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A continuación reproduzco un valioso artículo de Pedro Socorro publicado en la “Revista

Pronto”- Sucesos Históricos-, que narra al detalle el demoledor aluvión que azotó a la Villa de
Agaete en la noche del miércoles del día 19/02/1896 y que parece haber sido “la madre de
todas las tempestades” de su historia. Anómalo episodio éste que fue capaz de modificar el
perfil del Valle y el cause del barranco cuando distaba unos cuatrocientos metros del templo
parroquial para dejarlo en los seis que tiene actualmente. Sencillamente impresionante.

El temporal más fuerte que azotó a Gran Canaria a finales del siglo XIX dejó una profunda
huella en el Valle de Agaete. Lluvias torrenciales, truenos y rachas de violentas de viento
extendieron la destrucción por todo aquel término municipal, alcanzándose dimensiones
dantescas y los trazos y características de un hurancán. Ignorantes de lo que se les venía
encima, los vecinos de Agaete de 1896 fueron testigos del que fue el peor temporal sufrido
en su comarca en toda su historia.
A medida que transcurría las horas de la noche del miércoles 19 de febrero se derrumbaban
casas, puentes, fincas y acababa con la vida de un matrimonio anciano del barrio del Rincón.
La situación atmosférica era alarmante. El pánico de los vecinos del Valle ante el fragor de
los relámpagos y el estruendoso bramar de las aguas. Aunque la isla sufría los efectos del
mal tiempo, Agaete fue, con diferencia, el pueblo donde el temporal de 1896 resultó
imposible de olvidar, marcando para siempre a este pueblo de pescadores.
El relato del suceso en la prensa no dejó lugar a dudas sobre lo vivido. “La catástrofe fue de
tal magnitud que las páginas de la historia de esta Isla no registra ninguna igual, ni siquiera
que se le asemeje”, como atestigua una de las crónicas del periódico La Patria que titula su
primera página con “Los Desastres de Agaete”, tras conocer, mediante telegramas, los
estragos provocados por el huracán. El Diario de Las Palmas, por su parte, dedica al asunto
varios artículos y nos cuenta también: “No hay memoria de una avenida (de agua)
semejante, asegurándose que el nivel de la corriente excedía de más de seis metros al de las
mayores que se recuerdan”.

ACIAGOS MOMENTOS

Aciagos momentos aquellos. A cada instante aumentaba la zozobra, a cada rato era mayor la
angustia de los vecinos en un embravecido oleaje. Techumbres enteras entramadas, eran
empujadas por los aires, convertidas en enormes elementos volantes y diseminados por la
tragedia.
La muralla de contención del pequeño caserío fue derrumbada y las casas arrastradas por las
aguas, mientras los sorprendidos vecinos huían por las calles buscando dónde refugiarse. La
iglesia parroquial quedó a solo seis metros del nuevo e impetuoso cause, cuando horas antes
distaba a cuatrocientos metros.
En vista del peligro que suponía que las aguas inundaran la cercana parroquia matriz de
Nuestra Señora de la Concepción, el párroco Antonio Medina Jiménez, natural y vecino de
Agaete con la ayuda de sus comarcanos, rescataron las imágenes del interior del templo
como la de la patrona, efigie de Nuestra Señora del Carmen, San Juan Bautista, como la
Purísima y Santa Rita, entre otras cosas y las trasladaron a la ermita de San Sebastián. El
corazón de Agaete se inundaba sin control.
Al menos siete casas – cinco de estas situadas en la plaza de la iglesia- cayeron derrumbadas
por el empuje de las aguas sin que fuera posible salvar los muebles de ellas. “Apenas han
permanecido en pié las fachadas ruinosas”. Sus moradores fueron evacuados a toda prisa
ante el riesgo inminente que corrían. La misma precaución se adoptó con otras viviendas que
milagrosamente escaparon del siniestro. No así el numeroso ganado que fue arrastrado hacia
el mar.
“Toda aquella zona presenta un aspecto lastimoso, como si hubiera pasado por allí las furias
de la desolación: no restan sino fragmentos de construcciones, objetos múltiples flotando
sobre la avenid, tierras desbastadas y profundamente modificadas en su estructura por el
paso de las aguas”, agregaba El Diario. Con la caída del Sol, Agaete se replegó sobre sí
misma temerosa y confiada se alejara de ella las desatadas fuerzas de la naturaleza. Lo peor
ya había pasado. Al mediodía, tras cinco horas de horrible ansiedad, la tormenta fue
amainando continuando a intervalos las lluvias y el viento. Y entonces pudo observarse los
estragos causados por la tormenta.

ASPECTO DESOLADOR

El aspecto del pueblo era ya desolador. Fincas fértiles donde los agricultores del valle
obtenían el día anterior sus sustentos y su medio de vida quedaron alegadas, o simplemente,
desaparecieron del territorio. “La consternación es indescriptible y el estado de los ánimos
inenarrable”, narraba La Patria. Todavía era inmenso a esa hora el caudal de agua que
llevaba el estrecho cause del barranco, que lo ensanchaba a su capricho, sin que obstáculo
alguno resistiera su avasallador impulso.
Todas las huertas y fincas anexas a la iglesia desaparecieron en un santiamén. Igual que la
fuente de abasto público, la que los vecinos se surtían para su consumo. Tampoco quedó
rastro alguno de los canales de riegos, y de la carretera y el puente, a la salida del pueblo y
que comunicaban, el Valle con el Puerto de las Nieves. Sólo quedaron cuatro metros de vía
de los 250 que formaban la desaparecida carretera. Un matrimonio del Rincón fueron las
únicas víctimas que hubo que lamentar de la tragedia. El barrio de San Germán, situada en
la meseta de un risco, quedó incomunicado del pueblo, convertido en una improvisada isla.
“La angustia de este vecindario puede calcularse cual sería teniendo en cuenta que le
rodeaba el agua y que no había posibilidad de escapar de sus fatales efectos”, asegura La
Patria. También en el lugar conocido por La Suerte, unas quince fanegadas de tierras con sus
casas de labor fueron arrasadas. El pánico de los vecinos por el paso del temporal fue de tal
calibre que la noche siguiente los habitantes se refugiaron en una loma cercana, temiendo
que el huracán se reprodujese.
El mal tiempo se extendió de oeste a este. En el puerto la mar estaba picada e innavegable y
las pequeñas embarcaciones y falúas de los pescadores mantenían fuertemente las amarras
echadas en el muelle. El viento erizaba el agua del mar, arrojándose con furia contra la
costa y las ventanas de las humildes casas de los vecinos.
Allí se observaba flotando escombro de toda clase como restos de un gran naufragio que
ahogaba más y más a la villa marinera. Con todo, el servicio de cabotaje del Puerto de las
Nieves, con la Aldea de San Nicolás quedó interrumpido, viniendo agudizar el problema que
el paro naval producía.
Mientras tanto, anoche había pasado, pero ni la lluvia ni el viento desaparecieron del todo.
Con la luz del día era el momento de hacer un primer balance. El arquitecto Laureano
Arroyo; el secretario del Obispo Cueto, y el señor Hernández, ingeniero de obras públicas,
visitaron de urgencias el pueblo para determinar sobre la marcha algunas decisiones,
mientras los vecinos, obreros y voluntarios quedaron exhaustos tras la dura lucha planteada.
Las consecuencias que dejó tras de sí la acción combinada del agua y el viento huracanado
fueron dramáticas.
Uno de los cálculos aproximados hablaba de daños materiales por valor de ¡más de un millón
de pesetas!; otro decía que las pérdidas no bajaban ¡de los 250.000 duros!.
Las noticias sobre lo acontecido en el Valle sucedieron imparables y corrían como la pólvora
por todos los rincones del archipiélago.
Los Desatres de Agaete dieron lugar a una gran oleada de solidaridad y generosidad.
Los donativos abundaron, desbordando cualquier previsión inicial e inyectando unas
imprescindibles dosis de moral a los vecinos, abriéndose numerosas suscripciones públicas
para ayudar a las víctimas. La Isla se comportó como de ella se esperaba. Confiada y
esperanzada sabedora de que se iba a necesitar muchos años en volver a ser lo que una vez
fue, Agaete culminó los últimos años del siglo XIX la empresa de su reconstrucción. Un siglo
después, curiosamente, este pueblo ha vuelto a sufrir una situación parecida, aunque no tan
horrible como entonces. La violencia de un nuevo huracán, El Delta, dejó sin dedo hace un
año y medio al monumento natural del Dedo de Dios. Pero en 1.896 el corazón de Agaete se
hizo agua.

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