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Relato de Eustolia

Me llamo Eustolia Valencia. Vine a Chicago cuando


tenía dos años. Ahora acabo de cumplir diecisiete.
Mi papá dejó a mi mamá. Luego ella murió y me
adoptaron unos parientes suyos. Así que tuve una
hermana, tres hermanos y otra mamá. Su esposo
también la había abandonado. El hermano más
grande me violó cuando yo tenía nueve años. Los
otros también me usaron. Me daban dulces y
centavitos y me decían que iban a matarme si lo
contaba.
Entonces una prima que andaba por los doce años me dijo que me fuera con ella a trabajar de
puta para que no me maltrataran (yo hacía todo el quehacer y nunca me mandaron a la escuela).
Una noche me escapé. Mi prima Gloria me presentó a un señor llamado Mike: blanco él, pelirrojo, de
unos cuarenta años. Mike me enseñó muchas cosas, comenzando por la droga. Me puso a trabajar
en las calles. Aprendí a contar el dinero y un poquito de inglés. Yo hacía hasta cien dólares por
semana porque entonces estaba muy bonita. Casi todo era para Mike. Si no juntaba esa cantidad me
pegaba bien fuerte. Creo que se hizo rico pues tenía unas quince niñas trabajando. Las grandes no
le interesaban. Se supone que estaba de acuerdo con la policía porque siempre que me agarraron
luego me dejaron salir para ponerme bajo custodia de ¿quién cree?: del mismo Mike.
Pero él como se asustó y nos concentró en una casa cerca de Hyde Park. Mejoró la clientela y
empezamos a cobrar más caro. Iban puros señores grandes, bien vestidos: doctores, abogados,
comerciantes. A veces eran tantos en una sola noche que yo no quería seguir trabajando. Entonces
Mike me pegaba con los puños y el cinturón. Una vez me dio coraje y me fugué. Ya andaba entonces
por los catorce. Fui a mi casa y le dije a mi madrastra lo que era mi vida, por qué me escape y cómo
mis dizque hermanos tenían la culpa de que yo fuera puta. Se enojó muchísimo. No me creyó una
palabra y me sacó a empujones.
Junté dinero trabajando sola en los muelles. Estuve en un bar y hasta salí en algunas
películas de ésas. De repente ya no hubo modo de ganarme la vida porque andaba con mi panzota
de seis meses. Nadie me enseñó a tomar precauciones. Un señor me dio unos folletos pero no sé
leer. Creo que fue la droga o la sífilis o el castigo de Dios por andar en esto. Pero mi niño nació malo.
Pobrecito. No iba a dejarlo sufrir. Él que culpa tenía de todo. Era inocente. Por eso lo maté con la
Gillete y luego me abrí las venas, aquí en los brazos y en el cuello: vea usted las cicatrices.
Nos encontraron los dos en un charco de sangre. Yo me salvé. Mi hijito no, por fortuna. Y
ahora me sacan en los periódicos como ejemplo de lo que son los mexicanos y me tienen aquí en la
cárcel, a lo mejor para toda la vida. Por lo pronto aún no me sentencian.

José Emilio Pacheco


Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del Vigía, 2010

Ma. del Rosario Magdaleno Ulloa

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