Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Entro, pie derecho primero, izquierdo luego y empieza el partido. Hace mucho tiempo que
un equipo no me llamaba a jugar. Estoy nervioso y ansioso. Quiero coger ese balón,
asombrar a todos y hacer muchos goles. Me hago de nueve, mi posición desde el colegio.
Tiro una diagonal: ¡pinchazo! Tiro otra: me hacen el pase y se me va largo. Vuelvo a
pedirla, mi última chance: me rebota y nos cobran en la contra. Todos los de mi equipo
me miran a mí y a Gabriel, el parcero que me invitó. Hay silencio. Se comunican con señas.
Sé muy bien lo que dicen: “A este no le da”, “Ya no se la tiren más”, “No corre, no
controla, no sabe jugar”.
Pasa el tiempo, vamos perdiendo y llevo un rato largo sin tocar el balón. Me quiero ir a
casa. Mi perro, mis libros y mi novia me esperan. ¿Quién me mandó a venir?
De pronto, el rival se equivoca y el balón cae en mí y sin mente tiro. En mi cabeza: el gol
perfecto, el inicio de la remontada, las miradas de respeto, el “Dale, vamos que se puede”
del crack del equipo. La humillación de no saber patear, la vergüenza de jamás haber
aprendido, el sentimiento de culpa, la risa y el “¡Nooooo! Pásela, gran marica!” del imbécil
que juega mejor que yo: la realidad.
Sigue el partido y a mí me vuelve a pasar lo mismo una y otra vez, una y otra vez
hasta que se acaba: 5-1. Me despido de los rivales. Escondo mi furia, mis ojos rojos y mis
lágrimas de sudor en la camiseta. Regreso a casa en SITP. Me echo en la cama, me quito
los torretines y los punticos negros de la sintética caen entre mis sábanas.
Revivo los errores. Sufro. Tiros las diagonales en la cama. Controlo, me estiro y me
revuelco. Hasta que me duermo.