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Aportes para una distinción: dialogismo vs polifonía en el análisis argumentativo.

Ruth Amossy

Jacques Bres et al. (2005) Dialogisme et polyphonie. Approches linguistiques, Bruxelles,


Ed. Duculot.

Traducción: María Isabel López

¿Es necesario establecer una distinción entre las nociones de “dialogismo” y de “polifonía”,
que en muchas ocasiones se mezclan y hasta se confunden? Es sabido que ciertos enfoques
lingüísticos retienen, según su conveniencia, sólo uno de los dos términos: así, los trabajos
de la ScaPoline (2004) inspirados en Ducrot utilizan exclusivamente “polifonía”, mientras
que la Praxemática remite a Bajtin para llamar “dialogismo” al mismo fenómeno de
multiplicación de voces en el interior del enunciado. Sin embargo, me parece que
privilegiando una noción con respecto a la otra, las ciencias del lenguaje se privan de un
instrumento precioso. Es que ellas recortan una de las mayores funciones del dialogismo: su
capacidad de dar cuenta de la dimensión social y dialógica del discurso. La presente
reflexión se sitúa en el espíritu de los trabajos de Bajtín (1977, 1981), pero no se propone
retomar el uso original de los términos (discutido en este volumen por Nowakowska).
Desde la perspectiva discursiva, me inscribiré en el marco de una teoría de la
argumentación en la cual se concibe la (nueva) retórica como una rama del Análisis del
Discurso (en adelante AD) (Perelman & Olbretchs Tyteca 1970; Amossy 2000). La
cuestión de las estrategias argumentativas en su relación, por una parte, con el interdiscurso
(en su sentido amplio, Charaudeau & Maingueneau; 2002:324) y, por otra, con la
multiplicidad de las voces orquestadas por el enunciado, permitirá aclarar la distinción
entre dialogismo y polifonía.

1. Dialogismo vs polifonía

Partamos de las definiciones de los dos diccionarios de AD recientemente aparecidos.


Mientras que el diccionario de Praxemática (Détrie, Siblot & Vérine 2001) plantea la
intersección entre ambas nociones, el segundo (Charaudeau & Maingueneau, 2002), por el
contrario, tiende a separarlas. En el enfoque praxemático, por ejemplo, el dialogismo es
definido como la “capacidad del enunciado de hacer oír, además de la voz del enunciador,
otra u otras voces que lo recorren enunciativamente” (2001:83). Por lo tanto, no es
sorprendente que encontremos: “El concepto de polifonía ha sido extendido por Ducrot allí
donde Bajtín hablaba de dialogismo” (ibid.). Cuando Bajtín hablaba de polifonía, entendía
por ella la capacidad de la novela – en particular la de Dostoievsky- de poner en un pie de
igualdad a las diferentes voces; y esto en oposición al discurso cotidiano que, como bien lo
muestran los trabajos contemporáneos de las ciencias del lenguaje, “hace aparecer una
jerarquía de fuentes enunciativas” (ibid.). Ninguna explicación tiene en cuenta la
observación según la cual dialogismo, polifonía y heterogeneidad enunciativa coinciden en
el hecho de cuestionar la unicidad del sujeto hablante, y esto es evidente dado que estas
explicaciones se encuentran en la entrada correspondiente a “dialogismo”. Desde la misma
perspectiva, Jacques Bres (1999) utiliza en “Entendre de voix: de quelques marqueurs

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dialogiques en français”, la noción de dialogismo para designar la pluralidad de voces en un
enunciado único, reabsorbiendo la de polifonía.
No sucede lo mismo en el diccionario de Chauraudeau & Maingueneau, donde Sophie
Moirand define el dialogismo como un concepto “que remite a las relaciones que todo
enunciado mantiene con los enunciados producidos anteriormente, así como con los
enunciados que pudieran producir los destinatarios” (2000:175), insistiendo en las citas de
Bajtín que señalan el carácter constitutivo del fenómeno. No se trata, pues, simplemente de
las voces que orquesta el locutor haciendo resonar en su discurso la del otro o las de los
otros; se trata del hecho de que el sujeto hablante es necesaria y constantemente atravesado
por el discurso del otro, y no existe independientemente de él. Las dos orientaciones del
dialogismo están clásicamente resumidas en la distinción entre dialogismo interdiscursivo
(la relación con los discursos anteriores) e interlocutivo (la relación con la respuesta
anticipada del alocutario); pero las dos se relacionan con lo que Authier-Revuz llama
heterogeneidad constitutiva. En este caso, se trata de un “otro que atraviesa
constitutivamente al uno”, y que coloca la alteridad en el corazón mismo del sujeto
hablante. En cuanto a la polifonía, es tratada por Nolke en las diversas acepciones que le
proporcionan los diversos dominios en los cuales se utiliza la noción. En los estudios
literarios, donde Bajtín ha introducido primero este término, se trata del hecho de que “los
textos vehiculan, en la mayoría de los casos, muchos puntos de vista diferentes: el autor
puede hacer hablar muchas voces a través de su texto” (2002:444). No se trata, pues, de la
palabra del otro que necesariamente atraviesa al sujeto y sólo a través de la cual puede
constituirse, sino de los “puntos de vista” y de las “voces” que vehicula un mismo texto y,
en lingüística, un mismo enunciado. Lo que se prioriza aquí es la teoría de Ducrot. El
término dialogismo no se menciona en la entrada correspondiente a polifonía, y la hay una
neta separación entre ambas nociones.
¿Esto quiere decir que es suficiente mantener una saludable distancia entre ellas para
resolver la cuestión de su diferenciación? No parece ser así. En efecto, la cuestión de la
relación voz-punto de vista o, según las definiciones de Ducrot, locutor-enunciador, lleva a
reformular el problema y considerar todo lo que está en juego en esta problemática.
Sabemos que la noción de punto de vista es introducida en la teoría de la polifonía por
Ducrot a través de su definición de enunciadores, “esos seres que se supone que se expresan
a través de la enunciación, sin que se les atribuyan palabras precisas; si ellos hablan, es
solamente en ese sentido en que se ve la enunciación expresando su punto de vista, su
posición, su actitud…” (1084:204). A continuación de esta teorización, Nolke redefine el
“punto de vista” como “unidades semánticas con representación (de los contenidos
proposicionales) y provistas de un juicio” (2001: 17). Queda por saber con qué instancias
enunciativas están relacionados estos puntos de vista, y en función de qué marcas
lingüísticas se puede efectuar semejante atribución.
En las teorías lingüísticas de la polifonía, no es necesario que el enunciador sea asimilable a
alguien preciso, o a un grupo reconocible. Los seres discursivos pueden aparecer como
existiendo en un saber presupuesto:

Puede tratarse, por ejemplo, de la opinión pública o de la ley. Así


se analizan los presupuestos proposicionales y existenciales como
puntos de vista de los cuales el responsable es ON. ON puede ser la
opinión pública o una porción pertinente de la sociedad en la cual
el discurso se inscribe. (Nolke 2001:62)

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Es lo que resulta del análisis que hace Ducrot del ejemplo  “Pierre dejó de fumar”, en el
cual corrige sus primeros trabajos sobre la presuposición, descubriendo allí dos
enunciadores: E2 como locutor que efectúa un acto de afirmación, y E1, “según el cual
Pierre fumaba anteriormente” y que “es asimilado a un cierto ON, a una voz colectiva, en
cuyo interior el locutor mismo está incluido” (1984:231). Habría, pues, una “voz colectiva
que denuncia los errores pasados de Pierre” (ibid) que se haría oír en el enunciado.

En este volumen, otros retoman y desarrollan la cuestión del ON-locutor. Sin embargo, yo
querría señalar que al recurrir a un punto de vista, proveniente de una fuente indiferenciada
que no puede ser atribuida a un sujeto singular sino a un ON sinónimo de opinión pública,
se introduce en la polifonía la noción de doxa. Por lo tanto, este recurrir a la voz de la
opinión común es, precisamente, lo que está en el origen de una cierta confusión, o por lo
menos de una interferencia entre las nociones, cuyos efectos es importante percibir.

En efecto, la doxa constituye una dimensión intrínseca del dialogismo interdiscursivo: la


relación que todo enunciado mantiene con los enunciados anteriores marca la sumisión de
la palabra a la doxa, es decir, a las representaciones, opiniones, creencias comunes
(Amossy & Hrschberg Pierrot 1999; Amossy & Stemberg 2002). Es decir que la doxa
introduce la alteridad en el corazón mismo de mi palabra: el discurso difuso y anónimo de
ON está en mí, me constituye, y yo puedo a lo sumo tomar conciencia y debatirme con él,
sin llegar jamás a una utópica exterioridad (como bien lo había visto Flaubert, y después de
él, Barthes). Que lo ya dicho y lo ya sabido se inscriban necesariamente en la lengua no
quiere decir que constituyan un punto de vista atribuible a un enunciador: ellos no se
vuelven una voz que se muestra y se hace oír como el discurso del otro.

Desde esta perspectiva, “Pierre dejó de fumar” no sería polifónico sino, como todo
enunciado, dialógico. En efecto, este enunciado comprende una aserción “Pierre no fuma
más”, y una presuposición (según la primera teoría de Ducrot, 1972) “Pierre fumaba
anteriormente”, ambos a cargo de un solo y mismo locutor, que representa su punto de vista
expresado a través de su propia voz. Se ha insistido sobre el hecho de que un locutor que
asevere que X ha dejado de hacer algo se hace cargo necesariamente del punto de vista
subyacente según el cual X lo hacía precedentemente (Kerbrat-Orecchioni 1986:33). ¿Pero
por qué postular otro enunciador allí donde el locutor habla fundándose en una verdad que
él presupone, considerándola compartida por su alocutario? Tal alocutario puede
legítimamente atacar el punto de vista del locutor alegando que “Pierre no fumó nunca”.
Una sola voz, pues, que sin embargo hace oír su punto de vista sobre un fondo dóxico que
determina su condición de posibilidad. En efecto, el enunciado sólo produce un sentido
aceptable frente a una doxa general que estipula que fumar daña gravemente la salud, que
los fumadores deben esforzarse por arrancarse su funesto hábito y que este esfuerzo es tanto
más meritorio en tanto es muy penoso. No es una voz perceptible en el enunciado que dice
esto. Estas creencias constituyen la base dóxica subyacente sin la cual el discurso tiene
ciertamente una significación, pero no un sentido. Lo mismo sucede para “Pierre dejó de
beber”, en contraste con “Pierre dejó de comer” o “de hacer el amor con su mujer”. Así, se
puede encadenar “Pierre dejó de fumar” con “Estoy feliz por él”, “lo admiro”, etc., pero no
–al menos sin una explicación suplementaria- con “es lamentable”, o “va a pagar las
consecuencias”.

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Esta adscripción a una doxa que subyace al enunciado pero no se halla explícitamente
inscripta en él es lo propio del dialogismo. Podemos relacionarlo con la heterogeneidad
constitutiva de Authier-Revuz (1995) ¿Esto quiere decir que el dialogismo, por oposición a
la polifonía, escapa al análisis por falta de marcadores lingüísticos? Authier-Revuz tiende a
ver en la heterogeneidad constitutiva el punto de fuga donde la heterogeneidad mostrada
señala la existencia: el sujeto que tiene que escapar a la conciencia del Otro que lo
constituye proponiendo una alteridad bien delimitada, un otro que él domina y en relación
con el cual él puede definirse. Yo diría que el dialogismo, o la adscripción a la doxa como
discurso del Otro, no es una entidad inabordable, sino un tejido sutil cuyos hilos y cuya
organización importa descubrir y reconocer. Los viejos hilos que recorren la trama del
discurso del texto nuevo son perceptibles en diferentes niveles de concretización:

En la lengua, en la carga semántica de los términos:


- los topoi subyacentes a las palabras y su orientación argumentativa.
- las valoraciones acumuladas por las palabras a través de sus usos en el discurso – y
el dialogismo de la nominación, resumido por Siblot en el diccionario de
Praxemática (2001: 86)

En el discurso, en el interdiscurso:

- sus temas y tópicos, sus escenarios prefabricados (Eco: 1985);


- más precisamente, la estereotipia que aflora en las representaciones colectivas, las
ideas recibidas, los clichés, las fórmulas hechas, pero también en las normas de
cortesía, las reglas sexuales de comportamiento discursivo, etc.
- la memoria genérica, entendida como la apropiación de las reglas de un género
discursivo.
- Los argumentarios que recortan y organizan el interdiscurso previamente a toda
toma de la palabra, y que se pueden relevar a partir de un buen conocimiento de lo
que se dice y se escribe en los diversos géneros en una época dada.

Se pueden hallar así marcas más o menos tangibles de dialogismo analizando el basamento
dóxico de los discursos. Sin duda, estamos a menudo confrontados a puros trazos que
necesitan un descubrimiento, hasta un desciframiento, a veces un poco azarosos. En
ausencia de marcadores lingüísticos claros, conviene tener un buen conocimiento del
vocabulario, de los términos, de los argumentarios, etc., que participan del saber común en
el cual el texto está inmerso.

Funciones del dialogismo y de la polifonía en el discurso argumentativo.

Se plantea, por lo tanto, la cuestión de la productividad de las nociones de dialogismo y de


polifonía en el análisis retórico. En un primer momento, parece que la retórica se acomoda
mejor a la polifonía que a al dialogismo. Ella se funda, en efecto, en una noción de sujeto
hablante intencional, capaz de realizar estrategias tendientes a obtener la adhesión, y que
parece poco compatible con la heterogeneidad constitutiva propia del dialogismo. La
polifonía inherente a la lengua ofrece, en cambio, medios preciosos, para cualquier
tentativa de persuasión, en la medida en que ella autoriza una organización y una

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jerarquización de las voces y de los puntos de vista que comprometen o no la
responsabilidad del locutor. Ella inscribe, así, en la lengua, elecciones y tomas de posición
(Ducrot 1984: 205). Permite, por lo tanto, que el discurso que intenta a influir sobre el otro
tenga una orquestación más o menos eficaz para sus propios fines de eficacia. En síntesis,
la polifonía se articula naturalmente no solamente sobre la argumentación en la lengua, sino
también sobre la argumentación en el discurso.
¿Qué es, entonces, dialogismo? Hay que distinguir aquí entre los dialogismos interlocutivo
e interdiscursivo. El primero está, por definición, en el corazón de toda empresa
argumentativa, porque esta pone el acento en el auditorio, no en el público real, sino en un
auditorio al que Perelman define como una construcción del orador (1970:25). El sujeto
hablante se hace una imagen del otro, de su saber, de sus creencias y de sus opiniones, y se
dirige a él previendo sus reacciones y sus eventuales objeciones. Desde esta perspectiva, la
orientación del discurso hacia el otro, sobre la que insiste Bajtín, retoma el principio básico
en el que se funda la retórica, de Aristóteles a Perelman. Por otra parte, la noción de
dialogismo interdiscursivo es lo que parece ser aquí el problema, en el sentido en que pone
parcialmente en cuestión la aparente armonización del dialogismo y de la retórica que
acabo de mencionar.
En efecto, el dialogismo no es el lugar en donde el enunciador se hace cargo de sus
enunciados posicionándose en relación con los puntos de vista anteriores, sino el lugar en
donde se abre un camino en lo ya-dicho con un movimiento que escapa parcialmente a su
clara conciencia. No es el lugar de las decisiones y de las tomas de posición elaboradas en
un diálogo plenamente asumido con el otro, sino aquel en donde una palabra individual se
elabora en el medio verbal de su cultura. Al respecto, Authier-Revuz habla de los
“múltiples movimientos dialógicos por los cuales (el discurso) se hace, que no se producen
como decisiones, como elecciones conscientes de “aquel que habla” (1995: 251) ¿En estas
condiciones, es compatible el dialogismo interdiscursivo con una perspectiva retórica?
El dialogismo interdiscursivo designa, en realidad, en el discurso argumentativo, la trama
sobre cuyo fondo pueden establecerse las estrategias argumentativas: constituye el diálogo
interno en el que se elabora la palabra del sujeto. Es el conjunto de evidencias, de creencias,
de representaciones, de argumentarios en cuyo sentido el sujeto se orienta para ocurrir por
la palabra. Se puede plantear, pues, que el discurso se hace primero en el espacio de esta
doxa a menudo acuñada en fórmulas y lugares comunes, pero siempre presente aun cuando
ella solo aflore en clichés. Solo sobre ese fondo dóxico puede formarse un proyecto
argumentativo que integre la palabra del otro a la del sujeto. En otros términos, el locutor
está constituido a la vez por la palabra del otro que lo atraviesa sin que él lo sepa (él no
puede decir o decirse fuera de la doxa de su tiempo: es el dialogismo), y por un sujeto
intencional que moviliza las voces y los puntos de vista para influir sobre su alocutario (es
la polifonía). Lejos de ser contradictorias, estas dos concepciones representan dos facetas
complementarias del sujeto hablante y dan cuenta de vínculo con lo social, al mismo
tiempo en sus determinaciones, su individuación y su querer-decir, que es también un
querer-hacer.
Tomemos algunos ejemplos extraídos de corpus auténticos y no de enunciados fabricados.
Véase lo que escribe un artillero llamado Raoul Bouchet en la post-data de una carta a sus
parientes fechada el 23 de septiembre de 1915,

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PS (…) Ayer a la noche, cuando iba a hacer colocar una línea
telefónica en primera línea, disparé con un fusil sobre un Boche1 y
creo que le di, imagínense lo contento que estaba. (Bouchet 2002:
189)

Se trata de una carta familiar en la que el que escribe, de condición humilde, participa a sus
próximos de su cotidianeidad y de sus sentimientos personales para mantener un lazo con
los otros seres queridos que dejó atrás. Se trata, pues, de un intercambio, y el discurso no
puede ser analizado más que en términos de interacción. El dialogismo interlocutivo es aquí
aparente. En esta corta secuencia, el locutor hace algo más que aportar una información, él
construye un ethos dirigido a sus destinatarios, anticipando sus reacciones (Amossy 1999).
En la ocurrencia, él agranda un episodio que, contrastando con las escenas de disparos
masivos y anónimos, lo coloca como soldado francés singular frente a un enemigo
particular, designado por el apelativo peyorativo corriente de Boche, que lo presenta como
una alteridad radical, desinvidualizándolo totalmente. Haciendo esto, Raoul asume la
apariencia de un buen soldado, capaz de eliminar al adversario por la habilidad de su
disparo. El sentimiento de satisfacción que experimenta no resulta sorprendente. Lo
comparte con sus familares, seguro de que comulgan en la misma doxa y se enorgullecen
de la valentía del hijo que cumple con su deber. Al mismo tiempo, la anécdota figura en
una post-data: ella no ocupa el centro de la escena, a causa de su marginalidad, y a la vez
porque el que escribe minimiza, con la modestia requerida, un episodio en el cual él parece
alardear.
Está claro que esta carta personal es dialógica, enteramente atravesada por el discurso de la
época; pero también que la individualidad del sujeto hablante y su afectividad aparecen
cuando retoma un discurso patriótico que comparte con sus destinatarios. No hay aquí
efecto de polifonía, sino la asunción de un discurso que está en el ambiente, por un locutor
que ha interiorizado plenamente la doxa de su tiempo, y que retoma la palabra común con
la modalidad que le dictan sus orígenes. Vemos cómo los soldados de origen campesino
manifiestan lo que ciertos historiadores contemporáneos han calificado de “consentimiento
a la guerra”.
El mismo soldado escribe a sus padres, el 10 de agosto de 1916:

Esta mañana, dos aviones Boches nos lanzaron papeles para


decirnos que nuestras escuadrillas bombardeaban sus ciudades y
se les mataba a muchas mujeres y niños, y todo eso bajo la
instigación de Inglaterra. Si creen que nos van a impresionar, se
equivocan ya que (car) lo que se les inflingió no es más que la pena
del Talión (Bouchet 2002:297)

El que escribe relata en discurso indirecto (efecto marcado de polifonía) el texto de los
alemanes que denuncia las fechorías de los franceses y la responsabilidad de Inglaterra.
Este discurso referido es intrínsecamente dialógico: la doxa subyacente al discurso de los
Boches, y sobre el cual este se apoya, es la regla ética que demanda dejar a los civiles fuera
del combate y, sobre todo, respetar a las mujeres y a los niños (expresión consagrada
fácilmente reconocible). Son valores morales de tipo humanitario con los cuales todos

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N. de T. Nombre despectivo con que los franceses nombraban a los alemanes en la primera guerra mundial.

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acuerdan, más allá de las rivalidades nacionales a las que apelan los alemanes. La reacción
del locutor a este escrito: “si creen que nos van a impresionar, se equivocan”, está
igualmente anclada en una doxa. La palabra del que escribe se hace eco de un discurso
patriótico que plantea que no hay que dejarse influir o desestabilizar por la propaganda del
enemigo, y que los franceses no se dejan engañar por los alemanes. O sea, una refutación
fundada en la ley del Talión, sobre la cual volveré, pero que toma aquí su sentido sólo a
partir de lo que aparece como una evidencia que no necesita ser formulada con todas las
letras: se trata de las fechorías perpetrados por los alemanes sobre poblaciones civiles,
“atrocidades alemanas” a propósito de las cuales corrían los más terribles rumores en la
época. Vemos, pues, que el pasaje entero reenvía a los discursos anteriores, que le dan, al
mismo tiempo que su espesor, su sentido y su fuerza.
Pero no podemos quedarnos allí. En efecto, la estrategia argumentativa del pasaje se
construye con la ayuda de una construcción polifónica, u orquestación de diferentes voces
que se apoyan sobre esos elementos dóxicos. Es así que la elección del estilo indirecto
permite no hacer oír la voz del otro –del enemigo- más que subordinándola estrechamente a
la del locutor. La formulación de “se les mataba muchas mujeres y niños” atenúa ahora y ya
el horror de la fechoría, desplazando el centro de gravedad de “matar” (ilegítimo en el caso
de seres inocentes) a “matarles” (legítimo en el caso de un enemigo a quien se tiene el
derecho de hacer mal). Remarcaremos también el uso de la forma impersonal en lugar de
“nosotros” (utilizado, sin embargo, en tres instancias al principio de la frase), que permite
diluir un poco la responsabilidad del grupo del que participa el “yo”, en la masacre de los
civiles. El locutor relata los argumentos del otro sólo para atenuar su alcance. A esto se
agrega el hecho de que él descalifica de entrada la palabra adversa, atribuyéndole una
fuente indigna de confianza, a saber, los Boches: el ethos negativo del enunciador
deslegitima a priori su palabra.
Sin embargo, las modulaciones de la palabra del otro introducida por el manejo del discurso
referido no alcanzan a descalificarla completamente. ¿Cómo este soldado, que se dirige a
sus familiares que no están en el frente, es decir a civiles temerosos de toda violación de las
prohibiciones sobre la violencia de guerra, puede persuadirlos de aprobar la muerte de las
mujeres y los niños? Sin duda, hace uso del recurso de la división netamente establecida
entre dos voces, la del nosotros y la del ellos, el vosotros de los civiles, que se supone que
se identifica con el nosotros de los combatientes sobre la base de una comunidad francesa,
con más razón cuando se trata de lazos familiares. Pero el que escribe no se detiene allí. Él
procede también a una refutación en regla en un razonamiento introducido por el conector
car (ya que): “ya que lo que se les inflingió no es más que la pena del Talión”. El hecho de
que aquí el locutor toma a su cargo el argumento está marcado por la elección del conector.
Ducrot ha mostrado claramente que, contrariamente a puisque (puesto que), el enunciador,
responsable de la aserción hecha en E2, debe ser identificado, en el caso de car, con el
locutor” (Ducrot 1980:48). Hay aquí “dos actos de enunciación efectuados por el mismo
locutor”, “en donde el segundo es presentado como destinado a legitimar al primero
(Maingueneau 1991:242). Además la refutación con función legitimante se apoya en una
referencia bíblica a la “ley del Talión”, a través de la cual el locutor hace resonar en la suya
propia una voz exterior. Con la expresión consagrada “pena del Talión”, el discurso
referido superpone la noción de justo castigo humano al de ley divina: en efecto, se
“inflinge” una “pena” a un culpable. Es, pues, la inflexión de la fórmula bíblica en el
discurso nuevo lo que permite unir patriotismo, sentimiento de justicia y religión. Haciendo
resonar en su voz la de la Biblia, el locutor se atribuye una autoridad duplicada. Por un

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lado, la modalización desvalorizante del discurso de los Boches; por el otro, la evocación de
la palabra de Dios en su propia palabra. Es indudable el lado hacia el cual se inclina la
balanza. Así se hallan justificados, a los ojos del destinatario, los sufrimientos inflingidos a
las poblaciones civiles. Tanto más cuando la pasiva en “lo que se les inflingió no es más
que la pena del Talión” suprime el agente, como si la venganza divina se ejerciera
directamente desde el cielo hacia los culpables, en un borramiento del “nosotros” (“nuestras
escuadrillas”) convertido en simple instrumento.
Vemos, pues, cómo la puesta en escena de las voces en el discurso epistolar jerarquiza de
entrada dos puntos de vista acerca de los límites que se deben asignar a la violencia de
guerra. El respeto de ciertas reglas que ponen un freno a la violencia, y tienden a
salvaguardar principios humanitarios fundamentales, se opone al derecho a la revancha
fundado en el precepto “ojo por ojo, diente por diente” del que se nutre la indignación
colectiva provocada por las “atrocidades alemanas”. El fondo dialógico del discurso ofrece
un soporte a la empresa de persuasión, que elabora estrategias autorizadas por el manejo de
la polifonía. Lo dialógico designa la orientación hacia el discurso circundante del que se
nutre la palabra individual del sujeto: aparece en el basamento dóxico que funda el sentido
y el alcance de la carta. La polifonía es el conjunto de voces y de puntos de vista que
orquesta la carta para influir sobre sus destinatarios: compromete al locutor, manifestando
sus elecciones y tomas de posición.
No obstante, no habría que deducir que la polifonía permite siempre una organización clara
que autoriza tomas de posición tajantes. Por el contrario, ella puede permitir al locutor
eludir sus responsabilidades gracias a la interferencia de las voces. En el límite, la polifonía
llega a diluir la responsabilidad del locutor a un punto tal que es difícil saber cuál es su
posición, y si realmente se posiciona. Rescribamos este extracto “a la Zola”, en discurso
indirecto libre:

Bouchet escribía a sus padres los acontecimientos de la jornada.


Esa mañana, aviones Boches les habían lanzado papeles para
decirles que las escuadrillas bombardeaban sus ciudades y que se
les mataba a muchas mujeres y niños, y todo eso bajo la instigación
de Inglaterra. Si ellos creían que iban a impresionarlos, se
equivocaban, porque lo que se les estaba inflingiendo no era más
que la pena del Talión.

Se ve claramente que el locutor-narrador no toma la responsabilidad de los dichos del


personaje cuyo discurso reproduce. Si bien presenta el conflicto de opiniones y la toma de
posición de Bouchet, no marca su propia actitud al respecto.

Conclusión

El reconocimiento de la doxa permite ver, pues, cómo el locutor elabora su decir sobre el
fondo de lo ya-dicho de su época, exige un conocimiento del interdiscurso que aflora en el
discurso nuevo y no puede contentarse con marcas lingüísticas claras (incluso si estas
aparecen en diferentes niveles). Estamos ante el dialogismo constitutivo de toda palabra.
El reconocimiento, con la ayuda de marcadores lingüísticos, de las voces y de los puntos de
vista permite, en cambio, ver cómo el locutor los toma a su cargo y los jerarquiza,
marcando (y ocultando) su propia posición. Estamos aquí en la polifonía, que permite al

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discurso argumentativo desplegar sus estrategias poniendo en escena un debate, o un
conjunto de puntos de vista, en el seno de un discurso único.

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