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Vimos en la clase anterior que el terrorismo de Estado perpetrado por el complejo cívico-militar
en la Argentina durante 1976-1983 se realizó con una intencionalidad manifiesta de reformular
la estructura social argentina. La estrategia fue la instauración del terror y la consiguiente
implementación de una serie de medidas económicas y sociales de orden neoliberal.
“Una feliz circunstancia ha querido que este día en que los argentinos comenzamos esta etapa
de 100 años de libertad, de paz y de democracia, sea el Día de los Derechos Humanos. Y
queremos, en consecuencia, comprometernos una vez más: vamos a trabajar categórica y
decisivamente por la dignidad del hombre, al que sabemos hay que darle libertad, pero también
justicia, porque la defensa de los derechos humanos no se agota en la preservación de la vida,
sino además también en el combate que estamos absolutamente decididos a librar contra la
miseria y la pobreza en nuestra Nación”.
Así, la democracia argentina consolidada parecía algo difícil de legitimar, puesto que la
ciudadanía demandaba al Estado soluciones urgentes, tras la promesa de recuperar derechos
integralmente, sintetizada en la célebre frase de campaña: “con la democracia se come, se cura
y se educa”.
No obstante, hay que destacar que el gobierno dio un impulso muy fuerte a la investigación de
los delitos de lesa humanidad cometidos durante el proceso dictatorial, por medio de la
Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). El informe producido por esta
comisión posibilitó, entre otras acciones, que el poder judicial argentino lograra juzgar a los
miembros de la junta militar durante ese período de gobierno.
• la Ley 23.114/84 que convoca a la realización del Segundo Congreso Pedagógico Nacional;
• la Ley 23.179/85 que aprueba la Convención de la ONU sobre la Eliminación de todas las formas
de Discriminación contra la Mujer;
A partir de 1985, luego del mencionado Juicio a las Juntas, el gobierno comenzó a soportar
fuertes planteos y presiones desde diversos sectores de las Fuerzas Armadas, que culminó por
invertir la construcción simbólica que se venía desarrollando en torno a "la cuestión de los
derechos humanos", que para el gobierno pasó a convertirse en una "cuestión militar".
Como sostiene la socióloga Elizabeth Jelin (2005) “(…) esto no es obviamente sólo un cambio de
palabras, sino que expresa una inversión de las prioridades iniciales del gobierno: de la
necesidad de resolver el problema ético a la necesidad de mantener una relación armónica con
el actor militar. En buena medida, esta inversión se produjo por la presión ejercida por los
mismos militares, aunque actores y analistas coinciden en señalar que en el momento de la
transición, entre fines de 1983 y durante 1984, había espacio político para proceder con mayor
audacia, dada la debilidad de los militares.”
2. Estado y neoliberalismo
2.1 Caracterización de este modelo político económico
Al promediar la década del 40, se implementó un particular Estado de Bienestar en Argentina,
cuyos pilares centrales giraban en torno al acceso al salario y la protección social que lo rodeaba,
permitiendo constituir un piso de ciudadanía social a lo largo de treinta años, habilitado por un
régimen económico sustentado en la dinámica del mercado interno, con alto nivel de consumo
de los sectores asalariados, que a la vez dinamizaban el régimen de acumulación.
En un mercado de trabajo que tendía al pleno empleo, esta lógica funcionaba de manera
integracionista, habilitando la reproducción social de la amplia mayoría de la población. En este
sentido eran pensadas las intervenciones del Estado, justamente, para garantizar esa
reproducción, regulando considerablemente las relaciones sociales.
Este modelo se fue implementado a lo largo de América latina por una serie de regímenes
nacional-populares que encontraron sus límites con la crisis mundial de los años 70.
La crisis del Estado de bienestar, capaz de garantizar los derechos sociales a todos los habitantes
de la Nación, fue dando lugar a la imposición de un orden neoliberal.
Cuando el fin de la Guerra Fría anunciaba el triunfo político del capitalismo y la implementación
de estas medidas, la adopción de la ideología neoliberal en América latina y especialmente en
el Cono Sur (Argentina, Chile y Brasil), consistieron en profundizar la concentración y
transnacionalización de la economía (apertura de mercados).
Veamos ahora una caracterización de este modelo político-económico de libre mercado, que el
Consenso de Washington definió para los países en desarrollo y que fuera luego promovido y
exigido por los organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el
Banco Mundial (BM):
• flexibilización de las leyes laborales (mano de obra a bajo costo, escasa protección social,
precarización laboral, desempleo).
En estas transformaciones, el Estado cumplió el doble papel de artífice y objeto de las medidas
de corte neoliberal implementadas por Carlos Menem. En efecto, las políticas de desregulación
de relaciones económicas, apertura indiscriminada al mercado internacional, convertibilidad de
la moneda y reforma del Estado fueron todas drásticas medidas que surgieron de él, y que en él
impactaron de manera determinante y muy difícilmente reversibles (recordemos la idea del
Estado como producto, objeto y determinante del conflicto social).
Sumado a estos procesos, los gobiernos fueron adquiriendo préstamos en el extranjero a tasas
en extremo elevadas, lo que fue generando una acumulación insostenible de deuda. Al no poder
cumplir con los compromisos, las entidades acreedoras les impuso a los Estados planes de
ajustes estructurales, con resultados devastadores para la ciudadanía.
Las consecuencias de estas políticas fueron ruinosas para la sociedad argentina. Veamos cómo
describe Javier Auyero (2001) el legado de la acción estatal, propia del período noventista:
“El carácter caótico de las políticas destinadas a ‘combatir el desempleo’ y de las políticas
sociales destinadas a ‘combatir la pobreza’ hace que la situación sea aun peor: los pobres son
cada vez más débiles y están cada día más desprotegidos."
“El Estado ha exhibido una particular indiferencia respecto del destino de los desempleados: el
seguro de desempleo sólo cubre a una exigua proporción de quienes perdieron su trabajo y el
dinero otorgado en cada subsidio no alcanza para cubrir sus necesidades básicas."
“La privatización de las empresas estatales no es sólo otro aspecto de la retirada estatal de las
funciones básicas sino que tiene un importante impacto en los niveles de empleo. Entre 1989 y
1999, aproximadamente 150.000 trabajadores perdieron sus trabajos como consecuencia
directa del proceso de privatización.”
Asimismo, es importante subrayar en esta clase que, durante su mandato, Menem firmó diez
decretos que permitieron indultar a 277 represores condenados y/o procesados y también
civiles que participaron en acciones criminales durante la última dictadura militar.
Estos lamentables decretos de perdón dejaron en libertad, entre otros, a Videla, Viola, Massera,
Lambruschini y Martínez de Hoz (procesado por el secuestro de dos empresarios). Estas acciones
eran justificadas en aras de “la reconciliación y el olvido del pasado reciente” y constituyeron
una clara muestra de la impunidad estatal.
Los gobiernos de Menem cumplieron sus ciclos cuestionados por su impunidad y corrupción. En
tanto, el 24 de octubre de 1999 la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación se imponía en
las elecciones presidenciales con el 48,5 por ciento de los sufragios.
De esta manera, Fernando de la Rúa se convertía en el nuevo jefe de Estado; quien ganó con un
discurso que ponía énfasis en la “trasparencia” y en el fin de “la fiesta menemista”.
• las marchas de los jubilados en la Plaza Lavalle (desde inicios de la década) reclamando
aumentos en la seguridad social;
• la pueblada en Santiago del Estero (1993), iniciada por trabajadores estatales cesanteados;
las movilizaciones de empleados municipales en Jujuy y la marcha de protesta de maestros en
Salta con ataque a edificios públicos (1994);
• la primera Marcha Federal y huelga general convocada por organizaciones sindicales (CTA,
MTA y CCC) en Capital Federal (1994);
• la pueblada de Cutral-Co (iniciada por docentes) y Plaza Huincul, donde los trabajadores
cortaron rutas contra la desocupación (1996);
• cortes de ruta en Jujuy y Cultral-Co que dan origen al movimiento piquetero, Carpa Docente
frente al Congreso y segunda Marcha Federal convocada por la CTA bajo el lema “Trabajo para
todos” (1997);
• acampe y corte del puente que une Corrientes y Chaco de trabajadores desocupados (1999)
El proceso de manifestación ciudadana por más derechos tuvo como respuesta estatal la fuerte
represión y, en algunos casos, la intervención federal de las provincias. Este disciplinamiento
trajo graves consecuencias; sin embargo, la movilización social no cesó sino que, al contrario,
implementó nuevas estrategias de visibilidad y demanda: ollas populares en la vía pública,
asambleas, producción de revistas, entre otras.
El gobierno entrante decidió hacerse eco de algunas de las principales demandas populares.
Entre sus primeras medidas debemos mencionar la renovación de la desprestigiada Corte
Suprema de justicia, el descabezamiento de las cúpulas castrenses, el retiro de los cuadros de la
escuela militar de los jerarcas que condujeron el terrorismo de Estado y la recuperación y
resignificación de la ex Esma como espacio de memoria y promoción de los Derechos Humanos.
Este proceso se vio además apuntalado por el impulso a las políticas de Memoria, Verdad y
Justicia que, luego de la incansable lucha de los organismos de Derechos Humanos a los que nos
hemos referido en la tercera clase, fueron tomadas como políticas de Estado, por el gobierno de
Néstor Kirchner primero y de Cristina Fernández de Kirchner posteriormente.
En ese marco se inscriben la declaración de insalvablemente nulas las leyes de Punto Final y
Obediencia Debida dictada por el Congreso Nacional en agosto de 2003 y posteriormente la
ratificación de la inconstitucionalidad por parte de la Corte Suprema de Justicia luego de su
nueva composición. La declaración de nulidad constituyó una señal decisiva a la Justicia para
llevar adelante la reapertura de los juicios, que al día de hoy han confirmado más de 500
sentencias a los responsables del terrorismo de Estado. La recuperación de 119 nietos por las
Abuelas de Plaza de Mayo (hasta febrero de 2016) y las contundentes declaraciones de Ricardo
Lorenzetti Presidente de la Suprema Corte de Justicia ratificando los juicios como política de
Estado, constituye otro de los signos de la época.
Como mencionamos más arriba, la movilización popular que pudo comenzar a ponerle límites
al Estado neoliberal tuvo el enorme costo de decenas de asesinados a manos de la represión
estatal, contándose más de 30 muertos en las jornadas de diciembre de 2001 y el asesinato de
Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en el año 2002.
Los procesos políticos transformadores que buena parte de América latina viene llevando
adelante, están caracterizados por la recuperación y ampliación de derechos de diversa índole.
El Estado, interviniendo en la sociedad de un modo progresivo, supone un proceso de
redistribución de poderes en la estructura socio económica que librada a su suerte, consagra y
multiplica desigualdades. La redistribución económica constituye la base de cualquier proceso
de justicia social pero no lo agota. Los procesos de redistribución y reconocimiento hacen a una
nueva configuración de fuerzas sociales y en ese sentido, a una mayor posibilidad de efectivizar
derechos. Si durante los años 90 asistimos a un proceso de fuerte retiro y desregulación por
parte del Estado, en los últimos años, en cambio, se revirtió este proceso reestatizando
empresas (AFJP, Ferrocarriles, YPF, etc) y re regulando varios ámbitos del mercado. Asimismo
se sancionaron leyes que asumen la educación como un derecho y no como un servicio; y otras
leyes que permiten la ampliación de la ciudadanía social, como la Asignación Nacional por Hijo,
y de la ciudadanía civil como la ley de Matrimonio Igualitario.
Si bien, como se observa, este período que describimos constituye un proceso de acumulación
social muy significativo, es importante señalar que estuvo atravesado por tensiones,
contradicciones y límites. En ese sentido es importante señalar la permanencia significativa del
conflictividad social, entre otros motivos persisten niveles de desigualdad que requieren de un
Estado cada vez más presente y activo en su intervención. En sociedades cada vez más complejas
el despliegue del Estado exige, en muchos casos, una mayor eficacia, como lo muestra la alta
insensibilidad a las políticas de intervención estatal del mercado de trabajo no registrado, el cual
para 2015 se estima en un 33% de los asalariados, (aunque a ello también contribuye una cultura
empresarial de tradición rentista y poco innovadora). La opacidad de algunos nichos del Estado
donde aún circulan derechos señoriales y donde la democratización no logra penetrar (como en
cierta parte de la justicia), constituye otra de las “cuestiones socialmente problematizadas” que
emergen como pendientes.
En base a esta realidad, cuando eclosiona la situación política, social y económica en diciembre
del año 2001 y se manifiesta con intensidad en el reclamo de “que se vayan todos”, emerge el
rechazo y la denuncia de la continuidad de las políticas y el modelo de acumulación instalado en
los 70 y que condicionaba la vida democrática argentina.
En los albores del siglo XXI, Argentina y varios gobiernos latinoamericanos, con sus diferencias
y matices, iniciaron procesos destinados a superar los efectos de exclusión y aumento de la
desigualdad, fruto de las políticas neoliberales ensayadas desde mediados de los años 70 y que
se profundizaron en las dos décadas siguientes.
Este ciclo de gobiernos posneoliberales en la región, llega al año 2016 enfrentando serios
límites. En nuestro país, en noviembre de 2015, un gobierno de signo político diferente ganó las
elecciones consagrando a Mauricio Macri como presidente. De este modo, comienza una nueva
etapa política en la Argentina.