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Zadani
Susan Zapana se ríe contenidamente en su cuarto ante una luz tenue que llega de una
bombilla desgastada. Las voces de la primera planta replican iracundas: “¿de qué te ríes?”.
Susan, esquizofrénica diagnosticada, responde de acuerdo al estado natural de sus
alucinaciones. Vuelve a reír y entrelaza sus dedos en su cabellera, rascándosela con ambas
manos.
Ella entendía poco al principio, cuando su demencia infausta arreciaba y sus actos dependían
de la máxima atención de los Zapana. A pocos días de su llegada de Arequipa, en la que tenía
un esposo que la violentaba diariamente y dos hijos (5 y 10 años) que, por su condición, era
incapaz de salvaguardar, en una salida familiar hacia el ala este de la ciudad, donde se
arremolinan los restaurantes campestres, abandonó a los suyos y en plena autopista se
desvistió. Descubierta de toda prenda, corrió anhelosa con las manos extendidas hacia arriba y
riéndose a cada zancada con mayor empeño, como si lo que buscara en su destino final le
obligara a ello. Luego de ese instante de arrebatamiento y revelación, buscar ayuda,
profesionales que puedan encargarse más a profundo de Susan, era lo más adecuado. Aun con
el indolente sistema de salud del país, y más en específico de la ciudad, que sobreestimaba
esas fisuras profundas, Susan, con el resquebrajamiento de su estado en su punto más álgido,
siguió un tratamiento que a corto y mediano plazo logró estabilizarla.
Susan, siempre sonriente, canta y baila, juega con sus manos. No la ven como el elemento
sórdido del hogar. Los de abajo se le han unido.