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Adrián Alberto Carrió, de 27 años, trabajaba en la playa de autos y estaba contento porque tenía

su plata. Pero Adrián le tenía miedo a su enfermedad (psicosis paranoide).


Adrián estaba mal porque hacía poco había muerto la tía que lo había criado. Por lo que Adrián no
tenía sostén afectivo familiar.

Pichón Riviere define a la familia como el grupo primario del sujeto y como la unidad básica de la
estructura social, que se configura por el interjuego de roles diferenciados (padre, madre, hijo).
Como unidad básica de interacción, la familia aparece como el instrumento socializador. En el
ámbito de la familia es que el sujeto adquiere su identidad, su posición individual dentro de la red
interaccional.

La enfermedad no es la enfermedad de un sujeto, sino la del grupo familiar.


Adrián era el hijo de un padre psicótico que lo desconocía como tal y una madre con problemas
mentales que no podía hacerse cargo de él.

Fernando Ulloa dice que el enfermo, es una articulación perturbada de la institución familiar,
una fractura. La fractura permite que los demás integrantes de la institución (las articulaciones no
fracturadas) depositen proyectivamente los aspectos fragmentados de su propio self ligados a
ansiedades paranoides y depresivas.

Ana Quiroga, desde el pensamiento de Pichón Riviere diferencia entre el sujeto sano y el
sujeto enfermo.

El sujeto es sano, en tanto pueda integrar la realidad, transformarla, y transformarse. El sujeto está
“activamente adaptado” en la medida en que mantiene un interjuego dialéctico con el medio, y no
una relación rígida, estereotipada.
La concepción vincular del sujeto es elaborada por Pichón a partir de su práctica clínica, en la cual
se revela el mundo interno del paciente, la dimensión intrasubjetiva, estructurada como grupo
interno, un escenario interior en la cual se reconstruye la trama vincular en la que el sujeto está
inmerso, en la cual sus necesidades logran la satisfacción.

Podemos pensar a la enfermedad mental como emergente de una dinámica vincular, la del grupo
familiar. El que enferma es el portavoz mas señalado de ese proceso, y su conducta resultado de la
intolerancia a un determinado monto de sufrimiento, remite, como signo, a una modalidad de
interacción grupal, que en ese momento opera como condición de producción de ese
comportamiento patológico.
Desde este encuadre grupal, la enfermedad mental como comportamiento que rompe las
expectativas sociales, pierde su carácter inicial, incompresible, transformándose en un lenguaje
complejo pero direccional y decodificable. Es en el contexto grupal (sobretodo el grupal-familiar),
que esa conducta reviste significatividad, y en tanto comprensible, resulta modificable.

Siguiendo también a Pichón Riviere, Ulloa dice que el enfermo desempeña el rol de portavoz
de la enfermedad grupal. Es el depositario de las ansiedades y tensiones del grupo familiar. Se
hace cargo de distintos aspectos patológicos depositados por cada uno de los otros miembros. El
sujeto fracasa en su intento de elaboración de una ansiedad tan intensa y enferma.
El enfermo es el portavoz porque es el denunciante de la situación conflictiva. Por su intermedio se
manifiesta la situación patológica.
El sujeto, se ha hecho cargo de las ansiedades del grupo, configurándose la situación de chivo
emisario.
La enfermedad acarrea la alienación del grupo del que el sujeto es portavoz. En la familia aparecen
mecanismos de segregación del seno del grupo familiar, como un deseo de eliminar la enfermedad
grupal. La intensidad de la segregación depende del diagnóstico del paciente.
Ulloa dice que uno de los riesgos mayores a que están sometidos los niños que han pasado años en
un entorno siniestro es que en ellos puede instaurarse una renegación cronificada, creándoles serios
problemas afectivos con la verdad. Con la renegación la víctima asume su mortificación.

Ante esta disfuncionalidad en el grupo familiar primario de Adrián, una tía se hizo cargo de la
crianza de Adrián desde el lugar de la ternura. Ternura como abrigo, escudo protector ante la
violencia social.

Dice Ulloa que la ternura supone tres suministros básicos: el abrigo, el alimento y el buen
trato. El buen trato, se refiere fundamentalmente a la donación simbólica de la madre (o quien
ocupa este lugar) hacia el niño. Implica desde la empatía y el miramiento, decodificar las
necesidades traduciéndolas en satisfacción, estas necesidades satisfechas, irán organizando un
código comunicacional y el niño irá construyendo una lengua.

De esta manera, la muerte de la tía de Adrián, aquella mujer que había desempeñado un rol materno
desde el lugar de la ternura y del buen trato, muere, dejándolo sin herramientas para elaborar ese
sufrimiento y agudizando su patología.

Pichón Riviere dice que la enfermedad es un intento de elaboración del sufrimiento provocada
por la intensidad de los miedos básicos: a la pérdida (del objeto) y al ataque (el sujeto proyecta sus
partes malas, y se genera una vuelta de la agresión contra sí mismo).
Como intento, resulta fallido, por la utilización de mecanismos estereotipados, rígidos, que se
muestran ineficaces para mantener al sujeto en un estado de adaptación activa al medio.
(El concepto de adaptación activa es un concepto dialéctico en el sentido de que en tanto el sujeto se
transforma, modifica al medio, y al modificar al medio se modifica así mismo).

Tras la muerte de su tía, Adrían proyecta su odio en el dueño del departamento que alquilaban,
Purano. El odio contra Purano no lo dejaba en paz, quería matarlo y tenía un arma para hacerlo, por
eso le pide a su amigo José que lo acompañe al hospital a internarse. Su amigo José, también le
tenía miedo a la enfermedad de Adrián, por eso lo acompañaba al hospital.

Adrián fue internado en el Hospital Ramón Carrillo. Tal como lo prevé la Ley de
desmanicomnialización de la provincia de Río Negro, la internación de las personas con
sufrimiento mental debe realizarse en hospitales públicos, quedando prohibida la habilitación y
funcionamiento de manicomnios, neuropsiquiátricos, o cualquier otro equivalente, público o
privado.

En esta organización institucional1 en la que Adrián fue internado, le tenían miedo, porque era
corpulento y agresivo, tenía carácter fuerte y peleaba con enfermeros y pacientes. No seguía las
normas instituidas, deambulaba mientras los demás dormían. Hablaba, gritaba, se quejaba, pateaba
y rompía, mientras los demás estaban en silencio. Entraba y salía del hospital, nadie lo contenía.

Los psicofármacos no lograban “normalizarlo”.

Unos días antes de su muerte, Adrián le pega a otro paciente y rompe un vidrio del kiosco del
hospital. Entonces lo internan en la unidad de cuidados intermedios y le comienzan a aplicar
además del antipsicótico y el ansiolítico que le estaban suministrando, hipnóticos (Dormicun).
Aunque debido a la medicación administrada Adrián debía estar controlado en cuidados intensivos
en lugar de en cuidados intermedios sólo con un respirador.

1
organismo con una geografía y una ordenación del tiempo y de las responsabilidades con objetivos por alcanzar y
medios adecuados a tal fin, todo regulado por un código y por normas explicitas e implícitas.
El miedo que le tenían en el hospital, los llevó a tener un trato cruel con Adrián. Lo tenían atado de
pies y manos a los barrales de la cama (contención mecánica).
La enfermeras por miedo van reduciendo el horario de las aplicaciones de las inyecciones, y
también por miedo las colocan en la vena en lugar de en el suero como estaba indicado.

Fernando Ulloa dice que la crueldad siempre implica un dispositivo sociocultural. Es diferente
de la agresión, que es una herencia instintiva del hombre. El instinto no es cruel. Está sujeto a la ley
de la sobrevivencia. Puede llegar a ser feroz, pero no cruel.

Se trata de una institución hospitalaria enferma, con varias articulaciones fracturadas. El


psicólogo Luis Borgi dice que había conflictos de integración entre Salud Mental y Enfermería.
El personal de enfermería era escaso y eran lo que tenían más trabajo. Sin embargo, sin capacitación
específica, eran los que estaban la mayor parte del tiempo al cuidado de los enfermeros. Esto es
violentar en la práctica, tratar algo complejo con medios comparativamente simples.
Hay dificultades en la comunicación entre el equipo de enfermería y el médico (Arnaldo Barragán
Ortega), psicóloga y psiquiatra. Hay mensajes escritos confusos.
Ulloa dice que cuando la gente no se escucha, cuando se establece un desierto de oídos sordos, todo
aquel que tenía algo para decir, convierte su discurso en vana repetición.
Además la institución podría diagnosticarse con el Síndrome de Violentación Institucional. Ulloa
dice que en la personas de instituciones con esta patología ven afectada la modalidad y el sentido de
su trabajo, que empieza a perder funcionalidad vocacional, su actividad se vuelve automática.
El SVI como todo síndrome esta integrado por una constelación de síntomas. Hay tres síntomas
básicos:
1. TENDENCIA A LA FRAGMENTACIÓN: Comunicación mortificada, conspira contra la
posibilidad de un acompañamiento solidario. Cada uno aparece aislado en el nicho de su
quehacer
2. RENEGACIÓN: Repudio que impide advertir las condiciones contextuales en las que se
vive, por ejemplo el clima de hostilidad intimidatoria. Deviene en alienación.
3. DESADUEÑAMIENTO CORPORAL: Es desadueñamiento corporal tanto para el placer
como para la acción.

En las circunstancias propias del SVI, el grupo de mayor presencia en una institución, por ejemplo
el personal de planta hospitalaria, tiende a asumir una conducta y una posición de sitiado frente a
los pacientes, visualizados como sitiadores. Como sitiados, desarrollarán comportamientos
como trabajar a destajo, a la manera de exceso de descarga, tal como Freud lo describía para la
neurastenia.  Por otro lado pueden que trabajen a desgano, producto de la falta de investidura
libidinal, con marcado desadueñamiento del cuerpo.
Puede aumentar la morbilidad hipocondríaca que provoca bajas en el personal y afecta
principalmente a quienes asumen responsabilidades directivas. También se da la modalidad
depresiva de la neurosis de angustia.
La evidencia de todos estos síntomas, luego de un tiempo, entran en un proceso adaptativo como la
estabilidad mortificada. Todo parece impregnado por un presente continuo que hará cada vez más
grave la situación pero que, paradójicamente, se manifestara de manera menos sintomática, en la
medida en que se haga de la mortificación, cultura.
Puede pensarse que la institución donde lo instituido ha cristalizado y obstaculizado los dinamismos
instituyentes, configura una neurosis actual en si misma. En la intervención desde la numerosidad
social, el analista puede quedar atrapado en las neurosis actuales y corre el riesgo de desarrollar él
mismo un comportamiento semejante: “esto es así”, aislándose de su cometido y obstaculizando los
procesos de subjetividad.
Las instituciones, aún en situaciones de pobreza crónica, distan mucho de  equiparar su nivel de
mortificación con el de aquellos a quien asiste. Sin embargo, la institución tiende a dramatizar en
sí misma las características del campo sobre el cual desarrolla sus tareas principales, algo así como
asumir, a modo de contagio, la mortificación de aquellos a los que asiste.

En la cultura de la mortificación, el sujeto está disminuido del accionar crítico y de la autocrítica. 


En su lugar se instala una queja que nunca asume la categoría de protesta.  Tienden a esperar
soluciones imaginarias a sus problemas sin que estas dependan de su propio esfuerzo.

Se diferencia de la Institución de la Ternura, desde la cual es posible el buen trato. De buen


trato proviene tratamiento, en el sentido de “cura”.

El Síndrome de Violentación Institucional en los dinamismos institucionales puede presentarse en


forma de una Encerrona trágica.
Se podría decir que Adrián estaba en medio de una encerrona trágica y podía ver que su única salida
era la muerte. Por eso le dijo a su amigo cuando éste fue a visitarlo que sabía que lo iban a planchar.
Sabía que le tenían miedo.

La Encerrona trágica es una situación típica del dispositivo de la crueldad. Es una situación de
dos lugares sin tercero de la ley, sólo la víctima y el victimario. Se configuran cada vez que alguien,
para dejar de sufrir o para cubrir sus necesidades elementales de alimentos, de salud, de trabajo,
etc., depende de alguien o algo que lo maltrata, sin que exista un terceridad que imponga la ley.
Desde el punto de vista del psicoanálisis lo que predomina en esta situación no es la angustia sino el
dolor psíquico, aquel que no tiene salida. La angustia puede tener puntos culminantes pero también
momentos de alivios, en cambio el dolor psíquico se mantiene constante en el tiempo. La salida
parece identificarse con la muerte.

La tragedia, bajo la forma de encerrona trágica, es un factor epidemiológico habitual en cualquier


ámbito social donde juega lo establecido (instituido) y lo cambiante (instituyente), sobre todo
cuando lo instituido asume la rigidez cultural propia de la mortificación, y coarta (encierra) a los
sujetos.
La locura promueve, en el proceso de manicomialización, más maltrato y el maltrato generalizado
provoca más locura.

Desde lo previsto en la ley 2440, se podría decir que el medio terapéutico utilizado no era válido.
La ley dice en su art. 10 que la provincia desconoce como válido todo medio terapéutico,
cualquiera fuere su naturaleza, destinado exclusivamente a obtener estabilización, claustración o
reclusión de las personas como fin en sí mismo, desvinculado del propósito social de la ley (que es
garantizar el tratamiento, la rehabilitación y la reinserción social de las personas con sufrimiento
mental).

Adrián murió luego de 14 días de internación, aparentemente por un paro respiratorio ocasionado
por la administración de Dormicum en altas dosis y con excesiva rapidez por víaendovenosa.
Intentaron resucitarlo por la madrugada pero fue en vano.

A la única que se le hizo un sumario fue a la auxiliar de enfermería (María Crasso) y se la despidió
por lo sucedido. Era mucama y desde hacía 7 meses cumplía funciones como auxiliar de
enfermería, ocupándose del turno noche (11 a 6). Ella manifestó no tener experiencia con este tipo
de pacientes.
El médico Barragán Ortega, la habilitó para administrar la medicación el fin de semana, pero no la
dosis, forma, tiempo y vía.
La responsabilidad por lo sucedido pasa entre unos y otros. Desde enfermería se responsabiliza al
médico a cargo por no dejar indicaciones certeras de la administración de la medicación.
Enfermería, dicen, no puede variar la periodicidad del medicamento.
Y aquí aparece la crueldad velada por el acostumbramiento. Se convive cotidianamente con lo cruel
y muchas veces en connivencia (ojos cerrados y aun guiño cómplice).
Cuando la crueldad se hace cultura, se configura "la cultura de la mortificación". En las
comunidades mortificadas la gente acobardada pierde su valentía al mismo tiempo que su
inteligencia. Pierde el adueñamiento de su cuerpo y las patologías abundan anulando la acción.

La psiquiatra, por su parte, culpa al exceso de medicación administrado por el médico.


El médico culpa a la enfermera a cargo, quien debió haberse dado cuenta de que no era una dosis
normal para un paciente en cuidados intensivos intermedios. La medicación era demasiada y los
medicamentos se potenciaban entre sí.
Pero quien va juicio por la muerte de Adrián es el médico tratante. Éste se considera a sí mismo
como el chivo expiatorio, ya que alega que de 512 trabajando en el hospital, él no puede ser el único
responsable.
Se le imputa el delito de homicidio culposo por haber actuado con imprudencia, negligencia e
impericia. Pero son tantos los factores y personas responsables en la muerte de Adrián que la culpa
se diluye. No hay culpable.

Aquí se podría hablar de los que Ulloa llama vera crueldad, la crueldad mayor en la cual su ejecutor
y quienes actuaron en complicidad se amparan en la pretensión de impunidad, en el
desconocimiento de toda ley.
En la vera-crueldad el sobreviviente, que ha atravesado un dispositivo social marcadamente cruel,
apenas si sobrevive. La muerte ya está instalada en él y despojado de los recursos elementales de lo
familiar: abrigo, alimento, buen trato, la única ética posible es la violencia. El sobreviviente ya tiene
la muerte instalada. Él va matando camino hacia su propia muerte. El destino pronto de estas
personas es la cárcel o el cementerio, como en el caso de Adrián.

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