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( JS)

Del derecho de patronato eclesiástico, su origen j naturaleza, j si son


justificables las causas porque se adquiere.
A

L
DISCURSO

LEIDO
(3S)
EN LA UNIVERSIDAD CENTRAL

POR EL LICENCIADO

DON ENRIQUE MUÑOZ Y GAMIZ,

en el solemne acto de rocibir la investidura de

DOCTOR EN LA FACULTAD DE DERECHO

(sección del CIVIL V CANÓNICO.)


<
limo. Si.

Hoy que se desconoce y aun se combate por muchos des


graciadamente la provechosa influencia de las verdades cató
licas en el órden social , he creído oportuno , al ordenar este
desaliñado discurso, elegir un punto de la legislacion canónica,
materia importantísima siempre y digna del más asiduo estu
dio, con especialidad cuando se ponen en tela de juicio sus
principios. Voy, pues, á tratar con la brevedad posible, y con
toda la sencillez y claridad que pueda , del derecho de patro
nato eclesiástico , mostrando su origen y naturaleza y que son
justificables las causas por que se adquiere.
Con el establecimiento de la Iglesia, Illmo. Sr., empieza la
época de la regeneracion moral del hombre. Separado hasta
entonces de Dios , único centro de verdad y de justicia , vino
á dar en los horrores del paganismo y á caer bajo el yugo de
espantosa tiranía , dejando degradada su dignidad en el fango
de la corrupcion y del vicio. Hasta en el seno de la familia,
primera base de la sociedad civil y donde suelen florecer las
virtudes, habia penetrado el espíritu de liviandad que afloja
ó destruye sus más preciosos vínculos : aun el amor entre el
padre y los hijos , que no tenian á sus ojos otra consideracion
que la de cosas , hallábase casi extinguido ; y el matrimonio
carecia de las condiciones que establecen entre el varon y la
mujer una correspondencia mutua de respeto y amor.
Este lamentable estado de cosas recibe desde luego la
más firme protesta y sostenida oposicion con el advenimiento
de la Iglesia católica , la cual reconoció y sancionó los verda
deros derechos del hombre , mostrándole su elevado fin y los
medios necesarios para alcanzarlo. Pero sus preceptos eran
severos; sus principios atacaban de frente toda aquella cor
rompida civilizacion ; su doctrina ponia freno á las pasiones,
y prescribia una perfecta conformidad de las acciones con la
ley eterna é inmutable, que señala al hombre el camino de
su eterna felicidad.
No todos vieron , pues , la sabiduría y santidad de las ver
dades y máximas del Catolicismo; su ceguedad era tan grande,
que no le permitió ver otra cosa en la Religion cristiana sino
la guerra á muerte que habia declarado á su sensualidad y á
sus vicios. Por esto, señores, desde los primeros dias la Igle
sia se ve contrariada y perseguida por aquellos mismos á
quienes venia á enseñar el conocimiento de Dios y de su pro
pia dignidad y excelencia, con lo cual no consiguieron sus más
encarnizados enemigos sino que cada gota de sangre cristiana
que derramaban se convirtiese en semilla de millones de nue
vos y fervorosos creyentes. ¡Buena prueba, en verdad, de que
Jesucristo era verdadero Dios, que habia venido al mundo por
amor del hombre para redimirle y santificarle!
Nunca faltaron, por otra parte, en la Iglesia almas gene
rosas y fieles que le consagrasen sus más solícitos cuidados;
entre las cuales algunas tomaran sobre sí la defensa de sus de
rechos , dejando de este modo más libres y desembarazados á
los Prelados y al clero para procurar los bienes espirituales.
En los primeros siglos , no pudiendo los Obispos y clérigos
encargarse de los negocios forenses que á la sazón ocurrían, y
que fueron despues en aumento ; reconocida en la Iglesia ca
pacidad para adquirir y poseer , y deseando aquellos celosísi
mos Pastores dar la preferencia por su necesidad é importan
cia á los negocios puramente espirituales, á la confirmacion
en la fe de su rebaño , creyeron conveniente que las iglesias
tuviesen defensores especiales que sostuvieran sus derechos:
defensores que, nombrados en un principio entre los abogados,
fueron escogidos despues entre los próceres y magnates, porque
las necesidades apremiaron más y exigieron que se levantara
un poder fuerte á favor de la Iglesia , capaz de resistir á los
que atentaban á sus sagrados derechos. Cargos que los escri
tores modernos nos dan á conocer con los nombres de defenso
res, abogados de las iglesias, vicedóminos y encargados de
su custodia , los cuales no deben confundirse con los fundado
res. Estos, distinguidos desde aquella época por haber ofrecido
ó prestado servicios á la Iglesia con sus fundaciones y dotacio
nes, venían ya gozando ciertos derechos honoríficos, que esta,
como muestra de su gratitud , le dispensaba. Entre ellos no se
contó en aquella época la designacion de las personas para des
empeñar los cargos eclesiásticos de las fundaciones, reservada
á los Obispos segun el Concilio de Orange, en el siglo V, para
que la pudiesen ejercer übremente entre los ya ordenados en
las capillas edificadas en agena diócesis. Los legos adquieren
despues este derecho, en el siglo VI, cuando por los cánones
y leyes civiles se les permite levantar oratorios privados y
nombrar, prévio consentimiento del ordinario, los clérigos
encargados de ellos ; cuya limitacion duró hasta que en el si
glo VII, se hizo extensivo á las públicas basílicas. Vinieron de
este modo á formar las concesiones sucesivas de la Iglesia lo
que se ha venido conociendo y se conoce por derecho de pa
tronato.
Tiene, pues, este derecho su origen en la munificencia
con que la Iglesia quiso premiar las liberalidades de los fieles,
que recibieron cada dia nuevos privilegios , á que se añadió
por último el de tener una parte constante y perpétua en la
provision ó designacion de personas para los oficios de aque
llas fundaciones.
Todos los escritores convienen en definir el patronato,
diciendo que es un conjunto de honores , cargas y utilidades.
Hé aquí la definicion de Panormio: jus honorificum, onero-
mm, utile, alicui competens in ecclesia, et quod de Ordinarii
confensiMeam construxerit, fundaverit vel dotaverit, aut id, a
suis antecesoribus fuerit factum.
Pero esta definicion es bastante vaga , pues que fué suce
siva la concesion de honores y derechos , que no deben con
fundirse á la verdad con el derecho de presentacion, que es
cosa diferente; porque, aun cuando hoy se usan indistinta
mente las palabras presentacion y patronato, significan dere
chos que pueden ir separados. Por cuya razon es preciso ana
lizar mejor el concepto de patronato, para conocer con mayor
claridad y distincion su naturaleza.
Bajo dos aspectos puede considerarse este derecho: uno
objetivo, porque dice relacion á la misma Iglesia ó beneficio:
y otro subjetivo, que mira al fundador del patronato ó á su
causa habiente.
Los pragmáticos ó intérpretes creyeron, en cuanto al pri
mer concepto, que el patronato es una verdadera servidum
bre , que su constitucion envolvia para la Iglesia una dismi
nucion de su libertad y atribuciones, una sujecion real , una
dependencia conocida. Esta opinion es á todas luces equivoca
da; porque siendo la Iglesia y los beneficios eclesiásticos
cosas exentas del comercio, no pueden gravarse con ninguna
especie de servidumbre. Es cierto , como dice muy bien Be-
rardi, que á los fundadores se les otorgaron honores: pero,
¡cuánto distan estos del gravamen de una servidumbre! El
honor puede deferirse por el superior al inferior; la servidum
bre envuelve una idea de dependencia que sólo puede pres
tarse por el inferior. Porque los Prelados permitan á los patro
nos el goce de los derechos que los cánones le conceden, seria
vicioso deducir que estos derechos son un gravámen para la
Iglesia: pues en tal caso y con la misma razon podría afirmar
se que antiguamente , cuando para la provision de dignidades
ú oficios eclesiásticos concurrian los sufragios del pueblo, la
Iglesia habia gravado sus atribuciones , habia limitado sus fa
cultades, habia constituido, por lo tanto, una servidumbre. Y
tal afirmacion en uno y otro caso es un absurdo. Sólo nos
muestran, pues, la prudencia con que la Iglesia ha obrado
siempre , consultando la pública utilidad al conceder ciertas
prerogativas como muestra de gratitud, mas no relacion al
guna de dependencia que limitase el libre ejercicio de su po
testad.
Por lo que toca al segundo aspecto , algunos escritores han
tenido el derecho de patronato por espiritual , y sostenido que
los legos no pueden, por consiguiente, adquirirlo ni poseerlo;
pero esta opinion no es tampoco admisible; y así, por mi parte,
adopto la del autor ántes citado, á quien seguiré en la mate
ria. Supongamos que el derecho de patronato es espiritual,
porque tiene su fundamento en la comunion cristiana : ¿se
seguiría de aquí que los legos no pueden ser patronos? No
ciertamente , pues hay muchas cosas espirituales en que
tienen parte los legos. Tres son las clases de cosas espiritua
les : unas son funciones de verdadera gerarquía , en las que
por constitucion divina , como la administracion de sacramen
tos , y eclesiástica, como la de beneficios y otras semejantes,
está marcada la separacion de clérigos y legos ; otras son fun
ciones comunes á unos y otros, como el derecho de recibir
los sacramentos; otras, finalmente, constituidas in medio, que
no teniendo por fin la gerarquía, tienden, no obstante, de algun
modo, aunque remoto, á disponerla.
Ahora bien , si se dice que los legos son incapaces de de
rechos espirituales, nada más cierto tratándose del ejerci
cio de funciones puramente gerárquicas, ó que pertenecen
al orden sagrado; pero tocante á los otros derechos que no
son del orden gerárquico , es un error evidente , del cual se
seguiría que los legos, miembros de la comunión cristiana,
— 10 —
estarían separados de la recepcion de sacramentos, que es
un derecho espiritual. Así pues, el derecho de patronato no
es una funcion gerárquica, porque en él no se ejerce facul
tad alguna perteneciente á la colacion de órden ó de benefi
cio, ni corresponde á los derechos generales de la comunion
cristiana ; su objeto es preparar el camino de la ordenacion y
colacion beneficiaría , que han de hacerse por el Prelado legí
timo. Yerran tambien por consiguiente los que reducen el
derecho de patronato á una facultad de naturaleza temporal,
desconociendo la cualidad cuasi espiritual que le distingue.
Conocidos ya el origen y naturaleza del patronato ecle
siástico, veamos son justificables las causas porque se adquie
re; último punto del tema propuesto.
Varios son los modos de adquirirle: unos llamados con
propiedad originarios y distinguidos en razon de su mayor
antigüedad y preferencia en ordinarios y extraordinarios, y
otros derivativos, porque se trasmite de una persona á otra.
Pertenecen á los modos originarios ordinarios la fundacion, á
los extraordinarios la prescripcion y el privilegio , y á los de
rivativos la sucesion y el contrato.
Es el primero y principal modo de adquirir el patronato la
fundacion, en que se comprende la construccion y dotacion:
de aquí el adagio: Patronum faciunt dos, edificatitf fundtis.
Son por consiguiente tres los requisitos necesarios para ad
quirir por aquí el título de patrono : conceder un fundo en
que pueda levantarse el templo, edificarlo el patrono á sus
expensas, y señalarle las rentas suficientes para la sustenta
cion del culto y sus ministros. Esto cuando se trata de una
iglesia, porque si el patronato versare acerca de algun bene
ficio , bastaría naturalmente la entrega de bienes necesarios
para el decente sostenimiento del beneficiado. No es preciso
que sea una sola la persona que funde : pueden ser varias, y
en este caso serán patronos in solidum, sin necesidad de ex
presa reserva del derecho, á no ser iglesia catedral ó cole
giata; pues que basta el consentimiento del Obispo. Á este
— If —
modo de adquirir son consiguientes la redotacion y reedifica
cion, consideradas en ciertos casos como títulos legítimos,
interviniendo la autoridad del superior inmediato. Mas para
evitar la demasiada latitud que por ellos pudiera darse á las
concesiones de este derecho en detrimento de la sociedad
cristiana , no toda reconstruccion ó redotacion son títulos vá
lidos, sino sólo aquellas que necesariamente reclama el res
pectivo templo y la subsistencia de sus ministros.
Estas prescripciones canónicas fueron confirmadas por los
Pontífices y Concilios cuando, al corregir los abusos introdu
cidos en la materia, especialmente en el siglo XV , revocaron
las concesiones hechas, si el aumento de dote no excedia de
la mitad de lo necesario ; á ménos que las iglesias hubiesen
sido rescatadas de los infieles, como expresa la Constitucion
Accepto de Adriano VI. Prescripciones constantemente obser
vadas, y que no recibieron modificacion alguna del santo
Concilio de Trente
Los modos extraordinarios de adquirir el patronato son la
prescripcion y el privilegio. La naturaleza de este derecho y
la capacidad de los legos para adquirirle dan entrada á la
prescripcion, ya contra los mismos patronos, ya contra las
iglesias libres ; la cual en el primer caso se rige por los prin
cipios generales de derecho sobre la materia , fundados en la
presuncion de abandono ; mas si la prescripcion es contra una
iglesia libre , se funda principalmente en la presuncion del
consentimiento de ella, demostrado por el ejercicio no inter
rumpido del derecho de patronato por cierto tiempo. Acerca
de este tiempo y de las demas condiciones que han de con
currir, la Iglesia, sin olvidar los principios generales de de
recho, ha tenido presente las circunstancias de las personas:
así , contra un patrono basta la posesion de cuarenta años con
buena fe , aun sin título ; mas contra una iglesia libre, la
cuadragenaria aun sin título, y á falta de esta la inmemorial
con numerosas presentaciones, á ménos que las personas,
comunidades ó universidades que traten de prescribir tengan
— 12 —
contra sí sospecha de usurpacion, en cuyo caso son más los
requisitos exigidos por el Tridentino.
El otro modo extraordinario de prescribir eran los privi
legios otorgados por el Pontífice en virtud de la plenitud de
su potestad , cuyas facultades consagradas en las decretales
eran muy conformes á las necesidades de la época. Los
Papas, pues, concedieron privilegios que sujetaron al derecho
de patronato beneficios é iglesias libres. Tambien los Obispos
usaron de estas facultades, derogadas despues por el Concilio
de Trento; y aun cuando sus disposiciones no comprendian
al Pontífice , es lo cierto , que ya se atienda á la práctica usa
da despues, ya á los Concordatos vigentes , los Sumos Pontí
fices no acostumbran á conceder tales privilegios.
Son los modos derivativos la sucesion y el contrato. En los
primeros cinco siglos de la Iglesia, reputándose el derecho de
patronato personalísimo, nada se habia establecido respecto
á su trasmision , pues con la persona concluia ; pero recibido
en el sexto como perpétuo en casi todas las provincias cristia
nas, se fijó ya la disciplina respecto á la sucesion, segun la cual
habían de tenerse presentes el óiden establecido por el funda
dor, y á falta de éste, los principios de derecho comun; na
ciendo de aquí las distinciones de primogeniales , lineales y
descendentales, y los preceptos que reglan la materia.
El contrato es otro modo de transferir el derecho de patro
nato. Son, pues, admisibles la donacion, permuta y venta;
debiendo tenerse presente , que al dictar las convenientes me
didas sobre este punto , la Iglesia ha consultado sus respeta
bilísimos intereses , impidiendo que por este medio pueda ir
el derecho á persona indigna. De aquí que la donacion pueda
hacerse por el eclesiástico ó el lego libremente á favor de
iglesia ó lugar religioso ; que el lego no pueda donar á par
ticular sin consentimiento del Obispo, á quien toca examinar
si es ó no perjudicial á la Iglesia el cambio de patrono, ó si hay
vicio ó sospecha de simonía; que pueda tambien permutarse,
prévio asenso del ordinario ; que el patronato real inherente
— 13 —
á un predio pueda permutarse con este aun sin que el Prelado
legítimo preste su vénia ; y , por último , que aun cuando el
derecho de patronato, por ser cuasi espiritual, no puede ven
derse, como sigue siempre á los bienes á que va unido , pue
da por venta trasmitirse con ellos , siendo nula ipso jure la
que de él se hiciere separadamente.
Ahora bien, siendo tales los modos da adquirir el patro
nato eclesiástico, ¿podrá negarse su evidente utilidad? ¿No
los encontramos emanados de legítima autoridad y apoyados
en principios irrecusables ? El primero de ellos y el más prin
cipal , la fundacion , ¿ no tiene su razon de ser en el servicio
y generosidad del fundador que , celoso por los intereses de la
Iglesia, procura de este modo el mayor esplendor del culto y
la necesaria decencia de sus ministros? Esta razon, poderosa
de por sí , sube de punto si se considera que la Iglesia , no por
capricho , sino por el celo con que promueve el bien espiri
tual , y usando legítimamente de las atribuciones que recibió
de su divino fundador , para determinar lo que más conviene
á su mejor régimen , concede este derecho á los fieles que se
han hecho dignos de recibirlo. La Iglesia, pues, lo establece,
obrando en el círculo de sus facultades,
Y aquí está ya la más completa prueba de la legitimidad y
justificacion de los demas modos de alcanzar el derecho de
patronato.
Todos nacen de preceptos eclesiásticos , todos dimanan del
uso legítimo que la Iglesia hace de su potestad santa, encami
nada á su elevadísimo y único fin. Y no de otro modo obra la
Iglesia cuando concede ciertos derechos á los que fundan ó
dotan, ni es otra la norma de su conducta, ni otro el fin que
se propone , cuando teniendo en cuenta la naturaleza del dere
cho de patronato , le hace objeto capaz de prescripcion. Tam
poco abusa el Pontífice , su cabeza visible , como Supremo
Pastor , cuando en uso de atribuciones inherentes á su digni
dad , concedía este derecho por privilegio , teniendo presente
la utilidad de su grey ; sin que pueda objetarse el abuso que
— 44 —
en algún caso se hiciera ; porque los abusos parciales nada
prueban contra el ejercicio legítimo del derecho. Ya he dicho
también que el Concilio de Trento no tocó en este punto á las
facultades pontificias.
De la misma manera no puede negarse igual justicia á los
preceptos eclesiásticos que dieron carácter de perpétuos á los
patronatos y capacidad de ser trasmitidos ; quedando , por
tanto , igualmente justificados los modos al efecto establecidos
para su trasmision.
Vemos, pues, que la Iglesia, en uso de sus facultades, es
tableció el derecho de patronato, aumentó sus prerogativas,
lo limitó á tiempo determinado ó lo hizo perpétuo ; pues que
de todas estas formas es susceptible esta institucion, atendida
su naturaleza : mayormente cuando la Iglesia , movida por el
espíritu que siempre le anima , ha cuidado de establecer for
malidades y requisitos que garanticen la justicia , y el bien y
provecho espiritual de los fieles.
En suma : el deseo siempre vivo de la Iglesia de correspon
der á los servicios que le hacian algunos fieles con sus funda
ciones y dotaciones, promovió en los primeros tiempos las con
cesiones de derechos honoríficos , á los que uniéndose más
tarde el de la designación de personas que sirviesen los oficios
eclesiásticos , constituyó el derecho de patronato.
Así este derecho sólo puede considerarse como muestra de
gratitud y munificencia , no como servidumbre : es un dere
cho casi espiritual, al que son y pueden ser legítimamente
admitidos los legos. Como cosa espiritual , distíngüese de la
colacion de órden ó de beneficio y de los derechos generales
de la comunion cristiana, y está colocado in medio, preparando
el camino de la futura ordenacion y colacion beneficiaría que
ha de hacerse por el Obispo propio.
La Iglesia , obrando dentro de sus límites y usando de
atribuciones propias , crea el derecho de patronato ; y siendo
por su naturaleza este derecho objeto de adquisicion y de
trasmisión, de aquí que los medios legítimos establecidos al
— 15 —
efecto sean en sí mismos justos y convenientes , y estén con
formes con los inalterables principios que sirven de norma á
su mejor organizacion y administracion. Para cuyo fin la au
toridad eclesiástica , al prescribir los modos de adquirir y tras
mitir el derecho de patronato, cuida de establecer las más
convenientes reglas, para que en ningun caso este derecho,
que es de suyo recompensa de los merecimientos de los pa
tronos, pasea manos de fieles que, olvidados de sus deberes
para con su celosa y sabia madre, abusen de sus mismas con
cesiones.
Tal es, limo. Sr. , el sucinto cuadro á que he podido re
ducir la preciosa materia de este discurso acerca del derecho
de patronato. Quizá habria podido mirarla bajo puntos de vista
más generales y de mayor trascendencia , cuales son los polí
ticos y sociales , en que se mira exclusiva ó principalmente al
bien temporal de la sociedad. Pero en mi sentir, la jurispru
dencia canónica, como la civil, tiene su objeto propio é inme
diato ; y aunque es cierto que de su misma aplicacion se de
rivan efectos saludables en el órden político y social, pero
nunca debe confundirse el efecto con la causa, ni separar la
atencion en materias canónicas del fin único á que mira la
Iglesia en todas sus leyes é instituciones , que es el fin espiri
tual. Conseguido este, refluye el bien en la sociedad y en el
individuo, verificándose la famosa sentencia de Montesquieu:
«La Religion, cuyo objeto es la felicidad del hombre en la
otra vida, le hace tambien dichoso en esta vida presente.»
Así que en esta materia, como en las demas que abraza el es
tudio de los Cánones , la Iglesia , sociedad suprema é indepen
diente , regida por Dios y el Papa su Vicario , ha ido dispo
niendo sus preceptos conforme á las circunstancias de los tiem
pos con la mira puesta en la salud eterna de sus hijos, mu
dando, quitando ó añadiendo lo que más conviene en cada
sazon, porque el mismo espíritu que la guia en lo eterno é
inmutable , que son el dogma y la moral , la ilustra y dirige
en lo que hay de transitorio y mudable en sus cánones y dis
— 16 —
ciplina. Así que , si en lo sucesivo fuese conveniente la refor
ma de las disposiciones vigentes en materias de patronato, la
Iglesia proveeria á ella con aquella augusta autoridad y ma
gisterio infalible que resplandecen en sus obras, modelos donde
el filósofo puede estudiar la sabiduría y la justicia , y trasla
darlas á las suyas los legisladores de los pueblos. Verdadera
mente la sola autoridad de la Iglesia, que ha establecido el
derecho de patronato y ordenado las reglas á que está someti
do su ejercicio, es la prueba más acabada de la bondad, justi
cia y excelencia de esta institucion, lo cual echa fácilmente de
ver quien bien la considere y estudie. Pluguiera á Dios que las
personas cuyo es el derecho de proveer á las necesidades de
las iglesias de patronato, miraran en las provisiones de bene
ficios al fin que nuestra santa madre se propuso al concederlo,
sin respetos ni consideraciones agenos del bien espiritual á que
fué sabiamente ordenado!

Enrique Muñoz y Oamlz.

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i

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