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El PASADO LEJANO

Sobre el uso político de la historia*


Giovanni Levi**

1. Al constatar la pérdida del sentido de la historia con el cual el marxismo-leninismo,


sino también, en términos más generales, el pensamiento democrático «ha pretendido dar al
optimismo democrático la garantía de la ciencia», François Furet concluía en Le passé d’une
illusion [El pasado de una ilusión] afirmando que «se ha vuelto casi imposible pensar la idea
de otra sociedad […] aquí estamos condenados a vivir en el mundo que vivimos»1 . Y agregó:

«Si el capitalismo se ha convertido en el futuro del socialismo, si es el mundo burgués el que


sucede al de la ‘revolución porletaria’. ¿Qué nos deparará el futuro? La inversión de prioridades
canónicas deshace el engranaje de las épocas sobre la idea lineal del progreso. La historia se
convierte en el túnel donde el hombre se involucra en la oscuridad, sin saber dónde conducen sus
acciones, incierto de su destino, privado de la seguridad ilusoria de una ciencia que contribuy ó a
formar. Privado de Dios, el individuo democrático ve temblar sobre sus bases, al final de este siglo
[XX], la divinidad de la historia (…) A esta amenaza de la incertidumbre se suma en su mente el
escándalo de un futuro cerrado» 2 .

A pesar de todo, es una mirada optimista la que prevalece: el fin de una ilusión que nos
obliga a saldar nuestras cuentas con un mundo más real y más humano, sin mesianismo. Pero
el análisis de Furet también afecta, demasiado rápidamente, una cuestión importante: incluso
la historia, un arma política utilizada para dar sentido al mundo del pasado según una lógica
del presente, ha perdido bruscamente certezas. Allí radica la cuestión que debe ser
considerada, me parece, con menos optimismo. No es solamente el futuro cuya comprensión
requiere nuevos instrumentos; mientras que pujantes formas de poder consolidan su
dominación económica e ideológica, es también al pasado al que es necesario dar una nueva
significación. El problema es que el desarme ideológico no ha sido generalizado: solamente
una parte ha sufrido una pérdida de sentido. En esta desigual situación se extiende un nuevo
uso político, invasivo, de la historia, que encuentra a los historiadores particularmente
inseguros y sin defensas3 . Las bases y el espacio de nuestro oficio han cambiado más de lo
que se ha percibido en lo immediato.

2. Sería absurdo imaginar que el uso político de la historia es una novedad. El carácter
de ciencia cívica que la historia tiene, la hace, por definición, una actividad política. Que ella
estudia fenómenos individuales o locales, grupos, instituciones o naciones, o finalmente, la
formación de los Estados y el desarrollo de las culturas, no parece separable de la dimensión
cívica que acompaña la definición de las identidades, ya sea la suya o la de otros. Así, la
historia siempre ha producido visiones del mundo que conforman, indisociablemente, un
elemento político cuyo uso, consciente o inconscientemente, de todos modos era inevitable.
Este uso en sí mismo tiene una historia, que vale la pena interrogar, historia hecha de
numerosos elementos, en los cuales inicialmente figura la relación entre el historiador y un
público de lectores que ha cambiado con el tiempo.

3. La historia ha afrontado este problema de manera implícita, manteniendo un tono que


podríamos llamar, parafraseando a James Clifford, autoritario4 . Ella ha construido una retórica
perentoria para presentarse al lector, una retórica que implica la idea de una reconstrucción
objetiva de los hechos en sentido amplio, como si el objeto de la historia fuera la
reconstrucción de las cosas que sucedieron, como si existiera una relación necesaria entre el
texto y la realidad en la cual el texto histórico representara un mundo definido y dotado de
sentido. Detrás de esta imagen autoritaria se oculta uno de los aspectos implícitos más
difundidos de la capacidad de persuasión y uno de los más sólidamente enraizados en el
sentido común histórico: que el lector demanda multiplicidad de cosas al historiador teniendo
por cierto que su oficio lo habilita a decir lo que es verdadero. En este sentido señalaría
científicamente lo falso y lo creíble. Esto también puede darse por la transformación
extraordinaria que ha causado la caída del sistema soviético y el fin de la bipolaridad, creando
una espectativa, desarticulada, de relectura de la historia, una expectativa de revisión que
carece en parte de nuevos instrumentos de interpretación pero que no ha renunciado a la
convicción en la autoridad científica de los historiadores.

4. No es una discusión seria buscar el nuevo uso político de la historia y su


significado, en cambio si lo es indagar en la forma retórica que el revisionismo ha utilizado
para abordar el sentido común histórico. Para demostrar estos nuevos rasgos, aprehenderé un
ejemplo, particularmente, lamentable de un punto de vista científico. En su presentación de
las memorias de dos italianos que han participado en la Guerra Civil Española –Giuliano
Bonfante, quien abandonó el frente republicano en 1937, y Edgar Sogno, voluntario en las
tropas de Franco a partir de 1938–, un diplomático y periodista italiano de renombre,
presentado comúmente como un historiador, Sergio Romano, justifica el levantamiento de
Franco como una respuesta al comunismo y a la violencia republicana, antes que considerarlo
como la causa del progresivo régimen comunista en el frente antifranquista: «La guerra deja
así de ser una guerra entre fascimo y antifascismo para convertirse en una guerra entre
fascismo y comunismo»5 . Romano niega, sin embargo, que Franco haya sido fascista: «Él no
fue fascista […] Él fue autoritario, reaccionario, intolerante, cruel. Pero era español»6 . Con
todo, fue cruel y clarividente; fue clarividente al no responder a las demandas de intervención
que le dirigieron las potencias del Eje, manteniendo así a su país fuera de la guerra. Fue:

«…cruel, vanidoso, irritable, pero nunca llevó a la sociedad española al nivel que Gottwald,
Novotny, Rakosi, Dimitrov, Grotowohl, Gheorghiu-Dej, Ceaucescu y otros dirigentes comunistas
de la pos-guerra llevaron a las sociedades de sus propios países . Se confirmó que, en la última fase
de la vida de Franco y después de su muerte, nos encontramos con que España ha mantenido, a
pesar de la dictadura, las energías y virtudes necesarias para su futuro político y económico. Así,
en un análisis final y considerado a posteriori, se podría estar tentado a concluir que Bonfante
tenía razón en abandonar el partido en 1937, y que Sogno no hizo mal al participar en el combate
en 1938» 7 .

No hay allí nada que destacar: simplificaciones, falsificaciones de la propaganda. El


caso, sin embargo, posee fuertes implicancias y ha suscitado un vasto debate, en el público no
espacializado y en la prensa, así como entre los historiadores profesionales8 . Sin embargo, es
un débate que se ha mostrado totalmente desarticulado: algunos han tratado de precisar y
clarificar, explicando que los comunistas en 1936 constituían una ínfima minoria en el
parlamento español y desmitiendo así el evidente absurdo de una justificación del franquismo
como una respuesta al comunismo, siguiendo el modelo explicativo propuesto por Nolte.
Otros han manifestado la indignación frente a la manipulación de los hechos, a la
simplificación insensata, a la ignorancia de la ferocidad del franquismo, durante y después de
la Guerra Civil. Pero el mecanismo de persuasión estaba en marcha, y no servía de nada
explicar o denunciar: en este caso como en otros, la complejidad de los hechos históricos y su
verdadera significación era manipulada para concluir bastante trivialmente en la imposibilidad
de alinearse claramente de un lado o del otro. Existe algo de bueno en todas las cosas pero,
generalmente, la historia es portadora de mal. Acorde a cómo se lo vea, los principales
elementos del sentido común histórico dominantes están todos presentes: ninguna postura es
plenamente positiva (Franco era cruel), los republicanos son sanguinarios y dominados por el
comunismo (¿y qué era peor que el comunismo en el siglo xx?); ambas partes están unidas
bajo el mismo día pálido. Hecho de escepticismo y de incertidumbre, que paraliza toda
elección y todo posicionamiento (solamente el conocimiento a posteriori es un instrumento
significativo para evaluar).
No creo que pueda considerarse coincidencia que el volumen haya aparecido como
suplemento en la revista Liberal, un semanario financiado por Cesare Romiti, antiguo
presidente de Fiat y una interesante eminencia sombría de la vida política y económica, tanto
italiana como española. Es efectivamente en junio de 1998, cuando Romano publicó su
pequeño libro, mientras en paralelo Romiti terminaba sus veinticinco años de presidencia de
Fiat y lanzaba la publicación, asumiendo la presidencia de la casa RCS-Rizzoli, proprietario
entre otros, de dos grandes periódicos que son el Corriere della Sera y El Mundo. Este es uno
de los buque insignia de la avanzada italo-española, presentada como contra-peso a la
dominación en Europa de la avanzada franco-alemana, mientras que Iveco projecta una gran
planta industrial para la producción de camiones en Cataluña, que los bancos italianos y
españoles acuerdan alianzas, mientras la industria italiana del libro conquista su lugar en el
mercado español.
Entre los conservadores italianos (además de Romiti9 ; Berlusconi y Casini se han
expresado también en este sentido), la España de Aznar es continuamente presentada como un
ejemplo para Italia y Europa. A partir de interpretaciones históricas improbables y
superficiales, existe una campaña de propaganda que pretende sugerir una continuidad entre el
franquismo y el desarrollo actual, colocando entre parentesis los veinticinco años de gobierno
socialista, su peligrosa estatización y su política de estado de bienestar. Es así que se exorcisa
la imagen de una España dinámica, que está –ahya que decirlo- amenzada por un pasado
cuyas cuentas no se han pagado. Incluso el franquismo, como el fascismo italiano, fue capaz
de democratizarse y modernizarse: considerados retrospectivemente, ambos han sido males
menores frente al peligro comunista, abriendo el camino al desarrollo económico y al neo-
liberalismo. Post hoc ergo propter hoc. [Después de esto, por lo tanto, debido a ello]
Es un caso extremo, que expone el uso periodístico del pasado, y no lo hace,
directemente el debate científico y la investigación. Sin embargo, este es un debate que ha
tenido mucho eco y que, me parece, ilustra bien las modalidades y las metas del uso político
del pasado y, al mismo tiempo, la dificultad para protegerse de estas prácticas a través de los
instrumentos habituales de la investigación. A partir de allí, quiero hacer hincapié en un
problema específico: ¿existen hoy novedades significativas en el uso político de la historia?

5. Ante todo, existe una: la relación entre la historia y el lector ha cambiado, ya que la
comunicación a través de los libros ha perdido el casi-monopolio que había conquistado
progresivamente con la difusión de la imprinta. Ciertamente, en el pasado, otras formas de
transmisión del saber histórico también han desempeñado un papel importante: las imágenes
o la transmisión oral (entre otras). Pero lo cierto es que durante mucho tiempo la impresión, la
generalización de la alfabetización, la escolarización de masas, el menor costo de los libros
han desempeñado un papel central en la producción histórica dando un peso político
fundamental a la construcción de las ideologías identitarias, al interior de los Estados de la
época moderna y contemporánea.
Actualmente, otras fuentes de información, cargadas de características diversas, juegan
un papel importante; éstas rivalizan con el libro y exigen progresivamente que la propia
investigación histórica adapte sus maneras de afrontar un sentido común histórico que la
misma disciplina ha trasnformado radicalmente. No siento que los historiadores profesionales
hayan tomado consciencia enteramente de ello ni que se hayan ocupado mucho; aunque a
menudo se oyen quejas sobre la disminución del número de lectores; probablemenete la
producción de libros de historia debe ser subvencionada, cada vez más, porque sus ventas no
son suficientes para justificar económicamente su publicación. Pero no me parece que se
pueda percibir el sentido de una modificación radical que ha afectado significativamente al
sistema mismo de comunicación de los resultados de la investigación.
No obstante, quizá podemos plantear brutalmente que, hoy, los periódicos, la
televisión y los otros medios de comunicación proporcionan información cuyos propios
rasgos –simplificación, rapidez– son muy diferentes de aquellos que son generalmente
utilizados por la historia pero que, sin embargo, intervienen sobre el mismo grupo de
consumidores de historia, cambiando el mercado.

6. La escuela ha sido y continúa siendo el lugar por excelencia para popularizar el


conocimiento histórico, el ámbito por excelencia del uso cívico y político de la historia, el
sitio donde la socialización de los jóvenes se produce ampliamente por medio de la
transmisión de modelos de identidad moldeados por los acontecimientos históricos que han
formado las naciones. Pero como el modo de socialización ha cambiado, con una disminución
de la función de la familia, un incremento del papel de los jóvenes de la misma edad, junto a
la escuela, el cine, la televisión, internet y la prensa han creado un nuevo y potente conjunto
de modelos, que han transformado el papel mismo de la escuela, llamada a afrontar una
cantidad extraordinariamente más vasta e incontrolable de información.
No es de extrañar que, los últimos años, en Francia, en Italia y en España, hemos
asistido a un amplio debate sobre el uso socializador de la historia, que condujo a una
profunda transformación de los programas escolares. Con un resultado paradojal en los tres
países: la historia no ha sido pensada como una herramienta de comprensión de la formación,
en profundidad y sobre la larga duración, de las realidades nacionales y de los complejos
cambios del mundo, no ha sido leída por problemas, según cronologías y transformaciones
complejas. En su lugar –llevada por un sentido común histórico marcado por lo fáctico y el
tiempo corto–, la historia se ha trasnformado en una sucesión de hechos, con la idea de que
los hechos recientes son, por definición, más importantes que aquellos del pasado,
«conformando el requisito pedagógico-cultural de consagrar un espacio más amplio a la
forma de tratar los acontecimientos recientes […], que deberán ser caracterizados por una
mayor riqueza de datos y referencias»10 . Esto ha llevado a una ampliación de lo
contemporáneo, y una esquematización, una simplificación del pasado más lejano: la historia
ha sido transformada en noticia.
No es solamente una búsqueda sin fin e imposible de los hechos la que esta
perspectiva propugna. La idea que domina estas instrucciones es la de un mundo siempre más
homogéneo, donde es necesario minimizar las características antropológicas y culturales de
los distintos países, en benefico de una visión más global del mundo de hoy, que facilita el
desplazamiento de diferencias y retrasos en relación a un único modelo de ciudadano europeo.
La idea desconoce en consecuencia el hecho de que son precisamente las profundas
diferencias las que constituyen el problema, y no las coherencias superficiales y las
convergencias immediatas, que solamente la comprensión de las dimensiones reales y de la
escala correcta de lectura de las realidades sociales y culturales permiten la coordinación de
valores diferentes, que por cierto la simplificación y achatamiento no autorizan. Simplemente
me parece que ahí, es pertinente considerar los acontecimientos en los Balkanes o las
dificultades de la unidad monetaria europea en los años de 1990, para darse cuenta de que las
diferencias étnicas, religiosas, nacionales reaccionan desordenadamente a la imposición de
modelos uniformes que, ignorando las particularidades, contribuyen a reforzarlas.

7. Los cambios no conciernen solamente a los modos de la información: la memoria


también se ha transformado. Muy a menudo se opone, de manera simplista, la memoria al
olvido, como si la guerra de representaciones del pasado pudiera reducirse al conflicto entre lo
que elegimos recordar y lo que se quiere eliminar. No es casualidad que gran parte del debate
revisionista pareciera polarizarse en torno a la idea que habría que encontrar una solución
equilibrada, que exorcisara los pasados que no pasan para lograr haciéndolos cambiar: la
culpabilización de Alemania a causa del nazismo, las simplificaciones que impusieron el
silencio sobre el periodo de Vichy, que habían considerado el fascismo como un parentesis
extraño a la historia y a la consciencia de la mayoría del pueblo italiano y que habían
recubierto de un denso silencio la Guerra Civil Española y el franquismo. El silencio no es
suficiente: es necesaria la normalización a través de la confrontación con otras situaciones y el
abandono de la separación maniquea entre vencedores positivos y vencidos negativos. El
revisionismo no solamente ha nutrido hechos contemporáneos: otros hechos pasados se
presentaban de manera ambigua a la memoria y se veían reorganizados para favorecer el
olvido. Basta recordar el caso del perdón que el Papa ha pedido por la Inquisición, cuyo caso
es preciso referirlo al año del Jubileo y que, hasta ahora, no ha producido justificaciones de
hecho, relativos al cumplimiento de las normas por parte de los inquisidores, su mayor
clemencia y corrección cuando se las compara a los tribunales laicos.
No es solamente la memoria y el olvido. También es el cambio propio de la memoria,
que se ha convertido en algo distinto de lo que era, colectivo y social, ragos a los cuales se
alude cuando se piensa en la historia. La memoria se ha expandido, hasta producir lo que Bion
ha denominado una «obstrucción», que impede la intuición de fenómenos desconocidos: un
exceso de memoria es también un exceso de conformismo, una saturación que obstaculiza el
juicio y la crítica11 . Y, paralelamente, el proceso triunfal de la individualización, de la
privatización de la experiencia, ha producido una memoria fragmentada, individualizada. Es
la memoria de todos, no aquella de un grupo o de un pueblo, que entra continuamente en
escena: tampoco una historia comunicable sino una autobiografía, no sólo el pasado de la
sociedad sino una miriada de fragmentos y de objetos separados, de «las cosas tal cual son
representadas en la imaginación común, alimentadas por libros, películas y mitos
aproximados. Inevitablemente, se desliza hacia la simplificación y el estereotipo»12 ,
producido de un desgarro y de una deriva que la memoria opera fatalmente entre las
experiencias de personas y de generaciones diferentes.

8. Se encuentra, suyacente, una ideología pujante y consciente que exalta solamente


los aspectos positivos de la afirmación de la autonomía del individuo en el estado moderno.
Utilizaré a este fin un segundo caso del uso político de la historia. No se trata de hacer aquí
revisionismo sino de una operación, más compleja y más sutil, de historia orientada
ideológicamente. Me refiero a la investigación monumental –más de diez vulúmenes– que la
Fundación europea de la ciencia ha promovido y financiado sobre los «orígenes del Estado
moderno en Europa, siglos XIII-XVIII»13 . Con una voluntad explícita del uso político de la
historia, la idea motora era mostrar la inevitabilidad de una forma específica del Estado
moderno, en relación a la cual las deficiencias y retrasos no eran más que patologías, las
alternativas de inútiles resistencias. Uno de los volúmenes, que nos interesa muy
particularemente, ha sido consagrado a L’individu dans la théorie politique et la pratique14
[El individuo en la teoría política y la práctica]. La tesis sostenida en la introducción por la
responsable del volúmen, Janet Coleman, es precisamente que, en la historia europea, un
proceso no teleológico, inconsciente, ha conducido inevitablemente a un proceso de
individualización; se ha creado así un espacio propio para el individuo, hecho de rasgos
comunes importantes, que han creado una «experiencia europea» común.

«Es en este espacio libre indeterminado, protegido de las ingerencias del Estado o de cualquier
otra persona, que la singularidad del individuo florece mejor en el estado liberal moderno […] La
completa sumisión a las leyes del Estado garantiza al ciudadano moderno una completa libertad
interior como persona, siempre que se ajuste y sea autónoma» 15 .
A pesar de la gran banalidad de la tesis, lo que golpea –en ella, como en toda la
problemática de la colección–, es el tono esencialmente apologético y el aspecto fatal del
proceso: la historia perdió allí el papel de ciencia de las diferencias específicas para
transformarse en constructora de homologaciones improbables. Así, mientras que los más
poderosos se sustraen al control democrático, mientras cada uno de nostros percibe que es
cada vez más difucultoso oponerse, a través de un arma débil como el voto, a las decisiones
económicas y políticas de un mundo que ha acentuado interdependencias y características
globales, continuamente nos vuelve a proponer como conquistas triunfales el fin de las
ideologías y el triunfo del individuo, el fin de la historia en el capitalismo liberal y la
afirmación de la memoria fragmentada. Tocqueville lo había anunciado con lucidez: «No
solamente la democracia hace olvidar a cada hombre sus antepasados, sino que ella oculta a
sus descendientes y los separa de sus contemporáneos; ella lo vuelve sin cesar hacia sí mismo
y amenaza con recluirl enteramente en la soledad de su propio corazón»16 .
Se trata de una memoria individualizada, llena de información, fragmentada, que los
historiadores encuentran entre sus lectores; una memoria que tiende a simplificar, a
transformar en estereotipo y que expresa una sociedad parcelada que ha debilitado el
significado complejo de toda memoria colectiva, o mejor, que es sensible a las formas
simplificadas de representación del pasado, hechos de consignas y de mitos vacíos de
contenidos reales, pero que no son por ello menos potentes o movilizadores, al contrario, son
menos paralisantes.
Es exactamente en esta superposición de fragmentos y de memoria que residen algunos
equívocos que han caraterizado el uso de fuentes orales: para numerosos historiadores, la
pérdida del sentido colectivo del pasado ha tornado posible la recuperación de visiones
subjectivas que expresan con mayor frecuencia la desagregación que la pluralidad de los
puntos de vista. Naturalemente, no pretendo rechazar en su totalidad la utilización de fuentes
orales. Deseo simplemente señalar que su uso debe estar atento al hecho de que no gozan de
un privilegio especial, y de que ellas no conforman un acceso inmediato a la comprensión de
la realidad: dado que tienden a ocultarnosla, por su capacidad de suscitar falsas noticias,
dirigidas por la emotividad y no por la crítica. Existen algunos usos positivos: muchas
investigaciones recientes sobre las masacres nazis en Italia –de verdaderas investigaciones
sobre las alteraciones de la memoria– han contribuido al contrario a montrarnos cómo la
memoria individual, la decantación a través de la influencia de los medios de comunicación,
la estilización, a construir imágenes deformadas del pasado, cargada de una ideología que
descontextualice para manipularlo, de manera más o menos consciente17 .

9. En la dificultad que tienen los historiadores de tomar consciencia de estas


transformaciones, el cambio del marco político mundial juega, lo hemos dicho, un papel
central. Incluso aunque fuera banal observarlo, el fin de la bipolarización también ha
significado una profunda transformación en los temas y las orientaciones de la investigación
histórica. Ámbitos enteros se han extinguido gradualmente o han sido marginalizados (por
caso, la historia del movimiento obrero) y un clima general de incertidumbre ha invadido el
trabajo del historiador. El fin del sistema soviético y la imagen de la economía del mercado
como única perspectiva realista de organización institucional, incluso más allá de los neo-
liberales extremistas, han borrado numerosas otras perspectives que pusieron el conflicto
social y cultural en el centro de la atención de los historiadores. Las solidaridades sociales,
que tornan en apariencia automáticas los posicionamientos políticos, han cesado de ser
evidentes por sí mismos, en el debate reciente, que separa los enunciados de la derecha de las
de la izquierda, es muy poco alusivo pero immediatamente al percibirlo se oscurece. Bastante
brutalmente, las referencias y las evidencias, los valores morales y culturales han llegado a
faltar, sino en el de los historiadores, al menos en el sentido común del pasado. Como en
todos los momentos de crisis y restablecimiento del orden, hay allí una aspecto positivo: los
esquemas y las falsificaciones que habían conservado un poder abusivo en la cultura común
desaparece. Pero los prejuicios inmediatos son profundos y evidentes; por ahora, encuentran
escasa oposición, ya que la ciencia se ve socavada por una profunda crisis de la que
dificílmente pueda preservarse. Si consideramos el papel que juegan los hechos históricos en
el debate político de hoy, podemos remarcar una confusión y una incertidumbre cargadas de
simplificaciones, protegidas por el mismo clima de duda y debilidad: localismo y
nacionalismo, violencias y desigualdades invaden los caminos dejados abiertos por la
imposibilidad de la historiografía de jugar su papel cívico.

10. El uso didáctico de la historia, tal como ha existido en muchos países, ha estado
frecuentemente basado en la idea que las naciones nacieron de la violencia, no solamente de
la defensa contra los enemigos exteriores sino también de la guerra civil, lo que ha permitido
en mayor parte hacer prevalecer sus propios principios: con esta idea han sido educados los
jóvenes americanos en relación a la guerra de Secesión, los jóvenes ingleses en relación a la
Revolución inglesa, o los jóvenes franceses en relación a Revolución francesa. Pero no se
puede generalizar este modelo: es muy difícil reconocer en el Risorgimento italiano no
solamente una guerra contra Austria sino también una guerra contra el Papa, y, en la
Resistencia, la guerra civil de una parte de la población contra otra (y no de todos los italianos
contra una ínfima minoría de fascistas), que ha afectado gravemente la capacidad de Italia
para construir mitos fundantes fuertes. El propio fascismo, sin querer ofender a los católicos,
tuvo que elegir su propio mito de referencia, aunque poco probable, en la Roma antigua, en el
rigor de la guerra contra Austria, y no en el Risorgimento.
Los revisionismos de hoy, al contrario –para mostrar que los tiempos y los modos del
uso político de la historia han cambiado–, siguen un procedimiento opuesto: no es preciso
volver a evaluar movimientos, personajes o periodos, sino devaluar el pasado. Al ser amabs
operaciones opuestas pero negativas tienen como tema común hacer desaparecer las
diferencias. En una guerra justa pero equivocada contra las lecturas maniqueas de la historia,
todo lo que se ha demostrado es que había allí, en lo que aparecía como novedoso, aspectos
igualmente negativos. No es a partir de una reevaluciación del nazismo que Nolte ha
sostenido su tesis, ni a partir de una reevaluación del fascismo que se ha mostrado la violencia
de quienes se opusieron en Italia durante y después de la Resistencia. La imagen del pasado
que emerge no es la de una interpretación invertida, sino de una nivelación de las posiciones,
todas vistas como negativas. El pasado está cargado de fealdad.

11. Es en este sentido que el uso político que la Iglesia católica hace hoy de la historia
me parece significativo. Los casos son numerosos, pero quiero mencionar aquí dos, que son
especialmente emblemáticos de una instrumentalización del pasado; ellos también son el
producto de la desinformación hecha por la manera en la cual la prensa y la televisión
resumen los textos, transformándolos en noticias suscintas cuya repetición está más
memorizada que los contenidos o los significados reales de la revisión del pasado que la
Iglesia ha hecho.
Todo el proceso de reescritura de la historia y de la propuesta de modelos de santidad,
presente en las innumerables decisiones de beatificación de los años recientes, merecen un
análisis más atento que el que puedo esquematizar aquí. Pero creo que es evidente para todos
que una producción intensa de símbolos, cargada de consecuencias, está teniendo lugar. ¿Qué
mensaje ha querido dar, así, el Vaticano con la beatificación del cardenal Stepinac? Después
de ser uno de los protagonistas de la política que ha favorecido la desintegración de
Yougoslavia, con el temprano reconocimiento de la independencia de Croacia, Juan Pablo II
ha beatificado el 8 de marzo de 1999 al cardenal Stepinac, símbolo de una oposición al
mariscal Tito en Croacia sino también vinculado de manera ambigua a la política y a los
crímenes de Ante Pavelic*** . Stepinac nunca había condenado las feroces prácticas fascistas
croatas, guardando silencio sobre la participación de los miembros del clero católico croata en
las masacres perpetradas por los ustaši contra quienes resitieron y contra los cristianos
ortodoxos, y en la gestión de los campos de concentración, en Jasenovac y otros lugares18 .
Veamos con mayor detenimiento un segundo ejemplo que seguramente ha quedado en
la memoria de los lectores. Se trata de un documento en sí mismo particularemente
significativo; asimismo se trata de la distancia entre la imagen difundida en la opinión pública
y el contenido específico del texto. Luego de una ruidosa campaña periodística, que había
creado una gran expectativa a propósito de una revisión de la actitud observada por el
Vaticano durante la Shoah, la comisión del Vaticano para las relaciones con los Judios
publicaba el 16 de marzo de 1998 el documento titulado Nous nous souvenons: une réflexion
sur la Shoah19 [Nos acordamos: una reflexción sobre la Shoah]. En ese ambiguo y
extraordinario texto, el exterminio está condenado claramente y sin vacilaciones; en
contrapartida, las responsabilidades morales de la Iglesia, por no oponerse al crimen con
firmeza, quedan situadas en un conjunto de equívocos y de justificaciones. Algunos puntos
me parecen particularmente importantes: partiendo de la distinción entre antisemitismo y
antijudaísmo, el documento reconocía que el antijudaísmo siempre ha implicado
«lamentablemente» a veces a los cristianos. Pero el antisemitismo nazi es una doctrina que
tiene raíces neopaganas, porque él «se niega a reconocer cualquier realidad trascendente
como la fuente de la vida y el criterio del bien moral […] Su antisemitismo tiene sus raíces
fuera del cristianismo y, en la consecución de sus objetivos, no vacila en oponerse a la Iglesia
y en perseguir de igual modo a sus miembros». Una apropriación sutil del martirio de los
otros ha legitimado la introducción de símbolos católicos en Auschwitz.
El documento continúa preguntándose «si la persecución nazi de los Judíos no ha sido
facilitada por los prejuicios arraigados en algunos espíritus y corazones cristianos». Pero en
esta pregunta no hay respuesta posible: «Toda respuesta a esta pregunta debe tener en cuenta
el hecho de que tratamos de la historia de la actitud de personas [la Iglesia como institución ha
tomado distancia de ello] y de sus modos de pensar, que están sujetos a múltiples
influencias». Además, dado que muchos ignoraban la solución final, mientras otros temían,
que hubiera quienes se aprovecharan de la situación, «es preciso dar una respuesta caso por
caso».
Existen errores por parte de los Estados occidentales de tradición cristiana, y existen
errores individuales; pero no podemos hallar ninguna referencia a la actitud de la Iglesia como
institución, que solamente reaparezca cuando se habla de méritos, «allí se encuentra lo que el
Papa Pío XII hizo personalmente o por intermedio de sus representantes para salvar
centenares de miles de vidas judías». Es a continuación de la intervención de Juan Pablo II a
la comunidad judía de Estrasburgo: «repito una vez más con ustedes la más firme condena al
antisemitismo y al racismo, que son opuestos a los principios del cristianismo». Pero pronto,
sin embargo, el documento tiene como objetivo semejar la Shoah a:

«…todas las formas de genocidio, así como las ideologías racistas que lo suscitan […] Recordamos en
particular la masacre de los Armenios, las innumerables víctimas en Ucrania en los años 1930, el
genocidio de los Gitanos, que fue también el resultado de ideas racistas, y tragedias parecidas que
tuvieron lugar en América, en África y en los Balkanes. No nos olvidamos de los millones de víctimas de
la ideología totalitaria en la Unión soviética, en China, en Camboya y otros lugares. Tampoco olvidamos
el drama de Medio-Oriente».

Y para completar esta adaptación, donde los significados se mezclan y los errores son
igualados, el documento concluye, de manera casi increíble: «Deseamos transformar la
consciencia de los pecados pasados en una firme resolución para construir un nuevo futuro en
el cual no habrá allí más antijudaíssmo entre los cristianos o sentimientos anticristianos entre
los judíos». Más allá de las conciliaciones sugestivas (martirio judío/martirio cristiano; el
papel de salvador de Pío XII, sino alguna referencia a las críticas por las omisiones
concernientes a su acción; asimilación de genocidios; reconcilaición de genocidios/problema
de Medio-Oriente; errores cristianos/errores judíos), se trata de una profunda relectura del
pasado. La imagen que surge del pasado ha desbordado en general de mal, sin que se lo pueda
identificar con precisión a una fuente que no sea aquella de los negadores del origen
transcendante de la vida y de la moral, por lo tanto los nazis y los comunistas. Todos los
demás han cometido errores, pero humanos: los Utashis que masacraron sin volver a negar a
Dios, sino en su nombre, los judíos por haber tenido sentimientos anticristianos, los cristianos
por un antijudaísmo; sin embargo, para contextualizar y entender, caso por caso. Los
hombres, se sabe, son pecadores. El último pontífice ha cambiado el papel político de la
Iglesia para dar una imagen nueva, aquella de una totalidad. La Iglesia ha renunciado a sus
comportamientos partidistas y se presente como superador de las partes.
Pero esta visión histórica también quita importancia a la historia. El pasado no
solamente es el lugar del pecado y de la confusión, donde todos son culpables, de modo que
ninguna persona lo es, ni Stepinac ni Pío XII, que son beatificados por haber dado testimonio
de la verdad católica, eligiendo siempre el camino inevitable de lo menos peor en un mundo
de violencia y de pecado.

12. He elegido tres casos muy distintos del uso político de la historia, sin pretención de
exhaustividad; con la intención de ilustrar en ellos un núcleo común, que marcó
profundamente la recepción de los resultados de la investigación histórica. El pretendido final
de las ideologías no es otra cosa que la suspensión de la razón histórica, que conduce al
irracionalismo, al neo-liberalismo, al nacionalismo, al fundamentalismo religioso. La historia
ha sido manipulada y utilizada, mientras que la voz de los historiadores se ha velado y tornado
distante. Ni la memoria fragmentada, ni la escuela, ni los medios de comunicación pueden
poner en práctica procedimientos lentos e inciertos de la historia. Es urgente conformar una
agenda de discusión.

*
Traducido del francés por Miguel Ángel Ochoa. Quisiera agradecer muy especialmente a Graciela Urbano,
quien ha contribuido a pulir notablemente con sus comentarios, sugerencias y observaciones la presente
traducción.
**
Giovanni Levi, «Le passé lointain. Sur l’usage politique de l’histoire» en François Hartog, Jacques Revel, Les
usages politiques du passé, Paris, Éditions de la École de Hautes Études en Sciences Sociales, 2001, pp. 25-37.
1
F. Furet, Le passé d’une illusion. Essai sur l’idée communiste au XXe siècle, Paris, R. Laffont-Calmann-Lévy,
1995, p. 809.
2
Ibid., p. 808.
3
Un ejemplo interesante, me parece, es la debilidad y la indecisión con las cuales el propio Furet refuta dos
puntos neurales de Nolte –la prioridad cronológica, y así el papel causal del bolchevismo contra el nazismo, y la
identificación de un núcleo racional en el antisemitismo nazi – en el intercambio de cartas recientemente
publicadas: F. Furet, E. Nolte, XX secolo. Per leggere il Novecento fuori dai luoghi comuni , Rome, Liberal,
1997.
4
J. Clifford, «On ethnographic authority» en Representations, 1, 1983, p. 118-146.
5
S. Romano, ed., Due fronti. La guerra di Spagna nei ricordi personali di opposti combattenti di sessant’anni ,
Florence, Liberal Libri, 1998, p. xiii. Una nueva edición ha aparecido algunas semanas más tarde, con una parte
del debate y una respuesta de Romano.
6
Ibid., 2da ed., p. 197.
7
Ibid., p. xv.
8
Citamos las intervenciones en el debate: M. Pirani (La Repubblica, 13 y 21 mayo de 1998), R. Foa (L’Unità, 15
de mayo), B. Spinelli (La Stampa, 17 y 24 de mayo), N. Aiello (entrevistado por Valiani, La Repubblica, 20 de
mayo), E. Sogno (La Stampa, 21 de mayo), G. Ranzato (La Repubblica, 25 de mayo), S. Romano (Corriere
della Sera, 6 de junio), E. Deaglio (Diario, 24 de junio), M. A. Maciocchi (El Pais, 26 de junio), S. Viola (La
Stampa, 28 de junio), I. Montanelli (Corriere della Sera, 30 de junio), M. Veneziani (Il Giornale, 30 de junio),
F. Perfetti (Avvenire, 30 de junio), A. Tabucchi (Corriere della Sera, 30 de junio y 27 de julio), P. L. Battista (La
Stampa, 1 de julio), M. Brambilla (Corriere della Sera, 2 de julio), A. Panebianco (Corriere della Sera, 4 de
julio), P. Ostellino (Corriere della Sera, 5 de julio), G. P. Pasa (L’Espresso, 9 de julio), E. Bettiza (La Stampa,
11 de julio), F. Adornato (Liberal, 16 de julio), S. Julià (Babelia, 18 de julio), A. Botti (El Pais, 10 de agosto).
La lista podría, sin dudas, ser extendida.
9
Cf. Por ejemplo, la entrevista concedida a La Stampa (20 de mayo de 1998), las declaraciones a la televisión
reproducidas en los diarios del 23 de septiembre de 1998, la entrevista en La Repubblica (31 de diciembre de
1998).
10
Esto emerge del decreto N° 682 del 4 novembre de 1996, del Ministerio de Instrucción Pública Italiano,
consagrado a las «Modificaciones de las disposiciones relativas a la subdivisión anual del programa de historia»,
que requiere que, en todo tipo de modalidad de las escuelas , el último año sea exclusivemente consagrado al
siglo xx.
Este fenómeno es exclusivo de Europa, quein indague en los Diseños Curriculares de la Provincia de
Buenos Aires, comprobará que la Historia de los 4tos y 5tos años se centra en el siglo, e incluso la de los 6tos en
aquellas modalidades donde se dicte la materia Historia. [N. del T].
11
W. R. Bion, Group and organisation studies, Colchester, Mark Person, 1974, pp. 16-17.
12
P. Levi, Les naufragés et les rescapés. Quarante ans après Auschwitz, Paris, Gallimard, 1989, p. 154 (1ra ed.
Turin, 1986).
13
Cf. La presentación detallada fue realizada por J.-P. Genet, «La genèse de l’État moderne. Les enjeux d’un
programme de recherche», Actes de la Recherche en Sciences sociales, 118, 1997, p. 3-18. Yo mismo ya he
discutido este proyecto en un artículo, al cual remito : «The origins of modern State and the microhistorical
perspective» en J. Schlumbohm, ed., Mikrogeschichte/Makrogeschichte. Komplemantar oder inkommensurabe?,
Göttingen, Wallstein, 1998, p. 53-82.
14
J. Coleman, ed., L’individu dans la théorie politique et dans la pratique, Paris, Presses universitaires de
France, 1996.
15
Ibid., p. xviii.
16
A. de Tocqueville, De la démocratie en Amérique, Paris, C. Gosselin, 1840, vol. 3, 2da parte, cap. II.
17
Cf., por caso, el importante libro de A. Portelli, L’ordine è già stato eseguito. Roma, le Fosse Ardeatine, la
memoria, Rome, Donzelli, 1999.
***
En 1941, cuando Yugoslavia fue ocupada durante la Segunda Guerra Mundial, se formó un nuevo estado
croata como resultado de la invasión y desmembramiento del país por las fuerzas de la Alemania nazi. Italia
apoyó al régimen profascista dominado por los ustaši, dirigidos por Ante Pavelic, que afectó a la mayor parte de
Croacia y Bosnia y que practicó una política de exterminio de las minorías étnicas; un considerable número de
judíos, serbios, gitanos y disidentes políticos murieron en los campos de exterminio . [N. del T.]
18
Cf. M. A. Rivelli, L’arcivescovo del genocidio. Monsignor Stepinac, il Vaticano e la dittatura ustascia in
Croazia, 1941-1945, Milan, Kaos, 1998. Cf. para algunos la obra hagiográfica de G. P. Mattei, Il cardinale
Alojzije Stepinac. Una vita eroica nella testimonianza di qua nti con lui sono stati vittime della persecuzione
nella Jugoslavia comunista, Cité du Vatican, L’Osservatore romano, 1999.
19
Las siguientes citas provienen del texto publicado en Le Monde (18 de marzo de 1998), con la aclaración:
«Traducción oficial de la Secretaría del episcopado francés para las relaciones con el judaísmos».

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