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Créditos

Moderadora:
Caro

Traductoras

Nelly vanessa maria_clio88 Kane


Brisamar58 Mimi lingos05
Mona Kath jandraNda
Brisamar58 yiany

Corrección y Revisión
Final:
Nanis

Diseño: Dabria Rose


Sinopsis
La gente viaja desde lejos a la pequeña isla en el mar Egeo con la esperanza de ver
a la princesa Psyche. Su adoración por la mujer mortal es tan intensa que los ciudadanos
comienzan a colmarla con los mismos regalos y ofrendas que una vez dejaron en el altar
de Venus, diosa del amor y la belleza.
Pero los dioses son conocidos por su envidia.
Cupido, el dios del amor, disfruta causar conflictos y travesuras en las vidas de los
humanos. Él usa el amor como un arma, burlándose de la debilidad de las personas por
los caprichos de sus sentimientos. Cuando su madre, Venus, se acerca a él para castigar
a la chica humana que se atreve a robarle sus ofrendas y afecto de las personas, Cupido
acepta con gusto.
El castigo de Psyche debe ser dado a una criatura misteriosa que solo se le
presenta en la oscuridad de la noche bajo el pacto de que ella nunca podrá verlo. Ella
está aterrorizada de este extraño, a quien el oráculo describió como una serpiente. Su
compañero, sin embargo, es magistral en sus tratos con su novia. Se toma su tiempo,
transformando sus miedos en sensaciones completamente diferentes.
Basada en la mitología romana/griega de Cupido y Psyche de Lucio Apuleyo
PRÓLOGO
LA TERCERA HIJA
En una isla en el mar Egeo durante el Imperio Romano, vientos cálidos de cipreses
soplaban a través del Mediterráneo cerúleo, dándole la bienvenida a la tercera hija real
de la isla. Nunca había nacido una niña tan hermosa. Su madre, la reina y todas las
enfermeras presentes se quedaron boquiabiertas al ver el rostro perfectamente
formado del bebé, carente de las deformidades o arrugas habituales de los recién
nacidos.
Una brisa marina soplaba a través de las ventanas arqueadas como si incluso las
tierras suspiraran de asombro. Labios carnosos como flores rosas. Ondas de cabello
castaño y sedoso. Ojos redondos con motas doradas, rodeados de largas pestañas
carbón.
A diferencia de las dos primeras hijas de la reina, esta niña no tuvo ningún ataque
de llanto frenético cuando entró al mundo. Era callada, casi contemplativa mientras
miraba con gran atención a cada mujer que la abrazaba. La paz absoluta de su llegada
fue como un soplo de aire fragante. Y así, la reina le puso su nombre por aliento y alma.
Psyche. Como un susurro... Syy-keyy.
Igual que con los nacimientos de sus dos primeras hijas, el rey y la reina de la isla
llevaron regalos y sacrificios al templo de Venus, diosa del amor y la belleza, para
agradecerles por su hija, imbuida de fortuna estética. Durante años habían sido
estériles, pero fieles a los dioses, se ganaron el regalo de tres hijas. Pero los tiempos
prolongados de bendición tenían una forma de hacer que los corazones más
agradecidos dieran por sentado lo que una vez sostuvieron en alto. Pronto, su atención
fue solo para la niña, quien se volvió más impresionante con el paso del tiempo y se
olvidó el papel de Venus en sus vidas.
Todos los ojos y corazones de la isla, reales o sirvientes, pertenecían a Psyche.
Incluso cuando era una niña pequeña, la princesa más joven tenía una manera de
prestar atención completa y sin vigilancia a quien hablaba, haciéndolos sentir honrados,
incluso dejándolos sin aliento. Nadie podía apartar sus ojos de ella. A medida que se
convirtió en una joven, la noticia de su encanto se extendió por todas partes, trayendo
visitantes a la isla con la esperanza de poder vislumbrar su famosa belleza.
Pero lo que la mayoría veía como una fortuna santa de los dioses, otorgada a esa
familia real, no era vista como tal por la propia Psyche. Para la tercera princesa, la
perfección física no era un talento ni una bendición. La belleza era su maldición.
PARTE UNO
PSYCHE
—Ella es un peligro mortal para todos los hombres. Es hermosa sin saberlo y
posee encantos de los que ni siquiera es consciente. Es como una trampa tendida por la
naturaleza: Una rosa perfumada dulce en cuyos pétalos ¡Cupido se esconde en una
emboscada! Cualquiera que la haya visto sonreír conoce la perfección. Venus en su
caparazón nunca fue tan adorable...
~Cyrano de Bergerac
UNO
BÚSQUEDA DE LIBERTAD
Me escapé de los guardias de nuevo.
Ya sabían todos los lugares donde buscarme y, sin duda, me encontrarían pronto.
Aun así, me reí mientras corría hacia el lado del acantilado, mi estómago se contrajo en
previsión de la caída que se avecinaba.
Con un grito de euforia, salté, sin detenerme nunca, y me elevé hacia el cielo azul,
moviendo las piernas, batiendo las faldas de gasa, agitando el estómago. El aire salado
tiró de mi cara cuando me lancé para sumergirme. Corté bruscamente la superficie,
atrapada en los cálidos brazos de la laguna. Profundamente bajo el agua, mis pulmones
se contrajeron de manera satisfactoria mientras pateaba, llegando a la cima a tiempo
para inhalar y limpiar mis ojos. Miré hacia arriba mientras me balanceaba sobre el agua
y me reí de las tres caras preocupadas de arriba. Los guardias nunca se lanzaban tras
de mí. Supongo que si estuviera flotando muerta o no volviera a aparecer, saltarían a mi
rescate, pero siempre era igual. Yo sonriendo. Ellos frunciendo el ceño.
Disfruté de otro minuto de aislamiento, ya que bajaron rápidamente por el
costado del rocoso acantilado y se quedaron en el borde del agua, con los musculosos
brazos cruzados, protegiéndome una vez más mientras remaba sobre mi espalda, la fina
tela de mi vestido silbaba silenciosamente alrededor de mi cuerpo. Sus ceños fruncidos
se suavizaron cuando me miraron.
—¿Por qué nos causas tanto miedo, princesa? —preguntó Boldar. Era uno de los
guardias reales más grandes, tan viejo como papá, el rey de nuestra isla, y me hablaba
con una adoración apenas oculta, exactamente como lo había hecho desde que era una
niña.
—Por dos minutos cada semana, debo tener mi libertad o pereceré.
Los tres hombres intentaron fruncir el ceño ante mi drama, pero fallaron.
—Lo que necesitas es pedir —dijo Boldar—. Y te acompañaremos a cualquier
lugar que te plazca.
—Eso no es tan divertido —dije, pasando mi mano por el agua que me rodeaba.
Lo que mi corazón buscaba por encima de todo era la oportunidad de estar sola en la
naturaleza y ser considerada como una chica normal.
Bueno, supongo que “normal” era mucho pedir como una real, pero al menos ser
vista como lo eran mis hermanas. Ambas eran agradables a la vista. Las personas
respetaban sus talentos (Dawn con su música y Miracle con sus pinturas), conversaban
con ellas, hablaban de literatura, arte y filosofía. Si yo intentaba hablar de esas cosas
obtenía sonrisas extrañas y murmullos incoherentes, los ojos me recorrían de arriba
abajo. Incluso las mujeres. No era una persona para ellos. Era un objeto. Después de
diecisiete años debería haberme acostumbrado; sin embargo, no era así. En cada
persona que conocía, en cada rostro nuevo, buscaba al que finalmente me viera y mirara
mi alma interior.
Hasta entonces, bajo el cielo, en el océano, entre los campos de trigo, con los
animales, era aceptada y me sentía viva.
Contuve el aliento al sentir un mordisco en el dedo de mi pie. Pequeños peces de
colores brillantes se acercaron vacilantes, sus desdentadas bocas tocaron mis pies y
piernas con curiosidad. Tuve cuidado de no darle patadas a sus caricias, pero solté una
risita furiosa.
Realmente creía que perecería sin estas salidas. Acantilados escarpados protegían
esta profunda laguna de aguas cristalinas. Era pacífica en su ominidad, encerrada como
un secreto peligroso y bien guardado.
Cuando los guardias alzaron la barbilla y se dieron un codazo sobre algo que
vieron en la entrada de la sombreada laguna, supe que mis amigos habían llegado.
Me di vuelta y le sonreí a los dos delfines, riendo mientras me rodeaban,
deslizándose y empujándome con sus suaves narices. Siempre reconocía al animal más
grande por la profunda cicatriz cerca de su ojo izquierdo.
—Hola, guapa y guapo. Encantada de verlos, como siempre.
Mi hermana mayor, Miracle, solía chillar y nadar frenéticamente hasta la orilla
cuando los delfines se acercaban a nosotras. Le encantaba verlos desde lejos, pero de
cerca la asustaban con su salvaje poder. Miracle también era demasiado cautelosa para
saltar desde los acantilados. Dawn, la hija mediana, era medio cautelosa, saltando
cuando sentía el capricho de hacerlo. En cuanto a la vida marina y otros animales, no
tenía miedo, pero tampoco era extrovertida. Creo que quería gustarles a los animales,
que acudieran a ella, pero le resultaba difícil relajarse simplemente.
Dawn me veía con animales de la misma manera que me veía con hombres,
demasiado cerca. Con envidia. Cuando se trataba de hombres, hacía todo lo posible para
calmar sus celos. Intentaba no sonreír. Me vestía modestamente. Optaba por no
participar en las conversaciones. Lo juro, intentaba ser lo más aburrida posible.
Pero no importaba lo que dijera o hiciera, los hombres me veían con esa misma
mirada perdida en sus caras. Hipnotizados. Como si fuera una obra de arte colgada en
nuestro castillo para ser observada. Lo odiaba. Y odiaba que mi hermana Dawn nunca
pudiera ver lo mucho que no quería nada de eso. Miracle lo entendía. Tal vez porque
era mayor, así que había menos competencia entre nosotras. Pero había pasado una
buena parte de mi vida tratando de hacer que Dawn me entendiera, buscando su plena
aceptación, pero siempre me quedaba corta.
Sin embargo, en lo que respectaba a los animales, no podía restarle importancia a
la conexión por el bien de Dawn o de cualquier otra persona. Las bestias salvajes no
entenderían mi alejamiento. Me aceptaban por completo y no le prestaban atención a
mi belleza. Por eso, siempre los recompensaba con mis afectos.
—¿Cómo consigues que vengan a ti? —preguntó el guardia más joven. Se quedó
mirando con tanta atención que probablemente no se habría dado cuenta si un ejército
hubiera atacado desde atrás—. Nunca me he acercado a una criatura marina.
—Ayuda no ser un bruto. Ustedes tres probablemente naden con sus espadas
puestas, gruñendo y chapoteando.
Se rieron, sin ofenderse.
Uno de los delfines me chilló hasta que lo tomé por su aleta y se lanzó hacia
adelante. Una carcajada gorgoteó de mi boca cuando el agua salpicó y me agarré fuerte,
siendo arrastrada alrededor de la laguna.
—¡No muy lejos! —gritó Boldar—. ¡Es casi la hora de cenar y tu padre está
esperando invitados!
Mi corazón se hundió ante el recordatorio de la cena de cortejo de Dawn. Les gruñí
a mis amigos:
—Me tengo que ir. —Papá creía que este era el partido. Un príncipe del continente
con viñedos y olivos hasta donde alcanzaba la vista. Incluso Miracle y su esposo,
Alesandro Christos, príncipe de una tierra cerca de Constantinopla, estarían de visita. Y
mientras adoraba el tiempo con mis hermanas, detestaba las grandes reuniones.
Cuando nos acercamos a la orilla, besé a cada delfín y le di unas palmaditas en la
espalda antes de nadar hasta que mis pies pudieran tocar el fondo. Caminé sobre la
arena de guijarros. Al menos sentía como si estuviera caminando, pero por las miradas
directas de los tres guardias, una sinfonía había estallado en lo alto mientras me
balanceaba hacia ellos en un baile sensual. Crucé los brazos sobre mi pecho, causando
que Boldar parpadeara y luego golpeó a los otros dos con el dorso de las manos.
Los hombres apartaron sus ojos de mi cuerpo y se aclararon la garganta,
haciéndome un gesto delante de ellos. Exprimí mi largo cabello mientras caminaba y
agité la tela alrededor de mis caderas, tratando de no dejar que se pegara a mi trasero.
Me habían visto empapada en innumerables ocasiones, pero el impacto nunca parecía
disminuir, especialmente desde que había entrado en mi año diecisiete.
Respiré profundamente los aromáticos arbustos florecientes que crecían salvajes
a lo largo del camino, tratando de aclarar mi cabeza. A un lado estaba la colina donde se
alzaban nuestras tierras fortificadas, envueltas en un muro de movimiento de tierras
que dominaba los acantilados. Dentro de esos muros estaba nuestro castillo de piedra
y el mercado de la ciudad con las casas de nuestros comerciantes más ricos. En el otro
lado del camino, protegida por un espeso matorral, había una caída escarpada al mar:
Vibrante bajo el sol de primavera, en brillantes tonos de azules y verdes. Ninguna
persona podría ser llamada bella en comparación con lo que los dioses hacían y
supervisaban.
Más adelante, en el desgastado camino, estalló el hilado profundo de los perros.
Sonreí mientras Olive y Berry avanzaban por el camino con las patas largas, moviendo
las colas mientras se acercaban a mí por caricias detrás de las orejas. Lamieron el agua
de mar de mis brazos, oliéndome por todas partes mientras caminaba.
En veinte pasos, tomaríamos una puerta lateral fuertemente custodiada que
atravesaba un túnel debajo del castillo y hacia nuestras tierras reales. Nunca podía
caminar todo el camino a las playas y campos abiertos. Nunca podía montar a caballo
por el campo de la isla, deteniéndome para recoger albaricoques salvajes e higos que
colgaban pesadamente de los árboles, saludando a los plebeyos de la forma en que mis
hermanas o mis padres podían hacerlo. Incluso flanqueada por guardias, mi presencia
siempre causaba disturbios.
Algún día las cosas serían diferentes para mí. Una vez que Dawn estuviera casada
sería mi turno. Tendría a un príncipe propio y un hogar con más libertad. Una vez que
me casara, los hombres se verían obligados a verme como a una esposa, una mujer de
valor, no una doncella por su belleza. Algún día.
DOS
PRÍNCIPE DE ALGÚN LUGAR
Llegar tarde a la cena fue lo peor que pude haber hecho. Preferiría haberme
sentado cuando todos llegaron, pero, por desgracia, mi gran entrada hizo que todos los
ojos de la habitación se fijaran en mí, incluso en capas de tela crema hasta el cuello.
—Me disculpo por mi retraso. —Hice una pequeña reverencia antes de mirar las
caras. Junto a Dawn estaba sentado un príncipe ligeramente calvo, con su fina toga azul
envuelta con un cinturón dorado para que coincidiera con el círculo dorado sobre su
cabeza. Miró abiertamente, con los labios entreabiertos. Cuando Dawn me miró, y de
nuevo a él, rápidamente aparté la mirada.
Y allí estaba. Miracle, radiante junto a su marido. Mantenía sus rizos cortos al
estilo romano y se arremolinaban sobre su cabeza con alfileres de pan de oro.
Sabía que debía esperar las presentaciones, pero no pude evitarlo. Corrí hacia ella,
abrazándola y riéndome mientras besaba mi mejilla.
—Qué bueno verte, hermana —le dije.
—Y a ti. ¿Estabas nadando en la laguna de nuevo?
Sonreí, luego eché un vistazo cuando escuché a papá aclararse la garganta. Sabía
que mi retraso lo molestaba, pero cuando me miró, todos los rastros de ira se
evaporaron en paterna adoración.
—Príncipe Drusus, esta es nuestra tercera hija, la hermana menor de Dawn.
Psyche.
Le di la más mínima de las miradas hacia nuestro príncipe invitado.
—¿Cómo está?
—Psyche. —Mis ojos se dirigieron a él una vez más, un escalofrío de temor
recorrió mi piel por la forma en que dijo mi nombre. Sus ojos marrones se clavaron en
mí—. Los rumores no han sido exagerados.
Le eché un vistazo a Dawn, cuya mandíbula se había tensado mientras miraba su
plato. Papá y mamá, ajenos como siempre a la incomodidad, se echaron a reír con
orgullo y tomaron la mano del otro sobre la mesa.
—Sí, bueno —dije, agitándome en mi asiento junto a mi madre—. ¿Ha tenido el
honor de escuchar a Dawn cantar todavía? Su voz es celestial. No podría llevar una
melodía si me la pusiera en una canasta. —Lo último era todo verdad, aunque mi falta
de habilidad no me impedía cantar. En realidad me encantaba cuando mis hermanas me
molestaban al respecto. Todos alrededor de la mesa se rieron.
Dawn finalmente levantó los ojos, y compartimos una pequeña sonrisa. Todavía
sentía los ojos de su príncipe sobre mí y no podía evitar irritarme mientras mi hermana
estaba sentada allí, radiante en seda color melocotón, con las mejillas color de rosa, con
el cabello torcido en rizos y atado.
—Está floreciendo esta víspera —le dije antes de mirar al príncipe Drusus—. ¿No
está de acuerdo?
—¿Hm? —Él rompió su mirada de ensueño para ver alrededor, miró hacia Dawn,
luego me miró con una sonrisa parcial—. Oh, um, sí.
Junté las manos con fuerza en mi regazo y juré no prestarle atención durante el
resto de la noche. Hombre tonto, tonto. Luego miré la variedad de comida y vi mi
favorita.
—¡Pastel! —La mesa rió su diversión mientras observaba el mullido postre blanco
con crema dulce rociada por encima. Estoy bastante segura de que la vista hizo que mis
ojos brillaran.
—No hasta después de la comida, cariño —dijo madre con cariño.
A medida que avanzaba la cena, permanecí en silencio con la cabeza gacha,
comiendo cada bocado de pescado y verduras en mi plato mientras los hombres
hablaban de las conquistas romanas y de la expansión, preguntándome cuándo
terminarían todos para poder cortar el pastel.
—Tienes bastante apetito, Psyche —murmuró el príncipe de Dawn desde el otro
lado de la mesa—. ¿Cómo mantienes tal figura?
Probablemente lo dijo como un cumplido, pero mis mejillas se calentaron y la cara
de Dawn volvió a caer. La mitad de su comida estaba intacta.
—Es joven todavía —dijo Miracle, dándome un guiño. Se había ensanchado un
poco desde el matrimonio, especialmente en las caderas y el pecho, y esperaba el día en
que también lo hiciera. Afortunadamente, padre le preguntó al pretendiente su opinión
sobre las armas, y los hombres volvieron a hablar de guerra.
Una vez que las “bromas” terminaron, y devoré mi delicioso plato de pegajoso
pastel, no pude excusarme de la mesa lo suficientemente rápido. Seguida de cerca por
Boldar y a sus dos guardias más jóvenes, me dirigí directamente al único lugar donde
nadie me encontraría.
Al campo de tiro con arco.
No pude volver a respirar de manera sólida y completa hasta que crucé los arcos
de piedra hacia el patio al aire libre rodeado de las murallas del castillo y rodeado de
palmeras de molinos de viento y largas hierbas de plumas.
Siempre estaba vacío tan tarde en el día. Durante las primeras horas, todos los
soldados de papá estaban allí perfeccionando sus habilidades, flechas que volaban hacia
soldados falsos y blancos de caballos hechos de heno. Escogí uno de los arcos más
pequeños de una pared de armas colgadas en estantes de madera y lo examiné.
—¿Debes? —preguntó Boldar.
Entendí su aprensión. Cuando tenía once años, papá me encontró entrenando con
un niño de diez años usando espadas reales. Aburrido, pero real. Nunca había visto a mi
padre volverse tan rojo, casi púrpura.
—¡Podrías lastimarte! —había gritado, sin duda preocupado de que de alguna
manera arruinara mi piel con cicatrices.
—¡Pero mira, papá! ¡Mira lo buena que soy! ¡Ningún chico puede superarme!
Él había arrebatado la empuñadura de mi pequeña mano y frunció el ceño.
—Una mujer con una espada es tan inútil como un pecho en un jabalí. Entra con
tus hermanas. ¿No tienes clases de música?
Lo único que me impidió tocar una espada otra vez era saber que el chico con el
que había peleado había sido azotado. Lo había convencido de que peleara contra mí y
lo habían castigado. Le había dado a papá el tratamiento silencioso durante semanas
después, y empecé tiro al arco, un pasatiempo solitario. Una vez que empecé a ser muy
buena, una noche, en la cena, anuncié que había tomado tiro con arco en secreto y que
nadie podía detenerme.
—¿Tiro con arco? —Miracle se había reído—. ¿Te cortarás el cabello y te unirás al
ejército?
—¡No bromees! —la reprendió madre, claramente horrorizada ante la posibilidad
de mi cabello arruinado y mi necesidad de rebelión.
—Si alguna vez nos atacan, me uniré a los arqueros para proteger nuestra casa.
—¡Sin duda no lo harás! —había gritado papá.
Dawn se rió detrás de su mano mientras lo miraba hasta que se suavizó y sacudió
la cabeza con un resoplido. Tenía doce años en ese momento, ya parecía más grande
que otras chicas de mi edad, capaz de detener a los hombres cuando todo lo que quería
hacer era correr descalza con el cabello suelto, enredado por los vientos salados.
Cinco años después, mis flechas siempre encontraban sus objetivos. Me
enorgullecía con el toque de una fuerte liberación, cada golpe de la punta de la flecha
incrustada en el heno, y la emoción de desafiarme a mí misma a disparar más rápido
desde lejos.
Cuando mi carcaj estaba vacío, mi pecho se levantó y cayó con esfuerzo. Miré a los
tres guardias. Cómicamente estaban parados uno al lado del otro, con los acorazados
brazos cruzados, observando flechas que sobresalían de los ojos de los maniquíes.
—Si solo la mitad de mis hombres tuvieran unos brazos tan firmes y un objetivo
impecable —murmuró Boldar.
Caminé hacia las figuras de heno para recuperar las flechas.
—Deseo ir al mercado mañana.
Los tres guardias gimieron. El mercado costero siempre estaba lleno de isleños,
viajeros extranjeros y soldados. El año pasado, el número de visitantes había
aumentado drásticamente.
—Te estarán buscando —advirtió Boldar—. Eres la razón por la que vienen.
Tragué, el arrepentimiento se deslizó a través de mí. Durante más de un año, dudé
y negué las afirmaciones de que personas vinieran a nuestra isla desde lejos para verme.
Era una simple chica mortal. La idea misma era ridícula. Y entonces comenzaron los
regalos. Cada semana, Boldar recolectaba coronas de flores, pequeñas doncellas de
madera talladas a mano que asumí que eran yo; el cabello largo era la pista, e incluso
cabras y ovejas vivas adornadas con cintas. Me traían las ofrendas a la entrada de los
terrenos del castillo.
Papá y mamá se rieron con alegría, ya que cada semana los regalos se volvían más
absurdos.
—Eres su propia diosa personal en carne —había dicho mi madre, pasándose una
mano por el cabello. Me había alejado de ella por la peligrosa comparación.
—No soy una diosa. ¡No quiero nada de esto!
—No seas desagradecida —me había reprendido papá.
—No es una cuestión de agradecimiento —le dije. Mis manos estaban en puños
con frustración, las palabras de explicación me eludían—. Solo es... equivocado. —
¿Cómo podían no verlo?
Pero mi madre solo se había reído como si fuera una tonta, y papá me besó la
cabeza y me dijo que no me preocupara por los inofensivos halagos. Después de eso, le
ordené a Boldar que donara cualquier regalo vivo a la gente del mercado. En cuanto a
los otros adornos, ni siquiera quise verlos. Estaba segura de que mis padres estaban
dando mucho más que esto en sus ofrendas a los dioses, y esperaba que Venus se
sintiera honrada de que mis “regalos” fueran devueltos a los pobres.
Miré a Boldar ahora, la preocupación en sus ojos me apuñaló con culpa.
—No puedo quedarme encerrada en estas paredes para siempre —le dije. Sabes
que voy a perder la cabeza. —Mordí mis labios con el pensamiento mientras fruncía el
ceño.
Hace dos meses, cuando había visitado el mercado, estaba repleto. Nadie quería
hacerme daño, pero había asustado a mis guardias. En retrospectiva, había sido
bastante cómico ver a los tres fuertes hombres siendo arrastrados de mi lado por
campesinos y gente de la calle que intentaban acercarse a mí con entusiasmo. Pero esa
fue la única parte humorística de ese día. Me había enfermado por el empuje de los
cuerpos, los ojos llenos de lágrimas que me devoraban, las voces pronunciando mi
nombre con absoluta reverencia.
Me estremecí ante el recuerdo.
—Me ataré el cabello y me pondré ropa de campesino. —Los tres hombres se
echaron a reír, y los miré—. ¿Por qué es divertido?
—Porque ninguna ropa esconderá tu cara —dijo el más joven.
—Usaré una capucha de tela de muselina y mantendré la cabeza baja.
—Tendremos que llevar más soldados —insistió Boldar—. No volveré a
separarme de ti.
Suspiré.
—Si estoy rodeada por un ejército de soldados, llamará la atención. Puedes alertar
a los demás y hacer que se esparzan en el mercado o en algún lugar cercano, si es
necesario, pero dame espacio.
Boldar gruñó, haciéndome sonreírle.
—Sólo piensa —le dije—. En un año me casaré y ya no tendrás que ser ordenado
por mí. —La idea agrió mi estado de ánimo.
Su amenazante ceño se desvaneció, reemplazado por algo parecido a la tristeza.
—Lo sé —le dije, palmeando su amplio hombro—. También te extrañaré.
TRES

EXTRAÑO ATRACTIVO
Oh, cómo adoraba el mercado. Los líricos gritos de las voces de los vendedores en
el aire. Los risueños niños corriendo con rostros melosos, ondeando varas adornadas
con listones. El aroma a todo, desde mariscos a las hierbas finas hasta los puestos de
comida donde las cebollas crepitaban en profundos sartenes. Olía todo en lo que podía
poner mis manos. Botellas de agua de lavanda. Velas de cera infusionada con romero.
Aceites de menta para frotar en el pecho y pies durante la temporada de enfermedades.
Mantuve mi capucha baja y mi rostro agachado. De vez en cuando, deslizaba
monedas a través de una mesa para obtener objetos que sabía que madre nunca
compraría: Botellas deformes y bufandas coloreadas a mano, cosidas imperfectamente
por las mujeres locales con dedos artríticos y sin suficiente dinero para tener
apropiadas forjas de vidrio. Los bienes de madre solo venían de la tierra firme.
Sentía la presencia de Boldar y los otros guardias, más hombres de los que había
solicitados, pero mantenían su distancias. Sus ojos en mí se sentía excesivamente
obvios, pero la gente estaba tan envuelta en sus propios asuntos que nadie parecía
notarlo. Nunca esperarían que una de las princesas estuviera caminando junto a ellos
en el mercado en una simple capa que colgaba bajo sobre su rostro. La emoción de ellos
nunca cesaba.
Tras dos horas de mi excursión y mi canasta casi llena con cosas únicas e
interesantes. Mi puesto favorito había sido dejado hasta el último. Me acerqué a las
baratijas, estirándome para tocar una flor de madera.
—No toques a menos que tus manos estén limpias —dijo bruscamente la vieja—.
Y tengo un palo lo suficientemente largo para golpear a cualquiera que intente robar los
bienes. —La vendedora golpeteo un grueso palo contra la pata de la mesa.
Sin levantar mi cabeza, respondí:
—Sí, señora.
Luego se quedó callada, permitiéndome echar un vistazo a los animales y objetos,
que iban desde el tamaño de un gato de verdad hasta ser tan pequeños como mi mano.
—¿Usted los talla, señora? —pregunté.
Gruñó en respuesta.
—Mi esposo e hijo lo hacen.
Pasé mi dedo por encima del pico de una gaviota de madera.
—Son bastante buenos.
Otro gruñido y no hablamos más. Sonreí para mí mientras estudiaba un pequeño
cachorro de león montañés. Fue en ese preciso momento en que sentía que otra persona
se acercaba furtivamente junto a mí. Incliné mi cabeza solo lo suficiente para ver la
forma y el brazo de un hombre. Tomó la baratija de león en su mano, pasando un dedo
a lo largo de la melena. Una extraña sensación de afecto y una sensualidad animada y
caliente se apoderó de mí y tuve que tragar, conmocionada por mi ridícula reacción ante
un desconocido. Sus manos eran agradables y sus antebrazos parecían fuertes, pero un
pequeño vistazo difícilmente explicaba la fuerte reacción de mi cuerpo.
—Solo observaba —dijo, su armoniosa voz sobresaltándome. Casi levanto la
mirada, pero me di cuenta de que estaba hablando con la vendedora, no conmigo—.
Nunca he estado en su isla. Es bastante hermosa. Estoy aquí por el día, solo de pasada.
Dios mío, su voz. Era cálida y sensual, haciéndome estremecerme debajo del sol
de mediodía. Su acento era... sofisticado. Definitivamente un viajero. Había pasado un
largo tiempo desde que un hombre había despertado mi curiosidad. Me giré una
pequeña fracción para intentar ver tanto de él como pudiera sin mostrar mi rostro. Su
cuerpo era semi-alto y delgado. Sentía una atracción tan fuerte hacia acercarme y
levantar la mirada que me regañé internamente.
—Ese es uno lindo, el que tiene ahí. —Su perfecta mano apuntó hacia el cachorro
entre mis dedos y jadeé audiblemente, acomodándolo rápidamente. Revisé para
asegurarme que mi mantón todavía estuviera en su lugar, como si eso pudiera desviar
su atención de mí—. Lo siento. —Se rió—. No era mi intención sobresaltarte.
Me hablaba tan normalmente, su voz desprovista del fascinado asombre algo que
me había acostumbrado. Dejé salir una risa superficial de alivio, dándome cuenta de
que no me había reconocido.
—Está bien —respondí finalmente, levantando el cachorro de madera una vez
más—. Este me recuerdo a algo que sucedió cuando era niña.
—¿Y que fue eso? —Se inclinó hacia adelante, lo suficiente para que viera la mitad
inferior de su rostro. Mordí mi labio inferior, sorprendida momentáneamente. No era
alguien a quien le importara la belleza masculina. La mayoría de los chicos y hombres
atractivos que había conocido en mi vida tenían egos que iban a juego y encontraba a
los hombres altaneros como seres indeseables. Esa no era la impresión que me daba
este desconocido. Realmente estaba considerando contarle la historia, lo que me hizo
reír de nuevo, mis nervios crispándose. Oh, Hades, ¿por qué no? Eché un vistazo hacia
el cachorro, recordando.
—Cuando era pequeña, me encontré con un cachorro de león montañés herido y
lo traje a casa. Mis padres estaban furiosos y asustados a muerte, sus garras eran
suficientes para hacerme girones, pero insistí en cuidarlo hasta que estuviera sano. Así
que lo hice. Y no me rasguñó ni una sola vez, aunque no puedo decir lo mismo sobre el
mobiliario de mi habitación. Lloré cuando tuve que liberarlo.
Esperé a que se riera. A que exclamara cuán tonta era la mente femenina. Cuando
no lo hizo, la curiosidad fue mucha y levanté mi barbilla lo suficiente para mirarlo. Solo
había pretendido un rápido vistazo, pero el efecto completo de los rasgos oscuros del
extraño atractivo hizo que mis ojos regresaran rápidamente a mirarlo en cuanto los
aparté.
Durante un largo rato, contemplé su rostro mientras él contemplaba el mío.
Siempre que conocía a un hombre, empezaba con un dejo de esperanza de que pudiera
ver más allá de mi apariencia. Esa esperanza nunca vivía lo suficiente. Todas y cada una
de las veces, sus ojos, luego sus cuerpos, luego sus mentes, atravesaban un repugnante
tipo de metamorfosis. Esperé a que los oscuros ojos del extraño se pusieran vidriosos,
a que su mente se volviera una masa enamorada y que en su cuerpo surgiera una
lujuriosa posesión, pero permaneció erguido y sus ojos claros.
Mi corazón comenzó a andar en un nervioso trote que se convirtió en una carrera
de velocidad. Lo que sentía en él era curiosidad. Interés. Esos eran nuevos para mí. Tuve
que apartar la mirada. El extraño atractivo todavía no había respondido a mi cuento de
la infancia y comencé a sentirme como una idiota.
—Lo sé —dije, dándole al precioso cachorro una última mirada—. Fue tonto.
—¿Qué? —Su barbilla se movió de lado a lado—. No. No considero que un corazón
sensible sea tonto.
¿No lo hacía? ¿Quién era este hombre? Me permití mirarlo por completo. En este
momento, era como si nosotros dos estuviéramos dentro de una burbuja. Incluso con
mi rostro levantado, a la vista de todos, nadie me notó. Ni la dueña del puesto. No los
paseantes. Incluso mis guardias mantuvieron su distancia. Me sentí milagrosamente
sola con él. Incluso íntima, especialmente mientras me estudiaba. Necesitaba saberlo
todo acerca de él. Ambos abrimos nuestras bocas al mismo tiempo.
—¿De dónde eres? —dije rápidamente mientras él preguntaba:
—¿Cuál es tu nombre?
¿Cuál es tu nombre? De todas las preguntas que pudo hacer. Mis padres decían que
mi nombre era bien conocido, incluso bastante dentro de la tierra firme. Bajé mis ojos
rápidamente. No podía arriesgarme a decirle quién era. No todavía.
—No soy nadie —susurré. Afortunadamente no presionó, así que eché un vistazo
hacia su bronceado rostro de nuevo—. ¿Cuál es tu nombre?
—Leodes —dijo.
Sin ser mi intención, repetí su nombre a manera de respuesta, saboreando cada
letra...
—Leodes.
Sus ojos se agrandaron ligeramente, su reacción haciéndome sonreír porque se
sintió demasiado sincera. Había hecho un montón de lectura de las personas en mi vida
y, aunque... mis dioses... a este joven pudiera gustarle. Yo. No la princesa Psyche, el
nombre e ídolo humano. Solo una chica en una capa, hablando sobre nada.
Pero mientras me quedaba mirando a su rostro abierto, fue como si
repentinamente una sombra pasara por encima de él. Su cuerpo se tensó. Su garganta
rebotó con su fuerte trago.
—He perdido el paso del tiempo. Mi bote se irá sin mí.
Mi menté corrió, el pánico tomando el control. ¡Todavía no podía irse! Tenía que
averiguar de dónde era sin ser demasiado atrevida. Comencé a balbucear sin pensarlo.
—No pretendía mantenerlo aquí con mis historias, señor. Gracias.
—¿Por qué? —preguntó.
—Por... —¿Qué podría decir sin sonar desesperada y triste? Bueno, había sido
honesta hasta ahora. Bien podría continuar—. Escuchar. —Ningún hombre me había
escuchado de verdad. El tipo de escucha que iba de la mano con que le importara.
Y justo cuando estaba por preguntare hacia dónde partiría, sus ojos se fijaron en
los míos y una urgencia me golpeó con agudo poder, cubriendo todos mis otros
pensamientos. Había habido un área del mercado que había evitado: Los granjeros de
animales. Y repentinamente tuve un gran deseo de visitar el puesto de puercos. ¿Por
qué? Parpadeé. ¡Puerquitos! ¡Sí, eso era! Había habido otras cosas en mi mente que
quería preguntarle, pero ahora parecían de poca importancia. Tenía que ver a los
puercos.
—También debo irme —dije al intrigante extraño—. Te deseo un buen viaje.
Se giró para apartarse de mí y me giré para apartarme de él, bajando mi rostro y
jalando la capucha de mi capa aún más abajo. Mientras caminaba sintiéndome lenta y
pesada, mi mente se puso tan embrollada, como el puerto en una bañada nublosa. No
podía pensar. Todo lo que pude hacer fue atravesar el montón de gente hacia el puesto
de los puercos, del otro lado del mercado. Apenas registraba a mis guardias
siguiéndome, todavía manteniendo su distancia.
Me detuve afuera del puesto, las excreciones de puerto quemando mi nariz. Mis
brazos y piernas me pesaban y mi piel se erizo como si hubiera entrado en un pedazo
con sombra después de haber sido tostada por el sol. Parpadeé, confundida. Necesitaba
estar aquí en este momento, pero ¿por qué? Era como la sensación de estar atrapada en
el interior de un suelo. Me sentía como si estuviera siendo observada, pero no podía
mover mi cabeza para echar un vistazo alrededor o hacer que mis extremidades se
movieran.
El granjero de puercos dio un vistazo en mi dirección mientras paleaba un
desorden de heno hacia un carrito.
—¿Qué quieres...? —Echó un vistazo más cerca y debe haber visto que era una
joven, aunque mantenía cubierta la parte superior de mi rostro—. Hola, querida. —Su
ronca vez se volvió desagradablemente dulce, revolviendo mi estómago.
¿Qué quería? Mis ojos se movieron a través del área donde los puercos más
grandes y los puerquitos habían sido enjaulados. Un puerquito manchado, en particular,
estaba corriendo en círculos en el pequeño espacio, chocando con la puerta y los
costados hasta que la puerta se abrió y salió corriendo. Casi me reí ante sus adorables
sonidos de resoplidos de libertad.
El granjero se giró y gritó:
—¡Maldito canalla! —Y pateó al puerco, haciéndolo caer sobre su costado con un
fuerte chillido.
Un grito gutural escape de mí y cubrí mi boca mientras maltrataba al puerquito
para regresarlo a la jaula, cerrándola con sus manos que parecían hinchadas. Luego hizo
sobresalir su vientre con sus manos sobre sus caderas, dándome una sonrisa grisácea
de dientes podridos. Dejé caer mis manos mientras mi cabeza parecía aclararse por una
fracción de tiempo.
—¡No tenía que patear a la pobre cosa! —No debería haberle hablado, pero en mi
enojo, lo dejé salir rápidamente. Al menos mantuve oculta la mitad superior de mi
rostro.
—No se preocupe, señorita, no siente dolor al igual que nosotros.
—No creo eso.
—Digo, ¿cuál es su nombre, señorita? —El hombre de los puercos lamio sus
labios—. Me parece conocida.
Mi nombre. Mi nombre. ¿Qué por el gran Hades estaba haciendo aquí hablando con
este hombre cruel? En un instante, mi mente se aclaró y me enderecé, sintiendo a mi
fuerza regresar justo a tiempo para que un fuerte viento soplara por todos lados,
haciendo repiquetear los ganchos en los puestos y obligando a que la gente se aferrara
a sus pertenencias. Mi capucha se echó hacia atrás y me giré, ocultando mi rostro, pero
mi cabello estaba suelto. Lo sentí revoloteando salvajemente a mi alrededor, el lazo se
aflojo y liberó los largos mechones. Me apresuré a reunir mi cabello y empujarlo de
vuelta dentro de mi capucha, jalando de la tela por encima de mi rostro de nuevo. El
granjero de puercos dejó salir un jadeo y me giré para alejarme de él. Tenía que salir de
aquí.
—¡Oye! —llamó el granjero mientras me giraba, lo que hizo que me movieron aún
más rápido.
Gritó de nuevo.
—¿No sabes que es grosero alejarse de un hombre sin responderle?
Difícilmente me importaba cuán grosera parecía. No creo que hubiera adivinado
quién era, solo era una joven. Vi los pies de Boldar acercándose a mí, pero no se detuvo.
Pareció querer cerrar la boca del granjero, así que tomé su brazo y siseé:
—Déjalo estar.
—¿Qué siquiera estabas haciendo aquí? —preguntó.
—No... no lo sé. Supongo que quería ver a los puercos.
Pero estuve profundamente alterada durante todo el camino de regreso al castillo.
¿Qué en la Tierra me ocasionaría querer irme de la presencia del atractivo extraño,
especialmente cuando quería con tantas ganas averiguar más acerca de él y en cambio
me había llevado al puesto de puercos? Mi corazón tartamudeó mientras mi estómago
nadaba desagradablemente. ¿Así es cómo la gente sentía cuando sus mentes
comenzaban a irse? ¿Estaba enferma? ¿Cómo pude dejar ir una oportunidad de conocer
a un hombre que vio más en mí que solo mi apariencia?
Me detuve y me giré hacia mi guardia más joven, el corredor más rápido.
—¿Recuerdas al hombre con quien hablé en el puesto de tallado de madera?
Sus cejas se juntaron.
—Eso creo.
—Su nombre es Leodes. Estaba a punto de abordar un barco mercante. Corre
hacia el puerto y encuéntralo. Averigua de dónde es y hacia dónde se dirige. Retrasa el
barco si es necesario. ¿Me entiendes?
No pareció feliz al respecto, pero asintió.
—Sí, princesa.
—¡Rápido! ¡Ve! —Nos dejó en un arranque y dejé salir un suspiro. Quizás no todo
estaba perdido.
Boldar farfulló.
—Su padre no aprobará que esté buscando a un extraño mercader.
Difícilmente me importaba.
—Lo hará si es rico.
Otro gruñido.
—Siga caminando.
Le permití a los guardias que me guiaran durante el resto del camino, la esperanza
llenando mi corazón hasta sobrepasarlo.
Te encontraré, Leodes.
Envié una silenciosa plegaria a Venus, la diosa del amor, mientras me paseaba
dentro de las puertas del palacio.
—Princesa, le imploro que venga al castillo —suplicó Boldar—. Podría tomarle un
largo rato revisar todos los barcos en el puerto. —Incluso enviamos a un equipo de
otros para ayudarlo a buscar. Eso fue hacía una hora. Me senté sobre una baja pared de
piedra, hacienda un anillo de flores a partir de los brotes salvajes.
—Estoy perfectamente segura aquí dentro de las paredes, Boldar. Déjame, si es
que debes hacerlo.
Dejó salir un masculino suspiro y se sentó. Junté mis labios para contener una risa
cuando su estómago regurgito por el hambre.
—Oh, ve. Te he hecho retrasarte de tu comida de medio día.
—No. —Cruzó sus musculosos brazos—. Quiero ver cómo reacciona este amigo
Leodes cuando se dé cuenta que la famosa princesa lo ha convocado.
Mi rostro ardía en llamas mientras me concentraba en las flores. ¿Qué pensaría
Leodes? ¿Actuaría diferente una vez que supiera quién soy? Un espasmo de culpa se
hospedó en mis costillas ante la idea de afectar negativamente su trabajo al entretenerlo
en el espacio de los mercantes.
El sonido de fuertes pisadas y voces amortiguadas hizo que Boldar y yo nos
pusiéramos de pie, dirigiendo la atención hacia el joven guardia y algunos otros que
atravesaron las puertas. Mi mirada se movió alrededor buscando a Leodes, pero no
estaba ahí. El joven guardia encontró mi rostro, luego el de Boldar y se encogió de
hombros, sacudiendo su cabeza.
—Revisé cada una de las embarcaciones, su alteza, desde la más grande hasta la
más pequeña. Y el único Leodes que iba a abordar un barco mercante, pero es un
anciano. Lo siento.
La decepción me recorrió como una caliente y enojada lluvia. Su embarcación
debió haberse ido al momento en que abordó. Quería llorar. ¿Cómo podía mi mente
haberse convertido en algo tan insignificante en presencia de un hombre amable e
interesante? Desperdicié una oportunidad perfectamente buena. Nunca entendería la
decisión que había tomado hoy. Y tenía la terrible sensación de que me perseguiría
durante un buen rato por venir.
CUATRO
INTERFERENCIA
La boda de Dawn sería el comienzo de mi año de cortejo. Eso solía ser así. Cuando
una princesa se casa, todos los ojos pasan inmediatamente a la siguiente línea. Una fila
de pretendientes había estado esperando para bailar con Dawn en la celebración del
matrimonio de Miracle. No pude evitar ser curiosa y nerviosa acerca de quién podría
mostrar interés en mi mano.
Durante meses había imaginado en secreto que el apuesto extranjero en el
mercado era un príncipe disfrazado. Dioses, daría cualquier cosa por él para que
apareciera en la celebración. Leodes. Repetí nuestra reunión una y otra vez en mi mente.
En esos primeros días apenas dormía, tan abrumada con pensamientos de él. La forma
en que me había mirado, parecía percibir más que mi belleza exterior, su sincero interés
cuando hablaba.
Realmente, sabía que nunca lo volvería a ver, pero no podía evitar fantasear.
Mi madre me hizo usar mi mejor vestido nuevo para la boda de Dawn. Planeé
alejarme de su marido, el príncipe Drusus, que se convertía en un bufón abierto cada
vez que me miraba. Realmente esperaba que mi hermana encontrara alegría en esos
campos de olivos y viñedos. Esperaba que él estuviera más atento a ella allí que en
nuestra isla.
Después de la ceremonia, las masas se reunieron en nuestro patio al aire libre de
pisos de mármol. Las vides rosadas trepaban alrededor de pilares blancos que
sostenían grandes arcos, el aire cálido se llenaba de fragancia de rosa. Intenté hacerme
pequeña para no desviar la atención de la pareja, pero a mi madre le gustaba pasearme
por todas las familias con un hijo disponible. La conversación inteligente era demasiado
para esperar, no importa cuánto lo intentara.
—Príncipe Lucius —dijo madre a un hombre de cabello claro. Conoce a mi hija
menor, la princesa Psyche.
—¿Cómo estás? —Sonreí—. ¿Eres el Lucius conocido por su habilidad con la
arquitectura?
—La única arquitectura que puedo comprender en este momento eres tú.
Retuve un gruñido rodando los ojos mientras miraba desde mis dedos de los pies
a mi corona de hojas doradas.
—¿Oh? —pregunté—. ¿Has olvidado la belleza de los acueductos en los que
participaste?
—Los dioses te esculpieron perfectamente, Psyche. —La forma en que susurró mi
nombre me hizo retroceder estremecida.
Madre me dio un codazo, y me aclaré la garganta.
—Gracias.
No es que fuera desagradecida, pero me molestaba saber que no podía contarle a
ninguno de estos hombres sobre el cachorro de león de montaña de mi infancia y
esperar que escuchen y aprecien la historia. Sí, eso se había convertido en mi estándar.
Bajo, y aun así prácticamente imposible de cumplir.
—Lo único que les importa es cómo me veo —le susurré a mi madre mientras ella
nos hacía avanzar.
—Esa es su primera impresión —respondió entre dientes—. Permíteles estar
impresionados. Su amor por tu personalidad vendrá una vez que te conozcan.
Quería creerle. Cuando llegó el momento de bailar, espanté a mi madre para que
vigilara a Dawn. Este era realmente el momento en que anhelaba amigos. Alguien con
quien reírse como una chica normal. Mirando alrededor, tantos ojos estaban sobre mí.
Algunos parecían hipnotizados, mirando, mientras que otros eran curiosos o lujuriosos.
Pero nadie se acercó, hombre ni mujer.
Traté de llamar la atención de una chica que había conocido el año pasado, pero
ella rápidamente desvió la mirada. Le sonreí a otra chica, la hija de otro rey de la isla
con la que había nadado cuando era niña, pero cuando comencé a caminar hacia ella,
rápidamente se cambió a un grupo más grande. Mi estómago se hundió como una roca
en la laguna. En fiestas pasadas, cuando una mujer era forzada a estar en mi presencia,
la conversación siempre terminaba siendo sobre mi rutina de aseo. ¿Cómo conseguí que
mi cabello brillara? ¿Qué me puse en la piel para hacerla brillar? ¿Cuánto tiempo pasé
al sol? ¿Exactamente qué consumía entre el día y la tarde cada día?
Un pinchazo en mi cuello me dijo que alguien se acercó por detrás, pero cuando
giré no había nadie. Solo un arco abierto vacío que se abre hacia un pasillo oscuro.
Agarré mi cuello y tragué.
Cuando me volví hacia la multitud, uno de los príncipes más jóvenes de las tierras
del norte dio dos pasos tentativos en mi dirección. Gracias a los dioses. Estar solo por
tanto tiempo fue incómodo. Sus padres lo urgieron a seguir adelante, mirando el
espectáculo como si fuera un gladiador que intentaba capturar a una leona.
Me paré más alto y le di una sonrisa, que pareció reforzar su confianza porque sus
hombros se aflojaron, y dio varios pasos más hacia mí. Entonces, para mi confusión,
pareció sacudirse y tropezar ligeramente, parpadeando rápidamente cuando una
princesa más joven del sur se precipitó en el espacio entre nosotros. Se encontraron sus
miradas y juro que se sentía como si estuvieran colisionando y chispeando justo delante
de mis ojos. Mi corazón se hundió cuando sonrieron tentativamente, tímidos e
inseguros, sus ojos se llenaron de exaltación. En cuestión de segundos, el amor puro, sin
adulterar, ¿lujuria?, llenó ambos rostros, como si no existiera nadie más en la
habitación. De la mano, salieron a bailar.
¿Qué había pasado en el Olimpo? Podría haber jurado que me había estado
mirando, dirigiéndose hacia mí. Incluso sus padres parecían desconcertados. Me tapé
la boca para esconder una risa. Madre se dirigió a mi lado con una amiga, notando a la
pareja.
—¿El príncipe Darius Costos está bailando con la hija del senador Loukas? Huh.
Podría haber jurado que le habían prometido a otra...
—Bueno —dijo su amiga—, esos dos ciertamente parecen ser una pareja fuerte.
—La mujer me miró, un destello de algo oscuro cruzando su rostro—. Pensé que todos
los hombres elegibles en la sala estarían en fila para bailar con la más joven.
—Sí… —Mi madre me sonrió y miró con desconfianza alrededor de la
habitación—. Quizás estén nerviosos por acercarse. Supongo que será mejor que tome
las riendas yo misma. Perdónanos.
No me emocionó la idea de que me alabaran en la sala de nuevo, pero sí quería
conocer gente. Primero nos acercamos a un senador de mayor edad y su segunda
esposa, que era incluso más joven que el hijo que me presentaron.
—Stavros Manolis, esta es mi hija más joven, la princesa Psyche. —Madre sonrió.
El hijo alto y de hombros anchos parpadeó y cuando los abrió, su actitud cambió
de altiva a toda energía.
—Sí, un placer conocerte —dijo Stavros—. Estoy famélico. Ahora veo que están
cortando el cerdo asado. —Sus ojos se deslizaban a mi lado mientras hablaba y pronto
su cuerpo también nos dejaba. La cara de su padre estaba horrorizada, y la joven novia
presionó las yemas de sus dedos contra sus labios.
—No es lo que estabas esperando, ¿eh? —se burló de mí por el rabillo de la boca
mientras el senador Manolis le pedía disculpas a madre—. Probablemente no estés
acostumbrada a ser rechazada.
No lo estaba, pero no me molestó tanto como su reacción hiriente. Algo sobre esta
noche se sentía... apagado.
—Sí, es bastante refrescante —le dije con una sonrisa—. Vamos, madre. Nos
reuniremos con él después de que haya comido.
Cuando nos alejamos, madre siseó:
—No volveremos con él. ¡Qué increíblemente grosero! Ese mestizo de cara de
rata...
—Está bien —le prometí, tratando de calmarla. Y luego, a Dawn, madre la arrastró
para encontrarse con nuevos parientes oscuros.
Toda la noche se convirtió en una comedia de errores. Cada grupo de padres que
parecían estar a punto de acercarse con un hijo fue interceptado por otra mujer o se dio
la vuelta bruscamente, optando por más vino o viendo el combate que había estallado
entre varios invitados que querían mostrar su habilidad. No había fin a las
interferencias que se interponían entre los hombres disponibles y yo. Pero el amor, sin
duda, estaba en el aire. Había más parejas nuevas bailando, mirando y besando de las
que había presenciado en una reunión. Los padres levantaron los brazos por las
repentinas insinuaciones acumuladas esa noche. Aparentemente se estaban haciendo
partidos que nunca debieron ser.
Me encontré apoyada contra un pilar frío, observando el espectáculo con
diversión al principio, que finalmente se transformó en algo más pesado. Incluso mi
propia familia, los cuatro, estaban en el frente, cerca de los músicos, riendo juntos con
los esposos de Dawn y Miracle, charlando sobre la riqueza de los nuevos chismes. Y si
tuviera que acercarme a ellos ahora, no tenía ninguna duda de que el estado de ánimo
del grupo cambiaría. ¿Estaba destinada a nunca reírme con otro? ¿Sentirse siempre sola
en medio de tantos? No sentía la necesidad de casarme como lo habían hecho mis
hermanas, pero ansiaba desesperadamente una verdadera compañía.
Cuando mi barbilla comenzó a temblar, me dirigí hacia el lado oscuro del pilar
para controlar mis emociones. No lloraría en la celebración de la boda de mi hermana.
Este día no era sobre mí. Tomé varias respiraciones profundas y de limpieza, y de
repente me sentí superada por la sensación de que me vigilaban de nuevo. Esta vez
estaba mucho más cerca, con mi carne llena de conciencia. Entrecerré los ojos en las
sombras cercanas.
—¿Hola? —susurré. La agitación interna se había ido tan rápido como había
llegado, dejándome hundida. Algo estaba mal conmigo. Me sentí atrapada en un sueño
lento. Necesitaba acostarme.
Salté cuando vi una figura de pie junto al pilar más lejano, con los ojos
entrecerrados hasta que la figura tomó forma. En un borrón, reconocí ese cabello
oscuro. Esos ojos oscuros. La misma sensación oscura y sensual se deslizó sobre mí
como lo había hecho ese día en el mercado. Por un momento, me quedé atónitamente
inmóvil, y luego mi corazón golpeó violentamente.
—¿Leodes? —Al sonido de mi voz, se mudó al patio de mármol con los asistentes
a la fiesta. Salí corriendo por el arco, pero lo perdí de vista entre la multitud.
Corrí, mi pecho agitado por el esfuerzo y la emoción. ¡Él estaba aquí! ¡No me lo
podía creer! Ignorando los gritos de mi nombre de mi madre, me moví a través de la
gente, incapaz de mantener la sonrisa de mi cara. Luego casi me hundí en el pecho
gigante de Boldar y traté de salir corriendo. Agarró mi muñeca.
—Tu madre te está buscando. ¿Por qué corres?
Me puse de puntillas tratando de ver por encima de su hombro.
—Boldar, estoy buscando al hombre del mercado. El de la mesa de tallado en
madera. ¿Te acuerdas? Leodes era su nombre.
La frente de Boldar se arrugó.
—Él no está aquí.
—¡Sí, lo está! ¡Lo acabo de ver! —Tomé con mis manos el cinturón de mi vestido
mientras mis ojos se movían de un lado a otro sobre las caras. ¿A dónde se había ido?
—He estado en la entrada con la lista de invitados toda la noche, solo olvídalo.
—Déjame ver la lista. —Salí hacia la entrada del patio con Boldar pisándome los
talones, llamándome por mi nombre. Cuando llegamos al arco más grande de todos,
tomé la lista del soldado confundido y escaneé los nombres.
—Princesa Psyche. —Boldar la alcanzó y suspiró, cruzando sus brazos y
permitiéndome leer la lista. Pasé un dedo por los nombres familiares.
—No —murmuré para mí misma—. Él no está aquí. —Miré al nuevo soldado—.
¿Recuerdas haber dejado entrar a un hombre joven con cabello oscuro? ¿Una toga de
color crema con un cinturón marrón? Su nombre es Leodes. ¿Quizás fue un invitado
inesperado de otro?
El soldado se vio asustado mientras me miraba.
—Yo-yo no lo creo, su alteza. Solo he dejado entrar a una pareja mayor desde que
tomé la posición.
Maldije en voz baja y presioné la lista de nuevo en sus manos, escaneando a la
gente de nuevo. Mi corazón aún latía con fuerza, y mi sangre se sentía caliente y espesa.
Lo había visto. Lo hice.
—¡Psyche! —La voz de mi madre me sacudió, y me volví para mirarla.
—Madre…
—¿Por qué no estás en la fiesta? Tienes más invitados que conocer.
—Madre, estuve allí por mucho tiempo y ni una sola persona me pidió bailar. Ellos
están aquí para ver a Dawn casarse.
—No seas ridícula.
Tomó mi mano, y con el primer paso llegó una ola de agotamiento que se estrelló
sobre mí. Me tropecé con la pared cuando mi visión se volvió oscura, y vagamente
escuché a mi madre jadear. Boldar me atrapó y me sostuvo contra su pecho. Parpadeé
y no quería nada más que dormir en sus brazos.
—¡Oh, mi amor! —gritó mi madre—. Boldar, llévala a su habitación y trae a la
niñera para que la cuide hasta que pueda ir. —Pasó una mano por mi mejilla con
preocupación antes de salir corriendo, y dejé que Boldar me sacara. Me sentí casi
inmediatamente mejor una vez que estaba fuera del patio, capaz de caminar sola, con
la cabeza despejada.
—¿Has estado probando el vino? —preguntó Boldar.
—No —le susurré.
—¿Hambrienta, entonces?
—Comí. —Pero algo no había estado bien esta noche. Me siento bien ahora.
Dejó salir una tos.
—¿Te enfermaste al bailar un poco?
—No. — Crucé los brazos, frustrada por no poder responder con sinceridad sin
hacer que pareciera que había perdido la cabeza. Y tal vez lo había hecho—. No he
estado durmiendo bien. Solo necesito descansar un poco.
—Bueno, lo harás. —Boldar abrió la puerta de mi dormitorio y entré.
Antes de que pudiera cerrar la puerta detrás de mí, me di la vuelta y agarré el
borde de la puerta.
—Si ves al hombre, Leodes, del mercado, debes buscarme.
Él inclinó su cabeza como si hubiera perdido el juicio.
—Princesa. Él no está aquí.
—Prométemelo, Boldar.
Él resopló.
—Lo prometo. —Luego cerró la puerta.
Me acerqué al borde de mi ventana, abriendo las contraventanas anchas para
invitar al aire del mar a bailar a mi alrededor, moviendo mis faldas contra mi piel. El
gato gris del castillo, Stormy, que prefería mi habitación a todas las demás, saltó a la
cornisa para llamar mi atención. Le rasqué detrás de sus orejas por un rato, mirando
fijamente al mar mientras pensaba. Cuando se aburrió de mí, me giré sobre mis pies,
con la cabeza hacia atrás, el aire deslizándose como algo físico sobre mis brazos y cuello.
Las estrellas brillantes brillaban sobre las ondas de agua debajo, siempre en
movimiento, nunca inmóviles, como el latido del corazón de nuestro mundo.
No hablé con los dioses casi tanto como debería. Me sentí culpable, me incliné
desde la ventana y envié mis palabras de adoración al viento:
—Júpiter, dios del cielo y rey de los dioses, te agradezco tu creación. Te agradezco
por el viento, mi único compañero de baile esta noche. Si es tu voluntad, rezo por un
verdadero amor para que bailen conmigo algún día. —Besé las puntas de mis dedos y
estiré la mano desde la ventana abierta, dejando que la brisa atrapara mi ofrenda para
enviarla alto.
CINCO
PRETENDIENTES
Después de la casualidad de una noche, la aprensión cubrió mi período de cortejo.
Era difícil no pensar en eso sin parar, ahora que Dawn y Miracle se habían ido, y mi
madre me miraba solo a mí.
—Oh, ¡cómo he soñado con tu noviazgo desde que eras una niña! —Mamá me
tomó de las manos mientras ella y yo nos sentábamos en el jardín mirando un rollo de
posibles pretendientes, enlistados desde el mejor hasta el último escenario.
Mi madre conversó y me contó chismes sobre cada hombre mientras mis hombros
se hundían más y más.
—Adrian Galanis es la comidilla de Atenas, ¡de pies a cabeza! Y él lo sabe. Algunos
dicen que ha arruinado varios matrimonios acomodados. —Mi estómago se revolvió—
. Pero no te preocupes, cariño. Si alguien puede vigilarlo y enderezarlo, eres tú. Siéntate
derecha, querida. ¡Oh! —Su dedo delgado encontró otro nombre de interés—. Calix
Floros viene de una línea fuerte. Se rumorea que pronto estará en el senado. Los dioses
saben que la mitad de los burócratas en Atenas han tenido sus bolsillos llenos de los
sobornos de su padre.
Puse cara de disgusto.
—¿Hay alguien en la lista que no esté lleno de codicia o maldecido con un ojo
errante?
—¡Psss! —Madre agitó una mano como si hubiera hecho una broma—. Ninguna
familia es perfecta. ¡No seas tan exigente! Si no estás satisfecha con hombres hermosos
y poderosos, quizás disfrutes de la compañía de Orrin Castellanos, el erudito.
Entrecerré los ojos, recordando ese nombre de la boda de Miracle.
—¿No cortejó a Dawn? ¿No lloró ella y le rogó a papá que rechazara su oferta
porque probablemente él era demasiado viejo para engendrar hijos?
—Tiene cuarenta y tres años, no del todo en su lecho de muerte.
En realidad, su edad había sido la excusa de Dawn. Lo que realmente no le gustó
fue que el erudito no podía ver a sus pies más allá de su barriga, y su cabeza calva estaba
cubierta de manchas solares. Recordé que me sentía mal por él en la boda de Miracle
porque parecía alegre y amable, pero Dawn no bailaría con él. Había sido joven. Sólo
quince años, y ya un espectáculo. Pero si lo recordaba correctamente, él era el único
hombre que logró mantener una conversación casi normal conmigo, después de un
torpe comienzo con las mejillas moteadas.
—¿Qué número ocupa en la lista?
—Oh, no seas ridícula, ¡él no está en tu lista! —Me golpeó suavemente la pierna
con la pluma—. Estaba tratando de poner las cosas en perspectiva. Hemos elegido lo
mejor para ti, querida. Solo lo mejor.
—Madre... —Me senté más derecha y me preparé—. ¿Hay tanta prisa para que me
case? —Su boca se abrió, y me apresuré—. Solo digo, no lo forcemos. No necesito
casarme.
—¡Psyche, en serio! Toda mujer necesita casarse.
Suspiré ante la injusticia de ello.
—Uno o dos años adicionales contigo y papá no serían un gran escándalo,
¿verdad? Podemos viajar y conocer gente. Una progresión natural de cortejo sería más
aceptable que esto. —Puse una mano en su lista de hombres.
Madre inclinó la cabeza y me sonrió, luego me dio una palmadita en la mejilla.
—Esto es divertido para mí. Encontrar maridos para mis hijas es mi alegría,
realmente mi único trabajo.
—Eres una reina. Tienes muchos trabajos importantes.
Ella desechó ese hecho.
—Ninguno más importante que esto.
—Madre, por favor. —Tomé su mano y la sostuve con fuerza hasta que me miró
de nuevo—. No quiero apresurar esto. Quiero un marido que me ame, no un hombre
que me vea como un premio de algún tipo.
—Está bien, cariño. —Acarició la parte superior de mi mano con la libre—. Te haré
un trato. Permítame continuar con el cortejo, pidiéndole a los hombres que te visiten y
se reúnan contigo, pero hablaré con papá acerca de no apresurar la parte de la boda.
—¡Gracias! —Le sonreí, pero ella negó con la cabeza.
—Este no es un acuerdo interminable. A la edad de veinte años, debemos elegir,
juntos, y tú debes casarte. Preferiblemente alguien que pueda favorecer la posición de
papá. Quieres eso, ¿no?
Tragué la bilis que se alzaba en mi garganta, pero asentí, y ella me besó la cabeza.
De una forma u otra, me convertiría en la esposa de alguien. No había forma de salir de
eso.
SEIS
DESCREÍDOS
—¿Qué le dijiste? —preguntó madre, acercando el chal ante una ráfaga de viento
helado mientras caminábamos por el sendero de piedra desde nuestro alojamiento
hasta el comedor.
—No dije nada que causara tal desinterés en mí o para que volcara su atención a
la doncella de baño —le aseguré. Mi petición a ella para que retrasara el proceso del
período de mi cortejo no había sido escuchado. Se había precipitado de cabeza,
bombardeándome con un hombre tras otro, un fracaso incómodo tras otro.
El último pretendiente había sido una de las últimas esperanzas de madre de
conseguirme un compañero adecuado. Como valor añadido, era un guerrero de alto
rango en el ejército con líneas de sangre que se remontan a la antigua Atenas. Me gustó
bastante el aspecto de sus muslos fuertes. Nuestra reunión inicial había sido positiva,
incluso esperanzadora, solo me había mirado boquiabierto dos largos minutos antes de
reunir su buen juicio y poder mantener una conversación. Pero anoche, mientras todos
estaban durmiendo, encontró a Boldar y le explicó que se iba a ir tomado de la mano de
la doncella de baño que le habíamos asignado. Una chica aún más joven que yo. Boldar
dijo que sus ojos estaban enloquecidos y que no podía dejar de proclamar su amor por
la chica.
Si no estuviera tan escandalizada y preocupada por el estado mental de madre,
me hubiera reído ante la ironía de un pretendiente perdido tras otro, y de que yo era
supuestamente el “mejor partido” en todas las tierras.
—¿Cómo es posible? —exclamó madre, levantando sus palmas al cielo con
frustración—. ¡Elegir a una sirvienta descarada de clase Metics sobre una princesa!
—Ella era un alma amable. Y no la llamaría descarada —dije en su defensa, pero
mi madre se enfureció.
—¡Ese tonto! ¡Y ahora tengo que encontrar una doncella de reemplazo! —Los
gritos de mamá se perdieron con los vientos. Una tormenta soplaba, y por lo agitados
que lucían los cielos, haríamos bien en quedarnos dentro el resto de la tarde. Corrimos
al cruzar las puertas del comedor, que eran mantenidas abiertas por dos soldados, y
exhalamos ruidosamente en el repentino silencio de la habitación sin viento.
Ambas sacudimos nuestros chales y los colocamos en el respaldo de nuestras
sillas, uniéndonos a papá a la mesa. Se sentó pesadamente, con los codos sobre la mesa,
mirándonos amenazadoramente sobre su copa de vino. Por la caída de sus ojos, estaba
segura de que no era su primera bebida.
—¿Qué le dijiste, Psyche? —acusó papá.
Me volví hacia él como si mis ojos pudieran golpear.
—¡No dije nada para rechazarlo! Fui cordial y amable y, y...
Papá golpeó la mesa con un puño, haciendo que mamá y yo saltáramos y su vino
saliera como una ola roja en un mar enojado.
Me señaló con un dedo.
—¡Debes estar saboteando nuestros esfuerzos de alguna manera!
Temblé por dentro porque papá nunca me hablaba con dureza.
—Te lo juro, papá. No lo hago. —Pero entendí su frustración. Había pasado casi
un año. Pronto, los rumores empezarían a extenderse.
Mamá tomó mi mano y le habló con amabilidad a papá.
—¿Podría ser que estén demasiado intimidados por tanta belleza? —gruñó, y
madre continuó—. Desde que le crecieron los pechos, ningún hombre ha podido
hablarle como a una mujer normal.
Presioné una mano en mi frente y me froté la cara.
—Toda mujer tiene pechos, madre.
—No es solo eso, Psyche —me dijo—. Es todo el paquete. ¡Mientras más te
conviertes en mujer, menos hombres saben cómo comportarse a tu alrededor!
—Te tratan como a una diosa —dijo papá en voz baja, casi con reverencia, pero
con un toque de pesar, como si la cosa que siempre le había gustado hubiera amenazado
con golpearlo con unos colmillos ocultos. Una parte de mí se alegró de que finalmente
comenzaran a ver la carga de ello.
—Entonces tal vez deberíamos hacer una ofrenda especial a los dioses, algo más
que de costumbre, como familia —sugerí.
Los ojos de mamá se fijaron en los de papá y parecían extrañamente vacilantes.
—Una ofrenda —dijo madre, como si fuera una idea totalmente nueva—. No haría
daño.
Papá miró hacia otro lado, a la mesa, a la sala, a las alfombras que colgaban, luego
a su taza. No pude entender sus extrañas reacciones.
—¿Pasa algo malo? —pregunté.
—Por supuesto que no —respondió rápidamente madre—. Sólo se ha hablado un
poco últimamente. La gente del continente viene, hablando sobre nuestras
“supersticiones” y las formas cambiantes del nuevo mundo.
Ahora, la fulminé con la mirada.
—¿Qué supersticiones? ¿Acerca de los dioses? ¡Eso es un sacrilegio, madre!
Espero que no les estés prestando atención.
Miré de un lado a otro entre mis padres, que se encogieron de hombros y negaron,
moviendo sus rostros hacia un lado. Un horrible pensamiento golpeó mis entrañas
mientras las paredes temblaban con un trueno.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que diste una ofrenda? —Como menor de
edad en la familia, dejaba que mis padres pagaran nuestras deudas a los dioses y diosas
en el altar. Asistía y participaba en los festivales, pero ahora que era adulta, pronto iría
independientemente de ellos.
De nuevo, esos gestos de despreocupación. Madre agitó una mano.
—El último festival, ¿supongo?
La sorpresa erizó mi piel como si hubiera resbalado sobre las brasas.
—¡Eso fue al principio del otoño! ¡Es casi primavera! —¡Deberían haber estado
adorando y dando regalos varias veces al mes en nombre de nuestra familia! Mi última
comida se convirtió en rocas, y sujeté mi estómago.
Madre suspiró con exasperación, jugueteando con sus faldas.
—Querida, he estado tan ocupada tratando de encontrarte una pareja adecuada.
¡Nunca he estado tan agotada!
La miré boquiabierta, luego papá, quien asintió. Mis dioses. Se habían vuelto
descreídos. Un pozo de terror se abrió dentro de mí.
—No es de extrañar que nuestros esfuerzos hayan fracasado. —Me puse de pie
bruscamente, mis ojos revisando la habitación en busca de algo para dar a los dioses
antes de aterrizar en el brazalete de oro enjoyado en la muñeca de papá. Extendí mi
mano temblorosa—. Dame tu brazalete.
Se tambaleó hacia atrás.
—¿Disculpa?
—¡Papá! Necesitamos hacer una ofrenda, ¡ahora!
—Puede esperar hasta después de la tormenta. —Y para respaldar sus palabras,
un relámpago llenó de brillo la habitación antes de estrellarse en nuestros oídos
segundos después, sacudiendo la habitación.
Me agaché y le quité el brazalete de la muñeca. Apenas luchó contra mí, solo se rió
como si estuviera haciendo el ridículo. Luego me volví hacia la cara sorprendida de
madre y señalé la serpiente dorada que rodeaba su brazo. Colocó una mano protectora
sobre él.
—¿Son tus tesoros más preciados para ti que mi vida? ¿Nuestro futuro?
Ahora fue el turno de mamá de reírse de mis dramas.
—Por supuesto no. Por favor, siéntate y relájate y te juro que recogeremos una
ofrenda adecuada a primera hora de la mañana.
Me puse una mano en la frente y susurré:
—Será demasiado tarde. —En realidad, creía que ya lo era. Mis ojos ardían de
miedo, llenos de lágrimas no derramadas, y mi madre alcanzó mi brazo.
—Por favor, Psyche, no llores. Toma. —Puso el oro serpenteante en mi mano,
doblando mis dedos alrededor de él y frotando mi piel con tierno cariño. Sus ojos
estaban suaves y arrepentidos. Sentí que su arrepentimiento tenía todo que ver con mi
tristeza y nada que ver con ofender a los dioses. Preferiría que hubiera sido al revés.
Tragué saliva y me aparté de ellos, renunciando a mi chal. Mis padres hicieron
sonidos de desesperación mientras corría hacia las puertas, pero ninguno se levantó
para detenerme. Un guardia me abrió la puerta, mirando a mi padre para recibir
instrucciones.
—Acompáñala al altar —dijo papá, resignado.
Los vientos me golpearon con prisa, la lluvia azotó mi piel como los pinchazos de
cien dagas diminutas. Levanté un brazo para protegerme los ojos y corrí. Varias veces
los vientos me azotaron, comprometiendo mi equilibrio momentáneamente,
haciéndome resbalar sobre piedras resbaladizas. Pero nunca me detuve.
En el altar, subí los escalones mojados y luego caí de rodillas en el centro
redondeado de pilares bajo un techo abovedado. Dejé escapar un pequeño grito ante
las dos miserables pilas de ofrendas empapadas. Este altar debería haber estado lleno
con generosidad.
Con manos temblorosas, coloqué mis dos ofrendas en el centro de la sala circular,
abierta a los elementos, con la lluvia cortando hacia un lado para golpearme.
—Perdónanos, por favor —grité sobre la tormenta que aullaba—. Por favor
acepte estas ofrendas y debes saber que hay más por venir. Nosotros... —Tuve que
parar y tragar—. Te honramos. Todo lo que tenemos es para tu gloria.
Una ráfaga de viento me sacudió de lado, y sobre el estruendo del ruido escuché
un repugnante chasquido y un zas, seguidos por los gritos de mis guardias. Levanté mi
cabeza a tiempo para ver una palmera sin raíz volar contra las columnas exteriores
como si intentara abrirse camino hacia el área del altar. Un brazo fuerte rodeó mi
sección media y me levantó del suelo.
—¡Debemos irnos! —gritó Boldar.
No discutí. Él y otros cuatro guardias me rodearon, y nos arrastramos torpemente
por el camino de regreso al castillo, mi cabello nos azotaba a todos como una cosa viva
y enojada. Apenas habíamos llegado a la entrada de piedra de nuestro palacio cuando
mis ojos se llenaron de luz cegadora. Una explosión lo suficientemente fuerte como para
reventar el interior de mis oídos nos levantó a los cinco y nos arrojó a través de las
puertas del castillo. Una descarga de calor llenó el área antes de disolverse nuevamente
en frío. Pero el retumbar de los ruidos de cosas rompiéndose continuó, e incluso a
través de la lluvia casi nos ahogamos con la ceniza y la tierra. Agité una mano delante
de mi cara, tratando de ver.
En el gran nombre de Júpiter ¿Qué había pasado?
—¡Un rayo! —gritó Boldar, poniéndose de pie, levantándome de nuevo. Y cuando
el polvo finalmente comenzó a asentarse, entrecerré los ojos en la oscuridad. A través
de la capa de lluvia, bajo los cielos grises y enojados, nuestro altar yacía en ruinas
derrumbadas, el humo luchaba con la humedad que caía. Me tapé la boca con la mano
para contener un grito de angustia. Mis padres podían hablar de superstición todo lo
que querían, pero yo no creía en las coincidencias. Nuestras ofrendas habían sido
rechazadas con el más poderoso de los mensajes.
Y ahora no tenía dudas. Estaba maldita.
SIETE
EL ORÁCULO
La lluvia no cesó hasta la madrugada y el sueño nunca me encontró. Mi único alivio
fue que no tuve que rogar ni convencer a mis padres: Cuando se fijaron en los restos del
altar, se miraron el uno al otro y palidecieron, la comprensión llenando sus caras.
—Viajaremos a Mileto a primera hora —había dicho papá, con la mandíbula
apretada antes de alejarse de nosotras. Nunca llevó bien la derrota. Incluso,
aparentemente, contra los dioses inmortales. Y mientras no quería que sufriera,
esperaba que se sintiera realmente humilde. Si mañana él llevaba su orgullo mortal a
ese antiguo templo, eso insultaría aún más a los dioses. Incluso los reyes podrían
convertirse en tontos.
Estaba lista para ir. Estuve lista durante horas, poniéndome mi vestido más
modesto y mi chal simple, mi cabello apilado cuidadosamente encima de mi cabeza de
una manera apropiada para la adoración. Y luego, fui a mi habitación y reuní todos los
artículos dignos: Joyas, una fina envoltura de cuerpo cosida con hilo de oro,
deslumbrantes horquillas para el cabello y cajas talladas a mano. Estas eran todas las
cosas que debían acompañarme a mi hogar conyugal algún día. Cosas que me
agregarían valor y dote. Sin todo esto, solo podía esperar que mi buen nombre y mi
belleza fueran suficientes para conseguir una pareja digna. Si los dioses lo permiten.
Los músculos de mi abdomen se apretaron con fuerza ante el pensamiento de los
dioses y su ira anoche. Muy dentro de mí, sabía que esta era nuestra última oportunidad
para complacer a los dioses. Si encontraban nuestra adoración y nuestras ofrendas algo
menos que perfectas, no sería solo yo quien sería maldecida. No tenía ninguna duda de
que todo nuestro reino de la isla sufriría. Con un chasquido de sus dedos, los inmortales
podrían decirle a las aguas que se tragaran nuestra tierra y cada ser en ella. Ningún
castillo en una colina era demasiado alto para que ellos los transformen en escombros.
Las civilizaciones surgieron y cayeron a su antojo. Cómo mis padres habían olvidado
ese hecho, no tenía ni idea.
Salté ante el sonido de un ligero golpe en mi puerta. En lugar de pedirles que
entraran, yo misma abrí la puerta. La cara sombría de Boldar me saludó, observándome
de arriba a abajo.
—Estás lista.
—Lo estoy —respondí, llevando mi canasta de bienes. Hizo una mueca de dolor
cuando vio mis ofrendas, arrepentimiento en sus ojos cuando tomó la cesta de mis
manos, pero no dijo nada mientras me llevaba con mis padres al patio. Las manchas
oscuras bajo sus ojos eran la indicación de que durmieron tan poco como yo, y me alegré
de ello. Papá me hizo un gesto de asentimiento y mi madre intentó sonreírme, pero
fracasó horriblemente, su boca solo logró estremecerse.
Junto a ellos había un carro cubierto de tela. Una brillante empuñadura sobresalía
de una esquina y me tapé la boca evitando un grito ahogado. La espada había estado en
nuestra familia durante incontables generaciones. Papá había ganado batallas con esa
espada en la mano. Por mucho que me dolía pensar en regalarla, me alegró ver que él
se lo estaba tomando en serio. Ningún elemento material valía más que las vidas, la
salud y la felicidad de nuestra gente y nuestra patria.
El paseo hasta la barcaza fue un acontecimiento sombrío. Nubes oscuras todavía
se agitaban en los cielos sobre nosotros, los terrenos empapados con los efectos
posteriores de la tormenta. Riachuelos de agua corrían por las calles, y la mañana era
gris brumosa. Los guardias empujaron el carro y tiraron de nuestros mejores animales
detrás de nosotros. Nuestro mejor corcel. Nuestra mejor vaca lechera. Porcinos
engordados y la oveja más peluda. Nuestro corderito más dulce. No podía permitirme
pensar en su sacrificio. Por su bien, estaba aún más frustrada con mis padres por haber
llegado a este punto.
Las aguas estaban agitadas. Normalmente no nos aventuraríamos a esto poco
después de una tormenta, pero nos aferramos a los lados del bote y apretamos nuestros
dientes contra las olas, el golpe del bote hacia arriba y hacia abajo, sacudiéndome la
espalda. Después de un rato me puse de pie, encontrando que mis rodillas dobladas
tomaban el impacto de las aguas turbulentas mejor que mi columna vertebral. Mamá
había cerrado los ojos, propensa al mareo. Papá se quedó mirando, estoico, hacia el mar,
nunca cambiando su expresión mientras avistábamos tierra.
En el muelle, me puse un chal alrededor de la cara contra los vientos penetrantes,
ocultándome lo más posible. Los guardias rechazaron a los lugareños que nos
reconocían o querían saludarnos, pero sentí que sus ojos nos miraban mientras
abordábamos un gran carruaje tirado por dos corceles. Se necesitarían varios carruajes
y viajes para meter toda nuestra fiesta y ofrendas al templo.
Nos dirigimos por los caminos llenos de baches de los mercados de pescado hasta
el templo de Apolo, complejo dios del sol, música, arte, tiro con arco, plaga, medicina, y
lo más importante para nuestra familia en este momento, la profecía. Hoy buscamos el
poderoso y antiguo oráculo de Apolo en busca de sabiduría y conocimiento sobre cómo
volver a las buenas gracias de los dioses y lo que nos deparará el futuro. A mí.
Me mantuve entre mis padres en el carro, con una mano sosteniendo la barandilla
para mantenerme firme, y la otra sosteniendo el chal en mi cuello. Los caballos eran
rápidos, y cerré mis ojos contra el aire frío que golpeaba mi cara. Por encima de
nosotros, las nubes todavía estaban oscuras y enojadas. Doblamos una esquina y la gran
cúpula del templo de Apolo apareció a la vista en la colina elevada, sorprendentemente
ligera contra el cielo iracundo, sostenida por pilares gigantes en un círculo. Nuestro
templo había sido una réplica más pequeña de esta, pero no había estado ni cerca a esta
majestad.
Tenía ganas de caer de rodillas y pedir perdón. Mirando a mis padres, me atrevo
a decir que no estaban ansiosos por lo mismo. La mandíbula real de madre estaba fijada
con preocupación y disgusto. Padre llevaba la misma expresión desagradable que tenía
cuando tuvo que negociar y lidiar con enemigos convertidos en aliados después de la
guerra. Su falta de reverencia hizo que mi sangre se sintiera eléctrica con energía
nerviosa debajo de mi piel. Esto no era algo que pudieran falsificar.
—Ningún número de ofrendas complacerá a los dioses si entras allí lleno de
orgullo y amargura —dije contra el viento, inclinándome hacia adelante mientras el
carro se inclinaba.
—Cuidado con lo que dices —reprendió Madre.
Pero papá quería discutir.
—¿Por qué seremos castigados? Trabajamos duro para gobernar nuestras tierras
con justicia. Seguramente los dioses pueden ver nuestro trabajo diario.
Lo miré.
—Se necesita más que buenas obras, papá. Tú lo sabes. Debes honrarlos. —Se
puso rígido, sus nudillos blancos en la barandilla hasta que tome su mano más cercana,
deslizando mi pequeña mano en su palma grande y callosa.
—El tiempo ha pasado tan rápido— me dijo.
—Lo sé, papá. Y estás ocupado con más responsabilidades que cualquier otro
hombre que conozca. Cuéntales esto a los dioses cuando los adores hoy. Explícales que
el tiempo se te escapó y que nunca tuviste la intención de ofenderlos.
Agarré con fuerza su mano hasta que los caballos disminuyeron la velocidad y se
detuvieron. Los tres éramos una vista completa de vergüenza mientras reuníamos tanto
como pudimos en nuestros brazos, Los guardias llevaban a los animales. Trajimos tanto
que el altar se llenó rápidamente, rodeando la estatua de piedra de la deidad. Y entonces
comenzaron las horas de sacrificio y adoración. Rezando. Haciendo reverencias.
Arrodillándonos. Cantando. Suplicando. Prometiendo cambios. Todo mientras los
vientos silbaban a través de los pilares como pequeños gritos.
Al final de todo estábamos agotados, y las nubes aún flotaban sobre el templo. A
lo lejos, el cielo azul pintaba el horizonte, pero el sol no mostraba su rostro sobre
nosotros. Un horrible abismo de desesperación se abrió dentro de mí, causando que mi
cuerpo temblara cuando papá me ayudó a levantarme. Mis rodillas estaban
adormecidas y dolorosas.
Los tres intercambiamos miradas sombrías que me decían que su nivel de
esperanza era tan bajo como el mío. Era hora de ver al oráculo y conocer nuestro
destino. ¿Cómo seríamos castigados? ¿Los dioses se llevarían nuestras tierras? ¿Se
derrumbaría el reinado de papá? ¿Sufriría nuestra gente plaga o hambre? No podía
soportar la idea de nuestro pequeño imperio, tan precioso para nuestra familia, en
ruinas.
Obtener una audiencia con el oráculo era una tarea difícil. Sólo la realeza y los muy
ricos recibían predicciones. Nuestros propios guardias llenaron el espacio a nuestro
alrededor, mientras que los guardias de Mileto rodearon a la anciana siendo llevada
cautelosamente por las escaleras. Dos videntes más jóvenes con túnicas blancas,
caracterizadas con cabezas afeitadas, acompañaron al oráculo, sosteniendo sus manos.
El oráculo se quedó mirando con la barbilla levantada, pero sus ojos eran un azul
lechoso, azul blanquecino.
Cuando dio el último paso en el templo, los guardias se extendieron, dándonos a
los cuatro el mayor espacio posible mientras aún nos rodeaban. Papá, mamá y yo nos
arrodillamos e inclinamos nuestras cabezas un largo momento antes de que papá
hablara.
—Más que digno oráculo. Te agradecemos. Tu tiempo es un regalo. —Papá levantó
la cabeza, tomando la mano de mamá, luego la mía, nos quedamos juntos.
—Una familia muy bendecida de una isla bendecida. —La voz del oráculo era
áspera como la arena sobre las rocas. Tragué saliva, mi corazón golpeando con un
aterrador ritmo en mi pecho—. ¿Cuál es tu mayor plegaria? —preguntó el oráculo.
—Mi deseo... mi mayor plegaria es que mi hija Psyche tenga un esposo. —Papá
cerró los ojos y, en ese momento, observé cómo todo su orgullo se derramaba de sus
hombros y se paró ante el oráculo como un simple hombre y padre. Me ardieron los
ojos y me tragué la humedad que se estaba acumulando mientras madre sollozaba a mi
lado.
—Princesa Psyche. —La voz del oráculo se alzó al final de mi nombre como si me
estuviera contemplando—. Efectivamente, la famosa belleza debería tener un marido a
estas alturas.
Madre se estremeció, tomando mi mano, y papá bajó la cabeza.
—Me temo —se atragantó papá—, que la he maldecido con mi... falta de fe.
Limpié una lágrima de la esquina de cada ojo antes de que pudieran caer. No era
propensa a llorar, pero al ver a papá en un punto tan bajo estaba tirando de mi cáliz de
emoción, causando que todo se derramara.
—La raíz de su maldición es mucho más profunda que tus propias acciones —dijo
el oráculo, haciéndonos a los tres jadear ante la verdad—. Fue la deslealtad de ti y de
toda tu gente lo que trajo la ira de la diosa Venus. Y solo lo que tanto amas y admiras
puede ser sacrificado para devolver la bendición a tus tierras.
—Qu... —El aliento de papá lo dejó en un silbido mientras se giraba hacia mí, con
los ojos muy abiertos.
Mi estómago se hundió pero me quedé quieta. En mi mente, este había sido el peor
de los casos. Sabía que el precio sería grande y que de alguna manera tenía que ver
conmigo. Por mucho que mi cuerpo quisiera caer y rogar, si lo hiciera, mis padres se
romperían. Tenía que ser fuerte por ellos.
—No —dijo madre—. No Psyche. No mi bebé ¡Ella no ha hecho nada! —Agarró mi
antebrazo con fuerza, como si pudiera salvarme de los dioses.
Puse una mano sobre la de ella.
—Está bien, madre.
Ante esto, el oráculo se rió entre dientes, y giró la cabeza hacia un lado como si
escuchara algo que nadie más pudiera descifrar. Su lento asentimiento envió una oleada
de miedo a través de mi piel.
—Los dioses han hablado. La suya será una boda fúnebre para una serpiente alada
de legado oscuro. Muchos lo llaman un monstruo. Tu querida Psyche lo llamará esposo.
Mis ojos revolotearon y por un momento el templo giró. Apenas distinguí los
sonidos de mamá y papá luchando por respirar, sus manos me sostenían.
—¡No lo permitiré! —gritó papá. Quería decirle que mantuviera la calma, que
incluso su inmenso poder no podía salvarme de esto, pero no podía encontrar mi voz.
—Está decidido —le dijo el oráculo a papá otra vez, sin levantar la voz.
—¿Y si nos negamos? —preguntó madre.
—Entonces, su maldición se derrama sobre aquellos que comparten su sangre y
todos los que residen en tu isla.
Mamá se tapó la boca y comenzó a arrodillarse, pero papá la levantó y frunció el
ceño al oráculo, como si fuera culpa suya, pero no lo era. Era mía. Debería haber puesto
fin a las tonterías hace años. Debería haber insistido en que papá prohibiera que la
gente me idolatrara. Mis padres pensaron que era un halago inocente, pero en mi
corazón siempre lo había sabido mejor. Me había mantenido muy callada, esperando
que el problema se resolviera solo con el tiempo. Ahora, el miedo por mis padres y
nuestra gente se elevó como un fuego salvaje dentro de mí, una cosa mortal que solo yo
podía controlar.
—Por favor —le dije a mis padres con la mayor calma posible—. No se puede
luchar contra esto. Es mío para soportar. Puedo manejarlo.
Con los ojos aún perforando agujeros en el oráculo, papá gritó:
—¡La matará!
—La tendrá como su esposa. —Ante esa simple declaración, papá se encogió de
hombros y mamá se disolvió en lágrimas, se hundió en los fuertes brazos de papá y lo
agarró con todas sus fuerzas. El dolor en los ojos de papá me mató. Estaba pensando en
todo lo que mi marido me haría, cosas que no podía imaginarme.
Mi esposo.
Mi estómago se sacudió. Una ola de mareo amenazó con derrumbarme, pero tensé
mis músculos para mantenerme erguida.
Una serpiente alada de legado oscuro.
No sobreviviría, eso era seguro, pero no podía dejar que mis padres vieran el
terror que ardía en mí.
El oráculo asintió lentamente, sus ojos aterradores mirando a los míos.
—En la próxima luna llena, subirás al punto más alto de tu isla, sola, y allí
permanecerás hasta que te lleven a tu marido.
—¿Quién se la llevará? —preguntó papá.
—Eso no es algo que debas saber.
Su mandíbula se apretó. Papá podría intimidar a los guerreros más poderosos de
todas las tierras, pero esta frágil anciana no se sentiría intimidada. Ella habló con la
autoridad de los dioses, y lo que previó era lo que yo merecía. Quizás toda mi vida
favorecida haya conducido a un final como este. El sardonismo casi me hizo reír con
histeria. Debería haber terminado con la fascinación de la gente por mi apariencia hace
mucho tiempo. No sabía cómo, pero debería haber hecho algo. Debería haber sido
diligente con el culto y las ofrendas de mi familia. Pero ya era demasiado tarde para
volver.
Ahora haría el sacrificio máximo. Dioses, ayúdenme.
OCHO
BODA FUNERAL
El sol no había mostrado su rostro en nuestra isla desde la noche en que nuestro
altar fue destruido. Los constructores de papá trabajaron día y noche para crear un
nuevo altar más brillante y más grande para los dioses. En ese momento, mi cumpleaños
vino y se fue, convirtiéndome en una ciudadana adulta oficial. El altar se terminó un día
antes de la luna llena. Un día antes del que me iba a casar con un monstruo.
Fui la primera en caer de rodillas ante la nueva estructura. No lloré, aunque a mi
alrededor la gente lloraba. Por ahora todos sabían de mi destino. Todos sabían que su
castigo sería tratado a través de mí. Gritaron mi nombre, llorando a su querida princesa,
como si ya estuviera muerta. Y tal vez lo estaba. Seguramente lo sentí.
Muerta.
No había llorado desde que el oráculo había proclamado mi destino, sus palabras
golpeando como una gran piedra contra mis nervios, me entumecieron por completo.
Si me dejaba sentir, aunque fuera por un momento escaso, mi corazón se apoderaría del
pánico.
Mañana me entregarían a un monstruo. Una serpiente. Una criatura mitológica
desconocida. Y fue un castigo cruel que los dioses ni siquiera me permitieran conocer
la identidad de mi esposo. Permitió que mi mente, todas nuestras mentes, creara
escenarios horribles. No había fin de bestias terroríficas en el Olimpo. Seres inmortales
humanistas.
Papá y mamá me rogaron que me fuera. Me rogaron que me fuera en plena noche.
Papá conocía gente en los confines de la tierra, gente dispuesta a dejarme esconderme.
Fingirían mi muerte, dijo. Como si los dioses no lo supieran. Como si no hubiéramos
sido ya suficientemente tontos.
No. Esta era la única forma de levantar la sombra de la oscuridad y los vientos
amargos que flotaban sobre nuestra isla. No huiría de mi deber a la gente,
especialmente ahora que sus lágrimas me rodeaban, dándome cuenta del error de su
comportamiento. Habían olvidado el poder de los dioses, optando por bañarme con su
adoración. Y ahora les habían recordado que su princesa era muy, muy mortal. Sentí su
arrepentimiento tan estrictamente como si fuera el mío.
No llevaría ninguna ropa de gala a mi nuevo hogar nupcial. Solo yo. Di todo lo que
tenía en el altar. Después de horas de adoración, me retiré a mi habitación para mi
última noche en la lujosa casa de mi infancia. Una noche de insomnio. Stormy no me
hizo gracia con su presencia esa noche. Incluso los animales sentían mi perdición.
*
En todas las celebraciones de matrimonio a las que había asistido, nunca había
escuchado el laúd de la boda que sonara triste hasta esta noche oscura. Una y otra vez,
mientras caminábamos por el sendero hacia la montaña, las nubes sobreexplotadas se
moverían lo suficiente para que la luna llena mostrara su siniestra cara, recordándonos
que era, efectivamente, el momento.
Me puse de pie y caminé con un propósito, mi cara estaba cubierta por un velo
púrpura de gasa, pero dentro temblaba como una pluma suelta en un vendaval. Mi
miedo era una cosa espesa y viscosa dentro de mí, como lodo en mis extremidades, y
luché por vencerlo. Ni una sola cara femenina estaba llena de lágrimas; ni los ojos de un
solo hombre estaban muy abiertos por la conmoción y el horror.
Y aun así, caminamos.
Desde el rabillo de mi visión, noté la mano de Boldar en un puño apretado a su
lado. Debe haber ido contra todo dentro de él para permitirme ir. Había pasado toda mi
vida manteniéndome a salvo, más como un tío que como un guardia, y ahora me ponía
directamente en peligro. La compasión me hizo bajar y apretar su puño. Sus ojos se
movieron a los míos, y el dolor que vi allí, prácticamente me rogó que me diera la vuelta
y corriera, envió un fuerte pinchazo a través de mi pecho. Por una vez, no intentaría
escapar. No más carreras juguetonas.
Tragué y traté de sonreír, lo que le hizo temblar la barbilla. Los dos apartamos la
vista bruscamente y llevé mi mano a mi lado. No podía salvarme del destino de los
dioses. Nadie podría. El viento nos golpeó, levantando arena suelta y azotándola contra
nuestra fiesta.
El camino se volvió rocoso, pero la tristeza del laúd nunca cesó. Su tono se
distorsionó a través del aire denso, rodeándonos a todos. La respiración se volvió
dificultosa cuando la caminata se convirtió en más una escalada, que ahora requería
manos. Y cuando el pico llegó a la vista, mis hermanas y mi madre detrás de mí
comenzaron a gemir en serio. Incluso papá dejó escapar un sonido ahogado. Tragué una
vez. Dos veces. Tres veces, tomando respiraciones estremecidas. Boldar tomó mi codo
en una fuerte inclinación, aunque no necesitaba su ayuda. No era mi primer ascenso a
la cima de esta montaña. Pero era la primera vez que lo hice sin alegría.
Él la tendrá como su esposa.
Mi estómago dio un vuelco violento y me detuve para cerrar los ojos. No había
comido en más de un día y no quería que mi cuerpo sacara el terrible ácido que había
estado revolviendo en mi estómago. Si empezaba, nunca podría detenerme.
—Princesa —dijo Boldar con preocupación, su mano agarrando mi codo.
Solté un suspiro y levanté la cabeza.
—Estoy bien. —Continué mi ascenso.
Cuando se hizo demasiado empinado y el laúd comenzó a agitarse, corrí al frente
de la fiesta. La música se detuvo. Todos los ojos se alzaron hacia mí cuando me enfrenté
a sus caras tristes.
—Voy a seguir sola.
La boca severa de papá trató de funcionar, pero no salió nada, así que corrí hacia
él. Mi familia me abrazó, temblando con sus sollozos, los cinco aguantando. Sin
embargo, no lloré. Su amor y su culpa eran cosas palpables. No podía estar enojada con
su terquedad o insensatez del pasado. No los culparía a ellos ni a la gente. Mi corazón
estaba demasiado lleno de miedo, sin dejar espacio para la ira o la culpa.
—Los amo a cada uno de ustedes —dije, mirando sus caras una última vez. Papá.
Madre. Miracle. Dawn. Entonces Boldar. Cuando me aparté de ellos, Boldar intentó
seguirme pero le di un apretón tranquilizador a su mano—. Debo ir sola. —Saqué mi
mano de su mano, apartando la mirada de su mirada desesperada.
Subí el resto del camino, mis ojos escaneando el área con aprensión. Sólo rocas
para ser vistas. Cuanto más alto fui, más ásperos se volvieron los vientos, agarrando y
quitando mi velo. Traté de agarrarlo, pero los vientos lo tomaron, dejando mi rostro y
cabello en exhibición mientras caía de rodillas en la cima de las rocas.
Mientras los cielos se oscurecían aún más, observé cómo las luces de las lámparas
de gas y las antorchas comenzaban a descender lentamente. El camino de la luz se fue
alejando más y más. Y con cada paso de retirada, mi corazón se hizo más pesado, más
fuerte y más fuerte. Al oír un ruido, me volví para gritar, pero estaba sola. Solo yo y mi
terror. Todo a mi alrededor se convirtió en negrura, y cuando la última de las luces
desapareció de la vista, finalmente solté las emociones dentro de mí. Cada cosa que
había estado conteniendo se precipitó hacia la superficie, saliendo de mí, sacando mi
voz de mi garganta.
En esa roca lloré. Lloré, superada por el temor, la tristeza y el arrepentimiento. Mi
alma derramó la ira y la culpa que sentía por mi familia y la gente. Esto podría haberse
evitado. ¡Esto nunca debería haber pasado! Esto no era justo.
Lloré hasta que mi fuerza desapareció y me desplomé sobre la roca, mi cara
presionada contra su superficie fría y desgastada. Y entonces vino un viento diferente.
No frío ni caliente ni apurado. Este viento me acarició desde el pie hasta el cuero
cabelludo, calmándome en un sueño profundo. Y entonces el viento me levantó y me
llevó.
NUEVE
VOCES
Me estiré en dicha al despertar, no teniendo inmediato recuerdo de qué había
pasado. En ese instante, me sentía completamente descansada, más cómoda de lo que
jamás había estado. En paz. Mis dedos se movieron perezosamente, enredándose con
las briznas aterciopeladas de hierba. Y la luz más allá de mis párpados era tan suave
como la felicidad.
Oh, dioses.
Todo regresó deprisa a mí y me senté jadeando, mi corazón galopando. Cada pizca
de paz que había sentido fue arrancada de mi cuerpo, reemplazada por el pánico que
había llevado en la roca. Pero mientras mis dedos agarraban la hierba a cada lado de mí
y mi cabeza se balanceaba de lado a lado, mi mente no podía entender lo que mis ojos
estaban observando.
Exuberantes olas de hierba daban paso a una orilla cubierta de musgo y un
riachuelo que serpenteaba, claro como mi propio mar. Los árboles eran enormes con
troncos retorcidos, haciéndolos parecer como si se hubieran colocado en esas hermosas
posiciones mientras crecían desde retoños. Sus hojas ondeaban hacia mí, pero ninguna
cayó. De hecho, el suelo estaba completamente libre de cualquier hoja o restos de
ramas. Todo sobre esta zona boscosa era perfecto.
Demasiado perfecto.
En una inspección más cercana, los únicos sonidos eran el tintineo del riachuelo y
el crujido de las hojas chocando suavemente unas contra otras. No había pájaros piando.
Ni zumbido de abejas. Ni otra vida aparte de las plantas. Los colores, verdes, azules y
marrones, eran demasiado vívidos y brillantes. Este no era mi mundo.
Me puse de pie, mi corazón negándose a calmarse. ¿Dónde me hallaba? ¿Por qué
estaba sola? ¿Dónde estaba mi…? No. Negué. No quería pensar en la bestia. Y no quería
elevar mis esperanzas a que esto era realmente donde se suponía que estuviera. ¿Estaba
siendo burlada de alguna manera? ¿Burlada con unos pacíficos alrededores antes de ser
lanzada a una pesadilla? Era posible que mi marido fuese capaz de tal crueldad. Tanto
como no quería descubrirlo, mi estómago dolía con hambre y sabía que tenía que
moverme. Caminé tentativamente entre los árboles y juro que se movieron muy
ligeramente para acomodarme. Cuando me volví, parecían estar en diferentes
posiciones, pero no podía recordar exactamente. Parpadeé para alejar la rareza y
continué.
En un punto, juro que oí suaves pasos detrás de mí, pero cuando me volví,
conteniendo mi aliento, nadie estaba ahí. Este lugar —toda esta situación—, me estaba
volviendo loca. Pensé en los rostros de mi familia cuando los había dejado y, de repente,
me sentí sola por primera vez en mi vida. Verdaderamente sola. Y aunque el aire no era
frío, me rodeé con mis brazos, sosteniendo con fuerza contra el estremecimiento
interno y anhelando mi hogar.
Continué por el bosque encantado, incapaz de deshacerme de la sensación de ser
observada, sin importar cuántas veces echara un vistazo y viera nada salvo árboles. Y
cuando llegué al borde del bosque al fondo de un valle donde los árboles daban paso a
colinas, mis dedos cubrieron mis labios. En la cima de la última colina vibrante había un
palacio. Pero no cualquier palacio. Ponía en vergüenza la casa de mi infancia.
Desde lejos, torreones, pilares, arcadas y balcones de mármol blanco relucían bajo
el sol. Un castillo mucho más grande que el de mi familia. Cada piedra se mezclaba por
oro, cada umbral bordeado en preciosas gemas, ventanas de diamante y puertas de
esmeralda. Sin embargo, de alguna manera, se las arreglaba para ser de buen gusto en
su grandeza. Mis pies me movieron por la colina, la curiosidad llevándome más cerca.
Junto al castillo había un campo de tiro con arco, enorme en tamaño, con blancos de
calidad de humanos y animales disecados.
Estaba lo bastante cerca ahora para ver el camino principal pavimentado en oro.
Me detuve a la entrada del brillante camino, impresionada. ¡Cómo resplandecía!
Al otro lado del camino, había unos jardines gloriosos. Arbustos esculpían
gigantes bestias salvajes, criaturas que nunca había visto pero de las que había oído
hablar: centauros y sátiros. Reconocí las tres cabezas de Cerbero. Más allá de los
animales de hoja, había hileras de coloridos arbustos, hojas y pétalos tan brillantes
como si hubieran sido tintados por una maestra costurera. Estaba atraída por los
colores, como nada que nunca hubiera visto en la naturaleza. Y por un momento, olvidé
estar asustada.
—¿Te gustan, entonces?
Grité, casi saltando fuera de mi piel mientras aferraba la tela en mi pecho, girando,
mis ojos frenéticos, sin ver nada. La voz había sonado cerca, justo detrás de mí. Una
profunda y ruda entonación masculina. ¡Pero estaba sola!
—¿Quién está ahí? —pregunté.
—Cálmate —ordenó.
Retrocedí ante la voz que sonó a centímetros de mi rostro donde solo había aire.
Me alejé unos pasos del sonido, tambaleándome, giré y enfrenté el palacio de nuevo.
—¿Quién eres? —No tenía intención de chillar, pero el pánico se apoderó de mí.
Había silencio ahora excepto por mi respiración exageradamente alta. No había
nadie allí. Me estaba volviendo loca. Ahora lo sabía con seguridad.
—Oh, dioses —gimoteé.
—Estate quieta. —La voz no estaba tan cerca esta vez, como si me diera espacio,
pero aun así, mi corazón saltó con miedo. Miré al lugar del que emanaba en el camino
dorado.
—Esto no es real —susurré—. Estoy muerta.
—¿Es así como imaginas el inframundo?
—No. —Una risa demente burbujeó desde mi interior—. Entonces me he vuelto
loca.
—No lo has hecho. —Su voz, más cerca de nuevo, envió un estremecimiento por
mi espalda y a través de mi centro. El sonido era grave y bajo, aun así extrañamente
placentero.
—Entonces, ¿por qué no puedo verte?
—Porque no deseo ser visto. —La voz estaba a mi lado ahora. Mi instinto era
correr, como si fuera la presa, pero me obligué a permanecer quieta esta vez,
inclinándome lejos. Tenía que obtener respuestas.
—¿Por qué deseas ocultarte? —inquirí.
—Por razones que no puedo decir. —Ahora estaba detrás de mí, enviando un
escalofrío por mi nuca, pero no me moví. Me estaba rodeando. Luché por mantener mi
respiración estable.
—¿Qu-quién eres? —pregunté.
Desde delante de mí ahora, la voz bajó. Casi peligrosa.
—Soy tu marido.
Una puñalada de terror me sacudió y cubrí mi boca con mis manos. Mi marido. El
monstruo. Era lo bastante cruel para burlarse de mí en una atmósfera de belleza y falsa
seguridad, queriendo saborear este momento. Me forcé a dejar caer mis manos,
pararme recta y tragar mi miedo. La manera en la que me comportara ahora pondría en
movimiento nuestra “relación” desde ahora hasta que muriera. Por el tiempo que
decidiera jugar conmigo.
—Si eres mi marido —dije con una fuerza que no sentía—. ¿Por qué te escondes
de mí?
—No tengo permitido mostrarme.
Eso no tenía sentido.
—Entonces, ¿tienes un amo que te lo prohíbe?
Dejó escapar un gruñido que me hizo retroceder un paso, a pesar de mi promesa
de no parecer asustada.
—No tengo amo —dijo con indignación.
Sentí mi ceño fruncirse.
—Entonces eliges no ser visto.
—No. —Molestia—. Estoy limitado en lo que puedo explicar. Tendrás que…
confiar en mí. —Su voz se retorció después de la pausa, como si no fueran las palabras
que estaba buscando.
Resoplé con incredulidad ante la idea de confiar en él, luego junté los labios.
—No te mentiré, Psyche. —Estaba tan cerca de nuevo que dejé escapar un sonido
de sorpresa y alcé mis palmas.
—Retrocede —dije.
La profunda voz rió, y sentí el sonido acariciar mi bajo abdomen. Junté mis labios
ante el indeseado apretón de músculo en mi centro. Esa risa… contenía un significado
que parecía ser capaz de descifrar. Sonó sorprendido cuando le dije que retrocediera,
casi como si no estuviera acostumbrado a tal orden. Como todo lo demás, no tenía
sentido.
—Dime lo que el oráculo te dijo —exigió.
Carraspeé y obedecí, expresando cada detalle. Estuvo callado por un largo tiempo.
—Una serpiente —dijo.
Intenté imaginar su voz unida a un cuerpo. ¿Tenía escamas? No hablaba con el
arrastre de colmillos, pero quizá podía desnudarlos a voluntad. Me estremecí y me
rodeé con mis brazos de nuevo.
—Y por eso, te has casado con un monstruo y aquí estás. —Su voz era… ¿qué?
¿Triste? Eso no podía ser cierto. No tenía ni idea de cómo leerlo y estuve incluso más
perpleja cuando dijo—: Tengo una petición.
—¿S-sí?
—Deseo que… pongas a un lado lo que crees que sabes sobre mí.
¿Qué? Parpadeé con confusión.
—¿Puedes hacer eso, Psyche?
Cuando intenté respirar hondo, mi pecho jadeó y se estremeció.
—No lo sé —admití—. Lo intentaré. —Aunque lo intentara, no creía que nunca
fuera capaz de olvidar que era un monstruo, aunque sabía que era lo que quería oír.
—Supongo que eso tendrá que ser lo bastante bueno —murmuró como un
ronroneo—. Mientras tanto, hay reglas. Escucha bien. Nunca, bajo ninguna
circunstancia, me tocarás. Puedo tocarte, pero no puedes tocarme. ¿Entendido?
No tenía deseo de tocarlo, pero la parte de él tocándome me hizo rechinar los
dientes.
—¿Lo entiendes? —preguntó de nuevo, más firmemente.
Asentí.
—Respuestas verbales, por favor.
—Sí —dije.
—Bien. Mis sirvientes y yo no seremos visibles para ti. Tengo la esperanza de que
este arreglo será solo temporal, pero eso dependerá de ti.
—¿Qué quieres decir? —cuestioné.
—No puedo decirlo.
Dejé escapar un exasperado sonido, pero rápidamente me silencié.
—Todas estas tierras son mías y eres libre de vagar por ellas en tu tiempo libre.
Tengo obligaciones durante el día, pero pasaré las noches contigo.
Oh, oscuridad de Hades. Mi boca se secó y mi cuerpo se puso rígido con alarma.
Ante mi tensión, dejó escapar un bajo siseo.
—No deseas pasar tiempo conmigo. —Una declaración, no una pregunta. Y no
sonaba feliz. ¿Cómo posiblemente podía estar sorprendido? Miré mis pies envueltos en
delicadas sandalias que se ataban en mis tobillos. Cuando habló de nuevo, su voz fue
dura—. Abrirás tu habitación para mí cada noche, tanto si lo deseas como si no, y
pasaremos tiempo juntos.
De nuevo, mi pecho jadeó y todo lo que pude hacer fue asentir. Mi estómago tomó
ese inoportuno momento para hacer un sonido de hambre, y mis mejillas se calentaron.
—Olvidé cuán frágiles son los humanos. Dormiste todo el día. Debes comer ahora.
Parpadeé, tragué y asentí, pero no me moví.
—Bueno, vamos —dijo.
—Espera. —Respiré hondo—. ¿Cómo debo llamarte?
—Puedes llamarme marido.
Fruncí el ceño.
—¿No me dirás tu nombre?
—No, no puedo. Pero si insistes en llamarme por un nombre, usa Leodes.
Mis ojos sobresalieron y por un dulce momento, mi corazón palpitó con el
recuerdo.
—No puedo llamarte así. —Dejé caer mis ojos—. Una vez conocí a alguien con ese
nombre. —¿Cuáles eran las probabilidades?
Estuvo en silencio por un largo momento, luego carraspeó.
—Lo conocías bien, ¿no es así? ¿A este Leodes?
Negué con remordimiento.
—No, en realidad. Y aun así… olvídalo. No importa.
Otra larga pausa, y luego un gruñido.
—Ciertamente. No importa. Vamos.
Sin tocar. Sin oír su verdadero nombre. Sin verlo. No entendía el misterio que lo
rodeaba, pero agradecía que no hubiera mostrado ninguna crueldad todavía. Tal vez
estaba guardando eso para el dormitorio.
Mi interior tembló mientras me dirigía al castillo digno del mismísimo Júpiter. Un
paraíso que sería mi prisión. Y no pude evitar preguntarme cuánto tiempo tendría hasta
el anochecer.
DIEZ
PRIMERA NOCHE
¿Qué tipo de monstruo tenía una casa lujosa y sirvientes? Nada de esto estaba
bien. Esperaba estar en una cueva, sobre un sucio suelo, encadenada y con dolor. En
cambio, estaba sentada ante una enorme mesa redonda, en un opulento comedor donde
todo estaba adornado en oro. Dejé escapar un pequeño grito de sorpresa cuando un
cuenco dorado de sopa flotó en el aire y se posó en la mesa frente a mí.
—Princesa—dijo una voz amable, madura y femenina—. Sopa de frijoles blancos
y vegetales en caldo de crustáceo. —Entonces, otro plato flotante aterrizó suavemente
a su lado—. Y sardinas sazonadas a la parrilla en pan recién horneado—
Oh, Dios mío, olía divino.
—Gracias —dije, pero la voz no respondió. La habitación estaba tan tranquila que
miré alrededor—. ¿H-hola?
—Estoy aquí. —La profunda voz vino de… mi marido. Sonaba como si estuviera
sentado cerca, pero no le habían dado comida.
—¿Vas a comer? —le pregunté.
—No me gusta la comida humana, y no necesito sustento en este momento. Come.
Miré fijamente la comida, sintiéndome incomoda. Él podía verme, observarme,
mirarme. La sensación era más que inquietante. Y ¿podía confiar en esta comida? ¿Y si
estaba envenenada? Me incliné y lo olfateé, haciendo que mi estómago se contrajera por
los agradables olores.
—Come —repitió, sorprendiéndome.
Cogí un pedazo de pan con aroma a sardina. Había sido embadurnado en aceite de
oliva y olí un toque de limón. Mi mano temblaba mientras lo llevaba a mis labios y tomé
un mordisco tentativo, conteniendo un gemido de placer. Estaba preparado aún de
manera más deliciosa de lo que lo hacían los cocineros en casa. Cuando la primera
mordida no me hizo enfermar o marearme, procedí a comer hasta saciarme. Una fruta
roja rebanada con semillas blancas se posó encima del plato.
—¿Qué es esto? —pregunté nerviosa—. ¿Ambrosía?
—No —respondió—. Es tomate de una parte del reino terrenal donde nunca has
estado. Tu pueblo aún no lo tiene, pero creo que lo disfrutarás.
La idea de comida de alrededor del mundo me emocionó, pero contuve mi
entusiasmo y le di un mordisco tentativo al tomate. Ligeramente dulce y ácido. Muy
agradable.
Apenas había terminado cuando pareció otro plato, higos asados rellenos de
queso cremoso, con hojaldre y pastel de nueces del que goteaba miel. Una humeante
taza de té lo acompañaba, y aunque estaba llena, seguí comiendo porque no estaba
ansiosa para lo que podría venir después.
—¿Quieres más? —preguntó mi marido, y sacudí mi cabeza. No podría haber
forzado otro bocado más—. Entonces ven. Es casi de noche. Nos retiraremos a tu alcoba.
No podía moverme. Cada parte de mí era más pesada que el mármol. Mi estómago
se retorció, una mezcla enfermiza de haber comido demasiado y estar nerviosa más allá
de lo incomprensible.
—Yo… pero no estoy cansada. Me acabo de despertar.
—El tiempo funciona de manera diferente aquí.
Llevé una mano hacia mis labios y cerré mis ojos. Para mi sorpresa, me dio ese
momento para recomponerme. Además, sorprendiéndome de nuevo, de repente me
sentí agotada, incluso sabiendo que había estado durmiendo profundamente en los
arboles no hacía mucho. Aun así, el terror me atrapó entre sus garras y mi cuerpo se
sentía como el plomo.
Sacudí mi cabeza.
—No puedo. Por favor.
—Me acompañarás. —Se detuvo como si reuniera fuerzas—. Ya sea a pie, o sobre
mis hombros. —Cada palabra era lenta y deliberada, sin dejar lugar a discusión.
Respiré varias veces, dejándolas salir lentamente. Y entonces me puse de pie,
sintiéndome como una inválida con cada pequeño paso que daba, arrastrando los pies
mientras me alejaba de la mesa.
—Por aquí. —El pequeño empujón en la parte baja de mi espalda me sorprendió
tanto que solté un chillido, haciendo que tropezara. Dejó escapar un pequeño resoplo
mientras rápidamente me enderezaba, respirando con dificultad y envolviendo mis
brazos firmemente alrededor de mi cintura—. ¿Es así como reaccionarás a cada uno de
mis toques? —Su voz era baja, una mezcla de ira y decepción.
Odiaba las lágrimas que brotaron de mis ojos, quemando, haciéndome querer
retroceder contra la pared y gritar. Él era un monstro. Invisible, sí, pero letal. Poderoso.
Y estaba jugando algún tipo de juego cruel conmigo, intentando que bajara la guardia.
Fingiendo preocupación. ¿Pero por qué?
No podía descender por ese pasillo. El pánico despertó y todos los pensamientos
razonables huyeron.
Intenté escapar, corriendo hacia el pasillo opuesto del que veníamos. Solo había
recorrido cinco pasos cuando sentí que mi cuerpo se elevaba en el aire con una fuerza
imposible, y era colocada de nuevo donde había estado, de cara al otro pasillo. No me
soltó los brazos mientras me agitaba y trataba de pisotear sus pies. No funcionó. Debió
de estar sujetándome por detrás con el brazo extendido porque no podía alcanzarlo. Me
dio una firme sacudida y me detuve.
Un grito se abrió camino desde mi garganta, entonces él habló con una calma
irritante.
—Camina hacia adelante —ordenó—. Hasta este primer pasillo. Seguirás mi voz.
Tragué con fuerza.
—Vamos —ordenó. Obligué a mis pies a moverse hacia el primer arco,
preocupada de que cuanto más intentase luchar, más cruel se volvería. Mármol blanco
cubierto de manchas grises de un tono suave nos rodeaba. Más allá del pasillo estaban
los grabados hechos con oro, había de todo, desde guerras y barcos en tempestades,
hasta de amantes entrelazados, este último provocándome un sonrojo y haciendo que
apartase la mirada.
—¿Eso te molesta? —preguntó, aumentando el calor de mis mejillas.
Cuando mantuve la cabeza gacha y no respondí, él continuó.
—Los rumores dicen que eras una mujer ingobernable. Que tenías fuego dentro.
¿Ese comportamiento desafiante no se extendió a la toma de amantes?
Mi sangre estaba hirviendo, bombeando demasiado rápido, haciendo que mi piel
se sintiese caliente e hinchada. Lo último que quería discutir con esta criatura era mi
vida amorosa, o la falta de ella. Pero tenía la sensación de que él sabía más de lo que
dejaba ver y mentir solo empeoraría las cosas. Lentamente sacudí mi cabeza. Sin
amantes.
Esperé por su reacción, pero él no dio ninguna.
—Tu habitación es la de la izquierda.
Levanté la vista, sorprendida. Una única puerta estaba en la izquierda, lo que
significaba que todo ese lado del ala sería mío. Antes de que pudiera alcanzar el pomo,
la puerta se abrió y me quedé sin aliento cuando los colores alcanzaron mis ojos.
—Entra.
Entré por la puerta justo cuando la luz natural se atenuaba y brotaban las
pequeñas luces por todo el espacio. Me puse de pie, momentáneamente aturdida por
olvidar a lo que me enfrentaba. Mi propia habitación siempre había sido hermosa,
luminosa y alegre, con vistas al mar Mediterráneo. Pero esta habitación era el doble de
grande. La pared del fondo tenía varias ventanas que iban desde el piso al techo. Las
superficies de arriba eran vidrieras que representaban flores y helechos. A mi alrededor
había muebles lujosos: Sofás reclinables encima de suaves y exquisitas alfombras,
mesas con jarrones altos y detallados que contenían plantas magnificas, y un escritorio
adornado. Junto a las paredes estaban unas luminosas cortinas de seda. Un pequeño
grupo de lámparas de aceite en soportes de bronce colgaban del techo a diferentes
alturas, junto con extraños pilares de luces situados a lo largo de las paredes, dando a
la habitación un efecto centelleante de cientos de llamas.
Caminé hacia uno de los pequeños palos blancos que estaban a lo largo de la pared,
su punta ardiendo en una pequeña taza de latón que se prolongaban desde la pared.
Cuando extendí la mano para tocar la parte blanca que goteaba, mi marido habló cerca
de mi oído y se me cayó de la mano.
—Se llama vela. Otra invención que tu gente aún no tiene. Es cera que rodea un
centro de tela que arde, derritiendo la capa exterior.
Fascinante.
Pero lo más impresionante de todo era la cama. Nunca había visto una tan grande.
Una mirada me prometió que era la cama más cómoda jamás creada. Los cuatro postes
fueron hechos de los mismos árboles que había visto en el bosque mágico, bailando en
todas las direcciones y creando un dosel sobre las telas suaves.
—Te complace.
Oh, dioses. Toda la sangre se drenó de mi cara. Incluso mis dedos hormigueaban.
No podía apartar la mirada de la cama, pero ahora era por una razón diferente.
La cama
Mi cama matrimonial.
Tragué fuerte, intentando humedecer repentinamente mi garganta seca. No podía
respirar. No podía hablar. No podía moverme. Mis ojos temblaban mientras los tenía
cerrados, y estaba tan tensa, esperando que él me tocara.
Él me iba a tocar.
Con sus escamas.
Garras.
Y colmillos.
—Puedo oler tu miedo, Psyche. —Aspiré el aire de golpe. Estaba cerca. Tan
cerca—. ¿Sabes a que huele el miedo?
Sacudí mi cabeza una única vez.
—Huele como a cebollas, cortadas en rodajas y dejadas para pudrirse.
Fantástico. Olía horrible. Si tan sólo eso lo disuadiese.
Dejó escapar un largo suspiro gutural. ¿Era frustración? No podía sorprenderse
de que le temiera. Yo era una humana. Una virgen. Y él era una criatura poderosa y
misteriosa del reino de los dioses. Un humano era menos valorado que incluso el más
pequeño de los monstruos mitológicos. No éramos nada más que juguetes. Entonces,
¿por qué reaccionó de manera tan confusa?
—¿Qué es lo que más temes de mí? —preguntó.
—Yo… —Aire caliente vibró desde mi pecho mientras buscaba palabras que no lo
enfadasen o lo ofendieran—. No lo sé.
—No mientas.
Mi pecho jadeaba por aire.
Él gruñó.
—¡Dímelo!
—¡Todo! —grité—. No puedo ver dónde estás en ningún momento. No sé cuándo
vas a t-tocarme, o, o… lo que me vas a hacer. No sé cuánto dolor puedo soportar. ¡Y no
sé por qué finges ser amable!
Luché por respirar. El único sonido en la habitación eran mis jadeos, durante tanto
tiempo que me pregunté si él me había dejado. Finalmente, volvió a hablar, todavía
estando demasiado cerca.
—¿Y si te dijera que sólo quería darte placer?
Sus palabras, bajas y retumbantes, causaron que un escalofrío recorriera mi piel,
provocando que se me pusiera de gallina. Mis dientes incluso castañeteaban, porque no
había manera de que nuestras definiciones de placer fueran las mismas. Mi esposo era
una criatura enferma y oscura. Un sádico.
—Ya veo —dice con una calma mortal que hizo que mi respiración se detuviera.
No dije nada. ¿Qué vio?—. Eres mi mujer, Psyche. Pero no te tocaré mientras el hedor
del miedo este en tu piel.
—Entonces nunca me tocarás —susurré.
Un gruñido resonó de su pecho, sacudiendo el suelo y haciendo que mis ojos se
abrieran.
—Tienes que aprender a abrirte a mí. Hay cosas que no puedo decir o explicar
pero sé esto… la alternativa para mí es mucho peor.
—No entiendo. —¿Por qué debe hablar con acertijos?
—Tengo poder —me dijo—. Poder más allá de tu imaginación. Puedo convertir
el día en la noche. —El chasquido que hizo con sus dedos resonó en mis oídos, y de
repente cada vela en la habitación se apagó. La luz más allá de las ventanas se había ido,
tan negro como una noche sin estrellas. Solté un gemido en la oscuridad y retrocedí
hasta que estuve contra la pared. Pero cuando volvió a hablar, estaba demasiado cerca,
siguiéndome como si pudiera ver claramente—. Alma brillante, ¿por qué tienes que
hacer esto difícil?
En su cercanía, sentí sus palabras en mi mejilla. Un grito atrapado en mi garganta
cuando fui abrumada por el sorprendente aroma de lluvia y madreselva. Eso no era a lo
que un monstruo debería oler. ¿Cómo estaba escondiendo el hedor a azufre y
putrefacción? ¿Estaba alterando de alguna manera mi mente y mis sentidos? Dejé
escapar un gemido de desesperación.
Esta vez cuando habló, sonaba a unos pasos de distancia.
—Duerme. —Él mismo, sonaba agotado.
¿Qué estaba pasando? ¿Realmente quería que durmiera?
—No puedo ver nada —le dije.
Un resplandor dorado brilló junto a la cama, una pequeña vela.
—Continua —dijo mi marido invisible.
Eché un vistazo alrededor de él antes de moverme vacilante, quitándome los
zapatos. Cuando llegué a la cama, dejé que mis manos se hundieran en la suavidad de la
manta. Se me escapó un pequeño suspiro. El material era más lujoso que cualquier cosa
que poseíamos, y eso que teníamos lo mejor.
Me di la vuelta y me puse de espaldas a la cama, cruzando instintivamente mis
brazos.
—¿Te vas?
—No.
Eso no era bueno. Frente a mí, lo oí oler, y me preguntaba si estaba oliendo mi
miedo de nuevo. Cuando no hice ningún movimiento para meterme en la cama, habló.
—¿A que estas esperando?
—Por favor —le dije con valentía—. Solo dime lo que quieres de mí.
—Te quiero a ti, todo de ti, dado de buena gana.
No está pasando.
—Entonces… —Tragué fuerte—. Quizás deberías darme espacio esta noche.
Se rió entre dientes, un sonido de incredulidad, sorprendiéndome otra vez por
sonar asombrado de que no lo quisiera. Tal vez lo estaba interpretando mal, pero no
pude evitar la impresión que tuve de que esta criatura estaba acostumbrada a obtener
lo que quería de las mujeres sin ningún problema. Pero, ¿cómo podría ser posible? Tal
vez en el reino Olimpo, las criaturas divinas veneraban el poder de este monstruo, sin
importarle que fueran destrozadas en el proceso, pero él no sabía nada de los humanos.
—No seré capaz de dormir contigo cerca.
—Me quedo —me dijo—. Eso no es negociable.
Dioses, no. Él estaría aquí toda la noche. Nunca descansaría.
—Dónde vas a… —Corté mi pregunta sobre dónde dormiría, y se rió de nuevo.
—No me uniré a ti en la cama hasta que me invites, esposa.
Estaba trastornado. Delirante. Estaba a punto de reírme hasta que me encontré
con su cálido aliento contra mi mejilla otra vez, el olor dulce y natural mareando mis
sentidos. Me aferré a las suaves sábanas bajo mis manos.
—Y te prometo esto… —Bajó la voz—. Me invitarás.
ONCE
CUERPO, NO ALMA
Me desperté con cara de sueño debido al cansancio, una suave luz entraba a través
de las ventanas e inundaba la habitación con un encanto que contrastaba con lo que yo
sentía. Entonces recordé donde estaba y me incorporé de golpe, mi corazón palpitaba
como un martillo oxidado contra las piedras.
¡Salí ilesa de la primera noche! ¿Pero cómo?
No lo invité a la cama, obviamente, y él nunca me puso una zarpa encima, pero su
confianza en sí mismo me ponía de los nervios. No había nada que pudiera hacer o decir
que alguna vez me hiciera invitarlo. Entonces, ¿por qué la confianza? ¿Qué sabía él que
yo no sabía, y por qué no me lo podía decir? ¿Qué estaba planeando? No estaba
disfrutando el misterio de todo esto.
Sabiendo que él estaba en la habitación conmigo anoche me mantuvo despierta
demasiado tiempo. Y desde que dormí completamente vestida, la piel debajo de mis
pechos estaba sensible por la gran cantidad de telas, y mi hombro dolía donde se
clavaba el alfiler de mi estola. Tendría que encontrar una manera de ponerme mi
cómoda ropa de noche sin que sus ojos invisibles estuvieran sobre mí.
—¿Hola? —No hay respuesta—. ¿E-esposo? —Una vez más, nada. No podía
permitirme llamarle Leodes. Asociaba ese nombre a alguien especial. Alguien que no
me hizo oler a cebollas podridas. ¿Estaba mi bestia guardando silencio para
engañarme? ¿Esperando a que me desnudara delante de él? Bueno, eso no estaba
sucediendo. Para ser honesta, no sentía nada cerca. Incluso invisible, emitía una
presencia que era difícil de ignorar. Aun así, me ponía nerviosa y me preguntaba si
alguna vez volvería a ser capaz de relajarme de nuevo.
Cuidadosamente exploré la habitación con más detalle, abriendo las dos puertas.
Una de ellas era un baño tan lujoso y limpio que brillaba. La otra era un armario dos
veces más grande que el que tenía en casa, con estolas de todos los estilos, y los colores
más brillantes y vividos de lo que jamás había visto. Cada uno tenía alfileres, broches y
hebillas hechas de gemas resplandecientes y con finas costuras de oro y plata. Estos
estaban más a la moda que los que llevaría en ocasiones especiales de la realeza. Nada
en el armario era lo que consideraría normal, o un atuendo de diario. Estas prendas
eran dignas de la diosa Venus, un pensamiento que revolvió mi estómago. No podía
llevarlos.
Salté, sorprendida cuando la puerta de mi habitación se abrió y una bandeja
revoloteó en el aire, colocándose suavemente sobre una mesa. Mi corazón palpitaba
hasta que la amable voz de la cena de la noche anterior habló.
—Su desayuno, princesa Psyche.
—Gracias —dije, entonces me apresuré antes de que pudiera marcharse—. ¿Cuál
es tu nombre?
Ella se aclaró la garganta delicadamente y dijo:
—Soy Renae, pero soy solo un sirviente, su alteza.
—Renae. ¿Por qué no puedo verte?
Tras una breve pausa, entonces:
—Me han hechizado, señora. Si no puedes ver al señor de esta casa, no puedes ver
a nadie.
—¿Quién lo dice? —Traté de mantener mi voz suave.
—Él lo dice, su esposo, señora. Pero incluso él tiene reglas sobre él.
—¿Reglas de quién? ¿Un maestro?
—No… necesariamente. No puedo decir nada más. —Escuché la vacilación y la
culpa en su tono—. Tengo que irme. ¿Necesita algo más?
—Espera. —Solo pensar en quedarme sola me provocó un golpe de ansiedad—.
¿Qué debo hacer?
—Puede hacer lo que quiera, alteza. Camine por la propiedad. Explore el palacio.
Está a salvo aquí.
—¿A salvo de todo excepto de mi marido? —Se me escapó, y la oí inspirar.
—No puedo decir nada, señora—susurró—. Estaré en las cocinas. Si necesita
cualquier cosa, toque la campanilla y alguien estará alrededor para servirle.
Sus pasos resonaron, como el repiqueteo de los zapatos de madera, contra el suelo
de mármol mientras se alejaba. Cuando la puerta se cerró con un clic, me abrumó el
sentimiento de completa soledad.
Apoyé mis palmas contra la mesa y luché contra las emociones que me
embargaban. Tenía que ser fuerte. Sin duda, toda esta elaborada estratagema tenía la
intención de tentarme a una sensación de seguridad, y tenía que permanecer en
guardia. Por más que no quisiera comer nada en este lugar extraño, era fundamental
que conservara mi fuerza. Así que, me senté, respiré hondo y levanté la tapa de mi
desayuno.
Mi estómago rugió con un gorgoteo cuando el aroma del pan caliente, golpeó mi
nariz, seguido de huevos, tomates pelados y verduras.
Como la pasada noche, todo estaba perfectamente sazonado con una pizca de sal
marina. Decidí qué si la comida estaba envenenada, sería una buena manera de morir.
Pero desgraciadamente no fallecí, y me quedé preguntándome qué pasaría
después. Estaba aquí como castigo; por lo tanto, solo era cuestión de tiempo antes de
que los horrores empezaran. No podía permitirme sentirme a gusto. Esto no era mi
hogar y nunca lo sería.
Caminé por la habitación, tan tensa que mi cuello se sentía como una cuerda
anudada con fuerza, y un dolor amenazaba con quebrar mi cabeza. Finalmente me
detuve y miré por la ventana a los extensos jardines. Deseaba estar ahí fuera. Si tan solo
la idea de caminar a través del enorme palacio no me aterrorizara. Pero era algo más
que el miedo lo que me detenía. La idea de caminar por los terrenos era como decir que
me sentía cómoda. Que me estaba sintiendo como en casa, lo cual era lo que él quería.
Si le daba eso, estaba un paso más cerca de cumplir cualquier plan maestro que tuviese,
el plan para que confiara en él.
Una locura.
En mi terquedad infinita, me negué a enseñar cualquier tipo de comodidad. No me
sentaría en el diván o tararearía una melodía alegre. No llamaría a Renae para el té. No
buscaría un libro de filosofía o poesía religiosa para reflexionar. Pasearía de un lado a
otro por esta habitación, silenciosa e inexpresiva.
Así que lo hice.
Dioses, que aburrimiento.
Tal vez este aburrimiento era parte del plan para doblegar mi mente a su voluntad.
Tenía que mantenerme alerta. Para mi vergüenza, un suave golpe en la puerta me hizo
saltar y agarrarme el pecho, respirando demasiado fuerte de lo que el momento
justificaba.
La puerta se abrió lentamente, y apareció un magnifico juego de té en una bandeja,
colocándose sobre la mesa sin ningún ruido más que las rígidas pisadas de Renae.
—¿Té, señora?
—Sí, por favor —dije deseando no haber sonado tan seria, pero había estado
caminando de un lado a otro por lo que parecían horas.
Una olla de cobre con enredaderas alrededor del asa se elevó en el aire y vertió un
líquido humeante en una taza, perfectamente servido. Agregó la cantidad exacta de miel
y leche que yo habría puesto.
—Aquí tiene —dijo—. ¿Algo más, su alteza?
Di un sorbo y accidentalmente sonreí ante la deliciosa perfección.
—¿Como supiste que así es como tomo mi té?
—Su marido sabe mucho sobre usted.
Hice una pausa, incomoda ante el pensamiento de cómo habría obtenido tal
conocimiento, antes de tomar otro pequeño sorbo y dejar que el calor me embargara.
—¿Señora? —Su voz era vacilante—. Todavía está con las ropas de ayer. Déjeme
llenarle un baño mientras elige un vestido limpio.
—No. Esos no son míos.
—¡Pero lo son! —Sonaba alegre—. Cada uno fue hecho especialmente para usted,
hechos a medida. Él escogió los detalles para cada atuendo. Son exquisitos.
—¿Él los escogió? Mi…
—Su marido. Sí.
Pensé en el armario lleno de telas inhumanamente perfectas y no podía
comprender cómo eso era posible.
—Renae... ¿qué aspecto tiene?
—Oh, señora. —Sonaba anhelante—. Aunque quisiera desobedecerle, la
maldición nunca permitiría que mi lengua formase las palabras.
Maldición.
—¿Él te hechizó?
—No. Hay un hechizo sobre él, su casa y todo lo que hay dentro de ella.
Inquietante.
—Entonces, ¿qué puedes decirme sobre él?
—Nada en absoluto, señora.
Suspiré, molesta.
—¿Algún consejo entonces?
—Si. Báñese. Y haga lo que diga.
Con esas inútiles palabras, pronunciadas con una amabilidad exasperante, se alejó
cabizbaja. Resoplé y cuadré mis hombros, la obstinación retrocediendo en el momento
en que la puerta se cerró.
Él ya pensaba que olía mal, así que, ¿qué diferencia iba a hacer un baño? Si pensaba
que iba a venir a su casa, disfrutar de los lujosos baños, y adularme con ropa fina hasta
que estuviera listo para atacar, estaba equivocado. No jugaría a ser la bonita princesa
con él.
*
Casi me había bebido la olla de té entera y estaba sintiéndome llena y adormecida
cuando una de las ventanas comenzó a retumbar y sacudirse. Estalló con una ráfaga de
aire cálido y perfumado que alzó mi cabello y me dejó sin aliento. El inconfundible
sonido de alas batiéndose llenó la habitación, y me puse de pie, derramando mi té
mientras me apoyaba contra la pared.
Su presencia rozó mis sentidos, casi siendo física debido a su fuerza. Oscuro
Hades... ¿había volado a través de la ventana? ¿Qué clase de criatura horrible era él? Con
un zumbido, la ventana se cerró de nuevo y el cerrojo se bajó. Inútilmente, mis ojos se
movieron alrededor. Todo estaba muy tranquilo, y contuve la respiración hasta que la
habitación comenzó a oscurecerse. Miré de reojo hacia las ventanas y observé,
sorprendida que el luminoso cielo se oscureció hasta el ocaso. Las velas estallaron
alrededor de la habitación y las llamas cobraron vida.
—Pero… había unas pocas horas de luz.
—Prefiero la noche.
Él había hecho eso, cambió el día a la noche, tal como había dicho que podía hacer.
Mi boca se abrió y se cerró de nuevo. No quería que pensara que estaba asombrada por
esa clase de poder.
—En tu casa —dijo—. Felizmente te bañabas y cambiabas tu vestuario a diario, a
menudo más de una vez.
—¿Cómo sabes eso? —le insté.
—¿No es la verdad? —preguntó—. No importa cómo lo sepa. Lo que importa es
por qué te niegas a ti misma esos placeres simples aquí, en tu nuevo hogar.
Este no es mi hogar. Me mordí la lengua para no soltar lo que pensaba.
—¿Crees que de alguna manera me estás castigando al negarte a bañar, a vestirte
o a salir de tu cuarto?
Levanté la barbilla, preguntándome si podría ver el temblor involuntario de mis
músculos y oler el aroma revelador de mi miedo. Odiaba mi cuerpo por su falta de
cooperación.
Un jadeo fue arrancado de mi garganta cuando la puerta del baño se abrió de golpe
y el sonido del agua corriendo inundó la habitación. Entonces solté un grito cuando mi
esposo habló en voz baja, cerca de mi oído.
—Esposa. —Me giré para enfrentarlo—. Te bañarás y disfrutarás las comodidades
que te ofrezco.
Apreté los dientes.
—Puedes obligarme a que haga algo, pero no puedes obligarme a disfrutarlo.
—Intenta no disfrutarlo entonces, alma brillante. —Se atrevió a sonar divertido.
El aire parecía presionarse contra mí, instándome en dirección al baño. Intenté
hundir mis dedos en la alfombra, pero me deslicé fácilmente a través de las puertas
hasta que mis muslos golpearon contra la bañera de porcelana. Todavía el agua corría
del grifo, pero esta salía ligeramente humeante. ¿Cómo consiguió que el agua saliera ya
caliente? Conocía las maravillas del agua entubada y presurizada, pero en casa esta
todavía salía fría y necesitaba ser calentada manualmente.
La bañera lucía tentadora con la espuma del jabón a esencia de vainilla. Dirigí una
mirada hacia la puerta, y esta se cerró de golpe, haciéndome saltar. El agua se detuvo
sola y la habitación de repente quedó en silencio. Miré alrededor, desconfiada.
No sentí su presencia en la habitación conmigo, sin embargo, eso no me
tranquilizó.
— Báñate. —Su voz vino desde fuera de la puerta.
Respiré temblorosamente y expulsé, todavía mirando hacia la puerta.
—¿Debería llamar a Renae para que te ayude?
—No —dije bruscamente. Desabroché el alfiler de mi estola situado en mi hombro
y dejé que la sedosa y sucia tela cayera hasta mi cintura. Nunca había sido propensa a
la modestia, pero el pensamiento de que mi marido estaba posiblemente viéndome, de
alguna manera provocó que me cubriera mi pecho con una mano mientras tiraba del
cordón que estaba alrededor de la cintura con la otra. Cuando mi estola cayó a mis pies
en una pila, entré rápidamente en la bañera y me deslicé hacia abajo con un chapoteo.
Accidentalmente dejé escapar un suspiro. El agua no era agua normal. Tenía una
consistencia espesa y maravillosa que me hizo sentir alegre y protegida.
Por el gran Olimpo, era mágico. Al otro lado de la puerta mi marido se rió, y a pesar
de la temperatura del agua, me estremecí por el sonido.
Me limpié rápidamente, restregándome la piel y el cabello, haciéndolo duramente
para así no relajarme demasiado o darle la satisfacción de un largo baño. En el momento
en que terminé, me puse de pie, exprimí mi cabello y agarré una tela de un banco
cercano. Froté mi cabello lo más rápido posible y envolví la tela sobre mi cuerpo.
Cuando me quedé quieta, la puerta se abrió, causando que el aire se enganchara en mi
pecho y que mi corazón latiese salvajemente.
El aire me impulsó hacia delante otra vez y una mano gigante y suave me empujó
fuera del baño, a través de la alcoba y directo al armario. Luchaba por enderezarme
cuando de golpe el aire me dejó sola. Tres cajones cubiertos con tallas de rosales se
abrieron, revelando lujosos camisones. De repente, me golpeó una oleada de
soñolencia, irritándome ya que mi mente sabía que todavía no debería estar cansada.
Este lugar era exasperante. Agarré el camisón más cercano, era de un verde vivo con
lazos de color crema en los bordes y cintura alta. Lo deslicé sobre mi cabeza,
manteniendo la tela de baño a mi alrededor hasta que me cubrí por completo. Cuando
la tela mojada cayó al suelo, el aire lo levantó y se lo llevó fuera de mi vista.
Entonces el viento me empujó fuera del armario hasta que estaba parada
directamente enfrente de una enorme silla que tenía un altísimo respaldo y una
hendidura en el asiento.
—Ven ahora, Psyche —dijo mi marido en un divertido murmullo desde el
asiento—. No eras tan poco colaboradora cuando estabas en casa.
Su indiferencia por mi situación me hizo querer escupir fuego.
—Nadie en mi casa estaba jugando conmigo como un gato acechando a un ratón.
—¿Te estoy acechando?
—Sí. —Me aclaré la garganta—. O engordándome hasta la muerte.
—Ya veo. —Su voz era profunda y lánguida—. Tu actitud en la montaña cuando
nos declararon marido y mujer... estabas asustada, pero no enfadada. No así.
Levanté la barbilla, ignorando mi continuo temblor.
—Me entregué voluntariamente como sacrificio por los pecados de mi familia y
mi gente; sin embargo, pensé... —Dejé caer mi cabeza cuando intenté luchar contra las
emociones que ahora me embargaban.
—¿Pensaste qué? —preguntó en voz baja.
Todavía luchando por recuperar la compostura, tragué saliva y respiré hondo.
—Pensé que harías conmigo lo que quisieras y que luego rápidamente te
desharías de mí.
—Ya veo —dijo de nuevo, esta vez con más firmeza—. Y tu manera de lidiar con
el hecho de que crees que estoy jugando contigo es enfadándote.
Me aclaré la garganta y me encogí de hombros.
—Supongo que sí.
—No estás acostumbrada a sentir ira, ¿verdad?
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Rara vez me enojaba. Sentir la ira tan
intensamente en cada momento que había estado aquí era agotador. El hecho de que
pareciera saberlo me puso enferma. No quería ser analizada. No quería que me
conociera, ni que supiera nada sobre mí, y, aun así, ahí estaba. Aprendiendo sobre mí,
al mismo tiempo que yo lo hacía.
—No hay nada que pueda decir que alivie tu mente, Psyche. Solo el tiempo puede
hacer eso, si lo permites. Pero el tiempo es algo frágil, por lo que espero que llegues a
aceptar nuestra situación más temprano que tarde.
Me congelé cuando la hendidura en el cojín se levantó y oí las lentas pisadas de mi
marido, acercándose. El instinto de correr luchaba contra las enigmáticas palabras que
él había dicho. Odiaba el hecho de que en mi instinto creía que él estaba siendo sincero.
Toda esta horrible situación sería mucho más simple si mi cuerpo, mi mente y mi
intuición se comportaran como uno, pero él tenía una manera de confundirlo todo con
noble y extraña sinceridad. Un montón de miedo mezclado con un poco de esperanza.
Ira intensa contra un atisbo de ternura. Este tenía que ser su plan.
Llevarme a la locura.
Cerré los ojos y apreté mis dedos contra mis palmas, haciendo puños.
— Lo que sea que vayas a hacer —le dije apretando los dientes—. Simplemente
hazlo.
—Psyche... —Su voz sonaba dolorida. Maldito sea.
—¡Hazlo! —Abrí los ojos y grité a sus invisibles rasgos—. ¡Tómame! ¡Lastímame!
¡Consume este sangriento matrimonio y termina con mi vida! —Corrí hacia adelante
para golpear mis puños contra su pecho, pero oí un zumbido y sentí el movimiento del
aire cuando su cuerpo se elevó desde el suelo. Habló desde arriba, haciéndome levantar
mi cara empapada hacia las tejas doradas del techo.
—Te advierto —anunció con su áspera voz—. Nunca trates de tocarme. ¡No tienes
ni idea de las consecuencias!
Levanté mis brazos.
—¡Entonces tócame! ¿A qué estás esperando, esposo? —dije su apodo con
deprecio.
Aterrizó delante de mí con un boom, emitiendo un estruendo a través de la
habitación. Me mantuve firme, con las manos todavía en puños, preparada para el dolor
que finalmente vendría. Ahora temblaba abiertamente, mi respiración irregular, y sin
importarme que mi cabello y mi cara fueran un desastre. Termina esto, supliqué en
silencio.
Y entonces algo increíblemente suave tocó mi mejilla. Levanté mi mano para
proteger mi rostro, ganándome con ello un siseo de él.
—Baja tu mano, Psyche —exigió—. Y no te muevas.
Con gran esfuerzo, bajé mi brazo y me preparé. Miré hacia delante, hacia la nada,
mi pecho temblaba cuando de nuevo la suavidad tocó mi mejilla. La sensación era
insoportablemente suave. Se deslizó con lento afecto por mi mandíbula, por debajo de
mi barbilla, a través de mi garganta hasta el otro lado de mi cara. Mis ojos se elevaron
hasta donde supuse que sus ojos estarían. Lo dije como un desafío, pero lo que sucedió
en su lugar fue una avalancha de inesperada intimidad. En este momento, con la
sensación del ligero toque moviéndose sobre el lóbulo de mi oreja y luego por mi cuello,
todo enojo y miedo desaparecieron. Un delicioso escalofrío surgió en las partes de mi
cuerpo que habían sido tocadas, y todas las demás lloraban por ser tocadas.
—Tu alma —susurró, tan cerca—. Está brillando.
¿Mi alma? Tragué, volviendo en mí, y alejándome. La paz del momento se hizo
añicos como el azúcar cristalizado, agrietándose y cayendo a mi alrededor. Toqué mi
garganta, horrorizada por cómo me había hecho sentir.
—No puedes ver mi alma. —Casi me ahogo con las palabras.
—Puedo —me aseguró.
—Oh dioses —susurré, alejándome, lejos, muy lejos. Nunca había escuchado de
un ser que pudiera ver el alma a través del cuerpo. Si podía verla, quizá pudiese
poseerla. Devorarla. Me presioné contra la cama—. Puedes tener mi cuerpo, criatura de
la noche, pero nunca tendrás mi alma.
Pronunció mi nombre, lo susurró, como si de algún modo lo hubiera roto.
—Psyche.
Un desagradable escalofrío de culpa me atravesó, y apunté donde sabía que él
estaba.
—¡Nunca seré tuya!
La habitación estaba tranquila y en silencio hasta que un rugido furioso rompió el
aire y la silla de respaldo alto en la que había estado sentado antes, voló hacia atrás,
estrellándose contra la pared. Las ventanas se abrieron de golpe, dejando entrar una
ráfaga de aire caliente. Me cubrí la cara con los brazos y grité hasta que todo estuvo en
silencio. Cuando bajé mis brazos de nuevo, la silla había sido arreglada y las ventanas
estaban cerradas como si nunca hubiera pasado. La presencia de mi esposo se había
ido, dejándome en una neblina de confusas emociones, en donde solo debería haber
habido alivio.
La locura se estaba asentando y tenía que luchar contra ella.
DOCE
CUBIERTO DE ALAS
Realmente debo haberlo molestado, lo que me desconcertaba, porque no regresó
anoche, y dormí profundamente. Hoy Renae me trajo el desayuno, el té del mediodía, y
una comida tardía, aun así la oscuridad no llegó.
—Renae —la llamé después que dejase mis aposentos—. ¿Te quedarás conmigo?
¿Jugar a un juego, tal vez? Creo que vi un tablero blanco y negro con piedras…
—Lo siento mucho, alteza, pero no se me permite entretenerla. Solo su marido
puede hacer eso.
Sentí aumentar mi ceño.
—¡Pero eso es ridículo! —Intenté pestañear para alejar la furia que me llenaba.
—¿Por qué no da un paseo alrededor de palacio? —sugirió—. Lo encontrará
bastante encantador.
—No quiero encontrar encantador este lugar —protesté—. ¡Odio esto, y lo odio a
él!
—Lo siento mucho —susurró, y la puerta se cerró.
Todo lo que había comido se había convertido en un pesado lodo en mi estómago.
Encima de estar asustada y tener sospecha a cada momento, también estaba aburrida y
nerviosa. Mi cuerpo ardía por correr. La supuesta libertad que ofrecía, sin ninguna
duda, estaba destinada a inducirme una falsa sensación de seguridad, pero no podía
permanecer quieta en esta habitación un momento más.
Descalza, corrí hacia la puerta y abrí por completo la pesada puerta de madera, el
corazón latiéndome con rapidez mientras buscaba el pasillo. Luego reí en voz alta para
mí como una loca, porque, ¿qué había esperado ver? Nadie se mostraría por cualquier
razón extraña y misteriosa.
Cuando mi corazón comenzó a asentase, corrí. Mis piernas se movían, el material
flojo y fluido de mi estola nunca interponiéndose en el camino. No me tomé tiempo para
admirar las glamurosas pertenencias colocadas y colgando con gusto alrededor de cada
habitación. Corrí, el mármol frío bajo mis pies. Pasé junto a habitaciones destinadas a
estudiar, descanso, comer, entretenimiento, cocinar, limpiar, bañarse y los dioses
sabrán qué más. Intenté memorizar cada giro y curva del enorme palacio, múltiples
escaleras sinuosas haciéndome pensar dos veces sobre cuál dirección había ido y
venido. Corrí hasta que me dolieron los pies, me ardían las piernas, tenía el estómago
revuelto y estaba sin aliento. Y luego entre en campo abierto, bajando corriendo los
escalones, cayendo sobre las manos y rodillas en la hierba cómoda y brillante que se
extendía hasta donde podía ver.
Maldita fuese la infinita belleza de este lugar.
Casi inmediatamente, mientras intentaba recuperar la respiración, el cielo
comenzó a oscurecerse.
—No —murmuré, negando hacia el suelo—. No voy a volver dentro. —Me senté
sobre el trasero, llevándome las rodillas al pacho y rodeándome con los brazos. El
silencio en el exterior era extraño e inquietante. Miré alrededor. Todo estaba muy
quieto. Ni viento. Ni ruidos de animales o insectos. Nada de gente andando o hablando.
Ni el mar moviéndose y chocando.
Y así de rápido, estaba completamente oscuro fuera. Ni una estrella o la luna para
ser vistos. Contuve el aliento y miré alrededor, pero fue inútil. Sabía que las puertas al
palacio estaban directamente detrás de mí, pero me negaba a levantarme y regresar a
esos aposentos de condena. En cambio, hundí la cabeza entre las rodillas y me sostuve
apretadamente, acunándome e intentando ignorar el temor atravesándome. Al menos
el aire era cómodo. Podía acurrucarme en la hierba y dormir.
Tan pronto había pensado en eso, un escalofrío me puso la piel de gallina y el aire
se enfrió. Apreté el agarre e incluso se enfrió más. Comenzaron a castañearme los
dientes mientras mi cuerpo temblaba.
—Ven dentro, Psyche. —Su voz provino detrás de mí.
Me puse en pie y me giré hacia el palacio donde las puertas permanecían abiertas
y las velas comenzaron a iluminar el pasillo frente a mí, dándonos la bienvenida. Quería
negarme, pero solo en un puñado de momentos había convertido el exterior en algo
poco atractivo. Me crucé de brazos y mantuve la cabeza gacha mientras subía el grupo
de escalones de mármol y entraba en las grandes puertas. El calor me recibió y dejé salir
un suspiro.
Me detuve y miré alrededor. Por mucho que odiase admitirlo, estaba perdida.
Las puertas se cerraron, encerrándonos dentro. A mi lado, mi esposo se aclaró la
garganta y yo me alejé un paso.
—Mi comportamiento anoche fue… inapropiado. Esto es más difícil de lo que
esperaba.
Sus palabras me tomaron por sorpresa.
—¿Qué es difícil, exactamente? ¿Estar casado conmigo?
Se aclaró la garganta de nuevo.
—Conseguir atravesar tu miedo y tu desconfianza.
Dejé salir un murmullo de risa irónica.
—¿Por qué, exactamente, necesitas atravesar mi miedo y desconfianza? ¿Qué
importa? Como yo lo siento, esto no va a cambiar.
—Podrías encontrar la felicidad aquí si te lo permitieses.
—¿Cómo? ¿Y con qué fin? ¿Qué sucede cuando me permita sentirme cómoda? —
En mi interior temblaba como si todavía tuviese frío.
Mi esposo dejó salir un largo suspiro. Incliné la cabeza con asombro. Nunca habría
creído que las criaturas del Olimpo podían suspirar con exasperación.
—Deseo poder decírtelo, Psyche. —Bajó la voz—. Más que nada.
Su voz hizo que un temblor me recorriese, encontrando su camino a mi centro con
una gloriosa calidez. Cambié de postura para intentar liberar el incipiente placer,
haciendo mi mejor esfuerzo para no retorcerme. Espera… ¿placer? No. Enderecé mi
postura. La furia rápidamente tomó el lugar de cualquier cosa ilógica que me había
hecho sentir.
—Deja de hacer eso —espeté.
—¿Qué? —Se atrevió a sonar curioso, incluso inocente.
—Sabes muy bien qué. —Crucé los brazos con fuerza, ardiéndome las mejillas—.
Esa cosa mágica que haces cuando hablas, y me embrujas para hacerme sentir… —
Apreté los labios y negué. Me alejé otro paso mientras comenzó a reírse, el sonido
envolviéndome.
—No estoy usando magia. Tu cuerpo simplemente está reaccionando a quién y
qué soy.
Imposible.
—Entonces dime. Qué y quién eres.
—Lo sabes. No puedo decirlo.
—Por supuesto que no —reproché, furiosa.
—Te lo aseguró —dijo, con subyacente sensualidad y confianza—, tus
sentimientos son tuyos y no forzados por mí de ningún modo.
—¡No soy tonta, esposo!
—Nunca te llamaría tonta, Psyche. Simplemente no estás acostumbrada a la
respuesta física de la atracción.
Abrí los ojos de par en par y me sonrojé.
—No estoy… —escupí—. ¿Cómo te atreves?
Esta vez cuando se rió, profundo y melódico, me alejé de él, alejándome tanto
como podía del tentador sonido en la profundidad de su aterradora voz. Cuando llegué
al final del pasillo y giré a la derecha, su voz sonó desde donde lo había dejado.
—Esposa mía… tus aposentos están en la otra dirección. —Y se rió de nuevo,
enfureciéndome. El hecho que una vil serpiente alada pudiese tener tanto ego era
asqueroso. Atracción. ¡Espantoso!
Una vez llegué al comedor fui capaz de ver el ala de mi recámara. Me apresuré a
llegar allí, luego recordé que mi destino no era un lugar seguro, porque me seguiría. Si
fuese esta noche cuando finalmente me mostrase su lado oscuro o si continuaría
jugando conmigo, quedando por ver. De cualquier modo, era mi destino. No podía
escapar de él.
El nerviosismo me arrasó cuando crucé el umbral, como si hubiese atravesado las
zarzas para entrar. La piel me picaba con miedo, mi interior dando vueltas. Me apoyé
contra la pared cerca de mi cama, odiando que no pudiese controlar mi cuerpo.
—Ven a sentarte. —Su voz provino de la puerta, seguido por otro suspiro de
desesperación. Sonaron sus pasos y una silla apartándose.
Me obligué a desenvolver los brazos de mi cuerpo y me encaminé con la cabeza
alta, tomando asiento y sentándome rígidamente. La silla frente a mí se apartó y escuché
el cojín hundirse mientras se sentaba. Miré en blanco al frente, la preocupación por su
invisibilidad no cesando nunca. Entrecerré los ojos para ver los bordes de él, como
mucho, pero ni un ápice era visible.
—Entiendo que te gustaría jugar a un juego.
Me da un vuelco en el estómago, sabiendo que mi amable sirvienta se lo había
comentado. Se sintió como una traición, aunque sabía que su lealtad era con él, no
conmigo.
—Quería jugar con Renae —aclaré.
Lo escuché moverse en su asiento y el armario junto la mesa abriéndose.
Momentos después un tablero fue colocado sobre la mesa. Cuadrados negros y blancos,
perfectamente alineados, y suaves piedras frente a mí. Ahogué un repentino recuerdo
de jugar a las damas con Dawn. Era una mala perdedora, así que a menudo la dejaba
ganar, pero también era una mala ganadora, nunca capaz de evitar la necesidad de
regocijarse. Aun así, nunca admití que había fallado mis turnos, porque una vez
terminase de alardear que había jugado mejor, bailaría conmigo alrededor de las
habitaciones y riendo, haciendo travesuras conmigo.
—Estás brillando. ¿Qué estás pensando?
Pestañeé para alejar los recuerdos de la extraña y brillante sonrisa de Dawn y
fruncí el ceño.
—¿Qué quieres decir con que estoy brillando?
—Tu alma.
Me dio un vuelco el corazón, luego mi ritmo se aceleró. Realmente podía ver mi
alma. El conocimiento era enfermizo y aterrador, pero en realidad sonaba… asombrado.
Tal vez era un signo de lo nostálgica que estaba, porque sin quererlo, respondí:
—Mi hermana Dawn.
—Hm. —No pude llegar a leer esa respuesta. Separó las piedras claras de las
oscuras—. ¿Blancas o negras? —preguntó.
—Las negras parecen encajar.
—¿Cómo?
—Prefieres mantenerme en la oscuridad.
De repente la habitación parpadeó como si el mismo sol hubiese pestañeado, y
luego pasó del día a la noche, las velas surgiendo en llamas a través de la habitación. El
azufre flotó hacia mí y me senté muy quieta. Le tomó un largo momento para responder.
—Es la forma en que tiene que ser. No es por mi preferencia. —El montón de
piedras oscuras fueron alejados del borde del tablero hacia mí. Su humor
definitivamente se había oscurecido junto a la habitación—. Por favor —indicó—, ten
el primer movimiento.
Me pregunté…
—¿Cómo manejarás perderme?
Una pausa, luego un estallido de una risa áspera, trayendo un olor de miel cálida.
Ese sonido, aunque profundo e incluso crudo, de nuevo era melódico. Cada vez que se
reía, se reía de verdad, los matices parecían deslizarse bajo mi piel de todos los modos
erróneos. Mi sangre bailaba con las notas de su risa. Permanecí muy quieta, como si su
alegría intentase hechizar mi piel, moviéndose sobre mí, dentro de mí, a través de mí
para desatar cada tensión indeseada, y tensando lugares en los que ni siquiera quería
pensar. Mantuve mi rostro sin expresión mientras su risa se desvanecía y olfateaba el
aire como un sabueso.
Una profunda reverberación sonó de mi pecho, haciéndome tragar saliva y
apretar los muslos.
—Bien, iré primero —dije jadeante, rápidamente estirando el brazo para
adelantar una de mis piedras con mano temblorosa. Sabía qué me estaba haciendo… de
algún modo haciendo que mi cuerpo traicionase a mi mente. Por supuesto, lo hizo, y los
dioses sabían que tenía un buen sentido del olfato, pero no podía darle la satisfacción
de saberlo de nuevo con palabras o acciones.
Una de sus piedras claras se movió hacia delante. Solo movimientos seguros al
principio.
Mientras movía una piedra oscura con destellos marrones, reuní el coraje para
hablar.
—Lo que sea que me estés haciendo, por cualquier propósito, mi mente nunca se
inclinará. —Miré el tablero—. Incluso si mi cuerpo se debilita, mi mente no se rendirá.
—Eso es lo que temo.
Alcé la mirada del tablero donde estaría su rostro, preguntándome qué quería
decir.
—¿Por qué temes la fortaleza de mi mente?
—Porque si no te rindes, como tú dices, solo te espera el dolor.
Me enfurecí, llevándome las manos al regazo.
—¿Ahí es cuando me castigarás? ¿Cuando mi cuerpo finalmente se rompe y mi
mente todavía es mía?
—Yo no. —Apenas salió como un susurro.
—¿Tú no? —Estaba más que confusa—. ¿Entonces quién?
—Ya sabes que no puedo decirlo —masculló entre dientes.
Entrecerré los ojos.
—¿Quién te controla?
—¡Ya te lo dije, soy mi propio maestro! —Un golpe contra la mesa me hizo saltar
en la silla mientras las piedras subían y bajaban con un ruido seco, algunas cayendo al
suelo. Con un gruñido, sentí el aire a mi alrededor removerse y las piedras se alzaron
de nuevo, regresando a los lugares exactos donde habían estado antes de su estallido.
Podía escuchar su respiración irregular.
—De acuerdo, entonces nada de maestros —dije—. Pero alguien tiene algún tipo
de control sobre ti.
—No es control —escupió—. Es algo diferente. ¿Por qué debes ser tan inquisitiva?
¿Por qué no puedes disfrutar la belleza y la comodidad con la que te he rodeado?
—Son obligados —indiqué, intentando resolver las posibilidades en mi cabeza, el
ritmo de mi corazón acelerándose con cada palabra que salía de mis labios—. Un dios,
tal vez, tiene algún tipo de control sobre ti con el encargo de castigarme por los errores
de mi familia y mi gente. Pero no puede ser un castigo simple. No. Tienes que romperme
es cada manera…
El aire a mi alrededor cambió y jadeé. Sentí como si fuese encerrado en un espacio
pequeño, aunque no había dejado mi asiento. Repentinamente acalorada, mis
respiraciones llegaban más rápidamente. Sabía que, de algún modo, nos había
encerrado. Me congelé mientras su reveladora esencia de madreselva rodeaba
seductoramente mis sentidos.
—¿Qué está sucediendo? —pregunté.
—Shh —susurró—. Psyche… ¿por qué tienes que hacernos esto tan difícil? ¿Por
un momento podrías no calcular todos los horrores posibles y simplemente dejarlo ser?
Las lágrimas nublaron mi visión y cerré los ojos contra el ardor.
—No está en mi espíritu rendirme tan fácilmente.
—Dime algo —su voz baja lo pronunció muy cerca de mi rostro—, ¿qué ves
cuando me imaginas?
Temblé, con demasiado calor, negando.
—Una mezcla de escamas y plumas en lugar de piel. —Tragué saliva con fuerza—
. Ojos sin alma. Dientes afilados y colmillos. Garras. Y alas tan gruesas y oscuras como
cuero teñido.
—¿Entiendo que no es tu idea de atractivo?
¡Ugh, esa palabra de nuevo! Mi rostro debe haber sido respuesta suficiente,
porque estalló en risas, llenando nuestra pequeña burbuja de espacio con una explosión
de pura… dioses, ¿qué era eso? Pura delicia para mis oídos y sentidos. Me agarré las
rodillas con la fuerza suficiente como para sentir las uñas a través de la tela de la estola,
y dije:
—¡Detenlo!
Con una ráfaga de aire en movimiento, la sensación de cerrado desapareció, y
tomé una respiración, mirando alrededor.
—¿Qué fue eso?
—Estabas en mis alas —explicó desde su asiento frente a mí—. Pensé que, si tal
vez te envolvía con ellas, te sentirías protegida. —Mi piel se sonrojó, como si sus
palabras causasen un millón de sensaciones que desbordaron mi mente y sentidos.
—Bueno, no fue así —me quejé, cruzándome de brazos con un murmullo.
—Ciertamente te hizo sentir algo.
—Me hizo sentir enferma.
Chasqueó la lengua.
—Psyche, mentir no encaja contigo.
—Bueno, entonces debería mentir más.
Se rió de nuevo, y fruncí el ceño.
—Dime —comentó—, ¿por qué no me llamas Leodes como pedí?
El sonido de ese nombre hizo que mi pecho se tensase con anhelo y
arrepentimiento.
—Te lo dije, conocí un Leodes, así que se siente mal.
—¿Crees que tienes sentimientos por él?
No me gustó su tono, como si fuese consciente que no conocía a Leodes muy bien.
Pero nunca podría entender la conexión que sentí tras nuestra conversación. Tensé mi
postura con los brazos cruzados y me mordí el labio, negándome a ser provocada.
—¿Te intrigó? —Cuando solo me encogí de hombros siguió adelante—: Pero
seguro que conoces muchos hombres poderosos y guapos que te intrigan.
¿Pretendientes?
—No sentí nada por ninguno de ellos. Ni uno solo me hizo sentir como él lo hizo.
—Hm.
Odiaba cuando decía Hm. No podía llegar a leer ese sonido.
—¿Y si te digo, esposa, que conozco a este Leodes del que hablas?
Abrí los ojos como platos.
—Eso no es posible. —Pero luego, pasó a describir a mi Leodes con pleno detalle.
Apreté la mandíbula, conmocionada.
—Te prometo una cosa —aseguró—. Si te comportas, si te permites relajarte,
cuando nuestro tiempo bajo estas circunstancias se termine, lo verás de nuevo.
Luché por inhalar. Esto era demasiado para ser cierto.
—¿Cómo lo conoces? —cuestioné.
—No importa.
—¿Está casado?
Una larga pausa hizo que casi se me partiese el corazón.
—Está más que libre para ti, Psyche. —Oh, gracias a los dioses.
Suspiré con nervios.
—Solo quiero ser amada. —Me tapé la boca, pero fue demasiado tarde. Las
palabras lastimosas estaban fuera, haciéndome incluso más vulnerable a mi
monstruoso esposo de lo que ya lo estaba.
—Lo sé —susurró—. Duerme ahora. Mañana terminaremos nuestra partida.
Por un momento no me moví. Sus palabras, suaves a pesar del profundo retumbar
en las profundidades de su pecho, causando que sensaciones ambiguas chocasen dentro
de mí. ¿Confiaba en él? En absoluto. ¿Le temía? Con cada parte de mi ser, sí. Lo peor
estaba por venir —lo sabía inequívocamente—, y aun así me sentía calmada. Quizás era
la falsa promesa de ver a Leodes de nuevo. Por cualquier razón, me preparé para la
cama, mirando sobre el hombro de vez en cuando, pero sabiendo instintivamente que
esta noche no sería la noche en que me tocaría.
TRECE
PASO DEL TIEMPO
Varios días pasaron sin ningún toqueteo no deseado. Él había empezado a leer
conmigo en la noche. Poesía y ensayos desde Roma y Atenas. Su retumbante y
monstruosa voz era extrañamente agradable, el ritmo de las palabras era reconfortante.
Nunca lo admitiría en voz alta, por supuesto. En cierto modo, su voz me recordaba al
barítono de papá cuando iba a arengar a sus soldados para reunirlos para la batalla. No
había escuchado ese grito de guerra desde que era una niña, pero recordé el orgullo que
sentí por el poder en su voz.
Sin embargo, mi esposo no se parecía en nada a papá, por lo que la comparación
se desvaneció en mi corazón.
Justo como le había prometido, nunca lo invité a la cama. No estaba segura de
dónde dormía, o siquiera si dormía, pero siempre sentía su presencia en la habitación,
permaneciendo inmóvil, como perdida en mis pensamientos.
Esa noche, me metí debajo de las cobijas y me acomodé, cerrando los ojos
mientras las velas se apagaban de golpe. A diferencia de las otras noches, podía sentirlo
merodeando por la habitación. En la oscuridad total, no podía verlo ni escucharlo, pero
esa presencia severa estaba allí. Lo sentí desde el otro lado de la habitación, cerca de las
ventanas, y luego sentí que estaba cerca. Su cercanía se sintió pesada esta vez. Quería
algo. Con los ojos cerrados, lo sentí caminar a lo largo de los bordes de la cama, adelante
y atrás. Mi corazón latía constantemente, escuchando el silencio, esperando.
Y al igual que antes, el aire a mi alrededor parecía detenerse.
—¿Esposo? —susurré.
—¿Sí? —Me sobresalté ante el sonido de él tan cerca, solo con a un suspiro de
distancia. Había algo parecido a la esperanza en su voz que me sacudió.
Mi voz temblaba.
—¿Qué es lo que quieres? —Ugh, ¿por qué había preguntado eso? Era más molesto
que cualquier otra cosa, pero lo oí respirar con sorpresa y palpable esperanza. Si
quisiera que le pidiera que viniera a la cama, lo dejaría con ganas. No ahora. Ni nunca.
—Supongo que... quiero tocar tu rostro de nuevo, pero esta vez con mi mano.
Agarré la manta.
—¿Con-con qué me tocaste la última vez?
—La punta de mi ala.
Oh... había sido suave como la pluma. ¿Podrían sus alas estar hechas de plumas?
¿No eran las alas de murciélago ceroso que había estado imaginando? Parpadeé
alejando el pensamiento, concentrándome. Sus alas no importaban en este momento.
Quería tocarme el rostro con las manos. Manos que me podrían destrozar con sus
garras. ¿Lo haría? De alguna manera no lo creía, pero podía.
—Si te dejo tocar mi cara, ¿te calmarás y dejarás de hablar de la cama?
Gruñó incoherentemente, luego se aclaró la garganta.
—Sí.
—Entonces está bien. Un pequeño toque. Sé rápido
—¿Sé rápido? ¿Ya somos una pareja de viejos? —Se rió entre dientes, y fruncí el
ceño, sentándome.
—¿Qué se supone que significa eso?
Hizo un sonido complacido como si mi pregunta fuera linda.
—Eres inocente.
Repasé las palabras que había dicho y me di cuenta de lo que quería decir, la
vergüenza calentando mi piel
—Suficiente. Acabemos con esto. —Me incorporé y fingí sentirme valiente cuando
en realidad me hubiera desmayado si hubiera intentado pararme en ese momento.
Cerré los ojos con fuerza, agarrando las mantas con todas mis fuerzas, esperando el
rasguño de los apéndices ásperos contra mi piel suave. ¿Qué estaba esperando? Por las
profundidades del Hades, ¿cómo podría haber sido tan tonta como para darle permiso?
Estaba a punto de alejarme y decirle que había cambiado de opinión cuando sentí calor
en mi mejilla y me quedé inmóvil. Mi corazón dio un golpe bajo, lento. Luego otro.
Dioses... eso no se sentía como una mano monstruosa. Sus dedos se movieron
hacia afuera, envolviendo la piel alrededor de mi oreja, las puntas de sus dedos,
¿garras?, Moviéndose para tocar mi cabello. Y luego añadió su otra mano, y mi rostro
fue cubierto por completo. Las yemas de sus dedos se movieron, y juré que no podía
sentir escamas, solo una piel suave y cálida. Los pulgares rozaron mis pómulos, luego
trazaron mis párpados cerrados. Nada áspero. Pero eso no podría ser. ¿Cómo estaba
haciendo esto? ¿Disfrazando la sensación de su verdadero yo?
—Eres tan suave. —Su voz era un murmullo bajo. Una caricia Mis ojos se agitaron
ante el olor de la miel de verano, lloviznando fresca del peine en mi lengua—. Psyche.
Sentí su aliento contra mis labios y jadeé, regresando a mí. Cuando
instintivamente comencé a levantar mis brazos para alejarlo, una ráfaga de aire golpeó
mis manos y me soltó.
—¿Debo atarte las manos? —dijo—. ¿Cuántas veces debo recordarte que no debes
tocarme?
—¡Lo siento! —Retrocedí y tiré la manta sobre mí—. ¡Lo olvidé!
—No debes olvidarlo —dijo enfáticamente—. Un toque tuyo y todo cambia. Para
peor. ¿Lo entiendes?
—¡Sí! —No, en realidad, pero le creí porque sonaba enojado. Si rompía esta regla,
también cambiaría las cosas para él. Deseaba poder imaginar cómo encajaba todo esto.
Este misterio de mi esposo y quién lo gobernaba.
No se alejó. Lo sentí aún cerca de mí, tal vez incluso apoyado contra la cama. Su
voz se suavizó.
—Ahora dime... ¿cómo describirías mi toque?
Mi rostro se calentó, y aunque estaba increíblemente oscuro, bajé los ojos.
—Yo... tú... —tragué—. Tus manos se sentían normales. No entiendo.
—Hm.
—¿Qué significa eso? ¿Hmmm?
—Confía en tus sentidos, Psyche.
Me calmé y lo sentí alejarse.
—Ya no voy a acecharte —dijo, sonando descontento con la forma en que lo había
descrito antes—. Duerme.
Me agaché, prácticamente tirando la manta sobre mi cabeza, con la esperanza de
poder sofocar la sensación incómoda en mi estómago. Pensé en las manos fuertes,
suaves y cálidas de mi esposo sobre mi cara. ¿Qué clase de criatura era? ¿Y exactamente
a qué tipo de castigo alucinante me enfrentaba? ¿Era lo suficientemente fuerte como
para luchar contra esto?
CATORCE
TIEMPO DE JUEGO
Dormí sin sueños. Al menos, ninguno que pudiera recordar. Dormí más profundo
que cualquier otra noche que pasé aquí. La sorpresa me recorrió mientras me sentaba,
completamente descansada, preguntándome por qué había bajado tanto la guardia. Era
peligroso. No podía dejar de cuestionar todo, incluso mis propios pensamientos,
sentimientos y acciones. ¿Cuánto de eso era su poder influenciándome? Claramente
estaba tratando de ablandarme con su extraña gentileza, pero ¿por qué? Sentirse
cómoda sería un grave error.
Renae trajo mi comida de la mañana y me instó a explorar la propiedad hoy.
—Su esposo se irá por más tiempo este día, regresará al atardecer.
—¿Qué hace? —le pregunté, tomando un sorbo de mi té caliente.
—Oh, alteza. —Renae se rió, y por primera vez me tocó, dándome una palmadita
en el hombro y dándole un suave apretón—. Sabe que no puedo decir.
Sonreí en mi té.
—Sale a aterrorizar a los pueblos, sin lugar a dudas.
Renae dejó escapar una carcajada.
—Algunos podrían considerarlo así. Su trabajo es… complicado. —Chasqueó la
lengua—. He dicho demasiado. Escuche. ¿Por qué no visita el campo de tiro con arco
hoy? Hay un arco de su tamaño. Pero debo advertirle que se ha colocado un
encantamiento para que su arco y sus flechas no puedan desviarse del blanco. Si lo
intenta, sentirá un desgraciado rayo.
Un rayo. Me estremecí. ¿Y sabía de mi interés por el tiro con arco? No era algo que
la mayoría de las mujeres disfrutaran. Era perturbador lo mucho que sabía de mí.
—Llame si me necesita. —Salió corriendo con el thump-thump de pies pesados.
Reflexioné sobre sus respuestas tanto tiempo que mi té se enfrió. Luego me cepillé
el cabello, me puse una estola azul cielo que se enganchaba en un hombro con un
prendedor dorado de escarabajo y salí del gran palacio.
Justo como las otras veces que estuve afuera, encontré la perfección silenciosa
perturbadora. Caminé por los jardines, maravillándome de las esculturas con plantas
de criaturas celebrando. Eran animales danzantes, osos, leopardos y monos, con los
brazos y las piernas levantados de alegría. Centauros con tambores y sátiros con laúd
en sus labios. La fiesta en el jardín parecía interminable con criaturas híbridas de las
que nunca había oído hablar, todas las combinaciones de humanos y animales que uno
podría concebir. Me encontré imaginando el atractivo de la música mientras caminaba
entre ellos, los sonidos de sus risas y bromas flotando desde mi imaginación. Flores tan
pequeñas como hormigas y tan grandes como mi cabeza, de todos los colores y
variedades, rodeaban los jardines con enredaderas que hacían caminos para mis pies.
Los seguí por tanto y durante tanto tiempo que me pregunté si podría perderme.
Finalmente salí del laberinto de celebración y encontré el campo de tiro con arco.
Y tal como Renae había prometido, un arco me estaba esperando de mi tamaño exacto,
más fino que el que jamás había visto. Madera lisa y liviana, fuerte y flexible, con
enredaderas grabadas al fuego en toda su longitud. Tomé una flecha y fijé mi mirada en
el objetivo de un hombre de tamaño natural. Solté mi flecha con un zumbido limpio y
me quedé sin aliento por la suavidad con que navegaba, incrustándose en un hombro.
Sí, disfrutaría de este arco. Cuando fui a recuperar la flecha, miré confundida.
Sobre el corazón del maniquí había una grieta profunda, como si hubiera sido golpeada
allí repetidamente. Cuando mis ojos buscaron, no encontré otras marcas en el cuerpo
de tela, excepto la que había hecho en el hombro. Un rápido vistazo a la línea de varios
objetivos mostró más de lo mismo. Sólo los ojos de buey habían sido golpeados.
—Por supuesto —murmuré—. Mi esposo es un tirador perfecto.
Puse mi arco y la flecha de nuevo en el suelo, sacudiéndome la sensación de
incomodidad, prometiéndome que volvería a practicar cada día.
Luego me dirigí a las colinas con el bosque más allá, comenzando en un paseo y
luego echando a correr. Se sintió bien estirar las piernas. Corrí tan rápido como mi
cuerpo podía manejar hasta que estaba profundamente en los árboles, respirando con
dificultad por recuperar el aliento. Cuando finalmente me recuperé, el único sonido en
todo el exterior que encontró mis oídos fue agua en movimiento.
Caminé hasta que encontré el arroyo. Era delicioso correr sobre piedras lisas. Me
quité los zapatos de cuero y me metí en el agua, chapoteando. Pero cuando pensé en
cruzar al otro lado, el agua subió de repente y el paisaje cambió de riachuelo a río
profundo. Rápidamente nadé de regreso, aterrizando en una pila en la orilla. La
corriente estaba encantada para no permitirme cruzar.
Dejé escapar un gruñido, de pie y limpiándome el trasero. Cuando fui a recoger
mis zapatos, noté que el agua ya había desaparecido de mis piernas y del vestido. Estaba
completamente seco. Definitivamente era agua encantada. Me volví hacia los árboles y
descubrí que se habían movido y cambiado, creando un camino recto que salía del
bosque, de regreso a las colinas y al palacio más allá.
Miré el bosque y sonreí a los árboles.
—¿Qué pasa si no quiero ir por ese camino? —Mis pies me llevaron entre dos
árboles a un lado, sus ramas tan bajas y entrelazadas que tuve que inclinarme y mover
mi cuerpo entre ellas.
Un grito salió de mi garganta cuando sentí que algo presionaba directamente
contra la parte posterior de mis muslos, empujándome a través de la brecha. Antes que
cayera al suelo, las raíces se dispararon y se extendieron, atrapándome en una cuna
improvisada. Miré detrás de mí para ver la rama que me había empujado a retirarme.
La risa burbujeaba a través de mí.
—¿Gracias? —Palmeé las raíces y me puse de pie, observando con asombro
mientras se replegaban de nuevo en el suelo.
En ese punto se convirtió en un juego. Traté de moverme a través de los lugares
más difíciles que pude encontrar, y para mi deleite, los árboles jugaban conmigo.
¡Jugaron conmigo! Era algo de un sueño. Me subí a lo alto de un árbol mientras sus
ramas giraban y giraban alrededor de su enorme tronco como una escalera de caracol.
Y cuando llegué a la cima, enrollaron las vides alrededor de mi torso y me bajaron,
haciendo que mi barriga se agitara mientras gritaba de emoción. Era una gran caída,
pero el árbol nunca me dejó caer. Entonces me levantó y el siguiente árbol me atrapó.
Cuando llegué al otro extremo del bosque, me dolía la cara de sonreír y mi cuerpo
entero estaba agotado. También sudaba a través de mi vestido, y me encantaba. Le di
un fuerte abrazo al último árbol y besé su tronco mágico, áspero bajo mis labios.
—Volveré —le prometí a mis nuevos amigos antes de alejarme, agotada.
Me caí contra la ladera de una colina verde y esponjosa. Quiero decir, realmente,
¿qué tipo de hierba era esta? Si tuviéramos esta hierba en casa, podríamos arrastrar las
mantas afuera y dormir cómodamente bajo las estrellas. No había un solo bicho a la
vista para picar o morder.
Cuando mi fuerza volvió, regresé al palacio. Las puertas se abrieron de golpe a mi
llegada y la voz de Renae se agitó.
—¡Alteza! ¡Estás bien! ¿Te hicieron daño?
—¿Quién? —pregunté—. ¿Los árboles? ¡De ningún modo! ¡Nos divertimos mucho!
—¿Diversión? —Caminó a mi lado cuando llegué al pasillo, las puertas se cerraron
detrás de mí—. Pero esos árboles han sido conocidos por herir a los intrusos. ¡Rara vez
dejan que alguien los vea moverse! Miré por la ventana y casi me morí por la conmoción
cuando los vi tan activos. Incluso llamé a su esposo…
—No lo hiciste. —Mi corazón dio una serie de latidos fuertes.
—Lo hice, y no lo siento. Vino de inmediato y se rió de mi preocupación,
asegurándome que estaba bien, pero no podía imaginarme todo el alboroto que había
por ahí.
—¿Qué más dijo?
—Dijo: “No se preocupe; se entretienen entre sí. —Lo dijo con su misma voz ronca,
y solté una risita—. ¿Quién ha oído hablar de los árboles entretenidos? ¡Y un invitado
que lo disfruta!
—Bueno, querida Renae, tendrás que acostumbrarte porque planeo visitarlos
todos los días. —Sonreí por su ceño fruncido y corrí el resto del camino a mi dormitorio,
amando la sensación de sal seca en mi piel. Me recordó cómo me había sentido en casa
después de un día explorando y metiéndome en problemas, cansada y sudorosa, con mi
largo cabello enredado y salvaje.
Pero a la mitad de mi baño, mi estado de ánimo oscuro volvió. Sí, había adorado
cada minuto con los árboles, pero no podía olvidar lo que me esperaba. Mi misterioso
castigo. Tan hambrienta como estaba por mi día de juego, apenas probé la comida que
Renae me dejó. Y aunque todavía estaba soleado, opté por un camisón en lugar de otro
vestido. Me senté, mirando fijamente, con el cabello todavía mojado y sin cepillar,
cuando las enormes ventanas se abrieron, y la presencia de mi esposo entró silbando.
Envolví mis brazos alrededor de mí.
—¿Qué es lo que pasa? —Estaba de pie frente a mí. Me estremecí.
—Estoy cansada.
—Es más que eso. —Lo escuché sentarse en la silla frente a mí—. Estabas llena de
alegría cuando te vi hoy.
Miré hacia abajo al cojín que tenía en mi regazo, tirando de los hilos.
—¿Me viste?
—Solo tuve un momento de tiempo libre, pero sí. Nunca he visto a los árboles
comportarse de esa manera.
Me sentí extraña al saber que me había visto en ese estado de risa y sonrisas,
ambas cosas que le ocultaba. Era como si dos partes de mí estuvieran chocando.
Extrañaba el viejo yo. Estar en guardia y asustada todo el tiempo me drenaba la vida.
Me froté el rostro.
—Dime lo que quieres, Psyche.
—Quiero a mi familia.
—Soy tu familia ahora.
Sus palabras fueron suaves, pero mis ojos ardieron y mantuve mis manos sobre
mi rostro.
—Quiero saber cuál es tu plan para mí. Cuando finalmente me hagas daño. Cuándo
se cumplirá el castigo.
No respondió al principio. Aspiré y forcé mis emociones.
—No puedo aliviar tu mente. —Sonaba arrepentido—. No con palabras. ¿Qué más
puedo hacer?
—Echo de menos… —Miré por las ventanas—. Los animales. Es extraño estar
afuera y no ver un solo pájaro o insecto o animal.
—Muy bien —dijo.
Miré hacia donde él estaba sentado.
—¿Traerás animales aquí? ¿Un cachorro? ¿O un gatito? —Un destello de alegría
se derramó dentro de mí.
—Eso es simple. Mañana tendrás tu deseo.
¿Así de fácil? Le sonreí a la almohada y susurré:
—Gracias.
—¿Psyche?
—¿Sí?
—¿Puedo cepillarte el cabello?
—Mmm… —Mi rostro se calentó y miré a todas partes, excepto delante de mí,
donde sabía que estaba sentado. Por alguna razón, la idea de que él me cepillara el
cabello era incluso más íntima que permitirle sostener mi rostro. Necesitaba ser más
cuidadosa—. Puedo hacerlo. —Y para demostrar mi capacidad, agarré el mango de mi
cepillo de la mesa lateral y comencé a arrastrarlo a través de mi cabello, fingiendo que
no le había negado una cosa simple. ¿Por qué me sentí culpable? No tenía nada de qué
sentirme mal.
Mi cabello estaba enredado por las actividades de hoy. Rompí los enredos hasta
que mi cuero cabelludo estaba sensible, luego lo puse de nuevo en la mesa y me aclaré
la garganta.
—¿Ves? Todo listo. Debería ir a dormir. ¿Ya casi es de noche?
A mi pregunta, la luz del sol desapareció, y las velas se encendieron alrededor de
la habitación.
—Gracias —le dije, poniéndome de pie rígida y corriendo a través de la habitación
para meterme en la cama, tirando de las mantas a mi alrededor. Nada raro esta noche.
Sentí que se acercaba a la cama. Y luego comenzó de nuevo el lento acoso. Mis
dientes se apretaron en molestia. Podía ver a dónde se movían los bordes de la cama,
las mantas se hundían bajo el peso de su mano mientras la arrastraba por el material.
Pensé en esa mano. Su tierno calor. Su fuerza. Su piel humana.
—El miedo es un concepto interesante, Psyche, ¿no es así?
No dije nada, mi corazón ganaba velocidad.
—A veces —dijo—, tememos lo que deberíamos abrazar porque no conocemos
toda la verdad.
Tragué, negando, cerrando los ojos.
—Cuando te toco —suspiró—, tu miedo desaparece. Disfrutas mi toque.
—No, no lo hago —dije.
—Tus mentiras son inútiles. —Las mantas volaron de mi cuerpo, haciéndome
gritar. Agarró mi tobillo y me jaló hacia adelante. Intenté patear, pero tenía mis dos
tobillos ahora y era insoportablemente fuerte. Cuando mi cuerpo se torció y tiré de las
sábanas, aterrorizada, siseó—. Quédate quieta, Psyche. Acuéstate.
Gemí, congelada de miedo, todavía torcida hacia un lado con las sábanas
arrugadas en mis puños. Estaba sucediendo. Me iba a tomar.
Con una voz perversamente tranquila, dijo:
—Ponte sobre tu espalda.
—¡Déjame ir!
—No lo haré. Gira o te obligaré a girar.
Quería pelear. Dioses, quería pelear. Pero sabía que era inútil, y una parte de mí
quería que lo inevitable se terminara y se acabará. Rodé rígidamente a mi espalda, mis
tobillos aún en su agarre. Mi camisón estaba alrededor de mis muslos.
—Ya está —dijo. Mi pecho se levantó y cayó a una velocidad rápida—. Todo lo que
quiero es que me sientas.
Contuve la respiración mientras soltaba un tobillo. Inmediatamente doblé esa
pierna para alejarla de su alcance, pero me di cuenta que causaba que mi camisón
subiera más, así que la dejé caer de nuevo, todo mi cuerpo temblaba. Apreté mis rodillas
mientras empujaba el material arriba un poco más, exponiendo la mitad de mis muslos.
Luego se quedó quieto, su cálido aliento contra mi rodilla me hizo temblar. ¿Por qué,
por qué sus toques no me llenaban de disgusto? ¿Por qué todo lo que hacía se sentía tan
bien? La forma absurda y metódica en que engañaba a mi cuerpo hizo que mi mente
sintiera una ira irracional.
—Dijiste que no vendrías a esta cama a menos que te invitara —le espeté.
Del mismo modo, más o menos, dijo:
—Lo que crees que está sucediendo no es así.
¡Claramente lo era!
—Estás loco —le dije, luchando contra las lágrimas de frustración.
—Hazte un favor, esposa mía. Imagínate a Leodes. —Con esas palabras, mis
brazos volaron sobre mi cabeza, clavados sobre mí por… ¿aire? Luché para tirar de ellos
en vano, soltando un grito.
Esperé a que me quitara el camisón, pero se mantuvo en su lugar. Y luego, la parte
inferior de mis dos pantorrillas quedaron atrapadas en sus fuertes manos, ligeramente
separadas, la pesada franja de mi camisón cayendo afortunadamente en el espacio
abierto para ocultar mi centro. Algo insoportablemente suave y caliente se colocó
contra la piel dentro de mi rodilla.
El aire se aceleró en mi pecho y se quedó atascado allí. Estaba besando mi pierna.
Oh dioses ¡Cielos! ¡Oscuro Hades! Su boca se abrió sobre mi piel y sentí su lengua sedosa
deslizarse a lo largo de mi piel, luego sus dientes. ¿No colmillos? ¿Cómo es posible? El
sonido de su boca cerrándose sobre mi piel, como un beso, llegó a mis oídos y un cálido
estremecimiento me desgarró. Su boca se abrió de nuevo, se movió, su lengua se deslizó,
y sentí que mi cuerpo se hundía cuando la tensión huyó de mi ser. Tuve el más extraño
anhelo de acunar su cabeza en mis manos, pero estaban fuertemente sujetas encima de
mí.
Dejé escapar un gemido de sorpresa. Esto estaba sucediendo. Esperé a que cada
sensación placentera fuera seguida por una porción de dolor, caliente y rápida, pero
nunca llegó. En cambio, mi esposo invisible subió por mi pierna con una lentitud
atormentadora, devorando cada pedacito de mi piel en el calor de su boca húmeda, esa
lengua de terciopelo trabajando contra mí mientras pellizcaba y lamía. Me retorcí,
atrapada entre el terror y algo completamente diferente, pero a la vez aterrador, el
impulso de dejar que mis rodillas se abrieran ante él. Nunca había esperado que su
toque se sintiera así. Hizo que mi cuerpo cobrara vida de una manera terriblemente
ansiosa. Sí.
Espera. No. Oh, dioses.
—Psyche… —Prácticamente ronroneó mi nombre cuando sus labios se acercaron
al borde de mi camisón donde había sido jalado para cubrir mi núcleo y la parte
superior de mis muslos. Tuve la necesidad imperiosa de agarrar el material y tirarlo
más alto. La vergüenza calentó mi rostro con ese pensamiento, y respiré más fuerte. Me
odié en ese momento.
Mi esposo se movió a la siguiente pierna, besándome a lo largo del borde del
material, desde el interior de mi pierna hasta la parte superior, y de regreso. Gemí,
tensa, mientras un fuego crecía dentro de mí. No quería esto. Pero lo quería más que
nada. Negué. Dioses del Olimpo, estaba jadeando como un perro tras un zorro. Si cediera
a este momento, cambiaría todo. Habría un cambio en el equilibrio que había construido
cuidadosamente, y nunca podría corregirlo. Mi cuerpo lloró con el razonamiento de mi
mente.
—Para —susurré.
—¿Quieres que me detenga? —Sus manos agarraron mis pantorrillas con más
fuerza y sentí su aliento contra mis muslos húmedos. Una ráfaga de madreselva,
tentadora y dulce, se alzó para abrazarme, enturbiando mi visión.
—Sí —gemí—. Detente.
Inmediatamente me soltaron y me bajaron el camisón. Me apresuré a sentarme,
levantando la manta. Mi cuerpo entero temblaba, sensible y picaba cada lugar que su
boca había tocado. Podía escuchar su respiración desde el extremo de la cama. El frío
arrepentimiento me salpicó, y la ira volvió a asentarse. La ira hacia él. Enojo conmigo
misma.
—¡Fuera! —grité, mi voz se quebró. Lágrimas calientes de frustración y humildad
corrían por mis mejillas—. ¡Déjame en paz! —No me importaba que fuera su palacio. O
que juró que se quedaría conmigo todas las noches. Quería que se fuera.
—Duerme bien —dijo. Su voz se deslizó por la habitación, bajo las sábanas,
tocando cada parte de mí hasta que tuve que hacerme una bola y cubrirme los oídos.
La ventana se abrió de golpe y su presencia desapareció en un instante, apagó las
velas y me dejó en completa oscuridad. Me quedé sola, tratando de respirar, apretando
los muslos y llorando por el dolor de mi cuerpo, rogando que me liberaran. Lo odiaba,
y me odiaba por desear, desear que hubiera terminado lo que había comenzado.
QUINCE
COMPAÑEROS
Un cálido e incesante lamido en mi mejilla me hizo levantar una mano y
despertarme con un sobresalto. Hice un sonido de sorpresa ante la masa dorada de
cabello que estaba sobre mí, prácticamente temblando de alegría, con su cola sedosa y
de pelo largo.
—Gran diosa —susurré, luego tomé el hocico alargado del cachorro en mis manos
y me eché a reír—. ¡Hola, preciosa! —Me senté y el cachorro de Saluki bailó en mi regazo
con sus largas piernas, emocionado de que estuviera despierta y prodigándolo con
atención. Tenía el pelo corto en todas partes, excepto en las orejas y la cola, que tenían
un pelo suave y liso que pedía ser peinado con dedos amorosos.
Miré a mi alrededor, preguntándome si mi donante de regalos estaba aquí,
observando, pero mi visión estaba borrosa por una telaraña enorme e intrincada que
se extendía entre los dos postes del extremo de mi cama. Mis ojos se movieron
alrededor hasta que vi un cuerpo negro gigantesco con piernas peludas en la esquina
de la red. Dejé escapar un grito de terror.
—¡Araña! —La cosa tenía que ser del tamaño de mi mano abierta. Agarré al
cachorro, que seguramente podría haber sido envuelto y comido por la criatura si se
acercara demasiado. Salté de la cama.
—¡Buenos días, princesa Psyche! —Me giré ante el sonido brillante de la voz de
Renae detrás de mí, y vi una bandeja flotando hacia mi mesa.
—¡Renae! ¡Hay una araña en la cama!
—Oh sí. Muy grandioso. No estoy segura de que me interesen los insectos
humanos, pero su esposo dijo que los estaba extrañando.
—¡No extrañaba las arañas! —Le acaricié la cabeza al cachorro, agradecido por su
calmada presencia en mis brazos.
—¿No? —Ella parecía preocupada—. ¿Lo elimino por usted?
—No puedes acercarte a eso, Renae, —le advertí—. Sus patas aparecen tan fuertes
como las mías. ¿Y si salta?
Ella se rió abiertamente.
—No tengo miedo, si eso es lo que te preocupa. La conseguiré ahora.
—¡Espera! No lo vas a matar, ¿verdad? —No estaba segura de poder manejar el
crujido.
Ella se rió de nuevo.
—Ah, los humanos. Solo la dejaré libre al aire libre. ¿Eso está bien?
—Sí. —Contuve la respiración y me encogí cuando la oí acercarse a la cama. La
araña comenzó a lanzarse a través de la red, y luego fue arrebatada limpiamente en el
aire, curvándose protectoramente sobre sí misma y "flotando" hacia la ventana. No solté
el aliento hasta que el colosal insecto se perdió de vista. Renae murmuró alegremente
y limpió la telaraña con un trapo mientras la miraba, asombrada.
—Pensé que era una chica valiente —dijo sin ningún juicio—. ¿De verdad tiene
miedo de algo solo una fracción de su tamaño?
Fruncí los labios, sintiéndome tonta.
—Es solo que… tienen tantas patas. ¡Y son rápidas! Algunas arañas pueden matar
con un solo bocado. Ellas son astutas.
Una vez más, ella se rió. El cachorro comenzó a retorcerse, así que lo bajé y él se
lanzó hacia delante y comenzó a olfatear el aire donde asumí que estaba la sirvienta.
—Oh, su pequeña cosa peluda —dijo Renae—. Será mejor que no ensucies mis
suelos limpios.
Sonreí.
—Lo sacaré con frecuencia; promesa.
—Dejen que los humanos domestiquen a las criaturas no verbales y les permitan
dormir dentro —bromeó Renae.
Desde debajo de la cama, una bola de pelo blanco con manchas marrones, naranjas
y negras salió disparado y se abalanzó sobre el cachorro.
—¡Un gatito! —grité, tirando mis brazos de alegría.
—Oh, sí. —Renae refunfuñó. Olvidé eso.
Junté las manos y me eché a reír cuando los dos rodaron por el suelo, agarrando
sus pequeñas extremidades y tirando de la piel suelta del otro con sus afilados dientes
de leche. Cuando el cachorro soltó un pequeño grito, me agaché y tomé a la gatita en
mis manos, levantándola para verla bien. Ella lamió su nariz manchada, mirándome a
cambio.
Mientras estaba admirando a la gatita, se me ocurrió una idea.
—Creo que voy a comer afuera esta mañana, para que puedan correr. —Dejé a la
gatita y corrí a mi armario, vistiéndome rápidamente. Cuando fui por la bandeja, Renae
jadeó.
—¡Ni siquiera piense en cargar eso! —Sentí una brisa cuando ella corrió a mi lado
y levantó la bandeja.
Abrí la puerta y el cachorro salió corriendo. Aunque corría de un lado a otro por
todo el lugar, siempre encontraba su camino de regreso a mi lado cuando yo soltaba un
chasquido.
—Mira, mira, Renae, ¡es un chico inteligente!
—Claro, lo es —murmuró ella.
La gatita me siguió de cerca, de vez en cuando golpeando en la parte inferior de
mi estola mientras caminaba, luego me apresuré a saltar sobre el cachorro
desprevenido. No pude dejar de sonreír. Cualquiera que sea el juego oscuro que mi
esposo estaba jugando, regalarme estas dulces mascotas me ayudaría a sobrevivir.
Quizás pensó que simplemente me estaba apaciguando, pero mi fortaleza mental se
multiplicó por diez con la adición de estos inocentes compañeros.
Cuando llegamos a las puertas y las abrí, toda mi cara se iluminó con el sonido de
los pájaros silbando y cantando sus canciones no coincidentes. Mariposas de todos los
gloriosos colores se deslizaban sobre arbustos floridos, y las libélulas se perseguían
unas a otras, sus cuerpos brillantes y sus alas pasaban volando. Mi cachorro y mi gatita
salieron corriendo, el gato desapareció entre los arbustos.
—Sí —susurré. Esto es lo que el lugar necesitaba.
—Aquí está, entonces. —Renae dejó la bandeja en una mesa de mármol con cuatro
banquetas redondas de mármol a su alrededor—. Estaré dentro. Disfrute.
—Gracias. —La escuché alejarse y observé cómo se cerraban las pesadas puertas.
El cachorro se sentó a mi lado, mirándome. Una de sus largas orejas se dejó caer
hacia atrás. La enderecé con una sonrisa.
—¿Qué clase de criatura crees que es Renae, muchacho? ¿Algo con pezuñas? —Su
cabeza se inclinó y yo solté una risita—. ¿Cómo te llamo? —Saqué la tapa brillante de la
bandeja y saqué un trozo de salchicha. Un bocado para mí, un bocado para el cachorro.
Tuve que tener cuidado de no darle demasiada grasa y apenas granos. En su
mayoría carne magra, frutas y verduras. Cuando ambos estuvimos llenos, corrió hacia
el laberinto de criaturas de arbustos y levantó su pierna por un largo rato en la
representación de un minotauro: Mitad toro, mitad hombre gigante. Cuando terminó,
miró hacia el arbusto esculpido y gruñó, luego ladró, levantando sus diminutos pelos.
Me reí, golpeando mis piernas.
—¿No lo estás amenazando? Tal vez te llame Mino ya que estás dispuesto a luchar
contra el poderoso minotauro. —Él vino corriendo hacia mí.
Me moví al suelo donde podíamos jugar juntos, riendo. La gatita vino de la nada
con un ataque furtivo, uniéndose a la refriega.
—Mira, Mino, ¡es nuestra propia pequeña Sphinx1! —Estaba haciendo cosquillas
en la barriga de la gatita cuando una picadura aguda me atrapó el tobillo. Me senté y
golpeé el lugar, luego sentí otra, más arriba de mí pierna y miré hacia abajo para ver
cientos, tal vez incluso miles de hormigas rojas que cubrían mis piernas y el suelo a mi
alrededor. De repente, mis piernas y pies estaban en llamas. Salté y corrí desde el lugar,
golpeándome la piel y luego inclinándome para levantar a Mino y Sphinx. No vi ninguno
en ellos, gracias a Dios, pero todavía estaba llena de hormigas.
Me apresuré más lejos, subí la colina donde podía dejar a mis animales y quitarme
completamente la estola. Dioses, se habían abierto camino debajo de mi vestido,
mordiendo la piel de mis muslos y la parte inferior de mi estómago. Me deslicé por la
piel, aplastándolas bajo mis pies. Inmediatamente, mi parte inferior del cuerpo
comenzó a arder y palpitar. Mientras estaba allí completamente desnuda, tratando de
recuperar el aliento y haciendo balance de mi piel sensible y punzante, escuché a Mino
soltar una serie de aullidos.
Mi corazón pareció detenerse cuando vi no uno, sino dos leones de montaña
completamente desarrollados en la cima de la colina frente a nosotros. Un macho y una
hembra. Profundo Hades. Lentamente, casi sin respirar, me incliné y recogí a Mino y
Sphinx de nuevo, agradecida de que no se hubieran escapado. Entonces miré a los gatos
de caza masivamente poderosos. Mi corazón no se conformaría, solo tronó más fuerte
detrás de los confines de su jaula en mi pecho.
¿En qué había estado pensando mi esposo? ¿O fue esta parte de mi castigo?
—Dioses, ayúdenme —susurré. Cuando mis jóvenes mascotas comenzaron a
retorcerse, y Mino comenzó a ladrar de nuevo, hice mi mejor esfuerzo para callarlos y
calmarlos.
Para mi horror, Sphinx se zafó y salió hacia el bosque. Y lo que es peor, su huida
hizo que el par de leones de montaña entraran en modo de presa.
—¡Noo! —grité y corrí cuesta abajo, sintiéndome incómoda y lenta con Mino en
mis brazos. Sphinx fue rápida, desapareciendo entre los árboles. ¿Por dónde se fue? ¡Oh,
Hades! ¡Iba a tener que trepar a un árbol, desnuda, con un perro en mis brazos! ¿Pero
no podrían subir también los leones de montaña? La comprensión amenazó con
convertir mis entrañas en líquido. Esto no podría estar pasando. Los leones de montaña
estaban a solo dos árboles de distancia, moviéndose con gracia sobre sus patas.

1 Sphinx: Esfinge.
Estúpidamente miré a mi alrededor en busca de una rama suelta para defenderme antes
de recordar que estos árboles no arrojaban ramas. La cubierta del suelo estaba limpia
y perfectamente libre—. ¡Ayuda!
Antes de que pudiera desesperarme un segundo más, una serie de ramas se
abalanzaron y me rodearon, levantándome del suelo. Los leones de las montañas
saltaron hacia arriba y pasaron sus afiladas uñas por el aire. Estaban tan cerca que sentí
el movimiento del aire contra mis pies calientes. Observé, luchando por respirar,
mientras las raíces se disparaban por el suelo, delgadas y desgarbadas, pero fuertes, y
formaban una barrera alrededor de los animales que gruñían. Rugieron y silbaron,
caminando en círculos alrededor de su jaula.
No pude evitarlo, estallé en lágrimas. Incluso besé la rama que nos sostenía,
murmurando: “Gracias, gracias”, una y otra vez. Las orejas de Mino estaban vueltas con
miedo, y él no se atrevió a intentar moverse de mis brazos ahora.
—La tengo —dijo una voz profunda. Un momento después, me estaban pasando
unas ramas robustas al aire libre. Me preparé con el cachorro para la inminente caída,
pero sentí que me rodeaban unos brazos fuertes. Escuché sus dedos chasquear, y
Sphinx trepó al árbol, saltando hacia la rama y saltando sobre mi hombro.
—Mantén tus manos en el cachorro —dijo—. No me toques accidentalmente.
Enterré mi cara en la peluda espalda de Mino para evitar mirar hacia abajo cuando
mi esposo nos llevó por las colinas y regresó a los terrenos de su finca. En el momento
en que me dejó, me acurruqué lo suficiente para asegurarme de que Mino estaba
cubriendo mi desnudez.
—¡Podríamos haber sido asesinados! —grité—. ¿Es eso lo que querías? ¿Para
verme destrozada? —La traición llenó mi alma, aunque sabía que era algo inútil de
sentir.
—Los árboles nunca habrían permitido eso.
—Bueno, ¿y si no hubiera llegado a los árboles a tiempo? Obviamente querías
verme aterrorizada y sufriendo. ¡Sabía que era solo una cuestión de tiempo antes de
que apareciera tu crueldad! —Dioses, me dolió, haciéndome darme cuenta que había
bajado demasiado la guardia.
Las puertas se abrieron de golpe y los pies de Renae y los ruidos de preocupación
llenaron el aire. Me echó una manta sobre los hombros y dejé al cachorro para que me
envolviera. Miré el espacio donde sabía que estaba mi esposo.
—Tus piernas —le oí susurrar. No tuve que mirar hacia abajo para saber que
estaban rojas e hinchadas. Ahora que mi sangre no estaba bombeando tan fuerte, el
dolor regresó con venganza.
—Le pedí a un ayudante que llenara la finca con insectos y animales humanos,
como lo pediste. —Su voz era tersa—. Claramente deberías haber sido más específica.
—Claramente —respondí, aunque mi ira se estaba debilitando, dando paso a la
picadura física que quedaba de las hormigas.
Dejó escapar un gruñido de exasperación, amortiguado como si se estuviera
frotando la cara. No me sentiría mal por él.
—Ven, Mino. Ven, Sphinx. —Me di la vuelta y subí las enormes escaleras de
mármol hacia las puertas, esperando que mis mascotas me siguieran, lo que hicieron.
Pero cada paso dolía. Podía sentir mi pulso en mis tobillos, que parecía duplicar su
tamaño normal. Los mareos me inundaron mientras miraba hacia abajo. Tan hinchada.
Tuve que apoyarme contra la pared.
No estaba feliz cuando me sentí siendo levantada y transportada.
—Puedo caminar. —Le di un codazo en el pecho débilmente, y él me abrazó con
más fuerza.
—Quédate quieta, Psyche. Necesitas curación.
—¿Por qué estás aquí en el medio del día? —pregunté, mientras una delirante
confusión comenzó a aparecer.
—Tú oraste a los dioses por ayuda, y me enviaron.
Interesante. Abrumada por el dolor y el veneno de hormigas, traté de estar quieta
y de permanecer alerta. Mis piernas comenzaron a hormiguear de nuevo.
—Están sobre mí…
—No, Psyche…
—¡Todavía están sobre mí! —Pateé mis piernas y mi esposo dejó de caminar, nos
levantó en el aire y voló el resto del camino a mi habitación.
Me puso en la cama y mis ojos se agitaron, la habitación se oscureció, luego se
iluminó y se volvió a oscurecer. Apenas sentí sus atenciones a lo largo de mis pies,
tobillos y piernas hasta que un enorme ataque de calor insoportable me hizo
esforzarme por sentarme, gritando.
—Shh, recuéstate. Los venenos se están quemando.
Apreté los dientes contra la horrible sensación. La puerta se abrió y un recipiente
de agua en una bandeja con paños y un cuenco de pomada se colocó a mi lado.
—Ahí, ahora. —Vino la voz de Renae. Una tela se hundió en el agua, salió y se
movió para cubrir mi frente. Jadeé ante el maravilloso frescor. Con cada suave
frotamiento de mi cara, el escozor de mis piernas disminuía y mi cuerpo se volvía
pesado. Las pisadas de Renae se movieron hacia el armario y regresó con un vestido
suelto de seda, bajándolo sobre mi cabeza.
—Me encargaré del resto —dijo mi esposo.
Sin decir una palabra, Renae nos dejó. El tazón de la pomada amarilla se levantó y
me incorporé, agarrándolo del aire.
—Puedo hacerlo —le dije—. Déjame.
—Te permití que me ordenaras una vez —dijo, arrebatándome el tazón. Pero eso
no está sucediendo de nuevo.
Con una suavidad que no correspondía con su tono brusco, sacó el ungüento y me
frotó los pies y las piernas. Mantuve un ceño fruncido en mi cara, negándome a mostrar
aprecio, lo cual fue difícil ya que mi cuerpo me rogó a volver a sentir alivio y placer.
Un pequeño gemido y un sonido de arañazo me hicieron mirar hacia abajo, donde
el cachorro tenía sus patas en un lado de la cama.
—Aw, Mino —dije, destrozada por sus enormes ojos y orejas apretadas hacia
atrás.
—Está preocupado por ti —me dijo mi esposo—. Pero él tratará de lamer la
medicina. Abajo, Mino.
Para mi sorpresa, ante la pequeña orden de mi marido, el cachorro cayó sumiso
sobre su espalda, moviendo ligeramente la cola debajo de él. Accidentalmente solté una
risita por un momento, aclarando mi garganta mientras empujaba mis piernas hacia
adentro, debajo de la manta que todavía estaba envuelta alrededor de mí.
—Haré que los animales e insectos peligrosos sean retirados de la propiedad de
inmediato. ¿Tienes miedo de los ratones?
—No —dije.
—Bien. Los mantendré para que tu gatita pueda aprender a cazar y valerse por sí
misma. ¿La llamaste Sphinx?
—Sí.
Se rió, y en ese momento, creí que él nunca había querido que me hicieran daño.
Entonces mi mente volvió de nuevo. Podría ser el mentiroso y manipulador más
magistral de todos los tiempos.
—¿Qué estás pensando en este momento? —preguntó como si hubiera visto los
pensamientos mezclados en mi cara.
Eché un vistazo a la manta. Mis pensamientos eran míos.
—Estoy pensando que necesito vestirme una vez que se seque el ungüento.
—Hm. —Él no me creyó. Y con razón.
Miré mis piernas. Parecían normales, como si no hubieran estado enormemente
hinchadas y rojas hace unos minutos. Mi esposo tenía poderes de curación, otra cosa
maravillosa y misteriosa sobre él.
Un pequeño sonido de rasguño vino de la puerta, y se abrió, dejando entrar a
Sphinx. Mientras tanto, Mino todavía estaba acostado de espaldas, moviendo la cola,
mirando el extremo de mi cama donde estaba mi esposo. El gato miró a Mino, luego me
miró en la cama con un maullido agudo.
—Ahí está ella —dijo mi esposo.
Y con eso, Sphinx miró fijamente el lugar donde estaba parado, y sus orejas
regresaron cuando bajó la cola y se dejó caer al suelo, luego se dejó caer de espaldas
junto a Mino. ¿Qué tipo de criatura podría causar una sumisión tan extrema en un gato?
—Bueno —se quejó—. Al menos él eligió bien con esos dos. —Sus dedos rozaron
mi espinilla, causando un escalofrío en mi piel—. Estás seca ahora. Supongo que hoy no
has bajado al río.
—No —admití, curiosa.
—Ven conmigo. —Sus manos se movieron debajo de mí como si fuera a
recogerme, y me alejé con un grito. Dejó escapar un suspiro audible—. Querrás ver esto,
Psyche. Mantén tus manos en tu regazo y déjame levantarte.
Maldito sea. Mi curiosidad estaba picada. Me quedé quieta y rígida, mis rodillas
dobladas, mis manos apretadas contra mi pecho. Y aunque lo esperaba, mi cuerpo
todavía quería saltar cuando esos fuertes brazos me rodearon y me levantaron.
—¿Qué estamos haciendo? —le pregunté.
—Ya verás.
No contuve mi grito cuando me levantó en el aire y saltó por la ventana.
DIECISÉIS
SORPRESA EN EL RÍO
Me puso de pie, de espaldas al río hacia el bosque. Me tomó un momento reunir
mi coraje y mi equilibrio.
—¿Qué estamos...? —Comencé, pero sentí sus manos en mis hombros, girándome.
Me quedé mirando el río, que se había extendido más a una masa de agua redondeada.
En el centro, para mi absoluta alegría, vi dos aletas romper la superficie en suaves
arcos—. ¡Delfines!
—No solo delfines. Únete a ellos.
No podía ser... un constante ruido de anticipación comenzó en mi pecho cuando
me metí en las aguas claras, sintiendo rocas lisas y arena debajo de mis pies. Pronto,
estaba en el pecho, y los delfines comenzaron a rodearme, sacando una risa de alegría
de mi alma cuando me dieron un codazo y me golpearon. Pasé mis manos sobre ellos,
sin poder dejar de sonreír. Y entonces vi la cicatriz, y mi corazón se apretó.
—Eres tú —le susurré. Mirando hacia la orilla de las aguas, no vi nada, pero sabía
que él estaba allí, observando—. ¿Estos son los delfines de mi laguna? ¿De verdad?
—De verdad —dijo su voz.
En ese momento, me permití dejar ir todos los miedos y pensamientos negativos,
en lugar de eso, abracé esto que tenía con las criaturas de mi tierra natal. Y mientras
nadábamos juntos, ellos tiraban de mí a veces, los tres salpicábamos y jugábamos, casi
podía olvidar mi cautiverio y todo lo que atormentaba mi corazón y mi mente.
Cuando estaba demasiado cansada para continuar, los besé a los dos muchas
veces en su piel suave, y salí de las aguas, girándome para darles un beso. Oh, cómo
apreciaría esto y los extrañaría. Había necesitado su compañía.
—Gracias —le susurré.
Mi esposo se aclaró la garganta y me di cuenta de que estaba detrás de mí. Giré.
—Era lo menos que podía hacer. —Su voz era aún más profunda y ronca de lo
normal. Se aclaró la garganta de nuevo, como si algo estuviera mal. Miré hacia abajo en
la forma en que la seda delgada y húmeda se aferraba a cada uno de mis contornos, mis
pezones se arrugaron hacia arriba como si pidieran atención. ¿Fue por mí?
Rápidamente crucé mis brazos y él se aclaró la garganta por tercera vez. Y mientras
estaba allí, torpemente, el agua se filtró por mi piel y camisón, regresando cada gota al
río hasta que estuve seca.
—Un poco de tu hogar para que tengas —dijo mi esposo—. Puedes pasar tiempo
con ellos todos los días.
Mi cabeza se inclinó, no escuchándolo bien.
—¿Pensé que habías dicho que los animales serían llevados en la mañana?
—Sólo los peligrosos.
Miré de nuevo a los delfines. La cantidad del agua era grande, pero no era nada en
comparación con la extensión del mar a la que estaban acostumbrados. ¿Tendrán una
familia? Me dolía pensar en sacarlos de casa y confinarlos aquí como era. Los quería
aquí conmigo, pero no podía ser tan egoísta.
—Por favor, devuélvelos —dije con pesar—. No están destinados a ser mascotas
como un cachorro o un gatito. Son salvajes y necesitan ser libres.
—Hm. —Hizo una pausa—. Si ese es tu deseo.
—Lo es —dije con tristeza.
—Muy bien, Psyche. Volvamos a tus habitaciones. Mantén tus manos adentro.
—¡Espera! —Di un paso atrás, mi estómago se agitó—. ¿Podemos caminar?
Él se rió.
—Si insistes.
Manteniendo mis brazos cruzados, nos dirigimos hacia los árboles. Cuando sentí
que algo me empujaba bajo el brazo para hacerme cosquillas, me di la vuelta, lista para
patear a mi esposo loco, pero lo que encontré fue una rama de árbol que retrocedía.
—¿Simplemente… te hizo cosquillas? —preguntó mi esposo.
Presioné mis labios juntos.
—Increíble. —¿Era esa molestia en su voz?
Seguimos caminando, y tuve que esquivar las cosquillas de las ramas de varios de
los árboles, sin poder contener las risitas. Mi esposo gruñó un poco e inhaló
ruidosamente cuando salimos del bosque, dejándolo salir en un suspiro.
—¿Por qué no apruebas su alegría conmigo? —le pregunté, mis músculos
ardiendo mientras llegábamos a la colina.
—Sus toques te traen placer. —Definitivamente él era gruñón.
Mis brazos se apretaron sobre mi pecho.
—No es nada sensual.
—Sí, lo sé. Pero le das la bienvenida a sus toques. Te hacen sonreír. Cuando te
toco...
Mi estómago se retorció un poco por el dolor y los celos en su tono. Qué criatura
confundida era mi esposo. Mi corazón dio un pequeño dolor, y tuve la tentación de
aliviar su estado de ánimo al decirle que sus toques me brindaron más placer del que
quería admitir, pero me mordí la lengua. ¿Por qué debería sentir la necesidad de
tranquilizar su mente? No dijo nada más, y yo tampoco lo hice hasta que regresamos a
mi dormitorio.
—Puedo ver que estás fatigada. Toma un baño y haré que Renae traiga tu comida.
Segundos más tarde, los animales estaban de pie, luchando entre sí, y los sonidos
del agua corrían del baño. Comí y me bañé en silencio, sintiendo su presencia en la silla
grande que daba a mi habitación. Reflexioné sobre lo que podría estar pensando, y luego
me regañé por preguntarme.
Después de mi baño me vestí con un cómodo camisón y me sequé el cabello. Oí a
mi esposo ponerse de pie, y me quedé quieto.
—¿Puedo cepillarte el cabello?
Un escalofrío se apoderó de mí. Era la segunda vez que hacía una petición extraña.
La primera vez que dije que no. Pero ahora, después de los delfines, la culpa creció
dentro de mí ante la idea de negarle una cosa tan pequeña. Tanto como quise decir no,
fruncí los labios y extendí el cepillo.
Me senté rígidamente en el banco, sintiéndome expuesto cuando él se acercó
detrás de mí con el cepillo flotante. Los demás me habían cepillado el cabello miles de
veces, ¿por qué estaba tan nerviosa?
Comenzó en el medio, haciendo suaves y firmes golpes hacia abajo hasta el fondo.
Cuando se topó con un obstáculo, dijo: "Lo siento", y siguió adelante. La sorpresa me
arrastró ante la ternura con que me acariciaba el cepillo por el cabello, por la espalda,
por los hombros, incluso por el cuello. Cuanto más se acercaba a mi cuero cabelludo,
más cerca se acercaba a mí, dominando mis sentidos con su aliento meloso. ¿Cómo se
las arregló para hacer una tarea mundana tan sensual? Dioses, estaba respirando
demasiado fuerte.
Me puse de pie bruscamente y me volví, viendo el cepillo a medio camino en el
aire.
—Eso es suficiente. Gracias. —Sintiéndome como una tonta, corrí a la cama y me
metí profundamente dentro de las mantas suaves, acurrucándome con fuerza, rogando
a mi cuerpo que se calmara.
Vi el cepillo más abajo de la mesa, y mi esposo se aclaró la garganta una vez más.
—Ha sido un largo día —dijo—. Duerme bien.
La habitación se oscureció, y oí que se acurrucaba en la silla, dejando escapar un
suave suspiro.
Por un extraño momento, me sentí cómoda, incluso segura. No duró mucho.
Parpadeé y sacudí la cabeza, obligándome a recordar mi apuro. No podía olvidar. No
importaba lo amable que parecía. Cualquiera podría fingir. No importaba qué regalos
de casa me dio. No estaba a salvo aquí. Mi esposo era un monstruo, y haría bien en
recordarlo.
DIECISIETE
JUEGO DE ADIVINANZAS
Esa noche, y las dos noches siguientes transcurrieron sin incidentes. Mi esposo no
hizo ningún intento de tocarme. Jugamos piedras, y él nunca perdió, lo que me pareció
irritante. Siempre había sido la mejor en ese juego. Y fue muy cortés sobre su
superioridad, aunque se rió esta noche cuando ya no pude ocultar mi frustración,
dejando escapar un resoplido.
—¿Mi perfecta Psyche tiene un defecto de personalidad después de todo?
Fruncí el ceño a pesar de su tono de broma.
—Por supuesto, tengo fallas.
—Quizás. Pero sigues siendo lo más cercano a la perfección humana que he
conocido.
Sacudí la cabeza, molestándome hasta lo más profundo de mi alma. Ese concepto
de falsa perfección fue lo que me trajo aquí en primer lugar.
—No es solo tu legendaria belleza…
—Por favor, no hables de mi belleza —dije, mi corazón acelerado.
—¿Por qué?
—Solo Venus es hermosa. No me comparo.
—Hm. —Retuve un giro de mis ojos—. Hay muchos tipos de belleza, Psyche. Los
tienes todos. Tu alma… la belleza de tu bondad brilla desde dentro.
Miré mis manos en mi regazo, mi mente corría por un cambio de tema.
—Tu falta de vanidad es parte de tu belleza.
—Suficiente —le susurré—. Por favor.
Permaneció callado, y sentí la necesidad de llenar el vacío.
—Todos los humanos, no importa cuán perfectos parezcan, cometerán un error.
Eventualmente van a decepcionar a los que aman. Quizás no a propósito, y no
maliciosamente, pero es probable que suceda. Las personas toman decisiones terribles
cuando están asustadas o desesperadas o carecen de confianza. No soy diferente.
Una vez más, se quedó callado un buen rato.
—Eso es cierto para la mayoría. Pero me cuesta imaginarlo de ti.
Antes de que pudiera decir una palabra más, vi a Mino levantar la pata en el poste
de la cama por el rabillo del ojo.
—¡Mino! ¡No! —Comencé a ponerme de pie.
—Mino. —El sonido de la voz de mi esposo detuvo el trabajo del cachorro y causó
que Mino se dejara caer de espaldas, con la cola metida entre sus patas.
Respiré hondo cuando Mino se levantó en el aire, flotando hacia un vitral de la
ventana, que se abrió.
—¿Qué estás haciendo? —Corrí hacia adelante justo cuando Mino flotaba por la
ventana, sus orejas hacia atrás mientras me miraba sin poder hacer nada—. ¡No le hagas
daño!
—Psyche —dijo suavemente a mi lado—. Lo estoy dejando salir, aunque sea de
una manera diferente.
El aire se congeló en mi pecho cuando observé a Mino bajando suavemente al
suelo debajo de donde sacudió su cuerpo, luego me lanzó una mirada interrogante hacia
arriba.
—Está bien, muchacho —insté, mi voz todavía temblaba.
Al sonido de mi voz, comenzó a caminar por el jardín, haciendo su trabajo y
saltando en las polillas blancas que revoloteaban sobre su cabeza.
—Lo siento —susurré—. Él estaba asustado.
—Como lo estabas tú. —No había malicia detrás de las palabras, solo dolía.
No debería haberme sentido mal por asumir lo peor de esta criatura secreta y
extrañamente sensible. Por lo que sabía, su amabilidad era un acto, acciones
cuidadosamente calculadas para que confiara en él para que pudiera atacar. No es que
necesitara mi confianza para atacar. A menos que eso fuera parte de su acuerdo con su
amo.
Agarré mi cabeza entre mis dedos. Cada vez que pensaba en las diversas
posibilidades me daba vueltas la cabeza. Era imposible darle sentido a todo esto.
—¿Qué está mal?
Sacudí la cabeza, cerrando los ojos y optando por la honestidad.
—Me confundes. Todo esto. No lo entiendo.
—Como dije antes. Confía en tus instintos. Sé cómo Sphinx.
Miré hacia abajo para encontrar a la gatita traidora frotándose incesantemente
contra lo que supuse que era la pierna de mi esposo.
Se me escapó una risa.
—Creo que no. —Luego me dirigí a la gatita—. Ten un poco de dignidad. —Ella se
entrelazó entre sus pies y alrededor de la otra pierna como si fuera un poste para arañar
invisible, sin importarle en absoluto mi opinión o el hecho de que él era un monstruo.
Me preguntaba cómo se sentía. Ella ciertamente parecía estar en un estado de felicidad.
¿Llevaba zapatos? No se movía como Renae. Sus manos eran suaves y humanas, pero
tal vez solo lo era la parte superior de su cuerpo. Tenía alas. ¿Era parte humana, parte
serpiente y algo más? ¿Tres criaturas en una? Envolví mis brazos alrededor de mí y me
alejé un poco.
Mino soltó un grito agudo cuando comenzó a elevarse en el aire, flotando
directamente hacia mis brazos extendidos. Su cola se agitó ferozmente, y me lamió la
cara mientras intentaba darme la vuelta antes de bajarlo. En el momento en que sus
pies acolchados tocaron el suelo, Sphinx levantó una pequeña pata, golpeándolo en el
hocico, y luego comenzó la persecución. Mi risa sonó, junto con las risas de mi esposo
mientras los observábamos a los dos deambular por la habitación. Mino se frustró y
soltó gritos adorables cuando Sphinx saltó sobre muebles que eran demasiado altos
para que él los alcanzara.
Cuando derribaron un alto jarrón pintado, jadeé y me estiré, pero pasó entre mis
dedos. Cerré los ojos con fuerza anticipándome a la rotura, pero me encontré levantada
sobre mis pies, el sonido provenía de muy lejos. Abrí los ojos y me encontré en la cama
con Mino y Sphinx a mi lado. El jarrón roto estaba en cientos de pedazos en el suelo en
la esquina.
—Lo siento mucho —dije, sintiéndome muy mal—. Ya no los dejaré jugar en la
habitación.
—No te preocupes por los objetos.
—Era claramente invaluable —argumenté.
—Todo menos la vida es reemplazable.
Comencé a ponerme de pie diciendo:
—Recogeré las piezas grandes.
—Quédate donde estás. Tus pies están descalzos y hay astillas. Renae está en
camino.
Crucé mis brazos, contemplando que Mino cerraba su mandíbula alrededor del
cuello de Sphinx, solo para ser golpeado con fuerza por las patas traseras de la gatita.
Mi familia era rica para estándares humanos. Lo que nos diferenciaba de los
demás no era solo nuestros títulos, sino también nuestras pertenencias. No todos los de
alto rango en nuestra sociedad tenían reliquias invaluables. Me hizo preguntarme, una
vez más, sobre las facetas enigmáticas de mi esposo, una bestia tan rica que sus
pertenencias no tenían ninguna importancia. Eso era… más allá de ser rico, y difícil de
comprender.
Sostuve tanto al cachorro como a la gatita en mis brazos cuando Renae entró,
sacando pedazos y luego barriendo los fragmentos. Cuando terminó, trajo una comida
que compartí con Mino. Sphinx persiguió a Renae y la escoba desde el dormitorio,
probablemente para cazar ratones.
Mientras recogía el delicado y escamoso pescado, pregunté:
—¿Alguna vez comes?
—No consumo comida humana muy a menudo —respondió desde el otro lado de
la mesa.
—Entonces, ¿comes ambrosia y bebes el néctar de los dioses?
—Sí. Pero necesito muy poco para sostenerme.
—¿Puedo verlo? Sé que no puedo saborearlo, pero tengo curiosidad. —La comida
y la bebida de los dioses harían que un humano se volviera loco.
—Muy bien.
Apareció una copa. No tan grandiosa como hubiera pensado. Cerámica simple con
vino, con grabados en oro alrededor de los bordes y la base. Me incliné hacia delante y
miré dentro, haciendo un pequeño sonido desde la parte de atrás de mi garganta
mientras mi cuerpo se apretaba con fuerza. El néctar brilló como un brillante arcoíris
de colores, moviéndose y cambiando. Sabía sin lugar a dudas que el sabor sería
ligeramente dulce, a la vez que refrescante y saludable. Todo dentro de mí quería
alcanzarlo. Lo necesitaba. Una pequeña probada… La copa desapareció, haciéndome
retroceder. No me había dado cuenta de lo cerca que había estado. Me dolía el torso por
apretar tan fuerte contra la mesa.
—Oh. —Me aclaré la garganta.
—De hecho —dijo—. Eso fue néctar. ¿Te gustaría ver una muestra de ambrosía?
Después de cómo me había hecho sentir el néctar, no estaba segura, pero la
tentación de verlo me hizo sacudir la cabeza.
—¿Comes animales? —pregunté.
—No. Nuestro sustento son los árboles y los campos del Olimpo. Frutas y granos.
Nuestra tierra provee todo lo que necesitamos.
—¿Nosotros? ¿Te refieres a inmortales?
Él se detuvo.
—Sí.
Mordí pan que había mojado en aceite de oliva salado.
—Si supongo que tipo de criatura eres, ¿puedes decirme si estoy en lo correcto?
—No. Pero me interesarían mucho tus suposiciones. —Su voz contenía un toque
de diversión.
—Está bien. —Mino gimió, y puse el último bocado de pescado en su boca—.
Equidna. Mitad serpiente, mitad…
—Mitad mujer. Muchos de los mejores híbridos son hembras.
Toqué la mesa. Sabía que las equidnas eran mujeres, pero tal vez algo que los
humanos creían que no era cierto. O había criaturas de las que no habíamos oído hablar.
El oráculo dijo que mi marido era una serpiente alada. Eso podría ser así, pero había
sentido sus manos y su boca. Definitivamente no eran las manos y la boca de una
serpiente. Ahora tenía que analizar lo que sabía de las leyendas para tratar de reducir
esto.
—¿Un sátiro? —Eran conocidos por su sensualidad, y mi esposo definitivamente
emitía esa aura.
Él rió.
—Los sátiros no tienen alas.
Una luz de esperanza se encendió dentro de mí. No estaba diciendo sí o no, pero
estaba dando pistas.
Tomé un trago de agua, mi corazón latía con fuerza.
—¿Eres Tifón? —Tifón era una de las criaturas más legendarias de las leyendas,
incluso un enemigo del dios Júpiter. Era, en efecto, una serpiente alada con serpientes
por pies. Algunos dicen que tenía varias cabezas. ¿Pero también eran cabezas humanas
o serpientes?
—Interesante elección. —Su voz sonaba seca—. Alto como una montaña, o largo
como una ballena gigante. Parte superior del cuerpo de un hombre, de hecho, parte
inferior del cuerpo formado por cientos de serpientes. Ojos ardientes. Cabezas de
dragones por dedos.
Me quedé muy quieta, tratando de imaginar a esa criatura en medio de mí. Ahora
mi garganta estaba seca.
—¿Qué puedes decirme sobre su personalidad?
—Es un genio de la comedia.
Dejé escapar un resoplido accidental y me tapé la boca.
—Sé serio.
—Lo soy. Impresionante ingenio sarcástico para alguien que apenas puede hablar.
La risa brotó de mí, aunque mi mano todavía tapaba mi boca. No tenía idea si
estaba hablando en serio o intentando bromear.
—¿Qué otras teorías tienes? —preguntó.
Me mordí el labio.
—¿Mantícora?
—Mm. Primo de la quimera. Cabeza de un humano con dientes afilados. Cuerpo
de un león. Alas de murciélago. Impresionantes criaturas en combate.
Me quedé mirando el espacio donde él estaba sentado, mis entrañas se movían.
¿Podría ser un mantícora? ¿Tal vez la parte de serpiente de él consistía en esos dientes
afilados? Pensé que había sentido sus dientes contra mis piernas esa noche, pero ahora
no estaba tan segura. Intenté relajar mi cara, pero mis cejas estaban fruncidas.
—Psyche. Extiende tu brazo.
—No. —Mis brazos se pusieron rígidos, manos apretadas fuertemente en mi
regazo.
—Tu brazo. —Su voz era tan firme que Mino se dejó caer de espaldas en el suelo
junto a nosotros.
Mi abdomen se apretó.
—Por favor. ¿Puedes decir lo que sea? ¿Realmente necesitas…? —Grité cuando
una fuerza firme extendió mi brazo sobre la mesa donde estaba plana, con la palma
hacia abajo.
—Mantén tu otra mano en tu regazo —me dijo.
Cerré mi mandíbula, demasiado aterrorizada para moverme. Luego sentí el calor
de la respiración sobre mi antebrazo y la presión de los dientes. Mi garganta se detuvo.
Tenía su boca alrededor de mi brazo, justo como Mino había apretado su boca alrededor
de la garganta de Sphinx antes. Y como la mordedura del cachorro, la de mi esposo no
fue mortal. Intenté recuperar el aliento y sentir la sensación de un conjunto completo
de dientes, superior e inferior, sujetándome firmemente la piel. Incluso me quedé
mirando con asombro al ver esos dientes presionando hacia abajo. Pude ver la huella.
Ninguno de ellos era particularmente fuerte. No eran "colmillos". Y sus labios, que
rodeaban los dientes, eran increíblemente suaves y tiernos. Un rubor acalorado
repentinamente me invadió, alegrándome de estar sentada.
—Está bien entonces —murmuré.
Me soltó y tiré de mi brazo hacia atrás, cerrando mi mano sobre el lugar húmedo
donde había estado su boca. Me puse de pie y me aparté de la mesa, caminando hacia el
lado más alejado de él, tratando de calmar mi cuerpo. No pensé que me acostumbraría
a su manera de probar los puntos.
—Tal vez —le dije, tragando—. Puedes retraer tus colmillos.
—Ninguna criatura puede retraer sus colmillos. O los tienes o no los tienes.
—Bueno, entonces, tal vez hayas perdido los tuyos para parecer menos peligroso.
—Ninguna criatura del Olimpo destruiría voluntariamente las armas con las que
nacieron.
—¿Entonces, qué eres?
Su silla se movió hacia atrás, y lo oí moverse hacia mí. Me congelé en mi lugar.
Cuando habló, su voz era cercana y baja.
—Sé que te molesta no saber quién y qué soy yo. Sé que te preocupa que no pueda
decir las cosas que te facilitarían la mente. Sé que mis excusas parecen sin valor ni
sustancia. Si tan solo… —Su voz se cortó con un sonido gutural, como si su lengua
hubiera sido agarrada.
—¿Sólo qué? —Esperé, escuchando, temblando.
—Date la vuelta y coloca tus palmas contra la pared.
—¿Qué? —Respiré, el terror familiar se elevaba de nuevo—. ¿Por qué?
—Por una vez, ¿puedes hacer lo que te pido sin preguntar?
—¡No!
—Así será.
El aire me hizo girar como un torbellino, presionándome contra la pared hasta que
me vi obligada a empujar hacia atrás con las palmas. Intenté como pude, y lo intenté, no
podía girar ni moverme. Gruñí y apreté los dientes con esfuerzo.
—Ahí. Ahora quédate quieta.
Débil. Así era como me sentía en ese momento, y lo odiaba. No sabía qué planeaba
hacer, pero estaba cansada de dejar que me controlara. Cuando sentí que el aire me
soltaba, me di la vuelta y pateé un pie tan fuerte como pude, levanté los puños para
luchar, pero mi pie fue atrapado, aparentemente por el aire, y el torbellino me empujó
de nuevo. , mis dedos se extendieron contra la pared, los pies apoyados en el suelo.
—Aplaudo tus esfuerzos —dijo rotundamente—. Ahora esta vez. No. Te. Muevas.
Dejo escapar un grito lo suficientemente fuerte como para sacudir la habitación.
Y aunque permanecí exactamente donde estaba, estampé mi pie con todas mis fuerzas,
pisando fuerte hasta que me dolió, sacudiendo mis huesos.
Los brazos de mi esposo me rodearon desde atrás, envolviéndome firmemente
alrededor de mi estómago, su pecho contra mi espalda y su cara presionada en mi
cuello. Él era fuerte. Era lo más que había sentido de su cuerpo. Me quedé inmóvil,
captando la sensación de cada lugar donde nuestros cuerpos se tocaban, desde la parte
posterior de mis pantorrillas y piernas, la parte inferior, la espalda y los hombros, hasta
el estómago y el cuello. Luego cayó la calma, y supe que sus alas nos habían rodeado.
Una nube de madreselva cálida y picante, como una brisa de verano, llenaba el pequeño
espacio, su belleza me hacía gemir.
—Shh —susurró en mi piel.
—¿Qué quieres? —grité, sintiéndome comprimida y abrumada.
—Esto —susurró—. Solo esto.
Él me estaba sosteniendo. Dioses, se sentía… bien. Se sentía real. Odiaba cómo él
podía nublar mi juicio de esta manera. Pensé en lo que me había dicho la última vez.
“Hazte un favor. Imagina que soy Leodes”.
Así que lo hice. Cerré los ojos e imaginé su cabello oscuro y sus pestañas. Su
hermoso rostro enterrado en mi cuello. Sus fuertes y dorados brazos me envolvieron.
Me imaginé que le importaba. Me imaginé que me amaba mientras me sostenía,
murmurando sonidos calmantes contra mi piel, y lloré.
DIECIOCHO
INAPROPIADO
Leodes olía a miel. Me desperté en la penumbra del amanecer, con el cuerpo
húmedo y dolor en mis partes más íntimas. Los restos de mi sueño revolotearon en el
borde de mi conciencia, la forma en que nuestros cuerpos se habían entrelazado, nunca
se unieron completamente. El cuerpo de Leodes con la voz y el aroma de mi esposo.
¿Por qué me había despertado? Recordé los ladridos de Mino desde muy lejos. Gemí,
juntando mis rodillas bajo las sábanas. Quería volver a mi sueño.
—Puedo ayudar si me dejas.
Me sobresalté con sorpresa, todo mi cuerpo temblaba por los tonos eróticos de la
voz de mi esposo al lado de la cama. Demasiado cerca. Me giré para enfrentar su forma
invisible y una ráfaga de miel me golpeó, causando un aumento de calor que empujaba
a través de mi cuerpo, cayendo hacia abajo hasta que se asentó en mi centro,
ronroneando. Un profundo rubor llenó mi cara, cuello y pecho. Estaba tan abrumada
con mi sueño que no lo había sentido allí.
—N-no —tartamudeé, agarrando las mantas—. Estoy intentando dormir.
—Al negarme —dijo con voz ronca—. Te niegas a ti misma.
—No me niego nada —mentí, avergonzada de que él pudiera leer mi necesidad
tan fácilmente. Maldito sea. Maldita sea la humillación.
Me incorporé, pasándome los dedos por el cabello, tratando de arreglármelas.
Recompuse la cara y apreté los muslos con fuerza, pero eso no ayudó a mis
circunstancias.
—¿No tienes que trabajar? —pregunté—. Es la luz del día.
—Cuéntame tu sueño. —Su voz se había movido. Estaba acechando alrededor de
la cama otra vez.
—No lo recuerdo.
—¿Es eso así? Algo que ver con Leodes, creo. Viendo cómo gemiste su nombre.
—¡No lo hice! —¿Por qué estaba discutiendo? Cerré la boca con fuerza, y él se rió
entre dientes, dirigiéndose hacia el otro lado de la cama—. ¿Dónde está Mino? —le
pregunté.
—Afuera con Sphynx. —Su voz bajó, y vi una hendidura en el borde de la cama.
Estaba sentado muy cerca de mí. No podía entender por qué mi cuerpo aún no se había
enfriado y se había asentado. El miedo que corría a través de mí debería haber sido
suficiente para ahuyentarlo. Pero su cercanía solo empeoraba las cosas, prueba de que
era capaz de encantar.
—Para eso. —Suspiré—. Lo que sea que estés haciendo.
—Simplemente estoy sentado y hablando.
—No. —Sacudí la cabeza, un zumbido cantando a través de mis muslos y hacia
arriba—. Estás haciendo algo. Algún tipo de misticismo.
—Estoy siendo yo mismo. Tu alma me siente, el verdadero yo, y le habla a tu
cuerpo.
Dejé escapar una risa seca y coloqué las sábanas sobre mis senos, que se sentían
más firmes y tensos de lo normal. Todo mi cuerpo temblaba de miedo y deseo.
—Confía en ti misma, Psyche. Confía en tu alma.
Mi cabeza se sacudió de un lado a otro. Me negué a caer por esto. Él se acercó más
y yo contuve la respiración.
—¿Crees que prefiero obligarte a aceptar mis afectos?
—No —le contesté—. Estoy segura que preferirías me hubiera entregado sin
pensar y me hubieran borrado la mente de mis propios pensamientos y elecciones.
—Estás equivocada. —La ira canturreó su voz—. Pero si así es como insistes,
seguiré haciendo lo que debo.
Justo como lo habían hecho la otra noche, las mantas salieron volando de mí,
haciéndome enderezarme y gritar, pero no había forma de escapar. Las manos calientes
me agarraron de los tobillos, tirándome hacia abajo, y luego él estaba encima de mí,
sujetando mis brazos sobre mi cabeza. Golpeé y grité, pero solo lo ayudó a acomodar su
cuerpo fuerte entre mis piernas. Cuando sentí un bulto masculino inconfundible
presionado con fuerza contra la suavidad de mi propio corazón húmedo y sensible,
aspiré un trago de aire y me quedé inmóvil como una piedra.
Ambos respiramos pesadamente, su olor natural intoxicante.
—Todo lo que quiero es un beso —dijo, aunque su cuerpo estaba pidiendo mucho
más.
Mi voz temblaba.
—Nunca te besaré. —Pero quería hacerlo. Dioses, ¿cómo podría un monstruo
tentarme así? Los dos estuvimos en silencio por un largo y tenso momento.
—Toma tus pies y córrelos a lo largo de mis piernas.
—¿Qué? —¿Estaba loco? Bueno, sí, probablemente.
—No puedes tocarme con tus manos, pero tus pies están permitidos.
Me estaba dando la oportunidad de explorarlo. Una forma de evitar la regla de "no
tocar". Me quedé quieta, excepto por el rápido ascenso y descenso de mi pecho. ¿Quería
saber cómo se sentían sus piernas? Era un momento de verdad. ¿Sentiría escamas?
Cerré los ojos, aterrorizada, pero me armé de valor. Tenía que aprovechar la
oportunidad.
Tentativamente, puse mis pies hacia adentro hasta que mis dedos tocaron la piel
desnuda y caliente de sus piernas. Me quedé sin aliento. Estaba tan cálido. Corrí los
dedos de los pies hacia arriba y hacia abajo, lo que parecía una fuerte pantorrilla con
vello normal. Mi pie entero presionaba contra él ahora, luego el otro, corriendo hacia
los tobillos, pies largos y dedos de los pies. Se sintió... bien.
—Está bien —susurré, dejando caer mis pies de nuevo a la cama—. Estoy
satisfecha.
—¿Lo estás, sin embargo?
Asentí, sintiéndome inarticulada. No pude agradecérselo, aunque me sentí
inmensamente aliviada.
—Pero no entiendo. ¿Por qué miente el oráculo?
—¿Mentira?
—Dijo que eras una serpiente alada.
Se rió entre dientes, y el movimiento en su abdomen inferior lo hizo frotarse
contra mí, haciendo que todo mi núcleo se apretara y palpitara. ¡Maldito sea de nuevo!
—Tal vez metafórico.
—Bueno, eso es injusto —le dije. Le di a mis brazos un suave tirón, pero él los
presionó más fuerte en el colchón sobre mi cabeza.
—Es hora de nuestro beso. —Sentí sus palabras contra mis labios, y mi cuerpo
zumbó.
Aterrada, volví la cabeza a un lado.
—No. No besos.
—Muy bien, no besos. —Arqueó sus caderas contra las mías y mi cabeza voló hacia
atrás.
—¡Dioses! —Jadeé, luchando contra todas las ganas de frotarme violentamente
contra él a cambio—. ¡No hagas eso!
—¿Qué? ¿Esto? —Sus caderas rodearon, aplastando nuestros cuerpos juntos, la
fricción enroscando mis entrañas de una manera que nunca había experimentado.
—Por favor... por favor no lo hagas.
Suspiró contra mi boca.
—En toda la historia no puedo recordar el momento en que una mujer ha pedido
que no se sienta complacida cuando su cuerpo le pide claramente lo contrario. Dime
por qué, Psyche.
Mis ojos ardían de frustración.
—No confío en ti.
—No tienes que confiar en mí para usarme.
—Estaría mal.
—¿Mal cómo?
—No puedo explicarlo. —Oh, caliente Hades, el peso de él encima de mí era más
delicioso que cualquier néctar. Mi cabeza se volvió hacia él y, para mi sorpresa absoluta,
sentí su frente más abajo que la mía, luego la punta de su nariz tocó la mía. Nuestra
respiración se mezcló, y mi corazón saltó ante la sorprendente dulzura.
—No tienes idea de lo que daría si te complaciera, Psyche.
Tiré mi cabeza hacia un lado, lejos de él, mi corazón latía con fuerza. "
—No digas cosas así.
Una vez más, se rió entre dientes.
—Es perfectamente correcto que un esposo le diga a su esposa exactamente cómo
se siente y qué quiere. Leodes no te habría hablado tan íntimamente.
Leodes. Dioses... solo el pensamiento de la boca sexy de ese hombre que me decía
esas palabras me hizo suspirar y ablandarme.
—Déjalo ir todo. —Su aliento estaba ahora contra mi cuello, y sus caderas se
presionaron contra las mías, enviando estrellas a mi vista—. No pienses en nada.
—Yo... —Las palabras me fallaron cuando movió su cuerpo de una manera que
hizo que la longitud de él se deslizara completamente en la inclinación de mi condición
de mujer, encendiendo cada sensación desconocida. Nunca había sentido a un hombre
contra mí, ni siquiera a través de la ropa. Nunca me imaginé que se sentiría así. Todo mi
cuerpo fue picado. ¿Podría hacer lo que él dijo, usarlo y no dejar que eso afecte mi
mente? ¿Qué le dolería? No le estaba dando nada, a pesar de lo que él pudiera pensar.
Sería para mí. Podría seguir siendo fuerte. Yo podría hacer esto. ¿Verdad?
Sin otro momento de vacilación, redondeé mi espalda para levantar mis caderas
provisionalmente. Mi esposo siseó entre dientes y no dijo nada, pero su cuerpo tomó el
control. Independientemente del tipo de criatura híbrida que fuera, si la experiencia de
sus movimientos era un indicio, definitivamente había estado con mujeres. Exploraría
mis sentimientos sobre eso más tarde. En este momento, nos movimos juntos en un
baile deslumbrante, y de alguna manera, ambos conocíamos la coreografía. Mantuve mi
cabeza a un lado con los ojos cerrados. Mis labios se separaron mientras respiraba
pesadamente mientras él se movía sobre mí. Mi cuerpo se retorció y arqueó, mis rodillas
hacia arriba, presionando y sintiendo sus muslos musculosos, sus caderas fuertes, su
estómago plano, su dureza masculina.
La acumulación se tensó en mi abdomen inferior, mi camisón húmedo entre
nosotros. Cada parte de mi carne estaba al borde de la ignición, y luego aceleró el ritmo,
frotando arriba y abajo, fuerte y rápido, encendiendo una chispa en mi núcleo que
estalló en llamas. Grité, mi cuerpo se tambaleaba, pero él se quedó conmigo,
presionando toda su fuerza en mi liberación cuando llegó en oleadas. Fue una
experiencia de cuerpo entero, mi piel hormigueaba de la cabeza a los pies de la manera
más gratificante. Así que, de esto se trataba todo el alboroto entre las mujeres que
charlaban.
Su mejilla estaba contra la mía cuando bajé de mi altura, mi cuerpo temblaba, y
luego sus labios se cernían sobre los míos.
—Y ahora por ese beso —susurró.
Estaba demasiado contenta para pensar con claridad. Cuando sus labios tocaron
los míos, dolorosamente suaves y tiernos y cálidos, gemí. Era la crema encima de un
postre inesperadamente rico. Él se fundió en mí, y lo dejé. Dioses me ayuden. Lo dejé. Y
su boca era extraordinaria. Labios llenos. Una lengua suave y aterciopelada que llegó a
mi boca para encontrarse con la mía. Recibí un beso cuando tenía dieciséis años, uno de
los jóvenes soldados de papá en camino a la guerra, pero había sido apresurado y
demasiado exploratorio. ¿Cómo había aprendido mi esposo, una criatura oscura del
Olimpo, a besar y mover su cuerpo de una manera que complacería a una mujer humana
de manera tan extraordinaria?
Cuando el beso terminó, lo sentí mirándome. Mi cuerpo ya se estaba enfriando, y
al sentir sus ojos en mí me hizo notar la humedad entre nosotros, mi camisón saturado
donde nuestros cuerpos se habían tocado, y la manera desenfadada en que me había
entregado a mis instintos más bajos... con un monstruo.
—Miedo otra vez —susurró—. Fue encantador no olerlo por unos momentos.
—Suéltame. Por favor —le rogué.
Hizo lo que le pedí, soltando mis muñecas y bajándome con un profundo suspiro.
Escuché el sonido de sus alas abriéndose y cerrándose en rápida sucesión y sentí que el
aire se movía. Tiré de las mantas y levanté mis rodillas, envolviendo mis brazos
alrededor de ellas. Yo solo… él… oh, ¡las profundidades del inframundo! Estuve bajo un
trance. Era la única forma de explicarlo. Mi cara se puso roja.
—El arrepentimiento y la duda —murmuró desde el extremo de la cama—.
Rasgos humanos traicioneros.
Agarré mi cabeza en mis manos.
—No te dejaré manipular mi mente de nuevo.
—¿Manipulación? Eso fue todo tú, Psyche —dijo. Los tonos eróticos se filtraban
en su voz como si todavía me estuviera imaginando retorciéndome debajo de él. Se
estaba regodeando, y eso alimentó mi ira.
—¡Mientes!
—Puedo retener la verdad, esposa, pero nunca miento. Disfruta tu día.
Me dejó y me senté allí tratando de controlarme. Mi mente se tambaleó, y mi
cuerpo todavía zumbaba.
—Está bien —me susurré—. Todo está bien". No tenía idea de qué creer, pero mi
mente seguía siendo mía. Solo había sido un momento de debilidad, eso es todo. Aunque
sentí vergüenza e incredulidad, no se hizo daño.
Todo está bien.
DIECINUEVE
NOSTALGIA
Me senté en la cama, sin moverme, durante demasiado tiempo, analizando cada
momento de esta mañana. Cada motivación que ambos podríamos haber tenido. Cada
posible consecuencia. Le di vueltas a cada detalle en mi mente, explorando maneras en
las que podría tener control sobre mí ahora después de lo que habíamos compartido. Y
llegué a una conclusión.
Estaba bien.
Mi mente era fuerte. Permitirme un momento de placer con él,
independientemente de nuestra situación, no le daba influencia sobre mí. Los que
fueran los poderes mágicos que tenía, no iba a caer por ellos. Sí, de acuerdo, lo había
deseado, y por eso me había permitido un momento de debilidad. Pero una cosa era
segura: No sucedería de nuevo. Yo tenía el control.
Una vez empecé a relajarme finalmente, su beso se adelantó a la vanguardia de
mis pensamientos. Nuestra media cópula había sido pura necesidad física, pero ese
beso… había sido tempestivo e íntimo. Demasiado íntimo. La única razón por la que se
había sentido tan maravilloso era que había estado completamente abrumada por lo
que había pasado, mi cuerpo saciado, y mis pensamientos conscientes a la deriva.
Definitivamente no podía dejarlo besarme de nuevo. Eso era el tipo de cosa que podía
herirme, debilitarme. Besar era para gente enamorada.
Nunca estaríamos enamorados.
Afuera, muy lejos, Mino empezó un ataque de ladridos. Me levanté de la cama y
corrí hacia la ventana, abriéndola. El cachorro estaba ladrándole a un árbol con la forma
de un soldado centauro a donde había perseguido a una ardilla. El animal estaba
agitando su espesa cola furiosamente.
—¡Ya voy, Mino! —Ante el sonido de mi voz, miró, se quedó quieto y luego todo
su cuerpo empezó a moverse de lado a lado mientras su cola se meneaba con júbilo.
Dejé escapar una carcajada y corrí a mi armario, rápidamente quitándome el
camisón y poniéndome un vestido de color melocotón, cintura alta y que se asentaba en
ambos hombros y caía bajo en mi pecho. Eché mi cabello hacia atrás y lo enrollé en un
nudo, sujetándolo con horquillas, luego salí de la habitación. Necesitaba la luz del sol
para aclarar mis pensamientos.
Una bandeja flotante estaba esperando al final del pasillo y desaceleré, gritando:
—¿Renae? ¿Eres tú?
—Sí, alteza. ¿Le gustaría comer en el jardín?
—Sí. Gracias.
Me siguió por los amplios pasillos hasta que salimos y dejó la bandeja sobre la
mesa de mármol. Ambas dejamos escapar sonidos de sobresalto cuando el arbusto
cercano con forma de Pegaso se agitó y Sphinx salió corriendo con algo en su boca.
—¿Qué has conseguido? —pregunté mientras Renae hacía un sonido de disgusto.
Sphinx dejó caer un ratón gris muerto a mis pies—. Oh, pobre cosa. —El roedor, no mi
gato—. ¿Lo has traído como un regalo? —Lamió su pata y saltó sobre mi regazo,
dejándome acariciarla—. Muy amable de tu parte, gatita, pero es todo tuyo. Insisto. —
Besé su cabeza y la bajé. Felizmente tomó el ratón y se alejó.
Mino olisqueó el lugar donde el ratón había estado, luego empezó a lamer los
dedos de mis pies a través de mis sandalias, lo cual me hizo soltar una risita.
—¿Necesita algo más? —preguntó Renae.
Suspiré y miré el lugar vacío donde se paraba.
—Desearía poder verte.
—No hay mucho que ver, para ser honesta.
—No me importa cómo luzcas, Renae. Es solo… extraño y solitario nunca ver a
nadie. Me alegra que Mino y Sphinx sean visibles, pero es difícil.
—No puedo entender cómo eso sería difícil. ¿Está al menos disfrutando de su
tiempo con su esposo más ahora que ha tenido la oportunidad de llegar a conocerlo?
—No —respondí demasiado rápidamente, pensando en esta mañana y
sonrojándome con calor. Le lancé la mitad de un huevo hervido al ansioso cachorro y
esperé que Renae no pudiera ver mi sonrojo. Dejó escapar un pequeño sonido como si
no me creyera—. Desearía que tuvieras permitido decirme algo sobre él.
—Desearía poder también. —Palmeó mi hombro y contuve la urgencia de
alcanzar su mano y sostenerla ahí. En ese momento, extrañé a mi madre. Sí, me había
consentido y había sido vanidosa y orgullosa, pero me quería. Nunca lo dudé. Papá
también. Debían haber estado tan preocupados. ¿Pensaban que estaba muerta? ¿O que
me torturaban a diario, como poco? Punzadas de ansiedad y tristeza me perforaron.
—Oh, por favor, no esté triste, princesa. —Renae acarició la cima de mi cabeza.
—Desearía poder escribir a mi familia.
Renae estuvo en silencio por un largo momento.
—Debería preguntarle a su esposo.
Resoplé con burla.
—Nunca lo permitiría.
Ahora ella resopló.
—Bueno, no lo sabrá a menos que pregunte. —Con eso, palmeó mi hombro una
última vez y se fue, de vuelta al castillo. Tenía razón, por supuesto. Pero si le preguntaba
y decía que no, estaría furiosa. Tal vez era lo que necesitaba para recordar que era un
monstruo. Necesitaba encontrar maneras de hacer que me lo mostrara.
Picoteé la comida. Era extraño no tener apetito. Siempre estaba hambrienta en
casa. Las horas de la comida estaban normalmente llenas de charla, chismes y risa.
Comer sola, incluso con un atento perro, no era lo mismo. Le di a Mino varios bocados
más y tomé unos pocos antes de bajar al suelo con él. Se entusiasmó, lamiendo mi rostro
y saltando sobre mí, de un lado a otro, haciéndome aullar de risa. Incluso Sphinx
apareció para frotarse contra mí y que rascara su pequeña cabeza.
—Demos un paseo —les dije—. Esta vez, con suerte, no seremos alimento para el
león de montaña.
Caminamos juntos sobre las colinas, el ardor del ejercicio sintiéndose genial en mi
cuerpo. Me detuve en el campo de tiro con arco para disparar algunas flechas,
asegurándome que los animales se quedaban detrás de mí. Luego nos dirigimos por los
árboles. Reí cuando Mino y Sphinx empezaron a pelear, solo para caerse por la colina
juntos en un torpe lío de pelaje. Jugaron todo el camino hacia el bosque.
Cuando los árboles literalmente se giraron hacia mí, como si abrieran sus brazos
en bienvenida, emociones se elevaron dentro de mi corazón. Los árboles, mis mascotas
y una sirvienta invisible eran mis únicos amigos. Pero no debería tomarlos por
garantizado.
—Hola, bellezas —dije con reverencia mientras pasaba una mano por el tronco
suave más cercano. El árbol tembló bajo mi toque, haciéndome sonreír.
De soslayo, vi a Mino aproximarse a un árbol y levantar su pierna. Antes de que
pudiera decir una palabra, la raíz más cercana se levantó y empujó al cachorro. Se
tambaleó y aulló, corriendo hacia mí. Me agaché y lo tomé en mis brazos, acariciando su
tembloroso cuerpo. El lomo de Sphinx se erizó y siseó al árbol. Era demasiado pequeña
para dar miedo, pero fue divertido de ver.
—Está bien, todos. —Miré al árbol—. Me disculpo. Él no pretendía hacer daño. Los
perros no son muy inteligentes comparados contigo o conmigo. —Sphinx se acercó más,
paseándose alrededor de mis piernas—. Sé que no están acostumbrados a los animales
—les dije a los árboles—. Prometo que no les harán daño. —Me sentí triste cuando
permanecieron quietos. Los árboles no se preocupaban por mis acompañantes. Eso no
era bueno. Incómodo, en realidad. Dejé escapar un largo resoplido y palmeé el árbol de
nuevo—. Los alejaré y traté de visitarlos sin ellos pronto.
No se movieron y me volví para irme, la carga de la soledad asentándose incluso
más pesada sobre mí. Mino lamió mi barbilla. Esperé hasta que subimos la colina más
cercana antes de dejarlo correr junto a mí de nuevo. Sphinx nos había seguido y
reanudaron sus payasadas juguetonas una vez más.
Cuando regresamos al jardín, mi bandeja de comida había sido retirada. Entré y
me dirigí a mi habitación, sintiéndome cansada. Pero más que meterme en la cama, fui
al escritorio y encontré pergamino y una pluma con tinta. Sphinx saltó sobre la cama y
se acurrucó. Mino se dejó caer a mis pies y se quedó dormido.
En la silenciosa habitación, me perdí en las palabras. Escribí a mamá y papá
primero, revelando información para aliviar sus mentes, mientras que no daba ninguno
de los inquietantes detalles, tales como el hecho de que no podía ver a nadie. Estoy bien.
Creo que estoy en algún lugar en el Olimpo, y estoy a salvo. La comida es increíble. Mi
esposo no me hace año, así que, por favor, no se preocupen. No mentiría para ahorrarles
sufrimientos. Me conocían demasiado bien para eso. Todos sabíamos que este arreglo
era un castigo.
Les conté sobre Mino y Sphinx. Luego escribí a mis hermanas, haciendo una
crónica de mi armario y todos los detalles que apreciarían. Sabía que nadie de mi familia
leería estas cartas, pero me hacía sentir más cerca de ellos escribirles e imaginar
reconectar.
Tan pronto como enrollé el pergamino y até una cuerda a su alrededor, mi tristeza
se volvió incluso una carga más pesada sobre mis hombros. Me pregunté cómo estaba
Boldar, mi guardia, y si extrañaba perseguirme. Me pregunté y si nada de esto hubiera
sucedido, si hubiera encontrado a Leodes, o si otro pretendiente se hubiera dado a
conocer y pudiera haber tenido amor.
No todas las mujeres amaban a sus esposos. Lo sabía, por supuesto. Las
afortunadas nos daban al resto algo con lo que soñar. Ahora, el conocimiento de que
nunca tendría esa oportunidad se añadió a las capas de desesperanza pensando sobre
mí.
Me incliné y recogí el cuerpo blando y durmiente de Mino. Dio un amplio bostezo,
mostrando todos sus afilados dientes de cachorro, y lo llevé a la cama donde nos
acurrucamos con Sphinx hasta que finalmente me quedé dormida.
VEINTE
JUEGO
En el momento en que desperté, sentí su presencia y su olor, lo que envió a mi
cuerpo y mente a un frenesí de sensaciones conflictivas. El miedo estaba allí, siempre
el terror inicial de que este sería el momento en que atacaría. Pero ahora el miedo
estaba acompañado de sentimientos más confusos: El asombro y la curiosidad se
mezclaban con el más desagradable de todos... la lujuria. Por medio segundo, me sentí
feliz de no estar sola antes de recordar que eso era exactamente lo que él quería.
Quería que lo necesitara y que confiara en él en todos los aspectos: Comida,
refugio, seguridad y compañía. Podría tomar las tres primeras cosas sin involucrar mi
mente y mi corazón, pero la última parte era más compleja. Una pequeña parte de mí
estaba realmente feliz cuando apareció después de haberse ido todo el día. Esa es la
parte de mí que tenía que mantener bajo constante vigilancia.
—A veces estás en paz mientras duermes —murmuró—. Pero otras veces, como
ahora, la preocupación sigue arrugando tu rostro, incluso mientras sueñas.
Mino, quien también había sido despertado, rodó sobre su espalda, con su delgada
cola moviéndose con una emoción nerviosa mientras miraba el espacio vacío. Sphinx se
abalanzó hacia él y observé cómo su pelaje se alisaba sobre su cabeza, cuello, cuerpo y
cola. Mi esposo la estaba acariciando.
Me senté, frunciendo el ceño, alisando mi cabello y arreglándolo. No estaba segura
cómo me sentía cuando me observaban mientras dormía. Era desconcertante, pero
supongo que inofensivo. Aun así, cada momento en el que él estaba conmigo, estaba
aprendiendo de mí, lo cual no era algo bueno. Más para que lo use contra mí cuando
llegara el momento.
Rasqué el vientre suave y expuesto de Mino, patético cachorro. Todavía lo miraba
con los ojos muy abiertos, y eso me hizo pensar.
—¿Crees que él puede verte?
—Sí. Los dos pueden.
—¿Cómo?
—Porque lo permito. —Un extraño sentimiento de celos se deslizó a través de mí.
Entrecerré los ojos al aire que llevaba su voz, y él se echó a reír.
—¿Has estado escribiendo? —Su tono era cuidadoso.
Asentí, alisando la tela de mi vestido sobre mis rodillas.
—A mi familia. Los extraño, y sé que están preocupados. Estoy segura de que no
me permitirías enviarlas, pero...
—Asumes muchas cosas.
Mi cara se alzó sorprendida.
—¿Puedo enviarlas?
Hizo una pausa, se aclaró la garganta.
—Las enviaré, pero no puedes recibir el correo de respuesta.
Podría estar mintiendo, a pesar de su insistencia en que nunca miente, pero mi
espíritu se regocijó con el pensamiento de que mi familia supiera que estaba a salvo. O,
al menos, tan a salvo como podría esperarse.
—Gracias.
—Por favor, no me lo agradezcas. —Dejó escapar un profundo suspiro seguido de
una pesada pausa—. Tenemos que hablar sobre lo de esta mañana.
El calor subió a mis mejillas mientras sacudía mi cabeza y miraba a Mino.
—Preferiría que no.
—Estoy seguro de que eso es cierto, pero tengo cosas que decir. —Su voz se fue
apagando, débil y luego más fuerte, y podría decir que estaba caminando mientras
hablaba—. Ya sabes que hay ciertos temas que no puedo incumplir, lo que dificulta las
conversaciones contigo.
Hizo otra pausa, y yo asentí que entendía. Sphinx se acurrucó en mi regazo,
lamiendo su pata.
—Lo que sucedió esta mañana, y los otros casos en los que nos tocamos, no
volverán a suceder. A menos que, por supuesto, lo inicies tú.
Deje escapar una risa seca.
—¿A qué estás jugando?
—Siempre piensas que esto es una especie de juego para mí. —Se calló un
momento—. Quizás esa es una metáfora con la que puedo trabajar. —Hizo una pausa
de nuevo, y esperé, mi corazón latía más rápido en anticipación. Finalmente, reunió sus
pensamientos y continuó—. Algunos juegos se juegan uno a uno. Por ejemplo, el tablero
con piedras. —Hizo una pausa, así que asentí—. Y algunos juegos se juegan en equipos.
¿Qué dirías si te dijera, Psyche, que no estoy...? —Hizo un ruido confuso, seguido de una
palabra que sonaba como una maldición—. No puedo decir eso. De acuerdo... imagina
un juego con dos jugadores en un equipo juntos contra un solo oponente. —Exhaló y lo
soltó apresuradamente, como si hubiera terminado una gran tarea.
Mi interior tembló ligeramente ante la extraña sensación de que estábamos en
una importante encrucijada. Pensé en lo que había dicho. Un equipo de dos contra un
equipo de uno. Mis ojos se estrecharon.
—¿Estás diciendo que estamos en el mismo equipo? ¿Contra otro?
Él rió, luego se aclaró la garganta de nuevo.
—No puedo responder. —Pero sonaba alegre, como si estuviéramos en la misma
página.
—Bueno, supongo que eso cambiaría las cosas —dije, casi para mí misma. Si eso
es verdad. —Gruñó, y mi corazón se aceleró—. Sé que dijiste que no puedes mentir,
pero no puedes culparme por ser cautelosa.
Un gruñido más bajo esta vez.
—¿Esto significa que estás siendo castigado también? —le pregunté.
Su respuesta fue un susurro.
—No exactamente. —Sonaba decididamente triste. Me avergoncé del nivel en que
su aparente tristeza me afectó. Me sentí mal por él por un momento, luego sacudí la
sensación. Independientemente de lo que había hecho para ser castigado,
probablemente se lo merecía, al igual que lo hice por permitir que mi familia y mi gente
me veneraran cuando sabía que estaba mal.
—Espera —le dije—. ¿Cuál es exactamente tu castigo en esta situación?
Sin embargo, otro gruñido, este claramente un sonido de frustración.
—¿Por qué debes pensar en las cosas en términos de castigo? Estamos hablando
de un juego, si lo recuerdas. En un juego hay reglas, y hay estrategia.
—También hay ganadores y perdedores —le dije.
—Precisamente. —Sonaba como si se hubiera girado bruscamente para
enfrentarme—. Cuando juego un juego, no quiero perder. Tú tampoco deberías. Nunca
he perdido. —Puse los ojos en blanco mientras él continuaba—. Y me he dado cuenta
de que ciertos juegos requieren una estrategia más suave que otros.
Miré hacia arriba, escrutando su analogía.
—Entonces, asumiendo que somos un equipo y debemos trabajar juntos, ¿cuál es
nuestro objetivo? ¿Cómo ganamos?
Sus pies eran pesados contra el suelo cuando se acercó a la cama y dos marcas
aparecieron al final, donde se apoyó en el colchón con las manos.
—Ahí es donde debes confiar en tus instintos, Psyche.
Me eché hacia atrás con un largo gemido, sosteniendo mi cabeza.
—Esto es demasiado.
—No tienes más remedio que jugar. Algunos juegos, esposa, tienen más en juego
que la mera gloria.
Eso hizo que me doliera el estómago. Algo malo pasaría si nosotros no ganamos
este juego. Espera nosotros ¿Estaba realmente creyendo en este "equipo" sin sentido?
—¿Qué más sabes sobre los juegos? —preguntó—. Piensa.
Sacudí la cabeza, dejando escapar un largo suspiro.
—Algunos juegos se juegan en un sistema de puntos. ¿Hay puntos que ganar en
este hipotético juego?
Un gruñido que suena negativo.
—No hay puntos —le dije—. ¿Un objetivo final, entonces?
—Mm. —Eso no fue un sí o un no, pero sonó afirmativo.
—Está bien, así que supuestamente estamos trabajando para algo. Juntos. —
Estaba callado, muy callado. Pero sentí una chispa entre nosotros—. ¿Podrías darme
una pista?
—No —dijo—. Ese tema, sobre todo, es algo que no puedo acercarme
verbalmente.
Maldita sea.
—¿Qué más? —preguntó—. Piensa.
—Tan insistente —susurré cuando Mino se puso de pie y se sacudió, mirando
alrededor, probablemente por un lugar para aliviarse.
Antes de que pudiera levantarme, Mino se levantó en el aire hacia la ventana
abierta. El cachorro todavía no estaba acostumbrado a esto. Sus orejas estaban hacia
abajo, y me miró por encima del hombro sin poder hacer nada.
—Está bien, muchacho —le dije, tratando de no reír. Me puse de pie y me dirigí a
la ventana para ver cómo bajaban al cachorro al suelo, como pensaba—. Algunos juegos
tienen límites de tiempo, metas que deben alcanzarse en un tiempo determinado.
Mientras que otros, como las piedras, no tienen límite. Juegas hasta que alguien gane.
—Sí.
—Entonces, ¿qué tipo de juego es el nuestro? —le pregunté—. ¿Tenemos un límite
de tiempo? —Se quedó callado de nuevo, y el silencio aumentó mi ansiedad—. ¿Cuánto
tiempo, esposo? —Cuando él todavía no respondió, envolví mis brazos alrededor de
mí—. Ya veo. Entonces no mucho. —Su continuo silencio fue toda la afirmación que
necesitaba.
—¿Qué te dice tu instinto, Psyche? —Se quedó cerca. Tan cerca que podía olerlo
cuando la brisa desde la ventana nos acarició. Tuve que tragar.
—No lo sé —susurré, pero eso era una mentira. Mi instinto me decía que confiara
en él. Para aprender de él de la misma manera en que trataba de aprenderme de mí, que
nuestro juego final dependía enormemente de la confianza. Mi instinto decía que no
quería hacerme daño, un concepto que era lo contrario de lo que creía firmemente
cuando llegué. ¿Podría confiar en mi instinto ahora, o mis instintos se habían visto
comprometidos en el camino? No lo sabía, pero creía inequívocamente que no tenía
todo el tiempo del mundo para contemplarlo.
O elegiría creerle a mi esposo y esforzarme al máximo para actuar como su
compañera de equipo en este misterioso juego, o seguiría escuchando la voz paranoica
en mi cabeza que me decía que luchara contra él hasta el amargo final para salvarme.
Era hora de decidir.
VEINTIUNO
INSTINTOS
Mientras estaba sentada contemplando, Mino fue cargado de vuelta en la
habitación. De repente, la alcoba se oscureció y las velas se encendieron a lo largo de
las paredes. Mi corazón dio un gran salto y me aparté de donde estaba junto a mi esposo.
—Psyche —dijo, decepción en su tono. Pero parecía entender mi inquietud,
porque ahora hablaba en voz baja—. Hay algo íntimo sobre la oscuridad y la luz de las
velas.
Asentí.
—Voy a lavarme. —Luego me apresuré a ir al armario para tomar un camisón
limpio, llevándolo a la sala de baño donde me encerraba. Mi cuerpo temblaba cuando
pasé un paño húmedo sobre mi piel y cepillé mi cabello. No podía convencerme de que
ya no me tocaría nunca más. Una vez que me vestí, corrí de vuelta a la habitación y me
acerqué a la cama, pero me detuve en seco cuando vi la hendidura en un lado, el gato
acurrucado por encima sobre la hendidura en el aire, y a Mino, de espaldas en el medio,
parecía que le frotaban el vientre. ¿Estaba Sphinx sobre mi esposo?
—Dormiré a tu lado —dijo mi esposo con naturalidad.
Mi boca se abrió y permaneció así por un largo momento.
—D-dijiste que no vendrías a la cama a menos que te invitara. —Y sin embargo,
dos veces lo había hecho, entrando en mi cama y obligándome a aceptar su afecto.
—Lo que quise decir específicamente, querida esposa, es que no consumaría
nuestro matrimonio hasta que lo solicites.
Sentí como si una llama hubiera sido encendida debajo de mi piel. Me quedé
mirando el borde de la cama, mordiéndome el labio, con el corazón al galope. Tenía que
saber que nunca pediría que eso sucediera, pero habló con su habitual, característica y
desconcertante confianza, como si a la larga fuera algo seguro.
—Dime por qué has decidido no volver a tocarme —dije, y luego agregué
rápidamente—: No me estoy quejando. Simplemente tengo curiosidad. —Mi peso pasó
de un pie al otro.
—No se sentía auténtico —respondió—. Como forzado.
Sonaba tan sincero. Me enloqueció que no permaneciera constantemente en la
caja de villanos dentro de mi mente. Y luego enmendó:
—Como con cualquier juego, si tu estrategia no funciona, debes repensarla.
Oh. Entonces, sus caricias forzadas no estaban teniendo el efecto deseado.
—Estaba mal —le dije, ganando un gruñido en respuesta—. Pero no entiendo tu
objetivo final. ¿Fue para...? —Me sonrojé—. ¿Hacer que te desee? ¿Físicamente?
Estuvo callado mucho tiempo antes de responder solemnemente:
—No puedo decirlo.
Por supuesto, no podía. Por una vez, me encontré deseando poder saber, no solo
la verdad, sino su corazón. Sus verdaderos pensamientos y sentimientos, todo.
—Realmente vas a... —Agité una mano hacia la cama—. ¿Dormir allí?
—Sí —respondió—. Y tú vas a dormir... —Palmeó el lugar abierto junto a él—.
Justo ahí.
Lo fulminé con la mirada, sin preocuparme por esto en absoluto. Sobre todo
porque me obligó a reconocer la llamarada de anticipación que traía su cercanía.
—Ponte esto para que no me toques accidentalmente. —Un magnífico par de
guantes iridiscentes aparecieron de la nada delante de mí. Me sobresalté, dando un
pequeño salto.
—¿Cómo hiciste…? No puedo dormir con guantes.
—Encontrarás que son bastante cómodos.
Crucé los brazos.
—Tal vez sería más simple si duermo en la tumbona.
—Ponte los guantes y métete en la cama, Psyche. —Su tono enérgico me molestó
hasta el infinito. Mis brazos se apretaron sobre mi pecho y mis labios se fruncieron—.
Hay límites a mi paciencia —advirtió.
No confié en esto. De ningún modo. Pero detestaba cuando me obligaba a cumplir
su voluntad y preferiría no sentirme así de impotente, así que resoplé por mi nariz
mientras me ponía los guantes. Malditos sean por sentirse tan maravillosos. Eran
ligeros, pero cuando colocaba mis manos juntas, no podía sentir nada a través de ellas.
Bajé bruscamente la manta y me subí.
Mino se levantó de un salto, girándose —dando vueltas y vueltas— mientras
presionaba contra mí, con la lengua colgando, rogando por caricias. Era difícil mantener
mi disposición gruñona con su atención amorosa y despreocupada. Suspiré y traté de
concentrarme solo en él, pero era imposible no sentir los ojos invisibles de mi marido
sobre mí, tan cerca.
Sphinx, aparentemente perturbada por las travesuras del cachorro, saltó a través
del espacio para abalanzarse sobre él, con sus pequeñas patas abiertas. Mi esposo y yo
nos reímos mientras rodaban entre nosotros dando unos gruñidos adorables. Después
de un rato de esto, me encontré hundiéndome y poniéndome cómoda. Me pregunté si
mi esposo había apoyado su codo para sostener su cabeza como lo hice yo mientras
observaba el precioso espectáculo. Me pregunté si sus alas estaban dobladas
pulcramente en la cama detrás de él o si colgaban y se arrastraban sobre el suelo.
¿Cómo se veía?
¿Sus ojos eran cálidos y amables o velados y calculadores? ¿Estaba su cabeza
cubierta de escamas y cuernos o por el cabello de un hombre? Lo más importante,
¿quién tenía el control sobre él, y por qué?
—¿Qué estás pensando en este momento? —preguntó.
Decidí responder sin contenerme.
—Estaba pensando en ti, y cómo te verías, y cómo llegaste a estar en esta situación
junto a mí. Me gustaría saber tu historia. —Me sentía expuesta, vulnerable, en ese
momento.
—Y me gustaría mucho compartir todos los detalles contigo. Algún día, si nuestro
equipo gana, lo haré.
Consideré su presencia y sentí que la pared del miedo se deslizaba. Había
trabajado tan duro para sostenerla, gastando hasta el último trozo de mi energía, que
mi cuerpo casi se hundió de alivio cuando la dejé ir. Quizás este sería mi mayor fracaso,
en este mismo momento, cuando finalmente decidí superar mis temores.
—Voy a confiar en mis instintos —dije en voz baja—. Tal vez eso me haga una
tonta, pero no puedo seguir viviendo con miedo. No fui creada de esa manera. Quiero
confiar en ti. Quiero trabajar contigo. Como un equipo. Para hacer lo que sea que
estamos destinados a hacer.
Un sonido agradecido escapó de su garganta.
—Sé que dije que no te tocaría. —Suspiró—. Pero debo hacerlo.
Me quedé muy quieta y cerré los ojos cuando sentí que su mano grande y cálida
me tocaba la mejilla y sujetaba el costado de mi rostro con absoluta suavidad, las puntas
de sus dedos se deslizaban en mi cabello. ¿Me besaría? Mi pecho se levantó y cayó en
un estremecimiento al recordar la sensación de sus labios.
No. No, no quería eso. No debería. Una cosa era trabajar con él para lograr un
objetivo, cualquiera que fuera ese objetivo difícil de alcanzar, pero tenía que mantener
mi mente clara. Esta lujuria retorcida que a veces sentía no tenía objeto. Era una
emoción extraviada, un producto de la locura causada por una situación escandalosa.
No perdería otro momento sintiéndome culpable por lo que había sucedido, pero
tampoco podía permitirme complacer ese tipo de pensamientos, marido o no.
—A menudo piensas demasiado —dijo con paciencia, dejando caer su mano.
Negué con la cabeza.
—No hace daño ser precavida. Especialmente cuando mi vida y mi bienestar están
en juego.
—Hm. —Mis labios se torcieron ante el sonido, y preguntó—. ¿Por qué pones esa
cara?
—Odio cuando dices, Hm.
Tenía el descaro de reír.
—Mis manos están atadas. Figuradamente. Tú lo sabes.
—Aun así es molesto.
Otra risa suya me hizo negar con la cabeza otra vez y tratar de no sonreír.
—Sabes —dijo— si hay algo que quieres... cualquier cosa... solo tienes que pedir.
—Me dio la clara impresión de que estaba hablando de lo que había ocurrido entre
nosotros en esta cama. Puede que haya prometido no volver a hacerlo contra mi
voluntad, pero aun así esperaba más. Me aclaré la garganta.
—No quiero nada.
—Qué vergüenza.
Puse los ojos en blanco. Para una criatura del Olimpo, era tan parecido a un
hombre.
—Continúa siguiendo tus instintos, Psyche —susurró—. Incluso si van en contra
de tu necesidad de ser precavida. No te arrepentirás.
Esperaba que no, porque en este punto, mis instintos eran todo lo que tenía. Pero
no iba a entregarme a ningún deseo fuera de lugar que pudiera surgir en el camino, por
mucho que él quisiera que lo hiciera. De aquí en adelante, mi mente estaría clara.
Trabajaría con mi esposo como un compañero de equipo, pero eso era todo. Ni besos,
ni caricias, ni nada por el estilo. Y por favor dioses, no más sueños de Leodes.
VEINTIDÓS
HABLANDO SIN PALABRAS
Era extraño despertar a la luz del amanecer con un cachorro acurrucado contra
mi vientre, una gatita al lado de mi cabeza con su cola cubriéndome la garganta y una
mano gruesa y cálida sobre mi cintura, su pierna presionada contra la mía desde atrás.
Yací allí muy quieta, empapada de la sensación.
¿Por qué tenía que sentirse como un hombre tan normal? El toque de un monstruo
nunca debería ser tan reconfortante. ¿Estaría bien fingir, por un breve momento, que
era Leodes? No, no Leodes; los pensamientos de él me metieron en problemas. Pero un
hombre. Un hombre respetable con quien mis padres me habían casado con su
bendición. Un hombre que se preocupaba por mí y siempre cuidaba de mi bienestar. Un
hombre que eventualmente llenaría mi vientre con su semilla para hacernos un padre
y una madre.
No. No esto último. Casi no había pensado en la maternidad, así que no estaba
segura de dónde provenía. Sin fingir. Toda esta línea de pensamiento no era beneficiosa.
Me conduciría a la desesperación pensando en lo que nunca tendría. Mi vida ya no tenía
espacio para fantasías infantiles. Los sueños no eran inofensivos. Los deseos eran un
peligro.
Sentí los dedos de mi esposo flexionarse en mi cintura, su pierna se tensó justo
antes de estirarse, despertando.
—Buenos días —dijo, soplando caliente miel en mi camino. ¿Quién se despierta
con el aliento perfectamente perfumado? Mi criatura, al parecer. Me estaba mareando.
—Buenos días —murmuré, manteniendo mi cara apartada.
Me dio unas palmaditas en la cadera y sentí que la cama se movía mientras salía,
haciendo que los animales se pararan y se estiraran, bostezando. Mino sacudió sus
orejas.
También me puse de pie, a punto de sacar al cachorro cuando se abrió la puerta y
entró Renae, cargando una bandeja.
—Buenos días, princesa, —dijo—. Aquí está su comida de la mañana. Vengan
conmigo Mino y Sphinx; hora de salir.
Ambos parecían emocionados de abandonar la habitación, alejándose.
Me quité los guantes, los puse en la cama y me froté las manos, sintiéndome
tímida.
—¿Dormiste bien? —preguntó él.
—Bien. ¿Tú?
—Mejor que bien.
Contuve una sonrisa y le pregunté:
—¿Qué harás hoy?
—Trabajar en mi tiempo asignado, y luego regresar a ti de inmediato.
Eché un vistazo a mis dedos cuando se clavaron en la suave alfombra de lana tejida
y colorida.
—¿Qué vas a hacer, Psyche?
No tenía respuesta Todas las mañanas me inundaba la melancolía. De todas las
horas del día, las mañanas eran las más difíciles por alguna razón. Tal vez era porque
en el día no tenía ninguna esperanza de ver gente. Solo yo, dos animales, y los árboles,
que no se preocupaban por dichos animales.
—¿Cuál es el problema?
¿No podía verlo?
—Soledad, supongo.
Él paró.
—Estás acostumbrada a la compañía.
—¿Tú no?
—No.
Fruncí el ceño.
—En ocasiones —enmendó—. Pero no todos los días.
Era difícil explicar cómo me sentía cuando éramos tan diferentes, especialmente
porque sabía que no haría ninguna diferencia. Nada cambiaria. Me dirigí a la bandeja y
levanté la tapa, recogiendo una baya madura. Incluso su mezcla de jugo dulce y agrio en
mi lengua no levantó mi espíritu. Levantó la tetera y un chorro de líquido humeante de
color marrón claro se vertió en una taza, seguida de leche, luego se movió hacia mí. Mi
esposo me estaba sirviendo.
—Gracias. —Lo tomé y añadí un gran chorro de miel—. Me sentiré mejor después
de un poco de té. —Sostuve la taza con mis manos y soplé el vapor, sintiéndome tonta
de que probablemente me estaba mirando con lástima. Suponiendo que sintiera lástima
por mí. Ese era el ambiente que de todos modos desprendía.
—Me tengo que ir. —Parecía arrepentido.
Tomé un sorbo tentativo del líquido caliente e inmediatamente me calmó una
fracción.
—Ten un buen día en el trabajo.
—Le diré a Renae que puede jugar contigo si quieres.
—Qué generoso de tu parte. —Le di una pequeña sonrisa y él suspiró antes de
irse.
¿No éramos nosotros la imagen de la domesticidad?
Momentos después de que él se fue, Mino regresó corriendo a la habitación y yo
lo alimenté. Mientras lo observaba, luché contra la penumbra dentro de mí. Nunca había
estado propensa a los ataques depresivos antes de venir aquí. Por mucho que quisiera
volver a la cama, no me dejaba llevar por la tristeza. Salí con Mino y Sphinx y corrí con
ellos, jugando, incluso rodando por las colinas con ellos. Curiosamente, ni una sola
mancha de hierba estropeó mi estola de seda.
Me detuve en el campo como lo hacía todos los días, perfeccionando mis
habilidades de tiro con arco. Me pregunté qué arco usaría mi esposo, ya que solo estaba
el mío. Cuando golpeé el objetivo tres veces desde tres posiciones diferentes, dejé el
campo para encontrar a los animales.
Ambos estaban completamente agotados, así que los llevé a mi habitación y fui a
ver los árboles, como había prometido. Estaba nerviosa, temiendo que todavía
estuvieran molestos, pero me recibieron con ramas abiertas y estaban felices de
mecerme y dejarme escalar, incluso cepillar sus hojas sobre mi cabello, levantar los
mechones que había dejado. Era el toque de un amigo, y adoraba cada momento.
Lo último que hice antes de retirarme de nuevo al palacio fue sumergir mis pies
en la corriente en movimiento. Descubrí que si mis intenciones no eran intentar
cruzarla, el agua no subía. Parecía saberlo. Aguas sensibles. Árboles sensibles. Un lugar
tan maravilloso. Si tan solo tuviera alguien con quien compartirlo.
Me tomé mi tiempo para regresar al gran palacio, encontrando comida caliente
esperando mi regreso. Mino estaba haciendo todo lo posible para subir a una silla para
llegar a ella. Estaba hambriento esta tarde e inmediatamente me senté a comer, mordí
y compartí con ambos animales hasta que todo se acabó.
Estábamos a punto de retirarnos a la acogedora cama para dormir una siesta
cuando se abrió la ventana, y sentí la presencia de mi esposo más grande que la vida.
Una burbuja de vértigo se levantó y lo derribé. Sí, había aceptado trabajar con él como
un equipo, pero no era nada por lo que me emocionara. Por lo que sabía, me estaban
engañando, pero estaba eligiendo no preocuparme por esos pensamientos también.
—Te ves cansada —dijo—. ¿Quizás un baño?
Eso sonaba bien. Probablemente no debería meterme debajo de las sábanas con
sudor seco cubriéndome. Asentí, y pronto el sonido del agua corriendo llenó la
habitación. Como cada vez que me había bañado, me dejó sola y cerró la puerta, pero
no pude evitar preguntarme si de alguna manera estaba espiando. Me había visto
desnuda el día de las picaduras de hormigas, pero no había sido en lo más mínimo un
momento de sensualidad. Nunca antes había estado avergonzada de mi desnudez; La
gente de mi cultura no era modesta, pero la idea de que él me viera sin ropa hacía que
mi piel hormigueara con conciencia nerviosa.
Me di cuenta de la pesadez de mis pechos y de la forma en que mi cintura se abatía,
luego estalló sobre mis caderas. La forma en que mis muslos se cepillaban ligeramente,
y cómo mi cabello caía con un delicioso cosquilleo en mi espalda y brazos. ¿Qué pensaría
de la forma en que mis pezones se convirtieron en apretados capullos de color marrón
rosado?
Parpadeé para alejar los pensamientos y me deslicé en el agua, conteniendo un
gemido de placer. Nada importaba menos de lo que pensaba de mi cuerpo. Estaba
siendo ridícula. Tal vez debería pedirle que no me toque mientras compartimos la cama.
Los afectos se iban a mi cabeza, una daga a mi lógica.
Pero si fuera honesta, era más que los afectos físicos. Por sí solo, su toque no era
suficiente para afectar mi mente. Era su atención la que llevaba en mi pared de
resolución, atenciones que me recordaron, en contra de mi mejor juicio, a Leodes. O mi
esposo era mejor actor que cualquier otro en Grecia, o su preocupación por mí era
genuina. Sus preguntas, sus conversaciones, su enfoque completo en mis intereses y mi
bienestar… era halagador de una manera que deseé que no fuera así. Se sentía como si
se preocupara por mí como persona, no como princesa. Por supuesto, todo podría ser
parte del motivo oscuro y oculto de mi esposo, un pensamiento que me provocó una
punzada de decepción.
Suspiré y me hundí más profundamente en el calor del baño, alejando esos
pensamientos.
El agua calmó mis ansiedades mientras enjabonaba mi piel con lavanda y vainilla.
Cuando empezó a enfriarse, salí y me sequé con un paño grueso y cálido, apretando mi
cabello. Salí del baño de vapor, envuelto en la tela, e inmediatamente sentí los ojos de
mi esposo en mí. Era difícil de ignorar mientras me dirigía hacia el armario.
Un instante después, tuve un momento que solo se puede describir como una
locura espontánea. Sin pensar en ello, dejé caer mi toalla, sin mirar hacia él,
dirigiéndome despreocupadamente al armario con mi cuerpo desnudo completamente
expuesto para él. Un aire inconfundible vino de mi marido, donde se encontraba junto
a las ventanas antes de que desapareciera de su vista. Mi corazón era como un gong en
mi pecho una y otra vez mientras me esforzaba por vestirme, repentinamente
aterrorizada de que mi pequeño espectáculo lo trajera aquí con la expectativa de algo
más.
Estúpida, Psyche, ¿por qué debes ser tan impulsivo?
Me sentí como una idiota cuando me obligué a caminar de regreso a la habitación,
mis mejillas ardientes, fingiendo que no había sido nada en absoluto. Un pequeño jadeo
separó mis labios cuando la habitación se oscureció como una noche sin estrellas y sin
luna. Cuando las velas no se encendían como usualmente lo hacían, sabía que había
cometido un terrible error. ¿Debía disculparme? No, tenía que fingir inocencia.
Forcé un susurro.
—No puedo ver.
—Lástima. —Su voz estaba directamente frente a mí, sobresaltando mis sentidos.
Todo mi cuerpo estaba en alerta máxima—. Porque me he hecho visible.
Visible, parado justo frente a mí, y no podía verlo. Mis labios se fruncieron en
molestia.
Algo suave presionó contra mi mano, y él dijo:
—Ponte esto.
Los guantes. Mis manos temblaron cuando me los puse. En ningún momento mi
corazón se tranquilizó. Estaba dividido entre reconocer el error que había cometido y
ser demasiado orgullosa para mencionarlo.
Estúpida, estúpida, estúpida.
—Debes estar cansada. —Él estaba siendo tan práctico.
—¿Estás… enojado? —pregunté, tratando de prepararme para lo que vendría.
Su risa fue profunda, reverberando a través de mí.
—La ira está lejos de lo que siento.
Oh, profundo Hades. Lo había excitado. ¿Por qué era tan sorprendente?
Claramente había una parte oscura de mí que se había preguntado qué pensaba de mí,
físicamente. A diferencia de otros hombres, nunca insistió en mi apariencia. Es curioso
cómo esos otros hombres solían molestarme así.
—¿Qué quieres? —le pregunté a la defensiva.
De nuevo, con esa maldita risita.
—¿Qué quieres, esposa?
Mi corazón bailaba de puntillas y giraba, pero dije:
—Nada.
Su humor no fue disuadido por mi actitud.
—¿Nada? Bueno si insistes. Déjanos llevarte a la cama por un poco de nada.
Sarcasmo. Puso una mano caliente en la parte baja de mi espalda, obligándome a
respirar profundamente mientras me llevaba a través de la habitación a la cama. Le oí
levantar a Mino y ponerlo en la cama. Agarré la manta, la arrojé hacia atrás y me metí
rápidamente debajo de ella. Sus pasos alrededor de la cama eran uniformes, y luego el
peso del suave relleno cambió cuando se subió. Mino se colocó a nuestros pies. No tenía
idea de dónde estaba Sphinx.
Por el amor de Olimpo, corazón mío, quédate quieto y relájate.
Me quedé con las mantas en los hombros, mirando hacia la oscuridad, sin poder
ver nada.
—Podría haber jurado que estabas agotada. —Estaba frente a mí, y su voz aún
contenía humor. Debería haber cerrado los ojos y fingido dormir.
—No es justo que puedas verme —dije gruñona.
—Por supuesto, no es justo. ¿Creías que este arreglo sería justo?
Crucé los brazos como un niño petulante y él se echó a reír como si fuera adorable.
Los desenredé.
—Vamos ahora, Psyche —tranquilizó—. Debe haber algo que quieras. Algo que te
ayudará a relajarte.
Mis pensamientos inmediatamente fueron a sus labios, y me sonrojé, sacudiendo
mi cabeza.
—¿No has disfrutado de nuestro tiempo juntos? —preguntó—. ¿No hay nada que
te guste de este lugar? Por favor. Dime. Estoy realmente curioso. —Ahí volvió su
curiosidad sobre mí. El nivel de interés y atención que otros hombres nunca mostraron.
Maldito sea.
Mis dientes se apretaron mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas
para explicar los sentimientos ambiguos que tenía sobre él y mi gran prisión.
—Creo que no puedo confiar en lo que siento —negué—. Sé que eso no tiene
sentido. ¡Nada tiene sentido aquí! A veces creo que Cupido me ha infectado con su arco,
o ha puesto gotas de néctar en mi té. Mis pensamientos no se sienten como los míos.
Estuvo callado por tanto tiempo que casi lo tocaba con un pie para ver si aún
estaba allí.
—Te lo aseguro —dijo en voz baja—. Ninguna de esas dos cosas ha sucedido.
Todos tus pensamientos, todo lo que has sentido, son tuyos.
Mi vientre se revolvió con nerviosismo y con un cosquilleo de placer no deseado.
Le creí. Odiaba que mis instintos le creyeran y que mi corazón estuviera desesperado
de que todo fuera verdadero y real. Quería estar del lado de esta irritante criatura. Eso,
por encima de todo, no tenía sentido.
—¿Tienes cuernos? —pregunté apresuradamente.
Se rió, algo que parecía hacer mucho a mi costa.
—Siéntate un momento, Psyche. Enfréntame. —Después de un momento de
vacilación, hice lo que me pidió—. Mantén tus manos hacia abajo. —Puse mis manos
enguantadas en la cama a mis costados y luego contuve la respiración.
El aire escapó entrecortado de mis labios al sentir su rostro presionado contra el
mío, mejilla a mejilla. Era cálido, tan cálido. Su piel era suave y flexible. Lentamente,
frotó hacia abajo, hasta que su aliento estuvo contra mi cuello, y luego inclinó su frente
contra mi garganta. Levanté mi barbilla para sentirlo contra mi cuello. No había
cuernos. Solo pesadas y sedosas hebras de cabello ondulado acariciando y
cosquilleando mi piel. Dioses... Quería levantar mis manos para tocarlo y sentir ese
cabello entre mis dedos, pero no me atreví.
Él había probado su punto, pero no le dije que se detuviera y tampoco parecía
querer hacerlo. Lo sentí inclinarse más cerca, sus manos presionando las sábanas a mis
costados. Y entonces sus labios tocaron mi garganta. Un pequeño sonido se me escapó.
Apreté las sábanas con mis puños, sintiendo esa deliciosa acumulación de nuevo.
—¿Satisfecha? —dijo la palabra cerca de mi oído.
—No —respondí, y luego mis ojos se agrandaron—. Quiero decir sí. Me alegra
saber que no tienes cuernos ni escamas en la cabeza.
Rió entre dientes, permaneciendo cerca, su sonido atravesaba mis defensas.
—Muy bien. —Sus labios rozaron mi clavícula, y sentí la necesidad de recostarme
y darle la bienvenida encima de mí. Me resistí—. ¿Puedo seguir probándote?
Me sonrojé de arriba a abajo.
—¿Q-qué gusto tengo?
—Dulce. Bayas. Melón. Incluso néctar.
—Hueles a miel. —No quise decirlo. Estaba abrumada.
—¿Te gustaría probarme? —preguntó.
—¿Qué? —Mi mente se dirigió inmediatamente a algunos actos muy íntimos—.
No. Nunca he... no puedo.
Y luego su mejilla estaba contra la mía y rió.
—Puedes.
Me quedé quieta mientras movía su mandíbula contra la mía hasta que nuestras
barbillas se tocaron, y luego levantó su cabeza para que mi cara quedara en el hueco de
su cálido cuello. Presioné mis labios contra su piel, su excitante aroma a madreselva me
hacía entrecerrar los ojos. Abrí mi boca y dejé que mi lengua lo tocara. Ambos gemimos,
y él se apretó contra mí. Dioses, era dulce con un toque de sal, y sabía que no era
humano. Nunca antes había lamido a un hombre, pero nuestra piel definitivamente no
tenía sabor. Era como un panal vivo.
Besé a lo largo de su cuello, hasta su mandíbula. Se movió, anticipando a dónde
quería ir mi boca. Cuando llegué al lóbulo de su oreja, mis dientes rozaron la piel allí.
Susurró mi nombre y se estremeció. Todo en mí se sentía bestial y orgullosa de que un
gesto tan pequeño pudiera provocar una reacción de un inmortal. Debería haberme
detenido entonces, pero estaba demasiado lejos. Incliné mi cabeza hacia su mejilla, y él
se movió, dejándome arrastrar una fila de besos a través de su cara hasta el borde de su
boca.
Mi corazón se expandió, y todos mis sentimientos se derrumbaron. ¿¿Qué estaba
haciendo??
—Tengo miedo —susurré.
—Lo sé —susurró en respuesta, pero no se alejó. Tampoco me presionó. Nos
quedamos exactamente así, nuestras respiraciones se aceleraron hasta que finalmente
decidí moverme.
Mis labios tocaron los suyos con timidez. Esperaba que asumiera el control como
lo había hecho antes, pero se quedó quieto como si me urgiera a explorar. Dejé a un lado
todos mis miedos y temblores y abrí mi boca contra la suya, levantando mi pecho
mientras me inclinaba hacia adelante.
Ahora se movía, y dioses, era tan difícil mantener mis manos para mí. Tomó mi
cara y juntos nos acostamos, nuestros labios y lenguas se movían una contra la otra con
una necesidad apenas sostenida.
—Mis manos —gemí.
Su rostro se levantó de la mía.
—¿Qué tienen de malo?
—Quiero tocarte.
—No —gruñó, agarrando mis muñecas enguantadas y tirando de ellas por encima
de mi cabeza. Luego me besó con una fiereza que me hizo envolver mis pantorrillas
alrededor de sus piernas para mantenerlo cerca, deseando poder quitarme el largo
camisón.
¿Qué fueron estos pensamientos?
Mi esposo se apartó de mí, moviéndose para acostarse a mi lado y sujetó mis
muñecas con una mano. Escuché un chasquido de dedos y sentí una repentina frialdad
contra mi piel. Levanté una rodilla y me di cuenta de que mi camisón se había ido. Dejé
salir un grito de sorpresa y flexioné piernas.
—¿Cómo hiciste eso? Yo... no. no…
—¿No estás lista para estar desnuda en mi presencia de nuevo?
Oh, él pensaba que era muy inteligente al hablar de mi anterior momento de
indiscreción. Me retorcí, sintiendo calor ahora.
—No estoy lista para, ya sabes. No quise decir...
—No estás lista para consumar. Entiendo. Te lo dije; no te tendré como mi esposa
hasta que lo pidas. Pero mientras tanto, tengo otras aventuras en mente. ¿A menos que
te opongas?
Su voz cambió cuando habló, y sentí su aliento caliente flotando sobre mi pecho.
Mi boca se abrió, todo mi cuerpo se tensó.
—¿Psyche...? —Mi pezón se endureció—. ¿Es un sí?
—Yo... está bien —susurré, pero no estaba preparada para saber cómo se sentiría
cuando su boca cubriera la punta de mi pecho. Mi espalda se arqueó mientras jadeaba
y me retorcía. Sostuvo mi carne sensible en su mano mientras su boca trabajaba,
moviendo la lengua, chupando. Luego se movió a mi otro pecho, haciendo misticismo
puro en mi piel, retirándose para dejar mis brotes húmedos y sensibles con su boca
experta.
Respiré como si hubiera corrido por los acantilados.
—No puedo decir todas las cosas que deseo decir. —Su voz se hizo más profunda
y ronca, enviando escalofríos a través de mí—. Pero si escuchas, Psyche, escuchas mis
caricias... tal vez lo entenderás.
Su mano yacía pesada sobre mis costillas. Sentí cada dedo y el roce de su palma
suave mientras se movía sobre mi piel con algo parecido a la reverencia. Era la única
palabra que podía pensar para describir su toque. Su mano me recorrió con paciencia,
como si no quisiera perder un solo punto de mi estómago y cintura. La piel de gallina
brotó sobre mi piel, los diminutos vellos se levantaron cuando un delicioso escalofrío
se extendió sobre mí.
Su mano se movió sobre mi cadera, frotando pequeños círculos en mis muslos.
Soltó mis muñecas, aparentemente confiando en que mantuviera mis manos para mí,
para que pudiera prodigar mi cuerpo con ambas manos. Fue difícil no levantar mis
caderas y rogar silenciosamente por más de su toque. No tenía idea de que pudiera
sentirse así. Nunca soñé que quisiera ser tocada por él. Reemplazar mis miedos con algo
mucho mayor fue estimulante.
Su mano recorrió mi pierna interior, debajo de mi rodilla, deslizándose hacia
arriba hasta que tomó mi muslo.
—Dime lo que quieres, Psyche.
La vergüenza me llenó.
—No lo sé, esposo.
—Sí, lo sabes —susurró—. Dime.
Continuó ahuecando mi muslo, sus dedos muy cerca de mi núcleo.
—Quiero que sigas tocándome —susurré.
Su mano se deslizó hacia arriba.
—Siempre dime. —Y luego me abrió los muslos lo suficiente como para pasar su
pulgar suavemente por el centro de mis pliegues. Agarré la almohada debajo de mi
cabeza y la sostuve con fuerza. Se inclinó y presionó sus labios contra los míos,
susurrando—: ¿Alguna vez te han tocado aquí?
—No —dije, y para mostrarle lo que quería, levanté las caderas. Un sonido gutural
salió de su garganta. Mantuvo su cara cerca de la mía, nuestras respiraciones se
mezclaban, mientras su pulgar fue reemplazado por un dedo que presionaba hacia
abajo, encontrando la humedad que se había reunido para él.
Como antes, dejó escapar una antigua maldición, y su dedo se movió en un
pequeño círculo, burlándose de mí. Arqueé mi espalda y su dedo se deslizó dentro de
mí, haciéndome gritar. Cuando su mano encontró un ritmo delicioso, tocando lugares
sensibles dentro de mí, la yema de su pulgar descubrió el bulto superior de tensión en
mi centro y comenzó a frotar con un movimiento circular.
—Oh, dioses —gemí—. Sí... esposo.
Me besó, su mano se movió más agresivamente cuando me levanté para
encontrarme con él, todavía maravillada por este acercamiento entre nosotros. Con sus
manos y su boca, me levantó, me llevó a la cima de una montaña y luego explotó mis
sentidos en una tormenta eléctrica de placer. Una vez más tuvo que sostener mis
muñecas por encima de mi cabeza mientras todo mi cuerpo se sacudía. Y con cada
estremecimiento y grito que venía de lo más profundo de mí, besó mis labios, hasta que
me calmé, respirando con dificultad.
Tiró de mi labio inferior entre los suyos, estirándolo un poco y dejándolo ir. Su
mano que me había atendido tan bien, ahora estaba en mi cintura, sosteniéndome cerca.
Me besó en la mejilla y se tendió a mi lado, sus dedos recorrían mi vientre mientras
continuaba bajando de la cima a la que me había llevado.
Me había pedido que “escuchara” su toque. Entonces, ¿qué había oído? ¿Era mi
imaginación, o cada movimiento que había hecho esta noche parecía decir... que le
importaba? ¿Cómo era posible? Había creído con todo dentro de mí que él era una
criatura malvada. ¿Podría haber estado tan equivocada?
—Estás pensando —dijo—. Dilo en voz alta.
Negué, tratando de resolver los problemas de la confusión.
—Dilo —urgió, tomando mi cara entre sus manos—. Dilo antes de que
enloquezcas.
—Te importo —dije, todo mi cuerpo temblaba ahora—. ¿Te preocupas por mí?
La larga pausa me aterrorizó, y luego dejó escapar una risa que fue pura alegría.
Besó mis labios, luego mis mejillas y mi frente.
Tomaría eso como un sí.
Y por primera vez desde que me vi obligada a casarme y trasladada a esta tierra
mística y extraña, no me sentía sola.
VEINTITRÉS
ESPOSO
Cuando me desperté a la suave luz de la mañana siguiente, con su mano invisible
pesadamente en mi cintura, una pequeña sonrisa apareció en mis labios. Qué tan rápido
habían cambiado las cosas.
—Buenos días, esposa. —Parecía completamente despierto.
Rodé hacia él, sosteniendo mis manos en mi pecho, y miré directamente a través
del lugar donde yacía. La hendidura de su cuerpo estaba allí. Su presencia estaba allí. Y
su olor estaba definitivamente allí.
—¿Es extraño? —preguntó—. ¿No verme?
—Tan extraño. —Porque, aunque había sentido la mayor parte de su cuerpo
contra otras partes de mi piel, todavía había un toque de miedo en el misterio de lo
desconocido.
—¿Importaría si fuera poco atractivo para ti? —Su curiosidad era entrañable.
No me tomó mucho tiempo pensarlo.
—Otros aspectos de una persona son mucho más importantes.
—Hm.
Mis labios se separaron y mis ojos se estrecharon.
—¿Qué? ¿No me crees?
—Cualquier mujer humana normal se sentiría decepcionada por tener un esposo
poco atractivo.
—Incluso el más hermoso de los hombres se vuelve horrible si su personalidad es
odiosa y repugnante.
—Bien dicho —susurró—. No todos los hombres pueden parecerse a Leodes.
—¿Por qué siempre debes traerlo a colación? ¿Estás celoso? ¿Tú, con todo tu
poder?
Se rió, el sonido enviando reverberaciones a través de mi corazón y hacia abajo a
través de mi vientre, incluso más bajo. Cuando se calmó, lo oí respirar profundamente
y tiré de la manta más alto, como si pudiera ocultar el olor de la reacción de mi cuerpo.
—Te estás sonrojando. —Pasó el dorso de sus dedos por mi mejilla y me
estremecí.
—No estoy acostumbrada a esto.
—Una inocente de muchas maneras —remarcó—. Siempre fascinante.
Mino, despertándose ahora, avanzó entre las mantas y se acercó a nosotros,
estirándose, bostezando y luego moviendo la cola mientras lamía mi cara. Cuando mi
esposo se echó a reír, Mino se dejó caer de espaldas, y fue mi turno de reír.
Sphinx, que había estado fuera, quién-sabía-dónde, saltó a la cama y se acurrucó
en lo que supuse que era el estómago de mi marido. Parecía estar flotando en el aire.
—A ella realmente le gustas —dije.
—Sí, bien. Es valiente. La mayoría de los animales me temen, pero los felinos, en
general, no parecen saber cuál es su lugar. Me desperté con ella en mi cara esta mañana.
Me reí.
—Nuestra pequeña reina.
—Así lo cree ella. —Vi cómo el pelaje del gatito se aplanaba en una línea por su
espalda mientras él la acariciaba, lo que provocó un ronroneo en su pecho—. Estás más
tranquila hoy que cualquier otro día aquí.
Me quedé mirando mis manos enguantadas.
—No quiero pensar en eso. Si pienso en algo demasiado difícil, mi mente se llena
de dudas y preocupaciones. Ya no puedo vivir así.
—Buena elección. —Habló cerca de mi cara, y vi a Sphinx saltar de su regazo
mientras me empujaba hacia atrás, sosteniendo mis muñecas al lado de mi cuerpo y
besándome.
Sí, esto era lo que necesitaba. Sentir y no pensar.
Pero el beso terminó demasiado pronto, con mi esposo diciendo:
—Debo irme. —Colocó un último beso en mis labios antes de salir de la cama. La
decepción que sentí me sorprendió. Quería sentarme allí y revolcarme, pero Mino
estaba bailando en círculos alrededor de la cama, así que me levanté de un salto para
sacarlo.
—Aquí —dijo mi esposo, levantando a Mino en sus brazos—. Vamos a salir
juntos. —Entonces, caminamos, él sosteniendo a Mino y Sphinx caminando detrás de
nosotros.
Mantuve mis dedos entrelazados frente a mí, luchando contra el impulso de
alcanzar su brazo. Cuando salimos, el clima era perfecto, por supuesto, y mi comida de
la mañana me estaba esperando.
—Hasta la noche —dijo, y colocó otro beso en mis labios antes que el sonido de
las alas batiese el aire y se fuera.
Mi corazón se hundió cuando la soledad familiar se apoderó de mí como una capa
gruesa y áspera. Respiré hondo y lo dejé salir lentamente. Necesitaba ser más fuerte
que esto. Mis circunstancias eran completamente diferentes, mucho mejores, de lo que
supuse que serían cuando el oráculo me dijera mi destino. Era imperativo que me
mantuviera positiva y agradecida. Elegí creer que mi esposo estaba en mi equipo, y
juntos haríamos todo lo posible para vencer a nuestro oponente.
¿Y quién podría ser?
Contemplé mientras comía y alimentaba a Mino. Mi esposo era poderoso. Se había
ofendido cuando una vez le mencioné que tenía un maestro. ¿Quién podría ejercer el
poder sobre una criatura tan poderosa? Sólo un dios. O diosa.
Me estremecí. Tiene sentido. Mi familia y mi gente seguramente habían ofendido
a la diosa Venus cuando me habían prestado atención a mí en lugar de a ella. ¿Fue Venus
quien de alguna manera controló los destinos de mi esposo y mío? ¿Qué quería ella de
nosotros? Si simplemente hubiera deseado torturarme, ¿por qué no había elegido una
criatura despreciable para que me casara? Todo era tan desconcertante.
Las puertas del palacio se abrieron y sonaron los delatores pasos de Renae. Un
tablero de juego de piedras a cuadros flotaba por las escaleras. Sonreí.
—Buenos días, Renae.
—Lo mismo para usted, princesa. —Apartó mi bandeja de comida y dejó el tablero
de juego—. ¿Mis oídos me engañaron o escuché risas en los pasillos esta mañana?
Pensé en nuestro caminar juntos y el calor llenó mi pecho.
—Sí. Tuvimos una buena mañana.
Soltó una carcajada estrepitosa y aplaudió.
—¿Jugamos?
—Me encantaría eso. —Me acerqué más y puse mi lado del tablero.
Jugamos un rato, ¿quizás una hora?, Hablando de mi vida antes de que me trajeran
aquí. Estaba especialmente interesada en saber cómo había molestado a los guardias
huyendo por aventuras. Cuando traté de hablar sobre su vida, siempre se apartó del
tema. Adoraba a Renae, pero las conversaciones unilaterales carecían de verdadero
significado. La perdoné, sabiendo que estaba atada a las reglas que también vinculaban
a mi esposo.
—Bueno, me golpeó profundamente —dijo, tocando el tablero—. Nunca fui genial
en las piedras.
—Déjanos jugar algo que disfrutes más —sugerí.
—Oh, lo disfruto bien —me dijo con una risa—. No me importa perder. Pero es
mejor que vuelva a las cocinas. —Me dio unas palmaditas en la mano y se llevó la
bandeja.
—¿Necesitas ayuda en las cocinas? —pregunté, desesperada por no estar sola.
—¡Claro que no! —Esta vez me dio unas palmaditas en la cabeza—. Relájese y
disfrute del día.
Si solo pudiera disfrutarlo. Demasiada relajación en sí misma era un aburrimiento.
Aun así, me puse de pie y caminé hacia las colinas, repasando mi rutina diaria y
encontrando consuelo en ello.
Sin darla por sentado.
El día pasó lentamente. Incluso tomé una siesta en una copa de árbol,
despertándome para encontrarme protegida en un lecho de ramas entrelazadas. No
querían que me cayera. Como siempre, besé los troncos antes de dejarlos.
De vuelta en mi habitación, los animales se estrellaron en la cama por correr y
luchar todo el día, y me metí en un baño caliente. Como ayer, tuve una mayor conciencia
de mi cuerpo. Mi esposo había despertado mi condición de mujer, abriendo un nuevo
mundo para ser explorado. La idea me fascinó, provocando sentimientos opuestos de
timidez y emoción. Pasé mis manos sobre mi piel sedosa y húmeda. Cuando llegué al
lugar donde habían estado sus dedos la noche anterior, escuché un susurro en mi
habitación: La ventana se abrió.
Me quedé quieta, escuchando los gemidos de emoción de Mino, y mi esposo
soltando una voz baja, diciendo:
—Sí, muchacho, papá está en casa.
Papá está en casa.
Y si ya no me sentía flexible, esas palabras me convirtieron en papilla.
—¿Está tu madre en el baño? —dijo, haciendo que Mino aullara y llorara en su
feliz forma de cachorro—. Oh, crees que debería ir a ver por mí mismo, ¿verdad?
Me mordí el labio, el nerviosismo me inundó cuando cubrí mi pecho y crucé una
rodilla sobre la otra. Tonto, lo sé, ya que ya me había visto desnuda, pero se sentía
diferente a la luz brillante del día.
Sus pasos sonaban deliberados, como si quisiera asegurarse que supiera que iba
a venir, y luego su voz vino a mí desde la puerta abierta.
—Mm. ¿Buen día? —¿Cómo pueden esas palabras simples sentirse como una
sensualidad fundida para mis oídos? Me quedé mirando la puerta aparentemente vacía,
maravillándome de lo bien que podía sentirlo.
—Estuvo bien.
—¿Solo bien? —Sonaba más cerca ahora, y cerré los ojos cuando su mano apartó
el mojado cabello de mi hombro.
—Solitario.
Silenciosamente cepilló mi cabello del otro hombro y comenzó a masajearlos. Dejé
escapar un pequeño gemido de placer cuando sus dedos amasaron mis músculos con la
cantidad perfecta de presión.
—Le dije a Renae que podía unirse a ti. ¿Lo hizo?
—Jugamos un juego de piedras, pero no pudo quedarse mucho tiempo. Y, por
supuesto, ella no puede abrirse a mí, así que...
—Así que, estás sola.
Sí. Pero quería ser positiva.
—Estoy mejor ahora. —Estiré el brazo para tocarle la mano. Al mismo tiempo
recordé la regla mientras siseaba, y sus manos dejaron mis hombros. Me hundí,
llevándome las manos al pecho y haciendo un sonido de angustia.
—¡Lo siento! —exclamé—. Lo siento mucho. Lo olvidé. —No lo había tocado, pero
todo mi cuerpo tembló, haciendo que la superficie del agua temblase.
—Estuvo cerca —susurró, y juraría que también escuché angustia en su voz.
—Seré más cuidadosa —prometí, pero todavía apretando las manos bajo la
barbilla.
Me tocó la cabeza.
—No ha sucedido nada malo.
Ahora el agua se sentía fría. Me levanté con piernas temblorosas, todavía
cubriéndome el pecho, y me entregó mi chal.
—Gracias —susurré. Me sequé rápidamente, pero cuando me dirigí al ropero para
vestirme, la cálida boca de mi marido me acarició la oreja.
—¿Es necesario? ¿Qué te vistas?
Me sonrojé, aferrándome al chal a mi alrededor.
—¿Tú estás vestido?
—¿Deseas que me desvista?
Mi rostro estaba en llamas.
—Bueno —tragué saliva—, parece lo justo.
Se detuvo por un momento, luego escuché un murmullo de ropa, y luego un suave
golpe seco. Abrí los ojos de par en par cuando el montón de su ropa se hizo visible en el
suelo; un rico quitón marrón, cuidadosamente plegado y bordado con grueso hilo
dorado. Era grande, el tamaño se acomodaría a un hombre alto y musculoso. Dos
considerables sandalias colocadas encima.
Me cubrí la boca para ocultar la amplia sonrisa.
—¿Feliz? —preguntó ronco.
Mino saltó de la cama y corrió hacia el montón de ropa, tomando una sandalia en
la boca y sacudiéndola.
—¡Oh, no! —Me reí con sorpresa.
—Mino —intervino mi marido—. Duerme.
El cachorro dejó la sandalia y cayó sobre el quitón descartado, quedándose
dormido rápidamente. Arqueé las cejas.
—Eso fue innecesario.
—¿Dormirás con la toalla mojada? —preguntó.
—¿Es hora de dormir? —La habitación se quedó a oscuras y mi corazón se
sobresaltó—. Ya veo. De acuerdo. Entonces, supongo que puedo deshacerme de esto. —
Lancé la teña húmeda cerca de la entrada del baño. Estaba nerviosa, fingiendo tener
confianza, pero estaba segura que podía percibir mi angustia.
—Tus guantes —indicó. Los sentí contra mis manos y los miré, poniéndomelos—
. Pero no permitas que te den una falsa sensación de seguridad. Debes acostumbrarte a
mantener las manos para ti.
Asentí, pero hice un puchero en silencio.
—Bien, bien —comentó, y luego tomó mi labio entre sus dientes antes de tomar
mi boca en la suya. Cerré las manos en puños a los costados, esforzándome realmente
en no tocarle, aunque todo dentro de mí me decía que le rodee el cuello con los brazos
y lo acerque a mí.
Me llevó de espaldas hasta que mi espalda estaba contra la pared, y me besó
sonoramente, nuestras lenguas y cuerpos frotándose. Jadeé cuando sentí su dura
erección contra mi cintura, todo mi cuerpo excitándose ante el conocimiento de que
estábamos desnudos, y tenía un efecto en él.
Mientras nos besábamos, me giró hacia la cama, poniéndome de espaldas a él y
guiando mis manos a la cama, así estaba inclinada. Luego dejó un reguero de besos en
mi espalda, sobre mis caderas y trasero, hasta que su rostro encontró un lugar de
necesidad. Separó más mis pies.
Casi colapsé antes la sensación de su lengua, tan cálida y perfecta, deslizándose
entre los delicados pliegues de mi centro. Sostuvo mis caderas mientras yo gemía,
agarrando las sábanas en puños, echándome hacia atrás por más. Mientras un calor
abrasador se construía entre mis piernas, una emoción tan intensa que apenas podía
contenerla en mi interior, y grité:
—Espera.
Se alzó, y sentí su rostro al lado del mío. Continué aferrando la ropa de cama en
mis manos. Estaba cansada de tener miedo. De echarme atrás. Mi esposo, este ser, se
había más que probado a sí mismo. Quería más —dar más, recibir más—, lo quería todo.
—Dime qué quieres, Psyche. Dime cómo te sientes.
—Yo… te deseo —dije en voz alta. Sintiéndolo surreal.
—¿Me estás invitando a la cama, Psyche? —Un aire de arrogancia masculina se
alzó, e hice una mueca, recordando cuántas veces me aseguró que simplemente haría
eso.
—Sí. Estoy preparada para ser tu esposa en todos los sentidos —murmuré—.
Llévame a la cama.
Con un gran grito de triunfo, me sujetó las caderas y me alzó de la cama, luego me
tumbó y comenzó a besarme de nuevo, alzándome los brazos por encima de la cabeza,
así podía besarme el cuello, adorando mis pechos con la boca. Era un desastre
empapado y gimoteando para cuando se colocó sobre mí.
Me hervía la sangre y me picaba la piel con anticipación. Esperé a que alinease
contra mí, pero continuó azuzando el fuego en mi interior hasta que estaba lista para
recalentarme.
—Por favor, esposo —supliqué.
Luego nos giró, así yo estaba encima, y mis brazos se alzaron en el aire, como si
estuviesen suspendidos por las telas del techo, no cómoda, pero definitivamente segura.
—Tendrás el control, Psyche. Marcarás el ritmo. La velocidad. Dolerá menos de
este modo.
—No sé qué hacer —comenté, tímida ante el pensamiento de tomar el control.
Estaba sentada sobre su abdomen, su masculinidad descansando contra mi espalda
baja. La idea sobre lo que estaba a punto de suceder me hizo temblar. Sus manos
descansaban firmemente en mi cintura.
—Te guiaré. Álzate en tus rodillas.
Hice como dijo, mi respiración saliendo en cortos jadeos.
—Shh —murmuró. Sentí moverlo la mano para agarrarse a sí mismo, y con la otra
mano me movió hacia atrás hasta que estaba alineado conmigo. Me sostuvo
apretadamente la cadera mientras pasaba la punta de su erección arriba y debajo de mi
hendidura, que estaba realmente húmeda por él. Luego me hundí un poco, sorprendida
ante la presión. Empujé un poco más hasta que se deslizó en mi entrada. Ambos
gemimos y apretó el agarre en mis caderas—. Psyche… —Fue una súplica.
Apreté las rodillas alrededor de su cintura y me hundí más, inclinándome hacia
delante para conseguir un ángulo más cómodo.
—Dioses. —Jadeé pesadamente, descendiendo sobre su longitud hasta que estaba
completamente en mi interior, llenándome. En ese momento sentí como si estuviese
tocando cada parte de mí.
Mi esposo dejó salir una retahíla de palabras maravillosas e increíbles que fueron
directamente a mi cabeza. Sonó abrumado de asombro y placer, exactamente como me
sentía yo.
Sacudió un poco las caderas como si me suplicase moverme, así que lo hice,
tentativamente al principio, y luego con más confianza mientras encontraba un ritmo
placentero y un ángulo que frotaba perfectamente mi lugar más sensible.
Jadeé, gimiendo palabras, deseando desesperadamente poder tocarle. Deslizó las
manos suficientemente por los dos, y giró las caderas de un modo que complementaban
mis movimientos. Juntos presionábamos, deslizábamos y movíamos nuestros cuerpos.
Tan bien como había sido la otra noche cuando nos habíamos frotado a través de la
ropa, esto era un millón de veces mejor, su cuerpo dentro del mío, tocando partes de mí
que no sabía que existían, lugares placenteros que anulaban cualquier punzada,
molestia o tensión.
Cuando sentí el placer en mi centro aumentando, me moví más rápido, sonidos
escapando de mi garganta. Un desenfreno sobrepasándome, y no pude retenerlo.
—Esposo… yo… yo…
—Sí —masculló.
Me dejé ir completamente, sus fuertes manos sosteniéndome contra él mientras
dejaba escapar un sorprendente grito, todo mi abdomen apoderándose de una tensa
locura deliciosa. Palpitando una y otra vez a su alrededor mientras las olas se hacían
más pequeñas y quería colapsar.
Su voz era tensa.
—Nunca he estado más agradecido por mi habilidad de ver en la oscuridad.
Y con ese comentario, sostuvo mi cintura más apretada mientras balanceaba las
caderas, y sentí su erección pulsar con dureza dentro de mí. Gemí con pequeños jadeos,
inesperados chorros de placer golpeándome de nuevo mientras se impulsaba hacia
delante hasta que estuvimos agotados.
Se sentí, todavía en mi interior, y entrelacé las piernas a su espalda. Mis brazos
permanecieron en el aire mientras me besaba, rodeándome con los brazos. Ambos
estábamos ligeramente sudados. No podía creerlo. Habíamos consumado nuestro
matrimonio, y había sido yo quien lo había pedido, justo como prometió que haría. Pero
el momento no dejaba espacio para miedo o desconfianza.
—¿Qué sientes? —preguntó—. Dime tus pensamientos exactos.
—Estoy feliz —contesté, todavía intentando recuperar la respiración,
sorprendida de encontrar que estaba realmente feliz en ese momento.
—Feliz. —Sonó… decepcionado, lo que me envió en una espiral de preocupación.
—¿Qué deseas que diga, esposo? Estoy contenta. Fue maravilloso.
Tocó mi frente con la suya y me dio un suave beso en los labios.
—Feliz es bueno. —Pero no sonó como si fuese cierto. Habría querido una
respuesta distinta.
—Siento si te he disgustado —mencioné.
—Nunca.
Mis manos fueron liberadas y me alzó de su regazo, haciéndonos jadear. Me giró,
así mi espalda estaba contra su pecho y estábamos de costado. Me sostuvo
apretadamente y deseé más que nada que pudiese decirme también qué estaba
pensando y sintiendo.
Me besó el cuello y susurró “Feliz” como si saborease la palabra.
—Me has dado un regalo —susurró.
Quería tocarlo más que nunca —girarme, tomar su rostro y decirle que también
se me había dado un regalo—, pero había alfo casi triste y desesperado en la forma que
me sostenía con tanta fuerza. No pude evitar sentir que nos estábamos quedando sin
tiempo, y me estaba perdiendo una imagen más grande de este juego en el que
estábamos atrapados.
Ahora éramos marido y mujer, en todos los sentidos. Había enfrentado mis
miedos y los había superado. Se había ganado mi confianza. Así que, ¿qué me estaba
perdiendo?
VEINTICUATRO
FELIZ
A pesar de las preocupaciones de anoche y sentirme conectada a mi esposo en
formas que nunca había estado con otra alma, este día era uno de los peores. Me sentía
más que sola. Cuando me senté en la colina y lloré, Mino sintió mi tristeza y saltó a mi
regazo, lamiéndome las mejillas con las orejas hacia atrás.
—Oh, buen chico. Sabes que estoy triste, ¿no es así? —Le acaricié la cabeza
sosteniéndolo cerca—. Estoy muy contenta de tenerte. —Cuando mis lágrimas se
secaron, se alejó persiguiendo una polilla blanca.
Me acurruqué a un lado de la colina y permanecí allí, perdiendo la noción del
tiempo mientras pensaba en casa y mis seres queridos. ¿Qué era la vida sin otra gente?
Incluso si me volvían loca, todavía los quería en mi vida. Preferiría estar en una pequeña
choza rodeada por la gente que amaba que estar en un palacio sola.
Las lágrimas llegaron y desaparecieron a lo largo del día mientras permanecía allí
sintiendo pena de mí misma, y luego odiándome por ser tan patética. ¿Por qué no podía
salir de esta desesperación? Deseaba que mi esposo no tuviese que trabajar. Deseaba
que pudiese quedarse conmigo a lo largo del día, o pudiese acompañarlo. Pero eso no
estaba bien. Siempre había sido independiente. Sentir como si lo necesitase aquí
conmigo para ser feliz estaba mal.
Me levanté, sacudiendo los brazos y respirando profundamente. No era el
momento para perderme en mí misma. Todo iba a estar bien. Tenía que estarlo.
Por el resto de la tarde, me esforcé en mantenerme ocupada y permanecer
positiva. Conté las cosas buenas en mi vida, tomando nota de cada pequeña comodidad.
Conseguí pasar el día sin más lágrimas. Pero cuando las ventanas de mi dormitorio se
abrieron ampliamente y sentí la presencia de mi esposo entrar, corrí hacia él, poniendo
las manos tras la espalda, necesitando su toque.
Me mejilla encontró su pecho y la presioné contra él, cerrando los ojos. Estuvo
muy quieto por un momento, como si estuviese sorprendido, y luego me rodeó con los
brazos. Sentí sus labios sobre mi cabeza.
—¿Ha sucedido algo?
—No —contesté—. Simplemente te echaba de menos.
— Psyche. —Sonó triste y me besó de nuevo en la cabeza.
—Haz que oscurezca —supliqué.
Lo hizo sin preguntas. Me puse de puntillas, inclinando mi rostro al suyo y siguió
mi camino, besándome profundamente. Me sujetó la parte superior de los brazos,
acercándome a él mientras ayudaba a mantener mis manos abajo. Era una tortura no
tocarlo.
—Llévame a la cama —susurré contra su boca.
Alzó una de las manos y ahuecó mi rostro.
—¿Estás segura de que no ha sucedido nada?
—Estoy segura, esposo. Simplemente te necesito.
No me hizo más preguntas, abrió el broche de mi hombro y tiró suavemente de la
estola hasta que estuvo en el suelo. Mis guantes aparecieron en la punta de mis dedos y
me los puse rápidamente. Nos besamos enfervorecidos mientras me llevaba de
espaldas a la cama, luego me alzó, así estaba sentada al borde mientras se inclinaba
contra mí, todavía vestido, su fina tela rozando mi desnudez.
—Hoy he sido inútil —comentó mi esposo, deslizándose para ahuecar mis pechos
y tomar uno en su boca. Eché la cabeza hacia atrás y me aferré al borde de la cama—.
No he hecho más que pensar en ti.
—Ahora estás aquí —contesté—. Y puedes hacer más que pensar.
Me sujetó la cintura y me lanzó sobre la cama con una fuerza inhumana. Reboté y
sonreí, malditamente feliz de tenerlo aquí conmigo. Muy feliz de sentir algo bueno, algo
que alejase los demás pensamientos. Así que feliz era lo que más estaba dispuesto a
cumplir.
—Te quiero al mando esta vez —pedí y aferré puñados de sábanas a mis costados,
arqueando la espalda mientras me besaba el ombligo—. Confío en ti.
Esas palabras lo hicieron gemir y sostenerme más apretadamente,
mordisqueándome la piel con los dientes antes de volver a besarme de nuevo. Gemí
cuando me di cuenta que estaba desnudo sobre mí. Abrí las piernas, envolviéndolas
alrededor de sus fuertes caderas, sintiendo sus muslos y masculinidad contra mí.
—Por favor —supliqué, intentando mover las caderas.
Se rió entre dientes.
—Necesito prepararte.
—Estoy preparada.
Deslizó la mano entre nosotros e hizo u profundo sonido masculino en el fondo de
su garganta cuando sintió lo húmeda que estaba. Me sonrojé, preguntándome si creía
que era demasiado libertina.
—¿Es… vergonzoso?
—Nunca.
Me sujetó las muñecas y las colocó sobre mi cabeza mientras se empujaba en mi
interior, todo mi cuerpo contrayéndose, abrumado. Lo rodeé con las piernas para
estabilizarme mientras se balanceaba sobre mí, saliéndose casi por completo, luego
empujándose en mí con fuertes empellones. La fricción, y la forma que él me dominaba
me hacía respirar con fuerza, gimiendo sonidos afirmativos mientras estaba atrapada
entre un leve dolor y la promesa de un placer salvaje.
—Quiero tocarte —supliqué.
—No. —Clavó los dientes en mi cuello, su lengua caliente mientras apartaba la
boca.
—Por favor… oh dioses, deja que te toque.
Pero solo me sostuvo la cintura con más fuerza, estirando mis brazos hacia arriba,
empujando con más fuerza dentro de mí, más rápido, balanceándonos. Una vez que mi
centro ardió, enviando chispas por mis extremidades, haciendo que mi cuerpo se
sacudiese bajo él, y mi garganta liberase cada sonido feliz y animal dentro de mí. Pero
esta vez, estaba justo aquí conmigo, su placer derramándose en mi interior, nuestros
cuerpos alcanzando, sujetando y aferrando fuertemente cada sensación. Y nada en el
mundo era más sensual que los sonidos que hacía contra mi oreja, su cálida esencia de
miel deslizándose sobre mí. Nos llevó un gran momento calmarnos.
—No fui muy gentil —protestó con un bajo retumbar de remordimiento.
—Fue justo lo que quería —aseguré.
Las lágrimas se deslizaron por las esquinas de mis ojos mientras intentaba
recuperar la respiración. Besó un lado de mi rostro, secando las lágrimas con sus labios
y luego el otro.
—Tus sentimientos, Psyche —dijo entrecortadamente.
—Feliz —susurré—. Muy feliz.
Suspiró, hundiendo la cabeza en la ropa de cama al lado de mi cabeza, su cuerpo
pesado sobre el mío. Y de nuevo, tuve la sensación que mi respuesta no era lo que quería
escuchar. Un momento de desesperanza apresándome. Le había dado mi cuerpo. Le
había dado mi confianza. Había llegado a confiar en él y sentir felicidad con él, pero no
era suficiente.
—¿Vamos a perder? —Otra lágrima se deslizó por cada mejilla.
—No. —Liberó mis muñecas, pero las mantuve sobre mi cabeza mientras tomaba
mi rostro, secando mis lágrimas—. Vamos a ganar, Psyche. —Me besó en los labios—.
Debemos.
VEINTICINCO
PROMESA
La felicidad era, por supuesto, fugaz. Huía de mí cada mañana cuando mi esposo
se iba de mi lado. Cada día me desesperaba más y más por su compañía. Quería que
nuestros cuerpos se tocaran en cada momento que estuviéramos juntos. Anhelaba todo
el día que estuviera dentro de mí, que nuestras respiraciones se entrecruzaran, que sus
manos me acariciaran, que sus labios besaran los míos. Sentí como si su atención, en la
oscuridad de la noche, pudiera ahuyentar toda la desesperación que sentía durante el
día.
Y cada noche después de que hiciéramos un ferviente amor, me preguntaba mis
sentimientos. Respondí sinceramente, siempre: Alegría, dicha, satisfacción, incluso
éxtasis. Ninguna cantidad de afirmación positiva pareció apaciguarlo. Lo sentí cada vez
más frustrado.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —Había gritado la noche anterior.
—¡Sabes que no puedo decirlo! —Me había gritado a cambio. Y luego me abrazó,
meciéndome, besando silenciosas disculpas en mi cara hasta que la frustrante tensión
se alivió de mi ser.
Esta mañana me despertó con su pulgar frotando suavemente de un lado a otro
sobre mi cadera. Me sentí completamente descansada, pero todavía estaba
completamente negro. Todavía no quería encender el sol, no estaba listo para dejarme.
—¿Qué estás pensando, esposo? —susurré en la oscuridad.
—Si tan solo pudiera decirlo —susurró de vuelta. Su solemnidad me golpeó en el
pecho—. Me dices que eres feliz, pero no lo eres.
La culpa tiró de mi tripa.
—Soy feliz cuando estamos juntos.
—¿Y cuando no estás conmigo?
Presioné mis labios.
—Intento mantenerme ocupada, y estoy agradecida por el amor de Mino y Sphinx,
incluso Renae, pero...
—¿Pero?
Me tragué la quemadura de la humedad.
—La soledad es abrumadora.
Le oí frotarse la cara, suspirando profundamente.
—Extrañas tu casa.
—Mi familia. —Me atraganté—. Mis hermanas. Lo que no daría por verlas una vez
más —dije las palabras en voz alta, imaginando sus rostros, sacando la emoción a la
superficie e inhalé, exhalando la emoción.
Me acercó con la espalda contra su pecho y me abrazó.
—¿Y si prometiera traer a tus hermanas aquí por una hora? ¿Sería eso suficiente?
La esperanza se alzó, causando que arrastrara un suspiro de sorpresa.
—¿Puedes hacer eso?
Se detuvo.
—Sí.
Me senté frente a él, aunque no podía ver nada.
—¿Todo este tiempo pude haber visto a mis hermanas? —La verdad me dio un
doloroso golpe.
Se aclaró la garganta.
—No hay ninguna regla en contra, pero no es lo mejor para nuestra situación.
Mi frente se frunció.
—Es como evitar que Renae juegue conmigo. ¡Sólo me quieres para ti!
—Por supuesto que sí —gruñó—. ¡Olvidas lo que está pasando aquí!
Un escalofrío me subió por la espalda. El juego.
—Me he visto obligado a tomar decisiones que creía que ayudarían —dijo con
frialdad—. En retrospectiva, no todas esas decisiones han funcionado.
No pude evitar la pequeña sonrisa que adornaba mis labios. Se estaba
disculpando, y claramente no estaba acostumbrado a admitir que se había equivocado.
Reboté un poco.
— Entonces, ¿pueden venir? ¿Verdaderamente?
—Sí, Psyche —dijo en una exhalación—. Solo esta vez. Te ruego que lo aproveches
al máximo.
Dejo salir un pequeño y excitado chillido.
—¡Quiero abrazarte!
—No te atrevas. —Se rió entre dientes, y aplaudí.
¡Mis hermanas! ¡Oh gloria!
Vibrante emoción me llenó. Agarré las mantas y me incliné hacia adelante,
buscándolo con mi cara. Me ayudó, aterrizando sus labios en los míos con una risa.
—Es mejor que te vistas.
—Todavía no —dije, inclinándome hacia adelante para tocar mi lengua con la
suya.
Hizo ese sonido de satisfacción en la parte posterior de su garganta y mi cuerpo
se calentó, se tensó y se preparó.
—Psyche... debo irme muy pronto.
—Esposo... —Había una posición que aún no habíamos hecho. Me giré sobre mis
manos y rodillas y miré por encima de mi hombro en la oscuridad—. Todavía no. —Mi
corazón dio un golpe con nerviosismo seguido de aleteos que me dejaron sin aliento.
Escuché sus alas batir cuando se puso de rodillas detrás de mí, pasando una mano
firme desde la parte posterior de mi cuello, bajando por mi espina dorsal hasta la parte
inferior.
—¿Estás siendo una mala princesita? —Agarró mis caderas y me tiró hacia él,
presionándose contra la línea de mi núcleo. Estaba duro y listo.
—Sólo para ti —dije, descaradamente frotando arriba y abajo de su longitud.
Me penetró por detrás y me quedé sin aliento ante la nueva sensación,
sintiéndome más llena que nunca en nuestro tiempo juntos. Al principio, sus golpes
eran sin prisas, tirando del todo hacia afuera y deslizándose hacia atrás con una
agonizante lentitud, como si saboreara y preparara. Pero luego sus instintos más bajos
parecieron tomar el control, y tuve que aferrarme a las mantas mientras me empujaba,
golpeando sus caderas contra mi trasero, meciendo toda la cama.
Fue una sobrecarga de sensaciones; la fricción golpeando mis puntos sensibles lo
suficiente como para situarme por encima del borde. Encontramos nuestra cima juntos,
montando las olas de placer hasta que casi se derrumbó encima de mí, presionando mi
barriga contra la cama, su pecho contra mi espalda. Sentí que el aire se apretaba
mientras sus alas nos rodeaban, combinando nuestras respiraciones en el pequeño
espacio, aturdiéndome la cabeza. Besó un lado de mi cara, y un sentimiento profundo
floreció a lo largo de todo mi ser.
La sensación era la más intensa que jamás había experimentado: Una mezcla de
devoción y protección. Mi corazón latía con fuerza al pensar en lo que había llegado a
sentir por él. Amor.
—Dime, Psyche —dijo en mi oído, como lo hacía después de cada sesión de amor.
Tragué saliva, repentinamente aterrorizada y llena de dudas.
—Yo…
Se retiró, su cuerpo se tensó.
—¿Sí?
Un estremecimiento me recorrió.
—Me gusto eso.
Su tensión se aflojó. Colocó un suave beso en la línea de mi cabello y salió de mí
con una exhalación. Pero no dijo nada. Sentí que su peso cambiaba mientras se
levantaba de la cama.
Me incorporé y puse la manta sobre mi regazo. Una frágil capa exterior se formó
sobre mí cuando cuestioné todo. ¿Estaba loca por amarlo? Era mi esposo y había
demostrado su devoción por mí, ¿no es así? Era lógico que nuestro tiempo juntos se
convirtiera en amor. Entonces, ¿por qué dudaba en decirle, o incluso sentirlo, para el
caso?
La tenue luz llenaba la habitación a través de las ventanas, despertando a Mino,
que había dormido mágicamente durante nuestra escapada matutina. O tal vez mi
esposo había ordenado en silencio a los animales que permanecieran dormidos. Sphinx
se frotó contra mi espalda con un fuerte maullido, y Mino saltó a mis brazos con
entusiasmo, su cola golpeándose de un lado a otro. Los acaricié a ambos y les deseé
buenos días.
—Los dejaré salir —dijo mi esposo, besándome la frente y levantando a ambos
animales. Me reí de sus cuerpos flotantes—. Prepárate. Arreglaré un pasaje para tus
hermanas ahora.
Me tapé la boca para esconder una enorme sonrisa.
—Gracias, esposo.
—No me des las gracias —dijo con dulzura.
Sentí la succión de una completa soledad cuando salieron de la habitación, pero
por primera vez desde que llegué aquí, no me sentí en una horrible soledad. Salté de la
cama, corriendo para lavarme y encontrar el vestido adecuado, algo bonito, pero no
demasiado elegante, y luego por mi cabello.
Nunca había deseado nada en mi vida y, sin embargo, nunca me había sentido
completa. Irónicamente, en ese preciso momento, sentí por primera vez como si lo
tuviera todo. Mi salud. El cuidado y la comodidad de un compañero. Dulces animales
que me adoraban. Y ahora la compañía de mis hermanas. La riqueza más allá de la
medida parecía la menor de mis bendiciones. Era todo sobre las otras almas en mi vida.
Terminé mi cabello con una delicada corona de vides de latón que se sentaron
delicadamente sobre mi cabeza, acurrucada en mis oscuras olas.
—Oh, princesa, mírese.
Me volví hacia la voz de Renae en la puerta de la habitación.
—¿Estoy presentable?
—La sonrisa —dijo—. Le diferencia.
—Eres demasiado amable. —Junté mis manos para resistirme a abrazarla.
—Estaré preparando un almuerzo para usted y sus hermanas. ¿Puedo traerle té y
algo de comer antes de eso?
—No, gracias. Estoy muy emocionada para comer algo ahora. ¡El almuerzo suena
perfecto!
Prácticamente bailé para salir de la habitación, canturreando una melodía que
adoraba cuando Renae soltó una risita detrás de mí. Probablemente se estaba riendo de
mi incapacidad para mantener una melodía o ritmo, pero no importaba. Ella nunca me
había visto así, por supuesto, porque no me había sentido tan feliz desde que llegué.
Ahora que sabía que era posible ver a mi familia, quizás la próxima vez podría pedirle a
mi mamá y a mi papá que vengan. La idea de poder ver a mis seres queridos, incluso si
fuera solo de vez en cuando, haría que los días futuros aquí fueran mucho más
soportables.
Afuera, tomé a Mino en mis brazos y le bañé la cara con besos, riendo mientras se
retorcía como loco para tratar de devolver el favor. El jardín se veía especialmente
hermoso y acogedor esa mañana cuando bajé a Mino y jugamos un juego de persecución
hasta que Sphinx surgió desde de la frondosa pierna de Pegasus para abalanzarse sobre
él. Me maravillé de cómo ambos habían crecido un poco, parecían más largos y más
delgados. ¿Cuánto tiempo los había tenido ahora? Parecía haber pasado tan rápido.
Todavía estaba pensando en el paso del tiempo cuando escuché una conmoción
desde lejos y me detuve a escuchar. Voces altas y femeninas vinieron de la dirección de
las colinas. Mi cara se dividió en una sonrisa gigantesca y agarré las capas más bajas de
mi estola, lista para correr.
Mis hermanas estaban aquí.
VEINTISÉIS
AMANECER Y MILAGRO
—¿Es ella? —Escuché decir a Miracle.
—¡Lo es! ¡Psyche! —gritó Dawn y las tres corríamos, ellas bajando la colina, yo
subiéndola, hasta que chocamos en un apretado abrazo, las tres llorando.
—Oh, cómo las he extrañado —lloriqueé—. ¡Cuéntenmelo todo! ¿Cómo están
madre y papá?
—¿Realmente eres tú? —Miracle se aparta y toma mi rostro—. Nuestros padres
estarán muchísimo mejor cuando escuchen de nuestro encuentro.
—¡Oh, Miracle! —Pude verla escasamente a través de mis ojos húmedos—. ¡Pensé
que nunca te vería de nuevo! —Me aferré de nuevo a ella, besando su mejilla y luego
haciendo lo mismo con Dawn, quien me miraba boquiabierta, sosteniéndome a un brazo
de distancia para dejar que sus ojos se movieran desde mi pequeña corona hasta mis
sandalias de piel que se amarraban hasta mis pantorrillas.
—¿Cómo...? —La voz de Dawn se desvaneció mientras sus brazos caían—. ¡Pero
luces tan bien!
—Estoy bien. —Sonreí y casi me reí ante sus sorprendidas expresiones—. Espero
que no se hayan preocupado demasiado.
—¡Por supuesto que lo hicimos! —dijo Miracle, su voz temblorosa.
Tomé su mejilla en mi mano, triste por saber que había sufrido.
—Ya no te preocupes, hermana. Ven, Renae ha preparado una comida. Te lo
contaré todo.
Tomé sus dos manos y prácticamente saltando entre ellas mientras caminaban,
murmurando con asombro acerca de los terrenos. Ambas jadearon cuando Mino subió
corriendo a gran velocidad, brincando, olfateando y dando vueltas con emoción.
Soltando sus manos para levantar al cachorro.
—Este es Mino, corto de Minotauro. ¿No es simplemente horrendo? —Su lengua
colgaba mientras lamía mi mejilla y mis hermanas se rieron, todavía pareciendo
sorprendidas e incapaces de procesar lo que estaban viendo. No podía culparlas. Bajé
al cachorro y tomé sus manos de nuevo. Mientras más pronto pudiera explicar todo y
tranquilizar sus mentes, sería mejor.
Dawn miró boquiabierta hacia el sendero.
—¿Eso es oro? ¿En serio?
—Lo es —dije, ligeramente incómoda con la mirada extraña que apareció en su
rostro. Me sentía casi... culpable—. Vamos. —Las insté a moverse hacia adelante.
Cuando llegamos a la mesa, estuve contenta de ver que ya estaba acomodada con
una deliciosa variedad de bocadillos, dulces, té y vino.
—¡Vengan, siéntense! —Llevé a cada una a un asiento y me senté frente a ellas—.
¿Té para empezar? ¿O directo con el vino? —No bebía vino, porque amargaba mi
estómago, pero mis dos hermanas lo adoraban.
Se miraron la una a la otra y Miracle fue la primera en sacudir su cabeza.
—No estoy segura de que debamos estar comiendo o bebiendo cualquier cosa de
aquí.
—No te preocupes —le aseguré—. Todo es comida humana. No hay néctar o
ambrosia. La como todos los días. —Metí en mi boca un higo asado y relleno y dije—:
Mmm. —No podía dejar de sonreír.
—Realmente no tengo mucha hambre —dijo Miracle mientras Dawn sacudía su
cabeza—. Comí cuando desperté, antes de que los hombres extraños aparecieran y me
dijeran que estaba siendo convocada para verte.
Golpeteé mi boca con la servilleta, mi estómago hundiéndose ante su seriedad.
—Me disculpo —dije—. Espero que no tuvieran planes importantes que fueran
interrumpidos. No estaba segura de cómo funcionaría esto.
—Pensábamos que estabas muerta —susurró su voz rompiéndose—. Pensé que
estaba siendo convocada para recuperar tu cuerpo. No me decía nada. No a dónde
íbamos. No cómo estabas. Lo único es que me estaba llevando a verte y que estaría en
casa para el anochecer. Tan ominoso. —Cubrió su boca y vi que los ojos de Dawn se
estaba aguando, justo como los míos. Me estiré hacia el otro lado de la mesa y tomé sus
manos.
—No puedo imaginar cuán asustadas estabas. Y sabiendo cómo son estos
inmortales, probablemente no les dieron mucha opción.
Dawn dijo:
—¡Nos vendo los ojos y nos llevó en el aire! Nunca había estados más aterrorizada.
Estaba segura de que sería mi muerte.
Intenté no sonreír.
—¿Sabes quién era?
—Se llamó Zep —dijo Miracle—. Era una criatura de pocas palabras.
No tenía idea de quién era ese. Sacudí mi cabeza, luego bajé una generosa porción
de puerco para darle a Mino.
—Me disculpo de nuevo. Le dije a mi esposo esta mañana cuán solitaria me sentía
y que las extrañaba y me sorprendió diciendo que vendrían de visita. No podía creerlo.
Las he extrañado tanto. —Tragué la emoción, queriendo que vieran que estaba bien y
sintiéndome fuerte. Pero me conocía mejor que eso. Siempre había sido capaces de ver
las fisuras en mi personalidad, mejor que cualquier otra persona.
—Por favor, querida hermana —dijo Miracle—. Cuéntanos todo desde el
momento en que llegaste.
Coloqué mis manos en mi regazo mientras comenzaba, contando los días de miedo
y cómo mi esposo solo era amable y atento e intentaba tocarme de maneras placenteras.
Fui cuidadosa de no dar demasiados detalles sobre su sensualidad. Era cercana a mis
hermanas, pero nunca habíamos sido de ese tipo de cercanías.
—Y una vez que comencé a darle una oportunidad, encontré que nos
preocupábamos el uno por él otro y confié en él. Podría ser una criatura del reino divino,
pero no es un malvado monstruo.
—Espera. —Dawn me detuvo—. ¿Nunca lo has tocado con tus manos o visto?
—Ni una vez —dije—. Pero me enteré de que hay una razón para ello. Y aquí es
donde las cosas se ponen misteriosas y truculentas. Mi esposo es una poderosa criatura
del Olimpo, no estoy exactamente segura de qué es, pero puede controlar la atmosfera
de aquí. Esta tierra es suya. —Ondeé mis brazos—. Pero alguien, de alguna manera, lo
maldijo o lo hechizó. Alguien tiene el poder sobre él y los dos debemos trabajar juntos
para romperlo.
Mis hermanas compartieron una mirada con amplios ojos. Deseé que no
parecieran tan asustadas.
—Sé que es difícil de creer. Confíen en mí, lo estoy viviendo, pero todo lo que les
estoy diciendo es la verdad —les expliqué la analogía del juego, pero el escepticismo
estaba por todo su rostro. Comencé a sentir pánico, hablando más rápido y utilizando
mis manos para explicar, pero Miracle enterró su rostro en sus manos y Dawn hizo un
gesto.
—Es demasiado tarde —murmuró Miracle en sus manos y cuando levantó la
mirada, fue para ver a mi otra hermana. Dawn asintió, seria.
—¿Qué es demasiado tarde? —pregunté.
Me dirigió una mirada de lástima.
—Psyche. —Tomó mi mano—. Hay... rumores.
—¿Qué rumores?
—Sobre tu esposo.
Mi corazón, que había estado tranquilo durante todo este tiempo, comenzó a
acelerarse.
—¿Qué pasa con él? Ya les dije, la parte de la “serpiente” de la declaración de
oráculo era metafóricamente hablando. Es como un hombre con alas fuerte y poderoso.
No como alguno de los tipos de criaturas sobre los que aprendimos.
De nuevo echó un vistazo hacia Dawn y realmente deseé que dejaran de compartir
esas malditas miradas conspirativas, como si no pudiera manejar cualquier que fuera
la información que tenían entre ellas.
—¿Qué pasa? —dije, utilizando todo mi autocontrol para no gritar.
—¿Ustedes dos... han tenido intimidad?
Parpadeé, el calor elevándose por mi rostro.
—Es mi esposo —dije a manera de explicación. Quité mis manos de las de ellas y
comencé a servirme una taza de té mientras intercambiaban otra mirada. Esta vez no
se molestaron en intentar ocultar su horror.
—Te obligó —dijo Miracle con enojo.
—No, no lo hizo —le aseguré—. Esperó hasta que estuve lista. Fue mi decisión.
—¿Tu decisión? —preguntó Dawn—. Elegiste tener a un monstruo rodando sobre
ti...
—¡No es así!
Sus ojos se agrandaron.
—¿Te da placer?
—Es mi esposo —dije de nuevo, sonrojándome—. ¿El tuyo no te da placer?
Los ojos de Dawn bajaron hasta su regazo y sentí un pinchazo de lástima cuando
recordé al príncipe Drusus. Probablemente era un amante egoísta.
—Oh, Psyche —susurró Miracle.
No debía sentirme apenada. Por supuesto, no entenderían. Nunca había hablado
con él. No había vivido estos horribles días, sin saber qué creer, pensando que serían
destrozadas hasta la muerte en cualquier momento. No tenían idea de la ternura de su
toque o la suavidad de sus labios. Ese tipo de afecto no podía ser fingido.
—Hay cosas que tienes que saber —dijo Dawn.
Su voz era tensa, como utilizaba el sonido cuando estaba celosa, pero no podría
estar celosa de mí en esta situación, ¿cierto?
—Hace una semana —dijo tensamente—, vinimos como familia a Atenas a hacer
sacrificios en tu nombre. Papá les estuvo rogando a los dioses que te liberaran. —Cubrí
mi boca ante la idea de nuestro padre haciendo eso y Dawn continuó—: Y una vieja
mujer estaba ahí, una vidente. Nos contó sobre tu esposo.
Mi boca se quedó completamente seca ante su ominoso tono, pero no pude
atreverme a levantar la taza de té con mis manos temblorosas.
—Su cuento suena verdadero con lo que nos has contado —dijo Miracle,
retomando la historia donde Dawn la dejó, hablando más amablemente—. Dijo que es
una criatura de muchos rostros, capaz de cambiar su apariencia a su voluntad. Pero su
verdadera forma, la que toca cuando duerme, es la de la serpiente.
—Todo está bien —les aseguré a ellas y a mí. La idea de que pudiera cambiar, de
que fuera una serpiente de noche, era enervante, pero no era lo peor, ¿cierto? Comencé
a levantar la taza para humedecer mi garganta seca, cuando Dawn comenzó de nuevo,
sus palabras viniendo más rápido.
—Su finalidad es atraerte hacia un falso sentido de seguridad, Psyche. Ganarse tu
confianza y seducirte, cuerpo y corazón. Una vez que estés completamente influenciada
por él, dándole tu corazón, es cuando atacará. Se alimenta de las emociones humanas.
¡Es una bestia devora almas!
Sus ojos estaban salvajes y dejé caer la taza de té en el platito con un estrépito. Mis
manos temblaron y mi corazón se aceleró. Devora almas.
—¡Eso no es verdad! —Sacudí mi cabeza, enferma por la vieja duda asomando su
cabeza de nuevo—. ¡No creeré en el chismorreo de una vieja arpía!
Miracle se puso de pie y rodeó la mesa hacia mí, arrodillándose ante mis pies y
tomando mis dos manos de mi regazo.
—Debes creernos, hermana. ¿Qué razón tendríamos para causarte un dolor
excesivo? Mira cómo tiemblas. Sabes que hay verdad en nuestras palabras.
Sacudí mi cabeza y cerré mis ojos
—No.
—Esta no es manera de vivir, hermana —dijo Miracle—. Lo sé y lo siento. Desearía
poderte robar en este momento, pero ambas sabemos que no puedo. Debes ser fuerte.
¿Puedes hacer eso por nosotras? Porque la vidente dijo una cosa más.
Sorbí mi nariz, mi pecho agitándose.
—¿Qué?
—Dijo que sus poderes sobre ti no puede durar por siempre. Si la criatura no
puede seducirte y hacer que lo ames en un cierto periodo de tiempo, su poder sobre ti
se perderá. No estamos seguras de qué significa eso, pero esperamos que serás
regresada a casa. O al menos liberada para poder vivir tu propia vida en este reino.
¿Puedes hacer eso, Psyche? ¿Puedes permanecer fuerte, mi amor?
Un sollozó salió de mí ahogadamente y Miracle se levantó, abrazándome
fuertemente. La abracé en respuesta. Mi corazón se sentía como si hubiera sido partido
por completo en dos. ¿Cómo podía ser esto posible? ¿Cómo podían mis instintos haber
estado tan equivocados?
—Si tienes alguna duda persistente —dijo Dawn fervientemente desde el otro
lado de la mesa—. Hay una forma en que puedes probarte esto.
—¿Cómo? —pregunté.
Sonrió y era la sonrisa astuta que solía mostrarme cuando quería hacer algo que
nos metería a ambas en problemas.
—En la noche, mientras duerme, enciende una llama y mira su rostro.
Mi corazón saltó en el interior de mi pecho.
—¿Qué pasa si se despierta?
—Solo enciéndela por un momento, justo lo suficiente para poder lograr un
vistazo de su rostro y luego apágala rápidamente. Pero si se despierta... —Sacó un
pequeño cuchillo de su bolsillo y bilis se elevó por mi garganta—. Apuñálalo aquí. —
Dawn apuntó la punta del cuchillo hacia el punto blando debajo de su barbilla.
El nerviosismo me destruyó. Nuestras dos reglas principales: No podía verlo y no
podía tocarlo. Si rompía una de esas reglas, el juego se terminaba. A menos que se
hubiera inventado esas reglas y el juego, así no podía descubrir a su verdadera
identidad. Oh, dioses. Mi estómago se sacudió ante la idea de que el hombre del que
había comenzado a enamorarme, me hubiera estado engañando de la peor manera.
Presioné una mano contra mi abdomen.
—No tengo los medios para encender una llama —dije—. Él enciende y extingue
todas con sus poderes.
Dawn y Miracle buscan en sus bolsillos. Por supuesto. También siempre había
mantenido los artículos para hacer fuego en mi bolsillo, cuando estaba en casa. Tomé el
pedernal y la varita sumergida en aceite de Dawn con una mano temblorosa, sintiendo
que podría desmayarme. Cubrió mi mano cerrada con la suya.
—Siempre fuiste valiente —dijo—. Recuerda quién eres. Eres la misma chica que
mantenía a cada guardia en el castillo alerta. Eres el alma de nuestra isla. Eres la
princesa Psyche. No puedes dejar que gane.
Asentí, aunque no sentía nada de esa fuerza en este momento. No quería creerles,
incluso cuando tenía sentido, porque lo tenía. Quería correr hacia las colinas y a través
de los árboles, directo hacia el río y dejar que se levantara por encima de mi cabeza.
No. Aparté ese pensamiento. Lastimarme sería simplemente otra manera de dejar
que ganara. Dawn deslizó el cuchillo en mi mano y guardé todos los objetos, enferma de
muerte.
La puerta del palacio se abrió y todas brincamos para ponernos de pie.
—¿Renae? —llamé.
—Sí, alteza —respondió desde los escalones—. Siento mucho interrumpir, pero el
portador está aquí y esperará por sus hermanas al pie de las colinas. Espero que
disfrutaran su tiempo juntas. —Oh, calor de Hades, sonaba tan creíble. ¿Ella conocía la
verdad sobre mi esposo? Seguramente debería hacerlo. Los dos me había engañado por
completo y el amargo pinchazo de la traición cortó profundamente. Sentía como si
hubiera perdido a las dos personas que había llegado a amar.
Caminó para regresar al interior y cerró las puertas y me giré hacia mis hermanas,
abrazándolas fuertemente. No quería dejar que se fueran. Se apartaron, llamándome
con ojos preocupados y palabras alentadores mientras se iban. El portador, Zep o quien
sea que fuera, permanecía invisible para mí. Cuando mis hermanas estuvieran fuera de
la vista, me doblé junto a mi silla, llena de dolor, soledad y engaño que crecieron hasta
un ondulante hervor dentro de mí.
Levanté mi rostro hacia el cielo, ese azul falso y vívido y grité.
VEINTISIETE
UNA PEQUEÑA VELA
¿Fue realmente solo esta mañana que me había sentido alegre y llena de
esperanza? Ni siquiera los animales podían atravesarme cuando me arrastré a la
habitación sin tener ganas de comer, bañarme o pensar. Sentí que me moriría si no
supiera la verdad.
¿Era mi marido el malvado chupador de almas que mi familia creía que era? ¿O
era la vidente una loca? Si solo muchos de sus detalles no coincidieran perfectamente
con lo que yo sabía de él y nuestra situación.
Me senté tan quieta como la muerte en una silla, abrazando mi parte media, mis
ojos desenfocados. Quería desesperadamente borrar toda la conversación de mi mente.
Me dolía el corazón y lo cuestionaba todo, incluso mi propio carácter, porque una parte
de mí preferiría haber muerto con mi corazón lleno de amor por él que descubrir la
verdad.
Una ola de náuseas rodó sobre mí y cerré los ojos, meciéndome de un lado a otro.
El resto del día se deslizó entre mis dedos mientras cantaba en silencio en mi mente: No
puede ser cierto. Él no es un monstruo. Por favor, que se equivoquen.
—¿Princesa? —preguntó Renae suavemente desde la puerta.
Me sobresalté, tensándome, mis ojos se abrieron de golpe.
—Lamento molestarla, alteza. ¿Le puedo traer té y algo de comer? Me di cuenta
de que el almuerzo estaba intacto.
—No —le dije, sintiendo frío—. Quiero estar sola.
—Muy bien. —Ella sonaba triste. Era una muy buena actriz. Incluso Mino y Sphinx
salieron de la habitación tras ella, dejándome.
Miré por la habitación hasta que vi la vela más pequeña en un soporte de mano en
el escritorio. Rápidamente, me puse de pie y lo saqué de su lugar, moviéndola a una
mesa más cercana a la cama, luego metí el pedernal, el palito de pino y el cuchillo debajo
de la almohada. Mi pulso se aceleró, y sentí como si pudiera ahogarme. Lo sabía, en lo
más profundo de mi alma, incluso si él fuera verdaderamente malvado, no podría
apuñalarlo. La hoja era inútil.
Fui a las ventanas y las abrí de par en par, mirando a Mino correr abajo. Mi corazón
dio un apretón. ¿Qué pasaría con mis dulces animales si me mataran? Si hubiera estado
pensando con claridad, podría haberlos enviado a casa con Miracle y Dawn para estar
segura de que permanecerían a salvo. Mis dedos tocaron mis labios mientras los veía
jugar, rodando juntos en la suave hierba.
La conciencia llenó mi pecho y un gran aleteo sonó desde lejos. Ambos animales
se detuvieron para mirar hacia arriba, y luego bajaron a sus estómagos, rodando sobre
sus espaldas. El inconfundible sonido de la risa de mi esposo se elevó, haciéndome
cosquillas en la piel antes de que la sensación feliz se convirtiera en una roca en la boca
de mi estómago. ¿Sabía él que estaba mirando? ¿Es por eso que puso una exhibición así,
acariciando a los animales?
Las voces murmuradas se alzaban ahora, pero no podía distinguir las palabras.
Creí que estaba hablando con Renae. Momentos después, volvió a sonar un gran aleteo,
y el cachorro y el gatito se elevaban en el aire hacia la ventana.
Él venía. Mis entrañas se sentían como si estuviera saltando, aunque permanecí
inmóvil en el lugar. Retrocedí, cruzando mis brazos como si pudiera proteger mi
corazón.
—Psyche. —Sonaba como verdadera preocupación en su voz. Maldito sea—.
Renae dice que estabas bastante molesta cuando tus hermanas se fueron. Me
preocupaba que fuera difícil para ti.
—Sí, bueno. —Me aclaré la garganta, tratando de detener el temblor de mi voz—.
Estaré bien. Ahora estoy cansada. —Me di la vuelta y me dirigí a mi armario,
encerrándome y cambiándome rápidamente a un camisón. Cuando salí, me subí
directamente a la cama y levanté los cobertores hasta mi barbilla, haciéndome rodar en
una bola de costado. Busqué los objetos debajo de mi almohada, asegurándome de que
estuvieran ocultos. La culpa me llenó. Sphinx se acurrucó sobre mi cabeza y Mino detrás
de mis rodillas.
Él nunca compraría que yo tenía sueño. Estaba demasiado tensa, y el olor del
miedo, sin duda, estaba flotando en mí. Contuve la respiración cuando lo sentí sentado
en el borde de la cama frente a mí. Su mano apartó el cabello de mi frente y casi estallé
en lágrimas por el contacto. Se sentía tan real, su preocupación, y sin embargo, quería
retroceder ante él.
—Esposa —susurró—. ¿No hablarás conmigo?
Había preparado lo que debía decir, pero cuando salió, sonaba ensayado y falso.
—Pensé que una visita sería buena, pero me hace extrañarlos aún más. Tengo
miedo de que me olviden.
—Hm.
Mis dientes se apretaron juntos. Su mano continuó acariciando mi cabello, y
quería insultarlo para que me dejara sola. Ese toque solo enturbió mi mente aún más.
—¿Dijeron algo para molestarte? —preguntó. Maldije su percepción—. Porque
esto parece ser algo más que simplemente extrañarlos.
—N-no. —Mi corazón se aceleró. Lo había hecho bien conociéndome. Mentirle era
inútil.
—Ellos no creen que soy lo que dices que soy. —Su toque continuó siendo suave,
y sus palabras fueron tranquilizadoras. Enterré mi cara más profundamente en las
mantas para que solo mis ojos se mostraran, y no lo miraría. Tenía que responder. Tenía
que tranquilizarlo.
—Una mujer los asustó en el templo. Un vidente. Pero les dije que era una vieja
loca.
Su mano se detuvo en mi cabeza, lo que me hizo contener la respiración.
—Un vidente. —Él se rió entre dientes, luego se puso de pie. Sus pasos no eran tan
ligeros como de costumbre. Sus alas hicieron sonidos rápidos como si se abrieran y
cerraran en agitación—. Debería haberlo sabido mejor. Qué tonto fui. —Parecía que
hablaba consigo mismo, no conmigo, hasta que dijo—: El oponente encontró una
escapatoria, sabiendo que yo sería débil.
—¿Qué quieres decir?
Él estaba callado.
—La vidente no era lo que parecía. Ella era una estratagema. No puedo decir nada
más. —Un grito de completa frustración se le escapó, haciéndome saltar.
Inmediatamente, estaba en la cama agachándose sobre mí, sus alas nos envolvían
en un capullo silencioso, sus labios llenos besaban un lado de mi cara mientras
empujaba hacia atrás mi cabello.
—Sé que estabas asustada. —Me besó de nuevo y dejó escapar esa antigua
maldición, con la cabeza girada hacia un lado. Su voz contenía una desesperación que
me destrozó—. No debes pedirme visitas de nuevo. No hasta que el juego esté completo.
Has tenido razón al confiar en tus instintos, y me equivoqué al ir en contra de los míos.
No volverá a suceder. —Mientras me abrazaba, las lágrimas ardían en mis ojos. Quería
creerle. Nunca había querido nada más. Pero, en el mejor de los casos, esos sentimientos
de confianza habían sido entretejidos, y ahora los hilos estaban demasiado desgastados
para repararlos sin pruebas.
—¿Podemos dormir? —pregunté—. Me sentiré mejor mañana.
Durante un largo momento estuvo en silencio, el aire pesado entre nosotros.
Luego la habitación se oscureció y sentí que se movía sobre mí, moviéndose para
moldear su cuerpo al mío desde atrás. Su agarre sobre mí era fuerte, como si estuviera
preocupado por la preocupación. No dudé de sus altas emociones por un momento; fue
la motivación detrás de la emoción por lo que dudé. Él estaba molesto porque sabía que
sus planes oscuros habían sido frustrados; ¿porque nuestro oponente había llegado a
mis hermanas y a mí, haciéndome cuestionar qué había entre nosotros? ¿O porque
estaba realmente preocupado por mi bienestar y por el hecho de que ahora estábamos
apartados del "objetivo" de nuestro juego?
Lo único que sabía era que si él era un enemigo, era el enemigo más peligroso
posible, porque cuando estaba con él, mi corazón, mi cuerpo y mi alma lo deseaban.
Incluso ahora, me sentí fundiéndome con su toque, queriendo fingir que mis hermanas
nunca habían venido y me envenenaron contra él. Quería aliviar su mente.
—Todo estará bien, esposo —le susurré.
Me abrazó con más fuerza.
—¿Recuerdas los elementos de un juego del que hablamos?
Lo pensé.
—¿Opositores y compañeros de equipo?
—Ese no.
—¿Ganar puntos o tener un objetivo final?
—No. ¿Qué más? —Sonaba casi en pánico.
—¿Tener un límite de tiempo?
—Sí. —Mi pecho saltó cuando su cara se apretó contra un lado de mi cabeza, su
desesperación aparente—. Regresa a tu a mente esta mañana, antes de que vinieran tus
hermanas. ¿Puedes sentirlo?
El estallido de amor que me había vencido. Oh, cómo deseaba no haber presionado
para su visita. Tragué y susurré:
—Sí.
—Vuelve a ese lugar en tu mente, Psyche. Hemos trabajado muy duro. Regresa.
—Quiero hacerlo. —Una lágrima se deslizó de mi ojo, y él la limpió, besando el
lugar. No quería nada más que volver, pero aquí estaba, en un callejón sin salida.
Mientras yacíamos juntos con sus brazos y el olor que me rodeaban, las opciones de
cómo avanzar avanzaban en mi mente. ¿Qué iba a hacer? ¿En qué iba a creer? Al final,
un pensamiento me cegó, dominando a todos los demás.
Mi alma era un precio demasiado alto para pagar un posible falso amor.
El sueño tardó mucho en llegar.
Un golpe de pánico me despertó en la oscuridad de la noche. Las respiraciones de
mi esposo eran firmes detrás de mí. Me quedé quieta por un momento, completamente
despierta, mi corazón latía como un gladiador en el estadio.
Ya era hora de descubrir la verdad.
Me tomé mi tiempo lentamente apartándome de su agarre, esperando a ver si mi
movimiento lo despertaría, pero estaba profundamente dormido. Me acerqué a la mesa
en silencio, sintiendo en la oscuridad el soporte de la vela. La encontré y corrí
silenciosamente de vuelta a la cama. Puse mi otra mano debajo de la almohada, sacando
el encendedor. Aguantando la respiración, incliné la punta del palo de pino engrasado
hacia el pedernal áspero y presioné con fuerza, deslizando hacia un lado. El pequeño
sonido crepitante hizo que mi corazón diera un vuelco, y la repentina luz brillante cerca
de mis ojos me hizo parpadear.
Bajé la pequeña llama a la vela y encendí la mecha, mi mano temblaba como loca.
Momento de la verdad.
Mi mano se levantó lentamente sobre la cama, y mi otra mano cubrió mi boca
contra una exclamación de asombro cuando la forma de mi esposo se hizo más clara a
la luz tenue.
Se mostró una piel gloriosamente dorada, sin una sola escama a la vista, el
músculo definido y evidente. Su mano masculina se extendió, cerca de mí, sus dedos
extendidos sobre el lugar donde había estado durmiendo. Su cabello me recordaba al
hielo, un color divino que nunca había visto en un humano. Pero su rostro…
En el fondo de mi mente una voz me gritaba que apagara la vela, pero estaba
demasiado hipnotizada. Su rostro era la perfección. Cada ángulo definido. Las pestañas
más oscuras y gruesas. Y esos labios en forma de arco. Estaban tan llenos como se
sentían, y tan hermoso que me dolía el pecho. Detrás de él yacían alas gigantescas,
majestuosas de color blanco, con punta en humo gris.
Esto no era un monstruo. Mis ojos se dirigieron a la cama y observé el arco dorado
y un carcaj de flechas ornamentales. Un temblor me recorrió cuando la comprensión
golpeó mi alma como una marea.
Mi esposo era un dios. El dios del amor. Cupido mismo.
Tiré de la vela para apagarla, y mientras lo hacía, una gota de cera caliente cayó
directamente sobre la mano de mi marido. Sucedió tan rápido, y sin embargo tan lento.
Respiró hondo y sus ojos se abrieron. Me quedé inmóvil, cayendo en esas
profundidades azules, más exquisita que cualquier otra cosa que hubiera visto.
—¿Psyche? —susurró, sus ojos dirigiéndose a mi cara, luego a la vela—. ¿Qué has
hecho? —Su voz, llena de horror, no era la voz que había conocido. Era como si las capas
ásperas y ásperas se hubieran raspado para revelar la sensual melodía oculta debajo.
Negué con la cabeza, retrocediendo, temblando, con la mandíbula abierta y mi voz
muerta. En mis movimientos, la almohada se había movido, y Cupido vio la hoja.
—¿Ibas a matarme, esposa? —Sus ojos se clavaron en los míos, el dolor allí hizo
que mi boca se abriera y se cerrara, mi cabeza se sacudiera de un lado a otro—. Sabes
que soy inmortal.
—Lo sé —susurré—. Yo estaba… yo nunca… —Una vez más, me quedé
boquiabierta.
Saltó de la cama con una gracia inhumana, usando un abrigo plisado de guerrero
alrededor de su cintura. Aterrizando ante mí, apagó la vela y tomó mis brazos, dándome
una pequeña sacudida en la oscuridad.
—Rápidamente —dijo—. Dime cómo te sientes, Psyche.
—¡Lo siento! —Quería colapsar. Me había equivocado tanto.
—¡No es una disculpa! ¡Tus sentimientos!
—Me siento horrible —grité.
—¡Tus sentimientos sobre mí!
—¡Te amo! —Tan pronto como lo dije, supe que era lo que él siempre quiso: Mi
amor. Y sabía, sin lugar a dudas, que era demasiado tarde—. Rompí las reglas. —Un
sollozo de incredulidad y vergüenza cayó de mi garganta—. ¡Oh, dioses! ¿Qué he hecho?
—Quería hundirme en el suelo, pero él me apretó los brazos.
La luz del día llenaba la habitación, y mi esposo todavía estaba allí ante mí, más
grande que la vida, tan real y más allá de lo hermoso.
—Arreglaré esto. —Con una mirada feroz, llena de todas las cosas que nunca había
dicho, se dio la vuelta y salió corriendo por la habitación, a través de la ventana, con las
alas metidas detrás de él y luego disparándose hacia afuera en un arco etéreo cuando
golpeó el aire. Solo pude mirar fijamente mientras se alejaba volando.
Las pisadas rápidas vinieron del pasillo y la puerta de mi dormitorio se abrió de
golpe. Una pequeña, rotunda mujer de mediana edad estaba allí. Bueno, una mujer en
la mitad superior, y una cabra en la mitad inferior. Se golpeó la boca con una mano
mientras la miraba de arriba abajo.
—¿Renae?
—¿Usted me puede ver? ¡Se ha roto el enlace! —Una bonita sonrisa llenó su rostro
hasta que me desplomé en la silla más cercana, buscando aire. Apenas me di cuenta de
que Mino saltaba hacia mí con entusiasmo, y luego corría para levantar una pata en la
cama.
—Lo he arruinado todo —dije, mis respiraciones eran rápidas y cortas—. Yo…
yo… —Señalé la vela en el suelo, salpicando cera caliente contra el mármol.
Lo miró fijamente, con la mano en el pecho, sacudiendo la cabeza.
—No lo hizo. —Regresó sus ojos tristes hacia mí. Oh querida. Fueron tus
hermanas, ¿verdad? ¡Sabía que algo malo había sucedido!
—Nunca debí haber dudado.
—Oh, princesa. —Se arrodilló y me abrazó, frotándome la espalda. No merecía su
amabilidad—. Debe ir al templo de Venus. —Se apartó para sostener mis hombros y
mirarme a los ojos—. Vaya. Ruega por su misericordia. ¡Dígale cómo se siente por su
hijo!
—¡Pero rompí las reglas! ¿Qué me hará ella?
—No lo sé —dijo con franqueza—. Que los dioses tengan piedad. —Renae me besó
la frente y llamó en las ventanas—. ¡Zephyr!
Me quedé mirando que el dios del viento del oeste volaba suavemente en la
habitación, más pequeño que Cupido, con el pelo y las alas de color oscuro, su rostro
encantador y delicado. Él asintió conmigo.
—Zep —dijo Renae frenéticamente—. Necesitas llevar a Psyche al templo de
Venus de inmediato. Ella rompió la atadura. No hay tiempo que perder.
—¿Dónde está Cupido? —Su voz melodiosa era suave y reconfortante.
—¡No lo sé! ¡Tómala, vete! —Me empujó hacia él y él me levantó con facilidad.
—¿Tal vez debería esperar a que regrese? —Comencé, pero él ya me estaba
levantando en el aire—. Renae! —llamé—. ¡Cuida a Mino y Sphinx!
Se inclinó y levantó al cachorro cuando Sphinx saltó al alféizar de la ventana. Los
tres vieron a Zephyr alejarme. Manteniéndome apretada alrededor de sus hombros y
presioné mi frente contra su cuello, rezando en silencio todo el tiempo.
Cupido, mi esposo, perdóname. Venus, diosa celestial… escucha mi corazón.
PARTE DOS
CUPIDO
Un año antes

“El amor no ve con los ojos, sino con la mente,


y por eso pinta ciego a Cupido el alado.
Ni tiene en su mente el amor señal alguna de discernimiento;
como que las alas y la ceguera son signos de imprudente premura.
Y por eso se dice que el amor es niño,
siendo tan a menudo engañado en la elección.”

~El Sueño de Una Noche de Verano|William Shakespeare


VEINTIOCHO
DIOSA IMPOSTORA
Cupido posicionó su ágil cuerpo en un espeso olivo retorcido, pasando por alto
una bodega y una posada. La mayoría de las veces, los humanos lo disgustaban, pero
nunca podía mantenerse alejado. La idea de sus almas era fascinante, especialmente
porque él era el único dios que podía sentir ese brillo u oscuridad desde el interior de
cada humano. Le ayudaba a decidir a quién castigar y a quién favorecer.
Pero más que nada a quién castigar.
No se le permitía matar sus cuerpos mortales y enviar sus almas al Inframundo,
pero podía provocar el caos en sus vidas aburridas, jugando con sus emociones. La
mayoría lo conocía como el dios del amor, pero era más que eso. Era el dios de la
sensualidad y el erotismo. Con su naturaleza, causar estragos en los humanos era
demasiado simple.
Ahora mismo, espiaba a la esposa del posadero pisando uvas con dos compañeras,
con las faldas levantadas hasta los muslos, mientras su esposo recibía a prestigiosos
invitados en el interior. De hecho, la noche anterior había entretenido a la hija de un
invitado una vez que su esposa y los padres de la chica se habían quedado dormidos.
Para un hombre humano, el posadero era atractivo, pero su alma estaba turbia
por la vanidad y la necesidad constante de que su destreza física fuera validada. Esta
debilidad, la descarada desesperación del hombre humano, se ganó la ira del dios más
joven.
Los dedos de Cupido recorrieron hábilmente las cuerdas de su arco mientras
reflexionaba sobre su arsenal de tónicos. A lo largo de su cinturón, llevaba pociones con
la capacidad de intensificar temporalmente casi cualquier emoción humana: Ira,
tristeza, humor, arrepentimiento y sí... amor. Aunque el amor, por ser complicado, era
el más temporal de todos. El amor comenzaba como una serie de atracciones seguidas
por el interés y luego la adoración. Pero entonces el amor se transformaba en algo más
significativo, que requería acción, no solo sentimiento. Los humanos tenían que elegir
cada día seguir en ese camino de devoción y lealtad, y a menudo era simplemente
demasiado trabajo para sus mentes y cuerpos escasos.
Ninguna criatura se aburría, distraía o desagradaba tan fácilmente como los
humanos. Excepto, tal vez, los dioses.
Pero los dioses no eran débiles, y Cupido nunca amaría. No de la manera temeraria
de los humanos. A diferencia de ellos, él era inmortal y no tenía prisa. Nunca
velozmente. No tenía necesidad de validación. Su confianza era tan eterna como su
cuerpo. Algún día su diosa perfecta sería creada, y se encontrarían. Su madre se
aseguraría de ello, una pareja perfecta. Cupido tenía fe en el futuro. Por ahora, estaba
satisfecho entrometiéndose en las vidas de aquellos en la Tierra, y cuando la necesidad
lo llamaba, cambiaba a su disfraz mortal y saciaba su apetito con las mujeres humanas.
De hecho, la esposa del posadero lucía más atractiva cuanto más la observaba
bailar en la fruta, con las piernas teñidas de púrpura y rojo y un ligero brillo de sudor
en la frente. Había castigado a muchos hombres mortales teniendo a sus mujeres por
una noche. Cupido siempre había disfrutado de lo corrosivo de aquello. Donde su
verdadera forma era dorada e imponente, su forma humana elegida era oscura e
intrigante. Ambos eran impresionantes a su manera, pero las mujeres humanas
apreciaban un desafío peligroso.
Un ligero cosquilleo en su piel, lo alertó de la presencia de otro dios. Se volvió en
su rama para encontrar a su madre acercándose, una visión de belleza deslizándose
sobre la hierba oscilante, lentamente siendo levantada por pequeñas nubes que se
inflaban dentro y fuera de la existencia con cada paso elegante, como una escalera que
llevaba a su lugar en el árbol.
La diosa del amor era capaz de quitar el aliento incluso a los dioses más poderosos.
Para Cupido, su presencia era el mejor consuelo, porque ella lo amaba. Podía decir, por
sus labios fruncidos, que no estaba a gusto.
—¿Qué sucede, madre?
En lugar de responder de inmediato, miró a las mujeres que estaban debajo, casi
terminando con el aplastamiento de la uva.
—¿Por qué te entretienes de esa manera, hijo mío? —Tocó las ondas azuladas que
enmarcaban su rostro, sus ojos buscando reverencia de sus labios y rechazo—. Me
preocupa que pases demasiado tiempo entre su clase y no la tuya. ¿Estás solitario?
¿Debo hablar con Júpiter acerca de una pareja para ti?
Cupido tomó su mano, dándole un suave apretón antes de dejarla caer. No le
pediría nada al rey de los dioses. La última vez que había ido a Júpiter, esperando
descubrir su verdadero origen paterno, el dios se había reído en su cara y le dijo: “Si tu
madre no sabe cuál de sus muchos amantes te engendró, entonces no es tu destino
saberlo”.
Por lo que sabía Cupido, Júpiter no era uno de sus posibles padres, pero el rey de
los dioses había sido consumido por las hazañas de Venus y se vio obligado a apagar
una o muchas tormentas de fuego iniciadas por sus travesuras.
—No. Ocurrirá por sí solo cuando sea el momento adecuado.
—Qué romántico —dijo Venus, ganándose una mirada de su hijo que la hizo reír.
Un pájaro voló cerca, se posó en una rama cercana y captó la atención de Venus.
La diosa miró hacia arriba.
—Criatura alada, si te posas en algún lugar cerca de mí, te destruiré.
El ave levantó sus plumas y voló.
Cupido sonrió.
—Sé amable con las pobres bestias.
Ella miró sus plumas con admiración: Blanco como la nieve, bordeado en gris, su
envergadura era impresionante.
—Eres la única criatura alada en la que confío.
El silencio cayó hasta que Cupido le preguntó: —
¿Por qué me has buscado, madre?
Todo rastro de humor y confort se desvaneció de su rostro.
—Me ha hecho daño un humano y busco tu ayuda.
La mano de Cupido se apretó en su arco.
—¿Quién se ha atrevido a hacerte daño, madre?
—Una chica. —Prácticamente gruñó las palabras, y la frente de Cupido se tensó.
Había pasado más de un siglo desde que un humano se había ganado la ira de su madre.
No podía imaginar lo que una simple niña podría haber hecho para captar la atención
de Venus, y mucho menos molestarla tanto.
—Dime todo. —Y así lo hizo, comenzando con la isla donde residía la chica, y él la
detuvo—. Espera. ¿No estuvimos allí recientemente? ¿El rey y la reina con almas puras?
—Sí —dijo—. Los mismos que llevaban años intentando tener un hijo. La reina
era estéril, así que los bendije con fertilidad. Ahora tienen tres hijas, y la tercera se cree
tan hermosa como yo.
Cupido se rió abiertamente.
—¿Qué edad tiene esta absurda chica, madre?
—No es una chica absurda —le aseguró Venus—. Está casi en edad de casarse. Y
durante el año pasado ha aceptado regalos de personas que deberían haber sido para
mí. Ha llamado la atención de mis adoradores, robando mis ofrendas y disfrutando los
elogios que son para mí. Mis altares en los alrededores han quedado vacíos. Dicen... —
Venus se detuvo para reponerse—. Dicen que es más bella que yo.
—Imposible. —Un nombre picaba en la mente de Cupido, uno que había oído
murmurar entre los humanos al pasar—. ¿Por casualidad, es Psyche?
Los ojos de Venus ardían.
—¡Por supuesto que has oído hablar de ella! ¿La has visto? ¿Cuáles son sus
defectos?
—No, madre —negó Cupido—. Nunca la he visto. —El nombre Psyche le había
llamado la atención porque significaba Alma. Ahora, al oír su vanidad y audacia, el
nombre era irónico. Su alma tendría que estar completamente contaminada para
pensar que podía competir con una diosa—. ¿Qué quieres que haga? —preguntó
Cupido. Chica o no, castigaría a la diosa impostora, recordándole exactamente quién y
qué era ella.
Una sonrisa maliciosa apareció en labios naturalmente rojos de Venus.
—Humíllala. Hazle creer que se ha enamorado de uno de los hombres más
horribles y viles. Alguien muy por debajo de su status. Haz que su devoción por él sea
tan poderosa para que se fugue para casarse con el monstruo y romper el corazón de
sus padres que me dieron la espalda, olvidando las bendiciones que les di.
Cupido asintió, su sonrisa maliciosa se unió a la de ella.
—Considérelo hecho.
VEINTINUEVE
FUEGO AMIGO
No era la primera vez que Cupido había sido enviado en una misión por su madre,
y estaba seguro que no sería la última. Le honraba tener la confianza de Venus por
encima de todos los demás.
Al momento en que Cupido localizó la isla desde lejos, le recordó a cuando había
estado allí la última vez. Todo desde la calidez salada del aire a la disposición de la larga
isla, empezando plana en un extremo con campos y huertos, e inclinándose hacia arriba
hacia la cima de su palacio y la fortaleza real rodeada por bordes rocosos que caían
majestuosamente en lagunas costeras y hondonadas. Pensó que era impresionante
entonces, para un lugar en la Tierra, y era igual de hermosa para él ahora. Amargó su
actitud saber que los gobernantes habían renunciado a sus dioses, especialmente su
madre que se había tomado el tiempo de asegurar personalmente su fertilidad.
Después de hoy, se darían cuenta demasiado tarde del error de su
comportamiento.
Parecía que solo habían pasado días desde que había estado allí, pero en tiempo
humano habían sido al menos veinticinco años. El parpadeo de un ojo en tiempo de un
dios, pero lo suficiente para hacer a los humanos olvidar. Ese era el problema con los
humanos. Bien, el principal problema. Olvidaban tan fácilmente. Una y otra vez los
dioses se mostraban, probando su gloria y poder. Pero todo lo que tomaba era el breve
paso del tiempo para que los humanos empezaran a cuestionar de nuevo, para que
empezaran a creerse superiores a aquellos que no podían ver, y preguntarse si los
dioses eran de hecho reales, solo para correr a los altares cuando la tragedia y la
hambruna llegaban. Los dioses se cansaban de este círculo vicioso. Algún día, si los
humanos no tenían cuidado, los dioses dejarían de aparecer en absoluto.
Cupido aterrizó al borde de un acantilado escarpado, explorando, luego subió para
agacharse sobre el borde de los muros reales. Los humanos no podrían verlo a menos
que él lo deseara. Miró a los soldados practicando con espadas para otra guerra en otra
época en otra tierra. Siempre y cuando hubiera humanos, habría guerra.
El dios voló sobre las murallas, luego en el castillo, buscando a la princesa más
joven mientras también estaba alerta por algún hombre horrible que encontrara para
convertirlo en su “amor”. Todo lo que tomaría sería un susurro al oído del hombre para
persuadirlo de acercarse lo bastante a Psyche, y un pinchazo de su flecha para que ella
notara al hombre tonto. Cupido se tomó su tiempo y disfrutó la búsqueda.
Resultó que ella no estaba en el castillo como había esperado. Su audición perfecta
detectó su nombre más allá de la colina, pasadas las filas de casas del acantilado hacia
el mercado.
Perfecto, pensó Cupido. La atraparía en el acto de aceptar adoración de la gente.
Quizá si estaba lo bastante enojado, mostraría su verdadero ser divino por primera vez,
asustando a la gente casi hasta la muerte y causando que se escribieran odas sobre su
poder y esplendor durante los siglos venideros.
Nah.
Cuanto menos creían los humanos, menos estaban dispuestos a mostrarse los
dioses. Ver a un dios era un regalo más allá de toda medida. Raramente merecía un
humano tal santidad.
Cupido guardó sus alas y descendió junto a un pesebre que emitía un hedor que
hizo que sus ojos lagrimearan. Una mirada a través de las grietas de la madera y casi se
rió en voz alta. El criador de cerdos estaba metido hasta sus rodillas y codos en heces,
su rostro con cicatrices rojo con frustración mientras intentaba atrapar al cerdo. Su
alma era tan oscura como la mugre que lo cubría. Juró con cada palabra sucia conocida
por el hombre, rechinando sus grises y medio podridos dientes. Cuando finalmente
capturó una criatura, sosteniendo al cerdito contra su redondeado estómago lo
bastante fuerte para hacer al animal chillar de dolor mientras lo maldecía a las regiones
más bajas de la Tierra, Cupido lo supo.
Este sería el marido de Psyche.
Ahora todo lo que tenía que hacer era encontrarla y guiarlos a ambos a algún lugar
cercano para que el rostro del porquerizo fuera lo primera que viera la princesa tras
ser pinchada con una flecha de Cupido. Demasiado simple. La venganza pertenecía a
Venus.
Aunque el dios podía hacerse invisible al ojo humano, su cuerpo físico todavía era
muy presente. No queriendo ser tocado en su verdadera forma, ni siquiera
accidentalmente, cambió a tu forma terrestre. Cabello marrón en ondas alrededor de su
rostro. Ojos marrones con cejas oscuras. Músculos menos esbeltos. Menos altura. Labios
más finos. Simple ropa blanca cubriendo sus hombros y enrollada en su cintura sujeta
por una simple cuerda. Sandalias de piel desgastadas. Muchos hombres llevaban sus
armas como parte de su atuendo, pero Cupido no podía disfrazar su arco para que
luciera menos que majestuoso, así que lo mantuvo invisible contra su espalda. Aunque
consideraba esta forma mínima, todavía recibía atención sin fin de los humanos. No
podía evitar la vitalidad que emanaba.
Cupido se mezcló en la masa de cuerpos empeñando bienes y negociando. Olores
de caballa y sardinas frescas eran llevados por el viento. Un cálido toque de levadura.
Anguila ahumada picante y cítricos madurados al sol. El dios absorbió las vistas y olores
terrenales, ignorando los ojos que se posaban en él y permanecían, sus almas una
mezcla de luz y descolorido. Nadie era especialmente brillante u oscuro. Sus ojos eran
atraídos por multitudes alrededor de una sola persona, pero extrañamente, la
atmósfera era la habitual conmoción humana. Nada destacaba de la manera que
garantizaría la presencia de una princesa.
Estaba a punto de abrir sus sentidos para ver si había vuelto al castillo cuando
rodeó una esquina a una calle de artículos de bazar, ropa y adornos coloridos y casi
chocó con un hombre fornido en ropa simple, que se paraba en posición de firmes como
un guardia. El hombre lo miró, dándole un asentimiento cuando Cupido pasó alguna
prueba silenciosa. ¿Un guardia disfrazado? Los ojos del hombre fueron hacia delante de
nuevo, y el dios siguió su mirada hacia un puesto vendiendo baratijas de animales
tallados a mano.
Cupido aspiró un aliento y casi se tambaleó hacia atrás. No podía recordar una
sola vez en su existencia que hubiera sido sin elegancia.
Pero tampoco había visto jamás un alma tan brillante.
La mujer brillante se inclinaba sobre una mesa, su rostro y cuerpo cubiertos por
un simple mantón. Su mano, la cual parecía encantadora y joven, tocó ligeramente el
frente de una baratija de un gato. El corazón de Cupido, el cual raramente cambiaba su
triste y firme latido, estaba palpitando demasiado rápido.
Evaluó la situación. Mientras los ojos de Cupido se movían de un lado a otro
rápidamente por el camino de vendedores, a través de la multitud, divisó al menos a
otros cinco guardias y soldados anchos y vestidos con simpleza yendo de un lado a otro
entre vigilar a la chica y evaluar a aquellos que pasaban junto a ella.
Esta era la princesa Psyche. Lo sabía en la boca de su estómago. Y aunque su alma
pura no debería afectar a su misión, lo hizo. ¿Por qué se estaba ocultando? ¿Para tener
un momento egoísta de paz antes de ganarse la atención de los asistentes al mercado?
No tenía sentido. Cuanto más pensaba en la descripción que su madre le había dado,
más sabía que esta joven mujer no podía ser la chica que buscaba.
—¿Puedo ayudarlo a encontrar algo, señor?
Cupido, tomado por sorpresa, miró al guardia y se dio cuenta, por los dioses… que
había estado mirando fijamente y tan perdido en su mente que se había movido más
cerca de la chica sin tener intención, atrayendo atención sobre sí mismo.
—No. —El dios disfrazado le dio al soldado lo que esperaba fuera una sonrisa
amigable—. Solo miro. Gracias. Hay tanto que ver.
Debía haber funcionado porque el hombre se relajó un poco.
—¿Es su primera vez en la isla?
Cupido le dio una sonrisa tensa, encontrando incómodo mentir, aunque lo haría si
debía.
—Estoy de paso.
El soldado le deseó un buen día y Cupido tomó una rápida decisión. Tenía que ver
el rostro de esta chica. Tenía que saber con certeza. Y sin importar qué,
independientemente de si la información de su madre había sido parcialmente errónea
o no, llevaría a cabo su misión.
Cupido se acercó a la mesa, manteniendo espacio entre ellos, y tomó un detallado
león tallado con madera. La dueña del puesto lo miró.
—Solo mirando —le dijo a la anciana—. Es mi primera vez en su isla. Es muy
hermosa. Estoy aquí por el día, de paso. —La anciana gruñó en respuesta, no interesada.
Pero la chica se había movido ligeramente en su dirección. Cupido vio su nariz, no
puntiaguda pero tampoco demasiado redonda. Perfectamente esculpida.
Detrás de ellos, el guardia se movió más cerca, y el dios lo hizo retroceder con su
mente, silenciosamente diciéndole al hombre: “Retrocede. Aleja la mirada. No hay
peligro aquí”.
El guardia obedeció de inmediato.
Cupido devolvió su atención a la mesa. La chica todavía sostenía el pequeño gato.
—Es uno lindo el que tienes ahí —le dijo él, acercándose más.
El agarre de la chica se apretó en su manto con una mano y abruptamente dejó la
baratija.
—Lo siento. —Cupido rió entre dientes—. No era mi intención sobresaltarte.
Ella dejó escapar una pequeña risa que complació los oídos de Cupido, haciéndolo
parpadear.
—Todo está bien —dijo ella en una voz tanto ronca como calmante, recogiendo el
gato una vez más—. Esto me recuerda a algo que sucedió cuando era pequeña.
—¿Y qué fue eso? —Cupido se inclinó hacia delante solo lo suficiente para mirar
a la chica morder su carnoso labio inferior con sus dientes blancos y rectos como si lo
considerara. Su interior saltó y parpadeó de nuevo.
Dioses, ¿qué en el Hades le pasaba hoy? Era solo una chica humana.
De nuevo, ella soltó una risa entrecortada, casi nerviosa. Evaluó el gato, el cual él
se dio cuenta que era más un león.
—Cuando era pequeña, encontré un cachorro de puma herido y lo llevé a casa. Mis
padres estaban furiosos y asustados hasta la muerte, sus garras eran suficientes para
hacerme pedazos, pero insistí en cuidarlo hasta que sanara. Así que lo hice. Y nunca ni
una vez me arañó, aunque no puedo decir lo mismo del mobiliario de mi habitación.
Lloré cuando tuve que liberarlo.
Cupido miró con fijeza el pequeño atisbo de su perfil que ella permitía mostrar.
Luego miró un poco más. Ella vacilantemente se volvió lo bastante para echarle un
vistazo y él vio con inmensa satisfacción mientras ella tuvo que mirar dos veces,
olvidándose de sí misma y mostrando su rostro ovalado sin la tela. Se sacudió con algo
que nunca había sentido en todos sus largos años de existencia. La sensación era tan
extraña que no podía empezar a nombrarla. Los ojos de ella, tan redondos, eran una
mezcla de miel dorada, savia ámbar y rayos de sol. Tan brillantes y hermosos como su
alma. Sus pestañas eran largas como alas oscuras de mariposa. Esta era definitivamente
y sin ninguna duda, Psyche.
La dueña del puesto jadeó ante el rostro alzado de la chica y empezó a señalar,
pero Cupido la cortó mentalmente: “Aleja la mirada. Es una chica normal”. Los ojos y la
mano de la mujer cayeron.
—Lo sé —dijo Psyche con timidez, bajando la mirada a la figura una vez más—.
Fue tonto.
—¿Qué? —preguntó él. ¡Oh, la historia del cachorro! Cupido negó—. No. No
considero que un corazón tierno sea tonto. —Lo decía en serio y verdaderamente
deseaba que no fuera el caso. Necesitaba que ella fuera intrascendente.
Ella inclinó su cabeza y lo miró, estudiándolo. Él se preguntó por qué lo
escudriñaba así. ¿Qué pasaba cuando lo miraba? ¿Sospechaba? ¿No creía que sus
palabras fueran genuinas? Él quería entender esta mirada de ella. Quería saber y
entender todo sobre ella. Sus pensamientos le dieron una descarga de escalofriante
miedo.
No.
No necesitaba entenderla. Ni necesitaba conocerla. Esto terminaba ahora.
—¿De dónde eres? —inquirió ella al mismo tiempo que él dijo:
—¿Cuál es tu nombre?
La chica bajó la mirada.
—No soy nadie. —Una respuesta carente de orgullo.
Su corazón se apretó con fuerza en su pecho y se obligó a respirar.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó ella.
—Leodes —respondió automáticamente, usando el nombre humano que siempre
daba.
—Leodes —repitió ella con una dulce sonrisa, y la manera en que sonó de sus
labios lo puso extremadamente alerta en todos los lugares equivocados. Eso no era
parte del plan.
—Parece que he perdido la noción del tiempo —le dijo él con rigidez—. Mi barco
se irá sin mí.
Decepción cruzó el rostro de ella mientras lo miraba ahora, al completo.
—No quise retenerlo con mis historias, señor. Gracias.
—¿Por qué? —preguntó él.
—Por… escuchar.
Extraño. Una princesa seguramente tenía un arsenal de oídos atentos en cualquier
momento. Él dejó escapar un aliento, luchando contra los instintos que ardían en su
interior antes de seguir adelante con sus pensamientos. Tenía una misión. Debía
apartar sus dudas y confiar en la instrucción de su madre. “Visitarás el establo de los
cerdos. Ahora”.
Sus ojos se vidriaron, y le provocó una sensación enferma. Nunca había sentido
lamento o remordimiento en ninguna misión, y no se atrevió a empezar con tal tontería
ahora.
—Tengo que irme también —le dijo ella—. Te deseo un viaje seguro.
Él no podía obligarse a responder. Cupido apartó sus ojos y caminó pesadamente
en dirección contraria. Un solo vistazo detrás de él le mostró que los guardias se movían
para seguirla, no dejando duda sobre que esta era la tercera princesa. La princesa que
se llamaba a sí misma “nadie”, se compadecía de animales abandonados y escondía su
belleza. Una chica con el alma más brillante en la isla, quien su madre creía
erróneamente que era cruel y egoísta.
No importaba lo que la chica le había hecho sentir. O que pareciera no merecedora
de castigo. El lugar de Cupido era obedecer. Su madre confiaba en él, y él confiaba en
ella.
Cupido sacudió su cabeza con fuerza y acechó tras un puesto, estremeciéndose
cuando se deshizo de su imagen humana y estuvo en su verdadera forma una vez más,
permaneciendo oculto de la vista. Tiró del arco sobre su cabeza con más fuerza de la
necesaria. En este día, no se molestó en traer sus viales. Había hundido la punta de su
flecha en la propia fuente de Venus esa mañana antes de salir del Olimpo. La punta de
su flecha estaba envenenada con la más potente poción de amor.
Un arañazo y la chica brillante se enamoraría del porquerizo.
Ignoró la agitación en su abdomen y dobló sus rodillas, saltando al techo de
puesto, luego planeando de un techo al siguiente, volando el último trozo hasta aterrizar
sobre el techo plano de un granero dentro de la distancia de disparo del establo de los
cerdos.
El hombre estaba empujando a un cerdito diferente chillando en una caja de
madera mientras Psyche se aproximaba. Cupido contuvo el aliento mientras la
observaba caminar con elegancia natural, casi planeando a lo largo de los guijarros y la
tierra tan suavemente como su madre.
No. Esa era la misma estúpida comparación que hacían los humanos, y lo enfurecía
que pudiera entender ahora cómo surgieron los rumores. Ni siquiera había visto a la
chica al completo y estaba abrumado. Solo podía imaginar cómo se sentirían los
estúpidos humanos. Cupido agarró su frente y cerró los ojos un momento. Necesitaba
terminar el trabajo y alejarse de esta maldita isla.
—Qué quieee… hola, querida. —El criador de cerdos la había notado. Un escalofrío
recorrió la espina dorsal de Cupido ante la manera en que el hombre miró lascivamente,
mostrando todos sus dientes grisáceos. Los guardias compartieron miradas
preocupadas, todos acercándose un poco más. Psyche todavía estaba bajo el hechizo de
Cupido parada ante el establo, presentándole su espalda como un objetivo perfecto. No
podía esperar ni un momento más.
Sin apartar sus ojos de su forma, Cupido echó la mano atrás y sacó la flecha de su
aljaba. Sin demorar más lo inevitable. Acuclillándose, alineó la punta de la flecha con la
parte de la espalda de Psyche donde se hallaba su corazón. No pensaría en cuán
brillantemente resplandecía ella, especialmente en comparación con su futuro
compañero, tenue en cada forma; el hombre cuyas sucias manos pronto estarían sobre
ella.
Hades.
Cupido limpió su frente. ¿Estaba sudando? ¿Era eso un temblor en su mano? ¿Qué
nueva locura era esta?
Cuando miró de nuevo, el porquerizo gritó y pateó a un cerdito que se las había
arreglado para salir de su caja. Psyche gritó y se cubrió la boca. Su reacción sentida al
tratamiento del animal le dio a Cupido una pausa. ¿Sería su emoción lo bastante fuerte
para romper su hechizo verbal? ¿Cómo reaccionaría hacia el porquerizo? Miró con
fascinación, su arco bajando mientras se permitía observar por un indulgente momento
más.
Solo uno.
Ella realmente era una vista cautivadora. Sus guardias observaron desde cerca,
pareciendo perplejos en cuanto a lo que ella estaba haciendo allí.
Finalmente, Psyche dejó caer sus manos, curvándolas en pequeños puños, y alzó
su barbilla.
—¡No tiene que patear a la pobre cosa!
Los ojos del porquerizo se entrecerraron y forzó una carcajada.
—No se preocupe, señorita, no sienten dolor como nosotros, ¿ve?
—Eso no es verdad.
—Dígame, ¿cuál es su nombre, señorita? —El porquerizo se lamió los labios—.
Parece familiar.
Ella se tensó, el movimiento dándole a Psyche toda su postura real mientras
soplaba una ráfaga de viento, su capucha cayendo atrás para revelar ricas ondas de
cabello marrón miel, brillando como seda besada por el sol y el mar. La brisa levantó su
cabello, sacándolo de debajo de la tela y volándolo de su cuerpo. El granjero jadeó, y el
dios miró boquiabierto mientras ella intentaba meter de nuevo los largos mechones
bajo su capucha. Dioses del Olimpo, ella era una vista.
Una punzada de dolor se produjo en la rodilla de Cupido y siseó. ¿Qué en la
oscuridad? Cupido bajó la mirada al corte en su piel, ahora hormigueando. Su flecha, no,
la flecha de Psyche, se cernía sobre el lugar donde la sangre salía a la superficie de su
piel, entonces inmediatamente sanó. En un momento de confusión, miró al establo y vio
a Psyche volviéndose, negando desconcertada, luego vio su rostro. Una ráfaga de fuerte
emoción lo golpeó como un huracán, arremolinándose furiosamente a su alrededor,
forzando a su respiración a venir en jadeos, sus ojos ampliándose, su corazón
elevándose.
Oh.
OH.
Su rodilla. Su flecha. El rostro brillante de Psyche de perfección. Su mente se
expandió, estirándose lo bastante para contemplar toda la Tierra y el Olimpo y todos
los mundos más allá. La sensación tensó su mente y corazón, confundiendo todo lo que
alguna vez había sabido. Cupido empezó a temblar. No podía apartar la mirada del
pequeño atisbo de su rostro con forma de corazón bajo la capucha, esos suaves y
exuberantes labios, y sus cremosas manos.
La amaba. No había ni una sola minúscula parte de él que no la amara. El
sentimiento era devorador. Una devoción más poderosa y maravillosa que cualquier
cosa que hubiera conocido jamás.
De alguna manera, su hechizo mental sobre ella había sido roto mucho más
rápidamente de lo normal, y ella parecía querer alejarse tanto como pudiera del establo.
Se movió más rápido cuando el porquerizo gritó tras ella.
—¿No sabes que es grosero alejarse de un hombre sin responder? ¡Oye! —Miró
con furia la espalda de Psyche. Cuando el guardia más grande la pasó, dirigiéndose al
establo para lidiar con el granjero bocazas, la princesa lo agarró del brazo y le rogó que
lo dejara, el criador de cerdos no tenía ni idea de a quién le hablaba. En cuestión de
segundos, el resto de guardias la rodeaban también, y giraron la esquina fuera de la
vista.
Cupido voló a toda velocidad, todavía invisible, y estrelló su puño dorado en el
rostro del porquerizo. El granjero, sin tener ni idea de qué lo golpeó, voló atrás en el
heno y el estiércol, agarrando su rostro y gritando, sacudiéndose con dolor y alarma.
Nadie le grita a mi amor, pensó Cupido.
Su amor… sí. Nada nunca se había sentido más correcto.
Psyche no lo sabía aún, pero era ineludiblemente suya. Y él era suyo. Nadie, ni
siquiera su madre, pondría una mano sobre ella.
TREINTA
QUERIDA MADRE
Cupido encontró a Psyche y sus guardias, volando sobre ellos mientras se movía
rápidamente a través de la multitud, con la cabeza hacia abajo, la cara y el cuerpo
escondidos detrás del gran chal suelto. Cuando los guardias se acercaron, ella agitó una
mano como para mantenerlos a raya. Llegaron a la entrada cerrada de la sala de estar
real, y Psyche se detuvo para mirar la enorme pila de objetos contra la pared.
El dios se dio cuenta con una punzada que eran las ofrendas de las que hablaba su
madre. Cestas de frutas y hortalizas frescas. Celemines de trigo atados con cordel.
Pedazos brillantes de joyas y gemas. Alfombras tejidas a mano de excelente calidad y
color. Sí. Psyche se merecía todo esto y más. Pero para su sorpresa, ella sacudió
bruscamente la cabeza y le gritó algo al guardia más grande, quien dio una orden a un
soldado más joven antes de acompañar a la princesa mientras el guardia más joven
comenzaba a recoger los artículos. Cupido frunció el ceño cuando el guardia tocó
momentáneamente su espalda baja. Si lo hacía de nuevo, el dios le rompería los dedos.
Mirando hacia atrás, vio que el soldado más joven no llevaba las ofrendas a través
de las puertas del palacio. En su lugar, se dirigió por un camino más pequeño hacia los
asentamientos que se apoyaban entre sí, una tormenta de mar lejos de caer.
El corazón de Cupido se contrajo. Su amor le estaba dando regalos a los pobres.
La información de su madre había estado muy equivocada. Quería golpear a
quienquiera que hubiera hablado mal de Psyche. Ella no podía hacer nada mal. Cupido
aclararía todo este lío, y todo estaría bien.
Una vez que la vio a salvo en su casa, Cupido voló velozmente, cruzando las capas
de atmósfera entre los reinos que solo los dioses podían ver, pasando de la Tierra al
Olimpo. Le tomó solo segundos a sus ojos y nariz adaptarse a los colores más brillantes
y olores más vibrantes. Voló directamente a la villa costera de Venus, rodeado de
campos de flores y cubierto de exuberantes enredaderas.
Estaba sin aliento cuando aterrizó frente a su madre, pero no porque el viaje lo
hubiera dejado sin aliento.
—¡Madre!
La mano de Venus voló hacia su pecho y ella soltó una risa de sorpresa.
—¡Hijo! ¿Por qué te ves como si todos los espíritus de Hades se hubieran elevado?
¿Lograste lo que te propusiste hacer?
—Escucha —Tomó los hombros delgados pero fuertes de su madre en sus
manos—. Lo teníamos todo mal. La princesa Psyche no tiene la culpa. Ella no tiene
ningún interés en las ofrendas...
—Cupido. —La diosa se encogió de hombros, su rostro severo—. ¿Qué, en el
nombre de Olimpo, se te ha metido? ¡Estás enloquecido! ¿Eso es sudor en tu frente?
—No, madre, por favor. —Cerró los ojos, agarrando su cabello, desesperado por
hacer que ella entendiera—. Ella es buena. Su alma es... —Dejó escapar un profundo
suspiro, recordando—. El alma más hermosa que he visto en mi vida.
Cuando Cupido finalmente abrió los ojos, su madre lo miraba boquiabierta como
si estuviera mirando a un extraño. Un extraño particularmente extraño. Ella sacudió la
cabeza lentamente.
—¿Quieres decir que no hiciste lo que te pedí?
—¿No me escuchaste, madre? Su alma...
—No me importa. Sus padres también tenían almas brillantes. ¿Te acuerdas?
Cupido negó con la cabeza. Tenía que hacerla entender.
—No como la de ella. Nada como la de ella.
Venus se burló.
—Su débil alma será manchada en un abrir y cerrar de ojos, Cupido. ¿Niegas que
le hayan dado ofrendas? ¿Que no es más que una diosa falsa?
—No acepta sus regalos. Los da a los pobres.
—Son mis ofrendas. ¡No deberían ir a ningún humano!
La madre y el hijo se enfrentaron, parados cerca, ambos hablando en voz alta.
—¡Entonces castiga a la gente, no a Psyche!
Su voz bajó una muesca peligrosa.
—¿Cómo te atreves a cuestionarme? Castigaré a todos en esa isla abandonada y a
su amada princesa.
Cupido apretó sus manos en puños.
—No permitiré que le hagas daño.
Una burbuja de risa se levantó de Venus, pero su rostro no mostraba diversión.
—¿Me permitirás? ¿Te estás escuchando? —Las manos de la diosa se afianzaron y
aparecieron cadenas en las muñecas de su hijo. Sus manos se movieron de nuevo, y él
voló hacia atrás, chocando contra la pared, luchando por romper las esposas.
—¡No! —Cupido se puso rápidamente de pie, solo para ser atado por la cintura y
los tobillos, tirado hacia atrás y clavado contra la pared por el inmenso poder de su
madre.
Ella se deslizó hacia adelante, su rostro era una máscara de terrible ira.
—¿Eres tan débil como para enamorarte de una cara muy humana? ¿Es eso lo que
es esto?
—¡La amo! —gritó, jadeando por respirar.
Venus se sacudió como si fuera golpeada, y por un momento su boca se abrió.
Entonces sus ojos se dirigieron a su arco y temblaron, entrecerrando los ojos.
—Hay sangre en tu flecha. —Sus ojos se estrecharon, y ella comenzó a temblar
mientras miraba fijamente—. ¿A quién golpeaste?
Cuando su boca se cerró, se acercó a él, se agachó y le acarició la mejilla con
delicadeza.
—¿Cupido? —Venus ahuecó su barbilla—. Sabes que tienes mi corazón más que
nunca. No hay nada que no haría por ti.
Casi se derrumbó bajo su toque y amables palabras. Todo el fuego abandonó su
cuerpo y se dejó caer en su mano.
—¿De quién es la sangre en tu flecha, hijo?
Cupido tragó saliva.
—Mía.
El tiempo pareció pasar a cámara lenta mientras Venus procesaba esta
información. Y esta vez, cuando se echó a reír, fue un humor genuino y serio. Le besó la
mejilla y se puso en cuclillas, riendo tan fuerte que tuvo que agarrarse el estómago.
Cupido miró su extraña hilaridad. Nunca había visto a su madre en las garras de tal
alegría. Apretó los dientes, deseando que pasara.
—¿Ya terminaste? —le preguntó cuando finalmente comenzó a jadear y sentarse,
limpiándose las lágrimas de sus ojos.
—Oh, Cupido. Cariño. —Volvió a rozarle la mejilla—. Sabes que no puedo dejarte
ir hasta que los efectos hayan pasado.
Cupido frunció el ceño, tirando de las cadenas.
—Madre, no. ¡Tengo que irme!
Todo el humor abandonó la cara de Venus. Su suave toque se convirtió en el
rastrillo de una uña a lo largo de su mandíbula.
—Sé lo que es mejor para ti. Si mi poción dura tres meses en el humano promedio,
deberías quemarla en una fracción de ese tiempo. No es para preocuparse. Cuidaré de
ti hasta que vuelvas a ser tú mismo.
—¡Nunca he sido más yo mismo! —Intentó pararse y fracasó—. ¡Déjame salir de
esto!
Ella clamó.
—Una vez que tu herida autoinfligida haya sanado y veas claramente otra vez,
completarás la tarea que te di. —Venus se puso de pie y miró los frenéticos ojos de su
hijo, tan azules como las aguas árticas—. La princesa Psyche se casará con un monstruo
según lo previsto.
—¡Madre, no! —Luchó, cada músculo se tensó, hinchándose con un poder inútil—
. ¡Nunca lo haré! ¿Me escuchas? ¡Nunca!
Venus se alejó de su hijo, tomándose su tiempo, sin mirar atrás, mientras sus
súplicas de agonía llenaban sus cámaras, haciéndose añicos los huesos.
TREINTA Y UNO
OMISIÓN
Había pasado casi un año desde que Cupido había puesto los ojos en Psyche. Once
meses humanos. El elixir de la flecha hacía tiempo que había desaparecido, dejando
atrás un recuerdo nebuloso de las semanas posteriores. Si no hubiese estado tan
aturdido por la tintura, habría sabido no desafiar a su madre, manejar a Venus era un
acto delicado, uno en el que Cupido era un maestro, pero había fallado miserablemente
el día que se había alcanzado como un novato, terminando encadenado. Nunca volvería
a perder así la cabeza.
Ahora, hizo lo que su madre pidió, evitar que Psyche encontrase el amor o un buen
matrimonio correspondido, aunque ahora lo hacía por sus propias razones
desconocidas para su madre. Nunca podría decirle que tiempo después que los efectos
de la poción de amor hubiesen desaparecido, sus sentimientos de intriga por la humana,
su fascinación por su alma, su necesidad de verla criar animales y apreciar la belleza de
la naturaleza simplemente aumentaban. Más y más. Floreciendo en algo más fuerte, más
rico y más magnífico.
Su amor por Psyche equivalía al odio de su madre por ella. Sus sentimientos
estaban llenos de pasión, aunque Venus los hacía conocidos mientras Cupido mantenía
ocultos los suyos. En su bolsillo, a menudo acariciaba el adorno del animal de montaña
de madera. Había vuelto por él cuando su mente se enmendó y había estado
sorprendido de encontrarlo todavía a la venta. Ahora la baratija nunca lo abandonaba,
un recuerdo constante de su dulce alma.
Últimamente, Venus todavía quería que la joven princesa se casase con un
monstruo, pero mientras tanto estaba entretenida con las historias de la “miseria” de
Psyche de boca de su hijo. Al principio, él no creía que sus acciones le estuviesen
causando verdadera miseria, solo una leve confusión e irritante dramatismo. De
cualquier modo, después de un año de sus tácticas de intromisión, comenzó a ver el
peaje que estaban tomando en la princesa.
A Cupido le dolía, sabiendo que eran sus acciones las que causaban que su sonrisa
desapareciese. Había evitado que Psyche, y cada posible pretendiente, se enamorasen
el uno del otro. Había atraído a los hombres hacia otras mujeres con sus susurros y
flechas. Incluso se había permitido ser visto por ella en su forma de Leodes durante la
boda de su hermana, preguntándose cómo le afectaría la visión de él.
Percibir su excitación cuando lo vio había sido incluso más satisfactor de lo que
había imaginado, aunque el momento egoísta después lo había llenado de una culpa
poco familiar. El momento, cuando la siguió de vuelta a su habitación y siendo testigo
de su crisis, había sido lo más cercano a revelarse a ella, un acto que habría roto cada
gramo de confianza entre él y su madre.
El malabarismo de mantener a ambas mujeres que quería felices se estaba
volviendo precario. Imposible.
—¿Volvió a llorar hasta quedarse dormida? —preguntó Venus, bebiendo su cáliz
de néctar mientras permanecía tumbada en la suave hierba junto la fuente.
—Justo como la noche anterior, y la anterior a esa —contestó Cupido, sin exagerar
cuando se refería al quebrantamiento de Psyche. Habría detenido esto mucho antes.
Con cada día, la desesperación de ella se profundizaba. Se volvía más y más difícil para
él no mostrarse o consolarla de algún modo.
—¿Y la gente todavía deja regalos para ella?
Cupido tragó saliva. Su madre podía detectar las mentiras con tanta facilidad
como cualquier otro dios. Cupido era ingenioso con las medias verdades, simplemente
omitiendo las partes que la había hecho infeliz.
—Sí, madre. La gente todavía es desleal.
Apretó su preciosa boca.
—Y mis altares cercanos todavía están estériles. Justo como debería haber dejado
el útero de su reina. Que así sea. —Entrecerró los ojos hacia Cupido, y él contuvo la
respiración. Siempre le resultaba una conmoción ver su belleza transformarse de cálida
a maligna con tanta rapidez—. Me aburre jugar con ella. Es momento de terminar con
esto.
Cupido apretó la mandíbula, pero asintió con entendimiento. Tenía que ser astuto
donde Venus estaba preocupada. Tendría que encontrar un modo de calmar a su madre,
y aun así reclamar a Psyche para sí mismo.
—Buscaré el marido perfecto. —Las palabras le habrían quemado la boca si no
estuviese seguro que nunca permitiría que ella fuese herida. Y si alguien tenía que ser
su marido, ese era él.
Su madre inclinó la cabeza, admirándolo con sus perceptivos ojos.
—¿En todo este tiempo no has encontrado un hombre lo suficientemente
miserable para castigar a la mujer que nos puso en ridículo a ambos?
Se encogió de hombros con indiferencia.
—He estado centrado en otros factores.
—De verdad. —Era una suave declaración, no una pregunta, y la falta de
amabilidad en su tono lo puso al límite.
—Empezaré hoy. —Comenzó a recoger sus cosas, cuando su voz llamó por él de
nuevo, haciendo que un escalofrío le recorriese la columna vertebral.
—Si encuentro que alargas esto demasiado, me ocuparé yo misma de esto.
Cupido metió una flecha en su carcaj con dureza.
—Tu falta de confianza es desalentadora, madre.
Se sentó.
—Tienes razón, mi querido hijo, porque la confianza lo es todo. Y perdí un poco
de la tuya cuando saliste de ese trance. ¿Crees que no soy consciente de tu falta de
entusiasmo por castigar a esta humana que me hace daño cada día? ¿Tienes idea de
cómo se me parte el corazón al sentir que no solo he perdido el cariño de la gente sino
el tuyo también?
Sus ojos se llenaron de emoción, la vista golpeando a Cupido en el pecho.
—Mi amor siempre ha sido tuyo —aseguró con cada gramo de devoción que tenía
por ella—. Pero no compartimos una mente. Juré vengarte, y lo haré. A mi manera y a
mi tiempo.
Se levantó con gracia, acercándose, su mirada furiosa.
—¿Cuál es tu manera? ¿Hmm? Cuéntame tu plan. ¿Por qué te demoras?
Cupido apretó los dientes, colgándose el arco del hombro.
—Tus preguntas son insultant…
—¡Todavía la deseas! —rugió Venus como una leona en pie de guerra—.
¡Admítelo! ¡Y no te atrevas a mentir!
El pecho del dios subía y bajaba con rapidez. Había estado esperando que con todo
esto pudiese evitar otra confrontación con su madre, pero ella era inquebrantable
donde Psyche mostraba su preocupación.
Venus cerró los ojos de golpe.
—Nunca la perdonaré por la brecha que ha causado entre nosotros.
Cupido se adelantó, su odio injustificado por la chica inocente provocando que él
perdiese los cabales.
—No ha hecho nada. ¡No a ti, ni a mí, ni a nadie!
—¿Crees que has encontrado al humano perfecto? —se burló Venus.
—Nunca dije que fuese perfecta. —Aunque era lo más cercano a ese concepto que
hubiese encontrado en un humano o dios, para que conste. Oh, cómo había deseado que
ella hiciese algo horrible, haría la situación mucho más simple, pero cada día sus
palabras y acciones solo suavizaban más su corazón, atrayéndolo.
—Entonces dime, precioso hijo, ¿cuáles son sus defectos? —Venus se cruzó de
brazos, inclinando la cabeza con desafío.
Cupido abrió la boca, pero su mente se ralentizó. Estrellas y cielo. ¿Cuáles eran sus
fallos?
—Ella… no sabe entonar. —Eso era cierto, pero se encontró reteniendo una
sonrisa ante el pensamiento de su murmullo discordante mientras caminaba por las
tierras del castillo o cantaba para sí en sus aposentos, haciendo que el gato se lanzase
bajo la cama. ¿Cómo podía encontrar que un defecto tan mundano fuese tan adorable?
—¿Eso es todo lo que puedes lograr como error? —La decepción se mostró en los
rasgos de Venus mientras dejaba caer los brazos a los costados—. Envejecerá en cuanto
pestañees, hijo. Su belleza no dura mucho en este mundo.
—No me preocupa su belleza —murmuró Cupido, permaneciendo quieto. Era su
alma lo que le atraía cada día. Su alma que lo alimentaba como el sol mantenía un
solitario árbol en un campo—. Te pido que seas razonable. Podemos encontrar otro
modo de castigar a sus padres y los tontos en la ciudad que la adoran.
Venus tomó el rostro de su hijo entre sus manos, mirándolo con intensidad.
—Todo lo que digo y hago cuando se refiere a ti es dicho y hecho con amor. Algún
día, confío que verás mis acciones como lo que son.
Esta vez Cupido estaba preparado para la cólera de su madre. Había estado
borracho de poción de amor la última vez, pero ahora su mente estaba clara. Cuando
Venus lo golpeó, Cupido lanzó los brazos a los costados, rompiendo los grilletes antes
que pudiesen envolverlo. Venus se apartó, su mirada afilada como flechas. Parte de su
corazón se estaba muriendo por esa mirada de ella.
—No soy tu enemigo —le aseguró—. Tampoco seré tu prisionero.
Ella estiró los brazos, unas esposas surgiendo de ninguna parte. Pero Cupido hizo
lo mismo, su poder haciendo que los grilletes saliesen de sus tobillos antes de que
pudiesen conectarse. Venus frunció el ceño ante su control, llenándosele los ojos de
lágrimas de nuevo.
—No merece tu toque —susurró su madre—. ¿No ves que estoy tratando de
evitarte dolor? Una mirada a tu rostro y ella quedará hipnotizada por tu perfección,
atraída por tu presencia. Ningún mortal puede amarte. No del modo que buscas.
—Entonces no le permitiré ver mi rostro.
Venus entrecerró los ojos con sospecha.
—Bromeas.
—No. —Miró a su madre con total seriedad—. Dime que me permitirás intentarlo,
sin interferir, y me probaré a mí mismo, y a ella en el proceso.
Lo miró fijamente.
—¿Estás proponiendo un compromiso? ¿Un trato?
Este era un territorio altamente peligroso, pero no podía ver otro modo. Su
asentimiento de concordancia fue rígido. Un rollo de pergamino apareció en una de las
manos de Venus y una pluma con tinta en la otra. Una lenta sonrisa apareció en el rostro
de ella mientras deslizaba la pluma sobre su delicada barbilla.
—Habrá reglas, por supuesto.
—No tengo duda que las habrá. —Había visto a su madre establecer tratos con
otros y nunca era a favor de estos.
—Tendrás el tiempo limitado de dos semanas humanas para hacer que te ame.
Él tensó su rostro.
—Que sean dos meses humanos.
—Uno —ofreció.
Asintió tenso, y ella escribió la regla en el papiro.
—Debe declarar su amor verbalmente en menos de un mes. ¿Accedes?
Apretó los dientes y asintió, ella escribió.
—No debe poner la mirada en ti o poner sus manos sobre ti.
Él lo sopesó.
—¿Pero puedo tocarla?
—Sí.
—Accedo. Firmemos. —Alcanzó la pluma.
Venus se rió y se alejó, llevándose el papiro al pecho.
—Oh, hijo mío. Solo estoy comenzando. —Se paseó, disfrutándolo demasiado—.
No puedes decirle a Psyche tu identidad o la mía. Ella, su familia y todos esos patéticos
pueblerinos deben creer que eres un monstruo. Incluso tu voz debe ser alterada.
Se rió entre dientes cuando vio el tenso ceño fruncido de él.
—¿Dudas de tus habilidades para cortejar a una mujer con unas pocas
restricciones?
—Estará aterrorizada.
Su madre arqueó una ceja, sonriendo ampliamente.
—¿Eso es todo? —masculló él.
—No lo creo. —Siguió recitando muchas cosas que podía y no podía decir o hacer.
No reconfortarla con palabras como “No te haré daño” o “Estás a salvo”. Muchos
detalles. Esta no sería la simple misión que tenía en mente, pero era el dios del amor.
Sus verdaderas intenciones brillarían y le hablarían a su alma, tenía que creer eso.
—Si fallas después de un mes de tiempo o alguna de estas reglas es rota, se
convierte en mía para castigarla como deseo.
Cupido se enderezó completamente tenso.
—Nunca te permitiré matarla, incluso si fallo.
—Nunca dije que la mataría —amonestó—. Sabes que ese no es mi estilo. Mi
castigo a la mortal solo sucederá si, y cuando, uno rompa el corazón del otro porque eso
es lo que está reservado para esta pareja maldita. En ese momento, puede que ya no te
importe demasiado.
—¡Me importará! —masculló—. Modifica tus palabras.
Venus giró una mano en el aire, pensando.
—Entonces le daré una travesía. Una serie de trabajos que completar. Algo para
empujarla a sus límites mortales. —Cuando Cupido intentó protestar, Venus alzó un
dedo—. Esto es perfectamente razonable.
El dios apretó los labios, discerniendo, cavando su camino a través de la
proposición de su madre para encontrar todas las formas posibles que pudiese fallar y
poner en riesgo a Psyche. Venus nunca haría un trato a menos que creyese que podía
ganar. Él no podía fingir que no le hería que pensase que Psyche nunca pudiese amarle,
y que el dolor era inevitable, aunque la lógica le decía que su madre dudaba de la chica
mortal, no de él. Todavía dolía. Venus siempre había sido su gran aliado. Ahora, en su
primera aventura de amor, resultaba ser su gran enemiga.
—¿Accedes a estos términos? —preguntó ella.
—No vendrás a mis tierras durante ese mes o enviarás a alguien.
—Acepto —contestó.
Cupido se alzó frente a ella con toda su altura, sin sonreír, más aprensivo de lo que
se había sentido jamás.
—También acepto.
Ambos firmaron, luego se agarraron del antebrazo. Una banda invisible de magia
divina calentó sus extremidades unidas, sellando el trato. Ambos tendrían que cumplir
el trato hasta el final, y suplicaba a los cielos de arriba que su madre no pudiese
encontrar un resquicio para causar problemas. Venus tenía una mezcla de expresiones
que su hijo no podía leer. ¿Preocupación por él, tal vez? Pero luchaba contra su
desprecio interior por Psyche. Cupido le demostraría que estaba equivocada, y cuando
lo hiciese, llegaría a aceptar a la mujer que amaba. Tenía que hacerlo.
Dio un breve asentimiento y se giró para irse.
—Oh, ¿y Cupido? —Miró sobre el hombro hacia su sonrisa maternal—. Cuando
demuestre ser una simple mortal, incapaz de lo que deseas, aceptaré tu disculpa.
Cupido resopló por la nariz como un toro y se alejó apresuradamente de la diosa
exasperante. Abrió las alas de golpe para salpicar agua de la fuente en todas las
direcciones mientras se preparaba para ir a casa. Mientras volaba, se preguntaba cómo
se ganaría el amor de una mujer mortal, que lo creía un monstruo, y luego recordó que
era Psyche. La chica que admiraba crías de puma. No era tan fácil de asustar como el
resto.
Al menos esperaba que no lo fuese, porque el amor no podía crecer donde el
miedo y disgusto se había alojado. Solo podía esperar que los instintos de ella fuesen
fuertes.
TREINTA Y DOS
UN MES
El trabajo de cortejar a Psyche era lo más difícil de su inmortal vida. Por primera
vez en la historia, Cupido se sorprendió una y otra vez y finalmente se humilló. ¿Era esto
lo que se sentía ser humano? ¿Imposibles limitaciones de tiempo que se avecinan cada
minuto de cada día? ¿Falta de encanto de una voz fascinante y una destreza física
perfecta?
En el primer día, la forma en que sus brillantes ojos parpadeaban alrededor de su
ser con puro terror, eso lo había destripado y causado su primer momento de duda.
Entonces, para agregar al apuñalamiento el hecho de que se creía enamorada de la falsa
versión humana de sí mismo, ¿Leodes? ¡Qué cruel paradoja! Especialmente a medida
que pasaba el tiempo y su cuerpo se entregaba, suavizándose incluso cuando su mente
le rogaba que lo mantuviera a la distancia de un brazo. Casi se había vuelto loco por el
suculento aroma a bayas de su excitación, enrollando a su alrededor como una
enredadera con flores que golpearía con espinas si te atrevías a acariciar.
Había sido un contratiempo después del siguiente, una curva de aprendizaje para
estar seguro. Había intentado mostrarle lo buenos que podían ser sus afectos. Déjame
besarte, abrazarte, llevarte a la cima del placer, ¡pero no! Sus atenciones fueron sentidas
como forzadas y no deseadas, haciéndolo adicto a la culpa. Déjame traerte los insectos y
animales que extrañas tanto, ¡pero no! Sin especificar qué criaturas eran seguras, el
tonto Zephyr había traído a hormigas de fuego y gatos que podían comerse a su esposa
entera.
Pero él no tuvo tiempo de aprender y volver a intentarlo. Cada error le costó un
tiempo precioso. Y Cupido no estaba acostumbrado a cometer errores. De hecho, no
estaba acostumbrado a ningún tipo de consecuencias, lo que hacía que su paciencia para
el proceso de enamoramiento fuera débil en el mejor de los casos. Sin embargo, en
ningún momento sus sentimientos por ella disminuyeron. A menudo, para calmarse
mientras ella emitía humos de ira y miedo, él frotaba el adorno de cachorro de montaña
en su bolsillo, recordándose lo que estaba en juego, y tener paciencia.
Le dolía el pecho al pensar en la primera vez que ella buscó su boca, queriendo
besarlo. Cómo su corazón se había convertido en un estallido de estrellas radiante
dentro de su pecho con el pequeño acto.
Cupido conocía el amor. El amor era su trabajo. Sabía que Psyche lo amaba dos
días antes de que ella misma se hubiera dado cuenta. Fueron unos pocos días antes de
que el mes terminara. ¡Días! Estaba desesperado por tranquilizar su mente, así ella
expresaría esos sentimientos. Eso era todo lo que tenía que hacer. Di las palabras. ¡Si
solo él pudiera decirle!
Pero no funcionaba de esa manera con los humanos. Tenían que mostrarse. Uno
tenía que probarse a sí mismo más allá de toda medida, y aun así, dudaban.
Estaba en estado de desesperación cuando Psyche admitió lo terriblemente
nostálgica que estaba por su hogar. Para ser honesto, en todo el tiempo que la había
estudiado, Cupido nunca había prestado mucha atención a sus hermanas. No conocía
sus personalidades. El hecho de que Psyche las extrañara le hacía creer que debían ser
similares a ella.
Iba en contra de todos sus instintos permitirles el paso. Venus no había dado una
regla contra los visitantes, y Cupido sabía por qué. Los visitantes harían que su esposa
extrañara su hogar y posiblemente podría llenar su mente de dudas y temores. Los
visitantes complicarían su delicado arreglo. Él había limitado intencionalmente la
cantidad de su personal con el que ella podía hablar por esta misma razón. Pero esas
limitaciones habían fracasado. Él creía que su extrema soledad era lo único que se
interponía entre ellos, por lo que tomó una decisión precipitada.
Una hora fue todo lo que tomó. Psyche hizo lo que ningún otro ser, mortal o
inmortal, había hecho.
Ella rompió el corazón de Cupido.
Nunca olvidaría lo hermosa que era, inclinándose hacia él, el cabello largo cayendo
a su alrededor, inundado por la tenue luz de las velas, sus ojos vívidos de asombro.
Cupido no se había dado cuenta al principio de lo que estaba sucediendo hasta que su
expresión se convirtió en horror, y su brillante alma adquirió una neblina de
arrepentimiento.
La vela.
Sus ojos mirando directamente a los de él.
El cuchillo.
El pánico que Cupido había sentido cuando saltó de la cama había sido
monumental. Si hubiera extraído esa emoción pura y la hubiera derribado desde el
Olimpo, una ciudad terrenal se habría derrumbado. Así que la había escondido
cuidadosamente dentro de sí mismo mientras tomaba los brazos de su esposa.
—Rápido—había dicho—. Dime cómo te sientes, Psyche.
—¡Lo siento!
—¡No es una disculpa! ¡Tus sentimientos!
—Me siento horrible —gritó ella.
—¡Tus sentimientos sobre mí!
—¡Te amo!
Sí. Su pecho se había llenado de calor cuando su corazón inmortal se expandió.
¡Glorioso Olimpo y todo lo que era eterno! Escuchar esas palabras le había dado ganas
de llorar. ¿Podría llorar? Nunca lo había hecho antes, pero sus ojos ardían de la manera
más extraña.
Psyche había roto las reglas, terminando su trato, pero dijo las palabras en voz
alta unos minutos después. ¿Tendría piedad su madre? Dudoso. ¡Pero tal vez podría
llegar a otro acuerdo!
—Arreglaré esto—le había prometido a Psyche, saliendo rápidamente para
atrapar a su madre antes de que ella se acercara a ellos. Mientras mantuviera a Venus
lejos de Psyche, su esposa estaría a salvo. Nadie podía arrancarle el corazón a la diosa
del amor como su hijo. Él arreglaría esto.

En el momento en que tocó la fuente de su madre, supo que era demasiado tarde.
Su carro de gemas preciosas y las palomas de cuello arcoíris que tiraban de él se habían
ido. Cupido no tenía dudas de que se había ido inmediatamente para reclamar su
legítima victoria cuando sintió el tirón de la unión rota.
El dios del amor maldijo en el cielo mientras volaba más rápido de lo que nunca
había movido sus alas, de regreso a su palacio. ¿Por qué había dejado a Psyche allí sola
sin nadie que la cuidara? ¿Cómo pudo haber sido tan impulsivo? ¿Pensaría su esposa lo
suficientemente rápido para esconderse? No es que la diosa pudiera ser burlada, pero
si le daba la salida hasta que él pudiera llegar...
Casi cayó de rodillas cuando irrumpió por la ventana del dormitorio,
enderezándose y deteniéndose frente a la temblorosa figura de Renae.
—Zep la llevó al templo de Venus para pedirle misericordia.
—No... —Su corazón dio una gran sacudida—. De todos los lugares, Renae.
—¡No sabía qué más hacer, señor del Amor! —Ella seguía gritando disculpas
cuando Cupido salió de la habitación, dirigiéndose a Atenas.
PARTE TRES
PSYCHE & CUPIDO
“Cuando estuve libre de las pasiones de Cupido,
Mi musa se quedó muda y no escribí elegía.”
~Ovidio
TREINTA Y TRES
TEMPLO TE VENUS

PSYCHE
Zephyr me dejó con suavidad en una colina cerca del templo. Le agradecí
rápidamente y corrí. No fue hasta que estuve en presencia de otras personas, que me
inspeccionaban, cuando me di cuenta de mi cabello despeinado y mi camisón blanco.
¡Había tanta gente! La presencia de otros humanos después de estar sola por semanas,
era abrumadora. Agrégale sus miradas y susurros mientras los pasaba, aterrorizada por
lo que vendría, y cada fibra de mi ser deseaba correr y esconderse. De las personas, de
la diosa, de todo.
Pero tenía que ser valiente. Venus no recompensaría la cobardía. No tenía nada
que ocultar. Amaba verdaderamente mucho a su hijo y le haría ver eso. Ella era la diosa
del amor, después de todo y sentiría la verdad de lo que había entre Cupido y yo. Maldito
sea el juego.
Alrededor del templo había montones de ofrendas: Bolsas de granos, mesas
repletas de monedas brillantes y joyas, ovejas de aspecto elegante y una cabra. Los
balidos y relinchos de los animales se hicieron más fuertes y se unieron a los cantos de
pájaros y voces de personas. Estaba aturdida con la cacofonía. Atravesé una abertura
arqueada donde colgaban flores secas en racimos, sus suaves fragancias aún persistían.
Mi corazón se agitó como la cola de una serpiente en una jaula mientras me
apresuraba por el estrecho pasillo, entrando en una habitación con un techo
increíblemente alto y abovedado de azulejos de bronce dorado. Finos rayos de luz se
derramaban a través de los listones de las paredes de mármol, y mi nariz cosquilleaba
con el fuerte incienso. Corrí a través de la gente hacia los escalones del altar y caí de
rodillas frente a una gran estatua de Venus. Sus brazos estaban extendidos, sosteniendo
muchas palomas y su rostro de perfecta simetría, orgulloso.
Cuando abrí la boca para hablar, un ansioso sonido incontrolable brotó de mis
labios. Cada pena, cada arrepentimiento, se derramó de las profundidades de mi alma.
No me importaba que estuviera asustando a las personas, haciendo que murmuraran y
se alejaran como si estuviera enferma. Mis ojos se cerraron con fuerza y mis manos
presionaron el frío suelo e incliné la cabeza. No podría haberla levantado si hubiera
querido. Nunca me había sentido tan pesada.
—Oh, diosa —susurré—. Debería haber sabido de la deslealtad de mi isla. Debería
haber sido más consciente. Las blasfemias de mi pueblo están sobre mis hombros.
Acepté el castigo. Me casé con lo que pensé que era un monstruo. Y mi diosa, madre del
amor y la belleza, llegué a amar a tu hijo sin tener idea de quién era. Nunca he amado a
otro, ni nunca lo haré. Pero le hice mal. Mis temores y las preocupaciones de mis
imprudentes hermanas que no conocían nada mejor, me superaron. Incluso cuando
rompí la unión, lo amaba. ¡Debería habérselo dicho! ¡Fui tonta! Oh, por favor,
perdóname. ¡Por favor, diosa! Te lo suplico.
—Hermosas palabras.
La voz áspera me hizo levantar la barbilla lo suficiente para ver los pies descalzos
y arrugados de una anciana con un vestido desgastado. Mis ojos se movieron más hacia
arriba hasta que nuestros ojos se encontraron, y mi respiración se detuvo. Esos ojos
oscuros y hundidos la delataron. Esta no era una simple mujer débil. Era una mujer
poderosa, y la energía que emitía no era gentil.
—¿Eres la vidente? —pregunté—. ¿La que habló con mis hermanas? —¿La que
las alimentó con mentiras? La ira se apoderó de mí.
—La misma —murmuró, sus labios secos curvándose en una sonrisa que
endureció mis entrañas. Esta mujer trabajaba para Venus. Ella había interferido en su
nombre, esperando que el miedo inculcado en los corazones de mis hermanas de alguna
manera llegara a mí. Me dolía el corazón saber que había sido mi propio error. Les rogué
que vinieran. Él había estado tratando de complacerme.
—Todo es mi culpa —dije.
—Así es —asintió la mujer.
Desde el largo y estrecho pasillo, gritaron mi nombre, lo que provocó que la mujer
y yo, junto con cada persona en el templo, nos giráramos. ¿Era él? ¿Mi esposo?
¡Seguramente, no se mostraría a todas estas personas! Me levanté de un salto, tratando
de ver a la multitud.
—¡Déjennos! —gritó la anciana, su voz resonando dolorosamente en la
habitación. Cuando me volví hacia ella, vi que sus ojos habían adquirido el color de la
profecía y el poder. Los adoradores se convirtieron en una multitud de voces y cuerpos,
saliendo de la habitación. Cuando no quedó nadie, un hombre avanzó hacia el atrio, sus
ojos oscuros brillaban y mi corazón se ralentizó. Parpadeé.
—¿Leodes?
Sus ojos se movieron sobre mí, como asegurándose de que estuviera bien, y luego
su atención se dirigió a la vieja bruja, que dejó escapar una risa oscura.
—Es demasiado tarde —dijo—. Puedes ver los grilletes de De servo corrupto sobre
su cuello y muñecas.
¿Qué? Miré hacia abajo y no vi nada.
—Soy su dueña ahora, y ningún inmortal, incluso tú, puede esconderla como una
fugitiva. La encontraré.
Retrocedí, alejándome de ambos, confundida y abrumada.
–¿Leodes? —susurré. Esta vez, cuando me miró, sus ojos penetraron mi alma,
causando que la flama de la comprensión pasara a través de mí como un incendio—.
Eres tú…
—Soy yo —susurró.
No. Me tapé la boca. Leodes nunca había sido un hombre mortal, solo una bella
ilusión de la que me había enamorado. Cupido, un cambia formas. Un dios. Pero por
supuesto mi corazón había estado con él todo el tiempo. Eso significaba que la anciana...
—Madre —suplicó Cupido, volviendo su atención hacia ella y verificando mis
sospechas.
En un destello de luz dorada que me hizo estremecer, la vieja se convirtió en una
mujer tan hermosa que dolía mirarla. Cada vez que intentaba concentrarme en sus
rasgos, cambiaban. De repente, era hermosa y oscura, su cabello caía en cascada como
un brillo de especias, ligero como una pluma y liso, luego con rizos. Era toda forma de
belleza, desde delgada a curvilínea, pequeña a alta. Mis ojos humanos no podían
comprender.
—¡Oh, diosa! —Caí de rodillas otra vez.
Cuando Cupido habló esta vez, su voz era el tono melodioso que había escuchado
bajo la aspereza de las palabras de mi esposo monstruo. Incliné mi cara para ver que
había tomado su verdadera forma cuando se enfrentaron, cada uno lleno de poder, con
las alas extendidas detrás de él, temblando de tensión.
—Deja de presumir y toma una forma —ordenó Cupido—. Ten piedad de Psyche.
Ella ha admitido su amor.
Me atreví a echar un vistazo y vi a la diosa tomar la forma de una mujer griega,
alta e imponente, con un cabello negro brillante y una suave piel cobriza.
—Su farsa declaración llegó demasiado tarde, Cupido. Ella rompió el acuerdo
vinculante. Ahora es mía.
—Dijiste que habría tareas —dijo—. ¿Cuáles son?
Ella sonrió, y la habitación parecía brillar.
—Cada tarea se revelará a su tiempo. —Cuando su rostro se volvió para
examinarme, bajé la vista—. Veo que se prostituyó a ti antes de afirmar cualquier tipo
de supuesto amor.
Escuchar su descripción de nuestro tiempo juntos hizo que mi corazón se
derrumbara de vergüenza y dolor.
—No sabes lo que ha pasado entre nosotros —dijo Cupido con los dientes
apretados—. ¡No te atrevas a insultarla de esa manera!
—Lo sé —dijo con un borde oscuro—. Porque lleva tu semilla. Sin duda intentará
ganarse mi favor y pena, pero no funcionará. En lo que a mí respecta, el niño es un
bastardo, no es mi nieto.
Me agarré la parte baja del vientre, un temblor de sorpresa me recorrió. ¿Estaba
embarazada? Cuando miré a Cupido, la forma en que me miraba con ternura e
impotencia me hizo taparme la boca de nuevo, conteniendo un diluvio de emociones.
—Madre —susurró. La simple súplica me rompió. ¿Cómo pudo su madre negarle
algo?
—¡No! —espetó—. ¡Has demostrado ser imprudente y blando! Me avergüenzo.
Cupido se volvió hacia ella, haciéndola retroceder con su ferocidad.
—No te atrevas a despreciarme por amar a otra. ¡Tú, de todos los seres! Tú, con
tu infinita sabiduría sobre el amor, y sin embargo, has perdido más amantes que
cualquier otro inmortal.
—¡No he perdido nada! ¡No hay un solo ser digno de todo el amor que tengo para
dar! ¡Tengo derecho a amar a todos los que me plazca!
—Y sin embargo, si amo a alguien, me niegas.
—Hay tantas diosas dignas y semidiosas para elegir, hijo. —Venus me señaló—. Y
tú eliges esto, una humilde humana. La única humana que me ha herido más allá de
cualquier otro. ¿Cómo crees que eso me hace sentir? —Sonó sofocada, y aplastó mi
corazón al saber que me había interpuesto entre ellos.
—Hagamos otro compromiso —dijo.
—¡Aquí está tu compromiso!
Lanzó una mano al lugar a mi lado, y apareció una enorme serpiente con cabeza
de diamante. Su ancha cabeza se alzó y me miró fijamente. Todo lo que sabía acerca de
encontrar serpientes en la naturaleza me decía que permaneciera quieta y tranquila.
Pero no estábamos en la naturaleza, y no había esperado esto, por lo que mi cuerpo
reaccionó. Grité y me moví hacia atrás, haciendo que la serpiente se lanzara hacia mí.
—¡No! —Cupido saltó hacia adelante.
La serpiente desapareció justo cuando Cupido se puso rígido. Mi grito comenzó de
nuevo cuando una cuerda delgada y dorada se enredó alrededor de mi marido, desde
los tobillos hasta el pecho, como un látigo. Luchando como podía, vi la batalla en su
rostro y hombros, no tenía escapatoria.
—¡No lo lastimes! —supliqué—. ¡Por favor!
Me frunció el ceño.
—A diferencia de ti, que eres desleal, nunca lo lastimaría. Él estuvo de acuerdo
con esto, y no lo haré interferir. Tu primera tarea comienza ahora.
Venus chasqueó los dedos, y mi estómago cayó cuando todo a mi alrededor
cambió.
TREINTA Y CUATRO
PRIMERA TAREA
PSYCHE
Mis entrañas zumbaban como si hubiéramos subido una colina en un carro y
estuviéramos cayendo en picado por el otro lado. Mi visión era borrosa, y cuando se
aclaró, giré, encontrándome en un almacén bien iluminado de algún tipo con ventanas
abiertas. A mi alrededor había montones de trigo, cebada, mijo, venados, frijoles y
lentejas, todo derramado y fluyendo en pilas mixtas.
Estaba tranquilo, pero cuando agucé los oídos pude escuchar el lejano canto de las
majestuosas aves. Venus apareció a mi lado, dándome un susto.
—Estas son mis ofrendas de grano —explicó—. Sin embargo, mis palomas son
exigentes, y cada una ama a un tipo diferente. Para tu primera tarea, debes separar estos
granos en sus propias pilas.
Mis ojos se ensancharon. Era una habitación grande. Tomaría días, si no semanas
lograr esto. Tragué saliva y asentí.
—Sí, diosa.
—Muy bien. —Ella dio una risa oscura de alegría—. Asistiré a un banquete de
celebración. Tienes hasta que regrese al anochecer.
Se giró para irse, y mi corazón se tambaleó.
—¿Perdón? Mi dama del amor... ¿quiere decir que debo separarlo todo hoy?
—Eso es exactamente lo que quiero decir. Y si fallas, hay una gran cantidad de
cosas que puedo elegir como tu destino. Ninguna de ellas es la muerte, ese fue mi
acuerdo con mi hijo, pero confía en mí, querida... —Se inclinó hacia ella, una explosión
de rocío, el olor a lirio golpeando mi nariz—. Desearás estar muerta
Se deslizó con gracia de la habitación, y mi corazón comenzó a golpear en mi
pecho. Todos mis pensamientos eran incoherentes mientras miraba alrededor sin
comprender. No me podía mover. ¿Dónde empezaría? ¡Era demasiado! Una tarea
imposible.
¡Tranquilízate, Psyche! Agarré mi cabeza, respirando profundamente varias veces
antes de agacharme y comenzar a ordenar. No estaba solo mi vida en juego. Si lo que
Venus dijo era verdad, y creía que lo era, estaba embarazada. Mis dedos temblaron,
dejando caer varios granos mientras la presión de la situación caía sobre mí. ¡Esto
nunca funcionaría!
Necesitaba un plan mejor. Me puse de pie y corrí, recogiendo un barril vacío de la
pared para cada tipo de grano, alineándolos detrás de mí. Eran pesados y difíciles de
manejar, dejándome sudando. Empujé hacia atrás mi lío de cabello húmedo e irregular
y comencé a clasificar tan rápido como mis dedos lo permitían.
Con cada hora que pasaba, intentaba desesperadamente no mirar las pilas que
aún no habían sido clasificadas. La cantidad que había terminado en comparación con
la abundancia restante demostraba que mis esfuerzos se perderían. Varias veces
surgieron sollozos de desesperación que amenazaban con ahogarme, pero negué con la
cabeza y continué. Por Cupido. Por mi amor. Por nuestro hijo.

CUPID
—Estoy tratando de decidir entre la esclavitud en los páramos, la prostitución en
Roma, o casarla con un monstruo del Olimpo. —Venus acarició una de sus palomas de
gran tamaño mientras estaba sentada fuera de la celda de Cupido, ignorando cómo se
cerraban sus puños—. Ella disfrutaría demasiado la prostitución, creo. —Su hijo gruñó
desde lo profundo de su pecho, y contuvo una sonrisa—. Creo que la ironía de un
verdadero matrimonio bestial sería lo más divertido.
—Te atreviste a decirle que nunca me harías daño, pero mientes. —Su voz era tan
aguda y mordaz como una navaja de afeitar—. Nada me lastimaría más, y te lo juro... no
serás madre mía si continúas con un castigo tan cruel para la persona que amo.
Los ojos de Venus se oscurecieron.
—Nunca creí que un hijo de mi propia carne pudiera ser tan inconstante como
otros hombres. Pero te perdonaré. Con el tiempo nos perdonaremos uno al otro. Su vida
terminará tan rápido como el susurro de un viento en la tierra, y luego tendrás la
eternidad para curarte y ver la situación con claridad. Te darás cuenta que estoy
haciendo esto por los dos. El asimiento que tiene sobre ti no es saludable.
—Hablas como si lo que siento es una locura, pero no lo es. Es amor.
—¿No es el amor una locura? —Inclinó la cabeza—. Dime, ¿cuándo fue la última
vez que usaste tus flechas de amor para unir verdaderamente a una pareja, para
fortalecerlas, en lugar de castigar a otros o causar conflictos?
Los labios de Cupido se fruncieron con desagrado. Se sentó en el suelo de la celda,
con los brazos cruzados sobre las rodillas, con la cabeza apoyada pesadamente.
—He cambiado. Ya no tengo ganas de usar el amor como un arma.
—Qué hermoso.
—¡Madre, sé razonable! —Cupido se lanzó hacia adelante, agarrando las barras
de la celda, con los ojos muy abiertos—. ¡Lleva un semidiós en su interior! ¡Mi niño! ¡Tu
propio nieto! No importa lo que digas, sé que debes preocuparte. Piénsalo, madre.
Imagínate acunando a tu propio nieto en tus brazos.
—¡Suficiente! No pensaré en el hijo bastardo, creado con la única intención de
tratar de manipularme. Ya te dije...
—Lo juro, si algo le pasa a ella o a mi bebé...
Venus se puso de pie.
—Me aburro de tu dramática melancolía. Cuanto antes termine este calvario,
antes podremos seguir adelante y recuperar lo que teníamos antes que ella arruinara
todo.
—Los celos nunca te han lucido bien, madre.
—Más razón para acabar con la causa. Ahora, si me disculpas, tengo que asistir a
un banquete.
Se volvió en un susurro de túnicas y lo dejó solo. Cupido apretó los dientes y cerró
sus puños, golpeando el suelo lo suficientemente fuerte como para hacer temblar la
habitación. Se puso de pie y miró por la pequeña ventana al almacén de abajo. A través
de los largos juegos de ventanas donde las palomas podían volar para alimentarse, vio
a Psyche en sus rodillas, sus manos se movían rápidamente. Su pecho se hizo
increíblemente apretado. Ella estaba tratando tan duro, y ¿para qué? Todos sabían que
un mortal no podría lograr tal esfuerzo.
Se deslizó de vuelta al suelo, presionando sus palmas en sus ojos hasta que su
aguda audición captó un pequeño sonido de rasguño en la ventana. Cupido se levantó
de nuevo y encontró una hormiga obrera negra cruzando el alféizar. Antes que su madre
decidiera trasladar el almacén a sus tierras para las palomas, había traído algunos
insectos inofensivos de la Tierra para que comieran. A menudo, aves inmortales de todo
el Olimpo venían a cazar insectos que no se podían encontrar en ningún otro lugar de
las tierras inmortales.
La mayoría de los poderes de Cupido no podían funcionar en la celda (su madre
se había protegido contra eso), pero había algo que no había intentado. Le susurró al
diminuto insecto en su voz piadosa, y su cuerpo negro tembló antes de desaparecer
rápidamente de la vista, y bajar por el lado de la habitación de la torre. Cupido
observaba con avidez, escuchando los sonidos de su madre, pero ella no estaba cerca.
Para su completa alegría, miles de hormigas negras treparon por las paredes del
almacén, entrando por las ventanas, y comenzaron a separar los granos rápidamente.
Vio cómo Psyche se ponía de pie, sorprendida. Una vez que se dio cuenta de que estaban
ayudando, se agachó de nuevo y continuó trabajando también.
Sí, pensó, ¡vayan, vayan, vayan!
Cuando la noche comenzó a caer, Psyche se derrumbó en el suelo, sosteniendo su
cara mientras las hormigas se retiraban de la vista, finalmente terminó con su tarea.
Cupido, que había estado inquieto todo el tiempo, también se deslizó para sentarse,
riendo con alivio.

PSYCHE
Nunca había estado más nerviosa. Aunque la tarea estaba completa, y Venus no
había dado ninguna regla en contra de recibir ayuda, temí que no honraría mi victoria.
Me quedé caminando hasta que entró en la habitación, con las velas encendidas a lo
largo de las paredes. Caí de rodillas cuando vi a la diosa, coronada con una guirnalda de
rosas, que olía a dulce bálsamo. Su expresión de suficiencia se disolvió en sorpresa y
enojo cuando sus ojos recorrieron la habitación.
—Ya veo —dijo—. ¿Quién vino a ayudarte?
—Nadie vino, diosa.
—¿Fue Zephyr? ¿Un pequeño dios del viento?
—No, diosa. Lo juro.
Venus respiró rápidamente, buscando algo, cualquier cosa, fuera de orden, pero
todo era prístino.
—Te crees ingeniosa, ¿verdad? —Me miró—. ¿Tú y mi hijo?
—No, altísima. En verdad, no lo soy.
—Veremos.
La diosa buscó en un pliegue de su vestido y sacó un pequeño trozo de pan oscuro,
que tiró con fuerza hacia mí. Luego chasqueó un dedo y una taza de madera de agua
turbia apareció en el suelo.
—Tu próxima tarea comienza al amanecer. Dormirás aquí.
Famélica, caí sobre el pan seco y comí cada miga antes de tragar el agua, que sabía
a un lago de pescado. Luego puse mi cuerpo cansado en una gran bolsa de trigo con la
mano sobre mi vientre.
—Alguien nos está cuidando —le susurré a mi hijo por nacer mientras pensaba
en las hormigas, agradecida más allá de toda medida. ¿Tendría tanta suerte la próxima
vez? Si esta tarea fuera una indicación de lo que vendría, solo empeoraría.
TREINTA Y CINCO
SEGUNDA TAREA
CUPIDO
En la siguiente habitación, su madre murmuraba una canción animada mientras
se preparaba esa mañana. Su tono era perfecto, pero le crispaba los oídos.
—¿Cuál es la tarea de hoy? —gritó Cupido a través de las barras.
—Bueno, querido, te lo diría, pero alguien parece tener el hábito de interferir.
Cupido frunció el ceño, pensando en su disfraz como la vieja vidente.
—Tú interferiste primero.
—Y ahora estamos igualados. —Le lanzó un beso desde la puerta, enviando una
corriente de lirios en su camino. Apartó la cabeza de ello.
—Madre…
—Adiós. Me aseguraré de contarte cada detalle cuando regrese.
—¡Madre!
Momentos después observó por la ventana mientras recogía a Psyche de la
bodega inferior. ¿Su madre la había alimentado? Su esposa parecía desaliñada y frágil
en su camisón, a pesar que alzaba su delicada barbilla como su estuviese llena de
intención. Su visión hizo que se abriese una grieta dentro de él, rápidamente llenándose
con un torrente de miedo. Cupido intentó gritarle, pero sus palabras reverberaron hacia
él como un eco. Maldijo y golpeó la ventana mientras el carruaje de la diosa se alzó a los
cielos con su madre y esposa, arqueándose hacia el bosque de Olimpo.

PSYCHE
Si mi situación no fuese tan nefasta, podría haber disfrutado el mágico viaje en
carruaje. Era un verdadero espectáculo merecedor de la diosa de la belleza. Las grandes
palomas con cuellos coloridos volaron y aterrizaron con una precisión suave y precisa.
Salí del carruaje enjoyado al bosque detrás de la diosa, la inquietud quitándome el calor
corporal. Me crucé de brazos y miré entre los árboles, pero emitían un aire de mal
agüero, no la sensación de consuelo que había sentido de los árboles de Cupido. ¡Oh,
qué daría ahora mismo por tenerlos aquí ahora!
El sonido de agua corriendo llegó a mí, y vi un río, un prado y una arboleda justo
debajo. Caminé detrás de Venus al borde del río, el corazón latiéndome con fuerza. Seguí
su mirada a través del río donde una oveja de lana dorada brillaba bajo el sol. Desde los
pequeños corderos y madre oveja y carneros de grandes cuernos, los mágicos animales
comían distraídamente la hierba.
—Aquí está tu segunda tarea. —Venus chasqueó los dedos y un gran cubo de
madera apareció a mis pies—. Cruzarás el río y llenarás el cubo de lana de oro.
Me incliné para tomar el cubo, mirando alrededor por unas tijeras o un cuchillo.
Las esquinas de sus labios carnosos se alzaron como si supiese lo que buscaba, y
fui golpeada por el esplendor de su belleza, aunque estaba siendo cruel. Sus ojos,
mejillas y boca eran perfectas.
—Lo haré, mi diosa. Me probaré a ti. Gracias por esta oportunidad.
Frunció el ceño.
—No intentes huir. Te encontraré.
—Por supuesto que no, gran madre del amor.
Hizo un sonido de molestia y se giró, alejándose de mí y deslizándose de nuevo
entre los árboles. Sobre el hombro, dijo:
—Por mucho que me gustaría quedarme a mirar, tengo cosas que hacer. Vendré
por ti después de que oscurezca.
Una vez estuvo fuera de mi vista, estiré los brazos e hice una serie de respiraciones
de meditación. Podía hacerlo. El río sería la parte más difícil. Parecía ser profundo y de
cauce rápido. Tendría que nadar más fuerte que nunca. Si solo tuviese todas mis fuerzas.
Temblaba de hambre y sed, pero no me atreví a comer o beber nada en el Olimpo.
Miré a la oveja, serena y hermosa con su lana dorada. Tenía que haber más así. Sí,
sería difícil conseguir la lana sin tijeras, pero podía enrollar el dedo y tirar si fuese
necesario. La oveja no estaría feliz y me heriría el alma hacerles daño, pero
sobrevivirían. Así que, ¿cuál es el truco?
Recordando cómo había sido encantado el río en la propiedad de Cupido y los
árboles pensantes, decidí intentarlo antes de sumergirme en la tarea. Me agaché,
acariciando la hierba musgosa en el banco mientras miraba las profundidades azules
del agua gorgoteando.
—Hola, hermoso río. —Me sentía tonta, pero continué de todos modos—. Me
gustaría cruzar. Necesito llevar al valle del otro lado para realizar una tarea para la
diosa Venus. ¿Me garantizarás un viaje seguro? Prometo ser tan cautelosa y amable
como pueda. Será un honor y privilegio sentir tus grandes aguas a mi alrededor, como
el abrazo de una madre.
A la vez, los sonidos de la naturaleza se alzaron, los susurros de juncos y el goteo
del agua, llegaron juntos en harmoniosos tonos para formar un discurso ininteligible.
Abrí los ojos de par en par y me quedé quieta para escuchar.
—No, no, Psyche, ten cuidado. No son ovejas amables. El carnero destruirá a
cualquiera que ponga un pie en su arboleda durante la luz del día. La furia por la sed de
sangre es su naturaleza.
Mi interior tembló.
—Oh, querido. ¿Eres… un dios del río?
—Lo soy. Tu viaje será garantizado cuando el sol comience a ponerse, y los animales
se echen a dormir. Incluso entonces, no es seguro. Tomarás la lana de los arbustos y palos
de árboles donde han rozado sus cuerpos.
—¡Oh, gracias! —Me incliné y besé el lugar húmedo donde el agua se encuentra
con la arena de guijarros. El rio se movió, mojándome los labios y dedos antes de
retroceder.
Ahora tenía que esperar al final del día y esperar que tuviese el tiempo suficiente
para recoger trozos de lana cuando la oveja se quedase dormida. Yo misma tenía sueño,
pero temía las miles de cosas que podían suceder si me quedaba dormida. Cualquier
criatura del Olimpo podía llegar a mí. Podía quedarme dormida más de lo debido. No
valía la pena el riesgo. Caminé junto la ribera del río, mis dedos de los pies disfrutando
del contraste de los cantos cálidos y el agua fría. De vez en cuando miraba la oveja. Los
carneros me habían notado, acercándose a su lado del río y olisqueando el aire,
resoplando por la nariz con miradas diabólicas en sus ojos.
Nunca en mi vida había pensado que un animal poseía una mirada diabólica,
incluso esos leones montañeses. Había una diferencia distintiva entre diabólico y tener
un instinto de caza. Esas criaturas no eran lo que parecían. Su belleza era un engaño
mortal.
Decidí acercarme al bosque mientras esperaba la puesta de sol.
CUPIDO
Cupido caminó por la celda. Y caminó. Y caminó un poco más. No creía que
pudiese perdonar a su madre por lo que le estaba haciendo a Psyche y su hijo, y por la
denigrante humillación de estar encarcelado.
Estaba muy ocupado maldiciendo su nombre a los bordes del Olimpo que casi se
perdió a Zephyr fuera de su ventana, llamando al pabellón a prueba de sonido. Cupido
casi salió de su piel, saltando hacia delante y gritando a su amigo.
—¡Bosque!
Zep vocalizó lentamente y Cupido le leyó los labios, asintiendo. Luego el dios del
amor usó las manos para fingir comer y beber. Zep señaló a Cupido con interrogante.
—No. —Negó—. Mi esposa. Psyche necesita comida. ¡Y ayuda!
Zep asintió y se alejó rápidamente. Cupido juntó las manos, sonriendo como un
niño. Zephyr sería listo y desaparecería donde Venus estaba preocupada. Con el dios
del viento del este de su lado, confiaba en que Psyche pudiese pasar esta prueba,
cualquiera que fuese.

PSYCHE
Nunca tuve la oportunidad de gritar cuando una mano repentinamente fue puesta
sobre mi boca, y un cálido aliento pasó junto a mi oreja.
—Shh, Psyche, soy Zephyr.
Me giré para enfrentarlo y contuve la urgencia de abrazarlo.
—¡Oh, estoy tan contenta de verte!
Me entregó un pan redondo plano que había sido cortado en una esquina para ser
abierto y rellenado. Vi carnes, quesos suaves y vegetales cortados.
Se lo quité de las manos y me lo llevé al pecho. Necesité de todo mi auto control
para no comérmelo en ese mismo instante. Después me entregó una petaca de agua.
—No puedo quedarme —explicó—. Venus sentirá mis vientos y se enfadará. ¿Cuál
es tu labor aquí?
Le expliqué mi tarea, y antes que pudiese hablarle del dios del río, dijo:
—Puedo llevarte volando hasta allí, pero no hasta que las ovejas doradas estén
dormidas. Te devorarán. Y el río no aceptará amablemente el toque humano.
—Sobre eso, hablé con el dios del río, y me contestó, prometiéndome un viaje
seguro.
Zephyr frunció el ceño como si lo dudase. Pero cuando miré al torrente de agua,
un chorro de agua se alzó en el aire, formándose la silueta de una mano y saludándole.
Ante la mirada de sorpresa en el rostro de Zep, casi me reí a pesar de los sentimientos
graves y amargos recorriendo mi interior.
—Bueno, eso es… altamente inusual —exclamó el dios del viento del este. Arqueó
una ceja hacia mí, impresionado—. Parece que la suerte está de tu lado, así que te dejaré
ahora. Te deseo suerte, amada de Cupido.
No pude evitar sonreír al apodo, aunque el momento de calidez rápidamente se
enfrió cuando recordé cómo mi desconfianza había causado todo esto. Zephyr se giró y
se alzó en un torbellino, girando como un tornado marino antes de desaparecer de la
vista.
Comida y agua en mano, me senté junto los árboles y tomé cada bocado. Una vez
terminé, me levanté y caminé para matar el tiempo, mirando ansiosamente a la oveja
cada pocos minutos. El tiempo era algo extraño en el Olimpo. El sol nunca se movía de
encima. Simplemente aparecía y desaparecía, aunque Cupido permitía que se atenuase
en su tierra. Me preguntaba cuánto más tenía hasta que Venus regresase, y cuándo se
cansaría la oveja de comer y tomaría un descanso.
Le hablé a mi barriga como si la pequeña partícula en mi interior pudiese entender
el dilema al que nos enfrentábamos. Aunque no sentía diferencia y mi estómago todavía
no había comenzado a hincharse, era extrañamente reconfortante saber que no estaba
sola. Al mismo tiempo, ese consuelo se tornaba en desdicha, sabiendo que mi vida no
era la única que ponía en peligro si fallaba.
Al fin, las ovejas comenzaron a dirigirse lentamente desde el campo abierto a los
árboles cercanos para tumbarse. La sangre corría a borbotones bajo mi piel, el
nerviosismo grabado en cada movimiento irregular. Cuando hasta la última se había
dirigido a dormir, atravesé de puntillas la suave hierba y me arrodillé al borde del río.
—Hermosos río —susurré al dios del agua—. Creo que están dormidas. ¿Tal vez
pueda tener el honor de pasar?
Ese mismo sonido silbante de juncos y goteo llegó a mis oídos, diciendo en un
confuso susurro:
—Puedes.
Contuve el aliento mientras el agua se ralentizaba y se volvía poco profunda.
—¡Oh, gracias! —murmuré, tomando el fondo de mi sucio camisón con una mano
mientras sostenía el cubo con la otra, contra mi cadera. Era pesado. Crucé con pasos
rápidos, saltando sobre las suaves rocas que de algún modo estaban secas en la cima.
Cuando llegué al otro lado lancé un beso de gratitud al río, y pareció hincharse un
momento antes de volver a su rápido movimiento una vez más.
Contuve la respiración, un instante de miedo sorprendiéndome mientras me
giraba para enfrentar el prado y el bosque circundante. Las formas doradas de la oveja,
durmiendo acostada, estaban demasiado cerca para mi gusto. Tendría que trabajar
rápido. Me lancé a través de la gran extensión de hierba, deteniéndome en cada arbusto
para tomar hebras doradas que habían quedado en hojas y ramas. El corazón nunca
dejó de latirme en los oídos y garganta mientras corría, echando rápidos vistazos a la
arboleda mientras lo hacía.
Después de que hubiese explorado cada arbusto a la vista, mi cubo solo estaba
medio lleno. La sangré me palpitó con miedo. Tendría que acercarme a ellas. El fondo
de los árboles tenían grandes mechones de lana brillando atrapados en la corteza.
Me obligué a que mi respiración fuese lenta y silenciosa mientras caminaba
lentamente, todos mis sentidos en alerta máxima, trabajando juntos para observar,
escuchar, tomar y moverme. Hice un trabajo rápido y mi cubo estaba casi lleno. Tan
cerca, tan cerca…
El último árbol tenía suficiente vellocino para llenar mi cubo. Me acerqué
rápidamente allí. Mis dedos tomaron uno, dos y luego tres mechones, y los coloqué en
la cima de mi pila, suspirando suavemente. La oveja más cercana a mí era un cordero, y
no pude evitar maravillarme antes la pequeña y asombrosa criatura. Dormido, se veía
tan pacífico e inocente, pero lo sabía mejor. Di un paso atrás, manteniendo un ojo en él,
luego otro paso.
Crak.
Una rama. ¡De todas las cosas! ¿Por qué este bosque no podía ser como el de
Cupido, donde los árboles no mudaban? Me congelé en el lugar mientras el pequeño
cordero alzaba la cabeza y se giraba hacia mí. Incluso a través de sus soñolientos ojos
entrecerrados, vi la comprensión aparecer, y el rojo de sed de sangre surgir a la vida.
Me congelé, petrificada, esperando que volviese a quedarse dormido. En cambio, dejó
salir un demente balido, que era demasiado profundo para una criatura tan pequeña.
Sentí una tensión dolorosa en el pecho y agarré el cubo con ambas manos, girándome y
corriendo a toda velocidad.
Nunca me giré a mirar. No lo necesitaba. Podía escucharlos.
Un discordante grupo de balidos y rápidos pasos se alzaron detrás de mí.
—¡Dios del río! —grité, rezando que tuviese compasión una vez más por mí—.
¡Ayuda! ¡Por favor! —¡El cubo era demasiado pesado y seguía tropezándome con el
maldito camisón!
¿Los animales me seguirían si me lanzaba a las profundidades del río? ¡Estaban
muy cerca! ¿El río me consumiría por completo, tragándome en un remolino hasta que
su agua se volviese parte de mi cuerpo? ¿Qué hay de mi bebé? ¿El hijo de Cupido? Mi
desesperación chocó contra mí mientras me acercaba a la rivera del río.
Observé con preocupación mientras el agua se alzaba en una gran sábana, mi
temor convirtiéndose en horror mientras el líquido formaba un arco sobre mí como una
gran ola. Me agaché, cubriéndome la cabeza, pero no me golpeó ni una gota. Un gran
sonido de corriente vino desde detrás de mí y me giré en la luz débil, observando
mientras el agua formaba una pared para detener a las malvadas ovejas.
—¡Gracias! —Mi voz era ronca mientras gritaba mi apreciación, corriendo a través
de la rivera rocosa hasta que estaba otra vez al otro lado. No me detuve hasta que llegué
a los árboles, luego me giré, jadeando por aire, y observé mientras la pared de agua
retrocedía hasta su cauce. Las ovejas corrieron encabritadas y pateando las pezuñas
traseras con furia, sacudiéndose el agua de sus vellones. Me tapé la boca mientras reía
con sorpresa y gratitud. Algún día, de algún modo, quería darle las gracias
apropiadamente al dios del río.
La sonrisa todavía estaba en mis labios cuando el gran carruaje de Venus apareció
de ninguna parte, deteniéndose justo antes de pasarme por encima. Salté hacia atrás,
sosteniendo el cubo de cerca, pero casi cayendo de mi cadera.
Venus se dirigió hacia mí en el carro brillante y enjoyado. Un profundo ceño
estropeando su belleza cuando puso la mirada en el cubo de lana dorada en mis brazos.
—Mi diosa —saludé, agachándome mientras dejaba el cubo frente a ella.
Permanecí agachada hacia el suelo, la cabeza gacha, el corazón latiéndome con
fuerza en el pecho como un herrero forjando un escudo. Se tomó su tiempo saliendo del
carruaje y deslizándose para cernirse sobre mí.
—¿Quién te ayudó?
La ferocidad en su tono hizo que me estremeciese de miedo.
—Recogí la lana yo sola, diosa del amor. Lo juro.
Sus palabras salieron con una cadencia lenta y furiosa:
—Chica mimada. Eres. Una. Inútil. ¡Sé que no lo hiciste sola! ¡Eres incapaz de hacer
nada por ti misma! Bueno, puedes estar segura… —Sonó sin aliento como lo estaba yo,
su rabia envió un escalofrío sobre mí—. En la siguiente prueba vas a estar por tu cuenta,
me atrevo decir que nadie te ayudará donde vas a ir.
TREINTA Y SEIS
SIRVIENTE DE VENUS
PSYCHE
La diosa me puso en una celda de su propiedad. Me senté en el frío suelo de piedra,
una mano en mi barriga, la cabeza apoyada en la pared mientras pensaba en mi esposo.
¿Dónde estaba? ¿Estaba cautivo como yo, o había recuperado el juicio y cambió su
corazón? Le había hecho daño con mi desconfianza. Había arruinado todo lo que
precariamente habíamos construido. Cerré los ojos con fuerza, luchando contra el ardor
tras mis párpados, deseando profundamente volver atrás en el tiempo y elegir amar
sobre el miedo.
Estaba cansada. Muy cansada.
—Aquí está ella, Pena —dijo una pequeña voz infantil. Abrí los ojos de golpe y
jadeé ante la vista de dos esbeltas andrajosas al otro lado de los barrotes. Las mujeres
eran idénticas en cuerpo, con largo cabello rubio grasiento, sus ojos como pozos sin
fondo, piel pálida y cenicienta. La única diferencia era que una llevaba un vestido
granate y la otra azul oscuro. ¡Ni siquiera había escuchado pasos! Me puse de pie
tambaleante.
—No tan hermosa como dicen, ¿lo es, Tristeza? Debemos remediarlo.
La mujer sonrió, enviando una ola de miedo helado sobre mí.
—¿Quiénes son? —cuestioné.
—Somos Pena…
—… y Tristeza. —Todavía sonreían—. Sirvientas de Venus. Aquí para
embellecerte para tu siguiente tarea.
Negué.
—No, gracias.
—Las órdenes nos las da la diosa sobre todas las cosas hermosas —comentó la de
rojo, Pena, creía.
Abrieron la celda y entraron con bolsas en las manos, cerrando la puerta antes
que pudiese incluso pensar en pasar entre ellas. Alcé las manos con alarma.
—No me toquen. —Señalé la puerta de la celda—. Simplemente váyanse y
déjenme estar.
Ambas rieron entre dientes, el sonido alto y estremecedor. Luego Tristeza, vestida
de azul oscuro, sacó unas tijeras brillantes, abriéndolas y cerrándolas con un chasquido.
—Primero cortarte el cabello.
Se me revolvieron las entrañas y me aferré el estómago. Nunca había estado en
una pelea, otra más que un inocente juego de espadas hace años. Pero estas dos eran lo
suficientemente frágiles. Incluso en mi estado de agotamiento y embarazada, sentía la
confianza que podía defenderme contra ellas. Aunque esas tijeras, parecían afiladas. Eso
sería un problema.
—Salgan —repetí—. Nada de corte de cabello. No quiero nada de ustedes.
Déjenme.
—Quédate quieta, humana —advirtió Tristeza—. O Pena tendrá que sujetarte.
Bajé la voz, sintiendo como si me hubiesen surgido pinchos como un puercoespín.
—No se me acerquen.
—Sujétala, Pena.
La huérfana de rojo se acercó a mí y me lancé hacia delante, un grito saliendo de
las profundidades de mi garganta. Pero lo que me encontré no fue una débil doncella.
Tenía la fuerza de Boldar. ¡Malditos inmortales! Grité y luché mientras me agarraba por
los brazos y me mantenía contra el suelo. Sacudí las piernas y la pateé con fuerza en el
estómago numerosas veces, haciendo que abriese la boca y gritase para revelar unos
dientes irregulares.
Nos revolvimos, pateando, gritando y arañando. Cuando me soltó un brazo para
golpearme en el rostro, girándome la cabeza a un lado, tomé un puñado de su cabello y
tiré con fuerza suficiente como para llenar mis dedos de mechones grasientos y chilló
en mi rostro. Casi vomité ante la sensación de causar dolor a otro.
Pero luego estuvieron las dos sobre mí, girándome bocabajo en el suelo,
sujetándome los brazos a los costados. Una tiró de mi cabeza hacia arriba por el cabello
y apretó un lado de mi rostro contra el suelo. El dolor irradió de mi pómulo, a través de
mi cuero cabelludo y hacia todo mi cuerpo.
—¡Quédate quieta! —exigió furiosa una de ellas.
Con un sollozo de frustración y dolor, me quedé inmóvil, odiando la sensación de
derrota.
Y luego comenzaron a cortarme el cabello, y grité de nuevo. Las sentí agarrar
puñados de mis gruesos rizos, tirando de mi cuero cabelludo mientras las tijeras hacían
sus cortes afilados. Cuando cortaron el borde de mi oreja, enviando otra furiosa
quemazón de dolor a través de mi cuerpo, luché de nuevo, chillando con furia,
intentando girarme, pero fue inútil. Rieron de forma maníaca ante mis esfuerzos.
—Una gran mejora, ¿no lo dirías, Pena?
—Oh, sí, querida hermana. Grandes habilidades por tu parte. Y ahora maquíllala.
Me giraron con dureza y vislumbré un montón de mi cabello mientras sentía el
frío suelo contra partes de mi cuero cabelludo. Mi rostro estaba manchado con lágrimas
de rabia. Cuando Pena se inclinó sobre mí con un bote de algo rojo, le escupí en el rostro.
Abrió sus ojos desalmados de par en par, mientras mostraba sus dientes afilados antes
de inclinarse y morderme el hombro. Arqueé la espalda y luché con cada músculo de mi
cuerpo, pero Tristeza estaba sobre mí, sintiéndose como si pesase cinco veces más de
su peso real, agarrándome las muñecas con sus manos delgadas con el poder de diez
soldados.
Cuando Tristeza me soltó el hombro, sentí el cálido goteo de la sangre, manchando
mi camisón. Cerré los ojos mientras un chorro de agotamiento se apoderó de mí, mi
cuerpo temblando. Frotó extrañas cremas en círculos sobre mis mejillas con dureza,
luego aplicó algún tipo de maquillaje en mis párpados. Por último, salpicaron pintura
sobre mis labios.
—Y ahora está apropiadamente arreglada para ver a nuestra señora del amor —
comentó una de ellas.
Intenté levantarme y arrastrarme hacia la puerta cuando me soltaron, pero eran
demasiado rápidas, y yo era más que lenta. Sentía dolor por todas partes. Haciendo un
balance del daño hecho, la pila de cabello manchado de sangre era la última de mis
preocupaciones. En mi estallido de energía mientras peleaba, no había sentido mi
cuerpo siendo golpeado contra paredes y el suelo, pero ahora sentía cada parte de ello:
cada arañazo, verdugón y pedazo de carne amoratada. Lo peor era mi pómulo y ojo, que
se estaban hinchando, haciendo que entrecerrase el ojo de ese lado. Y mi hombro…
genial Hades. Esas maléficas brujas.
Me senté contra la pared y rasgué el fondo de mi camisón, que ya estaba hecho
jirones, presionando la tela contra el hombro para cortar el flujo de sangre. Después de
un largo momento, mi mano comenzó a caerse mientras se me cerraban los ojos. Sabía
que necesitaba permanecer alerta, pero mi cuerpo suplicaba descanso. Un dolor había
comenzado en mi cabeza, y tenía que cerrar los ojos. Alcé una mano y me limpié la boca,
esparciendo pintura roja por el dorso de la mano. Dejé caer el brazo.
No estoy segura cuánto me quedé dormida antes que una leve inhalación de
aliento me despertase. Intenté abrir los ojos, pero solo uno cooperaría. Alcé la mano y
sentí el lado derecho de mi rostro completamente hinchado y sensible al tacto. Siseé
ante el contacto, luego alcé la mirada a las barras de la celda con el ojo bueno.
Venus, en toda su magnífica gloria, me miraba con conmoción y algo más… ¿pesar?
La mirada desapareció tan pronto como apareció, reemplazado desprecio.
—No deberías haber intentado luchar contra ellas, mortal.
Apreté los labios.
—¿No lucharías si dos mujeres extrañas intentasen cortarte el cabello?
Me fulminó con la mirada.
—Nunca habría hecho algo tan horrible para ponerme en tu posición.
Bajé la mirada, la vergüenza inundándome.
—¿Debo llamar a Cupido? —preguntó con un tono demasiado dulce.
¿Llamarlo? ¿Estaba paseándose por la propiedad? El disgusto continuó
llenándome, esta vez ante la idea de él viéndome degradada de este modo. ¿Estaría
disgustado? ¿Una pequeña parte de él sentiría que estaba recibiendo mi merecido por
desobedecerlo? ¡Dioses, había tomado un cuchillo de mi hermana y lo había mantenido
bajo la almohada! ¡Cuán traicionado debe haberse sentido! Giré la cabeza a un lado y
cerré el ojo.
—No —susurré.
—¿No deseas verle? —cuestionó.
Quería verlo más que nada, pero, ¿él quería verme a mí? Era un dios, y no cualquier
dios. El dios del deseo. Podría tener cualquier mujer, y aun así, yo había tenido miedo
de él y lo había tomado por garantizado, rompiendo una de sus simples reglas. Debe
haberse sentido como una bofetada en el rostro. No, no podía culparlo por no venir aquí
conmigo, pero tampoco podía manejar su rechazo frente a frente ahora mismo. La idea
de ello hacía más daño que cualquier daño físico que sufría en ese momento. Negué
lenta y cuidadosamente. Chasqueó la lengua y suspiró.
—Muy bien, te daré este día y noche para sanar. Te marchas por la mañana.
—¿Dónde iré, diosa? —Abrí el ojo, pero no dijo nada. Con un chasquido de dedo,
un pedazo de pan marrón y agua aparecieron a mi lado, y desapareció de la habitación,
dejándome para reflexionar mi destino y lidiar con mi dolor.
Tomé pequeños bocados del pan seco hasta que se hubo acabado, y luego bebí el
agua turbia, la garganta reseca de gritar. Abrumada en cada sentido, con el corazón roto
ante el conocimiento de lo que había rechazado, me curvé en la esquina y dormí como
muerta.
TREINTA Y SIETE
NO MÁS BELLEZA
PSYCHE
¿Qué está sucediendo? ¡Dioses, mi cabeza! Me estremecí por el dolor punzante, y
luego jadeé por la tensión que había provocado el pequeño movimiento. Los eventos de
ayer se abrieron paso por mi memoria como rocas afiladas.
Desde mi lugar en el suelo de la esquina, alcé mi pesada cabeza y miré hacia los
barrotes de mi celda. Todavía tenía el ojo hinchado, pero se había deshinchado lo
suficiente para abrirlo un poco. El resto de mi cuerpo dolía incluso más que antes.
Permanecía Venus, sin sonreír, mirándome. Su presencia era una brillante bruma
de colores como un neblinoso arcoíris contra un fondo sucio. Mi cabello en el suelo
ahora una pila monótona y andrajosa, la sangre una mancha oscura. Miré a un lado a mi
hombro el tiempo suficiente para ver las marcas de dientes a través de mi camisón
desgarrado.
—Casi siento pena por ti —murmuró Venus—. Pero luego recuerdo cómo me
robaste y rompiste el corazón de mi hijo.
No habría un día del resto de mi vida o en el más allá que no me arrepienta de
ambas cosas. Me moví sobre mis dolorosas rodillas con un considerable esfuerzo, luego
bajé mis destrozadas manos y puse el rostro en el suelo.
—Nunca quise herir a ninguno de los dos, diosa, lo juro. Y me enamoré de él, sin
saber que era un dios. Incluso cuando lo creía un monstruo, mi corazón lo sabía mejor.
Me arrepentiré todos mis días.
—Sí —susurró—. Lo harás, me temo. —Pero parecía haber perdido un poco de la
furia que había aferrado. Aun así, mantuve la cabeza gacha, temiendo aumentar su ira
de nuevo, hasta que la escuché decir—: Come.
Alcé la cabeza lo suficiente para ver el pan marrón y la copa de agua de nuevo, así
que hice lo que dijo, teniendo grandes dolores al permanecer de rodillas mientras
comía. Esperó en silencio sin moverse.
Cuando terminé, la escasa comida se asentó en mi estómago como una piedra
húmeda mientras esperaba por más instrucciones.
—Hoy —dijo suavemente—, buscarás algo por mí. —Se paseó, deslizándose con
gracia de un lado al otro de los barrotes mientras se explicaba—. He perdido un toque
de mi brillo mientras lidiaba con esta situación. Como diosa, puedo dar y recibir belleza
de otras diosas. Llevarás esta caja a mi querida amiga Proserpina, diosa de la
agricultura, y le dirás que necesito el ungüento de la belleza inmortal. —Una caja
ornamentada apareció en sus manos y el corazón me dio un vuelco. ¿Proserpina? Pero
era la esposa de Plutón, dios del inframundo. Pasaba la mitad del año en el Olimpo y la
otra mitad en el Hades. Claro, estaba en el Olimpo en ese momento.
Una sonrisa cansada apareció en los exuberantes labios de Venus, y supe, sin
ninguna duda, que me estaba pidiendo ir al Hades.
—Pero diosa, hermosa, ¿cómo llegaré allí? Por favor, instrúyeme y haré cualquier
cosa que pidas.
—Eres una humana inteligente, ¿no es así? ¿Tus padres no te garantizaron los
mejores tutores? Estoy segura que puedes averiguar cómo llegar al inframundo. —Y ahí
estaba. Lo que había querido todo el tiempo.
La única forma de entrar al inframundo era morir.
Estaba sorprendentemente calmada, como si mi cuerpo lo hubiese sabido todo
este tiempo y hubiese aceptado este destino antes de que lo hiciese mi mente.
—Noble Venus —susurré—, ¿cómo regresaré para darte el ungüento? —Nadie
que muriese dejó nunca el inframundo. Por la forma en que su pequeña sonrisa se
extendía, también sabía eso y no estaba preocupada por la caja o su contenido.
—Estoy segura que encontrarás un modo. Has llegado hasta aquí.
Mi cabeza estaba muy pesada. Me tomó mucha energía mantenerla alzada, así que
la dejé caer a mi pecho mientras murmuraba con angustia:
—¿Por qué no me matas tú misma, diosa? Te he disgustado. Tienes todo el
derecho a castigarme, incluso a quitarme la vida si es lo que deseas.
—Soy la diosa de la fertilidad. Doy la vida —indicó como si estuviese ofendida por
tal petición—. No la quito.
Una risa accidental surgió de mí y me miró fijamente. Me cubrí la boca. Esto era lo
que sabía de los dioses. Eran los maestros de los oradores. Con ellos, todo era semántica.
Venus había orquestado cada evento para que llevase a mi muerte; de cualquier modo,
no aceptaría la responsabilidad de mi verdadera pérdida de vida. No había sido su mano
la que me hirió en cualquier modo, o me matase. Aparté los dedos de mi boca y la miré
directamente a los ojos.
—Incluso sin tu aprobación amo a tu hijo. Lo amaré cada día de mi vida y muerte
eterna. Y nuestro hijo, tu nieto… —Me aferré el estómago—. Es sangre en tus manos,
sin importar lo alejada que estés de los eventos que nos matarán.
Sus ojos brillaron como las profundidades más azules de una llama.
—Silencio, niña estúpida. Has sido astuta hasta la fecha. ¿No queda confianza en
tu desperdicio de cuerpo? Oh, si tu gente pudiese verte ahora. No eres hermosa. —
Escupió las palabras como si pudiesen hacerme daño, pero negué, alzando la barbilla.
—Eres tú quien se preocupa por la belleza, no yo. Elegiría verme así cada día de
mi vida si significase que pudiese dar a luz este hijo para Cupido antes de morir.
Alzó la voz:
—¡Solo le entregaste tu cuerpo a mi hijo, así podías usar un hijo para
manipularme!
—¡Eso no es cierto! ¡Nunca haría tal cosa! Se ganó mi confianza y mi corazón
incluso antes de que mi mente estuviese dispuesta a admitirlo, y lo que compartimos
fue real…
—¡Ya no más! —Apretó la mandíbula—. Eres una sucia imitación mentirosa de
belleza. No seguiré escuchando tus falsedades. —Alzó un dedo y sentí mis labios
volverse pesados. Intenté y fallé en abrir la boca, en cambio resoplando por la nariz.
Los barrotes de la celda se abrieron, haciendo que cayese a un lado para evitar el
golpe.
—Levántate. Nos marchamos ahora. Pena y Tristeza te acompañarán al carruaje.
—Las dos huérfanas llegaron desde el otro lado de la esquina, sonriendo, y me levanté
tan rápido como lo permitiría mi cuerpo dolorido. Seguí a Pena mientras tristeza
caminaba detrás de mí. Ninguna intentó tocarme, aunque observaban cada movimiento.
Incluso en mi estado maltrecho, lucharía con ellas de nuevo.
Cuando dejamos el edificio, vi que estábamos en un pedazo del bosque fuera de la
vista de su gran estado. Eso significaba que, después de todo, Cupido no había estado
cerca. Una punzada de preocupación me llenó mientras era conducida al carruaje
obscenamente pintoresco. ¿Dónde estaba él? ¿Sabía qué estaba sucediendo? ¿Le
importaba?
Intenté abrir la boca para suplicarle a la diosa que me permitiese verle una última
vez, para disculparme, pero fue inútil. Nos alzamos en el cielo y dejé mi corazón atrás.
Abandonamos el Olimpo, aventurándonos a través de un túnel breve y extraño de
fría nada entre mundos. Aunque había estado observando cada paso del camino, todo
el viaje se nubló en mi conciencia como un sueño mientras regresábamos al reino de la
Tierra, y no había forma de que mi mente humana pudiese haber recordado la dirección
de regreso al Olimpo.
Volamos sobre montañas, ciudades y pueblos antes de llegar a descansar al borde
de un acantilado dominando costas rocosas y un rápido océano salvaje. A nuestro lado
estaba una torre de piedra. Quería preguntar dónde estábamos, pero mi boca todavía
permanecía cerrada con un encantamiento.
Permanecí quieta mientras observaba a Venus mirar al océano desde su gran
asiento en el carruaje. Estuvo callada por un largo momento antes de sorprenderme con
suaves palabras.
—Todo lo que he querido siempre de los humanos fue su amor. Su adoración. No
parece mucho pedir, una petición tan difícil, siendo una diosa del Olimpo, y aun así… —
Su cabello se alzó, brillando como hebras de oro y bronce. Me estremecí, por su discurso
y la brisa del océano—. Desde el principio de los tiempos he dado mucho de mí misma.
Cada vez que ponía una bendición en el útero de una mujer, cada vez que tocaba la
cabeza de un niño con belleza para hacer su vida un poco más simple, o garantizaba el
amor a una viuda, su alegría y gratitud me llenaban de esperanza. Esperanza de que me
recordarán. Esperanza de que seguirán honorándome.
Me dio un vuelco el corazón ante la pena en su voz. No podía imaginar esa
existencia. Por supuesto, estaría cansada. Estaba claro por su tono que sus esfuerzos
desaparecieron y fueron olvidados muy a menudo. Mi familia era probablemente una
de las miles que hacían lo mismo. Pestañeé rápidamente para aclarar mis lágrimas.
—¿Tienes idea, Psyche —continuó—, cómo se siente que te pidan que te pruebes
una y otra vez? Por esos que están por debajo de ti, nada menos. —Se rió sin humor—.
Esos cuyas vidas has tocado, te olvidarán cuando te vayas, o te traicionarán si te quedas.
Cuán estúpida fue tu gente para adorarte, tu belleza es pasajera. La mía es para siempre.
Me rodeé con los brazos, una pesadez apoderándose de mi pecho. Mientras
hablaba, el tono enfadado se desvaneció en un profundo sentido dolor. Mis labios
todavía estaban sellados, así que no podía responder, incluso si tenía las palabras.
Cuando pensé que había terminado, dijo una cosa más que me dio escalofríos.
—Intento amarlos, atraer su amor a cambio, pero los humanos solo respetan a
aquellos que poseen su poder, no a aquellos que muestran amor. Quieren estar
temerosos y eso es algo que nunca entenderé.
No todos nosotros, quise intervenir. Pero tenía razón, mucha razón. El miedo era
algo que podíamos entender, confiar, incluso a lo que aferrarnos, mientras que el amor
era complicado. Requería más de nosotros. ¿Cuánto tiempo me había aferrado a mi
miedo frente al amor de Cupido? Todo me ponía increíblemente triste.
Venus giró la cabeza hacia mí.
—Es la hora. Confío que resolverás este trabajo, princesa Psyche. —Puso la caja
en mis manos. Toda la negatividad se había ido de sus ojos y comportamiento, dejando
atrás una pura declaración de belleza y amor que provenía de ella en impulsos de
energía, causando que me ardiesen los ojos y el corazón me latiese con rapidez—. Te
daré dos advertencias. La primera es que no abras la caja una vez se la hayas dado a
Proserpina. Lo que contiene no es para los ojos humanos. Y en segundo lugar, lo que
buscas para tu tarea está en la torre de al lado. —Seguí su mirada a la inquietante gran
torre de piedra antes de que volviese a poner sus ojos sobre mí—. Puedes irte.
Bajé, con la respiración entrecortada. No fue hasta que se alzó y me dejó que mi
mandíbula se separó, y abrí la boca para llenar mi pecho de aire fresco.
Permanecí allí, mirando alrededor en mi entorno estéril, sintiéndome sola. Las
palabras de la diosa volvieron a mí: Lo que buscas para tu tarea está en la torre…
Sí. Por supuesto, lo estaba. Miré sobre el borde del precipicio. Era posible que si
saltaba desde allí, me caería, rompiéndome huesos e hiriéndome con gravedad, pero no
moriría. Miré la gran torre, y el entumecimiento se extendió sobre mí. Cuando había
derramado cada pedazo de emoción, todo lo que quedó era una consciencia del aire frío
sobre mi piel expuesta.
Sosteniendo la caja con una mano, me llevé la otra a la cabeza y mi pecho se tensó
al sentir mi cabello cortado. Algunos mechones tenían el largo de tres dedos mientras
otros estaban rozando casi mi cuero cabelludo, afectado por el aire frío. Me tembló la
mano mientras la bajaba de lo que seguramente era una escena macabra de mi cabeza.
No importa, me dije, porque estaba bastante segura de qué quería Venus que
buscase en esa torre. Estás a punto de morir.
TREINTA Y OCHO
LA TORRE
PSYCHE
No pienses.
No sientas.
Sigue moviéndote.
Lo que buscas para ti misma está en la torre.
Abrí la puerta de madre de la torre con un rechinido de bisagras oxidadas. Aire
polvoso llenó mi boca y tosí mientras llegaba a la escalera en espiral con escalones de
piedra y comenzaba a subir.
A pesar del fuerte agarre que pensaba que tenía en mis emociones, un
estremecimiento comenzó en mi centro mientras ascendía. Culpaba al embarazo, en ese
punto, el bebé era todo sobre lo que me preocupaba y esto no era justo para él o para
ella.
Venus lo había hecho parecer como si hubiera una manera para regresar desde el
inframundo. ¿Pero estaría en forma espiritual? ¿Proserpina se apiadaría y le pediría a
Pluto que regresara mi espíritu a mi cuerpo? ¿Qué pasaba si decidía darme la vuelta, en
este momento y correr? ¿Correr tan fuerte como mis desgastados pies pudieran
llevarme? Hago una pausa, los escalones de piedra debajo de mis pies desnudos.
¿Durante cuánto tiempo podría esconderme de la diosa? ¿Cupido me buscaría?
¿Estaría enojado por mi cobardía? Un sonido atrancado salió desde el interior de mi
pecho y mis pies comenzaron a moverse de nuevo. Mantengo una mano en mi estómago
con la caja apoyada contra mí y la otra en la pared, llevándome hacia arriba, arriba,
arriba, hasta que llego a la parte superior.
La habitación en la cima era simple y circular, sin mobiliario y con una sola
ventana que da hacia el mar. ¿Podría hacer esto? ¿Podría saltar hacia mi muerte para
llegar al inframundo?
Lo que buscas para ti misma está en la torre.
Me moví hacia el alfeizar de la ventana y sostengo el costado, mirando hacia
afuera. Una ola de mareos me golpeó y me aferré a la orilla de piedra. Un flujo de pánico
me hizo jadear e inclinarme hacia atrás. ¡Dioses en los cielos! Estaba demasiado por lo
alto, el mar una feroz mancha oscura debajo. Me aferré a las piedras y evalué
cuidadosamente las palabras de Venus.
Lo que buscas... ¿Qué busco? Deseaba una forma para completar esta tarea sin
morir. Deseaba una vida para mi hijo. Así que, ¿era esto un acertijo o un cruel callejón
sin salida?
Venus creó todas estas adversidades para que yo las enfrentara e incluso permitió
que sus sirvientes me golpearan, pero ella no me pondría una mano encima, mucho
menos me mataría. La diosa del amor no podía soportar la muerte y la violencia. Dejé
salir una risa sarcástica mientras el viento azotaba mi rostro.
La comprensión me fortaleció. Si Venus deseaba mi muerte, tendría que hacerlo
ella misma u ordenarlo. No me quitaría mi vida o la de mi bebé. Tenía que haber otra
manera de completar esta tarea y la encontraría.
—Oh, pobre desgraciada. —La voz sonó antigua y áspera como piedras frotándose
juntas.
Me giré, alejándome tambaleante de la ventana abierta para caer sobre mis
golpeadas e hinchadas rodillas.
—¿Quién está ahí? —llamé, haciendo un gesto de dolor y empujándome para
ponerme de pie mientras mis ojos evaluaba el espacio vacío.
—Soy el guardia de la torre de Taenarus. ¿Por qué abandonas tu vida?
¿La torre me estaba hablando? ¿Nunca habría un final para las maravillas? La torre
creía que había venido para arrojarme.
Tragué fuertemente.
—Debo completar una tarea para la diosa Venus. En el inframundo.
—Mortal, si tu espíritu es separado de tu cuerpo, nunca podrás regresar.
Mi vientre se tensó con angustia.
—Me aconsejó que viniera a esta torre. Solo podía ser porque tenía la intención
de que muriera.
La estruendosa risa me hizo querer cubrir mis oídos.
—O de que hablaras conmigo.
Mi pulso comenzó a acelerarse debajo de mi piel.
—¿Por qué, honorable torre, ella querría que habláramos?
—Porque puedo decirte cómo llegar a tu destino con tu alma y tu cuerpo intactos.
¿Era eso posible?
—Escucha y pon intención, porque estoy cansado de hablar.
Me quedé muy quieta, concentrándome con todo mi ser, temerosa de esperar en
vano.
—Aventúrate hacia la ciudad de Lacedaemon, donde obtendrás dos monedas para
el Charon que te llevará a través del Río Styx y dos pasteles aguadas, uno para dárselo a
Cerberus y que te permita entrar en el palacio de Pluto y uno para que te permita salir.
Cuando regreses hacia Taenarus, encontrarás un agujero en el acantilado donde nadie se
atreve a acercarse. Esta es la entrada para las almas hacia esas sombras infernales. El
inframundo es un lugar traicionero con almas llenas de avaricia. Guarda tus monedas y
panes, porque los espíritus intentarán robártelos. Ahora, vete. —Su estruendosa voz se
suavizó—. Y que te vaya bien.
Quise pedirle que me aclarara las cosas, pero el espíritu de la torre se estaba
desvaneciendo.
—Gracias. —Presioné una mano contra la piedra, apretando la caja contra mi
pecho e inclinándome para apoyar mi frente contra la fría pared—. Gracias, Torre. —El
piso tembló y mechones de mi cabello se levantaron en mi cabeza como si la torre
hubiera suspirado. Me apresuré a salir de la habitación con renovada esperanza,
bajando volando las escaleras, encontrando rápidamente el camino hacia la ciudad de
Lacedaemon. Todo mi dolor y mis males olvidados mientras corría, gastándome la poca
energía que me quedaba.
Cuando llegué a las afueras de la ciudad, mi cuerpo dolía de nuevo. Cuando la
primera persona posó sus ojos en mí, un hombre, me volví completamente consciente
de mi apariencia, porque ningún hombre alguna vez me había mirado con tal disgusto.
Su nariz se frunció, con repulsión y se apresuró a alejarse. Casi me reí, lo que se convirtió
en un deseo de llorar, porque la monumental tarea frente a mí se había vuelto mucho
más difícil debido a la forma en que lucía. Tendría que rogar y por una vez en mi vida,
la gente no estaría tan dispuesta a darme lo que quería.
Era una vergonzosa sensación darme cuenta la vida tan fácil que había tenido en
comparación con otros, humildes sin medida. Mientras caminaba más hacia calles
sucias de la ciudad, incluso los pordioseros me miraban con mórbida curiosidad,
intentando ver más allá de mi cabello mal cortado, ojo hinchado y cuerpo golpeado.
Me paré apoyándome contra la pared exterior de un edificio de paja que vendía
mercancías. Lo primero que necesitaba era asegurar la caja. La gente pensaría que la
había robado. Había visto a algunos de los otros pordioseros jalar la capa superior de
sus vestidos para hacer bolsillos para colocar sus pocas pertenencias. Levanté mi
andrajoso vestido hacia el costado, revelando mis pantorrillas y amarré la tela
alrededor de la caja. Era difícil de manejar e incómodo, pero serviría por ahora. Un
caballero de mediana edad, con un vientre suave y un rostro amable, comenzó a pasar.
Me estiré y toqué su hombro suavemente, diciendo:
—Por favor, amable señor...
Dejó salir un grito y apartó su brazo, como si fuera una leprosa contagiosa. Su
apariencia benevolente cambió a disgusto mientras fruncía el ceño y se alejaba
rápidamente, sacudiendo su brazo.
¿Cómo lograría alguna vez tener suficiente dinero para comprar pasteles con dos
medios peniques para gastar?
Mientras el día transcurría, lo intenté todo. Conversación. Adulación. Nada
funcionaba. Mientras más tiempo estaba ahí afuera, más cansada me sentía,
encorvándome y moviendo mi peso. Dos calles más allá, había pasado a una mujer que
cantaba una alegre melodía y conseguía monedas, pero mi canto seguramente haría que
la gente se alejara aún más de mí.
—No sé qué le sucedió, señorita, pero puedo ver que alguien te ha hecho mal. Ten.
—Quedé frente a una mujer en una toga desgastada, pero fina, su cabello negro estaba
manchado con hebras de blanco que la hacían parecer noble. Me entregó un chal color
crema.
—¡Oh, gracias! —dije. Cuando sonreí, mi mejilla y ojo recibieron una descarga de
dolor.
—Que los dioses tenga misericordia de ti —dijo, ya alejándose.
—Que la tengan, de hecho —susurré. Hice un rápido trabajo de envolver el chal
por encima de mi cabeza, atándolo en mi nuca para ocultar mi situación de cabello
hecho girones. Me hizo sentir diez veces mejor. Me paré más erguida.
Las siguientes personas que pasaron fueron una mamá como de la edad de Miracle
y una joven hija sosteniendo un pequeño libro de poemas. Reconocí al autor
inmediatamente.
—Buena elección esa —dije, apuntando hacia el libro. La madre me dirigió una
mirada preocupada, mirando rápidamente hacia su hija y comenzando a jalar de ella
más rápido. Pero antes de que pudiera irse demasiado lejos, comencé a recitar.
La madre se detuvo y se giró con sorpresa y la hija le sonrió ampliamente a la
mujer, luego a mí.
—¡Ese es mi favorito!
—El mío también —dije, apoyando mis manos en mis rodillas—. Puedo ver que
eres una joven muy inteligente.
La madre parpadeó hacia mí, sus ojos evaluando mi camisón y rasgos golpeados.
—¿Cómo es que una mujer tan culta está vagando por las calles? —Cerró sus ojos
rápidamente y sacudió su cabeza—. Olvídalo. Probablemente no quiero saber.
—No me lo creerían si se los contara. —Intenté sonreír, aunque estaba segura de
que retorcía aún peor mi rostro. Podría decirle mi nombre y había una posibilidad de
que hubiera escuchado de mí, pero sin duda pensaría que era una anormal mentirosa.
—¿Qué le sucedió a tu ojo? —preguntó la pequeña niña. Su madre comenzó a
callarla, dirigiéndome una mirada arrepentida, pero respondí.
—Me di un buen golpe, pero te aseguro que estaré bien. Con un poco de suerte, el
destino me ayudará y haré las enmiendas necesarias.
La mujer me estudió.
—Hablas hermosamente. —En una voz más baja, preguntó—: ¿Quién te hizo esto?
¿Una amante? ¿Un jefe? ¿Eres una esclava fugitiva?
Sacudí mi cabeza, todavía mostrando una pequeña sonrisa.
—Mi suegra.
Sus ojos se agrandaron y dejó salir un resoplido.
—En ese caso... —Sacó dos monedas grandes y brillantes y las aferré contra mi
pecho, abrumada por su generosidad—. Vuelve a levantarte, sigue adelante. —Levantó
su barbilla y me dio una sonrisa conspiratoria.
—No puedo agradecerle lo suficiente, señorita. —Incliné mi cabeza—. Que los
dioses te bendigan y a tu preciosa hija. —Mira a la chica una vez más—. Sigue con la
lectura. —Ella asintió, sus rizos rebotando.
A medida que se alejaban, miré hacia las monedas y cerré mi puño alrededor de
ellas. Era lo suficiente para comprar los dos pasteles pegajosos para Cerberus y me
quedarían monedas para el capitán del ferry. La gratitud me inundó, pero nunca se
convirtió en alegría, no cuando sabía que estaba un paso más cerca del inframundo, un
lugar a donde ningún mortal hubiera ido y podido regresar con su alma intacta.
Quizás Cupido nunca me aceptaría de vuelta después de lo que había hecho, pero
le probaría mi valor a él. A Venus, y más importante, a mí misma.
TREINTA Y NUEVE
TERCERA TAREA
PSYQUE
Un agujero en el acantilado donde ninguno se atreve a arriesgarse. ¿Qué significaba
eso?
Me quedé en el borde del acantilado en Taenarus, cerca de la Torre. Ya era de
noche, pero la luna estaba llena y el cielo estaba despejado. Mientras miraba las oscuras
aguas y el sombrío y rocoso descenso, nunca me había sentido más hambrienta ni más
cansada. Mi boca se llenó de humedad cuando entré en la panadería, pero el dueño no
estaba contento de ver a una clienta desaliñada y sucia. Intentó cobrarme una suma
indignante por los pasteles. Era mucho más difícil regatear como mendiga que como
princesa. Finalmente, lo acosé lo suficiente para que me quedaran dos monedas, pero
no había suficiente para que me comprara comida. Afortunadamente, había encontrado
un arroyo fresco en el camino para llenar mi barriga con agua.
Mientras exploraba la cornisa del acantilado, divisé un camino estrecho y
empinado, oculto por arbustos. Era suficiente espacio para que una persona se
arrastrara hacia abajo. Metí las monedas en mi bolsa improvisada con la caja y sostuve
los pasteles con cuidado entre mis dedos mientras me deslizaba por el camino
restringido, apartando las enredaderas demasiado grandes del camino. Sin usar mis
manos para estabilizarme me hizo sentir desequilibrada. Me concentré para mantener
mi equilibrio.
Un agujero en el acantilado. Eso tenía que ser una cueva. Me moví lentamente a lo
largo del camino, pero más adelante podía ver que había una curva y algo bloqueaba el
camino. Cuando me acerqué, entrecerré los ojos en la oscuridad y descubrí que era una
masa de zarzales marinos espinosos.
Qué horrible suerte.
Los evité a toda costa. Las espinas eran asesinas para mis pies descalzos. ¿Cómo
podría sortearlas?
Donde ninguno se atreva a arriesgarse. Repetí esa línea en mi cabeza. Cualquier
persona sensata se daría la vuelta al ver estas zarzas. ¿Podría ser esto posiblemente lo
que la torre había querido decir? Cuanto más me acercaba a la zarza, más rara me sentía.
Mi corazón comenzó a saltar, luego a correr. Una extraña sensibilidad se apoderó de mí,
como una advertencia, diciéndome que volviera. Me tensé, recuperando el aliento, y me
obligué a avanzar de nuevo. Diminutos pasos. Estaba casi en las zarzas malvadas.
¡Caerás! Una voz gritó en mi cabeza y me detuve bruscamente, inclinándome
contra la roca. ¡Regresa!
Mis ojos se movieron alrededor, y mis oídos estaban en alerta por la extraña
fuente de mi pánico, pero no había nada en absoluto allí. Aun así, parecía que no podía
recuperar el aliento.
—No —susurré en la oscuridad—. No puedo parar.
Me insté a avanzar, apretando mi mandíbula contra la urgencia de gritar de terror
cuando me acerqué a los malvados arbustos de espinas demasiado crecidos.
Extendí un brazo tembloroso para apartar la zarza, preparada para apartar mi
mano, pero lo que encontré en lugar de espinas fue una suave hoja de hojas que
fácilmente se separó bajo mi mano. La confusión me llenó. Me arrastré hacia delante,
presionando contra el dosel de ramas enredadas que no se sentían nada a como
parecían. La oscuridad me envolvió. Aun así, seguí adelante.
Mi sangre bombeaba salvajemente cuando salí de la cortina de oscuridad. Un
fuerte suspiro quedó atrapado en mi garganta cuando me di cuenta que estaba dentro
de una cueva. Velas débiles y gruesas alineaban las paredes con lo que parecían ser
cientos de años de gotas de cera amontonadas debajo de ellas como el apoyo de
enormes árboles. Un paso más adentro hizo que mi visión se aclarara, causando que
presionara mi espalda contra la pared con sorpresa.
¡Gente! ¡Tanta gente! ¿De dónde habían venido? Parecía como si estuvieran
entrando por la misma entrada a la cueva que había tomado. Pero no había nadie afuera.
¿O había alguien? Me llevé el dorso de la mano a la boca. Mirando alrededor ahora, no
eran como yo. Parecían sólidos a primera vista, pero cuanto más miraba, más parecían
difuminarse a lo largo de los bordes.
Espíritus.
Sostuve los pasteles envueltos en mis manos, tratando de no apretarlos, y
comencé a moverme junto con la masa de almas. Me mantuve contra la pared. Cuando
se rozaron contra mí, fue la sensación más extraña, casi como el suave roce del pelo
mullido de un gato, no del todo sólido. Me estremecí y me apresuré, sintiendo el tintineo
de la caja y las monedas en la bolsa de mi camisón. Adelante, mis ojos contemplaban
una visión aterradora: Dos gárgolas de piedra llenas de hollín, tan grandes que
raspaban el techo de la cueva. Sus ojos vagaron sobre las almas que entraban. Cuando
me acerqué, sus bastones se deslizaron hacia abajo, deteniendo mi entrada y
provocándome un susto de muerte.
—¿A qué vienes aquí, ser vivo? —Se escuchó una voz resonante.
Una vez que volví a concentrarme, les dije:
—Vengo con una tarea de la diosa Venus, para que Proserpina llene esta caja. —
Saqué la caja con manos temblorosas y la levanté para que la vieran. Después de un
largo momento, los bastones subieron, y no dijeron nada más. Los espíritus pasaron
más allá de mí, y me moví tentativamente hacia adelante, mi corazón errático mientras
pasaba sin daño.
Fuera de la apertura, las almas iban en direcciones diferentes, como si supieran
instintivamente o fueran guiadas silenciosamente a sus destinos apropiados.
Estábamos en una zona subterránea gigante con túneles a lo largo de un lado que
derramaban un flujo constante de espíritus. Era difícil ver. Las únicas luces eran velas
dispersas a lo largo de las paredes y brillantes estalactitas en lo alto. El líquido goteaba
por los muros de piedra en surcos entallados que corrían por los pisos. Vi una larga
línea contra una pared donde me atraían los sonidos del agua corriendo.
Mientras avanzaba hacia la línea, un hombre que empujaba un carro de madera
se paró frente a mí y todo se derrumbó. Dejó escapar un sonido estrangulado y se
agachó, luego agarró su espalda. No podía entender por qué un espíritu parecía estar
trabajando aquí abajo en lugar de ir a su destino, como los demás.
—Por favor, señorita —dijo, suplicándome—. ¿Puede usted ayudarme? Si le llevo
esto a Charon, me permitirá el paso.
Mi corazón se apretó con lástima. Quería ayudarlo, pero no me atreví a dejar los
pasteles. Y recordé lo que la torre me había dicho acerca de no detenerme por ninguna
razón.
—Lo siento mucho —le dije—. Tengo que irme.
Cuando intenté pasarlo, gruñó y estiró sus brazos para agarrarme. En su estado
semisólido, fue suficiente para hacerme tambalear hacia atrás y caer sobre mi trasero,
apenas manteniendo los pasteles en mis manos. Para mi horror, escuché el ruido de una
moneda cayendo de mi bolsa.
Sus ojos se ensancharon con la avaricia de la que Torre que me había advertido, y
rápidamente puse mi cuerpo sobre la moneda caída, bajando mi cara para recoger la
moneda con mis labios. La metí en mi mejilla con la lengua y eché un codo hacia atrás
para quitarme el espíritu. Cayó más fuerte de lo que yo había pretendido, demostrando
ser tan frágil como parecía, y traté de no sentirme culpable.
Me paré y corrí hasta el final de la línea, mi cuerpo temblaba por todas partes. Con
cuidado, puse uno de los pasteles en el hueco de mi otro brazo y lo metí en mi bolsa.
Asegurando la otra moneda, la apreté entre mis dientes y mejilla con la otra. Luego
sostuve los pasteles como tesoros frágiles y esperé.
Mis ojos se movieron a mi alrededor, sin confiar en una sola alma. Los espíritus
eran rápidos para llenar el espacio detrás de mí, pero la línea se movió
sorprendentemente rápido. Cuando nos acercamos al frente de la línea, vi que el río
Styx fluía a través de un túnel oscuro y corría a lo largo de la pared, muy lejos de la vista.
Era difícil calcular la distancia en el espacio oscuro, pero el río era ancho. El gorgoteo
del agua sonaba lento, no acogedor.
A medida que avanzaba, observé cómo las almas extendían monedas hacia una
figura oscura cuando el barco apareció ante ellos. Eso es correcto, apareció. En un
momento el bote estuvo allí, y al siguiente se fue. Entonces de vuelta otra vez. A dos
almas lejos del frente, pude echar un buen vistazo al legendario Charon, el barquero del
río Styx.
Aunque parecía alto y delgado, con un hombro encorvado, el poder mágico en su
persona era innegable. Llevaba una túnica negra con capucha, pero su rostro no estaba
oculto. Su piel caída sostenía la palidez gris de la muerte, sus ojos tan profundos y sin
alma como los de la tristeza y la pena. Cada parte de mí quería girarse y huir de su
presencia, pero me preparé para avanzar hasta que fuera mi turno.
Di un paso adelante cuando apareció el bote, meciéndose hacia adelante y atrás.
Charon extendió una mano huesuda que parecía como si hubiera estado sumergido en
agua durante cientos de años. Equilibrando ambos pasteles en una mano, saqué una
moneda de dentro de mi boca y la coloqué en su palma.
—Ha pasado un tiempo desde que transporte uno vivo. —Su voz era como palos
frotándose juntos. Necesitaba un trago de agua más que yo.
Los ojos muertos de Charon se apoderaron de los míos cuando hizo un gesto con
el brazo para indicarme que subiera al bote. Contuve la respiración y pasé junto a él,
sentada en el pequeño asiento. Siempre había imaginado que su bote sería enorme,
transportando muchas almas a la vez. Todo acerca de esto era extraño.
Se alejó de la orilla con su remo y me tensé, esperando que desapareciéramos en
un abrir y cerrar de ojos como los demás, pero simplemente nos movimos a lo largo del
río a un ritmo normal. Me estremecí cuando nos alejamos río abajo.
—Perdóneme, digno barquero. —Mis palabras estaban ligeramente confusas con
la moneda en mi mejilla—. ¿Por qué no desaparecimos como los demás?
Remó lentamente.
—El tiempo funciona de manera diferente para los que están en el río.
Todavía sosteniendo los pasteles, crucé mis brazos, helados hasta la médula. El
túnel oscurecido me había asustado, dando la sensación de pasar a través de telarañas.
Cuando vi que algo salía del agua junto a nosotros, ya estaba gritando antes que pudiera
salir.
Una mano.
Entonces una cabeza. ¡Un hombre! Agarró mi brazo en un agarre que se sentía más
fuerte que el espíritu del viejo hombre de antes. Luché, todavía gritando y casi
apretando los pasteles hasta hacerlos papilla. Me arranqué de su mano. La repentina
pérdida de mi brazo hizo que cayera nuevamente al agua.
—¡Oh, dioses míos! —Me quedé de pie, mirando alrededor mientras Charon
seguía remando, con los ojos hacia delante. En el agua, podía distinguir otros cuerpos.
El terror me congeló tan sólido como el hielo. Las manos se extendieron, sus bocas se
abrieron en gritos silenciosos, sus ojos suplicaban.
—Es su castigo eterno —comentó Charon.
—Cielos —susurré. Esto fue más que una pesadilla. Este era el verdadero destino
de estas almas; nunca se despertarían del tormento. ¿Qué habían hecho para
merecerlo? Negué.
Tan incómoda como me ponía Charon, decidí estar de espaldas a él, para que nadie
más me tomara por sorpresa. Fue algo bueno, también, porque otro hombre, con su
largo cabello y su barba hilada del agua espesa, fue capaz de levantarse del lado del bote
para mirarme, su mano se acercó demasiado.
—Ayuda —murmuró—. Por favor, ayúdame.
Mientras miraba su rostro desesperado, mis ojos ardían y algo dentro de mi pecho
se retorcía dolorosamente.
—No hay nada que pueda hacer —le susurré.
Gimió cuando fue arrastrado por algo debajo de él. Mi estómago se sacudió, y
luché para permanecer de pie. Después de lo que pareció una eternidad, una orilla
apareció en la distancia. Me quedé mirando, contenta de tener algo para apartar mi
atención de las aguas mórbidas. Desafortunadamente, la vista se volvió más impropia a
medida que nos acercábamos.
La orilla estaba llena de almas superpuestas entre sí. A un lado se alzaba un
enorme castillo de piedra oscura parcialmente construido en las paredes de la cueva:
El palacio de Pluto, dios del inframundo. Un escalofrío me recorrió. ¿Me reuniría con él?
Esperaba que no.
Frente a la gran entrada del castillo, entre pilares de ónix, estaba el legendario
perro de tres cabezas, Cerberus. Era incluso más grande de lo que había imaginado, con
músculos que se agrupaban en su espalda y piernas como troncos de árboles. Le ladraba
a las almas que se acercaban demasiado. Miré los pasteles en mis manos con
preocupación. ¿Cómo bastaría un pequeño pastel con las tres cabezas de esa bestia? ¿Y
no solo una vez, sino dos veces? Todos sabían que la criatura no permitiría que un
humano pasara a su alcance sin cortarlo en pedazos.
Tomé aire fresco y lo sostuve hasta que me dolió el pecho antes de dejarlo salir
lentamente. Había llegado hasta aquí. No había nada que hacer ahora, solo confiar en
los consejos de Torre y seguir adelante. Cuando llegamos a la orilla con un ligero golpe,
me volví hacia Charon.
—Volveré pronto. Tengo otra moneda para ti.
Su risa ronca me hizo querer taparme los oídos.
—Si tú lo dices, mortal.
Salí cautelosamente, pisando la arena húmeda y alejándome de las aguas. Cuando
me di la vuelta, Charon y el barco ya se habían ido. El pánico amenazó con meterse en
mi garganta, pero lo tragué y me volví para observar la escena. Por un lado estaba el
castillo. En el otro lado había un alma antigua parada en una plataforma elevada
rodeada por innumerables tomos: El juez. Para cada alma, encontraba su nombre y
señalaba qué entrada debían tomar. El camino a la derecha de su estrado era un arco
brillante y reluciente hacia los Campos Elíseos, el lugar celestial para las almas benditas.
A su izquierda estaba la entrada oscura y turbia de Tartarus.
Cuando las almas se negaban a irse, los dragones de alas grises bajaban desde los
salientes que sobresalían de la pared de la cueva, y agarraban a las almas con sus garras,
arrojándolas a través de la puerta del Tartarus mientras las almas gritaban. De ninguna
manera me iba acercar a ese podio.
Rodeé el borde del agua y la masa de almas hasta que me acerqué al palacio. Las
cabezas de Cerberus se levantaron inmediatamente como si me olfatearan. Tres pares
de ojos se abrieron de par en par, y comenzó una feroz ronda de ladridos, gruñidos y
aullidos, tirando de las enormes cadenas que lo sujetaban. Salté, pensando por un
momento que rompería sus ataduras, pero se mantuvo seguro. Me acerqué,
murmurando cosas inútiles a la criatura, tratando de calmarme.
—Tengo algo para ti. Buen chico.
Cuando me acerqué lo suficiente, me incliné hacia el suelo y desenvolví uno de los
pasteles con una mano temblorosa. Entonces me puse de pie y lo lancé al perro,
dándome cuenta por qué un pastel era mejor que tres. Las cabezas comenzaron a pelear,
golpeándose entre sí. Yo estaba completamente olvidada.
Mis pies comenzaron a correr antes que mi mente hubiera procesado lo que
estaba sucediendo. Corrí alrededor de la bestia, mi respiración agitada por el miedo.
Cuando llegué a las grandes puertas de obsidiana, tuve que usar todo mi autocontrol
para no golpearlas. Llamé cortésmente, si no rápidamente, mirando por encima del
hombro a Cerberus, cuya cabeza central estaba lamiendo sus costillas mientras los
otros le gruñían.
La puerta se abrió y un sátiro que se parecía mucho a Renae estaba allí. Solo que
este sirviente no estaba sonriendo.
—Hola. Necesito ver a la diosa Proserpina. Es urgente. La diosa Venus requiere
algo de ella. —Me limpié la mano libre y pegajosa en el sucio camisón, luego metí la
mano en la bolsa y saqué la caja. Una mirada al sátiro, asintió y abrió la puerta para
dejarme entrar.
Hades profundo. ¡Estaba en el palacio de Pluto! ¡Lo había conseguido! Con
seguridad adentro, saqué la moneda de mi mejilla y la dejé caer en mi bolsa.
Seguí al siervo solemne por los pasillos. Al igual que los pasillos de la casa de
Cupido, estos tenían pinturas y murales de guerra, pero eran mucho más oscuros, más
gruesos, las caras alargadas y más grotescas por las salpicaduras de velas que
parpadeaban a intervalos impares. Las capas de polvo parecían haberse acumulado en
todo lo que estaba a la vista. Miré hacia otro lado, mirando hacia adelante. Aquí hacía
más frío que afuera.
Cuando el sátiro abrió una puerta y me hizo señas con una sola onda, mi espíritu
se levantó. La habitación era más brillante, llena de cientos de velas que calentaban el
espacio. Todo estaba limpio. Candelabros relucientes y platos de plata fueron colocados
en una mesa larga. En el centro de la habitación había una gran silla lujosa de tela color
crema. En ella se sentó una visión de dulzura que me dejó sin aliento. Su piel era de
caoba oscura, sus grandes ojos de un verde suave, los labios rosados. La diosa
Proserpina parecía tan joven como yo con el cabello recogido en rizos negros, su cuerpo
pequeño e inocente en apariencia, con los tobillos delicados cruzados.
Mis ojos se encontraron con los de ella solo por un breve momento antes de bajar
los míos y correr hacia adelante, cayendo a sus pies.
—Oh, diosa. Estoy más que honrada de estar en su presencia. Soy princesa…
—¿Princesa? —Incluso su voz era juvenil, alta y bonita.
—Sí, una maravilla. Sé que no lo parezco, pero soy la princesa Psyche, una simple
mortal como puedes ver. Estoy en una misión de tu querida amiga, la diosa Venus, para
obtener un poco de tu belleza en esta caja.
Levanté la caja sin levantar la cabeza y ella la tomó.
—Mi, mi —dijo Proserpina—. No puedo recordar la última vez que Venus necesitó
ayuda. Debe estar pasando por un momento difícil. ¿Qué le has hecho, niña?
Apreté los dientes mientras una multitud de emociones nadaban dentro de mí
como tiburones letales, batiendo sus colas.
—Soy la esposa de su hijo.
Proserpina jadeó, se detuvo y luego se rió.
—¿Cupido ha tomado un mortal? ¡Oh, la indignación! —Parecía completamente
encantada por este chisme—. Eso debe haber maltratado a su pobre madre. No me
extraña que esté en un estado tal que requiera mi esencia.
Escuché que la caja se abría y sentí que un viento mágico calentaba mi piel antes
de que la caja volviera a cerrarse. Un codazo en mi hombro me hizo levantar una mano
para recibirla.
—Gracias, grandiosa. —Comencé a pararme, pero ella me detuvo.
—Nunca tengo visitas. Quédate un momento. Cuéntame la historia de cómo tú y
Cupido llegaron a ser. Encuentro que mi propia compañía es tediosa.
Entendí ese sentimiento. Aunque no pude quedarme mucho tiempo, su petición
parecía sincera. ¿Quién era yo para negarla? Entonces, comencé mi historia,
comenzando con la bendición de Venus para mi familia. Se sintió bien decirlo todo en
voz alta. Incluso las partes horribles me estaban limpiando de alguna manera.
Proserpina escuchaba con avidez, de vez en cuando haciendo pequeños sonidos. Las
lágrimas corrían por mis mejillas cuando admití que había roto la confianza de mi
esposo. Seguí hablándole de mis tareas y mi encuentro con Pena y Tristeza.
Al final, estuvo mucho tiempo tranquila, mirándome con suavidad y
preguntándome:
—¿Qué, princesa mortal, dirías que es tu mayor arrepentimiento en todo esto?
¿Perder tu belleza? ¿Ser forzada a enfrentar estas temibles tareas?
—No, diosa. Mi primer arrepentimiento es ganarme la ira de la diosa que me
concedió la vida. Ella nunca se merecía eso. Pero mi mayor arrepentimiento es lastimar
a Cupido. —Mi voz se entrecortó, y Proserpina murmuró sus sentimientos.
—Parece que te ha abandonado. Sin embargo, ¿todavía lo amas?
Me limpié los ojos contra mis hombros.
—Lo amaré por todos mis días y por la eternidad.
—Lo creas o no, mortal —dijo con suavidad—, incluso un dios es capaz de
perdonar. Desafortunadamente, a veces puede llevar siglos. Yo debería saberlo.
Después de lo que Pluto me hizo, engañándome para que fuera su esposa… —Sus labios
se fruncieron, luego se apartaron hacia un lado con una sonrisa—. Pero ahora, no hay
nadie que me afecte como él lo hace. No preferiría a nadie. —Sus ojos se volvieron
aturdidos y sensuales por un momento, como si se lo imaginara. Mis mejillas se
calentaron.
—Me alegra oír eso, altísima.
Ella reflexionó.
—¿Crees que podrás dejar el inframundo con tu alma intacta?
—Sólo puedo esperar, diosa.
—Ninguno lo ha logrado antes. De hecho, me encuentro esperando que lo hagas.
Deseo ver cómo procede esta historia. Mientras tanto, debes comer. Tengo una
variedad. Quédate.
Me había arrodillado, encorvada durante tanto tiempo, que un doloroso dolor me
escapó de la garganta cuando intenté pararme. Cada parte de mí estaba rígida y
dolorida. Mi energía se agotó, mi boca se secó.
—Carnes, aceites, pan de molde, vino y fruta esperan. —Proserpina hizo un gesto
hacia la mesa de comida, pero me sentí indigna de comer el festín de una diosa,
especialmente en mi estado.
—Madre de la cosecha —le rogué—. Estoy impresentable. ¿Tienes pan moreno y
agua?
Pareciendo entender, ella hizo ese zumbido de nuevo, y apareció un plato con el
pan de fondo con el que Venus me había estado alimentando. Nunca solté el pastel en
mi mano ya que usé mi otra mano para devorar el pan y beber el agua.
—Debo irme, diosa. —Me aferré a la caja—. No puedo agradecerte lo suficiente. Si
logro superar esta tarea final, haré una ofrenda en tu nombre tan pronto como sea
posible.
—En efecto. Una última cosa antes de que te vayas. Eres consciente de que los
contenidos de la caja no son aptos para un mortal, ¿correcto?
—Sí, diosa. Venus me lo dijo.
—Bien. —Sonrió, y el calor como una brisa otoñal se extendió sobre mí, oliendo a
heno dulce y sol.
Incliné mi cabeza por última vez antes de que el sirviente me sacara, de vuelta a
las puertas del palacio de Pluto. Nunca lo vi, y por eso estaba agradecida.
En el momento en que me hicieron salir, el sátiro cerró la puerta, sin molestarse
en ver si me habían comido viva. Grité de miedo cuando Cerberus me apretó las piernas
y, sin pensarlo, tiré el otro pastel, todavía envuelto. Como antes, el perro saltó por ello,
sus cabezas se agitaron. No me había dado mucho espacio para deslizarme y terminé
siendo golpeada con una enorme pata que dejó un rasguño en mi brazo y en mi mejilla.
Corrí hasta que estuve fuera de su alcance, luego levanté mi mano hacia mi cara.
Ya estaba levantando un largo rasguño, pero solo un toque de sangre se mostraba en
mis dedos. Suspiré pesadamente. Estaba viva. Eso era todo lo que importaba. Y ahora,
sin los pasteles, mis manos fueron liberadas. Sostenía la caja para evitar que golpeara
contra mi pierna mientras caminaba. Saqué la moneda de mi bolsa y la puse de forma
segura dentro de mi boca.
Las almas me abarrotaban mientras caminaba, sus emociones se elevaban como
vapores rastreros para llenar el aire denso con un sentimiento de temor y anticipación.
Intenté volver al río, me confundí y me di la vuelta. Sus emociones me arrastraron, y
sentí la necesidad de ir hacia adelante con las almas siendo pastoreadas en las líneas.
No, me dije, empujándome contra ellos hasta que finalmente me liberé en un
espacio abierto. Para mi sorpresa, una mujer se sentó en la abertura con una rueda
giratoria. Aparecía frágil como el hombre anterior con la madera.
—Señorita —suplicó ella mientras giraba—. Estoy tan cansada. Ayúdame por
favor. Solo un momento mientras descanso. Por favor.
La sensación de ensueño de flotar me invadió y vacilé. Ella era una anciana. Tenía
que ayudarla. Comencé a alcanzar el huso, y luego me detuve mientras sus ojos se abrían
en victoria.
—No —dije, sacudiendo mi cabeza—. No puedo parar.
—¡Dame tu moneda! —Saltó sobre mí con la misma fuerza que tenía el viejo, y me
tiró al suelo cuando agarré la caja—. ¡La vi! —gritó, rompiendo mi camisón. Incluso en
su estado medio sólido, ella era fuerte y enojada con la codicia. Se sentía mal, muy mal,
golpear a una anciana, pero que así sea.
Levanté la caja y la golpeé en la cara, ganándome un empujón, y luego le di un
codazo en el pecho. Cuando rodé para sacarla de mí, sentí que la moneda se deslizaba
hacia mi garganta, ahogándome. Me incliné hacia delante, tosiendo hasta que salió de
mi boca. Luchamos ferozmente, y cuando mi mano se cerró sobre la moneda de arena,
ella agarró el manto, arrancándolo de mi cabeza y tropezando hacia atrás. Me puse de
pie y corrí, dejándola en el suelo.
Tenía que salir de este infierno antes de perder la cordura.
Me tropecé a lo largo de la orilla, sintiéndome medio muerta, hasta que vi que el
barco cobraba vida, liberando un alma arrastrando los pies.
—¡Espere! ¡Charon!
Su rostro huesudo se volvió hacia mí desde debajo de la capucha, y una sonrisa
macabra apareció lentamente en su rostro. Extendí la moneda mientras corría los
últimos pasos, sin aliento.
—Por favor. —Jadeé—. Necesito volver al otro lado.
—Bueno, bueno —dijo—. Esta es la primera vez. —Arrancó la moneda de mi
agarre con dedos arrugados y en forma de palillo y se apartó para que yo abordara. Casi
me rompí en un ataque de llanto ante el alivio de estar en el bote cuando él comenzó a
remar. Como la última vez, me puse de espaldas a él, agarrando la caja y observando las
aguas que se retorcían. Cada picadura y dolor palpitaba en la superficie de mi piel y
profundamente en mis músculos, haciendo que mis párpados cayeran. Mi cuerpo rogó
colapsar en un sueño profundo.
Todavía no, me dije. Estamos tan cerca.
Parece que no podía recuperar el aliento. Avanzamos por el túnel oscurecido en
el río cerrado, y mi cuerpo comenzó a temblar violentamente contra mi voluntad, como
si la conmoción de todo lo que había sucedido se hubiera estrellado contra mí.
Apenas habíamos llegado a tierra cuando estaba saliendo, cayendo de rodillas y
empujando hacia arriba con mi mano libre. Tuve que empujarme a través de la multitud
de almas, su desesperación me envolvía y amenazaba con rechazarme. Me enfoqué,
empujando hacia adelante, girándome hacia un lado para deslizarse más fácilmente a
lo largo de la pared de tierra. Una vez que estuve entre la multitud, observé a las
gigantescas gárgolas en el arco donde había entrado, y la masa de almas que pasaba era
aún más gruesa.
Llena de terror, me acerqué a las gárgolas con la caja que tenía para que la vieran.
Sus ojos me siguieron mientras empujaba a través de la multitud de almas y me apoyé
contra la pared, presionando a pesar de las objeciones de los espíritus. Dejé escapar un
fuerte suspiro cuando pasé por las gárgolas. Mi cuerpo me rogó que me dejara ir y me
arrastraran donde pudiera dejar de luchar y dormir, pero mi mente luchó.
Tan cerca, tan cerca.
Un sonido de desesperación animal se me escapó de la garganta cuando vi la
entrada de la cueva cubierta de llamas. Un último estallido de energía corrió a través de
mí, empujándome hacia adelante hasta que estuve entre la multitud, empujando el falso
pegamento a un lado, y colapsando en la delgada saliente del acantilado. La sensación y
la vista de los espíritus se habían ido.
Me dejé caer allí y sollozando, mi cuerpo se sacudió con una gran cantidad de
dolores y una sobrecarga de emociones. ¡Estaba viva! De repente, me di cuenta de que
volvería a Venus. Lo había hecho a través de sus tareas. Mi vida se salvó, y pronto sería
madre. ¡Oh, la gloria de ello! ¿Podría realmente ser verdad? La gratitud, como una flor
fragante, fluía a través de mí.
Pero, ¿qué significaría esto para Cupido y para mí? ¿Estaría orgulloso de mis
logros o era demasiado tarde? La mirada de dolor y decepción cuando se despertó al
encontrarme mirándolo fijamente quedaría marcada en mi memoria para siempre. Mi
esposo en toda su inmortal perfección. Cómo lo había traicionado. Yo. Una mujer mortal
que no merecía la atención de un dios, mucho menos su amor. ¡Lo había lastimado
horriblemente, y ahora mírame!
Toqué mi cara, hinchada ahora por ambos lados, y mi cabello. Oh dioses. Desgracia
me golpeó. Yo era horrible. La ironía de la misma cayó en gran medida a mi alrededor.
Siempre me había molestado el hecho de que mi apariencia era lo único que la gente
encontraba digna de mí. Pero ahora, mi cabeza dando vueltas con el siseo de la duda y
la paranoia, no pude evitar preguntarme: ¿Quién era yo sin mi belleza? Una tormenta
de fuego torrencial se arremolinó en mi cabeza, fuerte y dolorosa, y agarré mi cabello
enmarañado.
Cupido podría tener cualquier mujer, mortal o inmortal. Después de lo que le
había hecho, y de lo que había sido de mí desde entonces, ¿qué podría hacer que me
deseara ahora? La idea de su decepción picó profundamente dentro de mi abdomen,
cavando hacia arriba, hacia mi corazón como una daga lista para perforar. La
desesperación cubrió cada uno de mis pensamientos y emociones, haciendo imposible
agarrar algo más allá de eso.
Cuando la desesperanza se apoderó de mí, haciéndome temblar, una cálida
reverberación comenzó a cantarme desde mi regazo. Mis ojos se dirigieron hacia la caja.
En una borrosa bruma de dolor, empujé para sentarme, acunando la caja en mi regazo.
Apenas podía escuchar el sonido de las olas en las rocas debajo de la oleada de sangre
en mis oídos.
La caja. La caja. Quería que la abriera. Me llamó, seduciéndome, como el néctar de
la copa. Quería tirarla al mar, pero tenía que devolverla a Venus.
Tú eres fea. Intenté tragar, sacudir la voz de mi cabeza. Pero no tienes que serlo. Tu
belleza puede ser restaurada por un golpe minúsculo de mi contenido.
No, no, no. ¡No puedo! Los contenidos estaban destinados a dioses, no a mortales.
Nadie sabrá.
—Lo sabré —susurré, apretando los dientes. Solo tuve que pararme. Pero la
debilidad me venció; el trabajo en mi cuerpo había sido demasiado, mi mente no estaba
muy por detrás.
Una mirada a ti, y él lo cuestionará todo. Él verá tu mortalidad. Tu aspecto futuro y
demacrado.
Mi barbilla cayó sobre mi pecho derrotada, porque lo creí. Lo que había tenido, lo
que había arruinado, había sido demasiado bueno para una simple mortal. La
desesperación dentro de mí hablaba más fuerte, cada duda y miedo se elevaban a gritos
en mi alma. Agarré la caja, respirando profundamente en mi pecho y sosteniéndola.
Una pequeña gota no lastimará a un humano. Tómalo. Restaura la poca dignidad
que te queda y recorre tu vida, renovada.
Cupido nunca me querría de nuevo, pero tenía que enfrentarlo a él ya su madre.
Tal como estaba, no podía caminar, mi ingenio me había abandonado, y era horrible.
Inútil. Indigna.
Hazlo.
Mis dedos temblaban en el borde del broche.
—Solo una gota —susurré, mi voz temblorosa y ronca—. Sólo una gota.
Rompí la tapa de la caja. Un destello brillante asaltó mis ojos, y de repente mi
agotamiento se convirtió en una carga que ya no podía soportar. Sentí que mi torso se
inclinaba hacia un lado cuando el sol comenzó a parpadear con vida perezosamente en
el horizonte, y sucumbí a lo que me di cuenta, demasiado tarde, era el sueño de los
muertos.
CUARENTA
AUMENTO DE PODER
CUPIDO
El dios del amor y deseo caminaba por su celda. Su madre había estado fuera por
casi dos días. Cualquier terrible escenario lo había llenado durante su ausencia. ¿Dónde
estaba Psyche? ¿Qué le estaba sucediendo? ¿Cómo lo estaba manejando? Él había visto
un fuego en ella durante su tiempo juntos, y deseaba que su deseo por vivir fuera tan
fuerte durante esas pruebas.
Cuando sus oídos lograron captar el más leve sonido de aleteos desde lejos.
Cupido corrió a la ventana y grito un sonido bestial. Sus ojos buscaron por los cielos
hasta que vieron un carruaje, pero cuando los entrecerró, solo vio un alma, la de su
madre.
Un fuerte puño apretó el corazón de Cupido.
—¿Dónde está? —gritó a los cielos. Incluso desde lo lejos, su madre levanto la
barbilla, sus ojos agrandándose mientras veía hacia la celda debajo donde él se
encontraba observando. ¿Cuál era esa expresión en su rostro? Nunca la había visto
antes, y no le gustaba.
Cuando la diosa finalmente entro, un suave vestido rosa sobre sus hombros, sus
ojos se encontraron a través de las barras. Cupido contuvo el aliento. La barbilla de su
madre se levantó como lo había hecho en el carruaje.
—¿Tienes sed? —preguntó cortésmente.
—¿Dónde está?
—Imagino que casi ha terminado con su última prueba. —Levantó el vestido y
colocándolo cuidadosamente alrededor de su diván, sin encontrarse con sus ojos.
Cupido entrecerró los ojos hasta casi una línea y habló con deliberado cuidado.
—¿Qué era…?
Sus ojos lo miraron ahora, pero ella carecía del ego y venganza que poseía cuando
la vio por última vez.
—¿Qué ha sucedió? —preguntó, ansiedad aumentando.
—Aceptaste esos términos Cupido. No lo olvides. Nos hemos ligado.
Su voz bajó a un ardiente siseo.
—¿Qué ha sucedido?
—Me temo que ella ya no es la belleza que dejaste atrás.
Un poco de miedo subió por su espalda.
—¿La lastimaste?
—¡No la toque! —Venus volvió a levantar su barbilla—. Ella no cedió a Pena y
Tristeza cuando fueron a prepararla. Ella no debió de haber luchado…
—¿Dejaste que esas repulsivas criaturas la tocaran? —Cupido sintió sus ojos
hincharse mientas tomaba las barras más fuerte, sacudiéndolas—. ¿Dónde está ella?
—Cupido…
—¿Dónde está? —grito, haciendo que sus ojos se cerraran.
—La envié a buscar una caja de ungüentos de belleza de Proserpina.
El suelo pareció moverse debajo de los pies de Cupido.
—¿Proserpina? —No. NO, pensó. No podía ser—. Del hogar de su madre, ¿Ceres?
Venus tragó, su delicada garganta subiendo y bajando.
—En este momento se encuentra con Pluto.
Una calma mortal se apoderó de Cupido, y sintió algo subiendo con esta.
—La enviaste al inframundo, de donde ningún mortal ha regresado. ¿Es lo que me
estás diciendo madre?
—La llevé a la torre, y confié en que el espíritu de la estructura le diera solidas
instrucciones de cómo entrar y salir.
—Oh, confías en eso, ¿verdad? —pregunto. Aun así, sintió la tormenta dentro de
él construyéndose, un temblor comenzó en su centro y esparciéndose a sus
extremidades—. ¿Y la enviaste por la esencia de las diosas, cuyos ojos humanos no
pueden ver sin caer en un sueño de muerte?
Venus se movió más cerca, levantando la barbilla en defensa.
—Le di órdenes de no abrir la caja. Le dije que no era para ojos humanos.
Una carcajada salió de Cupido. La cosa que crecía dentro de él estaba llenando su
cabeza ahora, haciendo que se sintiera ligero, aclarando su mente de todo menos su
propio poder.
—Después de todo esto —susurró Venus—. Después de que ha demostrado ser
indigna, ¿todavía la quieres? ¿Qué hay de mí, hijo? ¿Qué paso con la manera en que ella
y su gente me lastimaron? Soy la que siempre ha estado de tu lado. ¡Tu defensora en
todo sentido!
—¡Hasta que encontré amor! ¿Y luego qué, madre? ¡Te rehusaste a escuchar!
¡Psyche nunca fue tu enemigo!
—Morirá en un parpadeo, Cupido, ¿y luego qué? ¡Intento protegerte! El amor
entre mortales y dioses es temerario en el mejor de los casos. Es hora para que dejes ir
esto. La has perdido. Ella no es para ti.
—La amaré y llevaré el luto todos los días —susurró.
—¡Eres solo un niño! ¡Yo sé lo que es mejor para ti! Pronto, todo regresara a la
normalidad y lo veras. Te darás cuenta que mi amor por ti es firme y verdadero, y nunca
romperé tu confianza…
—¡Ya lo has hecho! ¿No lo ves, madre?
Venus apretó la mandíbula, sus ojos llenándose de humedad.
—Elige tus palabras con cuidado, Cupido. Soy eterna y soy tu madre. La decisión
es clara.
—¡Elijo a mi esposa!
Un cruel, aullido de poder surgió a través de Cupido. El rugido que fue arrancado
de su garganta sacudió todo el lugar, expulsando las barras de su celda de prisión. Su
poder aplastó las barreras que Venus había creado, lanzándola de su agraciado
equilibrio, y hacia su espalda donde se recargó contra la pared, sus ojos abiertos.
El dios del amor estaba respirando pesadamente, saliendo de su celda, sus ojos
fuertes y ardientes mientras miraba a su madre. Ella levanto un brazo en temor. Por
supuesto su sonrisa era torcida. El día finalmente había llegado en que su magia
inmortal excedía a la suya. Nunca más podría ella mantenerlo alejado de lo que su
corazón deseaba.
Él ya no tenía nada más que decirle. Cupido dejó a su madre encogida de miedo
mientras se elevaba a los aires y volaba hacia las tierras mortales y a la Torre de
Taenarus. Una parte de él sabía que era demasiado tarde. Los humanos no entran al
inframundo y salen. Oh, su hermosa alma. La idea de lo que ella pudo haber visto y por
lo que pudo haber pasado desde que dejó su palacio rompió su corazón. ¿Por qué había
tomado tanto tiempo para que su poder terminara con el control de Venus y así él poder
liberarse? ¿Por qué había dudado que sería posible? Su amor por Psyche lo había
liberado, pero era demasiado tarde. Por siempre se lamentaría los eventos del año
anterior.
Cupido perdió la única alma a la que había amado. Le había fallado. Ella había
muerto sola, sufriendo en temor, y él era el responsable por permitir a su ego el aceptar
ese estúpido trato.
El estado de ánimo de Cupido era doloroso cuando sus ojos aterrizaron en la torre
a la distancia. A pesar del brillante sol reflejándose en el mar, la escena parecía oscura
y horrible. Sacudiendo un brazo mientras volaba, las nubes fueron arrancadas de las
ciudades a los alrededores, juntándose sobre esa cegadora luz del sol y volver el día
gris.
Llegó a la orilla del acantilado y bajo en un fuerte ángulo. Ahí estaba la plataforma
y la larga fila de espíritus siendo llevados al inframundo. De pronto, su respiración se
cortó, volviéndose fuego en su pecho. Un pequeño cuerpo recostado cerca de la entrada.
Cupido se sumergió, bajando sus pies para aterrizar en cuclillas junto al roto cuerpo
femenino.
Sus ojos fijaron la vista, pero su mente negaba lo que vio.
Esta alma humana estaba tenue, casi dormida, y tan gris como las nubes de
tormenta que juntó, sin alegría y esperanza. Su cabello había sido toscamente cortado,
cubierto en polvo y suciedad. Su cuerpo estaba frágil, su pecho apenas subiendo y
bajando. Rasguños y moretones cubrían su piel, su camisón desgarrado y sucio. Uno de
sus tobillos parecía inflamado y morado, en un ángulo algo extraño.
Una variedad de emociones pateó a Cupido en las costillas mientras se inclinaba,
arrodillándose a su lado.
Su rostro estaba hacia abajo con un brazo alrededor de su cabeza. La caja de su
madre abierta cerca de sus dedos, el brillo del ungüento de la diosa de la belleza
lanzando una luz que le provocaría muerte dormida a cualquier mortal que la viera.
Pero Psyche nunca la hubiera abierto. Ella era demasiado cuidadosa para ello. Ella debió
de haberse tropezado y caído, la caja abriéndose accidentalmente.
No importaba. Ella estaba viva, aunque apenas, y él la cuidaría. Se arrodilló y cerró
la caja, apartándola, y busco debajo de su brazo para levantar su cabeza.
—Estoy aquí, amada. Yo estoy… —Su coz se atoro cuando miró su rostro.
Irreconocible. Su ojo estaba hinchado hasta casi estar cerrado, piel descolorida por un
profundo rasguño en su mejilla. Quería matar algo. Cuando tuviera en sus manos a Pena
y Tristeza, desearían la muerte.
Colocó la cabeza de su esposa sobre su regazo y comenzó a trabajar. Primero, sanó
su rostro, relajándose un poco cuando comenzó a verse más como ella. Luego sostuvo
su tobillo hasta que se arregló, y la hinchazón disminuyo. Su mano recorriendo su piel,
cosiendo heridas que hubieran herido a cualquier guerrero. Finalmente, cerró sus ojos
y se concentró en la maldición que estaba alrededor de su alma. Para él, era tan fácil
como apartar una capa de mugre, pero se concentró fuertemente, moviendo sus manos
por su rostro, sus dedos frotando los ojos de Psyche, limpiando hasta el último vestigio
de sueño. Cuando termino, su pecho se levantó en una profunda respiración, sus ojos se
abrieron. Lo más importante de todo, su alma brilló, aunque no era tan brillante como
siempre.
Él solo podía imaginarse qué sentimientos estaba cargando que pudieran
provocar ese oscurecimiento en su alma. Más que nada eso le dolió. Pero estaba viva.
Ella lo estaba mirando en confusión, y él solo quería abrazarla. En su lugar, sostuvo su
cabeza entre sus manos, frotando sus pulgares sobre sus mejillas sucias.
—Te tengo, Psyche. Vas a estar bien. Lo lograste.
—¿Cupido? —Su voz susurrante era rasposa. Él tenía que darle agua y alimento
de inmediato. Pero para su sorpresa, cuando se dio cuenta de todo, giró y hundió su
rostro en su regazo, acurrucándose en sí misma, cubriendo su rostro y llorando
miserablemente—. ¡Por favor no me mires!
Amarga bilis subió a su reacción.
—¿Qué es esto? —dijo—. ¿Por qué me pedirías eso? ¡Soy tu esposo!
—Cupido, ¡por favor! —Ella aparto su cabeza de su regazo y colocó su frente en el
duro suelo inclinándose ante él lo más bajo posible—. No soy digna de ti. Mis
arrepentimientos son muy pesados, mi vergüenza muy grande. Fui tonta al intentar
tomar una gota del ungüento de tu madre. ¡No estaba en mi sano juicio!
Ahora su rostro se torció mientras una fuerte sensación lo atrapó.
—¿Abriste la caja? —Tomó sus brazos, tratando de levantarla aunque ella luchó
contra él, colgando la cabeza—. ¿Pensaste en tomar algo de belleza de dioses para ti?
¿Pero por qué, Psyche?
—¿Por qué crees? —Lloró, encontrándose frenéticamente con sus ojos—.
¡Mírame!
Los ojos de Cupido nunca dejaron los suyos.
—Lo hago. —Cupido soltó sus brazos y tomó su rostro con ambas manos. Ella
cerró los ojos mientras su cuerpo temblaba sacudiéndose, y él susurró—: Abre tus ojos,
esposa.
Con ojos todavía cerrados, ella lloró.
—¿Cómo puedes seguir llamándome así?
—Abre los ojos.
Lo hizo, pero tan lentamente como si tuviera miedo.
—¿Todavía me temes? —preguntó.
—N-no. No es eso. ¿Cómo no puedes verlo? Estoy muy por debajo de tu nivel.
¡Tuve que suplicar en las calles! —Sus palabras salieron en una ahogada angustia.
—¿Y hubo ira en tu corazón mientras rogabas?
Se quedó inmóvil ante su pregunta.
—No.
—¿Fuiste al inframundo, Psyche? ¿Hasta el palacio de Pluto, y regresaste, como
ningún humano mortal antes lo había hecho?
—S-sí —susurró.
Cupido la atrajo hacia él, hundiendo su rostro en su milagroso mortal cuello, y ella
lo abrazó también. Amos temblaron mientras se aferraban a la orilla del acantilado.
Como si volviera en sí, ella dijo:
—Pero mereces lo mejor. Todo en mí se… rompe.
Él retrocedió, una mirada de ira provocando que ella jadeara y bajara los ojos.
Cupido levantó su barbilla bruscamente.
—No apartes la mirada de mí. Escucha lo que digo, esposa, y no dudes en
cuestionar mis palabras.
Ella trago, sus ojos abiertos mientras asentía levemente.
—Es tu alma la que amo. Soy un dios. Si lo deseara, podría moldear tu cuerpo,
hacer que tu cabello creciera, cambiarlo de color, cubrir tu piel con un sonrojo de rayo
de sol. —La tomó más fuerte, acercando su rostro al de ella—. Nunca fue tu rostro lo
que me atrajo. Ni tu cabello. O la curva en tus caderas. Fue tu alma. Y no estás rota.
¡Incluso después de todo! No tienes por qué dudarlo.
Él sonrió porque cuando admitió sus malas acciones, su alma brilló frente a sus
ojos. No tan brillante como el día sin preocupaciones en el mercado, pero brillando de
una manera que hacía que su corazón se hinchara.
—Todavía hermosa —susurró—. Con cada experiencia vivida, tomaras una
decisión. Reaccionaras. Tú decidirás si te aferras a la ira, arrepentimiento, y dolor, o si
vas a aceptar a sus contrapartes. Creo que ya sé qué clase de persona eres.
El fantasma de una sonrisa cruzó sus secos labios. Ella colocó una mano sobre su
estómago y miro a su parte plana, luego de regreso a su rostro. Emoción lo atravesó al
recordatorio de su primogénito, una emoción tan poderosa que las nubes se separaron
del cielo y rayos de sol flotaron sobre ellos causando que Psyche entrecerrara los ojos
y temblara en sus brazos.
—¿Me llevarías con tu madre? —Psyche se inclinó y tomó la caja—. Estoy lista
para ver todo.
Cupido sonrió y tomó a su esposa entre sus brazos, abrazándola fuertemente, y
disfrutando la sensación de su suave mejilla contra su hombro, luego se dirigió a los
cielos.
CUARENTA Y UNO
ELECCIÓN
PSYCHE
Incluso con mi esposo a mi lado, estaba aterrada entrando al hogar de Venus.
Primero habíamos hecho una parada en casa de Cupido, donde rápidamente comí, me
bañe, y vestí, dándome el tiempo de acariciar a un muy emocionado Mino mientras
Spinx se frotaba una y otra vez en mis piernas, llamándome con sus meows. Oh, ¡cómo
los había extrañado!
Decline la oferta de Cupido de hacer crecer mi cabello, aferrándome a esa faceta
de mi mortalidad, y decidiéndome por un pañuelo de seda sobre mi cabeza en su lugar.
Había visto en los ojos de Cupido que él todavía no quería que me fuera. Su
seductora mirada deteniéndose sobre mí, regresando a mis ojos, y un rizo de calor entró
en mi centro. Él realmente me quería. En toda su gloria, alas colgando elegantemente
detrás de él, fue casi imposible no sacarme el vestido que acababa de ponerme y subir
a sus musculosos brazos.
Pero quería mi mente y conciencia clara primero. Tenía que lidiar con su madre.
Así que, aquí estábamos.
Caminamos por un atrio de techos altos y a través de un pasillo de columnas que
llevaba a un claro bañado de sol en el centro de la propiedad. Una fuente brillante se
encontraba en la mitad, hipnotizándome, probándome que había algo más fuerte que
agua en esta. Aparte la mirada mientras Venus aparecía por detrás, su barbilla
levantada, sus brazos cruzados. Ella no dio ni una pista de cómo se sentía cuando sus
ojos aterrizaron en mí.
—Lo lograste. —Miró a Cupido—. Ves, hijo. Toda esa conmoción por nada.
Él tomó un paso al frente, pero tomé su muñeca.
—Tu caja de ungüentos, diosa.
Sus ojos se movieron hacia abajo mientras caminaba al frente, sosteniendo la caja
frente a mí. Por un momento, parecía que ella me lanzaría con sus poderes, pero me
moví al frente con cuidado, pasos cuidadosos, acercándome lo suficiente para que ella
aceptara la caja. La tomó y me miró.
—Felicidades, chica mortal.
En un ataque de valentía, respondí.
—Gracias, madre.
Sus ojos se abrieron y ardieron, haciendo que Cupido riera y se moviera al frente
para unírsenos. Él deslizó una mano sobre mi hombro.
—¿Es todo? —preguntó Venus—. Estoy muy ocupada.
—Una cosa más —dije, colocando una mano sobre mi abdomen—. ¿El niño está
bien? Después de todo lo que he pasado, no puedo evitar preocuparme.
Venus respiró superficialmente dos veces antes de que sus ojos bajaran a mi
estómago, luego de regreso a mis ojos.
—Todo está bien. Cargas a un alma resistente. —Volvió a mirar de reojo a su
hijo—. No me sorprende.
Una sonrisa de alivio llenó nuestros rostros mientras le agradecíamos y sonreía a
los hermosos ojos de Cupido. Mi corazón anhelaba mirarlo y recibir su mirada tan rica
a cambio. Él le dio a mi hombro un apretón.
Tanto Venus como Cupido levantaron los ojos al cielo, ceños fruncidos.
—¿Quién podrá ser? —susurró su madre.
Forcé mis sentidos, pero no pude ver o escuchar nada. Cupido tomó mi mano y me
hizo retroceder unos pasos hasta que nos encontramos bajo el toldo protector. Dio un
pequeño paso frente a mí mientras un enorme carruaje de oro y bronce bajó del cielo,
llevado por dos grandes, inmortales caballos de batalla con pezuñas y dientes que
podían deslizar. En el carruaje se encontraba un hombre con atuendo dorado, sin dejar
dudas en mi mente que él era un dios de gran poder. Su barba y cabello eran gruesos,
perfectos rizos de cabello castaño. Su mano sostenía un enorme relámpago tan largo
como un bastón. Giró la mirada hacia Venus asintiendo, luego a Cupido, y luego a mí.
Por instinto, mi mano se apartó de la de Cupido y me deslicé al suelo,
inclinándome sobre mis rodillas, mi cabeza gacha, mi corazón latiendo como si no
tuviera aliento. Mi cuerpo y alma sabían sin duda alguna, que este era el dios del cielo y
trueno, el mismísimo Júpiter.
—Los rumores son ciertos —dijo su gloriosa y retumbante voz, haciéndome
temblar—. ¿Cupido ha tomado a una mortal femenina?
—Lo he hecho, señor Júpiter —dijo mi esposo con orgullo que me hizo derretir
aún más en los pisos de mármol—. Su nombre es princesa Psyche.
—Ah. Alma. —Sentí que los ojos del rey se clavaban en mí—. Párate, querida
Psyche.
Cupido tomó mi mano y me ayudó a levantar. Todavía me encontraba cansada y
débil, aunque ahora libre de dolor. Me tomó todo lo que tenía mirar a Júpiter. Dioses, él
resplandecía. El estar frente a un ser tan supremo era demasiado para mis sentidos.
—Aunque, me pregunto —dijo Júpiter—. ¿Qué tanto de lo que escuché era verdad,
y qué tanto era chisme? Ilumíname, Venus.
La diosa levantó su barbilla.
—Ciertamente lo haré.
Ella comenzó a decir su lado de la historia, y la verdad, era vergonzoso escucharla
hablar de la falta de fe de mis padres y gente.
Cuando llegó a la parte sobre Cupido intentando flecharme para hacer que me
enamorara de un repugnante criador de cerdos, pero accidentalmente se flechó, jadeé
y lo miré. ¿Era eso un sonrojo subiendo de su cuello a sus mejillas?
Recordaba ese día. El extraño deseo de ver a esos cerditos. Me hizo quedarme sin
aliento el pensar qué hubiera sucedido si Cupido me hubiera flechado.
Júpiter rió, tomándose del carro cuando la risa se apodero de él. Aparentemente,
la idea de Cupido actuando como un tanto enamorado era algo divertido para él y Venus,
pero la idea me enfermaba. ¿Era por eso que me amaba? ¿Por la flecha?
—Pero después de que los efectos de la poción se desvanecieron —dijo Venus—,
él seguía actuando extraño, extendiendo su tarea. Sabía que algo no estaba bien.
—Él todavía la amaba. —Júpiter nos miró a los tres, y de regreso a Venus—.
Fascinante. Continua.
Cupido apretó mis dedos, y exhalé. No era la poción. Su madre continuó,
detallando exactamente cómo Cupido había hecho que cada pretendiente saliera
corriendo de mí, y luego detallando su trato. Me sentía enferma cuando terminó. Juntos,
habían jugado con mi familia, jugado con esos pretendientes y mi vida como si fuéramos
intrascendentes. Para ellos, éramos nada.
Yo era nada.
Alejé mi mano de Cupido para secar mi rostro, que estaba seco, y luego me crucé
de brazos. Cuando no busque su mano una vez más, Cupido me regaló una mirada tensa.
Mantuve mis ojos en Venus mientras continuaba hablando.
Ella se había disfrazado como la vieja bruja y le había dado a mi familia falsa
información sobre Cupido, esperando a que yo les suplicara que nos visitaran, sabiendo
que mi esposo podría sucumbir ante mis deseos.
Luego ella detallo la prueba, el rostro de Júpiter se iluminó como si estuviera
observando una obra de teatro o gladiadores en la arena. Tenía sentimientos
encontrados sobre ser entretenimiento para los dioses, aunque, sabía que para eso
estaban los humanos. Era imposible no tomarlo como algo personal.
Mientras hablaba de las pruebas, Cupido dio un paso hacia atrás, sus brazos
cruzados.
—Así que, la dejé en la torre con la caja e instrucciones, y hoy regresó a mí, la
prueba terminada.
Sus palabras estaban diciendo los hechos, sin dejar ver como se sentía sobre mi
éxito. Sentí los ojos de Júpiter sobre mí.
—Dinos todos los detalles de tu travesía.
¿Podía negarme? Quería hacerlo pero no me atrevía. Toda la prueba fue más que
humillante. Inicié por cómo había sido golpeada por los sirvientes de Venus. Ella levantó
una mano sobre su pecho en inocencia mientras Júpiter levantó una ceja en
desaprobación y las manos de Cupido se volvían puños.
Continúe, diciendo cada detalle como él lo había pedido, y aunque no pude
mostrar nada de emoción. Le di los hechos, monótonos, mientras miraba fijamente
hacia la fuente, sin importarme si el rey de los dioses disfrutaba mi historia o no.
Probablemente debería de haberme importado.
Cuando terminé de explicar cómo había despertado en los brazos de Cupido, juro
que los ojos de Júpiter estaban brillando. ¿Era posible que mi viaje hubiera tocado su
corazón?
—Te dije que no abrieras la caja —me regañó Venus.
—Lo hiciste —acepté—. Y me arrepiento por muchas razones. No estaba en mi
momento más cuerdo.
—Déjame preguntarte esto —dijo Júpiter—. Después de todo por lo que has
pasado, más de lo que cualquier otra mujer mortal, tengo que saber, ¿cómo te sientes
ahora sobre nuestro dios del amor?
Trague, miré a mi tímido esposo, luego de regreso al rey de los dioses.
—Me parece desalentador que el dios del amor pueda causar tanto sufrimiento.
No solo en mi vida, sino en la vida de los otros. —Sentí a Cupido tensarse junto a mí.
—Siempre me había preguntado lo mismo —dijo Júpiter, mirando a Cupido—.
Pero era solo cuestión de tiempo antes de que sucumbiera a la más grande adoración.
Él solo estaba esperando a su pareja perfecta, una mujer que lo hiciera trabajar por su
amor. Una mujer con la fuerza del corazón para enfrenarse a una diosa y enfrentarse a
la muerte, luego vivir para contarlo. Ah, sí, mortal, nuestro Cupido había estado
esperando por ti.
Bajé los ojos cuando la emoción me abrumó, calentando mi pecho y provocando
que mis extremidades hormiguearan. Una respuesta me eludió. Quería creerle al rey de
los dioses. Claro, lo que había dicho me había llenado con humilde apreciación. Pero por
más que mi corazón quería tomar esas románticas palabras y aferrarse a Cupido, había
nueva información que considerar.
Mi cabeza se inclinó hacia Cupido, y la súplica en sus ojos casi me rompió. Presioné
mis labios juntos.
Venus dio un paso hacia Júpiter.
—Dime que no estás alentando esto.
—Estoy más que alentándolo —dijo, regresando su atención a Cupido y a mí—.
Les estoy ofreciendo un regalo a la pareja, si deciden continuar casados después de todo
por lo que han pasado.
Mi corazón dio un salto, y compartí una curiosa mirada con Cupido. Él levantó un
hombro y sonó como un niño inocente en el glorioso cuerpo de un hombre cuando
habló.
—No quiero nada más que estar con Psyche.
Todos los ojos giraron hacia mí. Confusión nubló mi cabeza, apretándola,
provocando que cerrara los ojos y bajara la barbilla.
—Yo… no lo sé. Necesito tiempo.
El jadeo de Cupido me rompió. Él tenía miedo.
Venus hizo un sonido en disgusto.
—¿Rechazas el amor de un dios? ¿Mi hijo? Él podría tener a cualquier mujer…
—Madre, por favor —dijo Cupido.
Júpiter levantó la mano.
—Ella ha pasado por mucho. Me atrevo a decir que necesita un momento.
Le lancé una rápida, obligada sonrisa que se desvaneció.
—Sí, rey de los dioses. Gracias por entender. Pero necesito más que un momento.
—Me preparé para ser valiente—. ¿Sería posible regresar a mi isla mientras pienso?
Júpiter soltó una risa.
—Esta tiene, el corazón de una reina.
Los ojos de Cupido se clavaron en los míos, pero no me atreví a mirarlos en caso
que tomara una precipitada decisión. Júpiter tronó sus dedos y Zephyr apareció.
—Lleva a la chica de regreso a su isla.
—Psyche —susurró Cupido en angustia, la sola palabra aplastando mi pecho.
Comencé a caminar al frente.
Mi familia y gente habían hecho mucho mal, pero también Venus y Cupido. Era
necesario cruzar todos estos pensamientos y sentimientos conflictivos antes de
continuar. Las cosas que Cupido había hecho, aunque fueran en nombre del amor,
inadvertidamente me habían lastimado y a otros. Dios o no, tenía que mostrarle que no
iba a soportar eso. Caminé hacia Zep, permitiendo que me tomara entre sus brazos y
directo a los cielos, sin mirar atrás.
CUARENTA Y DOS
DE NUEVO EN CASA
PSYCHE
Zephyr me dejó en la orilla que daba vista a la laguna, como se lo pedí. Toqué su
hombro y le agradecí. Asintiendo, se fue, levantando las orillas de mi chal sobre la
cabeza, y provocando que mi falda se torciera en mis piernas. Sonreí débilmente al cielo
nublado donde desapareció, teniendo una extraña sensación de desequilibrio, aunque
había estado en esta cornisa cientos de veces antes
Estaba ante un nuevo precipicio. Tenía una decisión. Podía quedarme aquí en la
isla y volverme una solterona criando a mi hijo donde yo nací. Nadie me culparía
después de todo por lo que había pasado. Los rumores se esparcirían, y las personas
sentirían lastima por mí, pero no me importaba más lo que la gente pensara. Ni siquiera
mis padres o hermanas. Solo importaba lo que yo pensara.
Giré y salté.
Cuando golpeé el agua, tenía la esperanza de sentirme tan libre y sin
preocupaciones como la última vez que salté, pero mientras salía y tomaba el aire fresco
del mar, solo me sentí pesada y cansada. Y luego me pregunté si el salto había lastimado
al bebé. Seguramente no. Pero me di cuenta con un esbozo de tristeza que quizás sería
el último salto que daría. Al menos por un largo tiempo. Ya no era la chica que solía ser.
Me sentía demasiado débil como para nadar en el agua por mucho tiempo. Mis
amigos marinos parecieron presentirlo, porque aparecieron, empujándome,
permitiéndome aferrarme a sus aletas mientras me llevaban a la orilla. Les agradecí con
suaves voces y me recosté en la orilla para recuperar el aliento. Luego subí por el
sendero que llevaba a las tierras de mi familia, asegurando el chal empapado sobre mi
cabeza una vez más.
La primera sensación de alegría me golpeó cuando Olive y Berry ladraron por el
sendero, orejas caídas, reconociéndome de inmediato. Me incliné para rascarles las
orejas, riéndome mientras me llenaban de húmedos besos, provocando que me
preguntara sobre Mino y Sphinx. Cómo extrañaba su dulzura. ¿Me recordarían? Los
sabuesos se unieron a mí mientras continué caminando.
Había estado nublado cuando llegué, y ahora los cielos se habían oscurecido aún
más. Todo a mi alrededor era pasto amarillo y fruncí el ceño. En esta época del año,
debería de haber flores floreciendo y pastos verdes alrededor, pero la tierra parecía
hambrienta. Ansiedad me llenó.
Acercándome al túnel asegurado, decidí cubrir mi rostro con el chal y decidí ir
hacia el pueblo, los perros a mis talones. Caminé por el mercado y las calles,
manteniendo la cabeza baja. Era como me lo temía. Las personas parecían frágiles y
hambrientas. Las canastas que normalmente estaban atascadas de comida estaban
bajas, sus frutas y vegetales pálidos y marchitos. Los precios que se gritaban más altos
que lo normal. Una plaga se había apoderado de la isla.
Cuando llegué a las puertas de nuestro castillo, me sentí aliviada de no ver pilas
de ofrendas.
—Lo lamento, señorita, pero tendrá que moverse —dijo uno de los guardias. Me
acerqué a las puertas y aparté mi chal, revelando mi rostro y húmedo cabello cortado.
—¿Dónde está Boldar? —pregunté.
Los ojos del guardia se entrecerraron en confusión y luego se abrieron.
Al mismo tiempo, estaba siendo apartado por una enorme mano. Miré hacia los
ojos abiertos de Boldar, cuya boca estaba abierta mientras me miraba.
—¡Princesa! —Abrió las puertas y me arrastró al interior, abrazándome contra su
pecho. Lo abracé también, permitiendo que su amor incondicional fluyera a través de
mí.
—¿Pero qué estás…? ¡Escapaste de él! —Se apartó sosteniendo mis hombros y
mirándome—. ¿Qué le sucedió a tu cabello?
Volví a colocarme el chal.
—Llévame con mis padres. Explicaré todo.
Era una historia que solo quería decir una vez.
La reunión con madre y papá fue agridulce. Mientras era increíble verlos y saber
que habían cambiado sus vidas, parecían tener una tristeza en sus ojos que no parecía
irse, y sabía que mis propios ojos estaban iguales. Todos habíamos cambiado, y no podía
deshacerse. Incluso el castillo parecía desolado de una forma que nunca antes había
estado antes de que me fuera. Pase la tarde contando la historia de mi alma sin
detenerme, ni siquiera por los pasteles que sacó el personal de la cocina.
—Un dios —susurró madre, levantando una mano temblorosa para cubrir su
boca—. No puedo creerlo. Pero nosotros pensamos… oh, ¡Psyche! —Tomó mi mano y
yo la suya fuertemente. Papá parecía pálido, secándose sudor frío de sus cejas.
—Díganme qué ha sucedido aquí —dije.
Madre y papá compartieron una mirada triste, mi padre junto sus labios y sacudió
la cabeza.
—No hemos visto ni un rayo de sol desde que te fuiste —dijo madre—. Suplicamos
a los dioses diariamente por piedad. El templo está lleno con lo poco que tenemos, y
nuestra gente puede ofrecer.
Asco me sacudió, y cerré los ojos. Era lo que me temía.
—Me uniré a ustedes en el templo mañana. —El cansancio se apoderó de mí—.
Debo de descansar.
—Sí, por supuesto —dijo madre, todavía algo sacudida—. Tú y el bebé. —Sus ojos
estaban llenos de lágrimas mientras me volvía a abrazar, colocando una mano contra
mi estómago, cálida y amorosa.
Mis padres me ayudaron a levantarme y permanecieron en silencio mientras
Boldar me llevaba a mi habitación, donde subí a la cama sin importarme por las sábanas
mientras me dormía rápidamente.

Me desperté con Smokey el gato ronroneando y estirándose en mi rostro.


Suavemente me deslicé debajo de ella, sintiéndome deshidratada y más hambrienta que
nunca. Pero mi necesidad mayor que el hambre era mi necesidad por honrar a los
dioses.
Después de vestirme y pasar un cepillo a través de mi cabello, encontré a Boldar
y me llevó a mis padres, que ya estaban listos en el templo. Traje el pastel que tan
desesperadamente quería, pero que ayunaría el resto del día.
Me incliné entre mis padres, mi cabeza contra el frío suelo del templo, abierta a
los sombríos vientos y fríos vientos.
—Proserpina —dije, recordando la sonrisa de la esposa de Pluto—. Me sentí
humilde y más que honrada al conocerte. Vengo a ti ahora con mis padres, dándote todo
lo que tenemos, y abandonando mi hambre, rogándote que bendigas nuestras tierras. A
nuestra gente y nuestros líderes, hemos visto nuestros errores. Tuya es la gloria, te
compadezcas o no de nuestra isla. Te honraremos.
Permanecimos en nuestras rodillas un largo tiempo mientras los sacerdotes y
sacerdotisas cantabas y quemaban incienso, llenando el tempo de humo. Adoramos por
tanto tiempo que mis rodillas dolían, mi estómago se torcía de hambre. Luego la calidez
golpeó la parte de atrás de mis piernas mientras los sacerdotes y sacerdotisas gritaban.
Levantamos nuestras cabezas y giramos para ver el rayo de luz dándose paso
entre las nubes, brillando sobre el tempo. Madre lloró, inclinándose una vez más para
besar el suelo del templo.
—Ella te ha escuchado —susurró papá.
Él miró sorprendido y maravillado mientras las vides secas en las orillas del
templo comenzaban a llenarse una vez más, llevándolas de un café a un verde, brotando
de rojo y lavanda abriéndose ante nuestros ojos. Cada alma humana en los alrededores
gritó. Gritos de celebración podían escucharse a los alrededores del castillo.
—Gracias —dije, levantando mi rostro al rayo de sol—. Vamos a recordarlo.
Cuando todas las ofrendas fueron quemadas y se dieron las gracias, regresé a mi
habitación una vez más, dejándome caer a la cama donde dormí hasta la mañana
siguiente. Inmediatamente después de despertar, las náuseas se apoderaron de mí y salí
corriendo de la cama al cuenco que estaba en el cuarto de baño. Cuando terminé, toqué
mi estómago.
—Aquí estas, pequeño. Todavía conmigo, ya veo.
Y a pesar de la continua sensación de enfermedad, estaba muriendo de hambre.
Era hora para uno de esos pasteles.
Comí y bebí, y para mi sorpresa, dormí otra hora. Cuando desperté, me sentí más
como yo de lo que había hecho en un largo tiempo, libre de cualquier temor, aunque
algo definitivamente faltaba. Me sentía como una visitante en mi hogar, pero no por lo
que mi familia había hecho. Algo dentro de mí había cambiado. Ahora era una mujer.
Madre envió a una criada con tijeras para emparejar mi cabello. Mientras crecía,
me gustaba la manera en que los cortos mechones se rizaban alrededor de mi rostro y
cuello.
Por los primeros días, mis padres y Boldar no me molestaron, solo me visitaban
de vez en cuando, con miradas silenciosas, como si se aseguraran si realmente estuviera
viva. Estaba agradecida por el espacio, porque mis nauseas del embarazo golpearon con
fuerza en ese tiempo. Y luego mis hermanas aparecieron, aparentemente habiendo
recibido mensajes de madre sobre mi llegada.
Ambas me besaron y me escanearon con sus ojos. Me sentía entumecida hacia
ellas, lo que me provocó remordimiento. No era su culpa por la parte que jugaron en
sus errores. Ellas habían sido engañadas por Venus. Pero no podía evitar y desear que
me hubieran escuchado y confiado en mis instintos en lugar de hacerme cuestionar mis
sentimientos por Cupido.
No, me dije. Ellas no tienen la culpa de mis acciones. Intenté alejar la negatividad
y disfrutar su visita.
—Tengo noticias —dijo Miracle mientras bebíamos el té, radiante—. ¡Finalmente
estoy embarazada! —Yo celebré. Había estado intentando por años. Dawn hizo sonidos
alegres y yo salté para abrazar a Miracle.
—¡Qué maravilloso, hermana! —dije, tomando sus manos—. ¡Seremos madres
juntas!
Las cejas de Miracle se tensaron.
—¿Estás embarazada?
—¿Madre no te dijo? —Miré entre las dos, ambas sacudiendo la cabeza, aunque el
ceño de Dawn se frunció más cuando finalmente entendió la noticia.
—Qué perfecto —dijo Miracle, apretando mis manos y acercándome a ella para
otro abrazo—. Me alegro tanto de verte feliz. ¡Nuestros hijos crecerán juntos! Como
debería de ser.
—Casada con un dios —dijo Dawn—. Llevando a un semi dios en tu vientre. Sí,
qué maravilloso para ti, Psyche.
Miracle y yo giramos hacia su dura voz. La mirada de envidia de Dawn agrió mi
estómago y me pregunté si volvería a enfermarme. Había pasado todo el día
sintiéndome enferma y apenas había podido comer.
—Dawn —advirtió Miracle—. Psyche ha pasado por mucho. Nada de eso fue su
elección. Deberías de mostrar algo de cuidado. —Pero Dawn continuó mirándome.
—Nacida hermosa. Casada con un inmortal. Todo mientras las personas estaban
preocupadas por ti y sintiendo lastima por ti. Madre apenas podía salir de su cama,
mientras tú estabas prostituyéndote con…
—¡Es suficiente! —Me levanté temblando, mirándola hacia abajo—. Una cosa era
lidiar con los insultos de Venus, quien no me conocía. Pero tú me conoces de toda la
vida, hermana. Si no puedes ver mi verdadero corazón ahora, ¡nunca lo harás!
Ella se levantó también.
—Si regresas a él, ¡eres una tonta! ¡No eres nada más que su juguete! Un títere del
que se cansara y tirara en el momento en que envejezcas. Y lo harás, Psyche. Tu cuerpo
se encorvará y arrugará, ¡como el resto de nosotros! ¡TU belleza no durará para
siempre!
Me quedé boca abierta a su furioso, rostro rojo.
Pero antes de que pudiera decir una palabra, las ventanas se abrieron y el viento
se arremolinó, ondeando nuestros vestidos y levantando nuestro cabello de nuestras
cabezas. El pequeño ciclón rodeó a Dawn, haciendo que gritara y tomara su vestido. La
abrumadora presencia de mi esposo llenó mi mente y mi corazón, acariciando mi piel
de pies a cabeza. Tan rápido como llegó, su presencia se fue, dejando a mis hermanas
jadeando y tomándose del pecho, y dejándome con un profundo anhelo antes de que
reaccionara.
¿Cupido me estaba espiando? ¡El malvado! ¿Por qué debería sorprenderme
después de saber que aterró el castillo durante todo mi año de cortejo? Como todo lo
que él hacía, estaba parcialmente halagada, y parcialmente molesta.
Dawn me apuntó con un dedo tembloroso.
—¡Estás maldita! —Luego corrió fuera de la habitación. Su juicio se clavó en mi
pecho como una afilada daga. Mi propia hermana.
Busqué la silla y me senté pesadamente, mi cabeza acelerándose. Miracle cayó a
sus rodillas delante de mí, tomando mis manos y besando mis dedos. En sus ojos vi
verdadera comprensión.
—No escuches sus palabras, hablan los celos. —Ella me sonrió—. No estás
maldita, pequeña hermana. Eres merecida. Eres bendecida.
CUARENTA Y TRES
MINUTOS DESPERDICIADOS
PSYCHE
Necesitaba salir del castillo. Necesitaba caminar. Boldar me siguió, sin
preguntarme nada, mientras me colocaba el chal con capucha y simples sandalias. Era
día de mercado, y anhelaba perderme entre una multitud de personas, sus voces y
carritos sonando, ahogando el sonido de mis propios pensamientos.
Primero, caminé a la esquina donde el creador de cerdos tenía su puesto.
Permanecí fuera de su vista, pero mi respiración comenzó a agitarse mientras miraba
al hombre que Cupido había elegido para que me enamorara. Ghastly. Qué tan cerca
estuve de convertirme en su esposa. Me enfermaba. Miré hacia el techo del negocio
cercano donde él seguramente se había colocado, moviendo su arco, accidentalmente
golpeándose a sí mismo
Una sonrisa apareció en mi rostro justo antes de que una sensación de presencia
me quitara la respiración. Giré rápidamente para ver a Leodes del otro lado del camino,
inclinándose contra un establo golpeado, sus brazos cruzados, más atractivo que
cualquier ser humano merecía ser. Miré a Boldar, que miró fuertemente en la dirección
opuesta.
—¿Lo has encantado? —lo acusé.
Leodes, Cupido, se encogió de hombros.
—No necesitas sus observadores ojos. Estoy aquí.
Me crucé de brazos.
—Se supone que me estás dando tiempo y espacio.
Una vez más, se encogió de hombros, luego sonrió, enviando ese familiar rizo de
necesidad a través de mí. Cupido, el dios, era toda luz y belleza. Esta versión de él era
perversamente oscura, regresando recuerdos de inocentes sentimientos. Tragué, y me
aferré a mi chal.
—No quería flecharte, Psyche. —Movió la barbilla hacia el criador de cerdos—.
Quedé encantado desde el momento en que hablamos. —Leodes sacó algo pequeño de
su bolsillo, lanzándolo al aire y atrapándolo, luego tomándolo entre sus dedos. Mi boca
se abrió al ver el pequeño cachorro de león de montaña de madera.
—Se ha gastado un poco —dijo admirándolo—. No pasa un día sin que lo mire,
frotándolo donde tus dedos lo tocaron, recordando tu historia de la infancia.
Levanté la barbilla, pretendiendo que no me había afectado.
—No deberías de estar aquí. Qué vergüenza. —Mis palabras fueron débiles en
todo sentido. Especialmente mientras se acercaba a mí, los músculos de sus piernas
arriba de sus rodillas doblándose con cada paso. Mi corazón palpitando mientras mi
sangre se movía rápidamente debajo de mi piel.
Él prácticamente me pegó a la pared sin siquiera tocarme, su presencia
abrumadora, sus ojos oscuros clavándose en los míos.
Trabajé en mis labios, obligando a sacar las palabras.
—Aunque te diga que no quiero estar contigo, nunca me dejaras. ¿Verdad?
—Nunca. —Su sonrisa oscura y sensual—. Pero si es lo que eliges, nunca más
volveré a mostrarme.
Oh, y qué gran pena sería eso.
Parpadeé y me enderecé.
—¿Y si tomara otro esposo?
El humor dejó sus facciones y sus ojos se endurecieron, oscurecieron.
—No me mostraría.
Pero él estaría ahí. Él sabría, y lo lastimaría profundamente. Él estaría celoso. Un
arrebato de lujuria por este hombre, este dios en disfraz bailó a través de mí con
sensuales movimientos.
—Te daré tiempo, hermosa alma. —Sus ojos se movieron de arriba hacia abajo,
como si pudiera ver a través de la tela a mi sonrojada piel debajo—. No me mostraré
hasta que lo pidas.
—Espera.
Leodes giró, sin ser capaz de ocultar la esperanza en sus ojos. Un impulso me llenó.
—Quiero a mis mascotas. Mino y Sphinx. Ellos deberían de estar conmigo.
Su mandíbula se flexionó, y asintió.
—Se hará.
Me dio la espalda y camino hacia el pequeño callejón, provocando que Boldar
sacudiera su cabeza y mirara al callejón en confusión. Mis rodillas temblaron, y junté
mis muslos.
—Estoy lista para regresar —susurré.

Esa noche, dejé a Smokey fuera de la habitación. Abrí la ventana de mi habitación


tan grande como fue posible y subí a la cama, esperando en la casi oscuridad.
No tomó mucho.
Una brisa sopló por mi ventana haciendo que las cortinas de mi cama se movieran,
y la soledad de mi habitación se volvió intensa. Miré alrededor, sin ver nada, pero mi
corazón sentía el suyo con perfecta claridad.
—Muéstrate, esposo.
—Así que, ¿esposo?
Inhalé silenciosamente ante la maravillosa vista de él en mi ventana, recargándose
contra sus gigantescas alas. La luna brillando sobre sus mechones de cabello platinado.
Sus ojos brillaron como una profunda laguna en el verano. Una rodilla arriba de su corta
toga, solo una sombra ocultando lo que se encuentra debajo, y su pecho estaba desnudo,
músculos tensos. Dándome cuenta que había estado conteniendo mi respiración, lo dejé
escapar temblando.
—Sí. Esposo. No te he abandonado. ¿Trajiste a mis mascotas?
Tronó los dedos y Mino y Sphinx aparecieron en mi alfombra. Bajé al suelo, riendo
mientras los tomaba entre mis brazos, moviendo mis manos sobre ellos, esquivando
besos en la boca del cachorro, que estaba casi de su tamaño completo.
—Me alegra ver que existe algo de mi hogar que extrañas y pretendes quedarte
—dijo Cupido.
Me levanté para mirarlo, y los animales comenzaron a explorar su nueva
habitación.
—¿Puedes culparme por necesitar tiempo? El relato de tu madre sobre los eventos
que llevaron a nuestro matrimonio fueron… un problema para mi corazón.
Se levantó, y una vez más me encontré conteniendo la respiración mientras se
acercaba. Qué maravilla era observar los movimientos de su cuerpo, cuánta gracia,
después de que se nos negó ver durante nuestro tiempo juntos. Pero su cercanía
nublaba mi cabeza. Le di la espalda y subí a la cama, sentándome con las piernas
cruzadas en el centro.
Cupido se movió al frente y se detuvo en la orilla de la cama, inclinándose hacia
abajo con sus palmas, brazos rígidos, capturándome con esos ojos.
—No te culpo por necesitar espacio para pensar. Aunque, por primera vez en mi
existencia, me encuentro entendiendo qué es lo que motiva a los humanos. El temor que
arropa a uno con el paso del tiempo. Cada minuto que pasa, Psyche, me encuentro lleno
de reconocimiento de perdida, por un minuto que podría estar pasando contigo.
Mi corazón se detuvo. Me tomó varias respiraciones tranquilizadoras.
—Hermosas palabras.
—Tengo muchas bonitas palabras que he querido decir pero no pude. —Comenzó
a caminar lentamente alrededor de la cama, sin apartar sus ojos de los míos. Con cada
paso más cerca de mí, mi corazón latió más fuerte. Me alejé.
—¿Te das cuenta de cuántas vidas afectaste en tu objetivo de evitar que me casara
con otro? ¿Todos esos hombres y sus familias?
—Les di amor —dijo encogiéndose de hombros.
—¡Provocaste escandalo!
—¿Porque las mujeres estaban debajo de su estatus? Psyche… —Tronó su
lengua—. Algunos dirían lo mismo de ti y de mí. Esas cosas son tonterías. Las etiquetas
de los humanos se ponen en los suyos para hacerse sentir importantes.
Suspiré y me crucé de brazos.
—Eres imposible. No estoy segura que pueda estar con un hombre que no se
responsabiliza por sus errores del pasado.
Cupido se puso rígido, retrocediendo un paso. Miedo se disparó a través de mí,
ciertamente nadie le había dicho al dios que había cometido un error en su vida. Excepto
su madre, cuando se trataba de mí.
—Nunca castigué a un alma que no lo merecía.
—Mi punto es que parece que castigas más de lo que bendices. Y parece que… lo
disfrutas.
Fue su turno de cruzarse de brazos. Giró hacia la ventana.
—Lo admito. Disfruto lastimar a los humanos. Y ha pasado casi un siglo desde que
lancé flechas a jóvenes. —Levantó su mano como si tales acciones fueran infantiles.
—¿Por qué suenas cansado?
—Porque lo estoy. —Volvió a girar hacia mí—. Los humanos se enamoran tan
fácilmente, y luego lo desperdician.
—No todos. —Pensé en mis padres.
—Demasiados —dijo—. Y aun así, soy un dios y no pude encontrar a nadie a quien
amar, busqué en cada curva de la tierra y cada esquina del Olimpo, y aun así ningún
alma con la que me encontré me afecto hasta que vi la tuya.
Parpadeé, bajando mi rostro mientras los celos arañaban mi interior con sus feas
garras.
—Tuviste a muchas mujeres.
Cupido saltó a mi lado en un parpadeo, haciéndome gritar de sorpresa mientras
tomaba mi rostro y un baño de cálida miel cubría mis sentidos.
—No puedo recordar ni uno de sus rostros, Psyche. ¡Escucha lo que estoy
diciendo!
Los celos se desvanecieron, rompiéndose, porque le creía, y quería llevarlo a la
cama conmigo.
Me moví junto a él, levantándome y dando algunos pasos lejos. Mino comenzó a
saltar a mis piernas, pero Cupido tronó un dedo y el cachorro inmediatamente se
acurrucó en el suelo dormido. Cuando comenzó a moverse hacia mí, levanté una mano.
—No puedo pensar bien cuando estás tan cerca.
—¿Por qué siempre tienes que pensar claro? Disfruto tus pensamientos torcidos.
Cubrí mi boca cuando una rápida risa saltó, nuestros ojos se encontraron. Todo en
mi interior se suavizó, pero aun así me contuve, necesitando más de él de lo que no
podía nombrar.
Cupido dio un paso tentativo hacia mí, sus palmas hacia arriba.
—Júpiter nos ha dado su bendición. Eso significa que nadie, ni siquiera mi
entrometida madre, se atreverá a impedirnos. —Dio otro paso—. Desearía que
pudieras ver tu alma justo como la veo ahora. Lo brillante que eres con tu honradez.
Mi barbilla se levantó mientras mi respiración se aceleró. Dio otro paso, lo
suficientemente cerca como para oler, y me mareé.
—Tu belleza nunca se desvanecerá antes mis ojos, Psyche. —Sus palabras y voz
me rodearon, dulce y pesado—. Mi esposa. Mi princesa. La que me disparó con su amor.
Mis pensamientos se aclararon, mientras daba otro paso. Levanté mis palmas para
detenerlo. Sus cejas se unieron en preocupación.
—No se trata solo de mí —expliqué—. Existe tanto dolor en el mundo. Tantos
corazones rotos. Tanto sufrimiento. —Mis ojos se humedecieron de solo pensar en ello,
en el poder que Cupido tenía.
Su susurro fue apasionado.
—Y nunca más volveré a levantar mi arco para agregar caos al hombre. Te lo juro.
Solo el elixir del amor adornara mis flechas.
Un aleteo me atravesó con la seguridad que necesitaba.
Dudosamente levanté mi mano, y él se detuvo mientras mi palma acariciaba su
mejilla. Las orillas de sus labios levantándose.
—Sí, mi amor. Puedes tocarme ahora. Por favor, tócame.
Mi mano se hundió contra su cálida mejilla y él levantó su mano para cubrir la mía,
cerrando sus ojos. Un instinto feroz protector se apoderó de mí mientras mi corazón
reclamaba el suyo.
—Esposo —dije, mi voz sonando ronca—. Has visto todo de mí. Es hora que te vea.
En un instante, sin mover ni un musculo, la elegante envoltura en su cintura
desapareció, dejándolo parado frente a mí en toda su desnuda gloria, una mirada
divertida de orgullo en su rostro. ¿Y por qué no debería de estarlo? Los dioses arriba. El
verlo por completo era casi demasiado para esta embarazada mortal. Toda mi valentía
se disparó mientras mi cuerpo se encendía con cientos de chispas de calor.
Di un paso hacia atrás, abrumada con nervios y deseo, y él dio un paso al frente
hasta que mi espalda se encontró contra la pared.
—O, si lo prefieres… —En un instante, era Leodes, desnudo frente a mí.
—Yo… —Me quedé como una torpe, lo que lo hizo reír, su sonrisa volviéndose
picara. Me obligué a sacar palabras de mis labios—. Me consentirás, dándome todo lo
que pido tan rápidamente. Ambos.
—No lo lamento. —Tomó mi rostro, moviéndose al frente para que nuestros
cuerpos se fundieran, un suave gemido saliendo de mis labios. Regresó a su verdadero
ser. Mis ojos se cerraron, abrumados—. ¿Eres tímida ahora que tus ojos pueden verme?
Quizás si desapareciera por un momento…
Para mi sorpresa, se colocó de rodillas y levantó el dobladillo de mi vestido,
colocándolo sobre su cabeza. Por supuesto que desapareció. Me aferré a su cabeza
mientras delgadas capas de su boca encontraban mi centro, y mi cabeza se movió hacia
atrás, golpeando la pared con un satisfactorio thump. Las manos de Cupido sostuvieron
mi espalda, sin dejarme caer, aunque mis piernas parecían perder sus huesos.
Un fuerte golpe en mi puerta nos hizo detener.
—¿Princesa? —llamó Boldar—- ¿Se encuentra bien?
—¡Mi esposo está aquí! —grité, luego mordí mi labio—. ¡Todo está bien!
—Uh… muy bien. —Aclaró su garganta y escuché sus pasos rápidamente
retrocediendo por el pasillo. Solté una risita antes de que la mágica lengua de Cupido
borrara el resto de mis pensamientos.

Apenas pude moverme la mañana siguiente. Mi cuerpo estaba tan agotado, como
cuando regresé del inframundo. Eso era decir mucho. Cuando el sonido de las aves me
hizo abrir los ojos, encontré a Cupido recargado en su codo junto a mí, oliendo a miel.
Mi sangre vibró ante su mirada seria. Y luego las náuseas subieron y salí volando de la
cama.
Cupido pisándome los talones, frotando mi espalda mientras vomitaba.
—Psyche, mi amor, permíteme evitarte este malestar.
—No —dije, frotando mi boca, respirando pesadamente. No quería nada de su
magia de dioses—. Te diré si se vuelve insoportable, pero quiero sentir todo de este
embarazo. Si no me está lastimando, o al niño. Lo quiero.
Cupido me llevó al sofá, y me recosté mientras frotaba mi rostro con un paño frío.
Mino saltó a mi lado, recostándose sobre mi cadera y colocando su cabeza en mi muslo,
mirándome con preocupación. Lo acaricié y le regalé una sonrisa a Cupido antes de
cerrar los ojos.
—Eres un esposo atento —susurré. Cuando no dijo nada, abrí los ojos para
encontrármelo mirándome desde su lugar arrodillado en el suelo.
—Entonces, ¿continuaras siendo mi esposa?
Después de anoche, hubiera pensado que era algo obvio, pero sonreí y acaricié su
mejilla con mis dedos. Me daba una alegría tocarlo, verlo.
—Si me aceptas, continuaré siendo tu esposa hasta mi último aliento. Tú, yo,
nuestro hijo, incluso Mino y Sphinx mientras vivan. Nos quiero juntos.
Sus labios en forma de arco se levantaron.
—Vamos. —Se levantó, ya vestido, y me tomó de la mano—. Prepárate. Si te
sientes lo suficientemente bien, debemos ver a Júpiter de inmediato.
—¿Júpiter? —Mi cabeza giró mientras me apresuraba hacia mi ropa. Tomé una
estola verde y la coloqué sobre mi cabeza, acomodando mi cabello con brazos cansados.
Cupido me llevó al frente, su rostro cerca del mío.
—Él hará nuestro matrimonio oficial para que todo el Olimpo se entere. Y luego
tendremos mucho que decidir. ¿Viviremos en la tierra? ¿O te unieras a mí en mi palacio?
Cada decisión es tuya, Psyche. Solo tienes que decirme.
Alegría e incredulidad me llenaron, y tomé su sonriente rostro entre mis manos.
—Quizás, ¿podríamos viajar?
Me cargo, haciéndonos girar y riendo mientras me sostenía de sus hombros.
—Te mostraré lo que se puede ver, esposa. Lugares en el mundo tan pintorescos
de su modo primitivo que solo un alma como la tuya podría mirar y apreciar la
diferencia de cultura sin tener la necesidad de cambiarlo o conquistarlo.
Mis ojos se abrieron a su seriedad. En sus ojos pude ver la anticipación de nuestra
vida juntos, que hacia juego con la mía. Bajé y coloqué mis brazos alrededor de su cuello.
—Te amo, Cupido.
Casi me arrancó el aire.
—Y yo te amo a ti, Psyche. No puedo esperar pasar el resto de tu vida mostrándote
lo mucho que significas para mí.
Retrocedí para ver su rostro.
—A Júpiter —dije.
—Agárrate fuerte.
CUARENTA Y
CUATRO
EL REGALO
PSYCHE
El palacio de Júpiter ponía en vergüenza el de Cupido. No era solo un palacio, era
una reluciente ciudad con cada forma de criatura inmortal que uno pudiera imaginar.
Sátiros y centauros miraron fijamente nuestras manos unidas mientras recorríamos el
camino de piedra dorada a través de los fantásticos jardines con flores tan grandes
como mi cabeza. Un pegaso caminaba sobre el alto tejado, su pelaje blanco brillando
mientras estiraba sus alas y sacudía su cabeza.
Mis oídos se llenaron con una canción y me congelé en el lugar. La canción llenó
mis oídos y empapó mi alma. La fuente me llamaba. Necesitaba encontrar a los músicos.
Cuando intenté alejarme de Cupido, me atrajo y chasqueó su lengua, alejando su cabeza
de mí para gritar algo. Todo se silenció y me volví para ver a tres chicas con cabello liso,
largo y negro cubiertas en túnicas de algas marinas, riéndose de mí.
—Sirenas —murmuró Cupido. Una comprensión espeluznante me recorrió. Me
habían estado cantando, intentando atraerme como algún triste marinero, ¡y había
sucumbido completamente! Estos inmortales tenían una manera de hacer a los
mortales sentirse violados con su poder fácil sobre nosotros. Fulminé con la mirada a
las tres, y Cupido hizo que las pasáramos rápidamente.
Ante la entrada del palacio de Júpiter había dos gárgolas de piedra como las que
guardaban la entrada del inframundo, pero estas estaban limpias y brillantes. Cuando
nos acercamos, cobraron vida, suavizándose y agrandándose, sus lanzas brillando bajo
el sol.
—Señor dios del amor —dijo una de las gárgolas con voz pastosa a través de los
enormes dientes que se curvaban hacia arriba—. ¿Has traído una mortal a casa de
Júpiter?
—Lo he hecho —dijo Cupido, apretando mi mano—. Esta es la princesa Psyche,
mi esposa. Júpiter la conoce. Nos concederá la entrada.
La gárgola levantó una mano para señalar a la cosa bestial más joven detrás de él.
La criatura subió corriendo los escalones de alabastro más rápido de lo que mi ojo pudo
seguir y regresó velozmente. Asintió con su peluda cabeza y habló con un chillido.
—¡El rey dice bienvenidos!
Cupido me sonrió y avanzamos cuando las gárgolas se apartaron de nuestro
camino. Aferré con fuerza a mi esposo, nerviosa por el llamado “regalo” de Júpiter. Era
difícil confiar en los inmortales. Después de hoy, me haría feliz no poner un pie en el
Olimpo nunca más a menos que fuera la propiedad de Cupido.
Fuimos dirigidos por un barbudo sátiro elegantemente vestido a una sala del
trono que abrumó mis sentidos. Tan enorme, tan brillante, tan ornamentada… no tenía
ni idea de a dónde mirar. Mis ojos fueron de un lado a otro, con una mano en mi pecho,
la otra apretando la mano de Cupido con la fuerza suficiente para entumecer sus dedos.
Pronto se volvió claro dónde mirar cuando Júpiter se levantó de su trono en el centro
de la sala. Cupido se inclinó por la cintura y me dejé caer de rodillas en reverencia,
nunca soltando la mano de mi esposo.
—De pie, por favor, y vengan.
No podía controlar mi reacción nerviosa, y nunca estuve más agradecida por tener
a alguien a mi lado que me amaba. Mi cabeza se inclinó de nuevo hacia Júpiter cuando
nos paramos directamente ante él, y luego miré a sus ojos, como joyas que contenían
cielos en su interior. Su barba y cabello eran total perfección. Pero era la manera en que
se paraba, su imponente altura y confianza, lo que me intimidó. Incluso cuando me
sonrió, me sentí tímida.
—¿Veo que han hecho las paces? —Sonrió de ida y vuelta entre nosotros.
Cupido y yo compartimos una tímida sonrisa.
—Sí, señor rey —dijo Cupido—. Permaneceremos como esposo y esposa…
durante todos los días de Psyche.
Llevé una mano a mi pecho para cubrir la punzada interior.
Júpiter nos estudió, agarrando su rayo. Miré fijamente la cosa, incapaz de
comprender el poder que contenía. Todo lo que tenía que hacer era señalar y ordenar,
y podría derribar montañas enteras. Me estremecí y me acerqué más a Cupido.
—Como dije, tengo un regalo. —Júpiter caminó hacia la alta mesa cercana,
haciéndonos señas para que nos acercáramos. Lo seguimos. Sobre la mesa había dos
cálices dorados llenos con reluciente néctar como el que mi esposo me había mostrado
una vez en su palacio, aunque uno parecía más oscuro, como una noche llena de
estrellas.
Cupido apretó mi mano.
—¿Qué es esto? —preguntó con voz ronca.
—Un brindis —explicó Júpiter—. Por sus vidas juntos… si es lo que eligen.
Le di a Cupido una mirada confusa, pero estaba mirando a Júpiter con ojos
amplios.
—¿No quieres decir…?
—Sí. —Júpiter me miró directamente, y tuve que luchar contra la urgencia de caer
de rodillas—. Te ofrezco vida eterna, princesa Psyche. Ser inmortal. Vivir para siempre
con tu esposo y el bebé dentro de ti.
Parpadeé rápidamente y me balanceé antes de enderezarme.
—Yo… ¿qué?
El dios rió y la respiración de Cupido se aceleró.
—¿De verdad, señor rey? Pero esto… esto está más allá… —Mi esposo estaba fuera
de sí, incapaz de terminar una frase. Se volvió hacia mí y me rodeó la cintura,
levantándome y girándome, haciéndome gritar con risa tonta mientras le agarraba los
hombros—. ¡Inmortalidad, Psyche! —Cupido me bajó, su sonrisa radiante—. ¡Tú, yo,
nuestro hijo!
—Ciertamente —susurré, sin palabras, porque esto era más grande que cualquier
cosa que pudiera entender. La habitación giró y tuve que apoyar mi frente contra su
pecho.
La voz de Júpiter llenó el silencio.
—Los dejaré para que decidan.
Quería alzar mi rostro, agradecerle, pero la perplejidad me había vuelto tonta.
Cupido tuvo que apartarme gentilmente de su pecho para alzar mi rostro al suyo. Debió
haber visto el terror en mis ojos porque los suyos se llenaron de decepción.
—¿No quieres estar conmigo para siempre?
—¡Por supuesto que quiero! —susurré—. Es solo… es tan… permanente.
Sus hombros cayeron, pero logró esbozar una sonrisa reconfortante.
—Tienes razón. Es permanente. Tal vez debería darte un momento.
Aferré firmemente su cintura cuando intentó retirarse.
—No me dejes. Necesito procesar esto, pero te quiero justo aquí. —Fui a sus
brazos y los envolvió con firmeza a mi alrededor mientras mi mente repasaba
rápidamente la información.
Inmortalidad. ¿Por qué vacilaba? Amaba a Cupido con todo mi corazón, pero en
ese momento de absoluta claridad, fui capaz de ver mi miedo por la cosa fea que era.
Temía que Cupido dejara de amarme, y estaría atrapada viviendo para siempre sin él,
mucho después de que mi familia muriera. La soledad definitiva.
Si escogía no aceptar este regalo, envejecería y con el tiempo iría al inframundo
de nuevo. Sin Cupido. Él viviría, incapaz de alcanzar mi alma, donde fuera que acabara.
¿Encontraría él otra a quien amar? ¿Pasaría yo la eternidad en la otra vida anhelando a
la única alma que verdaderamente me aceptó y entendió? ¿Y quién tomaría el rol de
madre para mi hijo?
Mis ojos se cerraron con fuerza. Cupido no era humano. Había tenido tantos
amantes en su vida, pero nunca había amado hasta mí. No era un hombre indeciso de la
Tierra, que permitía que sus sentimientos cambiaran por capricho. ¿Qué me decían mis
instintos? Que me amaba. Que su amor por mí perduraría. Entonces, ¿permitiría a mis
miedos robar nuestro futuro?
No. Nunca de nuevo dejaría que mis miedos me llevaran al arrepentimiento.
Escojo el amor.
Me aparté de mi esposo, dejando que nuestros dedos se deslizaran. La mirada de
preocupación en su rostro casi me rompió. Mis labios se curvaron en una sonrisa
nerviosa y volví hacia la mesa, tomando el cáliz más oscuro en mi temblorosa mano.
—¿Es este mío?
De nuevo, esa sonrisa radiante llenó su rostro, haciendo saltar mi corazón. Se
inclinó y tomó mis labios con los suyos, una firme posesión sin palabras.
—¿Estás segura? —susurró contra mi boca, nuestras frentes tocándose.
—Lo estoy —musité en respuesta.
—Pasaré la eternidad asegurándome de que nunca te arrepientas. —Tomó su
cáliz y chocamos los bordes—. Por siempre, mi amor.
—Por siempre —dije.
Y juntos, bebimos.
EPÍLOGO
PSYQUE
Pensé que sabía lo que significaba el amor, pero en el momento en que puse mis
ojos en la diminuta persona que había salido de mi cuerpo, un nuevo tipo de amor me
recorrió, más fuerte que cualquier instinto antes de ello. Era mía para cuidar. Mía para
enseñar. Mía para proteger.
Miré a Cupido, que observaba a nuestra hija con fascinada adoración, y sabía que
sentía lo mismo. Tenía que corregir mis pensamientos.
Nuestra para cuidar, enseñar y proteger. Nuestra para amar.
—La llamaremos Voluptus —susurró Cupido, significaba Hedone: Placer.
—Hermoso —dije en acuerdo. Juntos, yacimos allí, admirando cada detalle de su
ser, desde sus pequeños dedos con minúsculas uñas a sus sedosos rizos de brillante
rubio oscuro. Cada gimoteo que hacía, cada estiramiento, nos hacía reír y adular. Incluso
Mino seguía intentando meterse entre nosotros para lamer cualquier porción del bebé
que pudiera alcanzar.
Sphinx no podría haber estado menos interesada.
Renae entró en la habitación con una jofaina nueva con agua humeante y toallas
limpias. Había sido mi comadrona, entrenándome a través de todo el parto. La mujer
podía hacerlo todo. Cupido había querido poner sus manos en mi cuerpo y eliminar
cada vestigio de dolor, pero no lo permitiría. Bueno, le permití aliviar mi espalda cuando
pensé que se rompería por la mitad. Pero había querido sentir tanto como fuera posible,
tener la experiencia que tantas mujeres habían superado antes que yo.
—Tu alma en este momento —dijo Cupido, sus ojos recorriéndome cálidamente.
Negó como si no hubiera palabras y mis mejillas se calentaron. Alcancé su mano.
—Te amo, esposo. Amo a nuestra pequeña familia. No podría querer nada más.
Sus dedos se entrelazaron con los míos.
—Tus palabras hacen eco de mi propio corazón.
Nos miramos por un largo momento antes de que supiera que tenía que abordar
un tema delicado.
—Me gustaría que mi familia la conociera. Madre, papá, y Miracle. ¿Los traerás?
Su mandíbula se apretó, pero asintió, y mi corazón se suavizó aún más. Desde que
me convertí en inmortal, visitar la Tierra estaba desaprobado, y la verdad era que no
tenía urgencia de ir allí. Pero sí extrañaba a mi familia, y si estaban dispuestos a
visitarme, los traeríamos. Dawn no quería tener nada que ver conmigo. Miracle había
dicho que estuvo horrorizada al oír que había renunciado a mi mortalidad. Sus palabras
exactas habían sido: “¿Se espera de mí que me incline y la adore ahora?”.
Nada de lo que hiciera sería encontrando placentero por Dawn, y aunque dolía
profundamente, tenía que dejarla ir. Respecto al resto de mi familia, sus vidas se
apagarían más rápido que un parpadeo. Atesoraría cada momento pasado con ellos.
Saber que su mortalidad era tan efímera hizo que sostuviera a mi hija más fuerte.
Desde afuera de las ventanas, vino un sonido de zumbido. Cupido y Renae se
apresuraron a las ventanas, sus rostros oscureciéndose.
—Es mi madre —dijo Cupido—. La alejaré, Psyche. No dejaré que te moleste.
—No —repliqué, sentándome para envolver al bebé en un apretado fardo—.
Debería conocer a su nieta. Renae, envíala.
La sirvienta asintió y se fue. Cupido se paseó al final de la cama.
—No te preocupes —le dije, pero miró con furia a la puerta de todos modos.
Por dentro, también me encontraba nerviosa. Solo había visto a Venus una vez
desde que Júpiter me había regalado la inmortalidad. Había estado en silencio sobre el
asunto. No tenía ni idea de cómo se sentía y si todavía albergaba el aborrecimiento hacia
mí que llevó a casi mi muerte. Pero confiaba en que no intentara nada ahora, y que no
heriría al bebé.
Venus entró en la habitación, su postura regia todavía afectándome como siempre
hacía. Me pregunté si el efecto de la diosa disminuiría alguna vez.
Sus ojos evitaron a Cupido y a mí, yendo directos al bebé, y observé mientras una
transformación tomaba lugar en su ser.
Se suavizó. Sus ojos. Su postura.
—¿Una niña? —dijo—. ¿Y cómo la llamarán?
—Voluptus. —Cupido avanzó para pararse al borde de la cama.
Una verdadera sonrisa se formó en su radiante rostro, haciéndome contener la
respiración. Sus ojos nunca dejaron al bebé.
—Venus —dije—. Por favor, ven a conocer a tu nieta. Querrá conocerte.
Nunca pensé que sería posible ver a la diosa fuera de control de sus emociones,
pero mientras extendía el pequeño bulto, se acercó con prisa, moviendo sus labios y
reprimiendo cual fuera la sensación que se apoderó de ella. Se detuvo en seco,
mirándome como si pudiera apartar a la niña en el último momento.
Mis brazos permanecieron estirados, aunque no fui capaz de sonreír para la diosa.
No le ocultaría a su nieta, pero tendría que ganarse caerme en gracia.
Venus tomó a Voluptus en sus brazos y de inmediato empezó a mecerla de lado a
lado en un gentil balanceo.
—Sus ojos son como gemas, labios como pétalos. —Levantó a la niña a su rostro e
inhaló profundamente su cabello, cerrando los ojos—. La esencia de la inocencia. ¡Oh,
Cupido! No hay nada más dulce.
Incluso con sus brazos cruzados y su tenso semblante, logró esbozar una pequeña
sonrisa ante el comportamiento de su madre.
—Es verdad —dijo.
Sin alejar la mirada de la niña, Venus susurró:
—Gracias. Solo puedo esperar que llegarán a ver cómo ser padre puede causar
protección feroz. Algunos podrían decir irracionalidades. Querrán lo mejor para ella, y
en algún punto en el tiempo, ella querrá lo que piensan que no es lo mejor.
Mis ojos ardieron, dándome cuenta que esto era lo más cerca que probablemente
jamás íbamos a llegar a tener una disculpa de Venus.
—Cuando ese día llegue —dije—. Nos esforzaremos por permanecer… racionales.
—No prometo nada. —La declaración de Cupido causó que Venus y yo miráramos
su rostro serio, y entonces su madre dejó escapar un estallido de risa que hizo cosquillas
en mis oídos, haciendo que el pecho de Cupido se sacudiera con una profunda risa. Le
di una fingida mirada fulminante y negué, sonriendo muy a mi pesar.
Cuando Voluptus dejó escapar un pequeño grito, Venus la silenció y la meció. Sentí
mis pechos tensarse y hormiguear en una manera extraña y no sexual.
—Creo que tiene hambre —dije.
Sin vacilación, Venus avanzó y colocó el precioso bulto de nuevo en mis brazos.
Ella y Cupido observaron con fascinada atención mientras acunaba a nuestra hija hacia
mi pecho, su piel contra la mía, y se aferraba para alimentarse. Dejé escapar un pequeño
jadeo ante la sensación de mi cuerpo alimentando el suyo, y miré a Cupido con una
sonrisa maravillada. Sus ojos estaban llenos con todas las cosas que sentía,
abrumándome en su intensidad. Todo por mí. Por nuestra hija. Incluso por su madre.
Nuestra familia.
Todo por nosotros.
FIN
Wendy Higging
Wendy Higgins nació en Alaska y vivió en todo
Estados Unidos antes de establecerse en el área de
Washington, D.C. Asistió a la universidad George Mason
para la carrera de licenciatura en Escritura Creativa, y
la universidad de Radford para su Maestría en
Currículo e Instrucción.
Wendy da clases de inglés de IX y XII grado en una
escuela rural antes de convertirse en madre y escritora.
Actualmente vive en el norte de Virginia con su esposo,
hija e hijo.

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