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ESPECIALIDAD: Historia

PLAN/DECRETO NRO: 1968/17

UNIDAD CURRICULAR: Historia Americana II

CURSO: 3ro

DOCENTE: Walter Pighin

TEMA: Proceso Revolucionario en América Latina

FECHA DE ENTREGA: Jueves 1 de julio de 2021

ESTUDIANTE: Alex Nicolás Prieto

MODALIDAD DE CURSADO: Presencial


Introducción:

La mirada histórica ayuda a pensar el presente desde nuevas perspectivas, tomar distancia de
lo dado, complejizar la mirada, desnaturalizar los conceptos y asumirlos con sus tensiones
internas. Facilita ubicar la situación presente en perspectiva, visualizarla como la
sedimentación de procesos de larga duración y tomar por lo mismo conciencia de su
temporalidad. Esa tarea contribuye a agudizar la mirada y a encontrar alternativas, pero sobre
todo es imprescindible para que las lógicas teórico políticas de la construcción categorial y la
interpretación no queden atrapadas de modo invisibilizado en el discurso hegemónico. En ese
sentido es que la desnaturalización es un proceso necesario, anterior al abordaje investigativo.
A su vez, es al calor de las rebeliones y revoluciones que las organizaciones revolucionarias
se construyen, se templan y pueden crecer a saltos. Por eso, en las siguientes páginas daré una
explicación histórica sobre el Proceso Revolucionario en América Latina, el análisis lo hice
de una forma sintética ya que es un periodo largo y sobre todo complejo e importante. Espero
que la historia de este proceso inspiren a las generaciones futuras para que edifiquen una
sociedad nueva, más justa, más pacífica y con conciencia social.

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Proceso Revolucionario en América Latina:

Las reformas borbónicas operan, de manera exclusiva, a favor de España y de los españoles
residentes en las colonias, uno de sus resultados es erosionar la posición de todos los estratos
de la pirámide criolla. Las nuevas restricciones entran en contradicción con la estructura
social hispanoamericana, hasta entonces dominada por los peninsulares (funcionarios,
comerciantes y grandes propietarios), el clero y los terratenientes criollos, que asfixian a los
sectores rurales que surgen de la diversificación de la estructura agraria. En el caso de las
castas, las reformas no solo crean una situación que imposibilita el ascenso dentro de cada
una de ellas, sino incluso la transferencia a los hijos del status alcanzado por sus padres. Todo
ello constituye un caldo de cultivo para la guerra de independencia. ¿Quiénes conformaban
las clases altas? Las clases altas, las formaban tradicionalmente los peninsulares, adscriptos a
las funciones públicas, poseedores de minas o haciendas, o vinculados al comercio, estos
últimos acrecentados en número a partir del establecimiento del comercio libre; pero al lado
de ellos había ya en el siglo XVIII un extensionismo sector criollo inequívocamente
mayoritario, de imprecisa fisonomía, tanto por la condición social y el origen como por las
actitudes y las ideologías.
Existían dos géneros de nobleza en todas las colonias. Una se compone de criollos cuyos
antepasados han ocupado muy recientemente puestos elevados en América. La otra nobleza
se atiene más al suelo americano: se compone de descendientes de los conquistadores, es
decir, de los españoles que sirvieron en el ejército desde las primeras conquistas. Es visible
que tanto en las colonias españolas como en las portuguesas se había ido formando una clase
alta criolla, nacida en la tierra y comprometida con ella, y numéricamente mucho mayor que
los grupos peninsulares.
La última revolución del siglo XVIII, que llevará a la independencia latinoamericana, supone,
una aceleración de la vida cotidiana. Comenzaba a tambalearse el principio jerárquico,
vacilaba el fundamento teológico del carácter sacro del rey, se ponían en tela de juicio los
valores estamentales y corporativistas, estado de agitación que obedece a la rapidísima
propagación de las ideas revolucionarias de la libertad en ambas orillas del Atlántico. En
latinoamérica, recibe el impulso de dos vectores importantes derivados de la nueva

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concepción de la libertad: la libertad económica y la libertad política, consagradas en las
constituciones. La incesante apertura del mundo americano al mundo europeo inicia antes de
la Independencia y sigue las rutas del comercio, el cual impulsa no sólo la circulación de
mercancías, sino también de ideas y modelos políticos. Durante este siglo, se forman sectores
criollos, en proceso de aburguesamiento, interesados en conquistar el acceso directo al
mercado europeo, entre los que resaltan los plantadores, estancieros, pequeños y medianos
productores y comerciantes, intelectuales y artesanos. (Carmagnani, Marcello (2004). El
Otro Occidente. América Latina desde la Invasión Europea hasta la Globalización (4
ed., p.119). Fondo de Cultura Económica).
Este proceso abona la simiente de la conciencia nacional americana y de las ideas
independentistas, bajo la influencia de la Ilustración, la independencia de las trece colonias
inglesas de Norteamérica (1775-1783), la Revolución Francesa (1789), la Revolución
Haitiana (1790-1804) y las guerras europeas, en particular, la ocupación de Portugal (1807) y
España (1808) por los ejércitos napoleónicos, que despoja de sus respectivos tronos a ambas
monarquías y dejó acéfalos a los imperios coloniales ibéricos. Se van perfilando así, antes y
durante el proceso de independencia, las nuevas ideas sobre derechos humanos y derechos del
ciudadano, la república, la federación, la libertad de comercio y la circulación de las
personas, y se comienza a difundir la confianza en la capacidad autónoma de los hombres y
países latinoamericanos. (Regalado, Roberto (2006). América Latina Entre Siglos (2 ed.,
p. 107). Ocean Sur Publicaciones).
Una ola de insurrecciones anticoloniales, de alcance diverso, comenzó a recorrer el imperio
hispánico en 1780. Mientras se agitaba sordamente en los campos la insurrección indígena
que Túpac Amaru encabezaria a fines de ese año, ya en los primeros meses estallaron
insurrecciones urbanas en Arequipa, Cuzco, La Paz, Charcas, Cochabamba y en algunas
ciudades y pueblos del Perú. Quizá la mano de Inglaterra moviera los hilos del movimiento.
La crisis de independencia es el desenlace de una degradación del poder español que,
comenzada hacia 1795, se hace cada vez más rápida. El primer aspecto de esa crisis: ese
poder se hace ahora más lejano. La guerra con una Gran Bretaña que domina el Atlántico
separa progresivamente a España de sus Indias. Es más difícil mandar allí soldados y
gobernantes; hace imposible el monopolio comercial. La transformación es paulatina: solo
Trafalgar, en 1805, da el golpe de gracia a las comunicaciones atlánticas de España. La
libertad que derivaría de una política comercial elaborada por las colonias mismas pasa a ser
una aspiración cada vez más viva. En uno y otro campo los quince años que van de 1795 a
1810 borran los resultados de esa lenta reconquista de su imperio colonial que había sido una

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de las hazañas de la España borbónica. Por otra parte, la Europa de las guerras napoleónicas
no está tampoco dispuesta a asistir a una marginalización de las Indias, que sólo le deje
abierta, como en el siglo XVII, la puerta del contrabando. En 1806, en el marco de la guerra
europea, el dominio español en Indias recibe su primer golpe grave (las Invasiones Inglesas);
en 1810, ante lo que parece ser la ruina inevitable de la metrópoli, la revolución estalla desde
México a Buenos Aires. (Halperin Donghi, Tulio (2005). Historia Contemporánea de
América Latina (6 ed., pp. 86 a 89). Alianza Editorial).
En 1810, se dio otra etapa en el que parecía ser irrefrenable derrumbe de la España
antinapoleónica: la pérdida de Andalucía reducía el territorio leal a Cádiz y alguna isla de su
Bahía; la Junta Central sevillana era disuelta sangrientamente por la violencia popular, en
busca de responsables del desastre: el cuerpo que surgía en Cádiz para reemplazarla se había
designado a sí mismo. Este episodio proporcionaba a la América española la oportunidad de
definirse nuevamente frente a la crisis del poder metropolitano: en 1808, una sola oleada de
lealtad dinástica y patriotismo español había atravesado las Indias. Dos años de experiencia
con un trono vacante, y que los seguiría estando por un futuro indefinido, los ensayos por
definir de un modo nuevo las relaciones con la revolucionaria metrópoli, parecían anticipar
ahora una respuesta más matizada. Los revolucionarios no se sienten rebeldes, sino herederos
de un poder caído, probablemente para siempre: no hay razón alguna para que marquen
disidencias frente a ese patrimonio político-administrativo que ahora consideran suyo y al que
entienden hacer servir para sus fines.
Todo lo que parecía inmaduro en 1780 comenzaba a aparecer más asentado en 1810. Para
entonces, ya los movimientos encabezados por las aristocracias urbanas criollas habían
triunfado en Buenos Aires, Asunción y Santiago de Chile. Grupos esclarecidos, partidarios de
las reformas inspiradas por la filosofía de la Ilustración, precipitaron su imagen del futuro
político de las colonias en una ideología revolucionaria que desplegaba hasta sus últimas
consecuencias las líneas del reformismo ilustrado. Esos grupos reemplazaron velozmente los
enfoques de la Ilustración española por los de la Ilustración francesa. Jovellanos había sido
reemplazado por Rousseau, y los grupos criollos restauraron las actitudes jacobinas para
consumar la revolución que quería desembocar en la independencia. Las primeras formas de
expansión de la lucha siguen también cauces nada innovadores: las nuevas autoridades
requieren la adhesión de sus subordinados. (Romero, José Luís (2008). Latinoamérica, las
ciudades y las ideas (3 ed., pp 157 a 158). Siglo XXI Ediciones).
En Nueva Granada, en Chile, no encuentran, por el momento, oposiciones importantes. En el
Río de la Plata y en Venezuela si las hallan: por otra parte, la revolución no ha tocado al

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virreinato del Perú. De la revolución surge de inmediato la guerra: hasta 1814, España no
puede enviar tropas contra sus posesiones sublevadas, y aun entonces ellas sólo actúan
eficazmente en Venezuela y Nueva Granada. En 1815, entonces, sólo quedaba en revolución
la mitad meridional del Virreinato del Río de la Plata; la metrópoli devuelta a su legítimo
soberano comenzaba a enviar hombres y recursos a quienes durante más de cuatro años
habían sabido defender con tanto éxito y con sólo recursos locales su causa. Los patriotas
tenían que formar ejércitos cada vez más numerosos, en los que las clases altas solo
proporcionaban los cuadros de oficiales; esto suponía armar a un número creciente de
soldados reclutados entre la plebe y las castas. Todo ello se resume en una inmensa
destrucción de la riqueza: de riqueza metálica en primer término; la atesorada por oligarquías
urbanas, iglesias y conventos, la empleada en obras de fomento por los consulados de
comercio, encuentran ahora su destino en la guerra. De riqueza en frutos y ganados: sobre
todo a estos últimos la guerra los consume con desenfreno. En Buenos Aires, en Venezuela,
en Santiago de Chile, menos marcadamente en la Nueva Granada, el libre comercio significa
una vertiginosa conquista de las estructuras mercantiles por emprendedores comerciantes
ingleses. Todo es ahora mucho más barato; comienza la lenta ruina de las artesanías de tantas
regiones. La guerra misma va a tomar ahora un nuevo carácter: aunque luego de los envíos de
tropas a Perú y Venezuela los auxilios de la metrópoli vuelven a hacerse escasos. La pobreza
pública y privada, que era consecuencia de la guerra peninsular, hacía más difícil una
empresa de reconquista necesariamente costosa. La neutralidad británica se inclinaba más
decididamente a favorecer a la revolución hispanoamericana. La guerra de independencia
había ya avanzado hasta muy cerca de su final: sólo el Alto Perú, la sierra bajoperuana y
algunos rincones insulares del sur de Chile seguían adictos al rey. El avance de la revolución
había sido obra de San Martín y Bolívar. Desde Caracas hasta Buenos Aires, cañones y
campanas anunciaban el fin de la guerra. (Halperin Donghi, Tulio (2005). Historia
Contemporánea de América Latina (6 ed., pp. 99 a 116). Alianza Editorial).
La independencia de Brasil está estrechamente vinculada a la invasión de Francia a Portugal,
debido a que esa colonia fue el refugio de la corte de Juan VI, hecho que representa el
establecimiento de una virtual autonomía favorable a los intereses de la aristocracia criolla. A
raíz del regreso de la corte imperial a Lisboa y los intentos de los liberales portugueses de
reactivar la relación colonial con Brasil, Don Pedro de Braganza, hijo del Emperador, con el
apoyo de la aristocracia brasileña, rompe los vínculos con la metrópoli en 1822 y se proclama
emperador de Brasil. El nuevo imperio brasileño se consolida en 1824, tras la derrota final de
las fuerzas colonialistas portuguesas y de la rebelión republicana ocurrida en Pernambuco.

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(Regalado, Roberto (2006). América Latina Entre Siglos (2 ed., p. 109). Ocean Sur
Publicaciones).
En 1825 terminaba la guerra de independencia; dejaba en toda América española un legado
nada liviano: ruptura de las estructuras coloniales, consecuencia a la vez de una
transformación profunda de los sistemas mercantiles, de la persecución de los grupos más
vinculados a la antigua metrópoli, que habían dominado esos sistemas, de la militarización
que obligaba a compartir el poder con grupos antes ajenos a él. De sus ruinas se esperaba que
surgiera un orden nuevo, cuyos rasgos esenciales habían sido previstos desde el comienzo de
la lucha por la independencia. Pero éste se demoraba en nacer. (Halperin Donghi, Tulio
(2005). Historia Contemporánea de América Latina (6 ed., p. 140). Alianza Editorial).

Conclusión:

La independencia abre un panorama caracterizado por el fraccionamiento en repúblicas y el


enfrentamiento entre los territorios y pueblos con los que Bolívar soñaba construir la unidad
latinoamericana. Esas repúblicas nacen subdesarrolladas, atadas a metrópolis neocolonialistas
por la dependencia económica, el intercambio desigual y el endeudamiento externo. La
destrucción ocasionada por la guerra y la sustitución del sistema colonial español por el
sistema neocolonial estadounidense o británico, provocan una crisis económica que exacerba
las contradicciones inherentes. Se trata de la imposición de una camisa de fuerza que se
propone eliminar la posibilidad, tanto de una reforma social progresista, como de una
situación revolucionaria. El propósito de este sistema, que hasta hoy en día estamos
atravesados, es de imponer las condiciones políticas, económicas y sociales que garanticen la
máxima transferencia de riqueza de América Latina a los centros de poder imperialista, en
particular a los Estados Unidos. Es un proceso que, en vez de crear fuentes de riqueza, se
apropia de las ya existentes y las depreda. Eduardo Galeano dice lo siguiente: “Nuestra
comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder
(…) Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del
petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los
alimentos con destinos a los países ricos que ganan, consumiéndolos, muchos más de lo que
América Latina gana produciéndolos”.
Por eso, debemos luchar para constituir la América Latina unida, enfrentar al imperialismo
opresor y constituir una gran nación hermana con Justicia Social.

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Bibliografía de la Cátedra:

➢ Carmagnani, Marcello; "El Otro Occidente. América Latina desde la Invasión


Europea hasta la Globalización"; Fondo de Cultura Económica; México; 2004

➢ Halperin Donghi, Tulio; "Historia Contemporánea de América Latina"; Alianza


Editorial; Buenos Aires; 2005. 6° Edición- 5° Reimpresion.

➢ Regalado, Roberto; "América Latina Entre Siglos"; Ocean Sur Publicaciones; La


Habana, Cuba; 2006- Segunda Edición.

➢ Romero, José Luis; “Latinoamérica, las ciudades y las ideas”; Siglo XXI Ediciones;
Buenos Aires; 2008 .

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