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6.1. El sacerdocio es el poder y la autoridad eternos de Dios.

Por medio del


sacerdocio, Dios creó y gobierna los cielos y la tierra. Por medio de ese poder Él
redime y exalta a Sus hijos. Se confiere el sacerdocio a los miembros varones de
la Iglesia que sean dignos. Las bendiciones del sacerdocio están al alcance de
todos los hijos de Dios por medio de las ordenanzas y los convenios del
Evangelio.

6.2. Las llaves del sacerdocio constituyen el derecho de presidir, es decir, el


poder que Dios da al hombre para gobernar y dirigir el Reino de Dios sobre la
tierra (véase Mateo 16:15–19). Las llaves del sacerdocio son necesarias para
dirigir la predicación del Evangelio y la administración de las ordenanzas de
salvación.

6.3. Jesucristo posee todas las llaves del sacerdocio pertenecientes a Su Iglesia
y ha conferido sobre cada uno de Sus Apóstoles todas las llaves pertenecientes
al Reino de Dios en la tierra. El Presidente de la Iglesia es la única persona sobre
la tierra autorizada a ejercer todas las llaves del sacerdocio. Los presidentes de
templo, los presidentes de misión, los presidentes de estaca, los obispos y los
presidentes de cuórum también poseen llaves del sacerdocio para presidir y
dirigir la obra que se les ha encomendado.

6.4. Todos los que prestan servicio en la Iglesia, tanto hombres como mujeres,
son llamados bajo la dirección de alguien que posee llaves del sacerdocio (véase
D. y C. 42:11). El élder Dallin H. Oaks, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:
“Quienquiera que funcione en un oficio o llamamiento recibido de alguien que
posea llaves del sacerdocio, ejerce autoridad del sacerdocio al desempeñar los
deberes que se le hayan asignado” (“Las llaves y la autoridad del sacerdocio”,
Liahona, mayo de 2014, pág. 51). La autoridad del sacerdocio solo se puede
ejercer en rectitud (véase D. y C. 121:36, 41–42).
La forma en que el obispo Edward Partridge y Charles Allen, un converso de 27
años de Pensilvania, respondieron ante la persecución.
“El populacho prendió al obispo Edward Partridge y a Charles Allen, y los
arrastraron por entre la turba enloquecida, que los insultaba y vejaba por el
camino a la plaza pública. Allí les dieron dos alternativas: o ellos renunciaban a
su fe en el Libro de Mormón o debían abandonar la región. Los dos se negaron
a repudiar el Libro de Mormón y tampoco querían salir del condado. Cuando se
le permitió hablar, el obispo Partridge dijo que los santos de todas las épocas
habían sufrido persecución, y que él estaba dispuesto a sufrir por la causa de
Cristo, tal como lo habían hecho los santos de la antigüedad; que él no había
ofendido a nadie y que si ellos lo maltrataban, estarían agrediendo a un hombre
inocente. Entonces, su voz fue ahogada por los gritos de la multitud, muchos de
los cuales gritaban: ‘¡Clama a tu Dios para que te libre…!’ A los dos hermanos,
Partridge y Allen, les quitaron la ropa y les pusieron brea, mezclada con cal o con
potasa, o algún otro ácido que desintegra la piel, y les pusieron cierta cantidad
de plumas. Los dos soportaron con tal resignación y mansedumbre, que la
multitud quedó inmóvil y parecía estar sorprendida de lo que había presenciado.
A los hermanos se les permitió retirarse en silencio”
“En Holanda, durante la Segunda Guerra Mundial, la familia de Casper ten Boom usaba
su hogar como escondite para aquellos que eran perseguidos por los nazis. Esa era su
manera de vivir de acuerdo con su fe cristiana. Cuatro miembros de la familia
perdieron la vida por proporcionar ese refugio. Corrie ten Boom y su hermana Betsie
pasaron unos meses de terror en el infame campo de concentración de Ravensbrück.
Betsie murió allí, pero Corrie sobrevivió.
“En Ravensbrück, Corrie y Betsie aprendieron que Dios nos ayuda a perdonar. Después
de la guerra, Corrie estaba decidida a compartir ese mensaje. En una ocasión, ella
acababa de hablarle a un grupo de personas en Alemania que sufría los estragos de la
guerra. Su mensaje había sido: ‘Dios perdona’. Fue entonces que la fidelidad de Corrie
ten Boom dio a luz una bendición.
“Un hombre se le acercó y ella lo reconoció como uno de los guardias más crueles del
campo de concentración. ‘Usted mencionó Ravensbrück en su discurso’, dijo él. ‘Yo fui
guardia ahí… pero desde ese entonces me he convertido en cristiano’. Él explicó que
había procurado el perdón de Dios por las cosas crueles que había hecho; extendió su
mano y preguntó: ‘¿Me perdonará usted?’
“Corrie ten Boom entonces dijo:
“‘Quizás no fueron muchos segundos los que él estuvo ahí, con su mano extendida,
pero a mí me parecieron horas mientras yo luchaba con la situación más difícil que
jamás había enfrentado.
“‘El mensaje de que Dios perdona tiene una… condición: Que tenemos que perdonar
a los que nos han herido…
“‘¡Ayúdame!’, oré en silencio. ‘Yo puedo extender mi mano; es todo lo que puedo
hacer. Tú concédeme el sentimiento’.
“‘Inexpresiva y mecánicamente estreché mi mano con la que él extendía hacia mí. Al
hacerlo, sucedió algo increíble: Una corriente me empezó en el hombro, recorrió mi
brazo y explotó en nuestras manos unidas. Y entonces esa calidez sanadora pareció
inundar todo mi ser, lo que hizo brotar lágrimas de los ojos.
“‘¡Lo perdono, hermano!’, exclamé, ‘con todo mi corazón’.
“‘Por un largo momento nos estrechamos las manos; el antiguo guardia con la antigua
prisionera. Nunca había sentido el amor de Dios tan intensamente como en ese
momento’.

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