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Esta novena esta diseñada para que cada palabra que recites, sea
alimento espiritual del alma, te invitamos a que lo hagas en un sitio
tranquilo, donde nada te distraiga y que lo entregues de corazón con
alegría
Con cariño,
DÍA PRIMERO
Conocer el amor de Dios en Jesucristo
Hoy oramos por las familias
Oración inicial
Oh Dios, que, en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te
has dignado regalarnos misericordiosamente infinitos tesoros de amor, te
pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad, manifestemos
también una conveniente reparación. Por nuestro Señor Jesucristo.
Meditación
Las palabras del profeta Isaías, “sacaréis agua con gozo de las fuentes
de la salvación” (Is 12, 3), con las que comienza la encíclica con la que
Pío XII recordaba el primer centenario de la extensión a toda la Iglesia de
la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, no han perdido nada de su signi-
ficado hoy, cincuenta años después. La encíclica Haurietis aquas, al pro-
mover el culto al Corazón de Jesús, exhortaba a los creyentes a abrirse
al misterio de Dios y de su amor, dejándose transformar por él. Cincuenta
años después, sigue siendo siempre actual la tarea de los cristianos de
continuar profundizando en su relación con el Corazón de Jesús para re-
avivar en sí mismos la fe en el amor salvífico de Dios, acogiéndolo cada
vez mejor en su vida.
El costado traspasado del Redentor es la fuente a la que nos invita a
acudir la encíclica Haurietis aquas: debemos recurrir a esta fuente para
alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a
fondo su amor. Así podremos comprender mejor lo que significa conocer
en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra
mirada en él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor,
para poderlo testimoniar después a los demás. En efecto, como escribió
mi venerado predecesor Juan Pablo II, “junto al Corazón de Cristo, el co-
razón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su
vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente
cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor
filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y esta es la verdadera repa-
ración pedida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas
por el odio y la violencia, se podrá construir la civilización del Corazón de
Cristo” (Juan Pablo II, Carta al prepósito general de la Compañía de Je-
sús, 5 de octubre de 1986).
En la encíclica Deus caritas est cité la afirmación de la primera carta de
san Juan: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos
creído en él”, para subrayar que en el origen del ser cristianos está el en-
cuentro con una Persona (cf. n. 1). Dado que Dios se manifestó del modo
más profundo a través de la encarnación de su Hijo, haciéndose “visible”
en él, es en la relación con Cristo donde podemos reconocer quién es
verdaderamente Dios (cf. Haurietis aquas, 29-41; Deus caritas est, 12-15).
Más aún, dado que el amor de Dios encontró su expresión más profunda
en la entrega que Cristo hizo de su vida por nosotros en la cruz, es sobre
todo al contemplar su sufrimiento y su muerte como podemos recono-
cer de manera cada vez más clara el amor sin límites que Dios nos tiene:
“Tanto amó Dios al mundo dio a su Hijo único, para que todo el que crea
en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
Por lo demás, este misterio del amor que Dios nos tiene no sólo constituye
el contenido del culto y de la devoción al Corazón de Jesús: es, al mis-
mo tiempo, el contenido de toda verdadera espiritualidad y devoción
cristiana. Por tanto, es importante subrayar que el fundamento de esta
devoción es tan antiguo como el cristianismo. En efecto, sólo se puede
ser cristiano dirigiendo la mirada a la cruz de nuestro Redentor, “al que
traspasaron” (Jn 19, 37; Za 12, 10). La encíclica Haurietis aquas recuerda,
con razón, que la herida del costado y las de los clavos han sido para in-
numerables almas los signos de un amor que ha transformado cada vez
más eficazmente su vida (cf. n. 52). Reconocer el amor de Dios en el Cru-
cificado se ha convertido para ellas en una experiencia interior que les
ha llevado a confesar, como santo Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,
28), permitiéndoles alcanzar una fe más profunda acogiendo sin reservas
el amor de Dios (cf. Haurietis aquas, 49).
Corazón santo, Gozos al
Sagrado Corazón
Tú reinarás,
Tú nuestro encanto
Siempre serás.
Corazón santo,
Tú reinarás...
CONSAGRACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Señor Jesucristo, único redentor del hombre, mira con amor a
quienes estamos aquí reunidos y abre para nosotros la fuente
eterna de tu misericordia que mana de tu Corazón abierto en la
Cruz.
Por medio del Inmaculado Corazón de María nos consagramos
a ti para ser siempre y solo tuyos: en la vida, en la muerte, y en
la eternidad. ¡Que nada nos separe de tu amor! Concédenos un
corazón semejante al tuyo, manso y humilde, que te escuche y
guarde tus mandatos; que se alimente de la Palabra y de la Eu-
caristía para que, arraigados, edificados y transformados en ti,
seamos para todo el mundo testigos de tu infinito amor. Amén.
Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.
Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.
Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.
ORACIÓN FINAL
¡Oh Padre Eterno! Por medio del Corazón de Jesús, mi vida, mi
verdad y mi camino, llego a Vuestra Majestad; por medio de
este adorable Corazón, os adoro por todos los hombres que no
os adoran; os amo por todos los que no os aman; os conozco por
todos los que, voluntariamente ciegos, no quieren conoceros.
Por este divinísimo Corazón deseo satisfacer a Vuestra Majestad
todas las obligaciones que os tienen todos los hombres; os ofrez-
co todas las almas redimidas con la preciosa sangre de vuestro
divino Hijo, y os pido humildemente la conversión de todas por el
mismo suavísimo Corazón.
No permitáis que sea por más tiempo ignorado de ellas mi ama-
do Jesús; haced que vivan por Jesús, que murió por todas. Pre-
sento también a Vuestra Majestad, sobre este santísimo Corazón,
a vuestros siervos, mis amigos, y os pido los llenéis de su espíritu,
para que, siendo su protector el mismo deífico Corazón, merez-
can estar con vos eternamente. Amén.
DÍA SEGUNDO
Experimentar el amor de Dios volviendo la mirada
al Corazón de Jesucristo
Hoy oramos por los niñós y jóvenes
Oración inicial
Oh Dios, que, en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te has
dignado regalarnos misericordiosamente infinitos tesoros de amor, te pedi-
mos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad, manifestemos también
una conveniente reparación. Por nuestro Señor Jesucristo.
Meditación
Oración inicial
Oh Dios, que, en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te
has dignado regalarnos misericordiosamente infinitos tesoros de amor, te
pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad, manifestemos
también una conveniente reparación. Por nuestro Señor Jesucristo.
Meditación
BENEDICTO XVI. Carta en el 50º aniversario de la encíclica
Haurietis aquas de Pío XII, 15 mayo 2006.
Oración inicial
Oh Dios, que, en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te
has dignado regalarnos misericordiosamente infinitos tesoros de amor, te
pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad, manifestemos
también una conveniente reparación. Por nuestro Señor Jesucristo.
Meditación
BENEDICTO XVI. Carta en el 50º aniversario de la encíclica
Haurietis aquas de Pío XII, 15 mayo 2006.
Oración inicial
Oh Dios, que, en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te
has dignado regalarnos misericordiosamente infinitos tesoros de amor, te
pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad, manifestemos
también una conveniente reparación. Por nuestro Señor Jesucristo.
Meditación
BENEDICTO XVI. Homilía Corazón de Jesús, 11 junio 2010
Su corazón está abierto por nosotros y ante nosotros; y con esto nos ha
abierto el corazón de Dios mismo. Veamos brevemente las dos antífonas
de comunión sugeridas por la Iglesia en su liturgia de la misa del Corazón
de Jesús.
Ante todo, está la palabra con la que san Juan concluye el relato de la
crucifixión de Jesús: «uno de los soldados con la lanza le traspasó el cos-
tado, y al punto salió sangre y agua» (Jn 19,34). El Corazón de Jesús es
traspasado por la lanza. Se abre, y se convierte en una fuente: el agua
y la sangre que manan aluden a los dos sacramentos fundamentales de
los que vive la Iglesia: el Bautismo y la Eucaristía. Del costado traspasado
del Señor, de su corazón abierto, brota la fuente viva que mana a través
de los siglos y edifica la Iglesia.
El Corazón abierto es fuente de un nuevo río de vida; en este contexto,
Juan ciertamente ha pensado también en la profecía de Ezequiel, que
ve manar del nuevo templo un río que proporciona fecundidad y vida (Ez
47): Jesús mismo es el nuevo templo, y su Corazón abierto es la fuente de
la que brota un río de vida nueva, que se nos comunica en el Bautismo y
la Eucaristía.
La liturgia de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, sin embargo,
prevé como antífona de comunión otra palabra, afín a esta, extraída del
evangelio de Juan: «El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí
que beba. Como dice la Escritura: De sus entrañas manarán torrentes de
agua viva» (Jn 7,37s). En la fe bebemos, por así decir, del agua viva de
la Palabra de Dios. Así, el creyente se convierte él mismo en una fuente,
que da agua viva a la tierra reseca de la historia. Lo vemos en los santos.
Lo vemos en María que, como gran mujer de fe y de amor, se ha conver-
tido a lo largo de los siglos en fuente de fe, amor y vida. Cada cristiano
y cada sacerdote deberían transformarse, a partir de Cristo, en fuente
que comunica vida a los demás. Deberíamos dar el agua de la vida a un
mundo sediento.
Señor, te damos gracias porque nos has abierto tu Corazón; porque en
tu muerte y resurrección te has convertido en fuente de vida. Haz que
seamos personas vivas, vivas por tu fuente, y danos ser también nosotros
fuente, de manera que podamos dar agua viva a nuestro tiempo. Te
agradecemos la gracia del ministerio sacerdotal. Señor, bendícenos y
bendice a todos los hombres de este tiempo que están sedientos y bus-
cando. Amén.
Continuar con loz gozos...
DÍA SEXTO
Creer en el amor de Dios
Hoy oramos por los alejados
Oración inicial
Oh Dios, que, en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te
has dignado regalarnos misericordiosamente infinitos tesoros de amor, te
pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad, manifestemos
también una conveniente reparación. Por nuestro Señor Jesucristo.
Meditación
BENEDICTO XVI. Encíclica Deus caritas est.
DÍA SÉPTIMO
¿Cómo podemos amar a Dios si no lo vemos?
El don del Espíritu. Fe y amor.
Hoy oramos por los agentes de pastoral
Oración inicial
Oh Dios, que, en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te
has dignado regalarnos misericordiosamente infinitos tesoros de amor, te
pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad, manifestemos
también una conveniente reparación. Por nuestro Señor Jesucristo.
Meditación
BENEDICTO XVI. Encíclica Deus caritas est.
La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en noso-
tros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor. De
este modo transforma nuestra impaciencia y nuestras dudas en la espe-
ranza segura de que el mundo está en manos de Dios y que, no obstante,
las oscuridades, al final vencerá Él. La fe, que hace tomar conciencia del
amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, sus-
cita a su vez el amor. El amor es una luz en el fondo la única que ilumina
constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar.
El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque he-
mos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios
al mundo: a esto quisiera invitar.
Oración inicial
Oh Dios, que, en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te
has dignado regalarnos misericordiosamente infinitos tesoros de amor, te
pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad, manifestemos
también una conveniente reparación. Por nuestro Señor Jesucristo.
Meditación
BENEDICTO XVI. Encíclica Deus caritas est.
Oración inicial
Oh Dios, que, en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te
has dignado regalarnos misericordiosamente infinitos tesoros de amor, te
pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad, manifestemos
también una conveniente reparación. Por nuestro Señor Jesucristo.
Meditación
BENEDICTO XVI. Mensaje para la Cuaresma 2007
+ DIOCESIS DE OCAÑA +
2021