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ver (la rayita habfa crecido y Ia imagen cu- bria toda la pantalla), la cara de su ta Carlo- ta que, mientras le curaba los chichones, le decfa que eso le habfa pasado por jugar a lo bruto, por andar haciéndose la varonera. La varonera. Como Florencita. Y la Sefiora Planchita, Aurora, se dio cuenta de que tenfa la cara mojada. Entonces se qued6 un rato apoyada sobre | la tabla de planchar. Después, tratando de no hacer ruido para |_ no despertar a nadie, desarmé la tabla, puso | la planchita sobre la mesada para que se en- | friara, apagé la television y, en puntas de pie, se fue a ver a su hija, que dormfa en el | comedor. | __Entonces la Sefiora Planchita, Aurora, se senté en la orilla de la cama y la arropé bien alah Y aunque Florencita dormfa a pata suelta, igual se le acercé a la oreja y le dijo por lo bajo, como si la hija pudiera oftla: “Mailana vos y yo nos vamos las dos al ci- ne. Y después a tomar chocolate con chu- ros, que tenemos muchas cosas que hablar. Y le dio un beso que, en el silencio de la | noche, retumbs por toda la c BLANCA COMO LA NIEVE, ROJA COMO LA SANGRE En un pais muy lejano y hace mucho, muchisimo tiempo, vivia una reina. Linda y buena y poderosa era la reina, pero siempre andaba medio triste. Y eso no. sélo de puro aburrida (las reinas acostum- bran aburrirse de tanto no tener nada que | hacer, sobre todo en invierno, cuando cae la nieve y sopla el viento huracanado y los pa- jaritos no cantan), sino porque queria y que- vfa un hijo ~de ser posible una hija~ y no ha- bia caso: el hijo no legaba, iAyyyy!! —suspiraba fa reina- Gémo me gustarfa tener un hijo, de ser posible una hija! Hasta que un dfa, Por qué no se entretiene un poco, Ma- jestad? ~sugirié el papagayo imperial, harto ya de que los suspiros de la reina le desp 38. naran el copete-. Qué sé yo: un bordado, di- go. O algo asi... -ICierto! —dijo la reina-. ¢Cémo no se me habia ocurrido? Y salid corriendo a comprar los hilos y las agujas y las carpetitas. Y se puso a bordar frente a la ventana, que era el lugar de bor- dar de las reinas cuando no tenian hijos y es taban tristes y caia la nieve y los pajaritos no cantaban. Pero la reina no se daba mucha mafia con las manos. Por eso, apenas intenté enhebrar la aguja, izasl, se pinché un dedo. ‘Tres gotas de sangre real (que no era azul: era roja, co- mo la sangre comin y corriente) cayeron so- bre la nieve que habia en el marco de la ven tana. (Sf, la ventana estaba abierta, aunque era invierno y soplaba el viento huracanado,) “IiAVAVAYI! -suspir6 a los gritos la reina, mientras el papagayo se trasladaba pruden- temente a una percha vecina-. ‘COMO ME, GUSTARIA TENER UNA HIJA BLANCA COMO ESTA NIEVE, DE BOQUITA ROJA COMO ESTA SANGRE Y DE PELO NEGRO COMO EL MARCO DE ESTA VENTANA! ‘Tan fuerte suspiré la reina esta vez, que todos en Palacio se enteraron de sus deseos. Hasta el rey. Y fue asf que al tiempo nacié una princesita. ~Te llamards Blancanieves ~dijo la reina, chocha al ver cudn blanca le habia salido la nena. Y, apreténdola contra su corazén, le estampé un beso en la boquita roja y otro beso en el pelo negro, Pero al tiempo la reina se muri6, porque ast esa vida y la muerte no respeta ni a las reinas y es poco saludable bordar en pleno invierno con las ventanas abiertas de par en par -No es bueno que el hombre esté solo ~se ve que pensé el rey. Y enseguida se buscé una novia. Y se cas6. Desde ese momento Blancanieves tuvo madrastra. Claro que hay madrastras y madrastras, La de Blancanieves era hermos{sima, pero mas mala que un escorpién azul. Y para peor, medio bruja. Y, como si esto fuera poco, siempre anda- ba con un espejito magico y habladox, pre guntandole cosas: “Espejito que brillas como estrella, équign de todas las mujeres ¢s la uns bella?” Alo que el espejito contestaba “La més bella ~por ahora~ eres ti, reina y sefiora.” El tiempo pas6. Sin que su padre -siempre ocupado en guerras y otros placeres reales~ ni la ma- drastra -siempre pendiente de su belleza- lo advirtieran, Blancanieves fue creciendo. Y lleg6 a convertirse en una preciosa nitia Por eso una noche, al preguntar la ma- drastra: “Espejito que brillas como estrella, équién de todas las mujeres es la mas bel el espejito entoné, con un hilo de voz: “El tiempo pasa, sediora, nos vamos poniendo viejos. -IVIEJOS, LOS TRAPOS! -rugié con cara de loca la madrastra, mientras arrojaba el espeji- to contra el papagayo imperial, que crey6 lle- gado el momento de emprender la retirada. Por su parte el espejito, que estaba un po- co cansado de los desplantes de su duefia, carrasped, toms aire y, desde un rincdn, se animé a decir: “Blancanieves, mi sefiora, iES LA MAS HERMOSA AHORA!” (Se lo dije y se lo dije...) idy! La madrastra se puso verde, y la es- puma de la envidia espantosa empez6 a cho- 36 rrearle por la boca, por la nariz y hasta por el ombligo, dicen Entonces mand6 llamar a uno de los caza- dores mas avezados del reino. Y cuando lo tuvo delante: Cazador le dijo-, te daré una orden que deberés cumplir sin tardanza y sin preguntas. Esta misma noche... imatarés a Blancanieves! —

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