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BREVE HISTORIA DE LAS PERSONAS CON

DISCAPACIDAD:

De la Opresión a la Lucha por sus Derechos.

Por Luciano Andrés Valencia

1. Introducción.

El presente trabajo se propone realizar un breve recorrido en torno a


la situación de las personas con discapacidad a lo largo de la historia.
Desde la Antigüedad las personas con discapacidad han sufrido la
opresión y la discriminación que recae sobre lo considerado “diferente”
de acuerdo al paradigma dominante de la “normalidad”. El destino ha
ido variando en las diferentes sociedades (desde su aniquilamiento
hasta la incorporación subordinada al sistema de producción), pero
siempre manteniendo esta relación de opresión. Esto ha comenzado a
ser cuestionado a partir de la segunda mitad del siglo XX gracias al
surgimiento de movimientos sociales de personas con discapacidad
que, basándose en el Modelo Social y el Paradigma de los Derechos
Humanos, reclaman ser tenidos en cuenta como sujetos de derecho
en la elaboración de políticas de inclusión (“Nada sobre nosotros sin
nosotros”). Utilizamos en este artículo el concepto «personas con
discapacidad», ya que supone primeramente otorgarles un estatuto de
persona, es decir de “sujetos de derecho”, y porque alude
primeramente al sujeto antes que a la Discapacidad misma. Por otra
parte se refiere a que tiene una discapacidad y no que es un
discapacitado, valorando las posibilidades del sujeto para decidir y
hacer su presente y su futuro, sus vocaciones e intereses, más allá de
las limitaciones que pueda presentar debido a su discapacidad1 . La
palabra «discapacitado», que aún se utiliza en muchos lugares, oculta
las posibilidades de la persona. La Real Academia Española define a
la «discapacidad» como “cualidad del discapacitado”, y
«discapacitado» como persona “que tiene impedida o entorpecida
alguna de las actividades cotidianas consideradas normales, por
alteración de sus funciones intelectuales o físicas” 2 . El diccionario de
uso del español de María Moliner señala que el prefijo «dis»
transforma la palabra a la que se une en su opuesto: “su sentido es
peyorativo ya que proviene del griego dys (mal, trastornado)” 3 . En
este Diccionario la Discapacidad aparece emparentada con
«Minusvalía» a la que define como “detrimento o disminución del valor
que sufre una cosa” 4 . Etimológicamente significa “menos válido”. Por
ello rechazamos estas expresiones por su carácter negativo y
discriminatorio al igual que otras utilizadas a lo largo de la historia tales
como «deficiente», «defectuoso», «anormal», «enfermo», «deforme»,
«incapacitado», «inadaptado», «lisiado» o «inválido». Por otra parte
tampoco consideramos correctas expresiones que se utilizan con
carácter positivo tales como «capacidades diferentes» o «personas
con necesidades especiales». Respecto a la primera, debemos
considerar que el estado de salud del que parte la discapacidad
supone el daño o acotamiento de algunos órganos o funciones
corporales, que pueden verse afectadas o reducidas, por lo que no
hay una “capacidad diferente” sino una limitación o aminoramiento de
las capacidades de la persona. Además el concepto “diferente”, al
requerir de un promedio con el cual medirse, termina poniendo el
acento en la carencia o diferencia antes que en la persona. Por ende
estas personas no presentan una capacidad diferente como sería volar
o atravesar las paredes, sino una “discapacidad”, pudiendo ser
diferente la forma en que se desenvuelven en el entorno familiar,
social, económico o cultural. En cuanto al concepto de «Necesidades
Especiales» puede llevar a creer que las personas con discapacidad
tienen necesidades que deben ser satisfechas en espacios
segregados (como las escuelas “especiales”). En rigor a la verdad,
presentan las mismas necesidades que el resto de la población
(fisiológicas, alimenticias, de seguridad, afectivas, sexuales), aunque
pueden presentar ciertas dificultades para satisfacerlas

Socialmente la discapacidad se percibe en dos sentidos: una


relacionado a su origen congénito y el otro como resultado de un
accidente. La valoración social en ambos casos es diferente, ya que
en primero se hará más difícil cambiar la imagen en términos sociales
que tiende a verlo como sujetos dependientes, mientras que en el
segundo su “estado natural” se verá modificado pero nunca borrado
por completo. Esto demuestra que más que la discapacidad, es la
imagen social creada lo que condiciona la realidad de las personas
con discapacidad , como se verá a lo largo de este trabajo. Es
importante destacar esto ya que la opresión que sufrieron y sufren las
personas con discapacidad se debe principalmente a que no se
corresponden con el mito de la “perfección corporal e intelectual” o al
ideal del “cuerpo perfecto”. Estas ideas tienen su origen en fenómenos
materiales y culturales que es necesario conocer. Debemos tomar
consciencia de que los prejuicios no son algo inevitable de la condición
humana sino el producto de un determinado desarrollo social y
cultural, a fin de poder desmontarlos para luchar por una sociedad
más justa e inclusiva para todos y todas

2. Prehistoria y Antigüedad:

Las complejas situaciones de supervivencia que debieron afrontar las


primeras sociedades humanas ha llevado a pensar que las personas
con discapacidad eran abandonadas o muertas por ser consideradas
una carga durante los traslados de campamento en busca de presas o
mejores tierras, o cuando era necesario huir de los desastres
naturales. Sin embargo existen evidencias de que se intentaban
medidas curativas como trepanaciones (heridas en el cráneo para que
“huyera el mal”) o amputaciones sin empleo de anestesia. Dos
ejemplos de esto son el esqueleto de un anciano Neandertal
encontrado en Shanidor Cave –que padecía un estado avanzado de
artritis, tenía un brazo amputado y una herida en la cabeza-, y los
restos de un hombre con artritis grave en Chapel Aux Saints. Del
periodo Neolítico se conservan vasijas y pinturas en donde se pueden
apreciar personas con escoliosis, acondroplasia o con miembros
amputados.

Entre los griegos el culto a la belleza y la perfección física estaba


relacionado con la estructura económica de la sociedad, basada en la
explotación de mano de obra esclava. Los grandes logros alcanzados
en la filosofía, las artes, la política y la arquitectura fueron posibles
gracias al trabajo esclavo que liberaba a los “ciudadanos libres” para la
meditación y la creación intelectual. La formación militar se volvía así
inevitable ya que la guerra era la forma de proveer prisioneros para ser
esclavizados, y Aristóteles (384- 322 AC) proponía el servicio militar a
todos los ciudadanos dado el peligro que podía representar una
rebelión de esclavos. Esto explica que la buena forma física e
intelectual fuera esencial en esa sociedad, y que las personas con
discapacidad tuvieran un espacio reducido. En Esparta, una de las
ciudades-estado griegas más importantes, los ancianos examinaban a
los niños y niñas al nacer, y los considerados “débiles” eran
abandonados o dejados morir.

Las leyes de Licurgo (a quien los historiadores ubican entre los siglos
IX y VII AC), que pretendían una mejora de los ciudadanos y su
sumisión total al Estado, obligaba a que todo aquel que presentara
una discapacidad física fuera arrojado desde el monte Taigeto. En
Atenas y otras ciudades también existía la práctica de dar muerte a
niños y niñas con discapacidad. En Política, Aristóteles recomendaba
“sobre el abandono y crianza de los hijos, una ley debería prohibir que
se críe a ninguno lisiado”. Sin embargo hay testimonios de que
personas con discapacidad convivían en la sociedad griega. Platón
(427- 347 AC) escribe que los sordos se comunicaban mediante
gestos. Homero, padre de la poesía épica griega, era ciego según
relatan testimonios en donde confluyen la realidad y la leyenda. En la
Antigua Grecia también se aplicaron tratamientos de base “científica”
para personas con discapacidad adquirida. Durante las reformas de
Pericles (499- 429 AC) se crearon centros asistenciales. Aristóteles
estudió la sordera adquirida y la tartamudez, a la que consideraba una
enfermedad causada porque la lengua era incapaz de seguir la
velocidad a la que fluían las ideas14. Los célebres médicos Hipócrates
(460- 370 AC) y Galeno (130- 200 DC) trataron de curar la epilepsia a
la que consideraban una enfermedad psicológica. La preocupación
griega por la perfección física se expresó en la mitología en donde los
dioses y las diosas eran modelos a imitar. Solo existía un dios con
discapacidad, Hefesto, que las leyendas lo ubican como hijo de Zeus y
de Hera, aunque otras versiones dicen que Hera lo engendró sola
como despecho porque Zeus creó a Atenea sin intervención de mujer.
Era rengo y físicamente deforme de nacimiento –aunque hay
versiones que atribuyen su discapacidad a una herida de Zeus cuando
salió en defensa de su madre-, por lo que fue expulsado del Olimpo
residiendo en el mundo subterráneo donde se desempeñaba como
joyero y herrero de los dioses. Estuvo casado con la bella Afrodita, que
no tardó engañarlo con el dios de la guerra Ares y darse a la fuga ante
la burla de todas las divinidades 15. Esto muestra que relación que
existía para los griegos entre impotencia y discapacidad. La
discapacidad era también vista como un castigo por las faltas
cometidas. En la tragedia de Sófocles, Edipo se ciega a si mismo
luego de descubrir que ha matado a su padre y cometido incesto con
su madre: “Edipo arrancó los dos broches de oro que sujetaban su
túnica, provistos de una larga aguja cada uno, y se los clavó con
fuerza en sus propios ojos. ¡Ojos míos, sumíos en la noche eterna! ¡Si
visteis lo que estaba sucediendo, no veías lo que ocurre fuera de mí!”
El sabio Tiresias fue cegado por Hera como castigo por revelar el
secreto del goce sexual femenino –ya que había sido transformado en
mujer durante siete años-, y como compensación Zeus le dio el
privilegio de una larga vida (siete generaciones humanas) y el don de
la adivinación. Por otra parte a lo largo de la historia la arquitectura
griega ha ejercido una notable influencia en el diseño de edificios en el
mundo occidental. Como consecuencia de ello, muchas
construcciones públicas todavía presentan importantes carencias en
torno a la accesibilidad. La Conquista de Grecia por parte de la
República Romana significó la asimilación de su legado cultural y sus
valores militaristas, materiales y hedonistas. La sociedad romana
estaba basada más que la griega en la explotación de mano de obra
esclava en grandes unidades rurales y en la expansión imperial para
obtener prisioneros y nuevas tierras de cultivo. Por este motivo fueron
igual de entusiastas del infanticidio. Amparados en la Ley de las Doce
Tablas (540 AC) que concedía al «pater familia» el derecho sobre la
vida de sus hijos e hijas, a los niños considerados “débiles” o
“enfermos” se los arrojaba al río Tiber o se los despeñaba de la roca
Tarpeia, junto con ancianos y personas adultas con discapacidad
adquirida. Aquellas personas que no era visible su discapacidad al
momento de nacer recibían un trato severo el resto de sus vidas. En
las luchas de gladiadores se obligaba a “enanos” a luchar contra
mujeres –otro sector carente de derechos en la sociedad romana- para
la diversión de la plebe. Antes de asumir el trono, el emperador
Claudio (10- 54 DC) sufrió toda serie de malos tratos por parte de la
nobleza y la Guardia Imperial como consecuencia de su mala salud,
su apariencia poco atractiva y la torpeza de sus movimientos, que
hicieron que en un primer momento fuera declarado “incapaz para la
vida pública”. En la etapa del Imperio Romano la muerte de menores
con discapacidad ya no era habitual, sino que se le abandonaba en la
calle o en una canasta en el Tiber para que pasara a manos de quién
quisiera utilizarlo como esclavo o mendigo profesional. Los niños con
discapacidad recibían mayores limosnas, lo que originó un comercio
de niños mutilados –algunos de ellos mediante brutales intervenciones
quirúrgicas-, entre personas adultas que los explotaban en su
beneficio.

Etapas de la Historia Romana

Monarquía Romana 753- 510 AC

República Romana 510 – 27 AC

Imperio Romano 27 AC – 476 DC

En Roma comenzó a aplicarse por primera vez un sistema de


retribución para personas con discapacidad por causa bélica, a través
de tierras para su cultivo. También desarrollaron técnicas de
hidroterapia y de mantenimiento físico para casos de discapacidad
adquirida, pero a las que solo podían acceder las clases dominantes
dado el alto costo de las mismas 18 . Durante el reinado de
Constantino (272- 337) se crearon los «nosocomios», instituciones
destinadas a dar alojamiento, manutención y ayuda espiritual a
personas con discapacidad que no tuvieran medios de subsistencia.
Como hemos podido comprobar hasta ahora, el exterminio de
personas con discapacidad estuvo presente en la mayoría de las
sociedades. Sin embargo no podemos adherir a la tesis positivista de
la «población excedente» ya que implicaría invisibilizar la variedad de
miradas que hubo en torno a la discapacidad que incluían su
asistencia a través de la caridad social (antiguos hebreos y comienzos
del cristianismo), los intentos de tratamiento y “curación” de la
discapacidad (Egipto, Grecia, Roma), la aplicación de políticas
sociales por parte del Estado (la Atenas de Pericles y la Roma
Imperial) o su explotación como mendigos (en la ciudad de Roma). No
obstante todas estas variantes coinciden en que se considera a las
personas con discapacidad como sujetos en situación de
subordinación cuya vida no es respetada o que requieren para
sobrevivir de la asistencia de la sociedad o del Estado por ser
incapaces de valerse de si mismos.

Los ciegos en la historia: del infanticidio a la educabilidad


espectáculo de unas personas que viven
La historia nos hace asistir al
privadas de las más elementales condiciones humanas. Nuestra
sensibilidad protesta cada vez que nos imaginamos a los esclavos o a
los parias. Pues bien, la vida de los ciegos, durante siglos, ha sido tan
menospreciada como la de los parias y tan dura como la de los
esclavos.

En algunas sociedades se les eliminaba por inútiles; en otras se les


temía como a endemoniados y, desde siempre, casi hasta nuestros
días, su único recurso para subsistir era la mendicidad.

La supresión del ciego en las sociedades primitivas

Desde mis estudios del colegio, me llamó profundamente la atención


que en gran parte de las sociedades primitivas no había —o apenas
había— ciegos. Sin embargo, las difíciles condiciones de vida, la falta
de higiene y de defensa contra las enfermedades eran campo
especialmente propicio para la ceguera.

¿Por qué entonces no existen referencias sobre los ciegos? Simple y


sencillamente: se les eliminaba. La dureza de la vida no permitía
alimentar bocas inútiles. Los enfermos y los tarados eran suprimidos.
Debo decir, que cuando utilizo estos términos, no pretendo ofender a
personas ciegas como yo, sino tratar de trasladarme y trasladar al
lector a conceptos y pensamientos de épocas antiguas y que hasta
hoy siguen presentes en gran parte de nuestra sociedad.

El infanticidio en los ciegos de nacimiento y el abandono en los que


perdieron la vista en edad adulta eran los procedimientos más
usuales.

Sin embargo, la eliminación de los ciegos —y de los inválidos en


general— no se realizaba exclusivamente por razón de la aspereza de
la vida y costumbres. Había en los pueblos primitivos una justificación
y hasta una exigencia de carácter religioso.

Ya en épocas de civilizaciones desarrolladas encontramos la


costumbre del infanticidio, incluso sancionada por ley. El Código de
Manú, en la India, regula con toda exactitud los casos en que el
infanticidio está permitido y aquellos en que es obligatorio: la ceguera,
con otras enfermedades graves, el nacimiento fuera del matrimonio e
incluso la pobreza de los padres.

La legislación griega —excepto en Tebas, donde se castigaba el


abandono de los niños con la muerte— admitía la exposición de recién
nacidos, aunque esta práctica era condenada en general por la opinión
pública. Sin embargo, Platón y Aristóteles hicieron una apología del
infanticidio. En Atenas se colocaba a los recién nacidos con algún
defecto en una vasija de arcilla y se les abandonaba. En Esparta el
niño pertenecía al Estado desde su nacimiento. El padre tenía el deber
de presentarlo ante los magistrados en la plaza pública. Si el niño
tenía algún defecto o no servía para la guerra, se le arrojaba desde la
cumbre del Taigeto, en nombre del bien común.

La Ley de las Doce Tablas admitía en Roma el derecho


del paterfamilias a exponer a los recién nacidos bajo su tutela. Pero
Roma, que necesitaba siempre de soldados para sus campañas
expansionistas, condenaba el infanticidio más severamente que
Grecia. Al menos, la Roma austera de los primeros tiempos.

Incluso el poder otorgado por la Ley de las Doce Tablas


al paterfamilias a este respecto se vio limitado progresivamente por
una corriente moral que, formándose al margen de la ley, fue
preparando una nueva etapa legislativa. Sin embargo, en lo que se
refiere a los «tarados», a los enfermos, a los débiles y, por supuesto, a
los ciegos, el infanticidio siguió siendo legal y practicado
habitualmente.

El ciego y la religión

En las sociedades antiguas se creía que el ciego estaba poseído por


un espíritu maligno. Se le temía, por tanto, como se temía al espíritu
que lo posee. Estar en relación con el ciego era entrar en relación con
el mal espíritu. El ciego entonces —en los casos en que, por mejores
condiciones de vida o por otras causas, se le dejaba vivir— se
transformaba en objeto de temor religioso.

Algunas tribus cuidaban a sus enfermos, y en particular a los ciegos.


Quizá a causa de la frecuencia del tracoma, que hacía de la ceguera
un hecho habitual, quitándole su aspecto atemorizador, el ciego era
tratado con respeto.
Pero, aun en estos casos, no desaparecía la inquietud religiosa que
producía la ceguera. El respeto que se concedía a los ciegos tenía su
origen más bien en el temor que en la piedad. Se pensaba que,
estando en relación con las potencias invisibles, podrían vengarse
fácilmente de quienes les hiciesen algún daño.

En otros casos la ceguera era considerada como el castigo infligido


por los dioses. El ciego llevaba en sí el signo, el estigma del pecado
cometido por él, por sus padres, por sus abuelos, por un miembro de
la tribu. Entre los judíos, la responsabilidad por la falta se extendía a la
familia de generación en generación, como una terrible e inexorable
herencia. Es así que la propia ley de Moisés prohibía al ciego y a otros
discapacitados ejercer el sacerdocio.


Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Habla a Aarón y dile: Ninguno de
tus descendientes por sus generaciones, que tenga algún defecto, se
acercará para ofrecer el pan de su Dios. Porque ningún varón en el
cual haya defecto se acercará; varón ciego, o cojo, o mutilado, o
sobrado, o varón que tenga quebradura de pie o rotura de mano, o
jorobado, o enano, o que tenga nube en el ojo, o que tenga sarna, o
empeine, o testículo magullado. Ningún varón de la descendencia del
sacerdote Aarón, en el cual haya defecto, se acercará para ofrecer las
ofrendas encendidas para Jehová. Hay defecto en él; no se acercará a
ofrecer el pan de su Dios. Del pan de su Dios, de lo muy santo y de las
cosas santificadas, podrá comer. Pero no se acercará tras el velo, ni
se acercará al altar, por cuanto hay defecto en él; para que no profane
mi santuario, porque yo Jehová soy el que los santifico”.
(Levítico 21:16-23).

Pero el temor a los dioses dio lugar al amor a los dioses. El ciego
entonces, de objeto de temor, se convirtió en objeto de amor. Siguió
considerándosele en relación con las potencias superiores, pero esta
comunicación, esta posesión, era ahora de carácter benéfico, positivo.
Se les creyó entonces —sobre todo a los ciegos de nacimiento—
protegidos de los dioses, portadores de virtudes especiales. Se les
consultaba como adivinos. Carecían de la vista material, pero
gozaban, en cambio, de la vista supramaterial: una iluminación interior
que les ponía en relación directa con el mundo invisible.

En China, por ejemplo, los ciegos se dedicaban tradicionalmente a un


curioso menester: como en España las gitanas, en China los ciegos
decían la buena ventura.

En algunos lugares del sur de la China y en Tonkín había también


ciegos hechiceros y exorcistas.

Sin embargo, en las zonas más civilizadas de Oriente, los ciegos eran
únicamente adivinos. Los podemos ubicar también en Madagascar y
Corea, e incluso en la Grecia mítica, como Tiresias, el ciego adivino de
las tremendas desgracias de Tebas, en las tragedias de Esquilo.

Desdén, temor sagrado, respeto, amor, veneración religiosa: ya en


plena época moderna, incluso en nuestros días, en los estratos menos
cultivados de nuestro propio mundo occidental como los países
latinoamericanos, seguimos encontrando estos conceptos
supersticiosos sobre el ciego y la ceguera.

El ciego cantor

Otra figura apareció con frecuencia en muchos lugares de Oriente y


Occidente: el ciego cantor o narrador de historias y leyendas. Desde
Homero hasta los ciegos armenios, revestidos de dignidad, que hablan
en diferentes manuscritos de los misterios de la vida y de la muerte,
del sentido de la vida, de Dios… se extendió toda una serie larga y
variada, donde no puedo dejar de incluir a cantores de «romances de
ciego» tan característicos en la vida española durante siglos.
De estas épocas es que viene el pensamiento de que todo ciego tiene
un don para la música o la escritura de historias.

El ciego paria

El infanticidio fue desapareciendo muy lentamente a medida que


avanzaba la civilización. Pero se registraba en muchos casos, como
supervivencia de un pasado remoto, el prejuicio social que hacía del
ciego un paria, que le reducía a las más ínfimas condiciones de vida,
que le excluía de los derechos otorgados a los demás hombres.

La más antigua legislación conocida, el Código de Manú, consideraba


al ciego como «un ser impuro que debía ser excluido de las
ceremonias sagradas a los dioses y a los manes». El ciego es impuro
en su cuerpo como el malvado es impuro en su alma. Como los
derechos civiles provienen de los dioses, el ciego no tenía entonces
ningún derecho, hasta el punto de que ni siquiera podía heredar. Sin
embargo, el Código de Manú supone un notable progreso para la
época al menos en relación con las demás legislaciones, ya que
imponía el deber de socorrer a los menesterosos, entre ellos los
ciegos.

En la corte de Persia, cuando un usurpador quería apoderarse del


trono, se valía tradicionalmente de dos medios para desembarazarse
de los legítimos herederos: los hacía asesinar o los cegaba, con lo que
quedaban incapacitados por ley para subir al trono. Esta práctica
brutal se hizo tan corriente que la ceguera llegó a ser en la corte persa
un signo de nobleza de cuna.

También entre los califas abbasidas era habitual esta costumbre. Y


aunque existían frecuentemente entre los árabes ciegos instruidos, no
les estaba permitido ser magistrados.
Entre los antiguos judíos, el ciego no podía ser sacerdote ni formar
parte del Sanedrín. El Talmud ordena, cuando se ve a un ciego,
pronunciar la oración que se reza en la muerte de un pariente próximo.

La ceguera como castigo

En épocas pasadas y entre algunos pueblos se imponía la ceguera


como castigo. Basilio II, emperador de Constantinopla, vencedor de
los búlgaros en Belasitza, en el siglo II ordenó sacar los ojos a sus 15
mil prisioneros y los hizo regresar ciegos a su patria. Un solo hombre
de cada 100 debía conservar un ojo para servir de guía a los otros 99.

En Oriente era usual esta práctica, que aparece también en África,


entre los habitantes del Chad.

Era asimismo frecuente en la Edad Media, en las cortes de Europa


Central. Carlos el Calvo mandó cegar a su propio hijo Carlomán.

La Iglesia intentaba oponerse a esta barbarie y en el Concilio de


Francfort, en 794, se establece la prohibición expresa.

Se trataba en todos estos casos de actos de venganza. Pero la


ceguera se presentaba también con un carácter de pena judicial, que
estaba regulada por la ley o por la costumbre.

Aparecía principalmente como castigo de dos clases de crímenes en


los que los ojos habían tenido participación: crímenes contra la
divinidad y faltas graves a las leyes del matrimonio (adulterio o
violación).

De los antiguos griegos a los bantús se practicaba este castigo. Edipo,


personaje clásico de la literatura, lo ejerció sobre sí mismo al
descubrirse culpable de incesto.
El Cristianismo

Pero viene el Cristianismo y cambia la suerte de los ciegos. La


persona humana se elevó a la categoría de valor absoluto. Todos los
hombres son hijos de Dios, sin excepción. La vida es un don sagrado y
nadie tiene derecho a disponer de ella.

Y Jesús mostraba una especial predilección por los débiles, por los
menesterosos, por los niños, por los enfermos y por los ciegos. Según
la Biblia abrió los ojos a dos ciegos que tenían fe en él (San Mateo
9:27-31) y dio la vista a un ciego de nacimiento, diciendo a sus
discípulos, que creían que la ceguera es castigo de algún pecado: «Ni
pecó éste ni sus padres, sino que se habían de manifestar en él las
obras de Dios» (Juan 9:3).

Los primeros Padres de la Iglesia condenaron el infanticidio, que aún


se practicaba usualmente durante el Imperio.

El budismo y la religión islámica proclamaban también el carácter


sagrado de la vida de los niños.

El Evangelio dignificó a los ciegos. La ceguera dejó de ser una tara, un


estigma de culpabilidad, de indignidad. A partir de Cristo, la ceguera
era un medio de ganar el cielo: para el propio ciego, y para el hombre
que tenía piedad de él. Para Dios, una ocasión de manifestar su gloria.

Los cristianos empezaron a cuidar a los ciegos. En el siglo IV había


algunos en el hospital fundado por San Basilio en Cesárea.

Pronto los refugios para ellos se multiplicaron en Siria, en Jerusalén,


en Pontlieue (Francia). Guillermo el Conquistador, para hacerse
perdonar sus pecados, fundó cuatro hospitales para ciegos en
Cherburgo, Caen, Bayeux y Rouen.
San Luis (Luis IX de Francia) fundó en París, en 1260, la institución
más importante de la Edad Media destinada exclusivamente a ciegos:
el hospicio de los Quinze-Vingts. Los acogidos a él gozaban de
privilegios especiales concedidos por los reyes y los papas. La opinión
pública veía en ellos una especie de abogados todopoderosos cerca
del Cielo. Sin embargo, los ciegos seguían siendo mendigos;
mendigos privilegiados, pero mendigos al fin. Y lo mismo en el resto
de Europa.

Así, pues, los ciegos han vivido durante muchos siglos en la miseria,
en la ignorancia y, con raras excepciones, en el abandono más
absoluto.

Esta estampa ofrecida por la historia presenta, además, una


característica distintiva que la hace destacarse a nuestros ojos:
mientras todos los grupos humanos han ido superando sus problemas
de manera progresiva, mientras cada lacra social iba atenuando sus
colores, los ciegos permanecían en situación inalterable en casi todas
las épocas y civilizaciones.

Los ciegos y la educabilidad, el paso de la prehistoria a la historia

En los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX, en el período
que media entre 1771 y 1829, dos marcaron una nueva era en la
historia de los ciegos. Dos franceses, Valentín Haüy y Louis Braille,
son los protagonistas de este hecho: los inventores del primer alfabeto
que hace posible la lectura a los ciegos y el sistema utilizado todavía
hoy por nosotros.

El paso de la prehistoria a la historia se dio cuando la humanidad


inventó la escritura. Los ciegos, sin embargo, hasta Valentín Haüy
vivíamos en prehistoria, larga y triste, pues los videntes hacía muchos
años que habían traspasado dicho umbral histórico.
Valentín Haüy nació, cerca de París, en 1745. Conocedor de varios
idiomas, trabajó en el ministerio de Asuntos Exteriores, traduciendo la
correspondencia para el ministro. Fue por entonces cuando Valentín
entró en un café y presenció la farsa ignominiosa que él mismo
describe más tarde:

«En septiembre de 1771, un café de la feria de San Ovidio presentó


una orquesta de diez ciegos, escogidos entre los que sólo tenían el
triste y humillante recurso de mendigar su pan en la vía pública con
ayuda de algún instrumento musical.

¡Cuántas veces los oyentes se apresuraban a ofrecer una limosna a


esos desventurados, lamentando no poder hacerlo por admiración,
sino por el deseo que cesara su pésima música! Habían sido
disfrazados grotescamente, con túnicas y largos gorros puntiagudos.
Les habían puesto sobre la nariz ridículos anteojos de cartón sin
cristales.

Y, colocados ante un pupitre, con partituras y luces inútiles, ejecutaban


un canto monótono: el cantante, los violines y el bajo repetían todos la
misma melodía.

Sin duda, merced a esta última circunstancia, se pretendía justificar el


insulto inferido a esos desdichados, rodeándoles de los emblemas de
la más necia ignorancia, colocando detrás de su director una cola
desplegada de pavo real y, sobre la cabeza, el tocado de Midas (…).
El cuadro producido ante mis ojos, llevando una aflicción profunda a
mi corazón, enardeció mi ingenio. Sí -me dije, arrebatado por un noble
entusiasmo-, convertiré en realidad esta farsa ridícula; haré leer a los
ciegos, pondré en sus manos libros impresos por ellos mismos.
Trazarán los caracteres y leerán su propia escritura. Por último, les
haré ejecutar conciertos armoniosos”. (Les aveugles par un
aveugle de Maurice La Sizeranne. París, Hachette 1912).
Éste fue el programa y el gran logro de Valentín Haüy: educar a los
ciegos y, sobre todo, demostrar su educabilidad.

Empezó enseñando a leer por medio de letras grabadas en trozos de


madera fina, en caracteres normales. El método era lento y dificultoso,
pues para cada página había que volver a grabar el trozo de madera.
Después pasaron a grabarlo en papel grueso. El sistema de Valentín
Haüy tenía un defecto, sin embargo, que subsanó unos años después
su discípulo Louis Braille. Las letras de Valentín eran agradables a la
vista, pero carecían de claridad y fácil tangibilidad. Vino a caer en el
error de todos los videntes: querer sustituir por medio del tacto y de los
demás sentidos el sentido de la vista. Como acertadamente criticó
Pierre Villey:

«Se hablaba con los dedos el lenguaje del ojo, cometiendo un error
psicológico fundamental. El dedo es diferente del ojo; los medios más
rápidos para llegar a la inteligencia con el tacto no son los mismos que
permiten alcanzarla a través del ojo. El alfabeto vulgar es un sistema
imaginado y creado por la vista, para uso de los videntes; ¿por qué no
crear entonces un sistema para los dedos de acuerdo con las
condiciones psicológicas del tacto…» (Le Monde des Aveugles. Essai
de Psychologie de Pierre Villey. París. José Corti, Ed.; 1954).

Valentín Haüy quiso que los ciegos usasen el mismo método de


lectura y escritura que los videntes, teoría luego muy discutida.

Lo importante era lograr el fácil acceso de los ciegos a la cultura,


mediante lo cual, la aproximación a los videntes será un hecho. Es
indiferente que los medios de adquirirla sean análogos o diversos.

Pero el camino estaba iniciado. La impresión de libros para ciegos y la


primera biblioteca estaban próximos.
En 1784 se fundó el primer colegio para ciegos y Valentín hizo una
demostración con sus alumnos ante la Academia de Ciencias de
París, de que los ciegos podían leer y escribir. La Academia declaró a
Valentín Haüy verdadero creador del sistema de escritura en relieve.

Las principales actividades del colegio eran las académicas, la música


y los trabajos manuales.

A la vez se hacían impresiones en relieve, figurando, entre las


primeras, libros religiosos, pues Valentín Haüy dio gran importancia a
la educación religiosa en aquellos años de escepticismo. Por la buena
formación musical que se daba en el colegio, el arzobispo de París
concedió facultad especial para que los ciegos cantaran los oficios en
las iglesias. El violinista Paganini dijo que no había oído el tono
musical perfecto hasta que oyó cantar a los jóvenes ciegos de la
Fundación Valentín Haüy.

Louis Braille

El segundo paso en el camino de la incorporación de los ciegos al


mundo de la cultura había de darlo un joven ciego, alumno de la
institución fundada por Haüy.

Como hemos dicho, el método de lectura inventado por aquél consistía


en la grabación de los caracteres usuales de imprenta en alto relieve y
con trazo continuo. Louis Braille se percató de las dificultades e
inconvenientes del sistema de Valentín Haüy y se propuso elaborar
otro que se adaptase mejor a las necesidades específicas del tacto.

Para ello tomó como base la llamada signografía Barbier, que no era


sino una signografía fonética y que presentaba los inconvenientes de
no tener en cuenta la ortografía ni los signos de puntuación, y servir
exclusivamente para el francés.
El «generador Barbier» constaba de 12 puntos, de cuyas diversas
combinaciones nacían los signos fonéticos, base de su escritura. Louis
Braille lo redujo a 6 puntos, con lo que las dimensiones de las letras
quedaban adaptadas a las exigencias del tacto. De la combinación de
estos seis puntos, dispuestos en dos filas verticales de tres puntos
cada una, Braille obtuvo, no solo un alfabeto, sino también unos
signos de puntuación, una musicografía y una notación matemática.

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