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El marxismo y sus interpretaciones
Máster en estudios avanzados en filosofía
Universidad Complutense de Madrid
León Délano G.
20/05/2020
Introducción
Basándome en la formulación que hace Marx del materialismo histórico en el Prólogo a
la Contribución a la crítica de la economía política, en este trabajo, haré un análisis de dicha
teoría descomponiéndola en sus distintas partes. En el proceso, iré complementando el análisis
con aportes de otros textos de Marx y mencionaré sus críticas a otros tipos de socialismo.
Finalmente, terminaré con una conclusión donde se comentarán autores posteriores
relacionados a la teoría.
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I) Teoría transversal
La concepción materialista de la historia se sustenta en las relaciones de producción que
establecen los hombres dadas las fuerzas productivas existentes. Estos dos conceptos: relaciones
de producción y fuerzas productivas conforman lo que se ha llamado la Base o Infraestructura
en la teoría del materialismo histórico. A su vez, la fuerza productiva está compuesta por los
medios de producción y la fuerza de trabajo. Para terminar el cuadro más general de la teoría,
falta el concepto de Superestructura, que alberga los distintos aspectos culturales de toda
sociedad, aspectos tales como la religión, la política, el arte, las costumbres, la ética, etc.
La base teórica detrás de este esquema y la relación entre sus componentes la resume
Marx en 1859 en el Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política:
“El modo de producción de la vida material determina el proceso social, político
e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que
determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina
su conciencia” (Marx, 2008, p. 4 y 5).
En este fragmento queda dibujado el fundamento general de la teoría. Tomándonos de
la primera parte de la cita, si los procesos sociales, políticos e intelectuales están determinados
por el modo de producción, se deduce que la superestructura depende de la base, o, dicho en
otras palabras, la base se manifestará en la superestructura. Esto lo veremos más adelante.
Por otro lado, la cita termina con una reflexión en torno a la conciencia de las personas,
planteando que ésta está determinada por la existencia social en que las personas están
inmersas. Aquí Marx, de la mano con sus análisis económicos vistos anteriormente, resume
una de sus críticas a Hegel.
La crítica en cuestión la había planteado ya quince años antes en su Introducción a la
Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, de 1844. En el comienzo de dicho texto parte
atacando a la religión; Marx considera que mientras el pueblo siga poniendo su felicidad en ésta
ilusión, nunca podrá hacerse cargo de la felicidad real, es decir, la de este mundo (de aquí es la
famosa frase “La religión es el opio del pueblo”). Ya centrados en la realidad, el texto analiza las
posibilidades de una revolución en Alemania, un país donde —según Marx—, siempre ha
primado la teoría: “En tanto parece que una dificultad capital se opone a una radical
revolución alemana. Las revoluciones tienen necesidad especialmente de un elemento
receptivo, de una base material. La teoría en un pueblo alcanza a realizarse, en tanto cuanto se
trata de la realización de sus necesidades” (Marx, 1844).
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Para Marx el mundo no se cambia a través de la reflexión. En ese sentido, no cree en el
progreso mediante la razón, algo propio del pensamiento hegeliano. Para él, el pensamiento es
fruto de la realidad material, por lo que la realidad se debe transformar en la materialidad y, más
específicamente, en la producción social de su existencia. Estas ideas, antes de llegar a su
formulación definitiva en la Contribución a la crítica de la economía política, las seguirá
desarrollando en otros textos, como en La ideología alemana (1846) y en la Introducción a la
crítica de la economía política (1857). En particular, en La ideología alemana, profundiza más
detalladamente sobre estas cuestiones. Este texto, que lo escribió con Engels y que nunca se
llegó a publicar, les sirvió para “ajustar cuentas” con sus antiguas ideas neohegelianas, que eran
las que dominaban el pensamiento alemán de la época:
“Liberémosles de los fantasmas cerebrales, de las ideas, de los dogmas, de los seres
imaginarios bajo cuyo yugo degeneran. Rebelémonos contra esta tiranía de los pensamientos.
Enseñémosles a sustituir estas quimeras por pensamientos que correspondan a la esencia del
hombre, dice uno, a adoptar ante ellos una actitud crítica, dice otro, a quitárselos de la cabeza,
dice el tercero, y la realidad existente se derrumbará. Estas inocentes y pueriles fantasías forman
el meollo de la filosofía neohegeliana en boga” (Marx y Engels, 1974, p. 11). Y más adelante: “A
ninguno de estos filósofos se les ha ocurrido siquiera preguntar por el entronque de la filosofía
alemana con la realidad de Alemania, por el entronque de su crítica con el propio mundo
material que la rodea” (Marx y Engels, 1974, p. 18).
Pero en La ideología alemana no sólo ajustan cuentas con sus antiguas convicciones,
sino que también les sirve —como indican en el prólogo de la Contribución a la crítica de la
economía política— para “comprender nosotros mismos la cuestión”.
Para Marx y Engels, desde una visión antropológica, el hombre se distingue de los
animales en tanto que éste produce los medios que necesita para vivir. El modo de producción
es clave para estos autores; éste representa la actividad primordial de los hombres, por lo que de
él surge la manera en que se manifiesta su vida:
“Lo que (los hombres) son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo
que producen como con el modo cómo producen. Lo que los individuos son depende, por
tanto, de las condiciones materiales de su producción” (Marx y Engels, 1974, p. 19 y 20).
Así como la producción determina la existencia de los hombres, asimismo afecta las
relaciones entre ellos. Dependiendo de sus necesidades, los hombres se relacionan de una
manera materialista, qué estará regida en última instancia por el modo de producción
imperante.
Volviendo a la estructura de la base planteada anteriormente, Marx sostiene que las
relaciones de producción corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas
productivas (Marx, 2008, p. 4). En ese planteamiento la palabra “corresponden” juega un rol
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fundamental, ya que determina la relación entre las fuerzas productivas y las relaciones de
producción.
Antes de seguir avanzando, es necesario aclarar que las relaciones de producción hacen
alusión a la forma en que se organiza el proceso de producción entre los hombres en una
determinada época. Así, en la época clásica, por ejemplo, la explotación del hombre por el
hombre tomaba la forma del binomio amo – esclavo. En el feudalismo: señor feudal – siervo y,
en el capitalismo: burgués – proletario.
Por su parte, en la fuerza productiva, los medios de producción corresponden a todos
los instrumentos utilizados en la producción (materias primas, fábricas, herramientas, etc.). Y
la fuerza de trabajo, por último, es la capacidad de generar valor del trabajador, es decir, su
fortaleza física, sus destrezas y conocimientos, entre otros. Es importante destacar que la
tecnología es parte de la fuerza productiva, ya que en el desarrollo histórico elaborado por
Marx ésta jugará un rol fundamental.
Las relaciones internas que se dan entre todos estos componentes del materialismo
histórico siempre han representado una fuente de discusión, pues no estamos frente a una
ecuación matemática; no se puede medir con exactitud hasta qué punto se afectan unos a
otros. Se distinguen tres niveles de relaciones o posibles conflictos en este esqueleto. En primer
lugar, en lo que se podría llamar la base de la pirámide, existe una interacción entre la fuerza de
trabajo y los medios de producción. Esta relación determina la fuerza productiva que, a su vez,
interactúa en un segundo nivel con las relaciones de producción. Con esta interacción,
finalmente, se compone la base, que es de lo que depende la superestructura, pero eso se verá en
la siguiente sección.
Si bien esta estructura parece independiente del modo de producción de turno, no lo es,
pues de éste dependerán los conflictos que se irán dando hasta llevar —de una manera
dialéctica— a que el modo de producción colapse y se cambie por uno nuevo. En el modo de
producción capitalista, el desajuste se produce, en primer lugar, por la propiedad privada, ya
que mientras la fuerza de trabajo le pertenece a cada obrero, los medios de producción no. Esta
contradicción —en lo que llamamos la base de la pirámide— hará que entren en choque las
fuerzas productivas con las relaciones de producción, lo que será el punto de arranque de una
serie de etapas que irán escalando hasta producir el colapso interno del capitalismo. Pero antes
de revisar estas etapas, en la siguiente sección veremos cómo afectan y cómo determinan estos
conflictos a la punta del iceberg, a la superestructura.
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II) Relación Base – Superestructura
En el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política Marx resume lo que
hemos visto hasta ahora: “La totalidad de esas relaciones de producción constituye la estructura
económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio jurídico y político, y a la
cual corresponden determinadas formas de conciencia social” (Marx, 2008, p. 4).
La superestructura es lo que Marx denomina el edificio jurídico y político, del que
dependen formas de conciencia social como la religión, las costumbres, la ética y el resto de los
aspectos que ya hemos mencionado. Un poco más adelante en el prólogo Marx sostiene que
cuando se producen cambios en la base —que actúa como los cimientos de la construcción—,
“todo ese edificio descomunal se trastoca con mayor o menor rapidez”. Y lo que es más difícil
de ver:
“Al considerar esta clase de trastocamientos, siempre es menester distinguir entre el
trastocamiento material de las condiciones económicas de producción, fielmente
comprobables desde el punto de vista de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas,
religiosas, artísticas o filosóficas, en suma, ideológicas, dentro de las cuales los hombres cobran
conciencia de este conflicto y lo resuelven” (Marx, 2008, p. 5).
De tal manera, las revoluciones políticas y sociales surgen por la contradicción entre las
fuerzas productivas y las relaciones de producción. Visto en este sentido, el aporte de Marx
parece como una secuencia causal más o menos lógica, con la que se puede estar de acuerdo o
no. Pero cuando se analiza la secuencia de manera inversa, o sea, partiendo de la manifestación
de la conciencia social y de ahí yendo a sus causas, el poder explicativo de la teoría es más
novedoso. Es por esto que hago la analogía con la punta del iceberg, ya que ésta surge, la
podemos ver, gracias a toda la masa de hielo que está debajo del agua y que no vemos, pero que
la sostiene.
Dicho esto, es importante mantenerse atento a las luchas ideológicas, que es cuando la
conciencia social entra en conflicto, ya que estas “no son sino las formas ilusorias bajo las que
se ventilan las luchas reales entre las diversas clases” (Marx y Engels, 1974, p. 35). En sus
distintos escritos Marx analiza todo tipo de conflictos dentro del Estado; derecho de sufragio,
problemas entre la monarquía y la aristocracia, etc. A modo de ejemplo, me parece interesante
el caso que estudia en El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Sin entrar en el detalle del contexto
histórico, que nos llevaría mucho tiempo, aquí Marx está analizando el conflicto interno de la
burguesía francesa entre la Casa de Borbón y la Casa de Orleáns:
“Lo que, por tanto, separaba a estas fracciones no era eso que llaman principios, eran
sus condiciones materiales de vida, dos especies distintas de propiedad; era el viejo antagonismo
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entre la ciudad y el campo, la rivalidad entre el capital y la propiedad del suelo. Que, al mismo
tiempo, había viejos recuerdos, enemistades personales, temores y esperanzas, prejuicios e
ilusiones, simpatías y antipatías, convicciones, artículos de fe y principios que los mantenían
unidos a una u otra dinastía, ¿quién lo niega? Sobre las diversas formas de propiedad y sobre las
condiciones sociales de existencia se levanta toda una superestructura de sentimientos,
ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida diversos y plasmados de un modo peculiar.
La clase entera los crea y los forma derivándolos de sus bases materiales y de las relaciones
sociales correspondientes. El individuo suelto, a quien se le imbuye la tradición y la educación,
podrá creer que son los verdaderos móviles y el punto de partida de su conducta. Aunque los
orleanistas y los legitimistas; aunque cada fracción se esforzase por convencerse a sí misma y
por convencer a la otra de que lo que las separaba era la lealtad a sus dos dinastías, los hechos
demostraron más tarde que eran más bien sus intereses divididos lo que impedía que las dos
dinastías se uniesen” (Marx, 2003, p. )42).
De este análisis del materialismo histórico se desprende la famosa frase del Manifiesto
del partido comunista: “toda la historia ha sido una historia de lucha de clases” (Marx y Engels,
2011, p. 79). Ya que si la base es el cimiento de la superestructura, serán sus luchas las que
determinen los conflictos de la superestructura y, como se ha visto, la lucha en la base se
produce por el desajuste entre la fuerza productiva y las relaciones de producción, que no es
otra cosa que la lucha de clases.
Así, todo conflicto político, religioso o social, que son los que se suelen mencionar al
revisar la historia, pierden su sustento. Su desarrollo, en realidad, no les pertenece más de lo que
le pertenece al modo de producción del cual surge. De esta forma, “la «historia de la
humanidad» debe estudiarse y elaborarse siempre en conexión con la historia de la industria y
del intercambio (...). Se manifiesta, por tanto, ya de antemano, una conexión materialista de los
hombres entre sí condicionada por las necesidades y el modo de producción y que es tan vieja
como los hombres mismos; conexión que adopta constantemente nuevas formas y que ofrece,
por consiguiente, una «historia», aun sin que exista cualquier absurdo político o religioso que
mantenga, además, unidos a los hombres” (Marx y Engels, 1974, p. 30 y 31).
Habiendo analizado lo que denominé como la teoría transversal, donde se observa la
importancia de la realidad material y de la historia, ahora toca revisar cómo las conjuga Marx en
las distintas etapas del proceso evolutivo que debieran llevar al comunismo.
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III) Etapas hacia el comunismo
Como se comentó en la primera sección de este trabajo, las relaciones de producción
que establecen los hombres para su existencia corresponden a un determinado estadio
evolutivo de sus fuerzas productivas. Así lo plantea Marx cuando dice, en La miseria de la
filosofía, que “El molino movido a brazo nos da la sociedad del señor feudal; el molino a vapor,
la sociedad del capitalista industrial” (Marx, 1987, p. 68).
Pero el modo de producción en el materialismo histórico no es algo estático. Se podría
argüir que Marx hereda de Hegel la creencia en un progreso constante, pero, mientras en el
pensador idealista éste se aplica a la conciencia del hombre, en Marx se vincula al desarrollo
material. La evolución es inevitable y lleva a los conflictos mencionados más arriba. “En un
estudio determinado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran
en contradicción con las relaciones de producción existentes”, escribe Marx en el prólogo a la
Contribución a la crítica de la economía política (Marx, 2008, p. 5). A través de los avances
tecnológicos, que empujan los cambios en la forma de producción, las relaciones de
producción pasan a convertirse en “ataduras” de las fuerzas productivas. Dado que una nueva
forma de producción requerirá de nuevas relaciones de producción.
Este choque, que será el fundamento de los cambios históricos, tendrá como
protagonistas a dos clases en lucha; la burguesía y el proletariado. Mientras los primeros, que
son los dueños de los medios de producción, querrán capturar todos los excedentes que las
nuevas fuerzas productivas hacen posible, los segundos tomarán conciencia de su explotación y
llevarán a cabo la revolución.
Pero antes de que esto ocurra, para Marx es necesario que el capitalismo se desarrolle en
su máxima expresión. Es condición necesaria para que una formación social se extinga, que las
condiciones materiales para resolver sus conflictos hayan sido incubados en ella. “De ahí que la
humanidad siempre se plantee sólo tareas que puede resolver” (Marx, 2008, p. 5).
Esto lo expresa con una analogía genial entre la mitología griega y los avances
tecnológicos de su época en la Introducción a la crítica de la economía política:
“La idea de la naturaleza y de las relaciones sociales que está en la base de la fantasía
griega y, por tanto, del arte griego, ¿es posible con las máquinas hiladoras, los ferrocarriles, las
locomotoras y el telégrafo eléctrico? ¿Dónde queda Vulcano frente a Roberts and Co., Júpiter
frente al pararrayos y Hermes frente al Crédit Mobilier? Toda mitología somete, domina y
configura las fuerzas naturales en la imaginación y por medio de la imaginación; por tanto,
desaparece con el dominio real sobre estas fuerzas naturales” (Marx, 2012, p. 139 y 140).
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Dado que el capitalismo debe desarrollarse al máximo para desbordarse internamente,
Marx es un entusiasta estudioso y un promovedor de este modo de producción. En el
Manifiesto del partido comunista, se podría decir que hace todo un elogio de la burguesía.
Entre otras cosas será uno de los primeros promotores del comercio globalizado entre los
países, ya que mientras antes se desarrolle el capitalismo mundial, antes acaecerá la revolución.
En La crítica a la filosofía del derecho de Hegel profundiza en este proceso. Ahí
establece la necesidad de que se forme una clase “radicalmente esclavizada” y otra contra la que
se dirija el ataque de todos: “Para que una clase determinada sea la clase libertadora por
excelencia, otra clase debe, por lo tanto, ser la clase evidentemente opresora” (Marx, 1844). De
esta forma queda delimitado el binomio antagónico proletariado – burguesía.
Marx y Engels analizan con un enfoque científico, usando su método histórico
materialista, distintas etapas y procesos de la historia y estudian los modos de producción
asiático, antiguo, feudal y burgués. Así, desmienten la visión del capitalismo como una
evolución “natural” del hombre, y lo catalogan, más bien, como una etapa transitoria hacia el
comunismo.
Este argumento se basa en su análisis científico de la burguesía, en el que se explica
cómo ésta “no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos
de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones
sociales” (Marx y Engels, 2011, p. 34). Eso es lo que la diferencia de las clases sociales anteriores
y sus modos de producción, donde lo que se buscaba era mantener el régimen de producción
vigente. Es este desarrollo incesante de sus fuerzas productivas lo que lleva al colapso de la
burguesía, ya que en el camino se habrán generado las condiciones materiales necesarias para
resolver este conflicto.
La resolución, como se ha dicho, llega de la mano del proletariado, cuyas características
—muy distintas a las de la burguesía— permiten detener la rueda incesante de conflictos
dentro del modo de producción e instaurar un sistema totalmente nuevo: el comunismo.
“Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la
situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de
apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales sino
aboliendo el modo de apropiación en vigor y, por tanto, todo modo de apropiación existente
hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo
lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente. Todos
los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El
movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho de la
inmensa mayoría” (Marx y Engels, 2011, p. 45).
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Es este minucioso análisis histórico, económico y filosófico el que permite concebir al
comunismo como una necesidad histórica y no como una simple aspiración utópica. Como
dicen Marx y Engels en la Ideología alemana, “el comunismo no es un estado que debe
implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al
movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual” (Marx y Engels, 1974, p. 37).
Con este alzamiento tan radical e inédito en la historia de la humanidad, se destruyen
los cimientos de la superestructura hegemónica, y esto es lo que lleva a que las relaciones de
producción burguesas sean las últimas que generen un conflicto interno dentro del proceso
social de producción.
En el comunismo ya no existirá la lucha de clases; la sociedad ya no se dividirá entre una
clase explotadora, dueña de los medios de producción, y otra explotada, que vende su fuerza de
trabajo por un salario. Este modo de producción lleva, en su fase superior, a la máxima: «¡De
cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades!» (Marx, 1977, p. 12).
Antes de pasar a la siguiente sección, dejo en palabras de Marx un resumen de las etapas
del materialismo histórico que aquí hemos descrito. En su carta de 1852 a Joseph Weydemeyer
le escribe:
“Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases
sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de
clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no
es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin
clases…”
IV) Críticas a otros tipos de socialismo
A partir del materialismo histórico se pueden entender las críticas de Marx a otros tipos
de socialismo, como el que él llamaba “socialismo utópico”. Esta tendencia consideraba que se
le podían hacer cambios al capitalismo a fin de hacerlo más justo, menos explotador.
Consideraban que, guiados por ideales abstractos como la libertad, la igualdad o la solidaridad,
algunos “grandes hombres” podían generar los cambios que el sistema imperante necesitaba.
La tesis central del materialismo histórico (“el modo de producción de la vida material
es lo que determina el proceso social de la vida”), analizada en la primera sección, contradice la
creencia —a ojos de Marx bienintencionada pero ingenua— del socialismo utópico, según la
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cual, a través de la difusión de sus ideas, movimientos políticos y líderes socialistas carismáticos,
podrían pasar del capitalismo al socialismo.
En la Crítica del programa de Gotha, Marx se refiere a la política económica de la
dictadura del proletariado. Aquí critica la idea de que la emancipación del trabajo debe
conducir a una “justa distribución” de los frutos del trabajo. Marx se pregunta ¿qué es un
reparto equitativo?:
¿No afirman los burgueses que el reparto actual es "equitativo"? ¿Y no es éste, en efecto,
el único reparto "equitativo" que cabe, sobre la base del modo actual de producción? ¿Acaso las
relaciones económicas son reguladas por los conceptos jurídicos? ¿No surgen, por el contrario,
las relaciones jurídicas de las relaciones económicas?” (Marx, 1977, p. 9).
Marx parte de la base que en una sociedad capitalista hay y debe haber desigualdad de
ingresos para que el sistema funcione. Por eso es ilusorio querer cambiar este aspecto de dicho
modo de producción. La lucha contra la desigualdad dentro del capitalismo no es una lucha
marxiana, en el sentido que no sigue la lógica del materialismo histórico.
Asimismo, en el materialismo histórico no hay cabida para que líderes socialistas
cambien las ideas imperantes en la sociedad, ya que estas vendrán de los dueños de los medios
de producción, los cuales, moldearán el pensamiento según sus intereses: “Las ideas de la clase
dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que
ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual
dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone
con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le
sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios
necesarios para producir espiritualmente” (Marx y Engels, 1974, p. 50).
V) Conclusión
Desde la muerte de Marx la historia ha observado múltiples avances tecnológicos, que
han modificado radicalmente los medios de producción. A su vez, la superestructura no ha
permanecido inmóvil, sino que —todo lo contrario—, se han sucedido incontables cambios
culturales. Pero estos cambios no llevaron al fin del capitalismo. Más bien parece lo opuesto, si
algo han hecho, ha sido fortalecerlo; adaptarlo, ampliarlo, complejizarlo. Como si de un
monstruo todopoderoso se tratase, al cual hay que hacer sacrificios para que no destruya a la
humanidad, el capitalismo ha absorbido todos los problemas que se le han puesto por delante
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y, así, nos mantiene en un precario equilibrio; cada vez más dependientes de él y, al mismo
tiempo, con cada vez menos fuerza para enfrentarlo…. ¿Pero por qué ocurre esto?
En sus Manuscritos económico filosóficos, Marx aborda la alienación que sufre el
trabajador en el capitalismo. Allí escribe que: “cuanto más se vuelca el trabajador en su trabajo,
tanto más poderoso es el mundo extraño, objetivo que crea frente a sí y tanto más pobres son él
mismo y su mundo interior, tanto menos dueño de sí mismo es” (Marx, 1844). En el texto
distingue distintos tipos de alienación; está la alienación del obrero respecto a sí mismo, hacia el
producto, hacia el trabajo y hacia los demás. Por otro lado, Marx escribe que “el trabajador sólo
se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y
cuando trabaja no está en lo suyo” (Marx, 1844).
Los pensadores neomarxistas de la Escuela de Frankfurt estudiaron este texto de Marx,
que fue publicado recién en 1932, y se preguntaron por qué la clase oprimida en el capitalismo
todavía no se revelaba para terminar con su sometimiento. Esto tendría que ver con los niveles
de consumo, con los cambios que implementaron en el modo de producción Taylor y Ford,
con la cultura y, como consecuencia de todo esto, con la falta de conciencia de clases en el
proletariado.
En su libro Historia y conciencia de clases de 1923, György Lukács llegaba por su
cuenta a conclusiones similares a las de Marx sobre la alienación (los Manuscritos económico
filosófico todavía no se publicaban) pero teniendo en cuenta una forma de capitalismo más
avanzada. Era la época fordista, que en los años 20 había producido un nuevo tipo de
alienación entre los trabajadores de las fábricas de producción en masa. Si ya se producía
alienación en el capitalismo que conoció Marx, en el fordismo, a través de la división del
trabajo, las posibilidades de realizarse en el trabajo a hora parecían imposibles.
Pero los alcances de esta nueva revolución industrial no se limitaron a la producción
masiva de coches: “Los seres humanos no solo se estaban convirtiendo en máquinas o siendo
reemplazados por ellas, sino que estaban convirtiéndose en máquinas de desear, definiendo sus
identidades a través del consumo más o menos pasivo de artículos de producción masiva. (...).
La mecanización no sólo revolucionó la industria sino que también industrializó el arte, aceleró
las posibilidades de la producción y la distribución, haciendo posibles formas nuevas –el cine y
la fotografía– y haciendo que las viejas –la novela, la pintura, el teatro– parecieran flojas. La
velocidad, la economía, lo efímero y el entretenimiento eran los rasgos distintivos de la cultura
de masas” (Jeffries, 2018, posición 1515 de 8527).
El fetichismo de la mercancía y la cosificación de las que había escrito Marx en El capital
se habían vuelto omnipresentes en la época moderna. Y esto tenía la fatal consecuencia para el
comunismo de impedir la toma de conciencia del proletariado, aspecto esencial dentro de las
etapas del materialismo histórico.
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Sobre la forma mercancía, Lukács afirma que: “imprime su estructura a toda la
conciencia del hombre; las propiedades y las facultades de la conciencia no sólo pertenecen a la
unidad orgánica de la persona, sino que aparecen como «cosas» que el hombre «posee» y
«exterioriza» lo mismo que los objetos del mundo exterior. No hay, de conformidad con la
naturaleza, ninguna forma de relación de los hombres entre sí, ninguna posibihdad para el
hombre de hacer valer sus «propiedades» físicas y sicológicas, que no se someta, en proporción
creciente, a esa forma de objetividad” (Lukacs, p. 126). La alienación del capitalismo moderno
generaba una reificación tan honda, que la revolución parecía más lejana que nunca.
Otro autor de esta escuela que trata el fenómeno de la alienación en el capitalismo
contemporáneo es Herbert Marcuse, quien en su texto Eros y civilización vincula la represión
freudiana con la enajenación marxista. “El principio de actuación, que es el que corresponde a
una sociedad adquisitiva y antagónica en constante proceso de expansión, presupone un largo
desarrollo durante el cual la dominación ha sido cada vez más racionalizada: el control sobre el
trabajo social reproduce ahora a la sociedad en una escala más amplia y bajo condiciones cada
vez más favorables. Durante un largo tiempo, los intereses de la dominación y los intereses del
conjunto coinciden: la provechosa utilización del aparato productivo satisface las necesidades y
facultades de los individuos. Para una vasta mayoría de la población, la magnitud y la forma de
satisfacción está determinada por su propio trabajo; pero su trabajo está al servicio de un
aparato que ellos no controlan, que opera como un poder independiente al que los individuos
deben someterse si quieren vivir” (Marcuse, 1983, p. 56).
En El malestar de la cultura, Freud plantea que hay ciertos instintos —invariables en
todos los hombres— que es necesario reprimir si se quiere vivir en sociedad. Esto se logra a
través del principio de realidad, que son las reglas de comportamiento necesarias para no pasar
a llevar a las demás personas, pero que van en desmedro del principio del placer. Para Freud,
por ejemplo, la escasez imperante obligaba a los sujetos a sacrificar ocio por trabajo, con lo que
este último valor se imponía en el principio de realidad. Marcuse le hace un giro a esta teoría
señalando que los instintos de una persona van a depender del tipo de sociedad en que ésta se
desarrolle. Es decir, aplica el materialismo histórico al nivel de los instintos, y señala que en
nuestra sociedad capitalista el principio de actuación, o rendimiento, es la forma predominante
en el principio de realidad. De hecho, gracias a este mismo principio de actuación —que
domina el quehacer de los países industrializados hace años—, hoy día la escasez de recursos no
debería representar un motivo de preocupación tal como lo hacía en épocas anteriores. Ahora,
la supuesta escasez opera de manera ideológica, para mantener al trabajador subordinado
pacíficamente al sistema social del mundo burgués, haciéndole desear —mediante la
publicidad—, cosas que no necesita, pero que van en beneficio del capitalista.
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“El trabajador es manipulado de manera que las restricciones sobre su libido parezcan
leyes racionales que luego interioriza. Lo no natural, —es decir, nuestra función preestablecida
de producir bienes de consumo y ganancias para el capitalista— se nos hace natural” (Jeffries,
2018, posición 5280 de 8527).
Al igual que con la alienación omnipresente de Lukács, cuando el trabajador interioriza
las contradicciones en vez de enfrentarlas, no se genera conciencia de clase, y, en ambos casos, el
resultado es que el capitalismo se hace más fuerte.
Sea cual fuere el motivo, finalmente las contradicciones internas del capitalismo no
acabaron con él. Si la burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los
instrumentos de la producción, como dice el Manifiesto del partido comunista, pareciera que
las fuerzas productivas del capitalismo son ilimitadas en su capacidad de reinventarse. Una
forma social, escribió Marx: “jamás perece hasta tanto no se hayan desarrollado todas las
fuerzas productivas para las cuales resulta ampliamente suficiente” (Marx, 2008, p. 5).
Con esto, los últimos enunciados de la teoría del materialismo histórico formulados en
el Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política no se cumplieron, o todavía no
lo hacen. Habrá que esperar para ver si: “Las relaciones de producción burguesas son la última
forma antagónica del proceso social de la producción”, y si “Con esta formación social
concluye, por consiguiente, la prehistoria de la sociedad humana” (Marx, 2008, p. 5 y 6).
Pero, tal como señalé en la introducción, mi interés en este trabajo fue mostrar que el
materialismo histórico se puede descomponer en distintas partes. Llevado por esa intención,
dividí la teoría en una sección llamada “la teoría transversal” y otra que denominé “las etapas
hacia el comunismo”. A mi modo de ver, esta segunda parte es una aplicación de la primera,
una especie de complemento a la teoría de fondo que se le puede separar. En otras palabras, si
las etapas del materialismo histórico no se han dado como Marx predijo, eso no significa que la
teoría que sustenta dicho desarrollo pierda validez.
Quise reforzar dicho planteamiento ya que la teoría transversal, que nos enseña cómo
los modos de producción de la vida material determinan la superestructura en que vivimos,
aparte de sustentar la teoría del colapso del capitalismo y el consiguiente surgimiento del
comunismo, permite múltiples aplicaciones más, lo que le da un riquísimo valor teórico, capaz
de explicar un sinnúmero de fenómenos sociales hasta el día de hoy.
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