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Starfire


´ 
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Little Nightmare Sunshine


Sun's rays Sun's rays
Starfire Little Nightmare
Sun's rays Midnight
Midnight 
´
Fendir
Night Start Starfire
Sunset
Moonlight ~

Starfire
Sinopsis
Indice Capítulo 15
Dedicación Capítulo 16
Prólogo Capítulo 17
LLORA, AL PAÍS AMADO Capítulo 18
Capítulo 1 Capítulo 19
Capítulo 2 PSYCHO
HELTER SKELTER Capítulo 20
Capítulo 3 Capítulo 21
Capítulo 4 Capítulo 22
Capítulo 5 Capítulo 23
Capítulo 6 TRES AÑOS DESPUÉS...
Capítulo 7 UN PELIGRO CLARO Y PRESENTE
Capítulo 8 Capítulo 24
LOS PUENTES DE Capítulo 25
MADISON COUNTY Capítulo 26
Capítulo 9 Capítulo 27
Capítulo 10 Capítulo 28
Capítulo 11 Capítulo 29
EL EXTRAÑO A MI LADO Capítulo 30
Capítulo 12 Capítulo 31
Capítulo 13 Capítulo 32
Capítulo 14 Capítulo 33
LOS HOMBRES SON DE MARTE,
LAS MUJERES SON DE VENUS
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
A SANGRE FRÍA
Capítulo 44
¡Felices fiestas, Book Clubbers!
Mas sobre Universe Books
Sinopsis
Patricia Campbell siempre había planeado tener una gran vida, pero después de
renunciar a su carrera de enfermera para casarse con un médico ambicioso y
convertirse en madre, la vida de Patricia nunca se ha sentido más pequeña. Los
días son largos, sus hijos son desagradecidos, su marido está distante, y su lista
de tareas nunca está hecha. Lo único que tiene que esperar es su club de lectura,
un grupo de madres de Charleston unidas sólo por su amor al crimen verdadero
y a la ficción de suspenso. En estas reuniones, es más probable que discutan el
reciente caso del FBI tanto como los altibajos del matrimonio y la maternidad.

Pero cuando un extraño artístico y sensible se muda al vecindario, las reuniones


del club de lectura se convierten en una especulación sobre el recién llegado.
Patricia se siente inicialmente atraída por él, pero cuando algunos niños del
lugar desaparecen, comienza a sospechar que el recién llegado está involucrado.
Comienza su propia investigación, asumiendo que es un Jeffrey Dahmer o Ted
Bundy. Lo que descubre es mucho más aterrador, y pronto ella, y su club de
lectura, son las únicas personas que se interponen entre el monstruo que han
invitado a sus casas y su desprevenida comunidad.
ADVERTENCIA
Este libro puede ser susceptible al público, contiene:
VIOLENCIA, ESCENAS GORE, VIOLACIONES,
SEXO CON MENORES, TEMAS TABU, LENGUAJE
OFENSIVO, Y TEMAS MADUROS.
RECOMENDADO PARA MAYORES DE 18 AÑOS EN
ADELANTE
Para Amanda,
dondequiera que estén todas tus piezas...
Pro´ logo
Esta historia termina con sangre.
Cada historia comienza con sangre, un bebé llorando siendo arrancado del
útero, bañados en placenta y medio litro de sangre de su madre. Pero no muchas
de las historias terminan con sangre estos últimos días. Por lo general, en un
regreso al hospital, una muerte áspera y tranquila rodeada de máquinas después
de un ataque cardíaco en el camino de la entrada, un derrame cerebral en el
porche trasero, o un lento desvanecimiento por cáncer de pulmón.
Esta historia comienza con cinco niñas, cada una nacida con un toque de
sangre de la madre, luego se convierton en damas, instruidas en las artes de la
buena esposa para convertirse en madres perfectas y padres responsables,
madres que ayudan con la tarea y lavan la ropa, que pertenecen a las sociedades
de flores de la iglesia y clubes de bunco, que envían sus niños a bailes y escuelas
privadas.
Has visto a estas mujeres. Se encuentran para almorzar y se ríen lo
suficientemente fuerte para que todos en el restaurante las escuchen. Se vuelven
tontas después de un solo vaso de vino. Su idea de vivir al límite es comprar un
par de foquitos navideños que se encienden. Agonizan demasiado sobre si pedir
postre o no. Como personas respetables, sus nombres solo aparecerán en el
periódico tres veces: cuando nacen, cuando se casan y cuando mueren. Son
anfitrionas amables. Son generosas con los menos afortunados. Honran a sus
maridos y crían a sus hijos. Ellas entienden la importancia de la porcelana
cotidiana, la responsabilidad de heredar la plata de la abuela, el valor del buen
lino.
Y para cuando esta historia termine, estarán cubiertas de sangre. Alguna será
de ellas. Algunos serán de otros. Pero ellas la harán gotear para él. Nadarán con
él. Se ahogarán con él.
LLORA, AL PAÍS AMADO
Noviembre de 1988
Capitulo 1
En 1988, George H. W. Bush acababa de ganar las elecciones presidenciales,
invitando a todo el mundo a celebrar su victoria, mientras Michael Dukakis lo
perdía. El Dr. Huxtable era el padre de Estados Unidos, Kate y Allie eran las
madres estadounidenses, las Golden Girls eran las abuelas de Estados Unidos,
McDonald’s anunció que estaba abriendo su primer restaurante en la Unión
Soviética, todos compraron Brief History of Time de Stephen Hawking para no
leerlo, Phantom of the Opera se estrenó en Broadway, y Patricia Campbell
estaba lista para morir.
Se roció el cabello, se puso los pendientes y se secó el lápiz labial, pero
cuando se miró en el espejo no vio a un ama de casa de Treinta y nueve, con
dos hijos y un futuro brillante, vio una persona muerta. A menos que estallara
la guerra, los océanos subieran o el sol se cayera, esta noche seria la reunión
mensual del Gremio Literario de Mt. Pleasant y no había leído el libro de este
mes. Ella era la comentarista. Lo que significaba que en menos de noventa
minutos se pararía frente a una habitación llena de mujeres y las guiaria en una
conversación sobre un libro que no había leído.
Tenía la intención de leer Cry, the Beloved Country, honestamente, pero cada
vez que tomaba su copia y leía Hay una hermosa carretera que va desde Ixopo
en las colinas, Korey montaba su bicicleta al final del muelle porque pensaba
que si pedaleaba lo suficientemente rápido podría deslizarse por el agua, o
intentaba prenderle fuego al cabello de su hermano tratando de ver si podía
conseguir quemárselo antes de que el fosforo se apagara, o pasó todo un fin de
semana diciéndole a todos los que llamaron que su madre no podía pasar al
teléfono porque estaba muerta, Patricia solo se enteró cuando la gente comenzó
a aparecer en la puerta de su casa con ramos de rosas blancas y sus condolencia.

Antes de que Patricia pudiera descubrir por qué la carretera de Ixopo era
tan encantadora, vería a Blue pasar corriendo junto a las ventanas del porche y
desnudarse, o darse cuenta de que la casa estaba tan silenciosa porque lo había
dejado en la biblioteca del centro y tuvo que correr en su Volvo y volar de
regreso sobre el puente, rezando de que no la hayan secuestrado los Moonies, o
porque había decidido ver cuántas pasas le caben en la nariz, veinticuatro. Ella
ni siquiera había aprendido dónde estaba Ixopo exactamente porque su suegra,
la señorita Mary, se mudó con ellos para una visita de seis semanas y la sala
del garaje tenía que tener toallas limpias, las sábanas de la cama de invitados
tenían que cambiarse todos los días, y la señorita Mary tenía problemas para
salir de la bañera, por lo que tenían uno de esas barras instaladas, tenía que
encontrar a alguien que hiciera eso, los niños tenían ropa que necesitaba ser
lavada, Carter tuvo que planchar sus camisas, y Korey quería nuevas zapatillas
de fútbol porque todos los demás tenían, pero realmente no podía pagarlos en
este momento, y Blue solo estaba comiendo comida blanca así que tenía que
hacer arroz todas las noches para la cena, y el camino a Ixopo seguía las colinas
sin ella.
Unirse al gremio literario del monte. Le había parecido una buena idea
agradable en su momento. Patricia se dio cuenta de que necesitaba salir de la
casa y conocer más gente en el momento en que ceno con el jefe de Carter y se
inclinó para intentar cortar su filete. Un club de lectura tenía sentido porque le
gustaba leer, especialmente misterio. Carter había sugerido que era porque
pasaba por la vida como si el mundo entero fuera un misterio para ella, y ella
no estaba en desacuerdo, Patricia Campbell y el secreto de cocinar tres comidas
al día, siete días a la semana, sin perder la cabeza. Patricia Campbell y el caso
del niño de cinco años que sigue mordiendo a otras personas. Patricia Campbell
y el misterio de encontrar tiempo suficiente para leer el periódico cuando tiene
dos hijos y una suegra que viven con ella y todo el mundo necesita que le laven
la ropa, le alimenten, la casa necesita ser limpiada y alguien tiene que darle al
perro su comida y probablemente debia lavarse el cabello cada pocos días o su
hija preguntaría por qué parecía una persona de la calle. Unas pocas preguntas
discretas, y había sido invitada a la reunión inaugural del Gremio literario del
monte. Era agradable que fuera en la casa de Marjorie Fretwell. Pleasant eligió
sus libros para ese año en un proceso muy democrático: Marjorie Fretwell los
invitó a seleccionar once libros de una lista de trece que consideró apropiados.
Ella preguntó si había otros libros, quería recomendar algunos, pero todas
entendieron que no era una pregunta real, a excepción de Slick Paley, que
parecía crónicamente incapaz de leer las señales sociales.
— Me gustaria nominar Like Lambs to the Slaughter: Your Child and the
Occult — dijo Slick. — Con esa tienda de cristal en Coleman Boulevard y
Shirley MacLaine en la portada de la revista Time hablando sobre su vida
pasada, necesitamos una llamada de atención.
— Nunca había oído hablar de eso — dijo Marjorie Fretwell. —Así que me
imagino que cae fuera de nuestro mandato de leer los grandes libros del mundo
occidental. ¿Alguien más?
— Pero... — protestó Slick.
— ¿Alguien más? — Repitió Marjorie.
Seleccionaron los libros que Marjorie les escribió, asignaron a cada uno un
libro para el mes que Marjorie pensó que era mejor y eligió a los comentaristas
que pensó que eran las más apropiadas. La comentarista abriría la reunión
mediante una presentación de veinte minutos sobre el libro, sus antecedentes y
la vida de su autor, luego dirigiría la discusión grupal. La comentarista no podía
cancelar ni intercambiar libros con nadie más sin pagar una fuerte multa porque
el Gremio Literario de Mt. Pleasant no se andaba con juegos.
Cuando quedó claro que no iba a poder terminar Cry, the Beloved Country,
Patricia llamó a Marjorie.
— Marjorie — dijo por teléfono mientras tapaba el arroz, bajándolo de
ebullición. — Es Patricia Campbell. Necesito hablar contigo sobre Cry, the
Beloved Country.
— Un trabajo difícil, — dijo Marjorie.
— Por supuesto, — dijo Patricia.
— Sé que le harás justicia — dijo Marjorie.
— Haré mi mejor esfuerzo — dijo Patricia, dándose cuenta de que esto era
exactamente lo contrario de lo que necesitaba decir.
— Y es muy oportuno dada la situación en Sudáfrica en este momento —
Dijo Marjorie.
Un rayo frío de miedo atravesó a Patricia, ¿Cuál era la situación en Suráfrica
ahora mismo?
Después de colgar, Patricia se maldijo a sí misma por ser una cobarde y una
tonta, y juró ir a la biblioteca a buscar Cry, the Beloved Country en el Directory
of World Literature, pero tuvo que hacer bocadillos para el equipo de fútbol de
Korey, la niñera estaba ennerfa, y Carter tuvo un viaje repentino a Columbia,
ella tuvo que ayudarlo a empacar, y luego una serpiente salió del inodoro en la
sala por el garaje y tuvo que golpearla hasta matarla con un rastrillo, Blue bebió
una botella de Wite-Out y tuvo que llevarlo al médico para ver si moriría (no lo
haría). Trató de buscar a Alan Paton, el autor, en su World Book Encyclopedia,
pero les faltaba el volumen P. Tomó nota mental de que necesitaban nuevas
enciclopedias.
El timbre sonó.
— Mamaaaa — llamó Korey desde el pasillo de la planta baja. — ¡La pizza
está aquí!
No podía posponerlo más. Era hora de enfrentar a Marjorie.

Marjorie tenía folletos.


— Estos son solo algunos artículos sobre eventos actuales en Sudáfrica,
incluyendo el reciente malestar en Vanderbijl park — dijo. — Pero creo que
Patricia nos resumirá muy bien las cosas en su discurso sobre el Sr. Alan Paton
en Cry, the Beloved Country.
Todos se volvieron para mirar a Patricia sentada en el enorme sofá rosa y
blanco de Marjorie. Al no estar familiarizada con el diseño de la casa de
Marjorie, se había puesto un vestido de flores y sentía que todo lo que veían era
su cabeza flotando en el aire. Deseaba quitarse el vestido y desaparecer por
completo. Sintió que su alma salía de su cuerpo y flotaba junto al techo.
— Pero antes de que empiece —dijo Marjorie, y todas las cabezas se
volvieron hacia ella — tengamos un momento de silencio para el Sr. Alan Paton.
Su fallecimiento antes este año ha sacudido al mundo literario tanto como a mí.
El cerebro de Patricia daba vueltas, ¿El autor había muerto? ¿Recientemente?
No había visto nada en el periódico. ¿Qué podía decir ella? ¿Cómo murió?
¿Fue asesinado? ¿Destrozado por perros salvajes? ¿Ataque al corazón?
— Amén — dijo Marjorie. — ¿Patricia?
El alma de Patricia decidió que no era tonta y ascendió a la otra vida,
dejándola a merced de las mujeres que la rodeaban. Estaba Grace Cavanaugh,
que vivía a dos puertas de Patricia, pero a quien solo había conocido una vez
cuando Grace tocó el timbre y dijo, — Lamento molestarla, pero has vivido aquí
durante seis meses y necesito saber, ¿Así es como quiere que se vea su jardín?
Slick Paley parpadeó rápidamente, su rostro afilado, y sus ojos diminutos
pegados en Patricia, con su bolígrafo sobre su cuaderno. Louise Gibbes aclaró
su garganta. Cuffy Williams se sonó la nariz lentamente con un pañuelo de
papel. Sadie Funchese se inclinó hacia adelante, mordisqueando una pajita de
queso, con los ojos clavados en Patricia. La única persona que no la miraba era
Kitty Scruggs, que miraba a la botella de vino en el centro de la mesa de café
que nadie se había atrevido a abrir.
— Bueno... — comenzó a decir Patricia. — ¿No amamos todos Cry, the
Beloved Country?
Sadie, Slick y Cuffy asintieron. Patricia miró su reloj y vio que habían pasado
siete segundos. Podría quedarse sin reloj. Dejó que el silencio permaneciera
esperando que alguien saltara y dijera algo, pero hizo una larga pausa y eso solo
hizo que Marjorie dijera, — ¿Patricia?
— Es muy triste que Alan Paton haya sido asesinado en el mejor momento
de su vida antes de seguir escribiendo más novelas como Cry, the Beloved
Country — dijo Patricia, siguiendo su camino, palabra por palabra, guiada por
los asentimientos de las otras mujeres.
— Debido a que este libro tiene tantas cosas oportunas y relevantes que
decirnos ahora, especialmente después de los terribles acontecimientos de
Vander... Vanderbill... Sudáfrica.
El asentimiento se hizo más fuerte. Patricia sintió que su alma descendía
hacia su cuerpo. Siguió adelante.
— Quería contarte todo sobre la vida de Alan Paton — dijo. — ¿Por qué
escribió este libro? Pero todos esos hechos no expresan cuán poderosa es esta
historia, cuánto me conmovió, el gran grito de indignación que sentí al leerlo.
Este es un libro que lees con el corazón, no con la mente. ¿Alguien más se sintió
de esa manera?
Los asentimientos fueron generales, por toda la sala.
— Exactamente. — Slick Paley asintió. — Si.
— Lo siento tanto por Sudáfrica, — dijo Patricia, y luego recordó que el
marido de Mary Brasington estaba en la banca y Joanie, el marido de Wieter
hizo algo con la bolsa de valores y podrían haber invertido allí. — Pero sé que
el problema tiene muchos puntos de vista, y me pregunto si alguien quería
presentar otro. En el espíritu del libro del Sr. Paton, esto debería ser una
conversación, no un discurso.
Todos asintieron. Su alma volvió a asentarse en su cuerpo. Ella había hecho
eso. Había sobrevivido. Marjorie se aclaró la garganta.
— Patricia — preguntó Marjorie. — ¿Qué pensaste sobre lo que el libro tenía
que decir sobre Nelson Mandela?
— Muy inspirador — dijo Patricia. — Simplemente domina todo, aunque en
realidad acabo de mencionarlo.
— No creo que lo hayas leido — dijo Marjorie, y Slick Paley dejó de asentir.
— ¿Dónde lo viste que lo mencionaran? ¿En qué página?
El alma de Patricia comenzó a ascender nuevamente hacia la luz. Adiós, dijo.
Adiós, Patricia. Estás sola ahora…
— ¿Su espíritu de libertad? — Dijo Patricia. — ¿Impregnada en todas las
páginas?
— Cuando se escribió este libro — dijo Marjorie. — Nelson Mandela todavía
era estudiante de derecho y miembro menor de la ANC. No estoy segura de
cómo su espíritu podría estar en cualquier parte de este libro, y mucho menos
en todas las páginas.
Marjorie taladró el rostro de Patricia con sus ojos helados.
— Bueno — gruñó Patricia, porque ahora estaba muerta y aparentemente la
muerte se sentía muy, muy seca. — Qué iba a hacer. Podías sentirlo
construyéndose aquí. En este libro. Eso lo leímos.
— Patricia — dijo Marjorie. — No leíste el libro, ¿verdad?
El tiempo se detuvo. Nadie se movió. Patricia quería mentir, pero toda una
vida la habían criado y convertido en una dama.
— Algo — dijo Patricia.
Marjorie dejó escapar un profundo suspiro que pareció durar una eternidad.
— ¿Dónde te detuviste? — Preguntó ella.
— ¿La primera página? — Dijo Patricia, luego comenzó a balbucear. — Lo
siento, sé que te decepcioné, pero la niñera tenía mononucleosis y la madre de
Carter está quedándose con nosotros, y una serpiente salió del inodoro, y todo
ha sido tan difícil este mes. Realmente no sé qué decir excepto que lo siento
mucho.
Su visión se oscureció y un sonido agudo chilló en su oído derecho.
— Bueno — dijo Marjorie. — Tú eres la que te perdiste de la que
posiblemente sea una de las mejores obras de la literatura mundial. Y nos has
robado a todos tu punto de vista único. Pero lo hecho, hecho está hecho. ¿A
alguien más estaría dispuesta a dirigir la discusión?
Sadie Funche se encogió en su vestido de Laura Ashley como una tortuga,
Nancy Fox empezó a negar con la cabeza antes de que Marjorie llegara al final
de su sentencia, y Cuffy Williams se congeló como un animal de presa
enfrentado por un depredador.
— ¿Alguien leyó realmente el libro de este mes? — Preguntó Marjorie.
Silencio.
— No puedo creer esto — dijo Marjorie. — Todas estuvimos de acuerdo,
hace once meses, en leer los grandes libros del mundo occidental y ahora, menos
de un año más tarde, llegamos a esto. Estoy profundamente decepcionada de
todas ustedes. Pensé queríamos mejorar, exponernos a pensamientos e ideas de
fuera de aquí. Agradables. Todos los hombres dicen, No es demasiado
inteligente que una chica sea inteligente, y se ríen de nosotras y piensan que
solo nos preocupamos por nuestro cabello. Los únicos libros que nos dan son
libros de cocina porque en sus mentes somos tontas, de conocimientos ligeros.
Y acaban de demostrarles que tienen razón.
Se detuvo para recuperar el aliento. Patricia notó que el sudor le brillaba.
Marjorie continuó,
—Les sugiero encarecidamente que se vayan a casa y piensen si quieren
unirse a nosotras el próximo mes para leer Judas el Oscuro y...
Grace Cavanaugh se puso de pie y se colgó el bolso del hombro.
— ¿Grace? — Preguntó Marjorie. — ¿No te quedas?
— Acabo de recordar que tengo una cita — dijo Grace. — Se me escapó por
completo.
— Bueno — dijo Marjorie, su impulso socavado. — No dejes que vuelva a
pasar.
— No, no lo hare — dijo Grace.
Y con eso, la alta, elegante y decidida Grace salió flotando de la habitación.
La reunión se disolvió. Marjorie se retiró a la cocina, seguida de una preocupada
Sadie Funche. Un grupo desanimado de mujeres se derrumbaban alrededor de
la mesa de los postres charlando. Patricia acechaba su silla hasta que nadie
pareció estar mirando, luego salió disparada de la casa.
Mientras cruzaba el patio delantero de Marjorie, escuchó un ruido que sonaba
como un Hey. Se detuvo y buscó la fuente.
— Oye, — repitió Kitty Scruggs.
Kitty estaba detrás de la fila de coches aparcados en el camino de entrada de
Marjorie, una nube de humo azul flotando sobre su cabeza, un cigarrillo largo
y delgado entre sus dedos. Junto a ella estaba Maryellen algo u otra, también
fumando. Kitty le hizo un gesto a Patricia con una mano. Patricia sabía que
Maryellen era una yanqui de Massachusetts que les dijo todos que era feminista.
Y Kitty era una de esas mujeres grandes que usaban el tipo de ropa que la gente
llama caritativamente "divertida", suéteres con huellas de manos multicolores,
con gruesas joyas de plástico.
Patricia sospechaba que enredarse con mujeres como esta era pisar una
pendiente resbalosa que terminaba con sus astas de reno de fieltro en Navidad,
o estar parado afuera de Citadel Mall pidiendo a la gente que firme una petición,
así que se acercó a ellas con precaución.
— Me gustó lo que hiciste allí, — dijo Kitty.
— Debería haber encontrado tiempo para leer el libro, — le dijo Patricia.
— ¿Por qué? — Preguntó Kitty. — V Fue aburrido. No pude pasar del primer
capítulo.
— Necesito escribirle una nota a Marjorie — dijo Patricia. — Pedir
disculpas.
Maryellen entrecerró los ojos para protegerse del humo y dio una probada a
su cigarrillo.
— Marjorie obtuvo lo que se merecía — dijo, exhalando.
— Escucha. — Kitty colocó su cuerpo entre ellas dos y el de Marjorie. —
Estoy segura que algunas personas querrán leer un buen libro así que vengan a
mi casa el próximo mes para que hablemos al respecto. Maryellen no estará allí.
— No podría encontrar el tiempo para pertenecer a dos clubes de lectura, —
dijo Patricia.
— Confía en mí — dijo Kitty. — Después de hoy, el club de lectura de
Marjorie ha terminado.
— ¿Qué libro estás leyendo? — Patricia preguntó, buscando a tientas razones
para decir No.
Kitty metió la mano en su bolso de mezclilla y sacó el tipo de libros de
bolsillo baratos que vendían en la farmacia.
— Evidencia de amor; una verdadera historia de pasión y muerte en los
suburbios — dijo.
Patricia se sorprendió. Este era uno de esos libros sobre crímenes verdaderos
de mala calidad. Pero claramente Kitty lo estaba leyendo y no se podía llamar
gusto de mala calidad si la otra persona lo estaba leyendo, incluso si lo fueran.
— No estoy segura de que ese sea mi tipo de libro, — dijo Patricia.
— Estas dos mujeres eran mejores amigas y se hicieron pedazos con hachas
— dijo Kitty. — No finjas que no quieres saber lo que pasó.
— Jude es oscuro por una razón — gruñó Maryellen.
— ¿Son solo ustedes dos? — Patricia preguntó.
Una voz surgió detrás de ella.
— Hola a todas — dijo Slick Paley. — ¿De qué están hablando?
Capitulo 2
La última campana del día sonó en algún lugar en lo profundo de las entrañas
de la Academia Albemarle y las puertas dobles se abrieron y degollaron a una
multitud de niños pequeños atados bajo bolsas de libros abultadas y con el lomo
doblado. Se dirigieron cojeando al área del aparcamiento como gnomos
ancianos, doblados doblemente debajo de tres carpetas y libros de estudios
sociales. Patricia vio a Korey y toco el claxon. Korey miró hacia arriba y echó
a correr a trompicones que hizo que Patricia le doliera el corazón. Su hija se
deslizó en el asiento del pasajero, cargando su mochila en su regazo.
— Cinturones de seguridad — dijo Patricia, y Korey hizo clic en el suyo.
— ¿Por qué me recoges? — Preguntó Korey.
— Pensé que podíamos pasar por Foot Locker y mirar las zapatillas
deportivas — dijo Patricia. — ¿No dijiste que necesitabas unas nuevas?
Entonces pensé que podríamos pasear.
Sintió que su hija comenzaba a brillar, y mientras conducían por el oeste
Ashley Bridge, Korey le explicó a su mamá sobre todos los diferentes tipos de
zapatilla que tenían las otras chicas y por qué necesitaba zapatillas afiladas y
tenían que ser zapatillas de suela dura y no zapatillas de suela blanda aunque
jugaran en hierba porque las zapatillas de suela dura eran más rápidas. Cuando
se detuvo para respirar,
Patricia dijo, — Me enteré de lo que pasó en el recreo.
Toda la luz se apagó dentro de Korey, y Patricia inmediatamente se arrepintió
de decir cualquier cosa, pero tenía que decir algo porque ¿No es eso lo que las
madres hacen?
— No sé por qué Chelsea te bajó los pantalones frente a la clase — dijo
Patricia. — Pero fue algo feo y malo. Tan pronto como lleguemos a casa, voy
a llamar a su madre.
— ¡No! — Dijo Korey. — Por favor, por favor, por favor, no pasó nada. No
fue gran cosa. Por favor mamá.
La propia madre de Patricia nunca se había puesto de su lado en nada, y
Patricia quería que Korey entendiera que esto no era un castigo, era una buena
cosa, pero Korey se negó a entrar en Foot Locker y murmuró que ella no quería
yogur helado, y Patricia sintió que era profundamente injusto cuando todo lo
que había intentado hacer era ser una buena madre y de alguna manera eso la
hizo la Malvada Bruja del Oeste. Para cuando ella se detuvo en su camino de
entrada, llevaba el volante en un apretón de muerte, no estaba de humor ver un
Cadillac blanco del tamaño de un bote pequeño bloqueando su camino y Kitty
Scruggs de pie en los escalones de la entrada.
— Holaaa.
— Korey, esta es la Sra. Scruggs, — dijo Patricia, sonriendo demasiado.
— Encantada de conocerte, — murmuró Korey.
— ¿Eres Korey? — Preguntó Kitty. — Escuche lo que la pequeña Donna
Phelps te hizo hoy en la escuela.
Korey miró al suelo, el cabello colgando sobre su rostro. Patricia quería
decirle a Kitty que solo lo estaba empeorando.
— La próxima vez que Chelsea Phelps haga algo así — dijo Kitty,
avanzando, — le dices a todo el mundo a todo pulmón que Chelsea Phelps pasó
la noche en la casa de Merit Scruggs el mes pasado y se orinó en su saco de
dormir y le echo la culpa al perro.
Patricia no podía creerlo. Los padres no decían cosas así sobre otros hijos de
la gente. Se acercó para decirle a Korey algo que pudo escuchar, pero vio a su
hija mirando a Kitty con asombro, con los ojos redondos y la boca abierta.
— ¿De Verdad? — Preguntó Korey.
— Ella rompió la mesa, — dijo Kitty. — Y trato de culpar a mi hijo de cuatro
años.
Por un largo y frio momento, Patricia no supo qué decir, luego Korey se echó
a reír. Ella se rió tan fuerte que se sentó en el frente, se cayó de lado y jadeó
hasta que empezó a tener hipo.
— Entra y saluda a tu abuela, — dijo Patricia, sintiéndose repentinamente
agradecida con Kitty.
— ¿No son muy inquietos a esa edad? — Dijo Kitty, mirando a Korey irse.
— Son peculiares, — dijo Patricia.
— Son adolescentes, — dijo Kitty. — Pequeños adolecentes amargos que
deberían salir de sus casas cuando tengan dieciocho años. Mira, te traje esto.
Le entregó a Patricia una nueva y brillante copia rústica de Evidence of Love.
— Sé qué piensas que es basura, — dijo Kitty. — Pero tiene pasión, amor,
odio, romance, violencia, emoción. Es como Thomas Hardy, solo que en rústica
y con ocho páginas de fotografías en el medio.
— No lo sé, — dijo Patricia. — No tengo mucho tiempo...
Pero Kitty ya se estaba yendo a su coche. Patricia decidió que el misterio
debería llamarse Patricia Campbell y La incapacidad de decir no.
Para su sorpresa, leyó el libro en tres días.

Patricia casi no llega a la reunión. Justo antes de que se fuera, Korey se lavó
la cara con jugo de limón para deshacerse de sus pecas y le cayeron en ambos
ojos, enviándola chillando al pasillo, donde corrió de cara al pomo de una
puerta. Patricia le enjuagó los ojos con agua, puso una bolsa de guisantes
congelados en sus ojos, le dijo a Korey que había comido tantos guisantes que
gracias a eso se le quitaron las pecas, la acomodó en el sofá con Miss Mary
para ver The Cosby Show. Llegó a la reunión diez minutos tarde.

Kitty vivía en Seewee Farms, un trozo de doscientos acres de Boone Hall


en una plantación que había sido parcelada hace mucho tiempo como regalo de
bodas a algún Lord. A través de desventuras y malas decisiones haba llegado a
las manos de la abuela de Kitty, y cuando esa eminente anciana había declinado
elegantemente a su tumba, se lo había pasado a su yerno favorito, el marido
de Kitty, Horse.
En medio de la nada, rodeado de arrozales inundados y bosque de pinos
enmarañado, estaba anclado por una casa principal horriblemente fea pintada
de un marrón chocolate y envuelta en porches hundidos y columnas podridas
con mapaches en el ático y zarigüeyas en las paredes. Era exactamente el tipo
de gran casa, suspendida en un estado de graciosa decadencia, Patricia pensó
que todos eran mejores propietarios que los Charleston.
Ahora ella estaba de pie ante las enormes puertas dobles en el extenso porche
y presionó el timbre, no pasó nada. Lo intentó de nuevo.
— ¡Patricia! — Llamó Kitty.
Patricia miró a su alrededor, luego hacia arriba. Kitty se asomó al segundo
piso por una ventana.
— Ve al otro lado, — gritó Kitty. — No hemos podido encontrar la llave de
esa puerta.
Se encontró con Kitty junto a la puerta de su cocina.
— Entra, — dijo Kitty. — No te preocupes por el gato.
Patricia no vio al gato por ningún lado, pero vio algo que la emocionó. La
cocina de Kitty era un desastre. Cajas de pizza vacías, libros escolares, correo
basura y trajes de baño mojados llenaban cada superficie plana. Ediciones
anteriores de Southern Living se deslizaban de las sillas. Un motor desmontado
cubría la mesa de la cocina. En comparación, la casa de Patricia se veía perfecta
como una revista.
— Así es como se ven cinco niños, — dijo Kitty por encima del hombro.
El vestíbulo parecía sacado de Lo que el viento se llevó, excepto por la
escalera en picada y el piso de roble fueron enterrados bajo un deslizamiento de
tierra, calcetines de gimnasia enrollados, ardillas disecadas, que brillan en la
oscuridad Frisbees, fajos de tickets de estacionamiento, atriles plegables,
balones de fútbol, palos de lacrosse, un paragüero lleno de bates de béisbol y un
árbol de caucho muerto de cinco pies de alto atrapado dentro de una maceta
hecha de un elefante amputado.

Kitty se abrió camino a través todo ese desorden, llevando a Patricia a una
habitación donde Slick Paley y Maryellen, y como quiera que se llamaba la que
estaba sentada en el borde de un sofá cubierto con aproximadamente quinientos
cojines. Frente a ellas, Grace Cavanaugh estaba sentada con la espalda recta
en un banco de piano. Patricia no vio ningún piano.
— Está bien, — dijo Kitty, sirviendo vino de una jarra. — Hablemos de
¡asesinatos!
— ¿No necesitamos un nombre primero? — Preguntó Slick. — Y seleccionar
libros para el ¿año?
— Esto no es un club de lectura, — dijo Grace.
— ¿Qué quieres decir con que esto no es un club de lectura? —Preguntó
Maryellen.
— Nos reunimos para hablar sobre un libro de bolsillo que todos leímos —
dijo Grace. — No es como si fuera un libro real.
— Lo que digas, Grace, — dijo Kitty, dejando copas de vino en manos de
todoas. — Mi niño de vive en esta casa y faltan años antes de que se vaya el
mayor. Si no consigo una conversación de adultos esta noche me voy a volar
los sesos.
— Escucha, escucha — dijo Maryellen. — Tres niñas; siete, cinco y cuatro.
— Cuatro es una edad tan hermosa, — susurró Slick.
— ¿Lo es? — Preguntó Maryellen, entrecerrando los ojos.
— Entonces, ¿somos un club de lectura? — Preguntó Patricia. Le gustaba
saber dónde estaban las cosas destacadas.
— Somos un club de lectura o no somos un club de lectura, ¿A quién le
importa? — Dijo Kitty.
—Lo que quiero saber es por qué Betty Gore se acercó a su buena amiga,
Sandy Montgomery, con un hacha y ¿cómo diablos la cortaron?

Patricia miró a su alrededor para ver qué pensaban las otras mujeres.
Maryellen con sus jeans azules lavados en seco, su coletero y su áspera voz
yanqui; Slick que parecia un ratón particularmente ansioso con sus puntiagudos
dientes y ojos brillantes; Kitty con su blusa de mezclilla con notas musicales
extendidas al frente con lentejuelas doradas, sorbiendo una jarra de vino, el
cabello hecho un desastre, como un oso recién despertado de la hibernación; y
finalmente Grace con un volante inclinándose ante su garganta, sentada
derecha, manos perfectamente dobladas en su regazo, ojos parpadeando
lentamente detrás de sus anteojos de montura grande, estudiándolas a todas
como un búho.
Estas mujeres eran demasiado diferentes a ella. Patricia no pertenecía aquí.
— Creo — dijo Grace, y se sentaron más erguidas, — que muestra una
notable falta de planificación por parte de Betty. Si vas a asesinar a tu mejor
amiga con un hacha, debes asegurarte de saber lo que estás haciendo.
Eso dio inicio a la conversación, y sin pensarlo, Patricia se encontró hablando
del libro dos horas después cuando caminaron hacia sus autos.
Al mes siguiente leyeron Los asesinatos de Michigan, la verdadera historia
del reinado del terror del Destripador de Ypsilanti, y luego Una muerte en
Canaán, un Caso clásico del bien y del mal en un pequeño pueblo de Nueva
Inglaterra, seguido de Bitter Blood, una historia real del orgullo, la locura y de
asesinato múltiple, todas ellas recomendaciones de Kitty.
Seleccionaron juntas los libros del próximo año, con fotos borrosas en blanco
y negro de las escenas del crimen, las cronologías minuto a minuto de la noche
en que todo empezó a desdibujarse, a Grace se le ocurrió la idea de alter cada
libro de crímenes verdaderos con una novela, para que leyeran El silencio de
los corderos un mes y los sueños enterrados, dentro de la mente de John Wayne
Gay el siguiente que Leyeron fue The Chillido Stranglers de Darcy O'Brien,
seguido por Titus Andronicus de Shakespeare, con sus hijos horneando un
pastel dándoselo a su madre.
— El problema con eso, — señaló Grace, — ¿Se necesitarían pasteles
extremadamente grandes para dos niños?
A Patricia le encantó. Le preguntó a Carter si quería leer con ella pero le dijo
que trataba con pacientes locos todo el día, y que lo último que quería hacer era
volver a casa y leer sobre los locos. Patricia no le conto lo del no club de lectora,
con todas las muertes, asesinos a sueldo y ángeles de la muerte, le dio una nueva
perspectiva de la vida.
Carter y ella se habían mudado a Old Village el año pasado porque habían
querido vivir en un lugar con mucho espacio, en un lugar tranquilo y en algún
lugar importante pero seguro. Querían algo más que un barrio, querían una
comunidad, donde su casa dijera que era un conjunto de valores. En algún lugar
protegido del caos y el incesante cambio del mundo exterior. Donde los niños
puedan jugar afuera todo el día, sin supervisión, hasta que los llamases para
cenar.
The Old Village estaba justo al otro lado del río Cooper desde el centro de
Charleston en el suburbio de Mt. Pleasant, pero mientras Charleston era formal
y sofisticado, Mt. Pleasant era su parte rural, Old Village era una forma de vida.
O al menos eso era lo que la gente que vivía allí creía. Y Carter había trabajado
mucho y muy duro para que finalmente pudieran permitirse no solo una casa,
sino una forma de vida.
Esta forma de vida era una rebanada de robles y casas elegantes que yacían
entre Coleman Boulevard y Charleston Harbor, donde aún saludaban a los
coches cuando pasaban y nadie conducía más de veinticinco millas por hora.
Fue donde Carter le enseñó a Korey y Blue a salir del muelle, bajando cuellos
de pollo crudos atados con largas cuerdas en el agua turbia del puerto, y
arrancando cangrejos de ojos mezquinos que recogían en redes. Recogian
camaroneros por la noche, iluminados por el resplandor blanco silbante de su
linterna Coleman.
Fueron a asados de ostras y escuela dominical, recepciones de boda en el
Salón de la Alhambra y funerales en Stuhr. Fueron al Pierates Cruze fiesta en
la calle cada Navidad, bailaban la pelusa en Wild Dunes en Víspera de Año.
Korey y Blue fueron a la Academia Albemarle en el otro al otro lado del puerto
para ir a la escuela, hacer amigos y hacer pijamadas, Patricia conducía en coche
compartido, nadie cerraba sus puertas, y todos sabían dónde dejabas tu llave de
repuesto cuando salías de la ciudad, podías salir todo el día y dejar las ventanas
abiertas y lo peor que podía pasar es que ¿Llegaras a casa y encontrarías el gato
de otra persona durmiendo en el mostrador de tu cocina?
Era un buen lugar para criar a tus hijos. Era un lugar maravilloso para estar
en familia. Estaba tranquilos y cómodos, era pacífico y seguro.
Pero a veces Patricia quería que la desafiaran. A veces ella anhelaba ver de
qué estaba hecha. A veces recordaba ser enfermera antes de casarse con Carter
y se preguntó si todavía podría sanar una herida y mantener una arteria cerrada
con los dedos, o si todavía tenía el coraje para sacar un anzuelo del párpado de
un niño. A veces ansiaba un poco peligro. Y por eso tenía un club de lectura.

En el otoño de 1991, los amados gemelos Minnesota de Kitty llegaron al


mundo y consiguió que Horse cortara con motosierra los dos pinos en su patio
delantero y colocara una mini cancha de béisbol a escala. Ella invitó a todas las
miembros de su club que no es del todo un club y a sus maridos para una partida.
— Todas, — dijo Slick, en su última reunión antes del juego. — Necesito
desahogar mi conciencia.
— Jesucristo, — dijo Maryellen, poniendo los ojos en blanco. — Aquí viene.
— No hables de a quién no conoces, — respondió Slick. — Ahora que están
todas ustedes, no me gusta pedirle a la gente que peque...
— Si el béisbol es un pecado, me voy al infierno, — dijo Kitty.
— Mi esposo, él... bueno, — dijo Slick, ignorando a Kitty. — Leland no
entiende por qué leemos libros tan morbosos en nuestro club de lectura...
— No es un club de lectura, — dijo Grace.
— …y no quería preocuparlo,— continuó Slick, — así que le dije que era un
grupo de estudio de la Biblia.
Nadie dijo nada durante quince segundos. Finalmente, Maryellen habló. —
¿Le dijiste a tu esposo que habíamos estado leyendo la Biblia?
— Recompensa toda una vida de estudio, — dijo Slick.
El silencio se prolongó mientras se miraban la una a la otra, incrédulas y
luego todas se echaron a reír.
— Hablo en serio, — dijo Slick. — No me dejará venir más si se entera.
Se dieron cuenta de que hablaba en serio.
— Slick, — dijo Kitty, solemnemente. — Te prometo que el sábado todas
profesaremos un sincero y profundo entusiasmo por la palabra de Dios.
Y el sábado, todas lo hicieron. Los maridos se juntaron en el patio delantero
de Kitty, estrechando manos y haciendo bromas, con su barba de fin de semana
con el logo de Clemson, sus polos metidos en sus pantalones cortos de mezclilla
lavados. Kitty los dividió en equipos, dividiéndolo por las parejas, pero Patricia
insistió en que a Korey se le permitiera jugar.
— Todos los demás niños están nadando en el muelle, — dijo Kitty.
— Prefiere jugar béisbol, — dijo Patricia.
— No voy a lanzar de manera deshonesta solo porque sea una niña, — dijo
Kitty.
— Ella estará bien, — dijo Patricia.
Kitty tenía un brazo fuerte y era buena lanzadora, lanzó letales bolas rápidas.
Korey la vio agarrar el palo con fuerza, mirando a donde estaban Slick y Ed.
— Mamá — dijo. — ¿Qué pasa si fallo?
— Entonces hiciste lo mejor que pudiste, — le dijo Patricia.
— ¿Qué pasa si rompo una de sus ventanas? — Preguntó Korey.
— Entonces te compraré un yogur helado de camino a casa, — dijo Patricia.
Pero mientras Korey caminaba hacia el plato de home, una racha de
preocupación atravesó a Patricia.
Korey sostuvo el palo incómoda y su punta se bamboleaba en el aire. Sus
piernas parecían demasiado delgadas, sus brazos parecían demasiado débiles.
Ella era solo un bebé. Patricia estaba dispuesta a consolarla y decirle que hizo
todo lo posible. Kitty le dio a Patricia un encogimiento de hombros en señal de
disculpa, luego echó el brazo derecho hacia atrás y lanzó una bola rápida
gritándole a Korey en línea recta.
Hubo un crujido y la bola repentinamente cambió de dirección, navegando
en un arco alto hacia la casa de Kitty, y luego, en el último momento, se elevó,
elevándose sobre el techo, sobre la casa, bajando en algún lugar profundo del
bosque.
Todos, incluso Korey, miraron, congelados.
— ¡Ve, Korey! — Patricia gritó, rompiendo el silencio. — ¡Corre!
Korey rodeó las bases y su equipo se llevó el juego, 6 — 4. Korey estaba en
muy emocionda por cada uno de esos puntos.

Seis meses después, quedó claro que la señorita Mary ya no podía vivir ahí.
Carter y sus dos hermanos mayores acordaron turnarse para tener a su madre y
que se quedara con ellos cada cuatro meses, Carter, siendo el más joven, la tomó
primero.
Luego Sandy llamó el día antes de que se suponía que debía conducir y
recogerla para decirle, — Mis hijos son demasiado pequeños para estar con
mamá cuando está confundida. Queremos que la recuerden como solía ser.
Carter llamó a su hermano mayor, pero Bobby dijo, — Mamá no estaría
cómoda en Virginia, hace demasiado frío aquí.
Se intercambiaron duras palabras, luego Carter, sentado al final de su cama,
apretó con fuerza el pulgar en el botón de colgar del teléfono portátil y lo
mantuvo allí durante mucho tiempo antes de decir, — Mamá se queda.
— ¿Por cuánto tiempo? — Patricia preguntó.
— Para siempre — dijo él.
— Pero, Carter... — comenzó.
— ¿Qué quieres que haga, Patty? — Preguntó. — ¿Echarla a la calle? No
puedo ponerla en una nueva casa.
Patricia se suavizó de inmediato. El padre de Carter había muerto cuando era
joven y su madre lo había criado sola. Su siguiente hermano mayor era ocho
años mayor que él y por eso habían sido Carter y su madre solamente.
Los sacrificios de la señorita Mary por Carter eran una leyenda familiar.
— Tienes razón, — dijo. — Tenemos la habitación del garaje. Haremos que
funcione.
— Gracias, — dijo, después de una larga pausa, y sonó tan genuinamente,
agradecida, sabía que habían tomado la decisión correcta. Pero Korey estaba
comenzando la escuela secundaria y Blue no podía concentrarse en matemáticas
y necesitaba un tutor, solo estaba en cuarto grado, y la madre de Carter no
siempre podía decir lo que estaba pensando, se estaba poniendo peor cada día.
La frustración envenenó la personalidad de la señorita Mary. Una vez que la
habían adorado sus nietos. Ahora, cuando Blue derribó accidentalmente su
suero de leche le pellizcó el brazo con tanta fuerza que dejó una marca negra y
azul. Ella pateó Patricia en la espinilla después de descubrir que no había hígado
para la cena. Exigía ser llevada a la estación de autobuses constantemente.
Después de una serie de incidentes, Patricia se enteró de que no podía quedarse
sola en casa. Grace pasó temprano una tarde un día en que la señorita Mary
había tirado su tazón de cereal al suelo, luego atascó su inodoro en la cochera
con un rollo de papel completo.
— Quería que fueras mi invitada para la noche de clausura de Spoleto.
Grace le dijo a Patricia. — Tengo entradas para ti, Kitty, Maryellen y Slick.
Pensé que sería bueno si hiciéramos algo cultural.
Patricia ansiaba irse. La noche de clausura de Spoleto era al aire libre en
Middleton Place. Tenían un picnic sobre una manta en la colina frente al lago
mientras que la Orquesta Sinfónica de Charleston tocaba música clásica y
terminaba con fuegos artificiales. Entonces escuchó a Ragtag gritar desde la
guarida y la señorita Mary decía algo feo.
— Lo siento, pero no puedo, — dijo Patricia.
— ¿Puedo ayudar? — Grace preguntó.
Y todo salió a la luz, lo asustada que se sentía Patricia de que la señorita Mary
viviera con ellos, lo difícil que fue para ella sentarse a la mesa a cenar con los
niños, cuánta tensión había para ella y Carter.
— Pero no quiero quejarme, — dijo Patricia. — Ella hizo tanto por Carter.
Grace lamento que Patricia no iría a Spoleto, luego se fue y Patricia se
maldijo por hablar demasiado.

Al día siguiente, una camioneta se detuvo en el camino de entrada de


Patricia con Kitty y los niños en la parte de atrás junto con un inodoro portátil,
un
andador, orinales, lavamanos, cubiertos de plástico de mango grande y cajas
de platos irrompibles.
— Cuando la madre de Horse vivía con nosotros, terminamos con toda esta
basura. — Dijo. — Traeremos la cama del hospital mañana. Solo necesito juntar
a algunos muchachos más para levantarla.
Patricia se dio cuenta de que Grace debió haber llamado a Kitty y le dijo sobre
su situación. Antes de que pudiera llamar a Grace para darle las gracias, sonó el
timbre otra vez. Una mujer negra bajita, regordeta pero de ojos afilados, con el
cabello recogido, un casco anticuado, con pantalones blancos y una túnica de
enfermera blanca, estaba en su porche delantero.
— La Señora Cavanaugh dijo que podía necesitar mi ayuda, — dijo la mujer.
— Mi nombre es Úrsula Greene y me ocupo de los ancianos.
— Es muy amable de su parte, — comenzó a decir Patricia. — Pero…
— También me ocuparé de los niños de vez en cuando sin cargo adicional,
— dijo la Sra. Greene. — No soy niñera, pero la Sra. Cavanaugh dijo que
podrías dar un paso de vez en cuando. Cobro once dólares la hora y trece dólares
una hora por la noche. No me importa cocinar para los más pequeños, pero no
quiero convertirlo en un hábito.
Era más barato de lo que pensaba Patricia, pero todavía no podía imaginar
que cualquiera que estuviera dispuesto a tratar con la señorita Mary.
— Antes de tomar una decisión, —dijo, — déjame presentarte a mi suegra.
Caminaron hacia el porche, donde la señorita Mary estaba sentada mirando
televisión. La señorita Mary frunció el ceño ante la interrupción.
— ¿Quién es ésta? — Dijo ella.
— Ella es la Sra. Greene, — dijo Patricia. — Señora. Greene, me gustaría
que conocieras...
— ¿Qué está haciendo ella aquí? — Dijo la señorita Mary.
— Vine a cepillarte el cabello y arreglarte las uñas, — dijo la Sra. Greene. —
Y prepararte algo para comer más tarde.
— ¿Por qué no puedes hacerlo tú? — Preguntó la señorita Mary, señalando
con un dedo a Patricia.
— Porque está trabajando hasta el último nervio, — dijo la Sra. Greene. —
Y si no consigue un descanso, es probable que te arroje por el techo.
La señorita Mary lo pensó durante un minuto y luego dijo, — Nadie está en
el techo.
—Entonces déjeme ayudarla, — dijo la Sra. Greene.
Tres semanas después, Patricia se sentó sobre una manta de cuadros verdes
en Middleton Place, escuchando a la Orquesta Sinfónica de Charleston tocar
Handel
Música y fuegos artificiales reales. En lo alto, se desplegaron los primeros
fuegos artificiales hasta que llenó el cielo como un diente de león verde ardiente.
Los fuegos artificiales siempre conmovían a Patricia. Tomó mucho tiempo y
esfuerzo hacerlo bien y terminaron tan rápido, solo pudieron disfrutarlos un
número pequeño de personas.
A la luz de los fuegos artificiales, miró a las mujeres sentadas a su alrededor;
Grace en una silla de jardín, con los ojos cerrados, escuchando la música; Kitty,
dormida a su espalda, la copa de vino de plástico que se inclina peligrosamente
en una mano; Maryellen en su overol, las piernas estiradas frente a ella,
asimilando lo mejor de Charleston; y Slick, con las piernas debajo de ella, la
cabeza ladeada, escuchando la música como era tarea.
Patricia se dio cuenta de que durante cuatro años, estas eran las mujeres que
había visto cada mes. Les había hablado de su matrimonio y de sus hijos, y su
frustración con ellos, sus discusiones, y las había visto llorar en algún momento,
y en algún lugar a lo largo de la línea, entre todos las alumnas masacradas, e
impactantes secretos de pueblos pequeños, y niños desaparecidos, y verdaderos
relatos de los casos que cambiaron Estados Unidos para siempre, había
aprendido dos cosas: estaban todas juntas en esto, y si sus maridos alguna vez
sacaban una póliza de seguro de vida con su nombre estaban en problemas.
HELTER SKELTER
Mayo de 1993
Capitulo 3
— Sino consigo que Blue venga a cenar a la mesa cuando la madre de Carter
come con nosotros — dijo Patricia a su club de lectura, — entonces Korey
dejará de venir, también. Ella ya es quisquillosa con la comida. Me preocupa
que sea una cosa de adolescentes.
— ¿Ya? — Preguntó Kitty.
— Tiene catorce, — dijo Patricia.
— Ser adolescente no es un número, — dijo Maryellen. — Es la edad en la
que dejan de gustarte.
— ¿No te gustan los adolescentes? — Preguntó Patricia.
— A nadie le gustan sus hijos a esa edad, — dijo Maryellen. — Los amamos
a muerte, pero no nos gustan.
— Mis hijos son una bendición constante, — dijo Slick.
— Consíguete una vida, Slick, — dijo Kitty, mordiendo una pajita de queso,
limpiando las migas en su regazo, dejándolas caer sobre la alfombra de Grace.
Patricia vio que Grace se estremecía.
— Nadie piensa que no adoras a tus hijos, Slick, — dijo Grace. — Me encanta
Ben Jr., pero será un día feliz cuando se vaya a la universidad y podamos
finalmente tener algo de paz en esta casa.
— Creo que no comen por lo que ven en las revistas, — Slick dijo. — Lo
llaman 'heroína chic', ¿Te imaginas? Corto los anuncios antes que dejar a Greer
tenga una revista.
— ¿Me estás tomando el pelo? — Preguntó Maryellen.
— ¿Cómo encuentras el tiempo? — Preguntó Kitty, partiendo una pajita de
queso por la mitad y enviando más migas a la alfombra de Grace.
Grace no pudo contenerse. Le dio un plato a Kitty.
— Oh, no, gracias, — dijo Kitty, agitando la mano. — Estoy bien.
El club sin nombre que no era del todo de libros se había instalado en la sala
de estar de Grace con sus alfombras oscuras y la relajante luz de las lámparas.
Una impresión Audubon enmarcada colgaba sobre la chimenea, reflejando los
colores coloniales pálidos de la habitación; naranja y blanco, y el piano en la
esquina brillaba oscuramente por sí mismo. Todo en la casa de Grace se veía
perfecto. Como todo espíritu estadounidense de amas de casa. Cada mesa
auxiliar de madera, con lámparas de porcelana china.
Miró a Patricia como si siempre hubiera estado aquí y la casa hubiera crecido
alrededor.
— Los adolescentes son aburridos, — dijo Kitty. — Y solo empeoran.
Desayunar, lavar la ropa, limpiar la casa, cenar, hacer los deberes, lo mismo,
todo el día y el día después. Si algo cambia, aunque sea un poco, hacen
berrinche. Sinceramente, Patricia, relájate. Escoge tus batallas. Nadie va a morir
si no come todas las comidas en la mesa o si no tiene ropa interior limpia un
día.
— ¿Y si ese es el día en que los atropella un coche? — Grace preguntó.
— Si Ben Jr. fuera atropellado por un automóvil, creo que tendrías problemas
más grandes que la condición de sus calzoncillos, — dijo Maryellen.
— No necesariamente, — dijo Grace.
— Congelo los sándwiches, —espetó Slick.
— ¿Tu qué? — Preguntó Kitty.
— Para ahorrar tiempo, — dijo Slick apresuradamente. — Lo hago con todos
los sándwiches para el almuerzo de los niños, tres por día, cinco días a la
semana. Son sesenta bocadillos. Los hago todos el primer lunes del mes, los
congelo y cada mañana saco uno del congelador y lo meto en su bolsa. A la hora
del almuerzo está descongelado.
— Tendré que intentarlo, — empezó a decir Patricia porque sonaba como
una idea fantástica, pero su comentario se perdió debajo de la risa de Kitty y
Maryellen
— Ahorra tiempo, — dijo Slick a la defensiva.
— No puedes congelar sándwiches, — dijo Kitty. — ¿Qué pasa con los
condimentos?
— No se quejan, — dijo Slick.
— Porque no se los comen, — le dijo Maryellen. — O los tiran a la basura o
se los dan a vagabundos. Te apuesto lo que quieres que nunca se los comen.
— A mis hijos les encantan mis almuerzos, — dijo Slick. — No me
mentirían.
— ¿Son esos pendientes nuevos, Patricia? — Grace preguntó, cambiando de
tema.
— Lo son, — dijo Patricia, girando la cabeza para captar la luz.
— ¿Cuánto te costaron? — Preguntó Slick, y Patricia vio a todos retorcerse.
Ligeramente. Lo único más vulgar que alardear de Dios era preguntar sobre el
dinero.
— Carter me los dio por mi cumpleaños, — dijo Patricia.
— Parecen caros, — dijo Slick, doblando la apuesta. — Me encantaría saber
dónde los consiguió.
Carter solía darle a Patricia algo que compraba en la farmacia. Para su
cumpleaños, pero este año le había regalado estos pendientes de perlas. Patricia
los había usado esa noche porque estaba orgullosa de que le hubiera conseguido
un regalo real. Ahora le preocupaba que estuviera presumiendo, así que cambió
de tema.
— ¿Tienes algún problema con las ratas de los pantanos? — Le preguntó a
Grace. — Tuve dos en mi patio trasero esta semana.
— Bennett mantiene su pistola de perdigones con él cuando se sienta afuera
y no me involucro, — dijo Grace. — Tenemos que empezar a hablar sobre el
libro si quiero salir de aquí a una hora decente. Slick, creo que querías
¿comenzar?
Slick se enderezó, barajó sus notas y se aclaró la garganta.
— Helter Skelter de Vincent Bugliosi fue el libro de este mes, — dijo. — Y
creo que es una acusación perfecta del llamado verano del amor siendo la
década en la que Estados Unidos perdió el rumbo.
Este año, el club que no es del todo libros estaba leyendo los clásicos: Helter
Skelter, A sangre fría, Zodiac, El extraño a mi lado de Ann Rule y una nueva
edición de Fatal Vision con otro epílogo que actualiza al lector sobre la disputa
entre el autor y su tema. Solo Kitty había leído sobre verdadero crimen antes de
1988, por lo que se habían perdido muchos de los elementos esenciales, y este
año estaban decididas a llenar esos vacíos.
— Bugliosi trató mal el caso, — dijo Maryellen. — Porque Ed trabajaba para
la policía de North Charleston siempre tuvo una opinión sobre cómo el caso
debía haber sido manejado. Si no hubieran sido tan descuidados con la evidencia
podrían haber construido un caso basado en evidencia física y no haber obtenido
un paro con la estrategia Helter Skelter de Bugliosi. Tienen suerte de que el juez
haya estado a su favor.
— ¿De qué otra manera habrían presentado cargos contra Manson? —
preguntó. — No estaba en ninguna de las escenas del crimen cuando mataron a
esas personas. Él personalmente no apuñaló a nadie.
— Excepto Gary Hinman y a los LaBianca, — dijo Maryellen.
— Él nunca habría recibido una sentencia de por vida por esos, — dijo Slick.
— La estrategia de conspiración funcionó. Manson lo querían en las calles.
Cuidado con los falsos profetas.
— La Biblia no es la mejor fuente para una estrategia legal, — dijo
Maryellen.
Kitty se inclinó hacia adelante, agarró otra pajita de queso, la rebuscó, luego
la recogió de la alfombra y la aplastó. Grace apartó la mirada.
— En ese primer capítulo, — dijo Kitty, masticando. — Apuñalaron a
Rosemary LaBianca cuarenta y un veces. ¿Cómo crees que se siente eso?
Quiero decir, creo y sientes cada uno de ellos, ¿no?
— Todos necesitan estar alerta, — dijo Maryellen. — La nuestra se conecta
directamente a la policía y el monte. El agradable departamento de policía tiene
tres minutos tiempo de respuesta.
— Creo que aún podría ser apuñalada cuarenta y un veces en tres minutos —
Dijo Kitty.
— No tendré esas feas pegatinas en mis ventanas, — dijo Grace.
— ¿Prefieres que te apuñalen cuarenta y un veces que arruinar el atractivo
exterior de tu hogar? — Preguntó Maryellen.
— Sí, — dijo Grace.
— Pensé que era fascinante ver tantos estilos de vida diferentes, — dijo
Patricia, cambiando de tema con pericia una vez más. — Yo estaba en
enfermería en la escuela, así que siempre sentí que me había perdido el
movimiento hippie.
— Fue un montón de tonterías, — dijo Kitty. — Yo estaba en la universidad
en el 69 y confío en que el verano del amor se saltó a Carolina del Sur por
completo. Todo eso del amor gratis estaba en California.
— Mi verano de amor fue trabajar en el laboratorio de especímenes vivos en
Princeton, — dijo Maryellen. — Algunos de nosotros tuvimos que pagar la
escuela, muchas gracias.
— Lo que recuerdo de los años sesenta es que la gente era tan desagradable
con Doug Mitchell cuando regresó a casa de la guerra, — dijo Slick. — Trató
de ir a Princeton sobre el GI Bill, pero todos le escupieron y le preguntaron
cómo lo mató, por lo que terminó en Due West trabajando en la ferretería del
su padre. Quería ser ingeniero, pero los hippies no lo dejaron.
— Siempre pensé que los hippies eran tan glamorosos, — dijo Patricia. —
En el salón de enfermeras Veía fotos de esas chicas en la revista Life con sus
vestidos largos y sentí, bueno, la vida se me pasaba. Pero en Helter Skelter todo
parecía tan escuálido. Vivían en ese rancho con todas las moscas, y no usaban
ropa la mitad del tiempo y estaba sucia también.
— ¿De qué sirve amar libremente si nadie se ducha? — Preguntó Maryellen.
— ¿Puedes creer cuántos años tenemos? —Dijo Kitty. — Todo el mundo
piensa en hippies como hace un millón de años, pero todas podríamos haber
sido hippies.
— No todas, — dijo Grace.
— Todavía están por aquí, — dijo Slick. — ¿Los viste hoy en el periódico?
¿En Waco? Siguieron a ese líder de culto en Texas de la misma manera que
todas aquellas chicas siguieron a Manson. Estos falsos profetas vienen vagando
por la ciudad, para apoderarse de tu mente y llevarla por el camino de la
primavera. Sin fe, la gente se enamora de las palabras melosas.
— No me pasaría a mí, — dijo Maryellen. — Cualquiera nuevo se muda a
nuestro vecindario y hago lo que Grace me enseñó; les cocino un pastel y lo
llevo y cuando me marcho, sé de dónde son, lo que su marido hace para ganarse
la vida y cuántas personas viven en su casa.
— Yo no te enseñé eso, — dijo Grace.
— Aprendí con el ejemplo, — dijo Maryellen.
— Solo quiero que la gente se sienta bienvenida, — dijo Grace. — Y les
pregunto sobre ellos mismos porque estoy interesada.
— Los espías, — dijo Maryellen.
— Tienes que hacerlo, — dijo Kitty. — Tanta gente nueva se está mudando
aquí. Solía parecer que solo verías calcomanías para los Gamecocks, Clemson
o los Ciudadela. Ahora tienes gente conduciendo con pegatinas de Alabama y
UVA. Cualquiera de ellos podría ser un asesino en serie por lo que sabemos.
— Lo que hago, — dijo Grace, — es… si veo un automóvil desconocido en
el vecindario, anoto su número de matrícula.
— ¿Por qué? — Patricia preguntó.
— Si algo sucede más tarde, — dijo Grace, — tengo su matrícula, el número,
la fecha y la marca del automóvil para que pueda usarse como prueba.
— Entonces, ¿A quién pertenece esa camioneta grande frente a la casa de la
Sra. Savage? — Preguntó Kitty. —Ha estado allí durante tres meses.
La anciana señora Savage vivía a media milla de distancia por Middle Street,
e incluso aunque era una mujer profundamente desagradable, Patricia amaba su
casa. Los lados de la tablilla de madera estaban pintados de amarillo huevo de
Pascua con blanco brillante, y un planeador colgaba en su porche delantero.
Siempre que pasaba, no le importaba lo horrible que fuera la señorita Mary, o
lo distante que se sintiera de Korey a medida que crecía, Patricia siempre miraba
esa perfectamente proporcionada casita y se imaginó acurrucada en una silla
adentro, leyendo su camino a través de una pila de misterios. Pero no había
notado ninguna furgoneta.
— ¿Qué camioneta? — Ella preguntó.
— Es una camioneta blanca con vidrios polarizados, — dijo Maryellen. —
Parece que es algo que conduciría un ladrón de niños.
— Lo noté por Ragtag, — dijo Grace. — Él lo adora.
— ¿Qué? — Patricia preguntó, abrumada por la sensación de que una de sus
deficiencias estaban a punto de quedar al descubierto.
— Él estaba haciendo sus negocios en el patio delantero de la Sra. Savage
cuando pasé esta noche, — dijo Kitty, y se echó a reír.
— Ha sacado su basuma, — dijo Grace. — Más de una vez.
— También lo vi levantando ejercitándose con los neumáticos de esa
camioneta una vez, — agregó Maryellen.
— Cuando no duerme debajo.
Todas empezaron a reír y Patricia sintió que un sofoco le subía por el cuello.
— Todo eso no es gracioso, — dijo.
— Tienes que ponerle una correa a Ragtag, — dijo Slick.
— Pero nunca solíamos tener que hacerlo, — dijo Patricia. — Nadie en Old
Village salía a pasear a sus perros con correa.
— Estamos en los noventa, — dijo Maryellen. — La gente nueva te demanda
si tu perro les ladra. Los Van Dorsten tuvieron que poner a dormir a Lady porque
le ladró a ese juez.
— Old Village está cambiando, Patricia — dijo Grace. — Sé de al menos tres
animales a los que Ann Savage llamó al cazador de perros.
— Parece que tocara sacar a Ragtag con correa, — Patricia buscó la palabra
correcta, — seria cruel. Está acostumbrado a correr libremente.
— La camioneta pertenece a su sobrino, — dijo Grace. — Aparentemente,
Ann también enfermo no puede levantarse de la cama y la familia lo envió a
cuidar de ella.
— Por supuesto, — dijo Maryellen. — ¿Te hiciste cargo del Pastel de nuez?
Grace no respondió a esa última pregunta.
— ¿Debería ir allí y decir algo sobre Ragtag? — Preguntó Patricia.
Kitty tomó otra pajita de queso y la partió por la mitad.
— No te preocupes, — dijo. — Si Ann Savage tiene un problema, vendrá a
ti.
Capitulo 4
Dos horas después salieron de la casa de Grace, todavía hablando de mensajes
ocultos en los álbumes de los Beatles, y si el suicidio de Joel Pugh en Londres
fue un asesinato de Manson sin resolver, y los patrones de salpicaduras de
sangre en la escena del crimen de Tate. Mientras las otras mujeres caminaban
por el patio delantero hacia sus autos, Patricia se detuvo en los escalones de
ladrillo cubiertos de musgo de Grace e inhaló el aroma de sus arbustos de
camelia, que yacían en filas perfectas a ambos lados de la puerta principal.
― Es muy difícil ir a casa y preparar los almuerzos de mañana después de
toda esa emoción, ― dijo Patricia.
Grace salió, cerrando parcialmente la puerta de entrada detrás de ella en un
intento poco entusiasta de mantener el aire acondicionado adentro. Lo que le
recordó a Patricia. Tomó nota mental de llamar al encargado del aire
acondicionado.
― Todo ese caos y desorden, ― dijo Grace, sacudiendo la cabeza con
tristeza. ― No puedo esperar para volver a mi limpieza.
― ¿Pero no te gustaría que sucediera algo emocionante por aquí? ― Patricia
preguntó. ― ¿Al menos una vez?
Grace miró a Patricia enarcando las cejas.
― ¿Deseas que una pandilla de hippies sucios irrumpa en tu casa y asesine a
tu familia y escriba la muerte a los cerdos con sangre humana en tus paredes
porque ya no quieres empacar almuerzos?
― Bueno, no cuando lo pones así, ― dijo Patricia. ― Tus camelias se ven
maravillosas.
― Pasé esta semana plantando mis anuales, ― dijo Grace. ― Esas vincas, y
las caléndulas, y tengo algunos arbustos de azaleas alrededor que ya están
floreciendo. Cuando amanezca, les mostraré los Noissettes1 que planté en la
parte de atrás. Olerán de maravilla este verano.
Se despidieron y Patricia caminó hacia Pierates Cruze y la puerta de Grace se
cerró suavemente detrás de ella. El Cruze era una herradura de tierra que
colgaba de la calle Middle Street en Old Village, y las catorce familias que

1
Noissettes: También llamados Noisettianos o Rosal Noisettiano es un grupo de rosas antiguas de jardín.
vivían allí preferían morir antes que tenerlo pavimentado. Las rocas del
camino crujieron bajo los pies de Patricia y las sintió a través de las delgadas
suelas de sus zapatos. El aire húmedo de la tarde la envolvió como un puño. Los
únicos sonidos eran sus pies moliendo piedras en la tierra y el rugido furioso de
los grillos y los saltamontes americanos apiñándose a su alrededor en la
oscuridad.
El zumbido del club de lectura se evaporó de sus venas cuando dejó atrás el
jardín perfecto de Grace y se aproximó a su casa, ubicada detrás de bosques de
bambú salvaje y árboles nudosos asfixiados por la hiedra. Se acercó y vio que
los botes de basura no estaban al final del camino de entrada. Sacar la basura
era una de las tareas de Blue, pero después de que el sol se puso, el lado de la
casa donde se encontraban las latas rodantes se puso oscuro y haría todo lo
posible para evitarlo. Ella le había sugerido que llevara las latas rodantes a los
escalones de la entrada antes de que oscureciera. Le había dado una linterna. Se
había ofrecido a pararse en el porche delantero mientras él iba a buscarlos. En
cambio, esperó hasta el último momento posible para recoger la basura, puso
todas las latas y bolsas junto a la puerta principal y le informó que las sacaría
en cinco minutos, tan pronto como terminara de hacer el crucigrama de Wordly
Wise, o la hoja de trabajo de división larga. Y luego desapareció.
Si podía atraparlo antes de que él llegara a la cama, le haría buscar las latas y
llevarlas a la calle, pero no esta noche. Esta noche ella estaba de pie en la puerta
de su habitación oscura, la luz del pasillo le atravesaba donde yacía bajo las
mantas, los ojos cerrados con fuerza, una copia de National Geographic World
subiendo y bajando sobre su estómago.
Tirando de la puerta de su dormitorio hasta la mitad de su camino, se detuvo
frente a la puerta de Korey y escuchó el ascenso y descenso de la voz de su hija
en el teléfono. Patricia sintió una punzada de envidia. No había sido popular en
la escuela secundaria, pero Korey capitana o cocapitana de todos sus equipos, y
las chicas más jóvenes aparecían en los juegos para animarla.
Inexplicablemente, el deporte de las chicas se había vuelto popular. Cuando
Patricia estaba en la escuela secundaria, las únicas chicas que hablaban con las
deportistas eran otras chicas deportistas, pero la lista de amigas de Korey
parecía interminable, y finalmente habían conseguido una segunda línea
telefónica para que Carter pudiera hacer llamadas telefónicas sin que la llamada
en espera se apagara cada cinco segundos.
Patricia bajó las escaleras para ver cómo estaba la Sra. Mary. Bajó los tres
escalones desde el estudio hasta el garaje reformado y dejó que sus ojos se
acostumbraran al resplandor anaranjado de la luz nocturna. Vio a la anciana,
delgada y desinflada bajo las sábanas de su cama de hospital, con los ojos
brillando en la penumbra, mirando al techo.
— ¿Señora Mary? — Dijo Patricia en voz baja a su suegra. — ¿Quieres algo?
— Hay un búho, ― croó la Sra. Mary.
— No veo ningún búho, — dijo Patricia. — Deberías descansar un poco.
La Sra. Mary miró al techo, sus ojos gotearon lágrimas que le corrían por las
sienes y en su escaso cabello.
— Te guste o no, — dijo la Sra. Mary, — hay búhos.
Se comportaba peor por la noche, pero Patricia incluso había notado que
durante el día a menudo ya no podía seguir el hilo de una conversación y cubría
su confusión con largas historias sobre personas de su pasado que nadie conocía.
Incluso Carter no pudo identificar dos tercios de ellos, pero hay que reconocer
que siempre escuchaba y nunca interrumpía.
Patricia comprobó que la Sra. Mary tuviera agua en el vasito para bebés junto
a su cama y luego fue a sacar la basura. Se llevó la linterna porque Blue no la
quería, decía que le daba miedo el costado de la casa.
El aire húmedo de la noche zumbaba con insectos mientras Patricia cruzaba
la dura raya negra donde terminaba la luz del porche delantero. Caminó hacia
la densa oscuridad alrededor del costado de la casa a paso rápido, obligándose
a esperar tres pasos antes de hacer clic en la linterna, solo para demostrar que
era valiente. Lo primero que vio fue una de las compresas de incontinencia
azules de la Sra. Mary en el suelo. Un pequeño trozo de valla se proyectaba
desde el lado de la casa, ocultando las latas rodantes de la calle, pero incluso
desde aquí Patricia podía notar que ambas latas se habían volcado. El
nerviosismo que sentía se desvaneció en un destello de irritación. Blue
realmente debería ser el que limpie esto.
Detrás de la cerca, dos montones de bolsas de basura blanca y gruesa se
derramaron de ambos botes. El aire caliente del horno olía denso con el olor
húmedo y terroso aroma del café y pañales para adultos de la Sra. Mary. Los
mosquitos zumbaban en sus oídos.
Patricia examinó los daños con su linterna: servilletas, filtros de café,
corazones de manzana, cajas de tostadora Strudel, pañuelos de papel de guata,
compresas azules dobladas para la incontinencia. O mapaches o ratas de los
pantanos realmente grandes se habían tirado a la basura y habían hecho trizas
todo.
La bolsa blanca más grande había sido arrastrada al estrecho callejón entre la
pared de ladrillos en blanco de su casa y el soporte de bambú que marcaba el
límite de la casa de los Clarks detrás de ellos. Escuchó el sonido de sorber de
alguien comiendo gelatina mientras movía su linterna hacia la bolsa.
En realidad, era de tela, no blanca, sino rosa pálido, y estaba cubierta de
capullos de rosa. Tenía los pies descalzos sucios y cuando el rayo de la linterna
lo golpeó, volvió su rostro hacia la luz.
— ¡Oh! — Dijo Patrcia.
El áspero rayo blanco recogió cada detalle con una claridad implacable. La
anciana estaba en cuclillas con un camisón rosa, las mejillas manchadas de
mermelada roja, los labios erizados de rígidos pelos negros, la barbilla
temblando de un limo claro. Se agachó sobre algo oscuro en su regazo. Patricia
vio la cabeza casi cortada de un mapache colgando boca abajo sobre las rodillas
de la anciana, con la lengua entre sus colmillos desnudos. La anciana metió una
mano ensangrentada en su vientre abierto y recogió un puñado de tripas
traslúcidas. Se llevó la mano, brillante de grasa animal, a la boca y se mordió el
tubo de los intestinos de color lavanda pálido mientras entrecerraba los ojos
hacia el haz de la linterna.
— ¿Puedo ayudarla? — Preguntó Patricia, porque no sabía qué más decir.
La anciana aminoró sus mordiscos y olfateó el aire como un animal. El fuerte
olor a heces frescas, el sofocante hedor de la basura derramada, el hedor a hierro
de la sangre del mapache se abrió paso hasta la nariz de Patricia. Ella se
atragantó, dio un paso atrás y su talón golpeó algo suave. Se sentó de repente
en la pila de grasientas bolsas blancas, luchando por levantarse, tratando de
mantener el haz de la linterna centrado en la anciana porque estaba a salvo
mientras pudiera ver a la anciana, pero la anciana estaba a medio camino de
ella. Ya, arrastrándose sobre manos y rodillas, llegando demasiado rápido,
abriéndose paso entre la basura derramada, arrastrando el cadáver olvidado del
mapache por la cabeza.
— Oh, no, no, no, no, no, — dijo Patricia.
Una mano le agarró la espinilla, caliente a través de la pernera del pantalón.
La otra mano soltó al mapache y agarró la cadera de Patricia. La anciana puso
todo su peso corporal sobre Patricia, presionándola contra algo que se hundió
en su riñón derecho. Patricia trató moverse hacia atrás, hacia arriba o lejos, pero
no pudo hacer palanca y se hundió más profundamente en la pila de bolsas.
La anciana se arrastró por el cuerpo de Patricia, con la boca abierta, el
esclavista colgando de él en cintas relucientes, los ojos muy abiertos y sin
sentido como los de un pájaro. Una de sus manos sucias, horteras y ásperas con
sangre de mapache, pasó por el cuello de Patricia y se aferró a un lado de su
cuello, y luego arrastró su cuerpo, cálido y suave como el de una babosa,
completamente sobre el frente de Patricia.
Algo en su largo cabello blanco recogido en una cola de caballo, cuello frágil
y reloj digital tosco que llevaba alrededor de una muñeca encajó en su lugar.
— ¿Sra. Savage? — dijo Patricia. — ¡Sra. Savage!
Ese rostro que colgaba sobre el de ella, babeando de hambre sin sentido,
pertenecía a la mujer que, durante años, había sido la pesadilla del barrio. Esta
boca bostezada cuyos dientes blancos tenían pelaje de mapache pegado entre
ellos pertenecía a la mujer que cultivaba hermosas hortensias en su patio
delantero y patrullaba Old Village en el calor del mediodía con un sombrero de
lona flexible, llevando un palo con un clavo en un extremo para lanzar
envoltorios de caramelos.
Ahora todo lo que le importaba a la Sra. Savage era poner su boca abierta en
el rostro de Patricia. Ella estaba arriba, y la gravedad trabajaba a su favor, y el
mundo de Patricia se llenó de dientes blancos manchados de sangre y erizados
de piel de mapache. Patricia sintió cosquillas en la cara y se dio cuenta de que
eran pulgas saltando del cadáver del mapache.
Llena de pánico, Patricia agarró las muñecas de la Sra. Savage y rodó hacia
un lado, raspando su espalda dolorosamente, y la Sra. Savage perdió el
equilibrio y cayó pesadamente contra la cerca de madera, su cara golpeándola
con un burro hueco. Patricia se retorció hacia atrás a través de las bolsas de
basura y se puso de pie. La linterna estaba en el suelo, brillando directamente
sobre el mapache destripado.
Patricia no sabía qué hacer mientras la Sra. Savage se retorcía en las bolsas,
y luego la anciana se puso de pie, dando bandazos hacia Patricia, y Patricia
corrió a través de la absoluta oscuridad del patio lateral, hacia el patio delantero.
Ella Podía verlo, iluminado por las luces del porche, tan sereno y pacífico como
siempre. Irrumpió en la hierba liviana y húmeda bajo un pie, dándose cuenta de
que había perdido un zapato y abrió la boca para gritar.
Era una de esas cosas que siempre había pensado que podía hacer si alguna
vez estaba realmente en problemas, pero ahora, a las diez de la noche de un
jueves por la noche rodeada de personas que ya estaban durmiendo o
preparándose para la cama, Patricia no podía hacer un sonido.
En cambio, corrió hacia la puerta principal. Entraría, cerraría con llave y
llamaba al 911. Fue entonces cuando la señora Savage la agarró por la cintura
y la anciana trató de montarla por detrás, poniendo a Patricia de rodillas, que se
estrelló dolorosamente contra la hierba. La anciana trepó por el cuerpo,
forzando a Patricia a ponerse en sus manos, y la boca de la señora Savage babeo
caliente, húmeda e íntimamente en el oído de Patricia.
Conduzco el coche compartido, balbuceaba la mente de Patricia. Estoy en un
club de lectura. Bueno, no es realmente un club de lectura, pero esencialmente
es un club de lectura. ¿Por qué estoy peleando con una anciana en mi jardín?
Nada encajaba. Nada de esto encajaba. Intentó salir de debajo de la Sra.
Savage, pero un grito de dolor desgarró un lado de su cabeza y pensó: Me está
mordiendo la oreja. La Sra. Savage, cuyo jardín ganó el premio Alhambra
Pride Award hace dos años, me está mordiendo la oreja.
Los pequeños y afilados dientes de la anciana se apretaron con más fuerza y
la visión de Patricia se puso blanca, y luego una luz cegadora se estrelló contra
su rostro cuando un automóvil entró en el camino de entrada, lentamente, muy
lentamente y los inmovilizó a ambas con sus faros. Una puerta se abrió con
fuerza.
― ¿Patty? ― dijo Carter sobre el sonido del motor al ralentí.
Patricia gimió.
Carter corrió hacia ella, apartando a la Sra. Savage de su espalda, pero algo
salió mal cuando levantó a la Sra. Savage y la cabeza de Patricia se echó hacia
atrás con un destello de dolor punzante, y se dio cuenta de que la Sra. Savage
no la soltaba. Escuchó un crujido en el interior de su cráneo y luego un estallido
y luego todo el lado de su cabeza fue presionado contra una estufa al rojo vivo.
Fue entonces cuando Patricia gritó.


Fueron necesarios once puntos para cerrar la herida y tuvo que vacunarse
contra el tétano, pero no pudieron volver a colocarle el lóbulo de la oreja porque
la Sra. Savage se lo había tragado. Afortunadamente, ni la Sra. Savage ni el
mapache parecían estar rabiosos, pero necesitarían más pruebas para asegurarse
de que Patricia tuviera eso a su favor.
En el camino a casa, se sintió pesada por los analgésicos, y temía decirle algo
a Carter, pero finalmente, tuvo que hablar.
― ¿Carter? ― Preguntó.
― No hables, Patty, ― dijo, uniéndose al puente Cooper River. ― Estás
bastante fuera de sí.
― Necesitan monitorear sus evacuaciones intestinales, ― dijo Patricia,
moviendo la cabeza de un lado a otro contra el reposacabezas.
― ¿De quién? ― Preguntó Carter, acelerando la segunda subida del puente.
― De Ann Savage, ― dijo Patricia, abrumada por la tristeza. ― Se tragó el
lóbulo de mi oreja y, y el pendiente que me diste… va a salir, y supongo que
pueden lavarlo…
Ella empezó a llorar.
― Relájate, Patty, ― dijo Carter. ― No los vas a usar de nuevo.
― Pero tú los compraste para mí, ― lamentó Patricia. ― Y los perdí.
― Uno de mis pacientes vende bisutería, ― dijo Carter. ― Me los dio gratis.
Solo tira el otro a la basura y te llevare algo en la farmacia de Pitt Street.
Probablemente fueron los analgésicos, pero eso la hizo llorar aún más.
Capitulo 5
Patricia se despertó a la mañana siguiente con todo el lado de la cara hinchado
y caliente. Se paró frente al espejo del baño y miró el enorme vendaje blanco
que cubría el lado izquierdo de su cabeza, envuelto debajo de su barbilla y
alrededor de su frente. La tristeza inundó su pecho. Había tenido un lóbulo de
la oreja izquierda toda su vida y, de repente, se había ido. Se sentía como si una
amiga hubiera muerto.
Pero entonces ese anzuelo familiar se abrió camino en su cerebro y la puso
en movimiento;
— Tienes que asegurarte de que los niños estén bien, — se decía. — No
puedes dejar que se asusten.
Así que se cepilló el cabello sobre el vendaje lo mejor que pudo, bajó al
estudio y preparó Toaster Strudel. Y cuando Blue bajó, seguida por Korey, y se
sentaron en sus taburetes al otro lado del mostrador, ella sonrió lo mejor que
pudo, aunque su rostro se sentía tenso, y preguntó, — ¿Quieres verlo? —
— ¿Puedo? — Preguntó Korey.
Encontró el comienzo de la gasa en la parte de atrás de la cabeza, se quitó la
cinta y comenzó el largo proceso de desenrollarla alrededor de la frente, debajo
de la barbilla, sobre el cráneo, hasta que llegó al último algodón y comenzó a
trabajar con cuidado para retirarlo. — ¿Tú también quieres mirar? — le
preguntó a Blue.
Él asintió con la cabeza, ella levantó el vendaje cuadrado y sintió que el aire
fresco le bañaba el tejido tierno y sudoroso.
Korey contuvo el aliento.
— Asqueroso, — dijo. — ¿Dolió?
— No se sintió bien, — dijo Patricia.
Korey rodeó el mostrador y se quedó tan cerca que su cabello rozó el hombro
de Patricia. Patricia inhaló su champú Herbal Essences y se dio cuenta de que
había pasado mucho tiempo desde que estaban tan cerca. Solían apretujarse
juntos en el La-Z-Boy y ver películas juntos en el porche, pero Korey era casi
tan alto como Patricia ahora.
— Puedo ver marcas de dientes, Blue, mira, — dijo Korey, y su hermano
pequeño se arrastró sobre un taburete de la cocina y se paró en él, balanceándose
con una mano en el hombro de su hermana, ambos inspeccionando la oreja de
su madre.
— Otra persona conocelo que sabe ahora, dijo Blue.
Patricia no lo había pensado de esa manera antes, pero encontró la idea
inquietante. Después de que Korey corrió a llevarla a la escuela y el coche de
Blue tocó la bocina, Patricia lo siguió hasta la puerta.
— Blue, — dijo. — Sabes que la abuela Mary no haría algo como esto.
Por la forma en que se detuvo y la miró, Patricia se dio cuenta de que era
exactamente lo que había estado pensando.
— ¿Por qué? — Preguntó.
— Porque esta mujer tiene una enfermedad que le ha afectado la mente, —
dijo Patricia.
— Como la abuela Mary, — dijo Blue, y Patricia se dio cuenta de que así era
como le había descrito la senilidad de la señorita Mary cuando se mudó.
— Es una enfermedad diferente, — dijo. — Pero quiero que sepas que no
dejaría que la abuela Mary se quede con nosotros si no fuera seguro para ti y tu
hermana. Nunca haría nada que los pusiera a los dos en peligro.
Blue le dio vueltas a esto en su cabeza, y luego el coche compartido volvió a
tocar la bocina y salió corriendo por la puerta. Patricia esperaba haber llegado
a él. Era muy importante que los niños tuvieran buenos recuerdos de al menos
uno de sus abuelos.
— Patty, — la llamó Carter desde lo alto de las escaleras, con una corbata de
cachemira en una mano y una corbata de rayas rojas en la otra. — ¿Cuál me
pongo? Este dice que soy divertido y pienso fuera de la caja, pero el rojo dice
poder.
— ¿Cuál es la ocasión? — Patricia preguntó.
— Voy a llevar a Haley a almorzar.
— Paisley, — dijo. — ¿Por qué llevas a la Dra. Haley a almorzar?
Comenzó a ponerse la corbata roja mientras bajaba las escaleras.
— Voy a lanzar mi sombrero en el ring, — dijo Carter, envolviendo su
corbata alrededor de su cuello y dando vida al nudo. — Estoy cansado de
esperar en la fila.
Se paró frente al espejo del pasillo.
— Pensé que habías dicho que no querías ser jefe de psiquiatría, — dijo
Patricia.
Se apretó la corbata en el espejo.
— Necesitamos ganar más dinero, — dijo.
— Querías pasar tiempo con Blue este verano, — dijo Patricia cuando Carter
se dio la vuelta.
— Tendré que encontrar una manera de hacer ambas cosas, — dijo Carter.
— Tendré que estar en todas las consultas de la mañana, tendré que dedicar más
tiempo a las rondas, tendré que empezar a traer más becas — este trabajo me
pertenece, Patricia. Solo quiero lo que es mío.
— Bueno, — dijo ella. — Si es lo que quieres…
— Solo será por unos meses, — dijo, luego se detuvo y ladeó la cabeza hacia
su oreja izquierda. — ¿Te quitaste el vendaje?
— Solo para mostrar a Korey y Blue, — dijo.
— No creo que se vea tan mal, — dijo, y examinó su oreja, su pulgar en su
barbilla, inclinando su cabeza hacia un lado. — Déjate el vendaje. Va a sanar
bien.
Le dio un beso de despedida y se sintió como un beso de verdad.
Bueno, pensó, si ese es el efecto que tiene en él tratar de convertirse en jefe
de psiquiatría, estoy totalmente de acuerdo.
Patricia se miró en el espejo del pasillo. Los puntos negros parecían patas de
insecto contra su piel suave, pero la hacían sentir menos llamativa que el
vendaje. Decidió dejarlo. Ragtag hizo clic en el vestíbulo y se quedó junto a la
puerta, deseando salir. Por un momento Patricia pensó en ponerle una correa,
luego recordó que Ann Savage estaba en el hospital.
— Adelante, muchacho, — dijo, abriendo la puerta. — Ve a romper la basura
de esa vieja malvada.
Ragtag corrió por el camino de entrada y Patricia cerró la puerta detrás de él.
Ella nunca había hecho eso antes, pero nunca antes había sido atacada por un
vecino en su propio jardín.
Bajó los tres escalones de ladrillo hasta la sala del garaje, donde abrió el lado
de la cama del hospital.
— ¿Dormiste bien, señorita Mary? — ella preguntó.
— Me mordió un búho, — dijo la señorita Mary.
— Oh, cielos, — dijo Patricia, colocando a la señorita Mary en una posición
sentada y sacando las piernas de la cama.
Patricia comenzó el largo y lento proceso de poner a la señorita Mary en su
bata de casa y luego en su sillón, y finalmente consiguió un vaso de jugo de
naranja con Metamucil mezclado justo cuando la señora Greene llegaba para
preparar su desayuno.
Como la mayoría de los maestros de primaria, la señorita Mary había bebido
de la fuente de la eterna madurez tardía; Patricia nunca la recordó cuando era
joven, exactamente, pero recordó cuando había sido lo suficientemente fuerte
como para vivir sola a unas ciento cincuenta millas al norte del estado, cerca de
Kershaw. Recordó el huerto de medio acre que Miss Mary trabajaba detrás de
su casa. Recordó las historias de la señorita Mary que trabajaba en la fábrica de
bombas durante la guerra y cómo los productos químicos enrojecieron su
cabello, y cómo la gente venía a contarle sus sueños y ella les decía los números
de la suerte para jugar.
La señorita Mary podía predecir el clima leyendo los posos de café, y los
agricultores de algodón locales la encontraron tan precisa que siempre le
compraban una taza de café cuando pasaba por la tienda de Husker Early a
recoger su correo. Se negó a dejar que nadie comiera del melocotonero en su
patio trasero sin importar lo bien que se viera la fruta porque dijo que había sido
plantada con tristeza y la fruta tenía un sabor amargo. Patricia había probado
uno una vez y le sabía suave y dulce, pero Carter se enojó cuando se lo contó,
así que nunca lo volvió a hacer.
La señorita Mary había podido dibujar un mapa de los Estados Unidos de
memoria, se sabía la tabla periódica completa de memoria, enseñaba en la
escuela, en una escuela de un solo salón, preparaba tés curativos y vendía lo
que ella llamaba polvos de fitness durante toda su vida. Centavo por centavo,
dólar por dólar, ella había hecho que sus hijos fueran a la universidad y luego
a Carter
a la escuela de medicina. Ahora usaba pañales y no podía seguir una historia
sobre jardinería en Post and Courier.
El pulso de Patricia palpitó en su oreja vendada, enviándola escaleras arriba
por Tylenol. Acababa de tragar tres cuando sonó el teléfono, exactamente a la
hora: 9:02 a.m. Nadie soñaría con llamar a la casa antes de las nueve, pero
tampoco querías parecer demasiado ansioso.
— ¿Patricia? — Dijo Grace. — Grace Cavanaugh. ¿Cómo te sientes?
Por alguna razón, Grace siempre se presentaba al comienzo de cada llamada
telefónica.
— Triste, — dijo Patricia. — Me mordió el lóbulo de la oreja y se lo tragó.
— Por supuesto, — dijo Grace. — La tristeza es una de las etapas del duelo.
— Ella también se tragó mi pendiente, — dijo Patricia. — Los nuevos que
tenía anoche.
— Es una lástima, — dijo Grace.
— Resulta que Carter los obtuvo gratis de un paciente, — dijo Patricia. — Ni
siquiera los compró.
— Entonces no los quieres de todos modos, — dijo Grace. — Hablé con Ben
esta mañana. Dijo que Ann Savage ha sido admitida en el MUSC y está en
cuidados intensivos. Te lamaré si averiguo algo más.
El teléfono sonó toda la mañana. El incidente no había aparecido en el
periódico matutino, pero no importaba. CNN, NPR, CBS — ninguna
organización de recopilación de noticias podría competir con las mujeres de Old
Village.
— Ya se han disparado las alarmas, — dijo Kitty. — Horse dijo que las
personas a las que llamó para conseguir una le dijeron que pasarían tres semanas
antes de que pudieran llegar hasta aquí para ver la casa. No sé cómo voy a
sobrevivir durante tres semanas. Horse dice que estamos a salvo con sus armas,
pero créeme, he estado cazando palomas con ese hombre. Apenas puede golpear
el cielo.
Slick llamó a continuación.
— He estado orando por ti toda la mañana, — dijo.
— Gracias, Slick, — dijo Patricia.
— Escuché que el sobrino de la Sra. Savage se mudó aquí desde algún lugar
del norte, — dijo Slick. No necesitaba ser más específica que eso. Todo el
mundo sabía que cualquier lugar en el norte era más o menos igual, sin ley,
relativamente salvaje, y aunque podían tener bonitos museos y la Estatua de la
Libertad, la gente se preocupaba tan poco por los demás qué te dejaban morir
en la calle. — Leland me dijo que algunos agentes de bienes raíces se detuvieron
y trataron de que pusiera su casa en el mercado, pero no la vende. Ninguno de
ellos vio a la Sra. Savage cuando estuvieron allí. Les dijo que no podía
levantarse de la cama, estaba tan mal. ¿Cómo está tu oído?
— Se tragó una parte, — dijo Patricia.
— Lo siento mucho, — dijo Slick. — Esos eran realmente bonitos
pendientes.
Grace volvió a llamar más tarde ese día con noticias de última hora.
— Patricia, — dijo. — Grace Cavanaugh. Acabo de recibir noticias de Ben:
la Sra. Savage falleció hace una hora.
Patricia de repente se sintió gris. La guarida se veía oscura y lúgubre. El
linóleo amarillo parecía gastado y vio todas las marcas de manos sucias en la
pared alrededor del interruptor de la luz.
— ¿Cómo? — ella preguntó.
— No fue la rabia, si eso es lo que te preocupa, — dijo Grace. — Tenía algún
tipo de envenenamiento en la sangre. Sufría de desnutrición, estaba
deshidratada y estaba cubierta de cortes y heridas infectadas. Ben dijo que los
médicos estaban sorprendidos de que ella duró tanto. Incluso dijo — Grace bajó
la voz, — que tenía marcas en la parte interna del muslo. Probablemente se
había estado inyectando algo para el dolor. Estoy segura de que la familia no
quiere que nadie se entere.
— Me siento miserable por esto, — dijo Patricia.
— ¿Se trata de esos pendientes de nuevo? — Grace preguntó. — Incluso si
recuperas el que se tragó, ¿podrías realmente decidirte a usarlos? ¿Sabiendo
dónde habían estado?
— Siento que debería llevar algo, — dijo Patricia.
— ¿Llevarle algo al sobrino? — Grace preguntó, y su voz subió un registro
de modo que el sobrino tenía una nota aguda y clara de incredulidad.
— Su tía falleció, — dijo Patricia. — Debería hacer algo.
— ¿Por qué? — Grace preguntó.
— ¿Debería llevarle flores o algo de comer? — Patricia preguntó.
Grace hizo una larga pausa y luego habló con firmeza.
— No estoy segura de cuál es el gesto apropiado para hacer hacia la familia
de la mujer que te mordió la oreja, pero si se sintiera absolutamente obligado,
ciertamente no tomaría comida.
Maryellen llamó el sábado y eso fue lo que decidió las cosas para Patricia.
— Pensé que deberías saber, — dijo por teléfono, — ayer hicimos la
cremación de Ann Savage. — Después de que su hija menor ingresara a primer
grado, Maryellen consiguió un trabajo como contadora en Stuhr Funeral
Homes. Ella conocía los detalles de cada muerte en el monte. Agradable.
— ¿Sabe algo sobre un servicio conmemorativo o donaciones? — Patricia
preguntó. — Quiero enviar algo.
— El sobrino hizo una cremación directa, — dijo Maryellen. — Sin flores,
sin servicio conmemorativo, sin aviso en el periódico. Ni siquiera creo que la
esté metiendo en una urna, a menos que haya conseguido una en otro lugar.
Probablemente simplemente arrojará sus cenizas a un agujero por todo el
cuidado que mostró.
Eso carcomió a Patricia, y no solo porque ella sospechaba que no ponerle la
correa a Ragtag había causado de alguna manera la muerte de Ann Savage.
Algún día, tendría la misma edad que Ann Savage y Miss Mary. ¿Actuarían
Korey y Blue como los hermanos de Carter y la enviarían como un pastel de
frutas no deseado? ¿Discutirían sobre quién se quedaba con ella? Si Carter
moría, ¿venderían la casa, sus libros, sus muebles y dividirían las ganancias
entre ellos y no le quedaría a ella nada?
Cada vez que miraba hacia arriba y veía a la señorita Mary parada en una
puerta, vestida para salir, con el bolso sobre un brazo, mirándola en silencio, sin
parecer saber qué venía después, sentía que estaba a solo unos pocos pasos de
allí para sentarse en cuclillas en el patio lateral llenando su boca con carne cruda
de mapache.
Había muerto una mujer. Necesitaba llevar algo de la casa. Grace tenía razón:
no tenía sentido, pero a veces hacías algo porque eso era exactamente lo que
hacías, no porque fuera sensato.
Capitulo 6
Amigos y parientes estuvieron en la casa todo el viernes y le llevaron a
Patricia seis ramos de flores, dos copias de Southern Living 1 y una copia de
Redbook2, tres guisos (maíz, taco, espinacas), una libra de café, una botella de
vino y dos pasteles (crema de Boston, melocotón) Decidió que regalar una
cazuela era apropiado, dada la situación, así que sacó la de tacos para
descongelarla.
Carter se había ido al hospital muy temprano, aunque era fin de semana.
Patricia encontró a la Sra. Greene y a la Sra. Mary sentadas en el patio trasero.
La mañana se sentía suave, cálida y la Sra. Greene hojeó la revista Family Circle
mientras la Sra. Mary miraba el comedero de pájaros, que estaba, como siempre,
lleno de ardillas.
— ¿Está disfrutando del sol, Sra. Mary? — Preguntó Patricia.
La Sra. Mary dirigió sus ojos llorosos hacia Patricia y frunció el ceño.
— Hoyt Pickens vino anoche, — dijo.
— La oreja se te ve mejor, — le dijo la Sra. Greene a Patricia.
— Gracias, — dijo Patricia.
Ragtag, tendido a los pies de la Srta. Mary, se animó cuando una gorda rata
negra de pantano salió de los arbustos y corrió por la hierba, haciendo saltar a
Patricia y haciendo que tres ardillas huyeran aterrorizadas. Corrió alrededor del
borde de la valla que separa su propiedad de los Langs de al lado y se fue tan
rápido como había aparecido. Ragtag bajó la cabeza de nuevo.
— Deberías de colocar veneno, — dijo La Sra. Greene.
Patricia hizo una nota mental para llamar al jardinero y ver si tenía veneno
para ratas.
— Voy a cruzar la calle para dejar la cacerola, — dijo Patricia.
— Estamos a punto de almorzar, — dijo La Sra. Greene. — ¿Qué cree que
será el almuerzo, señora Mary?
— Hoyt, — La Sra. Mary dijo. — ¿Cómo era el nombre de ese tal Hoyt?

1
Southern: Living es una revista de estilo de vida dirigida a lectores del sur de los Estados Unidos
que presenta recetas, planos de casas, planos de jardines e información sobre la cultura y los viajes del sur.
2
Redbook: es una revista femenina estadounidense publicada por Hearst Corporation. Es una de las
"Siete Hermanas", un grupo de revistas de servicio para mujeres.
Patricia escribió una nota rápida (Siento mucho su pérdida, Los Campbells)
la pegó en el papel de aluminio encima de cazuela de tacos, luego caminó por
las cálidas calles hasta la casa de Ann Savage con la fría cazuela que tenía
delante de ella.
Se estaba convirtiendo en un día caluroso, así que tenía un poco de brillo
cuando se salió de la carretera en el patio de tierra de la Sra. Savage. El sobrino
debía estar en casa porque su camioneta blanca estaba sobre la hierba, bajo la
sombra. Parecía fuera de lugar en el Old Village porque, como Maryellen había
señalado, parecía el tipo de cosa que un ladrón de niños conduciría.
Patricia subió los escalones de madera de la entrada y golpeó con los nudillos
contra la puerta de tela metálica. Después de un minuto volvió a llamar y no
oyó nada más que el eco hueco de su llamada dentro de la casa y cigarras
gritando desde el estanque de drenaje que separaba el patio de la Sra. Savage de
los Johnsons de al lado.
Patricia llamó de nuevo y esperó, mirando al otro lado de la calle donde los
promotores inmobiliarios habían derribado la casa de los Shortridge, quienes
solían tener el más bello techo de pizarra. En su lugar, alguien de fuera de la
ciudad estaba construyendo una ostentosa mansión en miniatura. Más y más de
estas monstruosidades aparecían por toda Old Village, grandes y pesadas cosas
que se extendían de línea de propiedad a línea de propiedad y no dejaban espacio
para un patio.
Patricia quería dejar la cazuela, pero no había venido hasta aquí para no
hablar con el sobrino. Decidió intentarlo por la puerta principal. Lo dejaría en
el mostrador de la cocina con una nota, se dijo a sí misma. Abrió la puerta
mosquitera y giró el pomo de la puerta. Se atascó por un momento, luego de un
rato se abrió.
— ¿Yoo-hoo? — Patricia llamó a la oscuridad que había en el interior.
Nadie respondió. Patricia entró. Todas las persianas estaban cerradas. El aire
se sentía caliente y polvoriento.
— ¿Hola? — Dijo Patricia. — ¿Soy Patricia Campbell de Pierates Cruze?
No hubo respuesta. Nunca antes había entrado en la casa de Ann Savage.
Los viejos y pesados muebles abarrotaban la habitación delantera. Cajas de
licorerías y bolsas de papel del correo como basura cubrían el suelo. Circulares,
catálogos y viejas copias enrolladas de Moultrie News se derramaron de los
asientos de cada silla. Cuatro polvorientas y viejas maletas Samsonite estaban
alineadas contra la pared. Los estantes alrededor de la puerta principal estaban
llenos de novelas románticas empapadas de agua. Olía como la tienda en
Goodwill.
Una puerta a su izquierda conducía a una cocina oscura, y la de su derecha
conducía a la parte de atrás de la casa. Un ventilador de techo giraba
letárgicamente por encima de la cabeza. Patricia miró hacia el pasillo. Había
una puerta entreabierta en el otro extremo que conducía a lo que ella asumió era
el dormitorio. Donde estaba ella se escuchaba el sonar de un aire acondicionado
de ventana. Seguramente el sobrino habría salido y lo dejo encendido.
Aguantando la respiración, Patricia caminó cuidadosamente por el pasillo y
empujó la puerta del dormitorio hasta abrirla.
— ¿Toc toc?, — dijo.
El hombre que yacía en la cama estaba muerto.
Estaba encima de la colcha, todavía con sus botas de trabajo. Llevaba
vaqueros y una camisa blanca con botones. Sus manos estaban a los lados.
Era enorme, media más de 1,80 m, y sus pies colgaban del extremo. Pero a
pesar de su tamaño, parecía hambriento. La carne se aferraba fuertemente a sus
huesos. La piel amarilla de su rostro se veía dibujada y finamente arrugada, su
pelo rubio se veía quebradizo y delgado.
— ¿Disculpe? — Preguntó Patricia, con la voz temblorosa.
Se obligó a entrar en la habitación, puso la cazuela al final de la cama y le
cogió la muñeca. Su piel se sentía fría. No tenía pulso.
Patricia examinó su cara de cerca. Tenía labios finos, boca ancha y pómulos
altos. Su aspecto estaba entre guapo y hermoso. Le sacudió el hombro, por si
acaso.
— ¿Señor? — dijo con voz ronca. — ¿Señor?
Su cuerpo apenas se movió bajo su mano. Le sostenía la parte posterior de su
dedo índice bajo sus fosas nasales: nada. Su instinto de enfermera se hizo cargo.
Usó una mano para bajar su barbilla y la otra para tirar de su labio superior
hacia atrás. Le palpó con un dedo dentro de la boca con un dedo. Su lengua se
sentía seca. Nada obstruía sus vías respiratorias. Patricia se inclinó sobre su cara
y se dio cuenta, con un cosquilleo en las venas de la parte interior de sus codos,
de que esto era lo más cerca que había estado de un hombre que no era su marido
en diecinueve años. Los labios secos de ella se presionaron contra los agrietados
de él formando un sello. Le pellizcó el puente de la nariz, y le dio respiración
boca a boca, Luego realizó tres fuertes compresiones en el pecho.
Nada. Se inclinó para hacer un segundo intento, presionó sus labios con los
de él, y sopló, una, dos veces, luego su tráquea vibró hacia atrás mientras el aire
bajaba por su garganta. Se levantó tosiendo, el hombre se puso de pie, su frente
golpeó el costado del cráneo de Patricia con un golpe hueco, y Patricia se
tambaleó hacia atrás contra la pared, sacando todo el aliento de sus pulmones.
Sus piernas salieron de debajo de ella, y se desplomo al suelo, aterrizando con
un golpe fuerte sobre su trasero, mientras el hombre saltaba a sus pies, con los
ojos desorbitados, enviando la cacerola al suelo.
— ¡Qué carajos! — Gritó el hombre.
Miró salvajemente alrededor de la habitación y encontró a Patricia en el suelo
a sus pies. Con el pecho lleno, la boca abierta, la entrecerró en la oscuridad.
— ¿Cómo entraste? — gritó. — ¿Quién eres?
Patricia se las arregló para controlar su respiración lo suficiente como para
chillar, — Patricia Campbell de Pierates Cruze.
— ¿Qué? — Dijo.
— Pensé que estabas muerto, — dijo ella.
— ¿Qué? — Volvió a decir.
— Te hice reanimación cardiopulmonar, — dijo. — No estabas respirando.
— ¿Qué? — Dijo una vez más.
— ¿Soy tu vecina? — Patricia se acobardó. — ¿De Pierates Cruze?
Miró por la puerta del pasillo. Luego miró a su cama. Y de últimas a ella.
— Mierda, — dijo otra vez, y sus hombros se desplomaron.
— Te he traído una cazuela, — dijo Patricia, señalando la cacerola al revés.
El pecho del hombre se movía más lento cada segundo.
— ¿Viniste a traerme un guiso? — Preguntó.
— Lamento mucho su pérdida, — dijo Patricia. — Yo... tu tía abuela fue
encontrada en mi jardín…Y las cosas se pusieron un poco raras. ¿Tal vez has
visto a mi perro? Es una mezcla de cocker spaniel, él, bueno... tal vez es mejor
que no lo hayas hecho. ¿Y...? Bueno, espero que no haya pasado nada en
nuestra casa que empeore las cosas por lo de tu tía.
— Me trajiste una cazuela porque mi tía murió, —dijo, como si se lo explicara
a sí mismo.
— No viniste a la puerta. — Dijo ella. — Pero vi tu coche fuera, así que me
asomé.
— Y por el final del pasillo, — dijo. — Y en mi dormitorio.
Se sentía como una tonta.
— Aquí nadie se piensa las cosas dos veces, — le explicó. — Es Old Village.
Y no estabas respirando.
Abrió bien los ojos y los cerró con fuerza unas cuantas veces, balanceándose
ligeramente.
— Estoy muy, muy cansado. — Dijo él.
Patricia se dio cuenta de que no la iba a ayudar a ponerse de pie, así que se
levantó del suelo.
— Déjame limpiar esto, — dijo, alcanzando la cazuela. — Me siento tan
estúpida.
— No, — dijo. — Tienes que irte. — Se tambaleó, su cabeza se sacudió con
pequeños movimientos y asentimientos.
— Sólo tomará un minuto, — le dijo ella.
— Por favor, —dijo. — Por favor, solo vete a casa. Necesito estar solo.
La hizo salir hasta la puerta de su dormitorio.
— Puedo conseguir un paño y asegurarme de que no deje una mancha, —
dijo Patricia mientras la empujaba por el pasillo. — Me siento muy mal por
irrumpir cuando no nos han presentado, pero pude ver que no estabas
respirando, y yo era enfermera —soy enfermera— estaba tan segura de que
estabas enfermo y me siento como una tonta.
Mientras ella hablaba, él la empujó por la desordenada habitación delantera,
tenía la puerta delantera abierta, se puso de pie detrás de ella, entrecerrando los
ojos con fuerza, y ella supo que la quería afuera de su casa.
— Por favor, — dijo ella, de pie con una mano aferrada al mango de la puerta
de metal. — Lo siento mucho. No quise molestarte de esa manera.
— Tengo que volver a la cama, — dijo, y su mano estaba reposada en la parte
de atrás de su pequeña espalda luego ella atravesó la puerta mosquitera, de pie
bajo el sol caliente de su entrada principal. La puerta se cerró firmemente en su
cara. Patricia esperaba que nadie la hubiera visto entrar. Si alguien más sabia de
su estupidez, simplemente moriría.
Se dio la vuelta y saltó cuando la parte delantera de un gran sedán marrón se
asomó al patio delantero, justo encima de ella. Detrás del resplandor del sol en
el parabrisas, vio a Francine, la mujer que lo hizo todo por Ann Savage.
Francine era mayor, con una cara como una manzana seca, y no mucha gente
todavía la contrataba en el Old Village porque tenía una naturaleza avinagrada.
Ella y Francine se miraron a través del cristal. Patricia levantó una mano en
la más mínima apariencia de un saludo, luego agachó la cabeza y cruzó la calle
tan rápido como pudo, marcando mentalmente a todas las personas que Francine
les podría contar aquello.
Capitulo 7
De camino a casa Patricia probó al sobrino de Ann Savage en sus labios:
especias polvorientas, cuero, piel desconocida. Hizo que la sangre
chisporroteara en sus venas, y luego, abrumada por la culpa, se cepilló los
dientes dos veces, encontrando la mitad de una botella vieja de Listerine en el
armario del pasillo, e hizo gárgaras hasta que sus labios sabían a menta artificial.
Durante el resto del día, vivía con el temor de que alguien llegara y le
preguntara qué había estado haciendo en la casa de Ann Savage. Le aterrorizaba
encontrarse con la Sra. Francine cuando estuvo en el Piggly Wiggly. Saltaba
cada vez que sonaba el teléfono, pensando en que sería Grace diciendo que
había oído que Patricia intentó hacerle RCP a un hombre dormido.
Pero la noche llegó y nadie dijo nada, aunque no pudo ver los ojos de Carter
en la cena, para cuando se fue a la cama había olvidado el sabor de los labios
del sobrino. A la mañana siguiente, se olvidó en algún momento de Francine
entre averiguar dónde debía dejar a Korey y recogerla toda esta semana, y
asegurarse de que Blue estudiara para su examen de Historia Estatal y Local en
lugar de leer sobre Adolf Hitler.
Se aseguró de que Korey y Blue se inscribieran en el campamento de verano
(fútbol para Korey y campamento del día de las ciencias para Blue), llamó a
Grace para conseguir el número de teléfono de alguien que pudiera arreglar su
aire acondicionado, fue por los alimentos, y por los almuerzos empaquetados,
dejé los libros de la biblioteca, con las libretas de notas firmadas (no hay escuela
de verano este año, por suerte), y apenas veía a Carter por las mañanas cuando
salía corriendo por la puerta (—Te prometo, — le dijo, —tan pronto como esto
termine iremos a la playa—), y de repente pasó una semana, se sentó a cenar,
medio escuchando a Korey quejarse de algo que no le interesaba en absoluto.
— ¿Me estás escuchando siquiera? — Preguntó Korey.
— ¿Perdona? — Preguntó Patricia, volviendo a sintonizar.
— No entiendo cómo otra vez y por poco nos quedamos sin café, — dijo
Carter desde el otro extremo de la mesa. — ¿Se lo están comiendo los niños?
— Hitler dijo que la cafeína era veneno, — dice Blue.
— He dicho que, — Repitió Korey, — La habitación de Blue da al agua
y puede abrir las ventanas y tener una gran brisa. Además, tiene un ventilador
de
techo. No es justo. ¿Por qué no puedo tener un ventilador en mi habitación?
¿O quedarme en la casa de Laurie hasta que se arregle el aire?
— No te quedarás en casa de Laurie, — Patricia dice.
— ¿Por qué demonios querrías vivir con los Gibson? — Pregunta Carter.
Al menos cuando sus hijos decían cosas completamente irracionales estaban
en la misma página.
— Porque el aire acondicionado está dañado, — dice Korey, empujando su
pechuga de pollo alrededor del plato con el tenedor.
— No está dañado, — dice Patricia, — Es solo que no está funcionando muy
bien.
— ¿Llamaste al hombre del aire acondicionado? — pregunta Carter.
Patricia le echó una mirada en el lenguaje secreto de paternidad que decía,
mantengámonos en la misma página delante de los niños y discutiremos esto
más tarde.
— No lo llamaste, ¿verdad? — dijo Carter. — Korey tiene razón, hace
demasiado calor.
Claramente, Carter no hablaba el mismo lenguaje secreto de crianza.
— Tengo una foto, — dijo La señora Mary.
— ¿Qué es eso, mamá? — Pregunta Carter.
Carter pensaba que era importante que su madre comiera con ellos tan
seguido como fuera posible, a pesar de que era difícil llevar a Blue a la misa
mesa cuando lo hacía. La Sra. Mary dejó caer tanta comida en su regazo como
la que llegó a su boca, y en su vaso de agua había restos de comida flotando que
había olvidado tragar antes de tomar un sorbo.
— Puedes ver en la fotografía que el hombre…, — La Sra. Mary decía, —es
un hombre.
— Así es, mamá, — dijo Carter.
Fue entonces cuando una cucaracha cayó del techo y aterrizó en el vaso de
agua de La Sra. Mary.
— ¡Mamá! — Korey gritó, saltando hacia atrás con su asiento.
— ¡Cucaracha! — Gritó Blue, redundantemente, escudriñando el techo por
más.
— ¡La tengo! — dijo Carter, viendo otra en el candelabro, alcanzándolo con
una de las servilletas buenas de lino de Patricia.
El corazón de Patricia se hundió. Se dio cuenta que esto se estaba
convirtiendo en la terrible historia familiar sobre la casa en la que albergaban.
— ¿Recuerdas? — Se preguntaban el uno al otro cuando fueran mayores. —
¿Recuerdas que la casa de mamá estaba tan sucia que una cucaracha cayó del
techo al vaso de la abuela Mary? ¿Recuerdas eso?
— ¡Mamá, eso es asqueroso! — Dijo Korey. — ¡Mamá! ¡No dejes que se lo
beba!
Patricia se dio cuenta y vio a la Sra. Mary agarrando su vaso de agua, a punto
de dar un sorbo, la cucaracha luchando con los trozos de comida flotando.
Saliendo de su asiento, le arrebato el vaso de la mano de la Sra. Mary y lo tiró
por el fregadero. Dejó correr el agua y la cucaracha junto con los fragmentos
de comida se desintegraron por el desagüe. Luego encendió el triturador de
basura.
Fue cuando sonó el timbre de la puerta
Todavía podía escuchar a Korey haciendo un espectáculo en el comedor y
quería asegurarse de que se lo perdería. Así que gritó, — yo lo haré, — y caminó
a través del estudio hacia el tranquilo y oscuro salón delantero. Incluso desde
allí podía escuchar a Korey seguir gritando. Abrió la puerta principal y la
vergüenza inundó sus venas: El sobrino de Ann Savage estaba bajo la luz del
porche.
— Espero no estar interrumpiendo, — dijo. — He venido a devolverte tu
cacerola.
No podía creer que fuera el mismo hombre. Aún seguía pálido, pero su piel
parecía suave y sin arrugas. Su cabello estaba dividido a la izquierda y se veía
grueso y abundante. Llevaba una camisa de trabajo caqui metida en unos
vaqueros azules nuevos, las mangas se enrollaban hasta los codos. Una leve
sonrisa jugaba en las comisuras de sus delgados labios, como si compartieran
un chiste privado. Ella sintió como su boca se movía en una sonrisa a cambio.
En una mano sostenía la grande cazuela de vidrio. Estaba impecable.
— Siento mucho haber irrumpido en su casa, — dijo, levantando la mano
para cubrirse la boca.
— Patricia Campbell, — dijo él. — Recordé tu nombre y te busqué en el
libro. Sé cómo se las arregla la gente para dejar comida y nunca recuperar sus
platos.
— No tenías por qué haberlo hecho, — dijo, alcanzando el plato. Él se aferró
a él.
— Me gustaría disculparme por mi comportamiento, — dijo.
— No, yo lo siento. — dice Patricia, preguntándose en cuánto tiempo podría
intentar quitarle el plato de las manos antes de que empezara a parecer grosera.
— Debes pensar que soy una tonta, interrumpí tu siesta, Yo... yo realmente
pensé que estabas... solía ser enfermera. No sé cómo cometí un error tan
estúpido. Lo lamento.
Frunció el ceño, arqueó las cejas en el medio, y pareció sinceramente
preocupado.
— Te disculpas mucho, — dice él.
— Lo siento, — dice rápidamente.
Inmediatamente se dio cuenta de lo que había hecho y se congeló, nerviosa,
no estaba segura de adónde ir a continuación, a lo que dijo, — Las únicas
personas que no se disculpan son los psicópatas.
En el momento en que salió de su boca deseó no haber dicho nada. La estudió
durante un momento, y luego dijo, — Lamento oír eso.
Se pasmaron por un momento, cara a cara, mientras ella procesaba lo que él
había dicho, y entonces ella estalló de la risa. Después de un segundo, él también
lo hizo. Él soltó la cacerola y ella se la llevó al cuerpo. Sosteniéndolo sobre su
estómago como un escudo.
— Ni siquiera voy a decir que lo siento otra vez, — le dijo. — ¿Podemos
volver a empezar? — Le extendió una mano, — James Harris, — dijo.
Ella se la apretó, se sintió fresco y fuerte. — Patricia Campbell.
— Lo siento de verdad, — dijo, indicando su oreja izquierda.
Recordaba su oreja mutilada, Patricia se giró ligeramente a la izquierda y
rápidamente se acomodó las puntas del cabello
— Bueno, — dijo, — supongo que por eso tengo dos.
Esta vez, su risa fue corta y repentina.
— No mucha gente sería tan generosa con sus oídos.
— No recuerdo que se me haya dado a elegir, — dijo, y luego sonrió para
hacerle saber que estaba bromeando.
Le devolvió la sonrisa.
— ¿Eran ustedes dos muy cercanos? — Pregunto. — ¿Tú y la Sra. Savage?
— Ninguna de nuestras familias es cercana, — dijo. — Pero cuando la familia
te necesita, tú vas.
Quería cerrar la puerta y pararse frente al porche para tener una conversación
adulta y real con este hombre. Había estado tan aterrorizada de él, pero era
amable, divertido y la miraba de una manera que la hizo sentir que de verdad la
estaba viendo a ella. Voces chillonas salieron de la casa. Sonrió, avergonzada,
y se dio cuenta de que había una forma de hacer que se quedara.
— ¿Te gustaría conocer a mi familia? — Le pregunto.
— No quiero interrumpir tu cena, — dijo.
— Lo consideraría un favor personal si lo hicieras.
La miró durante una fracción de segundo, inexpresivo, midiéndola, y
entonces él igualó su sonrisa.
— Sólo si es una invitación real, — dijo él.
— Considérate invitado, — dijo, haciéndose a un lado. Después de un
momento pasó por encima de su umbral y entró en el oscuro salón delantero.
— ¿Señor Harris? — dijo ella. — No diga nada sobre… — hizo un gesto con
la cacerola que tenía entre ambas manos, — sobre esto, ¿lo harías?
Su expresión se volvió seria.
— Será nuestro secreto.
— Gracias, — dijo.
Cuando ella lo llevó al brillante comedor, todos dejaron de hablar.
— Carter, — dijo ella, — Él es James Harris, el sobrino nieto de Ann Savage.
James, él es mi esposo, el Dr. Carter Campbell.
Carter se levantó y le tendió la mano automáticamente, como si conociera al
sobrino de la mujer que le estuvo mordiendo la oreja a su esposa. Blue y Korey,
por otro lado, miraron a su madre y luego a ese enorme extraño con horror,
preguntándose por qué lo dejó entrar en su casa.
— Éste es nuestro hijo, Carter Jr., aunque le decimos Blue, y nuestra hija,
Korey, — dijo Patricia.
Mientras James estrechaba la mano de Blue y caminaba alrededor de la mesa
para estrechar la de Korey, Patricia vio a su familia a través de sus ojos: Blue lo
miraba fijamente. Korey de pie detrás de su silla con su sudadera con capucha
de Baja y sus pantalones cortos de fútbol, mirándolo boquiabierto como si fuera
un animal de zoológico. La Sra. Mary masticaba y masticaba a pesar de que su
boca estaba vacía.
— Ella es la Sra. Mary Campbell, mi suegra, quien se está quedando con
nosotros.
James Harris le tendió una mano a la Sra. Mary, que seguía chupándose los
labios mientras miraba fijamente el salero y el pimentero.
— Encantado de conocerla, señora, — dijo James.
La Sra. Mary levantó sus ojos llorosos a la vista de su cara y lo estudió por
un momento, con la barbilla temblorosa, luego volvió a mirar hacia a la sal y la
pimienta.
— Tengo una foto, — dijo.
— No quiero interrumpir su cena, — James Harris dijo, tirando de su mano
hacia atrás. — Sólo estaba devolviendo un plato.
— ¿No te unirás con nosotros para el postre? — Pregunto Patricia.
— No podría…, — James Harris habló.
— Blue, despeja la mesa, — dijo Patricia, — Korey, trae los tazones.
— Soy muy goloso, — dijo James Harris mientras Blue pasaba con un
montón de platos sucios.
— Puedes sentarte aquí, — dijo Patricia, señalando la silla vacía a su
izquierda. Crujió de forma alarmante cuando James Harris se sentó en ella.
Aparecieron los tazones y el medio galón de Breyers encontró su lugar frente a
Carter. Comenzó a cortar en la superficie del helado quemado con una cuchara
grande.
— ¿A qué se dedica? — Pregunta Carter.
— A toda clase de cosas, — dice James mientras Korey colocaba una pila de
tazones de helado frente a su padre. — Pero en estos momentos, tengo un poco
de dinero ahorrado para invertirlo.
Patricia lo reconsideró. ¿Era rico?
— ¿En qué? — Pregunta Carter. Raspando largos pedazos blancos de helado
en los tazones de todos y pasándolos alrededor de la mesa. — ¿Un pequeño
negocio? ¿Acciones y bonos? ¿Microchips?
— Estaba pensando en algo más local, — dijo James Harris. — Tal vez bienes
raíces.
Carter extendió la mano a través de la mesa y puso un tazón de helado
enfrente de James, luego puso una cuchara de mango grueso en la mano de su
madre y la llevó al tazón de vainilla que tenía delante.
— No es mi área, — dijo, perdiendo el interés.
— Conoces a, — dijo Patricia. — ¿Mi amiga Slick Paley en el club de
lectura? Su esposo, Leland, está en el sector inmobiliario. Podrían decirte algo
sobre la situación de aquí.
— ¿Estás en un club de lectura? — Pregunta James, — amo leer.
— ¿A quién lees? — Preguntó Patricia mientras Carter los ignoraba y
alimentaba a su madre, y Blue y Korey continuaron mirando.
— Soy un gran fan de Ayn Rand, — dice James Harris. — Kesey, Ginsburg,
Kerouac. ¿Has leído Zen and the Art of Motorcycle Maintenance1?
— ¿Eres hippie? — Preguntó Korey.
Patricia se sintió patéticamente agradecida de que James Harris ignorara a su
hija.
— ¿Buscan nuevos miembros? — continuó.
— Ugh, — Dijo Korey. — Son un montón de ancianas sentadas que beben
vino. Ni siquiera leen los libros.
Patricia no sabía a qué venían estas cosas. Lo atribuiría a que Korey se
convirtió en una adolescente, pero Maryellen dijo que se convirtieron en
adolescentes cuando dejaban de agradarte, y aún le agradaba su hija.
— ¿Qué tipo de libros lee? — James preguntó, todavía ignorando a Korey.

1
Zen y el arte del mantenimiento de motocicletas: es un libro de Robert M. Pirsig, de una
investigación sobre los valores, publicado por primera vez en 1974. Es una obra autobiográfica ficticia, y es el
primero de los textos de Pirsig en el que explora su "Metafísica de la Calidad".
— De todo tipo, — dice Patricia. — Acabamos de leer un maravilloso libro
sobre la vida de un pequeño pueblo guyanés en los años 70.
No mencionó que fuera Raven: The Untold Story of the Rev. Jim Jones and
His People.1
— Alquilan películas, — Korey dijo. — Y fingen que leen los libros.
— No hay una película sobre este libro, — dijo Patricia, forzándose a sonreír.
James Harris no estaba escuchando. Tenía los ojos puestos en Korey.
— ¿Hay alguna razón para que seas tan pesada con tu madre? — pregunta.
— Normalmente no es así, — dijo Patricia. — No pasa nada.
— Algunas personas usan la literatura para entender sus vidas, — dijo James
Harris, continuando con la mirada fija en Korey, quien se retorcía bajo la
intensidad de su mirada. — ¿Qué estás leyendo?
— Hamlet, — dice Korey, — Es de Shakespeare.
— Lectura asignada, — James Harris dijo. — Me refiero a, ¿Qué es lo que
estás leyendo que otras personas no hayan elegido para ti?
— No tengo tiempo para sentarme a leer libros, — dijo Korey. — En realidad
voy a la escuela y soy capitana del equipo de fútbol y el de voleibol.
— Un lector vive muchas vidas, — dijo James Harris, — La persona que no
lee vive sino una. Pero si eres feliz haciendo lo que se te dice y leyendo lo que
otras personas piensan que deberías leer, entonces no dejes que te detengan.
Sólo lo encuentro triste.
— Yo…, — Korey comenzó, moviendo su boca. Luego se detuvo. Nadie la
había llamado triste antes. — Como sea, — dijo, y se desplomó de nuevo en su
silla.
Patricia se preguntaba si debería estar molesta. Esto era un nuevo territorio
para ella.

1
Raven: La historia no contada del reverendo Jim Jones y su gente. detalla la vida y la desaparición
final de Jim Jones y el Templo del Pueblo. Escrito por el periodista Tim Reiterman, el libro repasa la historia
del Templo del Pueblo. El libro incluye numerosas entrevistas, cintas de audio y documentos entre sus cientos
de fuentes.
— ¿De qué libro hablan? — preguntó Carter, metiendo más helado en la boca
de su madre.
— Del club de lectura de tu esposa, — Dice James Harris. — Supongo que
partidario de las personas que leen. Crecí como un mocoso militar, y a donde
quiera que fuera, los libros eran mis amigos.
— Porque no tienes ninguno de verdad, — Korey murmuró.
La Sra. Mary miró hacia arriba, justo a donde estaba James Harris, y Patricia
casi podía oír como sus ojos se acercaban a él.
— Quiero mi dinero, — dijo La Sra. Mary con enfado. — Es el dinero de
papá el que debes.
Hubo silencio en la mesa.
— ¿Qué es eso, mamá? — Preguntó Carter.
— Has vuelto arrastrándote, — dijo La Sra. Mary. — pero te veo.
La señorita Mary miró a James Harris, frunció el entrecejo y la piel flácida
alrededor de la boca se hizo un nudo de ira. Patricia se volvió hacia James Harris
y lo vio pensativo, tratando genuinamente de descifrar algo.
— Ella cree que eres alguien de su pasado, — explicó Carter. — Ella va y
viene.
La silla de la señora Mary se raspó hacia atrás con un chillido ensordecedor.
— Mamá, — dijo Carter, tomando su brazo. — ¿Terminaste? Deja que te
ayude.
Sacó el brazo del agarre de Carter y se levantó, con los ojos fijos en James
Harris.
— Eres el séptimo hijo de una madre sin sal, — dijo la señora Mary, y dio un
paso hacia él. Las barbas de grasa bajo su barbilla temblaban. — Cuando
lleguen los días del Perro, te pondremos clavos en los ojos.
Alargó la mano y la presionó contra la mesa, sosteniéndose a sí misma. Se
inclinó sobre James Harris.
— Mamá, — dijo Carter. — Cálmate.
— Pensaste que nadie te reconocería, — dijo La Sra. Mary. — Pero tengo tu
fotografía, Hoyt.
James Harris miró fijamente a la Sra. Mary, sin moverse. Ni siquiera
pestañeó.
— Hoyt Pickens, — dijo la señora Mary. Entonces ella escupió. Quería que
fuera un vendedor ambulante, algo afilado que golpeara la tierra, pero en vez de
eso, un fajo de saliva blanca espesa con helado de vainilla y moteada con pollo
rezumaba sobre su labio inferior, luego rodó por su barbilla y cayo delante de
su vestido.
— ¡Mamá! — Dijo Carter.
Patricia vio a Blue vomitar y poner su servilleta en la parte inferior de su cara.
Korey se reclinó en su silla, lejos de su abuela, y Carter alcanzó a su madre, con
la servilleta extendida.
— Lo siento mucho, — le dijo Patricia a James Harris cuando se levantó.
— Sé quién eres, — Le gritó la Sra. Mary a James Harris. — En tu traje de
helado.
Patricia odiaba a la Sra. Mary en ese momento. Alguien interesante había
entrado a su casa para hablar de libros, y la Sra. Mary ni siquiera le permitió
tener eso.
Sacó a la Sra. Mary del comedor, tirando de ella por debajo de las axilas, sin
importarle si fue un poco brusca. Detrás de ella, se dio cuenta de que James
Harris se levantaba cuando Carter y Korey empezaron a hablar a la vez, y
esperaba que él siguiera allí cuando ella regresara. Llevó a la Srta. Mary al
garaje y la sentó en su silla con el tazón de agua de plástico y su cepillo de
dientes, volviendo al comedor. La única persona que quedaba era Carter,
chupando su helado, encorvado sobre su cuenco.
— ¿Sigue aquí? — Preguntó Patricia.
— Se fue, — dijo Carter, a través de un bocado de vainilla. — Mamá se veía
rara esta noche, ¿no lo crees?
La cuchara de Carter encajó en el fondo del tazón y se puso de pie, dejando
su cuenco en el mantel individual para que ella lo limpiara, sin esperar a oír lo
que tenía que decir. En ese momento, Patricia odiaba a su familia con pasión.
Y tenía muchas ganas de volver a ver a James Harris.
Capitulo 8
Así fue como al día siguiente en la tarde, se encontró de pie frente al porche
de la cabaña amarilla y blanca de Ann Savage.
Llamó a la puerta y esperó. Frente a la nueva mansión, un camión de cemento
arrojó lodo gris en un marco de madera para su entrada. Vio la camioneta blanca
de James Harris estacionada en silencio en el patio delantero, el sol se reflejaba
por el parabrisas haciendo que Patricia entrecerrara los ojos.
Con un fuerte crujido, la puerta principal se abrió despegándose de la
pegajosa pintura calentada por el sol, James Harris apareció allí, sudando,
usando unas grandes gafas de sol.
— Espero no haberte despertado, — dijo Patricia, — Quería disculparme por
el comportamiento de mi suegra anoche.
— Entra rápido, — dijo, volviendo a las sombras.
Se imaginaba ojos mirándola desde todas las ventanas que daban a la calle.
No podía volver a entrar en su casa. ¿Dónde estaba Francine? Se sintió expuesta
y avergonzada. No había pensado bien en esto.
— Hablemos aquí afuera, — dijo en el oscuro entrada. Todo lo que podía ver
era su gran mano pálida descansando en el borde de la puerta. — El sol se siente
muy bien.
— Por favor, — dijo, su voz se puso tensa. — Tengo una enfermedad.
Patricia conoció la angustia genuina cuando la escuchó, pero aun así no podía
entrar.
— Entras o te vas, — dijo, con un tono de rabia. — No puedo estar al sol.
Mirando en todas las direcciones hacia la calle, Patricia se deslizó
rápidamente a través de la puerta.
La apartó a un lado rápidamente para cerrar la puerta principal, forzándola
más profundamente en el medio de la habitación. Para su sorpresa, estaba vacío.
Los muebles habían sido empujados contra las paredes junto con las viejas
maletas, bolsas y cajas de cartón llenas de basura. Detrás de ella, James Harris
cerró la puerta de su casa y se apoyó en ella.
— Se ve mucho mejor que ayer, — dijo ella, haciendo conversación. —
Francine hizo un trabajo maravilloso.
— ¿Quién? — preguntó el.
— La vi al salir el otro día, — dijo Patricia, — Tú ama de llaves.
James Harris la miraba a través de sus grandes gafas de sol, completamente
en blanco, y Patricia estaba a punto de decirle que tenía que irse cuando sus
rodillas se doblaron y se deslizo hasta el suelo.
— Ayúdame. — él dijo.
Sus pies trataron de llevarlo inútilmente contra la pared más cercana, pero
sus manos no tenían fuerza. Su instinto de enfermera se puso en marcha y se
acercó, plantó firmemente sus talones, coloco sus manos por debajo de sus
axilas, y lo levanto. Se sentía pesado, algo sólido y muy frio, mientras su enorme
cuerpo se levantaba delante de ella, se sintió abrumada por su presencia física.
Sus palmas húmedas le cosquilleaban hasta los antebrazos.
Se desplomó hacia adelante, dejando caer todo su peso sobre los hombros de
ella, y el intenso contacto físico hizo que Patricia se mareara. Patricia le ayudó
a sentarse en una silla mecedora junto a la pared, y se desplomo su cuerpo
pesado en ella. Liberándose de su cuerpo, se sintió de repente más ligera que el
aire. Sus pies apenas tocaban el suelo.
— ¿Qué es lo que pasa contigo? — Preguntó patricia.
— Me ha mordido un lobo, — respondió.
— ¿Aquí? — Preguntó de nuevo Patricia.
Vio los músculos de sus muslos apretarse, pero se relajó cuando comenzó a
mecerse inconscientemente de un lado a otro.
— Cuando era joven, — dijo, y luego mostró sus blancos dientes con una
sonrisa de dolor. — Tal vez pudo ser un perro salvaje, pero en mi memoria lo
convirtió en un lobo.
— Lo siento mucho, — dijo ella, — ¿Te dolió?
— Creyeron que iba a morir, — dijo. — Tuve fiebre por unos días y cuando
me recuperé tenía algunos daños cerebrales, sólo lesiones leves, pero
comprometió el control motriz de mis ojos.
Se sintió aliviada de que esto comenzara a tener sentido.
— Eso debió ser difícil, — le dijo Patricia.
— Mi iris no se dilata muy bien, — dijo el, — Así que la luz del día es
extremadamente dolorosa. He perdido todo control de mi cuerpo.
Hizo un gesto impotente alrededor de la habitación a todo lo apilado contra
las paredes.
— Hay tanto que hacer y no sé cómo tengo que manejarlo, — dijo. — Estoy
algo perdido.
Ella miró las cajas y bolsas de la licorería que cubrían las paredes, lleno de
ropa vieja, cuadernos, zapatillas, medicamentos, aros de bordado y ediciones
amarillentas de TV Guide1, bolsas plásticas de ropa, pilas de perchas de alambre,
marcos de fotografías llenas de polvos, pilas de mantas, libros dañados por la
humedad de la editorial Greenbax, montones de cartones de bingo usados
unidos con una liga, ceniceros de vidrio, tazones y esferas de arena suspendidas
en el suelo.
— Es mucho lo que hay que hacer. — Dijo Patricia, — ¿Tienes a alguien que
pueda venir a ayudarte? ¿Algún familiar? ¿Un hermano? ¿Primos? ¿Tú esposa?
Negó con la cabeza.
— ¿Quieres que me quede y hable con Francine?
— Renunció, — dijo él.
— Eso no suena a Francine, — Patricia dijo.
— Voy a tener que irme, — James Harris dijo, limpiando el sudor de su
frente. — Pensé en quedarme por esto de mi condición lo hace difícil. Siento
que hay un tren en marcha y no importa lo rápido que corra, nunca podré
alcanzarlo.
Patricia conocía ese sentimiento, pero también tenía que pensar en Grace, que
se quedaría aquí hasta que aprendiera todo lo que pudiera saber sobre este
apuesto hombre, aparentemente normal, que se había encontrado solo en el Old
Village sin esposa ni hijos. Patricia nunca había conocido a un solo hombre de
su edad que no tuviera algún tipo de historia. Probablemente demostraría ser
insignificante y anticlimático, pero estaba tan hambrienta de algo excitante que
aceptaba cualquier misterio que pudiera.

1
TV Guide: es una revista americana quincenal que proporciona información sobre los programas de
televisión, así como noticias relacionadas con la televisión, entrevistas y chismes de famosos, críticas de
películas, crucigramas y, en algunos números, horóscopos.
— Veamos si podemos resolver esto juntos, — dijo ella. — ¿Qué es lo que
más te agobia?
Levantó un fajo del correo que había en la mesilla del desayuno junto a él
como si pesara quinientas libras.
— ¿Qué hago con esto? — Pregunto.
Examinó las cartas, el sudor le caí por la espalda y por su labio superior. El
aire en la casa se sentía viejo y reñido.
— Pero estas son fáciles, — dijo, bajándolas. — No entiendo esta carta del
tribunal sobre un testamento, pero llamaré a Buddy Barr. Está retirado, pera va
a nuestra iglesia y es un abogado de bienes raíces. La central de agua está justo
arriba de esta calle puedes ir ahí y cambiar el nombre de la cuenta en cinco
minutos. SCE&G tiene una oficina a la vuelta de la esquina donde puedes poner
la factura de la electricidad a tu nombre.
— Todo debe hacerse en persona, — dijo el, — Y sus oficinas sólo están
abiertas durante el día cuando no puedo conducir. Por culpa de mis ojos.
— Oh, — dijo Patricia,
— Si alguien pudiera llevarme…, — dijo.
Al instante, Patricia se dio cuenta de lo que él quería, y sintió otra obligación
cerrándose a su alrededor.
— Normalmente lo haría con gusto, — dijo, rápidamente. — Pero es la última
semana de clases y hay tanto que hacer...
— Dijiste que sólo tomaría cinco minutos.
Por un momento, Patricia resintió su tono de adulador, y luego se sintió como
una cobarde. Había prometido ayudarle. Quería saber más de él. Así que no iba
a renunciar ante el primer obstáculo.
— Tienes razón, — dijo ella, — Déjame ir por mi coche y nos iremos.
Intentaré estacionarme lo más posible a la puerta de tu casa.
— ¿Podemos tomar mi camioneta? — Preguntó.
Patricia se negó. No podía conducir el auto de un extraño. Además, nunca
antes había conducido una camioneta.
— Yo… — Se apresuró a decir.
— Los vidrios están polarizados, — dijo James Harris.
Por supuesto que sí. Asintió con la cabeza, sin pensar en otra opción.
— Odio molestarte cuando ya has hecho tanto por mi… — Comenzó a decir.
Se le hundió el corazón, e inmediatamente se sintió egoísta. Este hombre
había llegado a su casa anoche y había sido reprendido por su hija y escupido
por su suegra. Era un ser humano que estaba pidiendo ayuda. Por supuesto que
lo haría lo mejor posible.
— ¿Qué es esto? — preguntó, haciendo que su voz sonara tan cálida y
genuina como fuera posible.
Dejó de balancearse.
— Me robaron la billetera, y mi certificado de nacimiento y todo ese tipo de
cosas están almacenadas en casa, — dijo. — No sé cuánto tiempo le tomará a
alguien encontrarlos, ¿Cómo puedo hacer algo de esto sin documentos?
Una imagen de Ted Bundy con su falso brazo enyesado pidiéndole a Brenda
Ball que le ayudara a llevar sus libros a su coche pasó por la mente de Patricia.
Lo descartó como algo indigno.
— Esa carta del tribunal testamentario va a resolver el problema de la
identificación, — dijo ella. — Eso es todo lo que necesitas para la Central
Hidroeléctrica, y cuando estemos allí haremos que te imprima una factura con
tu nombre y esta dirección para mostrarle a la compañía eléctrica. Dame las
llaves e iré por el auto.

Las ventanas polarizadas mantuvieron los asientos delanteros de su


camioneta oscuros y apagados, que no era algo tan malo ya que estaban
cubiertos de manchas y rasgaduras. Lo que no le gustaba a Patricia era lo de
atrás. Había atornillado madera sobre las ventanas traseras para hacerlas
completamente oscuras, y la ponía nerviosa conducir con todo ese vacío
detrás de ella.
En la Central Hidroeléctrica, descubrieron que dejaron la billetera en casa. Él
se disculpó de inmediato, pero no le importó dar un cheque con los cien dólares
para el depósito. Prometió pagarle tan pronto como llegaran a casa. En SCE&G
les pidieron un depósito de doscientos cincuenta dólares, y vaciló.
— No debería haberte pedido que hicieras esto, — James Harris dijo.
Lo miró, su cara ya estaba enrojecida por las quemaduras del sol, mejillas
húmedas por el líquido que salía por debajo de sus gafas de sol. Sopesó su
simpatía contra lo que Carter diría cuando mirara la chequera. Pero era su
dinero, también, ¿no es así? Eso fue lo que Carter siempre decía cuando pedía
su propia cuenta bancaria: este dinero es de ambos. Era una mujer adulta y podía
usarla como le pareciera, aunque fuera para ayudar a otro hombre.
Escribió el segundo cheque y lo arrancó con un rápido movimiento de su
muñeca antes de que cambiar de opinión. Se sentía eficiente. Como si estuviera
resolviendo problemas y haciendo cosas. Se sentía como Grace.
De vuelta en la casa de James Harris, quería esperar en el porche delantero
mientras él iba por la billetera, pero la empujó adentro. A estas alturas eran más
de las dos y el sol golpeaba con fuerza.
— Vuelvo enseguida, — dijo, dejándola sola en su oscura cocina.
Pensó en abrir su refrigerador para ver qué tenía dentro. O mirar en sus
cajones. Todavía no sabía nada de él.
El suelo crujió y volvió a la cocina.
— Trescientos cincuenta dólares, — dijo, contando en la mesa con billetes
desgastados de veinte y diez dólares. Le sonrió, aunque le pareció doloroso
cuando movía su cara quemada por el sol. — No puedo decirte cuánto significa
esto para mí.
— Soy feliz de ayudar. — dijo ella.
— Sabes…, — dijo, y se alejó. Miró hacia otro lado, luego sacudió la cabeza
enérgicamente. — No importa.
— ¿Qué? — Preguntó.
— Es demasiado, — le dijo. — Has sido maravillosa. No sé cómo puedo
compensarte.
— ¿Qué es esto? — Preguntó Patricia.
— Olvídalo, — le dijo. — No es justo.
— ¿Qué es? — Preguntó.
Se quedó muy quieto.
— ¿Quieres ver algo realmente genial? ¿Sólo entre nosotros dos?
El interior del cráneo de Patricia se iluminó con las campanas de alarma. Ella
había leído lo suficiente para saber que cualquiera que dijera eso, especialmente
un extraño, estaba a punto de pedirte que llevaras un paquete al otro lado de la
frontera o que aparcaras fuera de una joyería y mantuvieras el motor en marcha.
¿Pero cuándo fue la última vez que alguien le dijo la palabra genial?
— Por supuesto, — dijo, con la boca seca.
Se fue, luego regresó con una sucia bolsa de deporte azul. La puso sobre la
mesa y la abrió. El hedor húmedo del abono salió de la bolsa y Patricia se inclinó
hacia adelante para mirar que había dentro. Estaba lleno de dinero: De cinco,
veinte, diez y de uno. El dolor en el oído izquierdo de Patricia desapareció. Su
respiración se elevó en su pecho. Su sangre vibraba por sus venas. Su boca se
humedeció.
— ¿Puedo tocarlo? — preguntó, en voz baja.
— Adelante.
Extendió la mano por uno de veinte, pensó que se veía codicioso, y cogió un
cinco. Decepcionantemente, se sentía como cualquier otro billete de cinco
dólares. Volvió a meter la mano y esta vez sacó un grueso fajo de billetes. Se
sintió más sustancial. James Harris acababa de pasar de ser un hombre
vagamente interesante a un verdadero misterio.
— Lo encontré en el sótano, — dijo, — Son ochenta y cinco mil dólares.
Creo que son los ahorros de toda la vida de la tía.
Se sentía peligroso. Se sentía ilegal. Quería pedirle que lo guardara. Quería
seguir acariciándolo.
— ¿Qué vas a hacer? — Preguntó.
— Quería preguntártelo, — dijo él.
— Ponlo en el banco.
— ¿Puede imaginarme presentándome en el First Federal1 sin documentación
y con una bolsa de dinero? — dijo. — Estarían al teléfono con la policía antes
de que pudiera sentarme.
— No puedes guardarlo aquí, — le dijo.
— Lo sé, — respondió. — No puedo dormir teniendo esto en la casa. Desde
la semana pasada, me aterroriza que alguien vaya a entrar a la fuerza.
Las soluciones a tantos misterios comenzaron a revelarse ante Patricia. No
solo estaba enfermo por lo del sol, estaba enfermo de estrés. Ann Savage había
sido poco amistosa porque quería mantener a la gente lejos de la casa donde
había escondido los ahorros de su vida. Por supuesto que no había confiado en
los bancos.
— Tenemos que abrirte una cuenta, — le dijo Patricia.
— ¿Cómo? — preguntó.
— Déjamelo a mí, — dijo, un plan que ya se está formando en su mente. —
Y ponte una camiseta que esté seca.

Se pararon en el mostrador del First Federal del Boulevard Coleman media


hora después, James Harris ya estaba sudando a través de su camisa limpia.
— ¿Puedo hablar con Doug Mackey? — Patricia le preguntó a la chica del
otro lado del mostrador. Pensó que era la hija de Sarah Shandy, pero no podía
estar segura así que no dijo nada.

1
Es un banco comunitario
— Patricia, — una voz llamó desde el otro lado del piso. Patricia se dio la
vuelta y vio a Doug, de cuello grueso y cara roja, los tres últimos botones de su
camisa estirados por su barriga, acercándose a ellos con los brazos abiertos. —
Dicen que cada perro tiene su día y hoy es el mío.
— Estoy tratando de ayudar a mi vecino, James Harris, — dijo Patricia,
estrechando su mano, haciendo las presentaciones. — Es mi amigo del instituto,
Doug Mackey.
— Bienvenido, forastero, — Doug Mackey dijo. — No podrías tener una
mejor guía en Mt. Pleasant que Patricia Campbell.
— Tenemos una situación un poco delicada, — dijo Patricia, bajando la voz.
— Para eso me dejaron tener una puerta en mi oficina, — Doug dijo.
Los llevó a su oficina decorada al estilo Lowcountry sportsman1. Sus
ventanas daban al Shem Creek; sus sillas estaban hechas de cuero burdeos. Las
huellas enmarcadas eran de cosas que se podían comer: pájaros, peces, ciervos.
— James necesita abrir una cuenta bancaria, pero su identificación ha sido
robada, — dijo Patricia. — ¿Cuáles son sus opciones? Le gustaría hacerlo hoy.
Doug se inclinó hacia adelante, presionando su vientre contra el borde del
escritorio, y sonrió.
— Cariño, eso no es ningún problema. Tú puedes ser el cofirmante. Serías
responsable de cualquier sobregiro y tendrías acceso total, pero es una buena
manera de empezar mientras espera su licencia. Esa gente del DMV se mueve
como si les pagaran por hora.
— ¿Aparecerá en nuestra declaración? — preguntó Patricia, pensando en
cómo le explicaría esto a Carter.
— Nah, — Doug dijo. — Quiero decir, no a menos que empiece a hacer
cheques sin fondos por toda la ciudad.
Todos se miraron unos a otros por un momento, y luego se rieron
nerviosamente.
— Déjame traer esos formularios, — Doug dijo que al salir de la habitación.

1
Un estilo que combina lo rustico con lo moderno.
Patricia no podía creer que había resuelto este problema tan fácilmente. Se
sentía relajada y complaciente, como si hubiera comido algo grande. Doug
volvió y se sentó para hacer el papeleo.
— ¿De dónde eres? — Preguntó, sin levantar la vista de sus formularios.
— Vermont, — dijo James Harris.
— ¿Y qué clase de depósito inicial hará? — Preguntó Doug.
Patricia vaciló unos segundos, para luego decir, — esta. — Desplegó un
cheque de dos mil dólares y lo pasó por el escritorio de Doug. Decidieron que
depositar dinero en efectivo de inmediato era una mala idea, especialmente dado
lo mal que se veía James Harris hoy en día. Ya le había reembolsado el efectivo,
y se lo guardo dentro de su bolso el cual quemaba. Su cara también lo hizo. Sus
labios se sentían entumecidos. Nunca antes había firmado un cheque tan grande.
— Excelente, — dijo Doug, sin dudar ni un segundo.
— Disculpe, — James dijo. — ¿Qué opina de los depósitos en efectivo?
— Me siento bien con ellos, — dijo Doug, sin mirar hacia arriba mientras
exhalaba en el sello de un notario y lo golpeaba en el fondo del papeleo.
— Hago bastante jardinería, — James Harris dijo, y Patricia casi jadeó. Ni
siquiera pudo salir. — Y a muchos de mis clientes les gusta pagar en efectivo.
— Mientras esté por debajo de diez mil dólares no nos inmutamos, — dijo
Doug, — Por aquí nos gusta el dinero. No es como si estuvieras acostumbrado
al norte, donde te hacen saltar por el aro mientras cantas “The Star Spangled
Banner” para que te den lo tuyo.
— Suena bien, — dijo James Harris con una sonrisa.
Patricia miró sus fuertes dientes blancos, relucientes y húmedos. La facilidad
con la que había mentido le hizo dudar de todo lo que había hecho por él esa
mañana y, por un breve momento, se sintió como si se hubiera metido en un lío.
En el camino a casa, la gratitud y los elogios de James Harris llegaron sin parar,
incluso cuando se debilitaba, y al final tuvo que dejar que se apoyara en ella
para ir de la furgoneta a la puerta de su casa. Lo ayudó a subirse a su cama, le
ayudó a quitarse las botas, y luego tomó su mano.
— Nunca he tenido a alguien que me ayudara de esta manera, — dijo él. —
En toda mi vida, eres la persona más amable que he conocido. Eres un ángel
enviado a mí en el momento que necesitaba.
Le recordó a Carter cuando se casaron, cuando el más mínimo esfuerzo de su
parte — hacer café por la mañana, hornear una tarta de nuez para el postre —
había provocado interminables himnos de alabanza. Su entusiasmo la desarmó
tanto que cuando le preguntó qué estaban leyendo para el club de lectura ese
mes, bueno, ella no pudo evitarlo: lo invitó a unirse.
LOS PUENTES DE
MADISON COUNTY
Junio de 1993
Capitulo 9
Mayo avanzaba cada vez más rápido, todos corrian hacia la línea de meta de
la escuela, para los exámenes finales y que su boletín de calificaciones llegara
con buenas notas, Korey siempre estaba estudiando en la casa de alguien, la
recogían, la dejaban, se quedaba dormida y Patricia tenía que preparar
bocadillos. Para la fiesta de fin de año del salón de Blue y si la evaluación de
maestros salía con buenos puntajes se entregarían tarjetas de regalo para que
luego el 28 de mayo todo se detuviera. A los niños se les dieron listas de lectura
para el verano y La Academia Albemarle cerró sus puertas, y para junio ya se
habían instalado en Old Village.
Los días amanecían calurosos al mediodía, y los tanques de gasolina silbaban
cuando se les quitaba la tapa. La luz del sol caía dura y afilada, y los insectos
salían de los arbustos, sólo se toma un descanso en la hora muerta entre las tres
y las cuatro de la mañana. Las ventanas se bajaron y las puertas se cerraron
herméticamente. Cada casa se convirtió en una estación espacial
herméticamente cerrada, el aire central flotaba alrededor de un glacial entre los
sesenta y ocho, la máquina de hielo traqueteaba todo el día hasta alrededor de
las siete de la tarde cuando comenzó a hacer un chirrido y simplemente escupió
algunos trozos de hielo aguado en vasos, y el esfuerzo físico parecía demasiado,
e incluso pensar mucho se convertía en algo agotador.
Patricia realmente le quería decir al club de lectura que había invitado a James
Harris a su próxima reunión, pero el calor le quitó la determinación de sus
huesos, y para cuando el sol se ocultó, apenas le quedaba fuerza de voluntad
para preparar la cena, y siguió posponiéndolo y posponiéndolo, hasta que
finalmente llego el día, pero lo pensó y se dijo así misma. Bueno, tal vez es
mejor de esta manera.
Todos se instalaron en su sala de estar con sus copas de vino, agua, y té
helado, secándose la nuca con Kleenex, abanicando su rostro, reviviendo
lentamente por el aire acondicionado, y Patricia pensó que este sería el momento
perfecto para decir algo.
— ¿Están bien? — Preguntó Grace. — Parece como si estuvieran a punto de
saltar de sus pieles.
— Acabo de recordar que deje la bandeja con el queso. — dijo Patricia, y se
fue a la cocina.
La Sra. Greene estaba junto al fregadero lavando los platos de la cena de la
Sra. Mary.
— Voy a acompañar a la señora Mary para que tome una ducha antes de que
se acueste. — dijo. — Sólo para que se refresque un poco.
— Por supuesto, — Patricia dijo, sacando su bandeja de queso de la nevera y
quitando el envoltorio del Saran. Lo hizo bolita luego se detuvo, preguntándose
si podría volver a usarlo después. Decidió que sí y lo dejó al lado del fregadero.
Llevó la bandeja de queso a la sala de estar la dejó en la caja de madera que
usaron como mesa de café cuando sonó el timbre.
— Oh, — Patricia dijo en el tono de alguien que se ha olvidado de comprar
la mitad de su lista. — Olvidé mencionar que James Harris quería venir y unirse
a nosotras esta noche. Espero que a nadie le importe.
— ¿A quién? — Grace preguntó, sentada en posición vertical, con el cuello
rígido.
— ¿Está aquí? — Preguntó Kitty, acomodándose para sentarse más recta.
— Genial, — Maryellen se quejó. — Otro hombre con sus opiniones.
Slick miró a todos a su alrededor, tratando de averiguar cómo se debería sentir
mientras Patricia salía corriendo de la habitación.
— Estoy tan contenta de que hayas podido venir, — le dijo a James Harris,
cuando abrió la puerta principal.
Llevaba una camisa a cuadros metida en los vaqueros, zapatillas deportivas
blancas, y un cinturón de cuero trenzado. Deseaba que no hubiera usado zapatos
de tenis. Eso molestaría a Grace.
— Muchas gracias por la invitación, — dijo, luego pasó por el umbral
deteniéndose. Bajó su tono de voz que apenas la oyó por encima de los insectos
gritones detrás de él en el patio. — Tengo más de la mitad en el banco. Un poco
más cada semana. Gracias.
Era todo lo que soportaba escucharlo hablar sobre este secreto que
compartían con personas en la habitación de al lado. Sus brazos se erizaron y su
cabeza se sentía ligera. Ni siquiera había depositado los dos mil trescientos
cincuenta dólares que él le había dado en su cuenta bancaria y en la de Carter.
Sabía que debería haberlo hecho, pero en vez de eso se lo dejó en su armario,
metido dentro de un par de guantes blancos. Le gustaba demasiado tenerlo en
sus manos como para dejarlo ir.
— No dejes que el aire acondicionado se apague.
Llevó a James Harris a la sala y cuando vio las caras de todas se dio cuenta
de que debería haber hecho esas llamadas y haberlas preparado.
— Todas ustedes, él es James Harris, — dijo Patricia, con una sonrisa en su
cara. — Espero que no les importe que nuestro nuevo vecino esté presente esta
noche.
La habitación se quedó en silencio.
— Muchas gracias a todas por dejar que me una con ustedes, — James Harris
dijo.
Grace tosió suavemente en un pañuelo.
— Bueno, pues..., — Kitty dijo. — Tener un hombre con nosotras
ciertamente animará las cosas. Bienvenido, extraño alto y moreno.
James Harris se sentó en el sofá junto a Maryellen, frente a Kitty y Grace, y
todo el mundo se unió, se metieron las faldas por debajo de los muslos, y
enderezaron sus espaldas. Kitty alcanzó la bandeja del queso, y luego tiró de su
mano hacia atrás para sostenerla en su regazo. James Harris se aclaró la
garganta.
— ¿Leíste el libro de este mes, James? — Slick preguntó. Le mostró la
portada de su ejemplar de The Bridges of Madison County.1 — Leímos Helter
Skelter el mes pasado, y el mes que viene leeremos El extraño a mi lado de Ann
Rule, así que me pareció un buen descanso.
— Ustedes, señoritas, leen un extraño surtido de libros, — James Harris dijo.
— Somos un extraño surtido de viejas, — Kitty respondió. — Patricia dice
que has decidido vivir aquí incluso después de lo que le paso a tu tía.
Patricia se acomodó el cabello por detrás de la oreja izquierda y abrió la boca
para decir algo agradable.
— Tía abuela, — James Harris dijo antes de que Patricia pudiera hablar.
— Eso es cortarlo por la tangente, — Maryellen dijo.
— Me sorprende que no te importe el renombre. — Kitty dijo.

1
The Bridges of Madison County: es una novela romántica más vendida de 1992 del escritor
estadounidense Robert James Waller que cuenta la historia de una mujer italoamericana casada que vive en una
granja del condado de Madison, Iowa, en la década de 1960.
— Llevo mucho tiempo buscando una comunidad como esta, — dijo James
con una sonrisa. — No es solo un vecindario más, sino una verdadera
comunidad, lejos de todo el caos y los cambios que tiene el mundo donde la
gente todavía tiene valores tradicionales, y los niños pueden jugar afuera todo
el día hasta que los llamen a cenar. Justo cuando me había dado por vencido en
encontrar un lugar como ese, Vine a cuidar a mi tía abuela y encontré lo que
había estado buscando hacía mucho. Soy un hombre muy afortunado.
— ¿Ya te uniste a la iglesia? — Slick preguntó.
— ¿Y no hay ninguna Sra. Harris a su lado? — Preguntó Kitty más para ella.
— No, — James Harris dijo, dirigiéndose a Kitty. — No hay niños. Sin
familia, aparte de mi tía abuela.
— Eso es muy peculiar, — Maryellen dijo.
— ¿A qué iglesia perteneces? — Slick preguntó de nuevo.
— ¿Qué autor le gusta leer? — Kitty preguntó.
— Camus1, Ayn Rand2, Herman Hesse3, — James Harris dijo. — Soy un
estudiante de filosofía. — Le sonrió a Slick. — Me temo que no pertenezco a
ninguna religión hecha por católicos.
— Entonces no lo has pensado bien. — Slick dijo.
— Herman Hesse, — dijo Kitty. — Pony leyó Steppenwolf en su clase de
inglés. Sonaba como el tipo de cosas que les gustan a los chicos.
James Harris le sonrió con todas sus fuerzas posibles,
— ¿Y Pony es tu...? — Preguntó.
— Mi hijo mayor, — Kitty dijo. — Todo el mundo le dice Horse a su padre,
así que le llamamos Pony. Luego está Honey, que es un año mayor, que cumple
trece años este verano y nos está volviendo locos a todos, les siguen Lacy y
Merit, que no pueden soportar estar juntos en la misma habitación.
— ¿Qué hace Horse? — Pregunta James.
— ¿Hacer? — dijo Kitty, y soltó una carcajada. — Quiero decir, no hace
nada. Vivimos en Seewee, así que tiene que limpiar los matorrales, y
quemar

1
Albert Camus fue un filósofo, autor y periodista francés.
2
Ayn Rand fue un escritor y filósofo ruso-estadounidense.
3
Hermann Karl Hesse fue un poeta, novelista y pintor suizo nacido en Alemania.
cosas viejas. Siempre hay algo que arreglar. Cuando vives en un lugar así,
necesitas un trabajo a tiempo completo sólo para evitar que el techo se caiga.
— Yo solía arreglar propiedades que estaban en mal estado en Montana, —
James dijo. — Espero que pueda enseñarme mucho.
¿Montana? se preguntó Patricia.
— ¿Horse? ¿Enseñando? — Kitty se rio volviéndose hacia el resto de la
habitación. — ¿Les conté sobre el tesoro pirata de Horse? Alguien vino
buscando inversores para cazar un tesoro pirata submarino, o artefactos
coleccionables era algo tan absurdo como eso. Bueno, tenían una muy elegante
presentación en diapositivas con unas carpetas muy bonitas, y con eso
convencieron a Horse para que les hiciera un cheque.
— Leland pudo haberle dicho que era una estafa, — Slick dijo.
— ¿Leland? — Pregunto James.
— Mi esposo, — Slick dijo, y James Harris dirigió su atención hacia ella. —
Es promotor.
— He estado pensando en invertir en bienes raíces si pudiera encontrar el
proyecto adecuado, — James Harris le dijo.
El rostro de Grace parecía tallado en piedra y Patricia deseaba que hablaran
de otra cosa que no fuera de dinero.
— Ahora mismo estamos trabajando en un proyecto llamado Gracious Cay.
— Slick sonrió. — Es una comunidad cerrada que estamos construyendo en Six
Mile. Va a elevar este sector. Las comunidades cerradas te permiten elegir a tus
vecinos para que la gente que te esté rodeando sea el tipo de persona que quieres
alrededor de tus hijos. Para cuando este siglo termine, espero que casi todos
vivan en una comunidad cerrada.
— Me interesaría saber más al respecto, — James dijo, lo que hizo que Slick
agarrara su bolso y sacara una tarjeta para dársela
— ¿De dónde es usted, Sr. Harris? — Grace preguntó.
Patricia les iba a decir que su padre estaba en el ejército por lo que había
crecido en muchas partes cuando James Harris dijo, — Crecí en Dakota del Sur.
— Creí que tu padre estaba en el ejército. — Le dijo Patricia.
— Lo fue, — James Harris dijo asintiendo. — Pero terminó su carrera en
Dakota del Sur. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía diez años, así que
me crio mi madre.
— Si todas terminaron con el interrogatorio, — Maryellen dijo, — Me
gustaría que habláramos del libro de este mes.
— Su marido es policía, — Slick le señaló a James. — Es por eso que es tan
directa. Por cierto, ¿Quizás quieras ir con nosotras este domingo a St. Joseph's?
Antes de que pudiera responder, Maryellen dijo, — ¿Podemos por favor
hablar del libro y sacarme de mi miseria?
Slick le dio a James Harris una sonrisa de Continuaremos más tarde.
— ¿No les encanto The Bridges of Madison County? — Preguntó. — Pensé
que sería algo fresco después de lo que leímos el mes pasado. Sólo era una
buena y anticuada historia de amor entre una mujer y un hombre.
— Quien es claramente un asesino en serie, — Kitty dijo, manteniendo sus
ojos fijos en James Harris.
— Creo que el mundo está cambiando tan rápido que la gente necesita una
historia esperanzadora. — Slick dijo.
— Sobre un lunático que viaja de ciudad en ciudad seduciendo a las mujeres,
y luego las mata. — Respondió Kitty.
— Bueno, — dijo Slick. Poniendo los ojos en blanco, miró sus notas y se
aclaró la garganta. — Elegimos este libro porque habla de la poderosa atracción
que puede existir entre dos extraños.
— Elegimos el libro para que dejaras de hablar de él, — Maryellen dijo.
— No creo que hubiera ninguna evidencia real de que sea un asesino en serie,
— Slick dijo.
Kitty cogió su copia, llena de notas con Post-it de color rosa brillante, y la
agitó en el aire.
— No tiene ningún vínculo familiar, ni raíces, ni pasado. — Kitty dijo. — Ni
siquiera pertenecía a una iglesia. Muy sospechoso para el mundo de hoy en día.
¿Vieron las nuevas licencias de conducir? Tienen un pequeño holograma.
Recuerdo cuando era sólo un pedazo de cartón. No somos una sociedad que le
permite a la gente vagar sin una dirección fija. Ya no.
— Tiene una dirección fija, — Slick protestó, pero Kitty siguió adelante
— Entonces él vaga por la ciudad y ¿te das cuenta de que no habla con
nadie? Pero ve a esta Francesca que está sola, porque eso es lo que hacen. Estos
hombres encuentran a una mujer vulnerable y arreglan un encuentro
"accidental" es tan sutil seduciéndola que ella lo invita a su casa. Pero cuando
lo va a visitar tiene mucho cuidado de que nadie vea dónde aparca su carro.
Luego la lleva arriba y le hace muchas cosas durante días.
— Es una historia de romance. — Slick dijo.
— Creo que es débil de mente, — dijo Kitty, — Robert Kincaid usa sus
cámaras como pesas de mano, toca música folclórica en su guitarra, de niño
cantaba canciones de cabaret francesas y cubría sus paredes con palabras y
frases que encontraba "agradables para su oído". Imagínate a sus pobres padres.
— ¿Qué hay de ti, James Harris? — Maryellen preguntó. — Nunca he
conocido a un hombre que no tenga ganas de dar su opinión: ¿Robert Kincaid
es un icono romántico americano o un vagabundo que asesina mujeres?
James Harris mostró una sonrisa tímida.
— Claramente leí un libro muy diferente al de ustedes, señoras, — dijo. —
Pero estoy aprendiendo mucho aquí esta noche. Continúen.
Por lo menos lo intentaba, pensó Patricia. Todos los demás parecían
empeñados en ser lo más desagradables posible.
— La lección que nos deja Bridges, — Maryellen dijo, — es que el hombre
acapara toda la conversación. Francesca tiene menos de una página para resumir
toda su vida. Tuvo hijos y sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial en Italia,
todo lo que hizo fue divorciarse y tal vez matar gente, según Kitty, sin embargo,
sigue y sigue con su vida capítulo tras capítulo.
— Bueno, él es el protagonista, — dijo Slick.
— ¿Por qué el hombre siempre se convierte en el protagonista? — Maryellen
preguntó. — La vida de Francesca es al menos tan interesante como la suya.
— Si las mujeres tienen algo que decir, deberían decirlo, — dijo Slick. — No
tienes que esperar por una invitación. Robert Kincaid tiene sus secretos bien
escondidos.
— Una vez que has lavado la ropa interior de un hombre te das cuenta de la
triste verdad sobre las verdades bien escondidas. — Dijo Kitty.
— Él es…, — Buscando las palabras adecuadas. — Es vegetariano. Creo que
nunca he conocido uno de esos.
Gracias a Blue, Patricia sabía exactamente lo que Kitty estaba a punto de
decir.
— Hitler era vegano, — dijo Kitty, demostrando que tenía la razón. —
Patricia, ¿Engañarías a Carter con un extraño que apareciera en tu puerta, sin
familia? ¿Y te dijera que es vegetariano? Querrías al menos revisar su licencia
de conducir primero, ¿no?
Patricia se quedó mirando a Grace, desde el otro lado de la habitación, como
su expresión se endurecía. Entonces se dio cuenta de que Slick también la
miraba fijamente, se dio cuenta de que la mirada de Grace se dirigía a la puerta
del pasillo detrás de ella. Llena de temor, la aparto.
— Encontré tu foto, Hoyt, — La Sra. Mary dijo, de pie en la puerta, empapada
y desnuda.
Al principio Patricia pensó que llevaba una especie de sábana color carne que
colgaba de sus pliegues, luego sus ojos se enfocaron en las notables venas
várices color purpura garabateadas en los muslos de la Sra. Mary, sus pechos
caídos, su vientre flojo y colgante y su escaso vello púbico grisáceo. Parecía un
cadáver que habían arrastrado por la playa. Nadie se movió durante cinco largos
y terribles segundos.
— ¿Dónde está el dinero de papá? — La Sra. Mary gritó, con la voz
entrecortada, mirando furiosamente a James Harris. — ¿Dónde están los niños,
Hoyt?
Su voz resonó por toda la habitación, como una bruja chillona digna de una
pesadilla, agitando un pequeño y blanco cuadrado de cartón frente a ella.
— ¡Pensaste que nadie te reconocería, Hoyt Pickens! — La Sra. Mary gritó.
— ¡Pero tengo una foto!
Patricia se levantó de su silla se sacó el afgano azul peludo de su espalda. Lo
envolvió alrededor de la Srta. Mary, que no dejaba de agitar la fotografía.
— ¡Mira! — La Srta. Mary le dijo. — Míralo. — Y mientras el afgano se
cerraba a su alrededor, La Srta. Mary vio la foto en su mano y se le aflojó la
cara.
— No, — La Sra. Mary dijo. — No, esto no está bien. No esta.
La señora Greene, horrorizada, salió corriendo del estudio.
— Lo siento mucho, — dijo ella.
— No pasa nada, — le dijo Patricia, protegiendo la desnudez de la Srta. Mary
de la habitación.
— Me fui a contestar el teléfono, — dijo la Sra. Greene, tomando a la Srta.
Mary por los hombros. — Sólo me fui por un segundo.
— Todo está en orden, — dijo Patricia, en voz alta para que todos lo oyeran
mientras ella y la Sra. Greene sacaban a la anciana de la sala.
— Esto no está bien, — Dijo la Sra. Mary, dejándose llevar, esfumando todo
tipo de resistencia. — No esta.
La llevaron a la habitación que quedaba en el garaje, y la Sra. Greene se
disculpó todo el tiempo. La Sra. Mary, se llevó la fotografía al pecho mientras
la secaban con toallas y la Sra. Greene la llevó a la cama. Patricia regresó a la
sala, pero se encontró con todos en el pasillo. James Harris estaba haciendo
planes para visitar las granjas en Seewee para conocer a Horse, y para ir a San
José, para conocer a Leland, y Patricia quería preguntarle a Grace por qué había
estado tan callada, pero se escabulló por la puerta mientras Patricia se
disculpaba por lo que Señora Mary causó, luego todos salieron por la puerta
principal, dejando a Patricia sola en el pasillo.
— ¿Qué es lo que pasa? — Preguntó Korey, Patricia se dio la vuelta y la vio
en el las escaleras. — ¿Por qué la abuela Mary gritaba?
— No es nada, — dijo Patricia. — Sólo estaba confundida.
Patricia se paró en la entrada y vio las luces del auto de Kitty retrocediendo,
Hizo una nota mental para llamar a todo el mundo al día siguiente para
disculparse, y luego entró.
La Srta. Mary yacía en su cama de hospital, sujetando la foto en su pecho. La
Sra. Greene se sentó a su lado, compensando su error de antes con una vigilancia
adicional ahora.
— Es él, — dijo la Sra. Mary. — Es él. Sé que la tengo en alguna parte.
Patricia sacó la fotografía de entre sus dedos. Era una vieja foto en blanco y
negro del ministro de la iglesia de la Sra. Mary en Kershaw rodeado de rostros
de niños sombríos que agarraban canastas de Pascua.
— La encontraré. — Dijo la señora Mary. — Lo encontraré. Lo sé. Lo haré.
Capitulo 10
Se sentó con la Sra. Greene, asegurándole que no era su culpa, mientras
esperaban que la Sra. Mary se volviera a dormir. Se paró en el camino de entrada
y vio salir el auto de la Sra. Greene y se preguntó así misma cómo es que esta
noche había salido tan mal. En parte fue culpa suya. Les había tendido una
emboscada a todas con James Harris y ellas se la devolvieron. En parte fue por
el libro. Todos se sentían irritados por tener que leerlo, pero a veces le daban el
antojo a Slick porque sentían un poco de lástima por ella. Pero sobre todo fue
por la Sra. Mary. Se preguntaba si era demasiado como para que ellos lo
manejaran. Si Carter llega a casa antes de las once, se lo comentaría.
Un viento intolerablemente caliente se agitó desde el puerto y llenó el aire
con el silbido de las hojas de bambú. El aire se sentía pesado, espeso y Patricia
se preguntaba si podría estar inquietando a todo el mundo. Sobre su cabeza los
robles azotaban sus ramas en círculos. El solitario farol al final del camino
arrojó un delgado cono plateado que hizo que la noche a su alrededor fuera más
negra, y Patricia se sentía expuesta. Pudo oler los restos de fantasmas de
compresas urinarias, y los posos de café derramados, vio a la Sra. Savage en
cuclillas con un camisón por encima, metiéndose carne cruda en la boca, a la
Srta. Mary de pie desnuda en la puerta, una ardilla despellejada, con el pelo
chorreando de agua, agitando una fotografía inútil, corrió hacia la puerta de la
entrada y la cerró de golpe detrás de ella, empujándola con fuerza contra el
viento, y la bloqueo con el cerrojo de la casa.
Algo pequeño sonaba por la cocina, luego por toda la casa. Y se dio cuenta
que era el teléfono.
— ¿Patricia? — La voz habló cuando ella levantó el teléfono. Al principio
no lo reconoció por la interferencia. — Grace Cavanaugh. Siento llamar tan
tarde.
La línea de teléfono crujió. El corazón de Patricia le seguía latiendo.
— Grace, no es para nada tarde, — le dijo Patricia, tratando de calmarse. —
Siento mucho lo que pasó.
— Llamé para ver como seguía la Sra. Mary, — le dijo Grace.
— Está dormida.
— Quería que supieras que todas lo entendemos, — dijo Grace. — Ese tipo
de cosas pasa con la gente mayor.
— Lamento lo de James Harris, — Patricia dijo, — Quería que lo supieran,
pero seguía posponiéndolo.
— Es una pena que estuviera allí, — dijo Grace. — Los hombres no saben lo
que es cuidar a un pariente de edad mayor.
— ¿Estás enfadada conmigo? — Le preguntó Patricia. En sus cinco años de
amistad, fue la pregunta más directa que le hizo.
— ¿Por qué estaría molesta contigo?
— Por lo de invitar a James Harris, — dijo Patricia.
— No somos colegialas, Patricia. Culpo al libro por la calidad de la velada.
Buenas noches.
Grace colgó.
Patricia se quedó en la cocina sosteniendo el teléfono por un rato, luego
colgó. ¿Por qué aún no ha llegado Carter? Era su madre. El necesitaba verla
así, y entonces quizás entendería que necesitaban más ayuda. El viento sacudió
las ventanas de la cocina y supo que no quería estar más tiempo allí abajo.
Subió y golpeó suavemente la puerta de Korey mientras la abría. Las luces
estaban apagadas y la habitación estaba a oscuras, lo que confundió a Patricia.
¿Por qué demonios Korey estaba dormida tan temprano? La luz del pasillo se
extendió sobre la cama de Korey.
Estaba vacía.
— ¿Korey? — dijo Patricia entre la oscuridad.
— Mamá, — Korey habló desde las sombras junto a su armario, su voz era
baja y agitada. — Hay alguien en el techo.
Patricia sentía como sus venas se congelaban, salió de la luz que había en el
pasillo y entró en la habitación de Korey, de pie a un lado de la puerta.
— ¿Dónde? — Susurró.
— Por encima del garaje, — Korey le susurró de vuelta.
Las dos se quedaron quietas por un largo rato hasta que Patricia se dio cuenta
que era la única adulta de la casa. Obligó a sus piernas a que la llevaran a la
ventana.
— No dejes que te vea, — le dijo a Korey.
Patricia se puso de pie frente a la ventana, esperando si veía la silueta oscura
de un hombre contra el cielo nocturno, pero sólo vio la línea negra afilada del
borde del techo con una rama de bambú aplastado encima de él. Saltó cuando
escuchó la voz de Korey a su lado.
— Yo lo vi, — Dijo Korey. — Te lo juro.
— Ya no está aquí. — Dijo Patricia.
Caminó hacia la puerta y encendió la luz. Ambas se quedaron de pie,
deslumbradas, mientras sus ojos se ajustaban. Lo primero que vio fue un tazón
medio vacío de cereal viejo en el alféizar de la ventana, la leche y el cereal de
maíz estaban secos como el cemento. Le había pedido a Korey que no dejara
comida en su habitación, pero su hija se veía asustada y vulnerable por lo que
decidió no decir nada.
— Habrá una tormenta, — dijo Patricia. — Pero dejaré tu puerta abierta y la
luz del pasillo encendida para que tu padre recuerde y venga a darte las buenas
noches cuando llegue a casa.
Le devolvió el edredón a Korey. — ¿Quieres leerme tu libro?
Su ojo captó la parte superior de la caja de plástico azul para leche que Korey
usaba como mesita de noche. Una copia de "Salem's Lot" de Stephen King
estaba encima de una pila de revistas Sassy.
Korey la vio ver el libro. — No fue idea mía. — Dijo.
— Te creo, — le dijo.
Desarmada por la negativa de Patricia a discutir, Korey se metió en la cama
y Patricia dejó la lámpara de la cabecera encendida, apagó la luz de su
habitación, dejando la puerta abierta. En el dormitorio de Blue, él ya se
encontraba acostado en su cama, con las cobijas en la mitad de su cuerpo.
— Buenas noches, Blue, — le dijo ella en la oscuridad de su cuarto.
— Hay un hombre en el patio, — dijo Blue.
— Es el viento, — dijo, abriéndose camino entre la ropa y las figuras de
acción tiradas por el piso. — Hace que la casa parezca aterradora. ¿Quieres que
deje la luz encendida?
— Se subió al tejado, — dijo Blue, y justo en ese momento Patricia escuchó
unos pasos.
No fue el ruido de la caída de un objeto o de una rama. No era el pasar
del viento lo que hacía crujir la casa. A pocos metros por encima de su cabeza
llegó
un golpe deliberado y silencioso. Su sangre dejo de circularle. Echó la cabeza
hacia atrás tanto que le dio un calambre en el cuello. El silencio zumbó. Luego
otro golpe silencioso, esta vez entre ella y Blue. Alguien estaba caminando en
el techo.
— Blue, — dijo Patricia, — Ven.
Salió volando de la cama y la agarró por la cintura. Caminando en una línea
recta, pisando sus libros y figuras de acción. Los hombres de plástico se
quebraron bajo sus pies mientras corrían hacia la puerta.
— Korey, — dijo, tranquila, pero con urgencia desde el pasillo. — Ven aquí.
Korey se levantó de su cama y corrió al otro lado de su madre, y Patricia se
los llevó a ambos rumbo a las escaleras, sentándose en el escalón inferior.
— Necesito que esperen aquí, — Susurró Patricia. — Revisaré las puertas.
Caminó rápidamente a través del oscuro estudio de abajo hacia la puerta
principal y giró el cerrojo, esperando ver la forma oscura de un hombre a través
de la puerta justo antes de que rompiera el cristal y la sacara a la luz en la noche
salvaje. Se aseguró de que la puerta del porche solar estuviera cerrada con llave,
tenían demasiadas puertas, luego bajó los escalones hasta la habitación de la
señora Mary. Encendiendo la luz a medida que avanzaba.
La Sra. Mary cobró vida en su cama, retorciéndose y gimiendo, pero Patricia
siguió caminando hacia el lavadero, donde se aseguró de que la puerta de la
basura también tuviera cerrojo.
Fue al salón delantero y encendió las luces de la entrada, luego fue al porche
del sol y encendió los focos que iluminaban el patio trasero.
— Korey, — la llamo Patricia, sus ojos pegados al despiadado resplandor
blanco del patio trasero, los focos que iluminan cada hoja de hierba amarillenta.
— Tráeme el celular.
Oyó como los pies corrían desde el vestíbulo a través de la sala de estar, y
luego sus hijos estaban a su lado. Korey presionó un rectángulo de plástico duro
en la palma de su mano. Tenía una ventaja. Las puertas estaban cerradas, podían
ver todo lo que les rodeaba, y estaban seguros. Podría llamar al departamento
de la policía en Mt. Pleasant de inmediato. Maryellen dijo que su tiempo de
respuesta era de tres minutos.
Mantuvo su pulgar sobre el botón de llamada y se pararon, con los ojos
pegados a las ventanas. Los reflectores borraban todas las sombras: El extraño
hueco en el centro del patio, los troncos de los robles con su corteza manchada
de amarillo por el agua del Mt. Pleasant, rica en hierro, los arbustos de
geranios contra la valla que separa su propiedad de los Langs, los parterres de
flores al otro lado que separan su patio de los Mitchells.
Pero más allá del alcance de las luces, la noche era una pared negra. Patricia
sintió que había ojos ahí fuera mirando a su casa, mirándola a ella y a los niños
a través del cristal. El tejido de la cicatriz en su oreja izquierda le comenzó a
doler. El viento arrojó los arbustos y los árboles. La casa crujió silenciosamente
para sí misma. Todos miraban, buscando algo que no encajaba.
— Mamá, — dijo Blue, en un tono de voz muy bajo y acelerado.
Vio su mirada fija en la parte superior de las ventanas donde estaban las luces
de afuera, El techo del porche era un saliente de teja fuera de las ventanas de su
dormitorio, y a lo largo del borde Patricia captó algo que se movía lenta y
deliberadamente y supo inmediatamente lo que era: una mano humana, soltando
el borde del marco y retirándose fuera de la vista.
Mantuvo el teléfono contra su oreja unos instantes. La aguda señal la hicieron
arrancarlo.
— ¿911? — Dijo. — ¿Hola? Me llamo Patricia Campbell. — La línea hizo
ZZZrrrrkkKKK en su oído. — Mis hijos y yo estamos en la 22 de Pierates Cruze.
— Una serie de estallidos huecos cubrieron el débil sonido de una voz humana
parloteando en el otro extremo. — Hay un intruso en nuestra casa y estoy aquí
con mis hijos, sola.
Fue entonces cuando recordó que la ventana de su baño estaba abierta de par
en par.
— Sigue intentándolo, — dijo Patricia, colocando el teléfono en la mano de
Korey, sin darse un segundo para pensar. — Quédense aquí y marquen de
nuevo. — Patricia corrió a través de la oscura sala de estar y escuchó a Korey
decir detrás de ella, — Por favor, — a la operadora mientras doblaba la esquina
y subía corriendo las oscuras escaleras.
Desde el porche del sol hasta el pasillo era una corta distancia, luego tenía
que pasar, por un lado, después doblar una esquina y una corta caída sobre el
techo del porche justo fuera de su baño, luego dentro a través de la ventana del
baño. La había abierto antes para dejar salir el olor de su laca.
Sintió algo oscuro y pesado sobre ella parado en el techo que la llevó
corriendo hacia la ventana que estaba abierta. Sus piernas empujaron su peso
con fuerza por las escaleras, con el pecho agitado, el aire salía ardiendo en su
garganta, y su pulso se quebraba detrás de sus oídos, impulsándose de la
barandilla subió la parte superior de las escalares y corrió hacia su oscuro
dormitorio.
A su izquierda vio el marco de las ventanas; a su derecha sintió el aire caliente
que entraba por la ventana del baño. Y se lanzó hacia ella, corriendo por el
oscuro túnel de su dormitorio hacia su baño, armarios de un lado, aplastando su
estómago contra el borde afilado del mostrador, alcanzó la ventana, cerrándola
de golpe y girando el cerrojo. Algo oscuro pasó por fuera, cortando el cielo
nocturno. Tiró de sus manos hacia atrás como si la ventana estuviera en llamas.
Tenían que salir de la casa. Entonces recordó que la Sra. Mary. No era capaz
de correr, incluso muy probablemente salir de la casa y caminar por el patio
trasero en medio de la noche. Alguien tendría que quedarse con ella. Corrió a
través de su oscuro dormitorio, bajó las escaleras y entró en la sala de estar.
— El teléfono no funciona, — dijo Korey, sosteniendo el auricular portátil
para ella.
— Tenemos que irnos, — les dijo a Korey y a Blue. Les agarró las manos y
los llevó a través del comedor después por la cocina hacia la puerta trasera.
Alguien quería entrar en la casa. No tenía ni idea de cuándo iba a volver
Carter a casa. No tenían forma de pedir ayuda. Necesitaba llegar a un teléfono,
y necesitaba alejar a quien fuera de sus hijos.
— Quiero que vayan a la habitación del garaje con la Sra. Mary, — les dijo.
— Y cierren la puerta tan pronto como estén dentro. No dejes entrar a nadie.
— ¿Qué hay de ti? — Le preguntó Korey.
— Voy a correr a casa de los Langs y a llamar a la policía, — dijo Patricia.
Miró hacia el brillante patio trasero. — Sólo me iré un minuto.
Blue comenzó a llorar.
Patricia abrió la puerta trasera.
— ¿Listos? — Preguntó.
— ¿Mamá?
— Sin preguntas, — dijo. — Enciérrense con su abuela.
Luego giró la manija, abrió la puerta, y un hombre entró en la casa.
Patricia gritó.
El hombre la agarró por los brazos.
— Vaya, — dijo James Harris.
Patricia se balanceó y el suelo se levantó para recibirla. Los fuertes brazos de
James Harris la sostuvieron mientras sus rodillas cedían.
— Vi las luces encendidas por aquí atrás. — Dijo. — ¿Qué está pasando?
— Hay un hombre, — le dijo Patricia, aliviada de que la ayuda haya llegado,
aun con su corazón a punto de salirse. — En el techo. Intentamos llamar a la
policía. El teléfono no funciona.
— De acuerdo, — James Harris la tranquilizó. — Estoy aquí. No hay
necesidad de llamar a la policía. ¿Nadie está herido?
— Estamos bien, — dijo Patricia.
— Debería ver a la Sra. Mary, — dijo James Harris. Empujando suavemente
a Patricia contra el mostrador y pasando por delante de ella y de los niños. Se
alejó de ellos, adentrándose cada vez más en la madriguera.
— Necesito llamar a la policía, — le dijo ella.
— No lo necesitas. — Le respondió el desde el medio del estudio.
— Estarán aquí en tres minutos. — Dijo.
— Déjame ver a la Srta. Mary y luego miraré en el techo, — James Harris
dijo desde el extremo más alejado de la habitación.
De repente, Patricia no quería a James Harris en la habitación a solas con la
Sra. Mary.
— ¡No! — dijo, demasiado alto.
Se detuvo, con una mano en la puerta del garaje, y se giró lentamente.
— Patricia, — dijo el, — cálmate.
— ¿La policía? — preguntó, caminando hacia el teléfono de la cocina.
— No lo hagas. — le dijo, y ella se preguntó por qué le decía que no llamara
a la policía. — No hagas nada, no llames a nadie.
Fue entonces cuando una luz azul parpadeó a través de las paredes y fuertes
luces blancas inundaron las ventanas del lugar.

Carter llegó cuarenta y cinco minutos después mientras la policía seguía


husmeando en los arbustos con sus linternas. Uno de ellos estaba usando su gran
foco montado en el coche para iluminar a dos oficiales en el techo. Gee
Mitchell y su esposo, Beau, se pararon en la entrada de la casa de al lado y
miraron.
— ¿Patty? — Carter la llamo desde el vestíbulo.
— Estamos aquí, — gritó, y un momento después subió los escalones de la
habitación del garaje.
Patricia había decidido que debían permanecer todos juntos en la habitación
de la Srta. Mary. James Harris ya había hablado con la policía y se había ido.
Había regresado para asegurarse de que Patricia estaba bien después de que su
suegra interrumpiera la reunión del club de lectura, y tocó por la puerta trasera
cuando vio las luces del patio encendidas.
— ¿Están todos bien? — Carter preguntó.
— Estamos bien, — dijo Patricia. — ¿Verdad, todos? Sólo asustados.
Korey y Blue abrazaron a su padre.
— Ese tipo nos salvó, — le dijo Korey.
— Alguien subió al techo y nos habrían atrapado si él no hubiera venido, —
dijo Blue después.
— Entonces me alegro de que estuviera aquí, — dijo Carter, y se dirigió a
Patricia. — ¿Realmente tuviste que llamar a la guardia nacional? Cristo, Patty,
los vecinos van a pensar que soy un golpeador de esposas o algo así.
— Hoyt, — La Sra. Mary dijo desde su cama.
— Está bien, mamá, — le dijo Carter. — Ha sido una larga noche. Creo que
todos necesitamos calmarnos.
Patricia no sabía si volvería a sentirse tranquila.
Capitulo 11
Después de acostar a Blue y Korey, Patricia le contó todo a Carter.

— No estoy diciendo que fue tu imaginación, — dijo cuando ella terminó


de habar. — Pero siempre estás algo eufórica después de tus reuniones. Son por
esos libros tan morbosos leen.

— Quiero un sistema de alarma, — le dijo.


— ¿Cómo habría ayudado eso? — Preguntó. — Escucha, prometo que
durante las próximas semanas me aseguraré de estar en casa antes de que
oscurezca.
— Quiero un sistema de alarma, — repitió.

— Antes de tomarnos todas esas molestias y gastos, veamos cómo te sientes


durante estos días.
Se levantó del borde de la cama.
— Voy a ver cómo está la señorita Mary, — le dijo, y salió de la habitación.

Comprobó que los pestillos del frente estuvieran cerrados, al igual que la
parte trasera y las puertas del porche solar, dejando las luces encendidas detrás
de ella y luego fue a la habitación de la señorita Mary. La habitación estaba
iluminada por el resplandor anaranjado de la lamparita de la señorita Mary. Se
movió suavemente por si la señorita Mary estaba dormida, luego vio la luz de
la noche reflejándose en sus ojos abiertos.
— ¿Señorita Mary? — Preguntó Patricia. Los ojos de la señorita Mary la
miraron de reojo. — ¿Estás despierta?

La sábana se movió y la garra de la señorita Mary luchó hacia afuera, luego


se quedó sin energía y cayó sobre su pecho sin llegar a su destino final.

— Estoy. — La señorita Mary se humedeció los labios. — Estoy.


Patricia se acercó a la barandilla de la cama. Sabía lo que ella le quería decir.
— Está bien, — dijo.

Las dos mujeres se quedaron así durante un largo rato donde el silencio
reinaba la habitacion, escuchando el viento caliente presionando las ventanas
detrás de las cortinas corridas.

— ¿Quién es Hoyt Pickens? — Preguntó Patricia, sin esperar respuesta.


— Él mató a mi papá, — dijo la señorita Mary.

Eso le quitó el aire de los pulmones a Patricia. Nunca había escuchado ese
nombre antes. Además, la señorita Mary generalmente se olvidaba de las
personas que flotaban en la superficie de su mente segundos después de haber
dicho sus nombres. Patricia nunca la había escuchado vincular a la persona y su
importancia.

— ¿Por qué dices eso? — Preguntó ella con suavidad.


— Tengo una foto de Hoyt Pickens, — dijo la señorita Mary con voz ronca.
— En su traje de heladero.

Su voz entrecortada hizo que la oreja donde estaba la cicatriz de Patricia le


picara. El viento trató de abrir las ventanas que están cerradas, sacudiendo el
vidrio, buscando una forma de entrar. La mano de la señorita Mary encontró
algo más de energía y se deslizó sobre las mantas hacia Patricia, quien se agachó
y tomó la mano suave y fría entre las suyas.

— ¿Cómo conoció a tu padre? — Preguntó Ella.

— Antes de la cena, los hombres y mi papá solían sentarse en el porche


trasero a tomar cervezas, — dijo la señorita Mary. — Los niños cenamos
temprano y fuimos a jugar al patio delantero, luego vimos a un hombre con un
traje del color del helado de la vainilla que venía por la calle. Entró en nuestro
patio y los hombres escondieron las latas porque beber estaba en contra de la
ley. Este hombre se acercó a mi papá y le dijo que se llamaba Hoyt Pickens y le
preguntó a mi papá si sabía dónde podía conseguir la saliva de conejo. Así
llamaban al whisky de maíz de mi papá, porque podía hacer que un conejo
escupiera en el ojo de un bulldog. Dijo que había estado en el tren de Cincinnati
y que tenía la garganta polvorienta por lo que le vendría bien mojarla. El Sr.
Lukens sacó el frasco y Hoyt Pickens lo probó. Dijo que había estado de
Chicago a Miami y que era el mejor licor de maíz que había probado.
Patricia no respiró. Habían pasado años desde que la señorita Mary había
juntado tantas oraciones.
— Esa noche mamá y papá discutieron. Hoyt Pickens quería comprar un
poco de la saliva de conejo de papá para venderlo en Columbia, pero mamá dijo
que no. Era algodón de diez centavos y carne de cuarenta centavos en ese
entonces. El reverendo Buck nos dijo que el gorgojo había llegado porque había
demasiadas piscinas públicas. El gobierno lo vigilaba todo, desde los cigarrillos
hasta lo que compraba cada persona, pero la saliva de conejo de papá se
aseguraba de que siempre tuviéramos melaza en nuestro pan de maíz.

>> Mamá le dijo que a la serpiente que asomaba la cabeza generalmente se


la cortaba, pero papá estaba cansado de trabajar tanto para ganarse la vida, así
que ignoró a mamá y vendió doce frascos de saliva de conejo a Hoyt Pickens y
Hoyt fue a Columbia y los vendió rápido. Volvió por otras doce. Y también los
vendió, muy pronto papá tuvo una segunda fuente de ingresos, se iba de la casa
desde la puesta del sol hasta el amanecer, para después dormir todo el día. Hoyt
Pickens se sentaba regularmente en nuestra mesa todos los domingos, algunos
miércoles y viernes también. Le dijo a papá todas las cosas que quería escuchar.
Le habló de todo el dinero que podría conseguir si dejaba su saliva de conejo en
barriles hasta que se pusieran marrónes. Eso significaba que papá tenía que
gastar una cantidad considerable y no vería su dinero de vuelta si no, hasta
después de seis meses que Hoyt se los llevó a Columbia y le pagaron. La primera
vez que Hoyt puso ese grueso montón de billetes sobre la mesa, todos nos
emocionamos.
Algo afilado hizo cosquillas en la palma de la mano de Patricia Algo. . La
Sra. Mary se rascaba las uñas contra la piel de Patricia, una y otra vez, como
insectos arrastrándose el interior de su mano.
— Pronto todo se centró en la saliva del conejo. Una vez que el sheriff vio
lo que estaba haciendo papá, le tocó darle dinero para que no dijera nada. Papá
necesitaba que otros hombres trabajaran en los alambiques, pagándoles en vales
mientras esperaban a que la saliva del conejo se pusiera marrón. Los bancos
cerraron más rápido que tú en recordar sus nombres, así que todos se quedaron
con su dinero, pero papá compró un juego de enciclopedias, un mangle para
lavar, y todos los hombres fumaron puros comprados en la tienda cuando se
sentaron en la parte de atrás.
Patricia recordó a Kershaw. Habían conducido las ciento cincuenta millas
al norte del estado muchas veces para visitar a los primos de Carter y a la
señorita Mary cuando vivía sola. Hacía mucho que no lo hacían, pero Patricia
recordaba una tierra seca poblada de personas cubiertas en polvo, con
gasolineras en cada cruce de calles vendiendo leche evaporada y cigarrillos
genéricos. Recordó campos en barbecho y granjas abandonadas. Entendió el
atractivo de algo fresco, limpio y verde para la gente que vivía en un lugar
pequeño y caluroso como ese.

— Por ese entonces desapareció el chico Beckham, — dijo la señorita Mary.


Su garganta se raspó. — Era una cosita pálida y pelirroja, de seis años, que
seguía a cualquiera a cualquier parte. Cuando no volvió a casa para cenar, todos
fuimos a buscarlo. Esperábamos encontrarlo acurrucado debajo de un nogal,
pero no. Algunas personas dijeron que los hombres de vacunación del gobierno
se lo llevaron, otras dijeron que había una chica de color en el bosque que
convertía a niños blancos en estofado y los vendía como un hechizo de amor
por una moneda de cinco centavos. Algunas personas dijeron que se cayó al río
y se lo llevó la corriente, pero no importaba lo que dijeran, se había ido.
>> El siguiente niño en desaparecer fue Avery Dubose. Era un tirador de
cubos de hojalata y Hoyt les dijo a todos que se había caído en una de las
máquinas del molino y el jefe mintió al respecto. Eso provocó malos
sentimientos entre el molino y los granjeros, con tanta saliva de conejo
alrededor, los ánimos se enfurecieron. Los hombres comenzaron a aparecer en
la iglesia con las manos unidas en modo de súplica y magulladuras en la cara.
El Sr. Beckham se pegó un tiro.
Pero esa Navidad teníamos regalos debajo del árbol y papá convenció a
mamá de que llegaban tiempos buenos. En enero, su vientre se puso tenso y
redondo. Yo era su única hija, pero ahora otro bebé había echado raíces. Nunca
habrían encontrado a Charlie Beckham si ese vendedor de cosechadoras no
hubiera dejado sus caballos en la antigua casa de los Moore y ver el agua de su
bomba fluir llena de gusanos. Tuvieron que dejar que el cuerpo de ese niño se
quedara en la nevera durante tres días para que se escurriera toda el agua antes
de que él entrara en su ataúd. Incluso entonces, tuvieron que construirlo más
ancho.

La saliva blanca formó bolas de goma en las comisuras de la boca de la


señorita Mary, pero Patricia no se movió. Le preocupaba que, si hacía algo
rompería el hechizo, el hilo pudiera partir y la señorita Mary nunca volviera a
hablar de esa manera.
— Esa primavera, nadie podía permitirse cosechar nada, — prosiguió la
señorita Mary. — Nadie tenía nada en el suelo, así que papá y Hoyt tuvieron
que gastar mucho para traer maíz desde Rock Hill, todo su dinero estaba atado
a los barriles de saliva para conejo. A los bancos no les importaba nada y
empezaron a llevarse las herramientas de todos, sus caballos, mulas, nadie podía
hacer nada. Todos estaban a la espera de esos barriles.

>> El tercer niño en desaparecer fue el bebé del reverendo Buck, los
hombres se reunieron en nuestro porche trasero, los escuché especular a través
de mi ventana sobre una persona u otra, luego Hoyt Pickens dijo que él una
noche vi a Leon Simms por la granja de los Moore. Quería reírme porque solo
un extraño diría eso. Leon era un tipo de color y algo le había pasado en la
cabeza durante la guerra. Se sentaba al sol afuera de la tienda del Sr. Early, y si
le dabas dulces te cantaba. Su madre se hizo cargo de él, recibiendo un cheque
por parte del gobierno. A veces ayudaba a la gente a cargar paquetes y siempre
le pagaban con caramelos. Pero Hoyt Pickens dijo que a Leon le gustaba
deambular por las noches y que había estado arrastrándose por lugares donde
no debería. Dijo que esto es lo que sucede cuando la gente viene del norte y
difunde ideas en lugares que no estan preparados para ellos. Dijo que Leon
Simms se sentó afuera de la tienda del Sr. Early, endulzo los odios de los niños
y se los llevó a lugares secretos donde desató su apetito antinatural.

Cuanto más hablaba Hoyt Pickens, más pensaban los hombres que sonaba
bien. Debo haberme domrido porque cuando abrí los ojos estaba completamente
oscuro y el patio trasero estaba vacío. Escuché pasar el tren y un búho ululante
avanzando en el bosque, me volvía a dormir cuando la tierra se iluminó.
Una multitud de hombres entró siguiendo un carro, tenían linternas y
antorchas encendidas. Estaban callados pero escuché una voz gruesa hablar muy
fuerte, dando órdenes, era mi papá. Junto a él estaba Hoyt Pickens con su traje
de heladero brillando en la oscuridad. Sacaron algo de la parte trasera del carro,
una gran bolsa de arpillera que usábamos para recoger algodón, levantaron un
extremo, algo húmedo y negro fluyó sobre la tierra. Era Leon, atado de pies a
cabeza con una cuerda.
Los hombres tomaron palas, cavaron un hoyo profundo debajo del
melocotonero y arrastraron a Leon hasta allí, no estaba muerto porque lo
escuché llamar a mi papá — jefe — y decir, — Por favor, jefe, jugaré con usted
algo, jefe, — y lo arrojaron en ese agujero, apilaron tierra encima de él hasta
que su súplica se amortiguó, y después de un tiempo ya no se podía oír más,
pero yo sí.

Cuando me desperté era temprano había niebla en el suelo, salí para ver si
tal vez había tenido una pesadilla. Pero pude ver la tierra recién excavada, luego
escuché un ruido y vi a mi papá sentado muy tranquilo en la esquina del porche,
tenía un tarro de saliva de conejo entre las piernas. Sus ojos estaban hinchados,
rojos y cuando me vio me dio una sonrisa que venía directamente del infierno.

Patricia se dio cuenta de que por eso la señorita Mary dejaba que los
melocotones se pudrieran. El recuerdo del dulce jugo de la fruta corriendo por
su barbilla, la carne llenándole el estómago, ahora tenía un sabor agrio con la
sangre de Leon Simms.
— Hoyt Pickens se fue antes de que la saliva del conejo se volviera marrón
— dijo la señorita Mary. — Papá condujo hasta Columbia pero no pudo
encontrar a quién le había estado comprando. Todo nuestro dinero estaba en
esos barriles, pero nadie en Kershaw podía comprarla al precio que necesitaba
papá y él mismo se bebió la mayor parte durante los siguientes años. Mamá
perdió a mi hermano, y papá vendió sus alambiques para conseguir dinero.
Nunca volvió a trabajar más, simplemente se sentó atrás, bebiendo, porque
nadie regresó a nuestra casa sabiendo lo que habíamos enterrado allí. Cuando
finalmente se ahorcó en el granero fue una bendición. Llegaron tiempos difíciles
unos años después, algunas personas dicen que fue Leon Simms quien envenenó
la tierra, pero siempre sabré que fue Hoyt.
En el largo silencio, el sudor desbordó los párpados temblorosos de la
señorita Mary corriendo después por su rostro. Se lamió los labios y Patricia vio
que una capa blanca cubría su lengua. Su piel se veía delgada como el papel,
sus manos se sentían frías como el hielo. Su respiración sonaba como tela
rasgada. Lentamente, Patricia vio cómo sus ojos se inyectaban en sangre
perdíendo el foco y se dio cuenta de que contar la historia había dejado a la
señorita Mary a la deriva. Patricia empezó a quitar la mano de la de la señorita
Mary, pero la anciana apretó los dedos y se mantuvo firme.

— Los hombres que caminan por la noche siempre tienen hambre, —


graznó. — Nunca dejan de tomar y no saben lo suficiente. Hipotecaron sus
almas y ahora comen y comen y nunca saben cómo parar.
Patricia esperó a que la señorita Mary dijera algo más, pero su suegra no se
movió. Al cabo de un rato, apartó la mano de los dedos fríos de la señorita Mary
y vio a la anciana quedarse dormida con los ojos aún abiertos.

Un viento negro azotaba su casa.


EL EXTRAÑO A MI LADO
Julio de 1993
Capitulo 12
El profundo verano asfixió a la Vieja Aldea. No había llovido en todo el mes.
El sol cocinaba el césped hasta que se tornó de un amarillo crujiente, horneaba
las aceras al rojo vivo, suavizaba las tejas del techo y calentaba los postes de
teléfono hasta que las calles olían a carbón quemado. Todo el mundo abandonó
el exterior, excepto los niños de media tarde que se lanzaban por las calles de
asfalto esponjoso. Nadie trabajaba en el jardín después de las diez de la mañana,
y guardaban sus recados hasta después de las seis de la noche. Desde el
amanecer hasta el anochecer, el mundo entero se sintió inundado de miel
hirviendo.
Pero Patricia no hacía recados después de que el sol empezara a ponerse.
Cuando tenía que ir a la tienda o al banco, corrió hacia su Volvo bronceado por
el sol y apagó el aire acondicionado mientras se sentaba miserablemente en el
asiento delantero hasta que pudo tolerar tocar el ardiente volante. Insistió en
que Blue sacara los cubos de basura a la calle antes de que anocheciera, por
mucho que se quejara de que los arrastrara hasta el final del camino bajo el
implacable y ardiente sol.
Después del atardecer Patricia se quedó cerca de la casa. Cuando recogieron
a Korey o a Blue para que se quedaran a dormir, ella vigiló desde el porche
delantero hasta que entraron en los coches, cerraron las puertas y salieron a
salvo del Cruze. Incluso cuando su aire acondicionado central finalmente se
terminó de dañar el hombre del aire acondicionado les dijo que deberían haber
llamado antes y que pasarían dos semanas antes de que pudiera conseguir
piezas, Patricia insistió en cerrar todas las ventanas y puertas antes de irse a la
cama. No importa cuántos fanáticos tuvieran corriendo, todas las noches, todos
sudaban a través de sus sábanas, y todas las mañanas Patricia despojaba las
camas y las arreglaba de nuevo. La secadora funcionaba sin parar.
Finalmente, James Harris les salvó la vida.
El timbre sonó durante la cena una noche y Patricia fue a abrir, no queria que
Korey o Blue abrieran la puerta en la noche. James Harris se paró en la entrada.
— Sólo quería comprobar y ver cómo estaban todos ustedes después de ese
gran susto. — dijo él.
Patricia había pensado que no lo volvería a ver después de había reaccionado
tan exageradamente la noche en que el hombre se subió al tejado y le gritó,
como si él fuera el peligro y no la persona que intentaba ayudarlos. Se sentía
avergonzada de pensar lo peor de alguien sin razón alguna, así que verlo en su
parado en su puerta como si nada hubiera pasado la llenó de una profunda
sensación de alivio.
— Todavía me estoy culpando de no haber estado aquí, — dijo Carter,
levantándose de la mesa y estrechando la mano de James cuando ella lo llevó al
comedor. — Gracias a Dios que viniste. Los niños dicen que fuiste el hombre
del momento. Siempre serás bienvenido en nuestra casa.
James Harris tomó aquellas palabras literalmente, y Patricia pronto se
encontró escuchando el ruido de la puerta de alguien tocando mientras Korey
comía el último rollo o Blue se quejaba de que no podía terminar su calabacín
con este calor.
Noche tras noche encontraba a James Harris en la entrada de su casa e
intercambiaban comentarios sobre el libro del club de lectura de ese mes, él le
preguntaba cuál era la última actualización sobre cómo arreglar el aire
acondicionado o cómo estaba Miss Mary. Le decía que había ido a la iglesia
con Slick y Leland.
Luego lo invitaba a pasar para que comieran un helado.
— ¿Cómo sabe exactamente cuándo es que haces el postre? — Carter se
quejó después de la cuarta visita de James, saltando en un pie mientras se
quitaba los calcetines sudados en el dormitorio. — Es como si pudiera oír la
puerta de nuestro congelador abierta por toda la calle.
Pero a Patricia le gustaba tenerlo allí porque Carter sólo había logrado
cumplir su promesa de estar en casa antes del anochecer durante dos días antes
de que empezara a quedarse hasta tarde en el trabajo de nuevo.
La mayoría de las noches comía sola con los niños, y como Korey iba a un
campamento de fútbol de dos semanas a fin de mes aparentemente tenía que
pasar la noche con cada uno de sus amigos antes de irse, la mayoría de las
noches era sólo ella y Blue en la mesa de la cena.
Alrededor de la quinta noche en que James Harris volvió, Patricia comenzó
a dejar las ventanas abiertas un poco más de tiempo, después paso a las ventanas
de arriba abiertas durante la noche, y luego las ventanas de abajo, y en poco
tiempo dejó las puertas de malla en sus cerrojos, y la casa palpitaba suavemente
con los ventiladores sentados con las ventanas abiertas todo el día y la noche.
La otra razón por la que se alegró de que James Harris viniera fue porque ya
no sabía cómo de que tema hablar con Blue. De lo único que Blue quería hablar
era de los nazis. Ella le ayudó a conseguir un carné de biblioteca para adultos y
ahora solo sacaba libros de Time-Life sobre la Segunda Guerra Mundial llena
de fotografías. Encontró sus viejos cuadernos de espiral cubiertos de dibujos de
esvásticas, rayos de las SS, tanques Panzer y calaveras. Cada vez que ella trataba
de hablarle de su programa de verano Oasis o de ir a la piscina de Creekside, él
siempre se salía con su conversación habitual sobre los nazis.
Y James Harris hablaba fluidamente el idioma nazi.
— Ya sabes, — le dijo a Blue, — todo el programa espacial americano fue
construido por Wernher von Braun y un montón de otros nazis a los que los
americanos dieron asilo porque sabían cómo construir cohetes.
O:
— Nos gusta pensar que vencimos a Hitler, pero en realidad fueron los rusos
los que cambiaron la marea.
O:
— ¿Sabía que los nazis falsificaron el dinero británico e intentaron
desestabilizar su economía?
Patricia disfrutaba viendo a Blue mantener una conversación con un adulto,
aunque deseaba que hablaran de algo más que del Tercer Reich. Pero su madre
le había dicho que apreciara lo que tenía, que no se quejara de lo que no tenía,
así que dejó que llenara el espacio que habían dejado vacío Carter y Korey.
Esas noches con helado, sentada en el comedor con las ventanas abiertas, una
brisa cálida, un poco salada que soplaba a través de la casa, Blue y James Harris
hablando de la Segunda Guerra Mundial, fue la última vez que Patricia se sintió
verdaderamente feliz. Incluso después de todo lo que vino después, cuando todo
en su vida le dolía, el recuerdo de esas noches la envolvió en un suave y dulce
resplandor que a menudo la llevaba a dormir.
Después de casi tres semanas, Patricia se encontró esperando felizmente a
fiesta de cumpleaños de Grace.
Finalmente se sintió lo suficientemente confiada como para salir por la noche,
aunque fuera a una manzana de distancia, y Carter había prometido llegar a casa
temprano, sentía que finalmente podrían volver a la normalidad.

En cuanto Patricia y Carter salieron, la Sra. Greene se quitó los zapatos, los
calcetines y los metió en su bolso. Hacía demasiado calor para tener algo en sus
pies. Blue y Korey pasaron la noche fuera, y no había nadie en casa que se
preocupara por si ella iba descalza o no.
La alfombra se sentía caliente bajo las plantas de sus pies. Todas las puertas
y ventanas de la casa estaban abiertas, pero la insignificante brisa que entraba
por el patio trasero era pegajosa y apestaba a pantano.
— ¿Tiene ganas de comer algo esta noche, Sra. Mary? — Ella preguntó.
La Sra. Mary tarareó felizmente para sí misma. La Sra. Campbell había dicho
que había estado revisando sus viejos álbumes de fotos toda la semana, y si no
hubiera perdido tanto peso la Sra. Greene pensaría que casi parecía su viejo yo.
— Lo encontré, — dijo la Srta. Mary, sonriendo. Ella puso los ojos en
blancoy miró a la señora Greene. — ¿Quieres verlo?
Una vieja foto descansaba boca abajo en su rodilla. Acarició su espalda con
dedos temblorosos.
— ¿De quién es? — La Sra. Greene preguntó, alcanzándola.
La Sra. Mary la cubrió con la palma de su mano.
— Primero Patricia, — dijo ella.
— ¿Quieres que te cepille el cabello? — La Sra. Greene le preguntó.
La Sra. Mary parecía confundida por el cambio de tema, lo consideró, y
luego bajó la barbilla una vez.
La Sra. Greene encontró el cepillo de madera y se puso detrás de la silla de
la Sra. Mary, mientras la anciana miraba la televisión y acariciaba su fotografía,
la Sra. Greene se cepilló sus escasas canas, rodeada por el ruido de los
ventiladores.

Las fiestas de Grace eran todo lo que Patricia pensaba como deberían ser las
fiestas cuando era pequeña.
En el salón, Arthur Rivers se había quitado la chaqueta se sentó en el piano a
tocar un popurrí de canciones de lucha universitaria, que eran saludadas con
abucheos, vítores y cánticos estridentes, dependiendo de la universidad. No se
detendría mientras la gente siguiera llevándole bourbon.
La fiesta se desbordó de la sala al comedor, donde se arremolinaron en un
círculo alrededor de una mesa rebosante de galletas de jamón en miniatura,
pajitas de queso, sándwiches de pimiento y queso y una bandeja de crudités que
se tirarían intactas mañana por la mañana, luego fluía a través de la cocina y se
juntaba en el porche con su vista panorámica del puerto. La barra cubierta con
un mantel blanco estaba al final de la habitación donde la multitud era más
densa, y dos hombres negros con chaquetas blancas formaban un interminable
torrente de bebidas detrás.
Todos los médicos, abogados, pilotos del puerto en el Old Village se habían
puesto sus corbatas de pajarita y sostenían vasos, gritaban sobre lo que le pasaba
a Ken Hatfield esta temporada, o si esos negocios que el huracán había cerrado
a lo largo de Shem Creek hace unos años volverían a abrir, y cuándo se
completaría el conector de la Isla de las Palmas, y de dónde venían todas esas
malditas ratas de pantano. Sus esposas agarraban vasos de vino blanco llevaban
una verdadera jungla de estampados que chocaban entre sí — estampados de
animales, de flores, estampados geométricos y abstractos — hablando de los
planes de sus hijos para el verano, de sus proyectos de renovación de la cocina
y de la oreja de Patricia.
Este fue el primer evento social al que asistió desde el incidente y sintió que
todo el mundo la miraba.
— No podría verlo a menos que me ponga delante de ti para poder ver las
dos orejas al mismo tiempo, — Kitty la tranquilizó.
— ¿Es tan obvio? — Preguntó Patricia, alcanzando y alisando su pelo sobre
su cicatriz.
— Sólo hace que tu cara parezca un pequeño cattywampus, — dijo Kitty,
uego agarró el codo de Loretta Jones mientras pasaba junto al crush de ella.
— Loretta, mira a Patricia y dime si notas algo.
— Bueno, la abuela de ese hombre se mordió la oreja, — Loretta dijo,
ladeando la cabeza. — ¿Qué quieres decir? ¿Pasó algo más?
Patricia quería escabullirse, pero Kitty le agarró la muñeca.
— Era su tía abuela, — Kitty dijo. — Y ella sólo tomó un bocado.
— Loretta ladeó la cabeza y dijo, — ¿Necesitas un buen cirujano plástico?
Puedo conseguirte un nombre. Te ves desproporcionada. Oh, ahí está Sadie
Funche. Discúlpeme.
— Loretta siempre fue así. — dijo Kitty mientras Loretta desaparecía entre
la multitud.

El ventilador de caja grande estaba en la puerta del estudio donde se suponía


que aspiraba aire caliente y lo soplaba frío en el cuarto del garaje, pero apenas
removía el lodo. Hacía un calor intolerable. Ragtag yacía, miserable, bajo la
cama de la Sra. Mary, jadeando.
Tal vez le daría a la Sra. Mary un baño fresco, pensó la Sra. Greene. El agua le
sentiría bien para ambas. Empezó a levantarse cuando sintió una mirada viva
sobre ella. Miró a la puerta del estudio y vio una enorme y húmeda, rata negra
sentada inmóvil al lado del ventilador, mirándola fijamente. El aire sobre su
espalda irregular y empalagosa prácticamente brilló con la enfermedad. La Sra
Greene sintió que sus intestinos se llenaban de agua helada. Había visto muchas
ratas en su vida, pero nunca una tan grande como esta, y ciertamente no una
que se sentara tranquila y recogida como si fuera la dueña del lugar.
— ¡Fuera! — La Sra. Greene dijo, moviendo sus manos en su dirección y
golpeando con su pie. Ragtag levantó su cabeza como si pesara quinientas libras
y la miró, preguntándose si ese "shoo" estaba dirigido a él.
— Vamos, Ragtag, — La Sra. Greene dijo, reconociendo a su aliado natural.
— Atrapa a esa vieja rata malvada. ¡Agárrala!
La cabeza de Ragtag siguió sus gestos y vio a la rata y, sin mover un músculo,
empezó a gruñir desde lo profundo de su garganta. La rata rezumó su cuerpo
por mucho tiempo, bajó al primer escalón, y la Sra. Greene vio que era tan
grande como el zapato de un hombre. Los gruñidos de Ragtag subieron de tono,
pero no parecieron molestar a la rata. Ragtag salió de debajo de la cama y se
enfrentó a la rata de frente, su gruñido se intensificó y se convirtió en un ladrido,
y luego se cortó con un aullido cuando otras tres ratas más pequeñas e
igualmente asquerosas bajaron los escalones a ambos lados de la gorda y se
escabulleron por la alfombra, yendo a por la Sra. Greene.
Ragtag corrió hacia ellos sin dudarlo y agarró uno en su mandíbula sacudió
su cabeza dos veces, una para romperle el cuello y otra para arrojar su cadáver
contra la pared. La segunda y tercera rata desaparecio bajo la cama de hospital
de la Srta. Mary.
La Sra. Greene había subido sus pies descalzos a su silla, pero ahora se dio
cuenta de que tenía que involucrarse. Habría un palo o una fregona en el cuarto
de servicio detrás de ella, y tenía que perseguir a estas ratas fuera de la casa
antes de que mordieran a alguien.
— Tenemos algunas ratas aquí, Sra. Mary, — La Sra. Greene le dijo, de pie.
— Pero Ragtag y yo vamos a deshacernos de ellos.
Fue a la puerta de la lavandería, se detuvo cuando vio el candado que pusieron
para asegurarla después de esa noche. La Sra. Campbell pensó que un hombre
trató de entrar en la casa. Y nadie le había dado una llave.
¡BANG!
Algo se estrelló detrás de ella y se arremolinó para ver a Ragtag saltar con
miedo del ventilador de la caja se deslizó hasta detenerse boca abajo en el
fondo de los escalones. Varias ratas nuevas se habían unido a la enorme en los
escalones, y se veían sucias, les faltaba el pelo en parches, los cuerpos
incrustados en costras, las narices se movían. El ventilador de la caja hacía un
gemido bajo y apagado, incapaz de aspirar el aire de la alfombra, y más ratas
atascaban la puerta.
Ragtag corrió hacia ellos, ladrando, pero no se movieron.
— ¡Cógelos, Ragtag! — La Sra. Greene dijo. — ¡Atrápalos!
La Sra. Greene sabía qué hacer. Encerrar a la Srta. Mary en el pequeño baño
frente a la lavandería, luego tomaría una manta y ella y Ragtag llevarían a esas
cosas lejos de la casa. Mientras Ragtag se quedara con ella, ella podría manejar
esto.
— Srta. Mary, voy a llevarla al tocador un momento, — dijo.
Tardó en levantarla. La Srta. Mary dio un miserable gemido y luego la Sra.
Greene olió algo rancio. Miró hacia arriba.
Las ratas cubrieron la madriguera, derramándose desde la puerta, cayendo
torpemente sobre el escalón superior: mojado y embarrado, de tres y cuatro
patas, unas de cola larga y otras sin cola. Los ojos negros brillaban, los bigotes
se movían, las colas se retorcían, sus cuerpos hirvientes se amontonaban en la
puerta.
Ninguno de ellos hizo ruido. Una alfombra de ratas cubría el suelo de la
madriguera tan gruesa que la Sra. Greene no podía ver el linóleo amarillo, y más
se apilaban desde el comedor, desde la puerta trasera, desde el vestíbulo,
entrando en la madriguera, cubriéndola como un charco hirviente de pelo
enmarañado, arrastrándose unas sobre otras, formando una masa apretada y
retorcida.
¿Cómo llegaron aquí tan rápido? ¿De dónde vinieron todos?
Algo le golpeó la pierna, miró hacia abajo para ver a Ragtag, con el cuerpo
rígido, de cara a la puerta, los labios enroscados hacia atrás para exponer los
dientes desnudos, la boca abierta, la lengua acalambrada en un pliegue,
haciendo un sonido profundo y desagradable. El sucio olor de las ratas entró en
la habitación, paralizando a la Sra. Greene de miedo. Todavía recordaba aquella
noche cuando era una niña pequeña, despertándose con algo que se retorcía bajo
las mantas, algo calvo y carnoso y frío deslizándose sobre sus espinillas, y su
hermana gritando, alto, largo y fuerte, como si nunca fuera a parar, hasta que su
madre entró corriendo, tirando de las mantas hacia atrás para encontrar una rata
peluda fijada al ombligo de su hermana, masticando su entrada.
Esa pesadilla de la infancia llegó gritándole mientras la enorme rata negra de
los escalones pasaba de la quietud de piedra a un borrón negro, saltando de las
escaleras, corriendo hacia la Srta. Mary a través de la alfombra vacía,
moviéndose tan rápido que gritaba.
Y Ragtag estaba allí, rompiendo la rata negra en sus mandíbulas y sacudiendo
salvajemente su cabeza. Escuchó algo que se rompió, y un chillido agudo se
amortiguó dentro de una garganta peluda, y entonces la enorme rata estaba en
el suelo, el cuerpo se contrajo, quedándose flácida. Pero mientras su cadáver se
movía, la avalancha de ratas se abultaba en la puerta, luego se rompía y se
derramaba sin huesos por los escalones, fluyendo alrededor del ventilador de la
caja, viniendo por los tres
La Sra. Greene corrió al sillón de la Srta. Mary pero se congeló cuando las
pesadas ratas se deslizaron por sus pies descalzos, sus afiladas uñas rascaron su
piel, sus colas sin pelo se enfriaron contra su carne. Algunos se detuvieron y
hundieron sus garras en la pierna de su pantalón comenzando a levantarse. Ella
hizo un frenético baile de pasos altos para liberarlos.
Las cuchillas de afeitar le destrozaron los dedos de los pies. Se agachó para
arrancar una rata gris de la pierna de su pantalón y le atrapó un dedo en la boca.
Los dientes afilados se encontraron con el hueso, y las espinas frías de las
náuseas inundaron el estómago de la Sra. Greene.
Ragtag ladró y se enfureció, ahogándose en una alfombra viva de ratas. Una
se abrió paso a través de su espalda, y otras tres colgaron de sus orejas. La Sra.
Greene vio cómo su pelo bronceado se oscurecía con la sangre. Tiró la rata gris
contra las cortinas, perdiendo la piel de sus dedos a medida que avanzaba.
Luego se volvió hacia la Srta. Mary.
— ¡Ohuh, ughuh! — La Srta. Mary gritó, mientras un río peludo subía por
sus piernas se hundía en su regazo.
Las ratas se acercaron al respaldo de su silla, fluyeron sobre sus hombros, se
enredaron en su pelo. Levantó un brazo, sosteniendo la fotografía que había
estado presionando con su pierna en el aire, pero las ratas se subieron a las
mangas, bajaron por el cuello abierto de su camisón, se arrastraron por el cuello
y se cubrieron la cara.
Las ratas cubrieron la alfombra, el sofá, subieron las cortinas, se abalanzaron
sobre las sábanas blancas de la cama de hospital de la Srta. Mary, se precipitaron
por el alféizar de la ventana, llenaron la habitación. Pero la puerta del baño
seguía cerrada. Si pudiera meterlos a ambos ahí dentro, estaría a salvo.
La Sra. Greene sintió que agujas calientes le perforaban el ombligo, y miró
hacia abajo y vio una rata aferrada a su cintura, la nariz debajo de su camisa, y
algo dentro de ella se rompió. Vio una pila de ratas donde había estado la
Srta. Mary y Ragtag, corrió al baño, agarrando la rata en su estómago con una
mano y arrojándola lejos, incluso cuando hundió sus dientes en su ombligo y
sintió que se desgarraba con un sonido que nunca olvidaría.
Golpeó la puerta del baño con su cuerpo, giró el pomo y cayó dentro, luego
golpeó la puerta contra las ratas que estaban detrás de ella y se inclinó hacia
atrás, manteniéndola cerrada mientras las garras se agitaban contra ella desde el
otro lado. Cubierta de pelo de rata que le hacía estornudar y amordazar, se
deslizó hasta el suelo.
Salpicando desde el inodoro dible sonido de algo perdiendo la compra en la
porcelana, deslizándose hacia abajo y golpeándose en el agua del inodoro. La
Sra. Greene agarró el cabezal de la ducha con su manguera flexible y giró la
perilla a tope. Se acercó a la tapa cerrada del inodoro justo cuando docenas de
ratas empezaron a empujarla desde abajo. Giró el vaporoso y sibilante cabezal
de la ducha sobre las garras que se encontraban bajo la grieta de la puerta, sobre
las ratas que aplastaban sus cráneos e intentaban retorcerse, y sus chillidos
agudos hacían que sus tímpanos palpitaran.
Se puso en cuclillas sobre la tapa del inodoro en el diminuto y caliente baño,
sintiendo que el agua debajo de la tapa hervía con las ratas mientras el vapor
llenaba el baño, y después de un rato ya no podía oír los gritos de la Sra. Mary
a través de la puerta.

Le cantaron — Feliz Cumpleaños, — a Grace alrededor de las 10:30 p.m.,


luego la fiesta comenzó a terminar. Patricia sugirió que bajaran al Alhambra
Hall, sólo para tomar un poco de aire fresco, pero Carter dijo que tenía que ir
temprano así que se fueron directo a casa.
— ¿Qué es ese olor? — Preguntó Carter mientras abrían la puerta principal
y entraban.
La casa olía tan fuertemente a animales salvajes y a orina que los ojos de
Patricia comenzaron a lagrimear. Aunque había dejado encendida la lámpara de
hongos de la mesa del pasillo, estaba oscuro. Accionó el interruptor de la luz y
vio la lámpara en forma de hongo en el suelo.
El olor se hizo más fuerte en la madriguera, el suelo salpicado de bolitas
marrones y charcos de orina. El sofá estaba destrozado, las cortinas colgaban
en jirones. Su primer pensamiento fue que los vándalos habían entrado. Ella y
Carter caminaron rápido hacia el cuarto de la cochera y se detuvieron en la
puerta.
Un gigante había entrado a la habitación y la había sacudido con fuerza: sillas
volteadas, mesas a los lados, frascos de medicinas esparcidos entre las ratas
muertas, sus cadáveres salpicando la alfombra. Y en medio de los restos, la Sra.
Greene se arrodilló sobre la Srta. Mary, cubierta de sangre, con la ropa hecha
jirones. Levantó la cabeza de los labios de la anciana y presionó con fuerza
sobre su pecho, realizando compresiones de RCP perfectas, luego las vio y gritó
con una voz agrietada y llena de terror, — La ambulancia está en camino.
Capitulo 13
Tres de los dedos de la señora Mary habían sido desgarrados hasta los huesos.
Necesitaría una cirugía reconstructiva para rehacer sus labios. No estaban
seguros de su nariz. Pensaron que podían salvar su ojo izquierdo.
— Ajá, ajá, — dijo Carter, asintiendo rápidamente. — ¿Pero mamá estará
bien?
— Después de que la estabilicemos, necesitará varias cirugías, — dijo el
médico. — Pero a su edad, quizás quieras considerar si eso es siquiera prudente.
Después de eso, con una extensa rehabilitación y fisioterapia, debería poder
regresar a su vida normal, de manera limitada.
— Bien, bien, — dijo Carter, todavía asintiendo. — Bien.
El médico se fue y Patricia trató de tomar la mano de Carter y reconectarlo
con la realidad.
— Carter, — dijo. — ¿Quieres sentarte?
— Estoy bien, — dijo, apartando la mano y pasándola por la cara. —
Deberías ir a descansar un poco. Ha sido una noche larga.
— Carter, — dijo.
— Estoy bien, — dijo. — Creo que pasaré por mi oficina y me pondré al día
con el trabajo. Veré a mamá cuando la saquen de la cirugía.
Patricia se rindió y condujo a casa un par de horas antes del amanecer.
Cuando se detuvo en el camino de entrada, sus luces se extendieron por el patio
y las sombras se dispersaron, desapareciendo en los arbustos oscuros: cientos y
cientos de ratas. Patricia se sentó en su auto por un minuto, con las luces
encendidas, luego salió y corrió hacia la puerta principal.


Las ratas muertas llenaron la madriguera. Incluso había más en el garaje. Ella
no sabía qué hacer. ¿Enterrarlos? ¿Ponerlos en la basura? ¿Llamar a Control de
Animales? Sabía qué hacer si aparecía demasiada gente a cenar, o si alguien
llegaba temprano a una fiesta, pero ¿qué hacía cuando las ratas atacaban a su
suegra? ¿Quién dijo cómo lidiar con eso?
Decidió comenzar con el garaje. Su corazón se contrajo dolorosamente
cuando vio el cuerpo inerte de Ragtag estirado en medio de la alfombra. Pobre
perro, pensó mientras se inclinaba para levantarlo.
Abrió un ojo y su cola golpeó débilmente contra la alfombra.
Patricia lo envolvió en una vieja toalla de playa y condujo hasta la oficina del
veterinario a veintiséis millas por hora. Ella estaba esperando cuando él
apareció para abrir la puerta de su oficina.
— Vivirá, — dijo el Dr. Grouse. — Pero no será barato.
— Lo que sea necesario, — le dijo Patricia. — Es un buen perro. Eres un
buen perro, Ragtag.
No pudo encontrar una parte de él para acariciar, así que se dedicó a pensar
en él con todas sus fuerzas durante todo el camino de regreso a casa. Cuando
salió del auto escuchó el teléfono sonar dentro de la casa. Lo tomó en la cocina.
— Mamá murió, — dijo Carter, mordiendo con fuerza cada palabra.
— Carter, lo siento mucho. ¿Qué puedo hacer?
— No lo sé, Patty, — dijo. — ¿Que hace la gente? Tenía diez años cuando
papá murió.
— Llamaré a Stuhr, — dijo. — ¿Cómo está la Sra. Greene?
— ¿Cómo? — preguntó.
— Sra. Greene — repitió, sin saber cómo describir mejor a la mujer que había
intentado salvar la vida de su madre.
— Oh, — dijo. — Le pusieron algunos puntos y tendrá que recibir una dosis
de rabia, pero se fue a casa.
— Carter, — repitió. — Lo siento mucho.
— Está bien, — dijo, aturdido. — Yo también.
Colgó. Patricia se quedó en la cocina, sin saber qué pasó después. ¿A quién
llamaba? ¿Por dónde empezaba? Abrumada, llamó a Grace.
— Qué inusual, — dijo Grace, después de que Patricia explicara lo que había
sucedido. — A riesgo de parecer insensibles, deberíamos empezar.
El alivio inundó a Patricia cuando Grace se hizo cargo. Llamó a Maryellen,
quien hizo arreglos para que Stuhr recogiera el cuerpo de la Sra. Mary del
hospital, y luego le dijo a Patricia qué hacer con los niños.
— Korey tendrá que empezar el campamento de fútbol unos días tarde, —
dijo Grace. — Llamaré a Delta y cambiaré su boleto. En cuanto a Blue, tendrá
que quedarse con amigos. No quieres que vea la casa así. —
Grace y Maryellen buscaron a alguien para limpiar la casa, que ahora estaba
plagada de pulgas y apestaba a ratas, pero no pudieron encontrar a nadie que
aceptara el trabajo.
— Demasiado para los profesionales, — dijo Grace. — Llamé a Kitty y Slick
y vamos a venir mañana. Nos llevará unos días, pero nos aseguraremos de que
esté bien hecho.
— Eso es demasiado, — dijo Patricia.
— Tonterías, — dijo Grace. — Lo más importante en este momento es
limpiar esa casa hasta que sea segura. Haré una lista de muebles, cortinas,
alfombras y todas las cosas que necesitarás reemplazar. Y, por supuesto, te
quedarás en la casa de la playa con Carter y los niños hasta que terminemos.
Por otro lado, Maryellen organizó la visita, ayudó con el seguro del entierro
de la Sra. Mary y consiguió que se escribiera el obituario de la Sra. Mary y se
publicará en el periódico de Charleston y en el Kershaw News-Era. Lo único
que no pudo hacer fue prometer un ataúd abierto.
— Lo siento mucho, — le dijo a Patricia, sentada en la oficina de Johnny
Stuhr. — Kenny nos maquilla y no cree que quede suficiente para trabajar. —
El servicio de la Sra. Mary siguió las reglas del norte del estado: sin bromas,
sin risas, y todas las escrituras de la Biblia del Rey James. Su ataúd estaba en la
parte delantera de la iglesia sin flores, con la tapa bien cerrada. Tuvieron que
retroceder tres himnarios para encontrar el himno que Carter dijo que era el
favorito de Sra. Mary, "Ven, desconsolado".
Apretado en los duros bancos del Mt. Pleasant Presbyterian, Carter se sentó
junto a Patricia, encorvado y miserable. Ella tomó su mano y la apretó, y él le
devolvió un apretón flojo. Durante años, su madre le había dicho que él era
el chico más inteligente y especial del mundo y le había creído. Que muriera
así, en su casa, de una manera que ni siquiera podía explicarle a la gente, era
una especie de fracaso que nunca antes había experimentado.
Korey se tomó las cosas con más dureza de lo que Patricia esperaba y las
lágrimas corrieron por sus mejillas durante todo el servicio. Blue siguió
levantándose para ver el ataúd, pero al menos había traído A Bridge Too Far
para leer y no un libro con una esvástica1 en la portada.
Después del servicio funerario, Grace abrió su casa y se llevó todas las
quiches, las galletas de jamón, las cazuelas de Kitty, la ambrosía de Slick y
todas las fuentes de embutidos que la gente había traído y las puso sobre la mesa
del comedor. No había bar porque eso no era lo que se hacía para un funeral, e
hicieron que los niños bajaran a jugar a la Alhambra porque tenerlos dando
vueltas en el patio delantero no se veía bien.
Mientras un viejo rostro del pasado de Carter lo acercaba a sus hijos, contaba
historias sobre él, lo hacía sonreír, Patricia lo veía volver a la vida, asumiendo
su lugar natural como el centro de atención. Después de todo, él era el niño de
un pueblo pequeño que había trabajado duro y se había convertido en un médico
famoso en Charleston; esa era su verdadera identidad, no el niño cuya madre
murió en su garaje de una manera que hizo que la gente diera vueltas cuando se
les contaban.
El lunes por la mañana, Patricia llevó a Korey al aeropuerto y se conmovió
por lo fuerte que se aferró a ella por un momento antes de salir corriendo del
auto, su enorme bolsa de lona roja, blanca y azul golpeando sus piernas. Luego
condujo hasta la casa de la playa, hizo las maletas y las trasladó de regreso a
Pierates Cruze. La casa olía a lejía y el piso de abajo parecía vacío y sonaba
duro. Todo lo que tuviera tapicería se había tirado y tendría que ser
reemplazado. Pero estaban en casa. Y el aire acondicionado finalmente
funcionó.
Ahora Patricia tenía que hacer lo que había estado temiendo: necesitaba ver
a la Sra. Greene. Estaba muy herida y no había asistido al funeral, y Patricia se
sentía culpable por no haber ido a verla antes.
El problema era conseguir que alguien la acompañara.

1
Esvástica o Cruz Gamada: Signo solar que presenta variadas formas, a menudo de aspecto circular, y en
especial el que tiene forma de cruz con cuatro brazos iguales cuyos extremos se doblan en ángulo recto en la
misma dirección.
— No es posible, — dijo Grace. — Tengo que limpiar desde la ceremonia
fúnebre, y Ben necesita que conduzca hasta Columbia con él para una reunión.
Estoy… abrumada.
Luego intentó con Slick.
— Todos amamos a la Sra. Greene, — dijo Slick. — Es una cocinera
maravillosa, y tiene una fe fuerte, pero Patricia, no creerías lo frenéticos que
estamos con este nuevo trato de Leland's. ¿Te he hablado de ello? ¿Gracious
Cay? Ha estado hablando con inversores y toda esa gente de dinero y las cosas
son simplemente locas. Te dije…
Al final, intentó con Kitty.
— Estoy tan ocupada ..., — comenzó Kitty.
— No nos quedaríamos mucho tiempo, — le dijo Patricia.
— La semana que viene es el cumpleaños de Parish, — dijo Kitty. — Me han
hecho harapientos.
Patricia intentó la culpabilidad.
— ¿Qué pasa con Ann Savage, y ahora la Sra. Mary? — dijo Patricia — No
me siento cómoda conduciendo sola tan lejos.
Resultó que la culpa funcionó. Al día siguiente, Patricia condujo por la
carretera de Rifle Range Road hacia Six Mile con Kitty en el asiento del
pasajero y un pastel de nueces en el regazo.
— Estoy segura de que hay gente muy agradable que vive aquí, — dijo Kitty.
— ¿Pero has oído hablar de los superdepredadores? Son bandas que conducen
muy despacio por la noche y encienden sus faros delanteros y, si los apagas, te
siguen a tu casa y te disparan en la cabeza.
— ¿No vive Marjorie Fretwell por aquí? — Patricia preguntó.
— Marjorie Fretwell una vez aspiró una cabeza de cobre en su aspiradora
porque no sabía qué hacer con ella y luego tuvo que tirar toda la aspiradora, —
dijo Kitty. — No me hables de Marjorie Fretwell.
Salieron de Rifle Range Road hacia la carretera estatal que conducía de
regreso al bosque alrededor de Six Mile. Las casas se hicieron más pequeñas y
los patios se hicieron más grandes: amplios campos de malezas muertas y
pasto amarillento que rodeaba las casas rodantes montadas sobre bloques de
cemento y cajas de zapatos de ladrillo con buzones de correo torcidos en el
frente. Las
líneas eléctricas colgaban a lo largo de los patios delanteros atestados de
demasiados coches que tenían muy pocos neumáticos.
Carreteras estrechas, no más anchas que los caminos de entrada, se
bifurcaban fuera de la carretera estatal, pasaban por cercas de alambre y
desaparecían en arboledas de robles y palmeras. Patricia vió el letrero
reflectante verde y blanco de Grill Flame Road en la cabecera de uno de ellos y
giró.
— Al menos cierra las puertas con llave — dijo Kitty, y Patricia apretó el
botón de la cerradura de la puerta, haciendo un sonido reconfortante.
Condujo despacio. El camino estaba lleno de baches y los bordes de asfalto
se convirtieron en arena. Las casas se apiñaban a su alrededor en ángulos
extraños. Muchos de ellos habían sido destruidos durante el huracán Hugo y
reconstruidos por contratistas que se habían ido antes de que terminaran su
trabajo. Algunos tenían grapas de plástico pesado sobre los marcos de las
ventanas en lugar de vidrio; otros tenían habitaciones enmarcadas que quedaron
sin terminar y expuestas a la intemperie.
Los patios de nadie fueron ajardinados. Todos los árboles estaban cubiertos
de enredaderas. Un hombre negro flaco con pantalones cortos y sin camisa
estaba sentado en los escalones de la entrada de su remolque bebiendo agua de
una jarra de plástico de un galón. Algunos niños pequeños en pañales dejaron
de correr por un aspersor y se apretujaron contra una cerca de tela metálica para
verlos pasar.
— Busca el número dieciséis, — dijo Patricia, concentrándose en el camino
lleno de baches.
Avanzaron por debajo de un matorral cuyas ramas raspaban el techo y luego
emergieron a un gran claro arenoso. La carretera formaba un círculo alrededor
de una pequeña iglesia de bloques de cemento sin pintar con forma de caja de
zapatos. Un letrero en el frente proclamaba que era el Mt. Zion A.M.E. Lo
rodeaban pequeñas casitas blancas y azules. En el otro extremo, unos
muchachos corrían alrededor de una cancha de baloncesto a la sombra donde
comenzaban los árboles, pero aquí, frente a las casas, no había refugio del sol.
— Dieciséis — dijo Kitty, y Patricia vio una casa blanca y limpia con
contraventanas negras y columnas de porche blancas de hojalata prensada. Un
recorte de cartón descolorido por el sol de la cara de Santa estaba dentro de una
corona de acebo de plástico en la puerta principal. Patricia aparcó al final del
camino.
— Esperaré en el coche, — dijo Kitty.
— Me llevo las llaves para que no puedas hacer funcionar el aire
acondicionado, — dijo Patricia.
Kitty se armó de valor por un momento, luego se incorporó y siguió a Patricia
afuera. Instantáneamente, el sol caliente atravesó la coronilla de la cabeza de
Patricia como un clavo y rebotó en el Volvo, cegándola.
En el siguiente camino de entrada arenoso, tres niñas saltaron la cuerda, doble
holandés. Patricia se quedó un minuto escuchando su rima:
Boo Daddy, Boo Daddy
En el bosque
Agarró a un niño pequeño
Porque sabe muy bien
Boo Daddy, Boo Daddy
En las sábanas
Chupa toda la sangre
Porque sabe muy dulce
Se preguntó dónde habían aprendido algo así. Rodeó el capó del coche y se
dirigió a casa de la Sra. Greene, Kitty estuvo a su lado, y luego sintió un
movimiento detrás de ellas. Se dio la vuelta y vio una multitud de personas que
venían hacia ellos, caminando rápido desde las canchas de baloncesto, y antes
de que ella o Kitty pudieran moverse, había chicos delante de ellas, chicos detrás
de ellas, chicos apoyados en el capó de su auto, chicos por todas partes. Ellos,
adoptando posturas de descanso, encerrándolas.
— ¿Qué están haciendo aquí? — preguntó uno.
Su camiseta blanca estaba cubierta de rayas azules al azar y su cabello estaba
cortado en una gran cuña con líneas rectas afeitadas en un lado.
—¿Nada que decir? — él dijo. —Te hice una pregunta. ¿Qué diablos estás
haciendo aquí? Porque no creo que vivas aquí. No creo que te hayan invitado
aquí. ¿Y qué, carajo?
Actuó para los chicos que le rodeaban y ellos endurecieron sus caras, se
acercaron y apretujaron a Kitty y Patricia.
— Por favor, — dijo Kitty. — Nos vamos ahora mismo.
Algunos de los chicos sonrieron y Patricia sintió un destello de ira. ¿Por qué
Kitty era tan cobarde?
— Demasiado tarde para eso, — dijo Wedgehead.
— Estamos visitando a una amiga, — dijo Patricia, agarrando su bolso con
más fuerza.
— ¡No tienes amigos aquí, perra! — el chico explotó, empujando su rostro
contra el de ella.
Patricia vio su rostro pálido y asustado reflejado dos veces en sus gafas de
sol. Ella parecía débil. Kitty tenía razón. Nunca debieron haber venido aquí.
Había cometido un terrible error. Tiró del cuello hasta los hombros y se preparó
para ser apuñalada o empujada o lo que fuera a continuación.
— ¡Edwin Miles! — la voz de una mujer rompió a través del aire
chisporroteante.
Todos se volvieron excepto Wedgehead, quien mantuvo su rostro tan cerca
del de Patricia que podía contar los escasos pelos de su bigote.
— Edwin Miles, — volvió a llamar la voz. Esta vez se giró. —¿A qué estás
jugando?
Patricia se dio vuelta y vio a la Sra. Greene parada en la puerta de su casa.
Llevaba una camiseta roja y jeans azules y sus brazos estaban cubiertos con
gasas blancas.
—¿Quiénes son estas perras? — el chico, Edwin Miles, se dirigió a la Sra.
Greene.
—No uses ese lenguaje conmigo, — dijo la Sra. Greene. — Hablaré con tu
madre el domingo, —
— A ella no le importa, — respondió Edwin Miles.
— Verá si no lo hace una vez que termine de hablar con ella, — dijo la Sra.
Greene, caminando hacia ellos.
Los chicos se desvanecieron ante ella, retrocediendo ante su ira. El último en
pie fue Edwin Miles.
— Está bien, está bien, — dijo, dando un paso hacia atrás. — No sabía que
estaban con usted, Sra. G. Nos conoce, nos gusta estar atentos a las idas y
venidas. —
— Te haré ir y venir — espetó la Sra. Greene. Se acercó a ellos y les dio a
Patricia y Kitty una sonrisa repentina. — Hace más fresco en la casa.
Caminó hacia su casa sin mirar atrás, y Patricia y Kitty corrieron tras ella.
Detrás de ellos escucharon la voz de Edwin Miles desvanecerse mientras se
alejaba con sus amigos.
— Las dejaré aquí con usted, Sra. G., — llamó. — Está todo bien. No sabía
que las conocías, eso es todo.
Las niñas empezaron a saltar la cuerda de nuevo al pasar:
Boo Daddy, Boo Daddy
Uno dos tres
Escabulléndose en mi ventana
Y chupando de mí.
Dentro de la casa, la Sra. Greene cerró la puerta y los ojos de Patricia tardaron
un momento en adaptarse a la fría oscuridad.
— Estoy muy agradecida, Sra. Greene, — dijo Kitty. — Pensé que íbamos a
morir. ¿Cómo llegamos al auto de Patricia? ¿Necesitamos llamar a alguien?
— ¿Cómo quién? — Preguntó la Sra. Greene.
— ¿La policía? — Sugirió Kitty.
— ¿La policía? — Dijo la Sra. Greene. —¿Qué harían ellos? ¡Jesse! — ella
gritó. En la puerta del pasillo apareció un niño flaco de rostro serio.
— Trae un poco de té para nuestros invitados. —
— Oh, — dijo Patricia, casi olvidando. —Te traje algo. Ella le tendió el pastel
de nueces.
— Jesse, pon esto en el refrigerador, — dijo la Sra. Greene.
Ella se lo pasó y él desapareció por el pasillo y la Sra. Greene hizo un gesto
hacia el sofá. Así de cerca, Patricia pudo ver que sus nudillos estaban llenos de
puntos.
La Sra. Greene cojeó rígidamente hasta un sillón reclinable La-Z-Boy que
tenía la huella de su cuerpo. Los ojos de Patricia finalmente se habían adaptado
a la habitación oscura y se dio cuenta de que estaba llena de Navidad. Las luces
rojas, verdes y amarillas del árbol de Navidad corrían alrededor del techo. Un
gran árbol artificial dominaba una esquina. Cada lámpara estaba hecha de un
cascanueces de gran tamaño o un árbol de Navidad de cerámica, y cada pantalla
lucía un Papá Noel sonriente o un muñeco de nieve. En la pared junto a Patricia
había un punto de cruz enmarcado de Santa Claus sosteniendo al niño Jesús.
Patricia se sentó en el borde del sofá, más cerca de la Sra. Greene. Los
apósitos estériles de color blanco brillante en los brazos de la señora Greene
brillaban en la penumbra habitación.
— Tienes que perdonar a esos chicos, — dijo la Sra. Greene, acomodándose
en su silla. — Todos aquí están nerviosos por los extraños.
— Por los superdepredadores, — dijo Kitty, sentándose con cautela en el otro
extremo del sofá.
— No, señora, — dijo la Sra. Greene. — Por los niños.
— ¿Están drogados? — Preguntó Kitty.
— Hasta donde yo sé, nadie está drogado, — dijo la Sra. Greene. — A menos
que cuentes licor marrón o un poco de tabaco de conejo.
Patricia sintió que era importante cambiar de tema.
— ¿Cómo te sientes? — ella preguntó.
— Me dieron píldoras, — dijo la Sra. Greene. — Pero no me gusta la forma
en que me hacen actuar, así que me quedo con Tylenol.
— Estamos muy agradecidos de que estuvieras allí, y sé, y el Dr. Campbell
lo sabe, que nadie podría haber hecho más —, dijo Patricia. — Nos sentimos
responsables de dejar esas ventanas abiertas en primer lugar, así que queríamos
que tuvieras esto.
Puso un cheque, doblado por la mitad, en el brazo del La-Z-Boy de la Sra.
Greene. La Sra. Greene recogió el cheque y lo abrió. Patricia estaba orgullosa
de la cantidad. Era casi el doble de lo que Carter había querido escribir. Se sintió
decepcionada cuando la expresión de la señora Greene no cambió. En cambio,
volvió a doblar el cheque y se lo guardó en el bolsillo del pecho.
— Señora. Campbell, — dijo, — No necesito caridad de su parte. Necesito
trabajo.
Patricia vio la situación en un instante. Con la Sra. Greene incapaz de hacer
nada físico, probablemente había perdido a sus otros clientes. De repente, el
monto del cheque pareció lamentablemente pequeño.
— Pero seguirás trabajando para nosotros, — dijo Patricia. — Tan pronto
como se sienta mejor.
— No puedo hacer mucho durante otra semana, — dijo la Sra. Greene.
— Eso es lo que se supone que cubre el cheque, — dijo Patricia, feliz de tener
un plan de repente. — Pero después de eso, me vendría bien tu ayuda para
volver a armar la casa, y tal vez también para preparar la cena.
La Sra. Greene asintió una vez y cerró los ojos, con la cabeza apoyada en la
silla.
— Dios provee para los que creen, — dijo.
— Lo hace, — dijo Patricia.
Se sentaron en silencio bajo el resplandor de las luces del árbol de Navidad,
los colores cambiando silenciosamente contra las paredes hasta que Jesse entró
en la sala, caminando lentamente, sosteniendo una bandeja de lata prensada de
la NFL frente a él con dos vasos de té helado. El hielo repiqueteó contra los
vasos mientras cruzaba la habitación y dejaba la bandeja en la mesa de café.
— Adelante, inútil, — dijo la Sra. Greene, y el niño la miró.
Ella le sonrió; le devolvió la sonrisa y salió de la habitación.
La Sra. Greene observó a Patricia y Kitty tomar un sorbo de té helado.
Cuando volvió a hablar, su voz era baja.
— Necesito ganar ese dinero rápido, — dijo. — Voy a enviar a mis hijos a
vivir con mi hermana en Irmo durante el verano.
— ¿De vacaciones? — Patricia preguntó.
— Para mantenerlos con vida, — dijo la Sra. Greene. — Escuchaste a esas
chicas de Nancy cantando por ahí. Hay algo en el bosque que se ha llevado a
nuestros niños.
Capitulo 14
— Realmente deberíamos irnos, — dijo Kitty, dejando su té helado en la
mesa de café.
— Un momento, — dijo Patricia. — ¿Qué les pasa a los niños?
Kitty se giró en el sofá y abrió las cortinas, dejando que un rayo de luz solar
penetrara en la sala de estar.
— Ese chico todavía está rondando tu auto, — le informó a Patricia, soltando
las cortinas.
— No es nada por lo que deba preocuparse, — dijo la Sra. Greene. — Me
sentiría mucho más segura sin mis niños.
Durante dos meses, desde que la habían mordido, Patricia se había sentido
inútil y asustada. El Old Village en el que había vivido durante seis años siempre
había sido un lugar seguro, donde los niños dejaban sus bicicletas en sus patios
delanteros, y solo unas pocas personas cerraban sus puertas delanteras y nadie
cerraba sus puertas traseras. Ahora no se sentía seguro. Necesitaba una
explicación, algo que pudiera resolver y que hiciera que todo volviera a ser
como era.
El cheque había sido mal juzgado y no lo suficiente. Ella había venido aquí
para ayudar y se había metido en problemas con esos chicos y la Sra. Greene
había tenido que ayudarla en su lugar. Pero si había algún problema con sus
hijos, tal vez podría hacer algo al respecto. Aquí había algo tangible. Patricia
sintió que la victoria se acercaba.
— Sra. Greene, — dijo Patricia. — Dime qué les pasa a Jesse y Aaron. Quiero
ayudar.
— No les pasa nada, — dijo la Sra. Greene, acercándose al borde de su sillón
reclinable, tan cerca como pudo de Patricia para poder hablar bajo. — Pero no
quiero que les pase lo que le pasó al chico Reed, ni a los demás.
— ¿Qué les pasó a ellos? — Preguntó Patricia.
— Desde mayo, — dijo la Sra. Greene, — dos niños pequeños han aparecido
muertos y Francine ha desaparecido.
La habitación permaneció en silencio mientras las luces del árbol de Navidad
cambiaban de color.
—No he leído nada al respecto en el periódico, — dijo Kitty.
— ¿Soy una mentirosa? — Preguntó la Sra. Greene, y Patricia vio que sus
ojos se endurecían.
— Nadie dice que estás mintiendo, — la tranquilizó Patricia.
— Acaba de hacerlo, — dijo la Sra. Greene. — lo dijo directamente.
— Leo el periódico todos los días, — se encogió de hombros Kitty. —
Simplemente no he escuchado nada sobre niños desaparecidos o asesinados.
— Entonces supongo que inventé una historia, — dijo la Sra. Greene. —
Supongo que esas niñas pequeñas que escuchaste cantar ahí afuera también
inventaron sus rimas. Lo llaman el Boo Daddy porque eso es lo que dicen que
está en el bosque. Por eso esos chicos estaban tan nerviosos por los extraños.
Todos sabemos que hay alguien aquí olfateando a los niños.
— ¿Y Francine? — Patricia preguntó.
— Ella se ha ido, — dijo la Sra. Greene. — Nadie ha visto su coche desde el
quince de mayo más o menos. La policía dice que se ha escapado con un
hombre, pero sé que no se iría sin su gato.
— ¿Ella dejó a su gato? — Patricia preguntó.
— Tuve que conseguir que alguien de la iglesia abriera la ventana y la sacara
antes de que muriera de hambre, — dijo la Sra. Greene.
Junto a ella, Patricia sintió que Kitty se giraba y volvía a mirar a través de las
cortinas, y quería decirle que dejara de retorcerse, pero no quería romper la
concentración de la señora Greene.
— ¿Y los niños? — Patricia preguntó.
— El niño Reed, — dijo la Sra. Greene. — Se mató. Ocho años.
Kitty dejó de moverse.
— Eso no es posible, — dijo. — Los niños de ocho años no se suicidan.
— Este sí, — dijo la Sra. Greene. — Lo atropelló una grúa mientras esperaba
el autobús escolar. La policía dice que estaba haciendo el tonto y tropezó en la
carretera, pero los otros niños en la fila con él dicen lo contrario. Dicen que
Orville Reed se paró delante de ese camión deliberadamente. Lo dejó sin
zapatos, lo arrojó quince metros calle abajo. Cuando tuvieron su funeral, parecía
que simplemente estaba durmiendo allí en su ataúd. Lo único diferente fue un
pequeño hematoma en un lado de su cara.
— Pero si la policía cree que fue un accidente…, — comenzó Patricia.
— La policía piensa todo tipo de cosas, — dijo la Sra. Greene. — No
necesariamente los hace verdaderos.
— No he visto nada en el periódico, — protestó Kitty.
— El periódico no habla de lo que sucede en Six Mile, — dijo la Sra. Greene.
— No estamos en Mt. Pleasant, ni en Awendaw, ni en ningún sitio. Ciertamente
no en el Old Village. Además, un niño tiene un accidente, una anciana se escapa
con un hombre, la policía cree que es solo gente de color siendo de color. Sería
como informar sobre un pez por estar mojado. Lo único que parece antinatural
es lo que le pasó a ese otro niño, el primo de Orville Reed, Sean.
Patricia se sintió atrapada en un cuento de la hora de dormir particularmente
espeluznante e imparable y ahora era su turno de incitar al cajero.
— ¿Qué le pasó a Sean? — ella preguntó.
— Antes de morir, la madre y la tía de Orville dicen que se puso de mal
humor, — dijo la Sra. Greene. — Dicen que estaba irritable y somnoliento todo
el tiempo. Su madre dice que todos los días salían a dar largos paseos por el
bosque cuando el sol empezaba a ponerse, y volvía riendo tontamente, y al día
siguiente estaba enfermo e infeliz de nuevo. No tomaba comida, casi no bebía
agua, solo miraba la televisión, ya fueran dibujos animados o comerciales, y era
como si estuviera dormido mientras estaba despierto. Cojeaba cuando caminaba
y lloraba cuando ella le preguntaba qué le pasaba. Y ella no podía mantenerlo
fuera de ese bosque.
— ¿Qué estaba haciendo ahí fuera? — Preguntó Kitty, inclinándose hacia
adelante.
— Su primo trató de averiguarlo, — dijo la Sra. Greene. — A Tanya Reed no
le importaba ese chico, Sean. Ella puso un candado en su refrigerador porque
él seguía robando sus compras. Él solía venir cuando ella no estaba en casa del
trabajo y fumar cigarrillos en su casa y ver dibujos animados con Orville. Lo
toleraba porque pensaba que Orville necesitaba un modelo a seguir
masculino, incluso uno malo. Dijo que a Sean le preocupaba que Orville se
metiera en el bosque todo el tiempo. Sean le dijo que pensaba que alguien en el
bosque le estaba haciendo algo a Orville. Tanya no quiso escuchar.
Simplemente lo eché por el trasero.
— Uno de los hombres que deambula por la cancha de baloncesto tiene
algunas pistolas y se las alquila a la gente. Dice que Sean no podía permitirse
alquilar un arma, así que le alquiló un martillo por tres dólares, y dice que Sean
le dijo que iba a seguir a su primo pequeño al bosque y ahuyentar a quien lo
molestara. Pero la próxima vez que vieron a Sean estaba muerto. El hombre
dice que todavía tenía su martillo, a pesar de todo el bien que hizo. Dice que
Sean fue encontrado por un gran roble vivo en el bosque profundo donde
alguien lo había levantado y aplastado su cara contra la corteza y raspándolo
hasta el cráneo. No podían tener un ataúd abierto en el funeral de Sean. —
Patricia se dio cuenta de que no respiraba. Con cuidado dejó salir el aire de
sus pulmones.
— Eso tenía que estar en los periódicos, — dijo.
— Así es, — dijo la Sra. Greene. — La policía lo llamó 'relacionado con las
drogas' porque Sean había estado en ese tipo de problemas antes. Pero nadie
aquí piensa que lo sea y es por eso que todos están realmente asustados con los
extraños. Antes de ponerse delante de ese camión, Orville Reed le dijo a su
madre que estaba hablando con un hombre blanco en el bosque, pero ella pensó
que tal vez estaba hablando de una de sus caricaturas. Nadie piensa eso después
de lo que le pasó a Sean. A veces, otros niños dicen que ven a un hombre blanco
de pie al borde del bosque, saludándolos. Algunas personas se despiertan y
dicen que ven a un hombre pálido mirando a través de las pantallas de las
ventanas, pero eso no puede ser cierto porque la última en decir que fue Becky
Washington y vive en el segundo piso. ¿Cómo llegó un hombre allí?
Patricia pensó en la mano que se desvanecía sobre el borde del saliente del
porche, los pasos en el techo de la habitación de Blue, y sintió que su estómago
se contraía.
— ¿Qué piensas que es? — ella preguntó.
La Sra. Greene se reclinó en su silla.
— Yo digo que es un hombre. Uno que conduce una camioneta y solía vivir
en Texas. Incluso obtuve su número de placa.
Kitty y Patricia se miraron y luego a ella.
— ¿Tienes su número de placa? — Preguntó Kitty.
— Tengo una libreta junto a la ventana delantera, — dijo la Sra. Greene. —
Si veo un automóvil circulando, no lo sé, anoto el número de matrícula en caso
de que ocurra algo y la policía lo necesite más tarde como prueba. Bueno, la
semana pasada, escuché un motor zumbando tarde una noche. Me levanté y vi
que giraba, salía de Six Mile y regresaba a la carretera estatal, pero era una
camioneta blanca y antes de que se apagara obtuve la mayor parte de su número
de matrícula.
Apoyó las manos en los brazos de la silla, se incorporó y cojeó hasta una
mesita junto a la puerta principal. Cogió un cuaderno de espiral y lo abrió,
escaneando las páginas, luego volvió cojeando hacia Patricia, le dio la vuelta al
cuaderno y se lo entregó.
Texas, decía. - - X 13S.
— Eso es todo lo que tuve tiempo de escribir, — dijo la Sra. Greene. —
Estaba girando cuando lo atrapé. Pero sé que era un plato de Texas.
— ¿Le dijiste a la policía? — Patricia preguntó.
— Sí, señora, — dijo la Sra. Greene. — Y me dijeron muchas gracias y
llamaremos si tenemos más preguntas, pero supongo que no lo hicieron porque
nunca recibí una llamada. Entonces puedes entender por qué la gente de aquí no
tiene mucha paciencia con los extraños. Especialmente los blancos.
Especialmente ahora con Destiny Taylor.
— ¿Quién es Destiny Taylor? — Kitty preguntó antes de que Patricia pudiera.
— Su madre va a mi iglesia, — dijo la Sra. Greene. “Vino a verme un día
después de los servicios y quería que viera a su pequeña.
— ¿Por qué? — Patricia preguntó.
— La gente sabe que estoy en el campo de la medicina, — dijo la Sra. Greene.
— Siempre están tratando de obtener consejos gratis. Ahora, Wanda Taylor no
trabaja, solo acepta un cheque del gobierno, y no puedo soportar a los vagos,
pero ella es la hermana de la mejor amiga de mi prima, así que dije que miraría
a su pequeña. Ella tiene nueve años y está durmiendo todas las horas del día.
No come, es muy letárgico, apenas bebe agua y hace calor. Le pregunté a Wanda
si Destiny irá al bosque, y ella dice que no lo sabe, pero que a veces encuentra
ramitas y hojas en sus zapatos por la noche, así que cree que tal vez.
— ¿Por cuánto tiempo ha estado sucediendo esto? — Patricia preguntó.
— Ella dice que hace unas dos semanas, — dijo la Sra. Greene.
— ¿Qué le dijiste a ella? — Patricia preguntó.
— Le dije que necesitaba sacar a su pequeña de la ciudad, — dijo la Sra.
Greene. — Llévala a otro lugar por las buenas o por las malas. Six Mile ya no
es seguro para los niños.
Capitulo 15
Patricia solo conocía a una persona que era dueña de una camioneta blanca.
Dejó a Kitty en Seewee Farms y, con una gran sensación de pavor, condujo
hasta Old Village, giró por Middle Street y redujo la velocidad para mirar la
casa de James Harris. En lugar de la camioneta blanca en su patio delantero, vio
un Chevy Corsica rojo estacionado en el césped, brillando como un charco de
sangre fresca bajo el furioso sol de la tarde. Pasó a ocho kilómetros por hora,
entrecerrando los ojos dolorosamente al Corsica, deseando que se convirtiera
en una furgoneta blanca.
Por supuesto, Grace sabía exactamente dónde encontrar su cuaderno.
— Sé que probablemente no sea nada, — dijo Patricia, entrando en el
vestíbulo de Grace y cerrando la puerta detrás de ella. — Odio incluso
molestarte, pero tengo este terrible pensamiento carcomiéndome y necesito
comprobarlo.
Grace se quitó los guantes de goma amarillos, abrió el cajón de la mesa del
recibidor y sacó un cuaderno encuadernado en espiral.
— ¿Quieres café? — Preguntó ella.
— Por favor, — dijo Patricia, tomando el cuaderno y siguiendo a Grace a su
cocina.
— Déjame hacer un poco de espacio, — dijo Grace.
La mesa de la cocina estaba cubierta con papel de periódico y en el medio
había dos tinas de plástico forradas con toallas, una llena de agua jabonosa y la
otra llena de limpia. Sobre la mesa había porcelana antigua en filas ordenadas,
rodeada de trapos de algodón y rollos de toallas de papel.
— Estoy limpiando la vajilla de la boda de la abuela hoy, — dijo Grace,
moviendo con cuidado las frágiles tazas de té para dejar espacio para Patricia.
— Se necesita mucho tiempo para hacerlo a la antigua, pero cualquier cosa
que valga la pena, vale la pena hacerlo bien.
Patricia se sentó, centró el cuaderno de Grace frente a ella y luego lo abrió.
Grace dejó su taza de café, y el vapor amargo picó las fosas nasales de Patricia.
— ¿Leche y azúcar? — Grace preguntó.
— Ambos, por favor, — dijo Patricia, sin levantar la vista.
Grace puso la crema y el azúcar al lado de Patricia, luego volvió a su rutina.
El único sonido fue un suave chapoteo mientras sumergía cada pieza de
porcelana en el agua jabonosa y luego la limpiaba. Patricia ojeó su cuaderno.
Cada página estaba cubierta con la meticulosa cursiva de Grace, cada entrada
separada por una línea en blanco. Todos comenzaron con una fecha, y luego
vinieron una descripción del vehículo — Negro coche en forma de caja, Alto
vehículo deportivo de color rojo, inusual de tipo camión automóvil — seguido
por un número de matrícula.
El café de Patricia se enfrió mientras leía — automóvil verde irregular con
ruedas grandes, tal vez un jeep, necesita lavado — y luego su corazón se detuvo
y la sangre drenó de su cerebro.
8 de abril de 1993, decía la entrada. Casa de Ann Savage, estacionado en el
césped, camioneta Dodge blanca con ventanas de traficante de drogas, Texas,
TNX 13S.
Un gemido agudo llenó los oídos de Patricia.
— Grace, — dijo. — ¿Podrías leer esto, por favor?
Giró el cuaderno hacia Grace.
— Él mató a su césped aparcando así, — dijo Grace, después de leer la
entrada. — Su césped nunca se recuperará.
Patricia sacó una nota adhesiva de su bolsillo y la colocó junto al cuaderno.
Decía, Sra. Greene—camioneta blanca, placa de Texas, - - X 13S.
— Señora. Greene anotó este número de placa parcial de un automóvil que
vio en Six Mile la semana pasada, — dijo Patricia. — Kitty fue conmigo a
llevarle un pastel y nos quemó los oídos con esta historia. Uno de los niños de
Six Mile se suicidó después de estar enfermo durante mucho tiempo.
— Qué trágico, — dijo Grace.
— Su primo también fue asesinado, — dijo Patricia. — Al mismo tiempo,
vieron una camioneta blanca conduciendo con este número de placa. Me
molestaba pensar en dónde más había visto una camioneta blanca, y luego
recordó que James Harris tenía uno. Ahora tiene un auto rojo, pero estas placas
coinciden con su camioneta.
— No sé lo que estás insinuando, — dijo Grace.
— Yo tampoco, — dijo Patricia.
James Harris le había dicho que le iban a enviar su identificación por correo.
Se preguntó si habría llegado alguna vez, pero debía haberlo hecho, de lo
contrario, ¿cómo se había comprado un coche? ¿Conducía sin licencia? ¿O le
había mentido sobre no tener ninguna identificación? Se preguntó por qué
alguien no usaría su identificación para abrir un banco o una cuenta de servicios
públicos. Pensó en esa bolsa de dinero en efectivo. La única razón por la que
pensó que pertenecía a Ann Savage fue porque él lo dijo.
Habían leído demasiados libros sobre sicarios de la mafia que se mudaban a
los suburbios con nombres falsos y traficantes de drogas que vivían
tranquilamente entre sus desprevenidos vecinos para que Patricia no empezara
a conectar puntos. Mantuvo su nombre fuera de los registros públicos si el
gobierno lo buscaba por algo. Tenías una bolsa de dinero porque así era como
te pagaban, y las personas a las que les pagaban en efectivo eran sicarios,
traficantes de drogas, ladrones de bancos o camareros, supuso. Pero James
Harris no parecía un camarero.
Por otra parte, era su amigo y vecino. Habló de los nazis con Blue y sacó a
su hijo de su caparazón. Comía con ellos cuando Carter no estaba en casa y la
hacía sentir segura. Había ido a la casa para ver cómo estaban esa noche que
alguien subió al techo.
— No sé qué pensar, — le repitió a Grace, quien sumergió una fuente en el
agua con jabón y la inclinó de un lado a otro. — Señora. Greene nos dijo que
un hombre caucásico está llegando a Six Mile y les está haciendo algo que los
enferma. Ella cree que podría estar conduciendo una camioneta blanca. Y solo
ha estado sucediendo desde mayo. Eso es justo después de que James Harris se
mudara aquí.
— Estás bajo la influencia del libro de este mes, — dijo Grace, sacando la
fuente del agua con jabón y enjuagándola en la tina de agua limpia. — James
Harris es nuestro vecino. Es el sobrino nieto de Ann Savage. No se va a Six
Mile y les está haciendo algo a sus hijos.
— Por supuesto que no, — dijo Patricia. — Pero lees acerca de traficantes de
drogas que viven con gente normal, o abusadores sexuales que molestan a los
niños y se salen con la suya durante tanto tiempo, y comienzas a preguntarte
qué sabemos realmente sobre alguien. Quiero decir, James Harris dice que
creció por todos lados, pero luego dice que creció en Dakota del Sur. Dice que
vivía en Vermont, pero que su camioneta tenía matrículas de Texas.
— Has sufrido dos golpes terribles este verano, — dijo Grace, levantando la
fuente y secándola suavemente. — Tu oído apenas ha sanado. Todavía estás de
luto por la señorita Mary. Este hombre no es un criminal según el momento en
que se mudó aquí y la matrícula de un automóvil que pasa.
— ¿No es así como todos los asesinos en serie se salen con la suya durante
tanto tiempo? — Patricia preguntó. — Todos ignoran las pequeñas cosas y Ted
Bundy sigue matando mujeres hasta que finalmente alguien hace lo que debería
haber hecho en primer lugar y conecta las pequeñas cosas que no cuadraron,
pero para entonces ya es demasiado tarde.
Grace dejó la fuente reluciente sobre la mesa. De color blanco cremoso,
presentaba mariposas de colores brillantes y un par de pájaros en una rama,
todos recogidos con pinceladas delicadas y casi invisibles.
— Esto es real, dijo Grace, pasando un dedo por su borde. — Es sólido, y
está entero, y mi abuela lo recibió como regalo de bodas, se lo dio a mi mamá,
y me lo pasó, y cuando llegue el momento, si lo considero oportuno, le entregaré
a quien quiera que Ben se case. Concéntrese en las cosas reales de su vida y le
prometo que se sentirá mejor.
— No te dije esto, — dijo Patricia, — pero cuando lo conocí me mostró una
bolsa de dinero. Grace, tenía más de ochenta mil dólares allí. En efectivo.
¿Quién tiene eso por ahí?
— ¿Qué dijo él? — preguntó Grace, sumergiendo una sopera en el agua
jabonosa.
— Me dijo que lo había encontrado en el espacio de acceso. Que era el nido
de huevos de Ann Savage.
— Nunca me pareció el tipo de mujer que confiaría en un banco, dijo Grace,
enjuagando la tapa de la sopera con agua limpia.
— ¡Grace, no cuadra! — Patricia dijo. — Deja de limpiar y escúchame. ¿En
qué momento nos preocupamos?
— Nunca, — dijo Grace, secando la tapa de la sopera. — Porque estás
tejiendo una fantasía a partir de coincidencias para distraerte de la realidad.
Entiendo que a veces la realidad puede ser abrumadora, pero hay que afrontarla.
— Soy yo quien lo enfrenta, — dijo Patricia.
— No, — dijo Grace. — Te quedaste ahí en mi porche delantero después del
club de lectura hace dos meses y dijiste que deseabas que un crimen o algo
emocionante sucediera aquí porque no podías soportar tu rutina. Y ahora te has
convencido de que algo peligroso está sucediendo para que puedas actuar como
un detective.
Grace tomó una pila de platillos y comenzó a colocarlos en el agua con jabón.
— ¿No puedes dejar de limpiar porcelana por un segundo y admitir que tal
vez tengo razón en esto? — Patricia preguntó.
— No, — dijo Grace. — No puedo. Porque necesito terminar a las 5:30 para
poder limpiar la mesa y prepararla para la cena. Bennett volverá a casa a las
seis. —
— Hay cosas más importantes que la limpieza, — dijo Patricia.
Grace se detuvo, sosteniendo los dos últimos platillos en la mano y se volvió
hacia Patricia con los ojos encendidos.
— ¿Por qué finges que lo que hacemos no es nada? — ella preguntó. —
Todos los días, todo el caos y el desorden de la vida sucede y todos los días lo
limpiamos todo. Sin nosotros, simplemente se revolcarían en la suciedad y el
desorden y nunca se haría nada de importancia. ¿Quién te enseñó a burlarte de
eso? Yo te diré quién. Alguien que daba por sentado a su madre.
Grace miró a Patricia con la nariz dilatada.
— Lo siento, — dijo Patricia. — No quise ofenderte. Solo estoy preocupada
por James Harris.
Grace puso los dos últimos platillos en el recipiente de agua con jabón.
— Te diré todo lo que necesitas saber sobre James Harris, — dijo. — Vive
en Old Village. Con nosotros. No le pasa nada porque la gente que tiene algo
malo no vive aquí.
Patricia odiaba no poder expresar con palabras este sentimiento que le
carcomía las entrañas. Se sintió tonta por no poder cambiar la certeza de Grace
ni por un momento.
— Gracias por aguantarme, — dijo. — Tengo que empezar a cenar.
— Aspira tus cortinas, — dijo Grace. — Nadie lo hace lo suficiente. Te
prometo que te hará sentir mejor.
Patricia deseaba desesperadamente que eso fuera cierto.

— Mamá, — dijo Blue desde la puerta de la sala. — ¿Qué hay para cenar?
— Comida, — dijo Patricia desde el sofá.
— ¿Es pollo de nuevo? — preguntó.
— ¿Es comida de pollo? — Patricia respondió, sin levantar la vista de su
libro.
— Anoche comimos pollo, — dijo Blue. — Y la noche anterior. Y la noche
anterior a esa.
— Quizás esta noche sea diferente, — dijo Patricia.
Escuchó los pasos de Blue retirarse al pasillo, entrar al estudio, ir a la cocina.
Diez segundos después reapareció en la puerta de la sala.
— Hay pollo descongelando en el fregadero, dijo en tono acusador.
— ¿Qué? — Patricia preguntó, levantando la vista de su libro.
— Vamos a comer pollo de nuevo, — dijo.
Patricia sintió una punzada de culpabilidad. Tenía razón: no había hecho más
que pollo durante toda la semana. Ordenarían pizza. Eran solo ellos dos y era
viernes por la noche.
— Lo prometo, — dijo. — No vamos a comer pollo.
Él la miró de reojo, luego volvió arriba y cerró la puerta de su dormitorio.
Patricia volvió a su libro: The stranger beside me: The shocking inside story of
serial killer Ted Bundy. Cuanto más leía, más insegura se sentía sobre todo en
su vida, pero no podía parar.
A un club de lectura que no le gustaba mucho Ann Rule, por supuesto, y sus
pequeños sacrificios habían sido durante mucho tiempo uno de sus favoritos,
pero nunca habían leído el libro que la hizo famosa, y Kitty se sorprendió
cuando se enteró.
— Todos, — había dicho Kitty. — Ella era solo un ama de casa que escribía
sobre asesinatos para revistas de detectives de mala calidad, y luego consiguió
un trato para escribir sobre estos asesinatos mixtos ocurriendo en todo Seattle.
Bueno, termina descubriendo que el principal sospechoso es su mejor amiga en
una línea directa de suicidio donde trabaja: Ted Bundy.
No era el mejor amigo de Ann Rule, solo un buen amigo, aprendió a Patricia
mientras leía, pero por lo demás todo lo que decía Kitty era cierto.
Grace había dicho que eso se demuestra, cada vez que llamas a una de esas
llamadas líneas directas, no tienes ni idea de quién está al otro lado de ese
teléfono. Podría ser cualquiera.
Pero cuanto más se adentraba en el libro, más se preguntaba Patricia, no cómo
Ann Rule pudo haber pasado por alto las pistas de que su buen amigo era un
asesino en serie, sino qué tan bien conocía ella a los hombres que la rodeaban.
Slick había llamado a Patricia la semana pasada, sin aliento, porque Kitty le
había vendido un juego de plata de su abuela Roberts, pero le pidió que no se lo
mencionara a nadie. William Hutton y Slick no pudieron evitarlo: necesitaba
que alguien supiera que lo había conseguido por una canción. Ella había elegido
a Patricia.
Kitty me dijo que necesitaba dinero extra para enviar a los niños al
campamento de verano, había dicho Slick por teléfono. ¿Crees que están en
problemas? Seewee Farms es caro y no es como funciona
Horse parecía tan sólido y confiable, pero aparentemente estaba gastando
todo el dinero de su familia en expediciones de búsqueda de tesoros mientras
Kitty se escapaba vendiendo reliquias familiares para pagar las tarifas del
campamento. Blue crecería para ir a la universidad y practicar deportes y
conocer a una chica agradable un día que nunca sabría que alguna vez estuvo
tan obsesionado con los nazis que no podría hablar de otra cosa.
Sabía que Carter pasaba tanto tiempo en el hospital porque quería ser jefe de
psiquiatría, pero se preguntaba qué más hacía allí. Estaba relativamente segura
de que él no estaba saliendo con una mujer, pero también sabía que desde que
su madre había muerto él pasaba cada vez menos horas en casa. ¿Estuvo en el
hospital cada vez que dijo que estaba? La sorprendió darse cuenta de lo poco
que sabía sobre lo que él hacía entre salir de casa por la mañana y volver a casa
por la noche.
¿Qué pasa con Bennett, Leland y Ed, que parecían tan normales? Empezaba
a preguntarse si alguien realmente sabía cómo era la gente por dentro.
Pidió pizza y dejó que Blue viera El sonido de la música después de la cena.
Solo le gustaban las escenas con los nazis y sabía exactamente cuándo y dónde
avanzar, así que la película de tres horas pasó volando en cincuenta y cinco
minutos. Luego subió a su habitación y cerró la puerta, e hizo lo que fuera que
hacía allí estos días, y el humor de Patricia se ensombreció mientras lavaba los
platos. Era demasiado tarde para encender la aspiradora y pasar la aspiradora
por las cortinas, así que decidió dar un paseo rápido. Sin quererlo, sus pies la
llevaron justo más allá de la casa de James Harris. Su coche no estaba delante.
¿Había conducido hasta Six Mile? ¿Estaba viendo a Destiny Taylor en ese
momento?
Su cabeza se sentía sucia. No le gustaba tener esos pensamientos. Trató de
recordar lo que Grace había dicho. James Harris se había mudado aquí para
cuidar a su tía abuela enferma. Había decidido quedarse. No era un traficante
de drogas, ni un abusador de menores, ni un sicario de la mafia escondido, ni
un asesino en serie. Ella lo sabía. Pero cuando llegó a casa subió las escaleras,
sacó su agenda y contó los días. Había llevado la cazuela a la casa de James
Harris y había visto a Francine el 15 de mayo, el día en que la señora Greene
dijo que había desaparecido.
Todo se sentía mal. Carter nunca estuvo en casa. La Sra. Savage se había
mordido un pedazo de la oreja. La señorita Mary había muerto terriblemente.
Francine se había escapado con un hombre. Un niño de ocho años se había
suicidado. Una niña pequeña podría hacer lo mismo. Esto no era asunto suyo.
Pero, ¿quién cuidaba de los niños? ¿Incluso los que no eran los suyos?
Llamó a la Sra. Greene y parte de ella esperaba que no contestara. Pero lo
hizo.
— Lamento llamar después de las nueve, se disculpó. — ¿Pero ¿qué tan bien
conoces a la madre de Destiny Taylor?
dijo la Sra. Greene.
— ¿Crees que podríamos hablar con ella sobre su hija? — Patricia preguntó.
— Esa placa que viste, creo que pertenece a un hombre que vive aquí. James
Harris. Francine trabajaba para él y la vi en su casa en mayo 15. Y hay algunas
cosas divertidas con él. Me pregunto si podríamos hablar con Destiny, tal vez
ella podría decirnos si lo había visto en Six Mile.
— A la gente no le gusta que los extraños pregunten por sus hijos, — dijo la
Sra. Greene.
—Todas somos madres, — dijo Patricia. — Si algo le sucediera a uno de los
nuestros y alguien pensara que sabe algo, ¿no querrías saberlo? Y si resulta que
no es nada, todo lo que hemos hecho es molestarla un viernes por la noche. Ni
siquiera son las diez.
Hubo una larga pausa y luego:
— Su luz todavía está encendida, — dijo la Sra. Greene. — Sal de aquí rápido
y terminemos con esto.
Patricia encontró a Blue en su habitación, sentado en su sillón, leyendo The
Rise and Fall of the Third Reich.
— Necesito salir corriendo por un tiempo, — dijo Patricia. — Solo a la
iglesia. Hay una reunión de diáconos que olvidé. ¿Estarás bien? —
— ¿Está papá en casa? — Preguntó Blue.
— Está en camino, — dijo Patricia, aunque en realidad no lo sabía. —
¿Contestarás el teléfono? Voy a cerrar la puerta de entrada. Tu padre tiene su
llave.
— Está bien, — dijo Blue, apenas levantando la vista de su libro.
— Te amo, — dijo Patricia, pero Blue no pareció escuchar.
Patricia vaciló en su dormitorio por un momento. Nunca había mentido
acerca de dónde estaría antes, y eso la ponía nerviosa. Decidió dejar una nota
para Carter en su tocador diciéndole dónde estaba y dándole el número de
teléfono de la Sra. Greene. En ella escribió: Necesito darle un cheque a la Sra.
Greene. Luego se subió a su Volvo y esperó que Grace tuviera razón y todo esto
era solo producto de la imaginación hiperactiva de una estúpida ama de casa
con demasiado tiempo libre en sus manos. Si lo fuera, se prometió a sí misma,
mañana pasaría la aspiradora por las cortinas.
Capitulo 16
No había otros autos en Rifle Range Road y el camino se sentía solo. Las
luces de la calle se detuvieron en la carretera estatal, y la estrecha y
desmoronada carretera de un solo carril que serpenteaba entre los árboles y las
cercas de alambre se sentía demasiado estrecha. Los faros de Patricia rozaban
casas rodantes y cobertizos prefabricados y le preocupaba que pudiera estar
despertando a la gente. Miró el reloj de su tablero, las 9:35 p.m., pero la
oscuridad absoluta de la carretera rural lo hizo sentir mucho más tarde.
Aparcó frente a la casa de la señora Greene y, después de mirar a su alrededor
para asegurarse de que no había nadie en la cancha de baloncesto, salió de su
Volvo y entró en una noche bulliciosa, furiosa con los insectos. Las farolas
dispersas brillaban de color naranja sobre las casas de bloques de cemento y los
remolques, pero estaban tan espaciadas que la oscuridad se sentía aún más vasta
y solitaria. Cuando la Sra. Greene abrió la puerta de su casa, Patricia se sintió
aliviada al ver un rostro familiar.
— ¿Le gustaría algo de beber? — Preguntó la Sra. Greene.
— Creo que es mejor si vemos a la Sra. Taylor antes de que sea demasiado
tarde, — dijo Patricia.
— ¿Jesse? — La Sra. Greene volvió a llamar a su casa. — Cuida de tu
hermano. Voy a cruzar el camino.
Cerró y bloqueó la puerta con llave detrás de ella, la corona de acebo de
plástico raspando la puerta de aluminio mientras se balanceaba de un lado a
otro.
— Por aquí, — dijo la Sra. Greene, guiándose por el camino arenoso frente
a su casa.
Caminaron por el camino de tierra que rodeaba la pequeña iglesia, luego
pasaron por encima de la barandilla que llegaba hasta los tobillos frente al
monte. Zion AME, atravesando el centro de Six Mile. Crujían sobre el suelo
arenoso, sus pasos sonoros en la noche. Nadie se sentó afuera en su porche,
nadie llamó a sus amigos, nadie se cruzó con ellos en el camino a casa. Los
caminos de tierra de Six Mile estaban desiertas. Patricia vio cortinas corridas
en
la mayoría de las ventanas. Otros tenían cartones o sábanas con tachuelas
sobre ellos. Detrás de todos ellos venía la fría luz azul cambiante de la
televisión.
— Ya nadie sale de noche por aquí, — dijo la Sra. Greene.
— ¿Qué debemos decirle a la Sra. Taylor para no molestarla? — Patricia
preguntó.
— Wanda Taylor se levanta molesta, — dijo la Sra. Greene.
Patricia se preguntó cómo reaccionaría si alguien apareciera en su puerta para
decirle que Blue estaba drogado.
— ¿Crees que se enojara? — Ella preguntó.
— Probablemente, — dijo la Sra. Greene.
— Quizás esto sea una mala idea, — dijo Patricia.
— Es una mala idea, — dijo la señora Greene, volviéndose hacia ella. — Pero
me dijiste que estabas preocupado por su pequeña y ahora no puedo dejar de
pensar en eso. Puede que no despliegue el carro de bienvenida, pero me
convenciste de que estamos haciendo lo correcto. No me convenzas de salir a
la mitad y luego volver a entrar. —
Una bombilla amarilla ardía sobre la puerta de la caravana de Wanda Taylor,
y antes de que Patricia pudiera pedir un momento para recuperarse, habían
subido al porche delantero podrido y la señora Greene estaba llamando a la
puerta de metal que traqueteaba. El desvencijado porche se balanceaba adelante
y atrás bajo sus pies. Las polillas golpearon la bombilla amarilla. Patricia podía
sentir el calor irradiando de él, haciendo que le picaran el cuero cabelludo y la
frente. Justo cuando ya no podía soportar más el calor, la puerta se abrió y
Wanda Taylor los miró fijamente. Llevaba una compañía farmacéutica camiseta
y pantalones vaqueros azules stonewashed y no había hecho su pelo. Detrás de
ella, Patricia escuchó la televisión.
— Buenas noches, Wanda, — dijo la Sra. Greene.
— Es tarde, — dijo Wanda, luego miró a Patricia. — ¿Quién es esa?
Habló con la señora Greene como si Patricia no estuviera allí.
— ¿Podemos entrar? — Preguntó la Sra. Greene.
— No, —dijo Wanda Taylor. — Son casi las diez en punto. Algunas personas
tienen que levantarse por la mañana
— Usted vino a verme acerca de Destiny y pensé que podría tener unos
minutos para hablar sobre la salud de su pequeña, — dijo la Sra. Greene con
voz irritada.
Wanda frunció el ceño con incredulidad.
— Vine a ti por Destiny y me dijiste que fuera al médico si estaba tan
preocupada, — dijo. —Eso es lo que estoy haciendo, mañana a primera hora,
iremos a la clínica.
— Señora Taylor, — dijo Patricia. — Soy enfermera de la clínica. Pensé que
la condición de Destiny podría ser urgente, así que vine a verte esta noche. ¿Qué
edad tiene ella? —
Wanda y la Sra. Greene miraron a Patricia, ambas por diferentes razones.
— Nueve, — dijo finalmente Wanda. — ¿Tienes alguna identificación?
— Ella trabaja en la clínica, — dijo la Sra. Greene. — Ella no es la policía.
Ella no es de DSS. No tiene placa.
Wanda estudió a Patricia, su rostro ensombrecido por la luz amarilla.
— Está bien, — dijo finalmente, acostumbrada a hacer lo que le decían las
autoridades. Dio un paso hacia atrás en su remolque. — Pero ella está
durmiendo ahora, así que mantén la voz baja.
La siguieron adentro. Se sentía abarrotado y olía a carne de hamburguesa
cocida. Había un sofá de plástico negro frente a un televisor con un VCR
incorporado encima de una caja de cartón. Un acondicionador de aire de unidad
de ventana expulsaba aire helado por debajo de las persianas venecianas. Wanda
señaló una mesa desvencijada en el rincón de la cocina y Patricia y la Sra.
Greene se sentaron en sus sillas acolchadas de segunda mano.
— ¿Quieres un poco de Kool-Aid?1 — ella preguntó. — ¿Cerveza ligera?
— No, gracias, — dijo Patricia.
Wanda se volvió hacia los gabinetes de la cocina, sacó dos paquetes de
bocadillos de Fritos, los abrió y los vertió en un tazón de cereal de espuma de
poliestireno.
— Sírvanse ustedes mismas, — dijo, poniéndolo en la mesa entre ellos.

1
Kool-Aid: Es la marca de una mezcla en polvo saborizada para preparar bebidas
— Realmente deberíamos ver a Destiny por un minuto, — dijo Patricia. —
Me gustaría hacerle algunas preguntas sobre su condición.
— ¿Tienes que hablar con ella ahora? — Preguntó Wanda.
— Wanda, — dijo la Sra. Greene. — Debe hacer lo que le diga la enfermera.
Wanda dio tres pasos por el pasillo y arañó una puerta de acordeón de plástico
beige.
— Dessy, — susurró en un cantarín.
El aire acondicionado de la unidad de ventana congeló el aire. A Patricia se
le puso la piel de gallina. La parte superior de la mesa se sentía pegajosa.
Mantuvo sus manos en su regazo.
— Dessy, despierta, despierta, — cantó Wanda, deslizando la partición para
abrirla.
Encendió una lámpara en el dormitorio.
— ¿Dessy? — Dijo Wanda.
Salió al pasillo y abrió otra puerta, está revelando el baño.
— ¿Dessy? ¿Dónde te escondes? — Dijo Wanda, y su voz tenía un toque.
Patricia y la Sra. Greene se apiñaron en el pequeño pasillo y se detuvieron en
la puerta de la habitación de Destiny.
— Ella estuvo aquí no hace media hora, — dijo Wanda, arrodillándose en el
suelo.
El dormitorio era tan pequeño que las piernas de Wanda se asomaban al
pasillo mientras inclinaba la cabeza debajo de la plataforma para dormir.
Encima hay un colchón de espuma cubierto con una sábana ajustable de My
Little Pony y una manta a cuadros doblada. Todos los juguetes y la ropa de la
niña estaban apilados en cajas de plástico transparente en la esquina. Una
ventana sobre la cama era un rectángulo negro sin cortinas que miraba hacia la
noche.
— ¿Dónde está Dessy? — Dijo Wanda, su voz comenzando a deshilacharse.
— ¿Qué le hiciste a ella?
— Acabamos de llegar, — dijo la Sra. Greene.
Wanda empujó a Patricia y corrió hacia la sala como si fuera a atrapar a su
hija invisible en la puerta.
— ¿Dessy? — ella llamó.
— ¿Qué piensas? — La Sra. Greene le preguntó a Patricia en voz baja.
En la cocina, Wanda abrió de un tirón todos los gabinetes y movió cada caja
y bolsa.
Patricia tiró de la ventana sobre la cama de Destiny. Suave y fácil, se abrió
de par en par. No había pantalla. Una oleada de aire caliente y gritos de insectos
entró en la pequeña habitación. Patricia y la Sra. Greene miraron por la ventana
abierta hacia el bosque a solo unos metros de distancia. Patricia se arrodilló en
la plataforma para dormir y miró hacia abajo. Fuera de la ventana había un gran
carrete de madera al que se conectaba el cable telefónico. Alguien que estuviera
de pie sobre él podría atravesar la ventana.
Regresaron a la sala de estar.
— Necesitamos llamar a la policía, — dijo la Sra. Greene.
— ¿Qué? — Preguntó Wanda Taylor. — ¿Para qué? —
— Señora Taylor, — dijo Patricia. — Hay un hombre llamado James Harris
que ha estado vendiendo drogas a niños. Tienes que llamar a la policía y decirles
que tu hija ha desaparecido y que crees que se la ha llevado.
— Oh, Señor Jesús, — dijo Wanda, y eructó ruidosamente, llenando la sala
con el hedor del ácido de su estómago.
— La tiene en el bosque, — dijo la Sra. Greene. — Todavía estará cerca.
Consiguió que Wanda se sentara en el sofá y la ayudó a encender un cigarrillo
mentolado para calmar sus nervios. Wanda buscó impotente un cenicero y
finalmente dio unos golpecitos con sus cenizas en la alfombra. Patricia extendió
el teléfono de la cocina hacia la habitación, marcó el 911 y se lo entregó a
Wanda.
— Hola, — dijo Wanda Taylor, mientras el humo salía de su boca al ritmo
de sus palabras. — Mi nombre es Wanda Taylor y vivo en 32 Grill Flame Road.
Mi hija no está en su cama. — Ella hizo una pausa. — No, ella no se esconde
en la casa. — Pausa. — Porque miré por todas partes y no hay mucha casa en
la que esconderse. Por favor envíe a alguien, por favor. Por favor.
No sabía qué más decir, así que repitió — Por favor hasta que la Sra. Greene
tomó el teléfono de su mano. Wanda miró impotente de Patricia a la Sra. Greene
como si los estuviera viendo por primera vez.
— ¿Te gustaría Kool-Aid o cerveza ligera? — ella preguntó. — Es todo lo
que tengo. El agua de aquí huele a huevos.
— Estamos bien, gracias, — dijo Patricia, amablemente.
— Tenemos que sentarnos y esperar a la policía, — dijo la Sra. Greene,
palmeando la rodilla de Wanda. — Estarán aquí pronto.
— Si no hubieras venido, no sabría que se ha ido, — dijo Wanda. — ¿La
policía llegará pronto?
— Muy pronto, — dijo la Sra. Greene, tomando su mano.
— Debería revisar su habitación de nuevo, — dijo Wanda.
La dejaron ir. Patricia pensó en el tiempo de respuesta de tres minutos en el
monte. Agradable.
— ¿Cuánto tiempo hasta que llegue la policía? — ella preguntó.
— Podría ser un tiempo, — dijo la Sra. Greene. — Este es el país.
Wanda regresó a la habitación y se paró en la cocina.
— Ella no ha vuelto, —dijo, luego se dio cuenta de ellos por primera vez de
nuevo. — ¿Le gustaría algo de beber? Tengo Kool-Aid y cerveza ligera. —
— Wanda, — dijo la Sra. Greene. — Tienes que sentarte y esperar a la
policía.
Wanda sacó una silla de la mesa pegajosa y fue a darle una calada a su
cigarrillo, pero se había quemado hasta el filtro. Buscó su mochila. Patricia
pensó en James Harris, en algún lugar del bosque con una niña en sus brazos,
haciéndole algo indescriptible. No podía imaginarse esa parte con claridad, pero
imaginó que era Korey. Se imaginó que era Blue. Se imaginó que la policía
tardaría un tiempo.
— ¿Tienes una linterna? — le preguntó a Wanda.
Capitulo 17
Patricia bajó los temblorosos escalones de la entrada con una linterna Boy
Scout plateada en una mano. La Sra. Greene estaba en la puerta.
— Solo voy a mirar alrededor de la parte trasera del remolque, — dijo
Patricia, pero la Sra. Greene ya había cerrado y bloqueado la puerta principal.
Patricia escuchó deslizar la cadena en su lugar.
Por todo Six Mile escuchó el zumbido de los acondicionadores de aire. El
bosque a su alrededor era un tornado de insectos gritando. Cada respiración se
sentía como si viniera a través de una toalla empapada en agua tibia. Hizo que
sus piernas se movieran, llevándola alrededor de la esquina oscura del
remolque.
Hizo clic en la linterna y la pasó sobre el gran carrete de madera, como si
pudiera ver una huella incriminatoria delineada con tinta negra en la parte
superior. Alumbró con su luz el suelo arenoso y vio hendiduras, sombras y
bultos, pero no supo qué significaban. Se enderezó e iluminó el bosque con su
linterna.
El rayo amarillo pálido jugaba sobre los pinos. Estaban bastante separados y
se dio cuenta de que podía caminar por el borde y seguir vigilando el remolque.
Antes de que pudiera pensarlo mejor, rodeó el primero, luego el segundo, la
linterna emitió un círculo de luz en el suelo frente a ella, llevándola al bosque
paso a paso, mientras los insectos gritaban la rodeaban.
Algo agarró su pie y tiró y su corazón se inundó con agua fría antes de ver
que lo había enganchado en un alambre oxidado tendido a lo largo del suelo.
Miró hacia atrás, sintiéndose confiada, pero las ventanas iluminadas de las casas
estaban más lejos de lo que esperaba. Se preguntó si habría llegado la policía,
pero sabía que vería las luces azules si lo hubieran hecho.
El olor a savia tibia la rodeaba y las agujas de pino eran gruesas bajo los pies.
Sabía que este era el último momento en que podía dar marcha atrás. Si seguía
caminando hacia adelante, ya no sería capaz de ver las ventanas iluminadas y
entonces estaría aquí sola con James Harris.
Espera, Destiny, pensó mientras comenzaba a caminar más adentro del
bosque. Ya voy.
Con el haz de la linterna rebotando delante de ella, se concentró en cada
tronco de árbol, no en toda la masa oscura que se apiñaba a su alrededor y detrás
de ella. Fue con cuidado, no queriendo pisar un agujero, consciente de los
fuertes sonidos de choque que hacía su cuerpo al rozar las ramas, arbustos y
enredaderas.
Algo que no era ella se movió a la derecha. Ella se congeló y apagó la linterna
para que no la delatara. La noche se precipitó a su alrededor. Se esforzó por
escuchar el sonido de la sangre palpitando en sus oídos. El pulso le latía con
fuerza en las muñecas. Su aliento le raspaba la nariz. Entonces se dio cuenta:
los insectos habían dejado de gritar.
Manchas de color oscuro atravesaron su visión. Oyó que algo se escabullía
entre los árboles y, de repente, la idea de quedarse quieta la asustó y necesitaba
moverse, pero sin la linterna no podía ver el camino hacia adelante, así que
volvió a encenderla y los árboles y las agujas de pino en tierra se materializó
frente a ella de nuevo.
Se movió rápido, con la linterna apuntando hacia abajo, buscando la pierna
de una niña vestida con mezclilla que sobresalía de detrás de un pino. Mezclada
con el sonido de su respiración y los latidos de su corazón y su pulso, escuchó
cosas gimiendo en los árboles a su alrededor; en cualquier momento, una gran
mano se posaba en su nuca. Su corazón palpitante la empujó hacia adelante.
Debería darse la vuelta e irse a casa. Ella no era más que una pequeña mancha
en el bosque. Era una tonta al pensar que de alguna manera se encontraría con
Destiny Taylor de esta manera, y ¿qué iba a decir cuando viera a James Harris?
¿Lo iba a golpear en la cabeza con su pequeña linterna? Necesitaba volver.
Entonces los árboles se detuvieron y ella entró en un camino de tierra. No era
muy ancho, pero el suelo arenoso estaba suelto y se dio cuenta de que alguien
debía estar construyendo algo cerca debido a las grandes marcas de la pisada
presionada en su interior. La superficie. Hizo brillar la luz en una dirección y
vio que el pequeño camino desaparecía en un oscuro túnel de árboles. Hizo
brillar la luz en la otra dirección y vio la rejilla cromada de la camioneta blanca
de James Harris.
Apagó la luz y retrocedió hacia los pinos, tropezando con un tocón. Pudo
haberla visto. Ella había apagado la luz a tiempo, pero se dio cuenta de que él
podría haber visto su rayo oscilando entre los árboles mientras se acercaba, y
luego se quedó allí como un muñeco mirando hacia otro lado antes de iluminar
la camioneta. Quería correr, pero se obligó a quedarse quieta. La camioneta no
se movió.
No estaba a quince metros de distancia. Podría caminar y tocarlo. Necesitaba
acercarse y tocarlo. Necesitaba saber si estaba dentro.
Caminó hacia él, sus zapatos se hundieron en la arena, sin hacer ningún
sonido, su estómago se revolvió. Esperó a que los faros se encendieran y la
inmovilizaran, que el motor cobrara vida y la atropellara. La parrilla y el
parabrisas de la furgoneta se movían de un lado a otro en su visión, rebotando
hacia arriba y hacia abajo, acercándose, y entonces ella estaba allí. Se dio cuenta
de que el interior estaba más oscuro que el exterior, así que se agachó, con las
rodillas dobladas, para asegurarse de que él no viera su cabeza delineada a través
del parabrisas contra el cielo nocturno.
Extendió una mano para estabilizarse. La curva de la capucha se sintió fresca.
Se preguntó si la policía ya estaría en la caravana de Wanda. Ella quería volver.
¿No tenían los traficantes de drogas pistolas y cuchillos y todo tipo de armas?
Se imaginó a Blue en la parte trasera de la camioneta y supo que tenía que mirar.
Destiny Taylor no era su hija, pero todavía era una niña.
Patricia se levantó lentamente, con las rodillas crujiendo, y se inclinó hacia
adelante hasta que los bordes de sus manos tocaron el frío parabrisas, las ahuecó
alrededor de sus ojos y miró adentro. Más allá del delgado borde en forma de
media luna del volante estaba oscuro como boca de lobo. Entrecerró los ojos
hasta que le dolieron los músculos, pero no pudo ver nada. Luego se dio cuenta
de que él no estaba en la camioneta. Todavía estaba en el bosque con Destiny,
o había terminado con ella y estaba de regreso. Antes de que él llegara, ella pudo
mirar adentro rápidamente y ver si había alguna pista, alguna ropa de ese otro
niño, algo que perteneciera a Francine. Tenía unos segundos. Caminó hacia la
parte trasera de la camioneta, envolvió su mano alrededor de la manija de la
puerta y tiró. Luego levantó su linterna y la encendió.
La espalda de un hombre se inclinó sobre algo en el suelo, su trasero y las
suelas de sus botas de trabajo se volvieron hacia ella, y luego su espalda se
irguió, se volvió hacia el haz de la linterna y vio a James Harris. Pero había algo
mal en la mitad inferior de su rostro. Algo negro, brillante y quitinoso como la
pata de una cucaracha, sobresalió varios centímetros de su boca. Sus mandíbulas
colgaban abiertas, estupefacta, mientras parpadeaba adormilado a la luz, pero
por lo demás su cuerpo no se movía cuando este largo apéndice insectoide se
retiraba lentamente a su boca, y cuando se había retirado por completo, cerró
los labios y ella vio que su la barbilla, las mejillas y la punta de la nariz estaban
cubiertas de sangre húmeda y resbaladiza.
Debajo de él, una joven negra yacía desparramada en el suelo, con una
camiseta naranja larga hasta el estómago, las piernas en jarras, una fea marca
de color púrpura oscuro en la parte interior de un muslo, aceitosa de fluidos.
James Harris golpeó la palma de una mano contra el lado metálico de la
camioneta y el vehículo se sacudió de un lado a otro mientras se ponía de pie.
Él entrecerró los ojos y Patricia se dio cuenta de que su linterna lo había cegado.
Dio un paso vacilante y tambaleante hacia ella. Ella se quedó paralizada, sin
saber qué hacer, y luego él dio otro paso, meciendo más la camioneta, y se dio
cuenta de que solo había un metro entre ellos. La niña gimió y se retorció como
si estuviera dormida, gimiendo como Ragtag en sus sueños.
La camioneta se balanceó cuando James Harris dio otro paso. Quizás había
dos pies entre ellos ahora y ella tenía que hacer algo para sacar a esa niña de
allí, y él todavía entrecerró los ojos en el haz de luz de la linterna. La alcanzó
lentamente, con los dedos extendidos, a centímetros de su rostro. Patricia corrió.
En el segundo en que el rayo de la linterna se apagó de su cara, escuchó sus
pies golpear una vez en el piso de la camioneta y luego golpear la arena detrás
de ella. Corrió hacia el bosque, con la linterna encendida, el rayo bailando
locamente sobre tocones y troncos y hojas y arbustos, y se abrió paso entre las
ramas que le golpeaban la cara y los troncos de los árboles que le magullaban
los hombros y las enredaderas que azotaban sus tobillos. No lo escuchó detrás
de ella, pero corrió. No sabía por cuánto tiempo, pero sabía que era suficiente
para que las baterías de su linterna se atenuaran. Ella pensó que estos bosques
nunca terminarían, y luego los bosques escupieron a salir al lado de una cadena
de enlace valla y sabía que estaba de nuevo en una de las carreteras que
conducen a seis millas.
Ella hizo brillar su luz alrededor, pero solo hizo que las sombras se volvieran
más grandes y bailaran locamente. Ella buscó algo familiar y luego todo explotó
en una luz blanca brillante y vio un automóvil que venía hacia ella lentamente,
brincando arriba y abajo por la carretera llena de baches, y se encogió contra
una cerca y se detuvo, y la voz de un oficial de policía dijo:
— Señora, ¿sabe quién llamó al 911?
Se subió a la parte de atrás y nunca había estado tan agradecida de escuchar
nada como de escuchar la puerta cerrarse de golpe detrás de ella. El aire
acondicionado instantáneamente secó su sudor y dejó su piel arenosa. Vio que
el oficial tenía una pistola en la cadera y su compañero en el asiento del
pasajero se dio la vuelta y preguntó: — ¿Puede mostrarnos la casa donde
desapareció la
niña? — Tenían una escopeta en un estante entre ellos, y todo eso hizo que
Patricia se sintiera segura.
— La tiene ahora mismo, — dijo Patricia. — Le está haciendo algo. Los vi
en el bosque.
El socio dijo algo en un auricular y encendieron las luces intermitentes, pero
no la sirena, y el auto voló por la carretera estrecha. Patricia vio el monte. Iglesia
de Sion AME delante de ellos.
— ¿Dónde los viste? — preguntó el oficial.
— Hay un camino, — dijo Patricia cuando el coche de la policía rebotó en
Six Mile. — Un camino de construcción en el bosque detrás de aquí.
— Allí, — dijo el oficial en el asiento del pasajero, bajando el auricular de la
radio, señalando al otro lado del automóvil.
El conductor giró bruscamente y las casas rodantes se tambalearon a la
derecha con los faros delanteros. Luego, el coche de la policía avanzó entre dos
pequeñas casas y dejaron Six Mile atrás. Los árboles los rodearon y el oficial
que conducía giró el volante a la derecha y Patricia sintió que sus neumáticos
se deslizaban sobre la arena, pesados y lentos, y luego estaban en la carretera
que había encontrado.
— Esto es todo, — dijo Patricia. — Está en una camioneta blanca más
adelante. —
Redujeron la velocidad y el oficial en el asiento del pasajero usó una manija
para dirigir un foco montado fuera del automóvil para que brillara en el bosque
a ambos lados de la carretera, mirando a través de los árboles. Fue miles de
veces más brillante que la pequeña linterna de Patricia. Bajaron las ventanas
para escuchar los gritos de una niña.
Antes de que se dieran cuenta, habían llegado al final de la carretera, llegando
a donde se encontraba con la carretera estatal.
— ¿Quizás lo perdimos? — dijo uno de los oficiales.
Patricia no miró su reloj, pero sintió como si estuvieran conduciendo arriba
y abajo por ese camino suave y arenoso durante una hora.
— Probemos con la casa, — dijo el conductor.
Ella los dirigió de regreso a Six Mile y se estacionaron afuera del remolque
de Wanda. El socio dejó salir a Patricia por la parte de atrás y ella corrió hacia
el destartalado porche y golpeó la puerta. Wanda prácticamente se tiró afuera.
— Ella no ha vuelto, — dijo. — Ella todavía está ahí fuera.
— Necesitamos ver la habitación del niño, — dijo un oficial de policía. —
Tenemos que ver el último lugar donde la viste.
— No necesitas hacer eso, — dijo Patricia. — Su nombre es James Harris.
Vive cerca de mí. Podría haberla llevado de regreso a su casa. Puedo mostrarte.
Un oficial se quedó en la sala de estar y escribió lo que dijo en una libreta
mientras el otro siguió a Wanda por el corto pasillo hasta la habitación de
Destiny, luego un fuerte chillido llenó el remolque. El oficial bajó su libreta y
corrió por el pasillo. Patricia no podía pasar a los oficiales, así que se quedó con
la Sra. Greene hasta que Wanda Taylor salió de entre ellos con Destiny en sus
brazos.
La niña parecía somnolienta y despreocupada por todo el alboroto. Wanda se
sentó en el sofá, Destiny se sentó en su regazo, el cuerpo flácido acunado en los
brazos de su madre. Los agentes no dijeron nada y sus rostros no mostraban
expresión alguna.
— Lo vi, — les dijo Patricia. — Su nombre es James Harris, vive en Middle
Street, su camioneta es una camioneta blanca con vidrios polarizados. Algo
anda mal con su boca, con su cara.
— Esto sucede a veces, señora, dijo uno de los oficiales. — Un niño se
esconde debajo de la cama o duerme en el armario y los padres llaman a la
policía para decir que ha sido secuestrada. Hace que todos se pongan nerviosos.
La enormidad de lo que estaba diciendo era demasiado. Todo lo que Patricia
pudo decir fue: — No tiene armario.
Entonces se dio cuenta de lo que podía hacer.
— Revisa su pierna, — dijo. — Debajo de sus bragas en la parte interior de
su muslo, debería haber una marca allí, como un corte.
Todos se miraron, pero nadie se movió.
— Yo miraré, — dijo la Sra. Greene.
— No, señora, — dijo el oficial. — Si quiere que revisemos a la niña,
debemos llamar a la ambulancia y llevarla al hospital para que alguien
calificado pueda hacerlo. De lo contrario, no podemos usarlo como prueba.
— ¿Evidencia? — Patricia preguntó.
— Si quiere presentar cargos contra este hombre, debe hacerlo de la manera
correcta, — dijo el oficial.
— Si alega que vio a un hombre abusando sexualmente de esta niña, es
imperativo que un profesional médico capacitado la examine, — dijo el otro
oficial.
— Soy enfermera, — le dijo Patricia.
— Nadie va a llevar a mi pequeña a ninguna parte, — dijo Wanda,
sosteniendo a Destiny, con la cabeza flácida apoyada en el hombro de su madre,
los ojos medio cerrados y los brazos colgando a los lados. — Ella se queda
conmigo. Ella no se perderá de vista de nuevo.
— Es importante, — dijo Patricia.
— Ella va a ver al médico por la mañana, — dijo Wanda Taylor. — Ella no
se irá a ningún lado hasta entonces.
Los golpes vinieron de la puerta principal y se miraron el uno al otro,
congelados. La puerta de aluminio traqueteo en su marco hasta que la Sra.
Greene empujó a todos. Abrió la puerta de golpe. Carter estaba en el porche.
— Jesucristo, Patty, — dijo. — ¿Qué diablos está pasando?


— Si mi esposa dice que vio a este hombre haciendo esto, entonces eso es lo
que pasó, — dijo Carter a los oficiales, de pie en medio del remolque. El miró
Para Patricia, recordó que él se había criado en la pobreza, y si las casas móviles
hubieran existido en 1948, casi con certeza habría nacido en una.
— Buscamos en todos los lugares que nos dijo, señor, — repitió el oficial con
un fuerte énfasis en el señor. — Pero eso no significa que no le creamos. Si
encuentran algo malo con esta niña mañana, tendremos lo que dijo su esposa
esta noche en el informe.
— Tengo sueño, — dijo Destiny, soñadora y suave, y Wanda comenzó el
proceso de sacar a todos de su casa.
Afuera, Carter se aseguró de que los dos oficiales tuvieran su información,
mientras la Sra. Greene se acercó a Patricia.
— No tiene sentido quedarse afuera cuando hace tanto calor, — dijo, y
comenzaron a regresar a su casa. Luego agregó: — Se van a llevar a esa niña.
— No si no le pasa nada, — dijo Patricia.
— Viste cómo miraban a Wanda, — dijo la Sra. Greene. — Viste cómo se
veían en su casa. Creen que ella es basura, y lo es, pero no el tipo de basura que
creen que es.
— Necesita ir al médico, — dijo Patricia. — No importa qué
— ¿Qué viste realmente que ese hombre le hacía? — Preguntó la Sra. Greene.
Pasaron por encima de la barandilla baja alrededor del Mt. Zion A.M.E. y
llegó hasta sus pasos antes de que Patricia dijera algo.
— No fue natural, — dijo.
Patricia tardó dos pasos en darse cuenta de que la señora Greene había dejado
de caminar. Ella se dio la vuelta. A la luz del porche de la iglesia, la señora
Greene parecía muy pequeña.
— Todo el mundo tiene hambre de nuestros hijos, — dijo, y su voz se quebró.
— El mundo entero quiere devorar niños de color, y no importa cuántos tome,
simplemente se lame los labios y quiere más. Ayúdeme, Sra. Campbell.
Ayúdame a mantener a esa niñita con su madre. Ayúdame a detener a ese
hombre.
—Por supuesto, —dijo Patricia. — Enfermo…
— No quiero escuchar, por supuesto, — dijo la Sra. Greene. — Cuando le
cuento a alguien lo que está pasando aquí, ven a una anciana que vive en el
campo que nunca ha ido a la escuela. Cuando les dices, ven a la esposa de un
médico del Old Village y prestan atención. No me gusta pedir favores, pero
necesito que les hagas prestar atención a esto. Sabes que hice todo lo que pude
para salvar a la señorita Mary. Di mi sangre por ella. Cuando me llamaste por
teléfono esta noche, dijiste que todas somos madres. Sí, señora, lo somos. Dame
tu sangre. Ayúdame.
Por reflejo, Patricia estuvo a punto de volver a decir por supuesto, y luego lo
borró de su mente. Ella no dijo nada. Se paró frente a la Sra. Greene y habló,
suave y firme.
— Los salvaremos, — dijo. — No dejaremos que se lleven a Destiny y no
dejaremos que ese hombre se lleve más niños. Haré todo lo que esté en mi poder
para detenerlo. Te lo prometo.
La Sra. Greene no respondió, y las dos se quedaron así por un momento.
— Bueno, eso es todo, — dijo Carter, acercándose detrás de ella. — La
llevarán al médico mañana y si algo anda mal, tienen mi información en el
informe.
El ánimo se rompió y los tres caminaron hacia la casa de la señora Greene.
— Carter — dijo Patricia. — No crees que DSS le hará nada a esa niña,
¿verdad?
— ¿Qué? — preguntó. — ¿Llevarla?
— Sí, — dijo Patricia.
— No, — dijo. — El médico que la atiende tiene el mandato de denunciar las
señales de abuso, pero no nos limitamos a arrebatar a los bebés que lloran de
los brazos de sus madres. Hay todo un proceso. Si estás preocupada, preguntaré
por ahí y veré qué tipo de médico es este tipo mañana.
— Gracias, — dijo Patricia. — Me siento nerviosa.
— No se preocupe, — dijo Carter. — Me aseguraré.
La Sra. Greene entró en su casa y Patricia la escuchó cerrar la puerta. Carter
le abrió la puerta del coche de Patricia. Hizo clic en su cinturón de seguridad y
bajó la ventanilla.
— Gracias por venir, — dijo.
— Recibí tu nota, — dijo. — Han sucedido demasiadas cosas como para que
andes solo aquí en medio de la noche. ¿Por qué no me sigues a casa y
descansaremos un poco y hablaremos por la mañana?
Ella asintió con la cabeza, agradecida de que él no estuviera tratando de
hacerla sentir como una tonta, y luego siguió sus luces traseras rojas hasta el
final de Six Mile, por Rifle Range Road y de regreso al Old Village. Cuando
pasaron por la casa de James Harris, vio que las luces de freno de Carter se
encendían brevemente, probablemente porque también notó el Chevy Corsica
de James estacionado frente a su casa.
Esa noche, por primera vez en meses, Carter abrazó a Patricia mientras
dormía. Lo sabía porque seguía despertando de sus pesadillas sobre una boca
roja ensangrentada que la perseguía por el bosque y cada vez sentía sus brazos
alrededor de ella y volvía a dormirse, tranquilizada.
Capitulo 18
Patricia se despertó sintiéndose como si se hubiera caído por las escaleras.
Sus articulaciones estallaron cuando se levantó de la cama, y sus hombros
gimieron como si estuvieran llenos de vidrios rotos cuando alcanzó los filtros
de café. Cuando se desnudó para la ducha, notó moretones en ambas caderas
por deslizarse hacia adelante y hacia atrás por el asiento trasero del coche de
policía.
Carter tuvo que ir al hospital a pesar de que era sábado, y Patricia dejó que
Blue hiciera lo que quisiera porque había luz.
— Pero regresa antes de que empiece a oscurecer, — dijo. — Vamos a cenar
temprano.
No era seguro tener a Blue fuera de su vista después del anochecer. No sabía
qué era James Harris, no le importaba, no podía pensar con claridad, pero sabía
que él no saldría al sol. Quería llamar a Grace para decirle lo que había visto,
pero cuando Grace no entendió algo, se negó a creer que existiera. Se obligó a
calmarse.
No se atrevía a aspirar las cortinas, así que lavó la ropa. Planchó camisas y
pantalones. Planchó calcetines. Seguía viendo a James Harris con esa cosa en
la cara, su barba ensangrentada, esa niña en el piso de su camioneta, seguía
tratando de averiguar cómo explicarle esto a alguien. Limpiaba los baños.
Observó el sol deslizarse por el cielo. Se sintió agradecida de que Korey todavía
estuviera en el campamento de fútbol.
El teléfono sonó mientras ella tiraba los condimentos caducados.
— Residencia Campbell, — dijo Patricia.
— Se llevaron a su hija, — le dijo la Sra. Greene.
— ¿Qué? ¿Quién lo hizo? — Patricia preguntó, tratando de ponerse al día.
— Esta mañana, cuando Wanda Taylor la llevó al médico, — dijo la Sra.
Greene, — encontró una marca en su pierna, como dijiste, e hizo que Wanda
esperara afuera mientras hablaba con Destiny.
— ¿Qué dijo ella? — Patricia preguntó.
— Wanda no lo sabe, pero luego apareció el DSS y un policía estaba en la
puerta, — dijo la Sra. Greene. — Le dijeron que Destiny estaba drogada y tenía
marcas donde alguien la inyectó. Le preguntaron quién era el hombre al que
Destiny se refería como 'Boo Daddy'. Wanda les dijo que no estaba saliendo
con ningún hombre, pero no le creyeron.
— Llamaré a los oficiales de anoche, — dijo Patricia, frenética. — Los
llamaré y podrán hablar con DSS. Y Carter puede llamar a su médico. ¿Cuál era
su nombre?
— Usted prometió que esto no sucedería, — dijo la Sra. Greene. — Ambos
lo prometisteis.
— Carter llamará, — dijo Patricia. — Él arreglará esto. ¿Debería salir a
hablar con Wanda?
— Creo que es mejor si no ve a Wanda Taylor en este momento, — dijo la
Sra. Greene. — Ella no está en un estado de ánimo receptivo.
Patricia desconectó la llamada, pero sostuvo el auricular mientras la cocina
giraba a su alrededor. Había visto a Destiny. Ella había estado en su dormitorio.
Ella se había sentado con su madre. Había visto su cuerpo diminuto y flácido
debajo de James Harris, mientras él estaba de pie junto a ella, con el rostro
cubierto de sangre.
— Estoy aburrido, — dijo Blue, entrando en el estudio.
— Sólo la gente aburrida se aburre, — dijo Patricia, automáticamente.
— Todos están en el campamento, dijo Blue. — No hay nadie con quien
jugar.
¿Cómo sucedió esto? ¿Qué había hecho ella?
— Ve a leer un libro, — dijo.
Cogió el teléfono y llamó a la oficina de Carter.
— He leído todos mis libros, — dijo.
— Iremos a la biblioteca más tarde, — dijo.
Sonó el teléfono, Carter contestó y ella le contó lo sucedido.
— Estoy en medio de un millón de cosas en este momento, — dijo.
— Se lo prometimos, Carter. Hicimos una promesa. Esa mujer está cubierta
de puntos por tratar de ayudar a su madre.
— Está bien, está bien, Patty, haré algunas llamadas

— Todo el mundo piensa que Hitler fue malo, — dijo Blue a la mesa. — Pero
Himmler fue peor.
— Está bien, — dijo Carter, tratando de calmarlo. — ¿Puedes pasar la sal,
Patty?
Patricia tomó el salero, pero todavía no se lo entregó a Blue.
— ¿Llamaste hoy a ese médico por Destiny Taylor? — ella preguntó.
Carter la había estado desviando desde que llegó a casa.
— ¿Puedo conseguir la sal antes de que me interroguen? — preguntó.
Se obligó a sonreír y se lo pasó a Blue.
— Él era el jefe de las SS, —dijo Blue. — Que significa Schutzstaffel. Eran
la policía secreta en Alemania.
— Eso suena bastante mal, amigo, — dijo Carter, quitándole la sal.
— No estoy segura de que sea una conversación apropiada para la mesa, dijo
Patricia.
— El Holocausto fue idea suya, — continuó Blue.
Patricia esperó hasta que Carter hubo salado todo en su plato por lo que
Patricia pensó que era mucho tiempo.
— ¿Carter? — preguntó al segundo que el salero tocó la mesa. — ¿Llamaste?
Dejó el tenedor y ordenó sus pensamientos antes de mirarla, y Patricia supo que
esto era una mala señal. — Lo prometimos, Carter.
— En el momento en que forman un comité de búsqueda, cualquier
posibilidad que tenga de convertirme en jefe de departamento se acaba, — dijo
Carter. — Y están tan cerca de una decisión que todo lo que hago es examinado
bajo un microscopio. ¿Cómo crees que se vería si el candidato a jefe de
psiquiatría, que es un empleado estatal, comenzara a llamar a otros empleados
estatales y les dijera cómo hacer su trabajo? ¿Sabes lo mal que me quedaría eso?
La Universidad Médica es una institución estatal. Las cosas tienen que hacerse
de cierta manera. No puedo simplemente andar haciendo preguntas y lanzando
calumnias.
— Hicimos una promesa, — dijo Patricia, y se dio cuenta de que le temblaba
la mano. Ella bajó el tenedor.
— Hicieron experimentos médicos en los campos, dijo Blue. — Torturaban
a uno de los gemelos y veían si el otro sentía algo.
— Si su médico tomó la decisión de sacarla de su casa, tenía una buena razón
y no voy a cuestionarlo, — dijo Carter, levantando su tenedor. — Y,
francamente, después de ver ese tráiler, probablemente tomó la decisión
correcta.
Fue entonces cuando sonó el timbre de la puerta y Patricia salto en su asiento.
Su corazón empezó a latir el triple. Tenía la sensación de que sabía quién era.
Quería decirle algo a Carter, mostrarle lo injusto que estaba siendo, pero el
timbre volvió a sonar. Carter miró su bocado de pollo.
— ¿Vas a atender eso? — preguntó.
— Lo haré, — dijo Blue, deslizándose de su silla. Patricia se puso de pie y lo
bloqueó.
— Termina tu pollo, — dijo.
Caminó hacia la puerta principal como un prisionero acercándose a la silla
eléctrica. La abrió de par en par y a través de la puerta mosquitera vio a James
Harris. Él sonrió. Este primer encuentro sería el más difícil, pero con su familia
a sus espaldas y su casa a su alrededor, de pie en su propiedad privada,
Patricia le dio su mejor sonrisa falsa de anfitriona. Ella había tenido mucha
práctica.
— Qué sorpresa tan agradable, — dijo a través de la puerta mosquitera.
— ¿Te volví a encontrar durante una comida? — él dijo. — Lo siento mucho.
— No es ninguna molestia.
— Sabes, — dijo, — Recientemente me interrumpieron durante una comida.
Fue muy molesto.
Por un momento, no pudo respirar. No, se dijo a sí misma, era un comentario
inocente. No la estaba poniendo a prueba.
— Lamento oír eso, — dijo.
— Me hizo pensar en ti, — dijo. — Me hizo darme cuenta de la frecuencia
con la que interrumpo las comidas de tu familia.
— Oh, no, — dijo. — Disfrutamos tenerte.
Ella examinó su rostro cuidadosamente a través de la pantalla. Él examinó su
rostro de vuelta.
— Es bueno escucharlo, — dijo. — Desde que me invitaste a tu casa no puedo
quedarme lejos. Casi siento que también es mi casa.
— Qué lindo, — dijo.
— Entonces, cuando me encontré lidiando con una situación desagradable
hoy, pensé en ti, — dijo. — Fuiste tan útil la última vez.
— ¿Oh? — Patricia dijo.
— La mujer que limpiaba para mi tía abuela desapareció, — dijo. — Y
escuché que alguien estaba difundiendo la historia de que el último lugar donde
fue vista fue mi casa. La insinuación es que yo tuve algo que ver con eso. —
Y Patricia lo sabía. La policía había ido a verlo. No habían dicho su nombre.
No la había visto anoche. Pero él sospechaba y había venido aquí para ponerla
a prueba, para ver si podía empujarla para que revelara algo. Claramente, nunca
antes había estado en un cóctel en el Old Village.
— ¿Quién diría algo así, me pregunto? — Patricia preguntó.
— Pensé que podrías haber escuchado algo.
— No escucho los chismes.
— Bueno, — dijo. — Por la forma en que lo escuché, se fue con un amigo.
— Entonces eso resuelve eso, — dijo.
— Me duele pensar que usted o sus hijos podrían escuchar que le hice algo,
— dijo. — Lo último que quiero es que alguien me tenga miedo.
— No te preocupes por eso ni un segundo — dijo Patricia, y se obligó a
mirarlo a los ojos. — Nadie en esta casa te tiene miedo.
Se abrazaron por un segundo y se sintió como un desafío. Ella apartó la
mirada primero.
— Es la forma en que me estás hablando, — dijo. — No abrirás la puerta.
Pareces distante. Por lo general, me invitas a entrar cuando paso. Siento que
algo ha cambiado.
— Nada, — dijo, y se dio cuenta de lo que tenía que hacer. — Estábamos a
punto de tomar el postre. ¿No quieres unirte a nosotros?
Mantuvo su respiración bajo control, mantuvo una agradable sonrisa en su
rostro.
— Eso sería bueno, — dijo. — Gracias.
Se dio cuenta de que tenía que dejarlo entrar ahora, y se obligó a extender el
brazo hacia la puerta, y sintió que los huesos de su hombro rechinaban cuando
tomó el pestillo con una mano y lo giró en el sentido de las agujas del reloj. La
puerta mosquitera gimió sobre su resorte.
— Adelante, — dijo. — Siempre eres bienvenido.
Ella se paró a un lado cuando él pasó junto a ella, y vio su barbilla cubierta
de sangre y esa cosa retrayéndose en su boca, y era solo una sombra, y cerró la
puerta detrás de él.
— Gracias, — dijo.
Había entrado en su casa igual que si le hubiera apuntado con una pistola a la
cabeza. Tenía que mantener la calma. Ella no estaba indefensa. ¿Cuántas veces
se había parado en una fiesta o en el supermercado, hablando de que el hijo de
alguien era lento, o de que su bebé era feo, y esa persona apareció de la nada y
le sonrió en la cara y dijo, solo estaba pensando en ti y ese lindo bebé tuyo, y
nunca tuvieron ni idea?
Ella podría hacer esto.
— … Drenaría a la persona de toda su sangre y luego le daría la sangre de
otra persona que no era del tipo correcto, — decía Blue mientras conducía a
James Harris de regreso al comedor.
— Mm-hmm, — dijo Carter, ignorando a Blue.
— ¿Estás hablando de Himmler y los campamentos? — Preguntó James
Harris.
Blue y Carter se detuvieron y miraron hacia arriba. Patricia vio todos los
detalles de la habitación a la vez. Todo se sentía cargado de importancia.
— Mira quién pasó por aquí. — Ella sonrió. — Justo a tiempo para el postre.
Cogió su servilleta y se sentó, haciendo un gesto a su izquierda para que
James Harris se sentara.
— Gracias por invitar a un viejo soltero para el postre, — dijo.
— Blue, — dijo Patricia. — ¿Por qué no limpias la mesa y traes las galletas?
¿Quieres café, James?
— Me mantendrá despierto, — dijo. — Ya tengo suficientes problemas para
dormir.
— ¿Galletas? — Preguntó Blue.
— Todo, — dijo Patricia, y Blue salió corriendo de la habitación,
prácticamente brincando.
— ¿Cómo estás disfrutando del verano? — Preguntó Carter. — ¿Dónde
vivías antes de aquí?
— Nevada, — dijo James Harris.
¿Nevada? Patricia pensó.
— Eso es calor seco, — dijo Carter. — Tenemos hasta un ochenta y cinco
por ciento de humedad hoy.
— Ciertamente no es a lo que estoy acostumbrado, — dijo James. —
Realmente arruina mi apetito.
¿Era eso lo que le había estado haciendo a Destiny Taylor, se preguntó
Patricia? ¿Pensó que estaba comiendo sangre? Pensó en Richard Chase, el
vampiro de Sacramento, que mató y se comió parcialmente a seis personas en
los años setenta y literalmente creía que era un vampiro real. Luego vio que
esa cosa dura y espinosa se retiraba a la boca de James Harris como la pata
de una cucaracha, y no sabía cómo explicarlo. Su pulso se aceleró cuando se dio
cuenta de que yacía en su garganta, detrás de una fina capa de piel, tan cerca de
ella que podía extender la mano y tocarla. Tan cerca de Blue. Respiró hondo y
se obligó a calmarse.
— Tengo una receta para el gazpacho, — dijo. — ¿Alguna vez has comido
gazpacho, James?
— No puedo decir que sí, — dijo.
— Es una sopa fría, — dijo Patricia. — De Italia.
— Asqueroso, — dijo Blue, llegando con cuatro bolsas de galletas
Pepperidge Farm aferradas a su pecho.
— Es perfecto para el clima cálido, — sonrió Patricia. — Te copiaré la receta
antes de que te vayas.
— Mira, — dijo Carter, con su voz de negocios, y Patricia lo miró, tratando
de transmitir en el lenguaje secreto de las parejas casadas que necesitaban
mantenerse absolutamente normales porque estaban en más peligro del que él
creía en ese momento.
Carter hizo contacto visual y Patricia movió sus ojos de su esposo a James
Harris y puso todo dentro de su corazón, todo lo que compartieron. en su
matrimonio, ella puso todo en sus ojos de una manera que solo él podía ver, y
lo entendió. Juega a lo seguro, decían sus ojos. Juega al tonto.
Carter rompió el contacto visual y se volvió hacia James Harris.
— Necesitamos aclarar las cosas, — dijo. — Tienes que darte cuenta de que
Patty se siente muy mal por lo que le dijo a la policía.
Patricia sintió como si Carter le hubiera abierto el pecho y arrojados cubitos
de hielo dentro. Cualquier cosa que pudiera decir se le heló la garganta.
— ¿Qué hizo mamá? — Preguntó Blue.
— Creo que es mejor si lo escuchas de tu madre, — dijo James Harris.
Patricia vio que James Harris y Carter la miraban. James Harris llevaba una
máscara sincera pero Patricia sabía que detrás de ella se estaba riendo de ella.
Carter lucía su rostro de Hombre Serio.
— Pensé que el Sr. Harris había hecho algo mal, — le dijo Patricia a Blue,
empujando las palabras a través de su garganta apretada. — Pero estaba
confundida.
— No fue muy divertido que la policía pasara por mi casa hoy, — dijo James
Harris.
— ¿Llamaste a la policía por él? — Blue preguntó, asombrado.
— Me siento muy mal por todo esto, — dijo Carter. — ¿Patty?
— Lo siento, — dijo Patricia, débilmente.
— Lo aclaramos todo, — dijo James Harris. — Sobre todo fue vergonzoso
tener un coche de policía estacionado frente a mi casa ya que soy nuevo aquí.
Ya sabes cómo son estos pequeños barrios.
— ¿Qué hiciste? — Blue le preguntó a James Harris.
— Bueno, es cosas de adulto; pequeño, — dijo James Harris. — Tu madre
realmente debería ser quien te lo diga.
Patricia se sintió atrapada por Carter y James Harris, y la injusticia de todo
eso la hizo sentirse loca. Esta era su casa, esta era su familia, no había hecho
nada malo. Podría pedirles a todos que se fueran, en este mismo momento. Pero
ella había hecho algo mal, ¿no? Porque Destiny Taylor estaba llorando hasta
quedarse dormida sin su madre en este momento.
— Yo ..., — comenzó, y murió en el aire del comedor.
— Su madre pensó que había hecho algo inapropiado con un niño, — dijo
Carter. — Pero ella estaba absolutamente, cien por ciento equivocada. Yo
quiero saber, hijo, que nunca invitaríamos a alguien a esta casa que pudiera
dañarte a ti o a tu hermana de alguna manera. Tu madre tenía buenas
intenciones, pero no pensaba con claridad.
James Harris siguió mirando a Patricia.
— Sí, — dijo. — Estaba confundida.
El silencio se prolongó y Patricia se dio cuenta de lo que estaban esperando.
Ella miró fijamente su plato.
— Lo siento, — dijo con una voz tan débil que apenas lo oyó.
James Harris mordió ruidosamente un Pepperidge Farm Mint Milano y
masticó. En el silencio, pudo escuchar sus dientes rechinar hasta convertirlo en
pulpa, y luego tragó y ella escuchó el fajo de galleta masticada deslizarse por su
garganta, más allá de esa cosa.
— Bueno, — dijo James Harris, — tengo que correr, pero no te preocupes,
no puedo estar demasiado enojado con tu mamá. Después de todo, somos
vecinos. Y has sido muy amable conmigo desde que me mudé.
— Te acompañaré, — dijo Patricia, porque no sabía qué más decir.
Caminó por el oscuro vestíbulo frente a James Harris y sintió que se inclinaba
hacia adelante para decir algo. Ella no pudo soportarlo. No pudo soportar una
palabra más. Estaba tan engreído.
— Patricia ..., — comenzó, en voz baja.
Encendió la luz del pasillo. Se estremeció, entrecerró los ojos y parpadeó.
Una lágrima brotó de un ojo. Era infantil, pero la hizo sentir mejor.

Mientras se preparaban para irse a la cama, Carter trató de hablar con ella.
— Patty, — dijo. — No te enojes. Era mejor sacar eso a la luz.
— No estoy molesta, — dijo.
— Independientemente de lo que crea que vio, parece un buen tipo.
— Carter, lo vi, — dijo. — Le estaba haciendo algo a esa niña. Hoy la
quitaron de su madre porque le encontraron una marca interior en el muslo.
— No voy a entrar en eso de nuevo, — dijo. — En algún momento hay que
asumir que los profesionales saben lo que están haciendo.
— Lo vi, — dijo.
— Incluso si miraste en su camioneta que nadie pudo encontrar, — dijo
Carter, — los relatos de testigos presenciales son notoriamente poco confiables.
Estaba oscuro, la fuente de luz era una linterna, sucedió rápido.
— Sé lo que vi, — dijo Patricia.
— Puedo mostrarte estudios, — dijo Carter.
Pero Patricia sabía lo que había visto y sabía que no era natural. Desde la
forma en que Ann Savage la atacó, hasta que Miss Mary fue atacada por ratas,
hasta el hombre en la azotea esa noche, hasta James Harris y todas sus
insinuaciones sobre comer y ser interrumpido, la forma en que Old Village ya
no se sentía seguro, algo estaba pasando. Incorrecto. Ella ya había sacado su
llave de repuesto de su escondite afuera en la roca falsa, y había comenzado a
cerrar las puertas cada vez que salía de la casa, incluso solo para hacer recados.
Las cosas estaban cambiando demasiado rápido y James Harris estaba en el
centro de todo.
Y algo que él había dicho la comió. Se levantó y bajó las escaleras.
— Patty, — Carter llamó detrás de ella. — No te marches.
— No voy a irrumpir, — gritó por encima del hombro, pero realmente no le
importaba si él la oía o no.
Encontró su copia de Drácula en la estantería del estudio. Lo habían leído
para el club de lectura en octubre de hace dos años.
Pasó las páginas hasta que la frase que estaba buscando le llamó la atención:
“No puede entrar a ninguna parte al principio”, dice Van Helsing en su
inglés manchado de holandés, “a menos que algunos miembros de la familia le
pidan que venga; aunque después puede venir cuando quiera".
Ella lo había invitado a entrar a su casa hacía meses. Volvió a pensar en
Richard Chase, el vampiro de Sacramento, y luego pensó en esa cosa que tenía
en la boca, y al día siguiente, después de la iglesia, condujo hasta el centro
comercial The Commons y entró en la Librería. Se aseguró de que nadie que
ella conociera estuviera allí antes de ir a la caja registradora.
— Disculpe, — dijo. — ¿Podrías decirme dónde están tus libros de terror?
— Detrás de ciencia ficción y fantasía, — gruñó el niño sin mirar hacia arriba.
— Gracias, — dijo Patricia.
Cogió los libros por las tapas, uno tras otro, y empezó a apilarlos junto a la
caja registradora.
Cuando estuvo lista para pagar, el empleado los llamó, una portada de un
joven musculoso y bien afeitado con el pelo de punta tras otra: Vampire Beat,
Some of Your Blood, The Delicate Dependency, 'Salem's Lot, Vampire Junction,
Live Girls, Nightblood, No Blood Spilled, The Vampire's Apprentice, Interview
with the Vampire, The Vampire Lestat, Vampire Tapestry, The Hotel
Transylvania. Si tenía colmillos, dientes afilados o labios ensangrentados en la
portada, Patricia lo compró. Su total final: $149,96.
— Debes estar realmente interesada en los vampiros, — dijo el empleado.
— ¿Aceptará un cheque? — Preguntó ella.
Escondió los libros en la parte trasera de su armario, y mientras los leía uno
por uno detrás de la puerta cerrada de su dormitorio, se dio cuenta de que no
podía hacer esto sola. Necesitaba ayuda.
Capitulo 19
En la noche en el club de lectura, Grace trajo ensalada de fruta congelada,
Kitty trajo dos botellas de vino blanco, y todos se sentaron en la sala de estar de
Slick, rodeada por la colección de figuras de pájaros del Jardín Lenox de Slick,
y Beanie Babies, y placas de pared con citas devocionales, y todos los cosas que
Slick compró en la Red de Compras en Casa, y Patricia se preparó para mentir
a sus amigos.
— Y así, en conclusión, — dijo Maryellen, trayendo su caso contra el autor
de El extraño a mi lado para un cierre de, — Ann Rule es una pendeja. Ella
conocía a Ted Bundy, trabajó junto a él, conocía a la policía, estaba buscando a
un joven guapo llamado Ted que conducía un VW Bug, y sabía que su joven y
guapo amigo Ted Bundy condujo un VW Bug, pero incluso cuando su amigo
es arrestado dice que "suspenderá el juicio". Quiero decir, ¿Qué necesita? Que
él llame al timbre de la puerta y decir; Ann, soy un asesino en serie.
— Es peor cuando se trata de alguien cercano a ti, — dijo Slick. — Queremos
creer que las personas que nos rodean son quienes creemos que son. Pero Tiger
tiene un pequeño amigo llamado Eddie Baxley justo cruzando la calle y amamos
a Eddie, pero cuando descubrimos que sus padres le dejaron ver películas de
terror, tuvimos que decirle a Tiger que ya no se le permitía jugar en su casa. Fue
difícil.
— Ese no es el punto, — dijo Maryellen. — El punto es que si la evidencia
dice que tu mejor amigo Ted habla como un homicida, camina como un
homicida, y conduce el mismo coche que un homicida, entonces probablemente
sea un homicida.
Patricia decidió que no tendría una mejor oportunidad. Se detuvo jugando
con su ensalada de frutas congeladas, puso su tenedor en el plato, tomó un
profundo aliento, y dijo una mentira;

— James Harris trafica con drogas,


Había pensado mucho sobre qué decirles, porque si les decía lo que realmente
pensó la enviarán a la granja de enfermos mentales. Pero el crimen está
garantizado para movilizar a las mujeres de Old Village, en Mt. Pleasant, fue
la droga. Había una guerra contra ellos, después de todo, y no le importó cómo
consiguieron que la policía se metiera en la casa de James Harris.
droga. Había una guerra contra él, después de todo, no le importó cómo
consiguió que la policía se metiera en la casa de James Harris.
Ella sólo quería que se fuera. Ahora, dijo la segunda parte de su mentira:
— Está vendiendo drogas a los niños.
Nadie dijo una palabra durante al menos veinte segundos.
Kitty se bebió todo su vaso de vino de un solo trago. Se puso muy quieta, con
los ojos bien abiertos. Maryellen parecía confundida, como si no pudiera decir
si Patricia se estaba burlando de ella o no, y Grace sacudió lentamente su cabeza
de lado a lado.
— Oh, Patricia, — dijo Grace, con una voz decepcionada.
— Lo vi con una chica joven, — dijo Patricia, avanzando. — En la parte de
atrás de su furgoneta en el bosque en Six Mile. A esa chica le ha sido arrebatada
su madre por los Servicios Sociales debido a la marca que encontraron en su
interior muslo, un moretón con una marca de punción sobre su arteria femoral,
como en qué calle los consumidores de drogas llaman a una marca de
seguimiento de la inyección. Grace, Bennett dijo que la Sra. Savage tenía el
mismo tipo de marca en la parte interna del muslo cuando fue al hospital.
— Eso es información confidencial, — dijo Grace.
— Me lo dijiste, — dijo Patricia.
— Porque te había mordido la oreja — dijo Grace. — Pensé que deberías
saber que era una drogadicta por vía intravenosa. No quise que lo difundieran
por todas partes la Aldea.
Esto no iba como ella quería. Patricia había pasado horas poniendo esta
historia juntas, revisando todos los libros de crímenes verdaderos que habían
leído juntos, practicando cómo exponer los hechos. Necesitaba dejar de discutir
con Grace y se aferra a sus notas.

— Cuando James Harris llegó aquí tenía una bolsa en su casa con ochenta
y cinco mil dólares de ella, — dijo Patricia, hablando rápido. — La primera
tarde que lo conocí le ayudé a abrir una cuenta bancaria porque no tenía
identificación. Pero él debe tener una licencia de conducir, así que ¿por qué no
quiso mostrarla en el banco? Porque tal vez se le busca por algo. Tal vez él haya
hecho esto en algún lugar antes. Además, la Sra. Greene copió una matrícula de
de una furgoneta en Six Mile que no debería haber estado allí, y se resultó ser
su matrícula. Y creo que fui la última persona que vio a Francine antes de que
desapareciera, e iba a entrar en su casa.
Ninguna de sus expresiones había cambiado y ella había usado todas sus
cartas.
— Su historia no cambia su origen, — lo intentó. — No sabemos nada sobre
él.
Vio morir a sus amistades, justo ahí delante de ella. Ella pudo verlo
claramente. Dirían que le creyeron, y terminarían la reunión del club de lectura
de forma incómoda. Primero, estarían las llamadas telefónicas no devueltas, las
excusas para ir a hablar con alguien más cuando se encontraron en las fiestas,
el canceló las invitaciones para que Korey o Blue pasaran la noche. Una por
una, le darían la espalda.
— Patricia, — dijo Grace. — Te advertí cuando viniste a verme. Te supliqué
para que no hagas el ridículo.
— Sé lo que vi, Grace — dijo Patricia, aunque cada vez sentía menos claro.
Patricia sintió que perdía el control de la conversación. Trató de encontrar un
lugar para poner su plato de ensalada de frutas congeladas, pero la mesa de café
estaba llena con un tazón de rosas de mármol, pirámides de vidrio de varios
tamaños, dos de latón gallos de juego congelados en combate, y un montón de
libros de gran tamaño con títulos como Bendiciones. Decidió tenerlo en su mano
y centrarse en la persona ella pensó que podía balancearse mejor. Si uno de ellos
la creía, el resto lo seguiría.
— Maryellen — dijo. — Acabas de llamar a Ann Rule una tonta porque si el
La evidencia dice que tu mejor amigo habla como un pato, y camina como
un pato, y conduce el mismo coche que un pato, entonces probablemente sea un
pato.
— Hay una diferencia entre una cadena de pruebas convincente y acusando
a alguien de un crimen basado en un montón de coincidencias — Maryellen
dijo. — Así que déjame que te aclare las pruebas. La Sra. Greene dice que
puede o no puede ser un hombre en el bosque abusando de los niños de Seis
Millas.
— Dándoles drogas, — corrigió Patricia.
— Bien, dándoles drogas, — dijo Maryellen. — La Sra. Greene puede o no
haber visto una furgoneta con el número de su matrícula, pero la furgoneta de
James Harris ya no le pertenece porque se la vendió a otra persona.
— No sé qué le pasó, — dijo Patricia.
— Dejando la furgoneta a un lado, — continuó Maryellen, — ¿Quieres que
creamos que el simple hecho de haber ido a Six Mile, aunque no estuviera allí
en el momento en que alguien murió o pasó algo, significa que está involucrado
de alguna manera en algo?
— Lo vi ahí fuera, — dijo Patricia. — Lo vi haciéndole algo a una niña
pequeña en la parte de atrás de su furgoneta. Yo. Lo. Vi. A él.
Nadie dijo nada.
— ¿Qué le viste hacer?— Slick preguntó.
— Salí a visitar a uno de los niños que parecía estar enfermo, — dijo Patricia.
— La Sra. Greene fue conmigo. La niña desapareció de su dormitorio. Fuimos
a buscarla al bosque y vi su camioneta blanca. Estaba en su espalda con el niño.
Él estaba...— Apenas dudó. —...inyectándole algo. El doctor dijo que tenía una
marca en la pierna.
— ¿Entonces por qué no se lo dices eso a la policía?— Preguntó Slick.
— ¡Yo lo hice!— Dijo Patricia, más fuerte de lo que quería decir. — No
pudieron encontrar la furgoneta, no pudieron encontrarlo, y creen que la madre
le dio a su hija drogas. O su novio.
— Entonces, ¿Por qué no están mirando al novio más de cerca?— Maryellen
preguntó.
— Porque no tiene novio, — dijo Patricia, tratando de mantenerse tranquila.
Maryellen se encogió de hombros.
— Esto demuestra que la policía de North Charleston y la de M. Pleasant
tienen estándares muy diferentes.
— ¡No es una broma!— Gritó Patricia.
Su voz resonó con fuerza en el reducido salón. Saltó con astucia,
La columna vertebral de Grace se endureció, Maryellen hizo un gesto de
dolor.

— ¿Tenemos más vino?— Preguntó Kitty.


— Lo siento mucho, — dijo Slick. — Creo que se acabó todo.
— Un niño está siendo lastimado, — dijo Patricia. — ¿A ninguna de ustedes
le importa?
— Por supuesto que nos importa, — dijo Kitty. — Pero somos un club de
lectura, no la policía. ¿Qué se supone que debemos hacer?
— Somos las únicas que hemos notado que algo podría estar mal, — dijo
Patricia.
— Tú, no nosotras, — dijo Grace. — No me metas en el mismo saco con tus
tonterías.
— Ed se reiría de esto fuera de la corte, — dijo Maryellen.
— La policía me descartó, — dijo Patricia. — Necesito su ayuda para ir a
ellos otra vez. Necesito que piensen en esto, que me ayuden a armarlo.
Maryellen, ya sabes cómo trabaja la policía. Kitty, estuviste en Six Mile. Viste
cómo era. Cuéntales.
— Quiero decir, — dijo Kitty, tratando de ayudar, — algo no estaba bien ahí
fuera. Todo el mundo está al límite. Casi nos asalta una banda callejera. Pero
acusando a uno de nuestros vecinos de ser un traficante de drogas...
— Así es como yo lo veo, — dijo Patricia. — En Six Mile, creen que alguien
está haciendo algo a los niños, dándoles algo que los hace volverse locos y se
hacen daño. Ahora, aquí en Old Village, hemos tenido a la Sra. Savage que se
volvió loca y me atacó. Y luego está Francine. La vi entrar en su casa, y luego
desapareció. Puede que haya sumergido en las drogas, o en su dinero, o algo
así, y tenía que deshacerse de ella. Pero todo está conectado a través de él. Todo
está sucediendo a su alrededor. ¿Cuántas coincidencias necesitan antes de
despertar?
— Patricia, — dijo Grace, hablando despacio. — Si pudieras oírte a ti misma
te sentirías terriblemente avergonzada.

— ¿Y si tengo razón? — Dijo Patricia. — ¿Y está ahí fuera dando drogas


a estos niños y tenemos demasiado miedo de avergonzarnos para hacer algo?
Estos podrían ser nuestros hijos. Piensa en cuántas mujeres jóvenes todavía
estarían vivas hoy en día si la gente hubiera tomado en serio a Ted Bundy al pie
de la letra y hubiera empezado a hacer preguntas antes. Piensa que si Ann Rule
hubiera juntado las piezas antes. ¿Cuántas vidas pudo haber salvado? Quiero
decir, tienes que estar de acuerdo, algo extraño está pasando aquí.
— No, no es así, — dijo Grace.
— Algo extraño está pasando, — continuó Patricia. — Los niños en primer
grado se están matando a sí mismos. Me atacaron en mi propio patio. La Sra.
Savage tiene la misma marca en su cuerpo que tenía Destiny Taylor. Francine
está desaparecida. En cada libro que leemos, nadie pensó que algo malo estaba
pasando hasta que era demasiado tarde. Aquí es donde vivimos, es donde viven
nuestros hijos, es nuestra casa. ¿No quieren hacer absolutamente todo lo que
puedan para mantenerlos seguros?
Otro silencio se extendió, y entonces Kitty habló.
— ¿Y si tiene razón?
— ¿Perdón?— Grace preguntó.
— Todas conocemos a Patricia desde hace mucho, — dijo Kitty. — Si ella
dice que lo vio en la parte de atrás de su camioneta haciéndole algo a una joven,
le creo. Quiero decir, vamos, una cosa que he aprendido de todos estos libros:
vale la pena ser paranoica.
Grace se puso de pie. — Valoro nuestra amistad, Patricia, — dijo. — Y estoy
lista para ser tu amiga cuando vuelvas a ser tu misma. Pero que nadie se cree
ese engaño.
Slick se levantó y fue a su librería llena de títulos como Satanás, Tú No
puedes tener mis hijos y sacó una Biblia. Regreso con las demás leyendo un
pasaje en voz alta:
— Hay quienes tienen dientes de espada, colmillos de cuchillo, para devoran
a los pobres de la tierra, a los necesitados de entre la humanidad. La sanguijuela
tiene dos hijas: Dar y dar. Tres cosas nunca se satisfacen; cuatro nunca dicen,
"Basta". Proverbios 30:15."— Pasó más páginas, y luego leyó, — Efesios 6:12,
'Porque no la lucha contra la carne y la sangre, pero contra los gobernantes,
contra los contra los poderes cósmicos sobre esta oscuridad actual, contra las
fuerzas espirituales del mal en los lugares celestiales.
Luego las miró a todos con una amplia sonrisa en su rostro.
— Sabía que mi prueba llegaría, — dijo. — Sabía que un día mi Señor me
pondría en contra de Satanás, y pondría a prueba mi fe en una batalla contra sus
trampas, y esto es tan emocionante, Patricia.

— ¿Nos estás tomando el pelo?— Preguntó Maryellen.


— Satanás quiere a nuestros hijos, — dijo Slick. — Tenemos que creerle a
los justos y golpear a los malvados. Patricia es justa porque es mi amiga. Si ella
dice que James Harris está entre los malvados, entonces es nuestro deber
cristiano Golpearlo.
— La única cosa que golpeare será tu cerebro — dijo Maryellen, volviendo
a Grace.
— Pero ella se equivoca. — Dijo Grace.
— Nueva Jersey era el tipo de lugar donde nadie cuidaba de otros, — dijo
Maryellen. — Nuestros vecinos eran agradables pero nunca anotaban el número
de la matrícula de un coche extraño. Nunca dirían que vieron a un extraño
vigilando su casa. Hay muchas cosas que son diferentes aquí, pero ni una sola
vez me arrepiento de vivir en una comunidad donde nos vigilamos mutuamente.
Veamos si podemos hacer un argumento más convincente que el de Patricia, y
si es así, se lo diré a Ed. Si Ed lo cree se mantiene, entonces tal vez hemos hecho
algo bueno.
Patricia sintió una ola de gratitud hacia ella.
— No seré parte de una especie de turba de linchamiento, — dijo Grace.
— No somos una turba de linchamiento, somos un club de lectura, — dijo
Kitty.
— Siempre hemos estado ahí la uno para la otra. Aquí es donde Patricia nos
pide ayuda. Es un poco raro, pero está bien. Haría lo mismo por nosotras.
— Si alguna vez ocurre esa situación, — dijo Grace, — no lo hagas. — Y
salió de la casa de Slick.


A la mañana siguiente, Patricia había decidido limpiar el armario del estudio
antes de seguir haciendo más investigación sobre los vampiros cuando sonó el
teléfono. Ella respondió.
— Patricia. Es Grace Cavanaugh.
— Siento mucho lo que pasó en el club de lectura — dijo Patricia, no se había
dado cuenta hasta este momento de lo desesperadamente que quería escuchar la
voz de Grace. — No hablaré más de esto contigo si no quieres.
— Encontré su camioneta — dijo Grace.
El cambio a otra página fue tan rápido que Patricia no pudo seguirlo.
— ¿Qué furgoneta? — Preguntó.
— La de James Harris — dijo Grace. — Verás, recordé que en El Silencio de
los corderos el hombre esconde su coche que contiene una cabeza en un mini-
almacén. Y recordé que te conozco desde hace casi siete años y te daré el
beneficio de la duda.
— Gracias, — dijo Patricia.
— El único mini-almacén en Mt. Pleasant es Pak Rat en la calle Autopista
17, — continuó Grace. — Deletrean mal pak porque piensan que es lindo. No
lo es. Bennett conoce a Carl, el hombre que lo dirige. Así que llamé a la esposa
de Carl, Zenia, anoche, no estoy segura de que la conozcas, pero ambas estamos
en el coro de campanas. Le dije lo que estaba buscando ella se alegró y dijo que
llamaría y ver qué podía encontrar, resulta que hay un James Harris que alquila
una unidad, y el encargado dijo que lo había visto entrar en una camioneta
blanca. Lo vio la semana pasada. Así que todavía es el dueño.
— Grace, — dijo Patricia. — Son noticias maravillosas.
— No si está haciéndole daño a los niños, — dijo Grace.
— No, por supuesto que no, — dijo Patricia, sintiéndose castigada y
triunfante al mismo tiempo.
— Si realmente crees que este hombre no es nada bueno, — dijo Grace, —
necesitas más que esto antes de que vayamos a donde Ed. No queremos ir a
medias.
— No te preocupes, Grace — dijo Patricia. — Cuando vayamos, estaremos
completamente confiadas.
PSYCHO
Agosto de 1993
Capitulo 20
— Pero te dije que podías pasar la noche con Laurie, — le dijo Patricia a
Korey.
— Bueno, ahora he cambiado de opinión, — dijo Korey.
Se paró en la puerta del baño de Patricia mientras terminaba de maquillar.
Korey había vuelto a casa del campamento de fútbol y el estrés de Patricia
aumento exponencialmente. Ya era bastante difícil asegurarse de que Blue
estuviera en algún lugar seguro después de la noche, pero Korey se quedó en la
casa sin rumbo, viendo la televisión durante horas, quería que recibiera una
llamada telefónica, de repente y que necesitara pedir prestado el coche para ir a
ver a sus amigos en medio de la oscuriad. Excepto que esta noche no pasó,
Patricia en realidad la quería fuera de la casa.
— Soy la anfitriona del club de lectura, — dijo Patricia. — No has visto a
Laurie desde que regresaste del campamento.
Una de las razones por las que tenían su club en la casa de patricia esa noche,
era porque ella ejerció una suave presión sobre Carter para que llevara a Blue a
cenar a Quincy's Steak House y luego a ver una película (se decidieron por algo
llamado El caso con un asesino de hacha). Y se suponía que Korey iba a pasar
la noche en el centro de la ciudad.
— Lo canceló, — dijo Korey. — Sus padres se están divorciando y ella quiere
pasar un tiempo de calidad con su papá. Esa falda está demasiado apretada.
— Aún no he decidido qué me voy a poner, — dijo Patricia, aunque en
realidad su falda no estaba demasiado ajustada. — Si vas a estar en casa tienes
que quedarte en tu habitación.
— ¿Y si tengo que ir al baño? — Preguntó Korey. — ¿Puedo quedarme en
mi habitación entonces, madre? La mayoría de los padres pensarían que es
genial que su hijo quiera pasar más tiempo con ellos.
— Sólo te pido que te quedes arriba, — dijo Patricia.
— ¿Y si quiero ver la televisión? — preguntó Korey.

— Entonces ve a casa de Laurie Gibson.


Korey se encorvó y Patricia se cambió la falda porque se sentía apretada,
luego terminó de maquillarse, y se roció el cabello. No había nada para comer,
pero había hecho café y lo había puesto en una jarra térmica en caso de que la
policía quisiera. ¿Y si querían descafeinado? Ella no tenía y se preocupa de que
eso pueda afectar su humor.
Se sentía tensa. Antes de este verano nunca había interactuado con el policía,
y ahora sentía que eso era todo lo que hacía. La pusieron nerviosa, pero si podia
pasar esta noche, James Harris ya no sería su problema. Todo lo que tenía que
hacer era convencer a la policía de que él era un distribuidor de droga,
empezarían a investigar sus asuntos, y todos sus secretos se derrumbarían. Y no
lo hacía sola; tenía su club de lectura.
Patricia se preguntaba qué habrían dicho si les decía que ella pensó que James
Harris era un vampiro. O algo así. No estaba segura de la terminología exacta,
pero eso le serviría hasta que encontrara un mejor nombre. ¿De qué otra manera
se puede explicar que esa cosa salga de su cara? ¿De qué otra manera explicaria
su aversión a salir a la luz del sol, su insistencia en ser invitado en el interior, el
hecho de que las marcas en los niños y en la Sra. Savage parecían como
mordiscos?
Cuando ella trató de hacerle la RCP, él se veía enfermo, débil y al menos diez
años mayor. Cuando ella lo vio la semana siguiente… brillaba positivamente
con salud. ¿Qué había sucedido en medio? Francine había desaparecido. ¿Se la
había comido? ¿Había Chupado su sangre? Ciertamente le hizo algo.
Cuando se deshizo de sus prejuicios y consideró los hechos, el vampiro fue
la teoría que mejor se ajustaba. Afortunadamente, nunca tendría que decirlo a
nadie en voz alta porque esto estaba a punto de terminar. A ella no le importaba
lo que haría fuera de la ciudad, ella sólo quería que se fuera. Bajó las escaleras
y saltó cuando vio a Kitty saludándola… a través de la ventana de la puerta
principal. Slick se puso detrás de ella.
— Sé que llegamos media hora antes, — dijo Kitty mientras Patricia las
dejaba entrar. — Pero ya no podía sentarme en casa sin hacer nada.
Slick se había vestido de forma conservadora con una falda azul marino hasta
la rodilla y una blusa blanca con un chaleco azul de batik sobre ella. Kitty, por
otro lado, aparentemente perdió la cabeza justo antes de vestirse. Llevaba una
blusa roja...deslumbrante con diamantes de imitación roja y una enorme falda
floral. Mirarla a Patricia le dolía los ojos.
Patricia las dejo pasar y se sentaron en el estudio, luego fue a asegurarse de
que Korey tuviera la puerta del dormitorio cerrada, luego revisó la entrada, y
volvió al salón justo cuando Maryellen abria la puerta principal.
— ¿Yoo-hoo? ¿Llego demasiado pronto? — Maryellen llamó.
— Estamos en la cocina, — gritó Patricia.
— Ed fue a buscar a los detectives, — dijo Maryellen, entrando y poniendo
su bolso en la mesa del estudio. Sacó dos tarjetas de visita de su planificador.
— El detective Claude D. Cannon y el detective Gene Bussell. Gene es de
Georgia pero Claude es local y ambos son buenos. Nos escucharán. No puedo
prometer cómo van a reaccionar, pero nos escucharán.
Cada uno de ellas examinó las notas por falta de otra cosa que hacer.
Grace entró en el estudio.
— La puerta estaba abierta, — dijo. — Espero que no te importe...
— ¿Quieres un café?— Preguntó Patricia.
— No, gracias — dijo Grace. — Bennett está en una cena de la asociación
de cardiología. Él no volverá hasta tarde.
— Horse está en el Club de Yates con Leland, — dijo Kitty. — Otra vez.
Como julio se había vuelto más caluroso, Leland había convencido a Horse
de poner dinero en Gracious Cay. Entonces el Dow tuvo que sacar un préstamo
y Carter había cobrado algunas acciones de AT&T que el padre de Patricia les
dio como regalo de bodas y puso ese dinero en Gracious Cay, también. Los tres
hombres habían empezado a salir a cenar juntos, o se reunían para tomar unas
copas en el bar trasero del Club de Yates. Patricia no sabía de dónde Carter
encontraba el tiempo, pero el vínculo masculino parecía ser la cosa más
importante en estos días.
— Patricia, — dijo Grace, sacando una hoja de papel de su bolso. — Escribí
todos tus puntos de discusión en un esquema por si necesitas aclarar tus
pensamientos.
Patricia miró la lista escrita a mano, numerada y con una caligrafía muy
cuidadosa.
— Gracias, — dijo.
— ¿Quieres repasarlo otra vez? — Preguntó Grace.
— ¿Cuántas veces vamos a escuchar esto? — Preguntó Kitty.
— Hasta que lo hagamos bien, — dijo Grace. — Esto es lo más serio que
hemos hecho en nuestras vidas.
— No puedo seguir escuchando sobre esos niños, — gimió Kitty. — Es
horrible.
— Déjame ver, — dijo Maryellen, alcanzando a Patricia.
Patricia le dio el papel y Maryellen lo escaneó.
— Que el Señor nos ayude, — dijo. — Van a pensar que somos un montón
de locas.
Se sentaron alrededor de la mesa de la cocina de Patricia. La sala de estar
tenía un corte fresco con flores en la mesa, los muebles eran nuevos, y las luces
iluminaban bien. Ellas no querían subir al escenario hasta que fuera el momento.
Nadie tenía mucho que decir.
Patricia repasó su lista en su cabeza.
— Son las ocho en punto, — dijo Grace. — ¿Deberíamos ir a la sala de estar?
Empujaron sus sillas hacia atrás, pero Patricia sintió que necesitaba decir
algo, dar algún tipo de charla de ánimo, antes de que se comprometieran a esto.
— Quiero que todas lo sepan, — dijo Patricia, y todas se detuvieron a
escucharla.
— Una vez que la policía llegue aquí, no hay vuelta atrás. Espero que todas
estén preparadas para eso.
— Sólo quiero volver a hablar de libros, — dijo Kitty. — Quiero que todo
esto termine.
— Sea lo que sea que haya hecho, — dijo Grace, — no creo que James Harris
vaya a querer llamar más la atención sobre sí mismo después de esta noche. Una
vez que la policía empiece a hacerle preguntas, estoy segura de que dejará Old
Village tranquilamente.
— Esperemos que tengas razón, — dijo Slick.
— Ojalá hubiera otra manera, — dijo Kitty, con los hombros caídos.
— Todas lo deseamos, — dijo Patricia. — Pero no la hay.
— La policía será discreta, — dijo Maryellen. — Y todo esto terminará muy
rápido.
— ¿Se unirán a mí en un momento de oración? — Preguntó Slick.
Inclinaron sus cabezas y unieron sus manos, incluso Maryellen.
— Padre celestial, — dijo Slick. — Danos fuerza en nuestra misión, y haznos
justos en tu causa. En tu nombre rezamos, amén.
En fila atravesaron el comedor y fueron al salón donde se arreglaban y
Patricia se dio cuenta de su error.
— Necesitamos agua, — dijo. — Me olvidé de poner agua helada.
— Yo la traeré, — dijo Grace, y desapareció en la cocina. Trajo el agua a las
ocho y cinco. Todas se ajustaron y reajustaron sus faldas, sus cuellos, sus
collares y sus pendientes. Slick tomó sus tres anillos, luego se los puso de nuevo,
luego se los quitó. Eran las 8:10, luego las 8:15.
— ¿Dónde están? — Murmuró Maryellen para sí misma.
Grace revisó el interior de su muñeca.
— Ed no tiene un teléfono de coche, ¿verdad? — Preguntó Patricia. —
Porque nosotras podríamos llamarlo y ver dónde está.
— Vamos a quedarnos tranquilas, — sugirió Maryellen.
A las 8:30 escucharon un auto detenerse en la entrada, y luego otro.
— Son Ed y los detectives, — dijo Maryellen.
Todas se despertaron, se sentaron más derechas, se tocaron el pelo para
asegurarse de que estaba en su lugar. Patricia se acercó a la ventana.
— ¿Son ellos? — Preguntó Kitty.
— No, — dijo Patricia, mientras escuchaban los portazos de los coches. —
Es Carter.
Capitulo 21
— ¿Se olvidó de algo? — Maryellen preguntó detrás de ella.
Patricia miró por la ventana y sintió que todo se desmoronaba alrededor ella.
Vio cómo Carter y Blue salían del Buick y Leland BMW estacionado detrás de
ellos. Vio la pequeña camioneta Mitsubishi de Bennett conduciendo al final de
su camino de entrada y aparcar en su casa, y entonces Bennett salió y se unió a
Carter y Blue. Ed emergió del asiento trasero del BMW dorado de Leland con
una camisa de manga corta metida en sus jeans, usando una corbata de punto.
El viejo desaliñado Horse salió del lado del pasajero del coche de Leland y se
subió los pantalones. Leland salió del asiento del conductor y se puso su
chaqueta de poliéster de peso veraniego.
— ¿Quién es? — Preguntó Kitty desde el sofá.
Maryellen se levantó y se puso al lado de Patricia, y Patricia sintió que se
ponía rígida.
— ¿Patricia? — Grace preguntó. — ¿Maryellen? ¿Quiénes son todos?
Los hombres se dieron la mano y Carter vio a Patricia de pie en la ventana y
le dijo algo al resto de ellos y se dirigieron al porche en fila india.
—Todos ellos, — dijo Patricia.
La puerta principal se abrió, y Carter entró en el pasillo, Blue justo detrás de
él. Luego vino Ed, que vio a Maryellen parada al pie de las escaleras y se detuvo.
El resto de los hombres se amontonaron detrás de él, con el aire caliente de la
tarde flotando a su alrededor.
— Ed, — dijo Maryellen. — ¿Dónde están los detectives Cannon y Bussell?
— No van a venir, — dijo, jugueteando con su corbata.
Se acercó a ella, para tomar su hombro o acariciar su mejilla, y ella se echó
hacia atrás, deteniéndose en la base de la barandilla, sujetándola con ambas
manos.
— ¿Vendrán alguna vez? — Preguntó.
Manteniendo el contacto visual, negó la cabeza. Patricia puso una mano sobre
el hombro de Maryellen, y zumbaba debajo de ella como una línea de alta
tensión.
Los dos se hicieron a un lado mientras Carter enviaba a Blue arriba y los
hombres pasaron junto a ellos y se amontonaron en la sala de estar. Carter
esperó hasta que estuvieran todos dentro, y luego le hizo un gesto a Patricia
como un camarero llevándola a su mesa.
— Patty, — dijo. — Maryellen. ¿Te unes a nosotros?
Se dejaron llevar adentro. Kitty se secó las lágrimas de sus mejillas, con la
cara sonrojada. Slick miró fijamente al suelo entre ella y Leland y la miró, los
dos se quedaron muy, muy quietos. Grace se propuso estudiar la foto enmarcada
de la familia de Patricia que colgaba sobre la chimenea.
Bennett miró más allá de todos ellos, a través de las ventanas del porche,
hacia el pantano.
— Señoras, — dijo Carter. Claramente los otros hombres lo habían elegido
como su portavoz. — Necesitamos tener una charla seria.
Patricia trató de disminuir su respiración. Se había vuelto alta y superficial y
su garganta se sintió como si se estuviera hinchada. Miró a Carter y vio cuánta
ira llevaba en sus ojos. — No hay suficientes sillas para todos, — dijo. —
Deberíamos conseguir algunas de las sillas del comedor.
— Las conseguiré, — dijo Horse, y se dirigió al comedor.
Bennett fue con él, y los hombres llevaron las sillas al salón y sólo se oyó el
ruido de los muebles mientras todos se acomodaban. Horse se sentó junto a
Kitty en el sofá, sosteniendo su mano, y Leland se apoyó en la puerta de la sala.
Ed se sentó hacia atrás en una silla del comedor, como quien interpreta a un
policía en la televisión. Carter se sentó directamente frente a Patricia,
ajustándose el pliegue de sus pantalones de vestir, los puños de su chaqueta,
poniendo su cara profesional sobre su cara real.
Maryellen trató de recuperar la iniciativa.
— Si los detectives no vienen, — dijo, — no estoy segura de por qué están
todos aquí.

— Ed vino a nosotros, — dijo Carter. — Porque escuchó algunas cosas


alarmantes y en lugar de arriesgarse a avergonzarse frente a la policía y
causando un grave daño tanto a ustedes como a sus familias, hizo el
responsable y nos lo hizo saber.
— Lo que tiene que decir sobre James Harris es difamatorio y calumnioso —
Leland intervino. — Podrías haber hecho que me demandaran hasta el olvido.
¿En que estabas pensando, Slick? Podrías haber arruinado todo. ¿Quién quiere
trabajar con un promotor que acusa a sus inversores de traficar con drogas para
niños?
Slick bajó la cabeza.
— Lo siento, Leland, — le dijo a su regazo. — Pero los niños…
— En el día del juicio, — citó Leland, — la gente se dará cuenta por cada
palabra descuidada que dicen… Mateo 12:36.
— ¿Quieres saber siquiera lo que tenemos que decir? — Preguntó Patricia.
— Tenemos lo esencial — dijo Carter.
— No, — dijo Patricia. — Si no has oído lo que tenemos que decir, entonces
no tienen derecho a decirnos con quién podemos o no podemos hablar. No son
nuestras madres. No estamos en los años 20. No somos unas tontas sentadas
cosiendo todo el día y chismorreando. Estamos en Old Village más que
cualquiera de los de aquí, y algo está muy mal aquí. Si tuvieras algún respeto
por nosotros, escucharías.
— Si tienes tanto tiempo libre, ve a por los criminales de la Casa Blanca, —
dijo Leland. — No fabriques uno en la calle.
— Vamos todos más despacio, — dijo Carter, con una suave sonrisa en los
labios. — Vamos a escuchar. No puede hacer daño y quién sabe, tal vez
aprendamos algo.
Patricia ignoró el tono calmado y médico-profesional de su voz. Si esto era
su farol, ella lo llamaría.
— Gracias, Carter, — dijo. — Me gustaría hablar.
— ¿Hablas por todas? — preguntó Carter.
— Fue idea de Patricia, — dijo Kitty, desde la seguridad del lado de Horse.
— Sí, — dijo Grace.
— Entonces dinos, — dijo Carter. — ¿Por qué crees que James Harris es un
criminal maestro?
Le tomó un momento a su sangre dejar de cantar en sus oídos y conformarse
con un rugido más apagado. Inhaló profundamente y miró alrededor de la
habitación. Leland la miraba con su cara estirada, prácticamente brillante de
rabia, sus manos metidas en sus bolsillos. Ed la estudió como lo hacían los
policías en la televisión cuando veían a los criminales cavar más profundo.
Bennett miró por las ventanas detrás de ella al pantano, de cara a la neutralidad.
Carter la miró, con su sonrisa más tolerante, y sintió que se encogía en su silla.
Sólo Horse la miraba con algo que se aproximaba a la amabilidad.
Patricia soltó su aliento y miró el contorno de Grace, con sus manos
temblorosas.
— James Harris, como todos saben, se mudó aquí alrededor de abril. Su tía
abuela, Ann Savage, tenía mala salud y él la cuidó. Cuando ella me atacó,
creemos que estaba bajo las drogas que él está vendiendo. Creemos que él está
vendiéndolas en Six Mile.
— ¿Basado en qué? — Preguntó Ed. — ¿Qué pruebas? ¿Qué arrestos? ¿lo
vio vendiendo drogas allí?
— Déjala terminar, — dijo Maryellen.
Carter extendió una mano y Ed se detuvo.
— Patricia. — Carter sonrió. Miró hacia arriba. — Deja tu papel. Dinos con
tus propias palabras. Relájate, todos estamos interesados en lo que tienes que
decir — extendió su mano, y Patricia no pudo evitarlo. Ella le entregó El
contorno de Grace. Lo dobló en tercios y lo metió en el bolsillo de su chaqueta.
— Creemos que él le dio esta droga, — dijo Patricia, forzándose a ver
El esquema de Grace en su cabeza, — a Orville Reed y Destiny Taylor.
Orville Reed se suicidó. Destiny Taylor sigue viva, por ahora. Pero antes de que
murieron, afirmaron haber conocido a un hombre blanco en el bosque que les
dio algo que les hizo enfermar. También estaba Sean Brown, primo de Orville,
que estaba involucrado en drogas, según la policía. Fue encontrado muerto en
los mismos bosques a los que fueron los niños, durante el mismo período.
Además, la Sra. Greene vio una furgoneta con la misma matrícula que la de
James Harris está en Six Mile durante el tiempo en que todo esto estaba
sucediendo.
— ¿Tenía exactamente el mismo número de matrícula? — Ed preguntó.
— La Sra. Greene sólo anotó la última parte, X 13S, pero la de James Harris
es TNX 13S — dijo Patricia. — James Harris afirma que se deshizo de esa
furgoneta, pero la guarda en el mini almacén Pak Rat de la autopista 17 y lo ha
sacado unas cuantas veces, la mayoría de las veces de noche.
— Increíble, — dijo Leland.
— Sean Brown estuvo involucrado en el tráfico de drogas, y creemos que
James Harris lo mató de una manera horrible para dar una lección a otros
traficantes de drogas, — dijo Patricia. — Ann Savage murió con lo que
llamarías marcas en el interior de su muslo. Destiny Taylor tenía algo similar.
James Harris debe haberles inyectó algo. Creemos que si examinan el cuerpo
de Orville Reed encontrará la misma marca.
— Eso es muy interesante, — dijo Carter, y Patricia sintió que se estaba
poniendo más pequeña con cada palabra que dijo. — Pero no estoy seguro de
que nos diga nada.
— Las marcas de la pista vinculan a Destiny Taylor y Ann Savage, — dijo
Patricia, recordando el consejo de Maryellen durante uno de sus ensayos.
— La camioneta de Harris fue vista en Six Mile, aunque dice que nunca ha
estado en Six Mile. Su furgoneta ya no está en su casa, pero la tiene en el Mini
-almacenamiento de Pak Rat. El primo de Orville Reed fue asesinado por lo que
está pasando. Destiny Taylor sufre de los mismos síntomas que Orville Reed
antes del suicidó. No creemos que debas esperar a Destiny Taylor...seguir su
ejemplo. Creemos que, aunque esta evidencia es circunstancial, hay una
preponderancia de ello.
Maryellen, Kitty y Slick miraron de Patricia a los hombres, esperando por su
reacción. No dieron ninguna. Arrojada, Patricia tomó un sorbo de agua, y luego
decidió probar algo que no habían ensayado.
— Francine era la mujer de la limpieza de Ann Savage, — dijo.
— Ella desapareció en mayo de este año. El día que desapareció, la vi llegar
en frente a la casa de James Harris para limpiar.
— ¿La viste entrar? — Ed preguntó.
—No — dijo Patricia. — Fue reportada como desaparecida y la policía cree
que ella fue a algún lugar con un hombre, pero, bueno, tienes que conocer a
Francine para darte cuenta de que es...
La voz de Leland sonó fuerte y clara. — Voy a detenerte ahí mismo. ¿Alguien
necesita oír más de estas tonterías?
—Pero, Leland...— comenzó Slick.
—No, Slick — dijo Leland.
— ¿Estarían dispuestas a escuchar otra perspectiva? — preguntó Carter.
Patricia odiaba su voz psiquiátrica y sus preguntas retóricas, pero ella asintió
con la cabeza por costumbre.
— Por supuesto — dijo.
— ¿Ed? — Carter lo incitó.
— He comprobado el número de matrícula que me diste — le dijo Ed a
Maryellen. — Le pertenece a James Harris, dirección de Texas, sin antecedentes
penales, excepto unas pocas violaciones menores de tráfico. Me dijiste que
pertenecía a un hombre con el que la chica de Horse y Kitty estaba saliendo.
— ¿Cariño está saliendo con este tipo? — Horse preguntó con una voz de
sorpresa.
— No, Horse, — dijo Maryellen. — Me lo inventé para que Ed comprobara
las matrículas.
Kitty frotó la espalda de Horse mientras sacudía la cabeza, atónita.
— Te lo diré — dijo Ed. — Siempre estoy feliz de ayudar a un amigo, pero
estaba bastante avergonzado de conocer a James Harris pensando que era un
ladrón. Fue un error de conversación hasta que me di cuenta de que me habían
engañado.
— ¿Lo conociste? — Preguntó Patricia.
— Tuvimos una conversación, — dijo Ed.
— ¿Habéis hablado de esto? — Patricia preguntó, y la traición hizo que su
voz fuese débil.
— Hemos estado hablando durante semanas — dijo Leland. — James Harris
es uno de los mayores inversores de Gracious Cay. En los últimos meses ha
puesto, bueno, yo no te diré cuánto dinero ha puesto, pero es una suma
considerable, y en ese tiempo me ha demostrado que es un hombre de carácter.
— Nunca me lo dijiste — dijo Slick.
— Porque no es asunto tuyo, — dijo.
— No te enfades con él, — dijo Carter. — Horse, Leland, James Harris, he
formado una especie de consorcio para invertir en Gracious Cay. Hemos tenido
varias reuniones de negocios y el hombre que hemos llegado a conocer es muy
diferente de este depredador asesino y traficante de drogas que usted describe.
Creo que es seguro decir que lo conocemos significativamente mejor que
ustedes en este punto.
Patricia pensó que había tejido un suéter, pero todo lo que tenía en sus manos
era un montón de hilo y todos se reían de ella, dándole palmaditas en la cabeza,
riéndose de su infantilismo. Quería entrar en pánico. En lugar de eso, se volvió
hacia Carter.
— Somos sus esposas. Somos las madres de vuestros hijos, y creemos hay
un peligro real aquí, — dijo. — ¿Eso no cuenta para algo?
— Nadie dijo que no, — comenzó Carter.
— No pedimos mucho — dijo Maryellen. — Sólo revisa su mini-
almacenamiento. Si la furgoneta está ahí, puedes conseguir una orden de
registro y ver si se relaciona a estos niños.
— Nadie está haciendo nada de eso — dijo Leland.
— Le pregunté sobre eso — dijo Ed. — Nos dijo que lo hizo porque pensó
que a todas las señoras de Old Village no les gustaba su camioneta estacionada
en el frente del patio, bajando el tono del vecindario. Grace, me dijo que estaba
matando su hierba. Así que cogió el Corsica, y puso la furgoneta en
almacenamiento porque no podía soportar dejarlo ir. Se está gastando ochenta
y cinco dólares al mes porque quiere encajar mejor en el vecindario.
— Y por eso, — dijo Leland, — quieres arrastrar su nombre por el barro y
acusarlo de ser un traficante de drogas.
— Somos hombres de pie en esta comunidad, — dijo Bennett. Su voz llevaba
un peso extra porque aún no había hablado. — Nuestros hijos van a la escuela
aquí, hemos pasado nuestras vidas construyendo nuestras reputaciones, y
ustedes iban a hacernos el hazmerreír porque son un montón de locas amas de
casa con demasiado tiempo en sus manos.
— Sólo te pedimos que vayas a ver la unidad de mini-almacén — dijo Grace,
sorprendiendo a Patricia. — Eso es todo. Sólo porque hayas tomado unos tragos
con él en el Club de Yates no significa que esté martillado con el oro más puro.
Bennett fijó sus ojos en ella. Su cara normalmente amistosa se puso roja.
— ¿Estás discutiendo conmigo? — preguntó. — ¿Estás discutiendo conmigo
en público?
La rabia en su voz aspiró el aire de la habitación.
— Creo que debemos calmarnos, — dijo Horse, inseguro de sí mismo. —
Ellas solo están preocupadas, ¿sabes? Patricia ha pasado por mucho.
— Estamos preocupados por los niños — dijo Slick.
— Es verdad, Patricia ha tenido algunos golpes emocionales recientemente
— dijo Carter. — Y la han sacudido más de lo que me había dado cuenta. Puede
que no lo sepas, pero hace unas semanas acusó a James Harris de ser un niño
abusador. Todas las mujeres tenéis una mente brillante, y sé lo difícil que es
encontrar la estimulación intelectual en un lugar como este. Añade en los libros
morbosos que lees en tu club de lectura y es una receta perfecta para una especie
de grupo histeria.
— ¿Un club de lectura? — Leland dijo. — Están en un grupo de estudio de
la Biblia.
La habitación se quedó en silencio, y luego Carter se rio.
— ¿Estudio de la Biblia? — dijo. — ¿Es así como lo llaman? No, se reúnen
una vez mes para el club de lectura y leer esos espeluznantes libros de crímenes
verdaderos llenos de sangrientas fotografías de asesinatos que ves en las
farmacias.
La sangre drenada de las caras de las mujeres. Las manos de Slick se
retorcieron en su regazo en nudillos blancos. Leland la miró desde el otro lado
de la habitación. Horse apretó la mano de Kitty.
— Se ha roto un pacto, — dijo Leland. —Entre el marido y esposa.
— ¿Qué está pasando? — Korey dijo desde la puerta de la sala de estar.
— ¡Te dije que te quedaras arriba! — Patricia se quebró, toda la humillación
que sintió que se le dispara a su hija.
— Cálmate, Patty. — Dijo Carter, y luego se volvió hacia Korey, jugando a
la suave figura paterna. — Sólo estamos teniendo una conversación de adultos.
— ¿Por qué está llorando mamá? — Preguntó Korey.
Patricia notó que Blue se asomaba por la puerta del comedor.
— No estoy llorando. Sólo estoy molesta, — dijo.
— Espera arriba, cariño, — dijo Carter. — ¿Blue? Ve con tu hermana. Iré a
explícalo todo después, ¿vale?
Korey y Blue se retiraron al pasillo. Patricia los oyó subir las escaleras,
demasiado alto y obvio, y en su cabeza contó los pasos. Ellos se detuvieron
antes de que llegaran a la cima y supo que estaban sentados en la escalera,
escuchando.
— Creo que ya se ha dicho todo lo que podría decirse, — dijo Carter
— No puedes evitar que vaya a la policía — dijo Patricia.
— No puedo detenerte, Patty, — dijo Carter. — Pero puedo informarles que
yo creen que mi esposa no está en su sano juicio. Porque la primera persona a
la que llamarán no es un juez para conseguir una orden de registro; será su
marido. Ed se ha asegurado de eso.
— No puedes seguir enviando a la policía a una búsqueda inútil. — dijo Ed.
Carter revisó su reloj.
— Creo que lo único que queda son las disculpas.
La columna vertebral de Patricia se convirtió en piedra. Esto era algo a lo que
podía aferrarse, este era el suelo sobre el que podía estar de pie.
— Si crees que voy a bajar a la casa de ese hombre y disculparme, están
profundamente equivocados, — dijo, dibujándose a sí misma, hablando tanto
como Grace como pudo. Trató de hacer contacto visual con Grace, pero Grace
miraba miserablemente a la fría chimenea, sin hacer contacto visual con
cualquiera.
— No tienes que ir a ninguna parte, — dijo Carter mientras sonaba el timbre.
— Él aceptó venir aquí.
Justo en el momento oportuno, Leland entró en el salón y volvió con James
Harris. Increíblemente, estaba sonriendo. James llevaba un Oxford blanco con
botones y camisa metida en un nuevo par de pantalones caqui, y mocasines
marrones. Se veía como alguien que pertenecía a un barco. Se parecía a alguien
de Charleston.
— Lamento todo esto, Jim, — dijo Ed, poniéndose de pie y estrechando su
mano.
Todos los hombres intercambiaron firmes apretones de manos y Patricia vio
que sus hombros se relajan, la tensión en sus caras se disolvía. Ella vio que
pensaban en él como uno de los suyos. James Harris se dirigió a las mujeres,
estudiando cada una de sus caras, parando en Patricia.
— Entiendo que he sido la fuente de mucho alboroto y preocupación — él
dijo.
— Creo que las chicas tienen algo que quieren decir, — dijo Leland.
— Me siento terrible por haber causado toda esta conmoción, — dijo James.
— ¿Patricia? — Carter incitó.
Ella sabía que él quería que ella fuera la primera en dar ejemplo a las mujeres,
pero ella era su propia persona, y no tenía que hacer nada no quería hacerlo. Ya
la había obligado a disculparse una vez. No otra vez.
— No tengo nada que decirle al Sr. Harris, — dijo ella. — Creo que él no es
quien dice que lo es y creo que todo lo que cualquiera tendría que hacer es mirar
dentro de su mini- unidad de almacenamiento para ver que tengo razón.
— Patricia, — Carter empezó.
— Estoy dispuesto a dejar el pasado en el pasado si Patricia lo es, — dijo
James, y se acercó a ella con una mano extendida. — ¿Perdonar y olvidar?
Patricia vio su mano y toda la habitación detrás de ella borrosa y sintió los
ojos de todos en ella.
— Sr. Harris, — dijo ella. — Si no quita su mano de mi cara inmediatamente,
voy a escupir en ella
— ¡Patty! — Carter enloqueció.
James sonrió avergonzado y retiró su mano.
— Pensé que éramos amigos, — dijo. — Lo siento por lo que he hecho para
ofenderte.
— Dale la mano en este momento como un adulto, — dijo Carter.
— Absolutamente no, — dijo.
— Te estás avergonzando a ti misma y a los niños, — dijo Carter. — Lo estoy
pidiéndote que te disculpes.
Entonces Grace salvó el día.
— Sr. Harris — dijo ella, de pie y caminando hacia él. — Por favor, acepte
mis disculpas. Parece que nuestra imaginación se escapó con nosotros.
Le dio la mano y luego, una tras otra, cada una de las mujeres se puso de pie,
se disculpó, y estrechó su mano, y sonrió, e hizo una reverencia, mientras
Patricia se sentaba allí, al principio hirviendo de rabia caliente, luego se enfrío.
— Me gustaría preguntar algo, si no es demasiado — dijo James Harris.
— En este momento, creo que todos estamos dispuestos a hacer lo que sea
necesario para dejar esto atrás — dijo Carter.
— Cuanto más me conozcas — dijo James Harris, — más te darás cuenta de
que no soy una especie de súper criminal. Sólo soy un hombre ordinario que se
enamoró de este vecindario y quiere ser parte de él. Sólo estamos asustados por
lo que no sabemos. He sido una fuente de mucha ansiedad para Patricia, y estoy
seguro de que no es la única. No quiero que nadie me tema. Quiero ser tu amigo
y tu vecino. Así que, si está bien con todo el mundo, me gustaría unirme a su
club de lectura como miembro a tiempo completo. Usted me tuvo como invitado
una vez, y creo que sería un buen lugar donde podría conocer mi verdadero yo.
Patricia no podía creer lo que estaba escuchando.
— Es una sugerencia generosa y considerada, — dijo Carter. — ¿Patty?
¿Chicas? ¿Qué te parece?
Patricia no dijo una palabra. Sabía que no importaba lo que ella pensara.
— Creo que eso es un sí, — dijo Carter.
Capitulo 22
Patricia no quiso hablar esa noche, y Carter tuvo el buen sentido de no
forzarla. Se fue a la cama temprano. ¿Carter pensó que no pasaba nada?
Dejándola preocuparse por Korey y Blue. Dejo que los alimentase y los
mantenga a salvo.
Abajo ella lo escuchó salir y traer comida china para llevar para los niños, y
el zumbido de subida y bajada de una conversación seria se filtró del comedor.
Después de que Korey y Blue se fueron a la cama, Carter durmió en el sofá del
estudio.
A la mañana siguiente, vio la foto de Destiny Taylor en el periódico y leyó la
historia con aceptación entumecida. El niño de nueve años había esperado hasta
que fuera su turno en el baño de su casa de acogida, luego tomó el hilo dental,
envolvió alrededor de su cuello una y otra vez, y se colgó del toallero.
La policía estaba investigando si podría ser un abuso.
— Me gustaría hablar con usted en el comedor, — dijo Carter desde la puerta
a la guarida.
Patricia levantó la vista del periódico. Carter necesitaba afeitarse.
— Esa niña se suicidó, — dijo. — El que te dijimos, Destiny Taylor, se
suicidó como te advertimos que lo haría.
— Patty, desde mi punto de vista, impedimos que una turba de linchadores
corriera un hombre inocente fuera de la ciudad.
— Era la mujer a cuya caravana llegaste en Six Mile, — dijo Patricia.
— Viste a esa pequeña niña. Nueve años de edad. ¿Por qué una niña de nueve
años se asesinaría a si misma? ¿Qué podría hacerla hacer eso?
— Nuestros hijos te necesitan, — dijo Carter. — ¿Ves lo que tu club de
lectura le ha hecho a Blue?
— ¿Mi club de lectura? — preguntó, fuera de balance.
— Las cosas morbosas que leen, — dijo Carter. — ¿Viste las cintas de
video en la parte superior de la televisión? Consiguió Noche y Niebla de la
biblioteca.
Es el Holocausto de las grabaciones. Eso no es lo que mira un niño normal
de diez años.
— Una niña de nueve años se ahorcó con el hilo dental y no se molestan en
preguntar por qué, — dijo Patricia. — Imagina si esa fuera tu último recuerdo
de Blue colgando del toallero, el hilo dental cortando su cuello
— Por Dios, Patty, ¿dónde aprendiste a hablar así?
Entró en el comedor. Patricia pensó en no seguirlo, entonces se dieron cuenta
de que esto no terminaría hasta que hubieran jugado cada uno de los momentos
que Carter había planeado. Se levantó y lo siguió. El sol de la mañana hizo
brillar las paredes amarillas del comedor. Carter se puso de pie frente a ella
desde el otro extremo de la mesa, las manos detrás de su espalda, una de sus
platillos delante de él.
— Me doy cuenta de que tengo parte de la responsabilidad por lo mal que
están las cosas, — dijo. — Has estado bajo una gran cantidad de estrés por lo
que sucedió con mi madre, y nunca procesaste adecuadamente el trauma de que
está siendo herido. Dejé que el hecho de que seas mi esposa nublara mi juicio
no me di cuenta de los síntomas.
— ¿Por qué me tratas así? — preguntó.
Él la ignoró, continuando su discurso.
— Vives una vida aislada, — dijo Carter. — Tus gustos de lectura son
mórbidos. Tus dos hijos están pasando por fases difíciles. Tengo un trabajo que
requiere que trabaje muchas horas. No me di cuenta de lo cerca al límite en que
estabas.
Tomó el platillo, lo llevó a su extremo de la mesa, y lo dejó con un clic. Una
cápsula verde y blanca giró en el centro.
— He visto esto cambiar la vida de la gente, — dijo Carter.
— No lo quiero, — dijo.
— Te ayudará a recuperar el equilibrio, — dijo.
Ella pellizcó la cápsula entre su pulgar e índice. Dista Prozac estaba impreso
en el lateral.
— ¿Y tengo que tomarlo o me dejarás? — preguntó.
— No seas tan dramática, — dijo Carter. — Te estoy ofreciendo ayuda.
Metió la mano en su bolsillo y sacó una botella blanca. Se sacudió cuando lo
puso en la mesa.
— Una píldora, dos veces al día, con comida. — Dijo. — No voy a contar las
pastillas. No voy a ver cómo las tomas. Puedes tirarlas por el baño, si quieres.
No soy yo tratando de controlarte. Este soy yo tratando de ayudarte. Eres mi
esposa y creo que puedes mejorar.
Al menos tuvo el buen sentido de no intentar besarla antes de irse.
Después de que se fue, Patricia tomó el teléfono y llamó a Grace. Su
contestador la atendió, así que llamó a Kitty.
— No puedo hablar, — dijo Kitty.
— ¿Viste el periódico esta mañana? — Preguntó Patricia. — Esa fue Destiny
Taylor, página B-6.
— No quiero oír hablar más de ese tipo de cosas, — dijo Kitty.
— Sabe que hemos ido a la policía, — dijo Patricia. — Piensa en lo que él
que nos va a hacer.
— Va a venir a nuestra casa, — dijo Kitty.
— Tienes que salir de ahí, — dijo Patricia.
— Para la cena, — dijo Kitty. — Para conocer a la familia. Horse quiere que
sepa que no hay resentimientos.
— Pero, ¿por qué? — Preguntó Patricia.
— Porque así es como es Horse, — dijo Kitty.
— No podemos rendirnos sólo porque el resto de los hombres piensen de
repente que es su amigo.
— ¿Sabes lo que podríamos perder? — Preguntó Kitty. — Son negocios con
Slick y Leland. Es el trabajo de Ed. Son nuestros matrimonios, nuestras
familias. Horse ha puesto todo nuestro dinero en este proyecto que está haciendo
con Leland.
— Esa niña murió, — dijo Patricia. — No la viste, pero apenas tenía nueve.
— No hay nada que podamos hacer al respecto, — dijo Kitty. — Tenemos
que ocuparnos de nuestras familias y dejar que otras personas se preocupen por
las suyas. Si alguien está haciendo sufrir a esos niños, la policía los detendrá.
Consiguió la contestadora de Grace de nuevo, y luego intentó con Maryellen.
— No puedo hablar, — dijo Maryellen. — Estoy en medio de algo.
— Llámame más tarde, — dijo Patricia.
— Estoy ocupada todo el día, — dijo Maryellen.
— Esa niña se suicidó, — dijo Patricia. — Destiny Taylor.
— Tengo que irme, — dijo Maryellen.
— Está en la página B-6, — dijo Patricia. — Va a haber otro después de que
esto, y otro después de eso, y otro, y otro.
Maryellen habló tranquila y bajo.
— Patricia, — dijo. — Detente.
— No tiene que ser Ed, — dijo Patricia. — ¿Cuáles eran los nombres de los
otros dos detectives de la policía? ¿Cannon y Bussell?
— ¡No! — Maryellen dijo, demasiado alto. Patricia escuchó jadeando por el
teléfono y se dio cuenta de que Maryellen estaba llorando. — Aguanta, — dijo,
y olfateó con fuerza.
Patricia la oyó colgar el teléfono.
Después de un momento, Maryellen lo volvió a coger.
— Tuve que cerrar la puerta del dormitorio, — dijo. — Patricia, escúchame.
Cuando vivíamos en Nueva Jersey, volvimos a casa de la fiesta del cuarto
cumpleaños de Alexa y nuestra puerta principal estaba abierta de par en par.
Alguien entró y orinó en la alfombra de la sala de estar, volteó todas nuestras
estanterías, rellenó nuestras fotos de la boda en la bañera de arriba y la dejó en
marcha, así que hizo una copia de seguridad e inundó el techo. Nuestras ropas
fueron cortadas en pedazos. Nuestros colchones y tapicería cortada. Y en la
habitación del bebé habían escrito "Die Pigs" en la pared con las heces.
Patricia escuchó el zumbido de la línea mientras Maryellen recuperaba el
aliento.

— Ed era un oficial de policía y no podía proteger a su propia familia, —


Maryellen continuó. — Se lo comió vivo. Cuando se suponía que estaba en el
trabajo se estacionó al otro lado de la calle y vigiló nuestra casa. Se saltaba los
turnos. Querían darle unas semanas libres, pero necesitaba las horas, así que
siguió entrando. No fue su culpa, Patty, pero lo enviaron a recoger un ladrón de
tiendas en el centro comercial y el chico se escabulló y Ed lo golpeó. No
quiso decir no fue tan difícil, pero el chico perdió parte de la audición en su
oreja del lado izquierdo. Era una de esas cosas raras. No vinimos aquí porque
Ed quería un lugar más tranquilo. Vinimos aquí porque esto era todo lo que él
podría encontrar. Ed usó todos sus favores para ser transferido.
Se sonó la nariz. Patricia esperó.
— Si alguien habla con la policía, — dijo Maryellen, — lo van a seguir de
vuelta a Ed. Ese chico al que golpeó tenía once años. Nunca encontrará otro
trabajo. Prométeme, Patricia. No más.
— No puedo. — Dijo Patricia.
— Patricia, por favor… — comenzó Maryellen.
Patricia colgó.
Intentó con Grace otra vez. La máquina seguía contestando, así que llamó a
Slick.
— Lo vi en el periódico esta mañana, — dijo Slick. — La madre de esa pobre
chica.
El corazón de Patricia se aflojó.
— Kitty está demasiado asustada para hacer algo, — dijo Patricia. — Ha
enterrado su cabeza en la arena. Y Maryellen está en una mala posición por
culpa de Ed.
— Ese hombre es malvado, — dijo Slick. — Mira cómo nos ha retorcido
como pretzels y nos hizo parecer como tontas. Sabía exactamente cómo
conseguir la confianza de Leland.
— Dice que consiguió el dinero que puso en Gracious Cay de Ann Savage,
— Patricia dijo. — Pero eso es dinero sucio si alguna vez lo he visto.
— Lo sé, pero ahora es el socio de negocios de Leland, — continuó Slick. —
Y no puedo acusarlo de este tipo de cosas sin cortar la familia. Ya hemos pasado
por eso, Patricia. No voy a volver allí otra vez. No le hare eso a mis hijos.
— Se trata de la vida de los niños, — dijo Patricia. — Eso importa más que
el dinero.

— Nunca has perdido tu casa, — dijo Slick. — Nunca has tenido que
explicarle a tus hijos por qué tienen que mudarse con su abuela, o por qué tienes
que llevar al perro a la perrera porque los cupones de comida no cubren la
comida del perro.
— Si hubieras conocido a Destiny Taylor no serías capaz de endurecer tu
corazón, — Patricia dijo.
— Mi familia es mi roca, — dijo Slick. — Nunca lo has perdido todo. Deja
que la madre de Destiny se preocupe por Destiny. Sé que piensas que esto me
hace una mala persona, pero necesito volver y ser una buena administradora
para mi familia ahora mismo. Lo siento.
El contestador de Grace volvió a contestar cuando volvió a llamar, así que
Patricia consiguió su bolso y fue a su casa, saliendo al caluroso día. Cuando
tocó la campana de Grace, el sudor ya estaba filtrándose a través de su blusa.
Dejó que los ecos de las campanas murieran dentro de la casa, y luego llamó de
nuevo. El timbre se hizo más fuerte cuando la Sra. Greene abrió la puerta.
— No sabía que estabas ayudando a Grace hoy, — dijo Patricia.
— Sí, señora, — dijo la Sra. Greene, mirando a Patricia. — Ella está
sintiéndose mal.
— Siento oír eso, — dijo Patricia, tratando de entrar.
La Sra. Greene no se movió. Patricia se detuvo, con un pie en el umbral.
— Sólo voy a saludar un momento, — dijo Patricia.
La Sra. Greene inhaló a través de sus fosas nasales. — No creo que ella quiera
ver cualquiera, — dijo.
— Sólo será un minuto, — dijo Patricia. — ¿Te dijo lo que pasó ayer?
Algo confuso y conflictivo parpadeó en los ojos de la Sra. Greene, y luego
dijo: — Sí.
— Tengo que decirle que no podemos parar.
— Destiny Taylor murió, — dijo la Sra. Greene.
— Lo sé, — dijo Patricia. — Lo siento mucho.
— Prometiste que la llevarías de vuelta con su madre y ahora está muerta, —
La Sra. Greene dijo, luego se dio vuelta y desapareció en la casa.
Patricia entró en la fría y oscura casa. Su piel se contrajo y se rompió en la
piel de gallina. Nunca había sentido que el aire acondicionado estuviera tan bajo
antes.
Caminó por el pasillo, hacia el comedor. La lámpara de techo estaba
encendida pero sólo parecía hacer que la habitación se oscureciera. Grace se
sentó en un extremo de la mesa en pantalones y un cuello de tortuga azul marino
bajo un suéter gris. La mesa estaba cubierta de basura.
— Patricia, — dijo Grace. — No estoy dispuesta a ver visitas.
Tenía sangre coagulada en la comisura de su boca, y como Patricia se acercó
y vio que era una costra alrededor de un labio partido.
— ¿Qué pasó? — preguntó, levantando los dedos al mismo lugar en la
esquina de su propia boca.
— Oh, — dijo Grace, e hizo que su cara se viera feliz. — La cosa más tonta,
estuvo en un accidente de coche.
— ¿Un qué? — Preguntó Patricia. — ¿Estás bien?
Acababa de ver a Grace anoche. ¿Cuándo había tenido tiempo de subirse a
un coche y tener accidente?
— Corrí a Harris Teeter esta mañana, — dijo Grace, sonriendo. Se rompió y
Patricia vio sangre húmeda brillando en la herida. — Estaba retrocediendo de
mi espacio y se estrelló contra un hombre en un Jeep.
— ¿Quién fue? — Preguntó Patricia. — ¿Conseguiste su seguro?
Grace ya la estaba despidiendo antes de que terminara.
— No es necesario, — dijo. — Sólo fue una tontería. Estaba más
conmocionado que yo.
Le dio a Patricia otra sonrisa entusiasta. Hizo que Patricia se sintiera enferma,
así que miró hacia la mesa para recoger sus pensamientos. Una caja de cartón
se sentó en un extremo, y su oscura superficie de madera estaba cubierta de
fragmentos blancos y dentados de porcelana rota. Un delicado mango sobresalía
de una curva de cerámica y Patricia reconoció una mariposa naranja y amarilla,
y luego su visión se ensanchó y abarcó toda la mesa.
— La vajilla de la boda, — dijo.
No pudo evitarlo. Las palabras se le cayeron de la boca. Todo el conjunto
había sido aplastado. Los fragmentos se esparcieron por la mesa como si fueran
fragmentos de hueso.
Se sintió horrorizada, como si viera un cadáver mutilado.
— Fue un accidente, — comenzó Grace.
— ¿James Harris hizo esto? — Preguntó Patricia. — ¿Trató de intimidarte?
¿Vino aquí y te amenazó?
Ella apartó los ojos de la carnicería y vio la cara de Grace. Fue pellizcada con
furia.
— No vuelvas a decir el nombre de ese hombre nunca más, — dijo Grace. —
No a mí, no a cualquiera. No si quieres que nuestras relaciones sigan siendo
cordiales.
— Era él, — dijo Patricia.
— No, — dijo Grace. — No estás escuchando lo que estoy diciendo. Me
sacudí su mano y se disculpó porque nos engañaste a todos. Usted lo humilló
delante de nuestros maridos, delante de un extraño, delante de vuestros hijos.
Intenté decírtelo antes y no me escuchaste, pero te lo digo ahora. Tan pronto
como haya aclarado este desastre — su voz se quebró — Estoy llamando a todos
los miembros del club de lectura y diciéndoles sin duda alguna que este asunto
ha llegado a su fin y nunca, nunca será mencionado otra vez. Y le daremos la
bienvenida a este hombre en el club de lectura y haremos lo que sea para dejar
esto atrás.
— ¿Qué te hizo? — Preguntó Patricia.
— Tú me hiciste esto, — dijo Grace. — Hiciste que confiara en ti. Y yo miré
como una tonta. Me has humillado delante de mi marido.
— Yo no… — Patricia lo intentó.
— Me atrapaste en tu actuación, — dijo Grace. — Tú arreglaste este evento
teatral amateur en su sala de estar y de alguna manera me convenciste en
participar, debo haber estado fuera de mi mente.
La mañana fluyó en los miembros de Patricia como lodo negro, llenándola
mientras Grace hablaba.
— Esta sórdida telenovela que has imaginado entre tú y James Harris, — dijo
Grace. — Casi sospecharía que estás... sexualmente frustrada.
Patricia no pudo detenerse. La ira no era suya. Vino de otro lugar, tenía que
hacerlo, porque había mucho de ella.

— ¿Qué haces todo el día, Grace? — preguntó, y escuchó su voz haciendo


eco de las paredes del comedor. — Ben se va a la universidad. Bennett está en
el trabajo. Todo lo que ustedes hacen es mirar por debajo de tu nariz al resto
de nosotros, esconderte en esta casa y limpiar.
— ¿Alguna vez piensas en lo afortunada que eres? — Preguntó Grace. — Tu
marido trabaja hasta los huesos para mantenerte a ti y a los niños. Es amable, él
no levanta la voz con ira. Todas sus necesidades son atendidas, pero vos tejes
estas horribles fantasías por aburrimiento.
— Soy la única persona que ve la realidad, — dijo Patricia. — Algo está mal
aquí, algo más grande que la vajilla de tu abuela, y tu pulido de plata, y tus
modales, y el libro del mes que viene, y tú también asustado de enfrentarlo. Así
que sólo te sientas en tu casa y te lavas como una buena pequeña esposa.
— Dices eso como si no fuera nada, — lamentó Grace. — Soy una buena
persona, y soy una buena esposa y una buena madre. Y, sí, limpio mi casa,
porque ese es mi trabajo. Es mi lugar en este mundo. Es lo que estoy aquí para
hacer. Y estoy satisfecha con eso. Y no necesito fantasear que soy Nancy Drew
para ser feliz. Puedo ser feliz con lo que hago y con lo que soy.
— Limpia todo lo que quieras, — dijo Patricia. — Pero cada vez que Bennett
toma un trago, te va a seguir golpeando en la boca.
Grace se puso de pie, congelada en shock. Patricia no podía creer que hubiera
dicho eso.
Permanecieron así en el frío comedor durante un largo momento, y Patricia
sabía que su amistad nunca se recuperaría. Se dio la vuelta y se fue de la
habitación.
Encontró a la Sra. Greene limpiando el polvo de la barandilla del pasillo.
— No te lo crees, ¿verdad? — Patricia le preguntó. — ¿Sabes quién es él
realmente?
La Sra. Greene hizo que su cara se calmara perfectamente.
— Hablé con la Sra. Cavanaugh y me explicó que ustedes no podrían ayudar
más, — dijo la Sra. Greene. — Ella me dijo todos en Six Miles están por nuestra
cuenta. Ella me explicó todo en gran detalle.
— No es verdad — dijo Patricia.
— Está bien — dijo la Sra. Greene, sonriendo débilmente. — Lo comprendo.
Desde aquí a la salida, no espero nada de ninguno de ustedes.
— Estoy de tu lado, — dijo Patricia. — Sólo necesito algo de tiempo para
que todo se establezca.
— Estás de tu lado — dijo la Sra. Greene. — Nunca te engañes a ti misma
sobre eso.
Luego le dio la espalda a Patricia y siguió limpiando el polvo de la casa de
Grace.
Algo explotó en rojo y negro dentro del cerebro de Patricia y la siguiente lo
que sabía que estaba entrando en su casa, de pie en el porche del sol, viendo a
Korey desplomado en la gran silla mirando la televisión.
— ¿Podrías por favor apagar eso e ir al centro o a la playa o en algún lugar?
— Patricia se quebró. — Es la una de la tarde.
— Papá dijo que no tenía que escucharte — le dijo Korey. — Dijo que estabas
pasando por una fase.
Se tocó un fuego dentro de ella, pero Patricia tuvo la claridad de ver cómo
cuidadosamente Carter había construido esta trampa para ella. Cualquier cosa
que hiciera probaría que él tiene razón. Podía oírle decir, en sus suaves tonos
psiquiátricos, que es un signo de lo enfermo que estás, de que no puedes ver lo
enfermo que estás.
Respiró profundamente. No reaccionó. Ella no participaría en esto ya no. Ella
fue al comedor y vio el Prozac en su platillo y el frasco de pastillas que está al
lado. Las cogió y se las llevó en la cocina.
Parada junto al fregadero, corrió el agua y lavó la píldora en el drenaje.
Desenroscó la botella y la miró por un momento. Luego ella sacó un vaso, lo
llenó, lo dejó, y comenzó a tomar toda la botella de pastillas, una por una.
Capitulo 23
El dulce hedor del ketchup hervido se arrastró por las fosas nasales de
Patricia, se deslizó sus senos nasales, y cubrió su garganta. Pasó su lengua por
el interior de su boca, y probó una película amarga que cubría sus dientes. Su
cráneo se tambaleó como la parte superior de su cuerpo se sacudió hacia
adelante y abrió los ojos y vio a una enfermera que la sube a la cama. Tenía
sábanas blancas y un riel beige. Carter se paró al final de su cama de hospital.
— No necesitamos eso — le dijo a la enfermera.
Patricia vio una bandeja de plástico burdeos en una mesa rodante delante de
ella, y un plato cubierto que apesta a ketchup hervido. La enfermera levantó la
tapa y Patricia vio tres albóndigas grises sentadas en una pila de espaguetis
amarillos cubierto de ketchup.
— Tengo que dejar la comida. — dijo la enfermera.
— Entonces ponla por ahí, — dijo Carter, y la enfermera la colocó en una
silla por la puerta y se fue.
— Dime que has mezclado la dosis. — dijo Carter. — Dime que cometiste
un error.
Ella no quería tener esta conversación ahora mismo. Patricia se dio vuelta y
miró por su ventana a la luz del sol de la tarde que atravesaba los pisos
superiores del edificio de Ciencias Básicas y se dio cuenta de que estaba en la
unidad de psiquiatría.
— ¿Tengo daño cerebral? — preguntó.
— ¿Sabes quién te encontró? — Preguntó Carter, apoyando sus manos en la
barandilla de la cama. — Blue, Tiene diez años y se encontró con que su madre
tenía un ataque en el piso de la cocina y probablemente tendrías daño cerebral
si no hubiera sido lo suficientemente inteligente como para llamar al 911. ¿En
qué estabas pensando, Patty? ¿Estabas pensando?
Lágrimas calientes salían de sus ojos, una a una, golpeando su nariz, que se
extiende sobre sus labios.
— ¿Está Blue aquí? — Preguntó.
— No sé qué te pasa, Patty, pero te juro que vamos a llegar al fondo del
asunto.
La hizo sentir como una pregunta de ensayo en una de las pruebas para niños,
pero no tenía derecho a objetar. Blue debe haber estado aterrorizado cuando la
encontró temblando en el suelo de la cocina. Le perseguiría durante el resto de
su vida. El olor caliente y cartilaginoso de las albóndigas hizo que su estómago
se retorciera apretado.
— No estaba tratando de matarme, — dijo, con la mandíbula apretada.
— Ya nadie te escucha — dijo Carter. — Hiciste un serio intento de suicidio,
como sea que intente explicarlo. Te tienen en unas 24 horas de retención
involuntaria, pero voy a revisarte fuera de aquí a primera hora de la mañana. No
hay nada malo en ti que no podamos resolver en casa. Pero antes de que nada
de eso ocurra, necesito saber ahora mismo: ¿fue esto sobre James Harris?
— ¿Qué? — preguntó, y se volvió para mirar a su marido. Su cara estaba
golpeada, abierta y en carne viva. Sus manos se agarraron con fuerza a la cama
rieles.
— Eres toda mi vida — dijo. — Tú y los niños. Tú y yo crecimos juntos. Y
de repente estás obsesionada con Jim, no puedes parar pensando en él, no
puedes dejar de hablar de él, y luego haces esto. La mujer con la que me casé
nunca intentaría suicidarse. No estaba en ella personaje.
— No estaba... — dijo ella, tratando de explicar genuinamente, — No quería
morir. Estaba tan enfadada. Querías tanto que tomara esas pastillas, así que
tomé...ellos.
Su rostro se cerró instantáneamente, y una puerta de acero cayó.
— No te atrevas a culparme esto — dijo.
— No lo haré. Por favor.
— ¿Por qué estás obsesionado con Jim? — preguntó. — ¿Qué hay entre los
dos?
— Es peligroso — dijo, y los hombros de Carter se desplomaron y él se alejó
de su cama. — Sé qué piensas que cuelga la luna pero es una persona peligrosa,
más peligrosa de lo que crees.

Y por un momento, pensó en decirle lo que había leído todo hace esas
semanas. Después de que ella leyera ese pasaje de Drácula sobre él necesitando
ser invitada a un hogar, se sentó y leyó todo el libro de nuevo y a mitad de
camino se encontró con una frase que le llevó y le hizo enfriar las manos.
Él puede ordenar todas las cosas malas, dijo Van Helsing a los Harker,
explicando los poderes de Drácula. La rata, el búho y el murciélago...
La rata.
En ese momento, supo quién era el responsable de la muerte de la Srta. Mary.
Rara vez había sabido algo con tanta certeza. Patricia pensó en lo que Carter
diría si supiera que su amigo ha puesto a su madre en el hospital, una mano
despojada de su piel, los tejidos blandos arrancados de su cara. También sabía
con certeza que, si le decía eso a Carter, él nunca la dejaría salir de esta
habitación.
— Desearía que tuvieras una aventura con él — dijo Carter. — Eso haría que
tu fijación es más fácil de entender. Pero esto es enfermizo.
— Él no es quien tú crees que es, — dijo ella.
— ¿Sabes lo que está en juego aquí? — preguntó él. — ¿Sabes el precio que
tu obsesión es enfrentarte a tu familia? Si sigues por este camino perderá todo
lo que hemos construido juntos. Todo.
Ella pensó en Blue viniendo a la cocina a comer y viendo sus convulsiones
en el linóleo amarillo y todo lo que quería hacer era aguantar a su bebé y
asegurarle que estaba bien. Que todo estaría bien...de acuerdo. Pero no estaba
bien, no mientras James Harris viviera en la misma calle.
Carter caminó hacia la puerta. Se detuvo cuando llegó allí e hizo un gran de
hablar con ella sin darse la vuelta.
— No sé si te importa— dijo. — Pero han organizado una búsqueda comité
para reemplazar a Haley
— Oh, Carter — ella graznó, genuinamente molesta por él.
— Todo el mundo se enteró de que estabas en espera en el psiquiátrico— dijo
— Haley vino esta mañana para decirme que tengo que concentrarme en mi
familia ahora mismo y no mi carrera. Tus acciones afectan a otras personas,
Patricia. El mundo entero no gira en torno a ti.

La dejó sola en la habitación, y ella vio el sol arrastrarse por la sala de


Ciencias Básicas y trató de imaginar que la vida vuelva a ser normal. Había
arruinado todo. Todo lo que cualquiera sabía de ella había sido destruido por lo
que había hecho. A partir de ahora ella sería inestable no importa lo que haya
hecho. ¿Cómo podrían sus hijos volver a confiar en ella? El olor de las
albóndigas la hizo sentir enferma.
Un estruendo en la puerta y ella se volvió para ver a Carter llevando a Korey.
y Blue. Korey se desplomó hacia adelante, con el pelo colgando de su cara,
usando una corbata camiseta teñida y sus vaqueros blancos con rasgaduras sobre
las rodillas. Blue llevaba sus pantalones cortos de la marina y una camiseta roja
de Iraq-na-fobia. Llevaba una gruesa biblioteca libro llamado Auschwitz: El
relato de un testigo ocular médico. Korey arrastró la sólo silla a través del suelo
y la dejó caer tan lejos de Patricia como ella podría conseguir. Blue se apoyó en
la pared a su lado.
Patricia quería abrazar a sus bebés y se acercó a ellos... y algo le arrancó las
muñecas. Ella miró hacia abajo, confundida, y vio que sus muñecas estaban
atadas a la cama con gruesas cintas de velcro negras.
— ¿Carter?
— No sabían si había riesgo de fuga — dijo. — te los quitaran cuando veas
al doctor
Pero Patricia sabía que lo había hecho a propósito. Cuando ella estaba
inconsciente, les había dicho que ella era un riesgo de fuga, porque así era como
quería que los niños la vieran. Bien, él podía jugar sus juegos, pero ella era
todavía su madre.
— Blue, — dijo. — Me gustaría un abrazo si te parece bien.
Abrió su libro y fingió leer, apoyándose en la pared.
— Siento que me hayas visto así, — le dijo Patricia en un bajo y tranquila
voz. — Hice una cosa estúpida y tomé demasiadas de mis píldoras y ellas me
enfermaron. Podría haber tenido daño cerebral si no hubieras sido lo
suficientemente valiente para llamar al 911. Gracias por hacer eso, Blue. Te
quiero.
Abrió su libro más ampliamente, y luego más ampliamente, presionando sus
tapas, desde el otro lado de la habitación, Patricia oyó cómo se rompía su
columna vertebral.
— Blue — dijo. — Sé que estás enfadado conmigo, pero no es así como
tratamos libros.
Dejó caer su libro al suelo con un golpe, y cuando se agachó para recogerlo
lo levantó por las páginas y varias de ellas se arrancaron en su mano.
— Estás enfadado conmigo, hijo— dijo Patricia. — No con el libro.
Entonces él estaba gritando, con la cara roja, sacudiendo el libro por sus
páginas, las cubiertas que caen de un lado a otro.
— ¡Cállate! — gritó, y Korey se metió los dedos en los oídos y encorvado
más abajo. — ¡Te odio! ¡Te odio! Intentaste matarte porque estás loca y ahora
estás atada a la cama y vas a ser enviada a un hospital psiquiátrico. ¡No nos
quieres a ninguno de nosotros! ¡Todo lo que te importa son tus libros estúpidos!
Agarró las páginas de su libro en una mano y las rompió frenéticamente,
dejándolos caer al suelo. Se deslizaron a través de la habitación, debajo de la
cama, debajo de la silla. Luego tiró la cubierta, ahora sólo de cartón, a Patricia.
La golpeó en la pierna.
— ¡Eso es suficiente! — Carter gritó, y Blue se detuvo, aturdido en silencio,
su cara retorcida por la rabia, las mejillas moteadas, los mocos que huyen de su
nariz, puños apretados a su lado, cuerpo vibrando. Patricia necesitaba ir a él y
tomarlo en sus brazos y tomar esa ira de él, pero ella estaba atada a la cama.
Carter se quedó junto a la puerta, sin moverse, brazos cruzados, estudiando la
escena que había creado, no va a consolar a sus hijos no desatando sus brazos
para poder hacerlo en su lugar, y Patricia pensó, nunca te perdonaré por esto.
Nunca. Nunca. Nunca.
— ¿Puedo obtener dinero para las máquinas? — Korey murmuró.
— Cariño, — preguntó Patricia. — ¿Sientes lo mismo que tu hermano?
— ¿Papá? —Korey repitió, ignorando a Patricia. — ¿Me puede dar un dólar
para las máquinas expendedoras?
Carter apartó la mirada de Patricia y asintió con la cabeza, poniendo su mano
en su bolsillo trasero y sacando su cartera. El único sonido en la habitación era
el llanto de Blue.
— ¿Korey? — Preguntó Patricia.
— Aquí — dijo Carter, sosteniendo algunos billetes —Toma a tu hermano.
Iré en un minuto.
Korey se puso de pie y se fue, llevando a Blue por el hombro.
No miró a Patricia ni una sola vez.

— Ahí lo tienes, Patty — dijo Carter después de que se fueron. — Eso es


lo que le estás haciendole a tus hijos. Entonces, ¿Qué va a ser? ¿Vas a continuar
con esta fijación en alguien que apenas conoces? ¿Qué te ha hecho
Exactamente? Oh, ya recuerdo; nada. No ha hecho ni una sola cosa. No está
acusado de nada. La única persona que cree que ha hecho algo malo eres tú, y
no tienes ninguna evidencia, ninguna prueba, nada excepto tus instintos. Así
que puedes seguir obsesionada con él, o puedes poner tu atención donde debe
estar; en tu familia. Depende de ti. He perdido mi ascenso, pero no es demasiado
tarde para los niños. Esto todavía se puede arreglar, pero necesitan un
compañero, no alguien que vaya a seguir empeorando las cosas. Así que esa es
la decisión que tienes que tomar. ¿Jim, o nosotros? ¿Cuál será tu decisión,
Patty?
TRES AÑOS DESPUÉS... UN
PELIGRO CLARO Y PRESENTE
Octubre de 1996
Capitulo 24
A Patricia le ponía nerviosa cuando Carter usaba su teléfono móvil mientras
conducía, pero él era el mejor conductor y ya estaban llegando tarde a la reserva
club, lo que significaba que iba a ser difícil encontrar aparcamiento.
— Y me ascenderá a rey— dijo Carter, soltando el volante con una mano
para poner su intermitente.
Su BMW rojo oscuro tomó el giro en Creekside con suavidad.
A Patricia no le gustaba que condujera así, pero por otro lado esto era una de
las pocas veces que no tenía a Rush Limbaugh en la radio, así que ella tomó sus
bendiciones como pudo.
— Puedes hacer el cheque a nombre de la Consultoría Clínica Campbell, —
Carter dijo. — La dirección está en la factura que envié por fax.
Cerró el teléfono y tarareó una pequeña canción.
— Esa es la sexta charla— dijo. — Va a estar muy ocupado este otoño. Tú
estás... ¿Segura que te parece bien que me vaya tanto?
— Te echaré de menos— dijo. — Pero la universidad no es gratis.
Los condujo por los frescos túneles formados por los árboles de Creekside,
la luz solar moribunda parpadeando entre las hojas, estropeando el parabrisas y
la capucha.
— Si todavía quieres remodelar la cocina, puedes hacerlo — dijo Carter. —
Tenemos suficiente.
Más adelante, Patricia vio la parte trasera del Chevy Blazer de Horse
estacionado en el fin de una larga línea de Saabs, Audis e Infinitis. Todavía eran
un bloque de la casa de Slick y Leland, pero los coches aparcados se extendían
todo el camino aquí atrás.
— ¿Está seguro? — Preguntó Patricia. — Todavía no sabemos dónde está
pensando en ir Korey
— O si está pensando — dijo Carter, parando detrás del Chevy de Horse,
pero dejando una gran zona de amortiguación entre sus coches. No valía la pena
aparcar también cerca de Horse en estos días.
— ¿Y si elige un lugar como la Universidad de Nueva York o Wellesley? —
Patricia dijo, desabrochándose el cinturón de seguridad.
— Las posibilidades de que Korey entre en la Universidad de Nueva York o
Wellesley, las tomo las probabilidades, — dijo Carter, dándole un beso en la
mejilla. — Deja de preocuparte. Te enfermarás.
Salieron del coche. Patricia odiaba salir de los coches. De acuerdo con la
báscula del baño, había ganado once libras y las sentía colgando de sus caderas
y su estómago, y la hicieron sentir inestable en sus pies.
No creía que se veía mal con la cara llena mientras le rociara el pelo un poco
más grande, pero entrar y salir de los coches la hacía sentir sin gracia.
Caminó por la calle con Carter, el frío de octubre pinchando sus brazos con
la piel de gallina. Ella reajustó su agarre en esto el libro del mes, ¿por qué Tom
Clancy necesitaba más páginas que la Biblia para contar y Carter abrió la puerta
en la literal valla blanca... alrededor del patio delantero de Slick y Leland.
Juntos, subieron por el camino del gran Cape Cod de Paleys, de color rojo
granero, que parecía pertenecer a Nueva Inglaterra, hasta la piedra de molino
decorativa en el patio delantero.
Carter tocó el timbre y la puerta se abrió instantáneamente para revelar a
Slick. Tenía gel y espuma y su boca era demasiado pequeña para su lápiz labial,
pero se veía genuinamente feliz de verlos.
— ¡Carter! ¡Patricia! — gritó, radiante. — Te ves fabulosa. —
Recientemente, Patricia se había sorprendido a sí misma cuando se dio cuenta
de que la principal razón por la que seguía viniendo al club de lectura era para
ver a Slick.
— Tú también te ves maravillosa, — dijo Patricia, con una sonrisa genuina.
— ¿No es este chaleco adorable? — Slick abrió los brazos. — Leland lo
compró para en casa de Kerrison por casi nada.
No importaba cuántos carteles de Paley Realty surgieron por todo el Mt.
Pleasant, o cuánto Slick hablaba de dinero, o mostraba cosas que Leland compró
para ella, o trató de chismorrear sobre la Academia Albemarle ahora que Tigre
finalmente había entrado. Para Patricia era una persona de sustancia.
— ¡Vuelve! — Slick dijo, llevándolos a la claustrofobia, el rugido del club
de lectura.
La gente se derramó del comedor de Slick, y Patricia se torció las caderas
para evitar chocar con nadie mientras Slick los llevaba por las escaleras, más
allá de todas las vitrinas para sus colecciones, las figuritas de pájaros del Jardín
Lenox, pequeñas casas de cerámica, muebles en miniatura de plata esterlina,
nuevas placas de pared... con más citas devocionales, más allá de los relojes de
pulsera coleccionables montados en cajas de sombra.
— ¡Hola, hola! — Patricia le dijo a Louise Gibbes mientras pasaban.
— Te ves fabulosa, Loretta, — le dijo Patricia a Loretta Jones.
— Tus gallos de pelea se llevaron una paliza el sábado — le dijo Carter a
Arthur Rivers, aplaudiéndole en un hombro, sin bajar la velocidad.
Salieron de la sala a la nueva adición en la parte posterior de la casa y el techo
de repente se disparó sobre sus cabezas, elevándose a una serie de los tragaluces.
La adición se extendió casi hasta la línea de propiedad de los Paleys, un enorme
granero para el entretenimiento, y cada centímetro estaba lleno de gente.
Debe haber cuarenta miembros hoy en día, y Slick era casi la única persona
con suficiente casa para todos ellos.
— Sírvanse, — dijo Slick sobre el rugido de la conversación que rebotaba los
altos techos y las paredes lejanas, que fueron colgadas con la pintoresca granja
implementos. — Tengo que encontrar a Leland. ¿Viste esto? Me dio un Reloj
de ratón. ¿No es divertido?
Agitó su muñeca brillante a Patricia, y luego se escabulló a un bosque de
espaldas y brazos que sostienen gafas de alquiler y manos que sostienen placas
de alquiler y todo el mundo con copias de Peligro Claro y Presente escondidas
bajo sus codos, o descansando en los respaldos de las sillas.
Patricia buscó a alguien que conocía, y vio a Marjorie Fretwell por el bufete.
Se besaban en ambas mejillas, como lo hacía la gente hoy en día.
— Te ves maravillosa, — dijo Marjorie.
— ¿Has perdido peso? — Preguntó Patricia.
— ¿Estás haciendo algo diferente con tu cabello? — Marjorie preguntó de
vuelta. — Me encanta.

A veces a Patricia le molestaba cuánto tiempo pasaban diciéndole a cada


uno otros lo bien que se veían, lo maravillosos que parecían, lo fantástico lo
eran. Hace tres años habría sospechado que Carter había llamado y les dijo a
todos
que se aseguraran de mantener el ánimo de Patricia, pero ahora se dio cuenta
de que todos lo hacían, todo el tiempo.
¿Pero qué había de malo en disfrutar de sus bendiciones? Tenían tantas cosas
buenas en sus vidas. ¿Por qué no celebrarlo?
— ¡Hey, hombre! — dijo una voz fuerte, y Patricia vio la cara roja de Horse
alzándose sobre el hombro de Marjorie. — ¿Está ese marido tuyo por aquí? —
Se inclinó inestablemente para picotear a Patricia en la mejilla. No se había
afeitado, y una nube de cerveza levadiza se cernía sobre su cabeza.
— Horse es Horse, por supuesto, por supuesto, — dijo Carter, acercándose
por detrás Patricia.
— No lo creerás, pero somos ricos de nuevo. — dijo Horse, poniendo una
mano en el hombro de Carter para estabilizarse. — La próxima vez que vayamos
al club, las bebidas están en mí.
— No olvides que tenemos cuatro más que quieren ir a la universidad —
Kitty dijo, entrando en el círculo y dándole a Patricia un abrazo de un solo brazo.
— ¡No seas tacaña, mujer! — gritó Horse.
— Firmamos los papeles hoy, — explicó Kitty.
— Cuando vea a Jimmy H. voy a besarle — dijo Horse. — Justo en los labios!
Patricia sonrió. James Harris había transformado totalmente la vida de Kitty
y Horse. Había enderezado la gestión de las granjas de Seewee, les contrató un
joven para dirigir las cosas, y convenció a Horse de vender 110 acres a un
desarrollador. Eso fue lo que finalmente había llegado a través de hoy.
No eran sólo ellos. Todos ellos, incluyendo a Patricia y Carter, habían
invertido más y más dinero en Gracious Cay, y como inversores externos
siguieron viniendo, todos ellos habían tomado líneas de crédito contra sus
acciones. Se sentía como si el dinero siguiera cayendo del cielo.
— Tienes que venir conmigo el sábado, — le dijo Horse a Carter. — Haz un
poco de barco de compras.
— ¿Cómo están los niños? — Patricia le preguntó a Kitty, porque esa era la
clase de las cosas que dijiste.
— Finalmente convencimos a Pony para que mirara la Ciudadela — dijo
Kitty. — No puedo soportar la idea de él en Carolina o en Wake Forest. Estaría
muy lejos.
— Es mejor cuando se quedan en el lugar, — Marjorie asintió.
— Y Horse quiere otro hombre de la Ciudadela en la familia, — dijo Kitty.
— Ese anillo de la clase abre las puertas, — dijo Marjorie. — Realmente lo
hace.
Mientras Marjorie y Kitty hablaban, la habitación comenzó a cerrarse
alrededor de Patricia.
Ella no sabía por qué las voces de todos sonaban tan fuertes, o por qué el
pequeño de su espalda se sentía fría y grasienta de sudor, o por qué le picaban
las axilas.
Luego olió las albóndigas suecas burbujeando en la plata en la mesa del buffet
a su lado.
Carter y Horse se rieron a carcajadas por algo y Horse puso su cerveza en la
mesa del buffet y ya tenía otra en la mano y Kitty dijo algo acerca de Korey, y
el familiar olor a hervor a ketchup llenó el cráneo de Patricia y cubrió su
garganta.
Se obligó a sí misma a dejar de pensar en ello. Era mejor no pensar sobre
ello. Su vida volvió a la normalidad ahora. Su vida era mejor que la normal.
— ¿Viste en las noticias sobre esa escuela en Nueva York? — Preguntó Kitty.
— Los niños tienen que llegar allí a las cinco de la mañana porque tardan dos
horas y media para pasar por los detectores de metales.
— Pero no puedes ponerle precio a la seguridad, — dijo Marjorie.
— Disculpe, — dijo Patricia.
Se abrió paso a través de los hombros y las espaldas, necesitando alejarse de
ese olor, torciendo sus caderas a un lado, aterrorizada de que golpeara a alguien
beber de sus manos, forzando su camino a través de los retazos de la
conversación.
— ...llevándolo a recorrer el campus…
— ...ha perdido peso…
— ...se ha sumergido en Netscape…
— ...el presidente es sólo un Bubba, es su esposa…
Kitty no la había visitado en el hospital.
Ella no quería llevar la cuenta de esta manera, pero por primera vez en años
sólo apareció en su mente.
— Entraste y saliste tan rápido— le había dicho Kitty a Patricia por teléfono.
— Iba a venir tan pronto como me organizara, pero para cuando sucedió, ya
estabas en casa
Recordó a Kitty rogando que la tranquilizara. — Con todas esas píldoras, tú
acabas de mezclar tu receta, ¿no es así?
Eso fue lo que pasó, ella estuvo de acuerdo, y Kitty estaba tan agradecida no
tenía que ir más lejos o ensuciarse más y ella había sido tan agradecida de que
todos lo dejaran caer y nunca más hablaran de ello, que ella no se había dado
cuenta de lo mucho que dolía que ninguno de ellos viniera al hospital. Ella
estaba agradecida. Estaba agradecida de que nadie la llamara suicida y la trató
de forma diferente. Estaba agradecida de que hubiera sido tan fácil volver en su
antigua vida. Estaba agradecida por el nuevo muelle y el viaje a Londres y la
cirugía para arreglarle la oreja y las comidas al aire libre del patio y el nuevo
coche.
Estaba agradecida por tantas cosas.
— Agua helada, por favor, — le dijo al hombre negro con guantes blancos
detrás del bar.
La única que vino al hospital fue Slick. Se presentó a las siete de la mañana
y golpeó suavemente la puerta abierta y entró y se sentó junto a Patricia. No
dijo mucho. No tenía ningún consejo o perspicacia, sin ideas u opiniones. No
necesitaba estar convencida de que todo había sido un accidente. Se sentó allí,
sosteniendo la mano de Patricia en una especie de oración silenciosa, y
alrededor de las siete y cuarenta y cinco ella dijo, — Todos necesitamos que te
mejores, — y se fue.
Ella era la única de las que Patricia se preocupaba más. No tenía nada en
contra de Kitty y Maryellen, y se veían socialmente, pero la única vez que se
acercó a Grace fue en el club de lectura. Cuando vio a Grace pensó en cosas que
había dicho que no quería recordar.
Se giró, con el vaso frío en una mano, agradecida de no haber podido oler las
albóndigas, y vio a Grace y Bennett de pie detrás de ella.
— Hola, Grace. — Dijo. — Bennett.
Grace no se movió; Bennett se quedó inmóvil. Nadie se inclinó hacia adelante
para un abrazo. Bennett tenía un té helado en la mano en lugar de una cerveza.
Grace había perdido peso.
— Es una gran concurrencia, — dijo Grace, inspeccionando la habitación.
— ¿Disfrutaste del libro de este mes? — Preguntó Patricia.
— Ciertamente he aprendido mucho sobre la guerra contra las drogas, — dijo
Grace.
Lo odiaba, Patricia quería decir. Todo el mundo hablaba en el mismo tono,
que esperarías de un vendedor de seguros que fantasea con la guerra. Cada frase
goteaba con DDOs1 y DDIs y LPIs y E-2s y F-15s 2y MH-53Js 3y C-141s4. No
entendía ni la mitad de lo que leía, no había mujeres en ella excepto tontos y
prostitutas, no tenía nada que decir sobre sus vidas, y se sentía como un anuncio
de reclutamiento para el ejército.
— Fue muy esclarecedor, — estuvo de acuerdo.
James Harris había convertido su club de lectura en esto. Había empezado a
conseguir que los maridos asistieran, y habían empezado a leer más y más libros
de Pat Conroy (“Es un autor local”) y Michael Crichton (“Fascinantes
conceptos”), y The Horse Whisperer y All the Pretty Horses y Bravo Two Zero,
y a veces Patricia se desesperaba por lo que iban a leer a continuación—¿The
Celestine Prophecy? Chiken Soup for the Soul? —pero sobre todo se
maravillaba de cuánta gente venía.
Era mejor no pensar en ello. Todo cambia, y ¿era realmente así que más gente
quisiera discutir sobre los libros?
— Necesitamos encontrar asientos, — dijo Grace. — Discúlpenos.

Patricia los vio retirarse entre la multitud. La iluminación de la pista se


puso más brillante a medida que el cielo exterior se oscurecía, y ella hizo su

1
DDOs: Ataque de denegación de servicio, también llamado ataque DoS, es un ataque a un sistema de
computadoras o red que causa que un servicio o recurso sea inaccesible a los usuarios legítimos

2
F-15s: Es un caza todo tiempo bimotor diseñado por la compañía estadounidense McDonnell Douglas
para ganar y mantener la superioridad aérea en el combate aéreo.

3
MH-53Js: Es un helicóptero construido para la Fuerza aérea de los Estados Unidos para realizar operaciones
de búsqueda y rescate en combate de largo alcance.
4
C-141S2: Fue un avión de transporte estratégico que formó parte de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos
camino de regreso a su grupo. A medida que se acercaba, olía a sándalo y a
cuero. La gente se separó y vio a Carter hablando excitadamente con alguien, y
luego pasó la última persona que bloqueó su vista y vio a James Harris, vestido
de azul camisa de Oxford con las mangas arremangadas, y sus caquis prensados
exactamente correcto, su pelo despeinado por los expertos, y su piel
resplandeciente de salud.
— No creerías el horario que me tienen este otoño — Carter le estaba
diciendo. — Seis charlas antes de enero. Tendrás que vigilar el viejo hogar.
— Sabes que te encanta, — dijo James Harris, y ambos se rieron.
Los pasos de Patricia vacilaron y se maldijo por no querer ver a James Harris,
que había hecho tanto por todos ellos, y se obligó a caminar hacia él con una
gran sonrisa. James Harris era el asesor comercial de Leland en estos días. Se
llamó a sí mismo consultor. Lo compensó por no salir durante el día trabajando
durante la noche. Él al estudiar detenidamente los planes de Gracious Cay,
cortejaba a los inversores externos en cenas que organizaba en su casa, y a veces
cuando Patricia caminaba por la calle Middle Street temprano en la mañana,
todavía podía oler el humo del cigarro en la calle fuera de su casa. Trabajaba
con los teléfonos, animó a la gente a salir de sus zonas de confort, convenció a
Leland de que dejara una coleta. Los llevó al futuro.
— Tendremos que casarte para que puedas saber lo que es estar atado, — le
dijo Carter a James Harris.
— Todavía no he conocido a alguien por quien valga la pena renunciar a mi
libertad, — James dijo.

Él y Carter eran casi como hermanos en estos días. Él era el único que
había convencido a Carter para entrar en la práctica privada. Él fue el que
convenció a Carter para que entrara en el circuito de conferencias, donde
ensalzó las virtudes del Prozac y el Ritalin a los médicos en vacaciones pagadas
en Hilton Head, y Myrtle Beach, y Atlanta, cortesía de Eli Lilly y Novartis. Él
era el responsable de todo el dinero acumulado en su cuenta bancaria que les
permitiría enviar a Korey a la universidad, y remodelar la cocina, y pagar el
BMW. Y sí, a veces sonaba el teléfono después de que Carter regresaba de uno
de sus viajes y una joven preguntaba por la Dr. Campbell, o a veces lo llamaban
Carter, pero Patricia siempre les daba el número de su oficina y cuando
preguntaba quiénes eran, Carter siempre decía; — Maldita sean las secretarias,
o Esa chica de la agencia de viajes, y enojó tanto que Patricia finalmente dejó
de preguntar, y siguió dando el número de su oficina cuando llamaron, y trató
de no pensar en ello porque ella sabía con qué facilidad las ideas podían entrar
en su cabeza y tomar formas retorcidas.
— ¡Patricia! — James Harris irradiado. — ¡Te ves maravillosa!
— Hola, James, — dijo ella mientras él la abrazaba.
Todavía no estaba acostumbrada a todos estos abrazos, así que se quedó
quieta y le dejó
— Este me estaba diciendo que voy a cenar con ustedes — dijo James Harris.
— Para vigilarte mientras está fuera de la ciudad.
— Lo estamos deseando, — dijo Patricia.
— ¿Entendiste algo del libro de este mes? — Preguntó Kitty. — Todo eso el
lenguaje militar me dejó la cabeza dando vueltas,
— ¡Whirlybird! — Horse vitoreó, en voz alta, levantando su cerveza.
Y los hombres comenzaron a hablar de la guerra contra las drogas, y de los
barrios pobres, y detectores de metales en las escuelas, y James Harris dijo algo
sobre y por un momento Patricia lo vio, con la barbilla chorreando sangre negra,
algo inhumano retrayéndose en su boca, y luego ella se apresuró esa imagen y
lo vio de la manera que ella lo veía tan a menudo, saludando como él caminaba
por el vecindario por las tardes, en el club de lectura, en su mesa cuando Carter
lo invitó a cenar. Había estado oscuro en la parte de atrás de su furgoneta. Había
pasado tanto tiempo. Ni siquiera estaba exactamente segura de lo que había
visto. Probablemente no había sido nada. Había hecho tanto por ellos.
Era mejor no pensar en eso.
Capitulo 25
— ¿Y qué dijo? — Preguntó Carter.
Dejó de meter camisetas y calcetines en su maleta al final de la cama.
— El Mayor dijo que Blue tiene escuela los sábados por los próximos dos
meses, — dijo Patricia. —Y tiene que hacer doce horas de voluntariado en un
refugio de animales antes de que termine el año.
— Eso es casi una hora a la semana entre ahora y entonces, — dijo Carter.
— Además de la escuela de los sábados. ¿Quién lo va a llevar a todo eso?
Su maleta se deslizó de la cama y se estrelló contra el suelo. Maldiciendo,
Carter empezó a agacharse, pero Patricia llegó primero, agachándose
torpemente, con las rodillas reventadas. Siempre estaba frenético antes de salir
en uno de sus viajes, y ella necesitaba que se calmara si iba a ayudar con Blue.
Cogió la maleta y la volvió a poner en la cama.
— Slick y yo vamos a compartir el coche con los chicos, — dijo Patricia,
redoblando sus camisetas derramadas.
Carter sacudió la cabeza.
— No quiero a Blue cerca de ese chico Paley, — dijo. — Para ser honesto,
no te quiero cerca de Slick. Es una chismosa.
— Eso no es práctico, — dijo Patricia. — Ninguno de los dos tiene tiempo
de llevarlos de un lado a otro cada sábado.
— Ambas son amas de casa, — dijo. — ¿Qué más hacen todo el día?
Sintió que sus venas se estrechaban, pero no dijo nada. Podía encontrar el
tiempo si era tan importante para él. Sintió que sus venas se relajaban. Lo que
más le molestaba eran sus comentarios sobre Slick.
Presionó la última camiseta doblada sobre la pila de la maleta de Carter.
— Tenemos que hablar con Blue, — dijo ella.
Carter dio un suspiro profundo.
— Terminemos con esto, — dijo él.
Llamó a la puerta de Blue. Carter se puso detrás de ella. No respondió.
Patricia golpeó con los nudillos otra vez, escuchando cualquier sonido que
pudiera ser un "sí" o un "ajá" o incluso el raro "¿qué?" y entonces Carter pasó
junto a ella y golpeó la puerta bruscamente, girando la manilla, empujándola
para abrirla mientras seguía golpeando.
— ¿Blue? — dijo, pasando por delante de Patricia. — Tu madre y yo
necesitamos hablar contigo.
Blue levantó la cabeza de su escritorio como si estuviera en medio de algo.
Cuando se fue al campamento el verano pasado, le regalaron un dormitorio
escandinavo de madera rubia que se envolvía en las paredes, con armarios
empotrados en el asiento de la ventana, un escritorio empotrado en las
estanterías y una cama empotrada al lado del escritorio. Blue lo había decorado
con anuncios de películas de terror recortados del periódico: Haz que mueran
lentamente, me comeré tu piel, beberé tu sangre. El ventilador del techo hizo
que los anuncios pulsaran y revolotearan como mariposas clavadas. Los libros
estaban amontonados en el suelo, la mayoría de ellos sobre los nazis, pero
también algo llamado El libro de cocina del anarquista en la parte superior de
una pila, y su copia de El extraño a mi lado, que había estado buscando.
En su cama yacía una copia de la biblioteca de los experimentos humanos
nazis y sus resultados y en el asiento de la ventana estaban los restos mutilados
de sus figuras de acción de Star Wars. Ella recordaba haberlas comprado para
él hace años y sus aventuras por la casa y en el coche habían jugado en el fondo
de su vida durante años. Ahora, había tomado su navaja de Boy Scout y tallado
sus caras en grumos rosados y multifacéticos. Les había derretido las manos con
la pistola de pegamento caliente. Había quemado sus cuerpos con fósforos.
Y fue su culpa. La encontró convulsionando en el suelo de la cocina. Llamó
al 911. Viviría con ese recuerdo por el resto de su vida. Ella se dijo a sí misma
que era demasiado viejo para las figuras de acción de todos modos. Así es como
jugaban los adolescentes.
— ¿Qué es lo que quieres? — Blue preguntó, y su voz sonó un poco al final.
Patricia se dio cuenta de que su voz estaba cambiando, y su corazón dio un
pequeño pellizco.
— Bueno, — dijo Carter, buscando un lugar para sentarse. No había estado
en la habitación de Blue lo suficiente como para saber que eso era imposible.
Se posó en el borde de la cama. — ¿Puedes decirme qué pasó hoy en la escuela?
Blue resopló, lanzándose hacia atrás en la silla de su escritorio.
— Dios, — dijo. — No fue gran cosa.
— Blue, — dijo Patricia. — Eso no es cierto. Abusaste de un animal.
— Déjalo hablar por sí mismo, — dijo Carter.
— Dios mío, — dijo Blue, poniendo los ojos en blanco. — ¿Es eso lo que
vas a decir? Soy un abusador de animales. ¡Enciérrenme! Cuidado Ragtag.
Esto último iba dirigido al perro, que dormía en una pila de revistas bajo su
cama.
— Calmémonos todos, — dijo Carter. — Blue, ¿Qué crees que pasó?
— Sólo fue una broma tonta, — dijo Blue. —Tiger tomó un poco de pintura
en aerosol y dijo que sería divertido ponérsela a Rufus y luego no se detuvo.
— Eso no es lo que nos dijiste en la oficina del Mayor, — dijo Patricia.
— Patty, — advirtió Carter, sin apartar los ojos de Blue.
Se dio cuenta de que estaba empujando y se detuvo, esperando que no fuera
demasiado tarde. Ella había empujado antes y terminó con Blue teniendo un
colapso en un vuelo a Filadelfia, con Korey tirando el porta platos y rompiendo
todo un juego de platos, con Carter masajeando el puente de su nariz, con ella
tomando esas píldoras. Ella presionó y las cosas siempre empeoraron. Pero ya
era demasiado tarde.
— ¿Por qué siempre te pones del lado de todos menos del mío? — Blue dijo,
lanzándose hacia adelante en su silla.
— Todo el mundo necesita calmarse... — empezó Carter.
— Rufus es un perro, — dijo Blue. — La gente muere todos los días. La gente
aborta bebés pequeños. Seis millones de personas murieron en el Holocausto.
A nadie le importa. Es sólo un perro tonto. Lo lavarán.
— Todos necesitan tomar un respiro, — dijo Carter, con las palmas hacia
afuera en el gesto calmante hacia Blue. — La semana que viene tú y yo nos
sentaremos y te daré un examen llamado Escala de Conners. Es para determinar
si prestar atención es más difícil para ti que para otras personas.
— ¿Y qué? — Preguntó Blue.
— Si lo es, — explicó Carter, — entonces te daremos algo llamado Ritalin.
Estoy seguro de que muchos de tus amigos lo toman. No cambia nada de ti, es
como unas gafas para el cerebro.
— ¡No quiero gafas para mi cerebro! — Blue gritó. — ¡No voy a hacer el
examen!
Ragtag levantó la cabeza. Patricia quería detener esto. Carter no había
hablado de esto con ella antes. Este era el tipo de decisión que tenían que tomar
juntos.
— Por eso tú eres el niño y yo soy el adulto, — dijo Carter. —Sé lo que
necesitas mejor que tú.
— ¡No, no lo sabes! — Blue volvió a gritar.
— Creo que todos deberíamos tomarnos unos minutos, — dijo Carter.
— Podemos hablar de nuevo después de la cena.
Guió a Patricia fuera de la habitación con un codo. Ella miró a Blue,
encorvada sobre su escritorio, con los hombros temblorosos, y quería tanto ir a
él que lo sintió en la sangre, pero Carter la condujo al pasillo y cerró la puerta
tras ellos.
— Él nunca..., — comenzó Carter.
— ¿Por qué está gritando? — Preguntó Korey, prácticamente saltando hacia
ellos desde la puerta de su habitación. — ¿Qué ha hecho?
— Esto no tiene nada que ver contigo, — dijo Carter.
— Sólo pensé que querrías la opinión de alguien que realmente lo ve a veces,
— dijo Korey.
— Cuando queramos tu opinión, te la pediremos, — dijo Carter.
— ¡Bien! — Korey se quebró, dando un portazo en la puerta de su
dormitorio. Golpeó bruscamente contra su marco. Desde atrás vino un apagado,
— Lo que sea.
Korey había sido tan fácil durante tantos años, yendo a hacer aeróbicos
después de la escuela, quedándose los miércoles por la noche para ver Beverly
Hills, 90210 con el mismo grupo de chicas de su equipo de fútbol, yendo al
campamento de fútbol de Princeton en el verano. Pero este otoño había
empezado a pasar más y más tiempo en su habitación con la puerta cerrada.
Había dejado de salir y de ver a sus amigos. Sus estados de ánimo iban desde el
coma hasta una rabia explosiva, y Patricia no sabía lo que la había provocado.
Carter le dijo que lo veía todo el tiempo en su práctica: era su tercer año de
universidad, los exámenes SAT estaban por llegar, tenía que aplicar a las
universidades, Patricia no debía preocuparse, Patricia no entendía, Patricia
debía leer algunos artículos sobre el estrés universitario que él le daría si se
sentía preocupada.
Detrás de la puerta de Korey, la música se puso más fuerte.
— Necesito terminar de limpiar la cocina, — dijo Patricia.
— No voy a asumir la culpa por la forma en que está actuando, — dijo Carter,
siguiendo a Patricia por las escaleras. — Tiene cero autocontrol. Se supone que
debes enseñarle a manejar sus emociones.
Siguió a Patricia al estudio. Sus manos le dolían para sostener una aspiradora,
para que su rugido borrara las voces de todos, para que todo desapareciera. No
quiso pensar en la actuación de Blue porque sabía que era su culpa. Su
comportamiento había cambiado desde el momento en que la encontró en el
suelo de la cocina. Carter la siguió hasta la cocina. Podía oír la música de Korey
que atravesaba el techo, todas las armónicas y guitarras apagadas.
— Nunca antes había actuado así, — dijo Carter.
— Tal vez no estás lo suficientemente cerca de él, — dijo Patricia.
— Si sabías que las cosas estaban tan mal, ¿por qué no dijiste algo antes? —
preguntó.
Patricia no tenía una respuesta. Se paró en el medio de la cocina y miró a su
alrededor. Había estado midiendo para la remodelación cuando la escuela la
llamó para que viniera a ver a Major acerca de Blue y Tiger pintando a ese perro
con spray, y había tanto en los armarios que necesitaban tirar: la fila de libros
de cocina que nunca usó, la máquina de hacer helados todavía en su caja. El
destapador de aire para el que no podían encontrar el enchufe. Deshizo las
gomas de las manijas de los armarios de comida para perros y miró dentro.
Había una caja de zapatos con mapas de carreteras de gasolineras en una
esquina. ¿Realmente necesitaban todo esto?
— No puedes ir por ahí con la cabeza en la arena, Patty, — dijo Carter.
Tendría que revisar el cajón de los trastos. Lo abrió. ¿Para qué eran todas
estas piezas? Quería tirarlos todos a la basura, pero ¿y si uno de ellos era una
parte importante de algo caro?
— ¿Me estás escuchando? — Preguntó Carter. — ¿Qué estás haciendo?
— Estoy limpiando los armarios de la cocina, — dijo Patricia.
— Este no es el momento, — dijo Carter. —Tenemos que averiguar qué está
pasando con nuestro hijo.
— Me voy, — dijo Blue.
Se volvieron. Blue se paró en la puerta del estudio con la mochila puesta.No
era su mochila del colegio sino la otra con la correa rota que guardaba en su
armario.
— Es de noche, — dijo Carter. —No vas a ir a ninguna parte.
— ¿Cómo vas a detenerme? —Blue preguntó.
— Cenaremos en una hora, — dijo Patricia.
— Puedo manejar esto, Patty, — dijo Carter. —Blue, sube hasta que tu madre
te llame a cenar.
— ¿Vas a cerrar con candado la puerta de mi habitación? — Blue preguntó.
—Porque si no, me voy. No quiero estar más en esta casa. Sólo quieres darme
un montón de pastillas y convertirme en un zombi.
Carter suspiró y se adelantó para explicar mejor las cosas. —Nadie te está
convirtiendo en un zombi, — dijo. —Estamos...
— No puedes impedirme hacer nada, — gruñó Blue.
— Si sales por esa puerta, llamaré a la policía y te denunciaré como un
fugitivo, — dijo Carter. — Te llevarán a casa esposado y tendrás antecedentes
penales. ¿Es eso lo que quieres?
Blue lo fulmino con la mirada
— ¡Apestas! —Blue gritó, y salió furioso.
Le oyeron subir corriendo las escaleras y dar un portazo en su dormitorio.
Korey subió el volumen de su música.
— No me di cuenta de que las cosas se habían puesto tan mal, — dijo Carter.
— Voy a cambiar mi vuelo y volveré un día antes. Obviamente, esto tiene que
ser resuelto.
Continuó hablando mientras Patricia comenzaba a organizar los viejos libros
de cocina. Le explicaba las opciones del Ritalín - tiempo de liberación, dosis,
recubrimientos - cuando Blue volvió con las manos en la espalda.
— Si salgo de la casa, ¿llamarás a la policía? — Preguntó.
— No quiero hacer eso, Blue, — dijo Carter. —Pero no me dejarás otra
opción.
— Buena suerte llamando a la policía sin cables telefónicos, — dijo Blue.
Sacó las manos y por un momento Patricia pensó que sostenía fideos
espaguetis, y luego se dio cuenta de que sostenía los cables de sus teléfonos.
Antes de que la vista se registrara completamente, salió corriendo de la guarida
y ella y Carter trotaron tras él, llegando al vestíbulo justo cuando la puerta se
cerró de golpe. Cuando estaban en el porche, Blue se había desvanecido en la
oscuridad del crepúsculo.
— Voy a buscar la linterna, — dijo Patricia, girando para volver a entrar.
— No, — dijo Carter. —Volverá a casa en cuanto tenga frío y hambre.
— ¿Y si llega al Bulevar Coleman y alguien le ofrece llevarle? — Preguntó
Patricia.
— Patty, — dijo Carter. — Admiro tu imaginación, pero eso no va a suceder.
Blue va a vagar por el Old Village y se escabullirá de vuelta a casa en una hora.
Ni siquiera se llevó una chaqueta.
— Pero... — empezó a decir ella.
— Hago esto para ganarme la vida, ¿recuerdas? — Dijo. — Voy a correr a
Kmart y a recoger unos nuevos cables de teléfono. Volverá antes que yo.

No lo hizo. Después de la cena, Patricia siguió limpiando los armarios de la


cocina, viendo los números del reloj de microondas pasar de las 6:45, a las 7:30,
a un minuto después de las ocho.
— Carter, — dijo. — Realmente creo que tenemos que hacer algo.
— La disciplina requiere disciplina, — dijo él.
Sacó los cubos de basura del porche y dejó caer en ellos la pistola de aire y
la vieja máquina de hacer helados, y desenganchó todo lo del tanque de peces
de agua salada y lo puso a secar en el fregadero de la lavandería. Finalmente, el
reloj del microondas marcaba las 10:00.
No diré nada hasta las 10:15, se prometió Patricia, metiendo viejos libros de
cocina en bolsas de plástico Harris Teeter.
— Carter, — dijo, a las 10:11. — Voy a entrar en el coche y a dar una vuelta.
Suspiró y dejó el periódico. — Patty... — empezó a decir, y el teléfono sonó.
Carter llegó allí antes que Patricia.
— ¿Sí? — dijo él, y ella vio que sus hombros se relajaban. — Gracias a Dios.
Por supuesto... uh-huh, uh-huh... si no te importa... por supuesto...
No dio señales de colgar, ni siquiera le dijo lo que estaba pasando, así que
Patricia corrió a la sala y cogió la extensión.
— Korey, cuelga el teléfono, — dijo Carter.
— Soy yo, — dijo Patricia. — ¿Hola?
— Hola, Patricia, — dijo una voz suave y baja.
— James, — dijo ella.
— No quiero que te preocupes, — les dijo James Harris. — Blue está
conmigo. Vino hace un par de horas y hemos estado hablando. Le dije que podía
relajarse aquí, pero que tenía que decirles a sus padres dónde estaba. Sé que
ustedes deben estar arrancándose el pelo.
— Eso es... muy amable de tu parte, — dijo Patricia. — Estaré allí enseguida.
— No estoy seguro de que sea una buena idea, — dijo James Harris. — No
quiero entrometerme en su vida familiar, pero él ha pedido pasar la noche aquí.
Tengo una habitación de invitados.
James Harris y Carter bebían en el bar del Club de Yates una vez a la semana.
Fueron a cazar palomas con Horse. Habían tomado camarones nocturnos de
Blue y Korey en las granjas de Seewee. Incluso había cenado con ellos cinco o
seis veces cuando Carter estaba fuera de la ciudad, y cada vez que lo veía,
Patricia no pensaba en lo que había visto. Se hizo a sí misma remota, y fresca,
pero agradable. Los niños lo adoraban, y le había regalado a Blue un juego
de computadora llamado Command algo para Navidad, y Carter le habló de su
carrera, y tenía opiniones sobre la música que Korey realmente toleraba, así que
Patricia lo intentó. Pero aún así no quería que Blue estuviera solo en la casa de
James Harris durante la noche.
— No queremos importunar, — dijo Patricia, con la voz alta y dura en el
pecho.
— Tal vez sea lo mejor, — dijo Carter. — Podríamos usar el tiempo para
dejar que el aire se despeje.
— No hay que preocuparse, — dijo James Harris. — Estoy feliz de tener su
compañía. Espera un momento.
Hubo una pausa, un golpe en su oído, y luego Patricia escuchó a su hijo
respirar.
— ¿Blue? — Preguntó. — ¿Estás bien?
— Mamá, — dijo Blue. Le oyó tragar con fuerza. — Lo siento.
Las lágrimas clavaron en los ojos de Patricia. Ella lo quería en sus brazos.
Ahora...
— Estamos contentos de que estés bien, — dijo ella.
— Siento haberte gritado y siento lo que le hice a Rufus, — dijo Blue,
tragando y respirando con dificultad. — Y, papá, si quieres que me haga el
examen, James dice que debería hacerlo.
— Quiero lo mejor para ti, — dijo Carter. — Tu madre y yo lo queremos.
— Te quiero, — dijo Blue con prisa.
— Escucha a tu tío James, — dijo Carter, y luego James Harris volvió al
teléfono.
— No quiero hacer nada con lo que no estés cien por ciento cómoda, — dijo.
— ¿Están seguros de que esto está bien?
— Por supuesto que sí, — dijo Carter. —Estamos muy agradecidos.
Patricia se tomó un respiro para decir algo, y luego se detuvo.
— Sí, — dijo. — Por supuesto que está bien. Gracias.
Esto era mejor para su familia. James Harris se había probado a sí mismo
tantas veces. Habló con su hijo, desde que temblaba de rabia hasta que le dijo
que la amaba. Tuvo que dejar de pensar en algo que creía recordar de hace tantos
años.
No es algo tan grande, se dijo a sí misma, ignorar una idea loca y terrible
que una vez estuvo convencida de que era cierta a cambio de todo esto, por el
muelle, el coche, el viaje a Londres, su oreja, la universidad para los niños, el
aeróbic de step para Korey, y un amigo para Blue, y por mucho. No es un mal
negocio en absoluto.
Capitulo 26
Carter recogió a Blue de la casa de James Harris por la mañana.
— Todo va a estar bien, Patty, — dijo él.
No discutió. En su lugar hizo Toaster Strudel, y le dijo a Korey que no podía
usar una gargantilla para ir a la escuela, y que tenía que escuchar mientras Korey
le decía que era prácticamente una monja, y luego su hija se fue, y Patricia se
quedó en su casa, sola.
Aunque era octubre, el sol calentaba las habitaciones y le daba sueño. Ragtag
encontró una mancha de luz solar en el comedor y se desplomó sobre ella, con
las costillas subiendo y bajando, los ojos cerrados.
Patricia tenía tantos proyectos - terminar con los armarios de la cocina,
recoger todos los periódicos y revistas en el porche del sol, hacer algo con el
tanque de agua salada en el lavadero, aspirar el cuarto del garaje, limpiar el
armario del estudio, cambiar las sábanas - que no sabía por dónde empezar.
Tomó una quinta taza de café y el silencio de la casa la presionó, y el sol se
calentaba cada vez más, espesando el aire en una niebla que inducía al sueño.
El teléfono sonó.
— Residencia Campbell, — dijo ella.
— ¿Llegó bien Blue a la escuela? — Preguntó James Harris.
Un fino brillo de sudor se extendió por el labio superior de Patricia y se sintió
estúpida, como si no supiera qué decir. Se tomó un respiro. Carter confió en
James Harris. Blue confió en él. Lo había mantenido a distancia durante tres
años y ¿qué había logrado con eso? Él era importante para su hijo. Era
importante para su familia. Ella necesitaba dejar de alejarlo.
— Lo hizo, — dijo, y se hizo sonreír para que él pudiera oírlo en su voz.
— Gracias por acogerlo anoche.
— Estaba bastante molesto cuando apareció —, dijo James Harris. —Ni
siquiera estoy seguro de por qué eligió venir aquí.
— Me alegro de que piense que es un lugar al que puede ir —, se hizo decir
ella. — Prefiero que esté allí que vagando por las calles. No es tan seguro en el
Old Village como solía serlo.
La voz de James Harris adquirió la cualidad relajada de alguien que tenía
mucho tiempo para charlar. — Dijo que estaba asustado de que hubieras ido al
lado y llamado a la policía, así que se escondió en los arbustos detrás de la
Alhambra por un tiempo. No sabía si había comido, así que calenté algunas de
esas pizzas de pan francés. Espero que esté bien.
— Está bien, — dijo. —Gracias.
— ¿Está pasando algo en casa? — Preguntó James Harris.
El sol que entraba por las ventanas de la cocina hacía que a Patricia le
dolieran los ojos, así que miró a la fría oscuridad del estudio.
— Se está convirtiendo en un adolescente, — dijo ella.
— Patricia, — dijo James Harris, y ella escuchó su voz en serio. — Sé que te
disté una mala impresión de mí cuando me mudé aquí, pero pienses lo que
pienses, créeme cuando te digo que me importan tus hijos. Son buenos niños.
Carter trabaja mucho y me preocupa que hagas esto mayormente por ti mismo.
—Bueno, su práctica privada lo mantiene ocupado, — dijo Patricia.
— Le he dicho que no tiene que ganar cada dólar del mundo, — dijo James
Harris. — ¿Qué sentido tiene trabajar si se pierde la oportunidad de que sus
hijos crezcan?
Se sintió desleal al hablar de Carter a sus espaldas, pero también fue un
alivio.
— Se presiona mucho a sí mismo, — dijo ella.
— Tú eres el que se presiona a sí misma, — dijo James Harris. — Criar a dos
adolescentes prácticamente sola, es demasiado.
— Es más difícil para Blue, — dijo. — Le cuesta mucho mantener el ritmo
de la escuela. Carter cree que es un trastorno por déficit de atención.
— Su atención está bien cuando se trata de la Segunda Guerra Mundial, —
dijo James Harris. La familiaridad de hablar de Blue con alguien que lo
entendiera relajó a Patricia.
— Pintó un perro con spray, — dijo ella.
— ¿Qué? — James Harris se rió
Después de un momento, ella también se rio.
— Pobre perro, — dijo, sintiéndose culpable. — Se llama Rufus y es la
mascota no oficial de la escuela. El más joven de Blue y Slick Paley lo pintó
con spray de plata y ahora ambos tienen la escuela de los sábados por el resto
del año.
Decirlo en voz alta sonó absurdo. Se imaginó que se convertiría en una
divertida historia familiar el año que viene.
— ¿Estará bien el perro? — Preguntó James Harris.
—Dicen que lo estará, — dijo ella. —Pero, ¿cómo se limpia la pintura en
aerosol de un perro?
— Acabo de comprar un nuevo cambiador de CD, — dijo James Harris. —
Le pediré a Blue que me ayude a conectarlo. Si surge, le preguntaré qué pasó y
te haré saber lo que dice.
— ¿Lo harías? — Preguntó Patricia. — Te lo agradecería.
— Es bueno hablar así otra vez, — dijo James. —¿Te gustaría venir a tomar
un café? Podemos ponernos al día.
Casi dijo que sí porque su primer instinto en cada situación era ser agradable,
pero olía algo limpio y fresco y médico y la sacó de su brillante y soleada cocina
por un momento y de repente fue hace cuatro años y la puerta del garaje estaba
abierta y podía oler los absorbentes de plástico para la incontinencia que usaban
para la Srta. Mary. Por un momento se sintió como la mujer que había sido hace
todos esos años, una mujer que no tenía que disculparse constantemente por
todo, y dijo; —No, gracias. Tengo que terminar de limpiar los gabinetes de la
cocina.
— Otro día, entonces, — dijo él, y ella se preguntó si había escuchado el
cambio en su voz.
Colgaron y Patricia miró la puerta del garaje cerrada con llave. Olió el
champú para alfombras que solía usar en la habitación de la Srta. Mary, y el
Lysol con aroma a pino que la Sra. Greene roció después de que la Srta. Mary
tuvo un accidente. En cualquier momento esperaba ver la puerta abrirse y a la
Sra. Greene subir los escalones con sus pantalones blancos y su blusa, un
montón de sábanas en sus brazos.
Se levantó y caminó hacia la puerta, el olor de la habitación de la Srta. Mary
se hacía más fuerte a cada paso. Tomó la llave del gancho de la puerta y vio su
mano flotar en el extremo de su brazo e insertar la llave en el cerrojo. Se retorció
y la puerta se abrió de golpe y se abrió de par en par y la habitación del garaje
quedó vacía. No olía nada más que aire fresco y polvo.
Patricia cerró la puerta y decidió limpiar todos los periódicos del porche y
terminar los gabinetes de la cocina. Caminó por el comedor, donde Ragtag
estaba tomando el sol, moviendo una oreja al pasar. En el porche, la luz rebotó
en los periódicos y en las portadas de las revistas, deslumbrándola. Recogió los
papeles que Carter había dejado en el otomano y volvió al comedor a la cocina.
Cuando entró en el estudio, una voz detrás de la puerta del comedor dijo:
Patricia
se volvió. No había nadie. Y entonces, a través de la grieta a lo largo de las
bisagras de la puerta del comedor, vio un ojo azul fijo coronado por el pelo gris,
y luego nada más que la pared amarilla detrás de la puerta.
Patricia se paró un momento, con la piel arrastrándose, los hombros
moviéndose. Sintió un músculo temblar en una mejilla. No había nada allí.
Había tenido una especie de alucinación olfativa y le hizo creer que había oído
la voz de la Srta. Mary. Eso fue todo.
Ragtag se sentó, con los ojos fijos en la puerta abierta del comedor. Patricia
puso los papeles en la basura y se hizo regresar por el comedor al porche del
sol.
Tomó copias de Redbook y Ladies' Home Journal y Time y dudó brevemente,
luego volvió a caminar por el comedor hacia el estudio. Al pasar de nuevo por
la puerta abierta del comedor, la Srta. Mary susurró desde atrás:
Patricia
su aliento se detuvo en su garganta. Sus nudillos se acalambraron alrededor
de las revistas. No podía moverse. Sintió los ojos de la Srta. Mary clavados en
la nuca. Sintió a la Srta. Mary de pie detrás de la puerta del comedor, mirando
locamente a través de la grieta, y luego vino un torrente de susurros.
viene por los niños, se ha llevado al niño, se ha llevado a mi nieto, ha venido
por mi nieto, el hombre de la noche, hoyt pickens mama a los bebés, a los dulces
y gordos bebés con sus pequeñas piernas gordas, se ha atrincherado como una
garrapata, se ha atrincherado como una garrapata y te está chupando todo,
Patricia, ha venido por mi nieto, despierta a Patricia, despierta...
Palabras muertas, un lunático río de sílabas silbando entre los fríos labios.
— ¿Señorita Mary? — Patricia dijo, pero su lengua se sentía gruesa y sus
palabras apenas eran un susurro.
es el hijo del diablo el hombre de la noche y se lleva a mi nieto, despierta,
despierta, ve a ursula, tiene mi fotografía, está en su casa, ve a ursula...
— No puedo, — dijo Patricia, y esta vez tuvo la fuerza suficiente para hacer
que su voz resonara en las paredes del estudio. Los susurros se detuvieron.
Patricia se volvió y la grieta de la puerta quedó vacía. Saltó al sonido de las
uñas, pero sólo era Ragtag levantándose y saliendo de la habitación.
Patricia no creía en fantasmas. Siempre había considerado la magia de la
mesa de la cocina de la Srta. Mary como algo interesante para un sociólogo de
una universidad local. Cuando las mujeres que conocía decían que la abuela
aparecía en sus sueños y les decía dónde encontrar un anillo de boda perdido o
que el primo Eddie acababa de morir, se irritaba. No era real.
Pero esto era real. Más real que nada de lo que había experimentado en los
últimos tres años. La Srta. Mary había estado en esta habitación, de pie detrás
de la puerta del comedor y susurrando una advertencia de que James Harris
quería a sus hijos, que James Harris quería a Blue. Los fantasmas no eran reales.
Pero esto era real.
Se preocupó por un momento de que estuviera confundida de nuevo. Su juicio
era un hielo muy fino y dudaba en confiar en él. Pero esto había sido real. No
haría daño asegurarse. Después de todo, sólo era un ama de casa. ¿Qué más
tenía que hacer?
Despierta, patricia
¿Cómo?
Despierta, Patricia.
¿Cómo?
Ve a ursula
¿Quién?
ursula greene
Capitulo 27
Patricia no sabía que las palmas de sus manos podían sudar tanto, pero
dejaron marcas húmedas en todo su volante mientras conducía por la carretera
de Rifle Range hacia Six Mile. Había enviado a la Sra. Greene tarjetas de
Navidad, y el teléfono funcionaba en ambos sentidos, y tal vez la Sra. Greene
no quería verla, y tal vez sólo estaba respetando su espacio personal. No había
hecho nada malo. A veces no se hablaba con alguien por un tiempo. Se limpiaba
las palmas de las manos en sus pantalones, una por una, tratando de secarlas.
La Sra. Greene probablemente ni siquiera estaba en casa porque era media
tarde. Probablemente estaba en el trabajo. Si su coche no está en la entrada,
daré la vuelta y me iré a casa, se dijo a sí misma, y sintió una gran ola de alivio
ante la decisión.
La carretera de Rifle Range había cambiado. Los árboles a lo largo de la
carretera habían sido cortados y los hombros estaban desnudos. Un nuevo y
brillante desvío de asfalto negro pasaba por delante de un cartel de madera
contrachapada verde y blanca con la imagen de una casa de una nueva
plantación y de Gracious Cay, que venía de 1999-Paley Realty. Más allá, los
crudos y amarillos esqueletos de Gracious Cay se alzaban desde detrás de los
pocos árboles que quedaban.
Patricia giró hacia la carretera estatal y comenzó a serpentear de vuelta a Six
Mile. Las casas estaban vacías; a algunas les faltaban puertas, y la mayoría
tenían carteles de venta en el patio delantero. Ningún niño jugaba fuera.
Encontró el camino de la llama de la parrilla y rodó por él lentamente hasta
que llegó a Six Mile. No sobrevivió mucho. Una valla de alambre abrazaba la
parte trasera del Monte Sión A.M.E., y más allá había una enorme llanura de
tierra llena de equipo de movimiento de tierra y escombros de construcción de
color amarillo brillante. Las canchas de baloncesto habían sido aradas, el bosque
circundante se redujo a un árbol ocasional, y todos los remolques que estaban
cerca de donde vivía Wanda Taylor habían desaparecido. Sólo quedaban siete
casas en este lado de la iglesia.
El Toyota de la Sra. Greene estaba en el camino.
Patricia aparcó y abrió la puerta de su coche e inmediatamente sus oídos
fueron asaltados por el grito agudo de las sierras de mesa de Gracious Cay, el
estruendo de los camiones, el estruendo de los ladrillos y las excavadoras. El
caos de la construcción la dejó tambaleante por un momento y la dejó incapaz
de pensar. Entonces se reunió y tocó la campana de la Sra. Greene.
No pasó nada, y se dio cuenta de que la Sra. Greene no podía oírla por el
ruido, así que golpeó la ventana. No había nadie en casa. Quizá su coche se
había averiado y la habían llevado al trabajo. El auxilio inundó a Patricia y ella
se dio vuelta y caminó de regreso a su Volvo.
La construcción era tan ruidosa que no la oyó la primera vez, pero la oyó la
segunda: "Sra. Campbell".
Se dio la vuelta y vio a la Sra. Greene de pie en la puerta de su casa, con el
pelo recogido, con una camiseta rosa de gran tamaño y un par de pantalones de
peto. El estómago de Patricia se vació y se llenó de espuma.
— Pensé... — Patricia comenzó, luego se dio cuenta de que sus palabras se
perdían bajo el ruido de la construcción. Se acercó a la Sra. Greene. Al acercarse
vio que tenía un tinte gris en su piel, sus ojos estaban llenos de costras de sueño
y tenía caspa en las raíces de su cabello. — Pensé que no había nadie en casa,
— gritó por el ruido de la construcción.
— Estaba durmiendo la siesta, — le gritó la Sra. Greene.
— Qué bonito, — gritó Patricia.
— Limpio por la mañana y hago medias de noche en Walmart por la noche,
— gritó la Sra. Greene. — Luego vuelvo a trabajar por la mañana.
— ¿Perdón? — Patricia dijo.
La Sra. Greene miró a su alrededor, luego miró en su casa, y luego volvió a
Patricia, y asintió con la cabeza. —Vamos, — dijo.
Cerró la puerta tras ellos, lo que redujo el ruido de la construcción a la mitad,
pero Patricia aún escuchó el alto y excitado quejido de una sierra que atravesaba
la madera. La casa se veía igual, excepto que las luces de Navidad eran oscuras.
Se sentía vacía y olía a sueño.
— ¿Cómo están los niños? — Preguntó la Sra. Greene.
— Son adolescentes, — dijo Patricia. — Ya sabes cómo son. ¿Cómo están
los tuyos?
— Jesse y Aaron siguen viviendo con mi hermana en Irmo, — dijo la Sra.
Greene.
— Oh, — dijo Patricia. — ¿Llegas a verlos lo suficiente?
— Soy su madre, — dijo la Sra. Greene. —Irmo está a dos horas en coche.
No es suficiente.
Patricia hizo un gesto de dolor al recibir una gran explosión desde el exterior.
— ¿Has pensado en mudarte?, — preguntó.
— La mayoría de la gente ya lo ha hecho, — dijo la Sra. Greene. — Pero no
voy a dejar mi iglesia.
Desde fuera llegó el bip-bip-bip de un camión retrocediendo.
— ¿Vas a aceptar más casas? — Preguntó Patricia. —Me vendría bien algo
de ayuda para limpiar si estás libre.
— Ahora trabajo en un servicio, — dijo la Sra. Greene.
—Eso debe ser agradable, — dijo Patricia.
La Sra. Greene se encogió de hombros.
— Son casas grandes, — dijo. — Y el dinero es bueno, pero antes se hablaba
con la gente todo el día. Al servicio no le gusta que hables con los propietarios.
Si tienes una pregunta te dan un teléfono portátil y llamas al gerente y él llama
a los dueños por ti. Pero ellos pagan a tiempo y sacan los impuestos.
Patricia respiró profundamente.
— ¿Te importa si me siento? — preguntó.
Algo se reflejó en el rostro de la Sra. Greene - repugnancia, pensó Patricia -
pero hizo un gesto hacia el sofá, incapaz de escapar de la carga de la
hospitalidad. Patricia se sentó y la Sra. Greene se bajó en su sillón. Sus brazos
estaban más desgastados que la última vez que Patricia lo había visto.
— Quería venir a verte antes, — dijo Patricia. — Pero las cosas seguían
apareciendo.
— Mm-hmm, — dijo la Sra. Greene.
— ¿Piensa mucho en la Srta. Mary? — Preguntó Patricia. Vio a la Sra. Greene
reorganizar sus manos. Sus espaldas estaban cubiertas de pequeñas y
brillantes cicatrices. —Siempre estaré agradecida de que estuvieras con ella
esa noche.
— Sra. Campbell, ¿qué quiere? — La Sra. Greene preguntó. —Estoy
cansada.
— Lo siento, — dijo Patricia, y decidió que se iría. Puso las manos en el
borde del sofá para levantarse. — Siento haberla molestado, especialmente
cuando está descansando antes del trabajo. Y siento no haber salido a verte
antes, sólo que las cosas han estado tan ocupadas. Lo siento. Sólo quería saludar.
Y vi a la Srta. Mary.
Un lejano estruendo de tablas cayendo al suelo se estrelló a través de los
cristales de las ventanas. Ninguno de ellos se movió.
— Sra. Campbell..., — comenzó la Sra. Green.
— Me dijo que tenía una fotografía, — dijo Patricia. —Dijo que era de hace
mucho tiempo y que usted la tenía. Así que vine. Dijo que era sobre los niños.
No te habría molestado si fuera sobre cualquier otra cosa. Pero son los niños.
La Sra. Greene me miró fijamente. Patricia se sintió como una tonta.
— Desearía, — dijo la Sra. Greene, — que volvieras a tu coche y condujeras
a casa.
— ¿Perdón? — Preguntó Patricia.
— Dije, — repitió la Sra. Greene, — que desearía que te fueras a casa. No
te quiero aquí. Me abandonaste a mí y a mis hijos porque tu marido te lo dijo.
— Eso es..., — Patricia no supo cómo responder a la injusticia de la
acusación. — Eso es dramático.
— No he vivido con mis hijos en tres años, — dijo la Sra. Greene. — Jesse
llega a casa herido de los partidos de fútbol, y su madre no está allí para cuidarlo.
Aaron tiene una actuación de trompeta y yo no estoy allí para verla. Nadie se
preocupa por nosotros aquí, excepto cuando nos necesitan para limpiar su
desastre.
— No lo entiendes, — dijo Patricia. — Eran nuestros maridos. Eran
nuestras familias. Lo habría perdido todo. No tenía elección.
— Tenías más opciones que yo, — dijo la Sra. Greene.
— Terminé en el hospital.
— Eso es culpa tuya.
Patricia se atragantó, entre la risa y el sollozo, y luego se puso la palma de la
mano sobre la boca. Había arriesgado toda su certeza, toda su comodidad, todo
lo que habían reconstruido cuidadosamente en los últimos tres años para venir
aquí y todo lo que había encontrado era alguien que la odiaba.
— Siento haber venido, — dijo, de pie, ciega de lágrimas, agarrando su bolso,
y luego no sabiendo qué camino tomar porque las piernas de la Sra. Greene
bloqueaban su paso a la puerta principal. — Sólo vine porque la Srta. Mary se
paró detrás de la puerta de mi comedor y me dijo que viniera, ahora me doy
cuenta de lo tonto que suena, lo siento. Por favor, sé que me odias pero por
favor no le digas a nadie que estuve aquí. No podría soportar que nadie supiera
que vine aquí y dije estas cosas. No sé en qué estaba pensando.
La Sra. Greene se levantó, le dio la espalda a Patricia y salió de la habitación.
Patricia no podía creer que la Sra. Greene la odiara tanto que ni siquiera la
acompañó a la puerta, pero claro que lo hizo. Patricia y el club de lectura la
habían abandonado. Tropezó con la puerta, golpeando una cadera en la silla de
la Sra. Greene, y luego escuchó la voz detrás de ella.
— Yo no lo robé, — dijo la Sra. Greene.
Patricia se volvió y vio a la Sra. Greene sosteniendo un brillante cuadrado de
papel blanco.
— Estaba en mi mesa del café un día, — dijo la Sra. Greene. — Tal vez lo
traje aquí después de que la Srta. Mary falleció y olvidé que lo tenía, pero
cuando lo recogí se me pusieron los pelos de punta. Podía sentir ojos que me
miraban fijamente por detrás. Me di la vuelta y por un momento vi a la pobre
anciana de pie detrás de esa puerta.
Sus ojos se encontraron en el aire sombrío del salón, y los ruidos de la
construcción se alejaron mucho, y Patricia sintió que se había quitado un par de
gafas de sol después de llevarlas durante mucho tiempo. Ella tomó la fotografía.
Era vieja y de impresión barata, acurrucada en los bordes. Dos hombres se
pararon en el centro. Uno parecía una versión masculina de la Srta. Mary pero
más joven. Llevaba un mono y tenía las manos enterradas en los bolsillos.
Llevaba un sombrero. A su lado estaba James Harris.
No era alguien que se pareciera a James Harris, ni un antepasado, ni un
pariente. A pesar de que el corte de pelo estaba hecho con Brylcreem y tenía un
filo de navaja, era James Harris. Llevaba un traje blanco de tres piezas y una
corbata ancha.
— Dale la vuelta, — dijo la Sra. Greene.
Patricia volteó la fotografía con dedos temblorosos. En el reverso alguien
había escrito en pluma, 162 Wisteria Lane, verano de 1928.
— Sesenta años, — dijo Patricia.
James Harris se veía exactamente igual.
— No sabía por qué la Srta. Mary había dado esta foto, — dijo la Sra.
Greene. — No sé por qué no te lo dio directamente. Pero ella quería que vinieras
aquí, y eso debe significar algo. Si todavía se preocupa por ti, entonces tal vez
yo también pueda soportarte.
Patricia se sintió asustada. La Srta. Mary había venido a las dos. James Harris
no envejeció. Ninguna de estas cosas podría ser verdad, pero lo eran y eso la
aterrorizaba. Los vampiros tampoco envejecieron. Ella sacudió la cabeza. No
podía empezar a pensar de esa manera otra vez. Ese tipo de pensamiento podría
arruinarlo todo. Quería vivir en el mismo mundo que Kitty, y Slick, y Carter, y
Sadie Funche, no aquí sola con la Sra. Greene. Miró la foto otra vez. No podía
dejar de mirarla.
— ¿Qué hacemos ahora? — preguntó.
La Sra. Greene fue a su estantería y sacó una carpeta verde de la parte
superior. Había sido usada y reutilizada y tenía diferentes títulos escritos en ella
y tachados. La dejó abierta en la mesa de café y ella y Patricia se sentaron de
nuevo.
— Quiero que mis bebés vuelvan a casa, — dijo la Sra. Greene, mostrándole
a Patricia lo que había dentro. — Pero ya ves lo que hace.
Patricia revisó la carpeta, recorte tras recorte, y se enfrió.
— ¿Es todo de él? — preguntó.
— ¿Quién más? — La Sra. Greene dijo. —Mi servicio limpia su casa dos
veces al mes. Una de sus chicas habituales se ha ido. Me ofrecí para sustituirla
esta semana. — El corazón de Patricia se ralentizó.
— ¿Por qué? — preguntó.
— La Sra. Cavanaugh me dio una caja de esos libros sobre asesinatos que
leíste. Dijo que ya no los quería en su casa. Sea lo que sea el Sr. Harris, no es
natural, pero creo que tiene algo en común con esos hombres malvados de sus
libros. Siempre se llevan un recuerdo. Les gusta aferrarse a algo cuando
lastiman a alguien. Sólo me encontré con el hombre unas pocas veces, pero
pude ver que era muy egocéntrico. Apuesto a que guarda algo de cada uno de
ellos en su casa para poder sacarlos y sentirse como un pez gordo de nuevo.
— ¿Y si nos equivocamos? — Dijo Patricia. — Pensé que lo vi haciendo
algo a Destiny Taylor hace años, pero estaba oscuro. ¿Y si me equivocaba? ¿Y
si su madre tenía un novio y mintió sobre ello? Ambos creemos que vimos a la
Srta. Mary, ambos creemos que es una foto de James Harris, pero ¿y si es sólo
alguien que se parece a él?
La Sra. Greene le acercó la foto con dos dedos y la miró de nuevo.
— Un hombre inútil te dirá que va a cambiar, — dijo. —Te dirá lo que
quieras oír, pero tú eres el tonto si no crees lo que ves. Es él en esta foto. Era la
Srta. Mary quien nos susurró. Puede que cada uno me diga lo contrario, pero yo
sé lo que sé.
— ¿Y si no guarda trofeos? — Preguntó Patricia, tratando de retrasar las
cosas.
— Entonces no hay nada que encontrar, — dijo la Sra. Greene.
—Te arrestarán, — dijo Patricia.
—Iría más rápido con dos de nosotros, — dijo la Sra. Greene.
—Es contra la ley, — dijo Patricia.
—Ya me diste la espalda una vez, — dijo la Sra. Greene, y le brillaron los
ojos. Patricia quería mirar a cualquier otro lugar, pero no podía moverse. — Me
diste la espalda y ahora ha venido por tus hijos. Se te acabó el tiempo. Es
demasiado tarde para encontrar excusas.
— Lo siento, — dijo Patricia.
— No quiero tus disculpas, — dijo la Sra. Greene. —Quiero saber si entrarás
en su casa y me ayudarás a buscar.
Patricia no pudo decir que sí. Nunca había roto una ley en su vida. Iba en
contra de todo lo que había en su cuerpo. Iba en contra de todo lo que había
vivido durante cuarenta años. Si la atrapaban, nunca más podría mirar a Carter
a los ojos, perdería a Blue, y perdería a Korey. ¿Cómo podría criar a los niños
y decirles que obedecieran la ley si no lo hacía?
— ¿Cuándo? — preguntó.
— El próximo fin de semana se va a Tampa, — dijo la Sra. Greene. —
Necesito saber si habla en serio o no.
— Lo siento, — dijo Patricia.
La cara de la Sra. Greene se cerró de golpe.
— Necesito dormir, — dijo, y empezó a levantarse.
— No, espera, yo iré, — dijo Patricia.
— No tengo tiempo para que juegues conmigo, — dijo la Sra. Greene.
— Yo iré, — dijo Patricia.
La Sra. Greene la acompañó hasta la puerta principal. En la puerta, Patricia
se detuvo.
— ¿Cómo pudimos ver a la Srta. Mary? — Preguntó.
— Se está quemando en el infierno, — dijo la Sra. Greene. — Le pregunté a
mi ministro y me dijo que de ahí vienen los fantasmas. Se queman en el infierno
y no pueden ir a las frías y sanadoras aguas del río Jordán hasta que dejen este
mundo. La Srta. Mary sufre los tormentos del Infierno porque quiere advertirte.
Ella arde porque ama a sus nietos.
La sangre de Patricia se sentía pesada en sus venas.
— Creo que también es ella, — dijo Patricia, e intentó por última vez detener
toda esta charla de fantasmas, y hombres que no envejecían, y borrar la imagen
de James Harris en la parte trasera de la camioneta, esa cosa inhumana que sale
de su boca, encorvada sobre el Destino Taylor. —Tal vez estamos haciendo esto
demasiado difícil. Tal vez si vamos y le pedimos que se detenga... le decimos
lo que sabemos...
— Tres cosas nunca se satisfacen, — dijo la Sra. Greene, y Patricia reconoció
la cita de alguna parte. — Y cuatro nunca es suficiente. Se comerá a todos en el
mundo y seguirá comiendo. La sanguijuela tiene dos hijas y sus nombres son
Dar y Dar.
Patricia tuvo una idea.
— Si dos de nosotras lo hacemos ir más rápido, — dijo, — irá aún más rápido
con tres.
Capitulo 28
— ¡Patricia! — Slick casi llora de emoción. — ¡Gracias a Dios!
— Lamento venir sin llamar... — comenzó a decir Patricia.
— Siempre eres bienvenida, — dijo Slick, tirando de ella en la puerta. —
Estoy haciendo una lluvia de ideas para mi fiesta de Halloween y tal vez tú
puedas desatascar mi atasco. ¡Eres tan bueno en estas cosas!
— ¿Vas a hacer una fiesta de Halloween? — Preguntó Patricia, siguiendo a
Slick hasta su cocina.
Sostuvo su bolso cerca de su cuerpo, sintiendo la carpeta y la fotografía
quemándose a través de sus lados de lona.
—Estoy en contra de Halloween en todas sus formas por el satanismo, —
dijo Slick, abriendo su refrigerador de acero inoxidable y sacando la mitad y la
mitad. —Así que este año, en la víspera de Todos los Santos, haré una fiesta de
la Reforma. Sé que es de última hora, pero nunca es demasiado tarde para alabar
al Señor.
Sirvió café, añadió su mitad y media, y le dio a Patricia una taza negra y
dorada de la Universidad Bob Jones.
— ¿Una fiesta de qué? — Preguntó Patricia.
Pero Slick ya había irrumpido por la puerta giratoria que llevaba a la adición
trasera. Patricia la siguió, con la taza en una mano y el bolso en la otra. Slick se
sentó en uno de los sofás en lo que ella llamó el "área de conversación", y
Patricia se sentó frente a ella y buscó un lugar para poner su taza. La mesa de
café que había entre ellos estaba cubierta de fotocopias, artículos de revistas
recortados, carpetas de tres anillos y lápices. La mesa de al lado estaba llena de
cajas de rapé, varios huevos de mármol y un tazón de popurrí. Junto con los
pétalos de flores secas, hojas y virutas de madera, Slick había añadido algunas
pelotas de golf y tees para rendir homenaje a la pasión de Leland por este
deporte. Patricia decidió sostener su taza en su regazo.
— Se atrapan más moscas con azúcar que con vinagre, — dijo Slick. —Así
que el domingo haré una fiesta que hará que todos se olviden de Halloween:
mi Fiesta de la Reforma. Voy a presentar la idea a San José mañana. Verás,
llevaremos a los niños al Salón de la Confraternidad, y por supuesto Blue y
Korey serán bienvenidos, y nos aseguraremos de que haya actividades para los
adolescentes. Son los que corren más riesgo, después de todo, pero en vez de
disfraces de monstruos se visten como héroes de la Reforma.
— ¿Los quiénes? — Preguntó Patricia.
— Ya sabes, — dijo Slick. — Martín Lutero, Juan Calvino. Tendremos bailes
medievales y comida alemana, y pensé que sería divertido tener aperitivos
temáticos. ¿Qué te parece? Es un pastel de la Dieta de los Gusanos. — Slick le
dio a Patricia una foto que había recortado de una revista.
—¿Un pastel de gusanos? — Preguntó Patricia.
— Un pastel Diet of Worms, — corrigió Slick. — Cuando el Sacro Imperio
Romano declaró a Martín Lutero fugitivo por clavar sus noventa y cinco tesis
en la puerta de la iglesia... ¿La Dieta de los Gusanos?
— Oh, — dijo Patricia.
— La decoran con gusanos de goma, — dijo Slick. —¿No es graciosísimo?
Tienes que hacer que estas cosas sean entretenidas y educativas. — Le quitó el
recorte de la mano a Patricia y lo estudió. — No creo que sea un sacrilegio, ¿y
tú? ¿Quizás no hay suficiente gente que sepa quién es John Calvin? También
vamos a intentar el truco o trato inverso.
— Slick, — dijo Patricia. — Odio cambiar de tema, pero necesito tu ayuda.
— ¿Qué sucede? — Preguntó Slick, dejando el recorte y corriendo al borde
de su asiento, con los ojos fijos en Patricia. — ¿Se trata de Blue?
— ¿Eres una persona espiritual? — Preguntó Patricia.
— Soy cristiana, — dijo Slick. —Hay una diferencia.
— ¿Pero crees que hay más en este mundo de lo que podemos ver? — Patricia
preguntó.
La sonrisa de Slick se hizo un poco más fina.
— Me preocupa adónde va todo esto, — dijo.
— ¿Qué piensas de James Harris? — Preguntó Patricia.
— Oh, — dijo Slick, y sonaba genuinamente decepcionada. —Ya hemos
estado aquí antes, Patricia.
— Algo ha pasado, — dijo Patricia.
— No volvamos allí otra vez, — dijo Slick. —Todo eso está detrás de
nosotros ahora.
— Tampoco quiero volver a hacer esto, — dijo Patricia. —Pero he visto algo,
y necesito tu opinión.
Metió la mano en su bolso.
— ¡No! — Slick dijo. Patricia se congeló. — Piensa en lo que estás haciendo.
La última vez te pusiste muy enferma. Nos diste un susto a todos.
— Ayúdame, Slick, — dijo Patricia. — Realmente no sé qué pensar. Dime
que estoy loca y no lo volveré a mencionar. Te lo prometo.
— Deja lo que sea que haya en tu bolso, — dijo Slick. — O dámelo y lo
pasaré por la trituradora de Leland. Tú y Carter lo están haciendo muy bien.
Todos están tan felices. Han pasado tres años. Si algo malo fuera a pasar, ya
habría sucedido.
Un sentimiento de inutilidad se apoderó de Patricia. Slick tenía razón. Los
últimos tres años habían sido un progreso hacia adelante, no un círculo. Si le
mostraba la foto a Slick, volvería al punto de partida. Tres años de su vida
reducidos a correr en el lugar. La idea la agotó tanto que quiso acostarse y tomar
una siesta.
— No lo hagas, Patricia, — dijo Slick, en voz baja. — Quédate aquí
conmigo en la realidad. Las cosas están mucho mejor ahora de lo que estaban.
Todos están felices. Todos estamos bien. Los niños están a salvo.
Dentro de su bolso, los dedos de Patricia rozaron el borde de la carpeta de la
Sra. Greene, desgastada por la manipulación.
— Lo intenté, — dijo Patricia. —Realmente lo intenté durante tres años,
Slick. Pero los niños no están a salvo.
Sacó la mano de su bolso con la carpeta.
— No, — gimió Slick.
— Es demasiado tarde, — dijo Patricia. — Se nos ha acabado el tiempo. Sólo
mira esto y dime si estoy loca.
Puso la carpeta encima de los papeles de Slick y colocó la fotografía en ella.
Slick tomó la foto y Patricia vio cómo sus dedos se apretaron y su cara se quedó
inmóvil. Luego la puso de nuevo, boca abajo.
— Es un primo, — dijo. — O su hermano.
— Sabes que es él, — dijo Patricia. — Mira la espalda. 1928. Todavía se ve
igual.
Slick dibujó de una sola vez un aliento estremecedor, y luego lo apagó.
— Es una coincidencia, — dijo ella.
— La Srta. Mary tenía esa fotografía, — dijo Patricia. — Es su padre. James
Harris pasó por Kershaw cuando ella era una niña. Se hacía llamar Hoyt Pickens
y los involucró en un esquema financiero que les hizo ganar mucho dinero, y
luego llevó a la bancarrota a toda la ciudad. Y les robó sus hijos. Cuando la
gente se volvió contra él, culpó a un hombre negro y lo mataron, y desapareció.
Creo que fue hace tanto tiempo, y Kershaw está tan al norte del estado, que no
imaginó que sería reconocido si volvía.
— No, Patricia, — dijo Slick, apretando los labios y sacudiendo la cabeza.
— No hagas esto.
— La Sra. Greene juntó esto, — dijo Patricia, abriendo la carpeta verde.
— La Sra. Greene es fuerte en su fe, — dijo Slick. —Pero no tiene la
educación que nosotros tenemos. Sus antecedentes son diferentes. Su cultura es
diferente.
Patricia presentó cuatro cartas impresas de la ciudad de Mt. Pleasant.
— Encontraron el auto de Francine en el estacionamiento de Kmart en 1993,
— dijo. — ¿Recuerdas a Francine? Lo hizo para James Harris cuando se mudó
aquí. La vi entrar a su casa, y aparentemente nadie la volvió a ver. Encontraron
su auto abandonado en el estacionamiento del Kmart unos días después. Le
enviaron cartas diciéndole que viniera a recogerlo a la compañía de remolques,
pero se quedaron en su buzón. Ahí es donde la Sra. Greene las encontró.
— Robar el correo es un delito federal, — dijo Slick.
— Tuvieron que entrar en su casa para alimentar a su gato, — dijo Patricia.
— Su hermana terminó declarándola muerta y vendiendo la casa. Pusieron el
dinero en depósito. Dicen que tiene que estar fuera durante cinco años antes de
que le paguen el dinero.
— Tal vez le robaron el auto, — sugirió Slick.
Patricia sacó el montón de recortes de periódico y los colocó como si fueran
cartas, como hizo la Sra. Greene. —Estos son los niños. ¿Recuerdas a Orville
Reed? Él y su primo murieron justo después de que Francine desapareciera.
Sean fue asesinado y Orville se paró frente a un camión y se suicidó.
— Ya hicimos esto antes, — dijo Slick. —Estaba esa otra niña pequeña... —
Destiny Taylor.
— Y la camioneta de James, y todo lo demás, — Slick le dio una mirada
comprensiva.
— Cuidar de la Srta. Mary te puso bajo una terrible tensión.
—No se detuvo, — dijo Patricia. —Después de Destiny Taylor llegó Chivas
Ford, en Six Mile. Tenía nueve años cuando murió en mayo de 1994.
— Los niños mueren por todo tipo de razones, — dijo Slick.
— Luego vino esto —, dijo Patricia, tocando un papel secante de la policía.
— Un año después de eso, en 1995. Una niña llamada Latasha Burns en North
Charleston se cortó el cuello con un cuchillo de carnicero. ¿Cómo lo haría una
niña de nueve años si no hubiera algo terrible de lo que estuviera tratando de
escapar?
— No quiero oír esto, — dijo Slick. — ¿Todos los niños que mueren de
alguna manera terrible son culpa de Jim? ¿Por qué parar en North Charleston?
¿Por qué no ir hasta Summerville o Columbia?
—Todos comenzaron a dejar Seis Millas por el desarrollo de Gracious Cay
que se está construyendo, — dijo Patricia. — Tal vez no fue fácil encontrar
niños que ya no se echaran de menos.
— Leland pagó precios justos por esas casas, — dijo Slick.
— Y este año, — continuó Patricia, — Carlton Borey en Awendaw. Once
años de edad. La Sra. Greene conoce a su tía. Dice que lo encontraron muerto
en el bosque de la exposición. ¿Quién se muere de frío a mediados de abril?
Dijo que llevaba meses enfermo, igual que los otros niños.
—Nada de esto tiene sentido, — dijo Slick. — Estás siendo tonta.
— Es un niño de un año, durante tres años, — dijo Patricia. — Sé que no son
nuestros hijos, pero son niños. ¿No se supone que debemos preocuparnos por
ellos porque son pobres y negros? Así es como actuamos antes y ahora quiere a
Blue. ¿Cuándo se detendrá? Tal vez quiera a Tigre, o a Mérito, o a uno de los
de Maryellen.
— Así es como se realiza la caza de brujas, — dijo Slick. —La gente se
altera por nada y antes de que te des cuenta alguien sale herido.
— ¿Eres una hipócrita? — Preguntó Patricia. — Estás usando tu Partido de
la Reforma para proteger a tus hijos de Halloween, pero ¿estás levantando un
dedo para protegerlos de este monstruo? O crees en el Diablo o no.
Odiaba el tono intimidatorio de su voz, pero cuanto más hablaba más se
convencía de que necesitaba hacer estas preguntas. Cuanto más Slick negaba lo
que tenía delante de sus ojos, más le recordaba a Patricia cómo había actuado
todos esos años.
— Monstruo es una palabra muy fuerte para alguien que ha sido tan bueno
con nuestras familias, — dijo Slick.
Patricia le dio la vuelta a la fotografía de la Srta. Mary.
— ¿Cómo es que no está envejeciendo, Slick? — dijo ella. — Explíqueme
eso y dejaré de hacer preguntas.
Slick se masticó el labio.
— ¿Qué vas a hacer? — Preguntó.
— Los hombres están todos fuera de la ciudad este fin de semana, — dijo
Patricia. — La empresa de limpieza para la que trabaja la Sra. Greene limpia su
casa el sábado y la Sra. Greene estará allí y me dejará entrar, y mientras limpia,
veré si puedo encontrar algunas respuestas.
— No puedes entrar en la casa de alguien, — dijo Slick, horrorizada.
— Si no encontramos nada, — dijo Patricia, —entonces me detendré y todo
terminará. Ayúdame a terminar esto. Encontraremos algo o no lo haremos, pero
de cualquier manera todo habrá terminado.
Slick se llevó las yemas de los dedos a la boca y estudió sus estanterías
durante mucho tiempo, luego tomó la fotografía y lo consideró de nuevo.
Finalmente, la volvió a dejar.
— Déjame rezar por esto, — dijo. —No se lo diré a Leland, pero déjeme
guardar la fotografía, la carpeta y rezar en ellas.
— Gracias, — dijo Patricia.
Nunca se le ocurrió no confiar en Slick.
Capitulo 29
Slick llamó el jueves a las 10:25 de la mañana.
— Iré, — dijo. — Pero sólo miraré. No abriré nada que esté cerrado.
— Gracias, — dijo Patricia.
— No me siento bien con esto, — dijo Slick.
— Yo tampoco, — dijo Patricia, y luego colgó y llamó a la Sra. Greene para
darle la buena noticia.
— Esto es un gran error, — dijo la Sra. Greene.
— Irá más rápido con tres de nosotras, — dijo Patricia.
— Tal vez, — dijo la Sra. Greene. — Pero todo lo que le digo es que es un
error.
Le dio un beso de despedida a Carter el viernes por la mañana a las 7:30, y él
se fue a Tampa en el vuelo 1237 de Delta desde el aeropuerto de Charleston,
con escala en Atlanta. El sábado por la mañana, a las 9:30, llevó a Blue a la
escuela de los sábados. Le dijo a Korey que podían trabajar juntos en su lista de
universidades, pero al mediodía, cuando tuvo que ir a buscar a Blue a la escuela
del sábado, Korey apenas había visto los catálogos.
Cuando se detuvo frente a Albemarle a las 12:05, el único otro auto que había
era el Saab blanco de Slick. Salió y golpeó la ventanilla del conductor.
— Hola, Sra. Campbell, — dijo Greer, bajando la ventanilla.
— ¿Tu madre está bien? — Preguntó Patricia.
— Tenía que llevar algo a la iglesia, — dijo Greer. — ¿Dijo que podría verla
más tarde?
— Estoy ayudándola a planear su Partido de la Reforma, — dijo Patricia.
— Suena divertido, — dijo Greer.
Ella y Blue llegaron a casa a las 12:40. Korey había dejado una nota en el
mostrador diciendo que iba al centro a hacer aeróbic y luego a ver una película
con Laurie Gibson. A las 2:15, Patricia llamó a la puerta del dormitorio de Blue.
— Voy a salir un rato, — llamó.
No respondió. Supuso que se había enterado.
No quería que nadie viera su coche, y de todas formas era una tarde cálida,
así que subió a Middle Street. Vio el coche de la Sra. Greene aparcado en la
entrada de James Harris, junto a un camión de Greener Cleaners verde y blanco.
La Córcega de James Harris había desaparecido.
Ella odiaba su casa. Hace dos años, había derribado la casa de la Sra. Savage,
dividido el terreno por la mitad y vendido el trozo más cercano a los Hendersons
a un dentista de algún lugar del norte, y luego se construyó una McMansion que
se extendía de línea de propiedad a línea de propiedad. Un enorme bulto sureño
con piñas de concreto al final del camino, se erigió sobre zancos con una planta
baja cerrada para el estacionamiento. Era una monstruosidad blanca pintada de
blanco con todos sus diversos techos de hojalata pintados de rojo óxido,
rodeados por un enorme porche.
Había estado dentro una vez para la fiesta de inauguración de su casa el
verano pasado, y todo eran corredores de henequén y enormes y pesados
muebles hechos a máquina, nada con ninguna personalidad, todo anónimo y
hecho en beige, y crema, y blanco roto, y pizarra. Se sentía como el cadáver
embalsamado e hinchado de una destartalada casa de playa del sur, empañado
con cosméticos y aire central.
Patricia giró hacia McCants, luego volvió a girar y volvió a girar hasta que
se paró en la calle Pitt justo detrás de la casa de James Harris. Podía ver sus
techos rojos asomando sobre los árboles al final de una pequeña zanja de drenaje
que corría entre dos líneas de propiedad de este lado de la manzana al otro.
Cuando llovía, la zanja llevaba el agua del desbordamiento de Pitt hasta el
puerto. Pero no había llovido en semanas y ahora era un goteo pantanoso, con
un camino desgastado que los niños usaban como atajo entre los bloques que
corrían a lo largo de él.
Ella se bajó de la acera agrietada por la raíz y caminó hasta su casa por el
sendero, tan rápido como fue posible, sintiendo que los ojos la observaban todo
el camino. El patio trasero de James Harris estaba a la sombra de su casa, y
hacía tanto frío como el agua del fondo de un lago. Su césped no recibía
suficiente luz y las hojas amarillas crujían bajo sus pies.
Subió las escaleras hasta el porche trasero y se detuvo, mirando hacia atrás
para ver si podía ver a Slick, pero aún no había llegado allí. Siguió moviéndose,
queriendo desaparecer de la vista lo antes posible. Llamó a la puerta trasera.
Dentro, escuchó una aspiradora que se arremolinaba y un minuto después el
burlete se rompió y la puerta se abrió para dejar ver a la Sra. Greene con un polo
verde.
— Hola, Sra. Greene, — dijo Patricia, en voz alta. —Vine a ver si podía
encontrar mis llaves. Que dejé aquí.
— El Sr. Harris no está en casa, — respondió la Sra. Greene en voz alta, lo
que le hizo saber a Patricia que la otra mujer que trabajaba con ella estaba cerca.
— Tal vez deberías volver más tarde.
— Realmente necesito mis llaves, — dijo Patricia.
— Estoy segura de que no le importará que las busques, — dijo la Sra.
Greene.
Se apartó del camino, y Patricia entró. La cocina tenía una gran isla en el
medio, la mitad de ella cubierta por una especie de parrilla de acero inoxidable.
Los gabinetes marrón oscuro alineados en las paredes, y el refrigerador, el
lavaplatos y el fregadero eran todos de acero inoxidable. La habitación se sentía
fría. Patricia deseaba haber traído un suéter.
— ¿Ya llegó Slick? — Patricia preguntó en voz baja.
— Todavía no, — dijo la Sra. Greene. —Pero no podemos esperar.
Una mujer con el mismo polo verde de la Sra. Greene entró desde el pasillo.
Llevaba guantes de goma amarillos para lavar platos y una riñonera de cuero
brillante.
— Lora, — dijo la Sra. Greene. — Esta es la Sra. Campbell, de la calle de
abajo. Cree que se ha dejado las llaves aquí y va a buscarlas. — Patricia le dio
lo que esperaba que pareciera una sonrisa amistosa.
— Hola, Lora, — dijo. — Encantada de conocerte. No dejes que me
interponga en tu camino.
Lora volvió sus grandes ojos marrones de Patricia a la Sra. Greene, y luego
de vuelta a Patricia. Se agarró el cinturón y se descolgó un teléfono móvil.
— No es necesario, — dijo la Sra. Greene. — Conozco a la Sra. Campbell.
Solía limpiar para ella.
— Sólo será un minuto, — dijo Patricia, fingiendo que escudriñaba las
encimeras de granito. —Sé que esas llaves están en alguna parte.
Con sus enormes ojos marrones aún sobre la Sra. Greene, Lora abrió el
teléfono y apretó un botón.
— ¡Lora, no! — dijo Patricia, demasiado alto. Lora se giró y miró a Patricia.
Parpadeó una vez, sosteniendo el teléfono abierto con su mano amarilla de
goma.
— Lora, — dijo Patricia. — Realmente necesito encontrar mis llaves. Podrían
estar en cualquier lugar y podría llevarme un tiempo. Pero no te meterás en
problemas por lo que estoy haciendo. Te lo prometo. Y te pagaré por las
molestias.
Se había dejado el bolso en casa, pero la Sra. Greene le había dicho que
trajera dinero, por si acaso. Metió la mano en su bolsillo y sacó cuatro de los
cinco billetes de diez dólares que había traído y los colocó en la isla de la cocina
más cercana a Lora, y luego se alejó.
— El Sr. Harris no volverá hasta mañana, — dijo la Sra. Greene.
Lora se adelantó, tomó los billetes y los hizo desaparecer en su riñonera.
— Muchas gracias, Lora, — dijo Patricia.
La Sra. Greene y Lora salieron de la cocina y la aspiradora rugió de nuevo a
la vida, y Patricia miró por la ventana trasera para ver si podía ver a Slick
viniendo por el camino, pero estaba vacía. Se dio la vuelta y caminó por el
amplio pasillo delantero y miró por la ventana de la puerta. El vidrio estaba
artísticamente ondulado para que pareciera una antigüedad. El Saab de Slick no
estaba en la entrada. No era propio de ella llegar tarde, aunque si hubiera perdido
los nervios en el último minuto tal vez no fuera lo peor del mundo. No sabía
cómo reaccionaría Lora cuando dos de ellos registraran la casa.
Además, no había mucho en ella. Los cajones de la cocina estaban vacíos.
Los armarios apenas contenían comida. No había cajones de basura. No había
anuncios magnetizados del exterminador o de los repartidores de pizza en la
puerta de la nevera. No hay tostadoras en los mostradores, ni licuadoras, ni
planchas de gofres, ni parrillas de George Foreman. Era lo mismo en toda la
casa.
Ella decidió subir las escaleras. Si tenía algo personal era más probable que
estuviera escondido allí. Subió las escaleras alfombradas, el ruido de la
aspiradora cayendo debajo de ella. Se paró en el pasillo de arriba con las
puertas cerradas y de repente sintió que estaba a punto de cometer un terrible
error. No debería estar aquí. Debería darse la vuelta e irse. ¿Qué había estado
pensando?
Pensó en Barba Azul, donde su marido le dijo a la novia que no mirara detrás
de cierta puerta y, por supuesto, lo hizo y descubrió los cadáveres de sus
anteriores novias. Su madre le había dicho que la moraleja de la historia era que
debes confiar en tu marido y nunca fisgonear. ¿Pero no era mejor saber la
verdad? Se dirigió al dormitorio principal.
El dormitorio principal olía a vinilo caliente y a alfombra nueva, aunque la
alfombra ya debe tener dos años. La cama estaba bien hecha y tenía cuatro
postes, cada uno coronado con una piña tallada. Un sillón y una mesa se
sentaban junto a la ventana. Sobre la mesa había un cuaderno. Cada página
estaba vacía. Patricia miró en el vestidor. Toda la ropa colgada en bolsas de la
tintorería, incluso sus blue jeans, y todos olían a productos químicos de
limpieza.
Ella buscó en el baño. Peines, cepillos, pasta de dientes e hilo dental, pero sin
recetas. Tiritas y gasas pero nada que le dijera nada sobre el ocupante. Olía a
sellador y a yeso. El lavabo y la ducha estaban secos. Patricia volvió al pasillo
y lo intentó de nuevo.
Fue de habitación en habitación, abriendo armarios vacíos, mirando dentro
de cajones vacíos. Todo olía a pintura fresca. Cada habitación resonaba vacía.
Cada cama estaba cuidadosamente hecha con almohadas prístinas y almohadas
decorativas. La casa se sentía abandonada.
— ¿Encontraste algo? — dijo una voz, y Patricia saltó al aire.
— ¡Oh por Dios! — jadeó, presionando su mano en el medio de su pecho. —
Me has dado un susto de muerte.
La Sra. Greene se paró en la puerta.
— ¿Encontraste algo? — repitió.
— Está todo vacío, — dijo Patricia. — Slick no ha venido, ¿verdad?
— No, — dijo la Sra. Greene.
— Lora está almorzando en la cocina.
— No hay nada aquí, — dijo Patricia. —Esto no tiene sentido.
— ¿No hay nada en toda la casa? —La Sra. Greene dijo. —¿Nada? ¿Está
segura de haber mirado?
— He mirado en todas partes, — dijo Patricia. — Me voy a ir antes de que
Lora cambie de opinión.
— No me lo creo, — dijo la Sra. Greene. Su terquedad provocó un destello
de irritación de Patricia.
— Si puedes encontrar algo que me haya perdido, por supuesto, siéntete libre,
— dijo.
Las dos se pusieron de pie, mirándose la una a la otra. La decepción hizo que
Patricia se irritara. Había llegado tan lejos, y ahora nada. No había ningún
camino hacia adelante.
— Lo intentamos, — dijo finalmente.
— Si viene Slick, dile que entré en razón. — Pasó junto a la Sra. Greene,
dirigiéndose a las escaleras.
— ¿Y qué hay de eso? — La Sra. Greene dijo que por detrás de ella.
Cansada, Patricia se dio vuelta y vio a la Sra. Greene con el cuello hacia atrás,
mirando el techo del pasillo. Más específicamente, estaba mirando un pequeño
gancho negro en el techo del pasillo. Usándolo como punto de referencia,
Patricia pudo ver la línea rectangular de una puerta a su alrededor, las bisagras
pintadas de blanco. Tomó una escoba de la cocina y usó el ojal de su mango
para enganchar el gancho. Ambos tiraron y, con un gemido de resortes y un
crujido de pintura, los bordes rectangulares se hicieron más grandes, más
oscuros, y la puerta del ático cayó y las escaleras metálicas que la rodeaban se
desplegaron.
Un olor seco y abandonado rodó por el pasillo.
— Subiré, — dijo Patricia.
Agarró con fuerza los bordes, y la escalera tembló al subir. Se sentía
demasiado pesada, como si su pie fuera a romper los escalones. Entonces su
cabeza atravesó el techo y estaba a oscuras.
Sus ojos se ajustaron y se dio cuenta de que no estaba completamente oscuro.
El ático se extendía a lo largo de la casa y había persianas en cada extremo. La
luz del día se filtraba. Se sentía caliente y sofocante. El extremo del ático que
daba a la calle estaba desnudo, sólo con vigas y aislamiento rosa. La parte de
atrás era un revoltijo de formas oscuras.
— ¿Tienes una linterna? — dijo.
— Aquí, — dijo la Sra. Greene.
Desenganchó algo de su llavero y Patricia bajó unos pasos y lo cogió: un
pequeño rectángulo de goma turquesa del tamaño de un mechero.
— Aprietas los lados, — dijo la Sra. Greene.
Una pequeña bombilla en el extremo emitía un débil resplandor.
Era mejor que nada.
Patricia subió al ático.
El suelo estaba arenoso, cubierto de una capa de veneno de cucarachas,
excrementos de ratón, guano seco, plumas de paloma, cucarachas muertas en
sus espaldas, y grandes montones de excrementos que parecían venir de
mapaches. Patricia comenzó a caminar hacia el desorden. El aire frío formó una
brisa cruzada que soplaba desde las rejillas de ventilación en cada extremo. El
polvo blanco se molió contra la madera contrachapada bajo sus pies.
Aquí arriba olía a insectos muertos, a tela podrida, a cartón mojado que se
había secado y enmohecido. Todo lo de abajo había sido meticulosamente
limpiado y pulido, limpiado de cualquier cosa orgánica. Aquí arriba, la casa
estaba expuesta: viguetas astilladas, suelo de madera contrachapada sucia,
medidas de la construcción anotadas en la madera contrachapada expuesta
debajo de las tejas. Patricia tocó el rayo de la linterna sobre el montón de objetos
en la parte trasera y se dio cuenta de que este era el cementerio de la vida de la
Sra. Savage.
Mantas, edredones y sábanas fueron colocadas sobre todas las cajas, baúles
y maletas que había visto en la habitación de la anciana. Llenas de huevos de
cucaracha, pegajosas con telarañas entre cada espacio abierto, las sucias sábanas
y mantas eran rígidas y rancias.
Patricia levantó una esquina pegajosa de una colcha rosa y soltó una
bocanada de pulpa de madera podrida. Debajo de ella, en el suelo, yacía una
caja de cartón de romances en rústica dañados por el agua. Los ratones habían
masticado una esquina hasta hacerla pedazos y las tripas de color brillante de la
edición rústica se derramaron en el suelo. ¿Por qué había traído toda esta basura
a una casa nueva? Se sentía mal. En toda su nueva y meticulosa casa en blanco,
esto sobresalía como un error.
Su piel ardía en asco cada vez que tocaba las mantas. Estaban cubiertas de
mugre, veneno de cucarachas blancas y excrementos de ratón. Caminó
alrededor de las cajas hasta donde terminaban las mantas, donde la chimenea
de ladrillo se elevaba a través del suelo y luego el techo. Reconoció la fila de
maletas viejas sentadas a su lado, rodeadas de muebles que recordaba de la
vieja casa: lámparas de pie completamente oscurecidas por telarañas que
estaban espesas de huevos, la mecedora con su asiento masticado en un nido de
ratones, la mesa de extensión cruzada cuya tapa de chapa se había deformado y
partido.
Sin saber por dónde empezar, Patricia levantó cada una de las maletas.
Estaban vacías excepto la penúltima. No se movió. Lo intentó de nuevo. Se
sentía arraigada al suelo. Deslizó la bolsa marrón de Samsonite, con el sudor de
su nariz. Abrió el primer pestillo, rígido por el desuso, luego el segundo, y el
peso de lo que había dentro lo abrió.
El hedor químico de las bolas de naftalina explotó en su cara, haciendo que
sus ojos se humedecieran. Exprimió la luz que la Sra. Greene le había dado y
vio que estaba repleta de láminas de plástico negro moteadas con bolas de
naftalina blanca que rodaban por el suelo. Apartó un poco de plástico y un par
de ojos lechosos reflejaron la luz hacia ella.
Sus dedos se entumecieron y la linterna se oscureció cuando la dejó caer en
el plástico. Dio un paso atrás, no alcanzó el borde donde terminaba el suelo de
contrachapado, y su pie cayó en el espacio vacío entre dos de las vigas. Empezó
a caer hacia atrás, con los brazos enredados, y sólo logró agarrar una viga áspera
del techo y atraparse.
Metiendo la mano en la maleta, apenas controlando su pánico, sus dedos
encontraron la linterna y la apretaron. Vio los ojos de nuevo, y ahora vio la cara
que los rodeaba. Estaba envuelta en una bolsa de plástico transparente para la
tintorería y Patricia vio en ella granos blancos que se habían vuelto amarillos y
marrones con el tiempo. Se dio cuenta de que eran sal. Las bolas de naftalina
estaban allí para matar el olor. La sal era para preservar el cuerpo. La piel de la
cara del cadáver era marrón oscuro y se estiró mucho, separando los labios de
los dientes con una sonrisa terrible. Pero incluso entonces, Patricia reconoció a
Francine.
Con el corazón crujiendo fuertemente dentro de su pecho, las manos
hormigueando de sangre, se forzó a sí misma a dejar que la luz de la pluma se
apagara. La deslizó en su bolsillo y luchó con la Sansonita hasta que la volvió
a cerrar. Retorció los cierres rígidos, agarró la manija con ambas manos y la
arrastró hacia las escaleras. Hizo un sonido fuerte y arenoso mientras lo
deslizaba por el suelo.
Tiró de la maleta, dio un paso, volvió a tirar de ella, dio un paso, y paso a
paso la arrastró hasta la mitad de las escaleras del ático. Sus hombros quemaron,
la base de su columna vertebral se sintió rota, pero finalmente llegó al borde de
la trampilla y sintió alivio a través de su cuerpo cuando vio la sala blanca de
abajo. Dejaba la bolsa aquí, buscaba a la Sra. Greene, y sacaban esto de la casa
juntos. Ella no dudaría. La llevaría directamente a la comisaría de policía. Se
dio la vuelta y subió al primer escalón. Fue entonces cuando oyó voces abajo y
automáticamente echó el pie hacia atrás.
— Sra. Greene, — dijo la voz de un hombre distante. Se perdió la siguiente
parte y luego; —Una sorpresa…
Oyó a la Sra. Greene decir algo que no pudo entender, y luego oyó el final de
la respuesta de James Harris; — …vuelve a casa temprano.
Capitulo 30
La electricidad corrió por los brazos y piernas de Patricia, llevándola por el
lugar.
— ...puede envolverse, — escuchó decir a James Harris. — ...quiero ir arriba
y descansar un poco.
Un horrible pensamiento se apoderó del cerebro de Patricia: en cualquier
momento Slick iba a subir a la puerta trasera y a llamar. Slick no podía mentir
para salvar su vida. Decía que estaba allí para conocer a Patricia.
Una voz que no podía oír habló, y entonces James Harris dijo, — ¿Lora está
aquí hoy?
Patricia miró hacia abajo y su corazón golpeó tan fuerte que dejó un moretón
en sus costillas. Lora estaba en la puerta de la habitación de invitados, con un
trapo en una mano, mirando a Patricia.
— Lora, — susurró Patricia.
Lora parpadeó, lentamente.
— Cierra las escaleras, — suplicó Patricia. Lora se quedó mirando. — Por
favor. Cierra las escaleras.
James Harris le decía algo a la Sra. Greene que Patricia no podía oír porque
todo su cuerpo estaba dirigido a Lora, deseando que lo entendiera. Entonces
Lora se movió: extendió una mano con un guante amarillo, con la palma hacia
arriba en un gesto universal. Patricia recordó el otro billete de diez dólares.
Metió la mano en su bolsillo, dobló la uña de su dedo índice hacia atrás y lo
sacó. Lo dejó caer y se agitó lentamente, justo en la mano de Lora.
Abajo, oyó a James Harris decir; — ¿Ha pasado alguien por aquí?
Lora se inclinó, agarró el fondo de las escaleras y las empujó hacia arriba. Los
resortes no gimieron esta vez, pero se cerraron demasiado rápido y ella se
puso en cuclillas, extendiendo sus manos, agarrando la trampilla, llevándola
a un cierre suave con un golpe silencioso.
Tuvo que reemplazar la maleta antes de que él subiera. Se puso de pie y calzó
su pie derecho debajo de ella, sintiendo su peso aplastar sus huesos, y se levantó,
dando un paso adelante, usando su zapato como parachoques cuando bajó la
maleta, balanceándola hacia adelante un paso a la vez. Era ruidoso, pero no tan
ruidoso como el arrastre. Cojeando salvajemente, magullando su espinilla con
cada paso, con el pulso rompiéndose en sus muñecas, la maleta raspando la parte
superior de su pie, llegó lentamente al final del ático y deslizó el Sansónito de
nuevo a su lugar. Entonces vio que había bolas de naftalina esparcidas por todo
el suelo, brillando como perlas en la tenue luz del ático.
Las recogió y, sin tener donde ponerlas, las dejó caer en sus bolsillos. Su
cabeza giró; pensó que podría desmayarse. Tenía que saber dónde estaba.
Caminando de viga en viga, volvió a la trampilla, se quitó de en medio a tres
cucarachas muertas y se arrodilló en el suelo, acercando su oreja a la madera
contrachapada.
Escuchó los golpes sorpresivos de las puertas del dormitorio abriéndose y
cerrándose. Rezó para que Lora cerrara la que tenía las escaleras del ático, y
luego oyó que se abría, y pasos justo debajo de ella, y su corazón apretado. Se
preguntó si las marcas de la escalera podían verse en el montón de la alfombra.
Entonces más pasos y la puerta se cerró.
Todo se quedó en silencio. Ella se levantó. Le dolían todas las articulaciones
de su cuerpo. ¿Cómo pudo salir de aquí? ¿Y por qué había viajado a la luz del
día? Ella sabía que él era capaz de hacerlo, pero sólo se arriesgaría en la
desesperación. ¿Qué había pasado para que se diera prisa en volver a casa?
¿Sabía que ella estaba aquí? ¿Y qué iba a pasar cuando Slick apareciera?
Escuchó voces débiles flotando desde abajo:
— ...vuelve a la siguiente... — Los estaba enviando a casa. Escuchó un lejano
y definitivo golpe y se dio cuenta de que era la puerta principal la que se cerraba.
Estaba en la casa sola. Con James Harris. Todo estuvo en silencio durante unos
minutos y luego, desde debajo de la trampilla, una voz cantante se elevó.
— Patricia, — cantó James Harris. — Sé que estás aquí.
Ella se congeló. Iba a subir. Ella quería gritar, pero lo atrapó antes de que se
le escapara de entre los labios.
— Voy a encontrarte, Patricia, — cantaba.
Subía la escalera. En cualquier momento oiría los resortes estirarse y vería la
luz alrededor de los bordes hacerse más brillante, oiría sus pesados pasos en los
peldaños, y vería su cabeza y sus hombros emerger en el ático, mirándola
directamente a ella, con la boca abierta en una sonrisa, y esa cosa, esa cosa larga
y negra hirviendo en su garganta. Ella estaba atrapada.
Debajo de ella, se abrió la puerta de un dormitorio, y luego otra. Escuchó
puertas de armario que se abrían y cerraban, más cerca y más lejos, y luego la
puerta de un dormitorio se cerró de golpe y ella saltó un poco dentro de su piel.
Otra puerta de la habitación se abrió.
Era sólo cuestión de tiempo que recordara el ático. Tenía que encontrar un
escondite.
Apretó la linterna y miró al suelo, tratando de ver si se había entregado. El
veneno de la cucaracha blanca tenía sus huellas por todas partes, así como las
marcas de arrastre de la maleta. En cuclillas, forzándose a moverse lenta y
cuidadosamente, usó las palmas de las manos para batir el veneno, dejando la
arenosa capa blanca más fina, pero sin perturbarla. Caminó hacia atrás,
encorvada, cepillando el suelo ligeramente, su espalda en llamas hasta que llegó
a las maletas y se puso de pie. Usó la luz del bolígrafo para comprobar su trabajo
y quedó satisfecha.
Examinó la maleta y se dio cuenta de que la que tenía el cuerpo de Francine
estaba limpia. Recogió polvo de cucarachas y excrementos de ratón y los usó
para ensuciar la maleta. Haría el trabajo si no mirara de cerca.
Estar de pie la hacía sentir expuesta, así que se obligó a tumbarse detrás del
montículo cubierto de las cosas de la Sra. Savage. Con la oreja pegada al sucio
suelo de contrachapado, oyó la casa vibrando bajo ella. Escuchó puertas que se
abrían y cerraban. Oyó pasos. Luego no oyó nada. El silencio la puso nerviosa.
Comprobó su reloj de pulsera: 4:56. El silencio la llevó a un trance. Ella podía
quedarse aquí, él no la buscaría aquí, ella esperaría todo el tiempo que
necesitara, y ella escucharía, y cuando oscureciera él saldría de la casa y ella
podría escabullirse. Ella sería fuerte. Sería inteligente. Estaría a salvo.
Escuchó el gemido de los manantiales al abrirse la trampilla, y la luz inundó
el extremo más alejado del ático.
— Patricia, — dijo James Harris en voz alta, subiendo los escalones, los
manantiales gritando alocadamente bajo sus pies. — Sé que estás aquí arriba.
Miró las sucias mantas que cubrían las cajas y se dio cuenta de que ni siquiera
meterse debajo de ellas ayudaría. Los muebles eran demasiado escasos para
esconderla. Si caminaba a este lado de las pilas la vería. No había ningún lugar
donde ir.
— Voy a por ti, Patricia, — llamó, feliz, mientras llegaba a la cima de la
escalera.
Entonces vio la pila de ropa en el borde del ático donde terminaba el suelo de
contrachapado. Varias cajas se habían partido y degenerado su contenido en un
enorme montículo.
Si ella podía escarbar en ese montón, estaría escondida. Se acercó
arrastrándose, permaneciendo agachada, el hedor apestoso de la tela podrida
raspando sus senos nasales. Su garganta se golpeó contra el fondo de la misma.
Los pasos que subían por la escalera se detuvieron.
— Patty, — dijo la voz de James desde el medio del ático. —Tenemos que
hablar.
Ella escuchó el crujido de la madera contrachapada bajo su peso.
Levantó el borde rígido de la pila y comenzó a deslizarse por debajo, de
cabeza. Las arañas huyeron de la perturbación, y los huevos de las cucarachas
se soltaron de la tela y llovieron sobre su cara. Los ciempiés cayeron y se
retorcieron contra el hueco de su garganta. Escuchó a James Harris llegar al
suelo del ático y se obligó a luchar por su desfiladero y a deslizarse hacia
adentro, moviéndose con cuidado para no molestar a las mantas que cubrían su
cabeza. Sus pies se acercaron; ahora estaban en el borde de las cajas, y ella
metió los pies bajo el montón de ropa podrida y se quedó allí, intentando no
respirar.
Los insectos se agolparon en su cuerpo, y se dio cuenta de que había
perturbado un nido de ratones. Las patas con garras se retorcían sobre su
estómago, se retorcían sobre su cadera. Quería gritar. Mantuvo la boca cerrada
con pinzas, respirando por la nariz, sintiendo la apestosa tela que la rodeaba
repleta de ácaros, cucarachas y ratones.
Tenía cáscaras de insectos disecadas en la cara, pero no se atrevía a
quitárselas. Las arañas se arrastraban por sus nudillos. Ella se hizo muy quieta.
Escuchó otro paso y pudo ver que estaba levantando las mantas que cubrían las
cajas de Ann Savage, mirando debajo, y fingió ser invisible.
— Patricia, — dijo James Harris, conversando. — ¿Por qué te escondes en
mi ático? ¿Qué estás buscando aquí arriba?
Pensó en cómo había metido el cuerpo de Francine en la maleta, en cómo
probablemente había tenido que tomar sus grandes manos y romperle los
brazos, destrozarle los hombros, aplastarle los codos, sacarle las piernas de sus
órbitas y retorcerlas en astillas para que encajaran. Era tan fuerte. Y estaba
parado directamente sobre ella.
El montón de tela podrida se movió y se movió, y ella se esforzó por hacerse
cada vez más pequeña hasta que no quedó nada. Algo extendió una delicada y
suave pierna sobre su barbilla, luego se movió sobre sus labios, raspándolos
delicadamente con sus patas peludas, y sintió la antena de la cucaracha rozando
el borde de sus fosas nasales como largos pelos ondulados. Quería gritar pero
fingía que estaba hecha de piedra.
— Patricia, — dijo James Harris. — Puedo verte.
Por favor, por favor, por favor no te metas en mi nariz, le suplicó
silenciosamente a la cucaracha.
— Patricia, — dijo James Harris desde su lado. ¿Y si sus pies sobresalían?
¿Y si él pudiera verlos? — Es hora de dejar de jugar. Sabes cuánto me duele
salir al exterior durante el día. No me siento muy bien ahora mismo, y no estoy
de humor para juegos.
La cucaracha pasó por su nariz, se rozó el pómulo, y se cerró los ojos, con las
cuencas llenas de arena y toda la tela podrida que se desprendía de ellas, y la
progresión de la cucaracha por su cara le hizo tantas cosquillas que tuvo que
cepillarse la mejilla o se volvería loca. La cucaracha se arrastró por un lado de
su cara, sobre su oreja, sondeando dentro del canal auditivo con su antena, y
luego, atraída por el calor, sus patas comenzaron a meterse en su oreja.
Oh, Dios, ella quería gemir.
Por favor, por favor, por favor, por favor...
Sintió la antena agitarse, explorando en lo profundo de su oído, y envió
escalofríos fríos por su columna vertebral, y la bilis hirvió en su garganta, y
presionó su lengua contra el techo de su boca, y sintió la bilis llenar sus senos,
y las piernas estaban ahora dentro de su oído, y sus alas revoloteaban
delicadamente contra la parte superior de su canal auditivo, y sintió que
aplastaba su cuerpo en su oído.
— ¡Patricia! — James Harris gritó, y algo se movió violentamente, y se
estrelló, y ella casi gritó, pero se mantuvo, y la cucaracha forzó su camino más
profundo en su oído, tres cuartos adentro, sus patas se movieron más profundo,
y pronto no sería capaz de sacarla, y James Harris pateó los muebles, y ella
sintió que las mantas se movían.
Entonces los fuertes pisotones se alejaron de ella, y escuchó los resortes
gemir, y la cucaracha agitó sus alas, tratando de forzarse más profundamente,
pero estaba atascada, y sintió como si estuviera agitando sus patas delanteras
contra el lado de su cerebro, y supo que James Harris sólo pretendía bajar, y
entonces hubo un golpe y el suelo saltó, y el silencio, y ella supo que él la estaba
esperando.
Preparó su mano izquierda para atrapar las patas traseras de la cucaracha
antes de que desapareciera en su oído, y escuchó, esperando escuchar a James
Harris entregarse, pero luego, muy lejos, en lo profundo de la casa escuchó un
portazo.
Patricia salió corriendo de debajo de la pila de ropa, sintiendo que los
excrementos de ratón salían de su cuerpo, desgarrándose la oreja, y no pudo
atrapar la cucaracha, y ésta entró en pánico y se retorció, abriéndose paso hasta
su oreja, y ella agarró su tejido blando a su alrededor, y se cerró la oreja. Algo
crujió y estalló y el líquido caliente rezumó en lo profundo de su canal auditivo,
y ella sacó el cadáver destrozado de la cucaracha, y raspó la mugre caliente con
su dedo meñique.
Las arañas se arrastraron desde su pelo hasta su cuello. Las abofeteó, rezando
para que no fueran viudas negras.
Finalmente, se detuvo. Miró el montón de ropa vieja y supo que incluso si
volvía, no había manera de que pudiera volver a pasar por debajo de ellas.
Vio cómo las persianas se atenuaban en el lado del ático que daba a la parte
trasera de la casa, y se iluminaban detrás de las persianas que daban al puerto,
y entonces la luz se elevó, luego roja, luego anaranjada, y luego desapareció.
Empezó a temblar. ¿Cómo iba a salir? ¿Y si se quedaba en la casa toda la noche?
¿Y si volvía a subir después de que ella se hubiera dormido? ¿Y si Carter
llamaba a casa? ¿Sabían Blue y Korey dónde estaba?
Ella revisó su reloj. 6:11. Sus pensamientos se persiguieron dentro de su
cabeza mientras el sol se ponía y el calor se filtraba fuera del ático. Se sentía
sedienta, hambrienta, asustada y sucia. Eventualmente puso sus pies bajo la pila
de ropa para mantenerlos calientes.
De vez en cuando, se dormía y se despertaba con un tirón de cabeza que hacía
que se le rompiera el cuello. Escuchaba a James Harris, temblaba
incontrolablemente y dejaba de mirar su reloj porque pensaba que había pasado
una hora y cada vez descubría que sólo habían pasado cinco minutos.
Se preguntó qué le había pasado a Slick, y se preguntó por qué había vuelto
antes, y por qué se había arriesgado a salir a la luz del día, y dentro de su fría y
gomosa cabeza, estos pensamientos fueron cada vez más lentos y se fundieron
y de repente supo que era Slick.
Slick le había dicho que estaba aquí. Por eso Slick no había venido. Había
llamado a James Harris en Florida porque sus valores cristianos no soportaban
doblar las reglas, y Patricia había encontrado algo, había encontrado el algo,
había encontrado a Francine, pero a Slick no le importaba eso, no le importaba
que Patricia le hubiera dicho que James Harris era peligroso, sólo le importaba
su preciosa alma de lirio blanco.
Miró su reloj. 10:31. Había estado aquí arriba durante siete horas. Le
quedaban por lo menos otras tantas. ¿Por qué Slick la había traicionado? Se
suponía que eran amigos. Pero Patricia se dio cuenta de que estaba sola otra vez.
Le tomó unos minutos identificar el ruido debajo de ella, que atravesaba el
piso, repitiéndose una y otra vez. Patricia se limpió la nariz y escuchó, pero no
pudo decir qué era. Luego se detuvo.
— ¿Qué? — Gritó James Harris. Incluso a lo lejos y amortiguado por las
paredes, todavía la hacía saltar.
El sonido había sido el teléfono sonando. Escuchó pasos que bajaban las
escaleras, escuchó la puerta principal abrirse y cerrarse de golpe, y luego el
silencio.
Se sentó, con el corazón palpitando, los dientes castañeteando. Entonces su
piel se arrastró: alguien estaba rascando al otro lado de la trampilla. Volvía a
subir, encontraba el ojal y bajaba la trampilla. Estaba demasiado cansada,
demasiado fría, no podía moverse, no podía esconderse. Luego vino un ruido
como el del fin del mundo cuando la trampilla se rompió, los muelles gritaron,
y James Harris subió la escalera.
Capitulo 31
— ¿Patricia? — susurró Kitty.
Patricia no podía entender qué estaba haciendo Kitty con James Harris.
— ¿Patricia? — La llamó Kitty más fuerte.
Patricia se incorporó sobre los codos, luego sobre las manos y miró por
encima de las cajas. Kitty estaba a medio camino dentro del ático. Solo.
— ¿Kitty? — dijo Patricia, su lengua estaba seca, arrastrando las palabras
— Oh, gracias a Dios, — dijo Kitty. — Me asustaste hasta la muerte. Venga.
— ¿Dónde está el? — Preguntó Patricia, los pensamientos se volvieron
espesos y lentos.
— Se fue, — dijo Kitty. Palida. Tenemos que irnos antes de que regrese.
Patricia se levantó del suelo y se tambaleó hacia Kitty, las rodillas no
soportaban su peso, la columna vertebral le crujió, sentía que los pies le ardían
como si estuviera para en alfileres y agujas.
— ¿Cómo? — Preguntó Patricia.
— Gracious Cay se incendió, — dijo Kitty. — La señora Greene me llamó y
me dijo que tenía que venir a sacarte.
— ¿Dónde está ella? — Patricia arrastraba las palabras, llegando a la
trampilla.
Kitty agarró a Patricia por la cintura y la mantuvo firme.
— Lo primero que hice fue llevar a Blue y Korey a Seewee, — dijo, ayudando
a Patricia a colocar el pie en el escalón superior. — Les dijimos que tenías que
visitar a un primo enfermo en el norte del estado. Han estado todo el día
pescando cangrejos con Honey y alquilamos un montón de películas. Tengo las
camas hechas para ellos. Lo están pasando en grande.
Puso los pies de Patricia en el escalón superior, luego la ayudó a darse la
vuelta y bajar las escaleras. A mitad de camino, la cabeza de Patricia salió al
pasillo y olía tan limpio que quiso llorar.
— ¿Cómo es que Gracious Cay está en llamas? — Preguntó, aferrándose a la
escalera mientras la habitación giraba lentamente a su alrededor. — ¿Dónde
está la Sra. Greene?
— La isma respuesta para ambas preguntas, — dijo Kitty. — Creo que es la
primera vez que infringe la ley. Sigue moviéndote.
—No, — dijo Patricia. — Tienes que ver esto.
Se obligó a volver a subir por la escalera.
— He visto áticos antes, — le dijó Kitty. — ¡Patricia! No tenemos tiempo.
Patricia se arrodilló en el piso del ático y miró a Kitty a través de la escotilla.
—Si no ves esto, no servirá de nada, — dijo. — Todos volverá a decir que
estoy loca.
— Nadie piensa que estás loca, — dijo Kitty.
Patricia desapareció en la oscuridad. Después de un minuto, escuchó el
crujido de las escaleras y Kitty salió de la trampilla.
— Esta completamente a oscuras, — dijo Kitty.
Patricia sacó la linterna de su bolsillo y la usó para iluminar el camino de
Kitty hacia la chimenea, donde sacó la bolsa Samsonite y la dejó a un lado.
— He visto equipaje antes, — dijo Kitty.
— Sostén esto. — Patricia le entregó la linterna. — Apunta aquí y aprieta.
Kitty sostuvo la luz mientras Patricia abría las cerraduras. Abrió la maleta y
retiró el plástico negro. Los ojos muy abiertos de Francine y los dientes
expuestos no la asustaron esta vez, solo la entristecieron. Había estado sola aquí
durante mucho tiempo.
— ¡Ah! — Kitty gritó de sorpresa y la linterna se apagó. Patricia la oyó jadear
en seco una, dos veces, y luego Kitty eructó algo espeso y carnoso. Después de
un momento, la luz volvió a encenderse y jugó sobre el contenido de la maleta.
— Es Francine, — dijo Patricia. — Ayúdame a bajarla.
Cerró la tapa y la dejo como estaba.
— No podemos mover evidencia, —dijo Kitty, e inmediatamente Patricia se
sintió estúpida. Por supuesto. La policía necesitaba encontrar a Francine aquí.
— Pero la viste, ¿verdad? — Le preguntó Patricia.
— La vi, — dijo Kitty. — Definitivamente la vi. Testificaré sobre esto en la
corte. Pero tenemos que irnos.
Devolvieron la maleta y Kitty ayudó a Patricia a salir del ático. Pero no fue
hasta que cerraron el ático, atravesaron el pasillo de arriba y llegaron al final de
las escaleras del frente que Patricia tuvo un pensamiento repentino y se hundió.
Ella estaba sucia desde el ático. Las escaleras alfombradas eran blancas.
— Oh, no, — gimió, y la fuerza desapareció de sus piernas y se hundió en el
suelo.
— No tenemos tiempo para esto, — dijo Kitty. — Regresará en cualquier
momento.
— ¡Mira! — dijo Patricia, y señaló la alfombra.
Mostraba claramente la suciedad. No eran huellas, pero estaban cerca. Había
uno en cada escalón, que conducía hacia arriba y, Patricia lo sabía, de regreso
al lugar donde se abría la puerta del ático.
— Él sabrá que fui yo y que estuve en su ático, — dijo. — Se deshará de la
maleta antes de que podamos volver aquí con la policía. Todo será en vano.
— No tenemos tiempo, — dijo Kitty, tirando de ella hacia la cocina y la
puerta trasera.
Patricia imaginó escuchar una llave en la puerta principal, la puerta
abriéndose y el momento congelado mientras todos se miraban antes de que
James Harris corriera por el pasillo hacia ellas. Se imaginó las tres maletas
vacías en el ático junto a la que sostenía a Francine, esperando sus cuerpos rotos,
y dejó que Kitty la arrastrara hasta la puerta trasera.
Pero, ¿y si la policía no registrara su ático? ¿Y si Kitty estaba demasiado
asustada para respaldar su historia? ¿Qué pasaría si irrumpir en su casa violara
algún tecnicismo y nadie pudiera obtener una orden de registro por eso? Pasaba
todo el tiempo en los libros de crímenes. ¿Y si le costara el trabajo a la Sra.
Greene? Tenía que haber una mejor manera.
Su mente pasó de una idea a otra y luego se detuvo en un patrón que le pareció
familiar. Lo probó, rápidamente, y aguantó. Sabía lo que tenían que hacer.
— Espera, — dijo Patricia, y clavó los talones.
Kitty siguió tirando de su brazo, pero Patricia se soltó de su agarre y se
mantuvo firme justo afuera de la cocina.
— No te estoy mintiendo, — dijo Kitty. — Tenemos que irnos.
— Coge la escoba y la aspiradora, — dijo Patricia, dirigiéndose a las
escaleras. — Creo que están en el armario debajo de las escaleras. También
necesitamos champú para alfombras. Voy a volver a subir.
— ¿Para qué??? — Preguntó Kitty.
— Si regresa y ve que alguien ha estado en su ático, tomará esa maleta, la
llevará al Bosque Nacional Francis Marion y la enterrará donde nunca la
encontrará, — dijo Patricia. — Necesitamos que alguien lo encuentre en su ático
y eso significa que tenemos que cubrir nuestras huellas. Tenemos que limpiar
las escaleras.
— Nuh-uh, — dijo Kitty, sacudiendo la cabeza con furia, moviendo las
manos hacia adelante y hacia atrás, agitando sus brazaletes. — No señora. Nos
fuimos.
Patricia regresó por el pasillo hasta que se paró frente a Kitty.
— Ambas vimos lo que había en ese ático, — dijo.
—No me obligues a hacer esto — suplicó Kitty. — Por favor, por favor, por
favor.
Patricia cerró los ojos con fuerza. Sintió que un dolor de cabeza intentaba
abrirse camino a través de su frente.
— Él la asesinó, — dijo. — Tenemos que detenerlo. Esta es la única manera.
Sin darle a Kitty la oportunidad de protestar, volvió arriba.
— Patricia, — se quejó Kitty desde el pasillo de la planta baja.
— El armario de limpieza está debajo de las escaleras, — dijo Patricia por
encima de la barandilla.
Volvió a bajar los escalones del ático y subió. Cuanto más hacía esto, no le
molestaba cuando abría la maleta. Se movió en el plástico pegajoso,
ocasionalmente sintiendo el dorso de su mano rozar algo ligero, o sus dedos
agarrando una pierna o un antebrazo demacrado, pero después de un minuto
encontró lo que estaba buscando: el bolsillo de Francine. Lo sacó del plástico,
oliendo canela y cuero viejo.
Sacó la billetera de Francine, sacó su licencia de conducir y cuidadosamente
guardó todo en la maleta.
— Volveremos por ti — le susurró a Francine y volvió a cerrar los pestillos.
Abajo, encontró a Kitty con la escoba, la aspiradora y el champú para
alfombras. También había sacado un rollo de toallas de papel y un poco de spray
para mostrador Lysol.
— Si vamos a hacer esto, lo haremos bien, —dijo Kitty.
Barrieron la suciedad suelta de la alfombra y la rociaron con champú
espumoso hasta el final de las escaleras, a través del pasillo, hasta la trampilla.
Dejaron reposar el champú durante cinco minutos, mientras Kitty murmuraba:
— Vamos… vamos… — y luego lo aspiraba. Hacer funcionar la aspiradora fue
la parte más difícil porque hacia el mismo sonido que el de un automóvil en
marha, y eso justamente era lo que estaba pasando, la puerta principal se abrió,
James Harris entraba a la casa. Lo que hizo que Kitty se parara junto a la puerta
principal como vigía mientras ella subía y bajaba los escalones.
Finalmente, apagó la aspiradora, se aseguró de que las marcas de la escalera
de la trampilla no fueran visibles en la alfombra y bajó la aspiradora. Ella
acababa de comenzar a enrollar el cable de la aspiradora cuando Kitty siseó:
— ¡Coche!
Se congelaron.
— Está llegando, — dijo Kitty, corriendo de regreso a Patricia. — ¡Vámonos!
¡Vámonos!
Los faros iluminaron el vestíbulo y Patricia se envolvió más rápido, con las
muñecas doloridas. Metieron la escoba y la aspiradora en el armario del pasillo
y cerraron la puerta. Afuera, escucharon el portazo de un auto.
Chocaron el uno con el otro al atravesar la puerta de la cocina, dirigiéndose
a la puerta trasera, iluminada por las luces debajo del gabinete de la cocina. Se
oyeron pasos en los escalones del porche delantero.
— ¡Toallas de papel! — Patricia dijo, y se congeló.

Miró hacia el pasillo y vio el rollo de toallas de papel al final de la


barandilla del poste de la puerta. Parecían muy, muy lejanos. Pasos cruzaron el
porche delantero. Patricia no pensó, solo corrió hacia ellos. Al final del pasillo,
oyó pasos que se detenían al otro lado de la puerta, llaves entrando en la
cerradura, cogió las toallas de papel, un golpe tintineo cuando James Harris dejó
caer las llaves, Patricia salió corriendo por el pasillo, volviendo a colocar las
toallas en su soporte, Kitty sostenia la puerta trasera, corriendo hacia donde
estaba ella mientras ambas escuchaban la puerta principal abrirse, luego
cerrando la puerta trasera suavemente detrás de ellas, bajando los escalones
traseros tan silenciosamente como pudieron.
Detrás de ellas, las luces comenzaron a encenderse en toda la casa.
Una vez que llegaron a su patio trasero, corrieron, corriendo por el sendero
junto a la zanja de desagüe, tan oscuro que Patricia casi se cae, llegando al
Cadillac de Kitty estacionado en Pitt Street. Se deslizaron en los asientos
delanteros, y el rugido del motor al encenderse hizo que Patricia saltara. Se
aseguró a sí misma de que no había forma de que James Harris las escuchara.
Bajó de la adrenalina alta, pegajosa, temblorosa a sentirse enferma, metió la
mano en el bolsillo delantero y sacó la licencia de conducir de Francine. Y lo
sostuvo frente a ella.
— Ganamos, — dijo. — Finalmente ganamos.

Sra
Capitulo 32
— Lo habían atendido, — dijo Patricia sin aliento en el auricular del teléfono,
con los ojos muy abiertos y la voz llena de asombrada inocencia. —Y estaba
haciendo lo que hacen los hombres en una fiesta, hablando en grande,
presumiendo. No era mi intención alejarme tanto de mi esposo, pero él seguía
empujándome cada vez más lejos.
Patricia se detuvo y tragó, atrapada en su propia actuación. Sacó la licencia
de conducir de Francine de su bolsillo y le dio la vuelta en su mano. Escuchó a
la Sra. Greene que estaba atentan al otro lado de la línea.
— Cuando me arrinconó, — continuó, — me dijo, muy bajo para que nadie
más pudiera escuchar, que años atrás se había enojado con la mujer que lo había
hecho con él. Ella había robado algo de dinero, creo, no estaba muy claro en ese
punto, detective. Pero él dijo que 'la arregló'. Definitivamente lo recuerdo.
Bueno, no entendí lo que quería decir al principio y le dije que tendría que
preguntarle al respecto cuando la volviera a ver, y me dijo que no la volvería a
ver, a menos que subiera a su ático y mire dentro de sus maletas. Bueno, no
pude evitarlo, sonaba tan absurdo y me reí. No necesito decirle cómo se ponen
los hombres cuando te ríes de ellos. Su rostro se puso rojo, y metió la mano en
su billetera, sacó algo, me lo puso en la cara y dijo que si estaba mintiendo,
¿Cómo se lo explico? Y, Detective, ahí fue cuando me asusté. Porque era la
licencia de conducir de Francine. Quiero decir, ¿quién lleva una cosa así? Si no
la había lastimado, ¿De dónde lo sacó? — Hizo una pausa, — Oh, sí, señor. La
puso de nuevo allí. Había bebido tanto que ni siquiera recordaba habérmelo
mostrado.
Ella se detuvo y esperó.
— ¿Crees que funcionará? — Preguntó la Sra. Greene.
— No tienen que obtener una orden judicial ni nada de eso. Todo lo que
tienen que hacer es pasar por su casa y pedir mirar dentro de su billetera. No
sabe que está ahí, así que, por supuesto, se la mostrará. Una vez que lo vean,
pedirán permiso para registrar su ático, él se negará, dejarán a alguien con él
mientras buscan una orden judicial y luego encontrarán a Francine.
— ¿Cuando? — Preguntó la Sra. Greene.
— Los Scruggs van a tener un asado de ostras el próximo sábado en su granja,
— dijo Patricia. — Faltan seis días, pero habrá mucha gente, será público, la
gente estará bebiendo. Es nuestra mejor oportunidad.
Patricia no sabía cómo dejar el pase de Francine en la billetera de James Harri
ni siquiera sabía si él tenía una, pero mantendría los ojos abiertos y se
mantendría alerta. El asado de ostras de Kitty comenzaría a la 1:30. Si lo
guardaba en su billetera lo suficientemente temprano, podría llamar a la policía
esa misma tarde; pedir ver el interior de su billetera, y todo esto podría terminar
en menos de una semana.
— Muchas cosas pueden salir mal, — dijo la Sra. Greene.
— Se nos acaba el tiempo, — dijo Patricia.
Ya era fin de mes. Esa noche era Halloween.


El timbre de la puerta empezó a sonar alrededor de las cuatro de la noche de
Halloween, y Patricia soltó un grito y un grito por un monton interminable de
disfraces de Aladdins, Jasmines, Tortugas Ninjas, y hadas con tutús y alas
rebotando hacia arriba y hacia abajo en sus espaldas.
Tenía dulces con relleno cremoso de buen tamaño y pequeñas cajas de pasas
Sun-Maid para los niños, y Jack Daniel's para sus padres, que estaban detrás de
ellos, con tazas rojas solo en la mano. Era una tradición de Old Village: las
mamás se quedaban en casa y regalaban dulces en Halloween mientras los papás
llevaban a los niños a pedir dulces. Todos guardaban una botella de algo detrás
de la puerta principal para completar lo que bebieran. Los papás se volvieron
cada vez más ruidosos y felices a medida que las sombras se alargaban y el sol
se ponía en Old Village.

Carter no estaba entre ellos. Cuando Patricia le preguntó a Korey si quería


ir a pedir dulces, le lanzo una mirada fulminante y un solo bufido de desprecio.
Blue dijo que el truco o trato era para los bebés, así que, Carter dijo que si
ninguno de sus hijos quería que los llevara, iría directamente del aeropuerto a
su oficina y adelantaría trabajo para el lunes.
Alrededor de las siete, Blue bajó las escaleras, abrió el armario de comida
para perros y sacó una bolsa de papel.
— ¿Vas a pedir dulces? — Preguntó Patricia.
— Claro, — dijo.
— ¿Dónde está tu disfraz? — Preguntó ella, tratando de alcanzarlo.
— Soy un asesino en serie, — dijo.
— ¿No quieres ser algo más divertido? — Preguntó. — Podríamos armar
algo en solo unos minutos.
Dio media vuelta y salió del estudio.
— Vuelvo a las diez, — gritó cuando la puerta principal se cerró de golpe.
Se acababa de quedar dulces rellenos y le había dado la primera caja de pasas
a Beavis y Butthead profundamente decepcionados cuando sonó el teléfono.
— Residencia Campbell, — dijo.
Nadie respondió. Pensó que era una broma y estaba a punto de colgar cuando
alguien susurro por la llamada, y una voz que la hizo temblar dijo,
— … yo no…
— ¿Hola? — Dijo Patricia. — Es la residencia Campbell.
— Yo no… — dijo de nuevo, aturdida, y Patricia se dio cuenta de que era
una mujer.
— Si no me dice quién es, voy a colgar, — dijo.
— Yo no… — repitió la mujer. — … No hice ningún sonido…
— ¿ Slick? — Preguntó Patricia.
— No hice ningún sonido… no hice ningún sonido… no hice ningún sonido,
— balbuceó Slick.
— ¿Que está pasando? — Preguntó Patricia.
Slick había llamado, y no para disculparse por haberla abandonado, no para
ver si estaba bien, y esa era toda la evidencia que Patricia necesitaba saber que
Slick le había dicho a James Harris que estaba irrumpiendo en su casa. Slick
era la razón por la que había vuelto a casa temprano. En lo que a ella respectaba,
Slick podudo haberla delatado.
Entonces Slick comenzó a llorar.
— ¿Slick? — Preguntó Patricia. — ¿Qué pasa?
—… No hice ningún sonido… — Slick susurró una y otra vez, y la piel de
gallina se arrasó por los brazos de Patricia.
— Basta, — dijo. — Me estás asustando.
— No lo hice, — se quejó Slick. — Yo no…
— ¿Dónde estás? — preguntó Patricia. — ¿Estas en casa? ¿Necesitas ayuda?
Patricia ya no podía oír a Slick jadeando por el auricular. Colgó, marcó el
número y obtuvo una señal de ocupado. Pensó en no hacer nada, pero no pudo.
La voz de Slick la había asustado y algo oscuro se agitó en sus entrañas. Agarró
su bolso y encontró a Korey en el porche, con los ojos pegados al televisor, que
mostraba un comercial de toallitas para secadora Bounce Gentle Breeze.
— Tengo que salir corriendo a casa de Kitty, — dijo Patricia, y se dio cuenta
de que las mentiras eran más fáciles cuanto más les decía. — ¿Puedes abrir la
puerta?
— Mmmm, — dijo Korey, sin darse la vuelta.
Patricia supuso que sí en el idioma de los diecisiete años.
Las calles de Old Village estaban llenas de un desfile de niños y padres, y
Patricia los recorría con demasiada lentitud. Los padres lucían gratamente
cargados, sus pasos se volvían más pesados, sus inmersiones en las bolsas de
dulces se volvían más frecuentes. No podía imaginar lo que le había pasado a
Slick. Necesitaba llegar a su casa. Se arrastró entre la multitud a veinticinco
kilómetros por hora, pasó junto a la casa de James Harris con sus dos linternas
parpadeantes en el porche delantero, luego subió por McCants y pisó el freno.

Los Cantwell vivían en la esquina de Pitt y McCants, y cada Halloween


llenaban su patio delantero con cadáveres falsos colgados de los árboles, lápidas
de poliestireno y esqueletos conectados a sus arbustos. Cada media hora, el Sr.
Cantwell salía del ataúd por el porche delantero vestido como Drácula, y la
familia realizaba un espectáculo de diez minutos. El Hombre Lobo agarró a los
niños del frente; la Momia tropezó hacia las niñas que huían chillando; La
señora Cantwell, con una falsa nariz verrugosa, removió su caldero lleno de
hielo seco y ofreció a la gente cucharones de lima verde comestible y gusanos
de goma. Terminó con todos ellos bailando “The Monster Mash” seguido de
distribución masiva de dulces.
La multitud alrededor de su casa salió de la acera y bloqueó la calle. El rostro
de Patricia se contrajo. ¿Fue solo por Slick? ¿Qué pasa con el resto de su
familia? Algo estaba mal. Ella necesitaba irse. Quitó el pie del freno y rodó
hasta el borde del jardín delantero de los Simmons en el lado más alejado de
McCants, encendiendo las luces para que la gente despejara el camino. Le tomó
cinco minutos atravesar la intersección, y luego aceleró mientras se dirigía a
Coleman Boulevard, y aceleró cincuenta en Johnnie Dodds. Incluso eso no fue
lo suficientemente rápido.
Entró en Creekside y esquivó los trucos o golosinas tan rápido como se
atrevió. Ambos autos estaban estacionados en el camino de entrada de los Paley.
Lo que fuera que había sucedido le había pasado a toda la familia. Una vela
blanca parpadeante descansaba en un taburete de la cocina en la entrada
principal. Junto a él había un cuenco de folletos blasonados con letras de color
naranja que decían: ¿Truco? Si. ¿Trato? ¡Solo por la gracia de Dios!
Patricia alcanzó el timbre, pero se detuvo. ¿Y si estaba James Harris? ¿Y si
todavía estaba dentro?
Probó la manija y el pestillo se abrió, la puerta se abrió silenciosamente.
Patricia respiró hondo y entró. Cerró la puerta detrás de ella, se quedó de pie,
con los ojos y los oídos agudizados, escuchando cualquier signo de vida,
buscando un solo detalle revelador: una gota de sangre en el piso de madera,
una imagen mal puesta, una grieta en una de las vitrinas. . Nada. Se arrastró por
el grueso corredor del vestíbulo y abrió la puerta de la parte trasera. La gente
empezó a gritar.
Todos los músculos del cuerpo de Patricia entraron en acción. Sus manos
volaron hacia arriba para proteger su rostro. Abrió la boca para gritar. Entonces
los gritos se disolvieron en risas y miró más allá de sus manos y vio a Leland,
LJ, Greer, y Tiger sentados alrededor de la larga mesa de la cena en medio de
la habitación, de espaldas a ella, todos riendo. Greer fue el único que vio a
Patricia.
Dejó de reír. LJ y Tiger se dieron la vuelta.
— Oh, vaya, — dijo Greer. — ¿Cómo entraste?
Un tablero de Monopoly se hallaba en medio de la mesa. Slick no estaba allí.
— ¿Patricia? — Dijo Leland, de pie, genuinamente desconcertado, tratando
de sonreír.
— No te levantes, — dijo. — Slick llamó y pensé que estaba en casa.
— Ella está arriba, — dijo Leland.
— La iré a ver, —dijo Patricia. — Sigue jugando.
Salió de la habitación antes de que pudieran decir algo más y subió
rápidamente las escaleras alfombradas. En el pasillo de arriba no tenía ni idea
de qué camino tomar. La puerta del dormitorio principal estaba entreabierta. La
luz del dormitorio estaba apagada pero la luz del baño principal estaba
encendida. Patricia entró.
— ¿Slick? — llamó suavemente.
La cortina de la ducha tintineó y Patricia miró hacia abajo y vio a Slick tirada
en la bañera, con el lápiz labial manchado, el rímel corriendo por su rostro en
senderos, su cabello sobresaliendo en mechones. Su falda estaba rota y solo
llevaba un arete de dólar de arena colgando.
Todo entre ellas se evaporó y Patricia se arrodilló junto a la bañera.
— ¿Qué pasó? — Preguntó ella.
— No hice ningún sonido, — dijo Slick con la voz ronca y los ojos muy
abiertos por el pánico.
Su boca se movió silenciosamente, esforzándose por formar palabras. Sus
manos se abrían y se cerraban.
— ¿Slick? — Repitió Patricia. — ¿Qué pasó?
— Yo no…, — comenzó a decir Slick, luego se humedeció los labios y volvió
a intentarlo. — No hice ningún sonido.
— Tenemos que llamar a la ambulancia, — dijo Patricia, poniéndose de pie.
— Iré por Leland.
— Yo…, — volvió a decir Slick, y pero esta vez tan bajo como un susurro.
— Yo no…
Patricia caminó hacia la puerta del baño y escuchó a Hollow agitarse en la
bañera detrás de ella, luego Slick dijo con voz ronca, — ¡No!
Patricia se dio la vuelta. Slick se agarró al borde de la bañera con ambas
manos, los nudillos blancos, sacudiendo la cabeza, su único arete de oro se
movía de un lado a otro.
— No pueden saberlo, — dijo.
— Estás herida, — dijo Patricia.
— No pueden saberlo, — repitió Slick.
— ¡Slick! — Leland llamó desde abajo. — ¿Todo está bien?
Los ojos de Slick se fijaron en Patricia y lentamente sacudió la cabeza de un
lado a otro. Patricia salió al dormitorio, con la mirada aun en Slick.
— Estamos bien, — respondió ella.
— ¿Slick? — Dijo Leland, y por su voz Patricia pudo deducir que estaba
subiendo las escaleras.
Slick negó con la cabeza con más fuerza. Patricia extendió una mano, luego
corrió hacia el pasillo y se dirigió a Leland en lo alto de las escaleras.
— ¿Qué está pasando? — Preguntó, deteniéndose dos pasos debajo de ella.
— Está enferma, — dijo Patricia. — Me sentaré con ella y me aseguraré de
que esté bien. No quería arruinar tu fiesta.
— Eso no tiene ningún sentido, — dijo Leland. — No tenías que venir hasta
aquí. Estamos abajo.
Trató de dar un paso pero Patricia se movió para bloquearlo.
— Leland, — dijo, sonriendo. — Slick quiere que te diviertas con los niños
esta noche. Para ella es importante que tengan… asociaciones cristianas en
Halloween. Permíteme manejar esto.
—Quiero ver cómo está, — dijo, deslizando una mano por la barandilla,
haciéndole saber que la atravesaría si era necesario.
— Leland. — Bajó la voz. — Es un problema femenino.
No estaba segura de lo que significaba un problema femenino para Leland,
pero su cuerpo se hundió.
— Está bien, — dijo. — Pero si realmente no está bien, ¿me lo dirás?
— Por supuesto, — dijo Patricia. — Vuelve con los niños.
Se giró y bajó las escaleras. Esperó hasta que ya no lo vio más y luego corrió
de regreso al baño. Slick no se había movido. Patricia se arrodilló junto a la
bañera, se inclinó hacia adelante y rodeó a Slick con los brazos. Se puso de pie,
tirando de Slick hacia arriba con ella, asombrada de lo débiles que estaban sus
piernas. La ayudó a salir ahí, un pie a la vez.
— No pueden saberlo, — dijo Slick.
— No dije una palabra, — le dijo Patricia.
Le quitó el pendiente que traía Slick y lo dejó sobre la encimera del baño.
— El otro aparecerá, — la tranquilizó.
Patricia cerró la puerta del baño, luego le quito el suéter que traía Slick y
desabrochó su sostén. Los pechos de Slick eran pequeños, pálidos y la forma en
que estaba encorvada, la forma en que sus costillas sobresalían, la forma en que
sus pechos colgaban sin vida, a Patricia le recordaba a un pollo desplumado.
Sentó a Slick en el inodoro y puso sus dedos en la cintura de su falda. Estaba
roto por la parte trasera, por lo que no había necesidad de abrir la cremallera. El
desgarro atravesó la gamuza, no la costura. Patricia no sabía qué era lo
suficientemente fuerte para hacer eso.
Cuando empezó a quitarle la falda, Slick retrocedió y se pasó las manos por
la ingle.
— ¿Qué pasa? — Preguntó Patricia. —Slick, ¿Qué pasa?
Slick negó con la cabeza de un lado a otro y el corazón de Patricia se aceleró.
Se concentró en mantener la voz firme y lenta.
— Muéstrame, — insistió, pero Slick negó con la cabeza más rápido. — ¿
Slick?
— No pueden saberlo, — se quejó Slick.
Cogió las delgadas muñecas de Slick y se las apartó. Ella se resistió al
principio, luego se relajó. Patricia le bajó la falda. Las bragas de Slick estaban
rotas. Se las quitó tambien, levantando las nalgas de Slick.
— Slick, — dijo Patricia, usando su voz de enfermera. — Necesito ver.

Ella separó las rodillas de Slick. Al principio, Patricia no sabía qué pasaba
por el escaso vello púbico rubio de Slick, y luego vio que los músculos
abdominales de Slick se convulsionaban y un reguero de gelatina negra manaba
de su vagina. Olía a rancio, como algo podrido tirado a un lado de la carretera
en verano. Y seguía llegando, un suplicio interminable de fango fétido que se
acumulaba en un charco negro tembloroso en la tapa del inodoro.
— ¿Slick? — Preguntó Patricia. — ¿Qué pasó?
Slick la miro, lágrimas salían y rodaban por sus mejillas, parecía tan
angustiada que Patricia se inclinó hacia adelante y la abrazó. Slick permaneció
rígido en sus brazos.
— No hice ningún sonido, — insistió Slick.
Patricia roció suficiente ambientador en el baño como para que le ardieran
los ojos, luego abrió la ducha. Le quitó la blusa y ayudó a Slick a meterse en la
bañera, sujetándola bajo el fuerte y caliente spray. Limpió el maquillaje de la
cara de Slick con una toallita, frotando hasta que la piel de Slick se puso rosa,
luego usó todo el jabón que pudo para limpiar entre sus piernas.
— Agáchate, — le dijo a Slick. — Como si fueras al baño.
Vio las últimas gotas negras que caían al agua e irse por el desagüe. Usó una
botella entera de champú St. Ives para lavar su cabello y, cuando terminaron, el
baño olía a vapor y a flores. La secó y volvió a ponerle la camiseta mientras
tiritaba del frio, luego envolvió a Slick en su bata y la metió en la cama.
Dejando un vaso de agua en su mesita de noche.
— Ahora, — le dijo a Slick, — necesito que me cuentes lo que pasó.
Slick la miró con los ojos muy abiertos.
— Háblame, Slick, — dijo Patricia.
—Si
— Sime
mehizo
hizoesto,
esto,—susurró
— susurróSlick,
Slick,——¿Qué
¿Quétehará
haráaati?
ti?

— ¿Quien?
¿OMS? — Patricia
Preguntópreguntó.
Patricia.
— James Harris.
Capitulo 33
— Recé por ti con una fotografía, — susurró Slick, — Me senté con esos
recortes y tu foto, y oré pidiendo guía. Ese hombre invirtió tanto dinero en
Gracious Cay, se hizo amigo de Leland y vino a la iglesia con mi familia, pero
vi esa foto, leí esos recortes y no supe qué hacer. El de la foto es él. Lo ves y lo
sabes.
Su barbilla comenzó a temblar, y una única lágrima se deslizó rápidamente
por una mejilla, brillaba plateada por luz de la lámpara en la mesilla de noche.
— Lo llamé en Tampa, — dijo Slick, — Pensé que eso era lo que Dios quería
que hiciera. Pensé que si sabía que tenía esos recortes y la fotografía se asustaría
y podría conseguir que se fuera del Old Village. Fui una tonta. Traté de
amenazarlo. Le dije que si no se iba de inmediato, les mostraría a todos la
fotografía y los recortes.
— ¿Sabía que era yo? — Patricia preguntó.
Slick miró el vaso de agua y Patricia se lo entregó. Tomó dos tragos fuertes
y se lo devolvió, luego cerró los ojos con fuerza y asintió.
—Lo siento, — dijo ella, — lo siento mucho. Lo llamé ayer por la mañana y
le dije que ibas a entrar en su casa. Dije que encontrarias lo que sea que esté
escondiendo. Le dije que su única opción era no volver jamás. Le dije que podía
hacer como que no sabía a dónde se había ido y que le enviaría sus cheques
cuando Gracious Cay regresara, pero tenía que irse de Tampa y no volver nunca
más. Pensé que quería dinero, Patricia. Pensé que le importaba su reputación.
Le dije lo de la foto y los recortes, pensé que eran mi seguro para que nunca
volviera. Pensé que estarías tan feliz de haber resuelto esto. Estaba llena de
orgullo.
Sin previo aviso, Slick se dio una bofetada en la cara. Patricia agarró su mano,
pero falló y Slick se golpeó de nuevo. Patricia tomó su mano esta vez.

— El orgullo va — siseó Slick, con los ojos furiosos y el rostro pálido, —


La iglesia no quería hacer mi Fiesta de la Reforma, así que mantuvimos a los
niños en casa esta noche para pasar tiempo en familia. Estábamos jugando al
Monopoly, Tiger y LJ no estaban peleando por una primera vez, estaba a punto
de poner un hotel en Park Place. Todo se sentía tan seguro. Me levanté un
momento y me llevé el dinero porque fingí que Leland lo robaría si lo dejaba
atrás. A los niños les encantó eso. Subí las escaleras para usar el baño porque el
inodoro de abajo sigue sin funcionar.
Miró alrededor de la habitación, asegurándose de que la puerta estaba
cerrada, las ventanas abajo y las cortinas corridas. Luchó por tener las manos
libres y Patricia apretó sus muñecas con más fuerza.
— Mi Biblia, — dijo Slick.
Patricia la vio en la mesilla de noche y se la entregó. Slick apretó la Biblia
contra su pecho como un oso de peluche. Le tomó un minuto antes de que
pudiera hablar de nuevo.
— Debe haber entrado por la ventana de arriba y me esperó, — dijo Slick, —
No sabía lo que pasaba. Estaba caminando por el pasillo y de repente estaba
boca abajo en la alfombra, algo pesado se sentó en mi espalda, presionándome
hacia abajo, y una voz en mi oído dijo que si hacía un sonido, un solo sonido,
él… ¿Quién es ese sujeto? Dijo que mataría a toda mi familia. ¿Quién es,
Patricia?
— Es peor de lo que podemos imaginar, — dijo Patricia.
— Pensé que me rompería la espalda. Dolía mucho — Slick se llevó una
mano a los labios y presionó los dedos contra ellos con fuerza. Su frente se
rompió en profundos surcos, — Nunca he estado con nadie excepto con Leland.
Agarró su Biblia con ambas manos y cerró los ojos. Sus labios se movieron
en silencio en oración por un momento antes de comenzar a hablar de nuevo.
Su voz era poco más que un susurro.
— Mi dinero de Monopoly se fue por la alfombra cuando me golpeó, — dijo,
— Y seguí mirando ese billete naranja de quinientos dólares frente a mi nariz.
Fue en lo que me concentré todo ese tiempo. El seguía diciéndome que no
hiciera ningún sonido, yo no hice ningún sonido, pero tenía tanto miedo de que
uno de ellos viniera a buscarme que quería que terminara para que se fuera. Solo
quería que terminara. Por eso no peleé. Y él lo hizo. Terminó dentro de mí.
Slick agarró su Biblia con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron rojos y
blancos, su rostro se arrugó. Patricia se odiaba a sí misma por hacer la siguiente
pregunta, pero tenía que saberlo.
— ¿La imagen? — Le preguntó, — ¿Los recortes?
— Me hizo decirle dónde estaban, — dijo Slick, — Lo siento. Lo siento
mucho. Mi orgullo. Mi estúpido, estúpido orgullo.
— No es tu culpa, — dijo Patricia.
— Pensé que podía hacer esto sola, — dijo Slick, — Pensé que era más fuerte
que él. Pero ninguna de nosotras lo es.
Las puntas del flequillo de Slick estaban empapadas en sudor. Sus mejillas
temblaron. Y ella inhaló profundamente.
— ¿Dónde te duele? — preguntó Patricia.
— En mis partes privadas, — dijo Slick.
Patricia levantó el edredón. Había una mancha oscura en la bata sobre la ingle
de Slick.
— Necesitamos llevarte a un hospital, — dijo Patricia.
— Los matará si digo algo, — dijo Slick.
— Slick…, — comenzó a decir Patricia.
— Los matará, — dijo Slick, — Por favor. Sé que lo hará.
— No sabemos qué fue lo que te hizo, — dijo Patricia.
— Si todavía sigo sangrando por la mañana, iré, — dijo Slick, — Pero no
puedo llamar a una ambulancia. ¿Y si está afuera mirando? ¿Y si está esperando
a ver loqué hago? Por favor, Patricia, no dejes que lastime a mis bebés.
Patricia fue a buscar una toallita tibia y limpió a Slick lo mejor que pudo,
buscó algunas toallas debajo del fregadero y la ayudó a ponerse un camisón.
Luego bajo, y se sentó a un lao de Leland.
— ¿Que está pasando? — Preguntó, — ¿Se encuentra ella bien?
— Está teniendo fuertes calambres, — dijo Patricia, — Pero ella dice que
estará bien mañana. Sin embargo, es posible que desee dormir en la habitación
de invitados. Necesita algo de privacidad.
Leland puso una mano sobre el hombro de Patricia y la miró a los ojos.
— Lamento haberte gritado antes, — dijo, —Pero no sé qué haría si algo le
sucediera a Slick.

Afuera, estaba tranquilo y oscuro. La vela del porche se había apagado y


que
todos los que hacían truco o trato en Creekside debían de haberse ido a casa.
Patricia caminó rápidamente por el costado de la casa y tiró la ropa interior,
la bata y la ropa arruinada de Slick a la basura, metiéndolas por completo debajo
de las bolsas. Luego corrió hacia el Volvo y cerró todas las puertas detrás de
ella. Slick tenía razón. Puede que todavía esté fuera.
Una vez que tuvo el coche en movimiento, se sintió más segura y la ira subió
dentro de ella, haciendo que su piel se sintiera demasiado tensa. Sus
movimientos se sintieron apresurados. Ella no pudo contenerse. Necesitaba
estar en otro lugar.
Necesitaba ver a James Harris.
Quería pararse frente a él y acusarlo de lo que había hecho. Era el único lugar
en que sentía que debía estar. Condujo con cuidado a través de Creekside,
usando todo su autocontrol para hacer amplios círculos alrededor de los pocos
trucos o golosinas que quedaban, luego estaba en Johnnie Dodds y pisó el
acelerador.
En Old Village volvió a reducir la velocidad. Las calles estaban casi vacías.
En los porches delanteros había linternas de Jack-o'-out encendidas. Un viento
frío silbaba a través de las rejillas de ventilación por el aire acondicionado de
su Volvo. Se detuvo en la esquina de Pitt y McCants. El patio delantero de los
Cantwell estaba vacío, todas las luces apagadas. Cuando se volvió hacia la casa
de James Harris, el viento hizo que los cadáveres que colgaban de los árboles
se retorcieran, la siguieran y la alcanzaran con los brazos vendados mientras
pasaba.
La gran y escalofriante casa de James Harris se asomaba a su izquierda, y
Patricia pensó en su ático oscuro con su maleta que contenía el cadáver solitario
de Francine. Pensó en la mirada salvaje y angustiada en los ojos de Slick.
Recordó lo que ella le había dicho:
Si me hizo esto, ¿Qué te hará a ti?
Necesitaba saber dónde estaban sus hijos, en ese mismo momento. La
abrumadora necesidad de saber que estaban a salvo inundó su cuerpo y la envió
volando a casa.
Se detuvo en el camino de la entrada y corrió hacia la puerta principal. Una
calabaza se había quemado y alguien había estrellado la otra contra los
escalones de la entrada. Se resbaló con su baba mientras subía los escalones del
porche. Abrió la puerta y corrió. Korey no estaba allí. Corrió escaleras arriba y
abrió la puerta de su dormitorio.
— ¿Qué? — Korey gritó desde donde estaba sentada, con las piernas
cruzadas en su cama, encorvada sobre una copia de SPIN.
Ella estaba a salvo. Patricia no dijo una palabra, así que después corrió a la
habitación de Blue. Vacía.
Revisó todas las habitaciones de la planta baja, incluso la oscura sala del
garaje, pero Blue todavía no regresaba. Ella se sintió frenética. Comprobó que
la puerta trasera estuviera cerrada, cogió las llaves del coche, pero ¿y si salía a
buscarlo y él volvía a casa? ¿Y cómo podía dejar a Korey sola con James Harris
ahí fuera?
Tenía que llamar a Carter. Necesitaba volver a casa. Dos de ellos podrían
lidiar con esto. Saltó al oír el ruido de la puerta principal abriéndose y corrió
hacia el pasillo. Blue estaba cerrándola detrás de él.
Ella lo agarró y lo apretó contra su cuerpo. Él se congeló por un momento,
luego se escapó de sus brazos.
— ¿Qué? — Preguntó.
— Me alegro de que estés a salvo, — dijo, — ¿Dónde estabas?
— Estaba en casa de James, — dijo. Le tomó un momento procesarlo.
— ¿Dónde? — Le preguntó.
— En casa de James, — dijo a la defensiva, — La casa de Jame Harris. ¿Por
qué?
— Blue, — dijo, — Es muy importante que me digas la verdad ahora mismo.
¿Dónde has estado toda la noche?
— En la casa de James. — Repitió Blue. — Con James. ¿Por qué te importa?
— ¿Y él estaba allí? — Preguntó.
— Sí.
— ¿Toda la noche?
— ¡Sí!
— ¿Se fue en algún momento o estuvo fuera de tu vista por un solo un
minuto? — Preguntó ella.
— Sólo cuando alguien tocó el timbre, — dijo Blue, — ¿Espera por qué?
— Necesito que seas honesto conmigo, — dijo, — ¿A qué hora fuiste allí?
— No lo sé, — dijo, — Justo después de que me fui. Me aburría. Nadie me
estaba dando buenos dulces porque dijeron que no tenía un disfraz de verdad.
El me vio y dijo que no parecía que me estuviera divirtiendo mucho, así que me
invitó a entrar a jugar con su PlayStation. Prefiero pasar el rato con él de todos
modos.
Lo que estaba diciendo no podía haber sucedido debido a lo que James Harris
le había hecho a Slick.
— Necesito que pienses, — dijo, — Necesito saber exactamente a qué hora
entraste en su casa.
— Como alrededor de las siete y media, — dijo, — Jesús, ¿por qué te
importa? Jugamos a Resident Evil toda la noche.
Estaba mintiendo, no entendía la gravedad de la situación, pensaba que era
solo eran preguntas absurdas para él. Patricia trató de que su voz fuera
comprensiva.
— Blue, — dijo, concentrándose en él intensamente, — Esto es
extremadamente importante. Probablemente lo más importante que hayas dicho
en tu vida. No mientas.
— ¡No estoy mintiendo! — Gritó, — ¡Pregúntale! Estuve ahí. Él estaba ahí.
¿Por qué mentiría? ¿Por qué siempre piensas que estoy mintiendo? ¡Dios!
— No creo que estés mintiendo, — dijo, obligándose a respirar despacio, —
Pero creo que estás confundido.
— ¡No! ¡Estoy! ¡Confundido! — Le gritó.
Patricia se sintió enredada y que cada vez más la cuerda la apretaba, como si
cada palabra que decía solo empeorara las cosas.
— Algo muy serio sucedió esta noche, — dijo, — Y James Harris estuvo
involucrado y no creo ni por un minuto que estuvo contigo todo el tiempo
contigo.
Blue exhaló con fuerza y se volvió hacia la puerta principal. Ella le agarró su
muñeca.
— ¿A dónde vas?
— ¡De vuelta a casa de James! — Gritó, y el agarró de su muñeca a cambio,
— ¡No me grita todo el tiempo!
Él era más fuerte que ella y podía sentir sus dedos presionando su piel, contra
sus huesos, dejando un moretón en su antebrazo. Se obligó a soltar los dedos de
su muñeca, esperando que él hiciera lo mismo.
— Necesito que me digas la verdad, — dijo.
Soltó su muñeca y la miró con absoluto desprecio.
— No vas a creer nada de lo que digo de todos modos, — dijo, — Deberían
devolverte al hospital.
Su odio irradiaba de su piel como calor. Patricia dio un pequeño paso hacia
atrás. Blue dio un paso adelante y ella se apartó de él. Luego se giró y empezó
a subir las escaleras.
— ¿A dónde vas? — Preguntó ella.
— ¡A terminar mi tarea! — gritó por encima del hombro.
Oyó como la puerta de su dormitorio se cerraba. Carter todavía no estaba en
casa. Comprobó la hora, casi las once. Revisó todas las puertas y se aseguró de
que todas las ventanas estuvieran cerradas. Encendió las luces del jardín. Trató
de pensar en algo más que pudiera hacer, pero no había nada. Volvió a mirar a
Korey y Blue, luego se metió en la cama y trató de leer el libro del club de
lectura de noviembre.
Los libros pueden inspirarte a amarte más a ti mismo, decía. Escuchando,
escribiendo o expresando verbalmente sus sentimientos.
Se dio cuenta de que había estado leyendo durante tres páginas sin recordar
una palabra de lo que había leído. Echaba de menos leer libros que en realidad
trataban de algo. Lo intentó de nuevo.
Tómate un tiempo para centrarte, decía. Para que luego puedan reunirse
nuevamente con mayor comprensión, aceptación, validación y aprobación.
Arrojó el libro al otro lado de la habitación y encontró su copia de Helter
Skelter. Pasó a la sección de atrás sobre los juicios y leyó sobre Charles Manson
siendo sentenciado a muerte una y otra vez como si fuera un cuento antes de
dormir. Necesitaba asegurarse de que no todos los hombres se salían con la
suya, no siempre. Leyó sobre la sentencia de Charles Manson hasta que sus ojos
se pusieron granulados y se durmió.
LOS HOMBRES SON DE MARTE,
LAS MUJERES SON DE VENUS
Noviembre de 1996
Capitulo 34
Llevaron a Slick a la Universidad de Medicina el martes. El miércoles,
comenzaron a hacer que las visitas usaran batas y mascarillas.
— No sabemos exactamente qué es lo que tiene, — dijo su médico. — Tiene
una enfermedad autoinmune, pero se está desarrollando más rápido de lo
esperado. Su sistema inmunológico está atacando sus glóbulos blancos, aparte
de que sus glóbulos rojos son hemolíticos. Pero la mantendremos oxigenada y
analizaremos todo. Es demasiado pronto para presionar el botón de pánico.
El diagnóstico emocionó y horrorizó a Patricia al mismo tiempo. Confirmó
que fuera lo que fuese James Harris, no era humano. Había puesto una parte de
sí mismo dentro de Slick y la estaba matando. Él era un monstruo. De ninguna
manera, Slick no estaba mejorando.
Leland la visitaba todos los días alrededor de las seis, pero siempre parecía
que quería irse en el momento en que llegaba. Cuando Patricia lo siguió al
pasillo para preguntarle cómo estaba, le dijo.
— ¿Le has dicho a alguien sobre su diagnóstico? — Preguntó.
— Hasta donde yo sé, no tiene uno, — dijo Patricia.
Se acercó más. Patricia quiso retroceder pero ya estaba de pie contra la pared.
— Dicen que es una enfermedad autoinmune, — susurró. — No puedes decir
eso. La gente va a pensar que tiene SIDA.
— Nadie va a pensar eso, Leland, — dijo Patricia.
— Ya lo están diciendo en la iglesia, — dijo. — No quiero que se vuelva
sobre los niños.
— No le he dicho nada a nadie, — dijo Patricia, infeliz de verse obligada a
participar en algo que se sentía mal.
El viernes por la mañana, pegaron un letrero en la puerta de Slick que había
sido fotocopiado tantas veces que estaba cubierto de puntos negros, decía que
si tenía fiebre o había estado expuesta a alguien con un resfriado, no se le
permitiría entrar en la habitación.
Slick estaba pálida, su piel se sentía como el papel y no quería quedarse sola,
especialmente por la noche. Las enfermeras trajeron mantas y Patricia durmió
en la silla junto a su cama. Después de que Leland se fue a casa, Patricia sostuvo
el teléfono para que Slick pudiera rezar con sus hijos a la hora de dormir, pero
la mayor parte del tiempo Slick se quedaba quieta, con las sábanas subidas casi
hasta la barbilla, sus brazos del tamaño de una muñeca envueltos en cinta
blanca, pinchados con agujas y tubos. Sudaba con fiebre la mayor parte de la
tarde. Cuando parecía lúcida, Patricia trató de leerle Los Hombres Son De
Marte, Las Mujeres Son De Venus, pero después de un párrafo se dio cuenta de
que Slick estaba diciendo algo.
— ¿Qué dices? — Preguntó Patricia, inclinándose.
— Cualquier cosa… más…, — dijo Slick. — …Algo más.
Patricia sacó la última Ann Rule de su bolso.
— El 21 de septiembre de 1986, — leyó, — fue un domingo cálido y hermoso
en Portland, en todo el estado de Oregón, para el caso. Con un poco de suerte,
las lluvias invernales del noroeste estaban a dos meses de distancia…
Los hechos y la geografía firme tranquilizaron a Slick, cerró los ojos y
escuchó. Ella no se durmió, solo se quedó ahí, sonriendo levemente. La luz del
exterior se hizo más tenue y la del interior se hizo más fuerte, Patricia siguió
leyendo, hablando más alto para que así de alguna manera pudiera compensar
su aspecto pálido.
— ¿Llegue demasiado tarde? — Dijo Maryellen, y Patricia miró alzo la vista
para verla abriendo la puerta.
— ¿Está despierta? — Maryellen susurró detrás de su máscara de papel.
— Gracias por venir, — dijo Slick sin abrir los ojos.
— Todos quieren saber cómo te sientes, — dijo Maryellen. — Sé que Kitty
quería venir.
— ¿Estás leyendo el libro de este mes? — Preguntó Slick.
Maryellen acercó un pesado sillón marrón a los pies de la cama.
— Ni siquiera puedo abrirlo, — dijo. — ¿Los hombres son de Marte? Eso
les da demasiado crédito.
Slick empezó a toser y Patricia tardó un momento en darse cuenta de que se
estaba riendo.
— Hice…, — susurró Slick, Patricia y Maryellen se esforzaron por
escucharla. — Hice que Patricia dejara de leerlo.
— Extraño los libros que solíamos leer donde al menos había un asesinato,
— dijo Maryellen. — El problema con el club de lectura en estos días es que
hay demasiados hombres. No saben cómo elegir un libro para salvar sus vidas
y les encanta escucharse a sí mismos hablar. No son más que opiniones, todo el
día.
— Suenas… sexista, — susurró Slick.
Ella era la única que no tenía máscara, así que aunque su voz era más débil,
sonaba más fuerte.
— No me importaría escuchar si alguno de ellos tuviera una opinión que
valga la pena, — dijo Maryellen.
Con tres de ellas en la pequeña habitación del hospital de Slick, Patricia sintió
la ausencia de las otras dos más agudamente. Se sentían como una especie de
club de supervivientes, las últimas tres en pie.
— ¿Vas a ir al asado de ostras de Kitty el sábado? — Le preguntó a
Maryellen.
— Si es que lo hacen, — dijo Maryellen. — Por la forma en que está
actuando, podrían cancelarlo.
— No he hablado con ella desde antes de Halloween, — dijo Patricia.
— Llámala cuando tengas la oportunidad, — dijo Maryellen. — Algo está
mal. Horse dice que no ha salido de casa en toda la semana y ayer apenas salió
de su habitación. Está preocupado.
— ¿Le pasa algo? — Patricia preguntó.
— Dice que son pesadillas, — dijo Maryellen. — Bebe mucho. Quiere saber
dónde están los niños cada segundo del día. Tiene miedo de que les pase algo.
Patricia decidió que era hora de que más gente lo supiera.
— ¿Quieres hablar con Maryellen sobre algo? — Le preguntó Patricia. —
¿Tienes algo sobre lo que necesites decirle?
Slick negó con la cabeza deliberadamente.
— No, — gruñó. — Los médicos aún no saben nada.
Patricia se inclinó. que
— Él no puede lastimarte aquí, — dijo en voz baja. — Puedes decírselo.
— ¿Cómo esta ella? — dijo una voz masculina amable y cariñosa desde la
puerta.
Patricia se encorvó como si la hubieran apuñalado entre los omóplatos. Los
ojos de Slick se agrandaron. Patricia miro hacia la puerta, y no había duda de
quién eran esos ojos o la forma de su cuerpo debajo del traje de papel.
— Siento no haber venido antes, — dijo James Harris a través de su máscara,
cruzando la habitación. — Pobre Slick. ¿Qué te ha pasado?
Patricia se puso de pie, se paró entre la cama de Slick y James Harris. Él se
detuvo frente a ella y puso una gran mano sobre su hombro. Le tomó todo lo
que tenía para no inmutarse.
— Eres tan buena por estar aquí, — dijo, y luego la apartó suavemente, se
inclinó sobre Slick, con una mano apoyada en la barra de la cama. — ¿Cómo te
sientes, cariño?
Lo que estaba haciendo era obsceno. Patricia quería gritar para pedir ayuda,
quería a la policía, quería que lo arrestaran, pero sabía que nadie las ayudaría.
Luego se dio cuenta de que Maryellen y Slick tampoco decían nada.
— ¿No te sientes con ganas de hablar? — Le preguntó James Harris a Slick.
Patricia se preguntaba quién caería primero, cuál de ellos cedería a las
sutilezas y entablaría conversación, pero todos se mantuvieron firmes, se
miraron las manos, los pies, a la ventana, y ninguno dijo una palabra.
— Siento que estoy interrumpiendo algo, — dijo James Harris.
El silencio continuó y Patricia sintió algo más grande que su miedo:
solidaridad.
— Slick está cansada, — dijo finalmente Maryellen. — Ha tenido un día muy
largo. Creo que todos deberíamos dejarla descansar un poco.
Mientras todos se revolvían el uno al otro, tratando de despedirse, tratando
de llegar a la puerta, tratando de recoger sus cosas, Patricia se tragó su miedo o
su orgullo, no sabía cuál de los dos la estaba manejando. No quería hacer lo que
estaba a punto de decir, pero justo antes de despedirse de Slick, habló tan alto
como pudo.
— ¿James?
Se giró, sus cejas levantadas por encima de su máscara.
— Korey tomó mi auto, — dijo. — ¿Podrías llevarme a casa?
Slick intentó incorporarse en la cama.
— Regresaré mañana, — le dijo a Slick. — Pero tengo que ir a casa y comprar
comida y asegurarme de que los niños todavía estén vivos.
— Por supuesto, — dijo James Harris. — Estaré feliz de llevarte.
Patricia se inclinó sobre Slick.
— Te veré pronto, — dijo, y la besó en la frente.
Maryellen insistió en caminar con ella hasta el auto de James Harris, que
estaba en el tercer nivel del estacionamiento. Patricia agradeció el gesto, pero
luego llegó el momento en que tenían que irse.
— Bueno, — dijo Maryellen, como un mal actor de televisión. — Pensé que
estaba estacionado aquí, pero creo que me equivoqué de nuevo. Continúa,
tendré que averiguar dónde dejo mi coche.
Patricia observó a Maryellen caminar hacia la escalera hasta que todo lo que
pudo oír fueron sus tacones, luego se desvaneció el sonio, y el estacionamiento
quedó en silencio. El sonido del seguro del auto hizo que Patricia saltara del
susto. Tiró de la manija, y se deslizó tímidamente en el asiento delantero, cerró
la puerta, se abrochó el cinturón de seguridad. El motor del coche se puso en
marcha, se detuvo un momento y James Harris le agarró la cabeza. Ella se
estremeció cuando él puso su mano en la parte posterior de su reposacabezas,
miró por encima de su hombro y salió de su espacio. Bajaron las rampas en
silencio, pagó el estacionamiento al asistente de la salida y salieron a las oscuras
calles de Charleston.
— Me alegro de que podamos pasar este tiempo juntos, — dijo.
Patricia intentó decir algo, pero no pudo forzar el aire a través de su garganta.
— ¿Tienen alguna idea de lo que le pasa a Slick? — Preguntó.
— Un trastorno autoinmune, — dijo.
— Leland cree que tiene SIDA, — dijo James Harris. — Está aterrorizado de
que la gente se entere.
Su señal de giro hizo que giraran con fuerza hacia la izquierda en Calhoun
Street, más allá del parque donde todavía estaban las columnas del antiguo
Museo de Charleston. A Patricia le recordaron a lápidas.
— Tú y yo hemos estado haciendo muchas suposiciones el uno del otro, —
dijo James Harris. — Creo que es hora de que nos pongamos en la misma
página.
Patricia se clavó las uñas en las palmas de las manos para quedarse callada.
Ella se había subido a su coche. No necesitaba hablar.
— Nunca lastimaría a nadie, — dijo. — ¿Lo sabes bien?
¿Cuánto sabía él? ¿Había limpiado sus escaleras por completo? ¿Sabía que
ella había estado en su ático o simplemente lo sospechaba? ¿Se le había caído
algo mientras estuvo allá? ¿Se había delatado?
— Lo sé, — dijo.
— ¿Slick tiene alguna idea de cómo se enfermó? — Preguntó.
Patricia se mordió el interior de las mejillas, sintiendo que sus dientes se
hundían en su tejido suave y esponjoso, poniéndose más alerta.
— No, — dijo ella.
— ¿Que pasa contigo? — Le preguntó. — ¿En qué piensas?
Si hubiera atacado a Slick, ¿Qué le haría a ella ahora que estaban solos?
Necesitaba asegurarle que no era una amenaza.
— No sé qué pensar, — se las arregló.
— Al menos lo estás admitiendo, — dijo. — Me encuentro en una posición
similar.
— ¿Qué es eso? — Preguntó ella.
Subieron por Cooper River Bridge, elevándose en un suave arco sobre la
ciudad, dejando la tierra por debajo, elevándose sobre el oscuro puerto. El
tráfico era ligero, con solo unos pocos coches en el puente.
El momento que Patricia temía llegaría pronto. Al final del puente, el camino
se bifurcaría. Dos carriles se curvaban hacia Old Village. Los otros dos giraban
y se encontrarían en Johnnie Dodds Boulevard, pasando por los centros
comerciales, pasando por Creekside, hacia un campo donde no había farolas ni
vecinos, en lo profundo del Bosque Nacional Francis Marion, donde había
claros ocultos y caminos forestales, lugares donde ocasionalmente la policía
encontraba autos abandonados con cadáveres en el maletero, o esqueletos de
bebés envueltos en bolsas plásticas y enterrados bajo los árboles.
El camino que tomaría le diría si él pensaba que ella representaba una
amenaza.
— Leland le hizo esto, — dijo James Harris. — Leland la enfermó.
Los pensamientos de Patricia se fragmentaron. ¿Qué estaba diciendo? Ella
trató de prestar atención, pero él ya estaba hablando.
— Todo empezó con esos malditos viajes, — dijo. — Si lo hubiera sabido,
nunca los habría sugerido. Fue aquel Febrero pasado en Atlanta, ¿Te acuerdas?
Carter tuvo esa conferencia en Ritalin y Leland y yo fuimos el domingo a llevar
a algunos de los médicos a jugar al golf y hablar con ellos sobre invertir en
Gracious Cay. En la cena, este psiquiatra de Reno preguntó si queríamos ver a
algunas chicas. Nos dijo que había un lugar llamado Gold Club propiedad de un
ex Yankee de Nueva York, por lo que debe estar a nivel. No era mi tipo de
cosas, pero Leland gastó casi mil dólares. Esa fue la primera vez. Después de
eso, pareció haberle gustado.
— ¿Por qué me estás diciendo esto? — Preguntó Patricia.
— Por que necesitas saber la verdad, — dijo, y estaban bajando por la última
subida del puente. Más adelante, la carretera se bifurcaba: derecha o izquierda.
— Me enteré de las chicas el verano pasado. Leland estaría con una diferente
en casi todos los viajes. A veces, cuando íbamos a lugares como Atlanta o
Miami algunas veces, veía a la misma chica. Algunas de ellas eran
profesionales, otras no. ¿Sabes lo que quiero decir con eso?
Él esperó. Ella asintió rígidamente en seña de reconocimiento, con los ojos
en el camino. Condujo por el carril central, que podía ir en cualquier dirección.
Se preguntó si se trataba de una confesión completa y definitiva porque sabía
que no podría contárselo a nadie muy pronto.
— Él contrajo una enfermedad de una de ellas y se la pasó a Slick, — dijo
James Harris. — No hay forma de saber qué es. Pero sé que eso fue lo que pasó.
Una vez le pregunté si usaba protección él solo se rió y dijo, preguntó. — ¿Qué
hay de divertido en eso? Alguien debe informarle a su médico.
No puso la señal de giro para cambiar de carril; su coche acababa de bajar del
puente y luego se desvió, tan levemente que ella casi no se dio cuenta, y estaban
en el camino hacia Old Village. Los músculos de su espalda se relajaron.
— ¿Y Carter? — Preguntó, después de un momento.
Recorrieron las suaves curvas de Coleman Boulevard hacia Old Village,
pasando por casas, farolas, luego tiendas, restaurantes, gente.
— Él también, — dijo. — Lo siento.
No esperaba que le doliera tanto.
— ¿Qué quieres de mí? — Ella preguntó.
— Te ha tratado como a una tonta, — dijo James Harris. — Carter no ve la
maravillosa familia que tiene, pero yo sí. Lo he hecho todo este tiempo. Estuve
allí cuando falleció tu suegra, era una buena mujer. He visto a Blue crecer y lo
está pasando mal, pero tiene mucho potencial. Tú eres una buena persona. Pero
tu esposo lo ha tirado todo por la borda.
Pasaron la gasolinera Oasis en el medio de la carretera y entraron en Old
Village, el interior del coche se oscureció a medida que las luces de la calle se
iban dispersando cada vez más.
— Si Leland le transmitió algo a Slick, — dijo, — Carter podría hacer lo
mismo contigo. Lamento ser yo quien te lo diga, pero necesitas saberlo. Quiero
que estés a salvo. Me preocupo por ti. Me preocupo por Blue y Korey. Todos
ustedes son una gran parte de mi vida.
Parecía serio como un pretendiente pidiendo a alguien que fuera su esposa
mientras giraba desde Pitt Street hacia McCants.
— ¿Qué estás diciendo? — Preguntó ella con los labios entumecidos.
— Te mereces algo mejor, — dijo. — Tú y los niños merecen a alguien que
conozca su verdadero valor.
Su estómago se lentamente se contrajo. Pasó la Alhambra Hall y ella quiso
empujar la puerta y saltar del coche. Quería sentir el asfalto golpearla, cortarla
y rasparla. Se sentiría real, no como esta pesadilla. Se obligó a mirar de nuevo
a James Harris, pero no confiaba en sí misma para hablar. Guardó silencio hasta
que él se detuvo frente a su camino de entrada.
— Necesito tiempo para pensar, — dijo.
— ¿Qué le vas a decir a Carter? — Preguntó.
— Nada, — dijo Patricia. — Aún no. Sobre esto, sobre nosotros.
Tanteó con la manija de la puerta y, mientras lo hacía, dejó caer la licencia
de Francine en el suelo de su coche y la deslizó debajo del asiento del pasajero
con el pie.

No era su billetera, pero era la mejor opción.


Se despertó en la oscuridad. Debió haber apagado la luz de la mesilla de


noche en algún momento y no lo recordaba. Ahora estaba allí, asustada de
moverse, rígida como una tabla, escuchando. ¿Qué la había despertado?
Agudizo el oído, escudriñando la oscuridad. Deseó que Carter estuviera aquí,
pero él estaba en otro viaje de la compañía farmacéutica a Hilton Head.
Sus oídos vagaron por la casa. Escuchó el calor más agudo que venía a través
de los registros de aire, el sonido del tictac que hacía profundamente en los
conductos de hojalata. Detrás del tic-tac llegó la ráfaga aguda de aire caliente y
el goteo del grifo del baño.
Pensó en Blue. Necesitaba llegar a él, de alguna manera, antes de que James
Harris lo controlara aún más. Él había mentido sobre la violación de Slick, pero
ella no creía que fuera demasiado tarde. Necesitaba darle algo que él quisiera
más que la aprobación de James Harris.
Entonces lo escuchó, detrás de todos los sonidos de la casa, el sonido
deliberado de una ventana deslizándose al abrirse. Venía del oscuro pasillo, de
detrás de la puerta cerrada del dormitorio de Korey, y en un instante Patricia se
dio cuenta de que Korey se estaba escapando de la casa.
Se maldijo a sí misma. No es de extrañar que Korey actuara tan cansadas por
la mañana. No es de extrañar que pareciera tan confusa. Salía a escondidas de
la casa todas las noches para ver a algún chico. Patricia había estado tan atrapada
con Slick y James Harris y todas estas otras cosas que había ignorado el hecho
de que tenía dos adolescentes en la casa, no solo Blue. Y había muchos riesgos
cotidianos de los que preocuparse.
este chico estaba entrando. Encendió la luz del pasillo y abrió la puerta del
dormitorio de Korey.
Al principio no entendió lo que estaba mirando en el derrame de luz del
pasillo.
Dos cuerpos pálidos desnudos yacían sobre la cama, y se dio cuenta de que
el más cercano a ella era James Harris, con la espalda musculosa y las nalgas
moviéndose levemente, rítmicamente, muy despacio. Se arrodilló entre las
piernas largas y suaves de una chica con el estómago plano, senos pequeños
subdesarrollados, firmes y vueltos hacia arriba. Su boca estaba pegada a un
lugar en la parte interna del muslo, justo al lado de su pubis. Su cabello estaba
extendido sobre la almohada, sus ojos medio cerrados en éxtasis, y sonrió con
lujuria, una sonrisa que Patricia nunca había visto antes en el rostro de Korey.
Capitulo 35
Patricia se abalanzó sobre su hija, sacudiéndola por los hombros y
abofeteando sus mejillas.
— ¡Korey! — Gritó ella. — ¡Korey! ¡Despierta!
Obscenamente, siguieron avanzando, unidos el uno con el otro, la sangre de
Patricia ardía bajo sus venas. Korey dio un pequeño maullido de placer y una
mano se deslizó hacia abajo, pasando ligeramente por su estómago, hacia su
vello púbico, Patricia agarró su muñeca, tiró de ella y Korey comenzó a
retorcerse, Patricia tuvo que sacar la cabeza de James de entre las piernas de su
hija, ella lo miró, y su estómago dio un vuelco de advertencia. Iba a vomitar.
Ella apretó los labios, soltó la muñeca febril de Korey y trató de tirar de James
por los hombros, pero él luchó por mantenerse pegado a su hija. Sintiéndose
como una idiota, Patricia agarró una zapatilla de fútbol del piso y lo golpeó en
la cabeza con el talón. Su primer golpe fue un golpe tonto e ineficaz, pero el
segundo fue más fuerte y el tercero hizo un sonido de golpeteo cuando las
zapatillas golpearon el hueso.
Mientras lo golpeaba en la cabeza con el zapato de Korey una y otra vez, se
escuchó a sí misma repitiendo, — ¡Bájate! ¡Bájate! ¡Bájate de mi niña!
Un ruido succionador y babeante atravesó el silencio de la habitación, el
sonido de un filete crudo se partido en dos, y James Harris la miró como si
fueran parientes, con la boca abierta, algo negro e inhumano colgaba de un
agujero en el fondo de la habitación. Su rostro, goteaba sangre viscosa, con los
ojos vidriosos. Patricia intentó concentrarse en él, aún tenía un zapato en una
mano, lista para lazárselo de nuevo.
— Uh, — dijo, aburrido.
Eructó y una línea de baba ensangrentada goteó de la esquina de su
probóscide que colgaba debajo de su barbilla. Luego comenzó a enroscarse
sobre sí mismo, retrayéndose lentamente en su boca manchada de sangre.

Dios mío, pensó Patricia, me he vuelto loca y volvió a bajar la zapatilla.


James Harris se levantó, agarró su muñeca con una mano y su garganta con la
otra, la arrojó contra la pared del fondo. Ella recibió el impacto entre sus
omóplatos.
Sacó todo el aire de sus pulmones. Aflojó la raíz de su lengua. Entonces él
estaba sobre ella, con el aliento caliente y crudo, con el antebrazo en la garganta,
más fuerte que ella, más rápido que ella, quedó flácida en su agarre como una
presa.
— Todo esto es culpa tuya, — dijo, con la voz espesa y arrastrada por el
líquido.
La sangre cubrió sus labios y manchas calientes salpicaron su rostro. Ella
sabía que él tenía razón. Esto. Era. Toda. Su. Culpa. Había expuesto a sus hijos
a este peligro, lo había invitado a su casa. Había estado tan obsesionada con los
niños de Six Mile y Blue que no había visto el peligro para Korey. Había llevado
a sus dos hijos directamente a los brazos de James Harris.
Vio un bulto moverse hacia abajo, abajo, por su garganta mientras se tragaba
cualquier aparato que usaba para chupar su sangre. Luego dijo, — Dijiste que
esto quedaba entre nosotros.
Recordó haber dicho eso en el auto antes, y solo había tenido la intención de
detenerlo, ganar más tiempo, mantener la guardia baja, pero ella lo había dicho,
y para él había sido otra invitación. Ella lo había guiado. Se merecía esto. Pero
su hija no.
— Korey, — fue lo mejor que pudo manejar a través de su tráquea contraída.
— Mira lo que le estás haciendo, — siseó, y le giró la cabeza hacia un lado
para que pudiera ver la cama.
Korey había jalado sus brazos y piernas sobre sí misma, retrayéndose a una
posición fetal, los músculos se contrajeron, entrando en shock. La sangre se
esparció por el colchón debajo de ella. Patricia cerró los ojos para dejar pasar
las náuseas.
— ¿Mamá? — Llamó Blue desde el pasillo.
Ella y James Harris se miraron a los ojos, él totalmente desnudo, su pecho
cubierto de sangre, ella estaba en camisón y ni siquiera llevaba sostén, la puerta
estaba abierta a un cuarto del camino. Ninguno de los dos se movió.
— ¿Mamá? — Blue llamó de nuevo. —¿Que está pasando?
Haz. Algo, le dijo James Harris.
Se acercó y tocó con las yemas de los dedos el dorso de la mano que sostenía
su garganta. La soltó.
— Blue, — dijo, pasando por la puerta y hacia el pasillo. Rezó para que las
manchas de sangre de Korey que sentía en su rostro no se vieran. Vuelve a la
cama.
— ¿Qué le pasa a Korey? — Preguntó, de pie en el pasillo.
— Tu hermana está enferma, — dijo Patricia. — Por favor. Ella estará mejor.
Pero necesita estar a solas en este momento.
Había determinado que no era nada que requiriera su atención, Blue se giró
sin hablar, regresó a su dormitorio y cerró la puerta. Patricia regresó a la
habitación de Korey y encendió la luz del techo justo a tiempo para ver a James
Harris, desnudo, acuclillado en el alféizar de la ventana. Sostenía su ropa
enrollada contra su vientre como un amante que huye de un marido enojado en
una vieja farsa.
— Tú lo pediste, — dijo, y luego se fue y la ventana era solo un gran
rectángulo negro de noche.
Korey gimió en la cama. Era el sonido de ella teniendo una pesadilla que
Patricia había escuchado tantas veces antes, y en simpatía ella respondió el
mismo sonido. Fue hacia su hija y examinó la herida en la parte interna del
muslo. Parecía hinchado e infectado, y no era el único. A su alrededor había
moretones y pinchazos superpuestos, todos sus bordes rasgados y desiguales.
Patricia se dio cuenta de que esto había sucedido antes. Muchas veces.
Su cabeza estaba llena de murciélagos, chillando y chocando entre sí,
haciendo añicos todo pensamiento coherente. Patricia ni siquiera sabía cómo
encontró la cámara o tomó las fotos, cómo llegó al baño, cómo se paró frente al
fregadero dejando correr agua tibia sobre un paño, cómo bañó la herida de
Korey y le puso bacitracina. Quería vendarla, pero no podía, no sin dejar que
Korey supiera que había visto esta cosa tan obscena. No podía cruzar esa línea
con su hija. Aún no.
Todo parecía demasiado normal. Esperaba que la casa explotara, que el patio
trasero se derrumbara, que Blue saliera por la puerta con una maleta para
mudarse a Australia, pero la habitación de Korey estaba tan desordenada como
siempre, y cuando bajó las escaleras, encendió la lámpara del velero en la mesa
del pasillo como de costumbre, y Ragtag levantó la cabeza desde donde dormía
en el sofá del estudio, las etiquetas tintineaban, al igual que siempre, y las luces
del porche se apagaron cuando ella oprimió el interruptor como siempre.

Fue al baño y se lavó la cara, con fuerza, con una toalla, frotando y
restregando, y trató de no mirarse en el espejo. Frotó hasta que estuvo roja y
maltratada. Se frotó hasta que le dolió. Bueno. Se estiró y se pellizcó la oreja
izquierda hasta que le dolió, girándola, y eso también se sintió bien. Se metió
en la cama y se acostó en la oscuridad, mirando al techo, sabiendo que nunca
podría volver a dormir.
Todo era culpa suya. Todo fue su culpa. Todo esto era su culpa.
La culpa, la traición y las náuseas se agitaron en su estómago y apenas pudo
llegar al baño y vomitar.

Hizo todo lo posible por no tratar a Korey de manera diferente a la mañana


siguiente, Korey no parecía diferente de lo que era cada mañana: hosca y poco
comunicativa. Las manos de Patricia se sintieron entumecidas mientras llevaba
a Korey y Blue a la escuela, luego se sentó junto al teléfono y esperó.
La primera llamada llegó a las nueve, no se atrevió a contestar. El contestador
tomo la llamada.
— Patricia, — dijo la voz de James Harris. — ¿Estás ahí? Necesitamos
hablar. Tengo que explicar qué es lo que está pasando.
Era un día soleado y despejado de octubre. El cielo azul brillante la protegía.
Pero aún podía volver a llamar. El teléfono volvió a sonar.
— Patricia, — le dijo a la contestadora. — Tienes que entender lo que está
pasando.
Llamó tres veces más, y en la tercera, contestó.
— ¿Cuánto tiempo? — Preguntó ella.
— Baja y escúchame, — dijo. — Te lo contaré todo.
— ¿Cuánto tiempo? — repitió.
— Patricia, — dijo. — Quiero que puedas verme a los ojos, para que sepas
que estoy siendo honesto contigo.
— ¿Sólo dime cuánto tiempo? — Preguntó, y para su sorpresa su voz se
quebró, su frente se contrajo y sintió lágrimas en las mejillas. No podía cerrar
la boca; Hubo un aullido dentro que quería salir.
— Me alegro de que finalmente lo sepas, — dijo. — Estoy tan cansado de
esconderme. Esto no cambia nada de lo que dije anoche.
— ¿Qué?
— Te valoro, —dijo. — Valoro a tu familia. Sigo siendo tu amigo.
— ¿Qué le has hecho a mi hija? — Le preguntó.
— Lamento que tuvieras que ver eso, — dijo. — Sé que debes estar
confundida y asustada, pero no es diferente a mis ojos, es solo una condición
que tengo. Algunos de mis órganos no funcionan correctamente y de vez en
cuando necesito tomar prestado el sistema circulatorio de alguien y filtrar mi
sangre a través del suyo. No soy un vampiro, no lo bebo sangre, no es diferente
a usar una máquina de diálisis, excepto que es más natural. Y te prometo que
no hay dolor. De hecho, por lo que puedo decir, se siente bien para ellos. Tienes
que entender, yo nunca haría nada que lastimara a Korey. Ella accedió a hacer
esto. Quiero que sepas. Que Después de que le conté sobre mi condición, ella
vino a verme y se ofreció a ayudarme. Tienes que creerme, nunca la obligaría a
hacer algo en contra de su voluntad.
— ¿Que eres? — Preguntó ella.
— Estoy solo, — dijo. — He estado solo durante mucho tiempo.
Patricia se dio cuenta de que no era arrepentimiento lo que salía de su voz,
era autocompasión. Había oído a Carter compadecerse de sí mismo con
demasiada frecuencia como para confundirlo con cualquier otra cosa.
— ¿Qué quieres de nosotros?

— Me preocupo por ti, — dijo. — Me preocupo por tu familia. Veo cómo


te trata Carter y me enfurece. Tira lo que yo atesoraría. Blue ya está pensado
mucho en mí, y Korey ya ha hecho tanto para ayudarme que tiene mi eterna
gratitud. Me gustaría pensar que podríamos llegar a un trato.
Quería a su familia. Se le ocurrió en un instante. Quería reemplazar a Carter.
Este hombre era un vampiro, o lo más parecido a uno que jamás vería. Recordó
a la señorita Mary hablando en la oscuridad todos esos años atrás.
Tienen hambre de ellos. Nunca dejan de tomar. Hipotecaron sus almas y
ahora comen, comen, comen y nunca saben cómo parar.
Había encontrado un lugar donde encajar, con una fuente de comida cercana,
y se había convertido en un miembro respetado de la comunidad, ahora quería
tener una familia porque no sabía cómo parar. Siempre quiso más. Ese
conocimiento abrió una puerta dentro de su mente y los murciélagos volaron en
una corriente negra irregular, dejando su cráneo vacío, tranquilo y claro.
Él había querido la casa de la vieja señora Savage, así que se la quitó. La
señorita Mary lo había puesto en peligro con su fotografía y él la había
destruido. Había atacado a Slick para protegerse. Diría cualquier cosa para
conseguir lo que quería. No tenía límites. Y sabía que en el momento en que él
sospechara que ella sabía lo que quería, sus hijos estarían en peligro.
— ¿Patricia? — Preguntó en el silencio.
Respiró temblorosa.
— Necesito tiempo para pensar, — dijo. Si colgaba rápido el teléfono, él no
oiría el cambio en su voz.
— Déjame ir allí, — dijo, su tono más agudo. — Esta noche. Quiero
disculparme en persona.
— No, — dijo, y agarró el teléfono en su mano repentinamente sudada.
Obligó a su garganta a relajarse. — Necesito tiempo.
— Prométeme que me perdonarás, — dijo.
Tenía que colgar el teléfono. Con un estremecimiento de alegría, se dio
cuenta de que tenía que llamar a la policía de inmediato. Iban a su casa,
buscaban la licencia y registraban su ático, y todo esto terminaría al anochecer.
— Lo prometo, — dijo.
— Confío en ti, Patricia, — dijo. — Sabes que no lastimaría a nadie.
— Lo sé, — dijo.
— Quiero que sepas todo sobre mí, — dijo. — Cuando estés lista, quiero
pasar mucho tiempo contigo.
Estaba orgullosa de la forma en que mantuvo la voz tranquila y firme.
— Yo también, — dijo.
— Oh, — dijo. — Antes de irme, esta mañana pasó lo más terrible.
— ¿Qué? — Preguntó ella, entumecida.
— Encontré la licencia de conducir de Francine Chapman en mi coche, —
dijo, con la voz llena de asombro. — ¿Recuerdas a Francine? ¿Quién solía
limpiar por mí? No sé cómo llegó allí, pero me encargué de ello. Extraño,
¿verdad?
Quería clavarse las uñas en la cara, rastrillarlas y arrancarse la piel. Era una
tonta.
— Eso es extraño, — dijo, sin vida en su voz.
— Bueno, — dijo. — Suerte que lo encontré. Eso podría haber sido difícil de
explicar.
— Sí, — dijo.
— Esperaré a tener noticias tuyas, — dijo. — Pero no me hagas esperar
demasiado.
Colgó.
Su único trabajo como madre era proteger a sus hijos de los monstruos. De
los que estaban debajo de la cama, los que estaban en el armario, los que se
escondían en la oscuridad. En cambio, ella había invitado al monstruo a su casa
y había sido demasiado débil para evitar que tomara lo que quisiera. El
monstruo había matado a su suegra, había seducido a su marido, se había
llevado a su hija y a su hijo.
Estaba demasiado débil para detenerlo sola, pero había que detenerlo. No
quedaba mucha gente a la que pudiera acudir.
Cogió el teléfono y llamó a la señora Greene.
—¿Sí? — Dijo la Sra. Greene.
— Sra. Greene — dijo Patricia, y se aclaró la garganta. — ¿Puedes llegar al
centro el lunes por la noche?
— ¿Por qué? — Preguntó la Sra. Greene.
— Necesito que vengas a mi club de lectura.
Capitulo 36
El lunes, la temperatura bajo alrededor del mediodía y las nubes oscuras
comenzaron a acumularse en lo alto. Las hojas rozaban las calles vacías de Old
Village. En el puente, ráfagas repentinas empujaron a los autos hacia los lados,
obligándolos a cambiar de carril abruptamente. A las cuatro oscureció, las
ventanas vibraron en sus marcos, las puertas se abrieron de repente y el viento
arrancó ramas de los robles haciendo que cayeran en medio de la calle.

El viento empujaba con fuerza las ventanas de la habitación del hospital de


Slick y el vidrio crujía, mientras que adentro, el aire se sentía tan frío como el
interior de un refrigerador.

— ¿Esto va a tardar? — Preguntó Maryellen. — Mónica tiene una


presentación en español para mañana y necesito ayudarla a construir un
Partenón con tubos de papel higiénico.

— No me gusta estar fuera de casa, — dijo Kitty, metiendo las manos debajo
de su bata de papel para mantenerlas calientes.

La bata de Kitty estaba amarrada descuidadamente y Patricia podía ver su


suéter marrón con dos huellas de manos de lentejuelas plateadas en el pecho a
través del papel. Maryellen vestía una blusa de cuadros y su bata
cuidadosamente anudada. La lámpara del techo se había apagado y la única luz
provenía de barras fluorescentes sobre la cabecera de Slick y el lavabo, llenando
la habitación de sombras. Slick se sentó en la cama, con un cárdigan azul marino
cubierto con triángulos aguamarina sobre los hombros. Patricia había hecho lo
mejor que pudo con su maquillaje, pero Slick parecía una calavera con una
peluca espantosa.

Alguien llamó a la puerta y entró la señora Greene.

— Gracias por venir, — dijo Patricia.

— Hola señora. Greene. — Sonrió Slick.


La Sra. Greene tardó un momento en reconocerla, Patricia vio que sus ojos
se llenaban de horror y luego luchó contra ellos para adoptar una expresión
agradable.

— ¿Cómo está, Sra. Paley? — Dijo ella. — Lamento que estés enferma.

— Gracias, — dijo Slick.

La Sra. Greene se sentó en una silla, con el bolso en el regazo y el silencio


se apoderó en la habitación. El viento seguía golpeando las ventanas.

— Slick, — dijo Maryellen. — Querías que vanieramos a verte, pero tengo


la sensación de que tienes una agenda secreta.

— Lo siento, a todas ustedes, — dijo Kitty. — ¿Pero podemos apurar esto?

La puerta se abrió de nuevo, todas se giraron y vieron a Grace. Todo a dentro


de Patricia se retorcia.

Grace asintió con la cabeza hacia Slick, luego vio a la Sra. Greene y Patricia.

— Me llamaste y me pediste que pasara por aquí, — le dijo a Slick. — Pero


parece un poco abarrotado en este momento. Volveré en otro momento.

Se giró para irse y Patricia gritó, — ¡No!

Grace miró hacia atrás con los ojos en blanco.

— No te vayas, — resopló Slick desde donde estaba sentada. — Por favor…

Atrapada entre montar una escena y hacer algo que no quería hacer, Grace
opto por la opción de hacer lo que no quería. Se abrió paso entre Maryellen y
Kitty, tomó el único asiento libre, que era el más cercano a la cama. Slick y
Patricia habían decidido que sería más difícil para ella irse de esa manera.

— Bueno, — dijo Grace en el largo silencio.

— ¿Sabes? — Dijo Maryellen, — es como si el viejo club de lectura


estuviera nuevamente unido. En cualquier momento alguien va a sacar la regla
de Ann de su bolso.
Patricia se inclinó y sacó a Dead by Sunset de su bolso. Todas rieron a
carcajadas, excepto Grace y la Sra. Greene, que no entendieron la broma. La
risa de Slick se convirtió en un ataque de tos.

— Supongo que hay una razón por la que estamos aquí, — le dijo Kitty a
Slick.

Slick asintió, dándole a Patricia la palabra.

— Necesitamos hablar sobre James Harris, — comenzó a decir Patricia.

— Acabo de recordar que tengo ir a un lugar, —dijo Grace, poniéndose de


pie.

— Grace, necesito que escuches esto, — dijo Patricia.

— Vine porque Slick llamó, — dijo Grace, colocando su bolso sobre su


hombro. — No volveré a hacer esto. Ahora, discúlpenme.

— Me equivoqué, — dijo Patricia. Eso detuvo a Grace. — Me equivoqué


con James Harris. Pensé que era un traficante de drogas y las engañé a todas.
Lo siento.

El cuerpo de Grace se relajó ligeramente y se inclinó hacia su silla.

— Eso es muy dulce de tu parte, —dijo Maryellen. — Pero todas éramos


responsables. Dejamos que esos libros se nos subieran a la cabeza.

— No es un traficante de drogas, — dijo Patricia. — Es un vampiro.

Kitty parecía estar a punto de vomitar. El rostro de Grace se volvió oscuro


y feo. Maryellen soltó una carcajada y dijo, — ¿Qué?

— Slick, — dijo Patricia. — Diles lo que pasó.

— Fui… atacada, — dijo Slick, y al instante sus ojos se pusieron rojos y


húmedos. — Por James Harris… Patricia y la Sra. Greene… tenían una
fotografía que… pertenecía a la madre de Carter… Mostraba a James Harris…
en 1928… luciendo exactamente igual… como ahora.

— Tengo que irme, — dijo Grace.


— Grace, — dijo Slick. — Si alguna vez… fuimos amigas… necesito que
me escuches, ahora.

Grace no dijo nada, pero dejó de caminar hacia la puerta.

— Tenía… la fotografía y los recortes… la Sra. Greene las recogió, —


continuó Slick. — Patricia vino a mí… porque ella y la Sra. Greene pensaron
que eso lo probaba… que él era el enviado de Satanás… Querían entrar a su
casa… encontrar evidencia de que había lastimado a los niños… pero mi orgullo
era más grande… y fui directamente con él, trate de negociar… le dije que si se
iba de la ciudad… destruiría la fotografía y guardaría su secreto… me atacó…
me obligó a tener sexo con el… yo… lo siento. — Inclinó la cabeza hacia atrás
para que sus lágrimas no le corrieran el maquillaje. Patricia le entregó un
pañuelo de papel arrugado y Slick se lo pasó por debajo de los ojos. — Cuando
se vino dentro de mí… me enfermó. Nadie sabe lo que le pasa a mi cuerpo…
los médicos no lo saben… No le dije a nadie lo que hizo… porque… dijo que
mientras yo me callara… no lastimaría a mis hijos.

— La Señora. Greene y yo fuimos a su casa, — dijo Patricia,


complementando lo que dijo Slick. — Encontramos el cadáver de Francine
empacado en una maleta y metido en su ático. Estoy segura de que ya se ha
deshecho de él.

— Esto es de mal gusto, — dijo Grace. — Francine era un ser humano. Usar
su muerte como parte de tu fantasía es grotesco.

Patricia sacó la instantánea que había tomado la noche anterior. Mostraba el


muslo de Korey. El destello dejó lívidos el moretón y la marca de la perforación
contra su piel descolorida. Se lo tendió a Grace.

— Le hizo esto a Korey, — dijo.

— ¿Qué le hizo? — Preguntó Kitty, en voz baja, tratando de ver.

— La sedujo a mis espaldas, —dijo Patricia. — Durante meses ha estado


seduciendo a mi hija, acicalándola, alimentándose de ella y haciéndola pensar
que le gustaba. Dice que tiene una condición en la que tiene que usar a una
persona para limpiar su sangre, como la diálisis. Aparentemente crea una
sensación de euforia en la persona. Se vuelven adictos.
— Es la misma marca que encontraron en los niños de Six Mile, — dijo la
Sra. Greene.

— Es la misma marca que Ben dijo que encontraron en Ann Savage después
de su muerte, — dijo Patricia.

— Pensé que dejaría a nuestros hijos solos si me quedaba callada, — dijo


Slick. — Pero se llevó a Korey. Podría venir a por cualquiera de nosotros a
continuación. Su hambre no conoce los límites.

— Antes solo teníamos sospechas, — dijo Patricia. — Francine se había


ido. Orville Reed se suicidó, Destiny Taylor se suicidó. Pero Kitty y yo vimos
el cuerpo de Francine en su ático. Atacó a Slick. Atacó a mi hija. Está haciéndole
lo mismo a Blue. Él me quiere a mí.

— ¿De verdad viste el cuerpo de Francine en su ático? — Maryellen le


preguntó a Kitty.

Kitty se miró las rodillas envueltas en papel.

— Dile, — dijo Patricia.

— Le había roto los brazos y las piernas para meterla dentro de una maleta,
— dijo Kitty.

— ¿Cuánta más evidencia necesitamos de que ninguna de nosotras está a


salvo? — Preguntó Patricia. — Todos los hombres piensan que es su mejor
amigo, pero se ha llevado todo lo que quería justo delante de nuestras narices.
¿Cuánto tiempo tenemos que esperar antes de hacer algo? Se está aprovechando
de nuestros hijos.

— Llámame anticuada, — espetó Grace. — Pero primero le dices a la


policía que es un abusador de menores. Luego nos dices que es un traficante de
drogas. Ahora dices que es el Conde Drácula. Tus fantasías han tenido un gran
costo para el resto de nosotras, Patricia. ¿Sabes lo que me pasó?

— Lo sé, — dijo Patricia con los dientes apretados. — Lo sé, me equivoqué.


Oh, Dios, Grace, sé que cometí un error y estoy siendo castigada por ello, pero
huimos cuando las cosas se pusieron difíciles. Y ahora hemos esperado tanto
tiempo que no creo que haya una forma normal de deshacernos de él. Creo que
se ha arraigado demasiado en Old Village.
— No te creo, — dijo Grace.

— Me arrastró de rodillas suplicándole, — dijo Patricia.

— ¿No me digan que el resto de ustedes creen estas tonterías? — Preguntó


Grace.

Maryellen y Kitty no la miraban a los ojos.

— Kitty, — dijo Patricia. — Tú y yo vimos lo que le hizo a Francine. Sé lo


asustada que estás, pero ¿Cuánto tiempo crees que pasará hasta que se dé cuenta
de que tú también estabas en su ático? ¿Cuánto tiempo crees que pasará antes
de que venga a por tu familia?

— No digas esas cosas, — dijo Kitty.

— Es la verdad, — dijo Patricia. — No podemos escondernos más.

— No estoy segura de lo que nos estás pidiendo que hagamos, — dijo


Maryellen.

— Dijiste que querías vivir en un lugar donde las personas se cuidaran unas
a otras, — le dijo Patricia. — ¿Pero de qué sirve mirar si no vamos a actuar?

— Somos un club de lectura, — le dijo Maryellen. — ¿Que se supone que


hagamos? ¿Leerle hasta que se muera? ¿Utilizar un lenguaje ofensivo?

— Creo que… estamos más allá de eso, — dijo Slick.

— Entonces no sé de qué estamos hablando, — dijo Maryellen.

— La última vez que hicimos esto aprendimos una cosa, — dijo Patricia. —
Los hombres se mantienen unidos. Su amistad con él es más fuerte ahora desde
ese entonces. Solo nos tenemos a nosotras.

Grace enganchó las correas de su bolso por encima del hombro y miró la
habitación.

— Me voy ahora antes de que esto se vuelva aún más absurdo, — dijo,
asintiendo con la cabeza a Kitty y Maryellen. — Y creo que ambas deberían
venir conmigo antes de hacer algo de lo que se arrepientan.
— Grace, — dijo Kitty, en voz baja y tranquila, mirándose las rodillas. —
Si sigues actuando como si yo fuera un débil mantel, te voy a golpear. Soy una
mujer adulta, igual que tú, y vi un cadáver en ese ático.

— Buenas noches, — dijo Grace, dirigiéndose hacia la puerta.

Patricia asintió con la cabeza a la Sra. Greene, quien se interpuso en el


camino de Grace, bloqueándola.

— Señora. Cavanaugh, — dijo. — ¿Soy basura para ti?

Grace trato de salir por la puerta, pero la Sra Greene seguía bloqueando la
salida

— Le ruego me disculpe — dijo Grace, en tono altanero.

Pero eso no hizo que la señora Greene se apartara.

— Debes pensar que soy una basura, — dijo la Sra. Greene.

Grace tragó saliva, tan indignada que ni siquiera pudo alinear las palabras
en su lengua.

— No dije tal cosa, — se las arregló para decir.

— Tus acciones no son las acciones de una mujer cristiana, — dijo la Sra.
Greene. — Vine a ti hace años como madre y como mujer, te supliqué tu ayuda
porque ese hombre se estaba aprovechando de los niños en Six Mile. Le rogué
que hicieran algo muy simple, que viniera conmigo a la policía y les dijeran lo
que sabían. Arriesgué mi trabajo y el dinero que pone comida en mi mesa, para
venir a ti. ¿Sabes siquiera los nombres de mis hijos?

Grace tardó un minuto en darse cuenta de que la señora Greene estaba


esperando una respuesta.

— Abraham, — dijo Grace, buscando sus nombres. —Y Lily, creo…

— El mayor se llama Harry, — dijo la Sra. Greene. — El siguiente. Harry


Jr., Rose, Heanne, Jesse y Aaron. Ni siquiera sabes cuántos hijos tengo, y no
espero que lo sepas. Pero me debes una. Te protegí, pero no hiciste nada por los
niños de Six Mile para ti no valían la pena. Bueno, ahora va tras tus hijos. La
hija de la Sra. Campbell es una de ellas. Se supone que la Sra. Paley es tu amiga.
La Sra. Scruggs vio el cuerpo de Francine en su casa. ¿De qué está hecha,
señora Cavanaugh, que le permite alejarse de sus amigos?

Vieron cómo Grace recorría una docena de emociones diferentes, un


centenar de posibles respuestas, su mandíbula moviéndose, su barbilla apretada,
las cuerdas de su cuello temblando. La Sra. Greene la miró fijamente, con la
mandíbula abierta. Entonces Grace pasó a su lado, abrió la puerta y la cerró de
golpe detrás de ella.

En el silencio, ninguna de ellas se movió. El único sonido era el silbido del


viento a través de una grieta en el burlete de la ventana.

— Ella tiene razón, — dijo Slick. — Todas nosotras… nos asustamos y


sacrificamos a los niños de Six Mile… por los nuestros. Estábamos…
avergonzadas y asustadas. Proverbios dice… “Como manantial enlodado o
fuente contaminada… es el justo el que cede… ante los impíos.” Dimos paso…
Queríamos creer… que Patricia estaba equivocada porque significaba que no
teníamos que hacer… nada.

Patricia decidió que era seguro llevarlos al siguiente paso.

— No sé si la palabra es vampiro o monstruo, — dijo Patricia. — Pero lo


he visto así dos veces y Slick lo ha visto una vez. No es como nosotras. Puede
vivir mucho tiempo. Él es fuerte. Puede ver en la oscuridad.

— Su fuerza de voluntad puede hacer que los animales cumplan sus


órdenes, — dijo la Sra. Greene.

Patricia la miró, las dos pensando en las ratas, en cómo olía la casa días
después, en la señorita Mary en el hospital, inconsciente, las heridas teñidas de
yodo, respirando por un tubo. Patricia asintió.

— Creo que tienes razón, — dijo. — Y necesita poner su sangre a través de


la gente para vivir. Se vuelven adictos a él. En este momento, Korey me
apuñalaría por la espalda para que la chupara de nuevo. Es lo bien que se siente.
Ha conseguido todo lo que quiere, así que ¿Por qué se detendría? Tenemos que
hacerlo nosotras.

— Nuevamente, — dijo Maryellen, — somos un club de lectura, no un


grupo de detectives. Si es mucho más fuerte que nosotras, esto es inútil.
— ¿Crees que… no podemos igualarlo? — Preguntó Slick desde su cama.
— Tuve tres hijos… Y el miembro de un hombre nunca lo sentí de esa manera…
Cree que está a salvo… porque piensa como tú… Mira a Patricia y piensa que
todas somos un montón de Sunshine Suzies… Cree que somos lo que
parecemos por fuera: agradables damas sureñas. Déjame decirte algo… no hay
nada bueno en las damas sureñas.

Hubo una larga pausa y luego Patricia habló.

— Tiene una debilidad, — dijo Patricia. — Está solo. No está conectado


con otras personas, no tiene familiares, ni amigos. Si una de nosotras se queda
varada, todo el mundo empieza a pasar por tu casa para asegurarse de que
estamos bien. Pero es un hombre solitario. Si podemos hacerlo desaparecer,
total y completamente, no hay nadie que vaya a hacer preguntas. Puede los
primeros días sean difíciles, pero pasarán y será como si nunca hubiera existido.

Maryellen giro la cara hacia el techo y se encogió de hombros. — ¿Cómo


estás para aquí hablando como si esto fuera normal? Somos seis mujeres. Cinco
mujeres, porque no creo que Grace vuelva. Quiero decir, Kitty, tu marido tiene
que abrir los frascos para ti.

— No se trata… de eso, — dijo Slick, con los ojos encendidos. — No se


trata de… nuestros maridos ni de nadie más… se trata de nosotras. Se trata de
si… podemos llegar hasta el final. Eso es lo que importa… ni nuestro dinero, ni
nuestra apariencia, ni nuestros maridos… ¿Podemos llegar hasta el final?

— No para matar a un hombre, — dijo Maryellen.

— No es un hombre, — dijo la Sra. Greene.

— Escúchame, — dijo Slick. — Si hubiera… un vertedero de desechos


tóxicos en esta ciudad… que causara cáncer… no nos detendríamos hasta que
lo cerráramos. Esto no es diferente. Hablamos de la seguridad de nuestras
familias… la vida de nuestros hijos. ¿Estás dispuesta a apostar… con sus vidas?

Maryellen se inclinó hacia delante y tocó la pierna de Kitty. Kitty levantó la


vista de sus rodillas.

— ¿Realmente viste a Francine en su ático? — Preguntó Maryellen. — No


me mientas. ¿Estás segura de que era ella y no una sombra o un maniquí o
alguna decoración de Halloween?
Kitty asintió, miserable.

— Cuando cierro los ojos la veo en esa maleta, envuelta en plástico, —


gimió. — No puedo dormir, Maryellen.

Maryellen estudió el rostro de Kitty y luego se reclinó.

— ¿Cómo lo hacemos? — Preguntó ella.

— Antes de continuar, — dijo Slick. — Tenemos que llevarlo a cabo… y


luego no volver a hablar de ello… tengo que escucharlo de cada uno de
ustedes… Después de esto no hablaremos y no podemos… cambiar de opinión.

— Amén, — dijo la Sra. Greene.

— Por supuesto, — convino Patricia.

— ¿Kitty? — Preguntó Slick.

— Dios me ayude, sí, — exhaló Kitty apresuradamente.

— ¿Maryellen? — Preguntó Slick.

Maryellen no dijo nada.

— Después el vendrá por Caroline, — dijo Patricia. — Entonces la siguiente


será Alexa. Luego Mónica. Les hará lo que le ha hecho a Korey. Solo tiene
hambre, Maryellen. Comerá y comerá hasta que no quede nada.

— No haré nada ilegal, — dijo Maryellen.

— Estamos más allá de eso, — dijo Patricia. — Estamos protegiendo a


nuestras familias. Haremos lo que sea necesario. Tú también eres madre.

Todos miraron a Maryellen. Su espalda estaba rígida y luego la pelea se fue


de ella y sus hombros se hundieron.

— Está bien, — dijo.

Patricia, Slick y la Sra. Greene intercambiaron una mirada. Patricia lo tomó


como su señal.
— Necesitamos una noche en la que todos estén distraídos, — dijo. — La
semana que viene es el juego Clemson-Carolina. Toda la población de Carolina
del Sur estará pegada a sus televisores desde el inicio hasta la última caída. Ahí
es cuando lo hacemos.

— ¿Hacer qué? — Preguntó Kitty en voz muy baja.

Patricia sacó de su bolso un libro de composición Mead en blanco y negro.

— Leí todo lo que pude sobre ellos, — dijo. — Sobre cosas como vampiros.
La Sra. Greene y yo hemos estado haciendo una lista de los hechos en los que
están de acuerdo. Hay tantas supersticiones sobre cómo detenerlos: exposición
a la luz solar, clavar una estaca en el corazón, decapitación, plata.

— Podemos pensar que es malvado y no un vampiro real, — dijo Maryellen.


— Tal vez sea así Richard Chase, el vampiro de Sacramento, y simplemente
piensa que es un vampiro.

— No, — dijo Patricia. — Ya no podemos engañarnos a nosotras mismas.


No es natural y tenemos que matarlo de la manera correcta o simplemente
seguirá regresando. Nos ha subestimado. No podemos subestimarlo.

Sus palabras sonaron extrañas en la estéril habitación del hospital con sus
vasos de plástico y pajitas, su televisor colgando del techo, sus tarjetas Hallmark
en el alféizar de la ventana. Se miraron en sus prácticos zapatos bajos con sus
amplios bolsos a los pies, con sus gafas de lectura, sus cuadernos y sus
bolígrafos, se dieron cuenta de que habían cruzado una línea.

— ¿Tenemos que clavarle una estaca en el corazón? — Preguntó Kitty. —


No creo que esté preparada para eso.

— No es un juego, — dijo Patricia.

— Oh, gracias a Dios, —dijo Kitty. —Lo siento, Slick.

— No creo que eso lo vaya a matar, — dijo Patricia. — Los libros dicen que
los vampiros duermen durante el día, pero él está despierto a la luz del día. El
sol lastima sus ojos y lo incomoda, pero no tiene que dormir en un ataúd cuando
está afuera. No podemos tomar las historias literalmente.

— ¿Entonces que qué hacemos? — Preguntó Kitty.


— La señorita Mary me dio una idea de cómo matarlo, — dijo Patricia. —
Pero lo difícil será llegar al punto en que podamos hacerlo.

— No quiero parecer difícil, — dijo Maryellen. — Pero si es todo lo que


Patricia dice que es: suspicaz, sentidos agudos, rápido, fuerte, ¿Cómo vamos a
acercarnos lo suficiente para hacer algo?

El miedo hizo que la voz de Patricia fuera fuerte y clara, —Tengo que darle
lo que quiere, — dijo. — Tengo que entregarme.
Capitulo 37
Patricia le dijo a Carter que Korey estaba drogado. Korey estaba tan enferma
y confundida por James Harris que Carter la creyó de inmediato. Ayudó a que
esta fuera una de sus mayores pesadillas.
— Esto está de tu lado— dijo mientras arrojaba la ropa de Korey en una
bolsa de viaje. — Nadie de mi lado de la familia ha tenido este tipo de problema.
No, pensó Patricia. Simplemente asesinaron a un hombre y enterraron su
cuerpo en el patio trasero.
Ella oró pidiendo perdón. Ella oró mucho. Luego llevaron a Korey a Southern
Pines, el centro local de tratamiento psiquiátrico y de abuso de sustancias.
— ¿Te asegurarás de que la controlen las veinticuatro horas del día? —
Patricia preguntó al administrador de admisión.
Su pesadilla era que Korey haría lo que habían hecho los otros niños. Pensó
en Destiny Taylor y el hilo dental, Orville Reed colocándose delante del coche,
Latasha Burns y el cuchillo. Tenían el dinero para sopesar las probabilidades a
su favor, pero ella no quería probabilidades cuando se trataba de su hija. Quería
una garantía.
Trató de hablar con Korey, trató de decir que lo sentía, trató de explicar las
cosas, se esforzó mucho, pero ya sea por James Harris o por lo que le estaban
haciendo, Korey ni siquiera la reconoció que estaba en la habitación.
— Algunos de ellos hacen esto, — dijo el administrador de admisión. —Vi
a un niño romper la nariz de su madre durante la admisión. Otros
simplemente se apagan.
Cuando llegaron a casa, la tranquilidad de la casa se comió a Patricia,
recordándole el daño que le había hecho a su familia. Sintió una sensación de
urgencia. Tenía que terminar esto. Tenía que recuperar a su familia y pegar las
piezas antes de que empeorara. Era solo cuestión de tiempo antes de que
llegaran a un punto más allá del cual nada se podía arreglar.
Esa noche, Carter se fue para enterrarse en el trabajo de su oficina. Media
hora después, sonó el teléfono. Ella respondió.
— ¿Dónde está Korey? — Preguntó James Harris.
— Está enferma, — dijo Patricia.
— Ella no estaría enferma si todavía estuviera conmigo, — dijo. — Puedo
hacerla sentir mejor.
— Necesito tiempo, — dijo ella. —Necesito tiempo para resolver las cosas.
— ¿Qué se supone que debo hacer mientras tú vacilas? — Preguntó el
— Tienes que ser paciente, — dijo ella. — Esto es difícil para mí. Es mi vida
entera. Mi familia. Es todo lo que sé.
— Piensa rápido, — dijo él.
— Hasta fin de mes, — dijo ella, tratando de ganar tiempo.
— Te daré diez días, — dijo el, y colgó.
Trató de estar cerca de Blue tanto como pudo. Ella y Carter le preguntaron si
tenía alguna pregunta, le dijeron que no era culpa suya, dijeron que podía ver a
Korey en una semana o dos, siempre que sus médicos dijeran que estaba bien,
pero Blue apenas habló. Ella se sentó junto a él mientras él jugaba en la
computadora en el pequeño estudio. Golpeó el teclado, moviendo formas y
líneas de colores en la pantalla.
— ¿Qué hace este? — preguntó por un botón y luego señaló un número en la
parte superior del monitor. — ¿Eso significa que estás ganando? Mira tú
puntuación, es muy alta.
— Esa es la cantidad de daño que he recibido, — dijo.
Quería decirle que lamentaba no haberlos protegido mejor a él y a su
hermana. Pero cada vez que comenzaba, sonaba como un discurso de despedida
y se detuvo. Que tenga una semana más tranquila.
Antes de que estuviera lista, llegó el sábado y Patricia se despertó asustada.
Limpiaba la habitación de Korey para mantenerse ocupada, despojaba su cama,
recogió toda su ropa del suelo y la lavó, dobló, volvió a ponerlas en los cajones
en ordenadas pilas, planchó sus vestidos y los colgó, apiló sus revistas, encontró
el estuche para todos sus CD. Recuperó $ 8,63 en cambio de la alfombra y lo
puso en un frasco para cuando Korey llegara a casa.
Alrededor de las cuatro, Carter se paró en la puerta y la observó trabajar.
— Tenemos que irnos pronto si queremos ver el pre-juego — dijo él.
Habían hecho planes para ver el partido Clemson-Carolina en el centro de la
ciudad cerca del hospital con los hijos de Leland y Slick.
— Continúa, — dijo Patricia. — Tengo cosas que hacer.
— ¿Estás segura de que no quieres venir? — preguntó el. — Será bueno hacer
algo normal. Es morboso sentarse solo en la casa.
— Necesito ser morbosa — dijo ella, y le dio su sonrisa de soldado valiente.
— Pasa un buen rato.
— Te amo, — dijo él.
La tomó por sorpresa y vaciló por un momento, pensando en todo lo que
James Harris le había dicho sobre los viajes de Carter fuera de la ciudad y
preguntándose hasta qué punto era cierto.
—Yo también te amo, — se obligó a responder.
Él se fue y ella esperó hasta que escuchó su auto salir del camino de entrada,
y luego se preparó para morir.
El estómago de Patricia se sintió vacío. Todo su cuerpo se sentía agotado. Se
sintió enferma, mareada, revoloteando. Todo se sentía vacío, como si todo
estuviera a punto de desaparecer flotando.
En su baño, se puso su nuevo vestido de terciopelo negro. Se sintió apretado
y horrible, la abrazó en todos los lugares equivocados, la hizo consciente de sus
nuevas curvas, luego lo ajustó, tiró hacia abajo y lo ajustó, ató y alisó. Se le
pegaba como la piel de un gato negro. Se sentía más desnuda con él que sin él.
El teléfono sonó. Ella respondió.
— Finalmente, — dijo él.
— Quiero verte, — dijo ella. — Tomé mi decisión.
Hubo una larga pausa.
— Y, — incitó él.
— Decidí que quiero a alguien que me valore, — dijo ella. — Estaré en tu
casa a las 6:30.
Delineador de ojos, un poco de lápiz de cejas, rímel, un poco de rubor. Se
secó el lápiz labial con Kleenex y tiró bolas rojas de papel a la basura. Se cepilló
el cabello, lo rizó un poco para darle cuerpo y luego lo roció con Miss Brecks.
Abrió los ojos y le escocieron por la niebla que caía de las gotas de laca para el
cabello. Se miró en el espejo y vio a una mujer que no conocía. Ella no usa
aretes ni joyas. Se quitó el anillo de bodas. Le dio de comer a Ragtag, le dejó
una nota a Carter en la que le decía que había tenido que ir al centro para ver a
Slick en el hospital, que podría pasar la noche y se fue de casa.
Afuera, un viento frío azotaba los árboles. Los autos se alineaban en la
cuadra, todos allí para ver el juego Clemson-Carolina en Grace's. Bennett era
un exalumno incondicional de Clemson, y todos los años organizaba la gran
reunión del juego. Patricia se preguntó cómo se las arreglaría con todo el mundo
bebiendo. Se preguntó si empezaría de nuevo.
El viento soplaba negro y sombrío desde el puerto, las olas se convertían en
olas blancas. Pasó el Alhambra Hall y miró al otro extremo del estacionamiento,
cerca del agua, vio la minivan estacionada allí. Solo podía ver algunas formas
apiñadas en el interior. Se veían patéticamente pequeños.
Amigas, pensó Patricia. Necesito que estén conmigo ahora.
La casa de James Harris estaba a oscuras. Las luces de su porche estaban
apagadas y solo una lámpara brillaba en la ventana de su sala de estar. Se dio
cuenta de que lo había hecho para que nadie la viera llegar a la puerta de su
casa. Los coches llenaron todos los caminos de entrada y, mientras caminaba,
una oleada de vítores brotó de todas las casas. Patada inicial. El juego había
comenzado.
Llamó a la puerta principal y James Harris la abrió, iluminada desde atrás por
el tenue resplandor de la lámpara de la sala, la única luz de la casa. La radio
ronroneaba música clásica, un piano montando suaves oleadas orquestales. Su
corazón bailó dentro de su caja torácica cuando él cerró la puerta detrás de ella.
Ninguno de los dos se movió, solo se quedaron en el pasillo, uno frente al
otro en el suave derrame de luz de la sala de estar.
— Me has lastimado — dijo ella. — Me has asustado. Has lastimado a mi
hija. Has convertido a mi hijo en un mentiroso. Has lastimado a la gente que
conozco. Pero los tres años que llevas aquí se sienten más reales que los
veinticinco años completos de mi matrimonio.
Levantó la mano y trazó el costado de su mandíbula con los dedos. Ella no se
inmutó. Trató de no recordarlo gritándole en la cara, salpicándolo con la sangre
de su hija, su hija a quien dolería para siempre a causa de su hambre.
— Dijiste que te decidiste, — dijo él. — Entonces. ¿Qué quieres, Patricia?
Pasó junto a él hacia la sala de estar. Dejó un rastro de perfume en el aire. Era
una botella de opio que había encontrado mientras limpiaba la habitación de
Korey. Casi nunca usaba perfume. Se detuvo frente a la repisa de la chimenea
y se volvió hacia él.
— Estoy cansada de que mi mundo sea tan pequeño, — dijo ella. —Lavar,
cocinar, limpiar, mujeres tontas hablando de libros de mala calidad. Ya no es
suficiente para mí.
Se sentó en el sillón frente a ella, con las piernas abiertas y las manos en los
brazos, mirándola.
— Quiero que me hagas como eres, — dijo ella. Luego bajó la voz a un
susurro.
— Quiero que me hagas lo que le hiciste a mi hija.
Él la miró, sus ojos recorrieron su cuerpo, viéndola en su totalidad, y ella se
sintió expuesta, asustada y un poco excitada. Luego James Harris se puso de
pie, se acercó a ella y se rio en su cara.
La fuerza de su risa la abofeteó y la hizo tropezar medio paso hacia atrás. La
habitación resonó con su risa, que rebotó locamente en las paredes, atrapada,
doblando y redoblando, golpeando sus oídos. Se rio con tanta fuerza que se dejó
caer en su silla, la miró con una sonrisa loca en el rostro y se echó a reír de
nuevo.
Ella no sabía qué hacer. Se sintió pequeña y humillada. Finalmente, su risa
se detuvo, dejándolo sin aliento.

— Debes pensar, — dijo el, jadeando por aire, — que soy la persona más
estúpida que hayas conocido. ¿Vienes aquí, disfrazada como una prostituta,
y me cuentas esta historia sin aliento sobre cómo quieres que te convierta en
una de las malas personas? ¿Cómo llegaste a ser tan arrogante? ¿Patricia la
genia, y el resto de nosotros somos un montón de tontos?
— Eso no es cierto — dijo ella. — Yo quiero estar aquí. Quiero estar contigo.
Esto provocó otra ola de risa desagradable.
— Te estás avergonzando a ti misma y me estás insultando, — dijo James
Harris. — ¿Pensaste que me creería algo de esto?
— ¡No es un acto! — ella gritó.
Él sonrió.
— Me preguntaba cuándo llegarías a una indignación justa. — Él sonrió. —
Mírate: Patricia Campbell, esposa del Dr. Carter Campbell, madre de Korey y
Blue, degradándose porque cree que es más inteligente que alguien que ha
vivido cuatro veces más que ella. Mira, Patricia, nunca te subestimé. Si le dijiste
a Slick que planeabas venir a mi casa, supe que habías entrado en mi casa. Y si
entrabas en mi casa, sabía que habrías entrado en mi ático y encontrariás todo
lo que había que encontrar. ¿Se suponía que su licencia era un cebo? ¿Dejarlo
en mi coche, ir a la policía y decirles lo que encontró, que me detuvieron, lo
encontrarían y obtendrían una orden de registro? ¿En qué triste sueño de ama
de casa funciona algo así? Esos libros que leen las niñas realmente han podrido
sus cerebros.
No podía hacer que sus piernas dejaran de temblar. Se sentó en la chimenea
de ladrillo elevada. El vestido de terciopelo subió y se arrugó alrededor de su
estómago y caderas. Ella se sintió ridícula.
— Por otra parte, me mudé aquí porque todos ustedes son tan estúpidos—
dijo él. — Tomarás a cualquiera por su valor nominal siempre que sea blanco y
tenga dinero. Con las computadoras en camino y todas estas nuevas
identificaciones, necesitaba echar raíces y tú lo hiciste tan fácil. Todo lo que
tenía que hacer era hacerte pensar que necesitaba ayuda y aquí viene esa famosa
hospitalidad sureña. No les gusta hablar de dinero, ¿verdad? Eso es clase baja.
Pero agité a algunos y todos estaban tan ansiosos por agarrarlo, que nunca
preguntaron de dónde venía. Ahora, a tus hijos les agrado más que tú. Tu marido
es un debilucho, un tonto. Y aquí estás, disfrazada de payaso, sin cartas para
jugar. He estado haciendo esto durante tanto tiempo que siempre estoy
preparado para el momento en que alguien intente echarme de la ciudad, pero
realmente me has sorprendido. No esperaba que el intento fuera tan triste. —
Un resoplido rítmico y húmedo llenó la habitación mientras Patricia se
doblaba y trataba de respirar. Intentó comenzar una oración varias veces, pero
se quedó sin aliento. Finalmente dijo; — Haz que se detenga.
Desde lejos, escuchó un coro de voces débiles que gritaban con decepción.
— Lo intenté una vez — dijo él. — Pero un artista es tan bueno como sus
materiales. Pensé que seguro la humillación que te infligí hace tres años te
haría matarte, pero ni siquiera pudiste hacerlo bien.
— Haz que se detenga, — dijo Patricia. — Solo haz que todo se detenga. Ya
no puedo hacer esto. Mi hijo me odia. Por el resto de su vida seré la loca que
trató de suicidarse, la que encontró convulsionando en el suelo de la cocina.
Metí a mi hija en un hospital psiquiátrico. He arruinado a mi familia. No pude
protegerlos de ti.
Se sentó, encorvada, escupiendo sus palabras al suelo, sus manos eran garras
clavándose en sus rodillas, su voz restregando sus oídos como ácido.
— Pensé que eras sucio. Pensé que eras un animal, — dijo ella. — Pero soy
peor que tú. No soy nada. Era una buena enfermera, realmente lo era, y me
alejé de la única cosa que amaba porque quería ser una novia. Quería casarme
porque me aterrorizaba estar sola. Quería ser una buena esposa y una buena
madre, y di todo lo que tenía y no fue suficiente. ¡No soy suficiente!
Gritó las últimas palabras, luego miró a James Harris, su rostro era una
máscara grotesca de maquillaje rayado.
— Mi esposo no me tiene más consideración que un perro, — dijo ella.
— Él se va y se folla a otras con los demas hombres y nos sentamos en casa
como buenas mujeres sureñas, les lavamos las camisas y empacamos sus
maletas para sus viajes sexuales. Mantenemos sus casas calientes y limpias para
cuando estén listas para volver a casa y ducharse con el perfume de otra mujer
antes de meter a sus hijos en la cama. Durante años he fingido que no sé a dónde
va, ni quiénes son esas chicas al teléfono, pero cada vez que llega a casa, me
acuesto en la cama junto a mi marido, que no me toca. Que no habla conmigo,
que no me ama, y finjo que no puedo oler el cuerpo de alguna veinteañera en él.
Nuestros hijos nos odian. Mírame a mí. Hubiera sido mejor si un perro los
hubiera criado.
Enganchó sus dedos en garras y se las pasó por el cabello, desgarrándolo en
un pajar enloquecido, sobresaliendo en todas direcciones.
— Así que aquí estoy, — dijo ella. — Te doy lo último que tengo de valor y
te suplico que perdones a mi hija. Tómame. Toma mi cuerpo. Úsame hasta que
me deseches, pero deja a Korey en paz. Por favor. Por favor.
— ¿Crees que puedes negociar conmigo? — preguntó el. — ¿Esto es una
especie de seducción triste, cambiar tu cuerpo por el de tu hija?
Ella asintió, dócil y pequeña.
— Si.
Ella se sentó, un largo hilo de mocos colgando de su nariz, goteando sobre su
vestido. Y finalmente, James Harris dijo:
— Ven.
Se incorporó y se acercó a él con las piernas temblorosas.
— Arrodíllate, — dijo el, señalando el suelo.
Patricia se dejó caer al suelo a sus pies. Se inclinó hacia adelante y tomó su
mandíbula con una gran mano.
— Hace tres años trataste de burlarte de mí, — dijo él. — No te queda más
dignidad. Finalmente seremos honestos el uno con el otro. Primero, voy a
reemplazar a Carter en tu vida. ¿Es eso lo que quieres?
Ella asintió con la cabeza, luego se dio cuenta de que necesitaba más. — Sí.
— susurró.
— Tu hijo ya me ama, — dijo. — Y tu hija me pertenece. Te llevaré ahora,
pero ella es la siguiente. ¿Harías eso? ¿Me darás tu cuerpo para que el de ella
repose un año más?
— Sí, — dijo Patricia.
— Un día será el turno de Blue, — dijo él. — Pero por ahora, soy el amigo
de la familia que te ayuda a reconstruir tu vida después de la muerte de tu
esposo. Todo el mundo pensará que, naturalmente, sentimos una atracción
poderosa, pero sabrás la verdad; renunciaste a tu patético, miserable y roto
fracaso de una vida para aceptar tu lugar a mis pies. No soy un médico, ni un
abogado, ni un hijo de mamá rica que intenta impresionarte. Soy singular en
este mundo. Soy de lo que ustedes hacen leyendas. Y ahora he dirigido mi
atención a ti. Cuando termine, adoptaré a tus hijos y los haré míos. Pero has
comprado un año más de libertad. ¿Lo entiendes?
— Sí, — dijo Patricia.
James Harris se puso de pie y subió las escaleras sin mirar atrás.
— Ven, — dijo el por encima del hombro.
Después de un momento, Patricia lo siguió, y solo se detuvo en el camino
para abrir el cerrojo de la puerta principal.
En la oscuridad del pasillo de arriba, vio paredes blancas sólidas a su
alrededor, cada una de ellas tenía una puerta cerrada, y luego vio un agujero
negro como la entrada de una tumba. Entró al dormitorio principal. James Harris
estaba de pie a la luz de la luna. Se había quitado la camisa.
— Desnúdate, — dijo él.
Patricia se quitó los zapatos e inhaló profundamente. Estar descalza sobre el
fresco suelo de madera la hacía sentirse desnuda. No podía hacer esto, pero
antes de que pudiera detenerse, sus manos ya se estaban moviendo hacia su
espalda.
Abrió la cremallera del vestido, lo dejó caer al suelo y se lo quitó. La sangre
corrió y fluyó a partes de su cuerpo que estaban secas, dejándola mareada. Su
cabeza dio vueltas y se preguntó si se desmayaría. La oscuridad parecía muy
cercana a su alrededor y las paredes parecían muy lejanas. La fiebre se apoderó
de ella cuando se desabrochó el sujetador y se lo quitó, luego tiró su ropa a una
esquina y arrojó el sujetador encima.
Sintió el aire fresco de la casa de un extraño en sus pechos desnudos, sus
caderas y su vientre. A través de la ventana escuchó que una familia soltaba un
grito sin sentido, apenas audible, como el rugido de la orilla en una concha o
algo a medio imaginar llevado por el viento.
Señaló la cama y ella se acercó a ella y se sentó. Él estaba de pie ante ella,
perfilado oscuro a la luz de la luna. Sus hombros anchos y cintura estrecha, sus
muslos gruesos y piernas largas, la mandíbula fuerte, la abundante cabellera.
Encontró dónde estarían sus ojos y vio un tenue brillo blanco en la oscuridad.
Mantuvo contacto visual con él mientras se recostaba en su cama, con los pies
todavía en el suelo, abrió las piernas para él y sintió el aire fresco de su casa
besar su sexo. El aire acariciaba sus rizos y los despegaba. Se arrodilló entre sus
piernas.
Todo en su vida se canalizó hasta este momento.
Observó cómo su mandíbula se movía de una forma que nunca antes había
visto. Él miró hacia arriba de entre sus piernas y puso su mano sobre la parte
inferior de su cara.
— No mires, — dijo él.
— Pero... — dijo ella.
— No quieres ver esto, — dijo él.
Ella extendió la mano y la apartó suavemente. Quería verlo todo. Sus ojos se
encontraron y se sintió como el primer momento honesto que habían
compartido. Luego bajó la cabeza y su rostro se abrió por completo, y ella vio
que la oscuridad salía de su boca.
Él estaba en lo correcto. Ella no quería ver esto. Se echó hacia atrás y miró
hacia el techo liso y pintado de blanco, y su aliento le hizo cosquillas en el vello
púbico y luego sintió el peor dolor que había experimentado. Seguido del mayor
placer.
Capitulo 38
— ¿Crees que Patricia está bien? — Preguntó Kitty, mirando por el espejo
retrovisor.
Estaban estacionados en la minivan de Maryellen en el extremo más alejado
del estacionamiento de Alhambra Hall. Maryellen se sentó en el asiento del
conductor con Kitty montando escopeta. La Sra. Greene se sentó en la parte de
atrás.
— Ella está bien, — dijo Maryellen. — Estás bien. Estoy bien. Sra. Greene,
¿Está bien?
— Estoy bien — dijo la Sra. Greene.
Todos estamos bien — dijo Maryellen. — Todas están bien.
Kitty dejó que el silencio durara cinco segundos completos esta vez.
— Excepto Patricia, — dijo ella.
Nadie tenía una respuesta a eso.
— Son las siete, — dijo la Sra. Greene en la oscuridad. Nadie se movió. —
O la señora Campbell ya lo ha hecho, o es demasiado tarde.
La ropa crujió y la puerta trasera se abrió de golpe.
— Vamos, — dijo ella.
Salió de la minivan y los otros dos la siguieron. La Sra. Greene sacó la hielera
Igloo roja y blanca de la parte de atrás, y Kitty llevó la bolsa de la compra Bi-
Lo. La nevera tintineó suavemente cuando sus herramientas se deslizaron por
el interior. Vestían ropa oscura y caminaban rápidamente, girando hacia Middle
Street, prefiriendo correr el riesgo de que alguien los viera caminando en lugar
de tener un automóvil adicional estacionado afuera de la casa de James Harris
durante tres horas. La gente de Old Village tenía la costumbre de anotar los
números de matrícula, después de todo.
Middle Street era un túnel largo y negro que conducía directamente a su casa,
bordeado de coches que salían de las entradas. El viento frío tiraba de sus
abrigos.
Agacharon la cabeza y siguieron adelante, caminando rápido bajo los árboles
sin hojas y las palmeras muertas que traqueteaban con el viento.
¿Ya compraste tus regalos de Navidad? — Preguntó Kitty.

La Sra. Greene se animó ante la mención de la Navidad. Maryellen miró a


Kitty de reojo.
Recibo cosas importantes durante las ventas posteriores al Día de Acción de
Gracias — dijo Kitty. — Pero empiezo a planificar los regalos de las personas
en agosto. Este año todavía tengo más espacios en blanco de lo que
normalmente tengo. Cariño es fácil, necesita un maletín para entrevistas de
trabajo. Quiero decir, no es que ella lo necesite, pero pensé que sería el tipo de
cosas que ella querría. Parish quiere un tractor y Horse dice que necesitamos
uno nuevo de todos modos, así que eso está arreglado. Lacy, me va a llevar a
Italia como regalo de graduación el año que viene, así que obtendrá algo
pequeño por ahora y es divertido comprarlo de todos modos, siempre que le dé
a Merit el que sea más grande que lo que obtengo por Lacy, ella está
emocionada. Pero no sé qué comprar para Pony. Es diferente comprar para un
hombre, él tiene a esta nueva chica con la que está saliendo, y no sé si tengo que
darle un regalo o no. Quiero decir, quiero, pero ¿eso me hace parecer
dominante?
Maryellen se giró a donde ella.
— ¿De qué diablos estás hablando? — Preguntó ella.
— ¡No lo sé! — Dijo Kitty.
— Silencio, — dijo la Sra. Greene, y pasaron la última casa antes de la de
James Harris y todas guardaron silencio.
La enorme casa blanca se cernía sobre ellos, oscura y silenciosa. La única luz
provenía de la ventana de la sala. Salieron de la calle al camino de entrada y
luego se sentaron en el último escalón de la escalera principal, se quitaron los
zapatos y los escondieron debajo. Con la señora Greene a la cabeza, se subieron
a las frías tablas y subieron silenciosamente a su porche.

Había dejado las luces del porche apagadas para que estuvieran ocultas por
la oscuridad, pero Kitty seguía mirando nerviosamente a su alrededor, tratando
de ver si alguien los estaba mirando desde sus ventanas. Una ovación llegó a
ellos en el viento, y todos se congelaron por un momento. Luego, Kitty dejó la
bolsa de papel Bi-Lo en la esquina del porche, lejos de la luz de la sala, y la Sra.
Greene colocó cuidadosamente la hielera en las sombras junto a ella. Kitty
sacó un bate de béisbol de aluminio de la bolsa de la compra y le dio el cuchillo
de caza enfundado a Maryellen, que no sabía cómo sostenerlo. Decidió que era
como un cuchillo de cocina y eso lo hizo más fácil.
— Mis pies están helados, — susurró Kitty.
— Shhh — dijo la Sra. Greene.
El viento impetuoso ayudó a ocultar los sonidos que hicieron cuando
Maryellen abrió con cuidado la puerta mosquitera y luego probó la manija de la
puerta mientras Kitty sujetaba el bate por la pierna, por si acaso. La señora
Greene estaba al otro lado de Kitty, sosteniendo un martillo.
La puerta se abrió de golpe, silenciosa y fácilmente.
Entraron rápidamente. El viento quiso cerrar la puerta de golpe, pero
Maryellen la colocó suavemente en su marco. Se quedaron en el silencioso
pasillo de la planta baja, escuchando, preocupados de que el viento aullante que
entraba por la puerta hubiera alertado a James Harris. Nada se movió. Todo lo
que escucharon fue un concierto para piano que surgía suavemente de una radio
en la sala de estar a su izquierda.
La Sra. Greene señaló las escaleras que conducían a la oscuridad, y Kitty
tomó la delantera, con las palmas de las manos sudando en el mango de goma
de su bate de béisbol. Lo sostuvo derecho por su hombro derecho y caminó de
lado, el pie izquierdo primero, el pie derecho detrás, un paso alfombrado a la
vez. La Sra. Greene caminaba en el medio, Maryellen en la parte de atrás.
Necesitaban derribarlo antes de que ella pudiera usar el cuchillo.
Cada paso era suave, silencioso. La Sra. Greene dio un brinco cuando la voz
de un hombre regordete comenzó a anunciar la próxima selección de
Crepúsculo clásico de WSCI debajo de ellos en la sala de estar. Cada paso
tomaba una hora, y en cualquier segundo esperaban escuchar la voz de James
Harris desde lo alto de las escaleras oscuras.
Se reagruparon en la oscuridad del pasillo de arriba. A su alrededor había
puertas cerradas. Un CRACK resonó en todas las habitaciones de la casa y
Maryellen casi gritó antes de darse cuenta de que era el viento que movía los
marcos de las ventanas.

La puerta del dormitorio principal estaba a oscuras frente a ellos y desde


ella escucharon un suave y húmedo sonido de succión. Se deslizaron hacia ella,
hasta que se detuvieron de lleno en la entrada y la brillante luz de la luna
mostró lo que había sobre la cama.
Patricia se recostó, con los brazos extendidos sobre la cabeza, una media
sonrisa carnal en los labios, desnuda, con las piernas abiertas y, entre ellos,
bloqueando su vista, se agachó un James Harris sin camisa, con los músculos
de la espalda palpitando. Sus omóplatos se abrieron y retrajeron como alas
mientras se alimentaba de Patricia, su cabeza por la unión de sus muslos, una
mano grande en su muslo izquierdo, empujándolo suavemente para abrirlo, la
otra sobre su estómago, los dedos retorciéndose sobre su piel pálida.

El hambre voraz de la vista los paralizó. Podían olerlo, espeso y carnal,


llenando la pequeña habitación.
Kitty se recuperó antes que las otras dos mujeres. Ella ajustó su agarre, dio
tres pasos hacia adelante, terminando con su pie izquierdo casi en el tobillo
derecho de James Harris, y sacó el bate directamente de su hombro,
balanceándose con fuerza en un poderoso line drive.
El murciélago lo alcanzó en el costado de la cabeza con un TONK metálico,
como un mazo golpeando una piedra, y Kitty soltó su mano adelantada y dejó
que el bate girara en un arco completo, casi golpeando a la Sra. Greene en la
barbilla. Una gota de sangre regurgitada salió una vez de la boca de James
Harris y se esparció por el vello púbico y el vientre de Patricia, pero por lo
demás, siguió chupando, sin interrupciones.
Patricia gimió una vez de éxtasis sexual, de calor, de dolor, y Kitty volvió a
mover el bate, aunque le dolía el hombro izquierdo. Esta vez se lanzó hacia las
vallas.
El segundo golpe llamó su atención, demasiado, de hecho, y se giró en
cuclillas, con los ojos salvajes, la sangre le corría por la cara y goteaba algo que
le colgaba de la barbilla. La sangre brotó de la herida en el muslo de Patricia.
Kitty vio que los músculos del estómago y los hombros de James Harris se
tensaron y los planos de su rostro se movieron de manera imposible, y la cosa
que colgaba allí desapareció, y Kitty pensó: "Él lo hará, y aunque ella no era
una bateadora zurda, no lo hizo". No tengo elección, ese era el lado en el que
estaba el bate y no le iba a dar tiempo para recuperar su postura o incluso
terminar su pensamiento. Ella le devolvió el bate lo más fuerte que pudo, pero
sabía que no era lo suficientemente fuerte.
James Harris atrapó el murciélago en sus costillas con un THWACK carnoso.
Bajó el brazo y lo apretó contra su cuerpo, luego giró y lo envió con estrépito a
la esquina. Patricia gimió de placer, apretando sin pensar sus muslos juntos, y
James Harris se levantó, ambas manos agarraron los hombros de Kitty con tanta
fuerza que sintió el hueso crujir contra el hueso. La hizo retroceder hacia la
puerta abierta del dormitorio, pasando junto a la señora Greene y Maryellen,
haciéndolas girar a un lado y golpeando a Kitty contra la puerta con tanta fuerza
que el pomo se incrustó en la pared. Luego la arrojó al otro lado del dormitorio,
enviándola tambaleándose hacia la esquina junto a la ventana, tumbándose
sobre un sillón en su camino, volcándose hacia atrás, mientras la señora Greene
le golpeaba la cabeza con el martillo.
Rebotó en su cráneo y él se lo arrancó fácilmente de la mano. Ella gritó y dio
un paso atrás, presa del pánico, saliendo de la habitación, queriendo alejarse de
él lo más rápido posible, revisando el hombro de Maryellen, se dio la vuelta y
terminó de pie en la puerta abierta del baño principal.

Maryellen se interpuso entre James Harris y la señora Greene. Ella lo miró a


los ojos y se mojó los pantalones. Sus manos entumecidas parecían pertenecer
a otra persona, alguien lejano, y su orina y el cuchillo de caza enfundado
golpearon las tablas del suelo al mismo tiempo.
James Harris empujó a Maryellen fuera del camino y avanzó hacia la Sra.
Greene. Los poderosos músculos de su pecho se destacaban contra su cuerpo
como una armadura blanca, sus gruesos antebrazos se flexionaban mientras sus
dedos formaban garras, y la Sra. Greene se volvió rápidamente e intentó entrar
al baño. Si podía quitar la pesada tapa de porcelana del tanque del inodoro, tenía
una oportunidad. En cambio, tropezó con el umbral donde comenzaba la
baldosa y se desplomó hacia adelante, crujiendo ambas rodillas en el suelo.
La sangre manaba de la boca de James Harris y formaba patrones en su pecho
y vientre plano, la Sra. Greene escarbaba en las baldosas tan frías que quemaba,
y luego él tenía su tobillo derecho en lo que parecía una banda de hierro. Sin
ningún esfuerzo, la llevó de regreso al dormitorio. La Sra. Greene rodó sobre su
espalda y levantó los brazos para defenderse. Cuando él se acercaba, ella iba a
por sus ojos, pero luego vio la furia en su rostro y supo que sus brazos eran
ramitas frente a este huracán con dientes.

Se inclinó, extendió los dedos con garras y Kitty lo golpeó por detrás como
un tren de carga, chocando con la parte baja de la espalda, moviendo las piernas,
empujándolo delante de ella hasta el baño, ambos pisando a la señora Greene.
Pies magullando su estómago, uno de ellos le dio una patada en la barbilla.
Hubo un fuerte SMASH y un oomph cuando James Harris tomó el borde del
fregadero en su estómago y chocó de frente contra la pared de azulejos. Kitty
cabalgó de espaldas hasta el suelo. Aterrizó con los brazos debajo de él. Él era
más fuerte, pero ella lo superaba en cincuenta libras.
Trató de darse la vuelta, pero ella giró las caderas y lo presionó contra el
suelo. Ella le agarró las orejas y le untó la cara en las baldosas. Trató de poner
un brazo debajo de él, pero ella lo apartó.
— ¡El cuchillo! ¡El cuchillo! — gritó ella, pero Maryellen se quedó aturdida
en el dormitorio sobre un charco de su orina fría.
La Sra. Greene se arrastró fuera del baño y entró en la seguridad del
dormitorio. Vio como James Harris y Kitty luchaban, formas oscuras en
azulejos fríos. James Harris puso ambas piernas debajo de él, levantando a Kitty
sobre su espalda encorvada mientras se paraba.
— ¡El cuchillo, Maryellen! ¡El cuchillo! — Kitty chilló con voz histérica.

La Sra. Greene miró y vio a Maryellen mirando el cuchillo a sus pies y se dio
cuenta de que estaba demasiado lejos para agarrarlo y James Harris estaba
demasiado cerca para levantarse.
— ¡Maryellen! — La Sra. Greene gritó, usando su primer nombre. —
¡Tírame el cuchillo!
Maryellen miró hacia arriba, la vio, miró hacia abajo, vio el cuchillo y de
repente se puso en cuclillas. Se lo arrojó a la señora Greene, quien, por primera
vez en su vida, atrapó algo que le arrojaron. Desabrochó el botón de la correa
que lo sujetaba en su funda.
En el baño, Kitty envolvió una pierna alrededor de la pierna derecha de James
Harris, le dobló el tobillo y pateó. Cayó sobre una rodilla, golpeándola con
fuerza contra la baldosa con todo el peso de Kitty encima de él. Ella se agachó
sobre sus caderas, presionándolas contra sus nalgas. Ahora tenía su brazo
izquierdo debajo de él, el codo apoyado contra sus costillas, así que usó su mano
izquierda para tratar de sacarlo de su posición, pero era como una piedra. En un
movimiento desesperado, clavó las yemas de los dedos con fuerza en su axila
izquierda abierta de par en par y el impacto hizo que él soltara el agarre y cayera
al suelo con el sonido de un lado de la carne golpeando la losa.
Ella no podía hacer esto por mucho más tiempo.
Kitty se movió de un lado a otro por su cuerpo, tratando de mantener su centro
de gravedad sobre el de él mientras él se agitaba, y buscó cualquier cosa que
pudiera darle una ventaja. Sintió que volvía a reunir fuerzas y, de repente, se
convirtió en un trozo de papel sobre una ola que estaba a punto de romperse y
supo que esta vez la hundiría.
Algo duro golpeó el dorso de su mano y entendió lo que era sin que el
pensamiento siquiera entrara conscientemente en su mente. Ella lo agarró y le
dio la vuelta, y hubo un momento quieto y perfecto cuando vio la parte posterior
arqueada del cuello blanco de James Harris y las crestas de su columna
sobresaliendo a través de su piel, perfectamente delineadas a la luz de la luna
que entraba por la claraboya del baño principal. Sostuvo el cuchillo de caza con
ambas manos y empujó la punta hacia abajo.
El Gritó, un sonido tan fuerte en el diminuto y resonante baño que su tímpano
derecho vibró. Sintió el cuchillo moler el hueso. Ella arrastró el punto hacia
arriba y sintió que el tejido cedía y volvió a presionar el mango. Él echó la
cabeza hacia atrás y atrapó la hoja entre sus vértebras, pero ella levantó su
cuerpo de modo que todo su peso cayó sobre sus muñecas, empujando la
empuñadura hacia abajo, la punta de acero de la hoja rechinó, chirrió y crujió
lentamente, centímetro a centímetro, mientras lo forzaba más y más
profundamente a través de su columna.
El Trató de apartarla, pero sus piernas no pateaban tan fuerte como antes, y
comenzó a retorcerse en el suelo mientras ella montaba el mango, empujando
hacia abajo la hoja, y luego sus gritos se convirtieron en gorgoteos, y renovó su
contoneo. Ella usó sus codos para forzar sus hombros hacia abajo y golpeó su
pecho hacia abajo en el centro de su espalda, el cuchillo cayó con un crujido
enfermizo y golpeó baldosas en el otro lado y su cuerpo se relajó.
Ella lo había hecho.
En el silencio, solo lo escuchó hacer gárgaras y ella misma respirando
mientras rodaba y miraba hacia atrás. La señora Greene tenía uno de sus pies y
Maryellen sostenía el otro, ambos presionando sus piernas contra el suelo.
Desde la planta baja llegaba el alegre sonido de una orquesta sinfónica.
— Ustedes, perras, ni siquiera me han frenado, — gorjeó James Harris.

¿Por qué siempre son perras?, pensó Kitty. Como si los hombres creyeran
que esa palabra tuviera algún tipo de poder mágico. Trató de ponerse de pie,
pero fue Maryellen quien la ayudó a levantarse, mientras que la señora Greene
seguía arrodillada sobre las piernas de James Harris por si él se defendía.
Kitty encendió la luz del baño para que las cosas se sintieran más reales.
Todas sus pupilas se dilataron a la vez y luego se ajustaron al brillo. Miraron
al vampiro, boca abajo, con los pulmones bombeando, indefenso en el suelo del
baño.
Ahora venia la parte difícil.
Capitulo 39
— Deberíamos conseguir la nevera, — dijo Kitty desde la puerta del baño.
Lo que quería era que Grace estuviera allí, dando órdenes a su manera fría y
condescendiente. Si Grace estuviera a cargo, las cosas se harían de la manera
correcta. Pero Grace los había abandonado y tenían que ponerse en marcha.
Maryellen pasó a su lado y entró en el dormitorio y encendió las luces.
— No respira, — gritó ella.
Kitty no sabía de quién estaba hablando. Ahora que su adrenalina comenzaba
a desvanecerse, los moretones estaban floreciendo por todo su cuerpo. Le dolía
el cuello. Se sentía como si tuviera un ojo morado.
— ¿Quien? — preguntó, estúpidamente, luego se dio cuenta de que, por
supuesto, Maryellen estaba hablando de Patricia.
Se volvió y entró cojeando en el dormitorio, dejando a la señora Greene sola
con la cosa en el suelo del baño. La única señal de que algo había sucedido era
el sillón volcado sobre su respaldo en la esquina, y Patricia, desnuda, la sangre
empapaba el edredón debajo de sus muslos.
— Vine para ponerle algo encima, — dijo Maryellen, con la mano apoyada
en la frente de Patricia y levantando un párpado.
Todo lo que podía ver debajo era el blanco. Patricia estaba inerte, sin vida,
un peso muerto. Kitty trató de ver si su pecho subía y bajaba, pero sabía que eso
no te decía nada. Pinchó a Patricia en la garganta sin saber realmente lo que
estaba haciendo.
— ¿Cómo sabes si está respirando? — Preguntó ella.
— Escuché su pecho y no hay ningún sonido, — dijo Maryellen.
— ¿No sabes hacer RCP? — Preguntó ella.
Los hombros de Patricia se contrajeron y su cuerpo comenzó a convulsiones
suaves y deshuesadas.
— ¿No es así? — Preguntó Maryellen. — Solo lo he visto en películas.
— La has matado, — se hizo eco una voz desde el baño. Tenía un chirrido,
pero aún sonaba fuerte y claro. — Ella se está muriendo.
Maryellen miró fijamente a la cara de Kitty, la boca floja, las cejas levantadas
en el medio como si estuviera a punto de llorar. Kitty se sintió perdida.
— ¿Qué hacemos? — Preguntó ella. — ¿Llamamos al 911?
— No, hazla rodar sobre ella... — Maryellen tomó sus manos e intentó
diferentes enfoques, revoloteando sobre el cuerpo tembloroso de Patricia. —
Quizá levante la cabeza. ¿Ella podría estar en shock? No lo sé.
Por supuesto, fue la Sra. Greene quien sabía RCP. En un momento, Kitty vio
a Maryellen repasando impotente todo lo que sabía y, al siguiente, la Sra.
Greene la apartó suavemente, puso las manos debajo de los hombros de Patricia
y dijo; —Ayúdame a tirarla al suelo.
Kitty tomó sus pies y medio arrastraron, medio dejaron a Patricia en la
alfombra junto a la cama. Entonces la Sra. Greene puso una mano debajo de la
nuca de Patricia, la otra en su barbilla y abrió la boca de Patricia como el capó
de un auto.
— Revisa las persianas, — dijo la Sra. Greene. — Asegúrate de que nadie
pueda ver.
Kitty casi lloró de gratitud cuando le dijeron lo que tenía que hacer. Miró en
el baño y vio a James Harris todavía en el suelo donde lo habían dejado. Al
principio pensó que estaba convulsionando, luego se dio cuenta de que se estaba
riendo.
— Estoy empezando a sentirme mucho mejor — dijo él. — Cada segundo
me siento cada vez mejor.
Se aseguró de que las persianas estuvieran cerradas en toda la casa. Quería
apagar la música sinfónica de la radio de la planta baja, pero encontrar el
interruptor de encendido / apagado le llevó demasiado tiempo y necesitaba
volver arriba. No había suficientes para hacer todo esto.
En el dormitorio, la Sra. Greene aplicó cuatro compresiones torácicas
perfectas, luego cuatro respiraciones idénticas en la boca de Patricia, tan
metódica y tranquilamente como si estuviera haciendo estallar una balsa junto
a la piscina. La boca de Patricia colgaba floja. Ella había dejado de
convulsionar. ¿Fue una buena señal?
La Sra. Greene detuvo el CPR y el corazón de Kitty también se detuvo.
— ¿Ella esta...? — comenzó a decir, luego descubrió que su garganta estaba
demasiado seca para hablar.
La Sra. Greene sacó un pañuelo de papel de su bolsillo y se secó la boca,
revisó el pañuelo de papel y se secó las comisuras de los labios.
— Ella está respirando, — dijo ella.
Kitty pudo ver el pecho de Patricia levantarse y caer. Ambos miraron a
Maryellen.
— Entré en pánico, — dijo Maryellen. — Lo siento.
— Necesito que pongas presión en esa herida, — dijo la Sra. Greene,
señalando el muslo de Patricia.
El lugar donde James Harris había sido arrancado de la pierna de Patricia se
veía desigual y feo. La sangre manaba como savia.
— No has cambiado nada, — dijo James Harris desde el baño. —Ella morirá
tarde o temprano. ¿Y qué más da?
— No hables con él — dijo la Sra. Greene. — Él va a hablar, tratará de
convencernos de algo, pero eso es todo lo que puede hacer ahora.
Necesitamos recordar nuestros trabajos y realizarlos. Coge una toallita y
colócala en su pierna.
Kitty fue al baño, pasando por encima de James Harris, evitando sus manos,
y trajo todas las toallas y paños que pudo encontrar. Maryellen dobló una de las
toallitas en un cuadrado y la presionó contra el muslo de Patricia. La señora
Greene y Kitty volvieron al baño.
— ¿Cuál es su gran plan? — Preguntó James Harris, mientras le daban la
vuelta. Sus brazos cayeron inútilmente. — ¿Van a matarme en el club de
lectura? ¿No me invitan a su próxima reunión?
Cada uno de ellas lo agarró por debajo de la axila, lo colocaron en una
posición sentada, y luego la señora Greene y Kitty intercambiaron miradas y
asintieron.
— Uno dos...
— Levántenlo de las piernas — dijo la Sra. Greene.
— ...Tres. — Levantaron a James Harris para que se sentara en el borde de
su enorme Bañera de hidromasaje.
— Ahogarme no funcionará, — dijo el, sonriendo. — Lo han intentado antes.
No les importaba lo que le sucediera ahora; estaba casi muerto, así que lo
soltaron y él cayó hacia atrás y se estrelló contra el fondo de la bañera de fibra
de vidrio en un revoltijo de miembros.
— Tendrán que hacer algo mejor que eso, — dijo él.
Kitty lo acomodó de manera que se tumbara completamente, con la espalda
apoyada contra un extremo de la bañera, mientras la Sra. Greene apartaba todo
del camino. Luego salió de la habitación y regresó con la hielera y la bolsa de
la compra.
Desplegaron una lona azul sobre el suelo y la pegaron con cinta de pintor.
Kitty había tomado varios libros de caza de ciervos de Horse y fotocopiado las
páginas correspondientes. Cuando los pegaron con cinta adhesiva en la pared
sobre la bañera como referencia, James Harris pudo verlos bien.
— No pueden, — dijo el, dilatando los ojos por la sorpresa. —No pueden
hacerme eso. Yo soy único. Soy un milagro.
La Sra. Greene sacó las herramientas de la nevera. Sierras de arco, diez
cuchillos de caza idénticos con protectores transversales, una sierra para metales
con dos paquetes de hojas adicionales, una bobina aplastada de cuerda de nailon
azul. Guantes de cota de malla para evitar cortes en caso de deslizamiento. Ella
y Kitty se pusieron rodilleras verdes de jardinería.
— Escúchenme, — dijo James Harris. — Soy unico. Hay miles de millones
de personas y soy el único como yo. ¿De verdad quieres destruir eso? Sería
como romper una vidriera o... o quemar una biblioteca de libros. Son un club
de lectura. No son quemadoras de libros.
Le quitaron los zapatos y los calcetines a James Harris, luego sus pantalones,
y lo dejaron tumbado desnudo en el fondo del remolino. Sus pezones estaban
pálidos y su pene caía boca abajo sobre su rubio vello púbico. La Sra. Greene
abrió el agua y se aseguró de que estuviera drenando. Colocó un colector de
desagüe para que no cayeran piezas grandes por las tuberías que pudieran causar
problemas más tarde. Le entregó a Kitty un cuchillo de caza.

Kitty se arrodilló junto a la cabeza de James Harris. Miró el diagrama con


sus líneas de puntos y alcanzó el brazo de James Harris. Se suponía que el
primer corte debía estar alrededor de su codo, cortando los ligamentos, y
luego se suponía que ella debía torcerlo y arrancarlo. Se dijo a sí misma que
sería como vestir a un ciervo.
— ¿No les contó Patricia sobre mí? — Dijo, tratando de hacer contacto
visual. — He vivido cuatrocientos años. Conozco el secreto de la vida eterna.
Puedo decirte cómo dejar de envejecer. ¿No quieres quedarte a esta edad para
siempre?
Kitty tocó la suave piel de la parte interna del brazo con la punta del cuchillo,
sin atreverse apenas a respirar. La punta formó hoyuelos en la parte interior de
su codo.
— Esta es la única vez en su vida en la que se encuentran cara a cara con algo
más grande que ustedes, — dijo. — Soy un misterio del universo. ¿Es así
realmente como van a responder?
Bajo la luz brillante, con James Harris indefenso en la bañera y todos
mirando, en el tranquilo y racional baño de azulejos blancos, Kitty se quedó
paralizada.
— Por eso, — dijo James Harris. — No han hecho nada permanente todavía.
Solo dame unos minutos y estaré como nuevo. Entonces les mostraré cómo
vivir para siempre.
— Aquí, — dijo la Sra. Greene, poniendo una mano en el hombro de Kitty y
extendiéndola. — Espera en la habitación de al lado. Vigila a Patricia.
Agradecida, Kitty le entregó el cuchillo a la señora Greene y se levantó, luego
se quitó el guante de malla caliente y se lo entregó. La Sra. Greene cerró los
ojos en oración silenciosa.
— Soy la única cosa en este mundo que es más grande que todas ustedes, —
dijo James Harris después de Kitty. — Puedo hacerte más fuerte que nadie
que conozcas, puedo hacerte vivir más; te has encontrado cara a cara con algo
realmente asombroso.
— ¿Qué sería eso? — Preguntó la Sra. Greene, abriendo los ojos y
arrodillándose al lado de la bañera profunda. Ella se puso el guante.
— ¡Yo! — dijo él.
— Tendremos que aceptar estar en desacuerdo, — dijo ella.
Esas serían las únicas palabras que le diría a James Harris durante la siguiente
hora. Sin darse la oportunidad de dudar, la señora Greene clavó el cuchillo en
el interior del codo de James Harris. Golpeó el hueso justo debajo de la
superficie, pero ella lo trabajó, y cuanto más imaginaba que estaba recortando
la grasa de un jamón de Navidad, más fácil se volvió disociarse de lo que estaba
haciendo mientras él gritaba.
Ella le cortó el codo, renunciando a cortes limpios, prolijos y simplemente
cortando los ligamentos y tendones. Ella cortó, cortó, raspó su piel con su
cuchillo de caza.
— Escúchame, — farfulló James Harris. — Te enfrentas al secreto de la vida
eterna y simplemente lo estás desechando. Esto es una locura.
La Sra. Greene lo ignoró y finalmente consiguió que le cortaran el codo hasta
el hueso.
— ¿Maryellen? — La llamó. — Deja que Kitty se encargue de Patricia.
Necesito una mano.
— Sí, señora — dijo Maryellen, saliendo del dormitorio.
Maryellen sostuvo el antebrazo de James Harris con ambas manos y lo torció
hacia adelante y hacia atrás mientras la Sra. Greene sostenía su hombro y
cortaba cualquier cosa que pareciera como si estuviera conectado. Con un
crujido que le rompió el cartílago y una serie de pequeños y rápidos estallidos,
su antebrazo se soltó. Unos hilos de carne y cartílago lo conectaron a su cuerpo,
pero la señora Greene cortó los que Maryellen no pudo separar. Maryellen dejó
caer el antebrazo en una bolsa de basura de plástico negro y con cuidado hizo
un nudo en la parte superior. Inmediatamente, la bolsa comenzó a retorcerse
mientras el brazo intentaba salir.
— Puedo sentir como mi columna esta sanando. — James Harris le sonrió a
la Sra. Greene. — Es mejor que esperes que puedas cortar más rápido de lo
que yo puedo curar.

La Sra. Greene trabajó rápido, con la asistencia de Maryellen. Le quitaron


el resto del brazo izquierdo a la altura del hombro, luego el pie derecho, la pierna
derecha a la rodilla y luego la cadera. Las bolsas de plástico negras se
amontonaban en la esquina del baño en un montón retorciéndose. Mientras sus
músculos y huesos desafinaban cada cuchillo de caza, la Sra. Greene lo metió
en una bolsa de plástico y tomó uno nuevo. Maryellen limpió los guantes de
cota de malla cuando se llenaron demasiado de sangre como para mantener
un firme agarre sobre su carne.
— ¿Dónde están viviendo tus niños? — James Harris le dijo a la Sra.
Greene.— Irmo, ¿no es así? Jesse y Aaron. Cuando salga de aquí, les haré
una visita.

Incluso cuando ella lo puso boca abajo para trabajar en su brazo y pierna
izquierdos, James Harris mantuvo un monólogo continuo que se volvió cada
vez menos coherente a medida que lo cortaban más y más.
— Nunca fui a donde no me invitaron — divago. — La finca, la casa de la
viuda, Rusia, solo fui a donde me querían. Lup me pidió que lo usara, me
preguntó con los ojos, sabía que podía mantenerlo con vida, pero tenía que
mantenerme con vida primero. Siempre recordaré a ese hermoso chico. Ese
soldado lo quería, su cara estaba tan quemada que le hice un favor. Solo hice
lo que la gente me pidió. Incluso Ann quería lo que yo tenía para ofrecer.
Tomaron un descanso. Los brazos de la señora Greene palpitaban y dolían.
La amenaza de que la columna vertebral de James Harris volviera a unirse se
cernía sobre ella. No tenían mucho tiempo, pero lo único que quería hacer era
darse un baño caliente e irse a dormir. La noche se sintió interminable.
— ¿Cómo está Patricia? — le preguntó a Kitty.
— Dormida, — dijo Kitty, todavía presionando la toalla contra el muslo de
Patricia.
Maryellen miró la forma rígida en que Kitty se sujetaba el cuello. Un brillo
púrpura le rodeó el ojo izquierdo.
— ¿Qué le dirás a Hors? — Preguntó Maryellen.
La cara de Kitty decayó.
— Ni siquiera había pensado en eso, — dijo ella.
— Lo resolveremos cuando hayamos terminado, — dijo la Sra. Greene. Su
confianza calmó a Kitty. — Ponte un poco de hielo en el ojo por ahora.
De vuelta en el baño, el torso de James Harris la saludó de nuevo. Era el
momento de su cabeza. Temía este momento, aunque también esperaba que
finalmente lo callara. Una cosa que había aprendido sobre los hombres: les
gustaba hablar.
Mientras trabajaba con su cuchillo a través de los tendones duros y lo que
quedaba de su columna vertebral, James Harris siguió hablando.
— El Wide Smiles Club vendrá a buscarme — dijo, tratando de encontrar los
ojos de ella. — Éso es lo que hacemos. Vendrán a buscarme y cuando se
enteren de lo que has hecho, habrá un infierno que pagar por ti, tus hijos y tus
familias. Esta es tu última oportunidad. Puedes parar ahora y les diré que te
dejen en paz.
— Nadie vendrá a buscarte — dijo la Sra. Greene, incapaz de resistirse. —
Estás completamente solo. No tienes a nadie en el mundo, y cuando mueras
nadie se dará cuenta. A nadie le importará. No dejas nada atrás.
— Ahí es donde te equivocas— dijo, y sonrió con sangre. — Les dejo a todos
unos regalos. Espera hasta que tu amigo Slick esté maduro.
Él comenzó a reír y la Sra. Greene le clavó el cuchillo en la tráquea y ella y
Maryellen lo agarraron por el cabello y le arrancaron la cabeza con un fuerte
pop.
Luego hicieron lo que la señorita Mary le había dicho a Patricia que hiciera
todos esos años en la mesa de la cena la noche que le escupió a James Harris.
Maryellen le sostuvo la cabeza, la señora Greene tomó un martillo y le clavó
dos gruesos clavos de veinte centavos en cada uno de sus ojos. Su boca
finalmente dejó de moverse. Luego le metieron la cabeza en una bolsa y la
ataron. Lo destriparon y empacaron sus órganos y entrañas en diferentes bolsas.
Estaba demasiado cansada para ver a través de su caja torácica, así que
simplemente sacaron tanta carne como pudieron y envolvieron libra tras libra
de carne y músculo en diferentes bolsas de plástico. Los embolsaron dobles y
triples, reduciendo a James Harris a una pila de bolsas de basura
herméticamente selladas que podrían caber en un bote de basura de tamaño
normal.
Cuando terminaron, el baño parecía un matadero. La señora Greene y
Maryellen entraron en el dormitorio.
— ¿Terminaron? — Preguntó Kitty.
— Lo hicimos, — dijo la Sra. Greene.
— Necesito conseguir el coche, — dijo Maryellen, luego se sentó
pesadamente en el suelo, asegurándose de que no se apoyaba en la alfombra. —
Solo necesito sentarme un minuto.
A todas le dolían, hasta los huesos, pero ni siquiera estaban cerca de terminar.
La Sra. Greene miró alrededor del baño y el dormitorio, y Maryellen siguió su
mirada. Kitty también lo hizo.
— Jesús, María, Madre de Dios— dijo Kitty en voz baja.

Había sangre por todas partes. A pesar de la lona, el baño estaba pintado de
rojo. Las encimeras, las paredes, el marco de la puerta, el inodoro. Había sangre
en las planchas de roble oscuro del dormitorio, sangre en la funda nórdica donde
yacía Patricia, huellas de manos ensangrentadas en las puertas y paredes. Al ver
cuánto tenían que limpiar, se les quitó el espíritu, los redujo a nada. Eran casi
las diez. El juego Clemson-Carolina terminaría en menos de una hora.
— No tenemos suficiente tiempo, — dijo Maryellen.
Algo susurró en el baño. Se miraron el uno al otro, luego se levantaron del
suelo y se pararon en la puerta del baño. La pila de paquetes de plástico negro
que contenían trozos del cuerpo de James Harris se retorcieron como serpientes.
Sus movimientos eran musculosos y enojados.
— Le pasamos las uñas por los ojos, — dijo la Sra. Greene.
— No se detiene, — se lamentó Kitty. — No funcionó. Todavía está vivo.
El timbre sonó.
Capitulo 40
— Ya se irán, — susurró Maryellen.
Volvió a sonar, dos veces seguidas.
Las manos y los pies de la señora Greene se enfriaron. Maryellen sintió que
un dolor de cabeza comenzaba en la base de su cráneo. Kitty gimió.
— Por favor, váyanse, — susurró. — Por favor, vete... por favor vete... por
favor...
Los paquetes de plástico negro crujieron en el baño. Uno de ellos rodó fuera
de la pila y golpeó el suelo con un golpe. Comenzó a retorcerse hacia la puerta.
— Las luces están encendidas, — dijo Maryellen. — Olvidamos apagar las
luces. Puedes verlos a través de las contraventanas. Sabrán que estás en casa.
El timbre sonó tres veces seguidas.
— ¿Quién está mejor presentable? — Preguntó Maryellen. Se miraron la una
a la otra. Ella y la Sra. Greene estaban cubiertas de sangre. Kitty solo tenía
algunos moretones.
— Oh, Dios misericordioso, — gimió Kitty.
— Probablemente sea uno de los Johnson, — dijo Maryellen. — Deben
haberse quedado sin cerveza.
Kitty respiró hondo tres veces, a punto de hiperventilar, luego salió al pasillo,
bajó las escaleras y se dirigió a la puerta principal. Todo estaba en silencio.
Quizás se habían ido.
El timbre sonó, tan fuerte que ella chilló. Agarró la manija, giró el pestillo y
la abrió un poco.
— ¿Llegó demasiado tarde? — Preguntó Grace.
— ¡Gracie! — Kitty gritó, arrastrándola por el brazo.
La oyeron desde donde estaban y bajaron corriendo las escaleras. El rostro
de Grace se relajó cuando aparecieron Maryellen y la señora Greene salpicadas
de sangre. Ella los miró con horror.
— Esa es una alfombra blanca, — dijo. — Se congelaron y miraron hacia las
escaleras. Sus huellas ensangrentadas cayeron por el medio de la alfombra.
Se dieron la vuelta y vieron a Grace alejándose de ellos, asimilando todo. —
No lo hicieron... — comenzó a decir, pero no pudo terminar.
— Ve a verlo por ti misma, — dijo Maryellen.
— Preferiría no hacerlo, — dijo Grace.
— No — dijo la Sra. Greene. — Si tienes dudas, necesitas ver. Está en el
baño de arriba.
Grace se fue a regañadientes, esquivando fastidiosamente las manchas de
sangre en las escaleras. Oyeron sus pasos cruzar el dormitorio y detenerse en la
puerta del baño. Hubo un largo silencio. Cuando volvió a bajar, sus pasos
temblaban y tenía una mano en la pared. Miró a las tres mujeres, cubiertas de
sangre.
— ¿Qué le pasa a Patricia? — Preguntó.
La informaron sobre lo que había sucedido. Mientras hablaban, su rostro se
puso firme, sus hombros se cuadraron, se enderezó. Cuando terminaron, ella
dijo: — Ya veo. ¿Y cuál es el plan para deshacerse de él?
— Stuhr's tiene un contrato con Roper y East Cooper Hospita l— dijo
Maryellen. — Quemar sus desechos médicos en el crematorio temprano en
la mañana y tarde en la noche. Puse una caja grande de bolsas para
quemaduras de riesgo biológico en mi auto, pero... se están moviendo. No
podemos aceptarlos así.
Todos vieron cómo Grace se golpeaba los labios con los dedos.
— Todavía podemos usar el de Stuhr, — dijo, luego revisó el interior de su
muñeca. —Queda menos de media hora en el juego.
— Grace, — dijo Maryellen, la sangre seca crepitaba en su rostro. — No
podemos llevar bolsas con partes del cuerpo a Stuhr. Los verán. Las abrirán y
no podremos explicar qué son.
— Bennett y yo tenemos dos nichos de columbarios para nuestras cenizas,
— dijo Grace. Están en la parte trasera del cementerio, en el lado este, de cara
al amanecer. Simplemente meteremos su cabeza en uno y el resto de sus restos
en el otro.
— ¿Pero y el historial? — Dijo Maryellen. —¿Qué pasa si las descubren?
— Seguramente puede alterar los registros, — dijo Grace. — En cuanto a
Bennett y a mí, espero que pasen años antes de que tengamos que cruzar ese
puente. Ahora, veamos si tiene algunas cajas en alguna parte. Maryellen,
usted y la Sra. Greene se duchan en la habitación de invitados. Use toallas
oscuras y déjelas en la tina. Dime que al menos trajiste mudas de ropa.
— En el coche, — dijo Maryellen.
— Kitty, —dijo Grace, — trae tu coche hasta aquí. Buscaré cajas. Ustedes
dos se limpian. Solo podemos contar con unos cuarenta minutos antes de que
la calle esté llena de gente, así que seamos decididos.
Kitty llevó el auto y ayudó a Grace a empacar las partes del cuerpo envueltas
en plástico que se retorcían en cajas, y las arrastró hasta la puerta principal. La
señora Greene y Maryellen no se limpiaban a la perfección, pero al menos ya
no parecía que trabajaran en un matadero.
— ¿Cuánto tiempo queda en el juego? — Grace preguntó mientras dejaban
caer la última caja de cartón en la pila junto a la puerta principal.
Kitty encendió la televisión.
— ... y Clemson ha pedido un tiempo muerto con la esperanza de que se acabe
el tiempo... — rebuznó un locutor.
— Menos de cinco minutos, — dijo Kitty.
— Entonces carguemos el auto mientras las calles aún estén despejadas—
dijo Grace.
Casi corrieron, subiendo y bajando las escaleras oscuras del frente, arrojando
las cajas en la minivan de Maryellen. Podían sentir a James Harris moviéndose
dentro, como si llevaran cajas llenas de ratas.

Cuando terminaron, se pararon en el vestíbulo y se dieron cuenta de que


habían fallado. El plan había sido borrar a James Harris de la faz de la tierra,
dejando su casa impecable, como si simplemente hubiera desaparecido en el
aire, o hubiera empacado sus cosas y salido por la puerta. Pero la sangre se había
acumulado junto a la puerta principal donde habían apilado las cajas, las
escaleras alfombradas blancas eran un desastre de sangre manchada, había
manchas de sangre arriba y abajo de las paredes, huellas dactilares
ensangrentadas se estaban secando en la barandilla, e incluso desde abajo Podía
ver que el desorden cubría el pasillo de arriba. Y luego estaba el baño principal
Un gran rugido se elevó desde las casas circundantes. Alguien activó una
bocina de aire. Se acabó el juego.
— No podemos hacer esto, — dijo Maryellen. — Alguien vendrá a buscarlo
y sabrá que lo mataron en el momento en que abran la puerta.
— Deja de lloriquear, — espetó Grace. — Estás buscando columbarios C-24
y C-25, Maryellen. Estoy seguro de que puedes encontrarlos. Tú y Kitty sois los
menos desordenados, así que os dirigís a Stuhr's.
— ¿Qué vas a hacer? — Preguntó Maryellen. — ¿Quemar este lugar?
— No seas absurda, — dijo Grace. — la Señora. Greene y yo nos
quedaremos atrás. Hemos estado limpiando después de hombres toda nuestra
vida. Esto no es diferente.
Los faros se encendieron de un lado a otro de la calle mientras los fanáticos
del fútbol borrachos se acercaban a sus autos, gritando y llamándose unos a
otros en la oscuridad. Una neblina de tierra yacía baja sobre la carretera.
— Pero... — comenzó a decir Maryellen.
— Si, los ysis y los peros fueran dulces y nueces, sería Navidad todos los
días, — dijo Grace. — Ahora deslízate.
Kitty y Maryellen se acercaron cojeando a la minivan. Grace cerró la puerta
detrás de ellos y se volvió hacia la señora Greene.
— Es mucho trabajo, — dijo la Sra. Greene.
— Entre las dos hemos estado limpiando casas durante años, — dijo Grace.—
Creo que estamos a la altura del desafío. Ahora, necesitaremos bicarbonato de
sodio, amoníaco, vinagre blanco y detergente para lavar platos. Tendremos que
meter las sábanas y las toallas en la lavadora y rociar las alfombras primero para
que se remojen mientras trabajamos
— Deberíamos lavar las toallas y el edredón en la ducha, — dijo la Sra.
Greene. — Póngalo bien caliente y lléveles un cepillo de cerdas duras con un
poco de pasta de sal. Luego, mételo en la secadora con abundante suavizante de
telas.

— Veamos si podemos encontrar algo de peróxido de hidrógeno para estas


manchas de sangre en la alfombra, — dijo Grace.
— Prefiero el amoníaco, — dijo la Sra. Greene.
— ¿Agua caliente? — Grace preguntó.
— No, está fría.
— Interesante, — dijo Grace.

Alrededor de la medianoche, Maryellen los llamó desde el teléfono público


de una gasolinera.

— Hemos terminado, — dijo Maryellen. — C-24 y C-25. Están bien sellados


y limpiaré la base de datos por la mañana.
— Señora. Cavanaugh solo está planchando las sábanas, — dijo la Sra.
Greene. — Luego tenemos que lavar las alfombras con champú, guardar las
cosas y terminamos.
— ¿Cómo se ve? — Preguntó Maryellen.
— Como si nadie hubiera vivido aquí, — dijo la Sra. Greene.
— ¿Cómo está Patricia?
— Durmiendo, — dijo la Sra. Greene. — Ella no ha emitido ningún sonido.
— ¿Quieres que vaya a recogerte?
— Vete a casa, — dijo la Sra. Greene. — No queremos que la gente piense
que este es un estacionamiento público. Conseguiré un aventón.
— Bueno, — dijo Maryellen. — Buena suerte.
La Sra. Greene colgó el teléfono.
Grace y ella terminaron de planchar las sábanas, volvieron a colocar el
edredón en la cama e inspeccionaron la casa en busca de manchas de sangre que
se hubieran pasado por alto. Entonces Grace caminó a casa y tomó su auto
mientras la Sra. Greene bajó a Patricia, apagó la radio, apagó las luces y usó las
llaves de James Harris para cerrar la puerta principal detrás de ella.
Bennett se había desmayado en el sofá de la planta baja, así que pusieron a
Patricia en el dormitorio de invitados de Grace y luego Grace llamó a Carter.
— Terminó viendo el partido aquí después de visitar a Slick en el hospital —
le dijo. — Se durmió. Creo que es mejor no despertarla.
— Probablemente sea lo mejor, — dijo Carter. Había bebido mucho, así que
salió de prollyferthebersh. — Me alegro de que sean amigas de nuevo.
— Buenas noches, Carter, — dijo Grace, y colgó.
Llevó a la Sra. Greene a casa y la dejó salir frente a su casa oscura.
— Gracias por toda su ayuda, — dijo Grace.
— Mañana, — dijo la Sra. Greene. — Voy a conducir hasta Irmo y traere a
mis bebés a casa.
— Bien, — dijo Grace.
— Te equivocaste hace tres años, — dijo la Sra. Greene. — Te equivocaste,
fuiste una cobarde y gente murió.
Se quedaron de pie, considerándose la una a la otra a la luz de la luz del techo
del coche, mientras el motor estaba parado. Finalmente Grace dijo algo que casi
nunca había dicho antes en su vida.
— Lo siento.

La Sra. Greene asintió levemente.


— Gracias por venir esta noche, — dijo. — No podríamos haberlo hecho
solas.
— Ninguna de nosotras podría haber hecho esto sola, — dijo Grace.
Grace se sentó junto a la cama de Patricia, dormitando en su silla. Patricia se
despertó alrededor de las cuatro de la mañana con un grito ahogado. Grace se
apartó el pelo sudoroso de la cara.
— Se acabó, — dijo Grace.
Patricia se echó a llorar y Grace se quitó los zapatos y se metió en la cama
junto a ella y meció a Patricia mientras ella lloraba. El dolor la golpeó a
continuación, Grace la ayudó a ir al baño y se quedó fuera de la puerta mientras
Patricia se sentaba en el inodoro, sus intestinos se convertían en agua. Apenas
había descargado el inodoro cuando tuvo que arrodillarse frente a él y vomitar.
Grace la ayudó a volver a la cama y se sentó con ella mientras daba vueltas y
vueltas. Finalmente, encontró su copia de A Sangre Fría.
— El pueblo de Holcomb se encuentra en las llanuras de trigo del oeste de
Kansas, — le leyó a Patricia con su suave acento sureño. — Un área solitaria
que otros habitantes de Kansas llaman "allá afuera". El terreno es plano, las
vistas son increíblemente extensas; caballos, rebaños de ganado, un grupo
blanco de elevadores de granos que se elevan con tanta gracia como se ven
los templos griegos mucho antes de que un viajero los alcance.
Le leyó hasta que salió el sol.
Capitulo 41
Patricia vio a la señorita Mary por última vez.
Su fiebre duró dos días, así que tal vez fue solo un sueño. Pero cuando Patricia
creció se olvidó de lo que llevaba puesto el día que Carter le propuso
matrimonio, se olvidó de si la graduación de la secundaria de Blue era al aire
libre en un día soleado o en el gimnasio porque llovía, e incluso olvidó la fecha
de su aniversario de bodas, pero Nunca olvidó abrir los ojos una luminosa tarde
de noviembre y sentir una mano seca y suave acariciar su mejilla y ver un par
de zapatos negros junto a su cama.
Eran zapatos feos, prácticos y bajos, zapatos de maestro de escuela. Las
piernas llevaban pantimedias desnudas y se elevaban hasta el dobladillo de un
vestido de algodón a cuadros, pero ella estaba demasiado débil para levantar la
cabeza y ver el resto. Luego los zapatos giraron y salieron de su dormitorio, y
lo que Patricia siempre recordaría de la señorita Mary no eran esas comidas
duras, ni el impacto de encontrarla esa noche después de la fiesta de Grace, ni
la cucaracha cayendo en su vaso de agua, sino era lo mucho que tenías que amar
a tu hijo para volver del infierno y advertirle.
Y luego recordó que la señorita Mary no había vuelto para advertir a Carter.
Ella había vuelto para advertirle a ella.
Su fiebre bajó esa misma tarde. Un minuto se sintió drogada y sudorosa, en
un sueño tan profundo que no pudo salir gateando. Al minuto siguiente, todo se
sintió claro, parpadeó a la luz del sol y se sentó en la cama, el sudor se secó en
su piel, los ojos afilados. Escuchó el inodoro y Grace salió del baño.
— Bien, estás despierta, — dijo Grace. — ¿Quieres un vaso de agua?
— Tengo hambre — dijo Patricia.
Antes de que Grace pudiera traerle algo, Carter irrumpió en la habitación.
— Está despierta, — le dijo Grace.
— Es bueno tenerte de vuelta, — dijo él. — Has tenido fiebre. Me estaba
preparando para llevarte al hospital si no llegaba esta noche.
— Me siento bien, — dijo Patricia. — Solo hambrienta. ¿Dónde están Blue
y Korey?
— Están bien, — dijo. — Escucha, vamos a perder... — Entonces se acordó
de Grace. — Aprecio que estés aquí, pero me gustaría un poco de privacidad
con mi esposa.
Patricia le hizo un gesto con la cabeza y Grace dijo; — Volveré a verte esta
noche, — dijo y salió de la habitación.
Carter se sentó en la silla en la que Grace había estado sentada junto a la
cama.
— Vamos a perder Gracious Cay, — dijo. — Leland no puede aguantar con
James Harris fuera. Tenía una gran cantidad de dinero en garantía, y una parte
ya no está allí. Ya estamos poniendo nerviosos a los inversores después de
ese incendio, y si se enteran de que Jim se ha ido y Leland no puede encontrar
mucho dinero en efectivo, perderemos lo que pusimos. ¿Tienes alguna idea
de dónde se ha ido? Su casa está totalmente vacía.
— Carter, — dijo Patricia, levantándose en la cama. — No quiero hablar de
esto ahora. Quiero hablar sobre cuándo traeremos a Korey a casa.
— Ha desaparecido un hombre, — dijo Carter. — Jim significó mucho para
esta familia, significó mucho para los niños y significó mucho para ese
proyecto. Si sabes algo sobre dónde podría estar, necesito que me lo diga.
— No sé nada sobre James Harris, — dijo ella.
No debió haberlo dicho de manera muy convincente porque Carter lo tomó
como prueba de que sabía algo.
— ¿Se trata de tu obsesión? — Preguntó, inclinándose hacia adelante, con
los codos sobre las rodillas. — ¿Te fuiste a lo más profundo y le dijiste algo?
Patty, lo juro, si les ha estropeado esto a todos... ni siquiera sabe a cuántas
familias podría haber afectado. Estamos Leland, nosotros, Horse y Kitty...
Se levantó y comenzó a caminar en círculos por la habitación, sin dejar de
hablar una y otra vez sobre James Harris, las cuentas en garantía, el dinero
perdido y las inversiones principales, y Patricia se dio cuenta de que ya no
reconocía a este hombre. El chico tranquilo de Kershaw del que se había
enamorado estaba muerto. En su lugar estaba este extraño resentido.
— Carter, — dijo. — Quiero el divorcio.

Dos días después, Patricia se arrastró fuera de la cama y condujo al centro


para ver a Slick en el hospital. Estaba dormitando cuando llegó Patricia, así que
Patricia se sentó y esperó a que se despertara. Slick tenía un aspecto cetrino y
su pecho se enganchaba ocasionalmente al respirar. Ahora la tenían con una
máscara de oxígeno completa, tratando de mantener sus niveles altos. Patricia
recordó tropezarse con James Harris dormido todos esos años y pensar que
estaba muerto. Así era como lucía Slick.
— Grace ya... me lo dijo, — dijo Slick, abriendo los ojos y apartándose la
máscara de la cara para hablar. — Le hice... que me diejera todos los detalles.
— Yo también, — dijo Patricia. —Estaba fuera de lo que me hizo.
— ¿Cómo se sintió? — Preguntó Slick.
Patricia nunca le habría dicho esto a nadie más que a Slick. Ella se inclinó
hacia adelante.
— Se sintió tan bien, — suspiró, e inmediatamente recordó lo que le había
hecho a Slick y se sintió egoísta e insensible.
— La mayoría de los pecados lo hacen, — dijo Slick.
— Sé por qué se lastiman — dijo Patricia. — Es esta sensación de que las
cosas están completas, estables, cálidas y seguras, y lo deseas con tantas
ganas, pero se está escapando por el horizonte, sientes que nunca lo
recuperarás y no quieres vivir sin ello. Pero luego sigues viviendo y te duele
todo el tiempo. Todo se siente como cuchillos en mi piel y hace que me
duelan las articulaciones.
— ¿Qué... nos hizo? — Preguntó Slick. — Él nos hizo... asesinas... hizo que
nos traicionáramos... y ahora… todo se derrumba...
Patricia tomó la mano de Slick que no tenía una aguja intravenosa.
— Los niños están a salvo, — dijo Patricia. — Eso es lo que importa.
La garganta de Slick se movió durante un minuto y luego dijo; — No los...
las de... Six Mile…
La sangre de Patricia se sentía como plomo en sus venas.
— No todos, — dijo. Pero tus hijos, los de Maryellen y los de Kitty. Los
chicos de la Sra. Greene. Ha estado haciendo esto durante mucho tiempo,
Slick. Nadie lo había detenido antes. Lo hicimos. Pagamos un precio, pero lo
detuvimos.
— ¿Qué hay de mí? — Preguntó Slick. — ¿Voy a... mejorar?
Por un momento, Patricia pensó en mentir, pero habían pasado demasiadas
juntas para hacer eso ahora.
— No, — dijo ella. — No creo que lo hagas. Lo siento mucho.
La mano de Slick agarró la de ella con tanta fuerza que los dedos de Patricia
se sintieron como si estuvieran a punto de romperse.
— ¿Por qué? — Slick preguntó detrás de su máscara.
— La Señora. Greene me dijo que dijo algo antes de morir, — dijo Patricia.
— Creo que así es como hace a otros como él. Creo que eso es lo que te hizo.
Slick miró fijamente a Patricia, y Patricia vio que sus ojos se ponían rojos e
inyectados en sangre y luego Slick asintió.
— Siento... que algo crece... en mi interior, — dijo Slick. — Me está
esperando... moriré... y luego... volveré a nacer. — Se llevó una mano a la base
de la garganta. — Aquí, — dijo. — Algo... nuevo... difícil de tragar...
Se sentaron en silencio durante un rato, tomadas de la mano.
— Patricia...— dijo Slick. — Trae... a Buddy Barr mañana... quiero...
cambiar mi testamento... quiero... ser incinerada...—
— Por supuesto, — dijo Patricia.
— Y asegúrate... que no esté sola...
— No tienes que preocuparte por eso, — dijo Patricia.
Y lo hizo. Alguien del club de lectura estuvo con ella hasta el final. El día de
Acción de Gracias, cuando Slick comenzó a tener problemas para respirar, su
recuento de oxígeno comenzó a disminuir y perdió el conocimiento por última
vez, Kitty estaba allí, leyéndole A Sangre fria. Incluso después de que el equipo
de choque irrumpió en la habitación y rodeó a Slick y apiñó a Kitty en un rincón,
ella siguió leyendo en silencio, moviendo los labios y susurrando las palabras
del libro como una oración.

Unos días después del funeral de Slick, Ragtag comenzó a caminar en


círculos. Patricia notó que seguía las habitaciones por sus bordes, siempre
girando a la izquierda, nunca a la derecha. A veces chocaba con puertas al
cruzarlas. Ella lo llevó al Dr. Grouse.
— Tengo dos malas noticias para ti, — dijo. — La primera es que Ragtag
tiene un tumor cerebral. No lo matará ni hoy ni mañana, no siente ningún
dolor, pero va a empeorar. Cuando suceda, tráelo aquí y podemos ponerlo a
dormir. La segunda mala noticia fue que las pruebas para encontrar el tumor
costaban quinientos veinte dólares. — Patricia le hizo un cheque.
Cuando regresó a casa. Lo primero que dijo Blue fue; — Tenemos que traer
de vuelta a Korey.
— Sabes que no podemos hacer eso, — le dijo ella.
¿En realidad no podía hacerlo? Habían pagado para que Korey se quedara en
Southern Pines durante ocho semanas, ella tenía un programa completo de
terapeutas, consejeros y médicos, todos seguían diciéndole a Patricia que tenía
problemas para dormir, parecía inquieta, ansiosa y desenfocada, y por eso no
sería prudente sacarla prematuramente. Pero cuando la visitó el día anterior,
Korey parecía lúcida y tranquila, a pesar de que no dijo mucho.
— Mamá, — dijo Blue, hablando como si tuviera problemas de audición. —
Ragtag es mayor que yo. Lo compraste para la primera Navidad de Korey. Si
está enfermo, se asustará. Él la necesita.
Patricia quiso discutir. Quería señalar que no podían interrumpir el programa
de Korey, que los médicos sabían mejor. Quería decirle que Ragtag no sabría si
Korey estaba allí o no. Quería decirle que Korey casi siempre ignoraba a
Ragtag, de todos modos. En cambio, se dio cuenta de que deseaba mucho que
Korey volviera a casa y por eso dijo:
— Tienes razón.
Condujeron juntos hasta Southern Pines, firmaron a su hija contra el consejo
de sus médicos y la llevaron a casa. Cuando Ragtag la vio, comenzó a golpear
su cola contra el suelo donde había estado acostado.
Patricia mantuvo la distancia mientras Blue y Korey se paseaban, Ragtag ese
fin de semana, tranquilizando cuando él ladraba a cosas que no estaban allí,
conduciendo hacia la tienda y mojarle la comida cuando no comía en seco,
sentarse con él en el patio trasero o en el sofá al sol. Y el domingo por la noche,
cuando las cosas se pusieron mal y la oficina del Dr. Grouse estaba cerrada, los
dos se sentaron con Ragtag mientras caminaba en círculos por el estudio,
ladrando y gritando cosas que no podían ver, y hablaron con ellos. le dijo en
voz baja, y le dijo que era un buen perro, un perro valiente, y que no lo iban a
dejar solo.
Cuando Patricia se fue a la cama alrededor de la una, ambos niños todavía
estaban sentados con Ragtag, dándole palmaditas cuando sus andanzas lo
acercaban, hablándole, mostrándole una paciencia que Patricia nunca había
visto en ellos antes. Alrededor de las cuatro de la mañana se despertó
sobresaltada y bajó las escaleras. Los tres yacían en el sofá del estudio. Korey
y Blue estaban en ambos extremos, dormidos. Ragtag yacía entre ellos, muerto.

Lo enterraron juntos en el costado de la casa y Patricia los abrazó a ambos


mientras lloraban. Cuando Carter llegó la noche siguiente y los dos se sentaron
para decirles a Korey y Blue que se iban a divorciar, Carter explicó cómo iba
a ir todo.
— Así van a ser las cosas, — dijo. Le había dicho a Patricia que a los niños
les gustaba la certeza y que él era el mejor calificado de los dos para mapear
esta nueva realidad para ellos. — Me quedaré con la casa de Pierates Cruze
y la casa de en la playa. Yo pagaré tu escuela y tu universidad, no tienes que
preocuparte por eso. Y puedes quedarte aquí conmigo todo el tiempo que
quieras. Debido a que esta es la decisión de su madre, ella buscará un nuevo
lugar para vivir. Y puede que no sea muy grande, y puede que esté en otra
parte del monte. Ella solo tendrá un auto, así que probablemente no puedas
tomarlo prestado para ir a ver a tus amigos. Es posible que su madre incluso
necesite mudarse a una nueva ciudad. No digo estas cosas porque esté
tratando de castigar a cualquiera, pero quiero que tengas una idea realista de
cómo van a cambiar las cosas.

Luego les preguntaron con quién quería vivir durante la semana. Ambos
sorprendieron a Patricia diciendo; — Mamá.
A SANGRE FRIA
Febrero de 1997
Capitulo 42
Patricia entró en el cementerio y salió de su coche, balanceando la bolsa. Era
uno de esos duros días de invierno en los que el cielo parecía una gran cúpula
azul, blanca en la parte inferior, oscureciéndose a un azul huevo de petirrojo
saturado en la parte superior. Caminó por el camino sinuoso que corría entre los
marcadores de las tumbas y pisó el césped cuando llegó a la fila de la derecha.
La hierba seca crujió bajo sus zapatos mientras caminaba hacia la tumba de
Slick.
La parte interna de su muslo palpitaba como siempre lo hacía cuando
caminaba sobre un terreno irregular. Korey también sintió el mismo tipo de
dolor. Fue algo que compartieron. Pero Patricia se negó a aceptar que fuera
permanente para Korey. Ya habían comenzado a ir a ver a especialistas, y un
médico pensó que una transfusión de sangre y una serie de eritropoyetina
sintética ayudarían a Korey a producir más glóbulos rojos y eso podría eliminar
el dolor. Planearon comenzar tan pronto como terminaran las clases. Solo tenían
dinero suficiente para que uno de ellos probara este tratamiento. Patricia estaba
bien.
Todo el mundo estaba arruinado. Leland se declaró en quiebra justo después
del año nuevo y estaba vendiendo casas para Kevin Hauck a comisión. Kitty y
Horse habían perdido casi todo y estaban cortando Seewee Farms en paquetes,
vendiéndolos poco a poco para mantener las luces encendidas. Patricia no sabía
cuánto había invertido Carter en Gracious Cay, pero a juzgar por la cantidad de
veces que su abogado tuvo que recordarle que enviara los cheques de
manutención de los hijos, era mucho.
Todos asumieron que James Harris había visto venir la crisis, empacó y se
fue de la ciudad. Nadie hizo demasiadas preguntas. Después de todo, rastrearlo
sería mucho trabajo, y traerlo de regreso solo conduciría a preguntas incómodas
y nadie realmente quería escuchar las respuestas. Al final del día, algunos
blancos ricos perdieron su dinero. Algunos negros pobres perdieron sus
hogares. Así es como funciona.

Patricia se había ido a Gracious Cay en enero. Se había quitado el equipo


de construcción y ahora los marcos de las casas estaban solos, desnudos e
inacabados, como imponentes esqueletos erosionados por el clima. Condujo por
la carretera pavimentada a través del centro del desarrollo hasta Six Mile. La
Sra. Greene se había mudado a Irmo para estar cerca de sus hijos mientras
terminaban la escuela secundaria, pero algunas personas se estaban mudando.
Un grupo de niños pequeños hizo rebotar una vieja pelota de tenis en la pared
del monte. Sion A.M.E. Ella vio autos estacionados en algunos caminos de
entrada y olí humo de leña que provenía de un puñado de chimeneas y se
instalaba en las calles.
Antes de morir, Slick había estado trabajando en regalos para todas y
Maryellen los había repartido en diciembre. Patricia había desdoblado su
sudadera rosa y la sostuvo al frente. Mostraba una imagen del niño Jesús
dormido en el pesebre que estaba, por razones desconocidas, debajo de un árbol
de Navidad con lentejuelas con una campana real en la parte superior. En letra
cursiva decía: Recuerda la razón de la temporada.
— ¿Ella no hizo uno de estos para Grace? — Patricia preguntó.
— Tengo una foto de ella usándolo, — dijo Maryellen. — ¿Quieres ver?
— No creo que pueda soportar el impacto, — dijo Patricia.
Ella y los niños tuvieron su cena de Navidad con Grace y Bennett. Después
de que terminaron lavaronlos platos, mientras Korey y Blue iban al auto, Grace
le dio a Patricia una bolsa de sobras envueltas, luego metió la mano en el cajón
de la mesa del vestíbulo, sacó un sobre grueso y lo metió dentro.
— Feliz Navidad, — dijo. — No quiero discutir sobre esto.
Patricia dejó la bolsa sobre la mesa y abrió el sobre. Estaba relleno con un
grueso fajo de gastados billetes de veinte dólares.
— Grace... — empezó.
— Cuando me casé, — dijo Grace, — mi madre me dio esto y me dijo que
una esposa siempre debería tener algo dinero guardado, por si acaso. Quiero
que lo tengas ahora.
— Gracias, — dijo Patricia. — Te devolveré el dinero.
— No, — dijo Grace. — Absolutamente no lo harás.
Usó parte de ella para darles a Korey y Blue la Navidad que se merecían. El
resto lo agregó a los $ 2,350 en efectivo que todavía tenía de James Harris y
puso un depósito en un condominio amueblado con dos habitaciones cerca del
puente. Donde vivían ahora solo tenía uno y Blue dormía en el sofá.
Patricia sacó una copia de A sangre fría de su bolso y la puso frente a la lápida
de Slick. Sacó una copa de vino y una pequeña botella de Kendall-Jackson con
tapón de rosca, llenó el vaso y lo colocó encima del libro.
Se aseguró de que no se volcara y luego hizo lo que siempre hacía en estas
visitas y se dirigió a los nichos sobre el suelo, donde encontró C-24 y C-25.
Estaban en blanco, sin siquiera nombres. Nunca habría nombres en ellos.
Patricia se preguntó quién habría sido James Harris. ¿Cuánto tiempo había
estado viajando por el país? ¿Cuántos niños muertos dejó a su paso? ¿Cuántos
pueblitos como Kershaw habían dejado secos? Nadie lo sabría jamás.
Probablemente había estado vivo durante tanto tiempo que ni siquiera lo
sabía.
Cuando llegó a Old Village, se imaginó, su pasado probablemente era una
mancha larga y existía en un presente eterno.
No dejó a nadie atrás, sin hijos, sin recuerdos compartidos, sin historia, nadie
contó historias sobre él. Todo lo que dejó para marcar su fallecimiento fue el
dolor, que se desvanecería con el tiempo. La gente a la que había matado se
lamentaría, pero la gente que lo amaba seguiría adelante. Se volverían a
enamorar, tendrían más hijos, envejecerían y, a su vez, sus hijos los llorarían.
No James Harris.
Si se tratara de un libro se habría titulado La misteriosa desaparición de James
Harris, pero no sería un buen misterio porque Patricia ya conocía su solución;
el misterio de lo que le pasó a James Harris era Patricia Campbell.
Pero ella no lo había resuelto sola.
Si Maryellen no hubiera trabajado en Stuhr's, si Grace y la Sra. Greene no
hubieran sido limpiadoras superiores, si Kitty no hubiera tenido tan buen swing,
si Slick no las hubiera llamado a todas y las hubiera convencido de que
volvieran a reunirse en su habitación del hospital, si Patricia no hubiera leído
tantos libros sobre crímenes verdaderos, si la señora Greene no hubiera juntado
las piezas, si la señorita Mary no hubiera encontrado la fotografía, si Kitty no la
hubiera llamado en la entrada de la casa de Marjorie Fretwell ese día.
A veces, cuando estaba lavando la ropa o lavando platos, Patricia se detenía,
su corazón latía el doble de tiempo, la sangre se le hinchaba en las venas,
abrumada por el puro horror de lo cerca que estaban.
No eran más fuertes que él, no eran más inteligentes, no estaban más
preparados. Pero las circunstancias los habían unido y les habían permitido
tener éxito donde tantos otros habían fracasado. Patricia sabía cómo se veían,
un grupo de mujeres sureñas tontas, parloteando de libros con vino blanco. Un
grupo de conductores de viajes compartidos, besadores de rodillas desnudas,
corredores de recados, Santas secretos y hadas de los dientes a tiempo parcial,
con sus prácticos jeans y sus suéteres festivos.
Piensa en nosotros lo que quieras, pensó, cometimos errores y probablemente
marcamos a nuestros hijos de por vida, congelamos sándwiches, olvidamos el
coche compartido y nos divorciamos. Pero cuando llegó el momento,
recorrimos la distancia.
Se inclinó tan cerca de la tapa del nicho como se atrevió y escuchó. Oyó pasar
coches en la carretera lejana, y más cerca oyó pájaros en los árboles y el viento
crujir las ramas, pero detrás de todos ellos escuchó algo silencioso e implacable.
Sabía que era imposible, pero detrás de los sonidos del mundo exterior pensó
que podía escuchar el sonido de algo envuelto en plástico, retorciéndose,
arrastrándose, buscando ciegamente una salida, retorciéndose eternamente en la
oscuridad, buscando implacablemente la debilidad que sentía. lo liberaría de
nuevo.
Todo había cambiado. Ella estaba divorciada. Su amiga había muerto. Su hija
y su hijo tenían una sombra sobre ellos y no sabía cuánto duraría ni qué tan lejos
llegaría. Seewee Farms se vendía a desarrolladores. Six Mile se había esparcido
a los vientos. Su suegra había muerto. Había tenido algún tipo de comunión con
un hombre que no era su marido y luego lo mató.
Ella no se arrepintió de nada de eso. Lo que había sido destruido hacía que lo
que quedaba fuera mucho más precioso. Eso es mucho más sólido. Eso es
mucho más importante.
Dio un paso atrás de la cripta, dio la espalda a los restos de James Harris y
caminó hacia su coche. No se detuvo junto al marcador de Slick. Regresaría por
la mañana y recogería la copa de vino y el libro. Pero por ahora podían esperar.
Necesitaba llegar a su club de lectura.
¡Felices fiestas, Book Clubbers!
¡Qué año tan maravilloso para el Gremio Literario de Mt.
Pleasant!
Mientras nos preparamos para entrar en el nuevo milenio, creo que todos
podemos mirar atrás y decir que nuestro 12º año fue realmente el mejor hasta
ahora para nuestro club de lectura. Quién sabe lo que el futuro traerá, pero
mientras pasan tiempo con sus seres queridos en estas fiestas, espero que
disfruten reflexionando sobre todos los grandes libros que leímos en 1999. Y si
no les importa, y tienen tiempo, ¡que este pequeño poema les ayude a rebobinar!
Libros que leímos en 1999. Y si no te importa y tienes tiempo, que este
¡El pequeño poema te ayuda a rebobinar!
Aprendimos mucho el año pasado
Sobre el horror, el terror, el asesinato, el miedo.
Aprendimos sobre Theresa Knorr, una verdadera mala madre,
Y también aprendimos mucho el uno del otro.
Jhanteigh Kupihea resultó ser un buen conversador
Sobre el libro de Philip Carlo, The Night Stalker.
Tuvimos una maravillosa discusión sobre And Never Let Her Go
Dirigida por nuestra propia Nicole De Jackmo.
Usando diagramas e imágenes, el artista Andie Reid
Nos hizo preguntarnos de quién era el hijo de la verdadera mala semilla.
Y después de dos años de preguntar por Kate McGuire
Estamos todos contentos de haber leído finalmente Entrevista con el vampiro,
Aunque admitiremos que Moneka Hewlett nos causó angina a todos
Insistiendo en leer Bastard de Carolina.
Rick Chillot resumió mejor nuestro libro de octubre,
Cuando dijo: "Nadie es perfecto, pero al menos no somos Fred o Rosemary
West".
Luego Julia, Kat y Ann Hendrix, nuestras tres hermanas,
Tenía mucho que decir sobre The Killer Inside Me.
Por supuesto, detrás de cada mujer hay un hombre, normalmente en algún
lugar aparcando el coche o preguntando por qué no hay arroz en la mesa, y
varios en particular fueron más allá de este año, así que un gran abrazo a Joshua
Bilmes, Adam Goldworm, Jason Rekulak, Brett Cohen, y Doogie Horner por
todo su apoyo, y por mantenerse al margen cuando el club de lectura descendió
a sus casas como una horda bárbara. ¡No podríamos haber terminado todos estos
libros sin ustedes, amigos!
Tampoco olvidemos algunas de las maravillosas personas que
proporcionaron bocadillos especiales este año como David Borgenicht, John
McGurk, Mary Ellen Wilson, Jane Morley, Mandy Dunn Sampson, Christina
Schillaci, Megan DiPasquale, Kate Brown y Molly Murphy.
Y por último, un gran agradecimiento al Gremio Literario del Gran
Charleston, que ha sido parte de mi vida desde que tengo memoria: Suzy Barr,
Helen Cooke, Eva Fitzgerald, Kitty Howell, Croft Lane, Lucille Keller, Cathy
Holmes, Valerie Papadopoulos, Stephanie Hunt, Nancy Fox, Ellen Gower, y,
por supuesto, Shirley Hendrix. ¡Que sigan leyendo durante muchos años!

¡Nos vemos al otro lado del año 2000!

- Marjorie Fretwell
? Quienes somos?
Somos un grupo de traductores independientes, qué aman la lectura.
Traducimos libros que sabemos que mueren o están interesados en
leer., No dejamos ninguna: bilogía, trilogía o saga sin traducción.
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