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VIDA NUEVA

Autor: Edward Herskowitz


VIDA NUEVA
COMO SOBREVIVIR
EN EL MUNDO HOY
Edward Herskowitz
"Petrus"
PRESENTACIÓN
Vamos hablando directo y honestamente: esta obra fue escrita para ti. Sí,
¡para ti! Con la esperanza de ayudarte a ser feliz y gozar de la vida a pesar
del caos que nos rodea cada día. Este librito te ayudará enfrentar y sobrevivir
en el mundo de hoy.

No es una idea nueva, tampoco es pasajera, es la Verdad que te hará libre.


Es un mensaje que le ha servido a millones y millones de personas como tú a
encontrar sentido a la vida, conectar con y pertenecer a algo sustancial;
escoger el camino correcto que llega a un amor como no te has imaginado
posible o hallas experimentado. Te llevará a un encuentro con Jesús, tu
Salvador, quien te dará la Vida Nueva en el Espíritu Santo.

Vivimos en un mundo lleno de ambigüedades: una persona te dice algo y


otra lo contradice. Ves la televisión y no sabes que creer o en cual anuncio
confiar. En las redes sociales se encuentra muchísima información…alguna
actual, otra exagerada y el resto mentira (Fake News).

Nos hemos vuelto materialistas, esclavos de la tecnología que fue


precisamente desarrollada con el fin de hacernos libres. También somos
individualistas y no nos preocupamos por la salud o el bienestar de nuestros
semejantes. Cuando vemos a alguien en apuros volteamos al otro lado y
pensamos "que alguien más le ayude, no puedo involucrarme". Y peor,
todavía, con groserías. (cf Lucas 10, 30-37).

Nuestra moralidad ha llegado hasta fondo por no tomar en cuenta las


leyes naturales, mucho menos las de Dios: matrimonios entre dos personas
del mismo sexo; cambio de sexo; vivir en unión libre; abortos, clonaciones,
entre otras.

Mahatma Gandhi decía: “No me asusta la maldad de los malos, me


aterroriza la indiferencia de los buenos”. Jesucristo nos dice que la Verdad
nos hará libres (Juan 8, 32). Algunas personas hablan de Dios y otros dicen
que Dios no existe, que es un invento del hombre.
Quizá te encuentres confundido porque todo y todos te jalan en diferentes
direcciones. ¿No sabes qué hacer? ¿Dónde ir? ¿A quién creer? No te puedes
conectar.

Honestamente… ¿Qué tipo de cristiano eres? Es muy posible que eres


Catolico de nacimiento pero "no practicante”. No juzgo, comento lo que es
un hecho para miles y miles de católicos en el mundo hoy. La mayoría de
nosotros fuimos bautizados como bebés y recibimos la Primera Comunión y
la Confirmación cuando éramos niños o adolescentes y con eso creemos que
"ya cumplimos". Puede ser que tienes algo de fe y vas a Misa los domingos,
recibes la Sagrada Comunión y vas al templo el Miércoles de Ceniza, Viernes
Santo y cuando necesitas algo de Dios.

Tal vez estés involucrado en una actividad en la Iglesia como visitar a los
enfermos; o eres catequista preparando niños o adultos para recibir los
sacramentos; o visitas a los internos en la cárcel, o perteneces a un coro.
Quizás eres un Catolico del cerebro; sabes mucho pero no has experimentado
tu fe en lo profundo de tu corazón.

No importa en cuál de los grupos te encuentras, es muy probable que


tienes una inquietud: algo falta en tu vida. Puede ser que sientes, como
cuando tienes un antojo, y quieres algo pero nada te apetece, o cuando tienes
ganas de salir pero no sabes a dónde.

Puedes tener otros síntomas como que Dios no te escucha o vas a Misa y
sales aburrido. Tal vez buscas la felicidad y no la encuentras; estás triste y
fácilmente te molestan las cosas. ¡Algo falta! ¡Algo va mal! No sabes qué,
pero algo falta en tu vida. Es muy probable que no te has enamorado de
Jesús.

¿Buscas una vida buena, tranquila, plenamente feliz y exitosa? ¿Has


buscado en otras religiones, pero persiste esa inquietud y estás más
confundido que nunca? ¿Buscas pero no encuentras? Es que buscas en lo
superficie, en lo pasajero, en lo externo. Buscas en donde no está. No vas a
encontrar la felicidad en lo que te ofrece el mundo, sino en lo que te ofrece
Dios. Los placeres del mundo son pasajeros, no permanecen. El Amor es
infinito, Dios es amor. La Santa Edith Stein dijo: "Quien busca la verdad,
consciente o inconscientemente, busca a Dios".

En verdad es posible que no sabes qué buscas. Estos síntomas indican que
tienes hambre y sed de Dios. Buscas a Jesús sin saberlo. Cristo quiere llenar
ese vacío que sientes en tu corazón. Solo Él puede hacerte feliz. Solo su amor
es duradero; es eterno. Te falta la vida que te ofrece Jesús. La vida que te
regala Dios es más que un "cumplir" con tres sacramentos e ir a Misa los
domingos. El santo obispo Agustín dijo que fuimos hechos para Dios y
nuestro corazón no estará tranquilo hasta reposar en Él.

Por décadas los Papas han exhortado la necesidad de tener un encuentro


personal con Jesucristo. Este librito te invita a conocer íntimamente a Jesús tu
Salvador para poder lograr la vida nueva y eterna."Pues ésta es la vida
eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesús, el
Cristo"(Juan 17, 3; cf. Lucas 24, 48).

Ya es tiempo de conocer a Jesús y dejar atrás el pasado. Ya es tiempo de


hacerle caso a esa voz que siempre te llama desde dentro de tu corazón. Es
tiempo de una renovación.
No tengas miedo abrir tu corazón a Jesús. Por la Gracia de Dios, funcionó
para mí. Seguramente funcionará para ti, si abres tu corazón a Jesús. Ya es
tiempo de hacer lo que has evitado por demasiado tiempo. Ya es tiempo de
descubrir cómo sobrevivir en el mundo hoy para gozar de la vida nueva que
te espera. Dios quiere que todos se salven y lleguen a la vida eterna (1a
Timoteo 2, 4).

Ahora hay que creerle a Jesús, aceptarlo en tu corazón y experimentarlo


en todos los ámbitos de tu vida. Estamos llamados a dejarnos cubrir por el
manto de amor infinito del Padre Dios, que solo nos pide amarle como Él nos
ama (Deuteronomio 6, 5; Lucas 10, 27).

¡No tengas miedo! Jesús te busca, déjate encontrar: "Mira que estoy a la
puerta y llamo; si alguien escucha mi voz y me abre, entraré a su casa a
comer, yo con él y él conmigo" (Apocalipsis 3, 20). ¿No crees que ya es
tiempo de abrir la puerta de tu corazón a Jesús y dejarlo entrar?

La siguiente oración es para que reces cada vez que leas este libro o mejor
cada día…

SEÑOR JESÚS, CREO EN MI CORAZÓN QUE TÚ ERES


EL SEÑOR: QUE TÚ ERES DIOS.

TE ACEPTO COMO MI ÚNICO SEÑOR Y SALVADOR.


CONFIESO CON MI BOCA Y MI CORAZÓN QUE ESTAS VIVO,
QUE RESUCITASTE DE ENTRE LOS MUERTOS
Y QUE ESTAS SENTADO A LA DERECHA DEL PADRE.

TE ENTREGO TODO LO QUE TENGO, LO QUE SOY,


LO QUE FUI, Y LO QUE QUIERO LLEGAR A SER.

ESTOY SEGURO QUE NADA, NI NADIE, NI HOY, NI NUNCA,


ME PODRÁN SEPARAR DE TI, PORQUE ME AMAS,
PORQUE NADIE ME AMA COMO TÚ

AMIGO JESÚS, HOY QUIERO ENCONTRARME CONTIGO.


QUIERO QUE ENTRES EN MI CORAZÓN Y CAMBIES MI VIDA,
QUE CURES MI ALMA, QUE SANES TODA MI PERSONA.

CONFIESO CON MI BOCA QUE VAS A CAMBIAR TODA MI VIDA,


GRACIAS SEÑOR PORQUE HOY VOY A VOLVER A NACER.

TE PIDO POR MI FAMILIA, POR LOS QUE AMO,


BENDÍCELOS, SEÑOR,

GRACIAS JESÚS, GRACIAS JESÚS.

(Autor desconocido.)

Capítulo 1 DIOS TE AMA.

Dios existe y está vivo. Y, aunque no lo veas, Él sí te ve y te conoce


mejor que tú mismo te conoces. No solamente te conoce sino te ama. Sí, ¡te
ama! Te ama sin "peros", tal como eres con un amor que no tiene limite ni
fin. Ahora el amor es ocuparse del otro. Ya no se busca el bien para sí mismo,
sino que ansía el bien del amado. El amor se concentra en el bienestar del
amado. Así es el Amor de Dios: concentrado en ti.

Dios se reveló como el que es rico en amor y fidelidad (cf Éxodo 34, 6).
"En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su gracia, su
amor, pero también su fiabilidad" (CIC 214). Dios es la Verdad misma, sus
palabras no pueden engañar. Por ello nosotros nos podemos con toda
confianza entregarnos a la verdad, y a la fidelidad de su palabra en todas las
cosas.
"Tanto amó Dios al mundo que entregó su Hijo Único, para que todo
el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3, 16).
Nosotros no podemos existir sin el amor de Dios. Si Dios dejaría de amarnos,
dejaríamos de existir. "Dios es amor" (1a Juan 4, 8). Todo lo hace por amor.

Te ama a ti personalmente como padre amoroso. Te ama y eres


importante para Él. Te acepta incondicionalmente tal como eres. No importa
tu género, tu edad o tu nivel de estudios. Tampoco le importa si eres rico o
pobre, alto o chaparro, gordo o flaco, blanco, negro u otro color, te ama tal
como eres, pues así te creó.

Dios te ama y acepta, no por lo que tienes o no tengas, ni por lo que has
hecho o logrado. Sinceramente y simplemente te ama y acepta. Y su amor es
fiel, fluye constantemente sin parar. Tan perfecto es su amor que nunca te
dejará de amar y siempre estará contigo para llevarte por el camino que Él
tiene para ti. "…Con amor eterno té he amado, por eso prolongaré mi
favor contigo" (Jeremías 31, 3). Él te ama tanto que te prolonga las
oportunidades de cambiar tu vida para vivir plenamente en ese amor que te
tiene.

El amor que te tiene Dios es tan enorme y tan puro que es incondicional;
te ama con todas tus virtudes y todas tus fallas, incluso con tus pecados. "…
Pero, ¿puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al
hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna olvidase, ¡yo nunca me
olvidaría de ti! Mira cómo te tengo grabado en la palma de mis
manos…" (Isaías 49, 15-16).

"Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene
de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, pues Dios es
amor. Envió Dios a su Hijo Único a este mundo para darnos la Vida
Nueva por medio de él. Así se manifestó el amor de Dios entre nosotros.
No somos nosotros los que hemos amado a Dios sino que él nos amó
primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados: en esto
está el amor" (1a Juan 4, 10). Ahora el amor ya no es sólo un mandamiento,
sino la respuesta al don de amor. El Amor se paga con amor.
Este hecho es de los más importantes y nunca se debe olvidar. Dios te
ama tal como eres, pues te creó a su imagen y semejanza (Génesis 1, 27).

Como tu Creador, Dios tiene un plan amoroso para ti. Este plan es para
que goces de la vida divina desde aquí en la tierra. "Antes de formarte en el
seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré,
y te destiné a ser profeta de las naciones" (Jeremías 1, 5).

Él quiere lo mejor para ti y quiere que realices la plenitud de cuerpo y


alma. Desea que tengas paz en tus relaciones con tu familia, amigos,
amistades, compañeros de trabajo o escuela…con todos. Te ofrece éxito en
tus estudios, trabajo o vocación. Te bendecirá con materiales suficientes para
el desarrollo tuyo y de tu familia.

Como verdadero padre amoroso siempre está pendiente de ti y provee la


necesaria protección, necesidad y bienestar. El te cuida y te cuidará todos los
días de tu vida. Dios nos dice en las Sagradas Escrituras: "Ten fe en el Señor
Jesús y te salvarás tú y tu familia" (Hechos 16, 31).

Dios es tan inmenso que todo el universo no lo puede contener. Jesús se


rebaja, se humilla, haciéndose hombre y viene a este mundo a vivir entre
nosotros (cf. Filipenses 2). Pero por desgracia muchos no lo aceptan ni le
hacen caso.

Dios no miente. La Palabra de Dios es "viva y eficaz" y su Palabra es


Verdad. Dios te ha rescatado, no tengas miedo porque te aprecia y ama
mucho (cf Isaías 43, 1-7). Él nos creó, salimos de su mente y vamos
caminando mano en mano de regreso hacia Él. San Agustín, un gran santo y
padre de la Iglesia dice qué fuimos creados por Dios y para Dios y no
estaremos tranquilos hasta que estemos con Él. Salimos del Amor para amar
y ser amados.

Solo Dios sabe para qué y porque nos hizo, pero nos lo va revelando poco
a poco. Somos su obra buena; Él no hace basura, todo lo que hace es bueno.
Y nos equipó, a cada uno, con dones y talentos suficientes para lograr el plan
que tiene para cada uno. Nos obsequió libre voluntad y sabiduría y puso en
nuestras manos los talentos, la inteligencia, la fuerza y todo lo necesario para
ganar lo mejor de la vida espiritual igual que la física.
Él no necesita nada ni a nadie, consecuentemente todo lo que existe es
porque Dios quiere algo bueno para ello o quiere hacer un bien con ello. El
amor de Dios precede todo, nuestras necesidades, nuestra inteligencia,
nuestro ser entero.

Dios creo el universo y todo lo que contiene y nos puso como


administradores de una pequeña parte de ello. Nos ha llamado por nuestro
nombre, o sea personalmente, nos ha llamado para amar y ser amados. "Con
amor eterno té he amado, por eso prolongaré mi favor contigo" (Jeremías
31, 3). Con amor eterno significa desde que Dios pensó en ti, te ha amado; te
dio vida porque pensó en ti. Y Dios nunca jamás se olvidará de ti porque
tiene tu nombre escrito en la palma de su mano (Isaías 49, 16).

Eres el buen resultado de su poderosa obra, nos destina a la felicidad, y


pone todo a nuestra disposición para que logremos esa felicidad y plenitud, si
seguimos su plan. Por nuestro bautismo fuimos invitados a una relación y
comunión personal de amor con Él, como hijos y amigos. Siendo hijos del
mismo padre nos hace hermanos de Jesús y de unos y otros y consiguiente el
amor entre hermanos debe manifestarse amándonos unos con otros,
tratándonos como tales.

"Y ahora, así te habla Yavé, que te ha creado (…) no temas, porque
yo te he rescatado; te he llamado por tu nombre, tú me perteneces (…).
Pues yo soy Yavé, tú Dios, el Santo de Israel, tu Salvador. Para
rescatarte, entregaría a Egipto, Etiopía y Saba, en lugar tuyo. Porque tú
vales mucho más a mis ojos, yo te aprecio y te amo mucho…" (Isaías 43,
1-4).

Dios te está diciendo que te ha rescatado y no tienes nada que temer. Son
tantas las cosas que nos inquietan, algunas pequeñas y otras más grandes.
Tranquilo, Dios cuida sobre ti. Deja atrás lo negativo, la falta de autoestima,
inseguridad, el miedo al "qué dirán". Olvida los pensamientos de que no vales
nada o que eres un "inútil" y que no le importas a nadie. Dios te asegura que
tú sí eres valioso, le perteneces y te cuidará.

Dios te ama y aprecia tanto que quiere que seas uno con Él: "Que todos
sean uno como tú, Padre, estás en mi, y yo en ti. Sean también uno en
nosotros: así el mundo creerá que tú me has enviado" (Juan 17, 21).

¡Imagínate! Dios nos sigue amando con la misma intensidad a pesar de


que hemos pecado contra Él. Nos ha creado, dándonos vida, sabiendo que nos
tenía que rescatar, redimir, con la preciosa sangre de su único Hijo, Jesús.
Después de haber rechazado a su amor, y separarnos de Él por nuestros
pecados, nos sigue amando igual y no nos abandona. "El amor no se deja
llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona" (1a Corintios 13,
5b).
Quizá algo en tu vida impide que aceptes el hecho de que Dios te ama.
Hay tres situaciones muy comunes que pueden contribuir a tus dudas.
Aunque podemos aceptar las verdades con la mente, estos impedimentos
actúan como traba y no dejan pasar a lo más profundo de tu ser. La primera
es un concepto erróneo de Dios, la segunda es una relación dañada y la
tercera es el pecado propio.

La imagen errónea de Dios es el resultado de haber sido presentado con


un Dios vengativo, un Dios castigador, un Dios lejano, o que Dios es como
un policía viéndote y esperando que cometas una infracción para castigarte.
Pues corrige estas malas ideas. Dios no es vengativo, no es castigador, no
está lejos y tampoco espera para ponerte trampa. Todo al contrario, Dios es
Amor,

Para otros hay un imagen de Dios como dañada por un padre que no
provee adecuadamente, o golpea, miente, es borracho o infiel. Puede ser que
los padres no demostraron su amor hacia los hijos o discutían y peleaban en
su presencia. Si esto te aplica a ti, hazte consiente que así no es Dios.
Asegúrate, Dios te ama.
O también puede ser por la propia vida de pecado y alejamiento de Dios y
su amor. Quizá uno no ha conocido a Dios y no ha frecuentado el Templo o
participado en actividades religiosas. Simplemente no conoce a Dios.

Benedicto XVI en su Encíclica "DIOS ES AMOR" nos dice: "No se


comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva".

Piénsalo bien. Medita esta verdad de que DIOS TE AMA. No dejes otro
día pasar sin aprovechar ese amor que te tiene y ofrece. Como dijo el Santo
Papa Juan Pablo II: "No tengas miedo abrir tu corazón a Cristo".

Aunque Dios nos ame, tenemos que dejarnos ser amados por Él a su
propia manera de hacerlo. Si no lo permitimos perdemos la oportunidad que
nos ofrece: una vida nueva, feliz y abundante aquí "en la tierra como en el
Cielo".

Dios quiere que tengas una vida plena, libre, llena de gozo y alegría sin
tener que buscar elementos falsos que te vayan a perjudicar. Él quiere que
seas feliz, por eso te dio vida. Su amor es tan grande, tan singular "que no
solamente nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos" (1a Juan 3, 1).
Y, como hijos tenemos el derecho a la herencia. El amor de Dios basta para
enfrentar el mundo de hoy y ser felices.
Capítulo 2 ERES PECADOR.

Son muchas las maneras en las cuales se manifiesta Dios en la vida de


uno. Se manifiesta en la creación, en las personas (hasta en desconocidos), en
actas de amor, y por la salvación. Pero no podemos reconocerlo todo el
tiempo porque el pecado nos hace ciegos a su presencia, nos separa y aleja de
Dios. Un muro nos separa de Dios, un abismo intransitable nos mantiene
lejos de la fuente de vida. Esto es parte del resultado de haber pecado.

El pecado abusa de la libertad que Dios nos ha dado gratis. Todo hombre,
tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal.
La historia de la humanidad está repleta de ejemplos de desgracias y
opresiones que nacieron en el corazón del hombre y fueron consecuencia de
un mal uso de la libertad.

San Pablo en su carta a los Romanos nos dice: “Pues todos pecaron y a
todos les falta la gloria de Dios” (Romanos 3,23). San Juan nos dice,
también en la Biblia: “Si decimos: Nosotros no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos; y la Verdad no está en nosotros” (1ª Juan
1, 8).

¿Qué en realidad es el pecado? El pecado es, en su forma más simple, no


aceptar el amor de Dios: negar, rechazar o actuar contra Dios mismo, que es
AMOR. Negar el amor de Dios incluye ponerlo en segundo lugar; no ir a
Misa por preferir algo más a su vez. Dios nos dio diez mandamientos y
cuando hacemos algo en contra de uno o más de ellos, pecamos.

Por ejemplo, no robarás. Esto no está limitado a tomar algo ajeno, sino
incluye dar o recibir sobornos, las famosas "mordidas". También incluye
hacer tranzas en cualquier forma. Hay que decirlo tal como es, el pecado no
se justifica con: "todos lo hacen".

La muerte es consecuencia del pecado. Dios destinó al hombre a no


morir. Por tanto, la muerte fue contraría a los designios del Creador. Por el
Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios.
Consecuentemente por el Bautismo, pasamos a la Vida Nueva en Jesucristo
nuestro Salvador y Señor.

La Biblia nos advierte: “Es fácil ver lo que viene de la carne: libertad
sexual, impurezas y desvergüenzas; culto de los ídolos y magia; odios,
celos y violencias; furores, ambiciones, divisiones, sectarismo,
desavenencias y envidias; borracheras, orgías y cosas semejantes. (…) los
que hacen estas cosas no heredarán el Reino de Dios" (Gálatas 5, 19-21).
Esto es una lista de pecados que San Pablo nos presenta para evitarlos.

El pecado inició cuando el hombre rechazó el árbol de la vida en


preferencia al árbol del conocimiento del bien y el mal; el fruto prohibido. No
quiso seguir el consejo de Dios sino prefirió seguir su propio camino con sus
propias fuerzas.

El hombre, desde el principio, rechazó el amor de Dios y la comunión con


Él. Quizo edificar su propio reino prescindiendo de Dios. En vez de adorar al
Dios verdadero optó por ídolos, y las atracciones de este mundo: dinero,
propiedades, placeres, honores, y poderes. Como consecuencia entraron en el
mundo el miedo, la vergüenza, el odio, la violencia y, como se ha dicho, la
muerte.

Ahora la vida se presenta como una lucha intensa entre el bien y el mal.
La situación en la cual vivimos hoy es muy triste. No queremos salir de
nuestras casas por miedo, miedo a que nos asalten en la calle y miedo que nos
roben nuestras pertenencias en la casa que dejamos sola. Y peor todavía, los
inocentes son víctimas de "balas perdidas".

Hemos quitado Dios de la vida cotidiana y lo hemos relegado a un rincón


cubriéndolo para no verlo. No se reza en las escuelas y no se permiten fotos
religiosos pero de dignatarios, deportistas y presidentes corruptos sí. En las
escuelas en vez de enseñar teología se enseña sexo seguro y como "elegir" su
género y cambiarlo si así quiere uno.

Tenemos leyes civiles que van contra las de Dios. En diferentes países del
mundo se han legalizado abortos, casamientos entre dos personas del mismo
sexo. Lo común en nuestros tiempos es no casarse sino vivir juntos sin
compromiso. Así hay menos infidelidades, que también se ha hecho casi
costumbre entre los casados.

La corrupción es tan común que se ha hecho "un estilo de vida". Se oye el


refrán "no hay avanza sin tranza". Cada año hay muchísimos homicidios y
casi todos impunes.

El pecado tiene unas terribles consecuencias. El cuerpo puede sufrir toda


clase de afecciones, dolencias y enfermedades, algunas leves y otras graves.
La mente también puede sufrir diferentes tipos de desequilibrios con uno
mismo, familiares y semejantes. Adicciones y ataduras, angustias, temores,
vergüenzas, agitaciones, ira, tensiones, tristeza, depresión, vida sin sentido
también pueden resultar de la vida pecaminosa.

Nuestras relaciones con familiares, conocidos y la gente en general


pueden ser gravemente afectadas por nuestro pecado. Un pecado puede abrir
el paso para otros pecados peores o se pueden repetir tanto que se hacen
malos hábitos.

Los problemas de clima, calentamiento global y la pobreza son, en parte,


resultados del pecado. Donde quiera que vaya uno encuentra ríos y lagos
contaminados, igual que el aire. Los océanos se están contaminando con
basura, principalmente plástico.

Relaciones sociales entre grupos y naciones muy a menudo son afectadas


con corrupción, opresión, explotación, injusticia, violencia, y la lista puede
seguir sin agotarse.

De todo esto Dios no es responsable. "Dios no creó el mal, el mal es el


resultado de la ausencia de Dios en el corazón de los seres humanos"
(Einstein). Dios le entregó a Adán un paraíso limpio. El hombre es el
responsable de su deterioro. Rechazando a Dios y sus leyes, el hombre causó
todo este caos, incluso la enfermedad y la muerte.
En estos tiempos el mundo sufre una pandemia la cual no tiene igual.
Muchos no la aceptan, diciendo que es mentira del gobierno. Otros se burlan
de ella y hasta le retan. A pesar de esto, sí es real, sí es y ha sido una amenaza
mundial.

La historia revela que cada cuando el mundo experimenta una pandemia.


En la pandemia de gripe de 1918, la cual duró dos años, hubo millones de
contagiados y muertos. Desde los principios de 2020 hemos sufrido en todo
el mundo la pandemia del coronavirus (Covid-19). Solamente en Mexico
hasta esta fecha se han registrado más de 50,000 muertes y más de 462,000
personas contagiados de Covid-19.

Y, por supuesto, en el mundo la cuenta es mucho más elevada: al menos


712,000 muertos y más de 18 millones contagiados. Y los números siguen
creciendo a paso alarmante. Dios ha permitido (no mandado, sino permitido)
esta pandemia para llamarnos la atención ya que le hemos dado la espalda en
muchas cosas.

Nos hace pensar en las palabras del Señor Jesús (Mateo 7, 24-25) donde
pone como ejemplo dos personas que construyen, uno sobre piedra y el otro
sobre arena. Vino la lluvia y el viento y derrumbó lo construido sobre arena y
a la otra no le pasó nada. Construir sobre piedra significa construir con la
ayuda de Dios. Construir sobre arena significa construir sin la ayuda de Dios.
Así está nuestro mundo, tratando de progresar con Dios fuera de nuestra vida.
Para corregir sus errores, el hombre busca soluciones en su propia ciencia
y sabiduría, y confiando solo en sus propias fuerzas. Pero las soluciones del
hombre son engañosas y pueden ser falsas.

Soluciones basadas en el satanismo, ocultismo y esoterismo son


completamente falsas y nos llevarán a peores condiciones. En otras palabras
es pecado consultar brujas y espiritualistas. Creencias y supersticiones en
amuletos y talismanes también son pecados. Creer en y seguir la "santa
muerte" es un gravísimo pecado, igual que prácticas como leer las cartas o
palma de la mano, horóscopos, etc.

Hay que reconocer que somos pecadores y por el pecado hemos perdido
el Reino de Dios, la herencia que nos espera. Mientras vivimos en el pecado
no podemos ir al Cielo pero sí hay esperanza y se encuentra en el siguiente
capítulo. Mientras nos confiamos en esto: el amor de Dios es más grande que
todos los pecados juntos que llevaron a su Hijo a la Cruz.
Capítulo 3 JESÚS VINO A
SALVARTE Y PAGAR POR TI.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó su Hijo Único, para que todo
el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no mandó
a su Hijo a este mundo para condenar al mundo, sino que por él ha de
salvarse el mundo. El que cree en él no se pierde; pero el que no cree ya
se ha condenado, por no creerle al Hijo Único de Dios” (Juan 3, 16-18).

"El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios


con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: "Tú le pondrás por
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). Y en
la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: "Esta
es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión
de los pecados" (Mt 26,28)" (CIC 1846).

Cuando Dios creó al mundo y al hombre todo lo vivo era un verdadero


paraíso. El hombre no iba morir, ni enfermar. No tenía que sufrir en ninguna
manera. Su trabajo era de mínimo esfuerzo y siempre, pero siempre, iba ser
feliz. El pecado original cambió esto no solamente para los primeros padres
sino para todas las generaciones del futuro.

Para sanar las heridas causadas por el pecado, el hombre necesita la ayuda
de la gracia de Dios, quien en su misericordia infinita, jamás se la ha negado.
Sin esta ayuda el hombre no podrá realizar lo que Dios pide de él.

Dios hizo el hombre para que fuera feliz, pero Dios no quiso respuesta
forzada, sino de libre decisión. El amor forzado no es verdadero amor. Dios
quiso que el hombre escogiera libremente a amar a Dios y gozar de la
verdadera felicidad. Dios quiere lo mejor para nosotros pero que sea una
decisión propia: libre y soberana.

Dios tomó su propia decisión, libre y soberana: “…Dios dejó constancia


del amor que nos tiene y, siendo aun pecadores, Cristo murió por
nosotros” (Romanos 5, 8). A pesar de ser pecadores y estando viviendo en el
pecado, no le importó a Dios y nos dio vida porque nos ama. “… (Dios)
envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados” (1ª Juan 4, 10).

Jesús nos otorga el perdón. Como le dijo a la mujer adúltera, nos dice
igual a nosotros: "Yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar en
adelante" (Juan 8, 11). Nos da la salvación por el merito de su muerte
salvadora en la cruz y su resurrección. Jesús proclama, “Yo soy el camino, la
verdad y la vida” (Juan 14, 6). "Yo, en cambio,vine para que tengan vida
y sean colmados" (Juan 10, 10).

Jesús te ama tanto que se humillo haciéndose hombre y se sometió a todo


sufrimiento, hasta ser clavado en una cruz, coronado de espinas con su
cuerpo hecho carne viva de tanto azote y golpe que le infligimos. Esto lo
sufrió, en la Cruz, cargando con tus pecados y los míos también. Lo hizo
porque nos ama a todos."Pues en Cristo, la sangre que derramó paga
nuestra libertad y nos merece el perdón de los pecados" (Efesios 1, 7).
Jesús cargó tus pecados, los míos y los de todos, consigo a la Cruz. No
hay pecado tan horrendo, escandaloso o grande que no tomó sobre sí. Él
mismo pagó hasta el último centavo y canceló tu deuda: "Soy yo quien tenía
que borrar tus faltas y no acordarme de tus pecados" (Isaías 43, 25).

Como en un juicio, Jesús pagó tu multa pero ahora tú tienes que


arrepentirte de tus pecados y admitirlos para que sean perdonados.
“Arrepiéntete y cree en el Evangelio” (Marcos 1, 15). Así es nuestra
relación con Cristo. Él carga nuestros pecados por nosotros y acepta nuestro
arrepentimiento.

El Padre, en Jesús y por Jesús, nos ha dado la salvación. Por su Cruz nos
ha salvado y por su Resurrección nos ha ganado la Vida nueva. El precio de
nuestra redención y salvación es la sangre derramada de Jesús.

"Ahora que, por su sangre, fuimos santificados, con mucha mayor


razón, por él, nos salvaremos de la condenación" (Romanos 5, 9). Ese
abismo intransitable ahora tiene puente y ese puente es Jesús quien fue
clavado al madero de la Cruz. Nosotros no podemos construir el puente,
solamente Jesús lo pudo hacer. La salvación solo puede venir por la fe en el
hecho redentora de Cristo. Por su encarnación, Jesús une el cielo y la tierra y
Dios con el hombre.

"Lo sabemos: con Cristo fue crucificado algo de nosotros, que es el


hombre viejo, para destruir lo que de nuestro cuerpo estaba esclavizado
al pecado. Pues morir es liberarse del pecado. Y si hemos muerto con
Cristo, creemos también que viviremos con él." (Romanos 6, 6-8).

La salvación es una obra ya realizada y consumada por Jesús. Si creemos


en esto con nuestro corazón y lo confesamos con nuestra boca será nuestra.
No es una sola proclamación de algo del pasado, sino hay que ponerlo en
paractica, hacerlo testimonio.

Cristo murió por ti, derramó su sangre, resucitó para que tú seas creatura
nueva con vida abundante. Jesús te habre la puerta para sobrevivir en el
mundo hoy
Capítulo 4 CONFESAR TUS
PECADOS

Jesús dejó a su Iglesia siete sacramentos de los cuales uno de ellos es el


Sacramento de Reconciliación o de Confesión. Él le dio a los Apóstoles y sus
sucesores el poder de perdonar pecados. “…sopló sobre ellos: Reciban el
Espíritu Santo: a quienes ustedes perdonan queden perdonados, y a
quienes no libren de sus pecados, quedan atados” (Juan 20, 22).

El Sacramento de Reconciliación sana, libera y renueva. Para recibir estos


beneficios del Sacramento hay que hacer consciencia del pecado. "El que
oculta sus faltas no prosperará, el que las confiesa y se aparta de ellas
alcanzará el perdón" (Proverbios 28, 13). La confesión es importante
porque en primer lugar, Dios no puede perdonar lo que no se admite y en
segundo lugar la persona confesándose siente relevo del peso que lleva sobre
sí.

Vamos a suponer que compras un mueble grande y pesado como un


refrigerador o una sala. Ahora sería ridículo si lo pusieras sobre tu espalda
para cargarlo a casa, especialmente cuando hay alguien que lo puede cargar
por ti. Pues así es la confesión. ¿Por qué cargar con tus pecados cuando hay
alguien que te los puede quitar y cargarlos por ti? El sacerdote, en el lugar de
Jesús, te quita tus pecados y Cristo los carga por ti.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice (1455): "La confesión de los
pecados, incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y
facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se
enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y,
por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de
hacer posible un nuevo futuro".

"Para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio


moral. El don de la salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para
perseverar en la búsqueda de las virtudes. Cada cual debe de pedir siempre
esta gracia de luz y fortaleza, recurrir a los sacramentos, cooperar con el
Espíritu Santo, sus invitaciones a amar el bien y guardarse del mal" (CIC
1811).

Supongamos que un niño, jugando con su balón quiebra una ventana. Lo


admite a su madre, le pide perdón y le promete no volver hacerlo. La madre
le da un fuerte abrazo y lo perdona. Todo queda tranquilo y en paz pero, la
ventana sigue rota y necesita restauración. Así sucede con nosotros. Cuando
pecamos y nos confesamos, Jesús nos perdona a través del sacerdote, nos da
un abrazo y quedamos muy en paz y tranquilos. Pero el daño persiste, se tiene
que reparar, restaurar. Esto se llama Penitencia.

Yavé nos dice: "He hecho desaparecer tus pecados como se levanta la
neblina, y tus faltas como se deshace una nube. Vuélvete a mí pues yo te
he rescatado" (Isaías 44,22).

Nos invita para que regresemos a Él, nuestro Dios.


Capítulo 5 ACEPTAR A JESÚS
COMO TU SALVADOR.,

San Agustín dijo: “Dios que nos creó sin nosotros no puede salvarnos sin
nosotros”. ¡Que cosa tan terrible! Tú tienes que darle permiso a Dios, todos
nosotros tenemos que darle permiso a Dios para que nos salve. Qué raro,
¿verdad? Ese permiso no es difícil, al contrario es fácil, lo único que tenemos
que hacer es aceptar a Jesucristo, el Hijo de Dios, como nuestro Salvador,
creer en Él y creerle a Él. Y es todo lo que tú tienes que hacer para ser salvo:
aceptar a Jesucristo como tu Salvador, creer en Él y creerle a Él.

San Agustín lo supo muy bien cuando dijo que fuimos creados para Dios
y nuestro corazón nunca estará tranquilo hasta que esté descansando en Dios.

Jesús te ama tanto que dio su vida por tí y lo haría otra vez si fuese
necesario. Él mismo nos dice: “No hay amor más grande que éste: dar la vida
por sus amigos” (Juan 15, 13). No son palabras vacías, sino que Él mismo
cumplió con ellas.

La razón que Jesús se hizo hombre y vino a este mundo para vivir entre
nosotros es por amor; nos quería redimir. Su gran amor hizo posible su
Pasión, Muerte y Resurrección.
Dio su vida por ti para salvarte, y te toca a ti aceptar esa salvación. Haz a
Jesús tu Salvador personal, ponte en sus manos, obedécele y haz su voluntad:
“Ámense unos a otros como yo los he amado” (Juan 13, 34).

Así serás salvo y puedes enfrentar el mundo de hoy confiado de que


tienes al Señor Jesús como tu Salvador y no tienes nada que temer. “Yo vine
para que tengan vida y sean colmados” (Juan 10, 10).

Aceptar a Jesús como tú Salvador implica dejar al Espíritu Santo guiar tu


vida. "Si vivimos por el Espíritu, dejémosnos conducir por el Espíritu"
(Gálatas 5, 5). El Espíritu Santo es el dador de vida, el Amor que une el Padre
y el Hijo. Él es el Santificador.

En el libro Hechos de los Apóstoles san Lucas nos comparte al menos


cinco ejemplos donde fue derramado el Espíritu Santo en los principios de la
Iglesia. La primera vez fue el día de Pentecostés cuando inició la Iglesia y los
Apóstoles fueron ungidos y quedaron llenos del Espíritu Santo (Hechos 2, 1-
4).

El segúndo ejemplo: Se vieron los Apóstoles amenazados y rezaron en


comunidad. Al final de esta oración quedaron llenos del Espíritu y
proclamaron la Palabra de Dios con valentía (Hechos 4, 29-31).

Pedro y Juan fueron a Samaria (tercer ejemplo) para animar y fortalecer la


nueva comunidad recientemente formada. Ellos oraron y impusieron las
manos sobre los nuevos conversos y estos recibieron el Espíritu Santo. Y fue
inmediatamente visible el cambio en esa gente. (Hechos 8, 14-17).
En el cuarto ejemplo, Pedro estaba predicando cuando de repente cayó
sobre los creyentes el Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas y
glorificar a Dios. (Hechos 10, 44-46).

El quinto: En Efeso san Pablo se encontró con unos doce discipulos y les
preguntó si habían recibido el Espíritu Santo. Ellos no sabían que existiera.
Fueron bautizados en el Nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto las
manos vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a
profetizar (Hechos 19, 1-7).

Lo que resalta en estos ejemplos es que hubo un cambio visible e


inmediato. El Espíritu Santo se manifiesta con signos visibles y audibles. "En
cada uno el Espíritu revela su presencia con un don, que es también un
servicio" (1a Corintios 12, 7-11).. Por eso Pablo pudo detectar en los doce
discipulos en Efeso la ausencia del Espíritu Santo en ellos (Hechos 19, 1-7).

La promesa de Dios se hace real, se cumple. "Ahora yo voy a enviar


sobre ustedes al que mi Padre prometió" (Lucas 24, 49). Y en el Evangelio
de san Juan nos promete el Señor: "Si ustedes me aman, guardarán mis
mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor que
permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad…" (Juan
14, 15-17).

Son muchísimos los efectos del Espíritu que aparecen y se manifiestan en


la vida nueva del creyente y son constancia y fruto de la presencia del Poder
del Espíritu. Entre ellos están: Impulso Missionero, Comunidad, Carismas,
Caminar en el Espíritu.

El Impulso Missionero no necesariamente quiere decir salirse de su país,


pero sí involucra evangelizar. Cuando fuimos bautizados hicimos un pacto
con el Señor de compartir nuestra fe como sacerdotes, profetas y reyes.
Luego Jesús nos da la comisión en el Evangelio según san Mateo. "…vayan
y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos, en el
Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a cumplir
con todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los
días hasta que se termine este mundo" (Mateo 28, 19-20; cf Marcos 16,
15ss).

Viene a la mente otro escrito de San Pablo: "…el que invoque el


Nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo invocarían al Señor sin antes
haber creído en él? Y ¿cómo creer en él sin haber escuchado? Y ¿cómo
escucharán si no hay quien predique? Y ¿cómo saldrán a predicar sin
ser enviados? (Romanos 10, 13-15).

Formar y trabajar en unión con los demás (en comunidad) es otro don que
nos obsequia el Espíritu. Jesús mandó a sus discípulos de dos en dos. Uno no
puede hacer todo y trabajando con otros multiplica los resultados y hace el
esfuerzo menos pesado.

Los Carismas son gracias extra ordinarias como hablar en lenguas,


profetizar, don de sanación. Otros Carismas son oración espontánea, fuerte y
valiente; un impulso para leer la Biblia con entendimiento y frecuencia. San
Pablo en su primera carta a los Corintios nos da un lista extensiva (1a
Corintios 12, 7-11).
Caminar en el Espíritu es, no sólo un don de Dios, sino también una
manera nueva de vivir. El Señor Jesús tuvo una extensiva conversación con
un discípulo por nombre de Nicodemo (Juan 3, 1-10). Jesús le habla de nacer
de nuevo para poder entrar en el Cielo: "El que no renace del agua y del
Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios". A esto se le nombra:
"Bautizo en el Espíritu Santo"; "Renovación de la Confirmación"; o "Vida
Nueva en el Espíritu", entre otros.

Caminar en el Espíritu es la carácteristica del creyente que ha recibido el


Don del Espíritu en plenitud. "Si vivimos por el Espíritu, dejémonos
conducir por el Espíritu" (Gálatas 5, 25). Fuimos puesto en este mundo para
glorificar a Dios con nuestra vida y por eso hay que vivir en acuerdo con el
poder del Espíritu Santo..

Ser iluminados, enseñados y conducidos directa y sensiblemente por el


Espíritu Santo es la situación ordinaria del cristiano. San Pablo nos exhorta:
"No apaguen el Espíritu, no desprecien lo que dicen los profetas" (1a
Tesalonicenses 5, 19). Y en la carta a los Efesios: "No entristezcan al
Espíritu Santo de Dios; éste es el sello con el que fueron marcados en
espera del día de la salvación" (Efesios 4, 30).

"Los que se guían por la carne piensan y desean lo que es de la carne;


los que son conducidos por el Espíritu van a lo espiritual. La carne
tiende a la muerte, mientras que el Espíritu se propone vida y paz"
(Romanos 8, 5-6).

Los que se guían por el Espíritu van a lo espiritual. Y empiezan a desear


libremente una forma de vivir más a la manera de Cristo. La voluntad del
Espíritu anima a cada uno y se va sintiendo un llamado profundo para servir
y dar de sí mismo. El Espíritu Santo nos da a conocer y gustar las cosas de
Dios. Él nos guía y nos inspira en la manera de agradar a Dios.

Caminando en el Espíritu podemos llegar a decir con san Pablo y con


toda verdad: "…no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gálatas 2, 20).
Capítulo 6 HAY QUE
CONVERTIRNOS

Dios es un Dios amoroso y misericordioso que nos da todo lo que


necesitamos para lograr su voluntad. Surge la pregunta: ¿Qué quiere Dios de
mí? La respuesta la encontramos en la Biblia en varios lugares, porque lo que
quiere Dios de nosotros es algo tan bueno y tan hermoso que solamente Él
nos lo puede dar. Lo que Él quiere para nosotros es hacernos SANTOS.

"Porque yo soy Yavé, Dios de ustedes, santifiquense y sean santos, pues


yo soy santo" (Levítico 11, 44). También en los Evangelios nos habla el
Señor: "Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto su Padre que está en el
cielo" (Mateo 5, 48). San Pablo nos dice: "La voluntad de Dios es que se
hagan santos" (1a Tesalonicenses 4, 3).

Para hacernos santos hay que convertirnos. Dios nos llama a cada uno a la
conversión. Jesucristo inició su ministerio con una llamada a ella. "Cambien
su vida y su corazón, porque el Reino de los Cielos se ha acercado"
(Mateo 4, 17). Hay que convertirnos de todo lo que nos separa de Dios y su
amor. La conversión es absolutamente necesaria para entrar al Cielo, al Reino
de Dios.

"…En verdad te digo, nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de


nuevo, de arriba (…) En verdad te digo: El que no renace del agua y del
Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios…" (Juan 3, 3-5).

La conversión es un cambio de vida, en nuestra manera de actuar y


pensar. Ir a Misa todos los domingos, si no lo estamos haciendo, es una
conversión. Apartar un tiempo para estar en oración a solas con Dios, es una
conversión. Tratar con amabilidad a los que nos caen mal, es una conversión.
Cambiando nuestro modo de ser aunque poquito todos los días es caminar en
la dirección correcta hacia la conversión. Utilizar el tiempo que usamos para
hablar mal de alguien en hacer oración por ellos es una conversión.

La conversión es un proceso continuo y toma mucho tiempo. En realidad


se trata de dos conversiones: interior y exterior y tiene que empezar con y en
el corazón. Dios inicia con una flecha al corazón, una palabra que penetra
hasta lo más profundo. O puede ser un cuadro religioso colgando en una
pared, o puede ser una imagen, un crucifijo, o puede ser un libro espiritual, o
puede ser un amigo u otra persona que conocemos por primera vez. Dios
decide cómo y cuando nos va a tocar especialmente a cada uno.

El cambio interior es una "metanoia", arrepentimiento, transformación


profunda del corazón y de la mente. Es un cambio libre y deseado de todo el
ser. Hay que alcanzar y llegar a una transformación de juicio, de los valores,
puntos de interés, la manera de pensar, y los modelos de vida que están
contra la Palabra de Dios.

Convertirse exteriormente es volverse de…para volverse a…; dejar de


hacer…para hacer… Es dar una vuelta completa. Dejar toda forma de
pecado. Evitar lugares y personas de tentación. Debe uno ubicarse en su
situación actual, viendo a la luz del Espíritu Santo el momento en que está
viviendo: qué cosas concretas debe dejar atrás, de qué debe salir y hacia
dónde ir: de lo malo a lo bueno, de lo bueno a lo mejor; de la tibieza al
fervor, del individualismo al servicio comunitario, o sea del mí al tú de los
demás. Esta entrega debe llegar a ser total y con gusto, al estilo de san Pablo.

"Más aún, todo lo tengo al presente por pérdida, en comparación con


la gran ventaja de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por su amor acepté
perderlo todo y lo considero como basura. Ya no me importa más que
ganar a Cristo y encontrarme en él, desprovisto de todo mérito o
santidad que fuera mío, no por haber cumplido la Ley, sino por aquel
mérito o santidad que es el premio de la fe y que Dios da por medio de la
fe en Cristo Jesús" (Filipenses 3, 8-9).

Específicamente ¿de qué hay que convertirnos? Primero, de todo pecado


y esto lo vimos en el capítulo 4. Sin embargo, hay más que decir de ello. El
pecado es un " no" a Dios y su amor, es rechazar su luz y querer realizarse
uno mismo sin Dios; construir el mundo, prescindiendo de su presencia y su
acción.

En términos más sencillos, pecar es no agradar al Padre, contristar el


Espíritu que habita en nosotros, no ser fieles seguidores de Jesús. Pecado se
entiende como el descuido, el rechazo o el rompimiento de esa comunión
resultando en la separación, o alejamiento de Dios.

En realidad el pecado es consecuencia de una acción u omisión,


consciente, voluntaria y libre contra la voluntad de Dios y su plan, una
transgresión de su Ley, manifestada en su Palabra, o encerrada en nuestra
propia naturaleza.

También hay que dejar atrás toda clase de resentimiento. Cuando rezamos
el Padre Nuestro pedimos perdón como nosotros perdonamos. Jesús también
nos instruye y nos dice que debemos perdonar todas las veces necesarias
(Mateo 18, 21-22).

Es importantísimo renunciar todo resentimiento, odio y rencor porque


impiden que la gracia de Dios nos llegue a sanar. Haciendo una buena
confesión y recordar las ocasiones y personas que contribuyeron a las
diferentes situaciones.

El odio y rencor sirven para molestar y hasta dañar a uno mismo. No se


pide olvidar, ni aceptar como bueno ni valido aquel hecho que nos causó el
problema. Se nos pide perdonar, un acto libre y sincero dirigido a la persona
que nos ha herido.

También hay que renunciar todas las obras de Satanás que son acciones y
actuaciones en terrenos que sólo pertenecen a Dios. Aquí entra la idolatría, y
toda forma de ocultismo, esoterismo y superstición (cf Deuterenomio 5, 7-
10).

El Resucitado te invita a que venzas tus miedos, que salgas de tus


encierros, a que tengas el coraje de empezar de nuevo, a que te dejes
transformar por Él, a que te pongas en camino y te conviertas en Su testigo.
Capítulo 7 TENER FE

"La fe es la manera de tener lo que esperamos, el medio para conocer


lo que no vemos" (Hebreos 11, 1). Fe es una gracia de Dios que se nos da
gratis. La fe crece en proporción a su uso. Como los músculos del cuerpo, lo
más que los usamos, lo más crecen. Igual la fe: mientras más recibimos, más
debemos usarla y así crecemos más en ella.

Según el Catecismo de la iglesia Católica la fe es "…ante todo una


adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente
el asentimiento libre a toda la verdad que Dios a revelado" (CIC 150). El
hombre, al creer, responde voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado
contra su voluntad a abrazar la fe. Dios nos llama a servirle libremente. Jesús
nos invita, sin forzarnos, a la conversión y a la fe.El santo, Papa Juan Pablo II
decía: "No tengas miedo abrir tu corazón a Cristo".

Se requiere un corazón abierto y disponible para recibir el don de la fe.


Creer en Cristo Jesús y en Aquel que lo envió es absolutamente necesario
para la salvación. Al ser creados a imagen de Dios tenemos un llamado a
contestar para formar, con nuestro Creador, una alianza de fe y amor. Esta
alianza inicia con nuestro Bautizo. La alianza no consiste en una
conglomeración de palabras insensatas, secas y sin sentido, sino deben brotar
de lo más profundo del corazón. Tener fe es ir más allá de un sentimiento.
Es el Espírito Santo quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace
crecer. Habiendo recibido el don ahora tenemos que impulsar su desarrollo
para que vaya creciendo en nosotros. Se comienza con tener fe en cosas
pequeñas, luego creer en cosas más difíciles hasta llegar a creer en lo que
aparentemente es imposible, pero en realidad no lo es: "Todo lo puedo en
aquel que me fortalece" (Filipenses 4, 13).

La fe no es solo una doctrina o una lista de creencias, es sobre todo entrar


en relación directa y mantener una comunión personal con Jesús vivo como
Dios, Señor y Salvador. Por lo tanto la fe nace de una predicación o un
escrito sobre la Palabra de Dios. Por la fe conseguimos la santidad. "El que
cree al Hijo vive de vida eterna; pero el que se niega a creer no conocerá
la vida, siendo merecedor de la cólera de Dios" (Juan 3, 36).

El proceso de fe frecuentemente es estimulado con un encuentro fuerte


con el Señor y con el Poder del Espíritu Santo; un encuentro inolvidable que
toca el corazón en una manera inesperada. Se siente la presencia de Dios
como nunca se había sentido dando coraje y ánimo para facilitar la tomada de
un paso gigantesco de fe.

Según las enseñanzas de san Bernardo los iniciados en la vida espiritual


conocerán a Dios no solo a través de libros y conferencias, sino a través de la
experiencia, de la misma manera en que un amigo conoce a otro. Este
conocimiento es lo que el Espíritu Santo facilita.

Cuando uno se decide y acepta la conversión, aprende a orar con fe. La fe


es una adhesión filial a Dios, más allá de lo que sentimos y comprendemos.
La oración de fe no consiste solamente en decir "Señor, Señor", sino
también, y sobre todo, buscar y hacer la voluntad del Padre (Mateo 7, 21).

Santiago en la Biblia nos enseña: "Hermanos, ¿qué provecho saca uno


cuando dice que tiene fe, pero no la demuestra con su manera de
actuar?" (2, 14). Y más adelante nos proclama: "Así como el cuerpo sin el
espíritu está muerto, del mismo modo la fe que no produce obras está
muerta" (Santiago 2, 26).
El ejemplo que nos deja el Señor Jesús cuando reza en Getsemaní es más
de suficiente para entender que primero viene la voluntad de Dios antes que
la nuestra: "Padre, si quieres, aparta de mí esta prueba. Sin embargo, que
no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lucas 22, 42).

Pensemos en las innumerables veces que hemos puesta nuestra fe


absoluta en un chofer de transporte público, un médico o cirujano, o en la
palabra de un chismoso. Salimos a la calle, nos vamos de viaje, comemos
chatarra y la pasamos todo el día actuando con fe en otros pero no confiamos
en el Dios Todo Poderoso que nos creó y nos protege cada minuto del día.
"Gente de poca fe, ¿por qué tienen miedo?" (Mateo 8, 26).

La Biblia nos invita, nos ruega, nos suplica una y otra vez que esta vida
aquí en la tierra es un tiempo de preparación para la vida eterna. Hay que
ponernos listos, hay que tomar en serio la voz de nuestro Dios que clama ser
escuchada y correspondida.

Jesús nos dice que es inútil preocuparnos por las cosas materiales, porque
las tendremos si buscamos las cosas de Dios primero (cf Mateo 6, 24-34). En
otro lugar recibimos este mensaje: "Pero a todos los que lo recibieron, les
concedió ser hijos de Dios: estos son los que creen en su Nombre" (Juan 1,
12).

A muchos de nosotros, muy seguido, se nos olvida que tenemos un Dios


que es nuestro Padre y somos hijos y co-herederos con Cristo, nuestro
hermano. Tenemos a nuestra disposición las mismas gracias y poderes que
tuvo Cristo como hombre en este mundo. Incluso lo confirma: "…el que cree
en mí hará las mismas cosas que yo hago, y aún cosas mayores" (Juan 14,
12).

Para Jesús la unidad es importantísimo. Insiste una y otra vez en esa


comunión intima de fe y amor que tiene con el Padre y quiere tener con
nosotros y aún que tengamos unos con otros. San Juan nos advierte que el
que dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso (1a Juan 4,
20). Sólo amando a las demás personas se puede amar a Dios.

Jesús no solamente quiere una unidad sino una comunión amorosa y


transformadora en el amor: Él, el Padre y nosotros todos unidos en el Amor
que es el Espíritu Santo. "Que todos sean uno como tú Padre, estás en mí,
y yo en ti. Sean también uno en nosotros: así el mundo creerá que tú me
has enviado" (Juan 17, 21). Pues, con la Encarnación Dios se ha hecho
inseparable del ser humano.

Jesús mismo nos manda el prometido Espíritu Santo si tenemos fe y si


nos amamos: "Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo
rogaré al Padre y les dará otro Intercesor que permanecerá siempre con
ustedes. Este es el Espíritu de Verdad…" (Juan 14, 15-17). Le sigue con el
mismo deseo pero con otras palabras: "…El que cree en mí, en realidad no
cree en mí sino en aquel que me ha enviado" (Juan 12, 44-50).

Así que nuestra fe en Jesús es igual que nuestra fe en Dios Padre y


nuestra relación con Dios no puede ser nada mejor que la relación que
tenemos con nuestro peor enemigo. Tampoco se puede amar a Jesús
despreciando a María su Madre. Uno encuentra la fe, igual que la salvación,
precisamente en la medida en que lleva la vida de Dios a los demás.

Dios quiere que nuestra relación mutua con el prójimo sea una relación de
amor."Les doy este mandamiento nuevo: que se amen unos a otros.
Ustedes se amarán unos a otros como yo los he amado. Así reconocerán
todos que ustedes son mis discípulos: si se tienen amor unos a otros"
(Juan 13, 34-35). Para Jesús esta relación tiene que extenderse; tiene que
llegar a una comunión amorosa de respeto mutuo entre los hermanos:
"Traten a los demás como quieren que ellos les traten a ustedes" (Lucas 6,
31).

Jesús se asocia tanto con sus hermanos (todo ser humano) que considera
que una ofensa o una obra de caridad hecha a cualquiera es igual como si
fuera dirigida a Él. "…cuando lo hicieron con alguno de estos más
pequeños, que son mis hermanos, lo hicieron conmigo" (Mateo 25, 31-
46). Igualmente si dejamos de hacer el bien a otro, lo dejamos de hacer a
Cristo.

Los que viven en Cristo no están fuera de Dios como mendigos o


suplicantes; más bien, están en Dios como amigos, partícipes en el Espíritu.
Y esta vida espiritual es lo que nos da el conocimiento de Dios: un
conocimiento, si lo deseas, desde dentro. Porque los que tenemos fe de
verdad vemos el mundo diferente, todo tiene sentido, nada parece triste, nada
asusta, la muerte no existe sino es un paso a la vida eterna.

Y ¿Quién hace que todo esto sea posible? ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús! Él es la
reconciliación de la divinidad con la humanidad; Él es la nueva Jerusalén; Él
es el cumplimiento de la Alianza. Él es el Camino, la Luz, la Verdad, y
laVida. Él es el quien es.

Para eso son la fe y el propósito de nuestra existencia: ¡SER UNO CON


JESÚS!

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