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El virus de la posverdad

El carácter global de las redes y su extraordinaria


capacidad de contagio ha alimentado la propagación de
falsos remedios y teorías de la conspiración

MILAGROS PÉREZ OLIVA


13 SEPT 2021 - 05:15 CEST
En una crisis global, provocada por un virus desconocido
que en menos de dos meses es capaz de dar la vuelta al
mundo y paralizar la economía, la gestión de la
información es un elemento vital. Durante esta pandemia
hemos podido comprobar la dificultad de comunicar
seguridad y certeza cuando la evidencia científica es
limitada y además cambiante. En un contexto de
ansiedad extrema, era fácil que la pandemia evolucionara
hacia una infodemia: una gran sobrecarga informativa, de
contenido no siempre fiable, en medio de una gran
incertidumbre y grandes incógnitas por resolver.

Alineados con la comunidad científica, los medios de


comunicación tradicionales han hecho un gran esfuerzo
de divulgación rigurosa y, en general, no se ha caído,
como en crisis anteriores, en la exageración y el
sensacionalismo. Pero esta pandemia se ha desarrollado
en un ecosistema mediático completamente nuevo, en el
que las redes sociales han tenido un gran protagonismo. Y
la ciudadanía, ávida de noticias, se ha encontrado a
menudo emparedada entre el exceso de información y la
desinformación.
Se ha producido una cantidad ingente de información
científica en un tiempo récord y la mayor parte se ha
transmitido a través de repositorios abiertos sin una
revisión por pares como la que tienen las revistas
científicas. El volumen ha sido tal, que los propios
científicos y sanitarios han tenido dificultades para
navegar entre tanto dato. Pero lo más inquietante ha sido
comprobar la dificultad de informar con rigor en tiempos
de posverdad, esa nueva termita de la democracia que
alimenta las fake news, es decir, la difusión de
informaciones falsas expresamente diseñadas para
hacerse pasar por veraces con el objetivo de provocar un
engaño o un estado de confusión y obtener así un
beneficio.

El error de llamar ‘antivacunas’ a quienes dudan sobre


inmunizarse

Un estudio publicado en agosto de 2020 en el American


Journal of Tropical Medicine and Hygiene sobre la
cobertura mediática durante los primeros tres meses de
la pandemia identificó un total de 2.311 noticias falsas
con rumores, teorías conspirativas y bulos sobre el
coronavirus. Entre ellas había muchas sobre falsos
tratamientos, desde una combinación de orina de
camello y cal a la solución clorada de un conocido
curandero catalán. Uno de esos bulos, las supuestas
propiedades del metanol, se difundió masivamente, hasta
el punto de que la agencia norteamericana del
medicamento, la Food and Drug Administration, tuvo que
salir al paso para frenar sus catastróficos efectos, que en
ese momento se estimaban en 5.900 hospitalizaciones,
800 muertes y 60 casos de ceguera.

El carácter global de las redes y su extraordinaria


capacidad de contagio ha alimentado la propagación de
falsos remedios y teorías de la conspiración, como la
difundida por el movimiento Qanon sobre una supuesta
conspiración universal de pedófilos que trataría de
gobernar el mundo utilizando el virus para controlar a la
población. Pero en el caso de la covid-19, al riesgo de la
desinformación se ha sumado un factor adicional
demoledor: por primera vez la ciencia ha sido
cuestionada desde las más altas instancias del poder,
entre ellas, los presidentes de países tan importantes
como EE UU o Brasil.

Precisamente por negar la evidencia, ir contracorriente o


desafiar al sistema, las noticias falsas y las teorías de la
conspiración tienen a veces más recorrido en las redes
sociales que las noticias basadas en la evidencia científica.
Cuanto más impactantes son, mayor es su capacidad de
contagio y penetración. El ingeniero informático Alberto
Brandolini formuló en 2014 el principio de asimetría entre
la verdad y los bulos en estos términos: “La cantidad de
energía necesaria para refutar un bulo malicioso es de un
orden de magnitud mayor, [es decir, diez veces mayor] de
la necesaria para producirlo”. Jonathan Swift lo ha
expresado con una frase muy elocuente: “La falsedad sale
volado y la verdad corre tras ella cojeando”. En la cultura
de la posvedad, los hechos y los datos comprobables
cuentan menos que los relatos y las impresiones
subjetivas. Los bulos y las fake news no se alimentan de
conocimiento, sino credulidad. Y en tiempos de
incertidumbre, encuentran en la posvedad el aliado más
eficiente.

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