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EL GUARDIÁN
Jonás Fuentes León 3º A
Erase una vez un guardia que trabajaba a las puertas del templo de una ciudad, la
cual se situaba donde ahora esta el Atlántico. En el templo vivía la familia real, y sus
más allegados. Resulta que el guardia, que hacía el turno de noche, observaba a la
princesa Chari, de quien se había enamorado. Por las noches se dedicaban formales
saludos y frases del tipo: “-parece que va a refrescar…”, a los que se contestaban
con gestos y gruñidos. Su amor era mutuo. El inconveniente es que, en su sociedad,
el amor entre gente de distinta clase social no estaba ni bien visto ni permitido. Pero
a ellos les daba igual; poco a poco, se declararon su amor y empezaron a salir a
escondidas.
El rey Popescu, que era una muy buena persona, al enterarse de la historia, decidió
(para no parecer un monarca blando y que cambiaba las leyes por casos
particulares) encargar al guardia un trabajo. El trabajo probaría el ingenio, la fuerza,
la velocidad y la habilidad de nuestro protagonista.
Resulta que el rey estaba enfermo del corazón y el frasco que contenía la única
medicina que podía curarlo se encontraba en la isla de Yonkaliens. Los Yonkaliens
eran unos extraños seres de leyenda que ponían pruebas a los míticos héroes
griegos. De modo que el rey le propuso al guardia:
- Si traes la medicina podrás estar más cerca de mi hija. Cambiaré tu turno de tarde
por el de mañana y te nombraré guardaespaldas de la princesa. Eso sí, el matrimonio
os seguirá vedado.
La primera prueba se la resolvió la princesa Chari, pues le cogió un mapa de la
posición de la isla a su padre y se lo entregó a su amado para que no se perdiera.
Tras tres días de viaje, el guardia divisó una isla entre la niebla, y allí se dirigió.
La arena de la playa era muy fina, ante él se extendía un enorme bosque, y de él
surgía un enorme volcán nevado. Pensó: “qué contradicción”. Nada más entrar en el
bosque algo le golpeó en la nuca. Cuando despertó, estaba tumbado en medio de
una sala circular que parecía girar y emitir luces de miles de colores. A su alrededor
cientos de pequeños seres, con el pelo tan largo que les llegaba hasta los pies,
parecían bailar. Todos tenían el pelo oscuro como la noche, excepto uno que lo tenía
muy rubio, tanto que casi molestaba a la vista.
– El rey de la isla Narizandia, me ha informado de que mandaría a un guerrero para
someterlo a las pruebas. ¿Sois vos?
– Supongo- respondió el todavía aturdido aventurero.
pensaba en su amada Chari Bartolita. Tras pasar la nieve llegó a lo más alto del
volcán.
Allí hacía calor. Había una cueva tallada en la propia montaña, con su respectivo ser.
Este tenía pinta de ser un erudito, pues su barba se juntaba con la melena, de la que
le salían papeles y libros.
El erudito le explicó que estaba decorando una de las paredes,
pero no tenía ni pulso ni edad para acabarlo. Quería que fuera
simétrico, pero era un tacaño y le dijo que le gastara la menos
cantidad de pintura posible.
Nuestro amigo lo hizo coloreando cuatro cuadros, pero con la
edad se dio cuenta de que con tres bastaría. El erudito, que no
lo era tanto, le dio el visto bueno y le dijo
– La última prueba también te la propondré yo.
De entre su barba se sacó un pequeño tubo de ensayo con un líquido azul en su
interior.
– Para conseguirlo deberás demostrar velocidad, pero al igual que en todas las
pruebas tendrás que realizar un calculo lógico primero.
– Entendido.
– El frasco se deslizará ladera abajo, y tú tendrás que cogerlo. Tú corres
exactamente tres veces más rápido que el frasco, pero este partirá con 12 metros de
ventaja y a una velocidad de 2 m/s. ¿cuánto tardarás en alcanzarlo?
El inteligente enamorado le dio la respuesta y, enseguida, el peludo dejo caer la
probeta. Corrió con todas sus fuerzas, y en cuanto tocó el pequeño bote, sintió como
si lo empujaran por encima del bosque, del mar, y aterrizó en la puerta donde tantas
veces había hecho guardia. Entró corriendo en el templo, con la prueba de su
heroicidad en alto; su expectante novia lo esperaba, y lo recibió con un emocionado
beso, que todos los presentes observaron con sana envidia. Y como suelen acabar
los cuentos, vivieron felices y comieron perdices.
-FiN-