antonio Muñoz Molina


Por primera vez desde que tenemos memoria las voces que prevalecen en la vida pública española
son las de personas que saben; por primera vez asistimos a la abierta celebración del conocimiento y de
la experiencia, y al protagonismo merecido y hasta ahora inédito de esos profesionales de campos
diversos cuya mezcla de máxima cualificación y de coraje civil sostiene siempre el mecanismo compli-
cado de la entera vida social. En los programas de televisión donde hasta hace nada reinaban en exclu-
siva charlistas especializados en opinar sobre cualquier cosa en cualquier momento, ahora aparecen
médicos de familia, epidemiólogos, funcionarios públicos que se enfrentan a diario a una enfermedad
que lo ha trastocado todo y que en cualquier momento puede atacarlos a ellos mismos. Cada tarde, a las
ocho, sobre las calles vacías, estalla como una tormenta súbita un aplauso dirigido no a demagogos
embusteros sino a los trabajadores de la sanidad, que hasta ayer mismo cumplían su tarea acosados por
los continuos recortes, la falta de medios, el desdén a veces agresivo de usuarios caprichosos o queji-
cas. Ahora, salvo en los reductos consabidos, no escuchamos eslóganes, ni consignas de campaña dise-
ñadas por publicistas, ni banalidades acuñadas por esa especie de gurús o aprendices de brujo que
diseñan estrategias de “comunicación” y a los que aquí también, qué remedio, ya se llama spin doctors:
engañabobos, embaucadores, vendedores de humo.
La realidad nos ha forzado a situarnos en el terreno hasta ahora muy descuidado de los hechos: los
hechos que se pueden y se deben comprobar y confirmar, para no confundirlos con delirios o mentiras;
los fenómenos que pueden ser medidos cuantitativamente, con el máximo grado de precisión posible.
Nos habíamos acostumbrado a vivir en la niebla de la opinión, de la diatriba sobre palabras, del descré-
dito de lo concreto y comprobable, incluso del abierto desdén hacia el conocimiento. El espacio público
y compartido de lo real había desaparecido en un torbellino de burbujas privadas, dentro de las cuales
cada uno, con la ayuda de una pantalla de móvil, elaboraba su propia realidad a medida, su propio uni-
verso cuyo protagonista y cuyo centro era él mismo, ella misma.

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Yo iba por la calle y me fijaba en que casi todo el mundo a mi alrededor se las arreglaba para vivir
dentro de su espacio privado, exactamente igual que si estuviera en el salón de su casa, en su dormito-
rio, hasta en su cuarto de baño: la diadema de los cascos gigantes para no oír el mundo exterior y estar
alimentado a cada momento por un hilo sonoro ajustado a sus preferencias; la mirada no en la gente
con la que te cruzas, sino en la pantalla a la que miras; la voz que habla en el mismo tono que en una
habitación cerrada, tan descuidada de los otros que era habitual asistir involuntariamente a conversacio-
nes íntimas embarazosas, a peleas, a estallidos de lágrimas.
Nos ha hecho falta una calamidad para descubrir de golpe el valor de los saberes sólidos y precisos
“Usted tiene todo el derecho del mundo a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos”,
escribió el gran senador demócrata y activista cívico Patrick Moynihan. Lo dijo antes de que un porta-
voz de Donald Trump acuñara el término “hechos alternativos”, y de que la penuria económica de los
medios de comunicación los llevara a alimentarse de opiniones más que de hechos, ya que siempre será
mucho más caro, más trabajoso y hasta más arriesgado investigar un hecho que emitir una opinión. Se
suma a esto una difusa hostilidad colectiva, que los medios alientan, hacia todo lo que parezca dema-
siado serio, pesado, poco lúdico. El entrevistador no disimula su impaciencia ante el invitado que suena
premioso en cuanto se esfuerza en una explicación. Lo interrumpe: “Dame un titular”. Investigar con
rigor y explicar con claridad requiere conocimiento y experiencia, que es el conocimiento más pro-
fundo que solo se obtiene con el tiempo y la práctica: son las cualidades necesarias para ejercer una
tarea pública comprometida, desde asistir a un enfermo en una sala de urgencias a mantenerla limpia, o
conducir una ambulancia, o montar de la noche a la mañana un hospital de campaña.
Pero entre nosotros la experiencia había perdido cualquier valor y todo su prestigio, y el conoci-
miento provocaba recelo y hasta burla. Cuando todo ha de parecer ostentosamente joven y asociado a la
última novedad tecnológica, la experiencia no sirve para nada, y hasta se convierte en una desventaja
para quien la posee; cuando alguien cree que puede vivir instalado en la burbuja de su narcisismo pri-
vado o de ese otro narcisismo colectivo que son las fantasías identitarias, el conocimiento es una sus-
tancia maleable que adquiere la forma que uno desee darle, igual que su presencia personal queda
moldeada por los filtros virtuales oportunos. Y la política deja de ser el debate sobre las formas posibles
y siempre limitadas de mejorar el mundo en beneficio de la mayoría para convertirse en un teatro per-
petuo, en un espectáculo de realidad virtual, no sometido al pragmatismo ni a la cordura, una fantasma-
goría que se fortalece gracias a la ignorancia y que encubre con eficacia la cruda ambición de poder, el
abuso de los fuertes sobre los débiles, la propagación de la injusticia, el despilfarro, el robo de dinero
público.
Ni la izquierda ni la derecha tienen reparos en sustituir la historia por fábulas patrióticas o leyendas
de victimismo
En España, la guerra de la derecha contra el conocimiento es inmemorial y también es muy
moderna: combina el oscurantismo arcaico con la protección de intereses venales perfectamente con-
temporáneos, que son los mismos que impulsan en Estados Unidos la guerra abierta del Partido Repu-
blicano contra el conocimiento científico, financiada por las grandes compañías petrolíferas. La

100
derecha prefiere ocultar los hechos que perjudiquen sus intereses y sus privilegios. La izquierda des-
confía de los que parezcan no adecuarse a sus ideales, o a los intereses de los aprovechados que se dis-
frazan con ellos. La izquierda cultural se afilió hace ya muchos años a un relativismo posmoderno que
encuentra sospechosa de autoritarismo y elitismo cualquier forma de conocimiento objetivo. Ni la
izquierda ni la derecha tienen el menor reparo en sustituir el conocimiento histórico por fábulas patrió-
ticas o leyendas retrospectivas de victimismo y emancipación.
Curiosamente, en España, la izquierda y la derecha se han puesto siempre de acuerdo en echar a un
lado o arrinconar a las personas dotadas de conocimiento y experiencia en el ámbito público, y some-
terlas al control de pseudoexpertos y enchufados. Maestros y profesores de instituto llevan décadas
sometidos al flagelo de psicopedagogos y de comisarios políticos; los médicos y los enfermeros en la
sanidad pública se han visto sometidos al capricho y a la inexperiencia de presuntos expertos en gestión
o en recursos humanos cuyo único talento es el de medrar en la maraña de los cargos políticos.
Nos ha hecho falta una calamidad como la que ahora estamos sufriendo para descubrir de golpe el
valor, la urgencia, la importancia suprema del conocimiento sólido y preciso, para esforzarnos en sepa-
rar los hechos de los bulos y de la fantasmagoría y distinguir con nitidez inmediata las voces de las per-
sonas que saben de verdad, las que merecen nuestra admiración y nuestra gratitud por su heroísmo de
servidores públicos. Ahora nos da algo de vergüenza habernos acostumbrado o resignado durante tanto
tiempo al descrédito del saber, a la celebración de la impostura y la ignorancia.
Antonio Muñoz Molina es escritor.

Pandemia en tiempos de financiarización, Guillermo


Wierzba
Inmediatamente luego de que Alberto Fernández anunció el DNU por el cual se dispuso la cuaren-
tena total hasta el 31 de marzo, el Banco Central tomó medidas para expandir la capacidad prestable de
las entidades financieras. Esa expansión se instrumentará con la liberación de encajes (la parte de los
depósitos que las entidades financieras están obligadas a mantener sin prestar) para los créditos que los
bancos otorguen para los fines que el BCRA disponga, ligados a atender los efectos sobre el nivel de
actividad que las medidas de prevención provocarán. También fijó una tasa anual máxima del 24% para
esa gran masa de créditos a volcarse al sistema. Esas medidas están encuadradas dentro de la actual
Carta Orgánica de la entidad sancionada cuando Mercedes Marco del Pont conducía la entidad y el
actual presidente, Miguel Pesce, era su vice. No podrían haberse adoptado si hubiera regido la promul-
gada a principios de los ’90 por Menem-Cavallo, ni tampoco en el marco de una nueva que el gobierno
de Macri se había comprometido a establecer cuando firmó la carta de intención con el FMI.

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Matías Kulfas,Ministro deDesarrolloProductivo, anunció una resolución estableciendo precios máxi-
mos para productos esenciales, disponiendo que «las empresas que forman parte integrante de la
cadena de producción, distribución y comercialización —de aquellos bienes considerados sensible—
deberán incrementar su producción al máximo de su capacidad para satisfacer la demanda y asegurar el
acceso de todas y de todos los ciudadanos a los productos».
Ni las tasas máximas, los encajes diferenciales, los precios máximos ni tampoco la expansión credi-
ticia del 50% decidida por el BCRA son herramientas aceptadas por los economistas neoliberales ni por
los organismos de la financiarización. Tampoco la asignación específica del crédito, ni la fijación de
obligaciones cuantitativas de producción, como lo hace la resolución del ministerio de desarrollo pro-
ductivo.
Los apologetas del libre mercado detestan la actual Carta Orgánica del BCRA. Algunos de ellos que
manchan la tradición anarquista, nominándose libertarios, venían machacando por la disolución del
Banco Central, lo que no es otra cosa que quitarle al Estado su soberanía monetaria y su capacidad de
creación de crédito. También es recurrente en muchos economistas de esa vertiente la prédica de la
dolarización de la economía, extinguiendo la moneda nacional para reemplazarla por la divisa nortea-
mericana. El condimento que agregan los neoliberales y su extremo “libertario” es la violenta crítica a
la política. Su intención es la promoción de la ausencia estatal en el manejo de las políticas distributivas
y productivas.
Hoy, ante la pandemia, como ocurrió durante la crisis de 2001, frente a circunstancias que muestran,
incontrastablemente, la incapacidad del mercado de organizar la vida de la sociedad, eligen el bajo per-
fil, el silencio y/o el retiro.
Los controles de precios que fueran devaluados por el permanente discurso del dispositivo de la eco-
nomía de la financiarización articulada con el aparato mediático, muestran ser un instrumento necesario
de la política económica. Hoy por la pandemia que atravesamos, pero también lo son cuando las políti-
cas nacional populares necesitan doblegar las resistencias de grandes capitales al establecimiento de sus
definiciones productivas y distributivas para una mayor justicia social. Unas veces son necesarios para
evitar la inmoralidad de los “vivos” en momentos de emergencia, otras para lidiar con la indolencia de
los “poderosos” cuando un gobierno democrático quiere mitigar la pobreza y reducir la desigualdad.
¿Cuáles hubieran sido las posibilidades de acción con un Banco Central maniatado, o sin siquiera su
misma existencia? ¿O con un país sin moneda propia? ¿O con un gobierno sin la fuerza del Estado para
controlar los precios? ¿O sin la exigencia de utilizar la capacidad productiva sobre los que tienen la
propiedad de los medios para la producción de bienes esenciales?
Los más pragmáticos (oportunistas) de los neoliberales intentarán argüir que se trata de un hecho
exógeno, extraordinario, que requiere de un modo de funcionamiento de emergencia. No lo es. Ni las
enfermedades son ajenas a la vida habitual de las sociedades, ni las epidemias y pandemias transcurren
en sociedades sin especificidades. Tampoco la capacidad para afrontarlas son una cuestión indepen-
diente de las relaciones sociales estructuradas con un tipo determinado de desarrollo tecnológico.

102
Con el estado de conocimiento actual, con la disposición para la producción aportada por el grado de
desarrollo de la ciencia y la tecnología, con los recursos que la naturaleza dispone, el desarrollo de las
capacidades para enfrentar esta pandemia podría haber sido mucho más potente y con mayor alcance y
eficiencia. Sin embargo, el neoliberalismo y su combate contra los Estados del bienestar y otros modos
de economía social desestructuró los sistemas de salud y redujo sensiblemente sus posibilidades y efi-
ciencia. No sólo lo hizo en los países periféricos, sino que también en las naciones centrales. El predo-
minio del libre mercado y la financiarización ha sido devastador para una correcta asignación de
recursos para la salud. Las endebles infraestructuras en países europeos denotan que la pandemia del
coronavirus no se despliega sobre el género humano en abstracto, sino en una instancia determinada de
una formación económica y social: el capitalismo de la financiarización. Eso se traduce en la insufi-
ciencia de número de camas, de respiradores, de establecimientos. No sólo en su número absoluto, sino
en el número relativo por habitante comparado entre países (inclusive entre aquéllos de desarrollo no
muy dispar). Además se expresa en la presencia de sistemas de salud quebrados, tabicados entre hospi-
tales públicos, otras formas de medicina social, regímenes prepagos y medicina privada. El neolibera-
lismo desorganiza la salud.
Los intelectuales orgánicos del capital financiero no sólo cuestionaron la existencia de bancos cen-
trales y monedas propias en los países con dependencia periférica. Impugnaron la propia existencia de
los derechos humanos en su sentido positivo (de acceso, los que el Estado debe proveer). Negaron ese
carácter a los Derechos Económicos y Sociales. Confrontaron con el paradigma de la Declaración Uni-
versal de posguerra, sin haber alcanzado a sustraerlos de la institucionalidad. Pero las políticas que pre-
gonaron e impulsaron debilitaron su vigencia en la práctica. Los servicios sociales que cubren esos
derechos fueron mercantilizados. Esa mercantilización no sólo implica la eliminación de su gratuidad,
también define la posibilidad de su disposición en condiciones de igualdad, y transfiere las condiciones
de su propia producción, en su cantidad, calidad y estructura a la lógica de la ganancia. La salud y la
educación fueron degradadas en los últimos treinta años, época en que paradójicamente hubo una ver-
dadera revolución diagnóstica y de posibilidades terapéuticas. Hayek, el pensador emblemático de la
corriente neoliberal, los caracterizaba como falsos derechos, que al ser reconocidos como tales pon-
drían en peligro a los que él reconocía como únicos verdaderos derechos, los civiles de tradición liberal
(que incluían el de propiedad) y los políticos con una lógica restrictiva.
Siendo las pandemias una cuestión de la medicina social, las deficiencias frente al coronavirus,
manifiestas en la desesperada necesidad de “achatar” la curva de concentración de casos, indican hasta
qué punto el acontecimiento actual no sólo es una catástrofe adjudicable a la relación del hombre con la
naturaleza, sino también a la naturaleza de su organización social. A la financiarización.
En la crisis mundial sanitaria que hoy vivimos han resurgido por parte de los gobiernos, de las orga-
nizaciones políticas, de referentes sociales, los llamados a la solidaridad y a la responsabilidad social.
El lazo social, el cuidado propio unido al cuidado del otro. La noción de una vida compartida. La nece-
sidad de interrumpir la vorágine consumista. Esta lógica comunitaria se une a la reaparición de una
irremplazable presencia estatal en roles sociales y económicos. Mientras se trazan estas abruptas modi-

103
ficaciones culturales, los mercados se derrumban, los incentivos de éstos a la producción se despeda-
zan, incapaces de organizar nada emergen como espacios anárquicos donde el pánico inversor se des-
pliega. Impotente, el régimen de la financiarización relegará su dinámica autorregulatoria por un
tiempo, para que la sociedad se haga cargo en su conjunto de un drama cuya solución no se compadece
con ninguna de sus lógicas. Es que el hombre solidario no es una categoría de su reino.
La de su reino es que, como Casparrino señala en su tesis de maestría defendida esta semana en
FLACSO, La relación entre Economía y Derechos Humanos. Acumulación, hegemonía y genocidio,
“(el) consumidor racional es el soberano absoluto en la representación neoclásica de la sociedad…
constituye el centro de la teorización del agente económico… Las inversiones y distribución de recur-
sos están marcados por sus gustos y elecciones racionales… Esta hipotética ilusión de soberanía
supone, junto con la anulación de la concepción de clases basada en el conflicto por la distribución del
excedente de los clásicos, un borramiento del poder económico, que sucumbe ante este sujeto… el
agente representativo neoclásico (neoliberal), ya sea en su función de consumidor como de propietario
indiscriminado de un factor productivo, se constituye no sólo en una caracterización de comporta-
miento de los sujetos del proceso económico. Representa el punto de apoyo de una modelización social
exenta de ejercicio de poder económico y de contradicciones que deban ser gestionadas por actores o
lógicas extraeconómicas, bajo la égida de un sujeto que transforma la soberanía política en la soberanía
del consumidor”.
La anulación de la sociedad como un ámbito de contradicciones, que no sólo suprime la clase social,
sino también la categoría de pueblo, implica componer la vida actual a partir de la relación del indivi-
duo con las cosas, y lo social por la simple sumatoria de las relaciones que cada individuo sostiene con
el mundo de los objetos, sobre la base de sus deseos. La necesidad como concepto resulta suprimida,
las necesidades de los sectores populares no es su problemática. Como dice Wendy Brown, los deseos o
necesidades humanas se convierten en una empresa rentable, desde la preparación para ingresar a las
universidades hasta los trasplantes de órganos, desde las adopciones hasta los derechos de contamina-
ción. Hasta arribar al punto máximo de la financiarización de todo. ¿Qué comportamiento solidario
puede transcurrir en esta arquitectura de lo social? Brown en El pueblo sin atributos sostiene que la
“interpretación del homo economicus como capital humano no sólo deja atrás de sí la de homo políti-
cus, sino la del humanismo mismo”. Las ideas de igualdad y libertad mutan del espacio de lo político al
de lo económico, siendo sustraídas a la democracia para ser entregadas al mercado. La igualdad
deviene en desigualdad y la inclusión se transforma en desregulación mercantil.
Estas sociedades desintegradas —organizadas en el paradigma expuesto—, con capacidades produc-
tivas abundantes pero pésimamente asignadas, con Estados debilitados a favor de los intereses corpora-
tivos, han recibido el impacto de la pandemia. Asociar los dolores y devastaciones sólo a una guerra
con un enemigo inesperado emergente de la naturaleza indómita, omite los fuertes ingredientes socio-
económicos que han condicionado y limitado la posibilidad de enfrentarla con todas las potencialidades

104
que la Humanidad hoy tiene. Tanto en la atención y cura médica, como en la contención y remediación
de las graves y dolorosas consecuencias económicas y sociales que provoca en el presente y legará para
el futuro.
Cristina Fernández, en la carta que escribió previamente a su regreso de Cuba, expresa que “(la)
salud… en tiempos de pandemias con ribetes bíblicos, vuelve a ser un bien comunitario que exige de
todos y todas, solidaridad, humanismo y, sobre todo, compromiso social”.
Un verdadero programa que recupera a la salud como un bien y derecho social. Cuando superemos
la pandemia, empezando ya ahora, habrá que emprender el camino de desmercantilizar y desfinanciari-
zar sustancialmente el sistema de salud. No solamente en la Argentina. Es una tarea para la Humanidad.
La lógica individualista, de Estado ausente y poder en manos del capital financiero desarticuló muchas
posibilidades para enfrentar el coronavirus con todas las (y mejores) armas.

¿Regresa el estado de bienestar? Miguel Fernández


Pastor
En el alocado fragor de información sobre el coronavirus, un noticiero pasó un video de un médico
de guardia de un hospital de España donde se ve al profesional notablemente ofuscado y diciendo ante
la cámara que el único remedio contra el coronavirus es una pastilla de solidaridad, y que si eso no
alcanza, un supositorio de solidaridad. Lo que pretende decir es algo muy sencillo: si cada uno de noso-
tros simplemente hace lo que corresponde no habría pandemia, así de simple.
En nuestro país fuimos testigos de algunas actitudes patéticas: un empresario de Entre Ríos que baja
de un avión proveniente de una zona de riesgo y se va a una fiesta de casamiento con 400 personas
invitadas, o un súper macho que muele a golpes a un vigilador que le pide que respete la cuarentena,
hay muchos ejemplos más, tanto es así que más de 300 casos tuvieron que terminar con consigna poli-
cial en la puerta de su hogar para que cumplan la cuarentena. También están los bribones de siempre,
que quieren hacer negocio con la necesidad ajena y los que corren al supermercado a comprarse hasta
lo que no necesitan, sin pensar que quien viene atrás puede necesitar esos productos y que su codicia se
lo impide. Un buen ejemplo fue lo que ocurrió en la Ciudad de Buenos Aires donde se agotó el papel
higiénico (!) ¿Qué pensarán hacer con él?
Ni hablar del desprecio de la inefable Laura Alonso, que en un tweett publicó “Qué suerte que el
capitán Beto y su liga de justicieros nos salvarán de las pandemias y de las deudas! Al infinito y más
allá!”. Lo que denota el mensaje es un desprecio por el resto de los miles de trabajadores de todo tipo
que están poniendo todo para que el resto de los que vivimos en la Argentina podamos sobreponernos a
la pesadilla que vive el mundo. En el fondo de cada una de estas expresiones y actitudes, lo que tra-
sunta es un desprecio por el otro, por el prójimo, por el próximo, y eso es la antítesis de la solidaridad.

105
Claro que por suerte hay millones de ejemplos anónimos que llenan el corazón por la entrega, por el
esfuerzo, por el amor que ponen en cada acción. Desde los incansables trabajadores de la salud, hasta
los que diariamente recogen la basura, ambos poniendo el cuerpo a riesgo de ser ellos mismos conta-
giados para que todos podamos sobrellevar el encierro lo mejor posible. También vimos que al menos
mientras dure la pandemia todas las fuerzas políticas comprometieron su esfuerzo para ayudar y funda-
mentalmente acompañar incondicionalmente las medidas que tome el gobierno. Eso es solidaridad.
Como dice Jorge Luis Borges en Los justos: “Esas personas, que se ignoran, están salvando el
mundo…”
La reivindicación del Estado
Pero una de las cosas más notables que ocurrieron en los últimos días fue la reivindicación del
Estado, incluso por aquellos que hasta no hace mucho tiempo renegaban del él. Hasta los neoliberales
recalcitrantes solicitaban que el estado aporte soluciones. Cuando se habla de “soluciones” lo que se
quiere decir es “políticas activas” y de ellas el gobierno de Alberto Fernández no ha escatimado, más
allá de que alguno, quizás, piense que alguna medida esta de más o que falta alguna otra. La imagen del
presidente acompañado por el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y del Gobernador de la
Provincia de Buenos Aires brindando información y apoyo, el desfile de sus ministros por los medios
de comunicación informando medidas de toda naturaleza, vinculadas a cuestiones sanitarias como la
forma de cuidarse del contagio o qué hacer ante la presencia de síntomas, sino también cómo cubrir las
necesidades básicas de aquellos que, por el freno de la actividad económica, se quedan sin sustento
económico, dando cuenta de una fuerte inversión pública para que cuando termine este flagelo se pueda
comenzar rápidamente la reactivación.
Quizás lo más importante que nos dejará como aprendizaje la pandemia es que todas las estupideces
que por años escuchamos de boca de los neoliberales de toda laya sobre el ajuste fiscal, la meritocracia,
los emprendedores, etc., se han caído a pedazos. Hasta el FMI le pide a los estados que incrementen el
gasto público. La Reserva Federal de Estados Unidos de Norteamérica emitió, en un día, dólares equi-
valentes al PBI de la Argentina. La Francia de Macron – que hace muy poco tiempo hacía gala de la
búsqueda del equilibrio fiscal -, tiró el discurso por la ventana y habló de emitir euros como nunca lo
había hecho, incluso reivindicó al Estado y aunque parezca insólito se volvió a hablar de “estado de
bienestar”. Es importante que el mundo comience a repensar la economía e inste a abandonar la dicta-
dura financiera reemplazándola por un mundo con estados fuertes, solidarios, que distribuyan adecua-
damente la riqueza, que entiendan que la economía es una ciencia social destinada a mejorar la vida de
las personas del común y no para la acumulación frenética de dinero en pocas manos que esquilman a
los más débiles. Pero también sería necesario que se hiciera una autocrítica de porqué se abandonó el
estado de bienestar.
Idólatras en retirada
En nuestro país, pasó algo similar, de golpe los condenadores de los planes sociales desaparecieron
de las pantallas de televisión como por arte de magia. Los que no hace mucho tiempo idolatraban al
neoliberalismo ahora sin ruborizarse ponderan las medidas de contención dictadas por el gobierno.

106
Claro que es bueno que hoy piensen distinto y valoren las políticas sociales, pero también sería bueno y
necesario que reflexionen respecto de cual sería la situación social actual, donde se pretende que la
gente se quede en sus casas, si no hubiéramos tenido los 12 años de kirchnerismo con:
Plan de inclusión jubilatoria que incorporó a 3,5 millones de personas al sistema previsional. En
diciembre de 2004 la Argentina contaba con 1.654.749 jubilados, mientras que en diciembre de 2015 se
registraban 4.986.497 jubilados, 1.615.530 pensionados, alcanzando con el resto de los regímenes
nacionales 8.476.326 beneficios previsionales.
La Asignación Universal por Hijo, que dio cobertura a 4 millones de niños y niñas
El millón de pensiones por discapacidad
Los 500 mil planes sociales
¿De qué viviría esa gente si no tuvieran ese sustento, al obligarlos a quedarse resguardados en sus
casas? No habría policía ni ejercito que pudiera contenerlos, el desastre humanitario sería inimaginable.
Resulta oportuno reflexionar también qué hubiera pasado si esta crisis se hubiera producido durante
el gobierno anterior, con la administración de la salud degradada a secretaría, con una gobernadora de
Buenos Aires que se enorgullecía de no abrir más hospitales (aunque estén casi terminados), con un
PAMI casi sin servicios, con un beneficio previsional mínimo que no cubría las necesidades mas bási-
cas, con empresas de servicios que no solo aumentaban desmesuradamente las tarifas sino que cortaban
los servicios públicos ante cualquier atraso, con los precios de los medicamentos sin control alguno.
Mirar las medidas y actitudes del presidente Bolsonaro en el país hermano de Brasil nos puede dar una
idea de lo que hubiera pasado.
Pero el destino quiso que esta pandemia ocurriera cuando el gobierno de Alberto Fernández no había
cumplido ni noventa días gestión, y en esos pocos días ya la salud era nuevamente Ministerio y a cargo
de un experimentado ministro como Gines González García, quien rápidamente le puso freno al incre-
mento desmesurado del precio de los medicamentos, implementó el plan Remediar y con la urgencia
del caso puso en marcha un plan de contingencia. Me interesa destacar es que toda la batería de medi-
das de contención social pivoteó en las políticas sociales: se duplicó la AUH, se otorgó un nuevo bono
de $3.000 para aquellos que cobran un solo haber mínimo y planes sociales, se extendió la tarjeta ali-
mentaria, se implemento el otorgamiento de medicamentos gratuitos para jubilados y pensionados.
Hacia un estado de justicia
Las crisis ponen de manifiesto la importancia del rol del Estado, ya que siempre se recurre al él para
equilibrar la situación y se le exigen acciones concretas que ayuden a superar los efectos nocivos de las
mismas. Y ahí se toma conciencia de dotar de potencia al Estado y no caer en la tentación de propender
al estado bobo que pretende el neoliberalismo, sino desarrollar el estado proactivo que impulsa el desa-
rrollo, interviene equilibrando asimetrías, promueve la equidad, genera desarrollo científico, todo ello
en búsqueda del bienestar general. A ese estado, hasta la caída del muro de Berlín, le llamábamos
estado de bienestar, concepto que ha ido evolucionando desde ese momento hasta ahora y que, según la

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politóloga y filosofa española Adela Cortina, debe recrearse en un estado de justicia donde es deber
intransferible del estado el asegurar universalmente los mínimos de justicia, no intentar arrebatar a los
ciudadanos su opción por la solidaridad y satisfacer los derechos básicos.
Ese estado activo se manifiesta , por ejemplo, en la repatriación que heroicamente está llevando ade-
lante nuestra línea aérea de bandera. Recordemos que Aerolíneas Argentinas fue privatizada, luego
reestatizada por el kirchnerismo, siempre vilipendiada por los mercenarios del neoliberalismo e inten-
tada quebrar por el macrismo. Sin embargo, se repuso y hoy nos enorgullece su accionar en la búsqueda
de argentinos varados en el mundo. Son lecciones que tenemos que aprender y aprehender, para noso-
tros y para nuestros descendientes.
No hay sociedad sin solidaridad, puede ser que un espejismo nos haga creer que alguien puede sal-
varse solo, pero no es así, en ese camino solo sobreviven unos pocos. Los pueblos que se desarrollaron
armónicamente son aquellos que fueron implacables con el egoísmo, los que no pretenden ser un impe-
rio a costa de los vecinos, sino aquellos que solo aspiran a potenciar las capacidades de su pueblo y ser
felices.
Echemos una mirada de lo que pasa en aquellos países hermanos donde la meritocracia, la desigual-
dad y el egoísmo son gobierno, veamos la crisis en que se encuentran hace meses los hermanos chile-
nos, miremos la locura en que esta inmersa Colombia y por supuesto, el particular presidente brasileño,
de manera de sacar en limpio una experiencia de aprendizaje: el neoliberalismo mata. Mata por insoli-
dario, por falta de empatía y por egoísmo.
Esta crisis puede ser una enorme oportunidad para los que habitamos el suelo argentino ya que tene-
mos un gobierno que se puso al frente de la crisis, no quiere decir que sea infalible porque la realidad
cambia de un momento a otro, pero hay algo que sabemos: contamos con un gobierno presente y atento
a las necesidades, que las personas sienten cercano y empático. Algunos compatriotas debemos cumplir
la consigna de resguardarnos del contacto social para cuidarnos y no agravar la situación. Y muchos
otros argentinos le deben poner el pecho a enfermedad para que nosotros podamos cuidarnos. Tenemos
que entender que a la Argentina no le sobra nadie, todos somos importantes. En definitiva, ser solida-
rios es hacer lo que corresponde en beneficio de todos, lo que obviamente nos incluye.
Finalmente, los argentinos tenemos la obligación de construir una cultura de la solidaridad social
que destierre el egoísmo de los sectores poderosos que, en el marco de la crisis, no están dispuestos a
aportar, sino todo lo contrario, a especular con el precio del alcohol en gel o los barbijos, a los ruralistas
que por el 3% de retenciones no dudaron en hacer un paro en medio de la pandemia, a los jueces que se
resisten a perder sus privilegios, a los grupos financieros que intentan llevarse hasta el pan de un niño
en un comedor escolar, a los que se creen superiores porque tienen dinero. Tenemos que educar en
valores, el valor de la solidaridad, y así construir una sociedad inclusiva, equitativa, justa y solidaria.
Ese es el desafío.

108
Pandemia y política, Mario de Casas
Hechos
Ya nada será igual desde que el jabón pasó a ser el arma defensiva más importante, más que los
misiles y que la “capacidad disuasiva” del armamento atómico, y las casas un refugio más seguro que
los antiaéreos.
El avance del coronavirus ha provocado situaciones trágicas que conmueven al mundo, por eso
mismo la pandemia podría tener una efectividad tal para fisurar el andamiaje ideológico de la actual
fase del capitalismo —más conocida como neoliberalismo—, que provocaría la envidia de quienes dia-
riamente lo enfrentamos en la arena de la llamada batalla cultural.
La necesidad de contar con sistemas de salud pública solventes, el control de fronteras, la suspen-
sión de clases, las cuarentenas, otras restricciones y medidas de comprobada eficacia para prevenir,
mitigar y superar el ataque del virus, implican una impugnación categórica de muletillas que se han
repetido sin cesar hasta instalarse como dogmas en amplios sectores de la población, que forman parte
de la cultura popular y que han servido para justificar políticas que benefician a poques y hunden en la
miseria a muches. Cada uno de los factores señalados y el largo etcétera que se puede agregar implican,
entre otras cosas, la importancia del Estado-nación, la reivindicación de una cultura de la solidaridad
social y un cuestionamiento a la libertad tal como la concibe el liberalismo político.
Por otra parte, el obligado aislamiento que ha impuesto el coronavirus permite ver hasta qué punto el
neoliberalismo ha invadido materialmente cierto tipo de relaciones sociales; cuestión que debería des-
pertar conciencias a los efectos de asumir que el espacio-tiempo comunitario es un territorio en disputa
y así, por ejemplo, generar regulaciones que reduzcan —cuanto menos— los altos niveles de explota-
ción de les trabajadores que allí se desempeñan.
Estado, libertad e interés general
La necesidad de controlar el avance de la pandemia ha desafiado la concepción liberal de la libertad,
esa idea de que la libertad no debe limitarse. La realidad ha obligado a contradecirla a gobiernos que —
implícita o explícitamente— se reivindican como neoliberales, particularmente aquellos que suponen
que la libertad es sinónimo de apertura, de libre circulación de mercancías y capitales, esa fiesta con
música para los oídos de especuladores como George Soros y provecho de las corporaciones multina-
cionales, que en tales condiciones pueden superexplotar a les trabajadores de los países periféricos;
Soros predica la desaparición de las fronteras y, por lo tanto, de los Estados.
Un ejemplo es el giro de 180 grados del Presidente francés Emmanuel Macron, quien hasta hace
pocos días denunciaba la “lepra nacionalista” asociándola a los “horrores del populismo”, y —más allá
del significado que a estos términos se den en Europa y de sus destinatarios en Francia— ahora Macron
canta loas a la Nación, marco legítimo por antonomasia de las movilizaciones colectivas. El Presidente

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de Francia no tiene la coherencia de Macri, para quien “el populismo es más peligroso que el coronavi-
rus”. Aunque contrafáctico, es interesante el ejercicio de imaginar qué hubiese pasado si el coronavirus
aparecía aquí antes del 10 de diciembre pasado.
Los que han intentado resistir —aunque poco a poco han debido ceder— son los Estados anglosajo-
nes, que históricamente han sostenido dentro de sus fronteras que la libertad no puede tener límites,
manifestación de una cultura que además cuestiona la noción de interés general, esencial en situaciones
como la que estamos viviendo. En el Reino Unido, el Primer Ministro Boris Johnson tiene dificultades
para imponer medidas necesarias ante la realidad sanitaria, porque ciertas medidas son autoritarias para
los británicos y sólo se las admite en caso de guerra. En Estados Unidos, Trump no puede decretar el
confinamiento de la población para todo el territorio nacional por ser esta una prerrogativa exclusiva de
los diferentes Estados que conforman la Unión. Así se ve obligado a forzar textos de algunas leyes,
como la famosa Stafford Disaster Relief and Emergency Assistance Act.
En cambio el gobierno argentino, que está procediendo con decisiones firmes, oportunas y alto sen-
tido de responsabilidad, ha dispuesto y está implementando medidas en distintos frentes con el doble
propósito de prevenir la expansión del virus y morigerar las consecuencias no deseadas de esas medi-
das. En particular, ha decretado restricciones en el funcionamiento de ciertas actividades que constitu-
yen límites a la llamada libertad económica: el caso de restaurantes, por ejemplo.
Otro aspecto central en la contención de la pandemia es el relacionado con la información. Internet
es a la información lo que los aviones son a las cosas: un acelerador que permite que todo demore
menos y llegue más lejos, con la singularidad de que nosotros mismos somos generadores y difusores
de contenidos vía redes sociales; asimismo, si consideramos que las noticias falsas llegan más rápido y
más lejos que las verdaderas —tal vez porque son más impactantes— y que son una especialidad de los
grandes medios comerciales, se comprende que la desinformación es otra pandemia de la que nos debe-
mos defender.
En este contexto, la confianza recientemente recuperada en la palabra pública estatal juega en nues-
tro país un rol fundamental en la lucha contra el Covid-19, no sólo en cuanto a lo que se debe y lo que
no se debe hacer, sino también porque una gran diferencia entre el coronavirus y otras muchas epide-
mias que cambiaron el curso de la historia reside, precisamente, en la capacidad que hoy existe de vira-
lizar el miedo y el desconcierto en un mundo en el que se multiplican las vulnerabilidades por la
intercomunicación física y comunicativa. Y, como no podía ser de otra manera, la situación ha sido
aprovechada por la derecha: si en Europa la crisis está pasando factura a la lenta reacción comunitaria,
la respuesta inmediata de la extrema derecha en Francia, Alemania e Italia ha sido reclamar la introduc-
ción de controles más estrictos respecto de los extranjeros, vinculando la inmigración con amenazas
sanitarias; se trata de agitar el miedo, de alimentar la idea de amenaza exterior. Entre nosotros, la oposi-
ción se ha puesto a la altura de las circunstancias, pero no habría que descartar la aparición de les Bull-
rich y les Pichetto con sus conocidas recetas.
En síntesis, la lucha contra el coronavirus:

110
Está mostrando con una contundencia inédita que el mercado es inoperante en situaciones críticas
y que se requiere un Estado con recursos y autoridad para afrontarlas.
Nos está recordando que el Estado está ahí para proteger a sus ciudadanos y que el interés general
puede justificar la imposición de límites a cualquier actividad humana.
Está llamando a los bien intencionados devotos del liberalismo político a comprender que sin
Estado “el hombre es el lobo del hombre”, como sostuvo el filósofo británico Thomas Hobbes (1588–
1679), en franca contradicción con lo que, después de la experiencia con Oliver Cromwell (1599–
1658), pasó a ser una tradición de su pueblo.
Nos está diciendo que la cultura del sálvese quien pueda es algo más que moralmente inadmisible:
es suicida.
Otro virus se expande sin cesar
Las transitorias distancias que nos vemos obligades a guardar con les otres, inducen a recurrir a
prestaciones y servicios que no todes utilizamos en tiempos normales, y contribuyen así a visualizar la
invasión por el gran capital de un espacio-tiempo donde se dan relaciones sociales de cooperación entre
miembros de la sociedad. Me refiero al rol que juegan las llamadas plataformas, como Uber, Pedidos
Ya o Rappi, que se publicitan con frases del tipo “hacemos tu vida más fácil”. Cuando les que tenemos
algunos años éramos jóvenes, el almacenero de la esquina nos enviaba —si era necesario— la mercade-
ría con un cadete que, en muchos casos, era él mismo o un empleado que tenía un salario y proteccio-
nes laborales; ahora se llama al delivery, a esos chicos que arriesgan su vida en motos o bicicletas para
hacer un reparto más. O llamábamos el taxi a la parada, ahora se llama a Uber.
No se trata de algo enteramente nuevo, este tipo de relaciones ha existido siempre. Lo nuevo es la
importancia y el papel fundamental que tal esfera tiene ahora tanto para la supervivencia del capita-
lismo como de los sectores populares. En las actuales condiciones se ha convertido en un nuevo campo
de lucha por los derechos sociales, en cuyo interior se produce la tensión entre las relaciones de coope-
ración por un lado, y las de extracción corporativa por otro; tanto es así que no es exagerado afirmar
que una de las grandes batallas entre capitalismo y sociedad que se dará a corto plazo será por el con-
trol de ese ámbito, como se deduce de la importancia que tiene para les unes y les otres.
La centralidad que reviste para les pobres y capas medias se puede apreciar si se tiene en cuenta que
en los años neoliberales las prestaciones y servicios sociales dejaron de ser cubiertos por el Estado en
forma de salario indirecto: en la actualidad se cubren individualmente en el mercado o mediante formas
de cooperación en el espacio comunitario. Un retroceso que nos transportó a fines del siglo XIX y prin-
cipios del XX.
Son diversas las experiencias con las que la población ha compensado el aumento del riesgo social,
fruto del desmantelamiento de lo público y el avance de la mercantilización, mediante la creación de
redes de solidaridad. Así han aparecido o se han recuperado distintas formas de integración: grupos de
crianza compartida conformados por distintas familias con la idea de cooperar para conciliar la vida

111
personal y laboral, acompañando a las criaturas durante las horas de trabajo; cooperativas de vivienda;
cooperativas de consumo que hacen pedidos conjuntos; bancos de libros y material escolar organizados
por asociaciones de madres y padres ; intercambio de bienes, de servicios o de conocimientos; coopera-
ción para administrar redes de servicios públicos; etc.
Sin embargo, estas experiencias están todavía lejos de aquellas sociedades de socorros mutuos del
siglo pasado, fuertemente incrustadas en las relaciones sociales de los sectores populares, que funciona-
ban como espacios de auto-organización y daban a los obreros, entre otros beneficios, cobertura frente
a enfermedades, el desempleo o gastos ligados al fallecimiento.
Actualmente, los nuevos territorios comunitarios son mucho más reducidos y están integrados tam-
bién por segmentos de las capas medias con tiempo y necesidades materiales cubiertas, con relaciones
y capacidad para experimentar e intervenir en su entorno.
Para comprender la importancia fundamental que tienen estos espacios para el gran capital es nece-
sario hacer un repaso de la evolución del capitalismo durante las últimas décadas. En Por otro Nunca
Más expliqué la transformación consumada desde el fordismo a la financiarización, y mostré cómo el
sector financiero había pasado a ser por sí mismo objeto de inversión, ganancia y acumulación a través
de la especulación, al margen de la economía física. Así, el capitalismo se enfrentó a una contradicción
sistémica porque el paso de la economía real a la economía ingrávida lo desposeyó de uno de los prin-
cipales elementos para el proceso de acumulación: los medios de producción o su capacidad de conver-
tir el dinero en capital.
¿Cómo generar, entonces, beneficios sin capital?
Durante la década del 2000 se hizo principalmente mediante la actividad especulativa, pero este
mecanismo quedó averiado cuando en 2008 estallaron las llamadas burbujas. A partir de ese momento
surgió el capitalismo de las apps, de las aplicaciones o plataformas. Esta modalidad es la que lleva a
cabo una apropiación del espacio comunitario insertando los procesos extractivos en el seno de las inte-
racciones sociales que ahí tienen lugar; es decir, succiona valor en áreas de nuestras vidas que hasta
hace muy poco no estaban mercantilizadas. Es a lo que se dedican multinacionales como Deliveroo,
BlaBlaCar, Car2Go, Uber, etc., etc.
Concretamente, el capitalismo de aplicaciones o economía de colaboración corporativa o extractiva
opera en dos movimientos:
traslada diversas relaciones humanas de la vida cotidiana de las personas —intercambio de hospe-
daje entre amigues que viajan con destinos cruzados, hacer un encargo, etc.— desde la realidad geográ-
fica a la realidad virtual, de manera que estas relaciones de cooperación entre personas quedan
mediadas por redes virtuales controladas por poderosas empresas transnacionales.
trasladadas las relaciones a la red, las corporaciones cambian los términos y las condiciones de las
experiencias de cooperación tradicionales entre personas: transforman relaciones sociales en relaciones
pecuniarias, las mercantilizan o convierten en una relación comercial.

112
De esta manera se extrae riqueza sin necesidad de poseer medios físicos de producción. Las nuevas
multinacionales han substituido el viejo modo de producción industrial y el trabajador asalariado que le
era propio por un modo de producción ciudadano y el crowdworkers (trabajador multitud), típicos de la
nueva economía inmaterial. Convierte a les ciudadanes en agentes económicos a escala reducida, capa-
ces de generar intercambios directos con otres ciudadanes, de los que las corporaciones extraen valor
pecuniario.
Se comprende que el espacio comunitario de cooperación tenga fundamental importancia para el
capitalismo en su fase actual: es uno de los pocos ámbitos en los que puede succionar beneficios en
tiempos de la economía inmaterial.
Se aprecia entonces que otra consecuencia de la lucha contra el coronavirus sea la de producir una
mayor visibilidad de la expansión de otro virus, cuya singularidad está dada por cuanto, a diferencia del
Covid-19, es selectivo: sus presas se concentran en los sectores populares.

Todo un palo, Enrique Aschieri


La naturaleza global y la duración desconocida (o en todo caso hoy en pleno estudio) son rasgos
característicos de la pandemia desatada por el Covid-19 y también de la crisis económica que encendió.
Hay rasgos de ambas pesadillas que son compartidos con experiencias anteriores. La gripe española de
fines de la segunda década del siglo pasado y el shock petrolero de 1973 están en los libros de historia.
La debacle financiera de 2008 es parte de la conversación cotidiana. Los tres episodios fueron globales.
En el plano económico, la diferencia del hoy con el ayer es que hasta el momento no se produjo una
respuesta conjunta tipo G20 como en 2008. Claro que ahora lo que está cuestionado es el propio pro-
ceso de globalización (cualquiera sea lo que se entiende por ello), cuya permanencia a flote era la razón
de ser del dinamismo —por ahora en punto muerto— del G20.
Quizás sea por eso que en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias norteamericana se sintie-
ron obligados a publicar el lunes un estudio en el que se predice lo que sucedería en un conflicto entre
los rivales geopolíticos India y Pakistán; esto es una guerra nuclear que sería más limitada y más proba-
ble que a gran escala. El estudio sostiene que esa guerra nuclear acotada tendría consecuencias proba-
blemente peores de lo que se podrían haber imaginado, puesto que provocaría un enfriamiento global y
una escasez de alimentos en todo el planeta que eclipsaría las peores hambrunas en la historia docu-
mentada. Es como si al regusto amargo de estos días no le alcanzara con haber sido generado por el
Covid-19 y la crisis económica y necesitara convocar al fantasma de Herman Kahn, el intelectual de la
Guerra Fría, autor del ensayo Sobre la Guerra Termonuclear, en el que consideraba todas las facetas del
desastre atómico: cómo evitarlo, cómo ganar y cómo reconstruir la civilización después. Sirvió de ins-
piración para el personaje Dr. Strangelove de Stanley Kubrick. A la bomba, nunca vamos a aprender a
amarla.
Herman Kahn y el Doctor Strangelove.

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Lo cierto es que en el final tan triste de todo esto cada quien llorará sus muertos, pero para el con-
junto de ahora en más la cuestión es sacar adelante un sistema capitalista que promete daños severos si
no se acierta a correr rápido y seguro en la dirección correcta. Por lo pronto, en la trama de los acreedo-
res de la deuda externa argentina es opinión compartida que se está pisando el umbral de una depresión
económica diferente a cualquier otra que el mundo haya visto en largo tiempo. Los economistas del
Deutsche Bank sopesan en un estudio de la coyuntura que habrá una «severa recesión global que ocu-
rrirá en la primera mitad de 2020 […] las disminuciones trimestrales en el crecimiento del PIB que
anticipamos superan sustancialmente todo lo registrado anteriormente, al menos desde la Segunda Gue-
rra Mundial». En una comunicación a sus clientes fechada el 18/03/2020, titulada: «El día en que la
Tierra se detuvo», JPMorgan, tras afirmar que hay signos inequívocos de que la expansión global más
larga registrada llegó a su final, prevé que el PIB mundial se contraiga por dos trimestres consecutivos
a (-1,1%) para el año, incluida una contracción durante el segundo trimestre de (-14%) en los Estados
Unidos y del (-22%) en la zona euro.
El oso (mercados en baja) suplanta al toro (mercados en alza).
Los dos bancos proyectan estos datos paupérrimos asumiendo que tienen pleno éxito los gobiernos
que implementan programas de estímulo fiscal masivos y que se contuvo el brote. Similares análisis se
constatan en la lectura de una muestra de otros informes de grandes corporaciones financieras bancarias
y no bancarias, lo que sugiere que esa es la visión que corre en el sector. Mientras tanto, la flor y nata
del sector (banqueros, operadores bursátiles y financieros) están buscando vender todo lo que pueda ser
vendido de su cartera para aumentar las posiciones de efectivo y prepararse para lo peor. El miércoles,
por ejemplo, el oro cayó un 3% y los bonos más seguros del mundo, los de los gobiernos de los Estados
Unidos y de Alemania, estaban ofrecidos a pesar de una caída del 5% en el S&P 500 y de que el precio
del barril de crudo colapsara 14% y lo dejara en menos de 22 dólares. El dólar billete se sigue reva-
luando en el mundo a gran velocidad.
Puesto que el capitalismo es la economía basada en la actividad de productores privados recíproca-
mente independientes que persiguen fines de lucro, y no en una planificación colectiva, los accionistas
de una empresa o de un banco no se preocupan por saber si la generalización de su comportamiento es
lo que realmente origina el riesgo, sino si individualmente es probable que ganen o que pierdan con una
operación. Entonces, cuando una debacle financiera se presenta, lo recomendable no es mantener los
fondos fluyendo para evitarla, sino retirarlos para afrontar el menor costo posible de una caída.
Minsky
Formarse un criterio de cómo pueden estar yendo las cosas en el ámbito de la salida de la crisis eco-
nómica global y dentro de ella la propia, remite a palpar las razones por las cuáles –más allá de las
inmediatas y evidentes— un choque exógeno como el virus pegó tan hondo en la economía. La crisis
no es otra cosa que un proceso acumulativo en el cual un impulso primario autónomo, en lugar de crear
efectos secundarios que lo anulen, produce efectos secundarios que lo amplifican. En el sistema de eco-
nomía de mercado la crisis se traduce por la existencia simultánea de una sobreproducción con respecto

114
a la demanda efectiva y una subproducción con respecto a la potencial; siendo la segunda consecuencia
de la primera. Esta subproducción constituye la dimensión única de la crisis, porque es la medida
exclusiva de la pérdida económica que resulta.
En el espectro del análisis económico heterodoxo argentino, la explicación aceptada mayoritaria de
la crisis está asociada a las ideas del economista norteamericano Hyman Minsky (1919-1996) y una
muy minoritaria a la del economista greco francés Arghiri Emmanuel (1911-2001).
Hyman Minsky.
Se ha tendido a adoptar las posturas de Hyman Minsky para explicar las debacles del capitalismo
como un fenómeno meramente financiero. Minsky sostiene que las ganancias equivalen al gasto reali-
zado en la formación de capital. Lo cual es falso, puesto que las ganancias se realizan en cualquier
forma de consumo, productivo o improductivo, y la incertidumbre enfrentada por los capitalistas con-
siste en su realización como ingreso efectivo. Sobre esta base, Minsky concluye que debe prestársele
atención a la forma en la cual los banqueros y hombres de negocios toman sus decisiones, aduciendo
que estas serán más arriesgadas en épocas de expansión sostenida (de alzas en el valor de las acciones),
y más propensas a la seguridad en épocas de retracción (épocas de caída en el valor de las acciones).
Pero esta idea parte de dar por sentado lo que tiene que explicar. A saber, ¿qué es lo que produce las
fluctuaciones en el valor de las acciones que hacen que los capitalistas modifiquen su comportamiento?
En realidad, el asunto no es tan inestable como Minsky parece suponer. A la larga se mueve en estricta
correlación con el nivel de actividad. Cuando esta expansión no puede sostenerse, aparece la crisis y la
economía ingresa en una etapa de recesión primero y de estancamiento después. La única forma de
salir de esta circunstancia es la creación de poder de compra por razones objetivas, puesto que las
ganancias se obtienen con las ventas.
El hecho contradictorio principal en el análisis de Minsky aparece cuando argumenta que en el mer-
cado de bienes se crea un ingreso igual al valor de la producción y que, por ende, tiende al equilibrio,
mientras que en el financiero, la demanda de crédito genera una oferta excesiva que tiene por conse-
cuencia una presión inflacionista en el valor de las acciones. Tal argumento es inaceptable, puesto que
como el propio Minsky reconoce, el dinero crediticio se crea específicamente para hacerle frente a tran-
sacciones ya establecidas, y por esta razón su monto no puede ser excesivo. El precio de una mercancía
puede exceder a la suma de dinero de la que su posible comprador dispone, pero nunca una compra
efectuada a crédito puede ser desigual en valor a la venta realizada, puesto que se trata de un pago ad
hoc para una operación ya efectuada. Es entonces en el precio de los bienes que se encuentra el exceso
sobre el ingreso existente que vuelve necesaria la creación de un poder de compra.
Emmanuel
De esto debe deducirse que para evitar una crisis, la única opción es la de generar dinero para el con-
sumo masivo. No la de regular la toma de crédito ni actuar sobre las condiciones de las empresas.
Argiri Emmanuel, 1982.

115
Así se desprende del análisis de Emmanuel, quien para explicar la causa de la crisis parte de señalar
que todas las teorías, sean estas neoclásicas, keynesianas o marxistas, han aceptado totalmente o en
parte la ley de Jean Baptiste Say y en todo caso su postulado fundamental, a saber: la producción (P)
crea ipso facto un volumen de ingresos (Y) correspondiente a su valor. Entonces tenemos que: (1) P =
Y. Lo que Malthus, Rosa Luxemburgo, Keynes y otros han puesto en duda, es únicamente el primer
corolario de este postulado, o sea: la igualdad entre la demanda global (D) y el ingreso (Y); (2) D = Y.
Si D ≠ Y entonces se sigue P ≠ D; ambas desigualdades fundadas sobre la tendencia al atesoramiento
(una cantidad de dinero que se guarda fuera del banco, un tesoro).
De tal forma, que sobre esa base, según Emmanuel todas las explicaciones son parciales e incohe-
rentes, porque son impotentes para explicar un déficit durable de la demanda en tanto que la igualdad
no es puesta en duda. Para Emmanuel, la desigualdad de la producción y del ingreso es fundamental (P
> Y). Tal desigualdad hace a la naturaleza del sistema capitalista, que crea normalmente una produc-
ción cuyo valor es superior a los ingresos distribuidos. Ese valor superior es la ganancia que se embolsa
cuando se vende y cobra. La producción no puede realizarse o venderse más que por la anticipación
misma de su realización o venta, es decir, recurriendo a un poder de compra ficticio introducido por el
crédito. Esta tendencia a la no realización puede ser sobrellevada por numerosos artificios pero no
puede ser abolida y resulta así el fundamento de la inestabilidad congénita del sistema capitalista.
Inestabilidad agravada
Esos numerosos artificios son la sal de la política económica. Pero depende de la ecuación política
que se imponga, la racionalidad de hacer funcionar el sistema sacando el mejor partido para los trabaja-
dores o la irracionalidad de hacerlo funcionar conforme a políticas a las que insólitamente se las alude
como amigables con el mercado, cuando en realidad son las enemigas número uno de los mercados al
estropear la distribución del ingreso, habida cuenta de que el salario es el mercado. Un buen ejemplo de
lo uno y lo otro, extensivo a la práctica que hizo crisis en 2008 en el mundo, es la demagogia derechista
que animó la política económica del gatomacrismo.
Esto se ve bien cuando se recaba una de las dinámicas básicas del capitalismo. Las remuneraciones,
aparte de ser un ingreso para los asalariados, son un costo para los empleadores, que se encuentran tam-
bién siendo los únicos que deciden en torno a la asignación de factores. Para maximizar sus beneficios
deben disminuir sus costos, o sea mantener los salarios en el más bajo nivel posible, pero los beneficios
son proporcionales a las ventas y las ventas proporcionales a los ingresos sociales. Como los salarios
no constituyen solamente un ingreso social –el más importante—, los esfuerzos ex-ante de los empresa-
rios para maximizar los beneficios por la reducción o el estancamiento de los salarios conducen ex-post
a la minimización de las ventas y de los beneficios. Momento en que irrumpe la crisis.
La demagogia gatomacrista, como buena demagogia de derecha descerebrada, hace ilusionar a los
empresarios con que pueden bajar los salarios sin que se les traben las ventas. Una atmósfera mundial
muy tomada por esos aires hizo que se reafirmaran en sus insensatas convicciones. Una cosa es cierta,

116
la crisis sobrevendría según el esquema clásico en el momento en el cual la economía global toca la
barrera del pleno empleo. Apareció al final de una simple recuperación cíclica acompañada de una
caída de los precios y estalló por todos lados y prácticamente en el mismo momento.
De acuerdo a la hipótesis de Emmanuel, el choque exógeno del Covid-19 azuzó la renuencia a com-
prar y el fervor por vender (el reflejo en la cultura de la base material: producto > ingreso) y operó
sobre un escenario donde la política económica global, muy exacerbada en la Argentina del gatoma-
crismo, en vez de cerrar la brecha (producto mayor que ingreso) redistribuyendo a favor del ingreso,
hizo lo contrario. Evidentemente el sistema capitalista es como las chapas mal clavadas: cualquier vien-
tito se las lleva puestas y este del virus es un terrible vendaval. En consecuencia, el criterio para inferir
si las medidas puestas en marcha para frenar y revertir la crisis en todo el orbe resultaran efectivas es a
qué ritmo aumentan el muy alicaído consumo. El resto es ofertismo inefectivo.

La era de la mascarilla, Martín Caparrós


Es difícil entender la ola global de pánico causada por el coronavirus. La enfermedad ha puesto al
desnudo la fragilidad de un mundo interconectado e interdependiente. Si acaso hay alguna lección, es
que la globalización nos hace a todos vulnerables: estamos más cerca del caos de lo que los poderosos
pensaban.
MADRID — Alguna vez recordaremos esos días en que el mundo se dividía en personas con masca-
rilla y sin mascarilla. Y nos reiremos y alguno dirá bueno, sí, pero no era lo mismo ponérselos para no
contagiar que para no contagiarse, dos ideas tan distintas de la vida. Y otro se acordará de la sofistica-
ción que habían alcanzado y las fortunas que hicieron sus fabricantes y la desesperación de los que no
los conseguían y el increíble mercado negro de mascarillas y esas cosas. Y sonarán las carcajadas al
revivir aquellas paranoias, cuando todo era amenaza y había que cuidarse de los besos, los pomos de
las puertas, los apretones de manos, las manijas de los autobuses, las monedas y casi todo lo demás. Y
entonces alguien, el pesado del grupo, se pondrá serio y preguntará si, pensándolo ahora, no lo ven
increíble: “¿No es increíble que millones de personas de pronto tuvieran tanto miedo, que mostraran de
repente ese egoísmo que siempre intentan ocultar, esta pulsión de protegerse, de desconfiar de todo, de
temer todo lo exterior, de atribuirle propiedades tremebundas? La era de la mascarilla nos enseñó bas-
tantes cosas”. Y Mirta o Antonio lo mirarán y le dirán hermano, eso seguro que lo traías escrito, ¿no?
Pero faltan unos años; ahora mismo el mundo está en modo desastre, incomprensible. La primera
regla del columnismo apátrida dice que nunca digas que no entiendes. Y te explica que los lectores
quieren que los ayudes a entender, no que les tires tu incomprensión por la cabeza. Pero yo no entiendo
el coronavirus: denodadamente no lo entiendo.
Y ese tuit del actor español Eduardo Noriega terminó de hundirme en el pantano de la incompren-
sión. Decía que “si cada invierno nos informaran en tiempo real de los atendidos (490.000), hospitaliza-
dos (35.300), ingresados en UCI (2500) y fallecidos (6300) por gripe en España, viviríamos
aterrorizados”. Las cifras me parecieron sorprendentes; busqué el informe del Centro de Nacional de

117
Epidemiología del Ministerio de Sanidad español para la temporada 2018-19 y allí estaban, en la
página 35, con toda claridad, los números citados. El año pasado se murieron de gripe en este Estado
español 6300 personas. Con coronavirus, en este mes y medio, 36.
Seis mil trescientas muertes es un montón de muertos. Quizá los grandes medios, siempre quejosos,
siempre atentos a estas cosas, descubran por fin su panacea: si empiezan a transmitir en directo cada
nueva víctima de la gripe podrán —considerando que la temporada griposa dura menos de medio año
— ofrecer unos 35 óbitos al día, un par por hora en las horas despiertas, un espectáculo incesante, un
terror sin medida. Por ahora no lo entendieron y se limitan al coronavirus: treinta y tantos muertos en
España, todos muy mayores.
En 1969, Adolfo Bioy Casares publicó una rara novela titulada Diario de la guerra del cerdo, donde
grupos de jóvenes se dedicaban a matar viejos por las calles. Ahora el virus —que deberíamos llamar
Bioy— hace lo propio: los muertos españoles, por ejemplo, tenían una media de edad de 85 años,
mayor que la esperanza de vida del país, que está en 82,8. O sea: eran personas que, estadísticamente,
ya habían vivido lo que deberían. Y casi todos lógicamente complicados, como esa señora de 99 años
que tenía, dicen los diarios, algunas “patologías previas”.
Pero es fácil hablar de los medios. Si fueran los únicos promotores del pánico el mundo estaría un
poco mejor. El problema es que todos, los gobiernos, los grandes grupos económicos, las industrias, los
ciudadanos, se embarcaron en esta nave hacia ninguna parte. De pronto pareció como si nada en el
mundo fuera más importante, como si nada escapara al poder de ese virus.
Y de verdad —disculpen— no lo entiendo. Busco más cifras: han muerto, al día de hoy, martes 10
de marzo, en todo el mundo, 4.284 personas por el coronavirus, de los cuales unos 3.000 eran ancianos
chinos, y en 35 países de Europa no se ha muerto nadie y en toda África una persona, igual que en
América Latina, un señor muy enfermo que llegaba de Italia a la Argentina. Pero se cancelan eventos y
desplazamientos y encuentros y congresos y festivales varios, miles de empresas mandan a casa a sus
trabajadores, cierran las fábricas y se rompen las cadenas productivas y el mundo pierde millones de
millones de dólares/euros/yuanes en el derrumbe de sus bolsas y la baja de las materias primas y esos
cierres y cancelaciones.
(En Madrid las autoridades acaban de cerrar las escuelas y universidades por quince días. Cientos de
miles de padres no saben qué hacer con sus hijos; no pueden dejarlos en casa solos, no pueden dejar de
trabajar. El virus no ha matado, en todo el mundo, a ningún niño).
Es muy difícil encontrar una justa proporción entre los efectos y las causas: con todo respeto, una
enfermedad que en un par de meses produjo esta cantidad de víctimas no parece en condiciones de cau-
sar estos desastres. Y las bolsas de valores sin valor son un ejemplo claro: el miedo a los efectos econó-
micos del virus provoca efectos económicos mucho peores que los que temían. Entonces sería
interesante —necesario— pensar qué los causa.

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Es difícil, casi imposible descubrirlo. Pero influye, sin duda, el viejo gusto del apocalipsis. Nos chi-
flan los apocalipsis: la sensación de que todo está a punto de saltar por los aires. Siempre tuvimos
alguno en ejercicio, pero el último que conseguimos —el cambio climático— es una amenaza a tan
largo plazo que hacía falta uno más inmediato. Y teníamos tantas ganas que nos armamos un apocalip-
sito con una gripe nueva y ambiciosa. Los apocalipsis son una tentación incesante de los hombres; son
como las galerías del horror de los parques de diversiones y son, como ellas, inofensivos: su gran ven-
taja es que nunca se realizan. Si no, obviamente, no estaríamos aquí pensando tonterías.
Entonces hay que considerar también el miedo a lo nuevo, a lo desconocido: la misma tara que les
hace rechazar a los migrantes les hace temer a estos virus exóticos, ignotos. Y hay que considerar tam-
bién la paranoia de las multitudes: “Si los gobiernos se preocupan tanto debe ser que hay algo que ellos
saben y nosotros no, debe ser que esta enfermedad no es tan inocua como dicen, debe ser que, como
siempre, nos ocultan la verdad”. Y hay que considerar también la paranoia de los enterados: “Si le dan
tanta importancia a algo tan menor es que quieren distraernos con eso para esconder alguna otra cosa
que no quieren que miremos o sepamos”.
Y hay que considerar también la paranoia de los varios poderes: da la impresión de que las empresas
y los gobiernos se cubren por si acaso. Las empresas, para que sus empleados no los querellen si traba-
jando se contagian; los gobiernos, para que sus súbditos no les reprochen su inacción. Y entonces
toman medidas duras que acrecientan el miedo y entonces sus súbditos más asustados les piden medi-
das más duras y entonces toman medidas más duras que acrecientan el miedo.
Y hay que considerar también esa fuerza rara que toma el pánico cuando se hace bola de nieve y
arrasa todo porque consigue convertir cualquier cosa en una prueba más de su razón. Y entonces el
cambio en conductas y discursos, la aparición de lo irracional, de lo ridículo, las precauciones más gro-
tescas, la manera en que ahora tantos miran a cualquiera que tosa en un vagón de metro —por no hablar
del pobre terrorista que estornuda—. Mascarillas a gogó.
(La malaria, por ejemplo, mata cada día unas veinte veces más personas que el coronavirus; la mala-
ria, por supuesto, solo ataca en los países pobres).
Nada de esto, sin embargo, termina de justificar la sobrerreacción de los hombres frente al virus —y
la factura increíble que pagarán por ella—. Pero creo que se pueden sacar, por ahora, de este episodio
dos conclusiones provisorias: la interdependencia y la fragilidad de nuestro mundo.
No recuerdo otro hecho que haya mostrado tan claramente aquello de que si China se resfría el
mundo estornuda. Esta vez no se resfrió: unos cuantos campesinos se comieron unos bichitos raros, se
infectaron y el mundo tiene arcadas y no se recupera, y el cierre de unas fábricas asiáticas baja, diga-
mos, la demanda del cobre chileno y su precio se cae y un pescador de Puerto Montt, en la punta del
mundo, debe vender más baratos sus pescados y su familia come menos y putea en chileno por un cie-
rre chino, y así en todo el planeta.

119
Tampoco recuerdo ninguno que haya desnudado tanto la debilidad de casi todo: estamos mucho más
cerca que lo que creíamos del caos global. Tanto lío por un virus menor. Es sorprendente comprobar la
fragilidad de todo eso que creíamos rocosamente sólido, cemento armado. En unos días los grandes y
poderosos del mundo perdieron fortunas, la confianza de sus súbditos, el control de muchas situacio-
nes. Los gobiernos, la gran banca, los petroleros altivos, los fabricantes de punta, los financistas
recontraglobales, los que rigen y manejan el mundo, los que nos habían convencido de que nunca nada
los desarmaría, deben estar asustados preguntándose si aprenderemos la lección y decidiremos desafiar,
cual virus chino, sus poderes que ya no se ven tan poderosos.
Quizás esa sea, al fin y al cabo, la revelación de la era de la mascarilla.
Martín Caparrós (@martin_caparros) es colaborador regular de The New York Times. Su ensayo
más reciente es Ahorita. Su novela Sinfín, que se publicará este mes, transcurre en 2070.

El virus somos nosotros, Eliane Brum


Al principio fue el virus. Coronavirus. En menos de dos meses después de la primera muerte, regis-
trada en China el 9 de enero, cruzó el mundo a bordo de nuestros cuerpos que vuelan en aviones. Se
volvió omnipresente en el planeta, pero tan invisible como ciertos dioses para los ojos humanos. Hoy,
1.700 millones de personas, aproximadamente una quinta parte de la población mundial, están aisladas.
Escuelas, restaurantes, cines e incluso centros comerciales han cerrado sus puertas, las fronteras de paí-
ses y continentes se han cerrado, los aviones se han vaciado, los presidentes maníacos finalmente han
sido reconocidos como presidentes maníacos, los neoliberales han sido vistos clamando: “¿Dónde está
el Estado? ¿Dónde está el Estado?”, los ardientes defensores de los seguros de salud han compartido
campañas para fortalecer la sanidad pública, los terraplanistas han exigido respuestas de la ciencia. Por
las ventanas de Facebook, Twitter, WhatsApp e Instagram, la gente decreta: el mundo no será nunca
más el mismo.
No lo será. Pero quizás seguirá siendo bastante parecido. Además de nuestra supervivencia, lo que
está en disputa en este momento es en qué mundo viviremos y qué humanos seremos después de la
pandemia. Estas respuestas dependerán de cómo vivamos la pandemia. El después —la posguerra mun-
dial de nuestro tiempo— dependerá de cómo elijamos vivir la guerra. No es cierto que en la guerra no
se pueda elegir. La verdad es que, en la guerra, elegir es mucho más difícil y las pérdidas resultantes
son mucho mayores que en tiempos normales.
En la guerra, tenemos dos caminos personales que determinan lo colectivo: ser mejores de lo que
somos o ser peores de lo que somos. Esta es la guerra permanente que cada uno libra hoy puertas aden-
tro. Los momentos radicales exponen una desnudez radical. Aislados, también nos las arreglamos con
ella. Lo que el espejo puede mostrar no es el vientre flácido. Eso ya no importa, no tenemos dónde ni a
quién exhibir nuestras tabletas de chocolate. Lo difícil es verse cara a cara con un carácter fláccido, una

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gana sin músculo, un deseo sin tono que antes estaba enmascarado por la espiral de los días. Lo difícil
es que te llamen a ser y tener miedo de ser. Porque eso es lo que hacen momentos como este: nos lla-
man a ser.
En tiempos más normales, podemos fingir que no oímos la llamada a ser. Cubrimos esa voz con
automatismos, la vida se resume a consumir la vida consumiendo el planeta. Los consumidores no son,
ya que consumen el ser. Y ahora, cuando ya no se puede consumir, porque puede que pronto no haya
nada que consumir o quien pueda producir qué consumir, ¿cómo se aprende a separar los verbos?
¿Cómo se convierte un consumidor en un ser?
Si utilizamos la palabra guerra, debemos observar cuidadosamente al enemigo. ¿Es el virus, esta
criatura que parece una bolita microscópica peluda, casi simpática? ¿Es el virus, ese organismo que
solo sigue el imperativo de reproducirse? Creo que no. El virus no tiene conciencia, no tiene moral, no
tiene elección. Tendremos que vencerlo en nuestros cuerpos, neutralizarlo para reiniciar lo que llama-
mos el otro mundo que está por venir. Sin embargo, todo indica que ocurrirán otras pandemias, otras
mutaciones. La forma en que vivimos en este planeta nos ha convertido en víctimas de pandemias. El
enemigo somos nosotros. No exactamente nosotros, sino el capitalismo que nos somete a una forma de
vivir mortífera. Y, si nos somete, es porque, con más o menos resistencia, lo aceptamos. Puede que
escapar del virus esta vez no nos salve del próximo. Hay que cambiar la forma de vivir. Nuestra socie-
dad tiene que convertirse en otra.
El callejón sin salida que nos impone la pandemia no es nuevo. Es el mismo en el que nos metió,
hace años, décadas, la emergencia climática. Los científicos —y más recientemente los adolescentes—
repiten y gritan que hay que cambiar urgentemente la forma en que vivimos o seremos condenados a
que parte de la población desaparezca. Y quien sobreviva estará condenado a una existencia mucho
peor en un planeta hostil.
Todos los datos muestran que la Tierra, que sigue siendo redonda, se sobrecalienta a niveles incom-
patibles con la vida de muchas especies. Este sobrecalentamiento cambiará radicalmente —a peor—
nuestro hábitat. Toda la información científica indica que es necesario dejar de devorar el planeta, que
hay que cambiar radicalmente los patrones de consumo, que la idea de crecimiento infinito es una
imposibilidad lógica en un mundo finito. Es un hecho comprobado que los humanos, al emitir carbono
desde la revolución industrial, cortar árboles, quemar carbón y luego petróleo, se han convertido en una
fuerza de destrucción capaz de alterar el clima del planeta.
A partir de la segunda mitad de 2018, los adolescentes de todo el mundo dejaron de ir a la escuela
los viernes para gritar en las calles que los adultos les están robando su futuro. Dicen: dejad de consu -
mir, quedaos en tierra, nuestro planeta ya no puede soportar tantas emisiones de carbono. También
dicen, literalmente: “os importa una mierda nuestro futuro”. Greta Thumberg, la joven activista sueca,
advirtió repetidamente: “nuestra casa está en llamas”. Despertad.

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Todo está escrito, dicho, repetido, documentado. Nadie puede decir que no lo sabía. Bueno, Bolso-
naro, el maníaco que gobierna Brasil, siempre puede hacerlo, porque dice y se desdice cada dos por
tres. Pero, en serio, ¿quién aguanta todavía hablar sobre este demente, que aumenta criminalmente el
riesgo de muerte de los brasileños, a no ser que sea para gritar “¡Fuera!”? Aislemos a este patán, deje-
mos que Bolsonaro siga buscando dónde tiene las orejas y aprendiendo a ponerse la mascarilla sin
cubrirse los ojos.
El efecto de la pandemia es el efecto concentrado, agudo, de lo que la crisis climática produce a un
ritmo mucho más lento. Es como si el virus nos hiciera una demostración de lo que viviremos pronto.
Dependiendo de los niveles de sobrecalentamiento global, llegaremos a una etapa de transformación
climática y, como consecuencia, del planeta, para la que no hay vuelta atrás, no hay vacuna, no hay
antídoto. El planeta será otro.
Por eso, los científicos, los intelectuales indígenas y los activistas climáticos han estado gritando a
una mayoría que se hace la sueca —para no tener que dejar su comodidad cambiando los viejos hábitos
— que tenemos que cambiar radicalmente los patrones de consumo, que debemos presionar radical-
mente a los gobernantes para que creen políticas públicas inmediatas, que hay que combatir radical-
mente a las grandes corporaciones que destruyen el planeta. Pero, como la crisis climática es lenta,
siempre se ha podido fingir que no existía, llegando al paroxismo de elegir a negacionistas como Jair
Bolsonaro, Donald Trump y toda la conocida panda de destructores del mundo.
El virus no permite fingir. Posiblemente saltó de un murciélago, una especie cuyo hábitat también
destruimos, para alojarse en el organismo humano. No hizo nada más que seguir su vida de virus. De
repente, hombres y mujeres de todo el mundo que fingían no tener cuerpo ni límites, desbordándose en
internet, tuvieron que lidiar con su propia carne y sus propios contornos. Ya no hay forma de escapar
del cuerpo. Ya no hay forma de permanecer repantingado en el ombligo.
Toda la ilusión de que el mundo está controlado por humanos se ha disuelto en un tiempo récord. Y
la humanidad finalmente ha descubierto que hay un mundo más allá de sí mismo, poblado por otros que
incluso pueden acabar con nuestra especie. Otros que ni siquiera podemos ver. En nuestro furor de
especie dominante, extinguimos a tantas otras y a tantas formas de vida, encerramos animales maravi-
llosos en jaulas, creamos campos de concentración para bueyes, cerdos y gallinas, envenenamos peces
con mercurio solo porque nos gusta el oro, promovemos holocaustos diarios para alimentarnos, viola-
mos vacas con aparatos porque queremos comernos a sus tiernos bebés en comidas refinadas y quere-
mos robarles la leche día tras día, arrancamos la selva para hacer campos de soja para alimentar a los
animales esclavizados. Podemos hacer de todo.
Y, entonces, llega el virus, que no está interesado en darnos ningún mensaje, solo se ocupa de sus
propios asuntos, y nos muestra: vosotros, los humanos, no estáis solos en este planeta ni tenéis el con-
trol que creéis que tenéis. Y los que se burlaban de los científicos del clima y de la Tierra, que califica-
ban la crisis climática de “complot marxista”, ahora quieren saber cómo la ciencia puede salvarlos de la
bolita peluda. Llegan a inventar que la covid-19 es una “gripecita”, “una fantasía”, “una histeria”. La

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gente juega con todo y está lista para creerse cualquier tontería, incluso que la Tierra es plana, siempre
y cuando se le garantice que podrá seguir su camino zombi. Pero la gente no juega con la salud.
Cuando se trata de salud, incluso la Tierra plana da vueltas.
Menciono “humanidad”, “gente”, “población”. Pero la homogeneidad no existe, no hay un genérico
llamado “humano”. Igual que no estamos todos en el mismo barco. Ni para el coronavirus ni para la
crisis climática. Una vez más, la comparación entre la covid-19 y la crisis climática tiene mucho sen -
tido. La ONU creó el concepto de “apartheid climático”, un reconocimiento de que las desigualdades
de raza, sexo, género y clase social también son determinantes para el cambio climático, que las repro-
duce y amplía. Los que se verán más afectados por el sobrecalentamiento global —negros e indígenas,
mujeres y pobres— han sido los que menos han contribuido a causar la emergencia climática. Y los que
han producido la crisis climática al consumir el planeta en grandes porciones y proporciones —los
blancos ricos de los países ricos, los blancos ricos de los países pobres, los hombres, que en los últimos
milenios han centralizado las decisiones y nos traído hasta aquí— son los que se verán menos afecta-
dos. Estos son los que han empezado a construir muros y a cerrar fronteras mucho antes de la covid-19,
porque temen a los refugiados climáticos que han creado, que serán cada vez más numerosos en un
futuro muy cercano.
En la pandemia de covid-19 existe el mismo apartheid. Está bastante explícito qué gente tiene dere-
cho a no contaminarse y qué gente aparentemente puede contaminarse. No es casualidad que la primera
muerte por coronavirus en Río de Janeiro fuera la de una mujer, una asistenta, a quien su “jefa” ni
siquiera le reconoció el derecho a quedarse en casa —cobrando— para hacer el aislamiento necesario,
no creyó que fuera necesario decirle que podía haberse contagiado de covid-19, cuyos síntomas ya sen-
tía después de volver de pasar el carnaval en Italia. Esta primera muerte en Río es el retrato de Brasil y
las relaciones entre raza y clase en el país, expuestas en toda su brutalidad criminal por el radicalismo
de una pandemia.
Lo asombroso es que la necesidad que muchos tienen de que la asistenta —a quien se le ha negado
el derecho al aislamiento remunerado— les limpie la casa y les prepare la comida sea aún mayor que el
instinto de supervivencia. Esto nos dice mucho de una parte de la sociedad brasileña, en la que los por-
teros siguen abriendo la puerta de los edificios para que los residentes no toquen la manija, cuando van
al jardín a airearse o al supermercado a comprar comida. Quedarse sin empleados domésticos parece
ser más trágico que enfrentar el virus para una parte de la clase media y alta de Brasil. Esta última está
muy acostumbrada a creer que está a salvo de lo peor, porque, en general, lo está.
El poder devastador del virus está determinado por las decisiones de los gobiernos y por la pobla-
ción que eligió a los gobernantes. En este momento, los brasileños tienen que lidiar con la decisión de
debilitar la sanidad pública, con la decisión de reducir la inversión en programas sociales que podrían
reducir la desigualdad, con la decisión de no hacer la reforma agraria ni la redistribución de la renta,
con la decisión no priorizar el saneamiento básico y la vivienda digna. Con la decisión de establecer un
tope para el gasto público también en áreas esenciales como la salud y la educación.

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Los brasileños se ven obligados a lidiar, principalmente, con la decisión de convertir el “Mercado”
en una entidad divina que se autorregula. Si el Mercado fue la explicación de todo para que esta persis-
tente plaga llamada “economistas neoliberales” o “ultraliberales”, que se atribuyeron la autoridad y el
poder para determinar todas las áreas de nuestra vida, defendiera las medidas más brutales, ¿dónde está
ahora el Mercado? ¿Por qué no le piden al Mercado que solucione la pandemia? Al contrario: los repre-
sentantes del Mercado están despidiendo a los trabajadores y pidiendo ayudas de emergencia al
Gobierno para evitar la bancarrota.
Pero no se engañen. En cuanto pase la pandemia, el Mercado volverá con todo su poder de oráculo
para dictar todo lo que tenemos que hacer para salir de la recesión a través de sus sacerdotisas, los eco-
nomistas neoliberales o ultraliberales. Esta carga, como siempre, será compartida por igual entre los
más pobres.
El virus —y no sus pésimas decisiones— será el culpable de todas las dolencias. Como sabemos,
hasta que llegó la covid-19, la economía del mundo capitalista y del Brasil del ministro de Economía
Paulo Guedes iba viento en popa, parece que hasta las asistentas planeaban un viaje a Disney cuando el
maldito virus con nombre de ducha se lo impidió. Y, claro, el maníaco del Planalto dirá que ni él ni su
ministro-para-todo son los incompetentes, sino la “histeria” con la “gripecita”.
Sin embargo, la suerte no está echada. No es solo el futuro lo que está en disputa, también el pre -
sente. Aisladas en casa, las personas empiezan a hacer lo que no hacían antes: verse, reconocerse, cui-
darse. Justo ahora, cuando se ha vuelto mucho más difícil, parece que es más fácil llegar al otro. A
quien creó el concepto de “aislamiento social” le falló el raciocinio. Lo que tenemos que hacer y que
parte de la población global ya lo está haciendo es “aislamiento físico”, como señaló el sociólogo Ben
Carrington en Twitter. Lo que está sucediendo hoy es exactamente lo contrario del aislamiento social.
Hacía mucho tiempo que la gente, en todo el mundo, no socializaba tanto.
En Brasil, el gran momento de socialización es el “¡Fuera Bolsonaro!” en las ventanas. En otros paí-
ses hay música, incluso poesía, en los balcones. Para los brasileños, mostrar que se han encontrado con
la realidad del otro es reconocer la realidad de que pusieron a un maníaco en el Gobierno y tienen que
sacarlo de allí si quieren sobrevivir. Pero aquí también hay fiestas de cumpleaños en las que se deja un
pastel en la puerta y los vecinos cantan “cumpleaños feliz” desde la ventana, jóvenes que les hacen la
compra a los ancianos del edificio, abuelos que almuerzan con sus nietas por FaceTime, familias y gru-
pos de amigos que hablan a través de aplicaciones como hacía tiempo que no hablaban. Es increíble,
pero finalmente los humanos han descubierto que pueden usar sus teléfonos móviles para conocerse, en
lugar de aislarse cada uno en su aparato en las mesas de los bares y restaurantes.
Muchas de las acciones de la derecha y la extrema derecha brasileña en los últimos años tenían
como objetivo neutralizar y enterrar una insurrección de las periferias, en el sentido más amplio, que
empezaba a cuestionar, de manera muy contundente, los privilegios de raza y clase. Empezaba a recla-
mar su justa centralidad. La concejala Marielle Franco fue un ejemplo icónico de estos brasileños insur-
gentes que ya no aceptaban el lugar subalterno y mortífero al que habían sido condenados. La
pandemia ha mostrado explícitamente que la rebelión sigue viva. El Brasil de las élites imbéciles,

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aliado a la nueva imbecilidad representada por los mercaderes de la fe ajena, no pudo matar la insurrec-
ción. El “Manifiesto de las hijas y los hijos de las empleadas del hogar”, que afirma que no permitirán
que los empleadores dejen morir a sus madres de covid-19, es quizás el grito más potente de este
momento, impensable hace solo unos años.
Se están haciendo decenas de colectas, la mayoría organizadas desde favelas y periferias, para
garantizar que las personas a quienes la desigualdad brasileña les secuestra el derecho al aislamiento
tengan alimentos y productos de limpieza. En general, el lema es “Nosotros por nosotros”: siglos de
historia demuestran que solo los explotados y los esclavos pueden salvarse a sí mismos.
Algunos organizadores de estas campañas temen que el tiempo de los buenos corazones, donde bro-
tan las margaritas de la solidaridad, termine en pocas semanas, cuando la comida escasee y se esta-
blezca el hambre, cuando el miedo a que el dinero se acabe —para aquellos que todavía tienen dinero,
pero no saben por cuánto tiempo— empiedre las venas y las arterias, cuando el número de casos esté
tan fuera de control que el sistema de salud implosione. Ahí, en este lugar al que posiblemente llegare-
mos, definiremos quiénes somos realmente o quiénes queremos ser. Entonces lo sabremos. No creo
que, esta vez, la gente acepte morir como ganado. Especialmente, las mismas personas de siempre.
La conciencia de la propia mortalidad suele tener un efecto muy poderoso sobre las subjetividades.
Los filósofos se disputan la interpretación de lo que será o podría ser el mundo poscoronavirus. El eslo-
veno Slavjoj Zizek cree en el poder subversivo del virus, que puede haber asestado un golpe mortal al
capitalismo: “Quizás también se propaga otro virus mucho más beneficioso y, si tenemos suerte, nos
infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá de los Estados-nación,
una sociedad que se actualiza en las formas de solidaridad y cooperación global”.
El surcoreano Byung-Chul Han, profesor de la Universidad de las Artes de Berlín, cree que Zizek se
equivoca. “Después de la pandemia, el capitalismo seguirá con más vigor todavía. Y los turistas segui-
rán pisoteando el planeta”, afirma. “La conmoción es un momento propicio que permite establecer un
nuevo sistema de gobierno. El establecimiento del neoliberalismo también vino a menudo precedido de
crisis que causaron conmoción. Eso es lo que sucedió en Corea y en Grecia. Espero que después de la
conmoción causada por este virus, no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino. Si esto
sucede, como teme Giorgio Agamben, el estado de excepción se convertiría en la situación normal. Y el
virus habría logrado lo que ni siquiera el terrorismo islámico ha logrado totalmente”.
Pero él también se acerca a la idea de otra posible sociedad en la posguerra pandémica: “El virus no
vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a suceder. Ningún virus es capaz de hacer la
revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De alguna
manera, cada uno se preocupa solo por su propia supervivencia. La solidaridad que consiste en mante-
ner distancias mutuas no es una solidaridad que nos permita soñar con una sociedad diferente, más
pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Tenemos que creer que des-
pués del virus vendrá una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN,
los que necesitamos repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y nuestra movilidad
ilimitada y destructiva, para salvarnos, para salvar el clima y nuestro hermoso planeta”.

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Creo que la belleza que queda en el mundo es precisamente que la suerte no está echada mientras
todavía estemos vivos. El virus, que nos arrancó a todos del sitio, independientemente del polo político,
está ahí para recordarnos eso. La belleza es que, de repente, un virus ha devuelto a los humanos la
capacidad de imaginar un futuro en el que deseen vivir.
Si la pandemia pasa y todavía estamos vivos, a la hora de recomponer las humanidades podremos
crear una nueva sociedad. Una sociedad capaz de entender que el dogma del crecimiento nos ha llevado
a este momento, una sociedad preparada para comprender que cualquier futuro depende de dejar de
agotar lo que llamamos recursos naturales, y que los indígenas llaman madre, padre, hermano.
El futuro está en disputa. En el mañana, llegue tarde o temprano, sabremos si la minoría dominante
de la humanidad continuará siendo el virus atroz y suicida, capaz de exterminar a su propia especie des-
truyendo el planeta-cuerpo que lo hospeda. O si detendremos esta fuerza destructiva al inventarnos de
otra manera, como una sociedad que es consciente de que comparte el mundo con otras sociedades.
Después de tanta especulación, sabremos si lo que estamos viviendo es el Génesis o el Apocalipsis, en
la interpretación del sentido común. O nada tan grandilocuente, pero inmensamente decepcionante: la
reedición de nuestra invencible capacidad para adaptarnos a lo peor, adhiriéndonos de forma inmediata
a los discursos salvadores que nos han esclavizado tantas veces.
La pandemia de covid-19 ha revelado que somos capaces de realizar cambios radicales en un tiempo
récord. El acercamiento social con aislamiento físico puede enseñarnos que dependemos unos de otros.
Y, por eso, debemos unirnos en torno a un común global que proteja la única casa que todos tenemos.
El virus, que también habita este planeta, nos ha recordado algo que habíamos olvidado: los otros exis-
ten. A veces, se llaman coronavirus.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de Brasil, construtor de ruínas: um
olhar sobre o país, de Lula a Bolsonaro. Web: elianebrum.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com.
Twitter, Instagram y Facebook: @brumelianebrum.
Traducción de Meritxell Almarza.

El huevo y la gallina, Francisco Gutiérrez Sanín


Dice el recién nombrado gerente para la atención integral contra el coronavirus, Luis Guillermo
Plata, que el presidente Duque lo llamó a ocupar ese puesto mediante esta dramática admonición:
“Ayúdeme a salvar vidas”. Pero, a juzgar por sus declaraciones públicas, el doctor Plata a lo que está
ayudando es a construir pretextos.
La verdad, apenas supe que se trataba de una “atención integral” el corazón me dio un vuelco. Pues
cada vez que los colombianos nos decidimos realmente a no hacer algo, le ponemos el marbete de
“integral”. No he encontrado una sola excepción a esa regla. Pero hice un esfuerzo consciente por pro-
cesar las ya numerosas explicaciones del flamante funcionario con la mejor voluntad del mundo.

126
Aun así, el mensaje de Plata me pareció fatal. Este se puede resumir en dos aserciones. La primera
es que hay poco por hacer. Por ejemplo, en la entrevista concedida a Noticias Caracol el 24 de marzo,
los periodistas le planteaban un problema y le preguntaban cómo solucionarlo. Plata reafirmaba la exis-
tencia del problema y, a renglón seguido, explicaba por qué era dificilísimo hallar un remedio. Pre-
gunta: ¿Qué va a hacer la gente sin trabajo? Respuesta: Sí, es durísimo. Punto.
Aquí, claro, estoy citando de memoria. Pero Plata concedió una entrevista a este diario en donde
mantiene esa postura y plantea la segunda aserción, ya sugerida en otros medios: no hay solución por-
que los colombianos somos indisciplinados. “No nos estamos tomando en serio la pandemia —afirmó
—. Nos falta disciplina como sociedad. Parte del éxito de Japón y Corea, más allá del tema médico y
las pruebas generalizadas, es que son sociedades disciplinadas”.
Aquí hay algo de verdad. Pero también hay mucha frivolidad. Primero: ¿quiénes somos nosotros?
Pues ahí afuera hay millones de personas que han entendido que este fenómeno es mortalmente serio,
sea porque sienten que les amenaza su salud, sea porque les socavó de repente sus fuentes de subsisten-
cia. Segundo: no, no pasemos tan rápido por el “tema médico y las pruebas generalizadas”. Porque es
que ahí está una de las claves tanto del problema como de las posibles soluciones. Para llevar tales
pruebas a cabo se necesita proveer suministros, tener toda una logística que permita hacer un segui-
miento a las personas infectadas, prestarles atención personalizada. Esta capacidad es en parte un “tema
médico”, pero es sobre todo un “tema de Estado”.
La brutal incoherencia e ineficiencia del nuestro, ciertamente, genera una cultura. Nos recuerda el
brillante economista coreano Ha-Joon Chang, en su libro Bad Samaritans, que a principios del siglo
XX en la Europa desarrollada los japoneses tenían fama de perezosos y los alemanes de ladrones. Pero
la construcción de una economía industrial organizada y —después de muchos tumbos y catástrofes—
la de un Estado que merecía ese nombre transformó el panorama. Claro: este es un típico problema del
huevo y la gallina que no se puede solucionar mecánicamente. No es que la cultura no importara. Pero
ella estaba íntimamente interrelacionada con realidades materiales e institucionales.
Parte de nuestra fatal herencia cultural —dadas nuestras condiciones, que podríamos tratar de cam-
biar, sobre todo en momentos de crisis— es no sólo la indisciplina, sino la incuria, la ineficiencia, la
búsqueda de pretextos para no dejarse evaluar. El caso del doctor Plata —un gerente que profiláctica-
mente explica por qué no podrá producir resultados— es un ejemplo extremo de ello.
Inquietud. A propósito de todo esto, no veo una política social ajustada a la magnitud del problema
que estamos viviendo. En Estados Unidos aprobaron, según The New York Times, el paquete de ayuda
más importante en la historia de ese país. Los tomadores de decisiones en Colombia —un país marcado
por la desigualdad y la informalidad— tienen que entender que no podemos salir de esto pensando en
pequeño. Enfrentamos el espectro del hambre y de las explosiones sociales asociadas a él.

127
El Estado de vuelta, Jorge Iván Cuervo R.
En un informe de septiembre del año pasado titulado A World at Risk, la Junta de Vigilancia Mun-
dial de la Preparación, un órgano independiente creado por el Banco Mundial y la OMS, advirtió de
manera premonitoria: “Nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, suma-
mente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de per-
sonas y liquidar casi el 5% de la economía mundial. Una pandemia mundial de esa escala sería una
catástrofe y desencadenaría caos, inestabilidad e inseguridad generalizados. El mundo no está prepa-
rado”.
A renglón seguido, recomendaba adoptar una serie de medidas urgentes por parte de los Estados
para mitigar los efectos de esta pandemia. Este informe fue desatendido por los distintos gobiernos,
pero todo indica que ya existía información de que algo como lo que sucede con el coronavirus podía
pasar en el corto plazo, y no se tomaron las medidas oportunas y adecuadas. Seguramente las cifras
apocalípticas allí contenidas hicieron que el informe no se tomara en serio, pero lo cierto es que una
vez más el Estado y los gobiernos fallaron, porque es un hecho que estos informes de organizaciones
internacionales se dirigen principalmente a los Estados, que son los que tienen los recursos y los meca-
nismos para implementar las medidas sugeridas.
Los españoles podrán preguntarse si su gobierno perdió más de un año en la búsqueda de los votos
necesarios para la investidura del presidente Sánchez, en lugar de estar enfocado en la preparación del
sistema de salud para una emergencia de esta naturaleza, e igual, los italianos cuestionarán cuáles son
las prioridades de sus gobernantes: si permanecer en el poder a cualquier costo – la búsqueda de la lla-
mada gobernabilidad- o ejercer el poder en nombre del interés común.
Pero de manera paradójica, en medio de la crisis global por el coronavirus, el Estado, a pesar de sus
enormes fallas, se ha puesto de nuevo en el foco de interés, debido a que es claro que sin un alto grado
de cooperación social será más difícil superar esta pandemia, y el Estado parecería ser el único capaz
de lograrlo, bien sea de la forma autoritaria con alto grado de efectividad, como en China, o bien, a la
manera dubitativa y vacilante de las democracias occidentales, cuyos gobiernos se debaten entre prote-
ger la economía y los escrúpulos de restringir derechos y libertades con órdenes de aislamiento genera-
lizadas. El filósofo Byung-Chul Han explica muy bien este contraste en el manejo de la crisis
https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-
filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html
Las llamadas políticas del Ajuste Estructural la emprendieron contra el Estado, por su costo, inefi-
ciencia y captura por parte de intereses – críticas muchas de ellas razonables-, y trasladaron buena parte
de sus responsabilidades al mercado, al sistema de precios, bajo la premisa de asignaciones más efi-
cientes, dejando al Estado en cuidados intensivos, desprestigiado y debilitado. Las funciones estatales,
como la de proveer servicios de salud de calidad financiados con los impuestos de todos, fueron deja-

128
dos a particulares y los derechos se convirtieron en servicios por los que había que pagar, lo cual trajo
como consecuencia enormes desigualdades, tanto en el acceso como en la calidad de la prestación,
como lo estamos viendo.
Recortes en los presupuestos de salud para mantener el equilibrio macro en la Unión Europea está
en la base del colapso del sistema de salud español y su insuficiencia para atender la pandemia del
coronavirus. Los gobiernos europeos leen mucho mejor las señales del Banco Central Europeo de apre-
tarse el cinturón fiscal que en fortalecer los sistemas de salud públicos. Como dijo Joan Subirats res-
pecto de la situación española: “Ahora echamos en falta camas que tuvieron que suprimirse en aras de
la disciplina presupuestaria”.
Europa, y ahora América descubren con horror la insuficiencia de sus instituciones para enfrentar
una situación de esta naturaleza. Entienden que el mercado no lo puede todo y que las sociedades nece-
sitan de un órgano capaz de ver el problema y de lograr consensos mínimos, sin lo cual la anomia
social sería la regla. Es al Estado – a los gobiernos – a quien le corresponde tomar medidas restrictivas
necesarias para detener el contagio y evitar que de esa manera colapsen los sistemas de salud, y adoptar
las medidas necesarias para garantizar la seguridad alimentaria, proteger empleos y conservar el orden
público.
El Estado falló para prevenir y contener la pandemia, pero sin una estrategia de cooperación y regu-
lación social, será mucho más difícil salir de ella, y eso solo lo pueden lograr Estados legítimos con
gobiernos capaces de orientar a los ciudadanos hacia un horizonte común, esto implica comprender y
atender las desigualdades que esta crisis ha puesto en evidencia.
@cuervoji

Riesgo y protección, Joan Subirats


Se ha utilizado el texto, conciso y sugerente, de Augusto Monterroso de muchas maneras. “Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Ciertamente, el dinosaurio del riesgo seguirá presente en
nuestras vidas. Es algo inherente a la condición humana y este inicio de siglo nos lo recuerda constante-
mente. Vamos incorporando capas de inquietud y desasosiego. Desigualdades intolerables, tecnología
invasiva y al mismo tiempo imprescindible, oleadas de población que buscan salida a la falta total de
esperanza, límites ambientales claramente superados y ahora una pandemia que muestra de manera evi-
dente las costuras de una globalización con graves déficits de gobernanza.
Llevamos años oyendo que el riesgo estaba en la intervención de los poderes públicos que, al querer
afrontar los desajustes del mercado e incrementar la protección, lo que provocaba eran mayores contra-
tiempos. Ahora, en cambio, lo que vemos es lo importantes que son las políticas públicas para afrontar
situaciones en que lo que está en juego es la vida. Y en ese escenario el protagonismo de una economía
mercantil que hemos naturalizado muestra todas sus flaquezas. La depresión de 2008 fue abordada con

129
medidas financieras que trataron de reducir los daños que la obsesión desreguladora propició, y ahora
podemos estar en las mismas, dominados como estamos por la ortodoxia financiera y la aversión radi-
cal al déficit. Estamos mucho más pendientes de lo que dice el Banco Central Europeo que de reclamar
una política de salud pública realmente europea, que marque medidas solidarias y de acción conjunta.
No hay salida a los retos vitales que plantea la Covid-19 desde una estricta lógica de costes.
Los Estados han reaparecido como garantes de un umbral básico de protección generalizada. Como
referentes de un “nosotros” que resulta imprescindible cuando se alude a un riesgo compartido. Europa
no constituye ese techo común. Pero la Comisión Europea no puede refugiarse en que no tiene compe-
tencias ni dispone de políticas propias en materia de salud. De la mano del control monetario y finan-
ciero, ha intervenido enormemente en las políticas públicas de cada país miembro. Recordemos la
presión ejercida para reducir presupuestos públicos en educación, salud o servicios sociales. Ahora
echamos en falta camas que tuvieron que suprimirse en aras de la disciplina presupuestaria. Decía hace
poco la canciller alemana Merkel que lo importante ahora era combatir la epidemia, y que ya llegaría la
hora de mirar el déficit. Necesitamos una mirada larga que recupere el sentido de protección cuando
ahora nos enfrentamos a riesgos mortales. O Europa es capaz de asumir esa labor, que le dé sentido
social a su existencia, o acabará siendo residual en un evidente rearme nacional securitario.
Ni es una crisis sanitaria habitual ni sus secuelas lo serán. La combinación cambio tecnológico-
riesgo global y sus diversos componentes obliga a repensar estructuralmente un modelo que ha dejado
que la lógica del mercado adquiriera vida propia y acabe definiendo lo que es beneficioso o perjudicial
general e indiscriminadamente. Lo hemos visto estos días con el trasiego de mascarillas y aparatos de
ventilación por toda Europa. ¿Para cuándo una normativa europea que revoque los derechos de propie-
dad intelectual de instrumentos básicos de defensa de la vida? ¿Es la lógica del mercado la que debe
guiar una investigación médica que resulta imposible sin la inversión pública en ciencia básica? ¿No
debería ser abierta y genérica la vacuna de la Covid-19? ¿Condicionaremos las ayudas de recuperación
económica a que se cumplan objetivos públicos inaplazables?
Si no queremos caer en la fascinación del autoritarismo con visos de eficiencia, hemos de poner en
valor la importancia de que lo público institucional y lo público comunitario establezcan lazos que per-
mitan actuaciones conjuntas en casos como la Covid-19. Incorporando esa dimensión de cuidados, de
defensa de la vida, que nos interpela por todas partes y que tiene un fundamento femenino indudable.
Espacios y políticas que nos protejan, pero no de forma patriarcal y jerárquica. Recuperar los lazos con
el planeta, proteger a los más vulnerables, pero desde el reconocimiento de sus derechos, desde lógicas
de cercanía y de mediación en la aplicación estrictamente administrativa de medidas que afectan la dig-
nidad de personas y colectivos. La combinación de una Europa socialmente más activa, con mayor pre-
supuesto para asegurar protección, y una red de instituciones y colectivos que aprovechen la
proximidad para fortalecer lazos y vínculos, pueden permitirnos encarar riesgos cada vez mayores que,
en sus múltiples caras, siguen estando ahí al despertar.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona.

130
El mundo es plano, Martín Caparrós
En los encierros impuestos por el coronavirus hemos aprendido que el mundo no tiene volumen:
confinados, solo sabemos lo que nos dicen otros. Pero también hemos entendido que dependemos de
los demás, que el destino no es individual sino común.
MADRID — Era cierto: el mundo, al fin y al cabo, es plano. Ahora, tras tanta desmentida, lo sabe-
mos. No tiene volumen, no se puede tocar, está todo en pantallas: televisores, computadoras, telefonitos
varios. Nos dicen que es 3D porque solo tiene dos dimensiones. Este mundo plano es un relato perma-
nente, historias que nos cuentan sobre nuestra historia. Ahora somos eso, somos esos.
Encerrados, solo sabemos lo que nos dicen otros. Dependemos de las redes y los medios. Nuestro
barrio se ha transformado en un país lejano, que solo conocemos a través de ellos, nuestros correspon-
sales extranjeros. Es cierto que suele sucedernos pero, en general, mantenemos un pequeño porcentaje
de experiencia propia, de mirada de primera mano; con el confinamiento lo perdimos. Y entonces nos
queda esa caricatura del mundo que los medios ofrecen: lo que llama la atención, lo extra-ordinario.
Eso es lo que miramos ahorita.
Nos dedicamos a recibir “información”: todo es drama, todo susto puro, todo virus. Veo en Twitter a
“Tres clientas peleándose por un paquete de papel higiénico en un supermercado de Sídney” y casi
extraño los tiempos primitivos en que jamás me habría enterado de que eso sucedió. El mundo plano es
raro y duro, despojado del tedio confortable que llena nuestras vidas. “Las vidas están hechas de banali-
dad como los cuerpos están hechos de agua”, escribió un autor casi contemporáneo. Ahora todo lo
espantoso se concentra en las pantallas —que nos cuentan un mundo muy distinto del que veíamos
cuando también lo mirábamos con nuestros ojos propios—. Y nos aterra o nos deprime más, como si
fuera necesario.
Un mundo asustado
El mundo plano es un lugar totalitario, totalizado, copado por un todo. Vivimos vidas provisorias
definidas por el virus: hablamos del virus y pensamos en el virus y los medios nos hablan del virus y el
virus marca todo lo que hacemos: somos para el virus, por el virus. Es tan difícil hablar de cualquier
otra cosa en estos días. También por eso el mundo se ha hecho plano. Y el miedo nos percute.
Con el miedo, el cuerpo volvió al centro de la escena: hacemos todo esto porque nuestros cuerpos
peligran y debemos protegerlos. La Naturaleza ya no es nuestra víctima; es nuestra amenaza. El ene-
migo es físico —y nos hace físicos a todos—: el virus nos devuelve a nuestra condición de puros cuer-
pos.
Se nos acabaron los relatos que ofrecen excusas y coartadas: encerramos nuestros cuerpos porque
tememos por ellos. Lo que sea para salvarnos, para sobrevivir. Hemos vuelto a ser lo que fuimos hace
muchos milenios, lo que somos en los momentos más extremos: unidades mínimas de supervivencia,

131
individuos intentando subsistir. Te ponen frente a la inmediatez de la muerte y pierdes las formas. Vives
simulando que eso está muy lejos; ahora no se puede. La vida está en otra parte; la muerte, aquí muy
cerca.
Entonces nuestros cuerpos tienen que estar guardados protegidos escapados del espacio común, lo
más lejos posible de cualquier otro cuerpo. Cada cuerpo debe defenderse de todos los demás. Cada uno
por su propio bien, amenazado por los otros. Poncio Pilatos se lavó las manos para decir que él no que-
ría tener nada que ver con esa historia; nosotros tenemos que lavárnoslas, nos dicen, repetida, frenética-
mente, para pelarnos de cualquier relación con el mundo exterior. El rechazo del mundo —lo exterior
como amenaza, una de las grandes tendencias de nuestro tiempo— ha encontrado su apogeo absoluto
en el peligro del famoso virus. Y el enemigo está en todas partes y no se ve y uno mismo puede ser su
refugio, su plataforma, su cabeza de puente. Nos piden desconfiar de todos y, sobre todo, de nosotros
mismos.
Es raro vivir tan entregados al miedo. Es casi un alivio: eso es lo que hay, la amenaza está clara,
todo el resto queda silenciado, solo hay que ocuparse de sobrevivir, seguir viviendo, seguir vivos, un
objetivo simple. O eso nos dicen, nos decimos.
Un mundo frágil
El mundo plano es frágil. Creíamos que este mundo hipertécnico que vamos inventando en los paí-
ses ricos era invulnerable, pero un bichito mínimo lo puso en jaque casi mate. Es raro ver, en estos días,
cómo se desmorona todo lo que pensábamos tan sólido: industrias, bancos, poderosos varios, nuestras
vidas. Aunque eso, gracias a dios, no nos impide buscar respuestas en la técnica, la ciencia: seguir con-
fiando en ellas. Ante la amenaza nos entregamos a la ciencia, que nos dice que no puede hacer gran
cosa; más que nada fijarnos reglas de conducta. Sobre todo cuando sus recursos están limitados por
decisiones políticas, que recortaron la extensión y eficacia de los sistemas de salud.
Otra guasa del virus es que nos obliga a confiar un poco en gobiernos en los que nunca confiamos.
Hacemos —más o menos— lo que nos dicen, pero declaramos héroes a los portadores de la ciencia
porque se arriesgan a aplicarla en condiciones complicadas. Necesitamos héroes. “Tristes las tierras que
no tienen héroes”, le decían a Galileo Galilei en la obra de Bertolt Brecht. “Tristes las tierras que nece -
sitan héroes”, contestaba.
Pero al menos no nos entregamos al pensamiento mágico. El mundo plano es curiosamente agnós-
tico. Si algo ha mostrado esta epidemia es el derrumbe del poder religioso: unas décadas atrás un miedo
como este habría sido ocasión de innumerables misas, rogativas, procesiones para implorar a algún dios
que nos salvara. Ahora no solo no las hay; las iglesias de Roma se cerraron.
Y nos dicen que vivimos en guerra: la metáfora de la guerra está por todos lados. Si lo fuera, sería la
¿primera? guerra igualitaria: en su frente hay por lo menos tantas mujeres como hombres. Pero no lo
es: en una guerra hay dos grupos que se creen con derechos y pelean por imponerlos; en esta solo hay,
como en cualquier caricatura americana, buenos y malos, nosotros y los virus. Y en las guerras actuales
no se puede estar a salvo en ningún lado, cualquier sitio puede ser bombardeado, la muerte está por

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todas partes, todos los momentos. Aquí, en cambio, te convencen de que en tu casa estás seguro, o casi:
de que alcanza con no salir, con no mezclarte. Es, también, un privilegio de clase: muchos trabajadores
no pueden permitírselo, necesitan ir a sus empleos. Esa es, si acaso, la guerra verdadera.
Un mundo desigual
El mundo plano es, como el otro, desigual, injusto. Nos dicen que el virus nos iguala, que ha demos-
trado que todos somos iguales ante él, que todos tenemos que encerrarnos. Es verdad, pero es tan obvio
que es distinto encerrarse con cinco más en dos cuartos escuetos oscuritos que tener una pieza para
cada uno, su salón, su salón de la tele, su cocina supersport y, quién sabe, su jardín privado.
(El encierro nos pone en una situación tan desacostumbrada. Y los amigos y los medios se alarman y
nos consuelan y protegen ante esta amenaza pavorosa: el tiempo libre. Lo sabíamos, pero estos días
confirman brutalmente que la condición de nuestras vidas familiares, de nuestras vidas propias es que
sean escasas, que haya muchas excusas para ejercerlas poco. Son días de estar desnudo; en muchos
aspectos muy desnudo).
Y nos dicen que el virus ataca a todos por igual. Es cierto que, por ahora, ha atacado a los nuestros.
Pero también es cierto que en los países ricos los de siempre, si se enferman, tienen pruebas inmediatas,
cuidados especiales; los demás, apenas. Es feo decirlo ahora, en medio de dolores, pero esta vida ame-
nazada es la normalidad de tantos sitios. Este tsunami de dolor y muerte es la normalidad de tantos
sitios. Solo que, precisamente porque es normal, en ellos todo el resto sigue su camino. Solo que, en
general, esos sitios están lejos de los nuestros.
El COVID-19 todavía es una enfermedad un poco igualitaria, que no se encarniza, como casi todas
las demás, con los más pobres; no como la tuberculosis, la malaria, el sida, el hambre. No lo hace por-
que no se extendió en países pobres; cuando lo haga, pronto, puede ser terrible. Y sigue siendo igualita-
ria, por ahora, porque no se han descubierto vacunas y remedios; cuando suceda se marcarán las
diferencias entre los que pueden y no pueden acceder a ellos —y todo volverá a su triste cauce—.
Mientras tanto, el mundo plano se vuelve nacionalista, paranoico —que son casi sinónimos—.
Décadas de intentos europeos de abrir fronteras, disolver diferencias, se deshicieron ante la amenaza: lo
primero que hicieron sus Estados fue cerrarlas. El Estado-nación volvió a ser, sin mascarillas, la unidad
básica: la tribu prevalece. La salud es nacional, la economía lo es, las medidas lo son, la posibilidad de
definir destinos. La unidad de respuesta, la unidad de conteo: cuántos en Italia, qué decide Alemania.
Algunos lo hacen más brutal que otros, cuando dejan, por ejemplo, de vender material sanitario a otros
países con los cuales, un mes atrás, no tenían fronteras comerciales. La ficción de que los bienes son
comunes se derrumba ante el retorno de las banderitas. El desafío es global; las respuestas, locales.
Aunque está claro que sería mucho más eficaz y salvaría muchas más vidas montar operaciones con-
juntas, supranacionales y compartir lo que cada cual tiene —medicinas, personal, aparatos— con los
que más lo necesitan en la confianza de que otros se lo van a compartir cuando lo necesiten. Pero no:
las patrias.

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Un mundo quieto
El mundo plano está muy quieto: aterra por lo quieto. La mejor novela argentina —¿la mejor novela
argentina?— del siglo XX, Zama, de Antonio Di Benedetto, está dedicada “a las víctimas de la espera”.
Él no sabía, entonces, que nos la estaba dedicando a todos.
Es lo que somos, ahora: víctimas de la espera, millones que esperamos. Nos han dicho que espere-
mos: que nos encerremos y esperemos. Uno de los rasgos más curiosos de estos días es que hemos sus-
pendido el futuro. No está mal: puro presente extraño. Intentamos vestirlo con todo tipo de otras cosas,
alivianarlo con todas esas cosas pero lo que hacemos, sin duda, es esperar. Lo raro es que no sabemos
qué: el fin de esto, pero después quién sabe.
Algunos insisten en la metáfora del paréntesis: suponen o quieren suponer que cuando termine la
epidemia, cuando dejemos de esperar, las cosas volverán lentamente a “ser como antes”. Que era un
paréntesis: había un relato que estábamos contándonos, se interrumpió, lo retomamos. Creo que subes-
timan la fuerza de estas semanas, estos meses. Subestiman la potencia transformadora de haber palpado
la fragilidad de todo, de haber vivido la detención de todo este sistema que suelen llamar capitalismo
global. Y de haber visto, por supuesto, su incapacidad para lograr algo tan relativamente simple como
salvar a unos miles de ciudadanos enfermados: el fracaso de sus elecciones.
No sé qué producirá pero, en medio del tedio, vale la pena preguntárselo, pensarlo: ¿cómo será el
mundo cuando vuelva a ser redondo, cuando podamos tocarlo, cuando dejemos de pensar todo el
tiempo en lavarnos las manos?
Un mundo en crisis
Hablan de paréntesis para no tener que aceptar lo obvio: que al final de la pandemia el mundo será
otro. Es probable que haya, en el principio, una crisis social y económica brutal: millones y millones de
personas sin ingresos, sin trabajos quizá, sin muchas esperanzas. Los Estados ricos ya tratan de conte-
nerla con subsidios. En algunos, incluso, puede ser la ocasión para lanzar la famosa renta universal, esa
manera de redistribución ante los cambios que esperábamos más graduales, más debidos a la mecaniza-
ción y digitalización de nuestras producciones.
Pero los países más pobres no tendrán esas opciones. En América Latina la mitad de los trabajadores
son “informales”: no tienen salarios fijos, no tienen garantías, viven de lo que pueden arañar con sus
faenas de ocasión. Que ya dejaron de funcionar con las cuarentenas y tardarán mucho en retomar:
millones y millones sin ingresos, con sus necesidades, hambre y furia. Si esto sigue así, sería raro que
no hubiera estallidos, y nadie sabe adónde llevarán.
Cuando llegue la calma —si llega la calma—, habrá consecuencias de más largo plazo. La crisis ha
realzado el papel de los Estados: mostrado cómo, pese a todo, hay momentos en que el Estado se
vuelve indispensable. Y cómo estos Estados han sido socavados por ciertos partidos y ciertas ideas: el
deterioro de la salud pública en los países ricos que la tuvieron mejor es un ejemplo claro. Es notable la
cantidad de veces que Pedro Sánchez, jefe de gobierno español, jefe de un partido centrista, repitió,

134
para sostener la pelea contra el virus, la fórmula “estado de bienestar”, que su partido, últimamente,
proclamaba tan poco. Aunque siga sin mostrarse muy dispuesto a establecer una de sus bases: los
impuestos progresivos necesarios para que los más ricos paguen proporcionalmente por ese bienestar.
El Estado tiene, como todo, muchas versiones: el peligro es que su necesidad en esta crisis lleve a
muchos a pensar que debe ser más y más fuerte. Yuval Noah Harari teme que, al grito de la salud es lo
primero, el susto nos lleve a permitir a nuestros gobiernos unos niveles de control nunca antes vistos.
Para compensar, quizás estos días en que vivimos con tanto menos nos convenzan de que podemos
vivir con tanto menos: que la locura de la producción y el consumo siempre mayores, la fábula del cre-
cimiento, nos desastra. Aunque habrá que ver, por supuesto, qué queda cuando el susto pase.
¿Un mundo aterrado?
En este mundo plano hemos aprendido lo que ya sabíamos: que todos dependemos de todos los
demás. Los momentos fuertes de la historia son aquellos en que el destino no es individual sino común.
O, mejor: esos momentos en que no hay forma de negar que el destino no es individual sino común.
Y que por eso habría que cuidar a los que nunca cuidamos. Hace 2500 años pasó algo que después
llamaron “revolución hoplítica”. Ciertos griegos cambiaron las formas de la guerra: en esos nuevos
pelotones formados en cuadrados, donde todos sostenían su escudo codo a codo, la defección de cual-
quiera mataba a todo el resto. Allí, por fin, cada hombre valía lo mismo que el de al lado; de esa con-
ciencia, cuentan, nació la democracia. Ahora, en la lotería del contagio, también pasa: cualquier
infectado puede joder a tantos, cada hombre vale lo mismo que otro. Parece obvio; es una idea que
nuestros tiempos se empeñan en negar.
Ahora lo vemos. Quizá se hable, alguna vez, de la “revolución virósica”. En todo caso, cosas pasa-
rán. Y será, como dicen, para alquilar balcones si no fuera, más bien, para salir a las calles.
Pero habrá también un efecto casi inevitable, una certeza: si nos pasó una vez puede pasarnos otra.
Una pandemia así ya se ha vuelto posible: será parte de nuestros peores miedos. Sería tristísimo que
influyera en nuestras vidas como influyó, por ejemplo, el 11 de septiembre: como otro modo de instalar
el terror, la paranoia, los controles. Aunque no alcanzaría con temer solo a los virus espontáneos, a los
diversos pangolines. Se pensaría, también, en los virus de laboratorio. El fantasma de la guerra o el
terrorismo bacteriológico estará, sospecho, muy presente en el mundo que viene. Será, imagino, una
epidemia horrible.
Martín Caparrós (@martin_caparros) es colaborador regular de The New York Times. Su ensayo
más reciente es Ahorita. Su novela Sinfín, que se publicará en marzo de 2020, transcurre en 2070.

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Réquiem para el olvido, Jorge F. Hernández
En Madrid encontraron cadáveres como dormidos en sus camitas dentro de una residencia de ancia-
nos donde los sobrevivientes, quizá despiertos, soñaban la inconcebible pesadilla de la peste. Mientras
España y el mundo van sumando contagios por millares, en los televisores de las residencias para la ter-
cera edad seguramente llamaban la atención las grandes concentraciones de masas en otros países
donde aún parece no llegar la guadaña del coronavirus y es difícil imaginar el miedo y la angustia de la
abuela que no sabe si el estornudo que se escuchó en un sillón del fondo pudiera volar en micropartícu-
las hasta sus propias vías respiratorias al mismo tiempo en que sueña que ha vuelto a México, donde
todos se abrazan.
En casi todas las residencias para ancianos a donde ahora llegan convoyes militares para fumigación
exhaustiva y rescate de los viejos vivos y del personal sanitario se escuchan las lágrimas de enfermeras
y asistentes, personal administrativo y custodios o fisioterapeutas que pelean milimétricamente en las
trincheras con muy poco material para su defensa: hemos entrado en la confirmación de que casi todos
los gobiernos del mundo tan preocupados por las finanzas y sus ganancias reconocen una alarmante
escasez de tapabocas, batas, guantes, sustancias desinfectantes e incluso, jabón.
Silencio. Que se callen por un momento todos los sesudos analistas y los paladines de la estadística;
que intenten guardar un respetuoso silencio los políticos profesionales y los opinadores universales.
Guardemos un luto por los ancianos que no se enteraron que el leve contacto con el que se despidieron
de una sobrina llevaba invisible una diminuta posibilidad del contagio que terminó por ahogarle los
pulmones y callemos ante ese probable instante en que dos ancianos, olvidados del mundo y de sus pro-
pias familias, decidieron darse un último beso deseando quizá que su saliva unida se volviera el salvo-
conducto para el más allá.
Imagino las filas de los ancianos que se alinean ya impalpables en la desconocida dimensión de sus
muertes, quizá aliviados de que serán recostados sobre la pista de hielo de un centro comercial que han
improvisado como morgue gigantesca e imagino la fila interminable de los ancianos que quedaron a la
vera de sus vidas, al margen de sus propios hijos cuyos horarios laborables y demás esclavitudes impi-
dieron poderlos tener más en casa. Imagino la fila de los miles de nietos que han de superar el virus y
todo contagio para reinventar un mundo en cuanto pese la peste, con la memoria recargada de silencio,
los rostros de las arrugas, los lunares en las manos, la voz cascada y el festival de las canas.
Silencio que es hora de aplaudirle a las enfermeras que se ocupan del vómito ajeno con los guantes
gastados y una leve pantalla improvisada sobre las cejas que las marca como si estuvieran al Sol y
silencio porque hay que aplaudir a los miles de contagiados que sin embargo hacen la ronda de las som-
bras y la revisión de las calles, el llamado de alarma y subrayar la emergencia. Silencio que a cada rato
se añade un contagio de cualquier edad y cualquier estrato social en un inmenso caldo de cultivo donde
el mundo entero ha de cambiar a lo largo de tan pocas semanas ya para siempre.

136
En la fila global donde de boca en boca se van contando los casos de alivio o de luto, no quiero
cerrar este párrafo sin honrar a millones de mexicanos que se saben al filo del agua: los vendedores
ambulantes, los tacos de canasta, la de las tortillas y la de los chicles en cada estación del Metro de la
ciudad más grande del mundo, el viejito que toca un violín desafinado y los ancianos que parece que
viven en la misma banca de una placita central en un pueblo que no aparece en los mapas, pero que se
contagió sin saberlo en cuanto volvieron de un viaje los nietos de don Simón. El tragafuegos y las jau-
rías de adictos que viven en la calle desde hace tiempo, los saltimbanquis y magos improvisados, el de
la guitarra de las cantinas y el que carga con la cajita de los toques, los mariachis del abandono, y todas
las putas que sostienen en vilo al Monumento a la Madre de la Ciudad de México y los miles de desem-
pleados que ya han heredado su lugar en la pujante economía informal donde se nos vende de todo en
los semáforos, los percheros y las golosinas, los cigarros sueltos y los muñecos de peluche y todo el
circo que se ve en la pantalla del telediario en una residencia de ancianos al otro lado del mundo, cora-
zón de Castilla, donde poco a poco se ha ido vaciando el salón de las reuniones hasta quedar una sola
viejecita sola, en el silencio de su callado desahucio, donde quizá recuerde que hubo un ayer en que su
familia entera se juntaba en México para una comida tan variada y rara donde predominaban por
encima de todos los sabores las ganas de abrazarse.

Coronavirus e hipertelevisión, José Natanson


Los editores de la revista Gente lo tienen estudiado: ciertos personajes ––Guillermo Vilas, Araceli
González, más cerca en el tiempo Pampita–– venden más ejemplares, fenómeno que no necesariamente
se correlaciona con el rating o la audiencia del cine o del teatro. Del mismo modo, cualquier programa-
dor de televisión sabe que dirigentes como Fernando Iglesias, Luis D’ Elía o Guillermo Moreno atraen
a la audiencia: podrán no obtener muchos votos pero generan rating.
Son los protagonistas de la “hipertelevisión”, según las investigaciones de Francesco Casetti y
Roger Odin, un nuevo estilo de televisión que consiste en la hibridación de los formatos y la exacerba-
ción de los tonos. La hipertelevisión diluye las fronteras entre los géneros (qué es ficción y qué reali-
dad) y sube siempre el volumen (el grito, el urgente, el alerta como herramienta de rating). Al mismo
tiempo que ––y como resultado de–– la caída general de la audiencia, la televisión se ve a obligada a
sobreactuar, casi en una parodia de sí misma, en un flujo que es alimentado por las redes sociales y
cuyo resultado es un tránsito que, al revés que los ríos, parece diferente pero es siempre el mismo.
Tres registros prevalecen.
El primero es la indignación. Más una gramática que una semántica, la indignación es parte de la
tendencia a la polarización social, un fenómeno global consistente con la consolidación de minorías
intensas en un marco de creciente intolerancia y rechazo al otro. Según datos de Gallup y el Centro de
Investigación Pew citados Jonathan Haidt en La era de la indignación, desde hace al menos una década
viene aumentando el porcentaje de estadounidenses que responden afirmativamente cuando se les pre-

137
gunta si les molestaría que su hijo se casara con un demócrata (a los republicanos) o con un republicano
(a los demócratas), o que sostienen que no podrían ser amigos de una persona que profese una religión
diferente a la suya.
El efecto de la indignación es contradictorio. Si por un lado moviliza y puede funcionar como un
estímulo para la activación de las energías colectivas y el cambio social, como los españoles del 2011
(autodenominados precisamente “indignados”) por otro lado obtura la capacidad de razonar; es, por su
propia naturaleza, irreflexiva, y su transformación en un recurso democrático no es sencilla ni lineal,
como demuestra la deriva más bien decepcionante de Podemos, el dispositivo político surgido a partir
de la indignación española.
El segundo registro dominante de la hipertelevisión es la denuncia. Aunque al menos desde el Water-
gate el periodismo de investigación desempeña un rol crucial en la construcción de democracias más
transparentes y sólidas, la denuncia opera hoy, salvo contadísimas excepciones, como una reafirmación
de certezas previas, como una dimensión más del sesgo de confirmación de las redes sociales, antes que
como un método de búsqueda de la verdad. Bajo el manto oscuro de la sospecha se crean comunidades
de sentido progresivamente alejadas entre sí, mundos que no se hablan.
El tercer registro es el contrapunto. Si la indignación cancela la reflexión (en lugar de estimular la
acción) y la denuncia confirma lo que ya sabíamos (en lugar de develar lo que está oculto), el contra-
punto se aleja de su objetivo original de lograr una síntesis para limitarse a ofrecer una serie de opinio-
nes que transcurren en paralelo. Imposible, bajo esas circunstancias, obtener alguna conclusión, alguna
enseñanza superadora. La hipertelevisión adopta el método de los dibujantes de caricaturas, en el sen-
tido de la exageración de uno o dos rasgos idiosincrátricos de cada personaje: el narigón tiene la nariz
enorme y el petiso es enano. El resultado del contrapunto hipertelevisivo es un panel al estilo Intrata-
bles, donde el anti-peronista es más gorila que Alsogaray, el sobrio y bien informado solo sabe tirar
datos y el kirchnerista permanece seteado en el conflicto del campo del 2008.
Por supuesto, los tres registros se retroalimentan: la indignación se nutre de la denuncia que a su vez
sostiene al contrapunto, dando forma a un círculo infernal que tranquiliza pero adormece.
La crisis del coronavirus se inserta en este contexto mediático. Constituye, por su aparición repen-
tina y su efecto devastador, uno de esos pocos acontecimientos capaces de suspender el flujo de la rea-
lidad durante unos días, obligando a los medios a adaptarse a una escena totalmente nueva. Pero los
melones se van acomodando. Si en un comienzo el progresismo reacciona minimizando el tema (“mue-
ren más personas por dengue y a nadie la importa”) más tarde vira hacia un sentido de solidaridad
colectiva difuso y de clase media, no exento de reclamos punitivistas. La hipertelevisión, cuya marca es
la agilidad, el desparpajo y la ausencia total de escrúpulos, rápidamente se adapta a la nueva realidad
epidemiológica. Como el verdadero enemigo es invisible y silencioso, tantea otros blancos, corpóreos e
identificables. Desvía entonces la atención al italiano de Colegiales que violó la cuarentena, al padre de
familia que quiso llegar a Villa Gessell por los médanos y enterró la camioneta, al Pastor Giménez que
vende alcohol en gel bendecido a mil pesos la botella.

138
Pero se pasa de rosca, como siempre: el movilero de TN carga las tintas contra un hombre detenido
en Once por la policía tras comprobar que trasladaba unas latas de pintura en la mochila; venía de hacer
una changa y fue trasladado a la comisaría. La realidad que no se cuenta es por supuesto la dificultad
para cumplir la cuarentena que enfrenta la amplia franja de argentinos que viven en la informalidad y al
día y cuya existencia transcurre en villas o barrios hacinados, donde el “quedarse en casa” no es una
opción.
Sin embargo, la buena noticia es que la grieta se cierra y la polarización pierde temperatura. Aunque
cada tanto alguien recuerda que Macri degradó el Ministerio de Salud a Secretaría, responsabilizarlo
por la propagación del virus parece exagerado. La reacción del gobierno es sobria, empática y respon-
sable, y la oposición está a la altura: las fotos de Alberto con Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta
constituyen una muestra de apertura, unidad y diálogo impensable bajo Macri o Cristina: the end of the
grieta en escena. Sólo así se explica que Alberto pueda ejercer esa tremenda muestra de poder que es
decretar el confinamiento general de 40 millones de argentinos y sólo así se explica esa tremenda
muestra de autoridad que significa que todos estén de acuerdo. Si le hubiera tocado a Cristina, ¿habría
sido criticado por autoritaria? Y si le hubiese tocado a Macri, ¿sería un ejemplo del estado de excepción
que requiere el neoliberalismo según sostiene Agamben?
En control de la situación, el viejo y maltrecho Estado argentino reacciona. Cuando me desperté el
Leviatán seguía ahí. Otros presidente peronista que inicia su mandato bajo el signo de la emergencia.
¿Y la hipertelevisión? Sin grieta que vampirizar, reorienta su indignación y denuncia a enemigos extra-
políticos inverosímiles, en tanto resigna su tercer registro, el contrapunto, que no encuentra espacio
para desplegarse: los pocos que lo intentan ––Claudio Zin, Laura Alonso–– son rápidamente margina-
dos. Los Guillermos Vilas, Aracelis y Pampitas de la polémica no funcionan y no es difícil adivinar el
motivo: si pasan rápido y no volvemos a verlos es porque no miden.
* José Natanson es director de Le Monde diplomatique, Edición Cono Sur.

El principio de la historia, Carlos Hugo Preciado


Domènech – Rebelion
Una parte importante de los avances de la humanidad ha germinado sobre las cenizas de catástrofes
o guerras precedentes. Por citar tres ejemplos que nos resultan temporal y culturalmente próximos: la
Revolución francesa vino precedida de una hambruna que duró de invierno de 1788 a 1789. La Organi-
zación Internacional del Trabajo se crea en 1919 en el Tratado de Versalles, tras el fin de la Primera
Guerra Mundial que dejo un rastro de 14 millones de civiles y unos 5,9 millones de soldados muertos.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 10 de diciembre de 1948, el mayor avance
ético de la humanidad, brota de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, con un saldo de 60
millones de muertes, víctimas de los totalitarismos.

139
La pandemia del COVID -19 es una catástrofe global que está golpeando con crudeza a la especie
humana. A fecha de hoy lleva más de 47.000 contagios y 3.434 personas fallecidas en nuestro país. Per-
sonas que han muerto solas, sin nadie de su familia que les pudiera dar un último beso o una simple
caricia que acompañase su agonía. Familias que no se han podido despedir de sus seres más queridos.
Abrazos rotos y llantos sordos en las soledad. Y sobre todo, angustia y miedo. Miedo a lo más humano
que puede haber, el contacto, la relación. En suma, un ataque a la naturaleza social esencial al humano
(zoon politikon). Pero lo más importante, esta crisis nos ha sumergido en un océano de fragilidad.
Todas nuestras seguridades se han desvanecido por los desagües de las morgues saturadas de cuerpos
anónimos que nos gritan en silencio nuestra finitud.
Conscientes ahora de nuestra realidad vulnerable y efímera, debemos sobreponernos al miedo y salir
de esta crisis histórica con un diagnóstico adecuado de qué es lo que ha ocurrido y que consecuencias
nos depara. Nos lo debemos a nosotros y a las generaciones venideras.
Asistimos a un cambio de ciclo, un hito que aventura cambios sistémicos importantes; y si en el
plano individual las emociones son algo indispensable en todo análisis, no conviene dejarse arrastrar
por esas mismas emociones en el plano colectivo: el miedo, la ira, y la búsqueda de enemigos que
paguen nuestras facturas. Las emociones, en lo colectivo, son el látigo con el que los populismos azo-
tan a los de abajo para que luchen contra los de más abajo, dejando siempre a salvo a los mismos. Los
de arriba.
Por lo pronto, en un análisis racional, podemos decir que al final de esta crisis habrán caído varios
muros que abren paso a una nueva era. El neoliberalismo ha fracasado estrepitosamente en la preven-
ción, gestión y asignación eficiente de recursos para superar la crisis. Las políticas privatizadoras, los
recortes en lo público, el gasto militar ineficiente, el deterioro de los programas de investigación y
desarrollo, la mercantilización de la sanidad, se esconden hoy debajo de las alfombras de un sistema
completamente desbordado e incompetente al que, en palabras de Santiago Alba, lo único que le sobra
para ser perfecto somos nosotros mismos, los humanos [1]. Y parece que va por buen camino.
Al igual que la burocracia, el autoritarismo y la corrupción sistémica derrumbaron el muro de Berlín
en noviembre de 1989, la ineficiencia, la desigualdad extrema y la asignación irracional de recursos
han derrumbado el muro del capitalismo como sistema apto para defendernos ante las nuevas amena-
zas. Al contrario, no cesa de engendrar nuevos peligros. Un sistema depredador de recursos, generador
de desigualdad, devastador del medio ambiente; un sistema que cosifica a las personas, a las que única-
mente valora por su capacidad de consumo y de las que únicamente se sirve como objeto de explota-
ción. Atrás quedan los agoreros del fin de la Historia[2], pues la única historia que termina hoy es la del
neoliberalismo tal y como lo hemos conocido hasta estos días.
La declive neoliberal ha empezado ya en Europa. Han bastado unas pocas semanas de pandemia
para derribar el hasta hace bien poco inexpugnable dogma de la austeridad, erigido como sistema
supresor de la solidaridad entre pueblos. Volvemos a la economía de guerra y ello supone la oportuni-
dad de un nuevo «new deal«. Las clases trabajadoras, que ahora llevan a penas 2 años sacando la
cabeza de la crisis financiera derivada de la falta de regulaciones en el mercado hipotecario, que se ini-

140
ció en 2008 y les ha robado una década de trabajo, oportunidades, expectativas y bienestar, no van a
tolerar dócilmente una nueva década de sacrificios por la escandalosa ineficiencia del sistema capita-
lista.
Europa tendrá que refundarse social y políticamente o desaparecer tras el vergonzoso velo de su ino-
perancia.
¿Estamos dispuestos a otra década de sacrificios por la ineficiencia neoliberal?
Ésa es la cuestión clave, pues la orientación de las clases dirigentes para gestionar la indignación –
no les quepa la menor duda-pasará por incrementar el miedo a una nueva crisis y con ello, justificar el
recorte de las libertades. En esa línea, China ya está empezando a ser admirada por su asombrosa capa-
cidad para suprimir la libertad en aras de la seguridad. El viejo falso dilema de seguridad vs.libertad
tenderá a reconducirse hacia lo autoritario, para evitar las reacciones de la ciudadanía frente a la cada
vez más absurda gestión de los recursos por la economía neoliberal.
La caída del muro neoliberal arrastra consigo la revisión del modelo antropológico sobre el que se
asienta. El new deal debe empezar por nosotros mismos. Vivimos en una sociedad obscena, en tanto
que produce y expone indecentemente una sofocante abundancia de bienes, mientras priva a sus vícti-
mas de los recursos más esenciales.[3] Nos genera necesidades irreales, ansiedades irracionales, felici-
dades efímeras y angustia existencial. Somos porque consumimos y nos consumimos porque somos. Se
precisa, por tanto, una deconstrucción de nuestros hábitos de relación con el entorno y una adecuación
de los mismos a las posibilidades de nuestro planeta. La búsqueda de la felicidad ha de huir de la mera
adquisición y disfrute de bienes de consumo como propósito vital exclusivo.El ser humano ha de empe-
zar a ser sostenible o dejará de ser. El confinamiento de estos días nos brinda una magnífica lección de
cómo ser sin dejar de existir.
La estructuración política de este new deal debe pasar por la recuperación de los espacios de poder
público sujetos a control democrático y garantes de los bienes esenciales: sanidad, educación, protec-
ción social, cuidados. La recuperación del keynesanismo como soberanía económica que sustente un
Estado Social, capaz de dar respuesta a los nuevos retos del S XXI, es algo inaplazable ante la demos-
trada ineficiencia del capitalismo financiero para solventar los problemas más elementales de la exis-
tencia humana.
Y los derechos humanos. Recordemos que su consolidación como objeto de consenso universal se
produce tras la barbarie de la IIGM. La dignidad no puede pisotearse por políticas autoritarias que
garanticen nuestra salvación a toda costa frente a las pandemias. Precisamente la muerte y la desolación
que nos golpean, recuerdan la necesidad innegociable de la vida digna, como la única que vale la pena
ser vivida. Los derechos humanos han de salir reforzados de la crisis sanitaria mundial.
En fin, la protección de estos derechos, exigirá la caída de los nacionalismos, como doctrinas identi-
tarias y caducas, mercaderes del odio y de los miedos irracionales, con los que trafican para llegar al
poder. Doctrinas aparatosamente contrafuncionales para superar crisis como las que atravesamos.
Véase, si no, la solución de Boris Johnson, paradigma del nacional populismo neoliberal: que circule el

141
virus, para crear inmunidad. Neodarwinismo social. Comportará que algunos mayores de 60 años mue-
ran, pero el «rebaño» saldrá inmunizado. Sencillamente escalofriante. En España los nacionalismos de
lazo y pandereta se debaten ahora entre el ridículo y el esperpento. Nada tienen que aportar para sol-
ventar la crisis sanitaria y su sermón de odio al otro desentona con la realidad, con pareja estridencia
que la del solo de un corneta principiante en la filarmónica de Viena. La muerte del «America first»
simboliza, mejor que ninguno, la caída de los muros nacionales. Unos muros que no han impedido la
libre circulación del virus.
Para reforzar los derechos humanos deberemos repensar su soporte institucional universal: Naciones
Unidas y sus agencias especializadas, concretamente la Organización Mundial de la Salud, habrán de
erigirse en las gestoras naturales y democráticas de las futuras crisis. Caminamos pues hacia esa repú-
blica universal y cosmopolita que ya soñara Kant en «La paz perpetua», y que es el único modo de
gobernar desde la fuerza de la razón un fenómeno, como la globalización, que hasta ahora sólo se ha
regido por la razón de la fuerza.
Cuando pase la pandemia, habrá que tomar decisiones, señalar a quienes quieran privarnos de los
derechos acudiendo al miedo, provocar los cambios necesarios para vivir en harmonía con el medio
ambiente, y recordar que el autoritarismo jamás nos salvará de nuestras fragilidades, porque somos frá-
giles por naturaleza. Hay que dejar atrás la pesadilla del consumismo y transitar hacia una era de la
cooperación, de la solidaridad, para lograr una sociedad verdaderamente libre, en que la única incógnita
sea cómo utilizaremos nuestra libertad para lograr la felicidad. El principio de la historia es ahora.
Sepamos aprovecharlo.
Notas
[1] https://nabarralde.eus/santiago-alba-rico-lo-unico-que-le-sobra-al-capitalismo-para-ser-perfecto-
son-los-seres-humanos/
[2] The End of History and the Last Man. es un libro de Francis Fukuyama de 1992
[3] MARCUSE, H. «Un ensayo sobre la liberación». México. 1969. Primera edición en español,
junio de 1969.
Carlos Hugo Preciado Domènech es Doctor en derecho. Magistrado del orden social en el TSJ de
Catalunya.

La fragilidad de las economías, Guy Ryder


Las dimensiones humanas de la pandemia de la Covid-19 exceden con creces el ámbito de la res-
puesta sanitaria. Todos los aspectos de nuestro futuro se verán afectados: el económico, el social y el de
desarrollo. Nuestra respuesta ha de ser urgente, coordinada y a escala mundial, y debe ofrecer ayuda
inmediata a quienes más lo necesitan.

142
Para hacerlo bien en todos los ámbitos, desde los lugares de trabajo hasta las empresas, en las econo-
mías nacionales e internacional, se necesita un diálogo social entre los Gobiernos y los que están en pri-
mera línea: los empleadores y los trabajadores. Para que 2020 no sea una repetición de los años treinta.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que hasta 25 millones de personas podrían
quedarse sin empleo y que la pérdida de ingresos laborales podría llegar a los 3,4 billones de dólares
estadounidenses. Sin embargo, ya se está viendo que el cálculo se quedará corto frente a la magnitud
del impacto.
Esta pandemia ha expuesto sin piedad los profundos fallos de nuestros mercados laborales. Empre-
sas de todos los tamaños ya han cesado sus operaciones, han reducido las horas de trabajo y despedido
al personal. Muchas están al borde del colapso. A menudo, los primeros en quedarse sin trabajo son
aquellos cuyo empleo ya era precario: vendedores, camareros, o personal de cocina y de limpieza.
En un mundo en el que solo una de cada cinco personas tiene derecho a prestación por desempleo,
los despidos son una catástrofe para millones de familias. Al no tener derecho, en muchos casos, a una
licencia por enfermedad remunerada, cuidadores y repartidores, de los que todos dependemos ahora,
suelen verse presionados a seguir trabajando, incluso si están enfermos. Todos sufriremos por esta
situación. No solo aumentará la propagación del virus, sino que a largo plazo amplificará drásticamente
los ciclos de pobreza y desigualdad.
Tenemos la posibilidad de salvar millones de puestos de trabajo y de empresas si los Gobiernos
actúan con determinación para garantizar la continuidad de las empresas, impedir despidos y proteger a
los trabajadores vulnerables. Las decisiones que adopten hoy determinarán la salud de nuestras socieda-
des y nuestras economías en los años venideros.
Es imprescindible aplicar políticas fiscales y monetarias expansivas sin precedentes para evitar que
la actual caída precipitada no se convierta en una recesión prolongada. Debemos cerciorarnos de que la
gente tenga suficiente dinero en el bolsillo para llegar a fin de mes. Para ello, debemos asegurarnos de
que las empresas, que son fuente de ingresos para millones de trabajadores, puedan mantenerse a flote
durante la recesión y estén en condiciones de volver a funcionar tan pronto como las condiciones lo
permitan. En particular, se necesitarán medidas adaptadas a los trabajadores más vulnerables, incluidos
los trabajadores por cuenta propia, los trabajadores a tiempo parcial y los que tienen un empleo tempo-
ral, que tal vez no reúnan los requisitos para obtener un seguro de desempleo o de salud, y a los que es
más difícil llegar.
Mientras los Gobiernos tratan de aplanar la curva ascendente de la infección, necesitamos medidas
especiales para proteger a los millones de trabajadores de la salud, la mayoría mujeres, que cada día
arriesgan su propia salud por nosotros. Se ha de proteger debidamente a los transportistas y a la gente
del mar, que entregan equipos médicos y artículos de primera necesidad. El teletrabajo ofrece posibili-
dades para que los trabajadores sigan trabajando y las empresas sigan activas durante la crisis. Sin
embargo, los trabajadores deben poder negociar las condiciones para poder mantener el equilibrio con
otras responsabilidades, como el cuidado de los hijos, los enfermos o los ancianos, y, por supuesto, de
ellos mismos.

143
Muchos países ya han introducido paquetes de medidas de estímulo sin precedentes para proteger a
la sociedad y la economía, y para mantener el flujo de dinero hacia los trabajadores y las empresas.
Para optimizar la eficacia de esas medidas es imprescindible que los Gobiernos trabajen con las organi-
zaciones de empleadores y sindicatos a fin de encontrar soluciones prácticas que preserven la seguridad
de la población y protejan los puestos de trabajo.
Estas medidas incluyen el apoyo a los ingresos y subvenciones para las regulaciones temporales de
empleo para quienes tienen un trabajo más formal, créditos fiscales a los trabajadores autónomos y
ayuda financiera a las empresas.
Además de aplicar fuertes medidas nacionales, una actuación multilateral decisiva debe ser la piedra
angular de una respuesta mundial a un enemigo mundial. La cumbre virtual extraordinaria del G20
sobre la respuesta de la Covid-19 es una ocasión para poner en marcha esta respuesta coordinada.
En estos tiempos difíciles, cabe recordar un principio establecido en la Constitución de la OIT: la
pobreza, en cualquier lugar, constituye un peligro para la prosperidad de todos. En los años venideros,
la eficacia de nuestra intervención será juzgada posiblemente no solo por la amplitud y la rapidez de las
inyecciones de efectivo, o por la curva de recuperación, sino por lo que hicimos por los más vulnera-
bles.
Guy Ryder es director general de la Organización Internacional del Trabajo.

La pandemia como coartada, María Antonia Sánchez-


Vallejo
El atropello de las instituciones que conforman la espina dorsal de nuestras democracias es siempre
indicio de autoritarismo, y por eso dispara las alarmas. Pero arremeter contra las instancias que garanti-
zan un Estado de derecho —con todas las deficiencias que se quiera, pero legalista— en circunstancias
excepcionales como las que vivimos es, además, una muestra de indecencia. Amparados en la crisis del
coronavirus —la pandemia como gran coartada—, algunos líderes políticos están dando un recital de
impudicia.
La Hungría de Orbán pretende extender sine die el estado de excepción para gobernar por decreto, y
así poder meter en la cárcel, hasta cinco años, a aquellos periodistas que difundan noticias falsas —id
est, las que él considere que lo son— sobre la Covid-19. En Israel, el Likud ha intentado secuestrar el
Parlamento provocando un grave bloqueo en momentos en los que se necesita precisamente lo contra-
rio, acciones de consuno. Ambos hechos suceden estos días, de los pocos que se sustraen —y no del
todo— al coronavirus.
Ambas maniobras son comprensibles viniendo como vienen de líderes fuertes, autoritarios, como
Orbán, que puede sacar adelante su propósito gracias a la mayoría absoluta de que goza, o un Netan-
yahu que se resiste a perder el poder (y la inmunidad que conlleva) instrumentando arteramente la
emergencia mediante una jugada maestra. Pero lo más grave es que llueven sobre mojado: sobre el

144
terreno propicio de una creciente desafección democrática, abonado hoy por el miedo. El último estu-
dio del Centro para el Futuro de la Democracia de la Universidad de Cambridge constata que la insatis -
facción ciudadana con la democracia no ha dejado de aumentar en los países desarrollados desde 1995
—inicio de la investigación—, hasta alcanzar el año pasado un nada despreciable rango del 48% al
58%, según los 154 países objeto de la muestra. Desafección significa frustración, expectativas trunca-
das por la gran crisis de 2008 —y vértigo ante el abismo económico que viene—, un acre sentimiento
de desubicación en el concierto, o desconcierto, global. La clase media abocada al mórbido declive de
comunidades enteras. En esta prolongada depresión emocional y material, vivida como un extraña-
miento forzoso ya antes del confinamiento, caen cual chaparrón sobre el desierto las baladronadas de
estos líderes, máxime ante el incierto día después de la emergencia. Porque Orbán, Netanyahu, Bolso-
naro y el resto de innombrables tienen más eco en una sociedad atenazada por el miedo.
Por eso, cuando se discute la pertinencia de las metáforas bélicas para glosar la lucha contra el virus,
convendría remendar el lenguaje, tan disminuido tras lustros de bulos y posverdades. Reasumir, resig-
nificándolas, palabras clave hace tiempo en desuso que nos harán más fuertes para superar la pandemia
y esquivar los ardides de quienes intenten sacar provecho de ella: decoro, sacrificio, entereza, entrega,
conmiseración, deber, disciplina... Desprovistas de todo sesgo religioso o militarista, simple y llana-
mente como ejercicios de autodefensa.

El monstruo llama a la puerta, Mike Davis


La globalización capitalista es biológicamente insostenible en ausencia de una infraestructura sanita-
ria pública internacional. Pero nunca existirá hasta que se acabe con el poder de las farmacéuticas y la
sanidad con ánimo de lucro
16/03/2020
I.
COVID-19 es finalmente el monstruo que llama a la puerta. Los investigadores están trabajando día
y noche para caracterizar el brote, pero deben hacer frente a tres enormes desafíos. El primero es que la
constante escasez o ausencia de kits de prueba ha acabado con cualquier esperanza de contención. Ade-
más, también está evitando que se puedan realizar cálculos precisos sobre algunos parámetros clave
como el índice de reproducción, la cantidad de población infectada o el número de infecciones leves. El
resultado es un caos en las cifras.
Al igual que lo hacen las gripes anuales, el virus está mutando a medida que atraviesa poblaciones
con composiciones etarias e inmunidades adquiridas diferentes. La variedad que seguramente llegará a
los estadounidenses ya es ligeramente diferente a la del brote original de Wuhan. Las nuevas mutacio-
nes podrían ser triviales o podrían alterar la distribución actual de virulencia que aumenta con la edad,
ya que los bebés y los niños muestran escaso riesgo de infección grave mientras que los octogenarios se
enfrentan a un peligro mortal a causa de una neumonía vírica.

145
Aunque el virus permanezca estable y mute poco, su impacto entre los menores de 65 puede ser
radicalmente diferente en los países pobres y entre los grupos con un alto grado de pobreza. Solo hay
que pensar en la experiencia mundial de la pandemia de gripe de 1918 (o gripe española) que se calcula
que acabó con la vida de entre el 1 y el 2% de la población mundial. Al contrario que el coronavirus,
era más mortal entre los jóvenes adultos y esto a menudo se ha explicado como consecuencia de que su
sistema inmunitario, al ser relativamente más fuerte, reaccionó de forma desproporcionada a la infec-
ción y desató unas “tormentas mortales de citocina” contra las células pulmonares. Como bien sabe-
mos, el H1N1 original encontró un nicho favorable en los campamentos militares y en las trincheras de
los campos de batalla, en los que liquidó a jóvenes soldados por decenas de millares. El fracaso de la
Kaiserschlacht (ofensiva de primavera) de 1918 y, por tanto, motivo del resultado de la guerra, ha sido
atribuido al hecho de que los aliados, al contrario que su enemigo, pudieron reabastecer sus tropas
enfermas con tropas estadounidenses recién llegadas.
Sin embargo, no muy a menudo se reconoce que un 60% de la mortalidad mundial tuvo lugar en el
oeste de la India, donde la exportación de cereales hacia el Reino Unido y unas brutales prácticas de
requisamiento coincidieron con una grave sequía. La escasez de alimentos resultante condujo a millo-
nes de personas pobres al borde de la inanición. Se convirtieron en víctimas de una siniestra sinergia
entre malnutrición, que inhibió su respuesta inmunitaria a la infección, y una neumonía bacteriana y
vírica galopante. En otro caso, en el Irán ocupado por los británicos, varios años de sequía, cólera y
escasez de alimentos, seguidos de un brote generalizado de malaria, sentaron las condiciones previas
para la muerte de aproximadamente una quinta parte de la población.
Esta historia, y en particular las consecuencias desconocidas de la relación entre malnutrición e
infecciones existentes, debería alertarnos de que el COVID-19 podría seguir un camino diferente y
mucho más mortífero en los suburbios de África y del sur de Asia. El peligro para los pobres del mundo
ha sido ignorado casi por completo por los periodistas y por los gobiernos occidentales. El único
artículo que he visto publicado afirma que como la población urbana de África Occidental es la más
joven del mundo, la pandemia debería tener allí solo un impacto leve. En vista de la experiencia de
1918, la extrapolación parece ridícula. Nadie sabe lo que pasará en las próximas semanas en Lagos,
Nairobi, Karachi o Calcuta. Lo único que es seguro es que los países ricos y las clases ricas se concen -
trarán en salvarse a sí mismas y prescindirán de la solidaridad internacional y de la ayuda médica.
Muros y no vacunas: ¿puede haber un modelo más malvado para el futuro?
II.
En un año puede que echemos la vista atrás y admiremos el éxito de China a la hora de contener la
pandemia y, al mismo tiempo, que nos sintamos horrorizados por el fracaso de EE.UU. (Estoy siendo
temerario y dando por supuesto que la declaración de China con respecto al rápido descenso en el
número de transmisiones es más o menos correcta). La incapacidad de nuestras instituciones para man-
tener cerrada la caja de Pandora, obviamente, no es ninguna sorpresa. Desde el año 2000 hemos obser-
vado en repetidas ocasiones las grietas en la primera línea sanitaria.

146
Por ejemplo, la temporada de gripe de 2018 desbordó a los hospitales de todo EE.UU., y puso de
manifiesto la sorprendente escasez de camas de hospital que acusa el país tras 20 años de recortes moti-
vados por el ánimo de lucro en la capacidad de pacientes ingresados (he ahí la versión de la industria
sanitaria de cómo gestionar las existencias mediante el método de producción justo a tiempo). El cierre
de hospitales privados y de beneficencia y la escasez de personal de enfermería también impuesto por
la lógica de mercado han arruinado los servicios sanitarios en las comunidades más pobres y en las
zonas rurales, y han trasladado la responsabilidad a los infrafinanciados hospitales públicos y centros
de administración de veteranos. La situación del departamento de urgencias en esas instituciones ya es
incapaz de hacer frente a las infecciones estacionales, así que ¿cómo van a afrontar la inminente satura-
ción de casos críticos?
Estamos en las primeras etapas de un Katrina sanitario. A pesar de los años de advertencias de la
gripe aviar y otras pandemias, el inventario de algunos equipos de emergencia básicos como los respi-
radores no es el adecuado para hacer frente a la afluencia prevista de casos críticos. Los sindicatos de
enfermería más militantes se están asegurando de que todos comprendamos el grave riesgo que com-
porta la provisión insuficiente de algunos equipos de protección como las mascarillas N95. Y más vul-
nerables son aún, por invisibles, los cientos de miles de auxiliares sanitarios a domicilio y el personal
de las residencias de ancianos que están sobreexigidos y mal pagados.
La industria de residencias asistidas o para personas mayores autónomas aloja a 2,5 millones de
estadounidenses de la tercera edad (la mayoría de ellos con Medicare) y lleva mucho tiempo siendo un
escándalo nacional. De acuerdo con el New York Times, un número increíble de 380.000 pacientes de
residencias de la tercera edad muere cada año por la negligencia de las instituciones a la hora de aplicar
los más básicos procedimientos de control de las infecciones. Muchas residencias, sobre todo en los
estados del sur, consideran que les sale más barato pagar las multas por infracciones sanitarias que con-
tratar personal adicional y darles la formación adecuada. Pero claro, como ha sucedido en Seattle, doce-
nas, quizá cientos de residencias para ancianos se volverán zonas de riesgo del coronavirus, y los
empleados que trabajan allí, y cobran el salario mínimo, lógicamente decidirán proteger a sus propias
familias y quedarse en casa. En ese caso, el sistema podría colapsar y no creo que podamos esperar que
la Guardia Nacional vacíe los orinales.
El brote ha puesto de manifiesto de forma instantánea esa marcada división de clases que existe en
la asistencia sanitaria: aquellos con buenos planes de salud que también pueden trabajar o enseñar
desde casa están cómodamente aislados siempre que cumplan con precauciones prudentes. Los emplea-
dos públicos y otros grupos de trabajadores sindicados que cuentan con una cobertura sanitaria decente
tendrán que tomar decisiones difíciles entre cobrar y protegerse. Mientras tanto, millones de trabajado-
res con bajos salarios en el sector servicios, trabajadores agrícolas, empleados eventuales sin seguro,
desempleados o personas sin hogar serán arrojados a los leones. Aunque el gobierno consiga finalmente
resolver el desastre de los kits de prueba y pueda suministrar un número adecuado de ellos, los que
carezcan de seguro seguirán teniendo que pagar a médicos u hospitales para realizarse el test. Los gas-

147
tos médicos de las familias en general treparán por las nubes al mismo tiempo que millones de trabaja-
dores pierden sus empleo y sus seguros médicos de empresa. ¿Puede haber un argumento más sólido y
urgente a favor del Medicare para todos?
III
Pero la cobertura universal solo es un primer paso. Es decepcionante, por no decir algo peor, que en
los debates de las primarias ni Sanders ni Warren hayan subrayado el abandono de la investigación y
del desarrollo de nuevos antibióticos y antivirales por parte de las grandes farmacéuticas. De las 18
empresas farmacéuticas más grandes, 15 han abandonado esa actividad por completo. Las medicinas
para el corazón, unos tranquilizantes adictivos y los tratamientos para la impotencia masculina son los
más rentables, y no las defensas contra la infección de los hospitales, las enfermedades emergentes y
las tradicionales enfermedades letales tropicales. Una vacuna universal contra la gripe, es decir, una
vacuna cuyo objetivo sean las partes inmutables de las proteínas superficiales del virus, lleva siendo
una posibilidad desde hace décadas, pero nunca ha sido una prioridad rentable.
Si la revolución de los antibióticos sigue retrocediendo, las viejas enfermedades volverán a aparecer
acompañadas de nuevas infecciones y los hospitales se convertirán en grandes morgues. Hasta Trump
puede oponerse de manera oportunista a los abusivos costes de las recetas, pero necesitamos una visión
más audaz que intente acabar con los monopolios farmacéuticos y facilite la producción pública de
medicinas vitales. (Esto solía ser así: durante la 2ª Guerra Mundial, el ejército alistó a Jonas Salk y a
otros investigadores para desarrollar la primera vacuna contra la gripe). Como escribí hace 15 años en
mi libro El monstruo llama a nuestra puerta. La amenaza mundial de la gripe aviar.
El acceso a las medicinas vitales, incluidas las vacunas, los antibióticos y los antivirales deberían ser
un derecho humano, y estar universalmente disponibles sin coste alguno. Si los mercados no pueden
proporcionar los incentivos para producir de forma barata estos fármacos, entonces los gobiernos y las
organizaciones sin ánimo de lucro deberían asumir la responsabilidad de fabricarlas y distribuirlas. La
supervivencia de los pobres debe considerarse una prioridad mayor que las ganancias de las grandes
farmacéuticas.
La actual pandemia profundiza el argumento: ahora parece que la globalización capitalista es bioló-
gicamente insostenible en ausencia de una infraestructura sanitaria pública verdaderamente internacio-
nal. Pero esa infraestructura nunca existirá hasta que los movimientos populares no pongan fin al poder
de las grandes farmacéuticas y la asistencia sanitaria con ánimo de lucro.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en el blog Haymarketsbooks. Traducción de Álvaro
San José.

148
El coronavirus no distingue entre clases, Isaac Rosa
Pensaba escribir sobre las palabras del presidente Sánchez al presentar el paquete de medidas, pero
todavía no he sido capaz de escuchar más allá del primer minuto. Pongo una y otra vez el vídeo, y me
quedo atascado en una de sus primeras frases: "El virus no distingue entre ideologías ni clases ni terri-
torios; desgraciadamente nos está golpeando a todos". Frase que ya le he oído repetir en al menos tres
ocasiones en los últimos días: que el coronavirus nos trata a todos por igual, no distingue a sus vícti-
mas. Un virus igualitario, vaya.
¿El virus no distingue de clases? Si algo saben los virus, este o cualquiera, es distinguir entre clases.
Igual que las catástrofes naturales, o las recesiones económicas, o las guerras. También los virus, tan
chiquitos ellos, diferencian a sus víctimas según su clase. Como sucede con la mayoría de enfermeda-
des, que suelen ir por barrios, con más incidencia de ciertas dolencias en las zonas de menos ingresos; o
como la esperanza de vida, que puede variar en una decena de años entre dos distritos de una misma
ciudad.
Nos ha bastado una semana de coronavirus para darnos cuenta de que sí, claro que el virus distingue
entre clases. También en las pandemias hay desigualdad.
Solo hay que ver quiénes son los trabajadores en primera línea estos días, más expuestos por tanto al
contagio: el personal sanitario, por supuesto, y también cajeras, dependientes y reponedores de comer-
cios de primera necesidad, repartidores de mercancía, conductores, limpiadoras; además de todos aque-
llos cuya actividad manual o presencial no permite teletrabajo; y muchos otros tan precarios que no
pueden exigir a sus empresas que suspendan la actividad, o que al menos les faciliten condiciones de
seguridad. Todos los que siguen saliendo a la calle, y apretándose en el cercanías si hace falta, mientras
los demás nos quedamos en casa. Si cuando todo haya pasado se entretiene alguien en analizar el perfil
socioeconómico de contagiados, ya verán qué sorpresa.
No solo el riesgo de contagio, también los daños colaterales del virus. Empezando por el confina-
miento, que varía radicalmente según tu poder adquisitivo. Todos debemos quedarnos en casa, eso es
innegociable. Pero no te encierras igual en una casa con jardín y dos plantas en la que acumulas todo
tipo de comodidades, o en un apartamento con balcón a la calle, que en un bajo interior casi sin venta -
nas, o en un piso compartido con extraños, o en cualquiera de esas infraviviendas de las que hacíamos
mucha broma cuando se anunciaban en Idealista, y en las que ahora debe de haber alguien encerrado. Y
eso solo por hablar del espacio, que un hogar es mucho más que cuatro paredes, y no todos los hogares
están en las mismas condiciones para un confinamiento prolongado.
También las consecuencias económicas del virus distinguen entre clases. En las primeras cunetas se
han quedado ya miles de trabajadores, despedidos antes incluso del estado de alarma, temporales no
renovados, autónomos de todo tipo, y muchísima economía sumergida que sigue existiendo aunque ya
ni la nombremos.

149
Y lo mismo pasa con la incertidumbre que nos trae el virus. No sabemos qué será de nosotros la
semana que viene, ni el mes que viene, ni el año que viene. Pero uno mira distinto el futuro, por negro
que sea, si tiene un buen colchón de ahorros, patrimonio o familia, una mínima seguridad material, que
si llevas meses, años o toda la vida caminando sobre el alambre, a merced de cualquier imprevisto que
te tumbe, hasta que llega The Big One, la madre de todos los imprevistos.
Cuando por fin avanzo un poco más en el discurso del presidente, le oigo decir que "nadie se va a
quedar atrás". El problema es que muchos ya se habían quedado atrás antes del coronavirus, y seguía
pendiente su rescate. El problema es que han presentado un plan de emergencia (muy importante, hay
que reconocerlo) en un país que llevaba tiempo necesitando un plan de emergencia, antes de que lle-
gase un virus que sí, claro que distingue entre clases.

Neo negacionismos, Sandra Russo


El mecanismo de las noticias falsas
Este año pasamos un 24 de marzo extraño como todo lo que pasa, pero logramos darle la espesura
de la conciencia, que es la base de la memoria. No sólo fue un 24 extraño por la cuarentena obligatoria,
las noticias de infectados y muertos, los pañuelos y las banderas en el corazón y los balcones o las
terrazas, y la sensación íntima y colectiva de fragilidad y contingencia. También fue el primer 24 de
marzo en el que, después del ciclo político anterior, el macrista, pudimos recordar el golpe genocida de
1976 sin el aturdimiento del negacionismo que había empezado a asomar en años anteriores desvergon-
zadamente en boca de quienes no tienen otra forma de circulación política, y en el marco de un Estado
también negacionista.
Este año pasamos ese día haciendo juntos un ejercicio multitudinario, el de la memoria, sin la cual la
verdad es inhallable y la justicia imposible. Pero es importante también el contexto más general en el
que se inscribió ese día. Percibimos que se suceden hechos dispares y trágicos. Que lo trágico que pudo
ser la irrupción de la pandemia, se completa con lo trágico de ver el colapso sanitario en países que se
pretendían aún con Estado de bienestar, y de comprender que lo que se llamaba primer mundo en Occi-
dente era una escenografía.
Hay muchas maneras de describir la puja por la que está pasando el mundo, pero una de ellas es la
puja entre un modelo global basado en la experiencia histórica de los pueblos, y con ellos adentro,
contra otro modelo negacionista que no debate ni argumenta ni funda sus concepciones, sino que senci-
llamente niega los hechos. “La gente ya no cree en hechos”, decía hace un año Noam Chomky. ¿En qué
cree? En noticias falsas.
Por eso Trump, al que se le cayó el helado arriba de la cabeza y debe hacerse responsable de su
irresponsabilidad, un día antes de que Nueva York se convirtiera en el mayor foco viral del mundo,
acusó de narco a Nicolás Maduro. Es tan obvio que irrita hasta la exasperación. Pero lo hace porque
vivimos en un mundo que ya no cree en hechos. Y en ese sentido la pandemia es una lección terrible,
porque un Gran Hecho se impone, como todas las pestes, para que la realidad aplaste los espejismos.

150
Estos neo negacionismos que aquí y allá (en Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, Colombia, por
mencionar países muy diferentes) siguen adelante como una vaca que mira pasar un tren después de
escándalos, muertes, asesinatos por encargo, vínculos con el narco, pruebas de evasión, utilización per-
sonal de los bienes públicos y toda esa larga lista de caracterizaciones, no podría hacerlo sin las noticias
falsas. Son máquinas acusatorias que al mismo tiempo niegan sistemáticamente toda su rama genealó-
gica de genocidios y masacres, y las diversas formas que han hallado para seguir descartando a millo-
nes de seres humanos, a animales, a bosques y a océanos.
Los neo negacionistas niegan el estado del mundo, producto de sus políticas y su modo de produc-
ción y concentración, y niegan lo que siempre han negado sus antecesores. Niegan que fueron 30.000 y
niegan la contaminación de las aguas. Niegan la procedencia criminal del origen de grandes fortunas, o
las enormes extensiones de tierra, y niegan que el glifosato nos afecte.
Y son ellas, las noticias falsas, las hijas recientes de la época, parte de una artillería simbólica, el
fruto de los medios de comunicación que han abandonado las formas y los contenidos de eso que lla-
mamos comunicación. Los neo negacionismos que ahora se hacen tan visibles cuando Bolsonaro habla
de “un resfriadito” o cuando Trump pasa de minimizar “el virus chino” a dar conferencias de prensa
sobre el tema, hace décadas que nos vienen aturdiendo. Hemos consumido mentiras durante muchos
años, pero ahora, que algo se salió de madre sobre todo psíquicamente, cuando ganan elecciones los
psicópatas, la mesa está servida para ellos.
No hay negacionismos sin noticias falsas, sencillamente porque en la vieja lógica de la libertad de
expresión, sería el periodismo quien debería impedir disparates, abandonos de persona, negocios
incompatibles con la función pública, crueldad sin límite contra los condenados de la tierra. Denuncián-
dolos. Reprobándolos. Pero no lo hace. Los neo nazis no son elogiados, pero todos los días hay noticias
enunciadas desde el racismo. Los comandos paramilitares que asesinan a líderes ambientales no son
bien vistos, pero no hay investigaciones periodísticas que hagan caer a un gobierno por un genocidio
por goteo. Todo lo contrario: nos muestran a Duque como el nuevo ejemplo, ahora que Chile les
reventó.
Los neo negacionismos existen porque hay una parte grande del poder global que apuesta a seguir
acumulando y concentrándose, y no pueden decirnos “Muéranse”, aunque el vicegobernador de Texas
lo enunció bastante claro. Pedirles a los ancianos que se mueran en nombre de la economía de un país
es de lo más abyecto que se puede concebir.
Eso sucede en el ombligo de este sistema deshumanizado que niega su propio hedor.

151
El debate a partir del ‘traspié’ de Agamben
La invención de una epidemia, Giorgio Agamben
El estado de emergencia como norma. Necesidad del Estado de instaurar pánicos colectivos que los
datos reales desautorizan. Coronavirus, una suerte de terrorismo global. El temor a contagiarse de otros,
como otra forma de restringir libertades.
Frente a las medidas de emergencia frenéticas, irracionales y completamente injustificadas para una
supuesta epidemia debido al coronavirus, es necesario partir de las declaraciones de la CNR (1), según
las cuales no sólo “no hay ninguna epidemia de SARS-CoV2 en Italia”, sino que de todos modos “la
infección, según los datos epidemiológicos disponibles hoy en día sobre decenas de miles de casos,
provoca síntomas leves/moderados (una especie de gripe) en el 80-90% de los casos”. En el 10-15% de
los casos puede desarrollarse una neumonía, cuyo curso es, sin embargo, benigno en la mayoría de los
casos. Se estima que sólo el 4% de los pacientes requieren hospitalización en cuidados intensivos”.
Si esta es la situación real, ¿por qué los medios de comunicación y las autoridades se esfuerzan por
difundir un clima de pánico, provocando un verdadero estado de excepción, con graves limitaciones de
los movimientos y una suspensión del funcionamiento normal de las condiciones de vida y de trabajo
en regiones enteras?
Dos factores pueden ayudar a explicar este comportamiento desproporcionado. En primer lugar, hay
una tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno. El
decreto-ley aprobado inmediatamente por el gobierno “por razones de salud y seguridad pública” da
lugar a una verdadera militarización “de los municipios y zonas en que se desconoce la fuente de trans-
misión de al menos una persona o en que hay un caso no atribuible a una persona de una zona ya infec-
tada por el virus”. Una fórmula tan vaga e indeterminada permitirá extender rápidamente el estado de
excepción en todas las regiones, ya que es casi imposible que otros casos no se produzcan en otras par-
tes. Consideremos las graves restricciones a la libertad previstas en el decreto: a) prohibición de expul-
sión del municipio; b) prohibición de acceso al municipio o zona en cuestión; c) suspensión de eventos
o iniciativas de cualquier tipo; d) suspensión de los servicios de educación para niños y escuelas de
todos los niveles y grados; e) suspensión de los servicios de apertura al público de museos y otras insti-
tuciones y lugares culturales; f) suspensión de todos los viajes educativos, tanto en Italia como en el
extranjero; g) suspensión de los procedimientos de quiebra y de las actividades de las oficinas públicas;
h) aplicación de la medida de cuarentena con vigilancia activa.
La desproporción frente a lo que según la CNR es una gripe normal, no muy diferente de las que se
repiten cada año, es sorprendente. Parecería que, habiendo agotado el terrorismo como causa de las
medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas
más allá de todos los límites.

152
El otro factor, no menos inquietante, es el estado de miedo que evidentemente se ha extendido en los
últimos años en las conciencias de los individuos y que se traduce en una necesidad real de estados de
pánico colectivo, a los que la epidemia vuelve a ofrecer el pretexto ideal. Así, en un círculo vicioso per-
verso, la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de
seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla.
Publicado en Quodlibet.it Ficción de la razón. 26/02/2020.
(1) CNR es la sigla de El Consiglio Nazionale delle Ricerche [Consejo Nacional de Investigación].

El derrape de Giorgio Agamben sobre el coronavirus


Las intervenciones del filósofo italiano son sintomáticas del colapso de la teoría en paranoia
La incertidumbre sin precedentes en medio de la pandemia de coronavirus ha diezmado nuestros
planes cuidadosamente establecidos y ha perturbado nuestras mentes al mismo tiempo. La ansiedad se
manifiesta en una incapacidad total para concentrarse; nuestros esfuerzos para «trabajar desde casa» se
consumen en gran medida mirando fijamente Twitter, las páginas de inicio de The New York Times y
The Guardian, y publicaciones medianas repletas de gráficos incomprensibles y consejos dudosos.
Creemos que estas circunstancias no requieren más modelos epidemiológicos, sino filosofía. La pre-
gunta -«¿Qué debo hacer?»- es, después de todo, una variante de la primera pregunta filosófica, a saber,
“¿cómo debo vivir?”
Justo a tiempo, llega alguien aparentemente adecuado para la tarea. El filósofo y teórico cultural ita-
liano Giorgio Agamben ha servido durante mucho tiempo como un modelo de cómo la reflexión filosó-
fica puede ayudarnos a evaluar las implicaciones morales de las catástrofes de un orden que la mente
apenas puede comprender, sobre todo el Holocausto. Es especialmente conocido por su trabajo sobre la
historia intelectual y política del concepto mismo de «vida», y la amenaza que la soberanía política le
plantea.
En dos textos cortos (el primero, «El estado de excepción provocado por una emergencia desmoti-
vada», un artículo para el diario italiano Il manifiesto, traducido al inglés y publicado por la revista
Positions Politics; la segunda, «Aclaraciones«, publicado originalmente en italiano, Agamben trae su
aparato conceptual característico para influir en la respuesta global a la pandemia de coronavirus. Las
medidas de emergencia para la «supuesta epidemia de coronavirus», escribe, son «frenéticas, irraciona-
les y absolutamente injustificadas». El coronavirus, insiste Agamben (¡en los últimos días de febrero!)
Es «una gripe normal, no muy diferente de las que nos afectan cada año».
Como la mayoría de los lectores ya habrán aprendido, incluso bajo las estimaciones más conserva-
doras, la tasa de mortalidad por coronavirus es 10 veces mayor que la de la gripe común: 1 por ciento a
la 0.1 por ciento de la gripe común. Pero, después de todo, lo que le importa a Agamben no es la situa-
ción empírica sino la política. Y aquí encontramos a Agamben en forma clásica. El verdadero «estado
de excepción» y, por lo tanto, la verdadera amenaza, no es la enfermedad en sí. Es el «clima de pánico»

153
que «los medios de comunicación y las autoridades» han creado en torno a la enfermedad, lo que per-
mite al gobierno introducir restricciones extremas al movimiento, la congregación y la sociabilidad
ordinaria sin las cuales nuestra vida diaria y nuestro trabajo se convierten rápidamente en irreconoci-
bles.
Los aislamientos y las cuarentenas son, de hecho, una manifestación más de «la creciente tendencia
a utilizar el estado de excepción como un paradigma de gobierno normal». El gobierno, nos recuerda,
siempre prefiere gobernar con medidas excepcionales. En caso de que se pregunte cuán literalmente
estamos destinados a tomar esta parte de la teoría crítica de la conspiración, agrega que «una vez que el
terrorismo se agotó como justificación», lo mejor es «inventar una epidemia».
Como un presentador desconcertado de Fox News, Agamben concluye que las prohibiciones de
viaje, la cancelación de eventos públicos y privados, el cierre de instituciones públicas y comerciales y
la aplicación de cuarentena y vigilancia son simplemente «desproporcionadas»: un costo demasiado
alto para protegerse de una enfermedad ordinaria más.
En una respuesta ampliamente difundida, el filósofo francés Jean-Luc Nancy, que identifica a Agam-
ben como un «viejo amigo», se opone al argumento de Agamben en cuanto al gobierno como el único
culpable de la crisis, pero reconoce su argumento general sobre los peligros de un perpetuo estado de
existencia en pánico: «toda una civilización está involucrada, no hay duda al respecto». Sin embargo, la
parte más notable de la respuesta de Nancy es su nota final: «Hace casi treinta años, los médicos deci-
dieron que necesitaba un trasplante de corazón. Giorgio fue uno de los pocos que me aconsejó que no
los escuchara. Si hubiera seguido su consejo, yo probablemente habría muerto muy pronto. Es posible
cometer un error «.
Nancy tiene razón: se pueden cometer errores. Pero, ¿se clasifica correctamente como un error el
escepticismo dogmático de Agamben hacia la intervención institucional de todo tipo? ¿O un hábito
intelectual se ha convertido en una compulsión patológica? De cualquier manera, la pequeña anécdota
personal de Nancy revela lo que está en juego en la polémica posición de Agamben, aplicada al mundo
real: la vida de los seres queridos, especialmente los viejos y vulnerables.
No es que Agamben permita que las palabras de su viejo amigo, sin mencionar la devastación que ha
continuado asolando Italia, afecten su confianza. La muerte de cientos de italianos por día parece haber
endurecido su determinación.
En su segundo texto, titulado simplemente «Aclaraciones», Agamben reconoce que una epidemia
está sobre nosotros, dejando atrás las afirmaciones empíricas engañosas. (Bueno, casi, y vale la pena
señalar la excepción: Agamben afirma que «Ha habido epidemias más graves en el pasado, pero nadie
pensó por ese motivo declarar un estado de emergencia como el actual, que nos impide incluso el movi-
miento». Esto es falso. Como padrino intelectual de Agamben, Michel Foucault, detalla en Vigilar y
castigar, que ya en el siglo XVII, los preparativos para la plaga incluían la restricción completa del
movimiento entre y dentro de las ciudades de Europa: «Cada individuo está fijo en su lugar . Y, si se

154
muda, lo hace a riesgo de su vida, contagio o castigo»). En su mayor parte, Agamben enfoca su aclara-
ción en otra objeción de principios a las medidas draconianas implementadas en todo el mundo:
¿cuánto sacrificio es demasiado?
Agamben observa correctamente que la cuestión de la proporcionalidad de la respuesta no es cientí-
fica: es moral. Y la respuesta no es obvia. Aquí, al menos, Agamben llega a una pregunta seria. Este es
exactamente el tipo de pregunta que esperábamos que el humanista pudiera ayudarnos a responder.
La forma de abordarlo de Agamben se enmarca en una distinción entre «vida desnuda», nuestra
supervivencia biológica, y algo que él tiene en mayor consideración; llámalo vida social o ética. «Lo
primero que la ola de pánico que paralizó al país obviamente muestra es que nuestra sociedad ya no
cree en nada más que en la vida desnuda», observa. En nuestro pánico histérico, ejerciendo esfuerzos
hercúleos para evitar daños físicos, nos hemos hecho vulnerables a la pérdida de un orden mucho más
alto: sacrificar nuestro trabajo, amistades, familias extendidas, ritos religiosos (primero entre ellos,
funerales) y compromisos políticos. De esta manera, podríamos preservarnos biológicamente, pero
habremos eliminado en el proceso cualquier cosa que le dé sentido a la vida, que haga que valga la
pena vivirla.
Además, el enfoque exclusivo en la supervivencia a cualquier costo, en la preservación de la «vida
desnuda», no solo constituye una derrota espiritual por derecho propio, sino que nos vuelve uno contra
el otro, amenazando la posibilidad de relaciones humanas significativas y por lo tanto apariencia de
«sociedad»: «La vida desnuda, y el peligro de perderla, no es algo que une a las personas, sino que las
ciega y las separa». La paranoia nos lleva a ver a otros seres humanos «únicamente como posibles pro-
pagadores de la plaga», para evitarlos a toda costa. Tal estado, donde todos nos dedicamos a una batalla
contra un enemigo dentro de nosotros, al acecho en cualquier otra persona, es «en realidad, una guerra
civil». Las consecuencias, predice Agamben, serán sombrías y durarán más que la epidemia. Él con-
cluye:
«Así como las guerras han dejado como legado a la paz una serie de tecnología desfavorable,
desde el alambre de púas hasta las centrales nucleares, también es muy probable que uno intente
continuar incluso después de los experimentos de emergencia sanitaria que los gobiernos no logra-
ron llevar a realidad antes: cerrar universidades y escuelas y hacer lecciones solo en línea, poner
fin de una vez por todas a reunirse y hablar por razones políticas o culturales e intercambiar solo
mensajes digitales entre ellos, siempre que sea posible, sustituyendo máquinas por cada contacto,
cada contagio, entre los seres humanos.»

Para ser claros, Agamben tiene razón en que los costos que estamos pagando son extremadamente
altos: la respuesta a la epidemia exige grandes sacrificios de nosotros como individuos y de la sociedad
en general. Además, y dejando de lado la paranoia conspirativa, existe un riesgo real de que el virus
disminuya la resistencia pública a las medidas políticas que amenazan el autogobierno democrático: un
mayor uso de la vigilancia, la expansión de los poderes ejecutivos y restricciones a la libertad de movi -
miento y asociación.

155
Sin embargo, observar los costos potenciales es la parte fácil. Lo que es mucho más difícil y mucho
más peligroso, es tener claro qué es exactamente lo que estamos sacrificando. Agamben tiene razón en
que una vida dedicada exclusivamente a nuestra propia supervivencia biológica es una vida humana
solo de nombre, y que elegir voluntariamente tal vida no es simplemente un sacrificio personal sino una
forma de autolesión moral de toda la sociedad. ¿Pero es esto realmente lo que estamos haciendo?
Por supuesto, hay quienes se niegan a inclinarse ante las recomendaciones de las autoridades: las
vacaciones de primavera de Florida, los rastreadores de bares de St. Paddy’s Day. ¿Son estos los héroes
morales que Agamben está pidiendo? Mientras tanto, aquellos de nosotros que, con el corazón opri-
mido, hemos abrazado las restricciones a nuestras libertades, no solo apuntamos a nuestra propia super-
vivencia biológica. Hemos acogido con beneplácito las diversas limitaciones institucionales en nuestras
vidas (de hecho, a veces esperamos que nuestros gobiernos las introdujeran antes), y hemos instado a
nuestros amigos y familiares (¡especialmente a nuestros obstinados padres!) A hacer lo mismo, no a
evitar «el peligro de enfermarnos», no por el bien de nuestra vida desnuda, y de hecho no por el bien de
la vida desnuda de los demás, sino por un imperativo ético: ejercer los enormes poderes de la sociedad
para proteger a los vulnerables, sean ellos nuestros seres queridos unos u otros.
Estamos haciendo todo esto, en primer lugar, por nuestros semejantes: nuestros padres, nuestros
abuelos y todos aquellos que, a fuerza del destino, son frágiles. Nada podría estar más lejos de nuestras
mentes que el mantenimiento de su «vida desnuda»: nos preocupamos por estas personas porque son
nuestros parientes, nuestros amigos y los miembros de nuestra comunidad.
Mi prometido y yo cancelamos nuestra boda de verano la semana pasada. Lo hicimos para que nues-
tros invitados, incluido el padre de alto riesgo de mi pareja, pudieran asistir en alguna fecha posterior a
la celebración social de nuestra decisión de unir nuestras vidas. Ahora estamos encerrados en nuestro
apartamento, «aislados», para que podamos visitar a su padre, más tarde, sin poner en peligro su salud,
si alguna vez regresamos a Londres. Con suerte, todos podremos celebrar esa boda juntos un día des-
pués de todo. Con suerte, nuestros hijos algún día conocerán a su abuelo. Agamben lamenta que esta-
mos sacrificando «relaciones sociales, trabajo, incluso amistades, afectos y convicciones religiosas y
políticas» por «el peligro de enfermarse». Pero no estamos haciendo sacrificios en aras de la mera
supervivencia de nadie. Nos sacrificamos porque compartir nuestras alegrías y dolores, nuestros esfuer-
zos y nuestro tiempo libre con nuestros seres queridos, jóvenes y viejos, enfermos y saludables, es la
esencia de estas llamadas «condiciones normales de vida».
«¿Qué es una sociedad», pregunta Agamben, «que no tiene otro valor que la supervivencia?» Bajo
ciertas circunstancias, esta es una buena pregunta. En estas circunstancias, es ciego. ¿Es esta la socie-
dad en la que Agamben cree que está viviendo? Cuando este filósofo mira a su alrededor, ¿realmente
no ve nada más que la lucha por la «vida desnuda»? Si es así, la «aclaración» de Agamben puede ser
reveladora de una manera que no había querido. Podríamos considerarlo como un ejemplo muy lúcido
de «teoría desnuda»: el disfrazar la jerga anticuada como una forma de resistencia valiente al dogma

156
moral irreflexivo. A veces es aconsejable retrasar el despliegue de la pesada maquinaria teórica hasta
que uno haya mirado alrededor. Si buscamos sabiduría sobre cómo vivir hoy, deberíamos buscar en
otro lado.
Anastasia Berg es investigadora junior en filosofía en la Universidad de Cambridge y editora en The
Point. Este artículo es parte del Diario de cuarentena de The Point.
Fuente The chronicle of higher eduction
Traducción al castellano para Comunizar: Catrina Jaramillo

Excepción viral, Jean-Luc Nancy


Giorgio Agamben, un viejo amigo, afirma que el coronavirus es apenas diferente de una simple
gripe. Olvida que para la gripe “normal” tenemos una vacuna de eficacia probada. Y esto también nece-
sita ser adaptado a las mutaciones virales cada año. A pesar de ello, la gripe “normal” siempre mata a
varias personas y el coronavirus para el que no hay vacuna es claramente capaz de una mortalidad
mucho mayor. La diferencia (según fuentes del mismo tipo que las de Agamben) es de 1 a 30: no me
parece una diferencia pequeña.
Giorgio dice que los gobiernos toman todo tipo de pretextos para establecer estados continuos de
excepción. Pero no se da cuenta de que la excepción se convierte, en realidad, en la regla en un mundo
en el que las interconexiones técnicas de todas las especies (movimientos, traslados de todo tipo, expo-
sición o difusión de sustancias, etc.) alcanzan una intensidad hasta ahora desconocida y que crece con
la población. La multiplicación de esta última también conduce en los países ricos a una prolongación
de la vida y a un aumento del número de personas de avanzada edad y, en general, de personas en situa-
ción de riesgo.
No hay que equivocarse: se pone en duda toda una civilización, no hay duda de ello. Hay una espe-
cie de excepción viral – biológica, informática, cultural – que nos pandemiza. Los gobiernos no son
más que tristes ejecutores de la misma, y desquitarse con ellos es más una maniobra de distracción que
una reflexión política.
Recordé que Giorgio es un viejo amigo. Lamento traer a colación un recuerdo personal, pero no me
distancio, después de todo, de un registro de reflexión general. Hace casi treinta años, los médicos me
juzgaron para hacer un transplante de corazón. Giorgio fue una de las pocas personas que me aconsejó
no escucharlos. Si hubiera seguido su consejo, probablemente habría muerto tarde o temprano. Uno
puede equivocarse. Giorgio sigue siendo un espíritu de finura y bondad que puede ser llamado – sin
ironía – excepcional.

157
Cuidados a ultranza, Roberto Esposito
Al leer este texto de Nancy, encuentro los rasgos que siempre lo han caracterizado, en particular una
generosidad intelectual que yo mismo he experimentado en el pasado, inspirándome ampliamente en su
pensamiento, especialmente en mis trabajos sobre la comunidad. Lo que en cierto momento interrum-
pió nuestro diálogo fue la clara aversión de Nancy al paradigma de la biopolítica, al que siempre opuso,
como en este mismo texto, la relevancia de los dispositivos tecnológicos, como si las dos cosas estuvie-
sen necesariamente en conflicto. Cuando, en cambio, incluso el término “viral” indica una contamina-
ción biopolítica entre diferentes lenguajes ––políticos, sociales, médicos, tecnológicos–– unificados por
el mismo síndrome inmune, entendido como una polaridad semánticamente contraria al léxico de la
comunidad. Aunque el propio Derrida hizo un uso abundante de la categoría de inmunización, proba-
blemente, en la negativa de Nancy a enfrentar el paradigma biopolítico, pudo haber heredado la disto-
nía de Derrida con respecto a Foucault. Sin embargo, estamos hablando de tres de los mejores filósofos
contemporáneos.
El hecho es que hoy ninguna persona con ojos para ver puede negar el pleno despliegue de la biopo-
lítica. Desde intervenciones biotecnológicas en áreas que alguna vez se consideraron exclusivamente
naturales, como el nacimiento y la muerte, hasta el terrorismo biológico, la gestión de la inmigración y
las epidemias más o menos graves, todos los conflictos políticos actuales tienen en el centro la relación
entre política y vida biológica. Pero, precisamente, la referencia a Foucault debe llevarnos a no perder
de vista el carácter históricamente diferenciado de los fenómenos biopolíticos. Una cosa es argumentar,
como lo hace Foucault, que, durante dos siglos y medio, política y biología se han enredado cada vez
más, con resultados problemáticos y a veces trágicos. Otra cosa es homologar eventos y experiencias
incomparables entre sí. Personalmente, evitaría poner en cualquier relación las cárceles especiales con
unas cuantas semanas de cuarentena en Bassa. Ciertamente, desde un punto de vista legal, el decreto de
urgencia, que se ha aplicado durante mucho tiempo incluso en los casos en que no sería necesario,
empuja la política hacia procedimientos excepcionales que, a la larga, pueden socavar el equilibrio de
poderes a favor del ejecutivo. Pero llegar a hablar, en este caso, de riesgo para la democracia, me pare-
cería al menos exagerado. Creo que deberíamos tratar de separar los planos, distinguiendo los procesos
de largo plazo de las noticias recientes. Desde el primer punto de vista, la política y la medicina,
durante al menos tres siglos, se han vinculado en una implicación mutua que terminó transformando a
ambas. Por un lado, se ha determinado un proceso de medicalización de una política que, aparente-
mente exenta de limitaciones ideológicas, se muestra cada vez más dedicada al “cuidado” de sus ciuda-
danos de los riesgos que, a menudo, ella misma enfatiza. Por otro lado, estamos presenciando una
politización de la medicina, investida de tareas de control social que no le corresponden, lo que explica
las evaluaciones heterogéneas de los virólogos sobre el alivio y la naturaleza del coronavirus. En ambas
tendencias, la política se deforma con respecto a su perfil clásico. También porque sus objetivos ya no
refieren a individuos o clases sociales, sino a segmentos de la población diferenciados por salud, edad,
género o incluso etnia.

158
Pero una vez más, con respecto a preocupaciones ciertamente legítimas, es necesario no perder el
sentido de la proporción. Me parece que lo que sucede hoy en Italia, con la superposición caótica y un
poco grotesca de prerrogativas estatales y regionales, tiene más el carácter de una descomposición de
los poderes públicos que el de un dramático control totalitario.

Aclaraciones, Giorgio Agamben


Un periodista italiano se ha propuesto, según el buen uso de su profesión, distorsionar y falsificar
mis consideraciones sobre la confusión ética en la que la epidemia está arrojando al país, en el que ya
no hay ni siquiera consideración por los muertos. Así como no merece ser mencionado su nombre, tam-
poco vale la pena rectificar las obvias manipulaciones. Más bien público aquí algunas otras reflexiones,
que, a pesar de su claridad, presumiblemente también serán falsificadas.
El miedo es un mal consejero, pero hace que aparezcan muchas cosas que uno pretende no ver. Lo
primero que muestra claramente la ola de pánico que ha paralizado al país es que nuestra sociedad ya
no cree en nada más que en la nuda vida. Es evidente que los italianos están dispuestos a sacrificar
prácticamente todo, las condiciones normales de vida, las relaciones sociales, el trabajo, incluso las
amistades, los afectos y las convicciones religiosas y políticas ante el peligro de caer enfermos. La nuda
vida —y el miedo a perderla— no es algo que una a los hombres, sino que los ciega y los separa. Los
demás seres humanos, como en la peste descrita por Manzoni, se ven ahora sólo como posibles untado-
res que hay que evitar a toda costa y de los que hay que guardar una distancia de al menos un metro.
Los muertos —nuestros muertos— no tienen derecho a un funeral y no está claro qué pasa con los
cadáveres de las personas que nos son queridas. Nuestro prójimo ha sido cancelado y es curioso que las
iglesias guarden silencio al respecto. ¿Qué pasa con las relaciones humanas en un país que se acostum-
bra a vivir de esta manera por quién sabe cuánto tiempo? ¿Y qué es una sociedad que no tiene más
valor que la supervivencia?
Lo segundo, no menos preocupante que lo primero, que la epidemia deja aparecer con claridad es
que el estado de excepción, al que los gobiernos nos han acostumbrado desde hace mucho tiempo, se
ha convertido realmente en la condición normal. Ha habido epidemias más graves en el pasado, pero a
nadie se le había ocurrido declarar por esto un estado de emergencia como el actual, que incluso nos
impide movernos. Los hombres se han acostumbrado tanto a vivir en condiciones de crisis perpetua y
de perpetua emergencia que no parecen darse cuenta de que su vida se ha reducido a una condición
puramente biológica y ha perdido todas las dimensiones, no sólo sociales y políticas, sino también
humanas y afectivas. Una sociedad que vive en un estado de emergencia perpetua no puede ser una
sociedad libre. De hecho, vivimos en una sociedad que ha sacrificado la libertad a las llamadas «razo-
nes de seguridad» y se ha condenado por esto a vivir en un perpetuo estado de miedo e inseguridad.
No es sorprendente que por el virus se hable de guerra. Las medidas de emergencia en realidad nos
obligan a vivir bajo condiciones de toque de queda. Pero una guerra con un enemigo invisible que
puede acechar a cualquier otro hombre es la más absurda de las guerras. Es, en verdad, una guerra civil.
El enemigo no está fuera, está dentro de nosotros.

159
Lo que preocupa es no tanto o no sólo el presente, sino lo que sigue. Así como las guerras han
legado a la paz una serie de tecnologías nefastas, desde el alambre de púas hasta las centrales nucleares,
de la misma manera es muy probable que se buscará continuar, incluso después de la emergencia sani-
taria, los experimentos que los gobiernos no habían conseguido realizar antes: que las universidades y
las escuelas cierren y sólo den lecciones en línea, que dejemos de reunirnos y hablar por razones políti-
cas o culturales y sólo intercambiemos mensajes digitales, que en la medida de lo posible las máquinas
sustituyan todo contacto —todo contagio— entre los seres humanos.

El ángel exterminador, Daniel Link


Nos informan los diarios que en las redes la confirmación del primer caso de coronavirus fue salu-
dada como la llegada de un viajero ilustre: “Bienvenido a la Argentina”. Nuestro tradicional snobismo
adopta un tinte milenarista: si habremos de sufrir las diez plagas, bienvenida la tercera, que se suma al
sarampión y al dengue. Giorgio Agamben había reflexionado hace unas semanas sobre “las medidas de
emergencia frenéticas, irracionales y completamente injustificadas para una supuesta epidemia debida
al coronavirus” en Italia. Agamben atribuyó esas medidas a “una tendencia creciente a utilizar el estado
de excepción como paradigma normal de gobierno”. La paranoia y el miedo les convienen a los deseos
de limitar las libertades ciudadanas en nombre de una seguridad abstracta. Jean-Luc Nancy le contestó
a ese vecchio amico: no es verdad que el coronavirus sea menos mortal que una simple gripe (porque
para esta existen vacunas de probada eficacia). En cuanto a la excepción.... “hay una especie de excep-
ción viral, biológica, informática, cultural, que nos pandemiza. Los gobiernos no son más que tristes
ejecutores, y desquitarse con ellos es más una estratagema de diversión que una reflexión política”,
concluye. Y recuerda que cuando los médicos le dijeron que tenían que trasplantarle el corazón, el
único que le dijo que no lo hiciera fue el amigo Giorgio. De haberlo escuchado estaría muerto (la acu-
sación es muy grave, pero tal vez inadecuada a lo que se está discutiendo). Igino Domanin consideró
anacrónicas las premisas de Agamben, muy atadas a un paradigma analítico del siglo XX: “Se parte de
la idea de que la epidemia, el evento viral y patógeno y todas sus consecuencias son precisamente una
construcción, una maquinación política, un dispositivo que produce un cierto tipo de realidad basada en
la necesidad de control médico y normalización”. Más cerca de la posición de Nancy, Domanin cree
que hoy por hoy lo humano se define precisamente por su “exposición a la catástrofe”. Por su parte,
Donatella Di Cesare recupera y defiende la hipótesis agambeniana, pero le da un giro materialista: “El
coronavirus, este virus soberano ya está en el nombre, se burla de la soberanía excepcional, que grotes-
camente querría aprovecharse de él. Se escapa, reluce, pasa más allá, cruza las fronteras. Y se convierte
en una metáfora de una crisis ingobernable, un colapso apocalíptico. Pero el capitalismo, sabemos, no
es un desastre natural”.
Exposición a la catástrofe... crisis ingobernable... colapso apocalíptico... ¡Esas palabras! Cómo no
íbamos los argentinos a darle la bienvenida a lo que viene a recordarnos lo que constituye nuestro goce
como sociedad perdida, como pueblo que quiere escaparse del Estado que lo oprime y necesita de las
diez plagas para que los mares se abran en dos.

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El virus y los límites del capitalismo, Judith Butler
23/03/2020
El aislamiento obligatorio coincide con un nuevo reconocimiento de nuestra interdependencia global
durante el nuevo tiempo y espacio que impone la pandemia. Por un lado, se nos pide secuestrarnos en
unidades familiares, espacios de vivienda compartidos o domicilios individuales, privados de contacto
social y relegados a esferas de relativo aislamiento; por otro lado, nos enfrentamos a un virus que cruza
rápidamente las fronteras, ajeno a la idea misma del territorio nacional.
¿Cuáles son las consecuencias de esta pandemia al pensar en la igualdad, la interdependencia global
y nuestras obligaciones mutuas?
El virus no discrimina. Podríamos decir que nos trata por igual, nos pone igualmente en riesgo de
enfermar, perder a alguien cercano y vivir en un mundo de inminente amenaza. Por cierto, se mueve y
ataca, el virus demuestra que la comunidad humana es igualmente frágil. Al mismo tiempo, sin
embargo, la incapacidad de algunos estados o regiones para prepararse con anticipación (Estados Uni-
dos es quizás el miembro más notorio de ese club), el refuerzo de las políticas nacionales y el cierre de
las fronteras (a menudo acompañado de racismo temeroso) y la llegada de empresarios ansiosos por
capitalizar el sufrimiento global, todos dan testimonio de la rapidez con la que la desigualdad radical,
que incluye el nacionalismo, la supremacía blanca, la violencia contra las mujeres, las personas queer y
trans, y la explotación capitalista encuentran formas de reproducir y fortalecer su poderes dentro de las
zonas pandémicas. Esto no debería sorprendernos.
La política de atención médica en los Estados Unidos pone esto en relieve de una manera singular.
Un escenario que ya podemos imaginar es la producción y comercialización de una vacuna efectiva
contra el COVID-19. Claramente desesperado por anotarse los puntos políticos que aseguren su reelec-
ción, Trump ya ha tratado de comprar (con efectivo) los derechos exclusivos de los Estados Unidos
sobre una vacuna de la compañía alemana, CureVac, financiada por el gobierno alemán. El Ministro de
Salud alemán, con desagrado, confirmó a la prensa alemana que la oferta existió. Un político alemán,
Karl Lauterbach, comentó: «La venta exclusiva de una posible vacuna a los Estados Unidos debe evi-
tarse por todos los medios. El capitalismo tiene límites». Supongo que se opuso a la disposición de
«uso exclusivo» y que este rechazo se aplicará también para los alemanes. Esperemos que sí, porque
podemos imaginar un mundo en el que las vidas europeas son valoradas por encima de todas las demás:
vemos esa valoración desarrollarse violentamente en las fronteras de la U.E.
No tiene sentido preguntar de nuevo, ¿En qué estaba pensando Trump? La pregunta se ha planteado
tantas veces en un estado de exasperación absoluta que no podemos sorprendernos. Eso no significa
que nuestra indignación disminuya con cada nueva instancia de autoengrandecimiento inmoral o crimi-
nal. Pero de tener éxito en su empresa y lograr comprar la potencial vacuna restringiendo su uso solo a
ciudadanos estadounidenses, ¿cree que esos ciudadanos estadounidenses aplaudirán sus esfuerzos, feli-
ces de ser liberados de una amenaza mortal cuando otros pueblos no lo estarán? ¿Realmente amarán
este tipo de desigualdad social radical, el excepcionalismo estadounidense, y valorarían, como él

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mismo definió, un acuerdo brillante? ¿Imagina que la mayoría de la gente piensa que es el mercado
quién debería decidir cómo se desarrolla y distribuye la vacuna? ¿Es incluso posible dentro de su
mundo insistir en un problema de salud mundial que debería trascender en este momento la racionali-
dad del mercado? ¿Tiene razón al suponer que también vivimos dentro de los parámetros de esa manera
de ver al mundo?
Incluso si tales restricciones sobre la base de la ciudadanía nacional no llegaran a aplicarse, segura-
mente veremos a los ricos y a los que poseen seguros de cobertura de salud apresurarse para garanti-
zarse el acceso a dicha vacuna cuando esté disponible, aún cuando esto implique que solo algunos
tendrán acceso y otros queden condenados a una mayor precariedad.
La desigualdad social y económica asegurará que el virus discrimine. El virus por sí solo no discri-
mina, pero los humanos seguramente lo hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelaza-
dos del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo. Es probable que en el próximo año
seamos testigos de un escenario doloroso en el que algunas criaturas humanas afirmarán su derecho a
vivir a expensas de otros, volviendo a inscribir la distinción espuria entre vidas dolorosas e ingratas, es
decir, aquellos quienes a toda costa serán protegidos de la muerte y esas vidas que se considera que no
vale la pena que sean protegidas de la enfermedad y la muerte.
Todo esto acontece contra la carrera presidencial en los Estados Unidos dónde las posibilidades de
Bernie Sanders de asegurarse la nominación demócrata parecieran ahora ser muy remotas, aunque no
estadísticamente imposibles. Las nuevas proyecciones que establecen a Biden como el claro favorito
son devastadoras durante estos tiempos precisamente porque Sanders y Warren defendieron el “Medi-
care para Todos”, un programa integral de atención médica pública que garantizaría la atención médica
básica para todos en el país. Tal programa pondría fin a las compañías de seguros privadas impulsadas
por el mercado que regularmente abandonan a los enfermos, exigen gastos de bolsillo que son literal-
mente impagables y perpetúan una brutal jerarquía entre los asegurados, los no asegurados y los no ase-
gurables. El enfoque socialista de Sanders sobre la atención médica podría describirse más
adecuadamente como una perspectiva socialdemócrata que no es sustancialmente diferente de lo que
Elizabeth Warren presentó en las primeras etapas de su campaña. En su opinión, la cobertura médica es
un «derecho humano» por lo que quiere decir que todo ser humano tiene derecho al tipo de atención
médica que requiere. Pero, ¿por qué no entenderlo como una obligación social, una que se deriva de
vivir en sociedad los unos con los otros? Para lograr el consenso popular sobre tal noción, tanto San-
ders como Warren tendrían que convencer al pueblo estadounidense de que queremos vivir en un
mundo en el que ninguno de nosotros niegue la atención médica al resto de nosotros. En otras palabras,
tendríamos que aceptar un mundo social y económico en el que es radicalmente inaceptable que algu-
nos tengan acceso a una vacuna que pueda salvarles la vida cuando a otros se les debe negar el acceso
porque no pueden pagar o no pueden contar con un seguro médico que lo haga.
Una de las razones por las que voté por Sanders en las primarias de California junto con la mayoría
de los demócratas registrados es porque él, junto con Warren, abrió una manera de reimaginar nuestro
mundo como si fuera ordenado por un deseo colectivo de igualdad radical, un mundo en el que nos uni-

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mos para insistir en que los materiales necesarios para la vida, incluida la atención médica, estarían
igualmente disponibles sin importar quiénes somos o si tenemos medios financieros. Esa política habría
establecido la solidaridad con otros países comprometidos con la atención médica universal y, por lo
tanto, habría establecido una política transnacional de atención médica comprometida con la realiza-
ción de los ideales de igualdad. Surgen nuevas encuestas que reducen la elección nacional a Trump y
Biden precisamente cuando la pandemia acecha la vida cotidiana, intensificando la vulnerabilidad de
las personas sin hogar, los que no poseen cobertura médica y los pobres.
La idea de que podríamos convertirnos en personas que desean ver un mundo en el que la política de
salud esté igualmente comprometida con todas las vidas, para desmantelar el control del mercado sobre
la atención médica que distingue entre los dignos y aquellos que pueden ser fácilmente abandonados a
la enfermedad y la muerte, estuvo brevemente vivo. Llegamos a entendernos de manera diferente
cuando Sanders y Warren ofrecieron esta otra posibilidad. Entendimos que podríamos comenzar a pen-
sar y valorar fuera de los términos que el capitalismo nos impone. Aunque Warren ya no es un candi -
dato y es improbable que Sanders recupere su impulso, debemos preguntarnos, especialmente ahora,
¿por qué seguimos oponiéndonos a tratar a todas las vidas como si tuvieran el mismo valor? ¿Por qué
algunos todavía se entusiasman con la idea de que Trump asegure una vacuna que salvaguarde la vida
de los estadounidenses (como él los define) antes que a todos los demás?
La propuesta de salud universal y pública revitalizó un imaginario socialista en los Estados Unidos,
uno que ahora debe esperar para hacerse realidad como política social y compromiso público en este
país. Desafortunadamente, en el momento de la pandemia, ninguno de nosotros puede esperar. El ideal
ahora debe mantenerse vivo en los movimientos sociales que están menos interesados en la campaña
presidencial que en la lucha a largo plazo que nos espera. Estas visiones compasivas y valientes que
reciben las burlas y el rechazo del realismo capitalista tenían suficiente recorrido, llamaban la atención,
provocando que un número cada vez mayor, algunos por primera vez, desearan un cambio en el mundo.
Ojalá podamos mantener vivo ese deseo.
*Judith Butler es una filósofa y teórica de género estadounidense cuyo trabajo ha influido en la teo-
ría política, la filosofía, la ética, el feminismo, la teoría queer, la cultura y la psique. En su último libro,
“The Force of Nonviolence” (El Poder de la No Violencia), ella «presenta un argumento descomunal:
que nuestros tiempos, o tal vez todos los tiempos, exigen imaginar una forma completamente nueva
para que los humanos vivan juntos en el mundo, un mundo de lo que Butler llama igualdad radical .»
[Entrevista en New Yorker].

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